Para La Agencia
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Los vicios pueden ser catalogados según las virtudes a que se oponen, o también pueden ser referidos a los
pecados capitales que la experiencia cristiana ha distinguido siguiendo a san Juan Casiano y a san Gregorio
Magno (Mor. 31, 45). Son llamados capitales porque generan otros pecados, otros vicios. Son la soberbia, la
avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula, la pereza.
Cuatro vicios irascibles, que ―al contrario que los concupiscibles―, no son deseos sino
carencias, privaciones o frustraciones:
o orgè (Ὀργή, cólera irreflexiva, crueldad, violencia).
o Lúpê (Λύπη, tristeza, abatimiento del alma). En Philokalia es traducida como envidia,
tristeza por la buena fortuna de otro.
o Acedia (Ἀκηδία, falta de interés, descuido, desesperanza). En Philokalia es traducida
como abatamiento.
o Kenodoxia (Κενοδοξία, vanagloria, jactancia).
o Uperèphania (Ὑπερηφανία, soberbia, orgullo). A veces traducido como autoestimación
exagerada, arrogancia o grandiosidad.
Para el anacoreta, la exceso en el consumo de bebidas y alimentos es el origen de las pasiones o del
deseo extralimitado hacia un bien sensible: "la mucha leña alienta una gran llama y la abundancia de
comida nutre la concupiscencia". Evagrio no utilizaba la noción latina de "gula", sino la voz
griega "gastrimargia", que se traduce literalmente como "locura del vientre"4. La indigestión que causa el
exceso de comidas es el simiente de los malos pensamientos que derivan en el pecado, y así postula
una idea sobre lo que hoy podría denominarse una mala higiene del sueño: "Un vientre indigente
prepara para una oración vigilante, al contrario un vientre bien lleno invita a un sueño largo. Una mente
sobria se alcanza con una dieta muy magra, mientras que una vida llena de delicadezas arroja la mente
al abismo"5.
En cuanto al tratamiento que se da a la lujuria ("porneia"), los anacoretas estaban obsesionados con el
cuerpo ("la carne"), el sexo y la demonología. Ciertamente, el monacato se basaba en disciplinar el
cuerpo contra el sexo y contra el diablo. El desierto fue identificado como un lugar en el que no había
mujeres y así nacieron los "padres del desierto". Sin embargo, la tentación demoníaca se suplió con la
fantasía basada en mitos y leyendas egipcias. En efecto, "el egipcio" es el nombre que los padres del
desierto daban a un demonio cruel y despiadado en las formas de la tentación y al que refiere Evagrio
en un pasaje de su tratado ("Si matas a un egipcio, escóndelo bajo la arena").
La tristeza es descripta como una sensación de decaimiento o infelicidad en respuesta a una aflicción,
desánimo o desilusión. Dice Evagrio: "El monje afectado por la tristeza no conoce el placer espiritual: la
tristeza es un abatimiento del alma y se forma de los pensamientos de la ira. El deseo de venganza, en
efecto, es propio de la ira, el fracaso de la venganza genera la tristeza (...)".
La acedia describe al monje sin motivación para hacer las cosas y es un punto de ruptura en la relación
espiritual del hombre con Dios. A veces es descripta como descuido, desapego espiritual o falta de
compromiso con las tareas, otras veces es ansiedad o falta de concentración en el obrar. Dice Evagrio:
"El monje giróvago, como seca brizna de la soledad, está poco tranquilo, y sin quererlo, es suspendido acá y allá
cada cierto tiempo.
Un árbol transplantado no fructifica y el monje vagabundo no da fruto de virtud. El enfermo no se satisface con un
solo alimento y el monje acedioso no lo es de una sola ocupación […]
El ojo del acedioso se fija en las ventanas continuamente y su mente imagina que llegan visitas: la puerta gira y éste
salta fuera, escucha una voz y se asoma por la ventana y no se aleja de allí hasta que, sentado, se entumece.
Cuando lee, el acedioso bosteza mucho, se deja llevar fácilmente por el sueño, se refriega los ojos, se estira y,
quitando la mirada del libro, la fija en la pared y, vuelto de nuevo a leer un poco, repitiendo el final de la palabra se
fatiga inútilmente, cuenta las páginas, calcula los párrafos, desprecia las letras y los ornamentos y finalmente,
cerrando el libro, lo pone debajo de la cabeza y cae en un sueño no muy profundo, y luego, poco después, el
hambre le despierta el alma con sus preocupaciones.
El monje acedioso es flojo para la oración y ciertamente jamás pronunciará las palabras de la oración; como
efectivamente el enfermo jamás llega a cargar un peso excesivo así también el acedioso seguramente no se
ocupará con diligencia de los deberes hacia Dios: a uno le falta, efectivamente, la fuerza física, el otro extraña el
vigor del alma.
La paciencia, el hacer todo con mucha constancia y el temor de Dios curan la acedia.
Dispón para ti mismo una justa medida en cada actividad y no desistas antes de haberla concluido, y reza
prudentemente y con fuerza y el espíritu de la acedia huirá de ti."
Cap. XIII a XIV
Soberbia
En casi todas las listas de pecados, la soberbia (en latín, superbia) es considerado el original y más
serio de los pecados capitales, y de hecho, es la principal fuente de la que derivan los otros. Es
identificado como un deseo por ser más importante o atractivo que los demás, fallando en halagar a los
otros.
Jonathan Edwards dijo "Recuerda que la soberbia es la peor víbora que puede haber en el corazón, el
mayor perturbador de la paz del alma y de la dulce comunión con Cristo. Fue el primer pecado y está en
los cimientos de la casa de Satán. Es el pecado más difícil de arrancar ya que es el pecado que mejor
se esconde. Muy a menudo e inconscientemente entra en la religión bajo el disfraz de falsa humildad."
Genéricamente se define como la sobrevaloración del Yo respecto de otros por superar, alcanzar o
superponerse a un obstáculo, situación o bien en alcanzar un estatus elevado e infravalorar al contexto.
También se puede definir la soberbia como la creencia de que todo lo que uno hace o dice es superior, y
que se es capaz de superar todo lo que digan o hagan los demás. También se puede tomar la soberbia
como la confianza exclusiva en las cosas vanas y vacías (vanidad) y en la opinión de uno mismo
exaltada a un nivel crítico y desmesurado (prepotencia).
Soberbia (del latín superbia) y orgullo (del francés orgueil), son propiamente sinónimos aun cuando
coloquialmente se les atribuye connotaciones particulares cuyos matices las diferencian. Otros
sinónimos son: altivez, arrogancia, vanidad, etc. Como antónimos tenemos: humildad, modestia,
sencillez, etc. El principal matiz que las distingue está en que el orgullo es disimulable, e incluso
apreciado, cuando surge de causas nobles o virtudes, mientras que a la soberbia se la concreta con el
deseo de ser preferido a otros, basándose en la satisfacción de la propia vanidad, del Yo o ego. Por
ejemplo, una persona Soberbia jamás se "rebajaría" a pedir perdón, o ayuda, etc.
Existen muchos tipos de soberbia, como la vanagloria o cenodoxia, también denominada en las
traducciones de la Biblia como vanidad, que consiste en el engreimiento de gloriarse de bienes
materiales o espirituales que se poseen o se cree poseer, deseando ser visto, considerado, admirado,
estimado, honrado, alabado e incluso halagado por los demás hombres, cuando la consideración y la
gloria que se buscan son humanas exclusivamente. La cenodoxia engendra además otros pecados,
como la filargiria o amor al dinero (codicia) y la filargía o amor al poder.
Ira
La ira (en latín, ira) puede ser descrita como una emoción no ordenada, ni controlada, de odio y enfado.
Estas emociones se pueden manifestar como una negación vehemente de la verdad tanto hacia los
demás como hacia uno mismo; un deseo de venganza que origina impaciencia con los procedimientos
judiciales y que puede impulsar a saltárselos, llevando a la persona a tomarse la justicia por su mano;
fanatismo en creencias políticas y religiosas, generalmente deseando hacer mal a otros. Una definición
moderna también incluiría odio e intolerancia hacia otros por motivos de raza o religión, llevando a
la discriminación. Entre las transgresiones derivadas de la ira se encuentran algunas de las más graves,
como el homicidio y el genocidio.
La ira es el único pecado que no se relaciona necesariamente con el egoísmo o el interés personal
(aunque uno puede tener ira por egoísmo).
Dante describe a la ira como «amor por la justicia pervertido a venganza y resentimiento».
Avaricia
La avaricia (en latín, avaritia) es —como la lujuria y la gula—, un pecado de exceso. La particularidad de
la avaricia (vista por la Iglesia) es que se caracteriza por el deseo vehemente de adquirir riquezas y
bienes en cantidades mayores de lo que es necesario para satisfacer las propias necesidades,
entendiendo por necesidades todas aquellas que procuran el desarrollo integral de la persona.
Santo Tomás de Aquino afirmaba que la avaricia es «un pecado contra Dios, al igual que todos los
pecados mortales, en lo que el hombre condena las cosas eternas por las cosas temporales».
En el Purgatorio de Dante los penitentes eran obligados a arrodillarse en una piedra y recitar los
ejemplos de avaricia y sus virtudes opuestas.
De la avaricia se derivan muchos otros ejemplos de pecados, tales como: deslealtad
y traición deliberada, especialmente para un beneficio personal como en el caso de quien soborna o de
quien se deja sobornar; robo y asalto, especialmente con violencia; mentira y engaño; simonía; etc.
Envidia
Como la avaricia, la envidia (en latín, invidia) se caracteriza por un deseo insaciable. Pero hay dos
grandes diferencias entre una y otra. La primera diferencia es que la avaricia se asocia exclusivamente
con los bienes materiales, mientras que el campo de la envidia es más general, incluyendo bienes
intangibles como las cualidades que tiene otra persona, etc. La segunda diferencia es que el pecado de
envidia tiene una fuerte connotación personal: se desea vehementemente un bien que tiene una
persona particular y concreta. El deseo vehemente va acompañado de la percepción aguda y dolorosa
de que uno carece del bien que aquella persona posee, percibiéndose aquella situación como injusta o
indebida según la propia visión estrecha y egocéntrica, y por tanto deseándose el mal para aquella
persona, y sintiendo satisfacción si le ocurre algo malo.
El primer envidioso según el relato bíblico fue Cain, que sentía hacia su hermano Abel una envidia tan
profundamente perturbadora que le llevó a asesinarlo. Probablemente su envidia estaba mezclada con
la soberbia, pecado capital que tiene un carácter más activo que la envidia.
Lujuria
La lujuria (en latín, luxuria, ‘abundancia’, ‘exuberancia’) es usualmente considerada como el
pecado producido por los pensamientos excesivos de naturaleza sexual, o un deseo sexual
desordenado e incontrolable.
En la actualidad se considera lujuria a la compulsión sexual o adicción a las relaciones sexuales.
También entran en esta categoría el adulterio y la violación.
A lo largo de la historia, diversas religiones han condenado o desalentado en mayor medida o menor
medida la lujuria.
Dante Alighieri consideraba que lujuria era el amor hacia cualquier persona, lo que pondría a Dios en
segundo lugar. Según otro autor[cita requerida] la lujuria son los pensamientos posesivos sobre otra persona.
Por otra parte, el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE, XXII edición, 2012) define el
significado y uso apropiado de la palabra «lujuria» de dos maneras: Como un «Vicio consistente en el
uso ilícito o en el apetito desordenado de los deleites carnales». O como el «Exceso o demasía en
algunas cosas».
Gula
Actualmente la gula (en latín, gula) se identifica con la glotonería, el consumo excesivo de comida y
bebida. En cambio en el pasado cualquier forma de exceso podía caer bajo la definición de este pecado.
Marcado por el consumo excesivo de manera irracional o innecesaria, la gula también incluye ciertas
formas de comportamiento destructivo. De esta manera el abuso de sustancias o las borracheras
pueden ser vistos como ejemplos de gula. En La Divina Comedia de Alighieri, los penitentes en el
Purgatorio eran obligados a pararse entre dos árboles, incapaces de alcanzar y comer las frutas que
colgaban de las ramas de estos y por consecuencia se les describía como personas hambrientas
Pereza
La pereza (en latín, acedia) es el más «metafísico» de los pecados capitales, en cuanto está referido a
la incapacidad de aceptar y hacerse cargo de la existencia de uno mismo. Es también el que más
problemas causa en su denominación. La simple «pereza», más aún el «ocio», no parecen constituir
una falta. Hemos preferido, por esto, el concepto de «acidia» o «acedía». Tomado en sentido propio es
una «tristeza de ánimo» que aparta al creyente de las obligaciones espirituales o divinas, a causa de los
obstáculos y dificultades que en ellas se encuentran. Bajo el nombre de cosas espirituales y divinas se
entiende todo lo que Dios nos prescribe para la consecución de la eterna salud (la salvación), como la
práctica de las virtudes cristianas, la observación de los preceptos divinos, de los deberes de cada uno,
los ejercicios de piedad y de religión. Concebir pues tristeza por tales cosas, abrigar voluntariamente, en
el corazón, desgano, aversión y disgusto por ellas, es pecado capital. Tomada en sentido estricto es
pecado mortal en cuanto se opone directamente a la caridad que nos debemos a nosotros mismos y al
amor que debemos a Dios. De esta manera, si deliberadamente y con pleno consentimiento de la
voluntad, nos entristecemos o sentimos desgana8 de las cosas a las que estamos obligados; por
ejemplo, al perdón de las injurias, a la privación de los placeres carnales, entre otras; la acidia es
pecado grave porque se opone directamente a la caridad de Dios y de nosotros mismos.
Considerada en orden a los efectos que produce, si la acidia es tal que hace olvidar el bien necesario e
indispensable a la salud eterna, descuidar notablemente las obligaciones y deberes o si llega a
hacernos desear que no haya otra vida para vivir entregados impunemente a las pasiones, es sin duda
pecado mortal.