El Indio Mamani

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EL INDIO MAMANI

El Indio Mamani no conoce el miedo,

hecho en el silencio de piedras y valles,

conoce el lenguaje sonoro del viento,

el Sol de los andes

le pintó un tatuaje en su piel cobriza,

y con sus ojos negros, mirada de luto,

se avizora el fuego de raza mestiza.

Tal vez por su sangre galope un hidalgo,

acaso en su pecho el último inca

de pena solloce;

su abuela fue ñusta,

princesa peruana, que un día cayera rendida

a los besos de un español,

capa castellana convertida

en poncho, abrigó el más hondo

pecado de amor.

El Indio Mamani camina derecho,

si es como una lanza

clavada en el pecho de punas y pampas,

si es como una flecha disparada al viento

que silba en su rumbo

con la rabia sorda de su pensamiento.

¡Dónde está la chola que le diera un beso!

¡Dónde está la hembra que mintió en su boca!,

la rabia le sube despacio, despacio,

y un silencio huraño le rasguña el alma;

la quería tanto,

por ella, Mamani

regaló tres vacas, un toro, el ternero

y hasta cinco cabras que le regalara

por guapo el vichero; por ella, Mamani


levantó su rancho sobre la quebrada

más alta del valle;

por ella la quinua se fue floreciendo

y el maíz temprano

maduró en sus tallos;

por ella, Mamani miró las estrellas

y como buen indio se sintió romántico;

tan apasionado que hasta le hizo coplas

con sabor a huayno;

por ella al trabajo; por ella al silencio;

por ella a la pena de ser

cada día peor que un esclavo.

Si el patrón a veces le daba un huascaso

bien que se callaba

para que no dijeran

que era un cholo flojo, que era un indio vago,

que al igual que un perro

cerraba los ojos y se lo aguantaba

de lo macho que era.

Ayer muy temprano volvió

de la siembra,

mejor no volviera,

hubiera querido mejor caerse muerto

escupiendo baba como una culebra.

Cuando volvió al rancho

olió la tristeza rondándole el pecho,

olió la tragedia guardándole el alma,

como un ángel negro,

sobre el mismo suelo como dos basuras

se estaban besando

la mujer que amaba y el hijo del amo;

los miró con asco


le dio tanta rabia que de un

solo golpe lo dejó tendido

pa` que no dijera que

aún le sobra sangre;

limpió el cuchillo en su propio poncho,

escupió entre sus dientes la palabra ¡perra!,

se volvió al pueblo caminando

siempre sin volver los ojos

quizás pa` no verla.

La quinua florida le prestó un silbido.

El maizal maduro reventó en aromas.

La primera estrella floreció en el cielo

y una sombra larga

se agachó para verlo.

El indio Mamani siguió caminando

formó un acullico para

seguir chacchando

y así llegó al pueblo, despacio,

despacio para que nadie diga

que el Indio Mamani escapó de miedo.

El guardia asombrado recibió el cuchillo,

lo miró a los ojos y le dijo, lento:

¡Cholo, estás fregao!

El Indio Mamani sacudió sus hombros,

como quien sacude la tierra del tiempo,

se sentó en el suelo detrás

de las rejas mirando arriba,

trocito de cielo,

saludó a una estrella.

LUZ ELIANA VALVERDE SUPO

Categoría “C”

II.EE. Pr. GREGOR MENDEL

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