Un Día Después. Cuento Policial Negro
Un Día Después. Cuento Policial Negro
Un Día Después. Cuento Policial Negro
Objetivo de Aprendizaje: Analizar e interpretar el relato policial llamado "Un día después",
mediante diversas actividades de comprensión lectora como: léxico contextual, sopa de letras,
verdadero o falso, preguntas de interpretación y textual.
Instrucciones generales: Leer el relato policial llamado “Un día después”, aplicando en él
estrategias de comprensión lectora, para desarrollar diversas actividades.
UN DÍA DESPUÉS
Miré una vez más la foto: un rostro juvenil, de ojos grandes, labios sensuales y pelo agresivamente
negro. Era una belleza insolente, a mitad de camino entre la inocencia y la perversidad. - Se llama
Mercedes Gasset y va a estar en el hotel Los Faraones, el sábado, al mediodía. Asentí con un
movimiento de cabeza. Me entregaron el cincuenta por ciento de lo pactado y el pasaje de ida y
vuelta. Dijeron que confiaban en mí, que el resto lo recibiría al final del trabajo. Asentí otra vez y
pregunté si habían pensado en un sitio en especial. Uno de ellos dijo que la Cueva de los Verdes
podría ser el lugar adecuado y agregó que no me costaría mucho llevarla hasta ahí. Realmente me
tenían confianza. Supe que era hora de despedirse. En un par de días tendría que volar a
Lanzarote para encontrarme con Mercedes Gasset.
El vuelo fue tranquilo, debí soportar un compañero de asiento que había resuelto mitigar su
soledad, o el miedo a las alturas, contándome el encanto de las Islas Canarias. Le concedí un par
de aprobaciones y simulé tener un sueño reparador. No me interesaban las islas y jamás había
estado en Lanzarote, sólo tenía una vaga referencia por un cuento, o cierto capítulo de novela, en
donde un hombre se encontraba con una mujer joven, para disfrutar del fin de semana. También yo
iba a encontrarme con una mujer joven, pero no iba a disfrutar del fin de semana; iba a matarla.
La vi en el lobby del hotel. Se paseaba de un lado a otro, indecisa; aunque no parecía buscar a
nadie. Finalmente se acercó a la barra y pidió un vaso de leche fría. El azabache de su pelo
resultaba más inquietante que en la fotografía. - No es el mejor modo de combatir la ansiedad dije.
Me miró; sonrió levemente. - ¿Quién le ha dicho que estoy ansiosa?- No hay más que verte. -
¿Psicólogo? -Curioso. Habíamos roto las barreras. Dijo que se llamaba Patricia; por alguna razón
ocultaba su nombre, debía cuidarme. Dijo que era madrileña. Yo Uruguayo le mentí. Establecidas
las reglas del juego, entretuvimos la tarde hablando tonterías. - Si me prometes cambiar la leche
por un Rioja digno de nosotros -dije-, esta noche cenamos juntos. - ¿Y si no?- preguntó. - Nos
encontraríamos para el café. -Ya no tengo ansiedad dijo y volvió a sonreír. A las nueve, aquí
mismo.
La vi marcharse. Esa muchacha me gustaba más de la cuenta; mi oficio prohíbe ese tipo de gustos.
Pensé que un whisky doble expulsaría el mal sentimiento, lo bebí de un trago, pero la muchacha
me seguía gustando. Miré la hora, faltaban unos minutos para las siete. Acaso dormir ayudaría.
Pedí la llave de mi habitación y ordené que me llamaran a las ocho y media. Fue puntual, virtud
infrecuente en las mujeres jóvenes y bonitas. Caminaba con estudiada despreocupación, usaba un
vestido de tela liviana que le acentuaba las formas. Tuve la fantasía de que algunas horas después
se lo iba a quitar. - Magnífica - dije por todo saludo y llamé al barman. Dijo que no iba a beber. Le
recordé la promesa; agregó que sólo bebería vino, durante la comida. Parecía una niña obediente;
fuimos hacia la mesa.
Elegimos una exquisita carne de ternera, rociada con salsa de champiñones y acompañada de
arroz blanco. Supe que en la bodega del hotel había Vega Sicilia y no vacilé: iba a ser su última
cena; merecía el mejor de los vinos. Lo gozamos hasta la última gota y sirvió para recrear nuestras
mentiras. Dijo que estaba en la isla con el propósito de recoger material para un futuro trabajo
acerca de la identidad canaria. Quiso saber de mí. Me inventé una profesión liberal y un desengaño
amoroso, dije que no quería hablar ni de una cosa ni de la otra. A la hora del café y el coñac, le
confesé que me gustaba más de la cuenta y por primera vez, a lo largo de la noche, estaba
diciendo la verdad.
Decidimos que fuese en mi cuarto. Estábamos de pie, junto a la cama y sólo nos iluminaba la luna;
se oía el ruido del mar, pero ni la luna ni el mar me importaron: toda mi atención estaba en ese
cuerpo magnífico, sin una sola mentira. Estuve mucho tiempo mirando el techo y pensando en esas
desarmonías, ajenas a uno, que lamentablemente no tienen arreglo. Recordé a De Quincey: "Si
alguien empieza por permitirse un asesinato pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la
bebida y a la poca observación del día del Señor, y acaba por faltar a la buena educación y por
dejar las cosas para el día siguiente".
Un par de horas más tarde ella abrió los ojos y me dijo algunas cosas que ahora prefiero olvidar. Le
pregunté si conocía la Cueva de los Verdes y le propuse una excursión a la mañana siguiente. Dijo
que sí. No sabía que estaba firmando su sentencia de muerte. Un simple estuche de máquina
fotográfica fue el refugio ideal para la Beretta 7,65 con silenciador incluido. Tomé un café sin
azúcar, de camino a la cueva de los verdes. Habíamos decidido encontrarnos ahí a las diez de la
mañana. La descubrí mezclada con un contingente turístico. Seguimos al guía y nos enteramos de
que estábamos ingresando en una cueva que, trescientos años atrás, había construido la lava
volcánica. Era un túnel que se prolongaba por kilómetros y kilómetros y del que apenas se habían
explorado algunos miles de metros.- Alguna vez fue refugio de los guanches - dijo Mercedes a
media voz. - ¿Los guanches? - Los primeros habitantes de la isla- completó. "Y ahora será tu
tumba", pensé, con dolor.
Conseguí que cerrásemos la marcha de los entusiasmados turistas y así anduvimos entre las
tinieblas. Algunos temas de Pink Floyd y unas pocas luces de colores, astutamente distribuidas, le
daban el toque fantasmagórico que el sitio precisaba. Los hijos de puta de mis clientes habían
sabido elegir el lugar: un cadáver podría permanecer ahí por largo tiempo, hasta que el mal olor de
su putrefacción lo delatase. Pensé que ese cadáver iba a ser el de Mercedes y sentí un ligero
malestar. Decidí terminar el trabajo de una vez por todas y me detuve, con la excusa de ver algo. El
contingente siguió su marcha, ignorándonos. Abrí el estuche fotográfico. -Aquí no se pueden sacar
fotos -bromeó. - No pienso sacar fotos - dije. La Beretta en mi mano obvió cualquier otro
comentario. - No entiendo- dijo y había espanto en su sorpresa. - No es necesario que entiendas
-dije y alcé el arma. - Hay un error -dijo, casi suplicante-. Tiene que haber un error.
Dije que en estos casos nunca hay errores y apreté el gatillo. Se oyó un sonido corto y seco.
Mercedes intentó decir algo, pero todo quedó reducido a un gesto de dolor y desconcierto. En mitad
de su frente, casi a la altura de sus cejas, comenzó a bajar un hilo de sangre. Di un paso atrás y vi
cómo su bello cuerpo se derrumbaba para siempre. Con ternura la llevé hasta el rincón más
escondido de la cueva y la cubrí con cenizas de lava. Me sacudí las manos y la ropa, comprobé
que no había señales delatoras y caminé rápido hacia donde estaba el contingente. Habían pasado
menos de diez minutos. Nadie reparó en su ausencia: estaban encantados jugando con el eco, una
de las maravillas de esa cueva de la muerte.
Los pasos siguientes serían de pura rutina: debía desprenderme del arma y de la documentación
fraguada. En Barcelona tendría tiempo de afeitar mi barba, tirar a la basura los anteojos y el falso
documento. Entré en el hotel pensando en una ducha fría. Iba a pedir la llave de mi cuarto, cuando
una voz femenina, sus palabras, me enmudecieron. - Me llamo Mercedes Gasset - dijo-, hay una
reserva a mi nombre. Tenía que haber llegado ayer. Giré la cabeza y la vi. Ojos grandes, labios
sensuales y pelo agresivamente negro: era mi víctima, la real, que llegaba con un día de atraso.
Pidió un whisky. Pensé en Patricia, sola en la Cueva de los Verdes, cubierta de ceniza de lava;
sentí un odio feroz por esta impostora e imaginé para ella un final innoble e inmediato. Diga lo que
diga De Quincey, no hay que dejar las cosas para el día siguiente. Me acerqué y le dije que ése no
era el mejor modo de combatir la ansiedad. Sonrió.
L P A M I C L U R A
I A M I T C I V N L
R T I E T A V E E P
P R R K R T I R G E
M I E K F F D C R S
A C L A I C I L O P
R I A S V A M L M A
N A T E U R E I I N
U I O S G P N O L T
L U I I A D U D L O
L A E N S G T U O O
P O U A V E U C E A
R P G T B B G I P
R G F O E R G N A S
I F D I B E R L A N
E T O R A Z N A L A
III. COLOCA VERDADERO (V) O FALSO (F) A LAS SIGUIENTES ORACIONES EN
RELACIÓN AL TEXTO LEÍDO. JUSTIFICANDO LAS FALSAS.
1._____ El hombre mató a la mujer indicada en el hotel.
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