Laura de Noves

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c    

(1308-1348) fue la musa de Petrarca, el aliento de su poesía, la inspiración de su vida.


Conoció Petrarca a Laura en Aviñón, donde vivían ambos, un viernes santo. Fue verla y enamorarse. El
nombre tuvo también su parte en el enamoramiento. Petrarca soñaba con la gloria, amaba los laureles. El
Senado de Roma y la universidad de París le coronaron con el laurel de los poetas. Pero su auténtica corona
de laurel, su inspiración, su pasión única e inextinguible era Laura. Fue el de Petrarca un amor romántico,
apasionado, inspirado. Era Laura una mujer casada, y Petrarca un hombre de recta conciencia, por lo que
siempre le atormentaron los escrúpulos sobre su relación con su amada, que no fue tan solo espiritual y
poética. Pero sus versos nunca fueron profanados por nada que no fuese la llama misteriosa de su pasión, la
gentileza, el éxtasis intelectual, el deseo sofocado apenas nacido. Fue el carácter de amor imposible lo que
hizo que se transformase su amor por Laura en amor poético, amor cortés. Gustaba hablar de la esclavitud a
que le tenía sometido Laura. Era recibido Petrarca en casa de ésta, pues al marido le halagaba sobremanera
ser el anfitrión de tan ilustre visitante, que en una inspiración inagotable dedicaba a Laura sus bellos
homenajes literarios. Pero cuando la pasión de Petrarca arreció tanto que temió Laura caer en la infidelidad,
lo rechazó y lo alejó de su casa, sin que por ello se apagase el amor mutuo que se profesaban. Murió Laura
víctima de la peste que asoló Aviñón, y fue enterrada en la iglesia de los frailes menores de esta ciudad.
Cuando se enteró Petrarca de la muerte de su amada, su alma cambió desde lo más hondo. Su poesía mudó
la alegría por la gravedad, la profundidad, la religiosidad. Petrarca siguió cosechando los laureles de la gloria,
pero sin Laura no tenían el mismo perfume ni el mismo valor.

Es el de Laura un nombre de por sí bellísimo y evocador. En él están las virtudes del laurel: su fuerza
inspiradora, su perennidad, su capacidad de ahuyentar los rayos, su fuerza curativa. Y en él están también la
nobleza que le han añadido siglos de historia representando el triunfo. Y por si algo le faltaba, el nombre de
Laura encierra todo el amor de uno de los mayores poetas. ¡Felicidades!

c  VII) Última reina de Egipto, perteneciente a la dinastía de los Lágidas o Ptolomeos (Alejandría,
69 - 30 a. C.). Hija de Ptolomeo XII, fue casada con su propio hermano Ptolomeo XIII, con quien heredó el
Trono en el año 51 a. C. Pronto estallaron los conflictos entre los dos hermanos y esposos, que llevaron al
destronamiento de Cleopatra.

Sin embargo, su suerte cambió al llegar hasta Egipto las luchas civiles de Roma: persiguiendo a su enemigo
Pompeyo, Julio César fue a Egipto y tomó partido por Cleopatra en el conflicto con su hermano. Durante la
llamada «Guerra Alejandrina» (48-47 a. C.) murieron tanto Pompeyo como Ptolomeo XIII y tuvo lugar el
incendio de la legendaria Biblioteca de Alejandría, que se perdió para siempre.

Cleopatra fue repuesta en el Trono por César, que se había convertido en su amante (46 a. C.); y contrajo
matrimonio de nuevo con su otro hermano, Ptolomeo XIV, a quien manejó a su antojo. Cleopatra trató de
utilizar su influencia sobre César para restablecer la hegemonía de Egipto en el Mediterráneo oriental como
aliada de Roma; y el nacimiento de un hijo de ambos -Ptolomeo XV o Cesarión- parecía reforzar esa
posibilidad.

Tras el asesinato de César en el 44 a. C., Cleopatra intentó repetir la maniobra seduciendo a su inmediato
sucesor, el cónsul Marco Antonio, que por aquel entonces luchaba con Augusto por el poder (36 a. C.).
Cleopatra y Antonio impusieron su fuerza en Oriente creando un nuevo reino helenístico capaz de
conquistar Armenia en el 34.

Entonces estalló la «Guerra Ptolemaica» (32-30 a. C.), por la que Augusto llevó hasta Egipto su lucha contra
Antonio. El enfrentamiento definitivo tuvo lugar en la batalla naval de Actium (31), en la que la flota de
Antonio fue derrotada fácilmente al abandonarle los egipcios. Marco Antonio consiguió huir y refugiarse con
Cleopatra en Alejandría; cuando las tropas de Augusto tomaron la ciudad, Antonio se suicidó.

Cleopatra intentaría aún, por tercera vez, seducir al guerrero romano -en esta ocasión Octavio Augusto- para
salvar la vida y el Trono; pero Augusto se mostró insensible a sus encantos y decidió llevarla a Roma como
botín de guerra. Ante tal perspectiva, Cleopatra se suicidó por el procedimiento ritual egipcio de hacerse
morder por un áspid. Augusto aprovechó la circunstancia para asesinar también a su hijo Cesarión,
extinguiendo así la dinastía ptolemaica y anexionando Egipto al Imperio Romano.

Šc conocida como Helena de Troya o Helena de Esparta, es un personaje de la mitología griega; su
leyenda es aludida por casi todos los mitógrafos clásicos. Era considerada hija de Zeus y pretendida por
muchos héroes debido a su gran belleza. Fue seducida o raptada por Paris, príncipe de Troya, lo que originó
una guerra.

Š era la esposa y hermana mayor de Zeus. Su principal función era presidir como diosa de los
nacimientos y el matrimonio. Su equivalente en la mitología romana era Juno. Hera, queriendo dar un buen
ejemplo a los dioses y mortales, eligió la vaca como uno de sus emblemas, porque son los animales más
maternales. No queriendo ser vista tan simple como la vaca, también eligió al pavo real y el león.1

Hera era hija de Rea y Crono, y fue tragada al nacer por éste debido a una profecía sobre que uno de sus
hijos le arrebataría el trono. Zeus se salvó gracias a un plan urdido por Rea y Gea: la primera envolvió una
piedra en pañales y se la dio a Crono en su lugar. Mientras tanto, Zeus fue llevado a una cueva en Creta. Más
tarde Rea dio a Crono un hierba que según le dijo le haría completamente invencible, pero en realidad le
hizo regurgitar a los otros cinco olímpicos: Hestia, Deméter, Hera, Hades y Poseidón, así como la piedra.
Cuando Zeus creció, desterró a Crono al Tártaro, la sima más profunda del inframundo, pues los Titanes eran
inmortales y no podía matárseles.

Se representa a Hera majestuosa y solemne, a menudo en el trono y coronada con el polos (una alta corona
cilíndrica usada por varias de las Grandes Diosas), pudiendo llevar en su mano la granada, símbolo de la fértil
sangre y la muerte, y sustituto de la cápsula narcótica de la amapola.2 El investigador Walter Burkert escribió
en Religión griega: «Sin embargo, hay registros de una representación anterior sin iconos, como una
columna en Argos y una tabla en Samos.»3

Hera fue muy conocida por su naturaleza celosa y vengativa, principalmente contra las amantes y la
descendencia de Zeus, pero también contra los mortales con los que se cruzaba, como Pelias. Paris, quien la
ofendió al elegir a Afrodita como la diosa más bella, se ganó así su odio.

    (
ramos kaì Thísbê) son dos amantes legendarios de la mitología griega y romana.

Su historia, de inspiración oriental, se encuentra entre el mito y la literatura. En realidad, este relato
sentimental es mencionado por primera vez por Higinio (Fabulae 242), quien sólo habla de su suicidio. Es
Ovidio en Las metamorfosis 4) quien narra su leyenda.

c

Píramo y Tisbe eran dos jóvenes babilonios durante el reinado de Semíramis. Habitaban en viviendas vecinas
y se amaban a pesar de la prohibición de sus padres. Se comunicaban con miradas y signos hasta descubrir
una grieta en el muro que separaba las casas. Así pudieron hablarse, enamorarse y desearse cada vez más
intensamente, hasta una noche que decidieron encontrarse junto al monumento de Nino, al amparo de un
moral que allí había, al lado de una fuente. Tisbe llegó primero, pero una leona que regresó de una cacería a
beber de la fuente la atemorizó y huyó, cayéndosele el velo. La leona jugueteó con el velo, manchándolo de
sangre. Al llegar, Píramo descubrió las huellas y el velo manchado de sangre, y creyó que el animal había
matado a Tisbe, por lo que se suicidó clavándose su propio puñal. De su sangre viene el color púrpura de las
moras según Ovidio. De hecho, dentro de la tradición latina, el término
ramea arbor («árbol de Píramo»)
se usaba para designar a la morera. Tisbe, con miedo, salió cautelosamente de su escondite. Cuando llegó al
lugar vio que las moras habían cambiado de color y dudó de si era o no el sitio convenido. Vio a su novio
agonizante, lo abrazó y, a su vez, se suicidó...

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