La Iniciación Cristiana y La Nueva Evangelización

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La iniciación cristiana y la nueva

evangelización
 

Conferencia de D. Atilano Rodríguez Martínez, Obispo de Sigüenza-


Guadalajara,
en  la XX Asamblea diocesana de catequistas.
 
Los evangelios nos dicen que el Señor, después de su resurrección de entre los muertos,
envió a los apóstoles y discípulos mediante la acción del Espíritu Santo hasta los confines
de la tierra: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, ensañándoles a guardar todo lo que yo os he
enseñado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin de los siglos”.
 
Esta misión confiada por el Señor a los primeros discípulos, es un encargo que hoy hace
a toda la Iglesia. Por eso cuando hablamos de evangelización, nos estamos refiriendo al
anuncio, a la celebración y al testimonio cristiano. Cuando nos dirigimos a alguien que no
ha tenido la dicha de encontrarse con Cristo, la evangelización consiste en la iniciación
de esa persona para que pueda llegar a ser cristiano y a vivir como tal. Por lo tanto el
primer cauce de la pastoral de evangelización debe ser el proceso de iniciación cristiana
que normalmente se lleva a cabo en nuestras parroquias.
 
1 ¿QUÉ ES LA INICIACIÓN CRISTIANA?
 
En primer lugar tendríamos que decir que la iniciación cristiana es un don, un regalo de
Dios, que se ofrece a una persona por medio de la Madre Iglesia. De ahí que se llame
iniciación cristiana a todo el proceso o camino, mediante el cual la Iglesia, como Madre
fecunda, engendra nuevos hijos o hace nuevos cristianos. En este proceso hay tres
aspectos que son inseparables y que son esenciales: la iniciativa de Dios, la respuesta de
la persona y la mediación de la Madre Iglesia.
 
La iniciación cristiana es un don de Dios puesto que solo Dios puede hacer que el ser
humano renazca en Cristo a una vida nueva por medio del agua y del Espíritu. Solo Dios
puede hacernos partícipes de la vida eterna. Dios siempre tiene la iniciativa y El tiene la
capacidad de santificar al ser humano por medio de la gracia divina. Estas gracias se nos
comunican por medio de los sacramentos, que como bien sabemos nos introducen en la
vida de Dios y nos alimentan con la vida divina a lo largo de nuestra peregrinación por
este mundo.
 
Pero, además, de ser un don de Dios que Él regala a cada ser humano, la iniciación
cristiana lleva consigo también la respuesta libre y generosa de cada persona a ese
regalo de Dios, impulsado por la gracia. Un regalo puede ser recibido o rechazado por la
persona que ha sido objeto del mismo. Aquí entra en juego el misterio de la libertad de
los seres humanos. Ahora bien esta respuesta, positiva o negativa al don de Dios, no se
puede centrar en un solo momento de la vida, sino que presupone un largo camino de
liberación del pecado y de crecimiento en la fe. La gracia santificante comunicada en el
sacramento es un don al que se puede responder libremente con la ayuda del Espíritu
Santo e incide en todas las dimensiones que configuran la existencia humana.
 
Refiriéndose a este tema, los obispos españoles, dicen en el documento sobre “La
iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones”, publicado el mes de noviembre de 1998:
“La iniciación cristiana…ha de ser considerada una realidad que implica a toda la
persona, la cual ha de asumir existencialmente su condición de hijo de Dios en el Hijo
Jesucristo, abandonando su anterior modo de vivir, mientras realiza el aprendizaje de la
vida cristiana y entra gozosamente en la comunión de la Iglesia, para ser en ella adorador
del Padre y testigo del Dios vivo” (n. 18).
 
Finalmente, la iniciación cristiana es un don de Dios que recibe la persona humana por
medio de la Madre Iglesia. La Iglesia recibe la vida de Cristo para engendrar por mandato
suyo y bajo la acción del Espíritu Santo, nuevos hijos para Dios en todos los pueblos de
la tierra. Esta maternidad la realiza la Iglesia mediante la evangelización y la celebración
de los sacramentos.
 
Teniendo en cuanta lo anteriormente dicho tendríamos que preguntarnos: ¿Estamos
llevando a cabo una auténtica iniciación cristiana en nuestras parroquias? ¿Los
contenidos catequéticos, tal como los estamos ofreciendo tienen la fuerza necesaria para
provocar la conversión de las personas, niños, jóvenes y adultos, a Jesucristo y para
logar la incorporación a la comunidad cristiana de los neófitos?
 
2. ¿DE DÓNDE VENIMOS?
 
Hace unos cuantos años, el despertar religioso de los niños y la iniciación cristiana de los
mismos tenían lugar en el ámbito familiar. Este era el lugar propio pues los padres
cumplían de este modo la responsabilidad que habían asumido el día de su matrimonio y,
posteriormente, el día del bautismo de sus hijos, comprometiéndose a educarlos en la fe
de la Iglesia.
 
En el cumplimiento de esta responsabilidad, los padres experimentaban el apoyo del
ambiente social, en el que se cuidaban los valores y se exigían unos determinados
comportamientos. La escuela apoyaba también la misión de los padres con la clase de
religión y, por supuesto, la parroquia, además de ofrecer la catequesis a los niños, les
ofrecía la posibilidad de recibir los sacramentos de la iniciación cristiana.
 
Esta situación se mantuvo durante largos años en nuestro país hasta que los profundos
cambios culturales, sociales, políticos han cambiado la forma de pensar, de vivir y de
actuar de muchos bautizados en nuestro país. Como consecuencia de estos cambios, las
responsabilidades de muchos cristianos en lo referente a la vivencia de la fe, así como
sus prácticas religiosas poco a poco se han ido olvidando o perdiendo.
 
Por supuesto, estos cambios han afectado a las personas adultas, pero mucho más a los
jóvenes, que crecieron ya en un ambiente de profunda secularización, de indiferencia
religiosa, de constantes dificultades en los colegios para su formación cristiana y de
sufrimiento en las parroquias por no saber muy bien cómo formar a estos niños y jóvenes
en la fe al faltarle, en general, el apoyo y la implicación de los padres.
 
3. ¿DÓNDE NOS ENCONTRAMOS?
 
Sin duda, durante estos últimos años, ha habido una preocupación por parte de Obispos,
sacerdotes y catequistas en relación a la iniciación cristiana. La Conferencia Episcopal,
después de la instauración del catecumenado por el Concilio Vat. II, ha publicado dos
importantes documentos sobre la Iniciación Cristiana, recomendando su implantación. En
muchas diócesis españolas se han presentado durante estos años pasados buenos
directorios sobre la iniciación cristiana. En las parroquias se están haciendo importantes
esfuerzos para la preparación de niños y adolescentes a la recepción de los sacramentos
de la iniciación cristiana.
 
A pesar de todo esto, a mi modo de ver, no hemos penetrado en el núcleo de la cuestión.
En la mayor parte de los casos seguimos manteniendo esquemas del pasado y no damos
pasos decididos para hacer las reformas que pide la nueva realidad cultural, social y
religiosa en la que nos toca vivir. Actuamos como si viviésemos en una sociedad
cristiana, en la que contábamos con la preocupación de las familias por la formación
cristiana de sus hijos y con el apoyo de los centros de enseñanza.
 
Hoy, la contemplación de la realidad nos dice que la situación es muy distinta, que las
cosas han cambiado radicalmente a lo que sucedía en tiempos pasados. Por una parte
nos encontramos con muchos adultos, que han recibido el sacramento del bautismo, pero
que viven como si Dios no existiese. Están necesitados de una nueva evangelización,
que les ayude a descubrir el significado del bautismo y el sentido de su pertenencia a la
Iglesia. Por otra parte, vemos que hay padres de familia, creyentes y practicantes, que
piden el bautismo para sus hijos y están profundamente convencidos de que tienen que
educarlos en la fe. Por el contrario, otros padres están bautizados pero no son
practicantes. Piden a la Iglesia el bautismo para sus hijos, pensando más en la
celebración de una fiesta profana que en la celebración religiosa.
 
Junto a esta realidad, todos somos conscientes de que el ambiente social y cultural del
momento presente, no solo no favorece la vivencia de la fe, sino que en muchos casos
pone los medios para que los adultos y los jóvenes no piensen, para que no se planteen
el sentido de la vida y para que, si deciden vivir su fe, lo hagan en la intimidad de su
conciencia pero sin ninguna manifestación pública de la misma. Como consecuencia de
todo ello, los niños llegan a las parroquias sin haber hecho en muchos casos el despertar
religioso o la primera iniciación en el seno familiar. Los padres huyen de sus
responsabilidades educativas y descargan la formación cristiana de sus hijos en los
catequistas y sacerdotes.
 
Por otra parte, observamos que cada día vienen menos niños a la catequesis, que les
preocupa más cumplir con el trámite de la recepción de unos sacramentos que vivir con
gozo el seguimiento de Cristo. La experiencia y las estadísticas nos dice que el número
de niños y adolescentes desciende cada vez más después de la primera comunión y más
aún después de la celebración del sacramento de la confirmación. Esta realidad está
resultando una carga pesada y una experiencia de sufrimiento para sacerdotes, religiosos
y catequistas. Por lo tanto no podemos seguir actuando como si viviésemos en una
sociedad cristiana.
 
Ciertamente, tenemos que alabar y agradecer a Dios el que aún existan padres, que a
pesar de los efectos de la secularización, del relativismo en los comportamientos sociales
y de la creciente indiferencia religiosa, sigan acercándose a las parroquias para pedir el
bautismo para sus hijos. Tenemos que acogerlos muy bien y con mucho cariño, debemos
descubrir su problemática religiosa y plantearles la necesidad de hacer una reflexión
sobre el sentido de su vida, sobre la importancia de la fe para alguien que ha sido creado
a imagen y semejanza de Dios, sobre sus convicciones religiosas y sobre sus
compromisos como padres cristianos.
 
En la mayor parte de los casos, estos padres, que han prometido en el sacramento del
matrimonio recibir de Dios responsable y amorosamente los hijos y educarlos según la fe
de la Iglesia, ahora en el bautismo van a renovar ese compromiso. Sin embargo
comprobamos que no tienen experiencia religiosa ni muestran tampoco interés por la
posterior formación cristiana de sus hijos. En otros casos, aunque tengan inquietud, no
tienen capacidad para hacerlo. Sin embargo, en la mayor parte de los casos, seguimos
celebrando el bautismo como si las familias realmente fuesen cristianas.
 
Al hacer una reflexión sobre la realidad que rodea hoy el bautismo de párvulos así como
la celebración de los restantes sacramentos de la iniciación cristiana, descubrimos que
tenemos necesidad de replantearnos todo el tema de la iniciación cristiana, puesto que
no es correcto desligar el bautismo de la iniciación cristiana del párvulo. Incluso
tendríamos que llegar a preguntarnos: ¿No estaremos celebrando el sacramento del
bautismo de forma incorrecta, sin las garantías y las condiciones esenciales y necesarias
para que este sacramento produzca sus frutos en quien lo recibe?
 
4. ES NECESARIO ABORDAR EL PROBLEMA DE FONDO
 
Por supuesto, con mi exposición no quiero ni debo hacer una crítica de la extraordinaria
labor que estáis realizando los catequistas y los sacerdotes en vuestras respectivas
parroquias. Todos hacéis lo que podéis y tal vez más de lo que podéis a la hora de
intentar transmitir la propia experiencia creyente a los niños y a los adolescentes.
Tampoco pretendo ahora ofrecer elementos para una discusión sobre la edad o el orden
en la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana.
 
Aunque en su momento haya que afrontar estas cuestiones, pienso sin embargo que las
discusiones sobre estos temas, vividas en el pasado por muchos con pasión, nos han
impedido abordar el auténtico problema de la iniciación cristiana. Y ¿cuál es el problema?
A mi modo de ver lo más urgente en este momento es detectar si en los procesos de
catequesis que estamos llevando a cabo en las parroquias estamos haciendo
cristianos o no, es decir, si estamos consiguiendo poner a los niños en contacto
con Jesucristo para que experimenten la necesidad del seguimiento y de la
conversión personal a Él y a la vida de la Iglesia
 
Para ello tendríamos que preguntarnos: ¿Nuestros niños, adolescentes y jóvenes durante
su iniciación cristiana viven un proceso de conversión personal a Jesucristo? ¿Llegan a
reconocer a Dios como centro y fundamento de sus vidas, asumiendo con gozo su
pertenencia a la Iglesia y recibiendo frecuentemente los sacramentos? Para responder a
estas preguntas, tendríamos que contemplar las respuestas de los niños y jóvenes
después de la catequesis y después de la recepción de los sacramentos de la iniciación
cristiana.
 
Cuando vemos la falta de perseverancia de los niños y jóvenes después de la recepción
de los sacramentos de la Eucaristía, Penitencia y Confirmación, podemos afirmar sin
miedo a equivocarnos que, en el fondo, la mayor parte siguen siendo tan paganos como
cuando se acercaron a la catequesis. Sin duda han recibido una instrucción religiosa, han
participado en unos sacramentos, tienen más conocimientos sobre Dios, sobre Jesucristo
y sobre la Iglesia, que cuando se acercaron a la Iglesia para comenzar su iniciación
cristiana, pero no han vivido o experimentado durante los años de la catequesis una
verdadera conversión a Jesucristo y, por supuesto, no han descubierto su pertenencia a
la Iglesia. Tendríamos que preguntarnos: ¿Podemos conformarnos con seguir
impartiendo unas catequesis que no provoca la conversión a Jesucristo y que no ayudan
a su seguimiento? Este es, a mi modo de ver, el verdadero problema.
 
Ciertamente el bautismo nos une a todos a Cristo, nos hace criaturas nuevas, nos
regenera como hijos de Dios, nos constituye hijos de Dios y nos hace participes de la
naturaleza divina, pero la experiencia nos dice que no nacemos cristianos si no que nos
vamos haciendo seguidores de Jesucristo con el paso del tiempo, al intentar ajustar
nuestra existencia, nuestros criterios, pensamientos y sentimientos, a los de Cristo. Para
ser cristiano y vivir como tal hay que convertirse a Cristo, decidirse a aceptarlo como
Señor y como modelo de nuestra existencia de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia.
 
5. EL BAUTISMO, SACRAMENTO DE LA FE Y DE LA CONVERSIÓN
 
Si tenemos en cuenta que la realidad descrita coincide más o menos con la que nos
encontramos en nuestras parroquias caben dos posibilidades. La primera consistiría en
seguir haciendo lo que ya estamos haciendo, aunque no existan conversiones a
Jesucristo ni verdadera inserción en la Iglesia. La segunda debería llevarnos a
escuchar la voz del Señor desde la realidad de increencia e indiferencia religiosa y
preguntarnos qué quiere que hagamos, qué podemos hacer ante esta realidad de
increencia y poner los medios adecuados, aunque no lleguemos a conseguir los
resultados apetecidos.
 
A mi modo de ver, antes de dar ningún paso, tendríamos que hacer una sencilla reflexión
sobre el sentido y el significado del sacramento del bautismo y sobre los restantes
sacramentos de la iniciación cristiana, teniendo en cuenta la realidad religiosa de los
padres que piden el bautismo para ellos. Ciertamente no podemos actuar del mismo
modo en todos los casos. Aquellos padres que viven y celebran su fe ordinariamente
ofrecen garantías de que sus hijos serán educados en la fe. Sin embargo, otros padres
no ofrecen estas garantías. Con ellos habrá que hacer una catequesis previa para
ayudarles a descubrir su incongruencia a la hora de solicitar el bautismo para sus hijos.
Desde una actitud dialogante tendíamos que invitarlos a iniciar un catecumenado que les
ayude a vivir su fe y a asumir la responsabilidad que adquieren en la formación cristiana
de sus hijos. Si no hay garantías fundadas de que el niño sea educado en la fe, teniendo
en cuenta la respuesta de padres y padrinos, lo normal sería diferir la celebración del
bautismo hasta que el niño llegue al uso de la razón y comience el proceso de iniciación
cristiana.
 
En principio, todos sabemos muy bien que el sacramento del bautismo requiere que
quien ha sido bautizado en la fe de la Iglesia llegue a profesar la fe recibida y viva
de acuerdo con ella como discípulo de Cristo e hijo de Dios. Por eso, si volvemos la
vista a los primeros momentos de la Iglesia, vemos que existe un catecumenado como
tiempo oportuno para llevar a cabo el proceso de iniciación y de conversión personal de
los catecúmenos antes de recibir el sacramento del bautismo.
 
Esto nos dice que el catecumenado no era algo opcional, sino que formaba parte
integrante de los sacramentos de la iniciación. Por lo tanto, teniendo esto en cuenta,
deberíamos tener muy presente que antes o después de recibir el sacramento del
bautismo es necesario vivir un proceso de interiorización personal de la fe de la Iglesia
que le ha sido anunciada y entregada en los sacramentos. Asimismo es necesario vivir
una conversión al amor de Dios, que nos salva en Jesucristo, por medio de la Iglesia.
 
Como bien sabemos, el sacramento del bautismo es el sacramento de la fe entregada por
la Iglesia y confesada por padres y padrinos en nombre del párvulo, pero es también el
sacramento de la fe aceptada personalmente y profesada por el neófito en comunión con
la Iglesia. De este modo, al profesar la fe, el neófito se integra plenamente en la
comunidad de los discípulos de Cristo, se adhiere a Él y recibe el don del Espíritu Santo
con todas las riquezas de la salvación de Dios. En la antigüedad bautizante y bautizando
recitaban juntos el Credo como resumen de la fe de la Iglesia. Esta era la culminación del
catecumenado.
 
En este sentido el Santo Padre, siendo aún Cardenal, decía que el catecumenado es de
por sí parte del bautismo. No puede ser algo opcional que se toma o se deja según los
gustos, sino que ha de ser “parte constitutiva del mismo sacramento”. En el sacramento
del bautismo se produce la fusión de la fe del catecúmeno con la fe de la Iglesia.
 
Para dar pasos en el futuro, nos conviene escuchar y tener en cuenta la definición, que el
beato Juan Pablo II, nos ofrecía después de la celebración del Sínodo sobre Europa y
después de constatar las carencias de fe de muchos europeos. Decía el Papa: “La
catequesis es un proceso de formación en la fe, la esperanza y la caridad, que informa la
mente y toca el corazón, llevando a la persona a abrazar a Cristo de modo pleno y
completo. Introduce más plenamente al creyente en la experiencia de vida cristiana que
incluye la celebración litúrgica del misterio de la redención y el servicio cristiano a los
otros”. (Ecclesia in Europa, 69).
 
6. NECESITAMOS UNA NUEVA MENTALIDAD
 
El proceso de iniciación cristiana debería desarrollarse principalmente mediante dos
funciones, íntimamente relacionadas entre sí y vividas concretamente en el seno de una
comunidad eclesial: la catequesis y la liturgia. Estas dos funciones constituyen dos
dimensiones de una misma realidad: “introducir a los hombres en el misterio de Cristo y
de la Iglesia” (CEE, La iniciación cristiana, n 39).
 
Teniendo en cuenta que la actual realidad de indiferencia religiosa y de paganismo, que
hoy percibimos, se parece mucho, según los estudiosos de la catequesis, a la realidad de
la Iglesia de los siglos IV y V, tendríamos que pararnos a contemplar la actuación de la
Iglesia en aquellos momentos. Si nos fijamos, vemos que, desde los tiempos apostólicos,
para llegar a ser cristianos se sigue un camino y una iniciación que consta de varias
etapas, con unos elementos esenciales: anuncio de la Palabra, acogida del Evangelio
que lleva a la conversión, la profesión de fe, el bautismo, la efusión del Espíritu Santo en
la confirmación y el acceso a la comunión Eucarística.
 
Teniendo en cuenta la realidad anteriormente descrita y esta praxis de la Iglesia primitiva,
deberíamos plantearnos establecer un proceso de iniciación cristiana, que se va
desarrollando durante un tiempo prudencial, pero que no pone el punto de mira tanto en
la celebración de los sacramentos sino en la formación de auténticos cristianos. Esto nos
obliga a no señalar una edad concreta o un determinado curso académico para la
celebración de los sacramentos.
 
La participación en los sacramentos dependerá de la evolución y de la madurez cristiana
del niño y del juicio de catequistas y sacerdote sobre su formación cristiana para recibir
los sacramentos. No podemos seguir formando para recibir los sacramentos sino para
conseguir la adhesión del niño o adulto a Cristo y la participación en la vida de la
comunidad cristiana. Los sacramentos son necesarios en el proceso de la iniciación
cristiana pero cuando llegue el momento y el anuncio haya provocado la conversión de
quienes desean participar en los sacramentos.
 
Esto nos obliga a revisar nuestras catequesis, pues no podemos limitarnos solo a
transmitir conocimientos como suele ocurrir en la clase del colegio. Deberíamos
proponernos una catequesis mucho más vivencial y oracional. Se trata de ofrecer una
catequesis, en la que, además de conocimientos, se provoca la experiencia del encuentro
personal con Cristo por parte de cada uno de los niños o adolescentes y a partir de este
encuentro experimentan la necesidad de vivir como Cristo en las relaciones familiares, en
el colegio y en los comportamientos con sus semejantes. Una fe sin obras es una fe
muerta.
 
Pero, además, de hacer una revisión profunda de la catequesis, tendríamos que
ponernos todos en proceso de sincera conversión al Señor. Dios no sólo nos habla a
través de la Palabra, también nos habla a través de los acontecimientos de la
historia y de los comportamientos de las personas. Hemos de escuchar con
atención y discernir lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias (Ap. 2, 29) a
través de los signos de los tiempos en que Dios se manifiesta.
 
La nueva realidad nos obliga a introducir o provocar en toda la comunidad cristiana y,
especialmente en cuantos intervienen en la iniciación cristiana, sacerdotes, padres,
catequistas, etc, una nueva mentalidad, que nos ayude a entender que la celebración de
los sacramentos debe ir precedida por la evangelización, la fe, la conversión. Solamente
de este modo los sacramentos pueden dar frutos en la vida de los fieles (CEC 1072).
 
Esta apertura de miras, que es tarea de toda la comunidad cristiana y que ha de
realizarse por los más variados medios, solo será posible si la palabra va acompañada
del testimonio de vida. Por eso la santidad es un requisito previo y esencial para una
auténtica evangelización. No podemos conformarnos con una vida mediocre, vivida
según unos mínimos éticos, hemos de aspirar a la santidad, como exigencia del
bautismo.
 
En este proceso de iniciación cristiana la persona del catequista es básica. Ejerce una
misión eclesial, que requiere una profunda e íntegra experiencia de fe, así como una
sólida formación para ser guía espiritual de los catequizandos, acompañándolos en el
aprendizaje y maduración de la fe (CEE, La iniciación cristiana, n 44). Para todo ello será
necesario un Plan diocesano de formación de catequistas.
 
7. ¿CÓMO HACER CRISTIANOS EN LA NUEVA REALIDAD?
 
Como hemos señalado la Iglesia se plantea el catecumenado para la iniciación cristiana
de quienes no han sido bautizados, bien sean adultos, adolescentes o niños. Pero, hoy,
nos encontramos en la actividad pastoral con muchos bautizados, que no han recibido
una verdadera catequesis y que no tienen ningún tipo de práctica religiosa. Esta realidad
es amplísima y muy variada. Son muchos los bautizados, que de hecho no han sido
evangelizados ni catequizados. Toda esta realidad merece una atención especial que ha
de concretarse en acciones pastorales que contemplen la iniciación a la fe.
 
Por otra parte, también percibimos que la actividad pastoral está muy condicionada por la
demanda de sacramentos, especialmente por la petición del bautismo y de la eucaristía.
Esta demanda nos tiene atenazados por lo que hemos hecho o por lo que hemos
permitido en otros tiempos de religiosidad generalizada.
 
En esta realidad no podemos dar nada por supuesto en lo referente al tema religioso.
Cuando el ambiente era profundamente religioso, era normal que el despertar religioso en
el seno de la familia no tuviese dificultades. Hoy nos encontramos con una sociedad, que
en muchos casos vive con indiferencia ante el hecho religioso, aunque en ocasiones
percibimos que no es tan laica como se dice. Ciertamente ha habido un descenso de la
práctica religiosa, sin embargo sigue habiendo una demanda de sacramentos. Este es un
signo de los tiempos y, por tanto, un reto pastoral. Los cristianos no solo somos enviados
a los que creen sino a quienes no creen o profesan de palabra una fe que luego no viven.
Además la mayor parte provienen de una realidad sociológica que no se define como
religiosa, pero ellos, aunque no lo manifiesten, esperan y necesitan nuestra atención.
 
Para proponer caminos de iniciación hemos de aceptar esta realidad, convertirnos
pastoralmente a ella por medio de la oración y desde actitudes evangélicas, como las de
Jesús, para discernir cómo actuar en cada momento. Para ver qué caminos hemos de
recorrer a la hora de iniciar en la fe, debemos antes conocer y amar esta realidad y estas
personas concretas, que son Iglesia porque recibieron en su día el sacramento del
bautismo y, de alguna manera, recibieron una incipiente iniciación. Aunque ahora vivan
anclados en el infantilismo religioso, que les impide actuar como cristianos conscientes y
adultos en la fe.
 
Teniendo esto en cuenta y partiendo del documento de los Obispos españoles sobre la
iniciación cristiana puede proponerse un iter en la acción pastoral, que tiene su punto de
partida en la Iglesia particular, en cuanto ejerce su función maternal, realizando la
iniciación cristiana en distintos lugares y por medio de las dos grandes funciones de la
catequesis y de la liturgia.
 
8. LUGARES O ÁMBITOS PARA LA INICIACIÓN CRISTIANA
 
Aunque la misión maternal corresponde a todo el cuerpo eclesial, sin embargo se lleva a
cabo en cada Iglesia particular, en la que, como nos dice el Concilio, está presente y
actúa la Iglesia de Jesucristo una, santa, católica y apostólica. En la Iglesia particular,
cada fiel, mediante la fe y el bautismo, es injertado en Cristo y constituido miembro vivo
de la Iglesia. El ingreso y la participación en la Iglesia universal se realiza necesariamente
en una Iglesia particular (CEE, La iniciación cristiana.. (1998).
 
La Iglesia diocesana, por tanto, es el sujeto de toda la iniciación cristiana. El Obispo,
contando con la colaboración de sacerdotes, religiosos, diáconos y catequistas asume
esta especial responsabilidad. Y, dentro de la diócesis, la parroquia es el ámbito propio y
principal para realizar la iniciación cristiana en todas sus facetas catequéticas y litúrgicas
en lo referente al nacimiento y al desarrollo de la fe.
 
A. LA PARROQUIA Y LA INICIACIÓN CRISTIANA
 
El documento de la Conferencia Episcopal sobre la Iniciación Cristiana señala que el
cristiano recibe la fe en la Iglesia y por medio de la Iglesia. La parroquia nació para
acercar la mediación de la Iglesia a todos sus miembros. En ella se vive la comunión de
fe, de culto y de misión con toda la Iglesia. La parroquia constituida de modo estable en la
Iglesia particular es “el lugar privilegiado donde se realiza la iniciación cristiana (CC 268).
 
Por tanto, la parroquia ha de ser considerada como verdadera célula de la Iglesia
particular, en la que se hace presente la Iglesia universal y es, por tanto, después de la
Catedral, ámbito privilegiado para realizar la iniciación cristiana en todas sus facetas
catequéticas y litúrgicas del nacimiento y del desarrollo de la fe (DGC 257-258).
 
A pesar de las dificultades actuales para la evangelización, es muy importante que la
comunidad cristiana cree espacios de acogida y de evangelización. En ocasiones, sobre
todo, cuando las parroquias son pequeñas o aunque sean grandes, la iniciación cristiana
puede ser un trabajo de varias parroquias. Esto facilita el trabajo y es signo visible de
comunión eclesial. Lo primero que hay que hacer, pensando en la iniciación cristiana es
la renovación y revitalización de las comunidades parroquiales, pues estas son siempre
punto de referencia para quienes se acercan a Iglesia de Cristo y quieren vivir como
cristianos.
 
En segundo lugar, además de esta necesaria renovación de la comunidad parroquial, es
necesario que existan miembros de la comunidad que asuman con gozo la importancia
de proponer la fe con actitud misionera. Hace unos quince años, los obispos franceses
publicaron un documento titulado: Proponer la fe. En dicho documento señalan que la
pastoral parroquial ha de centrarse en tres aspectos: la acogida, la propuesta y el
acompañamiento. Esta tendría que ser la base metodológica para convocar a iniciar un
proceso de fe y para llevarlo a término. Por supuesto el proceso tendría que ser
completado con la celebración y el anuncio. Si nos fijamos este planteamiento es el
realizado por Jesús con los discípulos de Emaús (Lc 24, 11-ss).
 
Los obispos italianos, pensando en la iniciación de los niños, señalan que se ha
planteado la iniciación cristiana prestando especial atención a la iniciación para los
sacramentos. En el futuro será más necesario el tratar de iniciar a “través de los
sacramentos”. Esto es muy importante el tenerlo presente en la acogida de las personas
y en la propuesta de los itinerarios.
 
En tercer lugar, surge la pregunta del millón: ¿Cómo conseguir que vengan? ¿Qué
podemos hacer para que se preste acogida al anuncio? ¿Cómo animar para que las
personas quieran recibir el don de la gracia? Tal vez hoy es lo más difícil. Especialmente
cuando nos planteamos la evangelización de los adultos ya bautizados y alejados de la
Iglesia nos encontramos con el problema de la convocatoria.
 
Concretamente, estoy pensando en estos momentos en la propuesta a los padres de los
niños que vienen a la catequesis. ¿Cómo podemos ayudarles a participar en la
catequesis de sus hijos? ¿Cómo podemos convocar a grupos de adultos para que
descubran la necesidad de su formación cristiana? A la hora de hacerlo, no deberíamos
olvidar que en la iniciación la Iglesia muestra su rostro misionero hacia el que pide la fe y
hacia las nuevas generaciones. Esto de un modo especial debería tenerlo en cuenta la
parroquia puesto que es el lugar en el que se realiza este camino.
 
B. LA FAMILIA Y SU RESPONSABILIDAD EN LA INICIACIÓN CRISTIANA
 
Juntamente con la parroquia o dentro de la parroquia y formando parte de la misma, la
familia es lugar privilegiado para la iniciación cristiana. “Por el hecho de haber dado la
vida a los hijos, los padres tienen el derecho originario, primario e inalienable de
educarlos; por esta razón ellos deben ser reconocidos como los primeros y principales
educadores de sus hijos” (CCE, Iniciación Cristiana, n. 34). “Antes que nadie, los padres
cristianos están obligados a formar a sus hijos en la fe y en la práctica de la vida cristiana,
mediante la palabra y el ejemplo” (CIC 774).
 
Este derecho-deber de los padres brota del sacramento del bautismo y del matrimonio,
así como de la consideración de la familia cristiana como pequeña iglesia doméstica. La
misión de la familia cristiana es un verdadero ministerio por medio del cual irradia el
Evangelio a sus hijos y a los restantes miembros de la sociedad. La misma vida de familia
se hace itinerario de fe y de iniciación cristiana. Por lo tanto la familia cristiana sigue
siendo la estructura básica de la iniciación cristiana. Nadie puede suplantarla ni sustituirla
en su misión.
 
Ayudar a la familia a renovarse evangélicamente y al seguimiento de Cristo es una
responsabilidad de toda la comunidad cristiana. La familia, que transmite la fe, hace
posible el despertar religioso de los hijos y lleva a cabo la responsabilidad de impulsar la
iniciación cristiana que corresponde a sus miembros. “En el seno de la familia la persona,
mediante la regeneración por el bautismo y la educación en la fe, es introducida también
en la familia de Dios, que es la Iglesia”. Por eso el ámbito de la familia es el primer lugar
natural para la preparación de los sacramentos (FC. 15).
 
Benedicto XVI, en la Exhortación Apostólica Postsinodal “Sacramentum caritatis”, al
referirse a la relación entre la iniciación cristiana y la familia, dice: “En la acción pastoral
se tiene que asociar siempre la familia cristiana al itinerario de iniciación. Recibir el
bautismo, la confirmación y acercarse por primera vez a la Eucaristía, son
momentos decisivos no solo para la persona que los recibe sino también para toda
la familia, la cual ha de ser ayudada en su tarea educativa por la comunidad
eclesial, con la participación de sus diversos miembros” (n. 19).
 
En la homilía de clausura del V Encuentro Mundial de las Familias, celebrado en Valencia
durante el mes de julio de 2006, afirmaba: “Los padres cristianos están llamados a dar un
testimonio creíble de su fe y esperanza cristianas. Han de procurar que la llamada de
Dios y la Buena Nueva de Cristo lleguen a sus hijos con la mayor claridad y
autenticidad…La familia cristiana transmite la fe cuando los padres enseñan a sus hijos a
rezar y rezan con ellos; cuando los acercan a los sacramentos y los van introduciendo en
la vida de la Iglesia; cuando todos se reúnen para leer la Biblia, iluminando la vida familiar
a la luz de la fe y alabando a Dios, como Padre”.
 
Según esto, los padres deben seguir siendo los principales educadores de sus hijos,
también en el ámbito religioso. Cuando esto no sucede, la Iglesia u otras
instituciones están usurpando una misión que no le corresponde. La parroquia
debe colaborar con los padres, pero ellos deben ser los primeros testigos de la fe
para sus hijos. Teniendo esto en cuenta, deberíamos plantearnos muy seriamente
que hoy la catequesis no puede ser únicamente para los niños sino para sus
padres. Con esto se plantea una auténtica revolución en la catequesis.
 
Pensando en la necesidad de la familia para la iniciación cristiana de sus hijos y en la
necesidad de orientar la catequesis desde un planteamiento catecumenal nos viene
bien escuchar las palabras del Papa Benedicto XVI en la Exhortación potsinodal
“Sacramentum caritatis”. Dice: “Se ha de tener siempre presente que toda la iniciación
cristiana es un camino de conversión, que se debe recorrer con la ayuda de Dios y en
constante referencia a la comunidad eclesial, ya sea cuando es el adulto mismo quien
solicita entrar en la Iglesia, como ocurre en los lugares de primera evangelización o en
muchas zonas secularizadas, o bien cuando son los padres los que piden los
Sacramentos para sus hijos. A este respecto, deseo llamar la atención de modo especial
sobre la relación que hay entre la iniciación cristiana y la familia. En la acción pastoral
se tiene que asociar siempre la familia cristiana al itinerario de iniciación. Recibir el
bautismo, la confirmación y acercarse por primera vez a la eucaristía, son momentos
decisivos, no solo para la persona que los recibe sino también para toda la familia, la cual
ha de ser ayudada en su tarea educativa por la comunidad eclesial, con la participación
de sus diversos miembros”. (n. 19).
 
Para concluir este apartado, tendríamos que decir que, además de la parroquia y la
familia, existen también otros ámbitos para la iniciación cristiana, como pueden ser los
movimientos de AC, las asociaciones y movimientos laicales, la escuela católica y las
nuevas realidades eclesiales. Ahora bien, para cumplir con la misión de iniciar, tendrían
que asumir el proyecto de iniciación cristiana diocesano, en estrecha colaboración con las
parroquias, que son la última localización de la Iglesia en un lugar determinado.
 
9. LA FIGURA DEL CATEQUISTA Y DEL SACERDOTE
 
En el proceso de la iniciación cristiana el catequista es una figura fundamental. Para que
los catecúmenos puedan avanzar en el proceso necesitan un catequista que los
acompañe y que les ayude, no sólo con sus enseñanzas, sino con su testimonio de fe.
Por eso han de tener una identidad cristiana y eclesial bien definida para ser testigo de la
vida cristiana de los catecúmenos. Nadie puede transmitir la fe que no vive o celebra.
 
Los catequistas desempeñan una labor eclesial de gran importancia y responsabilidad, en
la que han de extremar su fidelidad a la fe de la Iglesia y el respeto a los catecúmenos.
No se trata de ofrecer los propios criterios, sino lo que la Iglesia enseña y vive, porque
van a ser bautizados en esa fe. En este sentido es necesario también tener en cuenta
que nadie puede dar lo que no tiene. No se puede transmitir la fe si no se cree y
“vive”. No se pude transmitir el Evangelio, sin saber lo que significa “estar con
Jesús” (Mc 3, 13-14). La experiencia de estar con Jesús es la que impulsa al anuncio, a
compartir lo vivido, habiéndolo experimentado como bueno y positivo.
 
El mandato del anuncio no está reservado a unos pocos. Es un don para cada ser
humano que responde a la fe, es una acción de toda la Iglesia, que descubre en la
transmisión su propia identidad. Esto nos obliga a superar la fractura entre fe y vida
 
El acompañamiento de los catequistas en su misión formativa y espiritual tiene que ser
una responsabilidad prioritaria de los sacerdotes responsables de la comunidad cristiana.
En este sentido habría que pensar en reuniones semanales para preparar catequesis y
para la formación personal, doctrinal y espiritual.
 
Los catequistas deberían ser un modelo visible de lo que tendrían que llegar a ser sus
catecúmenos. Para ello se requiere dedicar un tiempo a la formación integral y buscar
momentos para la estrecha colaboración con el sacerdote, los padres y el catecúmeno.
No tiene sentido un catequista que no cumple con los deberes fundamentales del
cristiano: no va a misa o mantiene una postura de disidencia con el Papa y los Obispos.
 
El Objetivo de cualquier buen catequista, en cualquier nivel, debe ser el ayudar a los
niños y jóvenes a asumir la fe de la Iglesia, lograr que imiten a Jesucristo, hijo de Dios y
plenitud de vida para la Iglesia y la sociedad.
 
10. CAMINOS PARA INICIAR EN LA FE
 
Teniendo en cuenta lo dicho hasta el momento sobre la misión de la parroquia y de la
familia, y teniendo en cuenta la realidad social, cultural y religiosa en la que ha de llevarse
a cabo la iniciación cristiana, me atrevo a proponer algunos caminos pastorales que
deberíamos recorrer desde la comunión y la corresponsabilidad en la iniciación cristiana y
en la formación en la fe de los jóvenes y de los adultos.
 
Ciertamente la catequesis continuada está llamada a ser la parte fundamental del
proceso de iniciación cristiana. La catequesis debe ser “Elemento fundamental de la
iniciación cristiana, estrechamente vinculada a los sacramentos de la iniciación,
especialmente al bautismo” (DGC 66).
 
Ahora bien, a la hora de impartir la catequesis habría que tener muy claro que está debe
procurar que los catecúmenos descubran toda la significación de su bautismo, lo
comprenda, lo acepte y lo viva como marco de toda su existencia. El elemento común
entre catequesis y bautismo es la profesión de la fe. En nuestro caso, teniendo en cuenta
que la mayor parte de los niños ya están bautizados, la catequesis tiene que intentar
ayudarles a vivir lo que ya son: miembro de la Iglesia, injertado en Cristo, hijo de Dios por
el Espíritu Santo, ciudadano del cielo, testigo y servidor del Reino de Dios en el mundo.
 
Lo verdaderamente importante en la catequesis es el desarrollo de la fe de los
catecúmenos como relación personal con Jesucristo, como fundamento de la existencia y
como razón para esperar la vida eterna, con un verdadero desarrollo de las virtudes
teologales de la fe, la esperanza y la caridad. El objetivo de la transmisión de la fe debe
ser el encuentro con Jesucristo, en el Espíritu Santo, para llegar a vivir la experiencia de
Padre. Transmitir la fe significa crear en cada lugar y en cada tiempo las condiciones
necesarias para que este encuentro entre los hombres y Jesucristo se realice.
 
Don Fernando Sebastián, al reflexionar sobre este tema, señala que los niños bautizados
o no bautizados lo que verdaderamente necesitan cuando acuden a la catequesis es un
verdadero catecumenado, “que los introduzca de manera gradual no solo en el
conocimiento de las verdades de la fe, sino en la práctica real de la vida cristiana, de la
oración, del amor de Dios y del prójimo, ayudándoles a practicar el conjunto de las
virtudes cristianas y a participar en la vida de la comunidad cristiana” (Evangelizar, pág
304).
 
Esto ya lo insinuaba Pablo VI en EN 44 y esto mismo nos lo recuerda también el
Catecismo de la Iglesia Católica, cuando afirma que para llegar a ser cristiano hay que
recorrer un camino, hay que recibir una iniciación que consta de varias cosas. En este
camino de iniciación son esenciales el anuncio de la Palabra, la acogida del Evangelio, la
conversión personal, la profesión de fe, el bautismo, el don del Espíritu Santo y la
comunión eucarística (n 1229).
 
En el n. 1231, teniendo en cuenta la situación actual, dice que el bautismo de niños exige
“un catecumenado posbautismal” ¿Nuestra catequesis hoy puede ser considerada como
un catecumenado posbautismal? Tendríamos que decir que no. Pues como dice el
Catecismo “no se trata tanto de una instrucción posterior al bautismo, sino del desarrollo
necesario de la gracia bautismal en el crecimiento de la persona”. Si somos sinceros,
tendremos que reconocer que en la mayor parte de los casos la catequesis no hace las
veces de un verdadero catecumenado.
 
Consideraciones previas
 
Cuando nos paramos a contemplar la vida y la actividad de nuestras comunidades
cristianas, observamos que estas están demasiado cerradas sobre sí mismas,
centradas en las celebraciones y actividades pastorales intraparroquiales. Sin embargo el
Señor nos envía al mundo a compartir los sufrimientos y esperanzas de los hombres de
nuestro tiempo, estableciendo con ellos auténticas relaciones de amistad, mostrándoles
el amor de Jesucristo con el testimonio de la palabra pero sobre todo con el de las obras.
 
Desde las parroquias habría que educar y evangelizar especialmente en estos momentos
más que en otros tiempos la demanda religiosa de la gente. Pero para ello hace falta que
en las mismas existan cristianos que asuman con gozo la vocación a la santidad y la
vocación a la evangelización. Ningún bautizado, consciente de las exigencias del
bautismo, puede conformarse con una vida mediocre o vivida según mínimos. La
santidad, al igual que la evangelización, nacen del sacramento del bautismo y hemos de
tenerlas presentes en cada momento de la vida. En cada momento de la vida hemos de
actuar siempre con talante evangelizador, mostrando la Buena Noticia en la que
creemos a través de nuestras obras. Somos cristianos las veinticuatro horas del día. Por
lo tanto un cristiano no puede actuar lo mismo que uno que no lo es. Basta contemplar el
estilo de vida de los cristianos de los primeros siglos de la Iglesia.
 
En segundo lugar hemos de tener muy presente la realidad. Esta es la que es y no
podemos cambiarla. En esta realidad concreta es donde tenemos que ser
evangelizadores, tenemos que mostrar el amor de Jesucristo a cada ser humano. Pienso
que esto es muy importante para la convocatoria de los alejados y para la relación con los
niños y jóvenes que vienen a la catequesis. Si no hay gestos de amor, el mensaje no
tendrá fuerza ni capacidad de convicción. Como señalaba en su día el beato Juan Pablo
II, el hombre de hoy espera de la Iglesia y de los cristianos, no solo que le hablen de
Jesucristo sino que se lo muestren por medio de las obras y de la vida. Como la levadura
en la masa, la comunidad cristiana tiene que estar mucho más presente en el mundo con
un talante evangelizador, sin miedo.
 
Quienes asumen la responsabilidad de la iniciación cristiana de niños, jóvenes o adultos
han de tener claro que ellos son meros instrumentos y, por tanto lo importante es poner a
los catecúmenos en contacto con Jesucristo. Como nos dice el Papa Benedicto XVI el
desencadenante de la fe es el encuentro con Cristo: “No se comienza a ser cristiano por
una decisión ética o por una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con
una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”.
(DCE 1). Esto quiere decir que en la catequesis o en el catecumenado la oración debe
estar muy presente, teniendo en cuenta que en muchos casos tendremos no basta decir
que es necesario orar, sino que hay que enseñar a orar. Desde la oración debe comenzar
la relación con la vida espiritual de la comunidad cristiana. Es necesario insertarse en la
comunidad y contar con ella.
 
Para no perder el ánimo ante las dificultades y para volver a comenzar en cada momento,
hemos de tener muy presente que a nosotros nos corresponde sembrar, pero nadie
nos dice que también nos corresponda recoger la cosecha. Por lo tanto, hemos de
asumir con gozo que quien realmente convierte, transforma y purifica el corazón de las
personas es el Espíritu Santo y no lo que nosotros digamos. Por lo tanto hemos de orar
por aquellos que escuchan y acogen nuestro testimonio para que lo reciban con un
corazón dócil. El Espíritu es quien precede y acompaña constantemente la actividad
misionera y evangelizadora de la Iglesia.
 
Tampoco deberíamos olvidar que hoy, antes de iniciar un catecumenado o una
catequesis, que suponen un primer paso en el camino de la conversión, hay que
despertar al ser humano de su vida aletargada y hay que ayudarle a plantearse la
cuestión de sentido y los grandes interrogantes de la vida. El hombre de hoy,
preocupados por la productividad, la diversión y el consumo, y sin más referencia que las
opiniones de los medios de comunicación social y los criterios culturales del momento,
parece centrado en la vivencia del momento presente, sin más horizonte que las
exigencias que le presenta la vida cotidiana.
 
Esta es una dificultad fundamental a la hora de transmitir la fe. ¿Cómo Dios puede
ser plenitud de sentido para alguien que no se plantea previamente si su vida tiene
sentido?. El ser humano, por su inteligencia, está llamado a dar sentido a todo lo que le
sucede en la vida. Si el hombre quiere ser verdaderamente sujeto de su existencia es
necesario que dé ese paso y responda al interrogante que es para sí mismo en el
presente y en el futuro. Precisamente el anuncio del kerigma busca suscitar
interrogantes, abrir la inquietud religiosa y sembrar el interés por Jesucristo.
 
Como segundo paso, y antes de plantearse la catequesis o el catecumenado, habrá que
proponer una precatequesis o un precatecumenado, acompañando a quienes buscan
la fe para ayudarles a salir de la superficialidad, a vivir en profundidad y a abrirse a la
trascendencia como constitutivo del ser humano. Desde aquí podrá buscar a Dios de una
forma consciente y explícita. La gracia de Dios previene, el catequista acompaña en el
itinerario de formación y, desde ahí, el ser humano puede dar la respuesta como opción
libre a Jesucristo. Para dar este paso será necesaria una vida de oración inicial.
 
Por medio de la precatequesis se acoge el interés del catecúmeno hacia la persona de
Jesucristo y, mediante un diálogo sincero y fraterno, se va explicitando la Buena Noticia
por la que ha mostrado su interés el candidato. Así se consigue que la inquietud inicial del
bautizado o del alejado se convierta en una decisión sería por la fe y pueda entrar en un
proceso progresivo de conversión en el seno de la comunidad cristiana. Esta etapa se
caracteriza por el encuentro con el misterio del amor de Dios, que mueve a superar el
pecado y consecuentemente a cambiar de vida, unido a los primeros sentimientos de
penitencia (RICA, 10). Esto solo acontece en la medida en que se desarrolla la
invocación incipiente a Dios y, en el ejercicio de la oración. Aquí se fragua la relación
personal con Dios, en Jesucristo. Si no hay oración, encuentro con Cristo, la conversión
no es real.
 
Actuaciones concretas
 
A la hora de plantearnos algunas acciones concretas para impulsar la iniciación cristiana,
deberíamos tener en cuenta como punto de partida que la actual situación socio-religiosa
nos obliga a hacer una sincera revisión de la iniciación cristiana con el fin de
proponer nuevos caminos de iniciación cristiana a los niños pero también a los
adultos. Para ayudar a tantos adultos alejados de la Iglesia, y especialmente a las
familias, a desarrollar su fe, a vivir en Cristo y a tomar conciencia de su pertenencia a la
Iglesia hemos de hacer opciones pastorales.
 
Para cumplir con esta responsabilidad no hay otro camino que la invitación personal, la
convocatoria, la acogida, un programa de reflexión y formación, crear espacios de
encuentro y hacer una propuesta de espiritualidad laical que sea soporte para la acción y
el compromiso. Al mismo tiempo hemos de ofrecer espacios para la oración y celebración
poniendo la centralidad en la Eucaristía.
 
Pero, además, no deberíamos estar esperando a que los padres, antes o después del
bautismo, vengan por la parroquia. Los sacerdotes, catequistas o el grupo encargado
de la preparación del bautismo, tiene que ir a la familia. Para ello, desde la parroquia,
habría que seguir el rumbo y el itinerario vital de los matrimonios jóvenes, felicitarles por
el nacimiento de sus hijos y, si piden el bautismo, ayudarles mediante la adecuada
preparación catequética y espiritual a asumir su responsabilidad.
 
Después del bautismo y hasta que el niño comience su iniciación cristiana en la parroquia
pasan unos años preciosos, que son los del despertar religioso, que no podemos
perder en la relación con los padres, teniendo en cuenta que ellos son los principales
educadores de la fe de sus hijos. Concretamente, desde los grupos de atención a la
familia o desde los grupos de preparación para el bautismo, podría invitárseles a tener
una presentación de sus hijos a la Santísima Virgen con ocasión de la fiesta de la
Presentación del Señor o con ocasión del mes de María, podría felicitarse a los padres
con ocasión del aniversario de su boda o del nacimiento de sus hijos.
 
Cuando el niño cumple los tres años, se les podría entregar a los padres el librito de la
Subcomisión de Catequesis “Los primeros pasos en la fe”. De este modo se les anima
a que asuman su responsabilidad en el despertar religioso de su hijo. La familia es en
este sentido el lugar insustituible. Al mismo tiempo se les mostrará la cercanía de la
Iglesia a sus problemas y necesidades. Una vez que el niño tiene uso de razón podrá
comenzar ya la iniciación cristiana en la parroquia.
 
Este conjunto de acciones que acabo de señalar nos están diciendo que es urgente la
formación humana, pastoral y espiritual de los agentes de pastoral que hagan
posible su realización. El adulto hoy se deja implicar en un proceso de formación, en un
itinerario de iniciación en la fe y en un cambio de vida, si se siente acogido y escuchado
en aquellos interrogantes que tocan la estructura básica de su existencia, como son los
afectos, el trabajo y el descanso.
 
Desde aquí es necesario buscar itinerarios de iniciación a la fe destinados a la
familia. La parroquia debe considerar a la familia, no solo como destinataria de su
atención, sino como verdadero recurso para ofrecer caminos de iniciación en la fe a otros,
así como para impulsar otras propuestas pastorales. Por tanto, desde la parroquia habría
que revisar la pastoral familiar teniendo en cuenta:
-la preparación de los novios para el matrimonio
-la espera y el nacimiento de los hijos
-la petición de catequesis y de sacramentos para los hijos
 
Desde la parroquia es necesario también tener en cuenta los momentos de dificultad
de la familia, sobre todo enfermedades de padres y otras situaciones de
sufrimiento, en las que, además de la vida de fe, las familias sienten la necesidad de
gestos y relaciones que expresen cercanía humana y afecto.
 
La comunidad parroquial, además, ha de mostrar cercanía y atención a los
matrimonios en dificultades y situaciones irregulares, ofreciendo ayuda para
encontrar caminos de clarificación y de apoyo en el camino de la fe. En este sentido se
nos puede ofrecer una ayuda valiosa desde la pastoral familiar y desde los movimientos
matrimoniales existentes en la diócesis, como es el Encuentro Matrimonial.
 
Además son necesarios agentes de pastoral que acompañen personalmente a los
jóvenes y que estén con ellos, personas entregadas que, al estilo de Jesús, caminen con
ellos y les inicien en la fe. Si la familia hoy está en crisis en su identidad y proyección
cristiana, sin embargo los jóvenes siguen valorando mucho la familia y, por tanto, no
podemos dejarlos a su suerte. Pero toda la relación entre comunidad cristiana y jóvenes
ha de ser repensada y cambiada totalmente, pues lo que hoy estamos haciendo sabemos
por la experiencia que no sirve. Hoy se necesita salir e ir directamente a la persona,
trabajar con ella, tanto en la familia como en la catequesis. Se necesitan muchos y
nuevos catequistas. Hoy no es cuestión de método, sino de personas que
asuman con gozo su vocación cristiana y que estén espiritualmente preparadas para la
misión.
 
Hay que ser conscientes de las dificultades que todo esto conlleva. Unas provienen del
ambiente general que, con frecuencia, paraliza a la familia a la hora de asumir
compromisos permanentes. Otras provienen de padres que no quieren comprometerse y
otras de las mismas estructuras parroquiales, que dificultan el abrir nuevos caminos. Lo
malo de todas estas dificultades es que puedan llevarnos a no dar pasos y a seguir
haciendo lo de siempre, convocando a los niños y dejando de lado el compromiso
con los adultos.
 
Convendría que todo el planteamiento de la iniciación cristiana lo hiciésemos
contemplando toda la pastoral parroquial y estableciendo prioridades pastorales,
pensando en una espiritualidad de comunión y en la caridad pastoral. No podemos seguir
trabajando desde el individualismo sino desde la comunión eclesial.
 
No podemos seguir diciendo que todo esto es muy difícil, si no lo intentamos,
aunque no exista una respuesta numerosa. No podemos pretender llegar a todos como
ocurrió en otros tiempos, sino que hemos de procurar trabajar con la confianza del
sembrador que duerme tranquilo cuando ha intentado sembrar bien la semilla. Se trata de
un nuevo estilo pastoral y esto es siempre costoso porque exige sincera conversión. En
medio de todo contamos con la actuación del Espíritu que siempre nos acompaña. Jesús
nos dice: No tengáis miedo. Yo estoy con vosotros.
 
Podemos comenzar por convocar para una catequesis, en la que los padres impartan la
catequesis a sus niños cada quince días. La semana intermedia tienen catequesis en la
parroquia y los padres formación para la catequesis de la semana siguiente. No miremos
al número de los que se apuntan. Pongamos un buen equipo de padres al frente de esta
misión y acompañémosles en la empresa
 
Este camino de iniciación a la fe contando con la familia es posible, pero exigente para la
parroquia que ha de dar prioridad a la iniciación cristiana, contando con matrimonios
catequistas preparados, con la atención y acompañamiento por parte del párroco para
cuidar la formación y vida espiritual de los catequistas, siendo amigo de todos.
 
También es exigente para la familia y, especialmente, para padres, a los que se les llama
para una acción evangelizadora y se les ofrece la posibilidad de ser evangelizados en la
fe. A estas familias esto les pide tiempo para ellos y tiempo para sus hijos, tiempo para la
formación propia y para la celebración y participación en los sacramentos.
 
Todos hemos de tener en cuenta que la iniciación a la fe no depende de un catecismo y
de unos materiales extraordinarios, sino del testimonio de catequistas creyentes, amantes
de la Iglesia y que cuenten siempre con la acción de la gracia. El aprendizaje de la vida
cristiana se aprende en la medida en que vamos aprendiendo a vivir en cristiano, en la
medida en que tomamos conciencia de cómo Dios está presente en nuestra vida y nos
hace por el Espíritu miembros de una comunidad de hermanos para comunicar a los
demás la Buena Noticia. Por supuesto, la iniciación como la misma palabra indica es el
primer paso. Luego habrá que establecer una formación permanente y unos procesos
catequéticos para llegar al mayor número de personas de la comunidad parroquial.
 
CONCLUSIONES
 
1. El itinerario de la iniciación cristiana es un componente esencial de la nueva
evangelización y del mandato misionero del Señor. Nos invita a evangelizar de nuevo a
quienes han recibido el bautismo y no son cristianos y a iniciar a la fe a los que aún no
han recibido los sacramentos. Por lo tanto, deberíamos revisar con atención las prácticas
sacramentales de cada comunidad, tener en cuenta la participación de los padres y su
compromiso en la educación cristiana de sus hijos. Ayudar a que toda la comunidad
asuma su responsabilidad en la formación cristiana de estos padres. La iniciación
cristiana se convierte de este modo en el camino prioritario para la nueva evangelización.
Obligará no sólo a un nuevo ardor misionero sino a la búsqueda de nuevos métodos para
hacer posible el anuncio.
 
2. El catecumenado, al igual que el bautismo, nacen en la Iglesia para la formación de los
nuevos cristianos. Ahora bien, no podemos ni debemos cerrar los ojos a la frescura de
algunos movimientos y nuevas realidades eclesiales a la hora de transmitir la fe. Es más,
teniendo en cuenta los frutos espirituales de su actividad catequética y en fidelidad al
Espíritu, tendríamos que abrirles con más decisión las puertas de nuestras parroquias y
prestarles un apoyo decidido. Entre otros, me estoy refiriendo al Movimiento de Cursillos
de Cristiandad y a la experiencia del Camino Neocatecumenal. Sabemos de su
disponibilidad para colaborar con nosotros por medio de experimentados catequistas y
sacerdotes. Además, tendríamos que revisar la importancia que damos a la pastoral
familiar en las parroquias y la conexión con los proyectos pastorales de la diócesis.
 
3.Pero, además de la catequesis de iniciación, no deberíamos olvidar que la primitiva
Iglesia, una vez concluida la iniciación cristiana, continuaba la formación permanente de
quienes se habían bautizado con las catequesis mistagógicas pues el objetivo es formar
para una fe cristiana adulta, no sólo para recibir sacramentos. De esta revisión de la
celebración del bautismo y de la asunción de las exigencias que se derivan del mismo
dependerá el rostro que el cristianismo ofrezca en el futuro al mundo y la capacidad de la
fe cristiana para hablar a la cultura (Lineamenta, n, 18).
 
4. Creo que todos deberíamos tomar muy en serio la iniciación cristiana y la formación
humana, espiritual e intelectual de catequistas y de padres bien dispuestos para
impulsarla. En la formación integral de los bautizados y en la espiritualidad de los mismos
nos jugamos el futuro de la evangelización y el futuro de la Iglesia española. El Espíritu
seguirá soplando e impartiendo sus dones, pero si no son acogidos y si no encuentran
respuesta en quienes los reciben, quedan infecundos.
 
5.Esto nos obliga a dar el salto de una vez de una Iglesia de mantenimiento a una Iglesia
misionera. No basta decir que la parroquia debe ser misionera y que ha de permanecer
en estado de misión. Hemos de poner los medios para que se haga realidad mediante la
acción del Espíritu Santo. El cristiano y la Iglesia o son misioneros o no son nada. La falta
de celo misionero es carencia de celo por la fe. En este sentido nueva evangelización es
sinónimo de misión. Exige la capacidad de partir nuevamente, de ampliar horizontes. Es
lo contrario de la autosuficiencia, del repliegue sobre sí mismo y de seguir haciendo las
cosas como se han hecho siempre. Las comunidades cristianas tienen que convertirse
pastoralmente y en sus acciones y estructuras en sentido misionero.
 
Guadalajara, 3 de marzo de 201
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iniciacion-cristiana-y-la-nueva-evangelizacion&catid=103:documentos&Itemid=129

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