Idealismo y Romanticismo

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INCISO MAYOR

(Filosofar o Copular)

Von allem Geschriebenen liebe ich nur das, was


einer mit seinem Blute schreibt. Schreibe mit Blut:
und du wirst erfahren, daß Blut Geist ist.1
Friedrich Nietzsche

En esta parte será inevitable ponernos un poco filosóficos. No hace falta huir
despavorido: no hablo de algo filosófico en el sentido académico que se da al termino en la
actualidad; apelo a lo filosófico de una manera clásica: un conjunto de pensamientos —
algunos a priori (venidos de los dioses), algunos propios de los sentidos (inventados por la
naturaleza para asir la irrealidad), algunos de abstracción pura (mezclas de los dos
anteriores) y otros simples hechos del ego, temperamento intelectual y demás patrañas
identitarias (factor cínico-humanista). Son pensamientos —más o menos— lógicos, —(y/o)
más o menos— metafísicos, —(y/o) más o menos— hermenéuticos, —(y/o) más o menos
— inteligentes, expresados en mi cabeza de una manera —(quizá) más o menos—
dialéctica que se me ocurre a veces sin que por ello quiera publicarlos o que alguien me
pague por mencionarlos en una serie de cátedras —aunque recibiría cualquier dinero que
me dieran—; simplemente me vienen y se me van cuando estoy por ahí sentado, más que
todo leyendo, recordando cosas sin hacer nada de nada, o también cuando acabo de
eyacular —y/o— cagar, o cuando estoy parado comiendo de un plato que se tambalea
encima del refrigerador. Acostado —que es la mayor parte de mi tiempo— me llegan otro
tipo de cosas a la cabeza, mucho menos contraintuitivas y relativamente relacionadas con
las necesidades de la vida animal.

INCISO-MENOR
(El Ideal)

The kinship of pity to love is shown among other ways


in this, that it idealizes its object.2
Herbert Spencer

Lo ideal es el plano en que se hallan los moldes primarios de todas las cosas. Por eso
es la aspiración primordial de aquellos pobres desgraciados conocidos como idealistas.
El idealismo me parece deseable en la medida de que todo pensamiento es la
negación de un acto, y mi elección vital es evitar y negar la mayor cantidad de actos que
pueda para entregárselos como sacrificio al reino multiforme y dinámico de lo potencial.
En la concepción tradicional (clásica) de lo ideal cabe cierta asociación inverosímil a
los ojos del buen sentir —ahincado en el simple sentido común—. Se trata de suponer que
el que una cosa se halle en su estado más puro conduce necesariamente a que se trate de su
versión más bella —la que pueda brindar más placer al contacto con los sentidos u otras

1
Tr. «De todo lo escrito yo amo sólo aquello que alguien escribe con su sangre. Escribe tú con
sangre: y te darás cuenta de que la sangre es espíritu.» Tomado de Also Sprach Zarathustra [Así
Habló Zaratustra].
2
Tr. «La afinidad de la piedad con el amor se manifiesta, entre otras cosas, en que idealiza su
objeto». Tomado de The Man Versus the State [El hombre Contra el Estado].
cosas sensibles—. Me parece más probable que, por el contrario, la plantilla ideal de una
cosa sea su versión en bruto, la más rústica y rudimentaria de sus presentaciones; visto así,
todo lo que los seres humanos vemos noble o deseable estaría situado más cerca al orden
del adorno, la mímesis y la contracción de las esencias en imágenes superpuestas. Esto
parece cierto, entre más reacia se plantee la irrealidad de una cosa, entre más se note su
carácter de artificio elaborado y bien pensado, más bella resulta en cuanto a pieza de arte.
El arte no es una búsqueda de emociones o experiencias, quien crea eso es un
idealista en el sentido coloquial de ser un pobre idiota que escucha lo que quiere escuchar;
cualquiera sabe que el arte es un conjunto de filtros o instituciones que postulan como
correcto un determinado juicio ante los ideales estéticos convenidos por una época. Por eso
la irrealidad sincera, física y directa de la naturaleza es completamente antiartística, sólo
puede hallarse belleza en lo natural a través de antropomorfismos y otras artimañas
proyectivas. Si queda algo de natural en nosotros esto podría describirse de cualquier
manera, pero lo más probable es que ninguna parecerá bella. Belleza es lo mismo que
maquillaje. Lo que ES no tiene nada de bueno, nada de malo ni de bello, feo, mejor o peor,
pero para nosotros todo tiene un carácter juzgable, todo es susceptible de juicio porque
nada en nuestro mundo es auténticamente real, así que —sin que lo notemos— la vida se
torna sospechosa en nuestros corazones. Suponemos que todo debe pasar por la lente de
nuestras subjetividades para cobrar existencia, pero pasa lo contrario, todo queda falseado y
desaparece cuando entra en contacto con nuestra presencia, siempre entredicha, contradicha
y por tanto auto-anulada.
Por eso mi gran belleza es la de lo que es sinceramente falso, la de todo aquello que
se posa fuera de su propio contenido y señala la contradicción para reclamar forma. La
forma de las cosas es una reacción al exterior, una pugna, una inmensa repugnancia en pro
de la diferencia.
Las ideas enormes que son como soles y hacen trastabillar en el fanatismo enardecido
son así de poderosas porque niegan toda otra idea. Contradicen y critican incluso lo que
parece compatible; reclaman en la hostilidad una autonomía, una soberanía atronadora que
las escinde al punto de convertirlas en necesidades, empujes de vida y de muerte.

*
Según Kant, que parece haberse librado un poco de la indisoluble-asociación
platónica de la que me quejaba más atrás (bueno=bello=verdadero). Su ideal es perfecto
porque comporta el estado puramente intelectual de cualquier dato —abstracto o sensible—
de manera independiente a la apreciación moral o estética que pudiera conllevar, de modo
que ahora pueda uno hablar perfectamente de cosas como el asesino ideal o el monstruo
ideal, siempre y cuando la figuración de sus características se nos aparezca ordenada e
inteligible3.
Hegel, que era ya más romántico que ilustrado, seguía pensando que un buen
idealismo precisaba de la razón para servir a los movimientos de la conciencia que se

3
«La idea es el conocimiento a priori (del entendimiento puro) gracias al cual se posibilita el
objeto; la idea sirve de principio al ámbito de lo práctico objetivo y entraña la mayor perfección
de cualquier propósito. Un ideal es la representación de cierto objeto sensible conforme a una
idea y a la perfección intelectual de ésta.» Traducción de Roberto Rodríguez Aramayo. Kant.
Antología, 1991, Titivillus.
contempla y conoce a sí misma. Seguía pensando que sólo la facultad racional —presa de la
conciencia— puede sacarle algo próspero al idealismo4.
Platón es el primer idealista no-védico del que tengamos amplio registro, pero él no
era lo suficientemente radical; bien señala Schopenhauer que Aristóteles y varios
estudiosos de su obra han sostenido que su clasificación de las ideas incluía únicamente las
de las cosas de la naturaleza, y no la esencia de los seres, las abstracciones —sobre todo las
oscuras o desagradables— y los objetos creados5. Según Schopenhauer, este camino supone
cierto desprecio por el arte, pues lleva a la creencia de que éste debe representar los objetos
y no las ideas perfectas que los anteceden. Para el idealismo romántico lo que debe ser
representado es la idea y no la cosa; representar objetos como aparecen en los sentidos lleva
a tendencias que muchas personas consideramos ajenas a una definición espiritualmente
edificante del arte: es la frigidez de la gran mayoría de piezas enmarcadas en realismos y
naturalismos de diversa índole. Quepa agregar que esta imitación borreguil de la supuesta
realidad resulta especialmente insultante para la poesía, que incuba en su interior remoto las
mismas pretensiones ancestrales de la magia y el rito religioso.
Si paso con tanta facilidad de un idealismo para la percepción a uno para las artes es
porque no concibo una filosofía de vida (de mi vida) que no sea antes que nada una
filosofía de la creación artística. Es también la causa de que combine indiscriminadamente
hechos biográficos con cavilaciones. Sólo la vida de alguien permite acercarse en verdad a
su obra, incluso en aquellos casos en que apuestan por valores contradictorios,
inversamente proporcionales o incoherentes.
A lo mejor alguien note que entre los escogidos para este fragmento se encuentran
varios de los pensadores de cabecera del bibliotecario Borges. Es que los temas y posturas
del cieguito fueron los de la completa negación; un idealismo indiferente, remoto, mítico,
circular en el tiempo y radical punto por punto. Jorgito supo más que nadie del arte de dar
la espalda, de alienarse en el caldo supraterrenal de una literatura fantástica y universalista,
lo cual no significa que su vida o persona fueran ejemplares en modo alguno, al contrario.
Borges es un perfecto ejemplo de la gran contradicción y constituye una suerte de paradoja
entre mis gustos, apareciendo bien lejos de la lista de favoritos pese a encarnar ideales casi
idénticos a los que promulgo. Lo veo como el tipo que escribió todo lo que debe ser escrito,
4
«Para que la autoconciencia sea razón, su relación hacia el ser-otro, hasta ahora negativa, se
torna en positiva. Hasta ahora. lo que importaba, a sus ojos, era únicamente su autonomía y su
libertad, a fin de salvarse y conservarse a sí misma al precio del mundo o de su propia realidad
efectiva, los cuales le aparecían, ambos, como lo negativo de su esencia. Pero, en cuanto razón
que se ha asegurado de sí misma, ha recibido la calma frente a ellos, y puede soportarlos; pues
está cierta de sí misma en cuanto realidad; o de que toda realidad efectiva no es distinta de ella;
su pensar mismo es, de manera inmediata, la realidad efectiva; frente a ésta, pues, ella se
comporta como idealismo.» Dudo que alguien entendiera bien lo que sea que haya escrito
Hegel; si me refiero a esta cuestión es porque se me hace algo básico que siento comprender, mal
que bien. Tomado de la edición de Antonio Gómez Ramos. Fenomenología del Espíritu, 2010,
Abada Editores.
5
«[Platón] enseña, en efecto (De Rep., X, p. 288), que el objeto que el arte bello se propone
representar, el ideal de la pintura y la poesía, no es la idea sino la cosa individual. Toda la
discusión que hemos desarrollado hasta ahora sostiene exactamente lo contrario, y la opinión de
Platón nos llevará aquí a error tanto menos cuanto que ella misma constituye la fuente de uno
de los mayores y más reconocidos defectos de aquel gran hombre: su desprecio y rechazo del
arte, en especial de la poesía: su falso juicio sobre ella lo vincula él inmediatamente con el pasaje
citado.» Tomado de la traducción de Pilar López de Santa María. El Mundo como Voluntad y
Representación I, 2009, Trotta.
pero fue todo lo que alguien debe evitar ser: un vejestorio —viejo desde el nacimiento—
aletargado, godo, indiferente y quietista. La vida debe ser una mentira, no podría ser de otra
manera, pero es una falsedad que debe ser abordada decididamente, debe llenarse de gracia
y conocimiento de causa para llevarla a sus máximas consecuencias: hay que vivir al
máximo y hacer aparecer las esencias, por más que no existamos y la palabra vida sea un
simple malentendido.
Medio siglo antes de que Kant fuera, el buen vicario Berkeley ya iba un poco más
lejos en la senda que ahora intento iluminar. Llegó a considerar que la idea es la cosa
misma. El empirista original supone que no existe nada que no pueda ser percibido, y que
todo lo percibido supone ideas puestas en una mente que percibe. En esta medida separa la
idea por tipos de origen, puesto que todo lo que contenga la mente —venido de adentro o
de afuera—, es para él una idea. Parece que detesta la posibilidad de que las cosas
materiales sean imaginadas como algo independiente a sus perceptores, que pueda existir
un universo de lo inanimado cobrando existencia autónoma sin que intervenga el usuario.
No incluye sin embargo las esencias espirituales, las almas y consciencias de los seres
salieron excluidas de su clasificación6. Aunque su negación de la realidad/existencia avance
un poco más sobre el horizonte evanescente, al final también se queda varado en medio de
un camino sin mitades —un poco más lejos que Platón y muchos de los románticos, eso sí
que no se puede negar.
Berkeley niega alguna parte de la existencia tangible al abolir la noción filosófica de
esencia material de las cosas, proponiendo la realidad como un fenómeno puramente
mental, no obstante, no niega la acepción vulgar de lo material: concede valor de existencia
a todo lo que proviene de las improntas de los sentidos, aunque se trate de una existencia
supeditada a la mente y sus disposiciones —supongo que una buena contracara sería el
conductismo, cuya pretensión de cientificismo niega toda posibilidad de observación
sistemática de la mente, hasta un punto en que pareciera cuestionar su existencia.
El nihilista radical es el perfecto idealista, porque lo que idealiza es propiamente la
nada, haciendo una apuesta estética explosiva que legitima y afianza su acto de total
negación de lo existente. Ahora bien, si ninguno de nosotros existe ¿cómo es que puedo
sentarme y escribir esto, fumar mientras lo hago y hasta ligar con alguna dama vía facebook
a un mismo tiempo? Es que somos puras impresiones los unos de los otros, mal entendidos
meméticos, palimpsestos, loops narrativos y baches que generan la impresión de una
secuencia lógica. Uno cree que es muchas cosas, pero todas son imaginales: la corriente de
vagos mapas propioceptivos y sensomotores, las impresiones (supuestos) de lo que uno es
en las mentes ajenas, tanto como en la propia, las cadenas de información genética que lo
ensamblan, las coordenadas de posición que le confieren un lugar en el mundo, la
indeterminación de los códigos que intercambia para manifestarse o sólo para sobrevivir,
los recuerdos y determinismos social-históricos que le asignan un punto en el tiempo, todo

6
«XXXIX. La palabra “idea” es preferible a la palabra “cosa”.
Se me preguntará por qué empleo el término idea y no el de cosa, como se hace corrientemente.
Responderé que para ello tengo dos razones: la primera es que cosa, por oposición a idea, se
toma como sinónimo de algo que existe fuera de la mente; la segunda es que la significación de
cosa tiene mayor extensión que la de idea, puesto que al decir cosas lo mismo se puede incluir a
los espíritus o seres pensantes que a las ideas.
Así, pues, por existir los objetos sensibles sólo en la mente y carecer de todo pensamiento y
actividad, elijo para designarlos la palabra idea, que implica dichas propiedades.» Traducido
por Pablo Masa. Principios del Conocimiento Humano, 1985, SARPE.
eso es mentira mudable, codificable, una ficción aparentemente tangible, imagen alegórica
de una treta que obliga a suponer y actuar.
Somos virtuales porque la nada ascendida a la cualidad deífica nos emancipa de la
existencia y toda su abrumadora, impuesta e impostada realidad.
Veo aquí el perfeccionamiento de la ciencia jovial (Gaya Scienza)7, perfecto arte
filosófico-vital en un cinismo completo que pueda negar hasta lo más evidente, porque no
hay nada tan grande, magnifico, triste o solemne en este planeta como para no burlarse de
ello en alguna ocasión. Nietzsche seguramente no estaría de acuerdo conmigo —ni con
nadie :3—. Es que los filósofos de profesión han creído muchas veces que sus
pensamientos deben resultar constructivos en algún sentido, sea para dar nociones a otras
disciplinas, para la filosofía misma, o para mejorar la capacidad reflexiva ante la vida
cotidiana (filosofía para la vida o, del vivir). Esta pretensión pragmática les otorga un
conjunto de misiones que en mi opinión malversan sus pensamientos y repelen justamente
aquello que más se afanan en conseguir. Una idea es pura y bella cuando no tiene finalidad
ni motivación útil aparente. Así pues, sólo el perfecto nihilista, que ya está de vuelta de
todo, que siempre será la paja en el ojo del señor, puede comprender el sentido
extrahumano e impráctico al que una ‘verdad filosófica’ legítima y actualizada debiera
aspirar.

*
Todo racionalismo tiene algo de despreciable, que se revela allí donde la razón cae de
rodillas ente el absurdo. Así le pasa a este ideal kantiano tan dependiente de lo mental, es el
de lo puramente racional, ideal como idea útil e inteligible. Ya dijimos que no excluye los
ideales negativos, no puede excluirlos mientras sean ordenados racionalmente, pero sí
intenta alejarse del ideal monstruoso —capacidad de idealizar— en la idea informe,
incomprensible, descabellada o viciada por el sinsentido, y en esa medida divaga en el
mismo estupor que toda la posterior filosofía romántica. En toda idea cabe una perfección a
la que nada resta el tener un aspecto monstruoso-irracional, o invocar el borde sinuoso de
los límites de la razón.
Hubo un pequeño avance con el dadá y los surrealistas. Con las revoluciones
freudistas, las revoluciones de lo inconsciente, introdujeron la importancia de las cloacas
del ser y la sexualidad en el nuevo arte de la posguerra; complementaron el Yo altisonante
pero ya gastado e insuficiente de románticos y simbolistas. En cualquier caso, todos los
surrealistas franceses de la primera camada cargan la letra del pecado cocida del culo.
Bretón y sus muchachos abrieron la pequeña fisura que con los años llegaría a agrandarse
hasta ser la descomunal letrina por la que el arte contemporáneo se ha estado derritiendo.
La necesidad de sinsentido se ha vuelto de mal gusto ahora que todo es tan estúpido. No es
lo mismo idealizar el absurdo y vivirlo con fuerza que fingirlo poniendo cualquier tontería;
obrar así es absurdo, pero no es lo mismo estar montado en el absurdo que debajo de él
como burro de carga. Cuando el absurdo se nos encarama pierde su poder de emancipación.
Así fue como el dadá pasó de concierto de punk snob a video VHS de gente ahogándose en
mares de saliva; nada es como antes, todo parece apestado por el signo de la máquina que
7
«Pero [el orador/pensador apasionado] se pone a la altura de su fuerza cuando resiste a los
impetuosos asaltos de su sensibilidad y llega a burlarse de ella, por así decirlo; sólo entonces su
ingenio sale totalmente de su escondite, apareciendo como un ingenio lógico, burlón, jovial y
terrible.» Fragmento tomado de la traducción de José Jara. La Ciencia Jovial, 1990, Monte de Ávila
Editores.
conspira y consume, de sus relaciones fluviales insatisfactorias y las mentes gaseosas, más
volátiles en la falta de solidez que en su fluidez electrónica por los espacios.
No es que yo crea que todo tiempo pasado fue mejor, pero sí pienso que antes era
menos evidente que todo es porquería. Todo es la mierda de un perro sarnoso que se
alimenta de vómitos y heces.
Aunque tenuemente, muchos de los románticos comenzaban a notar —o mejor a
intuir— que no estaban contenidos entre las botas y el sombrero —parafraseando a
Whitman—; pero en términos generales, seguían creyendo que uno puede pensar cosas y
creer que es alguien, y que lo que siente, lo que piensa y lo que cree se harán verdad así no
más, porque sí, junto con todo lo que posee o aparenta tener dentro. Estaban muy dedicados
al Yo, pero era un yo falaz que pretendía demasiada solidez, aquel del que esperaban
demasiado. Les faltaba descentrarse, les faltaba entender que nadie puede ser nada que
alcance a concebir. Los espantaba esa otra bestia irreconocible, que sólo logra aparecer a
precio de degradar lo que tiene de real en los instantes en que permanece contenida por las
mazmorras anímicas. Cuando concedían crédito a la irracionalidad era más bien con la
forma de una idiotez temeraria (Byron muriendo en la guerra de un país ajeno), la sátira
incisiva (Poe haciendo cuentos que sólo pretendían fastidiar a quienes le caían mal 8) y otra
más legítima: la evasión poética de la realidad inmediata (Blake o Keats o Hölderlin o
Emily Dickinson o cualquiera, pero éstos especialmente). Hubo obras fuertemente
dedicadas al ensueño, pero no salían del nivel de la alegoría, se conformaban con una
dilución muy parcial de las ataduras de la consciencia.
El poeta romántico perfecto fue Rimbaud, por eso de predicar un desarreglo satánico
y pueril de la percepción a la hora de encarar la vida y el arte. Fue el mejor romántico,
aunque el romanticismo trasnochado termine con —o antes de— él. Aparece mirando el
mar en la pintura de Caspar David Friedrich; uno debe imaginar su mirada de galo rotundo
que no se engrasa la cabellera, imperativa, fija en la línea de enclave de la eternidad; niño-
hombre gratamente fastidiado, curtido de hastío, calmo abdicador; listo para lanzarse al
África a traficar con armas, opio y esclavos; el cuadro no podría retratar a ningún otro
sujeto, incluso a pesar de haber sido pintado treinta y seis años antes de que Arthur naciera.

La idea es el molde de las cosas que prexiste a ellas; hasta ahí podemos creerle a
Platón, pero esto no pasa únicamente con las ideas morales o abstractas, sino igualmente
con las reminiscencias sensibles y representaciones mentales de cualquier ser u objeto,
material o únicamente imaginado. El de las ideas es el orden de lo humano exacerbado por
el miedo a desaparecer, es la autoconciencia que supone poder alcanzar el estatus de la
deidad. En nuestro tiempo, la virtualidad es casi ya el único campo de batalla en que este
orden se juega sus humildes libertades de despliegue. Sobra mencionar que el arma para
esta lucha es el lenguaje: una que muchas veces deberá emplearse para tomar la propia
vida. Por eso la poesía —o incluso el arte, en todo su conjunto— no debería aspirar a
ideales particulares, como lo sería el amor de pareja, el ideal coital-erótico, el de los bienes
monetarios o impulsos animales, ni en formas genéricas ni como encarnaciones
8
La mitad de los cuentos de Poe son satíricos. Él mismo dividió su obra narrativa en lo arabesco
(místico, hórrido, sobrenatural) y lo grotesco (satírico, absurdo, disparatado). Su vena
humorística estuvo al servicio de ridiculizar y echar puyas, a veces más personales y otras más
políticas. Es el caso de relatos como El Hombre de Negocios, El Duque de L’Omelette, Nunca
Apuestes tu Cabeza al Diablo, Bon-Bon o Por qué el Pequeño Francés Lleva la Mano en el
Cabestrillo (pongo los nombres como aparecen en la traducción mojigata de Cortázar).
particulares; lo que debería tener por fin es convertir en sensaciones y emociones un juego
de abstracciones cada vez mejor entremezcladas y más novedosas.
Los poemas de amor a una determinada persona son un despropósito, y en general
todo aquello que loe un ideal ciegamente está errado, resulta irrelevante cualquier apología
que pose sin detenerse a reflexionar acerca de las motivaciones sucias que hay tras la
encarnación de cualquier idea humanizada.
El único ideal válido es la nada, porque niega el horror de la realidad parte por parte.
En mi caso, siento que enfermé de idealismo por amor a la poesía, pero pude ver con
el tiempo que era el disfraz que había adoptado mi amor por la nada.
Hablo del idealismo porque es la filosofía de los románticos, y es por la poesía
romántica y posromántica (simbolismo, expresionismo, surrealismo/dadá: modernismo-
vanguardismo) que llegué a experimentar los impulsos que conducen la fuerza del amor.
En nada concierne este apartado al tema central del ensayo, que es la mujer de mi
tiempo, sin embargo es absolutamente necesario para comprender sus fines secundarios: 1)
pensar en lo que entiendo por cultura: la representación como construcción colectiva en el
tiempo y su interiorización (mi Yo como hecho histórico-cultural), y 2) encarar las maneras
en que he podido vincularme (sexual y/o afectivamente): comprender un poco de lo que ha
sido mi vida amatoria y los móviles tanto sutiles como animales que la emplazan.
Suena raro, pero es la verdad. Soy una persona con problemas para experimentar
emociones empáticas frente a la mayoría de seres, al punto de haber optado por aprender el
amor de un puñado de libros, dibujos, álbumes y películas para luego hacerlo encajar a las
malas con la terquedad de mi tiempo, lleno de códigos borrosos e incompatibles para los
que cualquier propósito es un mero islote, a la vista, y empero, ampliamente distante de
cualquier otro terrón.
La cosa es qua ya no puedo pensar en mi relación con el amor sin remitirme al
romanticismo, y creo que el idealismo alemán es el tipo más completo, complejo y, por
tanto, idóneo a la hora de fingir una mayor inteligencia que la que uno posee.

*
Un poeta romántico puede idealizar la locura, pero no puede escribir como un loco
sin marginarse y perderse en la ficción. Por eso, cada que sea posible, hay que hablar un
poco de Hölderlin.
El ideal de Hölderlin era la materia inasible de los dioses. Sus ideales eran los del
retorno al tiempo pagano, aspiraba al canto que capta (recrea) lo universal, o sea una suerte
de meta-ideales. Vueltas sobre sí mismas, las ideas se anulan y desaparecen. Su ideal en la
deidad interior pretendía alcanzar la exterioridad en sus versos; en la imposibilidad y la
auto-referencialidad de su impulso metafísico. Vertidas en —el intento de— una forma que
pudiera expresar lo inefable, anidaban las paradojas que acercan su poesía a la experiencia
mística. Supongo que Hölderlin no era místico del todo ni tampoco estaba tan deschavetado
como uno quisiera pensar. Creo que habitaba un umbral entre todas esas etiquetas y por eso
pudo escribir lo que escribió, aún a precio de retorcer el ideal del ideal hasta escurrirse
media alma por las orejas y la nariz.
En el sentido de la tradición grecolatina, lo de Hölderlin es una exacerbación de lo
que pareciera el principio más deseable para cualquier poética: cantar empleando las
palabras de los dioses. Es probable que a eso se refiera Platón cuando habla del arte del
buen legislador, aunque no lo remita propiamente al campo estético. El que debe legislar es
aquel capaz de ver una cosa y saber de inmediato el nombre que los dioses le dieron 9.
T. S. Eliot decía que la poesía mística del renacimiento inglés logra sus efectos de
grandilocuencia espiritual gracias a un giro que traslada al lector lentamente del orden
abstracto al emotivo; genera sensaciones-emociones a partir de ideas10. También en este
sentido sería el poeta místico el único y verdadero poeta.
Es algo que Pessoa sabía a la perfección; practicó todas las doctrinas más profundas
de su arte hasta ser el poeta de poetas, incluso en los momentos en que estas doctrinas se
contradecían unas con otras. Así pudo ser el formalista perfecto, el liberador de la forma
perfecto, el anarquista perfecto, el monarquista perfecto, el perfecto amador —sin tocar una
sola mujer—: perfecto nihilista que repele la vida y a la vez perfecto humanista que acoge a
cada hermano en su seno: perfecto pagano y a la vez perfecto santo de un cristianismo
antiguo y extraño; perfecto helenista trasnochado del verso provenzal a la vez que pluma
voluptuosa de la más peculiar y renovadora vanguardia, y todo esto empleando como base
el procedimiento místico de crear emociones artificiales evocándolas en un Yo mudable,
desde un sustrato sensible completamente remoto y abstracto11.

*
No cosa más abominable que intentar que una idea negativa y oscura se vuelva
liberadora, lumínica y grata: ¡la más anhelada de las abominaciones!... Fue un intento de
esa índole lo que más fregó a Walter Benjamin —además del Tercer Reich—. Querer
convertir su mística cabalista en un tipo de marxismo. El anhelo de hacer —
social(ista)mente— edificante una serie de pensamientos altivamente abstractos y
difusamente espirituales terminó por enturbiar su visión de la vida, hasta que ya no fue lo
suficientemente bueno, ni como místico ni como marxista 12. Conjeturo que llegó a esto por
puro idealismo, un idealismo tremendo que lo llevó a la ideología comunista, que obligó
9
«El legislador, al formar un nombre, compone con letras y sílabas una imagen; á la manera que
el pintor, al hacer un cuadro, la compone con formas y colores […]
Así puede suceder que se encuentre en una palabra una letra que no convenga, y una palabra en
una frase, y una frase en un discurso. La palabra, la frase y el discurso no dejan de tener cierta
exactitud, porque representan todavía en su esencia, aunque imperfectamente, las cosas
de que son expresión natural.» Tomado de la edición de Patricio Azcárate. Platón, Obras
completas, tomo 4, 1871.
10
«Un pensamiento para Donne era una experiencia; modificaba su sensibilidad. Cuando la
mente de un poeta está perfectamente equipada para su trabajo, está constantemente
amalgamando experiencias dispares; la experiencia del hombre común es caótica, irregular,
fragmentaria. Este último se enamora, o lee a Spinoza, y estas dos experiencias no tienen
ninguna relación entre sí, ni con el ruido de la máquina de escribir, ni con el olor de la comida;
en la mente del poeta estas experiencias siempre están formando un todo nuevo.» Tomado de la
Traducción de Fernando Hernández Vélez. T. S. Eliot. Ensayos Selectos, 2008, Ediciones Sociedad
de la Imaginación.
11
«ISTO//Dizem que finjo ou minto/Tudo que escrevo. Não./Eu simplesmente sinto/Com a
imaginação./Não uso o coração.//Tudo o que sonho ou passo,/O que me falha ou finda,/É como que um
terraço/Sobre outra coisa ainda./Essa coisa é que é linda.//Por isso escrevo em meio/Do que não está ao
pé,/Livre do meu enleio,/Sério do que não é./Sentir? Sinta quem lê!» [Tr. «ESTO//Dicen que finjo o
miento/todo lo que escribo. No./Yo simplemente siento/con la imaginación./No uso el
corazón.//Todo lo que sueño o vivo,/lo que me falla o termina,/es como una terraza/sobre otra
cosa aún./Esa cosa es la que es bella.//Por eso escribo en medio/de lo que no está cerca,/libre
de mi titubeo,/serio de lo que no es./¿Sentir? ¡Sienta quien lee!»]
todo el contenido de su pensamiento anterior a orbitar en torno a aquel astro sagrado que
encontramos en las ideas descomunales que nos rebasan y avasallan. Esta pasión cobra su
precio, pero se trata de un demérito filosófico que constituye al mismo tiempo una clase
mayor de virtud, visto desde una perspectiva más vital y escritural, más general o amplia.
La pasión por hallar una metáfora suprema en la lucha de clases es irrisoria; es la consigna
del niño-héroe que pretende demarcar un nuevo reino en medio del vacío. Afianzar la
positividad, el carácter activo del materialismo histórico desde las tinieblas oscurantistas
del hermetismo esotérico. Una campaña titánica que, fuertemente arraigada en la forma
necesaria que adopta su trabajo, vino a constituirse en sustento de un verdadero galardón.
Decir que toda dialéctica implica operar por las vías de una negación recíproca y
constante no tiene nada de novedoso o de agudo. La filosofía siempre ha operado negando
lo que se le acerca. Mas lo que quiero resaltar es el impulso puramente estético que lleva a
alguien a adorar una cosa cualquiera, adorarla ciegamente, con fanatismo obcecado. No
resalto a estas personas de manera general, muchos son simple escoria, borregos
advenedizos aplastados por una voluntad colectiva amañada que los tiraniza. Obviamente
sólo me refiero a aquellos seres cuyo impulso hacia el arte o el pensamiento toma focos
más interesantes y ricos debido a increíbles saltos de elección —determinados a priori por
el gusto y el temperamento—. Una mezcla extraña de factores: todas las circunstancias
tirando en direcciones opuestas: una mente brillante aplicada en aparear entre sí ideas
irreconciliables, puesta al servicio de lo ingenioso, de lo rebuscado y lo excéntrico; esta
cabeza arrostra las bestias que atacan desde la penumbra, lleva la antorcha encabezando la
horda en la avanzada primitiva hacia lo incierto; es el gran outsider; quien genera nueva luz
para que nuevas miradas puedan posarse sobre la nada fértil; es quien arroja los mosaicos
de un pasado-futuro sobre la vida, la historia y el pensamiento, renovándolos en el rito de la
circularidad.
Para que una idea cobre suficiente belleza como para emancipar las mentes que la
tocan lo primero que debe hacer es excluirse del orden de lo útil y alejarse cuanto sea
posible de todos los márgenes coherentes y racionales. Nunca dijo Nietszche cosas más

12
«Benjamin intentó equiparar su dialéctica, propia de un metafísico y un teólogo, con la
dialéctica materialista y debió pagar por ello un precio muy alto, yo diría demasiado alto.»
Scholem, cabalista posmoderno y amigo personal de Benjamin, consideraba que la influencia
marxista — llegada a él con su interés por la obra, ideología y personalidad de Bertolt Brecht—
resultó nefasta para el desarrollo de su pensamiento. La cita es de Los Nombres Secretos de Walter
Benjamin. 2006, Trotta.
ciertas que las consignadas en sus últimos trabajos 13, porque la ‘locura’ y el rencor sui
generis habían llenado su cabeza con la más anti-humana lucidez.

Podría decirse que siempre que alguien idealiza algo, en realidad no idealiza nada, o,
dicho de otra manera, todo lo que sea idealizable es en realidad la nada, porque las cosas o
ideas no existen en absoluto para el mundo de los objetos materiales e inconscientes, y
asimismo los objetos materiales tampoco existen en absoluto para el reino de las mentes
puras aisladas en sus cubetas. Dada su relatividad, todo se superpone y anula en este mundo
de modo que al final nada logre existir más que en una medida muy restringida,
circunstancial y precaria. Al mismo tiempo que digo que una idea no es nada, puedo decir
de manera consecuente que entre más ideal e irreal es algo, más existente será en el sentido
paradójico de la negación. Nada es nada porque todo es idea, imagen, suposición, pero si
todo es ideas las ideas se acercan más a algo que sí es, aunque siga sin lograr una existencia
completa o extra-virtual.
Se acerca más a algo existente quien idealiza un pensamiento, pues toda idea niega un
acto y contiene algo de irrealidad que al menos pueda ser negativo de una cosa imaginable.
Idealizar a una determinada mujer o a un hombre cualquiera es irrisorio, ridículo,
patético, pero idealizar una idea innata-intuitiva de esa persona es en cambio el vórtice que
podría permitir un estallido de creación en la mentira. Lo idealizado debe ser lo más
cercano posible a la materia de la nada, porque el idealista radical sabe que lo inexistente es
lo verdadero, y todo es más falso y difuso entre más físico parezca.
De nuevo: ¿Y qué tiene que ver todo este enredo con el tema de las amantes, el sexo,
el amor y toda esa joda? Creo que va más o menos así:
Yo soy anarquista (anarco-individualista) gracias a que soy un verdadero nihilista, y
lo soy gracias a que soy un idealista radical (héroe byroniano), por eso me siento
decepcionado e inseguro y llego a ser, en el fondo, nada más que un gran satírico (cínico),
un fauno desmesurado, afrentoso y burlón. Soy todas esas cosas —en particular un idealista
— porque me gusta coleccionar, etiquetar y guardar cosas; me gusta desde la infancia, es
parte de mi carácter más personal e infantil. Por eso aunque todas estas etiquetas suenen a
una tergiversación ridícula de muchas ideas, son sumamente importantes para mí. En el
campo de lo abstracto se genera la mayor parte de mis emociones, las más grandes y bellas.
No puedo sentir del todo bien ante las relaciones humanas si no las paso por el filtro
racional o irracional de mis ideales estéticos, morales e intelectuales. Tengo ideologías,
13
Libros como El Crepúsculo de los Ídolos [Götzen-Dämmerung Oder: Wie Man mit dem Hammer
Philosophiert] o El Anticristo [Der Antichrist, Fluch auf das Christentum]. Mucha gente dice que
para aquel entonces la neuro-sífilis hacía lo suyo con fuerza y la brillantez del bigotón se alejaba
a pasos cada vez más largos. Simples argucias producto de una ignorancia incapaz de
adelantarse un poco en el tiempo a la hora de juzgar. La locura —si es que hubo tal— le permitió
a Nietzsche depurar las partes más humanistas/existenciales de su obra, dejando en pie a solas
el esqueleto de bríos, ardides e invectivas; todo su temperamento intelectual se cristaliza en una
especie de mega-crítica biliosa y universal de los albores de la cultura europea. Es su verdadero
y monumental aporte —junto con el mito intero-devocional del Sobre-hombre— a las letras
alemanas; el aporte de un poeta, de un literato-filosófico, más que de un filósofo. Eso otro tan
importante que le dejó a la filosofía: el método genealógico, la crítica de la moral —instituida
sobre valores de origen metafísico interiorizados por la cultura occidental—, la introducción del
filtro hermenéutico Dionisiaco/Jovial y sus desarrollos inconclusos de la Voluntad de Poder
[Der Wille zur Macht], constituyen para mí un bien menor en comparación con sus disparates
geniales —bien menor que, no obstante, sigue resultando imponderable.
raras, pero las tengo, y una ética inviolable en la medida de que mi compromiso con la
abstracción ideológica es una obligación que me impone la personalidad, las anclas
relacionales de la suma de mis pasos por este mundo.
No podía explicar mi relación con el romance, con el amor y la atracción, sin explicar
mi relación —o la relación de mis pensamientos— con lo que entiendo por idealizar. El
idealismo, en muchas formas y en diferentes grados, ha permeado e incluso permitido que
emerjan en mí convulsiones emocionales tremendas, a las que nunca hubiera llegado por
una vía más directa o animal. Entre más ideal y menos aterrizados han sido mis impulsos
amorosos más belleza (obra) he podido extraer de ellos, aunque su huella como sucesos no
fuera ni la mitad de placentera o agradable que la relectura posterior de los escritos
confesionales, devocionales o despechados e insultantes que dirigí a aquellas mujeres
etéreas.
Le di rostros y voces a ciertas ideas con las que quería convivir, ideas que quería
abarcar, o con las que quería copular hasta perder la cabeza cual macho de mantis religiosa.
Cuando esas mujeres eran una u otra, cuando se parecían más a lo que sea que las habite y
corresponda a sus esencias, en esos momentos el delirio era tolerable, pero la resaca de la
repentina iluminación, la sensación repentina de haber adorado algo irrelevante, es mucho
peor que el sopor del delirio idealista. Cuando llegué a anhelar algo que vi en estas mujeres
al nivel de una enfermedad, mi vida falsa y conformista quedó anulada, y el dolor y el
fastidio auto-infligidos empleando sus imágenes se convirtieron en fragmentos robustos,
estridentes e incluso portentosos.
Pude darme la espalda e idealizar a un nivel casi religioso, y si este apartado contiene
una sátira/homenaje a cierto periodo del pensamiento alemán, es porque en el romanticismo
germánico hallé los arquetipos acometidos en mis propias historias de amor insano y
malogrado. Habiendo pensado un poco en la evolución del idealismo —sólo entre la
ilustración y el periodo victoriano— fue muy obvio que no podía alejarme de ese tipo de
temperamentos a la hora de pensar con relativo rigor mis propias taras emocionales.
Hablaré, en este orden de ideas, de un puñado de noveli(s)tas y cómo viví sus
miserias adaptadas a mi contexto frívolo y criollo.
A saber: Imago, de Carl Spiteller; Las Tribulaciones del Joven Werther, de Goethe; la
Venus en Pieles, de Sacher-Masoch —y quizás un poco del Diario de un Seductor de
Kierkegaard, que no era alemán, pero bueno, qué más da.

Comentario mayor
(Lo Romántico)
Mannequin idéal, tête-de-turc du leurre,
Éternel Féminin!... repasse tes fichus;
Et viens sur mes genoux, quand je marquerai l’heure,
Me montrer comme on fait chez vous, anges déchus.14
Tristan Corbière

No es gratuito que usemos la palabra romántico tanto para pensar en la vasta cultura
europea de los siglos XVIII y XIX, como para referirnos a las canciones de salsa y
vallenatos que hablan de fluidos corporales de mujer, o a los clásicos de la música para
planchar que pasan en la Voz de Colombia (Bésame).
A lo que voy con estos

Comentario menor
(Masoquismo y Expiación-Sacher Masoch)

Comentario menor
(El Romance Literario-Kierkegaard y Goethe)

Inciso Mayor
(Total Idealismo-Donquijote, Imago)
[del comentario mayor de cada obra se deriva comentario menos con una narración]

14
Tr. «¡Ideal maniquí o cabeza de turco,/eterno femenino!... plancha todos tus chales;/siéntate
en mis rodillas cuando yo te lo diga,/¿qué sabéis hacer, dime, las que habéis sido ángeles?»
Tomado de Les Amours Jaunes [Los Amores Amarillos].

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