Alcolea Rafael - Me Olvide de Mi

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Comentado [CvM1]:

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Olvidarte de quien eres es como lanzarte al océano y desintegrarte en miles de microscópicas partículas,
es no haber existido, no dejar huella en los demás, quedarte para lo último cuando ya todos son felices y
duermen tranquilos, solo entonces empiezas tu día, solo que ya es muy tarde para empezar a vivir. Otra hoja del
calendario se marchita, otro poco de ti se desvanece…

Te lamentas, recapacitas y piensas: hoy, de nuevo, me olvidé de mí.

2
10 Mayo de 2016, miércoles.

Oscuridad, sombras, frío, todo eso me rodea. No sé bien si duermo o estoy soñando. No sé qué
es real o fantasía. Casi no puedo moverme de la cama sin que todo me de vueltas. Toco mi cabeza con
miedo y dolor; sé que estoy gravemente herida. Desconozco porqué no estoy en un hospital y en
cambio, me encuentro en esta habitación oscura y destartalada. Desconozco quién es él, o quién soy
yo. Solo sé lo que él me dice: que me cuida, que me quiere, que no permitirá que nunca me pase nada.
Está claro que me he olvidado de quién soy, que dependo ciegamente de él, de lo que me cuente.

Quiero creerle, necesito tranquilizarme, aunque solo puedo hacerlo cuando duermo bajo el
efecto de los medicamentos que él me suministra, que son demasiados y muy a menudo. Antes de
dormirme trato de recordar quién soy, de dónde vengo, por qué estoy aquí… hasta que empieza a
dolerme la cabeza tanto que llego a desmayarme, justo cuando alguna de las tinieblas que me rodean
antes de dormirme, puedan ayudarme a responder a la pregunta de porqué me olvidé de mí; porqué
lo miro y siento que no es quien dice ser, que no me puedo fiar de él; que no estoy a salvo.

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I

10 Marzo de 2016, jueves.

No soy tan feliz como yo creía, o he intentado aparentar serlo con tantas fuerzas hasta que he
logrado engañarme a mí misma. Estoy varada, estancada en una vida que no es la mía; al menos yo
no la ideé así. Me siento atrapada en una inmóvil rutina que poco a poco corroe todo lo que yo era,
mi persona, lo que siempre he sido y que deja paso a lo que los demás quieren, lo que necesitan, no lo
que siento que quiero ser yo. Sin embargo, he sido capaz de sobrevivir así, de encontrar un ápice de
felicidad en las pequeñas cosas que nadie ve: un beso en la mejilla de mis hijos, una flor nueva que
nace en el jardín, una receta que a todos gusta… solo que llega un momento en que esos alicientes no
llenan el vacío interno que amenaza con destruirte. Me siento como un producto del despiece; ese que
día a día me va sometiendo hasta convertirme en un amasijo de huesos depositados en un ataúd de
piel opaca que es capaz de taparlo todo; incluso mi verdadero yo.

Tengo dos hijos: Zoe de doce y Adam de nueve. Ellos son parte de los pocos alicientes que
mueven la balanza lejos del abismo. Son el timón, y a su vez, el ancla de mi vida. El timón porque la
dirigen: tienen actividades extraescolares cinco días a la semana, algún partido los fines de semana,
cumpleaños, trabajos, clases particulares… Y también son mi ancla: son la razón principal por la que
no me he separado de Frank. Puede sonar un poco tópico, pero ellos necesitan a un padre, y por qué
no decirlo: nuestra economía es muy buena a su lado, y aunque tal vez nunca lo he amado en el
sentido romántico de la palabra, si he llegado a quererlo. Me he acostumbrado a hacerle de costilla.
Las rejas se hacen invisibles día a día y la rutina es capaz de destruir tu esencia, impidiendo que seas
quien programaste ser, haciendo que en tu mente te repitas una y otra vez:

«Hoy, otra vez, me olvidé de mí».

Vuelvo a recriminarme por no haber ejercido mi profesión. Recién terminada la carrera de


profesora en educación primaria me casé, y nunca he necesitado trabajar gracias al trabajo de Frank,
mi marido. Él es economista, además de político. Dirige un fondo de inversores internacionales en los
Estados Unidos con base en Miami. Es muy bueno en su trabajo y todos le respetan y admiran; es un
líder nato. Esto acarrea una ausencia constante de su persona en casa; pasa poco tiempo con nosotros,
aunque así es casi mejor, la verdad.

Su última locura ha sido presentarse como candidato a la alcaldía de Lighthouse Point, lo peor:
ha ganado… Esto nos resta aún más tiempo con él debido a sus constantes viajes por uno u otro
trabajo. Siendo egoístas, a mí no me preocupa su ausencia, y además suma más ceros a la economía
familiar. Aunque lo parezca, no soy frívola, su yugo es el que me ha hecho pensar así: casi prefiero no
verle.

La convivencia con Frank se ha convertido en algo titánico, siempre está estresado y discute
con todos. Los niños se ponen tensos nada más aparece por la puerta, no saben cómo actuar para no

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recibir una reprimenda, en cambio, sonríen de alivio cuando se marcha de viaje. Ellos no me dicen
nada, pero sé que cuando le preguntan cuánto tiempo estará fuera, en realidad solo quieren saber
cuántos días de tranquilidad tendremos en casa. Tampoco creo que él esté a gusto en casa, cada vez
pasa menos tiempo aquí, sin embargo, parece disfrutar destruyendo la armonía que cultivamos nada
más sale por la puerta. Yo misma me armo de paciencia cuando me entero que pasará varios días
libres en casa o que un día no irá a la oficina porque ya lo tienen todo controlado y puede trabajar
desde su cómodo despacho en el número 2011 de Hilsboro Beach.

Cuando contemplo todo lo conseguido, lo bonita que es nuestra casa, y lo bien que vivimos,
me aferro a lo positivo para no salir corriendo y comprobar si esta sensación de ahogo permanente
que siento en mis entrañas se debe a su sola presencia o simplemente a mi clausura vital.

Me miro al espejo y, con poca ropa, no me reconozco.

«¿Quién es esa señora que se me ha metido en el cuerpo haciéndome parecer diez años más
mayor? ¿Alguien puede decirle que deje de comer tanto, que se mueva?»

Como a muchas personas, la ansiedad me produce estrés y la única manera de paliarlo es


comer, comer y comer. En realidad, no como tanto, o eso creo yo. Lo que si admito es que picoteo
muchas veces al día, y todo lo prohibido: chocolates, dulces, galletitas, comida basura... Tampoco
ayuda el no hacer nada de ejercicio.

«¡No tengo tiempo! ¡En serio!»

Sé que suena a excusa barata de una gordita resignada, pero entre el colegio de mis hijos, las
actividades extraescolares, lecciones de música de los niños, arreglar la casa, cocinar… Además,
Frank no quiere que nadie de fuera fisgonee en nuestra intimidad. El buen señor dice sentirse
violado, sucio; que le gusta más como yo hago las cosas: con cuidado y cariño. Los primeros años me
lo tomaba como un halago, ahora, miro atrás y no creo que pueda haber sido tan rematadamente
tonta. Hoy en día comprendo que es una manera sutil de decirme que soy la esclava perfecta y una
manera cruel de someterme sin que yo me de cuenta. Tener una esposa como yo le sale realmente
rentable. Cierto es que Frank no es tacaño, aunque otras veces sí que lo es. En cosas inverosímiles
decide que hay que ahorrar, en otras, en cambio, tira la casa por la ventana. Mi marido es un tanto
desconcertante, yo siempre pienso que es “bipolar”, aunque nunca se lo digo. Una vez lo comenté
medio en broma y aún recuerdo cómo se puso.

«¡Qué ciega he estado! ¡Qué inocente era!»

Me siento una idiota, no sé cómo reaccionar cuando me percato de algo así. Quiero hacerle
saber que me he dado cuenta de cómo me trata, que no soy la joven apocada que puede manipular.
Ese es mi gran defecto: nunca he sabido, tal vez culpa de mis autoritarios padres o de mi intrínseca
personalidad, plantarle cara. Me pongo tan nerviosa que no sé cómo sacarle el tema o echárselo en
cara sin enfadarme y perder la razón. Me encantaría poder decirle las cosas bien dichas, sin que Frank
pueda darle la vuelta a la tortilla o tergiversar mis palabras. Mi marido es un maestro de la palabra,
un manipulador de las intenciones ajenas, capaz de venderte arena en mitad del desierto y dejar que

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te vayas tan contento pensando que has conseguido el chollo de tu vida.

Mi rutina se ha convertido en existencia, ya no hago otra cosa que sacarle brillo a lo cotidiano,
solo aprovecho para sonreír cuando tengo un minuto para mí misma, que no suele ser muy a
menudo. El resto del tiempo pienso, como ahora, que estoy malgastando mi vida de una manera
idiota y absurda, como si pensase que detrás de esta viene otra vida. Actúo como si hubiese una serie
ilimitada de repuestos vitales que yo podré ir desechando o malgastando hasta dar con el adecuado:
la vida que siempre he querido vivir pero que por errores del destino no he tenido.

Cada noche cuando me acuesto pienso que el amanecer me traerá otra vida, otra realidad que
borre de un plumazo la pegajosa sensación de estar corrompiendo un regalo maravilloso que he
dejado a la intemperie durante la noche. Sonrío para mis adentros y sueño con un amor verdadero
que me remueva por dentro hasta que no me deje respirar. Cuando despierto y tomo conciencia de la
realidad, constato que el amor verdadero no existe, que las personas van y vienen hasta que una se
queda, la que piensas puede ser la más adecuada para este viaje, nunca es la perfecta. Esa que tal vez
conociste una vez y recordarás el resto de tu vida, cuando te vayas a dormir. Esa persona que te
vuelve loca y te desequilibra, que no entiendes, pero que no puedes dejar de amar. Como un libro
raro que no entiendes y sin embargo no puedes dejar de leerlo, que te engancha. Entonces despierto
con ansias de volar y escapar de la pegajosa realidad que me espera, paciente, como una araña en su
tela.

La campaña para ser alcalde de nuestra pequeña localidad: Lighthouse Point ha sido
devastadora. En nuestra ciudad apenas convivimos once mil habitantes. El ciudadano medio tiene
alrededor de los cincuenta, tiene una mujer rubia más joven que él y dos hijos. Suele ir a jugar al
squash y pasea en uno de sus botes un par de veces por semana, por eso la llaman la pequeña “Palm
Beach”. Es un pueblo tranquilo, muy tranquilo, de clase media alta. Los niños van a una escuela
privada donde pasan la mayor parte del día y las esposas suelen pasar el tiempo de compras en
algunas de las boutiques de la ciudad, o mortificando a sus muchachas en las increíbles casas que
bordean la costa.

Durante la campaña electoral, Frank casi nunca ha estado en casa, siempre atendiendo decenas
de eventos por la ciudad y recuperando el tiempo perdido de su empresa por las madrugadas.
Hubiese sido un alivio no tenerlo por aquí cerca, de no haber derivado en mí todo el trabajo de
niñera, ama de casa, cocinera, chófer, limpiadora, etc. Ha sido demasiado… en varias ocasiones me he
encerrado en el baño para llorar y respirar hondo. Necesitaba liberar tensión y no pagarlo con los
niños, los pobres siempre actuando de colchón en las crisis de los adultos. Por suerte, ya ha
terminado. De nuevo me engaño pensando que la esclavitud matrimonial, la penitencia que pago por
ser feliz de cara los demás, y a la que estoy sometida por conservar un cierto estatus social ha
concluido. Me creo que de la noche a la mañana todo va a cambiar. Que Frank va a volverse tan
detallista y sumiso como el protagonista de Cincuenta sombras más oscuras: más guapo, más tierno, y
más caballero que la mejor versión de sí mismo. Obviamente, nada de esto cambiará, y yo ahogo mi
desilusión en la nevera, alguna película romántica de la tele, o un poco de sexo cuando toca: mal y a
destiempo.
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Las noches que no ha dormido en casa he llegado a soñar que estaba soltera y no lo tendría
que volver a ver. No obstante, cuando me levantaba por la mañana y abría los ojos: una bofetada a su
olor me devolvía a la realidad.

La regla fundamental sobre la privacidad en el núcleo familiar del hombre más ocupado del
planeta impide que yo reciba ayuda externa, menos aún ahora que tiene una «imagen pública» según
dice él.

Hasta hace poco no me he dado cuenta del nivel de control que tienen Frank sobre mi vida.
Trato de maquillarlo con una capa de cariño o enamoramiento por mí, pero en realidad he
descubierto que le pone enfermo que me divierta sin él, que sea autosuficiente, que alguien alabe mi
trabajo si él no ha tenido nada que ver, que no dependa de él…

Suele repetir frases como: «Cariño, deja el ordenador que tú de eso no sabes» cuando le
pregunté por la clave del Mac para buscar alguna información sobre “el oso hormiguero” para la
clase de ciencias naturales de Adam, o cuando dice a nuestros conocidos: «Anna es más de quedarse
en casa con los niños viendo una de esas películas romanticonas o de dibujos que de salir a hacer
senderismo o apuntarse al gimnasio».

Por aquel entonces solía sonreír y bajaba la mirada para no llevarle la contraria, tonta de mí
que debía haberle contestado alguna fresca del tipo: «lo que no me gusta es ir contigo porque te
pones insoportable explicando todas las cosas, pendiente de todos los mínimos detalles, sin dejarnos
disfrutar de la naturaleza y la tranquilidad del entorno. Por eso prefiero no ir a ninguna de tus
excursiones por el campo, descenso de barrancos, navegar en Kayaks, etc. Prefiero la tranquilidad de
mi hogar cuando tú no estás. Eso hubiese sido cruzar una línea roja de las muchas que Frank
establece a diario. Odia que le deje en evidencia delante de la gente, quedar en una posición inferior a
mí, así que trato de no llevarle la contraria. En alguna ocasión ha sido violento, yo encima creí que
había sido culpa mía. Con los años, pienso que estoy equivocada y nadie debe poner palabras en tu
boca, ni dirigir cada uno de los movimientos que realizas a diario. Ya he entendido que no soy su
marioneta, pero no sé cómo puedo cortar las cuerdas… Sé que le debo mucho, casi todo lo que
tenemos hoy en día, pero no le debo la esencia de mi persona, mis opiniones, mis sentimientos, mi
tiempo, mi ilusión; mi vida. Siempre le estaré agradecida, y se lo he devuelto con creces, por haber
estado ahí para ayudarme cuando nadie lo estuvo, ni siquiera mis padres adoptivos… pero ese peaje
de agradecimiento inocente, no le da derecho a extinguir mi voluntad y cambiarla por la suya, a
tratarme como otro de los muchos satélites que giran alrededor suya a diario; con la salvedad de que
a mí es el primero que tiene en su órbita.

Últimamente me siento como una crisálida, aletargada, pero que está a punto de estallar. Para
bien o para mal: no puedo más. Después de pasar doce años dormitando en nuestro hogar,
agradecerle cada segundo de mi vida como si yo no aportase nada en el matrimonio, como si todo lo
que hago es la precio por tener derecho a un plato de comida y un techo bajo el que cobijarme.

Siento que necesito más, necesito respirar, vivir… no hacerlo con el poco aire que le sobra y
me deja para que vaya sobreviviendo. Sufro por conseguir cada bocanada nueva, temerosa de no ser
merecedora de ella y asfixiarme finalmente. Me siento constantemente a prueba, como si tuviese que

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demostrarlo todo, a todas horas para poder seguir a su lado, para tener derecho a vivir. Un verdadero
compañero vital no te expide recibos sentimentales, ni te chantajea con lo que habéis construido
juntos, sin embargo, él es así. Sé que si trato de despegarme de su lado, me pondrá impedimentos a
cada paso nuevo que trate de alejarnos, o nos separe del concepto posesivo y destructivo que él tiene
de una pareja.

Sonrío al ver el cesto de ropa que debo planchar sus camisas blancas: camisas blancas azuladas
para ir al trabajo, camisas blancas inmaculadas para las entrevistas, camisas blancas de algodón
egipcio para transpirar en los mítines, camisas blancas nuevas para las misas del domingo, camisas
blancas antiarrugas para cuando lleva americanas y un sinfín de camisetas de deporte que utiliza
cuando se va a jugar al fútbol con sus amigos un par de veces por semana. Tienen un equipo y él es el
capitán o el entrenador, no lo sé muy bien la verdad, solo sé que me deja tranquila un par de noches a
la semana cuando juega con sus amigotes. Cuando regresa yo ya me he acostado, es la excusa
perfecta para no mediar casi palabra con él; porque aunque me vea dormida me despierta, aunque
sea para preguntar: «¿estás dormida?». Me acostaría casi antes que los niños si pudiese, acabo tan
agotada desde las seis y media de la mañana que me levanto para que todo fluya con normalidad,
que a las ocho de la tarde ya veo borroso. Frank regresa tan tarde esos días porque tras practicar su
deporte, suele ir con los chicos del equipo a tomar algo en la hamburguesería de Barry’s. Alguna vez
se me ha pasado por la cabeza que tal vez tenga una aventura, pero Lighthouse Point es tan pequeño,
que cualquiera los habría visto. Además, habría sido la excusa perfecta para divorciarme de él y, de
paso, desplumarlo.

Ahora que lo pienso, yo no recuerdo la última vez que corrí o hice deporte, tal vez en el
instituto o alguna vez en la universidad cuando me apunté a aquel gimnasio tan cutre que no te
obligaba a pagar la matrícula y practicaba la inconstancia de los estudiantes universitarios para estar
en forma. Por primera vez en tanto tiempo me arrepiento de no haber continuado practicando algo
de deporte. Nunca se me dio mal, y siempre he corrido a buen ritmo…

«No tienes tiempo, no seas boba» —pienso, como si Frank estuviese a mi lado para estrangular
mis intenciones por mejorar, por avanzar.

Desbarato mis pensamientos cuando le oigo llegar con el coche, acompaño mentalmente los
pasos que va a dar hasta abrir la puerta del garaje. Sin darme cuenta, casi como si pudiese escanear la
casa, repaso todos y cada uno de los puntos críticos que puedan enfadarle. Nunca se puede controlar
todo, la mayoría de las veces se me escapa algo que le desagrada. Sin embargo hay “clásicos” que sé
con toda seguridad que van a enfadarle:

Las toallas del baño deben estar secas y bien colocadas, no pueden estar puestas de cualquier
manera, deben colocarse como si estuviesen preparadas para el mejor hotel de cinco estrellas. La cena
debe estar lista y recién preparada. Justo para cuando él llegue, ni antes, ni después, tampoco le gusta
verme terminando de preparar la comida, a menos que él me pida que le prepare algo especial
porque lo que yo haya estado un buen rato preparando no le agrade. Los niños deben estar en sus
habitaciones haciendo los deberes, estudiando o leyendo, nada de usar la Tablet o la videoconsola
durante los días de semana. Las luces del pasillo y del jardín deberán estar apagadas para no
derrochar electricidad, para eso están los temporizadores que las encienden y apagan
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estratégicamente para ahorrar. Debe haber cervezas en la nevera, casi más importantes que la propia
comida que vayamos a tomar… y así un largo etcétera que deja de estrangular la boca de mi
estómago cuando creo que todo está controlado y no podrá liarla por uno u otro motivo, que en
definitiva se reducirá a mí: yo tengo la culpa de todo lo malo de este universo.

Aunque controlar todas estas cosas tan solo son medidas paliativas para tratar de capear el
holocausto, al final se reducen a pequeñas tablitas colocadas en las ventanas cuando se trata de frenar
un huracán.

Entonces, escucho risas en el cuarto de Zoe. La sangre se me hiela y descubro el primer motivo
por el que se va a enfadar. Adam ha debido escabullirse a preguntarle alguna duda de sus deberes y
habrán empezado con las bromas, lo normal entre hermanos. Sin embargo, tienen todo el día para
esos jueguecitos de “ tú la llevas”. Ahora no es precisamente el momento. Se lo he advertido en
muchas ocasiones, pero a los pobres se les olvida, comprensible. Frank está a punto de entrar, si los
escucha jugando y riendo me culpará de ser una madre irresponsable, me dirá que los consiento
demasiado y que siempre quedo como la buena y él como el malo. Me regañará por no haberlos
escuchado y detener esa situación de descontrol antes de que él llegue a casa, cansado y con ganas de
relajarse, después me criticará por estar gran parte del día enganchada a la televisión.

«Y un cuerno, ¿las cosas de casa quién las hace entonces? ¿Se hacen solas?»

—¡Chicos, papá acaba de llegar, por favor! ¡Rápido! ¡Adam, vuelve a tu cuarto!

No necesito decir nada más para que mi hijo se teletransporte con sumo cuidado hasta su
habitación. Justo en el instante en que su padre entra, yo salgo a su encuentro para bloquearle el
campo de visión y no lo pille correteando por el pasillo de la planta superior; además, le encanta que
lo reciba como como si la única y verdadera razón de mi existencia fuese verlo entrar por la puerta.
Tal vez debiera ser así en un matrimonio normal o si estás enamorada… no lo es en mi caso.

«¡Puaj!» —pienso mientras trago saliva para quitarme el mal sabor de boca al atragantarme
con la idea de tenerlo cerca hasta por la mañana, cuando se marche al trabajo, y vuelva a ser libre.

Es duro pensar esto, pero es así. Es lo que hay. Cuando pienso así, me siento culpable por que
Frank no es malo del todo; más bien es quisquilloso y muy rancio. Después, cuando llevo cinco
minutos con él, Frank se encarga de recordarme por qué pensaba eso de él, y le digo adiós a los
remordimientos por no tener ganas de verlo cuando regresa del trabajo. Por no quererlo aunque lo
haya intentado con todas mis fuerzas.

—Cariño, ¿qué tal? —Atropello una insegura pregunta al abórdalo y observarlo parado frente
a mí con su maletín de piel en la mano, observándome, como si hubiese detectado mi nerviosismo
por que esta noche nada falle, que todo sea de su agrado.

—Bien… pero, no mejor que tú, claro… —primera puñalada sarcástica— ¿Tú cómo te crees
que me gano la vida…? Llevo un día que tú no podrías no haber hecho la mitad de lo que yo he
hecho —respiro profundamente para evitar que el buen rollo y el karma positivo queden anulados

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por sus típicos reproches—, por la mañana en el ayuntamiento, ¡imagínate! y por la tarde en la
empresa; donde hoy ha sido un caos, ¡un puto caos! Esos idiotas no saben dónde tienen la cara. Son
unos cagones, unos fantasmas, si no estoy yo por ahí, se limitan a descargar porno de sus
ordenadores o darle a “Me gusta” en el Facebook de sus conocidos. Hoy no han ganado un puto
euro; cero. El mercado ha cerrado antes de que yo llegase. No pude localizar a nadie en la oficina, el
teléfono no iba, y nadie se preocupó de llamar a la compañía para que lo solucionasen, por eso no han
comprado cuando debían, y no han vendido las acciones cuando todo el mundo lo hizo. Tuve que
ausentarme por estar en el pleno del ayuntamiento y no saben hacer una puta mierda sin mí. ¿Los
echaría a todos a la calle por inútiles, pero necesito a ese equipo, no puedo perder el tiempo en
formar uno nuevo siendo alcalde. Así que me tendré que conformar con estos cutres; eso sí, alguno
va a ir a la calle.

Le conozco y sé que viene cabreado. Respiro aliviada porque no los ha pillado y así, al menos,
no la pagará con los niños. Con suerte, solo estará cabreado con sus trabajadores. Frank no les ha
pegado nunca a los chicos, bueno, un azote en el trasero de vez en cuando, pero solo cuando eran
más pequeños; aunque no deja de ser una persona muy cansina. Es capaz de taladrarte el cerebro,
robarte la voluntad hasta que prefieras suicidarte tú mismo con tal de no escucharle.

—¿Te saco una cerveza? La cena está casi lista. No la he querido terminar de hacerla para
servirla recién hecha —digo atropelladamente, sin dejarle reaccionar— dame un minuto, la termino,
pongo la mesa, y comemos enseguida. Ponte cómodo y te aviso en unos minutos.

No le dejo responder, le pongo su cerveza favorita bien fría en la mano, para comprar su
silencio y favorecer un clima de paz y armonía. Mira el botellín helado de cerveza, abre la boca para
decir algo, y se da media vuelta, alejándose de la cocina.

—¿Y los niños? ¿No salen a recibir a su padre?

Abro la puerta de la cocina de nuevo, y mientras doblo las servilletas, invento otra nueva
excusa.

—Sí, cariño, es que están estudiando; ya les queda muy poco. Me han preguntado hace un
momento por ti, como ayer y antes de ayer no te vieron…

—Yo trabajo, ¿sabes? —responde con sequedad— soy el que lo paga todo, el que os lo paga
todo...

«No hace falta que nos lo recuerdes a cada instante, idiota, ya lo sabemos» —pienso, pero no le
digo nada por no liarla. Si me atreviese a contestarle algo así, los niños se irían a la cama sin cenar, a
mí me amargaría la noche hasta que me fuese a la cama llorando, y así podría quedarse él solo
cenando y viendo el canal de televisión que quisiese.

—No te preocupes que ahora mismo los llamo. Querrán saber qué ha hecho hoy su importante
padre, el flamante alcalde de Lighthouse Point —sonrío con una de mis mejores sonrisas falsas, de esas
arrebatadoras y que no parecen falsas, para evitar el enfrentamiento, aunque siento unas ganas

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terribles de arrancarle la cabeza. Sé que enfrentarme a él, no sirve de nada. Después de cientos de
peleas, siempre me hace sentirme mal, y al final se sale con la suya. Es imposible rebatirle nada, es
mejor sobrellevarlo…

Me doy la vuelta y busco el delantal, a su vez pongo el horno a calentar unos minutos más
para que se termine de hacer el pescado.

—¿Qué es ese olor, Anna?

No sé a qué se refiere, así que salgo de la cocina. Supongo que será el olor del asado, pero
cuando llego hasta el salón, huelo a quemado. Entonces, me quedo paralizada, se me congela la
sangre y deseo en ese mismo instante que la tierra se me trague…

«¡Las camisas!» —pienso para mí. He dejado la plancha puesta y eso significa pena de muerte
para Frank.

Vuelvo a oler para desterrar esa idea de mi cerebro.

«¡No puedo haberme dejado la plancha puesta! Es todo lo que necesita para liarla».

He estado planchando un rato, pero con el nerviosismo de su llegada y que todavía no estaba
lista la cena, decidí dejar de planchar y preparar la cena. En ese instante mi hijo Adam me preguntó
una duda desde su dormitorio, así que me marché y estuve unos minutos en su habitación. Después,
miré el reloj y descubrí que era muy tarde. Bajé a preparar la cena y olvidé que la plancha estaba
sobre la mesa.

Decidí llamarle al móvil, por si esta noche iba a cenar en casa, pero después recordé la última
vez que lo hice: me acusó de controlarle, que daba una imagen muy débil delante de los trabajadores
de su empresa. El hecho de que la esposa del jefe le llamase para decirle que tirase para casa, suponía
un golpe bajo para su hombría delante de los demás gallitos de corral. Así que al final no le llamé, me
puse a preparar la cena pues sabía que si finalmente aparecía sin avisar, me crucificaría si no había
nada de cena para él. En mitad del dilema existencial de hago la cena para que no me pille y si no
viene la tiro a la basura, se me olvidó desconectar la plancha y seguramente el calor de la plancha
habrá prendido alguna de las camisas apiladas al lado.

«Dios, no puedo haberle quemado una camisa… será mi fin» —me digo mientras subo los
escalones atropelladamente para apagarla. Cuando entro en la habitación, veo mi “súper regalo” de
aniversario sobre una de las camisas blancas, una de las “inmaculadas”, para empeorarlo más, es
decir, una de sus favoritas.

Corro hacia la mesa de planchar, levanto a la plancha asesina y descubro que no ha sido un
pequeño roce, no, toda la superficie antideslizante de la plancha está ahora sobre la camisa. Aunque
la máquina tienen un sistema de seguridad que la apaga pasados treinta segundos sin usarse, al
haber planchado a máxima potencia durante un buen rato para que las micro arrugas de su camisa
desapareciesen por completo, el calor residual de la máquina ha sido suficiente para ennegrecer la

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parte delantera de la camisa. Incluso descubro horrorizada unos pequeños agujeritos en la tela de
algodón egipcio cuando escucho sus pasos al acercarse. Me va a descubrir y todos los esfuerzos por
preservar la armonía en casa, habrán sido en vano. Calculo los peldaños: tengo diez segundos, no,
nueve, para inventar una excusa y esconder la camisa en algún rincón de su vestidor, donde ahora no
la vea. Ya podré deshacerme de ella mañana cuando salga de casa. De todas formas, tiene más de
cincuenta en su armario, estoy segura de que no va a notar que falte una.

«Ingenua»

Me cruzo con sus ojos desencajados al revisar la habitación cargada con un aroma a quemado
que evidencia que algo ha pasado ha pasado con la plancha. Respiro aliviada pues no ha podido
verme esconder la camisa en el cajón de mi mesita de noche. No obstante, me pongo delante y con
gran dignidad empiezo a recoger el cable de la plancha.

—¿Qué ha pasado aquí? ¡Huele a quemado! ¿No hueles tú también…? ¿Estaba la plancha
encendida?

—No. Supongo que no sabes que las planchas modernas tienen un sistema anti- olvidos que
impiden que el electrodoméstico siga calentando si se deja desatendida sobre cualquier superficie,
fuiste tú quién insistió en comprarla. Solamente se ha recalentado un poco la funda de la tabla de
planchar, casi no se nota, ¿ves? —indico mostrándole la tabla de planchar, para que se quede
tranquilo.

Frank, no contento con mi explicación, se dirige hacia mí como un rayo. Su mirada se dirige
hacia la zona que yo trato de tapar: la mesita de noche.

«No ha podido verte, estate tranquila» —trato de tranquilizarme mientras se acerca hecho un
basilisco.

Frank me aparta con un leve manotazo, al darme la vuelta descubro lo que él estaba viendo
desde el lado opuesto de nuestro dormitorio: con las prisas he pillado una de las mangas de la camisa
quemada con el cajón de la mesita de noche. Frank sabe que ahí guardo mi ropa interior, por lo tanto,
una camisa blanca de hombre asomando por allí no es muy normal.

Trato de advertirle que el pescado ya estará listo, que si no acudo pronto, esta noche no habrá
cena. Entonces me agarra del brazo y de un tironazo, casi sacando el cajón de la mesita de cuajo,
descubre su camisa hecha un ovillo y arrugada sobre mis braguitas y tangas. Me suelta para poder
sacarla. Al extenderla sobre la cama, se distingue perfectamente la silueta de la plancha en color
negruzco sobre la parte delantera de la camisa, justo en el pecho, donde no puede esconderla debajo
de un pantalón por ejemplo.

Sé lo que viene ahora, reproches, acusaciones desproporcionadas y, a veces, ni cenaremos. Me


llevo las manos a la cabeza y resoplo, no tengo ganas de volver a vivir esta experiencia. Si por mí
fuese, jamás tendríamos discusiones o peleas. Es agotador empezar a pelear de nuevo. Sencillamente
es un desgaste de energía y fuerzas que no me apetece volver a revivir, tampoco quiero que lo

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presencien mis hijos otra vez.

—¿Tratabas de ocultármela? ¿Has querido engañarme? ¿De veras piensas que soy tan idiota?
El día que aprendas a ocultarme cosas, corre mucho, porque si te descubro…

—Frank, no quería que te enfadases, por eso he querido esconderla. Mañana mismo pensaba
comprar otra para reponerla. Sé que es tú dinero, pero qué le hago si soy un poco despreocupada…
Tú día ha sido muy duro, te mereces un descanso, debes relajarte. Siempre te agobias con estas
cosas… Sé que es culpa mía, he sido muy despistada, no volverá a suceder, lo prometo —me disculpo
agachando un poco la frente, como hago siempre que trato de no disgustarlo. Una muestra de
sumisión con la que no estoy de acuerdo, pero que hago varias veces al día, para evitar
enfrentamientos.

—Has sido una irresponsable… para no variar.

Continúo con la cabeza agachada, y siento unas ganas irrefrenables de mandarlo a la mierda,
decirle que es un gilipollas y que es una estupidez de camisa, que tiene decenas iguales, y que
podemos permitirnos comprar una camisa nueva cada día si quiere, sin que su bolsillo lo note
siquiera. Pero no lo hago. Sé que si le provoco y le digo que podemos comprar una nueva y se acabó
el problema, que lo importante es el amor y el tiempo que le he dedicado a nuestra cena y a preparar
su ropa, le puede dar un síncope.

—Ahora, baja mientras yo saludo a estos… ¿No querrás quemar la cena también?

Cuando paso a su lado, camino de la cocina, me agarra del brazo muy fuerte.

—¡Ni se te ocurra volver a engañarme! ¿Me oyes? —amenaza con la mirada fija en mis ojos. Sé
que no bromea, nunca lo hace… su mirada desafiante me produce un escalofrío, trato de zafarme,
pero es mucho más fuerte que yo, así que no me suelta.

—Lo siento, Frank. Precisamente quería evitar esto...

—Pues entonces, ten más cuidado con lo que haces o saldremos todos ardiendo la próxima
vez.

Frank baja y entretiene a los niños con las batallitas de los mercados bursátiles y cómo ha
estado mangoneando a todo el mundo en la oficina y en el ayuntamiento. «El hombre más ocupado
del mundo» —recuerdo.

Me termino la cena sin apenas hablar, me levanto pronto a recoger los escombros de la
prometedora cena en forma de pescado adherido en la bandeja del horno. Frank ha puesto el fútbol
americano, Adam lo ve con él, y Zoe ha subido a terminar de mandar un WhatsApp a su mejor amiga
para ver qué se ponen mañana para ir al instituto, odian ir iguales, así que, a pesa de comprar la ropa

13
en las mismas tiendas y que sus armarios sean clónicos, se ponen de acuerdo para no aparecer con el
mismo conjunto en el instituto. Ya es toda una mujercita, se parece mucho a mí, no sé si tanto a su
padre…

Todos se acuestan y yo continúo sin saber qué hacer con mi vida. Necesito avanzar , desplegar
las alas o un cambio radical. Frank me llama desde la cama, «encima tendrá ganas de sexo». Le hago
una mueca de contrariedad, señalando hacia mi vientre, como si tuviese el periodo. Él resopla y se da
la vuelta, apaga la luz, y a los pocos segundos está roncando. Reconozco que soy la mujer con los
periodos menstruales más largos de toda la especie humana, pero es que desde hace bastante tiempo,
ya no me apetece tener sexo con él. El sexo con Frank siempre ha sido bueno, algo salvaje diría yo,
pero bueno. Ese no es el problema, creo que el problema soy yo, bueno, y él. No es que ya no me
atraiga porque no recuerdo que nunca lo hiciera. Puedo decir que jamás he sentido ese cosquilleo en
la boca del estómago cuando lo he mirado desnudo o cuando me acaricia, nuestro amor nunca fue
así, al menos por mi parte… y sospecho que por su parte tampoco. Reconozco que Frank vale mucho
más que yo. Es atlético y atractivo, mientras que yo… yo parece que me he comido a mi yo
adolescente.

«Cobarde» —pienso cerrando la puerta del dormitorio.

Salgo de la habitación y me dirijo al porche de la casa. Cojo un chal grueso de los que hemos
usado durante el invierno para tumbarnos en el sofá. La noche está despejada y la luna creciente
ilumina los tejados con más intensidad que ayer. Parece como si los hubiesen lavado o pintado, su
color resalta a una hora en la que todo debería ser gris. El aire fresco me alivia de la rancia pesadez de
mi hogar, la mayoría del tiempo que él está. Miro la silueta de los bajos edificios y casas de estilo
moderno de Lighthouse Point. La repaso mentalmente para descubrir al final que no hay ninguna
construcción nueva. Desde nuestra casa en Hilboro Beach se divisan todos los dominios del nuevo
alcalde: su pueblo. Resulta irónico ver cómo todos los habitantes, o al menos la gran mayoría, adoran
a Frank. Mucho le admiran como un claro ejemplo del sueño americano: un tipo hecho a sí mismo
que comenzó de la nada y hoy en día es un hombre con poder y dinero; mientras, yo trago con las
miserias de su personalidad. Me revienta cuando alguien me recuerda lo que para mí es una
penitencia: ser muy afortunada al estar al lado de ese hombre tan idolatrado y perfecto. Veo la luz de
Zoe todavía encendida, intuyo que es feliz. Entonces comprendo que tan solo por eso habrá valido la
pena este mercantil matrimonio.

Aunque en muchos momentos me conformo con lo que tengo y sea feliz tan solo con apreciar
lo que me rodea, en el fondo de mi ser sé que no es suficiente. No se puede respirar dentro de un
acuario cuando se ha conocido el mar, tarde o temprano te asfixias y… o escapas, o te mueres.

Me siento en el helado balancín del porche, doy un respingo al sentir lo frío que está, y
aprovecho Para buscar el cenicero que escondí en algún rincón de difícil acceso, para tratar de evitar
coger un cigarrillo de nuevo. Ya llevo tres meses, me digo a mí misma que debo resistir, no debo
sucumbir al engaño de un placer momentáneo y esclavista, no puedo caer de nuevo y desandar todo
lo recorrido, sería como volver a tres mese atrás, tantos esfuerzos personales, tanta agonía y ansiedad,
borradas de un plumazo por el humo de un cigarro nuevo recorriendo mi interior.

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Aún no sé si mi salud ha mejorado, espero que algo al menos, lo que sí me ha servido es para
engordar, ironías de la vida saludable... Te cuidas y engordas…

Sentada aquí, a solas, mirando hacia el cielo, recuerdo a la gente que ya no está en mi vida, o
que siempre han estados ausentes, a pesar de su presencia o por jamás haber estado. También pienso
en mis padres, no los adoptivos, los verdaderos, los que nunca llegué a conocer y que siento en el
alma como pobres personas que tal vez se vieron avocados a abandonarme debido a sus
circunstancias personales, casi como me pudo pasar a mí misma. Siento que los quiero aunque no los
conozca y deseo en el fondo de mi ser que en estos instantes estén contemplando estas mismas
estrellas que ahora yo miro, que tal vez estén preguntándose, como yo hago cada día, dónde está
nuestra niña, nuestro precioso bebé. Sé que es del todo injusto no recordar a mis padres adoptivos, de
los que no sé nada desde hace doce años, desde que Zoe nació. No les culpo de nada, pero les
reprocho su intransigencia. Yo no los elegí, fueron ellos los que quisieron que ella estuviera en sus
vidas… nunca me faltó de nada, tal vez algo de más cariño y comprensión, pero fueron buenos
padres que se ocuparon de todo durante los años que estuve con ellos, hasta la universidad. De
repente, en mi mente se cuela, sin saber por qué, la imagen de mi amiga Meghan. La mejor amiga que
tuve en el último curso de la universidad. Fueron pocos meses, pero fue la persona que mejor me
entendió y con la que más me divertí en los últimos meses antes de graduarnos. Su pérdida fue
horrible, más que si hubiese sido alguien de mi familia. La nuestra fue una amistad de esa que surge
cuando menos lo esperas, pero que sabes que durará para siempre. Simplemente encajamos. Nos
prometimos seguir juntas después de la universidad. Teníamos tantos planes… incluso pensamos en
montar una escuela infantil para convertirnos en empresarias.

Sin embargo, el día antes de que su cuerpo apareciese tirado en una cuneta cerca del campus,
me confesó que me había ocultado algo y que necesitaba contármelo, un secreto acerca de nosotras, y
me hizo prometerle que no la odiaría cuando me lo dijera, que nada cambiaría entre nosotras. Yo le
aseguré que para mí era como una hermana, como esa que nunca había tenido, que ella jamás saldría
de mi vida aunque me confesase que era lesbiana y estaba enamorada de mí, ella sonrió tras el
teléfono y me llamó: «loca». Le confesé que yo también tenía un secreto y que necesitaba su ayuda.

Su muerte fue una de esas cosas que te araña por dentro, como si pudiese tocar tu alma,
removerla y que nada dentro de ti volviese a estar en su sitio. Sé que Meghan tenía tantas ganas de
vivir como yo misma, que alguien le había sesgado la vida ese día y debía pagar por ello; por eso
grité, protesté y casi logro que me encierren por histeria cuando la policía cerró el caso de su muerte.
Les hable de lo que mi amiga tenía intención de contarme, por si era algún asunto turbio y alguien
quería hacerle daño. Al final desistí, pues yo misma tenía mis propios problemas familiares. Así que
un día por otro quise haber visitado a su familia para mostrarle mis condolencias y mi apoyo en su
búsqueda del asesino, pero ya nunca lo hice. No pude. Debí madurar en cinco minutos, como lo
hacen las mujeres que tienen que coger las riendas de su vida a una edad demasiado temprana.

Nunca volví a poder pensar en ella con detenimiento pues mi propia supervivencia y la de mi
hija tomó las riendas de mi vida. Aquel día deseé haberle confesado que estaba embarazada, que
había sido un accidente tras una fiesta universitaria demasiado descontrolada, que mis padres no lo
comprendían, que me encontraba sola y que al padre de la criatura que nacería, casi no lo conocía,

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solo de un par de fiestas de la universidad.

Mi móvil vibra dentro del pantalón. Lo enciendo y veo un mensaje de WhatsApp de Susan:

«¿Qué coño haces despierta todavía?»

La casa de Susan está tres casas más abajo, en la acera de enfrente. Ahora es mi mejor amiga,
está un poco loca, pero me alegra los largos días. Sabe que soy muy metódica y rutinaria, por eso no
sabe qué hago en el porche de casa con el frío que hace a la una de la madrugada.

«Estaba reunida con viejos fantasmas de mi vida. No te preocupes que ya me duermo» le


pongo un emoticono con cara de sueño.

«Vale, fea. Ya me contarás mañana qué coño te pasa...»

«De acuerdo. No es nada, no te preocupes, más de lo mismo…»

Nada más apagar el teléfono suspiro y al levantar la vista siento un escalofrío, como si alguien
me estuviese observando y unos dedos invisibles rozasen mi nuca, advirtiéndome de algún peligro
que escapa a mis sentidos. Miro hacia arriba, a nuestro dormitorio, y veo que las cortinas se cimbrean
hasta que detienen su movimiento de golpe. No sé por qué Frank me estaba observando, ni siquiera
me deja tranquila a estas horas de la noche, así que me levanto de un salto para meterme en casa y
averiguarlo. Tropiezo y dejo caer el teléfono que se esconde debajo del balancín de madera. Me
agacho, lo recojo y cuando me dispongo a abrir la puerta de casa, no puedo hacerlo. Está atascada.
Empujo cada vez con más fuerza, hasta que el vaho desesperado de mi boca cubre el cristal de la
puerta delantera. Empiezo a agobiarme. Si llamo para que Frank me abra, lo molestaré y la
tendremos gorda. Miro al cristal y me parece ver una sombra que se aleja del cristal hacia el interior
de la casa. Entonces, veo como en el vaho del cristal aparece una palabra escrita:

«CUIDADO»

Dejo escapar un grito de asombro y me separo. Entonces, la puerta de casa se abre sola. Corro
dentro para tratar de atrapar a quien haya hecho eso, me he llevado un susto de muerte. Si eso ha
sido un jueguecito del celoso de mi marido, para averiguar con quién chateaba le diré cuatro cosas.
Subo rápido las escaleras, cuando entro en el dormitorio descubro que Frank no ha sido, está
roncando, ese ronroneo ensordecedor tan característico que alcanza cuando está profundamente
dormido y que solo conozco yo, ya que cada noche cuando lo oigo, entiendo que soy libre, que podré
descansar hasta la siguiente mañana. Cierro la ventana, que estaba un poco entreabierta y tal vez por
eso se movían las cortinas. Me siento en la cama sin saber qué diablos ha pasado. Bajo de nuevo y
observo la puerta. Dejo que el vaho de mi boca pinte de nuevo el cristal, pero no hay rastro de
ninguna palabra, ni nada que se le parezca. Me meto en la cama, pensando que de continuar así voy a
volverme loca. No puedo estar continuamente en tensión para complacer a Frank para evitar una
nueva bronca. Este estado de estrés me llevará a algo peor. Eso fue lo que me dijo la sicóloga que
visité el mes pasado. Debo encontrar algo que me sirva para luchar contra la ansiedad, o mi cabeza
será como una olla a presión sin válvula que terminará explotando. Esta noche tardaré en dormirme,

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si acaso lo hago.

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II

11 Marzo de 2016, viernes.

Me levanto la primera, a pesar de haber sido la última en irme a dormir. Me ducho y limpio el
espejo que se ha empañado y así poder maquillarme. Hoy es uno de esos días eternos con miles de
cosas por hacer: las actividades de los chicos, los encargos de mi marido, las tareas de la casa, así que
este será el único momento de paz que tendré en todo el día. Salgo del baño preparada para un día
agotador y Frank ya se ha levantado. Se está vistiendo deprisa y sé que tengo que bajar rápido a
poner la cafetera. Ninguno funcionamos sin un buen café por la mañana, pero él lo lleva peor que yo,
ya que al final de la mañana se habrá tomado tres o cuatro.

Para cuando mi marido y mis hijos bajan, ya he preparado todo el desayuno, he clasificado la
prensa que estaba en la puerta de casa, he preparado las meriendas del colegio, y he dado de comer a
nuestro perro, Buddy, que estaba perdido desde ayer. Nuestro jardín trasero es grande y, a veces, le
gusta esconderse entre los árboles del fondo, tras la cabaña del jardinero, la única ayuda externa que
recibo cada mucho tiempo cuando las malas hierbas amenazan con acorralarnos desde la parte
posterior de la propiedad.

—Buenos días, cariño. Tienes mala cara. ¿Te acostaste tarde, verdad? —deja caer.

—Gracias, mi amor. Lo sabes perfectamente. ¿No eras tú el que me observaba desde el


dormitorio? —pregunto por si le saco algo.

—Te lo digo muy en serio, me quedé dormido enseguida, no sé a qué hora te acostaste… Oye,
¿por qué estás tan susceptible? ¡Ah! Ya recuerdo, estás con el periodo… —sonríe mirando a su café.
Siento ganas de estrangularlo.

—¡Papá! No seas machista. La profesora Smith te mandaría al despacho del director por ese
comentario. —Zoe se pone de puntillas y besa a su padre en la mejilla. Frank la mira de arriba abajo.
Sé lo que piensa, su ropa no le gusta. Zoe se está convirtiendo en toda una mujercita y no le gusta que
vaya “provocando” como él dice.

—Zoe, esa profesora se guardaría muy mucho de mandar al despacho del director al alcalde,
¿no crees?

—Hija, ¿no te parece que esa falda era más larga cuando la compramos? Además, ¿sabes que
fuera hace unos diez grados ahora mismo?

—Llevo medias, mamá. No seas mojigata, por favor. Estamos en el siglo veintiuno. Todas las
chicas del insti las llevan.

—Serán las más mayores. Tu madre tiene razón, Zoe. Sube a tu cuarto y cámbiate. Hace frío y

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esa ropa no es la más adecuada para esta época del año, ni siquiera para el verano.

Zoe resopla y da media vuelta, incapaz de rechistar a su padre recién levantado. Sabe que
saldría perdiendo. Yo le he regañado porque conozco a Frank, si no le digo nada, más tarde me
reprochará que yo la dejo hacer lo que quiere y bla, bla, bla, hasta que termine dándole la razón. A
mí, aparte de por que pueda resfriarse, me es indiferente si lleva minifalda, falda o mallas pegadas.

—¡Ja, já! Niñata, te han pillado.

Zoe se vuelve para pillar a Adam, pero es muy rápido y se escabulle detrás de su padre.

—Jovencito, tú no te vas a librar. Me ha dicho el sheriff Thomson que te vio ayer patinando
por el camino hacia el viejo puente. Sabes perfectamente que no quiero que vayas allí.

—Pero papá, solo quería enseñarles nuestra finca.

—¡No es no! ¿Te enteras? Además, a esa hora deberías estar en las clases de piano, ¿no?

—Um, no. Es que ayer faltó la profesora y fuimos allí para aprovechar la tarde —dice Adam,
mientras se mete una gran cucharada de cereales rellenos de chocolate en la boca para evitar
delatarse.

—Si tu madre te llevó en coche, ¿para qué te llevaste el skate? —pregunta Frank dirigiendo su
creciente malaleche a mí.

—Yo…

—No tengo tiempo para excusas tontas de por qué no llevas a nuestros hijos a sus actividades
de por la tarde. Me gustaría seguir esta conversación después, creo que no vendré a comer. Ya te
avisaré, si me da tiempo… prepara algo de todas formas y si no vengo… échaselo al perro.

Mi marido es incapaz de comer sobras del mediodía, le gusta la comida recién cocinada. Frank
coge una tostada con mantequilla de cacahuete y mordiéndola coge su maletín, las llaves del coche y
cierra de un portazo.

Nos quedamos en silencio. Adam sabe que me la acabo de jugar por él y que su padre nos ha
pillado. Frank no olvida una discusión pendiente así por las buenas. Esta noche nos toca bronca.
Suspiro cansada. Mi marido es un vampiro de energía que se ha llevado gran parte de la mía, y aún
ni siquiera ha empezado el día.

—Mami, lo siento…

—No pasa nada, Adam. Sabía que tu padre se enteraría, siempre lo hace. Si antes tenía mil ojos
y oídos, ahora que es el alcalde no hay chisme o información que se le escape… —sonrío para quitarle
peso al asunto.

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—El sheriff es un cotilla… —protesta Adam. Deja el cuenco de cereales y de un salto baja del
taburete para coger su mochila.

Es cierto que su profesora estaba enferma y no tuvo clase. Adam me pidió ir a dar una vuelta
en skate con sus amigos y no pude decirle que no. Me prometió no alejarse. Ahora sé que no cumplió
su palabra del todo. La finca no está lejos, unas cuantas calles al este de nuestra casa, en dirección al
bosque. Frank se pone histérico cuando alguien merodea por el viejo puente. Estamos de acuerdo que
es nuestro y que lleva su apellido y todo eso, pero llega a ser enfermizo. Está obsesionado con que
nadie puede entrar en su propiedad, por mucho que esté considerado de uso público. Ahora que es el
alcalde ha conseguido que cierren el paso de vehículos no autorizados; es decir, todos los que no sean
el suyo. De este modo, el puente permanece cerrado a la circulación y solo nosotros podemos acceder
a la otra carretera estatal, atravesando la finca. Nadie protestó porque el puente está en muy malas
condiciones, tiene partes oxidadas, pero si aguanta sin problemas el peso de un vehículo, estoy
segura de que soportará el peso de unos chiquillos patinando un rato.

—No sé por qué papi se enfada tanto si voy por ir allí… por cierto, ya hace bastante tiempo
que no vamos a la casona de la finca, mami.

—Sí, es cierto. Pero es que papá ha estado muy ocupado con lo de la campaña electoral, el
nombramiento del cargo, su otro trabajo y todo eso. En cuanto haga mejor tiempo iremos allí, por lo
menos los domingos. No sabía que te gustase tanto ese lugar, ¿qué es por el bosque?

—Pues Ya no lo sé. Casi no recuerdo cómo es esa casa, ni los bosques.

—No te pierdes nada, hijo. Dentro de la casona huele a polvo, no hay internet y además,
admito que a mí me da escalofríos estar allí rodeada de esos cientos de árboles altos, de noche es un
cague. Nunca me ha gustado pasar la noche allí.

—Es un rollo… —dice Zoe.

—Ante te gustaba, cariño —le digo recogiendo el desayuno de la mesa.

—Sí pero antes no estaba Marc Court… —anuncia Adam dibujando un corazón con sus
manos.

—¡Idiota!

—Creo que tienes que contarme algo de camino al instituto, jovencita… —le advierto. Se pone
colorada y resopla.

—¡Vaya rollo! —dice Zoe resoplando a su plato de cereales. No sé si lo hace por su desayuno o
por tener que aguantar mi interrogatorio sobre el chico que le gusta. Datos que yo ya sé pues la he
visto con él en Instagram y en Snapchat, bajo un perfil falso, claro. Sí soy de esas malas madres que
espían a sus hijos, pero de otra forma no me enteraría de muchas cosas como que Marc es el único
hijo de una acomodada familia dedicada a la madera, un buen estudiante y alguien con quien

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dejarías a tu hija paseando una tarde o divirtiéndose en la bolera.

Al salir de casa me tropiezo con Susan, conduce su coche y se detiene al verme. Va algo
despeinada y con las gafas de sol puestas. Parece que también ha pasado una mala noche.

—¿Puedes pasarte después por la boutique? Tengo que hablar contigo. Creo que la gilipollas
de Mary me roba —dice mascando chicle y bajándose las gafas por debajo de los ojos sin pintar.

—No sé, Susan. Hoy tengo el día muy liado —confieso.

—Porfa, tenemos que pillarla. Estoy segura que es ella. He revisado las cuentas y todos los
meses me faltan varios cientos de pavos.

—De acuerdo, te llamo más tarde. Lo intentaré, pero no te aseguro nada —me excuso ante la
idea nada atractiva de tener que ayudarla a solventar una situación tan comprometida.

—Vale, cielo. Nos vemos después. ¡Adiós, guapo! Cada día estás más alto —dice guiñándole a
Adam.

Adam sonríe y se ruboriza, pero no es capaz de decirle nada. Susan tiene ese efecto en todo el
sector masculino, jóvenes, maduros, niños… es tan directa que los deja sin palabras. Siempre se queja
de que la dejan por sincera, pero es que ser pareja de Susan debe ser agotador. Ya el ser vecina y
amiga suya es un poco difícil, llevadero, pero complicado a ratos.

—Hasta luego, Susan, y quítate las gafas que no hace tanto sol todavía.

Mis palabras se enmudecen por el ruido del motor de su coche, Susan ya ha arrancado y no
me ha escuchado.

—Mamá, tu amiga está un poco chiflada —dice Adam subiendo al coche— pero me gusta.

—Sí, hijo, un poco tarada está, pero es buena persona. No olvides que cada uno es de la forma
que es, pero lo importante es cómo se porten contigo. Si te tratan bien, te quieren o se preocupan por
ti. Lo demás son solo extras…

—Ya veo. Como le pasa a Zoe con Marc “besitos” Court…

Zoe se vuelve para darle un coscorrón y la esquiva. El pequeñajo es más rápido y se ríe
divertido porque su hermana ha fallado el golpe.

—Anda, tira que ya llegamos tarde.

Durante el resto de la mañana, todo parece ralentizarse para que llegue tarde a todos lados.
Tras varios recados resueltos, gestiones en el banco y una fugaz visita al dentista, pude pasarme por

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la tienda de Susan. No obstante, estuve tentada a presentarme en el ayuntamiento antes: «La señora
alcaldesa ha llegado» —pensé, divertida. Sin embargo, recordé la cara de pocos amigos que Frank
pondría y desistí. De todos modos no es que me hiciese especial ilusión verle.

Mientras camino hacia la tienda de Susan, me llama: no vendrá a comer. Me comenta de


manera escueta que llegará tarde pues tiene entrenamiento con su equipo de fútbol americano y antes
se pasará por el gimnasio para fortalecer su anatomía. Suspiro y vuelvo los ojos hacia el cielo. No le
hace falta mejorar su físico, pero creo que sufre de vigorexia así que no le digo nada. Sé que hoy,
como siempre, me tocará encargarme de todo. En el fútbol americano la fortaleza es esencial, o al
menos eso es lo que suele argumentar. La verdad es que le encanta que todas las mujeres se vuelvan
para mirarlo de reojo cuando juega al fútbol o se pasea con una camiseta ajustada. Le ocurre todo lo
contrario que a mí… la mujer fofa y tranquila que no para de hacer cosas durante todo el día, pero
que no adelgaza.

Tengo que hacer algo al respecto, pienso al ver los cuerpos perfectos de los maniquíes en la
tienda de Susan, pero siempre hay mil cosas que hacer antes que dedicarme a mí. Me encantaría ser
como Frank; ocupado de sí mismo y de su carrera profesional, admirado por todos y deseado por
todas.

—Buenas, Anna, ya pensaba que no vendrías. La lagarta se ha marchado ya. Resulta que el
otro día tuvo que doblar turno y cubrirme a mí por la mañana, así que ni corta ni perezosa, hoy
mismo me ha pedido que si le podía devolver el favor y dejarla salir antes a hacer no se qué historia
de unas entradas para un concierto.

—¿Por qué piensas que te roba? —digo tirándome en un sofá de terciopelo morado con
incrustaciones de brillantes en metacrilato, dejo caer las bolsas de mis recados a un lado y estiro las
piernas—. No puedes acusar a alguien a la ligera, podría denunciarte por acoso laboral, y créeme, tú
perderías. Sabes que no eres la jefa más políticamente correcta.

—Que ¿por qué lo pienso…? —exclama levantando los brazos con desesperación—, muy
sencillo: hace unas semanas me enseñó su nuevo carísimo maquillaje, por lo visto un regalo de
cumpleaños de su madre, una señora mayor, pensionista y con una ridícula pensión. En realidad, ese
fue el motivo por el que la contraté: para ayudarla económicamente. Me dio pena su situación
familiar, y ni ahora, ni entonces podría permitirse un capricho tan caro. Encima que me porté con ella
súper bien, me lo paga así…

—No saques conclusiones antes de tiempo. Un maquillaje no puede llevarte a sospechar eso,
tal vez se lo ha regalado un novio.

—¡Calla, déjame que te cuente! —dice cortándome— resulta que Bill, el de la tienda de
informática de la esquina, me comentó que había conectado un nuevo sistema de vigilancia en
algunos locales en los que habían “faltado” cosas. Se me encendió la bombilla porque la niñata esta
va siempre vestida con ropa cara que no es de mi tienda, y vuelvo a repetir que no puede
permitírselo, lo sé. Así que el otro día le registré el bolso…

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—Que hiciste ¿qué? ¡Estás loca! —exclamo incorporándome del sillón— has perdido la cabeza,
eso no puedes hacerlo, has invadido su intimidad.

—No te preocupes tenía una excusa: le pregunté si tenía un mechero para calentar unas
pegatinas tapa precios que no lograban despegarse y necesitaba pegárselas a unos vestidos que
llegaron mal etiquetados. Así que ella misma me dio permiso para buscarlo en su bolso… —sonríe de
forma maliciosa, excusándose.

—Sí, claro, y eso te dio la libertad de poder hurgar en su bolso. No tienes remedio, Susan.

—Pues sí. Además es ella la que está haciendo algo malo. No me regañes y vamos al grano,
déjame que te cuente.

Sonrío y me apoyo en el mostrador, tratando de adoptar la misma postura casi imposible del
maniquí que descansa repantingada en el escaparate, la lado de otro con una postura todavía más
difícil de imitar.

—De acuerdo, pero eres tú la que desvaría, si te distraes es tu culpa.

Sonríe con sarcasmo y prosigue casi sin mirarme, concentrada en su relato.

—Dentro del bolso descubrí algo que me dejó muerta: llevaba trescientos dólares en efectivo.
Por si no lo sabes, ella solo cobra seiscientos dólares al mes, y precisamente ese no era el día de
cobrar. Además, pude ver de reojo muchas cosas muy caras en si interior. Todo esto me dio que
pensar, supe que tal vez me estaba robando… así que Bill me montó un sistema de vigilancia…

—¡No! ¿De veras? ¿Dónde lo tienes? —pregunté intrigada, pues llevaba un montón de tiempo
mirando al techo en busca de un cámara o algo por el estilo y no había descubierto nada. No pensé
que fuese capaz de montar un dispositivo de ese tipo, Susan pasa de las tecnologías, hasta hace poco
apuntaba la contabilidad en una libreta, como si estuviésemos en los setenta.

—Está ahí —señala a la pequeña cámara del portátil que tiene en la caja del local— graba tanto
lo que pasa detrás del ordenador como lo que pasa delante. Es una pasada, si alguna vez alguna
clienta se pone difícil o tratan de robarme puedo utilizar la grabación.

—¿Atracarte en Lighthouse Point? Lo dudo…

—Nunca se sabe, querida. El otro día robaron en la gasolinera de las afueras…

— De todas formas, si tu empleada no sabe que está siendo grabada, un juez desestimará las
pruebas, lo sabes, ¿verdad? Además de ser ilegal grabar a alguien sin su consentimiento, ni a los
clientes. Deberías poner algún cartel o algo.

—¿Y… tú? ¿cómo lo sabes? —pregunta impacientándose.

—He visto muchas series de televisión...


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—Mira el video y dime qué ves —Susan se recoge los rizos pelirrojos en una especie de moño.
La tienda tiene colgado el cartel de CERRADO, diez minutos antes de lo que habitualmente lo hace
para estar tranquilas. Susan parece concentrada en el video y me invita a que le eche un vistazo.

El video comienza mostrando a una esbelta y curvilínea jovencita con gráciles movimientos
entrando en la tienda, sin ningún tipo de escrúpulos o remordimiento se dirige directa a la zona de la
caja registradora, la abre y coge algo del cajón del dinero. Después se marcha y vuelve a cerrar la
tienda. Ni siquiera pestañea o muestra algún movimiento furtivo de arrepentimiento. Lo hace a
sangre fría, como si el acto de coger algo que no es suyo lo hubiese normalizado hasta el punto de no
mostrar duda o arrepentimiento.

—Esto fue la semana pasada, el sábado para ser más precisos, cuando sabe perfectamente que
no voy a pasarme por aquí. Estoy segura que hizo el cuadre de caja mal y me robó algo de dinero
después del cierre. Y este no es el único video que hay… ¿Qué pensaba que no me daría cuenta que
las cuentas no cuadran? Esto no son unos grandes almacenes, si las clientas se han llevado la
mercancía y lo que falta es el dinero… ella cree que por no registrar el dinero que cobra a las clientas
y después lo roba, no me voy a dar cuenta…

—Pero… no se ve nada. Está todo muy oscuro, ha podido coger cualquier papel o algo que
necesitase. ¿No tienes otro video que se vea mejor? —pegunto acercándome a la pantalla del
ordenador por si puedo ver si lo que guarda en su bolso es dinero.

—¡No seas boba! Me está robando. Ahora que cuando regrese se va a enterar…

—Deberías asegurarte más… Podrías ponerle una trampa. Si cae en ella, entonces tendrás a tu
culpable. Se me está ocurriendo un plan…

—¿A ti? ¿Tú con un plan? —Susan arruga la frente, incrédula ante mi iniciativa en el asunto.
Ella sabe que no suelo meterme en problemas y que incluso a veces, a sabiendas de que me están
engañando, lo dejo pasar con tal de no meterme en líos o discutir. Es mi condena: no decir las cosas
como debo y en el momento adecuado.

—Sí, tengo un plan. ¿No quieres que te ayude? ¿tan extraño te parece? —ahora soy yo la que
arruga la frente.

—Sí, por supuesto que quiero tu ayuda, cielo. Es solo que no creía que estas cosas se te
ocurriesen a ti. Pensaba que te daban algo de cosa.

—Pues sí, la verdad es que no me gustan, pero como sé que no me vas a dejar de dar el coñazo
hasta que te ayude a resolverlo… mejor te ayudo ahora o sé que no vasa a parar —protesto.

—¿Cuál es le plan? —pregunta una ansiosa Susan, que me toma en serio por primera vez
desde que he entrado en su tienda. Deja a un lado su monólogo y me presta atención.

—Verás, esta tarde, llegaré a la tienda muy apurada. Te diré en voz alta que me estoy

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divorciando y que necesito que me guardes seis mil dólares para que el capullo de mi marido no los
descubra y se largue con el dinero. Los guardarás en un lugar que ella pueda ver y la cámara pueda
captar, de esta forma podrás echarla sin problemas.

—¡Eres increíble, Anna! ¡Buena idea! Y que la gente piense que eres una mosquita muerta…

—¿Quién piensa eso de mí, la gente o tú? —pregunto algo airada. Me abraza para que se me
pase el enojo, pero no me responde si es ella la que piensa que soy un poco pánfila. Tal vez tiene
razón. Sé que debería ser más decidida y luchar por lo mío y lo que quiero en la vida. Tomo nota
mental para ponerlo en práctica en el futuro y no dejar pasar mi cambio de actitud como hago
siempre.

Susan sonríe y juntas abandonamos la tienda. Tiene que ir a su casa y traerme el dinero, yo no
dispongo de esa cantidad en efectivo. La adrenalina recorre mi cuerpo por primera vez en… ¿años?

—Susan, ¿qué te parece hacer algo de deporte? —pregunto emocionada. Le he estado dando
vueltas a la cabeza y empiezo a estar decidida.

—¿Quién yo?

—No, yo; bueno, las dos, si tu también quieres. Es que he visto a Christine y me ha dado
mucha envidia el cuerpo que tiene.

—No compares, cariño. La ladrona tiene poco más de la veintena, y nosotras ya vamos para
los cuarenta —dice Susan señalando sus caderas.

—Perdona, habla por ti. Yo tengo treinta y cuatro todavía; pero tienes razón, soy una tonta. No
sé en que estaba pensando… no puedo compararme con esas muchachas jóvenes y delgadas. —Busco
las llaves del coche y miro el reloj, es tardísimo.

—¿Tan pronto te das por vencida? —pregunta divertida.

—¿Qué quieres decir? —Le digo algo desconcertada.

—Solo por que yo te diga que no estamos como una veinteañera, no significa que abandones
tu buen propósito. Me parece una idea genial, ¡me apunto! Haremos deporte juntas. Saldremos a
correr, que es gratis, y ahora está muy de moda, ya me entiendes. Así podremos ver algunos macizos
corriendo en pantalón de chándal o en mayas, ¡todavía mejor! —Susan se relame y vuelve los ojos
hacia arriba. Sé que no tiene remedio.

—De acuerdo entonces, pero yo no tengo nada de ropa de deporte.

—Por eso no hay problema, cariño. Esta tarde, después de coger a la ladrona, ¡nos vamos de
tiendas!

—Si la despides, ¿quién se quedará cubriéndote en la boutique? —pregunté siendo práctica


25
una vez más.

—Tú no te preocupes, déjalo en mis manos. Ya tengo pensada una sustituta…

Nos despedimos acordando volver a encontrarnos por la tarde. Corro a toda prisa a casa.
Aparco el coche y veo que el coche de Frank no está en el garaje. Respiro aliviada porque no tenía
nada de comida preparada. De haberse presentado, hubiese tenido problemas seguro. Los niños no
han llegado, aún falta una hora. Comen en la escuela. Me preparo algo rápido y canturreo mientras lo
hago, ilusionada y viva por primera vez en muchísimo tiempo. Enciendo el quipo de música y Ricky
Martin inunda el salón mientras acompaño la melodía con una copa de vino blanco en una mano y la
bandeja con una mega ensalada en la otra. Decido que pasaré de fritos desde este mismo día y
contemplo las vistas del precioso jardín y cómo el sol lo colorea todo a principios de marzo.

El sol de Miami es más amarillo que el de otras partes del mundo, al menos a mí me lo parece.
Tiende a colorearlo todo de manera brillante y viva. Todo vibra y se sobrecoge si te detienes a
mirarlo. La mayoría de las veces no me fijo en esas cosas, o no tengo tiempo para hacerlo, sin
embargo hoy me doy este pequeño capricho, este momento a solas, tranquila, mientras hago planes
para mejorar mi vida, me alimenta más que la sabrosa ensalada que me como y baño con pequeños
sorbos de vino. Al fondo del jardín, veo a Buddy repantingado a pleno sol. El animal no me ha
escuchado dentro del salón, de lo contrario lo tendría aquí junto a mi en la mesa, rogándome un
bocado de salmón o atún. El cristal antirrobo que tenemos impide que escuche siquiera la melodía
salsera que balancea mis hombros mientras almuerzo.

Termino de comer y sonrío ante la idea de volver a hacer deporte. Pienso que estoy loca y que
mis articulaciones van a chirriar tanto como las viejas máquinas oxidadas del desguace del pueblo. Sé
que me va a costar mucho, pero si quiero recuperar mi figura y perder esos malditos doce kilos de los
que no me he separado desde que tuve a Zoe, tendré que hacerlo. Recuerdo que alguien me comentó
sobre una aplicación que sirve para correr y escuchar una playlist de running o algo así, como si
supiese lo que es eso. Cojo el móvil para buscarla y cuando deslizo el dedo para hacerlo, el teléfono
muestra una llamada entrante. Sin llegar a ver quien es, mi dedo se ha deslizado de manera autómata
y la ha respondido.

—¿Sí? ¿Diga?

Tardan unos segundos en responder, cuando ya estoy a punto de volver a preguntar quién
hay al otro lado, Frank responde.

—¿Anna, eso que se escucha de fondo es música? ¿Dónde estás? —cuestiona Frank, intrigado
por si no estoy en casa.

«Mierda» —pienso, he olvidado apagar el equipo. Me atropello para coger el mando a


distancia, le empujo y cae de la mesa. Tengo que gatear para buscarlo y al levantarme me pego con la
mesa. Dejo escapar un grito de dolor y vuelvo a coger el teléfono.

—¿Estás bien? ¿Qué está pasando? —pregunta mi marido, empezando a enojarse.

26
—Sí, todo está bien. Es solo que el mando se ha caído y… no podía apagar el equipo de
música.

—¿Estás muy contenta, ¿no? ¿Ha pasado algo de lo que deba enterarme? —pregunta suspicaz.
Con solo unos segundos ya ha detectado que estoy alegre y tengo ilusión por algo. No puedo
admitirlo o hará lo imposible por hacerla desaparecer.

—No, qué va. Es solo que me he preparado la comida y como estaba sola… he puesto algo de
música —sonrío nerviosa.

—Te noto extraña. ¿Qué has hecho esta mañana? —vuelve a preguntar, esto parece un
interrogatorio. Suspiro e invento una versión edulcorada de mis recados matutinos.

Le cuento mi periplo por la ciudad y mi encuentro con Susan, aunque omito lo de la ayudante
ladrona. Finalmente, aunque sé que no debo hacerlo, es como si no pudiese ocultarle nada o tuviese
la necesidad de recibir su aprobación cada vez que hago algo, le hablo de la idea de salir a hacer
deporte y casi siento cómo le cambia la cara al escucharlo.

—¿Qué vas a hacer qué?

—Hemos pensado hacer algo de running, Frank, salir a correr —sonrío para parecer divertida
y maquillar mi nerviosismo—. Un poquito de deporte, solo para estar más saludables y activas.

—Puedes dedicarte a limpiar más…

—¿Cómo? —pregunto sin entender o no queriendo entender lo que me acaba de decir.

—Digo que tal vez tienes demasiado tiempo libre. El que a mí me falta… siempre te estás
quejando de que necesitas ayuda con la casa y los niños… y ahora me sales con estas… “que quieres
hacer deporte, ir a correr”, ¡esto es el colmo! Mira, la idiota de Susan te está metiendo muchos
pajaritos en la cabeza. Deberías ir con otras mujeres más…

—Frank, no sigas. Susan es mi amiga. Es una buena persona y se preocupa por mí. Te ruego
que no me alejes de ella como haces siempre con todas las amigas que aparecen en mi vida. Si no te
parece buena idea que yo haga algo de deporte, lo podemos hablar cuando llegues a casa. No quiero
que esto sea motivo de otra pelea.

—Es culpa tuya. Siempre me provocas.

—¿Perdona? ¿Ir a correr es provocarte…? De verdad, no sé qué más puedo hacer o decir para
que no haya siempre algo que te siente mal —dejo escapar descorazonada.

Frank nota que me he enfadado y que me ha sentado realmente mal. En vez de recapacitar y
retractarse, comienza a disfrutar sacándome de quicio.

—Si quieres hacer deporte podemos comprar una cinta y haces ejercicio en el sótano…
27
—¿Y tú? Tú vas a entrenar varios días a la semana, vas al gimnasio cuando quieres… —
exploto indignada. Me doy cuenta de que ya me ha amargado la ilusión que he tenido hace unos
momentos.

—Perdona, yo trabajo, pago las facturas, recuérdalo. Además soy tu marido y podías tener un
poco de respeto… me debes mucho y lo sabes… aunque parece que lo olvidas muy pronto.

Ya salió. Nada más ha tenido la oportunidad, me ha restregado por la cara que él es quien trae
el dinero a casa. Es un capullo sin remedio. Le odio cuando se pone así. Aunque lo peor es que tiene
razón… Sé que no va a parar hasta que me olvide de la idea de hacer deporte. Así que tiro la toalla
demasiado pronto.

—Vale, Frank. Ya está. Tú ganas, déjalo ya. ¿Por qué llamabas? —pregunto para acabar con
esta absurda discusión que que me está quemando por dentro.

—¿Necesito un motivo para llamar a mi querida esposa? —pregunta en tono irónico.

«Gilipollas»

—No, pero es raro que con todo lo ocupado que, supuestamente estás, me llames para discutir
sobre tonterías, no sé para qué te digo nada… —respondo con la boca llena.

—¿Estabas comiendo?

—Sí —respondo tajante.

—¿Un poco tarde, no? —sonríe tras el teléfono. Sé que quiere que le cuelgue para que pueda
venir hasta la casa y montarme un numerito delante de los niños como aquella vez en la que casi
me… levantó la mano. Aquella vez me dijo que si alguna vez le volvía colgar, no se aguantaría y
dejaría ir la mano.

—¡Uhum! Como te he dicho antes, ha sido una mañana estresante y no he parado.

—¡Ja! Me gustaría verte un día en mi pellejo, esto si que es estrés.

Frank continua hablando mientras me levanto de la mesa. Abro la puerta y el perro me ve


aparecer. Se acerca corriendo y le echo en su plato de la comida lo que queda de mi ensalada, que está
casi entera. Frank me ha quitado el apetito. El animal se relame al oler el salmón y los frutos secos. Al
cabo de cinco minutos Frank cuelga con la alentadora noticia de que hará todo lo posible para estar
en casa cuanto antes. Hoy no tiene entrenamiento y quiere que continuemos con esta conversación
sobre la idea de que yo haga deporte fuera de casa.

«Maldita sea la hora en que le he dicho nada de ir a correr, soy gilipollas» —me digo a mí
misma, arrepentida. A veces pienso que sería más feliz si hiciese como otras esposas que no les
cuentan a sus maridos lo que hacen mientras estos están en el trabajo. De esta forma me ahorraría

28
muchos problemas, pero algo en mi interior me impide mentirle, al menos hasta ahora.

Llega la tarde, pero antes me sorprende un tremendo aguacero tropical, que a punto está de
echar por tierra nuestra tarde de chicas. Cuando dejo a mis hijos en sus actividades extraescolares, me
reúno con Susan. Ha traído el dinero, al contemplarlo, me asaltan las dudas. Ya no soy tan valiente
como esta mañana, pero al instante llega Christine y no puedo echarme atrás. Susan empieza a
hablarme y sé que tengo que seguir adelante.

—Entonces, ¿vas a separarte, Anna? —pregunta en voz alta para que Christine la escuche. La
joven se detiene un instante, levanta la mano para saludar y no interrumpir nuestra conversación, y
se dirige a la trastienda.

—Voy a cambiarme, Susan —dice sin muchas ganas desde el interior. Desaparece pegada a la
pantalla de su móvil.

—De acuerdo cariño —dice sin mirarla, a mí me dedica una mueca burlesca dirigida a la
“ladrona”.

—Pues sí. Ya no aguanto más. Frank está todo el día fuera y… —tengo que contener la risa
nerviosa— voy a separarme o divorciarme, lo que sea, pero no lo aguanto más.

—Pero, cariño… —dice en voz alta— eso te arruinará.

—No te creas —digo también medio a voces— tengo algún dinero ahorrado y necesito que me
hagas un favor, —saco el fajo de billetes justo cuando Christine sale de la trastienda y esta vez si que
nos mira, como hipnotizada —. ¡Necesito que me lo guardes tú, Susan. No quiero que ese cretino se
lo quede. Es lo único que tengo para ir tirando ahora al principio.

—No te preocupes, lo guardaremos aquí. Ese no le va aponer las manos encima a los ahorros
de mi princesa —Susan se abalanza sobre mí y me abraza de manera exagerada mientras coge los seis
mil dólares.

Christine sale y nos saluda justo cuando ve cómo Susan guarda el dinero en el pequeño cajón
de la caja registradora. Un lugar que se ve desde la cámara del ordenador. Guarda la llave en un bote
lleno de bolígrafos y la saluda.

—¡Buenas Christine! Voy a salir a hacer unas compras con Anna, necesito que pongas al día
las boletas de ventas de esta semana y por favor, cambia el maniquí del escaparate. Te he dejado el
outfit que debes ponerle en el probador. No tardaremos mucho, ¿de acuerdo?

—No hay problema. Prefiero estar ocupada, sino el tiempo se pasa muy lento.

Salimos de la tienda, cogemos el coche para que nos vea pasar por delante, y Susan lo aparca

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en la parte de atrás del edificio. Nos sentamos en una cafetería que hay cerca de su boutique, desde
ahí podemos ver a Christine cerca de la caja.

—Mira con la aplicación del móvil podemos ver lo que está haciendo Christine en este
instante. —Anuncia Susan divertida, y yo me siento emocionada, como si fuésemos un par de
detectives.

Nada más decir esto, se abre una pantalla y podemos ver a Christine que se acerca
sospechosamente al bote de bolígrafos y busca la llave del cajón.

—¡Mírala, va a cogerlo! Anna, eres fantástica, ha picado el anzuelo.

Sonrío pero no puedo dejar de mirar cómo la empleada se ha hecho con la llave y abre el cajón,
rebusca y se hace con los seis mil euros. Lo cierra, y los introduce en el interior de su pantalón, tal
vez, debajo de su ropa interior.

—¡Bingo! ¡pillada! ¡Voy a llamar al sheriff! Esta vez no se escapa. ¡Vamos!

—No, no. Yo no puedo ir. Susan, para mí es muy violento. ¿Y si se vuelve agresiva y sale
corriendo o te golpea? ¡Espera a que llegue la policía! —le aconsejo.

—De acuerdo. Tienes razón, pero es que me hierve la sangre. Si pudiera… le haría comerse
cada uno de los billetes que me ha estado robando.

Esperamos unos quince minutos cuando una patrulla del sheriff aparca delante de la boutique
de Susan. Esta acompaña a los agentes que irrumpen en la tienda y detienen a Christine. La joven no
ha sospechado nada de lo que se le venía encima, pero ahora no puede negar que le ha robado a
Christine porque la policía descubre los seis mil dólares y tienen la grabación. Uno de los agentes
parece sujetar a Susan cuando se llevan a Christine detenida de la tienda. Abandono la tetería para
reunirme con Susan. Con todo el revuelo que se ha montado, decide que la tienda estará cerrada el
resto del día.

Por lo visto Christine ya tenía antecedentes por robo y otras actividades delictivas. Una vez
más calmadas, Susan y yo nos vamos de compras. Solo tengo media hora para buscar algo por culpa
del revuelo que se ha montado. Tenemos tiempo de entrar a un par de tiendas de deporte y poco
más.

—¿Qué te ocurre, Anna? —Me pregunta Susan al salir de la tienda de deportes… no te he


visto muy entusiasmada.

—Nada. Es que no sé si esto de volver a hacer deporte será una buena idea, no creo que a
Frank le guste…

—¿Ha pasado algo durante el almuerzo? Parecías muy ilusionada, ahora casi no has mirado el
color de las zapatillas que te has llevado, casi te compras otra talla de camiseta…

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—He discutido con Frank —admito— es un poco raro, no quiere que… haga deporte fuera de
casa.

La mandíbula de Susan se desencaja hasta casi poder verle todas las muelas del juicio. Sus ojos
se abren de par en par y no sabe cómo enarbolar todas las palabras que se le atropellan en la garganta
sin herirme. Traga saliva y mastica en su mente algo más suave que la barbaridad que se le acaba de
ocurrir.

—No puedes consentirlo, Anna. Yo estaba como tú, hasta que un día le dejé las cosas claras a
mi ex. No es buen ejemplo porque terminamos, pero hay determinadas líneas rojas por las que una
mujer no puede consentir que su marido sobrepase. Si dejas que te coma ese terreno, nunca más
podrás volver a reclamarlo. No lo permitas… yo no lo hice con mi ex. El muy gilipollas era un celoso
enfermizo, solo estaba a gusto cuando me dejaba encerrada en casa. Él tampoco salía, por lo que no es
que fuese machista en el sentido de yo sí, pero tú no; aún así, no se consentí. Esos tiempos ya han
pasado, Anna. ¿No vas a dejar de ser una tonta sumisa? ¡Mañana mismo estrenamos estas zapatillas!
Pensaba dejarte sola con esta locura, pero si el idiota de tu marido no está de acuerdo con la idea de
que hagas deporte y salgas de casa, me apunto. No pienso dejarte sola. Ahora más que nunca tienes
que volver a recuperar tu figura y sentirte bien contigo misma, como estabas antes de los embarazos
—asegura, levantando los brazos para rodearme con ellos.

—Gracias, Susan, pero mi situación es diferente. Tú eres independiente económicamente,


tienes tu trabajo, eres una mujer con mucho carácter y desenvuelta. Yo no soy así, no me gusta
mentirle a Frank. Si algo no soporta son las mentiras, por pequeñas que seas —saco un pañuelo para
secarme las lágrimas. Me da rabia que Susan me vea así de vulnerable, pero no puedo hacer otra cosa.
Soy así: débil, patética, sin recursos y me siento gorda y asqueada conmigo mismo. Tal vez todo está
en mi cabeza pues, a veces, no me veo tan mal. Sin embargo, no me reconozco cuando me miro en el
espejo, parezco incluso más mayor.

—De eso nada. Yo también soy una cagada y tengo mis miedos internos, sin embargo, no voy
a darles el gusto de que me vean arrastrándome. En la vida hay dos posiciones: arriba o abajo, no lo
olvides. Yo siempre he preferido la de arriba, —se ríe y me guiña un ojo, tratando de hacerme
sonreír— mañana te recojo cuando pase el autobús a por tus hijos. Tampoco necesitamos correr
mucho, solo unos veinte o treinta minutos; además el mierda de tu marido no se va a enterar, está
todo el día trabajando. Y que sepas que no estás nada mal. Tan solo te hace falta perder cinco o seis
kilos y estarás cañón, ¡que todavía eres un bombón! —dice dándome una palmada en el trasero.

—Bueno, no sé yo, algo más. Aunque lo de correr no lo veo todavía claro, ya veremos…
muchísimas gracias por todo.

—Gracias a ti, con tu ayuda hemos pillado a esa fulana roba tiendas. Dame un beso y no te
comas más el tarro. ¡Mañana corremos! ¡Mañana nos hacemos runners!

Sonrío y le devuelvo el beso antes de venirme abajo. Me alejo aprisa y camino hasta llegar al
coche, donde me derrumbo y no puedo contener más las lágrimas que escapan de mis ojos en mitad
de la calle. Me siento ridícula, pero no puedo evitarlo. Quiero desahogarme y no puedo esperar a

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entrar en el vehículo.

Alguna vez cuando he visto a alguien llorar por la calle me he compadecido de su malestar,
«debe estar pasándolo realmente mal para llorar en plena calle», ahora que soy yo quien llora ni
siquiera tengo fuerzas para compadecerme de mí misma. Seco mis lágrimas con el pañuelo y me da
rabia verme en el reflejo de un escaparate cercano. Pienso en lo patética que resulto, parezco una niña
pequeña. Frank ha sido capaz de anularme como mujer, peor aún, como persona; solo sirvo de
chacha y niñera. Nunca imaginé mi vida así, es como si viviera mi vida sin mí. Como si hasta hoy no
me hubiese dado cuenta de que me olvidé de mí misma, anteponiendo los deseos y prioridades de
otros, enterrando las propias en lo más profundo de mi ser. Estoy harta de la situación, y por una vez
en doce años, voy a hacer algo por y para mí misma. Él no No tiene por qué enterarse. De todas
formas, si una mujer lo quiere, su marido jamás se enterará de lo que hace cuando él no está… ¿o no?

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III

28 de Marzo de 2016, lunes.

Hoy salgo a correr a las nueve y media; como hago por las mañanas. Llevo el móvil en una
especie de bandolera que rodea mi brazo como si fuese la capitana de algún equipo, por si Frank
necesita localizarme, sonrío al verme. Es curioso con todo lo que he criticado, en parte por mi falta de
fuerza de voluntad, a los que se equipaban con toda serie de artilugios para simplemente salir a
correr, que yo haga lo mismo; ahora que me miro comprendo que es fácil caer en el mismo error.

Salgo sola, Susan ya no viene conmigo. Solo me acompañó el primer día, y casi tuve que
llevarla al médico después. Según ella, se había partido todos los huesos de las piernas y necesitaba
que la escayolasen. Yo también tengo muchísimas agujetas, tantas que tengo que disimular al subir
por las escaleras cuando me cruzo con alguien. Trato de andar sin parecer que estuve montando a
caballo durante horas. Frank me mira y sonríe, piensa que no puedo subir las escaleras de casa
porque me canso, que mi vida sedentaria me está pasando factura. «Eso es lo que él quisiera».

Experimento la placentera sensación de que me crea tan débil y desvalida como de costumbre,
pero en realidad sé que me estoy haciendo más fuerte, aunque sea muy poco a poco. Han pasado
quince días desde que empecé correr y estoy satisfecha porque en estas dos semanas he sido capaz de
salir a correr con regularidad y he logrado hacer algo que escape a sus redes de información, aunque
para ello tenga que hacerlo a espaldas de mis hijos. La experiencia me ha demostrado que, aunque
son adorables y los amo con toda mi alma, a veces son unos bocazas sin remedio y se les ha escapado
algún pequeño secretito que ha derivado en una riña monumental. Susan me ayudó a dar el primer
paso, que no es poco, al menos para una persona tan apocopada como yo.

Después de la primera semana de salir a correr, noté que podía aguantar cada día un poco
mejor los treinta minutos de trote que he fijado como objetivo. Tampoco es que pueda correr mucho
más; no me atrevo a correr más por si alguien pudiese verme y que llegase a oídos de Frank.

Corro junto a la playa, donde hay unos buenos kilómetros de pista de tierra dura junto a la
ribera de la carretera que discurre bordeando la costa. El sendero se adentra lo suficiente en la
extensa playa como para no ser reconocida desde la carretera por los vehículos o la gente que
frecuenta los establecimientos de la costa. Además, voy provista de gafas oscuras, recojo mi pelo en
una coleta alta que oculto debajo de una gorra negra Under Armour que Susan me regaló el segundo
día que salí a correr sola por sentirse tan culpable que trató de pedirme perdón de esa manera.

He conseguido descargar una aplicación para el móvil que me dice las calorías que quemo, la
velocidad, el recorrido y otros datos que aún no entiendo. Lo cierto es que este entrenador virtual me
ayuda mucho, además, me va indicando los logros y mejoras que hago. La valiosa aplicación la
guardo en una carpeta dentro de otro menú que no es el principal, no lo había pensado, pero mi hija
me contó que una amiga suya lo hacía en su Tablet para que su madre no cotillease las fotos con su

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novio. Mi móvil tiene contraseña y huella digital, pero no me fio de Frank, es capaz de tener el móvil
pinchado o algo así, con él, siempre es mejor cubrirse las espaldas, nunca se sabe… En el maletero
guardo la muda y las zapatillas que utilizo para ir a hacer running, los escondo en una mínima bolsa
de deporte oculta en el hueco de la rueda de repuesto del todoterreno. Me he dado cuenta de que
cuando me cambio, cosa que siempre hago dentro del coche, la ropa de deporte huele a goma y
caucho, pero es el precio que debo pagar por mi independencia de treinta minutos dos o tres veces a
la semana.

Frank no sospecha nada y, aunque al principio estaba un poco receloso y quería saber si al
final saldría a correr o no, ya se le ha pasado. No muestro interés en seguir corriendo y estoy segura
que piensa que es algo pasajero, un capricho que se me ha olvidado. «Una manera más de retarme»
—como suele reprochar—. Todas las mañanas me ve salir arreglada para acompañar a los niños al
autobús e ir a hacer la compra. Sabe que después debo regresar, recoger la casa y hacer la comida.
Algunas tardes cuando no está, cocino para el día que me toca salir a correr. Guardo esa comida en
los tuppers que están escondidos en el último cajón del congelador, donde él nunca los encontrará.
Eso me da tiempo para correr con más tranquilidad algunas mañanas, la mayoría de las veces él ni
siquiera viene a comer, pero por si acaso… salir a correr por la tarde es más arriesgado, pues hay más
trasiego de gente que podría verme: compañeros del trabajo de Frank, gente del ayuntamiento,
madres de otros niños del cole… me siento más tranquila haciéndolo por las mañanas.

Respiro profundamente y la brisa del océano penetra purificando mi interior. La mañana está
fresca y sé que si no empiezo a moverme, pronto tendré frío. Desde donde estoy recibo una incesante
lluvia microscópica de espuma y sal que me activa y humedece mis cabellos. El océano está algo
revuelto, y el viento lleva hasta a mi rostro la refrescante energía del mar embravecido. Desconozco
por qué, pero me siento a gusto, en comunión con la naturaleza que me rodea. El sol, tímido y
asustadizo, trata de calentarme, pero las inquietas nubes, celosas, corren a interponerse entre
nosotros. Me coloco la gorra, ajusto mis gafas de sol, presiono el botón del teléfono para reproducir la
Playlist de un canal de Youtube que he encontrado.

Mientras corro por la bahía de Lighthouse Point, me siento el ser más libre y afortunado del
mundo. Lo olvido todo cuando empiezo a correr y me aparto de todo lo superfluo que me cubre,
aquí, lejos de todo, vuelvo a ser yo misma. Cerca del mar, sintiendo la grava bajos mis pies a cada
nueva zancada, sin tratar de complacer a unos y aguantar a otros, solo soy yo. Me concentro en cómo
mis zapatillas chocan contra la arena prensada que cruje bajo mis pies y es como si pudiese ver cómo
mis pensamientos se suceden de manera transparente y ordenada, todo lo contrario a cuando estoy
en casa bajo la inquisidora mirada de Frank. Sacudo la cabeza para mandar su recuerdo debajo de
mis zapatillas de deporte. No quiero que pensar en él, no deseo que destroce este momento
trascendental de comunión conmigo misma y el entorno natural que me rodea en estos momentos de
tranquilidad.

En la distancia, descubro a otro corredor, es un hombre, alto, fuerte y se aproxima a una buena
velocidad. No es muy común ver a corredores a estas horas de la mañana, sobre todo si son hombres.
Aunque pueda parecer un poco machista, siempre que veo alguno pienso si no tendrá trabajo.... Está
más cerca y parece concentrado en su pulsómetro. Tiene buena planta y su equipación parece buena.

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Tal vez sea uno de esos nuevos ricos que han hecho fortuna con alguna APP de internet, últimamente
muchos se están mudando a Miami, y Lighthouse Point es un rincón incomparable para liberar el
estrés de los grandes negocios. En cuestión de segundos ya me he imaginado su profesión y la mitad
de su vida.

«Cuando estoy relajada dejo volar mi imaginación y soy temible» —pienso para mí. Es muy
alto, moreno aunque no porque esté bronceándose, algo que no sería nada extraño en Florida, pero su
tono de piel no es artificial o debido a largas exposiciones al sol. Es su color natural, porque cuando
corre, el viento levanta la parte lateral externa de su pantalón corto, dejándome ver la parte superior
de sus piernas, cerca de la cintura. Está a menos de veinte metros. Levanta la vista y se da cuenta de
que me aproximo, me mira y sonríe. Unos ojos verdes que parecen absorber el color del agua del
océano que está cerca me atraviesan y remueven algo por dentro, en la boca del estómago. Por suerte
llevo puestas mis gafas de sol. Intento bajar la mirada y continuar recto, sin darme la vuelta, pero en
el último momento, cuando ya nos hemos separado unos metros, me vuelvo y le miro de nuevo por si
ha girado la cabeza. Enseguida me percato de que él también se ha girado y vuelvo la vista hacia el
frente como un rayo, me pongo colorada de la vergüenza y sonrío a mis adentros. Continúo
corriendo un poco sonriendo bobaliconamente, entonces siento que he pisado un objeto duro, trato
de mirar abajo para esquivarlo, pero ya es demasiado tarde: caigo de bruces en mitad del camino y
siento la tierra que se adhiere en mi boca.

«Menudo trompazo» —pienso. Apoyo los brazos para levantarme muy rápido, o levitar si
pudiese, antes de que el macizo se de cuenta de que me caído por mirarle. Entonces escucho unos
pasos detrás que se apresuran hacia donde me encuentro tirada en el suelo. «¡Vaya mala suerte
tengo!» —podía haber pasado de largo.

—¿Está bien? —Pregunta la voz más profunda y sexy que he escuchado en mi vida.

Debido al ridículo tan atroz que he hecho, deseo que la tierra comience a hundirse y me trague
para no tener que pasar por la vergüenza de mirarle. Entonces me digo que ya no soy una jovencita
de dieciocho años que deba sentir vergüenza por todo, que soy una señora casada de treinta y cuatro
años, y esto no tiene por qué afectarme… no obstante, lo hace; ¡Dios, ya te digo que me afecta!
Cuando me giro, me topo con su poderoso antebrazo. Solo tengo que agarrarme a él para sentir cómo
todo mi cuerpo se eleva como si yo fuese tan ligera como una pluma. Casi sin moverse me ayuda a
levantarme y, sin dejar de sonreír, se agacha a recoger mi móvil que ha salido despedido unos pasos
más adelante.

—Gracias —respondo mientras me sacudo la arena, el polvo y la poca dignidad que me


queda— no sé qué me ha pasado…

El hombre señala una piedra gris del tamaño de un puño que parece reírse de mí por pardilla
y no haber ido mirando el camino, podía haber respondido si no te hubiese dado la vuelta para
mirarme por detrás y hubieses prestado atención al camino…

—Primera regla del corredor, nunca dejes de mirar al suelo. Este camino es bueno para correr,
pero a veces puedes encontrarte algunos materiales que arrastra el mar o la gente que pasea y juega

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con sus perros a lanzarles palos y piedras. Yo mismo me tropecé ayer con una rama de árbol que no
vi, pero que estaba enterrada en la arena.

Se agacha de nuevo, y puedo admirar una inmensa espalda que se pierde en una cintura
estrecha y unas nalgas en las que se podría apoyarme para descansar tras la carrera. Sonrío ante la
idea. Sin embargo cuando trato de andar, una punzada de dolor me sacude toda la pierna.

—¡Ay!

—¿Qué le ocurre? ¿Le duele?

—Sí, ¡Dios! Duele, creo que es el tobillo.

—Apóyese sobre mi hombro, puedo llevarla hasta ese banco de ahí. —El hombre me agarra
fuertemente por la cintura, yo me dejo rescatar, la verdad, podría haber recorrido el camino hasta el
banco de madera a la pata coja, solo que así es mejor.

—Está de suerte, señorita… —deja una pausa para que le diga mi apellido.

—Señora Tomlinson, pero puede llamarme Anna, me corrijo enseguida.

—Encantado señora Tomlinson-pero-puede-llamarme-Anna. —sonríe— por suerte para usted


soy fisioterapeuta deportivo. Debería echarle un vistazo al pie.

Le miro mientras habla, espero que pueda aliviarme el dolor, pero entonces no recuerdo si me
he depilado, si los calcetines están lo suficientemente limpios, si voy a ruborizarme cuando me toque
con esas manazas los pies, o si podré sostenerle la mirada a esos ojos verdes.

—No se preocupe. No será nada. En cuanto descanse un poco se me pasará. No quiero


entretenerle…

—Para nada, al contrario. Hasta encontrarme con usted, me aburría un poco la verdad…

Siento que la sangre se agolpa en mi cara y miro abajo, hacia el tobillo que ya está al
descubierto. Ese atractivo desconocido desliza sus manos debajo de mi calcetín y lo retira sin que yo
sea capaz de protestar. Hay algo en él que me atonta, me adormece como si perdiese mi propia
voluntad. Cuando las yemas de sus dedos comienzan a hacer presión en mi tobillo, creo que voy a
gritar y golpearle. Sin embargo, al poco, empiezo a notar cierto alivio cuando masajea la zona con
movimientos firmes y expertos.

—Parece que es un pequeño esguince. Voy a darle un masaje para que pueda apoyarlo sin
problemas hasta que regrese a su casa, con el señor Tomlinson, supongo… —asiento, sin poder
pronunciar palabra alguna— si tiene algún vendaje o una tobillera, debería ponérsela antes de que se
le inflame más. En una semana podrá volver a correr, pero después vuelva a caminar con normalidad
y empiece a hacer ejercicio de nuevo, de lo contrario perderá la forma física.

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Me miro y trato de ocultarme bajo la camiseta. Ahora me arrepiento de haber cogido la talla s,
en vez de la m, pero Susan es muy pesada y al final accedí por la más pequeña.

—Gracias, muy amable, señor… —retiro el pie y busco mi calcetín, ahora lleno de tierra por
culpa de la caída, y me lo pongo con celeridad.

—Yo soy Enzo, bueno realmente me llamo Lorenzo, pero siempre me lo han acortado así —
aparta las manos y se apresura a ayudarme buscando mi zapatilla de deporte que está tirada debajo
del banco.

—Encantada, Enzo. Muchas gracias por tu ayuda. Siento haberte fastidiado tu entrenamiento.
Tengo que marcharme, no tengo mucho tiempo para correr y ya se ha hecho tarde —digo mirando el
reloj— caminaré despacio hasta hasta mi coche.

—Le acompaño —sugiere cuando me levanto del banco.

—No, no es necesario, se lo agradezco, no está muy lejos.

—En ese caso, permítame que insista. No hay mucha gente por aquí a estas horas, ¿sabe? Así
que si finalmente no pudiese llegar hasta su coche, no habría nadie para ayudarla. Me quedo más
tranquilo si la veo sentada en su vehículo. Además, recuerde que yo iba corriendo hacia esa dirección,
y así podré continuar con mi carrera.

Me levanto y empiezo a alejarme para que vea que estoy bien, que no me hace falta un
acompañante. Es un perfecto desconocido y por muy atractivo que sea, desconozco sus intenciones o
qué podría hacerme al llegar al coche. Sin embargo, a los pocos pasos, siento que el pie se me resiente
y necesito parar. Mi rostro produce una mueca de dolor que no deja lugar a dudas.

—Anna, no sea terca. Entiendo que desconfíe de un desconocido, pero no tiene nada que
temer. Trabajo en el gimnasio de Lighthouse Point, puede preguntar allí por mí más tarde, si no se
fía.

—No se preocupe, es solo que no quiero hacerle perder más tiempo, sé lo importante que es
una rutina de entrenamiento para los buenos corredores, y usted lo parece. No le quiero fastidiar su
plan de trabajo de hoy.

—No es molestia —dice meciendo su pelo con los dedos, a modo de peine y me ofrece su
musculado brazo para que me agarre. La camiseta New Balance negra de tirantes que lleva puesta es
bastante holgada, así que puedo ver sus pectorales cuando caminamos.

Mientras me acompaña despacio hasta alcanzar mi coche, me cuenta que lleva en Lighthouse
Point poco más de un mes. Estoy tentada de decirle que Frank, el nuevo alcalde, podría ayudarle con
todo el papeleo de los servicios administrativos y de salud de la ciudad. Sé toda la burocracia que hay
que formalizar cuando te mudas. Después lo pienso mejor y decido que no puedo dejar que Frank
descubra mi pequeño secreto: correr. así que sintiéndolo mucho, tendrá que quebrarse la cabeza con

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el papeleo.

Enzo se queda a mi lado mientras comprueba que puedo subir al coche. Tal vez he sido muy
confiada dejándole acompañarme, pero resulta vergonzoso decirle de nuevo que no tiene por qué
molestarse. El hecho de que sea tan agradable a la vista, no ayuda nada a la hora de darle largas para
perderle de vista.

—No deje ese pie… deben ponerle un vendaje o debería comprar una tobillera. No olvide
ponerlo en alto, al menos, las próximas veinticuatro horas. —Me recomienda apoyado en la puerta de
mi coche, arrugando la frente a modo de preocupación sincera. No quiero ni imaginar la cara que
Frank pondrá cuando llegue a casa y me vea repantingada en el sofá, con el pie en alto.

—No se preocupe. Continúe con su carrera, le haré caso, lo prometo… —miento y arranco el
coche.

—Espero volver a verla pronto por aquí con el pie curado. Si nos vemos podría explicarle
algunas técnicas para correr mejor y evitar lesiones. Recuerdo que, al menos, no debería correr en una
semana —se despide y se aleja corriendo, yo le miro por el espejo retrovisor y me pregunto por
dónde está más bueno si por detrás o por delante. Sacudo la cabeza y subo el volumen de la música.
Susan no va a creerme cuando se lo cuente.

Llego a casa con la ropa de deporte aún puesta. Antes he llamado a casa para comprobar que
Frank sigue en el trabajo, como debería a estas horas de la mañana, y no va a pillarme. Como no me
fio, le llamo al trabajo. Su secretaria me dice que está en una reunión y aparco en el garaje tranquila.
Nada más apoyar el pie en el suelo, siento un dolor punzante desde el tobillo hasta la espalda. Me
agacho y veo que está más hinchado que antes, y un hematoma comienza a florecer al lado del hueso.
Cojeando y rabiando de dolor entro en la casa y corro a por una de las bolsas de hielo que guardo en
el congelador para los golpes de los chicos. Están muy frías, pero siento el alivio gélido que adormece
la zona. Al cabo de unos minutos, camino a la pata coja para buscar una pomada que me alivie el
dolor y difumine el hematoma. Decido poner la pierna sobre un cojín un rato porque es la única
manera de sentir alivio, en el momento que bajo la pierna, veo las estrellas; me quedo dormida.

Despierto cuando escucho el ruido de un motor entrando en el garaje. Abro los ojos y me miro.
No puedo creer que aún lleve la ropa de deporte puesta. Miro el reloj y es más de la una de la tarde.
Frank debe haber decidido venir a comer a casa.

«Mal día» —pienso agobiada. Estoy paralizada, pero debo hacer algo rápido o se va a liar una
bronca monumental.

Mi móvil, que descansa al lado, tiene tres llamadas perdidas de Frank. Salto del sofá
olvidando que tengo el pie lesionado y un pequeño grito de dolor se escapa instantes antes de que el
motor del coche se apague. Corro a la pata coja por las escaleras hacia el dormitorio. Entro y me quito
la camiseta y los shorts de deporte. Abro el cajón de mi mesita de noche y los meto ahí. Me pongo la
bata y me tumbo sobre la cama. Me hago la dormida al tiempo que Frank abre la puerta de nuestro
dormitorio de golpe. Incluso con los ojos cerrados, imagino su cara de incredulidad al verme allí

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repantingada a esas horas en las que él me supone cocinando y terminando de poner la mesa para
dos, que la mayoría de las veces es solo para uno. Aguarda unos segundos por si me despierto, pero
resisto, por si se da la vuelta y no me pregunta nada.

—Anna, ¿Anna?, ¡Anna!

—¡Ah! —simulo un pequeño sobresalto sobre la cama— Frank, dime, ¿Has llegado ya? Pero,
¿qué hora es? —pregunto con la voz pastosa como si realmente hubiese dormido varia horas.

—¿Qué te ha ocurrido? ¿Por qué no contestas a mis llamadas? ¡Te he dejado mil mensajes!

Hago como que busco el móvil sobre la cama, y él me lo muestra en su mano. Me llevo las
manos a la cabeza como que lo había olvidado en el sofá, por eso no le he escuchado.

—Me he torcido el tobillo…

—¿Quéee…? ¿Cómo?

Quiero responderle: «¡Corriendo! Imbécil. Ya que tú no me dejas, aprovecho todas las


mañanas que puedo para correr a escondidas, mientras tú estás en tus trabajos y los niños en la
escuela». Pero sé que eso sería poco menos que firmar mi sentencia de muerte.

—Me he subido a una silla para sacar alguna ropa de primavera de los chicos, he calculado
mal, y he aterrizado sobre el tobillo derecho que ha pisado un zapato y he escuchado como un
«crack» en la pierna.

—Entonces… ¿no has hecho la comida…?

«Cabrón, podía preguntarme si me he partido el pie o algo» —pienso.

Me mira sin creérselo y noto como su enfado va en aumento.

«Esperaba algo como: “tienes el pie muy hinchado, puedo darte un masaje si quieres” o
“pobrecita mía yo te voy a cuidar…”, no esperaba: “¡por qué cojones no has hecho la comida a la pata
coja al menos!”»

Ridícula y culpable le pregunto si quiere que pida algo de comida mexicana a domicilio, como
hacíamos antes… Bufa y sale de la habitación. Lo escucho coger las llaves del coche y buscar algo por
el salón.

—¡Me voy al trabajo, ya comeré algo allí! ¡Ah! Acuérdate que tienes que llevar a los niños a sus
actividades… si lo sé no vengo, vaya pérdida de tiempo —dice en voz baja mientras cierra la puerta
de un portazo.

«En esto se basa nuestro matrimonio: servilismo. En el momento que no le soy útil, pasa de mí.
Ni siquiera se ha preocupado de mi salud, de ofrecerse a llevarme al médico…» —pienso, pero no me

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emociono. Ya he derramado tantas lágrimas que no me quedan. Era de esperar que reaccionase así. Él
nunca demuestra preocupación o empatía conmigo.

Después de todo, respiro profundamente y sonrío aliviada. Se lo ha tragado… aunque ha


estado muy cerca. La opinión positiva que tengo de mi querido esposo se eleva aún más, si cabe, tras
su nula muestra de interés por mi estado de salud. El muy cretino ni siquiera se ha ofrecido para
llamar a un médico o traerme algo de comida a la cama. Le ha dado absolutamente igual cómo me
encuentre o qué debo hacer para recuperarme, si como o no, o si debo tomar algún medicamento
para calmar el dolor. Solo me ha recordado que tengo responsabilidades esta tarde y que si soy torpe
es mi problema; el suyo es su trabajo en el ayuntamiento y en su empresa.

A pesar de la bofetada de realidad de pareja que he recibido, estoy bastante satisfecha, pues no
me ha pillado. Levanto el teléfono y le pregunto a uno de los padres de los compañeros de natación
de Adam si podría llevarlo esta tarde. El hombre, muy amable, accede a llevarlo cuando le cuento mi
pequeño accidente doméstico. Después llamo a la mamá de la mejor amiga de Zoe y le pido el mismo
favor para que las lleve a la escuela de música esta tarde, aunque me tocaba a mí. La mujer accede de
buen agrado también. Al parecer el único cretino del pueblo es mi marido, curiosamente el que debía
cuidarme más que nadie.

Suspiro aliviada por tener de margen hasta las siete que regresen los chicos de sus actividades.
No tengo hambre, solo quiero descansar. Los fármacos que me he tomado para el dolor me producen
algo de somnolencia, así que noto cómo los ojos se me van cerrando. Necesito descansar durante toda
la tarde, si Frank regresa esta noche y no me ve afanada en la cocina, es capaz de prenderle fuego a la
casa conmigo dentro.

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IV

3 de Abril de 2016, domingo.

Ha llovido durante toda la noche, y parte de la mañana. Me levanto temprano para ser un
domingo, es el único día que me puedo permitir holgazanear un par de horas en la cama. Frank ya no
está a mi lado. Los domingos se levanta muy pronto para jugar un partido de futbol americano con
sus colegas. Es una liguilla amateur, pero que vive como si fuese la NFL americana y cada fin de
semana fuese la Superbowl y le fuese la vida en ganar su partido.

Bajo a la cocina y compruebo que mi tobillo ya está casi bien. El hecho de que esté lloviendo
fuera, me hace sentir menos culpable por no haber salido a correr durante seis días. Es mucho tiempo
sin salir a entrenar, pero es mejor ir poco a poco hasta que la lesión se cure por completo. No quiero
que lo avanzado se pierda, así que tal vez baje al gimnasio que tiene Frank en el sótano y ande un
poco en la cinta de correr.

Cada vez que pienso en salir a correr, regresa a mi memoria el agradable recuerdo del hombre
que me encontré el día que me torcí el tobillo. Según Enzo, así se llama tengo que descansar. Sin
embargo, intuyo que si no quiero perder la poca forma física ganada, no puedo demorar mucho mi
regreso a trotar un poco por por lo menos. Es curioso cómo yo criticaba a esos obsesos del deporte y
debido a la libertad que me proporciona correr, siento que lo necesito, como si fuese un vicio secreto
y oculto a todos los demás, algo que no he compartido con casi nadie, y que es mi secreto. Al correr
he sentido que las endorfinas segregadas por la actividad física, me sientan como una droga buena
que quiero volver a tomar una y otra vez. Reconozco que me estoy enganchando, solo como válvula
de escape a mi vida corriente, corrientísima, un aliciente a a la tediosa rutina.

Detrás de los posos del café y del desordenado desayuno me espera una legión de quehaceres
domésticos que he ido posponiendo hasta encontrarme mejor. Miro a través de la ventana y veo la
lluvia caer sin cesar. Recuerdo haber leído en varias revistas que correr bajo la lluvia es
tremendamente placentero. Deseo poder salir y comprobarlo, pero cuando me estoy imaginado la
sensación del agua galopando por mis cabellos y colándose por mi espalada, un ruidito desde la
escalera me indica que alguno de los chicos viene en busca de su desayuno.

—¡Buenos días, mamá!

—¡Buenos días, Adam!

—¿Dónde está papá? ¿Se ha ido? —pregunta somnoliento y restregándose los ojos. Apenas
puede ver, y ya quiere controlar dónde estamos todos; en eso se parece a su padre.

—Sí, debió salir temprano… —veo su cara de enfado y trato de disimular.

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—Me prometió que me llevaría la partido con él, siempre me miente —se queja apoyándose en
la isla de la cocina.

—No seas tan duro con él. Habrá tenido que marcharse para solucionar algo de su trabajo.
Hijo, papá es un hombre muy ocupado —trato de disculparle.

—¡Tonterías! Papá es el alcalde y el colegio nos dicen que el alcalde es el que manda. A mí me
parece un rollazo, nunca está en casa, no juega conmigo. Los otros padres llevan a mis amigos a
partidos, al zoo, a dar una vuelta en bici… y él solo se preocupa de lo suyo.

Sonrío y me encojo de hombros, sin saber que más decirle. Tiene toda la razón, pero no voy a
ahondar más en su insatisfactoria relación padre-hijo. Le enseño el paquete de sus cereales favoritos,
asiente con la cabeza, y toma asiento y coge el paquete de leche para verterlo sobre los cereales.

—No llames a tu padre mentiroso, Adam. Ya sabes lo enojado que se pone cuando alguien le
lleva la contraria, no quiero que se te escape delante de él, ¿vale? —Le pregunto, pero Adam ya está
sumergiendo la cuchara en el bol de cereales y no atiende a mi ruego.

—Es un mentiroso… —vuelve a decir esta vez en voz baja.

—¡Adam! ¿Qué te acabo de decir? —le reprocho.

—Mamá, papá miente a veces…es verdad. ¿no te has dado cuenta?

—¿Cómo dices? —pregunto sorprendida. Me siento a su lado mientras meto un par de


tostadas integrales en el tostador.

—¡Déjalo, mamá! Tú nunca te enteras de nada.

—Pero bueno… ¿Qué me estás llamando? —sonrío, un poco descolocada.

—¡Mocoso, deja en paz a mamá y no la metas en tus líos! —Dice Zoe a mis espaldas. Me da un
beso en la mejilla y se sienta en el otro taburete alto. Se tambalea un poco cuando trata de esquivar un
tortazo de su hermano y no lo consigue. Así que se vuelve para devolvérselo.

—¡A ver, chicos, no empecemos! Buenos días, Zoe, ¿has dormido bien?

—Buenas mamá. Sí, muy bien, gracias. No le hagas caso. El enano quiere estar en todas partes
a la vez. No entiende que los mayores también necesitan tener su tiempo… Podría haber nacido lapa
o monito porque todo el día lo quiere pasar pegado a vosotros.

Adam le saca la lengua y le enseña los cereales masticados que han formado una pasta color
marrón y sonríe ante la cara de asco de su hermana al verlo. Sonrío y meto unas rebanadas de pan
para Zoe. Me gusta contemplarlos, aunque sea mientras se pelean. Yo no tuve hermanos y siempre
me hubiese gustado poder tener alguien con quien compartir las cosas, aunque fuesen las típicas
peleas de hermanos que ahora mismo vivo a diario. Estoy segura que de mayores las recordarán con
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cariño.

—Mamá, papá es un mentiroso —repite.

—A ver, y eso ¿Por qué? Si puede saberse —pregunto. Una de las tostadas se ha quemado un
poco, la retiro rápido y le doy la vuelta para untarle mantequilla. Zoe es muy tiquismiquis para
comer, y si descubre que se ha tostado un poco más de la cuenta, querrá que le prepare otras tostadas
nuevas. A mí me da mucha lástima tirar la comida. Quiero educarlos bien, aunque a nosotros
vivamos bien, hay muchas personas en el mundo que se mueren de hambre. Por eso cada vez que tiro
algo de comida al cubo de la basura, siento un pellizco en la conciencia.

—Sí, porque cuando a veces te dice que se acuesta, se levanta por la noche.

—Bueno cariño, irá al servicio o a la cocina a por agua o comer algo, es normal. Los mayores
nos desvelamos, sobre todo tu padre, con la de cosas que lleva en la cabeza: sus negocios, el
ayuntamiento, la hipoteca, los gastos… un montón de cosas que pueden preocuparlo durante la
noche.

—No, no es eso. No se queda en la casa, se va a la calle. Mamá, hay noches que papá nos deja
durmiendo y no vuelve hasta que pasa mucho rato.

—¿Cómo? No sé de qué hablas, cariño. Yo duermo a su lado y no he notado nunca nada.

—Pues yo te digo que sí que se marcha. Yo lo he escuchado algunas veces. Se marcha


andando, porque el coche no lo escucho. Tarda en volver, pero me quedo dormido para cuando
regresa. Además, tú te quedas dormida como una marmota, mami, reconócelo. Eres capaz de
dormirte en el salón cuando todos estamos haciendo ruido.

—¡No digas estupideces, niñato! Estás cabreado porque no te ha llevado al partido, algo
perfectamente normal, dado el grado de pesadez que eres capaz de alcanzar —Zoe agarra las
tostadas que le he untado con mantequilla de cacahuete y le da un mordisco. Ya controla el aparato
de dientes, pero hace unos meses fue un suplicio, hasta adelgazó un par de kilos por la dificultad de
comer con el artilugio.

Por suerte, hoy en día, llevar un aparato en los dientes no se ve como algo negativo. Yo
recuerdo cuando era joven que los demás niños se reían de los que llevábamos aparato. Ahora es
todo lo contrario, se ve como algo beneficial para la salud y la estética.

—También tiene secretos… Tiene una caja con recuerdos que nadie ha visto jamás.

—¿Y tú? ¿tú si la has visto? —pregunta Zoe a punto de hartarse.

—Sí, yo sí la he visto, cuando él no me ve. Un día entré en su cuarto y la cerró rápidamente…


apenas pude ver nada, pero sé que algo esconde ahí.

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—Eso no significa nada, cariño. Tal vez eran cosas de mayores, o algo que aún no entiendes.

—Papá colecciona relojes, tal vez podría ser… —repuso Zoe.

—¡No, no es la caja negra de los relojes, era diferente! Era de color marrón, y ya la había visto
antes…

—¿Y dónde has visto esa caja antes, si puede saberse? —pregunto algo intrigada por no haber
visto una caja marrón entre las cosas de Frank nunca.

—En la vieja casona de la finca, había muchas… de esas…cajas.

Me quedo un poco descolocada por lo que dice mi hijo, pero seguramente serán cachivaches
viejos que Frank lleva a la casona. No le doy importancia al asunto, debo darme prisa si quiero hacer
algo antes de que Frank regrese.

—Veo que estás hecho todo un espía… anda y tómate el desayuno. Ya le diré a tu padre que
tenga cuidado con el pequeño Sherlock Holmes que merodea buscando pistas para su nuevo caso.

—Sí, eso se le da genial. Cotillearlo todo y después contarlo. Pues como te vea por mi
habitación, te doy un tortazo que te mando a la calle del golpe —advierte Zoe algo enojada. Se
levanta y deja su plato en el fregadero— Bueno yo me voy a estudiar un poco, esta semana tengo tres
exámenes. Así que si quiero poder hacer otra cosa aparte de estudiar durante la semana, debo
adelantar algo hoy.

—No te preocupes el diario azul que escondes está controlado…

—¡Enano! ¿Cómo? ¡Te voy a…! ¡Mamá el niñato este ha estado registrando en mi cuarto!

—Tranquilos. Zoe, cálmate. ¿No ves que solo quiere chincharte? Adam, si no dejas de entrar
en el cuarto de tu hermana, voy a tener que castigarte y a ella le pondremos un pestillo para que
tenga más intimidad. Ya se está convirtiendo en una mujercita, y tú no debes enterarte de ciertas
cosas. Y tú, Adam, ponte a leer el libro ese que trajiste de la biblioteca hace algo más de una semana,
y que aún no has empezado —mi hijo mira hacia abajo, murmurando algo que tendrá que ver con la
mala suerte que tiene porque su madre ha recordado lo del libro de lectura. Estaré abajo en el sótano,
por si me necesitáis.

—¿Vas a limpiar?

La pregunta, un eco de lo que diría su padre, me hiere profundamente.

«¿Solo valgo para eso» —pienso.

—No, cariño, voy a andar un poco por la cinta de correr. He estado muchos días con el pie casi
inmovilizado. Necesito ponerlo a punto. Sabes que está lloviendo, así que emplearé un rato a la
rehabilitación de mi pie, caminando sobre la cinta.
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Cuando miro de nuevo, Zoe y Adam ya se han marchado de la cocina. Me toca recoger y
decido apurarme para poder correr antes de que Frank regrese. Aunque dijo que no le importaba que
corriese o hiciese deporte en casa, tampoco quiero que me recrimine que estoy buena para correr,
pero no lo estoy para haber ido haciendo las cosas con más lentitud estos días.

Termino de ducharme y Frank llega a casa, parece de muy buen humor y accede deprisa al
cuarto de baño, buscándome. Me mira de arriba abajo y sonríe de manera pícara, parece que le gusta
lo que ve. Sin hablarme, me quita la toalla de alrededor del cuerpo y me deja desnuda delante suya.
Me contempla y vuelve a sonreír. Se quita la corbata, se desabrocha el cinturón, sus pantalones caen
al suelo y se arranca la camisa. Un rápido movimiento y sus calzoncillos están en el suelo. Alarga la
mano y cierra la puerta. Supongo que la puerta del dormitorio estará echada… los niños.

—Pero, ¿Qué…? —Trato de balbucear mientras me mete de nuevo en la ducha y me agarra


por la cintura acercándome a su cuerpo. Su miembro está dispuesto y comienza a besarme con
pasión. Frank es un hombre muy atractivo, su cuerpo está esculpido al milímetro como una escultura
griega, si es perfeccionista con todo en la vida, lo es más aún con su cuerpo. El tiempo me ha hecho
aceptar que no estamos la mismo nivel, sin embargo algo debe ver en mí, que parece conquistarlo. Es
un amante formidable y, a veces, me rindo a su ímpeto, a pesar de todo lo demás, de todo lo malo, de
lo que no me gusta de él y de que sé que tendré que estar atada a él el resto de mi vida, de que no
estoy enamorada, pero en definitiva todos somos animales, tenemos algunas necesidades básicas, y el
sexo es una de ellas. Así que me dejo llevar como si estuviese apunto de comerme un buen plato de
comida.

Hacemos el amor bajo el agua caliente que cae en forma de lluvia durante unos minutos, los
suficientes, tantos que casi no puedo respirar cuando Frank termina de jadear detrás de mí. Mis
pezones se separan del cristal de la mampara contra el que han estado moviéndose con frenesí hasta
que Frank llegaba al orgasmo. Me enjuago y salgo de la ducha, Frank tiene que ducharse y se queda
un poco más tiempo dentro. Salgo azorada del baño y me visto a toda prisa. Me avergüenza que los
niños puedan sospechar lo que hemos estado haciendo.

—Cariño —susurra Frank desde el baño— esto hay que repetirlo más a menudo.

Sonrío y salgo de la habitación con la bata y el pijama puestos. Hay que preparar la cena, los
chicos deben estar hambrientos. Suspiro mientras bajo las escaleras. Espero que la demora en las
cenas de esta noche no sea motivo para volver a estar de mal humor, después de todo… ha sido su
culpa. Conozco lo suficiente a mi marido… y esta noche estará muy amable, tanto, que parecerá ser
un pésimo actor que está sobreactuando. Aunque le prefiero así, no es un rol que le pegue. En cierto
modo, cuando mis hijos lo ven así, les divierte. Aunque a mí ya no me engaña, mañana volverá a ser
el mismo cretino que tratará de hacerme la vida imposible a todas horas.

45
V

6 de Abril de 2016, miércoles.

Lo bueno que tiene cuando amanece el día después de haber padecido unos días de lluvia es
que todo el ambiente está purificado, limpio y dan ganas de observarlo todo de nuevo, como si el
agua pudiese renovar las cosas sencillas que tenemos a nuestro alrededor y que vemos a diario.

Eso mismo ocurre con la arena de la playa cuando está mojada y empieza a secarse, parece
simular una sinuosa sábana de seda sobre la piel de una mujer. Al contemplar la arena cálida y
húmeda te apetece acariciarla con las yemas de las manos como si fuese una superficie delicada y
petrificada. Sin embargo, sabes que ocurre como con el corazón de una mujer, solo debes ejercer la
presión necesaria al tocarlo, o podrías resquebrajarlo.

El penetrante olor a tierra mojada siempre me ha transportado a otra época más primitiva, una
en la que se establece una especie de comunión entre mi cuerpo y lo que me rodea. Me siento plena,
capaz de hacer cualquier cosa, tan llena de energía que respiro profundamente y lleno de energía
cada uno de los rincones de mi piel.

Admito que esta mañana me he arreglado un poco más de lo normal, es mi regreso al sendero
por donde corro, pero sobre todo es porque fue aquí dónde me encontré con Enzo. Decir que no he
imaginado más de diez veces durante los últimos días cómo sería volver a verlo, es engañarme a mí
misma. Reconozco que no recuerdo muy bien su rostro con todo detalle, solo nos hemos visto una
vez, pero sus ojos azules y los dedos largos y proporcionados de sus manos han quedado grabados
en mi retina, podría reconocerlos de inmediato.

El ambiente es más cálido que la semana pasada, algo húmedo y cargado; pronto llegará el
verano. Decido quitarme la camiseta y correr con un top negro para no sudar demasiado por si me
encuentro con Enzo. En realidad no sé si siquiera me toparé con él, aunque mantengo la esperanza.
Cuando empiezo a correr recuerdo esa frase que mi padre adoptivo solía decirme: «Anna, no te
agobies. Si al final no consigues lo que deseas, lo importante es el recorrido que hayas realizado hasta
alcanzar esos sueños».

«¡Qué razón tenía»

Ahora, con el tiempo, me doy cuenta de la verdad que encerraban esas palabras desechadas
por mí como los pañuelos de papel que tiras después de un atracón de llanto. Por ejemplo cuando
sacaba una calificación baja, aquello era para mí el fin del mundo; el holocausto. Tras la experiencia
que me ha dado la vida, sé que eran necedades de adolescente que jamás llegan a ningún lado, y que
como decía ese bonachón padre que me adoptó: lo importante es disfrutar el camino, ese recorrido
que no te puedes perder hasta alcanzar tus sueños; porque tal vez los sueños a veces son tan
imposibles que la vida pasa a tu lado y ni la ves. Por eso él decía que lo bueno es el recorrido, las

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experiencias que vas adquiriendo mientras tratas de alcanzarlos.

A menudo, olvido esta importante enseñanza y me pierdo en los caminos secundarios que me
llevan a conseguir algo, cuando lo importante y en lo que invertimos más tiempo es en el recorrido.
Muchas veces, tras conseguir algo, yo misma me he desilusionado un poco y me he recriminado por
haber perdido tanto tiempo ignorando cosas importantes que ocurrieron a mi alrededor durante todo
ese tiempo, y de las que yo me desentendí por pensar que la felicidad estaría justo detrás de ese
sueño. Que la felicidad era alcanzar ese objetivo, aunque al final te quedes vacío por todo lo que has
ido desechando por el camino.

Por eso, ahora disfruto con cada zancada que doy, cada pisada en la que siento como la tierra
húmeda se hunde bajo mis zapatillas de deporte y masajea las plantas de mis pies o después de un
rato las martiriza. Cómo las minúsculas gotitas de barro se pegan a mis calcetines y cómo el sudor
que cae por mi frente me recuerda el esfuerzo que estoy haciendo. Entonces, sonrío y cierro los ojos,
consciente del momento y sé que es en este preciso instante cuando puedo ser feliz, cuando debo
saborearlo, es ahora y no después, cuando piense en las vagas sensaciones de la carrera de hoy, o
mire las calorías quemadas. Es en el camino cuando debo ser feliz, por si al final del trayecto no te
espera lo que tú habías imaginado.

Acabo mi recorrido y no hay rastro de Enzo. Apenas si me cruzo con nadie durante todo el
recorrido, tan solo una pareja de mujeres que pasea criticando a sus maridos. Hasta que me crucé con
ellas, el paraje por donde voy corriendo parece sacado de una película apocalíptica en la que los
zombis pudiesen aparecer por cualquier esquina y devorarte. He disfrutado mucho porque de este
modo nadie me ha visto, y todavía no me siento cómoda corriendo en mallas si tengo muchos ojos
puestos sobre mí.

Todo el día transcurre tranquilo, los chicos tienen actividades, pero tienen con quien irse.
Aprovecho para ordenar la casa y decido ir a dar un paseo con Buddy, sin embargo, cuando estamos
a punto de salir, una pequeña tormenta tropical nos sorprende, así que volvemos a casa y decido leer
mientras contemplo el frustrado rostro del animal por no poder salir a dar una vuelta.

Había pensado ir hasta la Finca. Es un buen paseo y así podría comprobar que las historietas
imaginativas de Adam acerca de lo que guarda su padre allí son totalmente infundadas. La
imaginación desmedida de mi hijo se debe a las horas que pasa jugando a videojuegos, incluso sus
maestra me comentó una vez que era un niño con percepción e imaginación superior al resto de los
compañeros. Esto no quita que me pique la curiosidad y me apetezca ir a echar un vistazo, hace
bastante tiempo, meses, que no voy por allí… Aunque no es un lugar muy acogedor, la quietud y la
sensación de olvido que transmite el paraje, siempre me ha gustado. Trato de centrarme en la lectura
de Si no te hubieras ido cuando el teléfono comienza a vibrar y me trae de nuevo al mundo real. Lo he
dejado en mi habitación, como hago siempre que leo. No me gusta tenerlo cerca porque si lo hago, no
leo. La historia del libro es muy interesante y no quiero dejar la historia de Sara; finalmente me pica la
curiosidad y voy a ver quién llama. Tengo dos llamadas perdidas de Frank. Me deja un escueto
mensaje de WhatsApp:

«Tienes que preparar algo para la cena. Después del entrenamiento he invitado a cenar a los

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chicos»

Busco un “por favor” o “gracias” en el escueto mensaje, pero tras releerlo tres veces me doy
por vencida y sé que no voy a encontrarlos por ninguna parte.

«¡A la porra el buen Karma, la tarde de lectura mientras escucho llover!» —protesto en mi
interior.

Cierro el libro con enfado, apago la música a regañadientes y me olvido del momento de
disfrute personal.

«¿Una cena esta noche, con sus amigotes? No puedo creerlo» —me repito mientras le
respondo al WhatsApp con un: «vale, cariño. Saldré a comprar algo»

Le hubiese escrito los emoticonos de la calavera y una pistola detrás, pero no tengo ganas de
discusiones. Sé lo que tengo que hacer: ser la chacha. Así que no hay otra, tengo que salir fuera,
aunque esté diluviando. A veces me pregunto si no me observará por algún lugar y aprovechará
cualquier excusa para amargarme la vida.

Me arreglo con desgana pues no tengo ganas de ir conduciendo hasta el centro de la ciudad
con la lluvia, ponerme chorreando, aparcar lejos y tener que sortear las calles con el carro del
supermercado, tener que regresar echa una sopa hasta el establecimiento, para volver a regresar al
coche de nuevo y mancharlo todo de agua y barro dentro del vehículo.

Pienso en cómo pasearé con soporífero semblante con el carrito por el supermercado, en qué
puedo preparar para cenar y en que tendré que esperar la cola de las cajas atestadas de gente que no
tienen otra cosa que hacer, que ir de compras una tarde como esta… Todo eso debo hacerlo antes de
que los niños regresen de sus actividades. Empiezo a agobiarme yo misma mientras e pongo algo de
maquillaje en la cara.

El perro me mira con cara de pocos amigos cuando me marcho por la puerta. Le pongo cara de
lástima y le prometo por señas que volveré pronto para sacarlo, me mira como si quisiese hacerme un
corte de manga, resopla y se echa en el suelo.

Salgo a la calle con el coche y ya no llueve, por lo menos no me voy a poner pingando, aunque
todo está húmedo y muy mojado. Mientras conduzco, pienso en qué puedo prepararles a esos locos
del fútbol americano. No es muy común que Frank invite a nadie a casa, es como su santuario. Tras
pasar el día rodeado de tantas personas, solo quiere estar conmigo y con los niños, pero a veces, le da
por ofrecer su casa y la criada que lleva incorporada, para ahorrarse alguna cena de empresa, o
compromisos sociales. No serán muchos, aunque tampoco me dijo el número de comensales; tres o
cuatro amigos como la última vez, y espero que no acaben muy tarde. Al día siguiente Frank trabaja y
debe madrugar, así que se irán pronto.

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Compruebo que las cervezas están bien frías, algo primordial en una reunión de hombres, y
que la carne del asado está en su punto: ni cruda que pueda berrear, ni chamuscada. También he
preparado ensalada de patata, algunos nachos y burritos mejicanos para que ellos mismos se los
vayan haciendo a su gusto. He estado el resto de la tarde cocinando.

Frank regresa a casa cuando estoy ayudando a Adam a acostarse. Los niños y yo hemos
cenado antes. Les hemos esperado hasta las nueve, pero el partido se habrá retrasado, como mañana
hay colegio, tienen que acostarse. Le doy un beso de buenas noches cuando me pregunta de golpe:

—Mami, ¿eres feliz?

—¿Puede saberse a qué viene esa pregunta? —Le arropo y le remeto el edredón debajo del
colchó para que dentro de cinco minutos no esté destapado y en mitad de la noche se ponga a toser.

—No sé, te veo casi siempre triste. Además, cuando viene papá te portas diferente…

—¿Cómo, diferente?

—Sí, está más nerviosa y te enfadas más pronto con nosotros —dice abriendo bien los ojos,
esperando una respuesta convincente.

—Bueno cariño, eso no significa que no sea feliz. Solo que tu padre es un poco especial y no
quiero estar todo el día de pelea con él. Tal vez me agobio demasiado para que todo vaya bien y no
cometer ningún error, eso hace que en ocasiones lo pague con vosotros; tenéis que perdonarme,
¿vale? Trataré de evitarlo de ahora en adelante.

—¿Y le quieres? —Vuelve a preguntar. No sé que mosca le ha picado. Debo zanjar pronto este
interrogatorio o Frank empezará a ponerse nervioso abajo, sin saber qué van a comer sus amigotes.

Me quedo pensando la respuesta unos segundos y se sumerge debajo del edredón, como si no
le hiciese falta respuesta alguna.

—Anda, duérmete, que mañana hay cole y además tienes examen de matemáticas. ¡Qué
descanses!

—Tú también mamá. ¡Te quiero!

—¡Lo sé, mi vida! Yo a ti también, ¡mucho!

Mientras ando de puntillas hacia el dormitorio de Zoe para recordarle que a las nueve y media
debe apagar el ordenador y dormirse, pienso en las palabras de mi hijo. Él intuye que no soy feliz,
que cada día es una losa sobre mi cabeza, pero…

«¿Qué puedo hacer? Estoy sola, sola como nunca deseé estar y como creo que no me

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merezco...»

No soy mala persona, y no entiendo el por qué tanto mis verdaderos padres, como mis padres
adoptivos me han dado de lado. Los primeros desconozco porqué lo hicieron. A los segundos no
puedo culparlos, fue mi error. Los conocía y sabía cuál era la línea infranqueable, y la traspasé… No
sé si aún tengo una abuela o quizás un familiar que quiera verme para darme cariño y algo de
cobijo…

Sacudo la cabeza y borro las fantasías de niña adoptada, solo los tengo a ellos dos: mis hijos, y
por ellos tengo que seguir luchando como cada puñetero día hago conviviendo con Frank.

—¡Anna! —Llama Frank desde el salón— ya estamos aquí, ¡tráenos unas cervezas, anda,
guapa!

—¡De acuerdo! —digo llegando a la cocina.

Por un momento pensé que diría: «Cariño, no he podido parar de pensar en ti todo el día, ¡qué
bien huele! ¿Has preparado uno de esos platos mejicanos que tanto me gustan?»

Sonrío ante la ironía de mis pensamientos y el gran abismo que existe con la cruda realidad.
Me agobio y me resigno en el mismo instante ante mi situación.

Cuando llego al salón, veo tres figuras sentadas en el sofá. Una de ellas es Frank, la otra es
David, de su oficina y la tercera no la reconozco, debe ser alguien nuevo.

—¡Hola! Aquí tenéis —Les saludo y sonrío; como si servirles después del día tan interminable
que he sufrido en mis carnes, fuese lo más maravilloso del mundo. Aquello por lo que he estado
esperando cada minuto del reloj, que me empujaba a llegar tarde a todos lados y hacer mil cosas a la
vez para que todo estuviese a punto.

—¡Hombre, mi mujercita! Gracias, Anna. Te presento a quienes me acompañan: David, que ya


conoces de la oficina y te presento al nuevo del equipo…

La tercera silueta se da la vuelta para saludarme, cuando lo hace, casi dejo caer la bandeja con
las cervezas y el plato de guacamole sobre la alfombra; habiendo provocado un gran estropicio que
me hubiese tocado recoger, tal vez por eso mantengo firme mi muñeca y controlo mi sorpresa. Me
tiemblan las piernas, los vasos tintinean en la bandeja y no soy capaz de emitir vocablo alguno. El
rostro de la persona que se gira al verme se queda perplejo también, sin embargo, sonríe ante la
sorpresa de verme en esta casa.

—…Este es Enzo… —permanezco en silencio sin poder apartar la mirada— pero mujer,
saluda, no te quedes ahí pasmada… es guapo, pero podías disimular un poco.

David y él ríen al ver mi reacción. Enzo, el atractivo corredor con el que llevo soñando varios
días, el que me ha rescatado varias veces de la asfixiante regularidad de mi vida, está plantado en

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mitad del salón y se acerca para darme dos besos en las mejillas. Le saludo con timidez y deseo
marcharme de aquí antes de que pueda dirigirse a mí o me reconozca. Enzo abre los ojos de par en
par al verme tan cerca y, entonces, sé que me ha reconocido. Solo espero que no le diga a Frank nada
acerca de nuestro encuentro en el paseo mientras corría. De lo contrario, estoy muerta.

—¡Hola! Sí, creo que nos conocemos… —enuncia alegre e ingenuo. A pesar de que estoy a
punto de que mi engaño a Frank sea revelado, no puedo dejar de pensar en otra cosa que no sean sus
ojos del color del cielo uno de esos días en que te alegras de estar viva, y contemplas maravillada su
inmensidad; sabiendo que nunca serás capaz de toparte con el final.

El silencio inunda la estancia y casi puedo escuchar el sonido de la pelota atravesando el


campo de fútbol americano que están televisando. Frank gira la cabeza extrañado, como a cámara
lenta.

—Enzo, solo lleva aquí unas semanas, es imposible que conozcas a mi esposa. Anna, Enzo es el
nuevo monitor del gimnasio y el tío juega al fútbol de maravilla, deberías verlo corriendo por el
campo.

—Sí, en serio, creo que sí la conozco. Un día nos topamos… ¿corriendo? ¿no? —pregunta
extrañado ante mi cara de póker.

Medito en pocos segundos si debo callarme y dejarlo por mentiroso delante de los demás, o
decir la verdad y apoyar su teoría. Por un lado, me siento alagada que me haya reconocido con tanta
facilidad, eso puede significar que algo de huella le he dejado… por otra parte, no quiero mirar el
rostro de Frank cuando estoy apunto de admitir que le he mentido. Recuerdo que al principio,
cuando nos conocimos, me dejó muy claro que odiaba la gente que mentía, que lo entendía todo,
menos la mentira.

Aún así, mi subconsciente toma vida propia y admite que sí le conozco y noto como una
tormenta eléctrica se cierne sobre la estancia.

—Sí, bueno, yo iba más bien paseando… —admito, llevándome la mano derecha a la boca
para tapármela y no continuar hablando.

—Bueno, difiero un poco. A pesar de que no ibas corriendo a una gran velocidad, llevabas una
buena marcha trotando, lástima lo del tobillo…

Los ojos de Frank se agrandan más y aprieta la mandíbula, eleva una ceja y me mira
inquisitoriamente. Ya no hay escapatoria. Noto cómo el calor de mi vergüenza va ascendiendo desde
el cuello hasta las mejillas. De repente, siento mucho calor y necesito salir de esa habitación.

—Bueno, eh… gracias, debo volver a la cocina o el asado va a quemarse…

Me retiro sin cruzar mirada con mi marido y huyo hacia la cocina. Necesito respirar, casi me
ahogo.

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Al cabo de un par de minutos, Frank entra en la cocina, supuestamente a ayudarme.

—Te lo tenías muy callado, ¿no?

—¿Cómo dices? —Respondo sin siquiera mirarle.

Se acerca a mí y me levanta la cara sujetándome la barbilla con su manaza.

—¿Cómo me contaste que te habías torcido el tobillo… un accidente doméstico? Te fuiste a


correr… ¿Creía que había quedado claro que no te irías por ahí a corretear como una cualquiera
calienta braguetas en mallas ajustadas…?

—¡Ah, eso! No, Frank. Solo fue ese día, una locura de Susan, ya la conoces… me rogó hasta
que tuve que acceder a acompañarla, puede ser muy convincente, créeme…

—¿Por eso me mentiste? ¡Por la zorra de tu amiga! —grita— ¡y lo del esguince también era
mentira…! ¿Cuántas cosas más me ocultas…? ¡Dime! ¿CUÁNTAS?

Frank alza la mano, fuera de sí, justo cuando Enzo entra en la cocina y presencia la escena.
Frank retrocede y me sonríe como si estuviésemos bromeando. Agarra a Enzo del brazo para
llevárselo fuera de la cocina. Enzo me mira extrañado, comprende que ha metido la pata, su última
mirada parece una disculpa.

—Siento que me hayas visto así, tío. No soy violento, en serio —sonríe nervioso— pero no me
gusta que mi esposa me mienta, y ya habíamos hablado de lo del tema de salir a correr, ¿sabes? Está
algo delicada de salud y… bueno, los médicos no le aconsejan correr por lo del asma.

—Comprendo, pero no es para que te pongas así, tío. No hay nada malo en salir a hacer lago
de deporte, a pesar de su enfermedad… conozco a muchos asmáticos que pueden hacer algo de
deporte moderado. —dice Enzo, pero por su voz parece no creer un ápice de lo que Frank le cuenta.

Escucho las mentiras que Frank le cuenta a Enzo en el pasillo y siento ganas de salir ahí y
decirle que todo es mentira; que mi marido es un hijo de puta, controlador y machista que no me deja
salir a correr por si algún tipo babea contemplando mis proporcionadas curvas, que él mismo
retroalimenta prohibiéndome salir a hacer ejercicio para que así nadie puede fijarse en mí. Siento que
lo ha vuelto a hacer, acaba de romper mi castillo de naipes, la nueva ilusión que me había creado para
escapar de sus cadenas de oro. Esas que me atan a él desde hace ya demasiados años. No obstante, a
pesar de la rabia que siento, sé que lo peor vendrá después, cuando nos quedemos a solas.

Pienso en toda la gente que me conoce en Lighthouse Point y no hay muchas, la verdad. La
mujer del nuevo alcalde es una verdadera desconocida. En la prensa local me describieron como una
honrada ama de casa y madre de familia… haciéndome sentir un fantasma en un lujoso castillo del
que no puede escapar.

—Ya, tal vez me he puesto nervioso, no me gusta que me mientan, no lo soporto. En mi trabajo

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la confianza es algo básico, y eso mismo lo traslado a la vida familiar, ¿comprendes?

—Sí, pero no debería preocuparte tanto por eso, Frank, no tiene importancia. Tu mujer no
hacía nada malo, solo estaba estirando las piernas. No hay más —le dice echándole el brazo por
encima para calmarlo.

—Sí, sí, dejémoslo estar y disfrutemos de la cena; aunque para mí, sí tiene importancia…
siento haber perdido los nervios delante de ti.

—De acuerdo, pero creo que no es conmigo con quien debes disculparte… —aclara Enzo
levantando las cejas y señalando hacia la cocina.

Se alejan hasta el salón. Siento un nudo en el estómago que me ahoga y casi no puedo respirar.
Nunca había visto a Frank tan enfadado delante de un desconocido… me temo lo peor y empiezo a
pensar en cuando no estén sus invitados delante, deseo que esos hombres no se marchen nunca. Me
espera una larga madrugada escuchando su sermón sobre la confianza y las mentiras. Me da tanta
pereza que siento ganas de coger el coche y conducir hasta que se acabe la carretera o amanezca, y se
tenga que marchar al trabajo.

Durante toda la cena, Frank no me dirige la palabra, casi no me mira y yo casi no pruebo
bocado. Solo nosotros tres sabemos lo que ha sucedido, pero en el aire se palpa que algo no está bien.
Los invitados, incómodos, se marchan muy pronto, ni siquiera terminan de ver el partido, alegan que
al día siguiente deben madrugar. Agradecen la cena que les he preparado y me felicitan porque todo
estaba delicioso. Cuando Frank los despide en la puerta, regresa a la cocina donde yo estoy
terminando de cargar el lavavajillas y me coge del cuello hecho una furia.

—¡Qué sea la última vez que me dejas en ridículo delante de nadie! ¿Entendido? —grita con
los ojos inyectados en sangre. Nunca lo he visto así.

Casi no puedo respirar, mucho menos hablar. Su rostro está amoratado de la rabia. Trato de
balbucear algunas palabras pero de repente siento miedo. Miedo de mi propio marido, la persona que
ha dormido conmigo los últimos doce años, el que se supone debe protegerte de todo y velar por
cuidarte…

—¡Se acabó lo de correr! ¿Me entiendes? Si vuelvo a enterarme de que me desobedeces… No


sé de qué seré capaz… —Grita en mi cara, escupiendo las palabras y la saliva que cae sobre mi rostro,
borrando de un plumazo el poco cariño que pudiera haberle tenido tras los largos años de
matrimonio.

Me dispongo a hablar, pero la tos seca, producida por la falta de aire, me impide decir nada.
Balbuceo y agacho la cabeza para tratar de respirar mejor. Entonces, me coge del pelo y tira de mí
hacia atrás, de golpe. Escucho que algo cruje en mi cuello, será alguna vértebra cervical que se ha
movido a causa del tironazo. Tengo miedo y me siento una porquería, menos que nada.

—¿Has entendido? ¿No vas a hablar? —no le contesto del pánico y levanta el brazo dejando

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caer su mano sobre mi rostro. Todo se vuelve negro y mis párpados casi no tienen tiempo de cerrarse
cuando caigo al suelo del bofetón. Dejo de escuchar por el oído izquierdo, el pitido que le sigue al
dolor es continuo y el mareo que siento al caer me impide ver su rostro, pero puedo escucharlo por el
otro oído.

—¡Eres patética, eres como todas…! ¡Mírate, si hasta te has meado encima! —sonríe y se
marcha al salón.

Me quedo paralizada, en estado de shock, no solo por sus palabras, o la agresión que acaba de
hacerme. Lo que me ha petrificado es su sonrisa al verme en el estado en que me encontraba, su falta
de sentimientos es lo que me aterra. No ha mostrado ningún arrepentimiento.

No me atrevo a moverme. Al cabo de unos cinco minuto, me levanto poco a poco, tan
lentamente que no me parece que me esté moviendo. No quiero hacer ningún ruido, deseo ser
invisible o desaparecer de aquí. Cuando estoy de pie, giro la cabeza y veo mi reflejo en el microondas
de la cocina. El lado izquierdo de la cara está enrojecido, el ojo y la oreja empiezan a hincharse… no
me atrevo a llorar por si me escucha y regresa. La vergüenza por si alguien me viese en este estado y
el asco que me doy al comprobar que realmente me he orinado encima por el miedo, me impiden
caminar. Cuando le escucho apagar la televisión e irse al dormitorio, me muevo. Como un
aterrorizado ratoncillo avanzo por la cocina, con miedo de que el gato vuelva a aparecer. Abro el
congelador y busco una de esas bolsas que compré para los golpes de los chicos. Mientras la busco,
rompo a llorar. No entiendo bien qué ha ocurrido, solo sé que esto es un punto de no retorno en mi
relación, en mi vida.

Hasta ahora solo se había atrevido a gritarme, amenazarme o darme un pequeño empujón,
pero lo de esta noche ha superado mis peores temores. Frank siempre ha sido algo agresivo. Lo es en
su vida profesional, en el día a día, así que en casa también lo es sobre todo en su manera de hablar y
sus modales, sin embargo, jamás me había puesto una mano encima.

Vienen a mi mente tantos testimonios de mujeres maltratadas que acuden a programas de


televisión que me siento algo confusa. Entierro mi rostro entre las manos porque me da miedo incluso
cruzar la puerta de la cocina. Lloro y vierto en mis lágrimas la desesperación de no poder huir a
ningún lugar, de no poder hacer frente a la situación. Nunca he querido el conflicto, jamás he
buscado el enfrentamiento, pero esto ya ha sido demasiado. Frank ha ido demasiado lejos.

De pronto, noto una mano sobre mi cabeza. Me sobresalto porque pienso que es Frank, pero
entonces noto que es más pequeña y está fría. Esto me asusta aún más y levanto el rostro. No veo a
nadie y me alejo con rapidez. Miro por todas partes y no hay nadie más. Estoy sola, como siempre.
Entonces recuerdo las palabras escritas en el cristal por la noche como si hubiesen sido un sueño que
quise olvidar, y siento un escalofrío. Me marcho de la cocina temblando. Necesito asearme y
descansar, no pensar en nada, o me volveré loca. Miro hacia atrás para apagar la luz de la cocina y
cuando lo hago, me parece ver el rostro distorsionado de una mujer reflejada en el cristal de la
ventana. Ahogo un grito de miedo y me apresuro a encender el interruptor de la luz de nuevo. La luz
no arroja duda alguna, no hay nadie ni detrás, ni delante del cristal.

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Subo las escaleras hacia mi dormitorio sin hacer ruido, no quiero que los chicos me vean así.
No sabría cómo explicarlo. Por otra parte, no sé qué acaba de pasar en la cocina. Sé lo que he visto,
pero me digo que tal vez sea un mecanismo de defensa para sobrevivir y no salir despavorida de mi
casa, como si hubiese alguien más conmigo. Entro en el baño, y mientras me refresco el rostro, tengo
un presentimiento, aunque parezca una locura: tal vez no estoy tan sola como creo.

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VI

11 de Abril de 2016, lunes.

Existen momentos en la vida de una persona en la que debe elegir qué sendero será el que
dirigirá sus pasos. Instantes de nitidez mental y espiritual que te hacen girar hacia la derecha o hacia
la izquierda, detenerte o avanzar, saltarte al vacío o esconderte para siempre. Estos últimos cuatro
días me han servido para lavar mi vergüenza en casa, como hacían las mujeres de no hace tanto, y
para poner orden en mi cabeza y evitar volverme loca. Mi situación es bastante complicada, lo he
analizado por todos lados, pero si sé jugar mis cartas, podré seguir con mi vida de una manera
medianamente digna y tranquila.

Mi hija mayor, aún no se cree que uno de los amigos de su padre me golpeó con la puerta de la
nevera cuando buscaba una cerveza. Adam si lo creyó, pues es más pequeño y como varón, tiene
menos intuición que su hermana. A Zoe tuve que prometerle que su padre no me había pegado. Me
siento mal por haberle mentido, pero no puedo permitir que se enfrente a Frank, ella no. Puedo
soportar todo el dolor físico y mental sobre mi persona, pero no, sobre mis hijos. De contarle la
verdad, sé que se pondrá de mi lado y Frank no se lo perdonará, cargará todos sus enfados contra ella
en vez de contra mí.

Susan me ha llamado varias veces, pero no quería salir de casa, además Frank no quiere no
escuchar su nombre todavía, como si ella fuese la culpable de que yo quiera vivir la vida como una
persona normal, no como una esclava. Un día le cogí el teléfono y le respondí que estaba enferma y
no podíamos quedar, un virus me obligaba a guardar reposo. Fran envió al chófer del que dispone
como alcalde para acercar a los niños a sus actividades, realizar la compra y varias cosas más. Él
tampoco quería que nadie me viese con un ojo morado. La mujer del alcalde maltratada… ese tipo de
escándalos cuestan alcaldías y puestos de trabajo. Así que se ha preocupado muy mucho de que
nadie sepa nada, ni de que nadie me vea después de haberme maltratado.

Parece arrepentido. Anoche me pidió perdón y entonces jugué mis cartas.

—Si quieres que te perdone, debes prometerme algo…

—Dime, Anna, lo que quieras… —dijo con desesperación— lo siento, tanto. Perdí los papeles.
Sé que no es excusa pero…

—Me dejarás que siga viendo a Susan, es la única amiga que tengo. Segundo, voy a seguir
corriendo…

—¿Cómo? Creí que había quedado…

—Sí, me quedó claro, muy claro. No quieres que haga deporte por la calle de día. Yo te

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prometo que correré de noche, o más bien tan temprano que nadie me verá, ni siquiera tú notarás que
falto de tu lado en la cama.

—O si no…

—O si no, le contaré a todo le mundo lo que me hiciste, pondré una denuncia y acabaré con tu
vida política… —mientras le reto, la voz empieza a temblarme, pero lo controlo mordiéndome el
labio inferior. Espero que vuelva a pegarme, así que todo mi cuerpo se pone en tensión, por si recibo
algún golpe.

Frank se queda pensativo y después sonríe. Parece gustarle la nueva Anna.

—¿Crees que me das miedo? ¿Qué estás en posición de chantajearme? ¿Quién te creería? —
mira mi rostro y comprueba que ya no queda rastro del hematoma. Solo yo sé que el oído sigue
doliéndome y escucho un zumbido cuando me tumbo.

—Tal vez a mí nadie… —sonrío y le cojo de la mano para que me acompañe hasta la cocina—
Mira por la ventana y dime qué ves…

Frank parece del todo descolocado. Observa la ventana, pero no ve más allá del cristal de
seguridad.

—Ahora, es de día, y la claridad del exterior no te permite ver fuera al jardín, sin embargo, de
noche, con la luz encendida de la cocina, se nos puede ver muy bien desde fuera…

Frank ata cabos y mira directamente a la esquina superior de la ventana. La abro, y descubro
la cámara de seguridad del jardín que apunta directamente hacia la cocina. Frank colocó ese sistema
de video vigilancia unos meses atrás para que estuviésemos más seguros. Pero su sistema se ha
vuelto contra él, y la noche que me golpeó grabó perfectamente la agresión.

Al principio no caí en la cuenta, al igual que no lo hizo él, pues habría borrado las grabaciones.
Sin embargo, el jueves recordé el rostro difuminado de la mujer sobre la parte superior de la ventana.
Me acerqué para comprobar si era una mancha o un borrón en el cristal que se hubiese reflejado.
Comprobé que el cristal estaba limpio. Así que miré hacia el exterior buscando algo que hubiese
podido reflejar lo que a mí me pareció un rostro de mujer, entonces vi la cámara y sonreí agradecida a
esa especie de reflejo casual por proporcionarme un salvavidas para usar contra Frank.

—Anna, has sido muy astuta… ciertamente no lo esperaba de ti. Me has sorprendido —vuelve
a sonreír de manera socarrona— ¡dame la grabación! —me pide borrando la sonrisa de suficiencia de
su rostro.

—Ya no la tengo. Está guardada en un lugar con instrucciones bien claras… me ha venido
muy bien tu chófer, es muy eficiente haciendo recados.

—¿Cómo? ¿Te estás quedando conmigo? No eres tan lista, no eres capaz ni de…

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—Frank, nunca subestimes a una mujer cuando está acorralada. Tal vez a ti te parezca una
idiota sin recursos, pero vuelvo a repetirte que soy una persona muy capaz…

—Sí, como cuando te encontré hace años en ese motel de mierda…

ignoro el comentario y continúo hablando, pretende achantarme, pero no le dejo que siga por
ahí.

—Frank, te lo digo en serio. Si vuelves a ponerme la mano encima, alguien publicará ese video
y puedes despedirte de todo por lo que has luchado. Se enterarán en tu partido, en la oposición y
todos tus votantes pedirán tu dimisión, aparte, la fiscalía te acusará por malos tratos, podrías
enfrentarte a penas de hasta tres años, perder la casa y la custodia de tus hijos, tendrías una orden de
alejamiento… pero si me das tu palabra de que jamás volverás a tocarme, te prometo que jamás lo
usaré en tu contra.

Mastica un momento todo lo que le he dicho y de lo que me he informado a través de un


bufete de abogados por internet unos instantes.

—Muy bien… como quieras, si ese es el juego que quieres jugar… —sonríe, acercándose a
mí— ¿sabes qué? Descubrir que no eres tan tonta del todo me ha puesto cachondo.

—No estoy jugando, Frank. No te acerques o…

—¿O qué? ¿Vas a llamar a la policía? ¿Al sheriff que yo pago todos los meses con la nómina
del ayuntamiento? O a nuestro abogado, que también pago yo.

Cojo un cuchillo que está en la encimera de la cocina y le presiono la entrepierna.

—No me obligues a clavártelo…

Frank se separa de mí y con un rápido movimiento me quita el cuchillo, me da la vuelta y lo


coloca sobre mi cuello, demostrando su maestría y superioridad.

—¿Ves qué fácil sería acabar contigo…?

Siento que el corazón me late con mucha rapidez, la yugular palpita ante la presión del
cuchillo sobre mi piel. Vuelvo a sentir pánico y trato de respirar hondo para recomponerme. Una
lágrima escapa rodando por mi mejilla derecha, quiero que se detenga, pero continúa su camino
hasta el suelo. Ahora pienso que he sido una estúpida al pensar que podría doblegar a Frank. Esto se
ha ido de madre, no le reconozco, y ahora no sé cómo salir de esta situación.

Como si leyese mi pensamiento y se apiadase de mis temblores y mi miedo, me suelta y tira el


cuchillo al suelo. Se aleja y sonríe.

—Mi vida, ¿ves cómo no quiero volver a hacerte daño…? Te-Res-pe-to —dice separando las
sílabas— ¡ah! Si quieres correr de noche, por mí, vale; pero asegúrate que aprendes algo de defensa
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personal. No quiero que a esas horas te encuentres con cualquier desgraciado y el cuerpo de mi
preciosa mujercita aparezca tirado en una cuneta desmembrado. Los niños no lo soportarían.

Se aleja y me lanza un beso envenenado. Aparto la cara con asco y me agarro a la encimera
para evitar caerme al suelo, mi cuerpo se tambalea después de tanta tensión. Respiro aliviada. Parece
que en algo me he salido con la mía. Aunque todavía no sé a qué precio… Cada día que pasa, estoy
más convencida de que Frank es otra persona diferente a la que conocí, o que tal vez nunca lo he
llegado a conocer del todo, seguramente porque no me ha interesado hacerlo.

La semana transcurre con desconcertante tranquilidad. Frank parece divertido ante mi


reacción a su agresión. Me llama a menudo, a pesar de saber que no quiero hablar con él. No
dormimos en la misma habitación, pero todas las noches me recuerda cuánto me hecha de menos en
la cama y cómo se le está agotando la paciencia. No descanso bien, tengo pesadillas en las que Frank
trata de forzarme o me golpea de nuevo. Finalmente consigo comprar un pestillo en la ferretería
Aguilera y como puedo, lo coloco en la habitación de invitados. No es lago infalible, pero al menos me
siento más segura. Sé que una noche no despertaré y lo encontraré ahí plantado en silencio,
mirándome mientras duermo.

Frank guarda las distancias. Eso está bien, aunque la situación es muy patética, no sé cuánto
tiempo podremos mantener esta situación. Yo no pienso ceder y sé que él tampoco lo hará. Debe
darse cuenta de que si quiere que nuestro matrimonio vuelva a ser normal, debe reconsiderar su
actitud machista y posesiva hacia mí.

—Mañana salgo de viaje a Boston. Hay una conferencia de alcaldes de mi partido y estaré
fuera tres días —dice mientras se acerca por detrás. Yo estoy removiendo el salteado de verduras que
estoy cocinando. Me pongo tensa, suelto la mano de la sartén y agarro la espumadera con fuerza por
si intenta algo—. No te pongas a la defensiva. Sabes que tocarte sería lo último que volvería a hacer
en esta vida. Quiero que recapacitemos durante estos días que voy a estar fuera. Anna, —se acerca
hasta que toca mi rostro con sus manos, retiro la cara sin poder evitarlo— lo siento de veras. Quiero
que volvamos a ser los de antes, una familia normal. Solo he cometido un error… deseo verte
durmiendo a mi lado cuando regrese. Tómate este tiempo para pensar. Haz lo que quieras: corre,
descansa, sal con Susan… Te prometo que el Frank celoso y posesivo ha desaparecido.

—No te creo… ya llevamos juntos muchos años y te conozco. No eres del todo sincero. Solo
quieres quedar bien, que te perdone y poco a poco regresar al infierno en que me has tenido. Además,
me pegaste…

—Lo sé, es difícil perdonar algo así. Solo te pido que no me odies por siempre. Algún día
curaré esa herida con cariño y comprensión, te lo prometo.

Se acerca más a mí y me besa en la frente. No cierro los ojos, no me fio de él, sin embargo
parece sincero y quito uno de los muros que he levantado entre nosotros. Es cierto que el antiguo
Frank jamás me habría dicho esas cosas, ni me habría pedido perdón.

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—Ya veremos, Frank. Estoy confusa y además ya no confío en ti. Siento miedo de que puedas
volver a pegarme. Sabes que no toleraré que me vuelvas a poner la mano encima, lo sabes, ¿verdad?

—Sí, lo sé. Ya te he dicho que no volverá a ocurrir, ¿no me crees? —dice subiendo el tono. Sé
que su límite de humildad es este, así que no fuerzo la situación más.

—¡Mami! ¿Está lista la cena? —pregunta Zoe masticando chicle y buscando debajo de las
cacerolas.

—Sí, en un minuto, ¿Por qué no vais poniendo la mesa? —le sugiero y remuevo las verduras
que empiezan a asentarse.

—De acuerdo. Papá, me ha dicho Adam que mañana te vas de viaje a Boston…

—Sí, así es. Os vais a librar de mí unos días. ¿Me echarás de menos?

—No seas tonto. Es que necesito que me comprases algo de allí.

—Sí, no hay problema, lo que necesites.

—Vale, pongo la mesa y te lo digo.

—¿No me puedo enterar yo? —pregunto medio mosca. Sé que quiere un móvil nuevo y
seguro que se lo va a pedir a Frank.

—No, mamá. Es un secreto entre padre e hija —sonríe y sale corriendo con el mantel hacia el
salón.

—No le compres un móvil nuevo, por favor. Se está volviendo un poco descuidada y no le da
valor a las cosas.

—Es normal, es joven. Ya es casi una mujercita. Además, su padre es el alcalde, ¿no? ¿No
querrás que vaya al instituto con ese ladrillo antiguo?

—Ya es más de lo que yo tuve a su edad…

—Eran otros tiempos, Anna.

—¿Qué insinúas? No hace tanto tiempo de eso. Solo tengo treinta y cuatro años…

—Cierto, el viejales soy yo. —Sonríe y se marcha fuera con los chicos. Estoy segura de que Zoe
le sacará un móvil nuevo.

Cuando Frank es encantador lo es mucho, pero cuando es gilipollas es el peor del mundo. Por suerte
tengo setenta y dos horas para pensar qué hacer con mi vida.

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VII

18 de Abril de 2016, lunes.

El autobús recoge a los chicos y tengo esa sensación de felicidad y libertad que durará hasta
que regresen, no porque no quiera que estén conmigo, pero las madres entenderán lo que digo.
Necesito mi espacio, un tiempo en que deje de ser “la mamá de” o “la mujer de” y sea simplemente
Anna.

El día está despejado y por primera vez desde que tuve la pelea con Frank puedo salir a correr
con libertad y a plena luz del día. Los colores de las cosas, los árboles, la gente, todo me parece que
tiene otros colores que no he apreciado cuando he corrido de noche o muy temprano. Como si les
hubiesen pasado un filtro de alguna aplicación de móvil. Todo parece más brillante, más vibrante. Tal
vez sea yo, que miro las cosas sin el miedo a ser descubierta.

El sol de Miami acaricia mi rostro y subo la música de la playlist. Me apetece correr más de seis
o siete kilómetros, hasta que cuerpo aguante, sonrío. Decido correr hacia el malecón. Por primera vez
lo recorro con la cabeza descubierta, tan solo una cinta color fucsia sujeta mi pelo y pronto empiezo a
sudar. El top negro me sienta mejor que hace un mes. Estoy más delgada, ahora peso cinco kilos
menos, casi por debajo de los setenta. Estoy tan satisfecha de mí misma que enseguida recorro ocho
kilómetros y casi no noto cansancio. A pesar de encontrarme bien, un kilómetro más tarde, decido
detenerme a beber algo de agua de las botellitas que cuelgan de mi cinturón de runner. Me llevo una
a la boca y está vacía. Pruebo con con la segunda y obtengo el mismo resultado. Ahora recuerdo que
la última vez que salí a correr las gasté y he olvidado rellenarlas. Busco una fuente donde poder
conseguir agua y la veo al fondo, junto a la playa una ducha.

Me acerco más y compruebo que hay un gran revuelo en la playa, junto a los acantilados. Está
la policía, los guardacostas y el sheriff. Más abajo observo una ambulancia y el personal sanitario
sobre lo que parece un cuerpo tirado en la arena, inmóvil y bocabajo, se encuentra cerca de los
acantilados. Me acerco más para ver mejor y olvido que estoy allí para llenar la botella de agua. La
morbosa curiosidad del ser humano se apodera de mí, y me hace olvidar la incipiente sed que hace
unos instantes me azotaba.

Me escondo detrás de unas palmeras, no quiero parecer una de esas curiosas cotillas que
pretenden enterarse de todo, aunque en el fondo siento un poco de subidón al estar ahí escondida, a
sabiendas de que desde ahí no voy a poder enterarme de nada. Me fijo mejor y descubro que parece
ser el cuerpo es de una mujer. Su pelo se arremolina cerca de las olas que lo acarician cada vez que
llegan a la orilla. La marea está subiendo, si no hubiesen descubierto el cadáver, pronto será
engullido por el océano. El cuerpo muestra magulladuras y aparece casi desnudo, tan solo unos
jirones de ropas cubren el amoratado cadáver. Siento pudor por la mujer que ahora está siendo
observada por tantas personas sin que nadie haga nada por cubrirlo, como si la muerta pudiese sentir
vergüenza o alguna. Giran el cuerpo y un par de cangrejos salen despavoridos de una tremenda

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herida en el costado. Me tapo la boca para ahogar una arcada. El cuerpo debe haberse golpeado
contra las rocas al caer desde cierta altura. Reprimo otra arcada y me digo a mí misma que mi
morbosa condición ya ha tenido suficiente. Ya me enteraré de más detalles por alguno de los
periodistas que se muestran ansiosos de atravesar el cordón policial para enviar la última hora a sus
noticieros.

Deshago mis pasos para no despertar sospecha en la policía. No sé qué ha pasado, pero si se
trata de un asesinato, podrían pensar que tengo algo que ver…

«¿No dicen que el asesino siempre regresa a la escena del crimen?» —sonrío ante la
descabellada idea. Camino de espaldas y entonces choco con alguien que me tapa la boca. Ahogo un
grito en sus manos, la sangre se me hiela y pienso que tal vez sea el asesino que estaba, como yo,
observando su obra. Pienso en que he sido una idiota y en que debía haberme alejado de ese lugar en
cuanto descubrí la escena del crimen.

—¡Shhh! ¡Cállese o la descubrirán husmeando por aquí! No voy a hacerle daño. Voy a soltarla,
cuando lo haga, no grite o nos pondrá a los dos en un aprieto ¿de acuerdo?

Asiento con la cabeza y poco a poco unos fuertes brazos me liberan. Me doy la vuelta, y me
topo de nuevo con la inmensidad del océano, esta vez, dentro de los ojos de Enzo.

—Pero… ¿Tú? —pregunto sorprendida.

—¿Anna? —sonríe al reconocerme— ¿Eres tú? Pero… ¿Qué diablos hace aquí? —pregunta
también extrañado. Le miro y veo que lleva la camiseta un poco sudada, ha estado corriendo, como
yo. Solo que él lo lleva con más dignidad, yo estoy chorreando.

—Estaba, esto, eh… corriendo, estaba corriendo, me quedé sin agua…¿y tú?

—Yo también.

—¿Has visto el revuelo que se ha montado…?

—Sí, por lo visto han descubierto el cuerpo de una muchacha, creo que es de aquí, de
Lighthouse Point.

—No puedo creerlo. ¿Sabes quién es? —pregunto angustiada. Espero no conocerla.

—No. No creo que lo sepa ni la policía aún. El cuerpo no lleva documentación, supongo que
tendrán que hacerle la autopsia.

—¿Qué haces por aquí, estabas corriendo? —Le pregunto, mirándolo de reojo.

—Yo iba corriendo por encima de los acantilados y he escuchado a una pareja de muchachas
llorando, estaban muy nerviosas, así que me he acercado por si necesitaban ayuda. Ellas me han
señalado el cuerpo. Ya habían llamado a la policía, pero me he esperado con ellas para no dejarlas
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solas hasta que han llegado los agentes. Les han tomado declaración y ya me marchaba cuando he
visto algo merodeando detrás de las palmeras. No sabía si podía ser…

—¿El asesino? —interrumpo bromeando, algo que llevaba tiempo sin hacer…

Reímos a la vez, y descargamos toda la tensión del momento.

—Bobadas, anda, te acompaño de vuelta hasta la ciudad; no puedo dejar que vayas sola
después de lo que ha pasado.

En otras circunstancias le hubiese dicho que no hacía falta, pero entonces recuerdo las palabras
de Frank: «haz todo lo que te apetezca, disfruta de estos días sin mí…»

—De acuerdo… Enzo, ¿no?

—Sí, Anna. Olvidas muy pronto los nombres… Yo, en cambio, el tuyo lo recuerdo desde
nuestro primer encuentro, cuando te caíste —sonríe.

—Estás de broma, ¿no?… —Me río como una boba. No puedo evitarlo, es tan alto y atractivo
que corta la respiración. Es todo un caballero, parece que venga de una buena familia que debe
haberle educado bien.

—Para nada, no bromeo con ciertas cosas… suelo recordar aquello que no merece la pena
olvidar.

Comenzamos a caminar de regreso a Lighthouse Point, sus largas piernas le permiten ir


siempre un paso por delante de mí, así que cada vez que me retraso, miro de reojo sus nalgas, tan
firmes que siento ganas de tocarlas. Su apolínea espalda sube hasta unos hombros anchos y
poderosos que duplican mi envergadura. Lleva el pelo corto, pero algo más largo por delante,
dejando que algún mechón de su flequillo rubio le dé un aire juvenil y travieso cuando le cae por la
frente. La ceñida camiseta permite que sus abdominales se reflejen por debajo del tejido transpirable,
no tiene mangas, así que sus colosales bíceps aparecen a cada movimiento que realiza al caminar. Se
mueve como un adolescente, casi como un joven que no se da cuenta que es capaz de hipnotizar a
todas las mujeres que pasan a su alrededor. Es guapo, realmente muy guapo, pero a medida que
hablo más con él su belleza da paso a un atractivo arrebatador que me va conquistando como cuando
era una adolescente. Es como si me pudiese derretir con cada palabra, cada gesto o sonrisa. Hacía
tanto que eso no me pasaba; que la sola presencia de otra persona sea capaz de abochornarte.

—Durante estos días no he parado de pensar en ti…

Lo suelta sin aviso, sin que pueda prepararme; así que abro mucho los ojos y dejo la boca
entreabierta.

—¿Perdona?

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—Quiero decir, —sonríe como si entendiese la idea romántica que «durante estos días no he
dejado de pensar en ti..» significa para mí— lo digo por lo que pasó durante la cena en tu casa. Creo
que metí la pata cuando dije en voz alta que te había visto corriendo, yo no pretendía…

—No te preocupes, tú no podías imaginar nada —interrumpo y miro hacia la bahía que
tenemos enfrente. Algunas gaviotas revolotean sobre el agua, peleándose por coger el pez más
grande, dejando que todos los demás, que chapotean en la superficie, escapen para disfrutar de la
libertad del mar— Frank es muy bestia a veces, cuando se le mete algo entre ceja y ceja no da su
brazo a torcer, pero no es mala persona. De todas formas fue una situación un poco violenta, es algo
de lo que está arrepentido, y lamento profundamente que tuvieras que ser testigo de ello.

—Espero que no ocurriese nada cuando nos fuimos…

—No, no, nada, no pasó nada —respondo nerviosa, un poco a la defensiva.

—Perdona mi intromisión, pero no pude quedarme tranquilo y cuando llegué a casa tuve que
regresar de nuevo a la tuya. No sabía qué hacer, me quedé un poco preocupado. No me gustó mucho
la forma en que te miraba… No llamé a la puerta, ni quise entrar, solo vine a ver si todo iba bien, todo
parecía tranquilo, así que…

—¿Nos estabas espiando? —pregunto un poco enfadada, más por la vergüenza de que
pudiese ver cómo Frank me pegase, que por el hecho de volver y preocuparse por mí.

Me separo un poco de él. Pienso que en realidad casi no le conozco. Solo sé que es el monitor
del gimnasio al que va Frank y que es de Nueva York.

—¡No, para nada. Lo siento! Es una mala costumbre que tengo. Verás, mi madre fue
maltratada por mi padre durante muchos años, y existen ciertos patrones que se repiten… de manera
que cuando me topo con una situación de violencia doméstica sé recocer cuando algo no va bien.

—¡Mi marido no me maltrata! —estallo sin dejarle que continúe hablando.

No sé porque engaño a la única persona que ha detectado que en nuestra relación existe un
gran problema, pero me siento ridícula y avergonzada porque mi marido me ha pegado. No quiero
que me considere tan débil. Enzo me gusta, y no quiero que conozca la Anna gris, la que se ahoga en
la monotonía, a la que su vida acomodada asfixia sobremanera y que su marido domina y manipula.

—Ya, ya, por supuesto… no pretendía espiaros, ni esa es mi intención, ni siquiera mi hobbie;
todo lo contrario, por Dios, no soy nada cotilla, pero te escuchaba llorar desde la calle. Se me partió el
alma, quise entrar para preguntarte, pero estaba del todo fuera de lugar. Al cabo de unos minutos ya
parecía todo más tranquilo, así que me marché para casa. Solo quiero que sepas que si necesitas
hablar con alguien o piensas que podrías estar en peligro, puedes hablar conmigo.

Me detengo. Agacho la cabeza y se me saltan las lágrimas. Enzo, sin mediar palabra, apoya su
brazo en mi hombro. Rompo a llorar y me abrazo a su cintura sin pensarlo. Lo apartado del lugar y el

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hecho de que mi marido está fuera, en otra ciudad, me otorgan el derecho a tomarme la confianza de
invadir su espacio físico sin miedo a ninguna represalia por parte de Frank.

Lloro como una niña pequeña en el hombro de un casi desconocido, pero no puedo evitarlo.
He perdido los papeles. Las normas de educación o civismo lógicas desaparecen, a Enzo parece no
importarle pues apoya su mano sobre mi cabeza y trata de consolarme susurrándome cerca del oído
que todo va salir bien, que no me preocupe. Dejo de llorar, pero sin embargo, permanecemos en la
misma postura: abrazados durante un par de minutos. Escucho el latido de su corazón y siento que
no quiero despegarme de él; en parte por vergüenza por no saber qué decirle después de esta
situación que ya empieza a ser violenta, y también porque no quiero dejar de sentir la seguridad de
su abrazo.

Al cabo de unos instantes nuestros cuerpos se despegan, y Enzo me pregunta si me importa


acompañarle a su casa, no puedo regresar a casa en ese estado de nervios, allí podríamos hablar de
mi relación con Frank con más tranquilidad. Se lo agradezco, pero no me parece apropiado. Estoy
casada y mi marido está fuera de la ciudad, no está bonito que alguien me vea entrando en el piso de
un hombre soltero, recién llegado a la ciudad.

—¿Tienes miedo de Frank?

Es una pregunta complicada, y trato de pensar caminando unos pasos por delante de él.

—Puede decirse que en ciertos momentos… tal vez sí, pero hasta hace relativamente poco,
nunca le había temido en el sentido literal de la palabra. He sabido guardarle las distancias durante
muchos años, sé qué es lo que puede sacarle de quicio. En fin, es una larga historia.

—¿Subes entonces? Mi apartamento está en ese edificio, en la decimo quinta planta.

—No creo que ha Frank le gustase que subiera a su piso… No me parece correcto.

—No me malinterpretes, Anna. Solo quiero ayudarte, que te desahogues, pero tienes razón, si
Frank es tan celoso… podría enterarse y eso sería fatal para tu relación —reconoce algo serio.

—No, no puede vernos. Está de viaje…

—¿Entonces, cuál es el problema? ¿Confías en mí…?

No sé por qué, pero hubiese seguido esos ojos azules al fin del mundo si me lo hubiese pedido
en ese momento, aunque estuviese cayendo en una trampa mortal le digo…

—Sí.

En diez minutos estamos asomados en la terraza de su apartamento. Las vistas son magníficas,
se divisa buena parte de la costa de Lighthouse Point. La propiedad es modesta, cuenta con dos
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dormitorios, un salón, un baño y una terraza, pero tiene unas vistas que ya las querría yo para mi
gran casa familiar. Se divisa el infinito océano que se funde con el cielo y el horizonte, la arena dorada
de la playa se refleja en el edificio, llenándolo todo de una luz cálida y natural. Me encanta ese lugar,
parece como si estuviésemos divisando el océano desde el faro de Lighthouse Point.

Me acompaña dentro y me pide que me ponga cómoda mientras prepara un zumo de naranja
natural. Desde la cocina, me pregunta cosas sobre Frank, su trabajo y cómo es nuestro matrimonio, si
somos de esas parejas tradicionales o si él trata de cortar mis alas. Sonrío porque me da la sensación
de estar en la sala de un sicólogo. Después se calla, deja de hablar cuando ya es imposible expresarse
de manera inteligible por encima del ruido del exprimidor.

Reviso con la mirada todos los rincones de un salón que me parece demasiado impersonal
para alguien que se ha mudado desde Nueva York. Pocos libros en la estantería, tan solo una foto
colgada sobre el televisor, y unos pocos adornos eclécticos sobre los muebles de la sala. Da la
impresión de que allí no vive nadie, parece sacado de un catálogo de decoración. Después pienso que
tal vez ha alquilado el piso con los muebles, de ahí que todo parezca sacado de su personalidad. No
me lo imagino comprando esos muebles o colocando los pocos adornos por la casa. En mi divagar
por las esquinas de su salón, reparo en un arma que hay colgada sobre la pared de la derecha, parece
un rifle, debajo de este hay una escopeta de cañones cortos y a su lado un revolver junto a una
pistola. Trago saliva y me levanto del sofá de inmediato. Demasiadas armas para un entrenador
personal. Cuando Enzo entra con dos zumos en las manos, me sorprende boquiabierta contemplando
lo que parece un rincón de los amigos del rifle.

—Veo que te gustan las armas… —comento nerviosa al ser sorprendida.

—Sí, son mi pasión. Tengo licencia, ¿sabes? —comenta emocionado. Deposita los zumos en la
mesa y se acerca a la pared donde están colgadas las armas. Coge el revolver y se acerca con él en la
mano— ¿Sabes disparar?

—La verdad, no —admito intranquila.

—Es muy fácil. Verás.

Se acerca a mí y deposita el arma en mis manos antes de que me dé tiempo de protestar. No sé


que hacer con ella y vuelvo a sonreír…

«cómo he llegado a tener un arma en mis manos, en el apartamento de un desconocido que


sabe que mi marido no está en la ciudad… soy una idiota, podría ser un sicópata o algo por el estilo,
y yo aquí, engatusada con sus ojos claros… ¡I-dio-ta!»

—No sé si debería… no me gustan las armas.

—No te preocupes, Anna. Debes ver el arma como un instrumento que realiza un fin, en mi
caso no es matar o asesinar a alguien, por supuesto —sonríe— la puedes usar para mejorar tu
puntería, defenderte de alguien o para cazar. ¿No te sentirías más segura sabiendo usar una de estas

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armas si alguna vez entrase un ladrón en casa de noche o si Frank… —no termina la frase y me indica
que le siga— ¡subamos arriba, a la azotea del edificio. Allí no hay nadie y podría enseñarte lo básico.

—No te preocupes, Enzo. No es necesario —insiste mientras coge algo de la cocina: la bolsa de
las municiones para el revolver.

Subimos por unas escaleras que se dejan caer desde el techo de la última planta hasta que llega
al suelo donde nos encontramos. Están algo oxidadas y prefiero no mirar abajo por si es peor la caída
desde lo alto del edificio a recibir un tiro en la cabeza. La verdad es que este primer encuentro con
Enzo, varía bastante de cómo yo lo había imaginado en varias ocasiones. Me tiembla todo el cuerpo
cuando me planta delante de cuatro latas de refresco, a unos treinta metros, y comienza a explicarme
lo que debo hacer. Se coloca detrás de mí, muy cerca, tanto que escucho su entrecortada respiración
por la emoción que siente al explicarme algo que le gusta. Para mí, lo de menos es aprender. Me
siento tan a gusto a su lado, que podría ver un partido de fútbol americano entero, a pesar de ser una
de las cosas que más detesto en el mundo.

—Lo primero que debes hacer es apuntar hacia las latas en todo momento. No te preocupes si
fallas, la pared está detrás. Para ponerle las balas necesitas acceder al tambor. Este se abre
balanceándolo hacia la izquierda. ¿Ves?

Lo intento un par de veces, con algo de miedo, hasta que cede el tambor y aparece el hueco
para seis balas.

—Como ves, las recámaras están vacías. Antes de introducir las balas, apunta hacia abajo, e
introduce cinco balas, deja una vacía.

Me tiemblan las manos cuando introduzco las frías balas en el tambor. Dejo una recámara
vacía y giro el tambor hasta que esta sube a la parte de arriba.

—Cierra la compuerta de carga, baja el martillo lentamente sobre la recámara vacía y ya la


tienes cargada. Ahora separa los pies a la misma distancia de los hombros.

Enzo introduce su pierna derecha entre las mías y las separa un poco más, para que adopte la
postura adecuada.

—Envuelve el mango del revolver con tu mano derecha, usa la izquierda como apoyo, colócala
debajo de la otra. Endereza los codos —sujeta mis codos con su mano y los extiende— amartilla el
revolver.

—¿Qué es eso? —pregunto nerviosa.

—Debes echar hacia atrás esta palanquita de atrás con el dedo gordo. Ahora mira por las dos
miras, la frontal y la trasera, debes alinearlas para apuntar. Si solo miras una, el disparo podría subir
o bajar, o incluso moverse a la derecha o la izquierda. ¿Estás preparada?

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—Creo que sí, pero hará mucho ruido.

—¡Oh te preocupes, los vecinos estás acostumbrados! Ahora coloca el dedo suavemente sobre
el gatillo.

Me tiembla el dedo y Enzo posa su dedo sobre el mío. Pienso que no puede haber nada más
sexy que lo que estamos haciendo en estos momentos y me sonrojo. Enzo no puede verme porque
está detrás

—Lo haremos juntos, ¿vale?

—Sí, de acuerdo.

—¡Ah! No te olvides de respirar. Los novatos contienen el aliento desde que apuntan hasta
que disparan. Agarra el arma con firmeza, Anna, así amortiguarás la mayor parte de culatazo.

Muy lentamente, nuestros dedos descienden sobre el gatillo hasta que Enzo deja que sea yo
quien detone el arma. Un fuerte estruendo inunda la azotea, un poco de humo sale del arma y
escuchamos que una lata sale despedida contra la pared. «¡Le hemos dado!» —pienso satisfecha.

—¡Has acertado de lleno! Tienes buena puntería, a la primera, ¡enhorabuena!

—Gracias a ti, eres un buen profesor.

—De eso nada, tienes puntería y has mantenido el arma muy firme, eso es fundamental, y algo
raro en un principiante. ¿Quieres seguir practicando?

—No, gracias. De verdad, se hace un poco tarde y no quisiera llegar a casa má s tarde que los
chicos.

—De acuerdo. Te acompaño.

—No, no hace falta, de verdad, no te preocupes.

—Para mí no es molestia —insiste.

Entonces, sin saber cómo, mi dedo toma vida propia y en un acto reflejo para rechazar su
invitación, vuelvo a accionar el gatillo del arma y disparo una segunda bala.

Enzo se queda blanco al ver que estaba apuntándole cerca de la pierna. Su rostro se contrae de
dolor y se agacha. Arrojo el arma a un lado y me agacho a ver qué le ha pasado.

—Anna, esta es la última lección: nunca apuntes a nadie con un arma cargada, a menos que
quieras hacerle daño de veras —sonríe y se baja el pantalón de deporte hasta las rodillas. Estoy tan
preocupada por haberle herido que ni me fijo en su ropa interior.

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La pierna tiene sangre, y el muslo está ensangrentado.

—¡Dios mío! ¿qué te he hecho?

—Enzo mira su pierna y restriega la sangre con su mano para ver la herida con más claridad.

—Debemos llamar a una ambulancia enseguida… —trato de correr a buscar mi móvil.

Enzo sonríe y me pide que me calme. Al parecer es solo un rasguño, la bala no ha entrado en
la pierna, pero ha estado cerca.

—No es nada, anda, bajemos para que me pueda curar.

—¿De verdad que no es nada? —pregunto angustiada. Le abrazo aliviada y entonces nuestros
ojos se cruzan un instante, breve, pero intenso. Estamos cerca, tan peligrosamente cerca que me dejo
llevar por el momento de emoción y el alivio de no haberle disparado de lleno. En vez de apartar mi
mirada, Enzo la mantiene, dándome pie a acercarme un poco más hasta su cara. Huelo el aroma
masculino de su colonia, junto con el de la pólvora quemada, ambos olores me transmiten un deseo
desconocido y terrenal. En vez de apartarme, me acerco y le beso en los labios. Frank no se separa, ni
me aparta. Durante unos instantes siento el calor de su boca, la sed de sus labios dentro de la mía. Un
calor interno al sentirme deseada por él me sube desde las entrañas y siento que no quiero parar. Nos
besamos despacio, saboreando cada milímetro de nuestras bocas, los besos son tan íntimos, que
parecemos ser amantes experimentados en el cuerpo ajeno, como si ya supiésemos lo que le gusta al
otro.

Todo es perfecto pero inmoral… así que al cabo de unos segundos, los suficientes para que las
comisuras de nuestros labios se enrojezcan, nos separamos con la incertidumbre de no saber si esto se
repetirá o no, aunque ambos sabemos que está mal.

Le ayudo a incorporarse, dejo que pase su brazo sobre mi hombro. Ahora es él quien anda
cojeando un poco, pero me indica con la cabeza que no me preocupe, como él dice: «no es nada».

Bajamos de nuevo a su apartamento, limpio la herida superficial y se tumba en el sofá.

—Me temo que no voy a poder acompañarte hasta tu casa —sonríe y se ilumina mi vida de
nuevo. De un plumazo sus besos hacen que ya no me conforme más con lo que tengo, no quiero
sobrevivir, vagar sin pena ni gloria por este maravilloso mundo; ahora quiero vivir, existir a su lado.

A veces lo sabes, otras no. Sin embargo, cuando encuentras a una persona especial, esa que
podría ser la definitiva, la que encaja contigo a la perfección, aquella de la que no te cansarás cada
día, lo sabes. Como yo lo sé en este momento al mirarlo tumbado en el sofá con su pelo revuelto y
muy dolorido aunque no quiera admitirlo delante de mí, para no perder ese aire de profunda
masculinidad que tanto me atrae.

—No te preocupes, vete.

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«Casi es mejor así, no sabría de qué hablar con él hasta llegar a mi casa. Mejor dejarlo estar
antes de que empiece a excusarme por haberle besado, y le diga que yo no hago esas cosas, estoy
casada…»

—Mañana vendré a verte, por si necesitas algo.

—No tienes por qué molestarte. Estoy bien. En unas horas se habrá curado la herida. Es solo
un rasguño.

—¿En serio estás bien?

—Sí, ahora mucho mejor que antes…

—No seas irónico.

—Te lo digo en serio, me has cambiado la perspectiva de muchas cosas, yo no…

—Yo tampoco… bueno, siento lo del disparo.

—Yo no lo siento…

—¿Estás de broma?

—Me refiero al beso…

Me ruborizo hasta la punta de las orejas y me despido levantando la mano derecha, ni siquiera
soy capaz de responderle.

—Hasta mañana, entonces —me dirijo hacia la puerta de salida con prisa, estoy tan
avergonzada que podría estallar allí mismo como si fuese un tomate maduro.

—Estaré esperándote —dice guiñándome un ojo.

Cierro la puerta y ahogo un pequeño grito de felicidad mientras espero el ascensor. Una vez
dentro, grito. Ha sido la mañana más emocionante en muchos años.

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VIII

19 de Abril de 2016, martes.

Segundo día sin Frank. Está lloviendo y no salgo a correr. Tengo ganas de llamar a Susan, pero
aún no sé qué contarle,

«¿Qué ocurrió realmente ayer? ¿Por qué me siento como una niña pequeña con zapatos
nuevos» —pienso mientras observo la lluvia caer, limpiándolo todo.

Siento que he olvidado, sin darme cuenta, vivir durante todo este tiempo al lado de Frank. Me
ha ocurrido como con tantas otras cosas de la vida que te poseen poco a poco sin que notes que ya
hace tiempo olvidaste respirar a pleno pulmón, que solo respiras para mantenerte, como si lo hicieses
a través de una pequeña abertura dentro de un ataúd. Hoy, en cambio, parece que respiro desde lo
alto de una montaña que se eleva sobre un verde prado y está bañada por un río que cae hacia un
lado desde la cascada sobre la que me encuentro. Respiro profundamente y noto cómo el aire penetra
por primera vez más hacia el interior, por detrás de mi garganta, como si hubiese estado aguantando
la respiración tanto tiempo que haya olvidado lo que es respirar, lo que es vivir.

He canturreado bastante mientras les preparaba el desayuno a los chicos, así que Adam me ha
mirado extrañado. Él sabe que cuando su padre está fuera yo me comporto de una manera diferente,
más cómodo, menos estresada y soy más cariñosa, pero lo de hoy es diferente, se me ve pletórica.

Al cabo de un buen rato deja de llover y aprovecho para sacar al perro. El cadencioso aguacero
que ha caído no arrastra piedras, ni barro, no abre barrancos de lodo, pero es capaz de humedecerlo
todo, despacio, embriagarte con ese olor a tierra mojada que tanto me gusta y que permite que
nuevos sentimientos afloren en mí, sentimientos buenos y felices, como hacía una eternidad que no
sentía. Sensaciones que germinan como un verde y fresco tapiz de hierba rala y joven, dejando atrás
los adustos solares de tierra del pasado.

En esta ocasión me dirijo hacia donde Lighthouse Point acaba, el puente de la Finca, nuestra
Finca. Aunque sea un lugar exclusivo para Frank, al que le gusta ir solo y pasar mucho tiempo allí
restaurando viejos muebles familiares o que compra durante sus viajes en mercadillos o anticuarios,
hoy me apetece visitarlo. He empezado a dejarme guiar por el perro, y su olfato lo ha traído hasta
parte. Nunca me ha gustado demasiado ir allí, es un lugar bastante oscuro y algo tétrico. Empezando
por el oxidado puente, que parece que va a ceder a cada paso que das, hasta los altos árboles que se
pierden en el cielo sin dejar que un solo rayo de sol penetre por sus ramas. La umbría parece rodearlo
todo, y si empezase a llover de nuevo, no me mojaría hasta pasados unos minutos, tal vez por ese
motivo decido adentrarme en su espesura con el perro.

Las nubes se mueven deprisa y amenazantes desde el océano. Hay tormenta en alta mar y
pronto llegará a la costa. Sé que a Buddy no le gusta la lluvia cuando paseamos, así que lleva su

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chaleco impermeable y no puedo evitar sonreír al verlo, parece un colegial el primer día de escuela,
atento y alerta ante los crujidos del cielo en la distancia.

Ajusto mi propio abrigo y aligero el paso hacia el puente. Cuando abandono las casas de la
última calle del barrio, veo al señor McCarthy. Joseph es un entrañable viudo que adora su jardín y
que dedica su tiempo al huerto y a dibujar preciosos cuadros con marinas.

—¡Buenos días, Joseph! —Saludo, sin detenerme. Sé que le gusta hablar mucho y el cielo no
me va a dar mucha tregua antes de descargar el agua acumulada.

—¡Buenas Anna! ¿De paseo?

—Sí, voy a intentar pasear por el bosque, si empieza a llover, allí nos mojaremos menos —
sonrío y me detengo. Se le ilumina la cara al poder conversar conmigo— espero que nos dé tiempo
llegar a la Finca. Ya hace mucho tiempo que no vamos y me gustaría ver si todo está en orden.

—¿Sí? —pregunta extrañado— creí haber visto a Frank ayer por aquí.

—¿Cómo? No, no es posible. Frank está fuera de la ciudad, en un viaje de negocios. Hace dos
días que se marchó.

—Anna, perdóname, pero estoy casi seguro de haber visto su coche, ese que tanto me gusta y
que siempre le digo que me lo cambie por mi viejo sedán gris.

«El coche que supuestamente se ha llevado hasta el aeropuerto para irse de viaje»

Empiezo a sentirme un poco incómoda. Algunos tachan al señor McCarthy de viejo cotilla,
pero conmigo siempre ha sido sincero y amable.

—Bueno, no sé, ¿está seguro de que fue ayer? Tal vez fuese hace varios días. Siempre está de
aquí para allá con el ayuntamiento y su otro trabajo, tal vez usted…

—Puede ser, hija. No me hagas mucho caso… ya soy un viejo al que todos los días le parecen
igual. Por cierto, tengo unas zanahorias espléndidas en el huerto. A la vuelta, te tendré preparado un
buen manojo para los niños, ¿vale?

Esa es su manera de asegurarse otro rato de charla a mi regreso. En el fondo me inspira tanta
ternura que no puedo negarme.

—De acuerdo, Joseph. Pero si está lloviendo, tendré que pasar corriendo. Déjemelas en una
bolsa colgada sobre el buzón. Los niños se pondrán súper contentos.

—Muy bien, Anna. Ahora, date prisa o vas a acabar como una sopa —dice el viejecito mirando
hacia el cielo que se ha tornado mucho más oscuro tras nuestra breve conversación.

Atravieso el puente entre leves crujidos y chirridos de metal. Buddy le gruñe al puente como si

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fuese un gigante de metal que trata de atacarnos. Compruebo que atravesar el puente sobre un
vehículo podría ser peligroso. Cuando consigo pasarlo, miro hacia atrás y le saco la lengua, Buddy
me mira divertido y vuelve a ladrar a la estructura. Sonrío y nos adentramos en el bosque. Una vez
dentro, comienzan a caer las primeras gotas de lluvia. Dentro, bajo el cobijo de los espesos árboles y
sus pobladas ramas no nos mojamos. En el interior del bosque es casi de noche. La luz apenas si
penetra a través del follaje. Poco a poco, mis ojos se habitúan a la escasa luz del entorno natural.
Huele a humedad, líquenes y a madera putrefacta. El olor me recuerda a los bosques milenarios de
coníferas que encontraron los primeros colonos al venir a los Estados Unidos. En Florida es muy raro
encontrar un bosque de coníferas de este tipo, pero un antiguo propietario excéntrico de la Finca
repobló toda esta zona con árboles traídos del oeste. Tras más de doscientos años, estos árboles se
reprodujeron y crecieron y crecieron hasta formar este atípico bosque privado anejo a la Finca que
Frank compró cuando nos vinimos a vivir a Lighthouse Point. Pudo conseguirla por poco dinero. La
gente de la ciudad prefiere propiedades en la costa y no en el interior. Una propiedad escondida y
retirada de todo, rodeada por un bosque y humedales. Incluso hay gentes del pueblo que aseguran
que la propiedad está embrujada y que los dueños siempre han sido gente desdichada y otros
chismes por el estilo. A pesar de que yo no los creo, al atravesar el camino de tierra, por debajo de las
tenebrosas ramas de los árboles, trato de no pensar en esas leyendas para evitar darme la vuelta.

Observo detrás de cada gigantesco tronco por si atisbo alguna sombra que se mueva. Desde
aquí, no hay mucha distancia hasta la casona de la Finca, un kilómetro y poco más, pero Buddy no
deja de olisquear y seguir el rastro de cualquier animalito del bosque, se pone alerta a cada paso que
damos, lo cuál, altera aún más mis nervios. Escuchamos los truenos encima de nuestras cabezas y el
perro tira con fuerza de la correa hasta que sale corriendo por el camino que conduce hasta la casona.
Lo llamo en repetidas ocasiones y hace caso omiso. Está aterrado por la tormenta y yo también
empiezo a asustarme por quedarme allí sin él. Si se escapa, mis hijos no me lo perdonarán jamás.
Corro con todas mis fuerzas. Hace un par de meses no habría podido seguirlo, pero ahora, consigo
verlo cerca de la casona, al final del camino. Los goterones de la lluvia atraviesan el follaje y
empiezan a mojarme cuando me planto delante de la imponente puerta de la casa. Me llevo una
sorpresa al observar que está sorprendentemente abierta. Buddy ha entrado porque descubro un
reguero de bolsitas de plástico para recoger sus necesidades tiradas por la entrada de la casa. Al
arrastrar la correa deben haberse ido saliendo de la cajita que las guarda.

Llamo desde fuera al perro, pero no regresa. Pienso en el azote que le voy a dar en el trasero
cuando regrese y empiezo a sentir verdadero miedo. Desconozco el motivo por el cuál la puerta de la
casona está abierta. Tal vez ha entrado alguien, un ocupa o alguien que ha creído que la propiedad
estaba deshabitada. No puede ser Frank, aunque el señor McCarthy diga que lo vio ayer, yo sé que
está fuera. Además, él jamás dejaría la puerta abierta. Tiene dentro todas sus antigüedades y
cachivaches.

Empujo la puerta y el ruido que hace anuncia mi llegada a varios metros a la redonda. Dentro
está muy oscuro, pero veo los ojos brillantes de Buddy en una esquina, arañando la puerta de entrada
al salón. Busco el interruptor a oscuras, lo acciono y la luz no se enciende. Los plomos deben haber
saltado por la tormenta. Sé que en el salón hay unas velas en algún cajón, pero no puedo llegar hasta
allí a oscuras. Entonces, recuerdo la aplicación de la linterna de mi móvil. Tras averiguar dónde esta,

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la enciendo y Buddy viene hacia mí.

—Has sido muy travieso, Buddy. ¿Qué pasa si te pierdes en este bosque? Adam y Zoe me
odiarán para siempre. —El perro me ladra y mueve el rabo alegre, parece como si lograse
entenderme.

Me envalentono un poco por tener al perro a mi lado, así que avanzo hacia el salón. Cuando
entro en la estancia, todo parece estar en el mismo sitio de siempre. El viejo sofá con tres dedos de
polvo, los paños sobre la mesa y las rancias cortinas. Me dirijo hacia la cómoda para buscar las velas y
escucho un ruido bastante cerca que me petrifica. Me quedo inmóvil, como si fuese de piedra, por si
es imaginación mía. Entonces, Buddy le gruñe a la cómoda y se le eriza el pelo. Vuelvo a escuchar
otro ruido y me veo reflejada en el espejo de la cómoda. Me fijo bien ya que debido a la escasa luz no
parezco ser yo. Es alguien que se parece a mí, pero está muy borroso y no puedo reconocerla, trato de
acercar el móvil al espejo y veo como la imagen de mujer que se refleja en el espejo. Me fijo en el
difuminado rostro, y cuando empieza a volverse más nítido miro su boca y al volverse grita:: ¡Huye!

Me alejo de allí despavorida, mientras lo hago, escucho que una puerta se abre detrás de mí en
alguna parte de la casona. No estoy sola y no puedo explicar lo del espejo, pero sé que si me detengo
a pensarlo, no puede pasarme nada bueno. Buddy ladra y trata de enfrentarse con lo que sea que
tenemos detrás nuestra. Yo tengo que tirar de él con todas mis fuerzas, hasta que comprende, en la
entrada de la casa, que una retirada a tiempo es una victoria.

Salgo de la casa y comienzo a correr. Ahora llueve mucho y apenas me deja ver el camino de
tierra que se ha enfangado. Miro hacia atrás en un instante y me parece ver una figura oscura
apostada en la puerta de la casona, pero no me paro para ver si se mueve o no. No sé quién es, y
tampoco deseo saberlo. Una vez leí que si le ves la cara a un delincuente, tienes las horas contadas. El
corazón me palpita en la garganta, me arrepiento de haber venido y empiezo a alejarme por el
camino.

Cada vez es más difícil avanzar por el denso follaje. Las rocas y los troncos caídos nos cortan el
paso a cada instante. No me atrevo a mirar atrás por si nos está persiguiendo. De repente, me
encuentro atrapada entre un pequeño barranco y unas grandes rocas, no sé por donde tirar y escucho
una respiración entrecortada tras de mí. No puedo dar la vuelta o me toparé con mi perseguidor y
tampoco puedo tirarme por el barranco. Tras unos interminables segundos, veo una oquedad entre
las altas rocas, con suerte podré esconderme allí, si no quepo, estaré perdida. Desesperada, me
introduzco entre las rocas, hay suficiente espacio para mí, pero Buddy no cabe. Me agacho y le hago
hueco entre mis piernas. Le tapo la boca y le suplico que se calle. Tal vez no nos vea y continúe ladera
abajo.

La figura que aparece ante mí es imponente. Está cubierta con un chubasquero verde de pies a
cabeza, impidiéndome ver quién hay debajo. Por su opulencia puedo decir que es un hombre.
Camina con pasos seguros y lentos. Trata de no hacer ruido al aproximarse. Necesito cerrar los ojos
en un par de ocasiones para no gritar de miedo. Está claro que me ha visto. No sé qué está haciendo
en nuestra casona, pero lo que sea, quiere mantenerlo en secreto. Si no, no habría corrido detrás de
mí. La lluvia no cesa y cae a borbotones sobre mi cabeza, necesitaría moverme para limpiarme la cara

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y ver mejor, pero si lo hago, podrá distinguir mi figura que ahora permanece inmóvil dentro de las
rocas. Los instantes más eternos de mi vida transcurren mientras ese hombre se acerca hacia donde
estamos. Mi perro empieza a inquietarse y aunque trato de retenerlo y que se calle, cuando él
considera que esa figura está demasiado cerca, escapa del refugio y se abalanza sobre él. Veo como
corre hacia el hombre como a cámara lenta, me escucho gritar y veo como el tipo trata de protegerse,
pero una primera dentellada se clava en su antebrazo, pierde el equilibrio y cae hacia atrás. Esto me
proporciona unos instantes para salir de mi refugio y correr por un lateral de la emboscada natural
donde me he quedado atrapada. Llamo al perro, pero está afanado en el pantalón de la oscura figura.
Al poco, escucho un alarido del animal y veo que le ha dado una patada en el costado lanzándolo
contra una roca. El animal emite un gruñido quedo y horripilante cuando choca contra la piedra, que
me hiela la sangre. Le veo caer entre las piedras y se queda inmóvil.

Mi cerebro se debate entre ir en busca del perro, que probablemente esté muerto o malherido o
seguir corriendo para escapar de allí y salvar mi propia vida. Empiezo a llorar ante la imagen del
animal tieso y sin darme cuenta aminoro la marcha. Estoy empezando a bloquearme y las piernas no
me responden. El pánico se apodera de mí. Necesito pensar en algo que me haga reaccionar, pero no
puedo. El miedo empieza a recorrer mi cuerpo como un veneno mortal que paraliza todas mis
extremidades. Veo levantarse al individuo y un relámpago ilumina su antebrazo sangrando y adivino
una mueca de dolor en su boca. La luz es tan fugaz que me impide descubrir quién hay debajo de la
capucha. El terror que siento al pensar en lo que ese tipo podría hacerme en mitad de la lluvia y en
ese recóndito lugar, me hace reaccionar y comienzo a correr tanto que siento cómo mis músculos se
tensan y pequeños aguijonazos de dolor me recorren todas las piernas. Con mucho esfuerzo, consigo
salir de esa ratonera y veo el sendero de vuelta hasta las últimas urbanizaciones de la ciudad. Una
vez me incorporo al camino, bajo con mayor facilidad y velocidad. No miro atrás, pero espero que en
cualquier momento un brazo tire hacia atrás de mí, me tire al suelo y acabe con mi vida.

Cuando veo el viejo puente oxidado, mis fuerzas están al límite. Me duele el costado, respiro
dando exageradas bocanadas de aire, tal vez esté a punto de sufrir un infarto o un colapso, mi cerebro
me alerta de que debo parar o tal vez será demasiado tarde. Alcanzo el puente y cuando estoy a
punto de cruzarlo todo se nubla delante de mí, me parece ver a alguien que se acerca alertada por mis
gritos de socorro. Las piernas me fallan, todo se vuelve negro de repente, y escucho como mi cuerpo
golpea sobre el asfalto de la carretera.

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IX

22 de Abril de 2016 ,viernes.

Despierto, abro los ojos y observo que estoy viva. Miro el suero y la máquina que parpadea a
mi lado, estoy tumbada en una cama. Huelo el aroma aséptico e inequívoco que indica que estoy en
un hospital. Alguien debió traerme.

No hay nadie conmigo en la habitación, pero distingo el abrigo de Frank medio tirado sobre el
sillón que está al lado de la cama. Trato de levantarme, pero no tengo fuerzas. No sé bien qué ha
pasado. Toco mi cabeza y noto las grapas sobre lo que parece un bulto y una herida. Debí darme un
buen golpe al caer… voy tomando consciencia de mi cuerpo y el dolor aparece de repente
arrasándolo todo; desde las piernas hasta la cabeza, me duele mucho.

Entra una enfermera de mediana edad. Sonríe al verme despierta y comprueba los valores del
suero.

—Veo que ya se ha despertado, Sra. Tomlinson —dice la sonriente enfermera. Su uniforme es


tan blanco que casi me siento tentada a preguntarle con qué lo lava. Está algo entradita en carnes,
pero se mueve con gracia y soltura por la habitación— avisaré al señor alcalde. Ha estado a su lado
desde que le avisaron de su caída. Tardó un poco porque estaba de viaje, pero en cuanto se enteró
movió cielo y tierra para estar a su lado. Tiene usted suerte de tener un marido así. El mío creo que
tardaría un par de días en venir a verme, aunque le pillase en la manzana de al lado; todo por librarse
de mí unos días —sonríe— espero que la próxima vez no salga a correr cuando esté lloviendo; el
asfalto es muy peligroso.

—¿Dónde está el perro? —pregunto y al moverme, me siento algo mareada. Trato de


incorporarme y la enfermera me ayuda. Entonces entra Frank, lleva su traje azul marino, ese que le
sienta tan bien, y la enfermera le sonríe haciéndole ojitos, claramente complacida de ver al apuesto
alcalde entrar en la habitación.

—¡Anna! ¡Te has despertado! ¿Estás bien? ¡Por el amor de Dios, nos has dado un susto de
muerte! —Corre a mi lado y se echa en la cama para besarme en la frente. Coge mi mano y la
enfermera entiende que está demás.

—Si me necesita, estaré fuera. Trate de no fatigarla demasiado. Voy a avisar al neurólogo para
que la examine. Ha estado casi tres días inconsciente, recuérdelo.

—¿Y los chicos? —pregunto con un hilo de voz.

—Están bien. Bueno, un poco asustados por ti.

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—¿Y el perro?

—No ha aparecido. El señor McCarthy, el sheriff Thomson y alguno de sus hombres salieron a
buscarlo por los alrededores pero no han dado con él. No te preocupes por el animal ahora, eso es lo
de menos. Lo importante es que tú estés bien.

—No puedo, ese animal me ha salvado la vida. Si no fuese por él, ese tipo me habría cogido…

—¿Cómo, qué tipo? ¿De qué hablas?

—Había alguien en la vieja casona… me persiguió, Frank. Vino a por mí y el perro me


defendió… él lo golpeó y no pude… ayudarle —rompo a llorar y Frank me abraza.

—No te preocupes. Tranquilízate. Ya me contarás lo que ha ocurrido. Avisaré al Sheriff para


que lo busquen… pero dices que la casona estaba abierta… ¿Se puede saber qué diablos hacías allí?
Pensaba que habías salido a correr, iba a regañarte por no hacerme caso.

—Salí a pasear con Buddy, pero la tormenta nos sorprendió. Quise guarecerme en el viejo
bosque, después pensé que podía ir a la casona y esperar allí hasta que dejase de llover, al fin y al
cabo tenía la llave y estaba más cerca que nuestra casa. Pero cuando llegué, la puerta estaba abierta.
Entré un poco asustada y escuché un ruido —Frank me mira expectante, con cara de asombro—
entonces me asusté de verdad y salí corriendo. Todo sucedió muy deprisa, no veía con la lluvia y
alguien nos persiguió. Supongo que llegué al puente y alguien me vio. Ese tipo golpeó a Buddy…

—Has tenido suerte, mi vida. No deberías ir hasta allí sola. Te lo he dicho en muchas
ocasiones: no me gusta que salgas sola a determinados lugares y a ciertas horas. Imagina lo que te
hubiese pasado si es tipo te hubiese alcanzado. Debe ser un cazador furtivo o algún ladrón. Has
corrido un riesgo innecesario. Por suerte estás bien… pero te juro que ese hijo de puta va a pagar por
esto…

—He sentido verdadero pánico —confieso, pero no le digo que el señor McCarthy me contó
que lo vio la noche anterior conduciendo hacia la Finca. No entiendo por qué voy a confiar en un
anciano algo demente más que en mi propio esposo, pero me duele mucho la cabeza y no quiero
pensar demasiado. Tengo recuerdos confusos y no me apetece rememorar esos momentos. Ya lo
tendré que hacer cuando llegue el sheriff para tomarme declaración. De todas formas, sé que no era
Frank, él estaba de viaje… además, ese tipo fue atacado por Buddy y él jamás mordería a Frank, le
conoce, es su dueño—. Estoy agotada, no quiero ver a nadie más, puedes marcharte y tranquilizar a
los chicos, diles que estoy bien, por favor.

—Por supuesto, pero volveré más tarde.

—No te preocupes por mí, solo necesito descansar.

—De acuerdo, cabezota. —Contesta y se levanta rápido. Vuelve a agacharse y besa mi frente.
Cuando está en la puerta de la habitación se gira y me dice: —no te preocupes vamos a pillar a ese

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desgraciado, ahora descansa.

Cierro los ojos al escuchar cómo la puerta de la habitación se cierra. Al cabo de unos minutos
siento dolor en la sien, un profundo e insoportable dolor. Me asusto y llamo al timbre. Aparece mi
enfermera y le ruego que me dé algo para apagar la quemazón que sale de dentro de mi cabeza. Me
indica que no puede suministrarme más medicación que la que ha prescrito el neurólogo. Exijo que lo
llame o será la culpable de que la cabeza me explote. Al cabo de un buen rato, el doctor Barney
aparece y me explica la situación.

—Buenas Anna. ¿Cómo se encuentra? Me ha comentado la enfermera que está muy molesta.

—Sí, por favor, necesito algo para este dolor de cabeza…

—Acaba de despertar tras estar muchas horas inconscientes. Hemos realizado un TAC y no
hemos detectado ningún otro coágulo más, solo el que estaba en la superficie del cráneo, se le ha
curado y taponado la herida. Es normal que sufra dolores por el proceso natural de curación de su
cabeza. Pero no me atrevo a suministrarle más calmantes, pues necesito saber si todo va según lo
previsto tras la operación. Esos medicamentos podrían enmascarar algún otro proceso, así que le pido
paciencia. No nos conviene que duerma usted demasiado, algo podría ir mal y no podríamos
detectarlo. Trate de dormirse, Sra. Tomlinson. Descanse.

—Se lo ruego, necesito algo para el dolor o me levantaré y lo buscaré yo misma, esto es
insoportable —amenazo con incorporarme, pero todo me da vueltas y desisto.

—No me obligue a decirle a los celadores que la inmovilicen. Una caída en su estado puede ser
fatal. Debemos observarla. Si todo va bien, en un par de días podría estar en su casa; pero si por el
contrario sufriese otro golpe en la cabeza, podría entrar en coma irreversible o algo peor…

Las palabras del facultativo surten efecto y no me atrevo a moverme. De igual manera no
hubiese podido en mi estado. Me quedo inmóvil y trato de dormirme. Pienso en cosas positivas: las
tardes con los chicos, correr por la playa para tratar de relajarme. Cuando parece que el dolor se está
desvaneciendo, gracias a mi método de relajación y también en parte por la bomba que suministra
calmantes a mi cuerpo a través del suero, escucho llamar a la puerta con delicadeza. Pienso en que es
el sheriff, y creo que podría escupirle a la cara ya que no tengo fuerzas para hacer nada más. Sin
embargo, es otra persona, la mejor persona que podría venir a verme después de mis hijos; y no es
Frank precisamente. El hecho de que esté más amable conmigo, no significa que olvide quien es, lo
que es…

—¿Se puede? ¿Cómo estás? —pregunta Enzo desde la puerta. Trae lo que parece un ramo de
flores y viene embutido en una especie de gabardina azul que le da un aire de galán de película de los
años veinte.

—Sí, pasa, trataba de dormirme, pero no puedo. No me dan calmantes —sonrío levemente.

—Ya me han contado todo… ¡Vaya susto! Incluso sale en las noticias locales. Vine en cuanto

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pude, pero estabas en observación y solo dejaban entrar a la familia. Conociendo a tu marido, ni
siquiera le dije que había venido a verte cuando se topó conmigo en el ascensor.

—Gracias —digo con un hilo de voz.

—Te dejaré las flores aquí, ¿vale?

—Son preciosas, ¿son rosas…? Son mis favoritas.

—Lo cierto es… bueno, no lo sabía, pero por donde suelo correr hay una casa que parece
deshabitada y tiene unos rosales enormes que no parecen estar muy cuidados. Las rosas trepan por
encima de la vaya, así que las he cogido para ti. Siento no haberlas comprado, pero todavía no sé
dónde puede haber una floristería y quería venir a verte por si te habías despertado.

—Eres muy amable… no tenías que molestarte.

—No es molestia, es un placer. ¡Hace un poco de calor aquí!

Enzo se quita la gabardina y se queda con un fino polo de punto que marca su musculatura.
Lleva unos vaqueros azules ajustados, como los que llevan los jóvenes, le quedan muy bien, es
demasiado atractivo como para pasarlo por alto. Es la primera vez que no lleva ropa de deporte, así
que el cambio me gusta. Se remanga un poco para colocar las flores en el jarrón de la habitación y
entonces veo una especie de vendaje en su brazo izquierdo.

Todas las alertas se disparan en mi cabeza. De repente, recuerdo el ataque de Buddy a ese tipo
encapuchado que nos perseguía... lo miro de espaldas y su figura me recuerda al tipo que me
persiguió. Ambos tienen la misma estatura y una envergadura parecida. Empiezo a hacer cábalas
sobre este hombre tan perfecto que ha llegado a mi vida de improviso. Yo que siempre he sido un
poco de gafe con los hombres, que nunca he conseguido quedarme con el príncipe azul… ahora, por
sorpresa, aparece este tremendo hombre y se queda prendado de mí. Algo no me cuadra, empiezo a
sospechar que podría esconder algo, aunque en el fondo de mi alama espero que Enzo no sea quien
trató de darme caza y maltratase a mi perro.

Comienzo a recapacitar acerca de lo que sé de él. Apenas conozco nada acerca de su vida
personal o su pasado. Incluso recuerdo aquel día en que lo encontré cerca del lugar donde apareció
una joven muerta. Rememoro las armas de su casa, la que usó para enseñarme a disparar… lo
observo, y cada vez estoy más segura de estar viendo al maníaco que me persiguió. El vendaje de su
brazo tampoco ayuda, hace que sospeche más de él. El vendaje en el brazo es grueso y aparatoso,
perfectamente podría ser para curar un mordisco de un perro. Necesito saber qué le ha ocurrido,
necesito despejar esas dudas que me atormentan y me hacen sentirme intranquila, cuando hace un
momento estaba feliz por haberlo visto entrar en mi habitación.

—¿Qué te ha ocurrido en el brazo? —pregunto de manera cortés y aparentemente


desinteresada.

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—¡Ah! ¿Esto?… no es nada, un pequeño percance.

Le dedico una media sonrisa. Ha evitado responderme.

—Bueno… resulta que en la casa que creía abandonada, donde cogí las rosas, habita una gata
que acaba de tener crías, al meter la mano por los rosales, pensó que iba a robarle sus crías o algo así,
porque me arañó, me mordió y se encaramó a mi brazo… no podía deshacerme de ella, finalmente he
tenido que vacunarme contra la rabia, nunca se sabe con los animales callejeros.

La posibilidad de que me esté engañando, me hiela la sangre. De repente lo veo de manera


distinta, ya no me parece tan caballeroso o tan amable. Empiezo a desconfiar de él, y necesito que se
marche.

—Enzo, lo siento, pero el doctor me ha dicho que debo guardar reposo, me he despertado hace
un par de horas y… estoy agotada. Solo necesito dormir un poco, ¿lo entiendes? Además Frank dijo
que tal vez podría volver…

—Por supuesto, Anna. No te preocupes. Me marcho más tranquilo sabiendo que estás bien y
que el golpe en la cabeza se curará. No te agobies por lo de perro, voy a tratar de encontrarlo…

No logro recordar el momento en que he mencionado la desaparición del perro, supongo que
se habrá enterado por las noticias. Aunque si él lo ha hecho, también debe haberlo hecho el hombre
que me perseguía, y tal vez sea él mismo…

—Ya lo ha comunicado Frank al sheriff y a la perrera. De hecho uno de los agentes está
apostado en los pasillos. Podrías preguntarle por dónde lo están buscando.

—De acuerdo, le preguntaré y echaré un vistazo por el pueblo. Me alegro que estés bien.
Pasaré a verte mañana.

Enzo se agacha y me besa la mano. La caricia lenta y cálida de sus labios me hace estremecer.
Nada que ver con el casto y urgente beso en la frente que me dio mi marido.

—Gracias por venir, ya nos veremos…

Enzo alza la mano y me regala una de esas sonrisas franqueadas por los hoyuelos de sus
mejillas y pienso que él no puede ser un asesino. Ruego para que no lo sea. No puedo tener tan mala
suerte… ¿no?

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IX

25 de Abril de 2016, lunes.

Al fin libre. Abandono el hospital por mi propio pie. Las enfermeras querían darme una silla
de ruedas y acompañarme hasta la salida, «de ninguna manera» les dije, entré inconsciente y en una
camilla, así que quiero salir por mi propio pie.

Fuera me esperan Susan, Frank y los chicos. Enzo no ha venido, estaría fuera de lugar, Frank
empezaría a sospechar algo y yo me sentiría incómoda, después de todo, no sé si es un asesino. En
realidad, casi no ha pasado nada entre nosotros, tan solo un inocente beso… bueno, no tan inocente,
pero a estas alturas del juego, un morreo lento no asusta a nadie, y tal vez haya sido fruto de la
casualidad. Mis dudas acerca de si Enzo es trigo limpio, aún no se han disipado, pero se ha portado
muy bien durante estos días que he estado ingresada. Ha venido a verme todas las noches, cuando
Frank regresaba a casa con los niños, incluso me leyó Orgullo y Prejuicio, una de mis novelas clásicas
favoritas. También ha encontrado a Buddy. Estaba en la perrera municipal. Como están saturados, ni
le habían identificado por el microchip. Estoy casi segura de que en un par de días más le hubiesen
pinchado una inyección para dormirlo. Menos mal que él se ha preocupado por encontrar al animal,
eso juega a su favor… Si fuese un asesino, Enzo podría haber acabado conmigo cualquiera de las
noches que se ha pasado acompañándome en el hospital.

Por otra parte, no sé si está casado o tiene novia en Nueva York. Solo sé que ha venido a
Lighthouse Point en busca de un trabajo, pero desconozco si tiene alguien allí esperándole.

Por estos y otros muchos detalles no puedo odiarlo, sino que siento que cada día lo necesito
más, que quiero verlo, escucharlo, sentirlo a mi lado, porque me da tranquilidad y, a pesar de todas
las incertidumbres que lo rodean, me alegra la vida. Parece que a él le pasa lo mismo, pues cada
noche que he pasado encamada, se ha ido marchando cada día más tarde, hasta que la última noche
amaneció en la habitación del hospital, se marchó cerca de las siete.

Durante sus visitas podría haberlo descubierto cualquiera, Frank si hubiese regresado para ver
qué tal estaba, Susan, cualquier vecino o conocido. Por suerte la vigilancia policial fue solo para la
primera noche. Mi marido ha llamado todas las noches antes de la cena para quejarse del trabajo que
tenía y el desastre que era la casa, a pesar de haber contado con a una empleada del ayuntamiento
para hacer los quehaceres de casa y no tenía ni que preocuparse por cocinar. Para el personal del
hospital, Enzo era un familiar más, creyeron que era un amigo de la familia y que tal vez, por lo
atractivo que es, fuese gay. Por suerte, ya me han dado el alta y no he tenido que inventar una excusa
para mi marido. El personal del hospital es muy profesional, hace su trabajo y se marcha, aquí no hay
cabida para los chismes, gracias a Dios.

Frank me abraza delante de la gente al salir, el periódico del pueblo está haciendo fotos. Mi
muy solícito marido lleva mis cosas hasta el coche oficial que espera para llevarnos a casa.

82
Antes de entrar en el coche, Susan se muestra algo inquieta, le preocupa algo, ya la conozco.

—¿Qué ocurre, Susan?

—No, no es nada… bueno ya hablaremos —dice tratando de quitarle importancia a algo. Se


toca el pelo con la mano y trata de entrar en el coche.

—Dime, ¿qué ocurre?

—¿Recuerdas la chica que encontraron en la playa, cerca de los acantilados…?

—¿Sí? —pregunto extrañada.

—Era Christine…

Abro los ojos de par en par, sin creérmelo. Yo vi el cadáver cuando me topé con Enzo. Jamás
imaginé que pudiese ser alguien tan cercano.

—¿Tu dependienta? —pregunto sin acabar de creerlo. Tengo que agarrarme al coche para no
caer al suelo.

—Sí, la misma.

—¿Qué le ha ocurrido?

—La policía ha dicho poco… la verdad, pensaba que Frank te lo había contado. La noticia salió
ayer en todos los programas de noticias locales y nacionales. Lighthouse Point estuvo ayer en boca de
todo el mundo.

—¿Qué horror! ¡Pobre familia!

—¡Dímelo a mí, que le puse una denuncia por ladrona! Ni siquiera he llamado para darles en
pésame, aunque sé que debería hacerlo.

—¿Qué le ha pasado? —Pregunto dentro del coche. Susan me indica que los niños están
delante y podrían escucharnos, así que lo deja para más tarde.

Una vez dentro del coche, Frank me dice que tiene una reunión importante y debe marcharse
de viaje, pero que volverá por la noche. Si lo necesito, tengo el chófer a mi disposición todo el día.
Apenas si le escucho, lo único que quiero es llegar a casa.

Durante todo el trayecto de vuelta a casa, las dos guardamos silencio; interrumpido por los
comentarios de Zoe y Adam.

83
—Mamá la vieja esa que está en casa es una pesadilla…

—¡Enzo! Más respeto. Se dice “anciana” o “la señora” que trabaja en casa estos días… no seas
desconsiderado, esa buena mujer está ayudándonos, así que podrías mostrar algo de agradecimiento.

—¡Jo, mamá, no nos deja hacer nada, solo los deberes…! ¡Estaba deseando que volvieses! —
Adam sonríe y su pelo rizado se va iluminando por los rayos de sol intermitentes mientras pasamos
por debajo de un puente.

—No sé, no sé. Tal vez deberíamos contratarla para siempre… si estás haciendo los deberes y
recogiéndolo todo…

—¡NO, de eso nada! Además, papá también está harto de la señora. Dice que lo cambia todo
de sitio y que como le toque sus cosas, la despide.

Frank es un maniático del orden y es muy celoso con sus pertenencias. Su armario vestidor
podría aparecer en cualquier revista de decoración o en el escaparate de una tienda. Coloca todas las
camisa por colores y tejido. Los pantalones recorren toda la gama cromática desde el blanco hasta el
negro, las corbatas están expuestas en una vitrina según la ocasión en las que puedan ser utilizadas.
Yo nunca le ordeno sus armarios. No los limpio, ni los recojo. Él se encarga, es lo único que hace
algunos domingos cuando descansa: ordenar y repasar sus cosas.

Llegamos a casa y el simpático chófer insiste en llevar las maletas dentro de casa. Saludo a la
mujer, Amparito, nacida en Puerto Rico, y me parece muy entrañable, así que no la incomodo cuando
me indica que ella misma colocará las cosas y se encargará de la ropa sucia. Por mí la dejaría viviendo
aquí en casa para ayudarme con todo, pero Frank se opone, así que decido aprovecharme, al menos,
este día. La mujer parece leerme el pensamiento y me comenta que Frank ya le ha dicho que al estar
yo en casa, no necesitaremos más ayuda. La señora se lamenta pues el trabajo le vendría muy bien,
además reconoce que la casa es muy grande y con dos hijos… Siento ganas de ahogarlo al escuchar
de boca de la señora que ya no me hace falta ayuda. «Frank en estado puro, tan considerado como
siempre».

Susan y yo nos dirigimos al jardín, a la mesa donde me gusta tomarme el aperitivo, cuando
tengo tiempo para hacerlo, es decir, dos o tres veces al año, nada más. Nada más sentarnos, Amparito
nos sorprende con unos margaritas. Yo, a pesar de estar tomando medicación, no me resisto a ser
agasajada por un día. Saboreo el cóctel y dejo que los suaves rayos del sol me peinen la cara. Susan,
nada más sentarse, sigue contándome la historia de Christine.

—Pues verás, resulta que Christine estaba liada con alguien que había conocido por internet,
su novio y ella habían roto hace poco tiempo y parece ser que es de esas muchachas que no saben
estar solas, de las que no dejan que la cama se enfríe. Él la notaba muy rara y hace poco se lo confesó:
estaba conociendo a otro. Él ha declarado que desconoce el nombre, pero que cree que está casado y
es mayor, por lo que pudo sonsacarle a su ex el día que rompieron. Por lo visto, él ex novio es el
primer sospechoso, aunque tiene una coartada fiable. Estaba trabajando —Susan da un sorbo al
margarita y mira su reloj impaciente— la policía ha revisado el ordenador portátil de Christine y no

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han encontrado nada. Dicen que estaba usando una red de internet oscura, una que no usamos la
gente normal, solo los frikis y la gente rara. A saber… yo todavía no me lo creo. Saben que ha sido un
asesinato porque ha sido violada y además presenta heridas tras haber sido torturada de forma
sádica con varias armas blancas. El cuerpo está muy magullado por los golpes del mar contra los
acantilados. El asesino tiro el cuerpo desde lo alto con la intención de que quedase irreconocible y
todos creyeran que había sido un suicidio en caso de que fuese encontrada.

—Pobre chica… estaba un poco perdida, a saber en qué asunto turbio se habría metido.

—Si estaba trapicheando con gente chunga, y les robaba como hacía conmigo, esa gentuza no
es como yo, esos no se andan por las ramas, ya me entiendes…

—¿Sabes quién encontró el cuerpo? —le pregunto para averiguar si la versión que me dio
Enzo cuadra.

—Sí, bueno… creo que fue un hombre que no lleva mucho tiempo en el pueblo, según me han
dicho, pero no se sabe quién es…

—Lo conozco…

—¿Cómo? —pregunta extrañada— ¿de qué hablas? Además, tú has estado en el hospital…

—Es una larga historia… bueno, ¿recuerdas el apuesto corredor que me acompañó un día
hasta el coche porque chocamos y me doblé el tobillo, al principio de salir a correr?

—Sí, ¿es ese?

—Bueno, no estoy segura… él me dijo que unas jóvenes habían encontrado el cadáver y que
cuando él se topó con ellas, ya habían llamado al sheriff —le confieso— ¿estás segura de que el
cadáver lo encontró un hombre?

—Sí, segura. Ya sabes los contactos que tengo en todo el pueblo…

—Entonces no entiendo por qué me ha mentido… esto no me gusta nada.

—¿Has vuelto a verle desde aquel primer encuentro?

—Sí, creí habértelo comentado —sonrío y le doy una gran sorbo al margarita.

—¿Cuenta? Serás… ¡No me habías dicho nada…!

—No es nada, Susan. Solo que nos hemos encontrado un par de ocasiones corriendo y después
hemos hablado.

—Esa cara no es de hablar, ¡cuéntamelo todo o empiezo a gritar!

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Le tapo la boca, pues no quiero que arme un escándalo delante de esa señora tan amable que,
según mi marido no necesitamos que se quede para ayudar en casa… Durante unos minutos le
cuento todo lo que sé de Enzo. Le recuerdo que es el monitor del gimnasio de Frank, que vino una
noche a cenar a casa y al final le hablo del beso que nos dimos, de lo bien que se ha portado conmigo
en el hospital y le confieso que estoy hecha un lío. Susan no puede creérselo. Pensaba que yo era la
última persona en el mundo capaz de serle infiel a su marido.

—Perdona pero yo no le soy infiel, ha sido un beso de nada…

—Anna, no me cuentes milongas. Te gustó, estás emocionada. Se te nota en la mirada. ¿Qué


vas a hacer?

—Cómo que qué voy a hacer… pues nada. Las cosas fluirán como deben hacerlo, yo seguiré
con Frank y ese hombre continuará con su vida. Además tengo muchas dudas sobre quién es Enzo
realmente.

—Bueno, tengo que irme. De hecho, debería haberme largado hace quince minutos. Lo
dejamos aquí, pero a mí no me engañas. En todos los años que llevo conociéndote al lado de Frank,
nunca he visto esa sonrisa de idiota en tu boca, y eso que Frank está forrado, está buenísimo y tiene
pinta de ser un máquina en la cama… Sin embargo, con este tal Enzo, te noto distinta. ¡Me voy! —Se
agacha, me da un beso y me susurra en el oído que no sea tonta y que me deje llevar, pero que tenga
cuidado por si no es trigo limpio, y que me cubra las espaldas con Frank. Cree que debo hacerlo todo
con mucha cautela, mi marido no es de esos que se engañan fácilmente.

Frank llega con una botella de champagne para celebrar que ya estoy recuperada, y de nuevo
en casa. Me pilla por sorpresa y no tengo muchas ganas de celebrar o seguir despierta. El resto del día
no he hecho mucho, pero desde que la mujer se fue, he tenido que encargarme de unas pocas cosas, y
me han dejado exhausta. Le digo a Frank que me duele la cabeza, cosa que es cierto, en gran parte por
culpa de los tres margaritas preparados por Amparito. Le comento que tendremos que dejar la botella
para otro momento. Su cara de desilusión y enfado corriente muta al de un ser encantador que me
agarra por la cintura y me dice que no pasa nada, que ya la abriremos. Se acerca más y me besa.
Supuse que echaría sapos y culebras al rechazar su propuesta de cena romántica, pero se muestra de
lo más comprensivo. Empiezo a asustarme y creer que unos alienígenas me han cambiado a mi
esposo durante los días que he estado convaleciente. No es normal que se tome las cosas tan bien…
algo trama.

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X

2 de Mayo de 2016 (domingo)

Hoy es le día de la gran carrera de Deerfield Beach, a pocos kilómetros de distancia de


Lighthouse Point. La carrera consiste en recorrer tan solo diez kilómetros, pero es mi gran primer
objetivo, casi nunca he corrido tantos kilómetros seguidos; aún así, es mi gran reto.

Me he levantado muy temprano y he salido antes de que Frank y los chicos se despertasen.
Frank los va a llevar de pesca, así que yo he aprovechado para hacer mi primera carrera importante,
al menos para mí. Le he dicho que iba de compras a un Factory muy popular en esa zona. A pesar de
que ya no es tan reacio a que haga algo de deporte, sé que no aprobaría que participase en una
carrera oficial. Sin embargo, es algo que me hace ilusión, quiero medirme con otros corredores para
saber qué tal lo hago. Enzo me dijo por teléfono que estaría allí, pero yo no le dije si podíamos ir
juntos, ya que durante esta semana ha estado trabajando mucho y casi no hemos hablado. La cosa se
está enfriando, tal vez sea mejor así.

Llego a las 9 y encuentro aparcamiento cerca del parque desde el que sale la carrera. Estoy
nerviosa y, aunque sé que no voy a ganar nada, decido recorrer el parque trotando para calentar un
poco. La salida es a las nueve y media. Parece que el día va a ser caluroso, menos mal que me puse las
mallas cortas y una camiseta de tirantes. Saco mi MP3 y me coloco en la salida. Hay tanta gente, que a
pesar de mirar por encima de los cientos de cabecillas que me rodean por todas partes, no veo a Enzo.
Seguramente estará al principio para salir de los primeros. Si hay alguien capaz de hacer podio, ese es
él. Lo he visto entrenar y es una bala, imposible de alcanzar. Mantengo la esperanza de poder verlo
en la llegada, aunque sea mucho tiempo después de que haya llegado él.

La carrera comienza y me dejo llevar por la multitud que me arrastra entre saludos a
familiares y empujones mezclados con sonrisas nerviosas. Me coloco mis gafas de sol, ajusto el
volumen de la playlist de running y empiezo a acelerar el paso. Sin darme cuenta recorro los dos
primeros kilómetros. Miro el pulsómetro y me doy cuenta de que he volatilizado mi mejor tiempo.
Nunca he ido tan rápido, pero es que los corredores me empujan con su aliento y miro hacia atrás:
veo un enjambre de hombres y mujeres que me siguen a poca distancia. Sonrío y me digo que no lo
estoy haciendo tan mal después de todo, pero entonces entramos en una pendiente infinita que
perdura por casi otros dos kilómetros más, y es ahí donde muchos hombres empiezan a adelantarme.
A los cinco kilómetros, cuando aún queda la mitad, noto que empieza a faltarme el aire. Voy
demasiado acelerada y necesito respirar cada vez más deprisa, espero no hiperventilar y empiezo a
sugestionarme con que no podré conseguirlo. Suena entonces mi canción favorita, una de esas que te
sube el ánimo cuando ya estabas llegando al límite de tus fuerzas. Me crezco y empiezo a creer que
podré con todo. Empiezo a tararearla y durante los cuatro minutos que dura me olvido de todo,
incluso de que mis piernas siguen corriendo. Nada me importa salvo el asfalto y mi canción. Una
zancada tras otra me llevan hasta el kilómetro ocho. Comenzamos un descenso pronunciado y en el
lado contrario de la carretera vemos a los que van en la cabeza de la carrera. De repente lo veo, es

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Enzo, y va entre el grupito de los cinco primeros. La velocidad del descenso hace que mis piernas
troten casi sin control, debo ir frenando o me cansaré tanto que será imposible subir la cuesta final.
Enzo me ve y me saluda desde el otro lado, el de los ganadores. Me indica que vaya más despacio
para ganar fuerzas y le sonrío aminorando el ritmo. Al rodear unos árboles , donde comienza la
pendiente más pronunciada, aparece el cartel del kilómetro nueve. He reservado fuerzas, así que al
subir la cuesta, consigo adelantar a varias chicas que han ido delante mía durante toda la carrera. Me
miran con asombro y tratan de acelerar el paso, pero no pueden.

—Pensaba que no me alcanzarías nunca…—dice Enzo con la voz algo entrecortada.

—Pero, ¿Qué haces aquí? Estabas entre los cinco primeros —digo casi sin mirarle.

—Ya, pero he visto que delante tuya solo hay cuatro chicas y he pensado que a ti te haría más
ilusión una medalla que a mí —sonríe y limpia el sudor de su cara con la mano.

—¡Estás loco! Corre y deja de hablarme o tendré que frenar en seco.

—Haremos una cosa. Yo seré tu liebre…

—¿Cómo?

—¡Tú sígueme lo más rápido que puedas, volveré a tu lado y aceleraré para que intentes
alcanzarme! ¡Solo queda un kilómetro! ¡Puedes conseguirlo!

Sigo corriendo sin contestarle. Voy a desconcentrarme, tropezaré y este será mi fin como
corredora amateur. Trato de alcanzarle, su presencia me inspira y no quiero hacer el ridículo delante
de él, así que aprieto con todas mis ganas. Cada vez que creo que podría alcanzarle, acelera más y
pasamos por delante de dos chicas que nos miran con asombro. Estoy al borde de mis fuerzas. Casi
no puedo más, me duele el costado y creo que he perdido un riñón en los últimos metros.

—¡Vamos, solo quedan unos metros, acelera, Anna, ya lo tienes!

Siento la sombra de las otras corredoras en mi espalda, me van a adelantar. Trato de no


rendirme, pero estoy al límite de mis fuerzas, no podré continuar muchos más metros al límite de mis
posibilidades, pero entonces, Enzo aminora la carrera y me espera.

—¡Vamos! ¡Confío en ti! —Me grita.

Eso es todo lo que necesito oír de su boca para que una fuerza interior, como un depósito de
combustible nuevo, envíe una energía brutal a mis piernas. Doy tres grandes zancadas y cruzo la
línea de meta. Enzo lo hace a mi lado, cruzamos juntos, pero no me doy cuenta hasta que frenamos y
nos abrazamos.

—¡No te pares de golpe, sigue andando! ¡Ven, cojamos un zumo y agua!

Va en busca de la bebida para reponer líquidos y yo siento que empiezo a marearme un poco.
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Un regusto a metal, como si me hubiese mordido el labio y sangrase, inunda mi boca desde la
garganta.

—Dame un poco de agua, la boca me sabe a metal…

—Es normal, no te preocupes. No tienes un derrame interno, ni nada de eso, bueno, en


realidad tienes miles de capilares que han podido estallar por el sobreesfuerzo de la carrera, pero no
te alarmes en unos minutos estarás recuperada.

Me detengo y necesito sentarme. Todo me da vueltas y siento que voy a vomitar.

—Respira hondo, mírame, Anna —Enzo me echa agua por la cabeza y me da un poco de aire
con su mano.

Al cabo de unos minutos siento que el mareo se va pasando.

—Tómate el zumo, tiene azúcar y es importante que repongas lo que has perdido.

—¡Madre mía! ¡Qué mala me he puesto! —digo después de tomarme el zumo de piña— menos
mal que estabas aquí, si no hubiese ido directa a la ambulancia. ¿Es esto normal?

—Claro que sí. Es tu primera carrera y te has esforzado muchísimo… creo que has conseguido
podio.

—¿El qué?

—Una medalla, creo que has quedado entre las tres primeras…

Una hora después, escucho mi nombre por los altavoces de la organización del evento. He
quedado tercera, medalla de bronce. Todas me miran porque no saben de dónde he salido. Miran mi
ropa buscando al equipo de atletismo al que pertenezco y yo solo puedo mirar a Enzo que está
pletórico y me hace fotos con su móvil. Levanto la medalla cuando nos hacen la foto de las ganadoras
y no olvido por un instante que mi alegría ha provocado que él llegue décimo, no ha conseguido
medalla por ayudarme a mí. Se ha sacrificado para que yo ganase una medalla, su altruismo me
conmueve, pocos hombres estarían dispuestos a hacer eso por una mujer que ni siquiera es su pareja.
Me emociono al pensarlo y creo que es lo ultimo que necesitaba para enamorarme de él como una
tonta y despejar casi todas las sombras que se ciernen sobre él. Aún tengo dudas, pero ahora no es
momento de que me atormente, es momento de disfrutar de mi logro.

Me acompaña a mi coche. Nos encontramos cerca del malecón y decidimos ir a tomar algo. Yo
no quiero volver a mi jaula dorada, necesito ser libre por unas horas más. Enzo dice que le encanta el
muelle de Deerfield Beach, lo ha visto en algún folleto y quiere pasear por allí. Yo acepto encantada,
con mi reluciente medalla colgada al cuello. Me gustaría poder compartirla con mi familia, pero
imagino la cara de asco de Frank y decido guardármela para mí y para Enzo. Es nuestro pequeño
logro, nuestro pequeño secreto.

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Pedimos unos tacos mexicanos en un puesto ambulante cerca de la playa, de esos cuyo olor a
especias hace imposible que puedas resistirte y pasar de largo. La brisa junto al mar es más fuerte y
me pongo la chaqueta, siento un poco de fresco y el sol tiene un brillo plomizo que hace presagiar
una probable tormenta en alta mar. Conforme caminamos por el muelle, divisamos un cenador-
mirador del final, unos doscientos metros mar a dentro, decidimos tomarnos el taco allí, no nos
importa las microgotitas saladas del océano que nos envuelven en una continua y refrescante cortina
invisible de agua salada.

Desde arriba, se divisan a algunos turistas tumbados al sol en las típicas hamacas azules, con
sombrillas del mismo color, ajenos a una pareja que se adentra en el solitario muelle para ponerse
chorreando. Los surfistas esperan ansiosos a que las olas se levanten lo suficiente como para dejarles
disfrutar durante la tarde. Están apostados sobre sus tablas, peligrosamente cerca de los cimientos del
malecón. Sin embargo, ellos tampoco reparan en una pareja de deportistas chiflados, porque ellos lo
están aún más. Me siento como si fuese invisible en este lugar, nadie me conoce, nadie nos ve…

—No te preocupes por ellos, están acostumbrados a cabalgar las olas y a esquivar las
mortíferas columnas de hormigón que sostienen toda la estructura del muelle. —Comenta Enzo, que
parece adivinar mi preocupación por los jóvenes, mientras retira su flequillo moreno de la cara.

—Temo que acaben estampados contra esas construcciones. Además, las columnas están
cuajadas de mejillones y erizos que empeorarán aún más el choque. Prefiero no mirar.

—Mira, ahí está el cenador, tenemos suerte, no hay nadie. Solo para nosotros.

Nos sentamos uno frente al otro, rodeados por el verdoso océano que ruge bajo nuestros pies y
trata de deshacerse de esa construcción humana que se ha adentrado demasiado en sus dominios. El
tejado de la construcción nos cubre de las gotas del océano que revolotean por todas partes por
encima del muelle, pero que logran colarse por los lados cuando el viento las empuja contra nosotros.

—Nunca he comido en uno de estos sitios —admito, dándole un bocado al taco de carne.

—No puedo creerlo. ¿Tú eres de Miami? Pareces de fuera… Yo lo tengo más difícil, en Nueva
York…

—Ya, no sé, siempre he visto a las parejas que venían a comer a estos sitios, pero a Frank no le
gustan. No sé, los ve un poco…

—¿De pobres?

—No, no es eso, bueno… él piensa que si tienes dinero para almorzar en un buen restaurante,
por qué lo vas a hacer ahí tirado como si fueses un “homeless” ensuciándote al comer y cogiendo la
comida con las manos.

—Pienso que no hay nada más divertido… ¿Oye? ¿Tu marido es un poco snob, no?

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—Sí, un poco, pero yo no pienso igual que él. Esto me encanta, la comida está deliciosa, este
rincón es… mágico.

—¡Como tú! —afirma y me sonrojo al escucharlo. De nuevo vuelve a romper el muro que
hemos levantado estos días con rodeos y excusas. Vuelve a ser como a mí me gusta, y como en el
fondo deseo que sea.

—No deberías…

—Lo sé, y no acostumbro a hacerlo, de veras créeme. No sé qué me ocurre contigo. Jamás he
estado detrás de una mujer casada. Es solo que…

—Me refería a que no deberías decirme esas cosas o no abriré la boca en toda la comida, me da
un poco de vergüenza escuchar esas cosas de tu boca. —Me centro en mi taco y le doy otro bocado
para no seguir hablando.

—Me refiero a eso, eres tan increíble, eres tan sencilla que destacas por encima de todos los
que están a tu alrededor; lo haces de manera inconsciente, sin darte cuenta. Pero no lo puedes evitar,
eres así y tu marido lo sabe, por eso no quiere que te muestres a los demás. Teme perderte, aunque él
no lo valore, o trate de hacerte sentir mal por ello, eres un diamante, un tesoro y por eso se aferra a ti
con todas sus ganas. No quiere compartirte. Tal vez, si yo tuviese la suerte de que me hubieses
elegido para estar a tu lado, yo haría lo mismo. Quiero que sepas que me estoy jugando mucho al
estar aquí contigo. Por mostrarte mis sentimientos, mucho más de lo que puedas llegar a imaginar. Sé
quién es tu marido… pero no puedo evitar querer estar a tu lado, protegerte…

—Eso es lo que él me dice cuando me pide que me quede en casa, que quiere protegerme de
los demás.

—Con una diferencia, Anna. Yo jamás te golpearía —dice agarrando mi mano. Cierro los ojos
por unos instantes e imagino lo que esas manos podrían hacer sobre mi piel si no detengo esto, si no
dejo de flirtear con él. Siento pena por Frank, no puedo traicionarle, pero lo nuestro hace mucho que
está muerto y enterrado, necesito respirar de nuevo al lado de un hombre que valore a la compañera
que tiene a su lado y que quiera sentir conmigo de nuevo.

—Parece que tengas miedo del alcalde.

—No es por eso, ni porque pueda pegarme o algo así. Levanta el brazo y muestra su
hiperdesarrollado bíceps, créeme, no es por eso.

—¿Porque tiene al sheriff de su parte? —pregunto, y sus pupilas se agrandan— ¿de qué huyes
Enzo?

—Yo, de nada… más bien qué persigo…

—Si me tiro a la piscina contigo quiero saber si me mantendrás a flote, si puedo confiar en ti.

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No quiero que una esposa celosa venga desde Nueva York buscándome. Quiero saber que puedo
confiar en ti, que no eres un... tipo raro de esos… —Enzo sonríe y después ríe a carcajadas.

—No te preocupes, no vendrá ninguna señora Mancini a darte una patada en el culo. Estoy
libre… y tampoco soy un tipo raro que tenga en la mente alguna perversión rara.

—¿Por qué no te creo del todo cuando lo dices?

Enzo se acerca hasta mí y deja caer su taco sobre la mesa, se echa sobre mi lado y me besa con
pasión. Yo dejo caer mi comida y siento que está saltando sobre la mesa hasta que se coloca a mi lado,
todos estos movimientos los hace sin dejar de besarme.

—¿Me crees ahora?

—Un poco más —sonrío y nos besamos de nuevo.

Nos quedamos un rato más en el cenador, hasta que la temperatura de nuestros cuerpos es
más elevada que la de los bañistas que se tuestan al sol. Decidimos marcharnos de allí. No me siento
del todo tranquila besándonos y acariciándonos a plena luz del día, en el exterior; alguien podría
vernos, a pesar de estar solos, y no haber nadie en el muelle, nunca se sabe quién puede ver.

Llegamos a su coche y me invita a sentarme, quiere enseñarme una canción. Yo le recrimino


que es un truco muy antiguo decirle a una mujer que quieres enseñarle algo de tu coche, le advierto
que no se va a sobrepasar conmigo en un aparcamiento.

«Aquí no va a ser mi primera vez con él». —Pienso.

—¿Qué extraño, creí haber cerrado el coche con llave?

—¿Está abierto?

—Sí —dice agachado mientras busca algo en la guantera. Respira aliviado al encontrarlo. Sin
embargo, no parece muy tranquilo.

—Se te habrá olvidado cerrarlo, a mí me pasa continuamente. Aunque, mi coche se cierra solo
pasado un minuto, ¿el tuyo, no?

—No. Es más antiguo. Bueno, menos mal que está todo. Debo haber olvidado cerrarlo. —
Busca entre los botones del equipo de música del vehículo y sube el volumen cuando parece
encontrar lo que busca— Esta es la canción que me recuerda a ti cada vez que la escucho: suena All of
me de John Legend.

—También es una de mis favoritas —sonrío y Enzo se acerca para besarme— te dije que no
voy a hacer nada en el asiento de atrás de un coche…—le advierto.

—No pretendo incomodarte, solo quiero besarte mientras escuchamos esta canción. Te miento

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si no he pensado alguna vez en besarte mientras la escuchaba.

Sonrío porque a mí me ha pasado lo mismo con él, cuando he escuchado alguna otra balada.
Pasan tres o cuatro minutos y una canción sucede a otra, pierdo la cuenta de cuánto tiempo pasamos
besándonos. Se me ha quedado un brazo dormido, cambio de postura y observo que algo brilla en la
parte del salpicadero que llega hasta la caja de cambios. Alargo la mano y descubro un pendiente,
como esos que llevan las chicas cuando se hacen un piercing.

—¿Y esto? —Pregunto y lo separo de mí.

—No sé. Será de alguna compañera del gimnasio que haya subido al coche —trata de cogerlo,
pero se lo arrebato.

—De ninguna manera. ¡Seguro que es de tu última conquista, así que voy a llevármelo! —
Bromeo. Lo acerco a la luz para verlo mejor y descubro un aro como esos que se llevan en la nariz,
rodeado por tres corazones pequeños con brillantitos alrededor. Descubro que no es la primera vez
que lo veo.

—¡Déjamelo ver! —insiste Enzo, consiguiendo arrebatármelo cuando me quedo paralizada


mirándolo— pues no sé de quién podrá ser, que yo recuerde nadie con un piercing en la nariz se ha
subido en mi coche.

Empiezo a sentir náuseas, me mareo y quiero salir del coche. Me asfixio. Sé perfectamente de
quién es ese pendiente. Lo conozco porque muchas veces lo he visto brillar delante mía. Susan y yo
hemos comentado lo que parecía en la nariz de su dueña «un extravagante moco colgante con
swarozkis». En estos momentos esos comentarios jocosos no me hace ninguna gracia. Salgo deprisa
del coche, casi sin mirarle, y sin que le de tiempo a retenerme.

—¿Qué ocurre? ¿No te irás a mosquear porque ha aparecido un pendiente en mi coche? No


tengo ni idea de quién es, ni de cómo ha podido llegar hasta aquí. El coche es alquilado, tal vez sea
del antiguo dueño…

Trato de recomponerme enseguida. El pánico me martillea detrás de la nuca, ¿cómo he estado


tan ciega…?

—Tengo que marcharme —balbuceo— ya es tarde, y todavía falta el camino de regreso. Enzo,
gracias por todo, pero debo irme.

Me giro y no espero a que se despida de mí. Busco las llaves del coche con el frenesí de una
desesperada, de otra posible víctima… Llego al vehículo y no miro atrás, lo escucho salir de su coche,
viene a buscarme. Agarro las llaves y abro el coche. De un salto me introduzco en el coche y meto las
llaves en el contacto para arrancar. Consigo echar los pestillos justo cuando Enzo llega al vehículo.

—Anna, ¿qué te ocurre? ¡No te enfades! Te prometo que no estoy con otra persona. En todo
caso sería yo el que debería estar celoso, ¡tú eres la que está casada! —exclama nervioso.

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Consigo arrancar y acelero sin mirarle, no puedo volver a mirar sus ojos azules infinitos, no
puedo volver a caer en su trampa mortal, como le sucedió a esa muchacha… como le ocurrió a…
Christine.

He recordado a la dueña de ese pendiente cuando lo he tenido en la mano. A pesar de estar


ensimismada y entregada a Enzo, lo he reconocido. Ella misma nos lo enseñó la tarde que se lo
pusieron, y nos demostró en varias ocasiones cómo se lo ponía y quitaba en un solo gesto.

La dueña de ese piercing ha aparecido muerta hace unos días, y Enzo estaba cerca del lugar
donde encontraron el cuerpo. Tengo la boca seca y no sé qué hacer. Debo ir a la policía, debo
denunciarle antes de que el asesino venga a por mí.

Conduzco como una autómata sin saber a dónde ir, y no despego los ojos del retrovisor por si me
persigue. Recibo varios mensajes de WhatsApp de su teléfono a los pocos minutos. También tengo
dos llamadas perdidas desde su número. A estas alturas debe saber que he reconocido el pendiente.
Continúo muy nerviosa, no sé qué hacer. Mi mente se debate entre ir a buscar a la policía nada más
llegar a Lighthouse Point o no decir nada y pensar que las casualidades existen y Enzo tiene un
motivo razonable para tener una prueba de asesinato en su coche. Si él es el asesino de esa muchacha,
tal vez no sea la primera, tal vez haya otras más en Nueva York, y por eso parece que huye de allí, y
nunca quiere contar nada de su vida en la gran manzana. Eso explica por qué no le gusta la policía…
supongo que ese era el motivo.

«Qué necia he sido, ¿cómo un tío como él iba a fijarse si no en mí?» «¿Iba a ser yo la
siguiente?» —pienso y me seco las lágrimas que se amontonan en mis ojos, impidiéndome ver la
carretera con claridad.

Su reacción ante el hallazgo del piercing me pareció tan sincera, y también tal vez porque
estoy enamorada de él, que en el último instante decido pasar de largo de la comisaría. Aún a
sabiendas que no estoy haciendo lo correcto y que tal vez me arrepienta el resto de mi corta o larga
vida.

Debo sopesar las cosas, pensar con claridad y para eso debo estar en casa. Se ha hecho muy
tarde y Frank va a matarme… No puedo llegar con más demora.

Por otra parte, pienso en el hecho de que si declaro que he visto una prueba del asesinato de
Christine en el coche de Enzo, me descubriré ante Frank, que me pedirá explicaciones acerca de qué
diablos hacía yo en el coche de ese tipo a varios kilómetros de distancia de Lighthouse Point. Aunque
hubiese querido declarar, estoy atrapada, a merced de Enzo. Si se descubre nuestro pequeño
escarceo, será el fin de todo, de mi matrimonio, los niños, todo se irá a la mierda… estoy atrapada en
una verdad que necesita ser destapada, pero que me salpicará tanto si la cuento como si no, pues si
no lo hago, puedo llegar a convertirme en cómplice de asesinato; y si lo cuento, tal vez el que me
asesine sea mi marido.

Cuando llego, está atardeciendo. Dentro de casa ya han encendido las luces y tengo una

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extraña sensación de apego con mi hogar. De repente, tengo una imperiosa necesidad de saber que
todo está en orden, que mi vida sigue en su sitio y ningún sicópata atractivo la ha puesto bocabajo.
Ese sentimiento de haber hecho algo malo, de haberte alejado del camino correcto y que solo con
arrepentirte, conseguirás que todo vuelva a su cauce, que aunque no sea el mejor para tu felicidad, al
menos, es el que conoces.

Aparco fuera, hay sitio en la calle. No quiero hacer demasiado ruido al llegar. La estrategia es
entrar directamente por la puerta trasera hacia la cocina, sin hacer ruido, y ponerme a hacer la cenar.
Para cuando se den cuenta de mi presencia, ya les habré preparado algo y eso suavizará las cosas con
Frank, puedo decirle que ya hace un buen rato que estoy en casa, pero que estaba preparándoles una
cena sorpresa. No colará, pero me dará tiempo para pensar alguna excusa mejor.

Efectivamente no hay nadie en la planta de abajo. Los chicos estarán escuchando música o con
el ordenador en sus cuartos y Frank estará duchándose, pues se escucha caer el agua del baño. El
pomo de la puerta parece un enemigo irreconciliable y cruje con la potencia de un altavoz subwoofer
de esos que amplifican los sonidos hasta que te duelen los oídos. Nunca he escuchado que sonase ese
pomo, claro que, nunca he entrado a hurtadillas en mi propia casa. Me dispongo a sacar la lasaña que
preparé el otro día para la cena de hoy y escucho a Zoe canturreando en la ducha. Seguro que se ha
dejado la puerta abierta y todos los vapores están sirviendo de regadío para las esporas, los mohos y
demás seres vivos de nuestra moqueta. Les repito mil veces que no se dejen la puerta abierta, pero no
sirve de nada. Decido abandonar mi escondite e ir en busca del osado que ha dejado la puerta abierta
de par en par. Subo los primeros escalones y huelo el gel de frambuesas de mi hija. Subo despacio
porque no sé dónde están Adam y Frank. No quiero ser descubierta. La lasaña está haciéndose en el
horno-microondas y todavía puedo usar la coartada de la cena para decir que llevo en casa, al menos,
veinte minutos.

Cuando alcanzo la primera planta y me asomo a ver si encuentro a alguien, descubro la puerta
del cuarto de Adam cerrada, pero unos destellos luminosos que se cuelan por debajo de la puerta me
indican que está jugando con los videojuegos. Miro al otro lado y descubro una figura pétrea
apostada en el quicio de la puerta, pero un poco retirada para no ser vista desde el interior. No se ha
percatado de que estoy allí, tan absorto está en lo que ve, que no es capaz de verme cuando me
aproximo por detrás. Algo me invade por dentro que necesita salir como un caballo desbocado. Lo
que veo no me gusta, me asquea, veo a un viejo asqueroso espiando a una jovencita mientras se da un
baño. Alargo la mano y cierro la puerta de un portazo, interrumpo el momento justo en que Zoe sale
desnuda de la ducha y él comienza a sonreír de placer. Lo miro a los ojos y proyecta una sonrisa
lasciva y maquiavélica en las sombras de la entreplanta. Parece otra persona, se sorprende un poco al
verme a su lado, pero no intenta excusarse, ni siquiera pide perdón. Es más, parece divertirle que le
haya pillado espiando a Zoe. No quiero imaginar qué hubiese pasado si me llego a entretener más
con Enzo, si no llego a descubrir el pendiente y no hubiese salido huyendo.

Sin pensármelo le doy una bofetada. Tan sonora y fuerte que le vuelvo la cara.

—¿Quién ha cerrado la puerta de un portazo? ¿Enano, eres tú? —pregunta Zoe desde la
bañera.

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Tardo en responder, estoy concentrada en la repulsiva imagen de Frank, apostado en la
baranda, con la mejilla roja y una sonrisa sádica aún colgada de su cara.

—Soy yo, hija. ¡Os he repetido mil veces que cerréis la puerta mientras os ducháis! —le grito
desde fuera, y le indico por señas a Frank que baje al salón.

Mi marido continúa sin hablar, tampoco dice nada cuando le acuso abiertamente de ser un
asqueroso mirón.

—¡Eres un maldito sátiro, hijo de puta! —Le grito— ¿cómo has podido… es Zoe?

—Era inevitable, Anna. Tarde o temprano tenía que suceder… sabes tan bien como yo que
Zoe… no es mi hija.

—¿Te estás escuchando? ¿Has perdido la cabeza? No es tu hija, ¡Pero la has criado tú, cabrón!
¡Debería ser como si fuese de tu propia sangre! No voy a permitir que la mires así nunca más, eres un
cerdo.

—Haberlo pensado tiempo atrás…

Corro hacia él y cojo lo primero que encuentro para agredirle con ello. Esta vez me esquiva y
me agarra del brazo.

—Ahora tengo que irme a una reunión importante de la compañía, ya hablaremos más tarde.
Por cierto, ¿te lo has pasado bien hoy? Suerte que has vuelto… ¿temprano? —sonríe alejándose.
Comprendo que vuelve a ser el mismo malnacido de siempre, que los últimos días ha actuado para
tenerme contenta y que no me marchase… pero lo de espiar a Zoe ha sido demasiado. Cuando lo
conocí, nunca creí que llegaríamos a esto. Intuí que no sería fácil, pero que no llegaríamos a esto. Me
aferré a una roca en mitad de los acantilados, sin darme cuenta de que esa roca que me salvaba era
aún más resbaladiza y traicionera que todas las demás que me rodeaban con sus aristas y
puntiagudas protuberancias. En el fondo sabía que Frank evitó que me estrellara en esos acantilados,
pero no evitaría que muriese ahogada.

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15 de junio 2003, domingo.

Este año en la universidad ha pasado volando. Solo necesito pasar dos parciales y seré
“MAESTRA” el sueño de mi vida. He conocido a la mejor amiga que cualquiera podría desear,
después de mucho tiempo. La mayoría de las tontitas de la facultad de educación me aburren. Así
que la llegada de Megan, antes de las navidades, fue como un soplo de aire fresco. De veras pensaba
que no me llevaría una sola amiga de verdad de la universidad, esto fue hasta que la conocí. Todavía
no sé bien qué hacía por allí cuando se ofreció a ayudarme con unos apuntes, un café derramado y
una falda manchada. Creo que me dijo que era becaria en otra facultad, en la de psicología, creo.

Megan y yo nos hicimos uña y carne. Hasta el punto que era la única que sabía todo los
detalles de mi gran error, un embarazo fortuito tras una fiesta de la primavera en el mes de abril.
Estaba tan borracha que no recuerdo casi quién es el padre… un error para una vida modélica de
buena estudiante e hija ejemplar. Me relajé una noche y lo tendré que pagar… el resto de mi vida,
todo tirado por la borda por culpa de un desliz. Adiós al puesto de maestra en un colegio privado y
católico de niñas que mis padres me habían concertado.

Mis padres adoptivos, conservadores y católicos, pusieron el grito en el cielo cuando fui a
visitarlos el mes pasado y les dije lo que había ocurrido. Siempre se han mostrado tolerantes,
comprensivos con mis problema e inquietudes, pero el embarazo ha sido diferente… me han
ingresado algo de dinero en la cuenta del banco y me han puesto en la calle. Así de sencillo y
desgarrador. Sabía que esa era una de las líneas rojas que jamás debía cruzar con ellos, pero fue un
error, una inconsciencia de juventud. No sé si el dinero es para abortar o para que vaya tirando hasta
el parto.

Al principio pensé que se echarían atrás y que todo le cariño y el amor que nos tenemos
pudiese más que las convicciones religiosas y los corsés más conservadores de la iglesia católica. Sin
embargo, me equivoqué. Desde ese día no han dado señales de vida. Vuelvo a estar sola, como al
principio, como cuando era pequeña.

Estoy embarazada de dos meses, el embarazo va bien y no me he planteado abortar en ningún


momento. Incluso ni cuando el ginecólogo me lo insinuó después de verme llegar y marcharme sola
de la consulta. Acabar con la vida que llevo dentro va en contra de mis principios, he estudiado
muchos años para educar a niños, no para matarlos. Respeto la postura de tantísimas mujeres que,
como yo, son muchas veces prisioneras de sus circunstancias y no puedan tener una elección personal
y libre, como me ocurre a mí, pero siento que tengo que proteger al ser que está creciendo dentro de
mí; no tiene culpa de mis errores.

En estos momentos, nuestras necesidades están cubiertas por el dinero de mis padres, eso me
da algo de tranquilidad, al menos, hasta que nazca el bebé. Desde que tengo uso de razón, y más
sabiendo que soy adoptada, siempre me he prometido que jamás abandonaría a un hijo mío, como
hizo conmigo mi familia carnal. No sé cuáles fueron los motivos del abandono, tampoco quiero
explicaciones a estas alturas de mi vida, pero este vacío que tengo desde niña, no se puede llenar
nunca, así que mi bebé tendrá a su madre junto a él. Aunque tenga que gastarme todo el dinero y

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solicitar las ayudas estatales para el cuidado del bebé, o necesite ponerme a trabajar de lo que sea.

«Dios aprieta pero no ahoga…» —decía mi madre adoptiva.

Aunque sé que si perdiera lo que llevo dentro, mi vida sería mucho más fácil, pero no, no
puedo hacerlo. Sé que si llevo a cabo el aborto, me arrepentiré el resto de mi vida. Un precio
demasiado caro para estar pagándolo cada mañana cuando me levante y me mire al espejo.

He tratado de recordar al padre de la futura criatura, pero solo recuerdo que era rubio, más
bien pelirrojo, alto y fuerte, pero también iba muy borracho, casi tanto como yo. Así que dudo que
pueda aparecer como por arte de magia para ayudarme.

Megan me ayudó tanto esos días… me acompañó al ginecólogo, me animó en los peores
momentos, prometió que no me abandonaría. Es cierto que no fue su culpa desaparecer… ella no lo
quiso, le empujaron a ello. No hizo como el resto de personas que me han abandonado a lo largo de
mi vida: mis propios padres biológicos, mi familia, y mis padres adoptivos. No parecía importarle a
nadie, excepto a Megan.

No lo hizo a propósito, ella no me abandonó, se marchó porque un hijo de puta que se cruzó
con ella a las afueras del campus de derecho la asesinó. Ahora lo he recordado: allí era donde
trabajaba. El asesino la violó en un descampado adyacente al edificio y después la asesinó. Pero antes
de partirle el cuello, le fracturó varias costillas a patadas, le desfiguró el rostro a puñetazos, y cuando
aún estaba inconsciente, creo según el informe policial… le arrancó la lengua de cuajo con unas
tenazas, el muy cabrón pensaría que medio moribunda podría gritar o contar algo más tarde. Ese tipo
no era un violador común, era un sicópata. Se ensañó con ella y el muy mamón se tomó su tiempo.

Después del fin de semana, uno de los muchos que me pasaba estudiando y que no la llamaba
porque sabía que volvía a su vida rural en un pueblo, a cientos de kilómetros de la universidad
donde había encontrado trabajo, me enteré de que había aparecido su cuerpo en ese estado.

Ahora me quedan demasiados “y si…” tantos “podría haber…” para martirizarme el resto de
mis días. He estado tan sumida en su pérdida que el dolor no me ha permitido recordarla tal y como
fue ella.

Megan era tan vital, alegre y buena que me sorprendió que apareciese por sorpresa en mi vida.
Me arrepiento de no haber podido ir a su funeral. Su pueblo está a más de trescientos kilómetros de
distancia, y yo no estoy en situación de conducir sola hasta allí. Frank, ese tipo callado y atractivo que
se nos pegó hace unos meses, por marzo, se ofreció a acompañarme al funeral. No obstante, no pude
ir, no tenía fuerzas para recordarla dentro de un ataúd. Supongo que él sí iría, siempre he pensado
que él está más interesado en ella que en mí. Aunque Megan siempre decía que se notaba que yo le
gustaba, pero que no se atrevía a decirme nada, tal vez por la diferencia de edad.

Desde el funeral parece que se lo ha tragado la tierra. Ha desaparecido como si nunca hubiese
llegado a nuestras vidas. Tal vez el dolor por la pérdida de mi amiga le haya hecho distanciarse. Esto
ratifica mi idea de que en realidad estaba con nosotras porque quería ligar con ella, y no le culpo;

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Megan era excepcional.

Recuerdo que la primera vez que nos vimos, estábamos en la cafetería de la facultad, y él llegó
con su cochazo rojo y aparcó delante. Parecía sacado de la película Pretty Woman. Se quedó un rato
mirándonos, entró y nos pagó el desayuno. Se sentó a hablar con nosotras y nos dijo que había venido
a buscar a un tipo que le debía dinero. Frank es prestamista o algo así. Trabaja con las finanzas; la
bolsa, tal vez.

Admito que me gustó un poco, quizás por toda la fachada de broker hecho a sí mismo,
conducir un cochazo y con por sus aires de chico malo. Sin embargo, Megan me advirtió que tuviese
cuidado con él. Había algo de su personalidad que no le gustaba. Era bastante prepotente e iba un
poco de sobrado. Le hice caso porque ella parecía tener un sexto sentido para eso, yo no.

Desde aquel día, nos topábamos con él en los lugares más variopintos. Al principio, se hacía el
encontradizo, hasta que al final admitió que se lo pasaba fenomenal con nosotras y nos preguntó si
podíamos quedar para tomar café con él de vez en cuando. A nosotras nos venía muy bien porque
siempre era él quien pagaba…

Ahora podría ayudarme con mi “embarazoso problema”, pero el número de teléfono que nos
dio no funciona, cada vez que lo he llamado se escucha una voz grabada que repite siempre el
mismo mensaje: «el usuario está desconectado de nuestra compañía de teléfonos».

Sé que él tiene bastante dinero, tal vez pudiese prestarme algo… no para abortar, sino para
organizar mejor mi vida. Siento que ando en equilibrio sobre un cable de acero en medio de un
precipicio; el menor despiste, y toda mi vida acabará estrellándose abajo.

He mirado varios anuncios en el periódico para buscar trabajo este verano de lo que sea…
necesito la pasta para cuando llegue el bebé, si todo va bien, en enero. No obstante, muchos han
declinado mi currículo y estudios por mis circunstancias actuales, has sido muy educados declinando
mi ofrecimiento. Todavía no se nota mucho la barriga, aunque ya se intuye que algo le ocurre a mi
cuerpo. Necesito un lugar donde poder quedarme con el bebé, una casa donde quedarnos, el bebé
precisa un espacio seguro y confortable, ahora mismo se lo proporciono yo dentro de mi cuerpo, pero
en unos meses todo se volverá más complicado.

Como todavía no me está dando problemas y el embarazo está siendo tranquilo, voy a
terminar los exámenes que me quedan y después ya veré lo que hago con mi vida. Si no fuese tan
práctica, habría dejado los estudios y hubiese tirado por tierra tantos años de universidad, sacrificios,
noches de estudio y el dinero. Algo que tendré que buscar pronto porque no voy a vivir con lo que
me han dejado mis padres adoptivos a cambio de desentenderse del problema y de salvar su buen
nombre familiar. Al abandonarme de nuevo, me han demostrado que en realidad no me ha querido
tanto, o lo han hecho a su manera, tal vez como una posesión más… pero bueno, estoy bien, dependo
de mí misma y no me puedo venir abajo, aunque en momentos como hoy, cuando me acuerdo tanto
de mi amiga Megan y de lo injusta que es mi vida, solo quiero llorar y llorar hasta vaciarme por
dentro. Hasta quedarme seca y no tener que preocuparme por nada más, solo cerrar los ojos y dejar
que el tiempo haga que todo lo malo desaparezca.

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2 de Mayo de 2016, domingo.

Zoe no comprende porqué quiero que duerma esta noche conmigo… sabe que su padre no
está de viaje porque sino se lo habría dicho. Le digo que me da igual que Frank se enfade. Le
recuerdo que ya es casi una mujer y no debe mostrarse desnuda con tanta naturalidad, ni siquiera,
delante de su padre.

Zoe desconozco que Frank no es su verdadero padre. Nunca he tenido el valor de


confesárselo, ni a Frank ha parecido importarle. Nunca hemos hablado del tema, ni siquiera sé, si él
querría que ella lo supiese. Aunque lo que he visto esta noche, esa mirada de lujuria, me ha hecho
cuestionarme si he hecho lo correcto, si no debería habérselo contado antes.

Mi hija no entiende bien mi actitud. Le aseguro que a la mañana siguiente se lo explicaré, pero
ahora necesito algo de tranquilidad, debemos descansar. El sueño me está venciendo. Hace un rato he
tenido que tomarme un par de pastillas para dormir. A pesar de estar agotada, la cabeza no para de
darle vueltas a todo lo vivido hoy y no consigo conciliar el sueño. Entre lo de Enzo, que posiblemente
sea un asesino, Frank que ahora parece ser un maldito pederasta, un cabrón que espía a la niña con la
que ha convivido desde que era bebé. Pienso en que debo tranquilizarme o me va a dar algo.

Nuestro dormitorio tiene un sistema de seguridad que, sin ser una habitación del pánico,
permite cerrar la puerta blindada del dormitorio, aislándolo del resto de la casa; una vez activado
solo se puede abrir desde dentro. Existe otra puerta pequeña, oculta dentro de un armario, que
comunica con la habitación de Adam. No la tapiamos porque de pequeño le daba miedo estar solo y
la dejábamos abierta para darle una vuelta de vez en cuando sin que se despertase. La habitación de
Adam también tiene un pestillo, aunque sé que no se va a enfadar con su propio hijo, sangre de su
sangre. Aunque si viene borracho y cabreado puede pagarla con cualquiera. Así que bloqueo las
puertas de los dormitorios y dejo abierta la que comunica los dos dormitorios.

—Zoe, hija, te lo ruego. Esto es en serio. Si tu padre vuelve durante la noche y te pide que
abras la puerta de tu hermano, no lo hagas…

—¿Por qué mamá? Me estás asustando.

—Verás, tu padre y yo hemos discutido, y debo contarte algo importante, pero lo dejaremos
para mañana, ahora no puedo, lo siento pero no puedo enfrentarme a esto ahora… —digo en voz
baja, medio dormida.

—¿Contarme el qué, mamá, me estás preocupando?

—¿Confías en mí?

—Siiií, claro, mamá —asegura, pero se muestra algo inquieta.

—Pues haz lo que te he dicho. No abras la puerta de tu hermano, la nuestra está bloqueada y

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sin el código, que ya he cambiado, no podrás abrirla. Es importante, no quiero que tu padre la pague
con vosotros. Hemos tenido una fuerte discusión, y tu padre volverá ebrio, así que no abras ninguna
de las puertas, ¿De acuerdo?

—De acuerdo, mamá…

—¿Prometido?

—¡Prometido! Promesa de meñique —dice con una sonrisa nerviosa en el rostro. Levanta su
mano derecha y busca con su meñique la mía. Sonreímos y nos dormimos abrazadas como cuando
era más pequeña. La quiero tanto que me duele al pensar que alguien podría hacerle daño.

Esta noche descubro que los somníferos no te eximen de ensoñar: Aparezco en un callejón
oscuro, uno de esos que delimitaban los edificios de la universidad. Es de noche y todo está muy
negro. Empiezo a andar cada vez más deprisa. Hay coches aparcados a los lados de la carretera, pero
las luces de las farolas están apagadas. La ampliación urbanística ha llegado a la zona, pero el trazado
de luces no parece que vaya a activarse a la misma velocidad que las nuevas construcciones. El miedo
empieza a rodearme y cuando doblo la esquina descubro otro pasaje interminable, este sí está
iluminado, pero parece más deshabitado y siniestro que el anterior. Escucho algún ruido al final de la
calle, algo cae al suelo y escucho un grito de socorro. Parece como si alguien se arrastrase al final de la
calle y tratase de escapar de la carretera para llegar a algún seguro. Al principio me quedo paralizada,
no sé si huir de la escena o correr en su auxilio. Tras unos instantes, esos suplicantes ojos se percatan
de mi presencia. Entonces decido ir en su busca y ayudarla.

A pesar de parecer un bulto deforme y desfigurado, reconozco las ropas de Megan, las mismas
que llevaba el día que la asesinaron. Me agacho, pero no puedo tocarla. Trato de socorrerla, pero
continúa arrastrándose. La llamo, grito, hasta que no me queda voz, pero no me escucha, no puede
sentirme… Entonces, escucho uno pasos que se acercan detrás nuestra, Megan se vuelve hacia mí y
con la cara molida a golpes y un ojo cerrado por las contusiones, me grita:

—¡Huye, Anna, escapa, ahora!

Algo me atraviesa, un frío gélido y maligno que me deja petrificada. La figura de un hombre
embutido en un abrigo largo de corte elegante y negro llega hasta ella: su asesino.

Trato de moverme para golpearle, ayudarla. Grito Socorro pero nadie viene en mi ayuda. Está
oscuro, hace frío y estamos solas. Siento en mis propias entrañas el pánico y la desesperanza de mi
amiga, el miedo de saber que vas a morir, que dentro de poco se acaba todo.

El asesino comienza a golpearla de nuevo. Comprendo que va a matarla delante mía, si no lo


detengo. No puedo hacer nada, la impotencia me asfixia y me araño la cara de desesperación. Vuelvo
a mirarla y el cuerpo de Megan no se mueve, descansa sobre el asfalto, como un viejo envoltorio
usado y machacado a la espera de desintegrarse por el paso del tiempo. A nadie le importa, nadie lo
ha visto, solo yo, pero no sirve de nada. La impotencia me reconcome por dentro. El asesino limpia
sus puños cubiertos de sangre con un pañuelo que saca del bolsillo interior del abrigo. De repente,

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pienso en la única manera de poder ayudarla: descubriendo a su asesino.

Por culpa del asco y la impotencia que siento, no puedo moverme. Reúno todas mis fuerzas y,
con gran esfuerzo, consigo despegar las suelas de los zapatos del suelo y empiezo a caminar. Parece
como si lo hiciese a cámara lenta, pero poco a poco me aproximo hasta el asesino. No siento miedo,
solo asco y rabia, mucha rabia. Una cólera que me lleva a palparme los bolsillos por si la fortuna los
hubiese provisto de un arma blanca o algo con lo que poder acabar con su vida. Cuando llego a su
altura y estoy a punto de ver su rostro, el hombre deja caer su puño sobre mi cara, sin dejarme tiempo
para reaccionar o defenderme. La fuerza brutal con la que me asesta el golpe me lanza hacia el suelo
sin darme la posibilidad de haber visto de quién se trata. Entonces, salta sobre mí y me tapa la cara
con los guantes negros de cuero, al mismo tiempo trata de asfixiarme con la otra mano. Forcejeo y me
resisto durante unos instantes. Trato de quitarle la mano de mi cuello y rostro, tengo que ver quién
es, se lo debo a Megan y a mí misma si es que también va a matarme. Lo intento por última vez con
más ímpetu, pero es inútil, la fuerza descomunal de ese hombre hace que deje de resistirme.
Comienzo a notar un hormigueo por todo el cuerpo y siento que mi cerebro empieza a bloquearse y a
rendirse. Voy a morir, me falta el aire y empiezo a toser tratando de conseguir una bocanada de aire.

Me levanto dando un grito, bañada en sudor y Zoe se despierta asustada a mi lado.

—¿Qué pasa, mamá? —pregunta asustada, enciende la luz y me mira con los ojos muy
abiertos.

Tomo aire y reprimo las ganas de llorar delante de Zoe, aunque lo que acabo de ver ha sido
tan real que necesito levantarme e ir al baño para hacerlo allí, a solas, sin preocuparla.

—Nada, mi vida. Una pesadilla, sigue durmiendo. Necesito ir al baño.

Zoe vuelve a dormirse enseguida. Cuando vuelvo del cuarto de baño, está plácidamente
dormida. Entonces, miro por la ventana y lo veo allí apostado, junto a la ventana, mirándome. Sonríe.
Debe estar borracho porque me hace señales para que le abra la puerta de casa con una risa payasa y
burlona. Con un solo gesto le indico que no voy a dejarle pasar, y menos, en su estado. No parece
enfadarse. Cuando acciono la persiana automática y empieza a descender, se aproxima al cristal y
vuelve a reírse. Esta vez no se tiene en pie y escucho cómo cae al suelo.

Me desvelo durante una hora o más, a la espera de escucharlo entrar en casa para liarla. No
escucho nada y me debato entre abrir y preguntarle si realmente le ha ocurrido algo al caer, o dejarlo
toda la noche fuera de casa para darle una lección. Finalmente, el cuerpo me pide que lo deje allí
tirado, como a un perro. Después de todo se lo merece…

102
XI

Lunes 3 de mayo de 2016

A la mañana siguiente, cuando despierto, encuentro la cama vacía; esperando lo peor, corro a
buscar a Zoe. Cuando llego al otro dormitorio los veo acostados en la cama, Zoe está junto a su
hermano, abrazados y tranquilos. Han pasado una mala noche. Horrible… Comprendo entonces que
debo poner orden en mi vida, y para ello, no debo tener a los niños cerca. Frank y yo debemos hablar,
para eso es mejor que los niños se mantengan al margen.

Me dirijo a la cocina y no veo a Frank por ninguna parte. Creí que estaría durmiendo la
borrachera fuera, o en el sofá. Llego a la cocina y encuentro una nota de mi marido.

Anna, me voy a Denver por una semana. Tengo un cliente que no podemos perder. Aprovecharé para ir
a una feria de emprendedores en Denver y varios asuntos relacionados con el ayuntamiento. A la vuelta
hablaremos de tu paranoica actitud.

Un beso, Frank.

Decido llamar a Susan, le pregunto si podría llevárselos un par de días, le daré dinero para
que los lleve a un parque de atracciones.

—Cariño, ¿estás bien? Te noto angustiada.

—Sí, es más de lo mismo. La situación con Frank se está haciendo insostenible, además… —
pienso en si contarle lo que he descubierto de Enzo o no, finalmente decido mantener la boca cerrada,
cuantos menos personas lo sepan mejor, no quiero poner a Susan en peligro—. Necesito… necesito
que te quedes con los niños, Susan… por favor. Debo ordenar mi vida —digo con la voz quebrada
por la angustia.

—Sí, por supuesto, cariño. No hay problema. Hago un par de llamadas para organizarlo todo
y me los quedo. Tómate el tiempo necesario… ya sabes que me tienes para lo que necesites.

—Gracias, Susan. Me salvas la vida, y casi lo digo en sentido literal —sonrío—necesito aclarar
las cosas en mi vida; con los niños delante no puedo. Frank se ha marchado a un viaje de negocios.
Así estaré más tranquila. Tal vez deje la casa, recoja mis cosas y las de los niños, antes de que
regrese… no sé bien qué es lo que voy a hacer, pero con Zoe y Adam por aquí, no podré pensar…

—Tendré el teléfono encendido.

—De acuerdo. Voy a prepararles la ropa y te los mando.

—Aquí les espero. Un beso, cielo.


103
—Gracias de nuevo. Te debo una de las gordas.

—¡No seas tonta!

—¡Chicos, ¿dónde estáis? ¡Os vais con Susan!

—Estamos aquí, en la habitación de Adam —escucho una voz desde arriba. Subo y los
encuentro jugando.

—¿Qué bien estáis aquí, no? ¿Os habéis olvidado del cole?

—Mami, sabemos que hoy no vamos al cole, te hemos escuchado hablar con Susan.

—¿Cómo dices, enterado? A ver si al final te voy a mandar al cole de un puntapié en el culo…
—reímos y jugamos a pegarnos con la almohada en la cama.

Les preparo todo y ni siquiera protestan. Saben que algo no va bien. Estoy segura que hace
tiempo que sabían que algo parecido podía ocurrir. Ahora podré centrarme en una estrategia. Les
acompaño unas casas más abajo hasta la de Susan. Le doy unas pequeñas indicaciones y nos
abrazamos. Regreso a casa pensando que Susan es ahora mi mejor amiga, una gran persona, a pesar
de lo que Frank diga de ella.

Debo organizarlo todo muy bien. Si Frank descubre que voy a dejarlo, no sé de lo que es
capaz. Enciendo mi móvil, por si Frank me ha dejado algún mensaje, y descubro que tengo más de
diez llamadas perdidas desde el número de Enzo. Entonces, lo recuerdo de golpe:

«¡Dios mío! Es un asesino…»

Vuelvo a sentirme insegura. Frank no está en casa, los niños se van a marchar, estoy
completamente sola.

«¿Y si los ha visto marcharse?»

Escucho a mis hijos calle abajo, montándose en el coche de Susan. Irán a comprar cosas para su
viaje. Al recordar a Enzo, agradezco aún más que se los haya llevado. No quiero ni pensar qué podría
pasar si ese asesino se hubiese pasado por aquí, con ellos dentro. Aunque haya cometido la locura de
enamorarme de un perfecto desconocido, si es culpable, deberá pagar por ello. No pienso exponer a
mis hijos a mis errores.

Después de un rato mareando el desayuno, pienso en la pobre Christine. Al recordarla a ella,


también aparecen los fantasmas de mi amiga Megan y su asesino. Debo hacer justicia, al menos con
Christine. Si la familia de Megan hubiese podido dar con alguien que tuviese una pista sobre el
animal que asesinó a Megan lo hubiesen agradecido. Tengo que hacer justicia, hacerlo por mi amiga.
Debo llamar a la policía.
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—Buenos días, oficina del sheriff…

Cuelgo antes de que puedan rastrear la llamada. No quiero que el sheriff Thomson meta las
narices entre lo que haya habido entre Enzo y yo. Iría corriendo a avisar al alcalde, y Frank lo sabría
todo antes de que pudiesen pillarlo. No sé que pasaría entre ellos. Frank es muy temperamental y
Enzo… tal vez sea un asesino, la cosa acabaría muy mal. Sería ponerlo todo en peligro
innecesariamente. Decido llamar a Miami, a los federales, ellos sabrán manejar mejor este asunto.

—Buenos días, FBI de Miami…

—Buenas, me llamo Anna Evans —utilizo mi apellido de soltera para desvincularme de


Frank— y quiero denunciar al asesino de la joven que encontraron en Lighthouse Point. Sé quién la
ha matado.

—Disculpe, no se retire…

He hecho lo correcto, pero no entiendo por qué me siento tan mal. Era demasiado bonito para
mí, demasiado ideal para un ama de casa cuya vida es un círculo vicioso de rutina, peleas y
desplantes.

«¿Por qué no le conocería antes? ¿Por qué es un asesino? No puedo tener tan mala suerte…»

Me hago esas preguntas varias veces al día. De haberlo conocido antes, mucho antes de que
me uniese a Frank y si no fuese un asesino, ahora no estaría en esta situación. Hubiese puesto mi
mano en el fuego por Enzo, nunca pensé que fuese mala persona. Cuando nos mirábamos sentía que
lo había encontrado: ese príncipe azul, noble, bueno y con el que deseaba pasar el resto de mi vida.

«¿Debí haber roto antes con todo, como hacen otras? ¿Debo probar ahora a ser feliz?»

Tal vez deba esperar a marcharme cuando Frank haya regresado de su viaje. Poner las cartas
sobre la mesa, dejarle claro que no nuestro no lleva a ninguna parte. Yo no le sirvo de nada, solo de
doncella y ama de cría… Él es un hombre atractivo, independiente y muy rico, puede tener a quien
quiera a su lado…

«¿Por qué se conforma conmigo? Tal vez me quiera… Entonces, ¿por qué no lo demuestra y
me hace la vida un poquito más fácil?»

Mis sentimientos por Enzo no hacen otra cosa que agravar la situación, poner de manifiesto
que mi vida está vacía como una jaula de oro repleta de aire y desolación. A pesar de haberle
delatado, de haber hecho lo correcto, me siento fatal.

«¿Qué esperaba, ser la mujer de un asesino?» —Sonrío ante la descabellada idea y decido
darme un baño.

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Tras el relajante baño, lavarme el pelo y aplicarme todas las cremas que había olvidado tener,
me voy al jardín con Buddy. Me siento en el banco y cojo papel y lápiz para escribir una lista de pros
y contras para tomar la que es la segunda decisión más importante de toda mi vida: dejarle.

Toc, toc.

Llaman a la puerta.

Acudo rápido a ver quién es, miro la pantalla del video portero y el corazón me late deprisa, a
la vez que el alma se me cae a los pies…

Enzo está en la puerta de casa.

Me quedo muy quieta para ver si así se marcha. Trato de buscar algo con lo que poder
defenderme. Vuelve a insistir, y busco el móvil para llamar a la policía.

—¡Anna, puedo explicártelo todo! ¡Ábreme y déjame que pase! Sé que tu marido está de viaje.
Estás sola, tenemos que hablar…

Descuelgo el video portero.

—¡Márchate, Enzo! Te he delatado, he llamado a la policía y ahora mismo te estarán


buscando… Vi el pendiente de Christine en tu coche… —se lleva las manos a la cabeza atando cabos.
Entonces, parece que saca algo de su bolsillo y me lo enseña.

—Si no me crees a mí, tal vez puedas creer esto.

Me enseña algo a través del video portero. No sé cómo reaccionar al principio, pero después,
desarmada, le abro la puerta.

106
11 de Agosto de 2003, lunes.

—Es una niña —dice la ginecóloga emocionada. Por lo visto ella no ha podido tener más que
varones, cuatro, creo que me ha dicho—. Su esposo se pondrá muy contento cuando le dé la noticia,
las niñas suelen ser más cariñosas con los padres. Aunque con el tiempo le traerá más quebraderos de
cabeza.

—Sí… supongo.

—No la veo muy convencida, Anna —pregunta, bajando sus gafas para poder verme mejor el
rostro—. Eres muy joven, pero ya verás como cuando nazca vas a darle un nuevo sentido a tu vida.
Te preguntarás cómo has podido vivir todo este tiempo sin ella. Es algo que no se puede describir,
créeme.

—No, no hay ningún problema con el bebé. Quiero tenerlo, estoy muy contenta. Gracias.

—Pues cualquiera lo diría chiquilla, parece que vienes al matadero. ¿Es por el padre de la
criatura? No te preocupes, algunos hombres prefieren esperar fuera… son un poco más reticentes a
mezclarse con las cosas de las mujeres… ya me entiendes, más antiguos. De todas formas, el tuyo es
muy atractivo… —sonríe de manera cómplice.

—Sí, ya, bueno… ¿está todo bien?

—Sí, todo perfecto. Nos vemos el mes que viene.

Me da un trozo de papel para limpiarme el líquido pegajoso de la ecografía y comienza a


escribir en su ordenador. Miro por la ventana y me pregunto cómo el sendero de mi vida se ha
desviado tanto a como lo había planeado.

Una lágrima rodea mi mejilla, la borro de mi rostro antes de que la ve la doctora. Bajo la vista
y contemplo mi vientre, sonrío, espero que cuando Zoe nazca, todo cambie para mejor. La doctora
tiene razón, debo sentirme afortunada de que Frank me haya encontrado, que se haya apiadado de
mí. Él me respeta, a pesar de que aún no es mi marido. Lo dejó bien claro. Se haría cargo de todo,
pero debo casarme con él…

«¿Qué otra cosa puedo hacer?» —pienso esperanzada.

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3 de julio de 2003, jueves.

Hace mucho calor, el motel está completo. Hace unas semanas que vine a vivir aquí, cuando
Megan… El dueño me ha ofrecido trabajar por las noches. Es un trabajo fácil y me permite tener una
habitación gratis. Casi siempre hago el turno de noche, pero no me importa porque la noche es más
fresca que el día, bueno, si fresco podemos decir unos veintinueve grados. Esta semana, el motel está
casi vacío, salvo por algunas parejas que vienen muy tarde y se marchan antes de que amanezca, una
vez sale el sol el amor se les evapora. Es curioso, pero toda esta gente, la gente que llega de noche y se
marcha adentrándose de nuevo en la oscuridad, tienen el mismo velo triste en el fondo de sus ojos.
Lo reconozco, porque cuando los miro me veo reflejada.

No quiero pensar qué va a ser de mí. El dinero que me enviaron mis padres adoptivos ya se
está esfumando. Los médicos y las revisiones son muy caras, necesito ahorrar si quiero estar asistida
hasta el parto. Debería dejar algo de dinero para cuando nazca la niña.

«pobre criatura» pienso en voz alta, acariciando mi barriguita. Aún no se nota casi nada, para
alguien que no conozca mi cuerpo, podría no estar ni embarazada, pero para mí, que siempre he
estado delgada, noto que he aumentado dos tallas.

Me miro al espejo desgastado de la habitación 343 del motel y veo cómo me estoy
transformando en otra persona: una madre. Si lo pienso demasiado, empiezo a sentir un poco de
vértigo, debe ser la ansiedad. Necesito relajarme y tratar de pensar en cosas positivas. Al menos he
encontrado un trabajo temporal. Me repito a cada instante que puedo hacerlo, que no voy a ser como
mis dos madres: jamás la voy a abandonar. Voy a quererla por encima de todo y los sacrificios que
tenga que superar y los obstáculos que deba rodear serán minúsculos comparados con todo el amor
que le voy a dar.

Suena el timbre de la recepción del motel. Mis preocupaciones se escapan por la ventana que
está abierta de par en par para que corra algo de brisa. El ventilador remueve el calor de una esquina
a otra de la recepción, pero no refresca el ambiente. Probablemente, a eso de las cinco o las seis de la
madrugada, cuando los mosquitos se hayan aburrido de picarme, y la mayoría de las luces de los
edificios de enfrente se hayan apagado, la temperatura descienda cuatro o cinco grados; sin embrago,
cuando el sol aparezca a las ocho, subirá otro otra vez de golpe.

Levanto la mirada y al verlo lejos del campus tardo en reaccionar unos segundos. Tiene mala
cara, pero está muy apuesto. Me sonríe y se apoya en el mostrador.

—De manera que aquí es donde has acabado…

—¡Frank! Pero, ¿qué haces aquí? Bueno, supongo que quieres una habitación. —Me levanto a
darle dos besos y buscar el libro de registros. Cuando lo hago, me mira y le veo sonreír.

—¿De cuánto estás?

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De manera inconsciente me llevo la mano a mi vientre. Agacho la mirada un poco ruborizada
y respondo casi sin voz. No puedo evitar sentir vergüenza.

—Estoy de trece semanas.

—Casi no se te nota. ¿Qué diablos estás haciendo aquí?

—Trabajar —cierro el libro de un carpetazo y lo vuelvo a guardar. Me siento de nuevo. No le


ofrezco nada para tomar porque no estoy en mi casa, es mi trabajo. De todas formas solo podría
haberle ofrecido un poco de agua. Le miro desde abajo del mostrador y compruebo lo que los
estudiantes universitarios debían sentir cuando se paseaba por el campus con nosotras: Frank tiene la
capacidad de hacerte sentir tan pequeño que es capaz de reducirte a cenizas con su sola presencia.

—Eso ya lo veo, preciosa. ¿Y tus padres lo saben? ¿Saben que trabajas en este tugurio rodeada
de prostitutas, camellos y proxenetas?

—No lo saben, pero dudo que les importe… me echaron cuando se enteraron de que estaba
embarazada.

—¿Cómo? ¿Qué clase de padres hacen eso? —pregunta apoyándose en el mostrador por
completo, acercándose a mí.

—Unos padres que no son los tuyos y han jugado a serlo durante un tiempo. Al final
resultaron ser de ese tipo de personas que cuando la cosa se complica, ya no quieren seguir jugando.
De todas formas, ya soy mayor de edad, y si quieren pueden desentenderse de mí.

—No te mereces algo así, tú no.

—Pues ya ves, a todos puede pasarnos… he tenido que sobrevivir —digo mirando a mi
alrededor.

—No habrás hecho una locura…

—No. Si te refieres a si me he prostituido o he jugueteado con las drogas, la respuesta es un no


rotundo. Soy joven, pero no soy gilipollas. Llevo un ser vivo dentro de mí, no quiero que le ocurra
nada malo.

Sonríe de nuevo, y me fijo en cómo su mandíbula se tensa cuando lo hace, un gesto que lo
vuelve muy atractivo, lo sabe, y lo repite con frecuencia.

—Me alegra oírlo.

—Pero háblame de ti. ¿Qué se supone que haces aquí, Frank? Si no recuerdo mal, te largaste
tras la muerte de Megan… podías haber ido al entierro al menos; sobre todo después de todo el
tiempo que te pegaste yendo detrás de ella.

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—No iba a por ella… eras tú quien me interesaba.

Me quedo cortada y no sé qué contestar. Suena el teléfono. Respondo, y es uno de los


huéspedes, se queja porque el agua de la ducha sale fría. Le respondo que el encargado lo solucionará
por la mañana. El hombre se vuelve muy agresivo por el teléfono. Llegando a insultarme y a
intimidarme. Frank coge el teléfono y lo pone en su sitio:

—Mira, maldito cabrón. La muchacha te ha dicho que no puede hacer nada hasta mañana. Te
duchas con agua fría que estamos a casi treinta grados, te refrescas y te callas, porque como vaya allí,
te voy a meter la regadera de la ducha por el culo.

Se escucha un silencio al otro lado y el cliente cuelga.

—¿Estás loco? ¡Es un buen cliente! Viaja por toda la costa vendiendo productos de limpieza,
suele hospedarse aquí; es de los pocos fijos. Acabas de hacernos perder a uno de los mejores clientes.
Mañana Andy, el dueño, me matará.

—Ese tío es un mierda. Había que ponerlo en su sitio…

Sonrío por primera vez y le guiño un ojo de manera cómplice. Yo hubiese hecho lo mismo.
Siempre puedo decir que era un cliente loco quien le gritó y pedirle disculpas mañana. En el fondo
me ha gustado la manera en que me ha defendido. Si tuviese una familia, una pareja, siempre habría
alguien que podría defenderme en situaciones como esta.

—¿Te enteraste que han cerrado el caso de Megan?

—No, no sabía nada. ¿Cómo pueden cerrarlo tan pronto? —pregunto incómoda. No me gusta
hablar de Meg como un caso de asesinato más. De hecho, no me gusta hablar de su asesinato.

—Bueno, no está cerrado del todo, pero ya no van a seguir buscando al asesino. Por lo visto,
están saturados y como la familia de Megan no era de por aquí y no viene a darles la tabarra, los
nuevos casos pasan a tener más prioridad…

—¿Quieres decir que con el tiempo lo olvidarán, que será un número más de las personas
asesinadas o desaparecidas de este año?

—Exacto. Es triste, pero es así… creo que deberíamos pasar página.

De repente, un cuadro con el mapa de Lighthouse Point se cae al suelo, el cristal del cuadro se
estrella por el golpe y los cristales caen por todas partes.

—¡Dios! ¡Qué susto!

—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?

Miro atrás y veo el cuadro hecho añicos. Me levanto, busco un recogedor. Frank trata de entrar

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y le indico que se espere detrás. A mi jefe no le gusta que nadie acceda a la zona detrás del mostrador
de recepción. Un escalofrío recorre mi espalda cuando contemplo el mapa roto de nuestro pueblo,
justo en el momento en que Frank me estaba pidiendo que la olvidara.

—Ten cuidado, podrías cortarte —le miro y sonrío

—Estoy embarazada, no inútil…

Tardo unos instantes en recogerlo todo y me prometo a mí misma que jamás olvidaré a mi
amiga muerta.

—Ya está. Ese cuadro siempre se mueve cuando hay corriente, cualquier día tenía que caerse.

—Solo que esta noche no hace nada de brisa… Podrías haberte cortado. —Frank mira
alrededor y pone cara de disgusto— esto no parece que esté muy arreglado, no parece muy seguro
trabajar aquí.

—¿Por qué has venido? Estoy trabajando, esto no es la universidad. Esto es la vida real, Frank.
Si has venido a restregarme mi miserable vida puedes largarte por donde has venido. Estoy segura de
que has averiguado dónde estoy trabajando solo para burlarte de mí.

—¿Eso crees, de veras? —pregunta con sarcasmo.

—Sí, tendrás mucho dinero de tus préstamos y chanchullos, pero yo debo sudar cada hora,
minuto o segundo que paso en este puesto. Me gustaría conservarlo, es lo único que tengo.

—Hasta ahora… he venido a hacerte una propuesta…

—¿Vas a darme trabajo? —pregunto divertida.

—No, vas a casarte conmigo.

Dejo escapar una sonrisilla nerviosa. No puedo evitar hacerlo en toda su cara. Esta claro que
me quiere tomar el pelo.

—¿Te parece gracioso? En tu situación no deberías rechazar una proposición como esta.

—¿Me estás pidiendo matrimonio en serio?

—Sí, algo así.

—¿Por qué?

Traga saliva y mastica cada una de sus palabras antes de dejarlas escapar a lo loco de su boca.

—Porque me gustas desde el primer día que te vi en el campus… despiertas en mí un

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sentimiento nuevo, algo que no he sentido por ninguna otra. Tengo la necesidad de protegerte…
quiero estar a tu lado para ayudarte.

—Yo pensé que quien te gustaba era Megan…

—No, tontita, eras tú. Eres poco observadora, ¿no?

—Tal vez, seguramente. Megan me lo refirió en un par de ocasiones. Solo que no le hice caso.

—Megan estaba atenta a ese tipo de cosas…

—También me dijo que no me convenías… —abro la botella de agua y bebo un sorbo—


¿Quieres tomar algo? Tenemos una máquina de refrescos y chocolatinas al final del pasillo.

Es lo mínimo y lo único que puedo hacer, invitar al hombre que me está pidiendo matrimonio
a unos snacks de máquina.

—No, gracias. Quiero que me respondas… ahora.

—Frank, no te sientas mal, pero yo no he pensado jamás en casarme tan joven, y menos
contigo. Apenas te conozco y ya creí que habías salido de mi vida. Reconozco que hubo un momento
que me acordé de ti para pedirte dinero, eres prestamista, ¿no? Pero de ahí a casarnos… No digo que
no me sienta alagada, eres un hombre muy atractivo y quién sabe si en otras circunstancias...

—Debes decidirlo ahora. No quiero verte sola más. Pienso respetarte, por eso no te preocupes.
Pero me siento muy mal viéndote ahí sentada como una ex-toxicómana o prostituta que ya no
encuentra trabajo de lo suyo porque es muy mayor. Tu bebé no se merece esto…

Ha sabido tocar las teclas precisas, mi punto débil: el bebé.

—Por supuesto que no se lo merece, pero no pienso irme contigo porque sientas pena por mí,
te lo aseguro. Tengo algo de dignidad todavía, poca, pero aún no estoy tan desesperada.

—Te hablo de estar juntos. Podré ayudarte con los gastos y estoy dispuesto a darle los
apellidos. Si tú no quieres, jamás se enterará de que no soy su verdadero padre. Mírate, Anna,
¿quieres que la historia de tu vida se repita con este bebé? ¿quieres que dentro de unos meses, cuando
no puedas continuar criándolo, te sientas obligada abandonarlo para que tenga algo mejor, como
hicieron contigo?

Todos los recuerdos de mi infancia regresan de golpe. Recuerdo cómo odiaba la soledad.
Siempre la he odiado desde que deambulaba de orfanato en orfanato. No me gusta sentirme alejada
de todos, quiero estar con más gente. Sentir que alguien se preocupa por mí, un hogar… un lugar al
que regresar. Sé que en mi situación es lo que me espera: criar sola al bebé, hacer lo indecible para
procurarnos lo más básico, pasar miserias; en cambio, Frank tiene una posición económica holgada.
Por alguna razón se ha encaprichado de mí o le he despertado cierta lástima. Frank es un hombre

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muy atractivo, si es bueno conmigo, a poco que haga podrá tenerme aunque no sea mi tipo y sea un
poco más mayor que yo. Mi poca experiencia en el amor me ha demostrado que el amor es algo muy
idealizado, que solo sale bien en las novelas y las películas. La vida real es más complicada, contiene
millones de matices que hacen que una pareja pueda surgir a partir de las necesidades de dos
personas, dependiendo de si lo que busca cada una de las personas está en esa relación.

Una punzada de dolor atraviesa mi corazón, me recorre por todo el vientre y casi dejo escapar
una lágrima. Tiene razón, pero duele, duele muchísimo reconocer que estás sola, tan sola que en
cualquier instante puedas mandarlo todo a la mierda. Agacho la mirada. Frank me coge por la
barbilla y levanta mi rostro, bañado por las primeras lágrimas. Acaricia mi mejilla para limpiarlas y
se agacha para hablarme más cerca.

—No te pido que sea algo inmediato. Solo quiero que no esperes hasta que sea demasiado
tarde. ¿Quieres que tu bebe pase por lo que tu has pasado de casa en casa de acogida hasta que unos
desagradecidos padres adoptivos como los tuyos decidan ponerla de patitas en la calle? Anna soy tu
última oportunidad para llevar una buena vida, no lo estropees. ¡Piénsatelo! —se acerca y me rodea
con sus brazos. Su perfume masculino y caro me acaricia. Le miro a los ojos color miel y parecen tan
sinceros, tan conmovidos por mi situación que me desarman. Me besa en la mejilla y se separa de mí.

—Frank, ahora mismo me dejas descolocada… te prometo que voy a pensarlo.

—De acuerdo. No te arrepentirás. Voy a cuidar de los dos. Haces lo correcto. Mañana paso a
recoger tus cosas y te vienes a vivir conmigo.

Se da la vuelta y levanta la mano detrás de la cristalera del motel. Me quedo paralizada. Frank
ya ha tomado una decisión final por los dos. No me levanto para protestar y asiento con la cabeza
mirando a mi vientre. Suspiro y cierro los ojos.

«Será lo mejor, vida mía. Él nos cuidará…»

Cuando ya se ha marchado, lloro sobre la mesa de la recepción. Entonces siento como si una
mano me meciese el pelo y me acariciase. Como hacía mi madre adoptiva cuando me preocupaba
algo. Me giro y no hay nadie. Me levanto para mirar por encima del mostrador, por si acaso hubiese
regresado Frank sin haberlo visto, no veo a nadie y un escalofrío recorre mi cuerpo. Miro a través de
los cristales y lo veo arrancando su deportivo en el parking de enfrente.

«Él no ha sido, pero yo he sentido algo» —pienso en voz alta.

Dejo de mirar a través del cristal y observo algo que se mueve en el reflejo de los cristales, algo
detrás de mí. Me fijo y veo una figura femenina que se esconde en la oscuridad, hasta que finalmente
desaparece. Me giro deprisa y no veo a nadie. Estoy paralizada, una lágrima brota de mis ojos y
rompo a llorar de miedo. Me acurruco en la silla y descuelgo el teléfono para llamar a mi jefe.
Necesito marcharme de allí, necesito descansar. Estoy temblando cuando Andy llega a la recepción.
Me pregunta si estoy bien y me invento que unos muchachos han intentado robar. Me marcho a mi
habitación sin darle más explicaciones. Cuando cierro la puerta, me dirijo al cajón de la mesita de

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noche y agarro una de las últimas fotos que tengo junto a mi amiga. La reconozco y dejo escapar una
risa nerviosa. Era ella, estoy segura. La sombra que ha estado a mi lado, la que me ha acariciado el
pelo mientras lloraba era ella, mi mejor amiga, era Megan.

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3 de Mayo de 2016, lunes.

Dejo la puerta entreabierta y con la cadena de seguridad puesta. A pesar de lo que me ha


enseñado, no me fío.

—¿No vas a dejarme pasar, Anna? —pregunta a través de la rendija que le he abierto—
¿Sigues sin fiarte de mí?

—Lo siento, Frank no está y no debería hablar contigo… ni siquiera sé si lo que me has
enseñado es original o…

Me acerca su móvil a través de la puerta. Parece que alguien me llama por mi nombre desde el
teléfono. Cierro la puerta y me quedo con el móvil de Enzo dentro de casa.

—¿Sí, dígame?

—Buenas señora Tomlinson, le habla el subinspector del FBI Stefan Southam, comprendo que
esté asustada, pero puede fiarse del inspector Mancini, Enzo es de los buenos. Verá… —sigue
dándome datos de Enzo hasta que logra convencerme de que Enzo es de los buenos. Respiro aliviada
al escucharlo.

Llaman al timbre de casa. Abro la puerta y le dejo pasar. Mientras, continúo hablando con el
agente del FBI.

—El inspector Mancini está investigando la muerte de varias jóvenes por toda la costa este,
desde Nueva York hasta Miami. Al parecer ha descubierto usted una de las pruebas del último caso
en su coche —suspira— no voy a entrar en qué estaban haciendo en el coche o por qué llegó usted a
descubrir la prueba que debería haber estado bajo custodia —habla más fuerte para que Enzo lo
escuche— lo que sí puedo asegurarle es que si el agente Mancini ha querido revelarle su identidad
secreta, poniendo en peligro la investigación, es porque usted le importa, de lo contrario hubiésemos
enviado una patrulla y le hubiésemos hecho jurar que no puede desvelar ninguna información que le
haya sido revelada de manera fortuita o consentida. Ahora, por favor, páseme a al inspector.

—Enzo, espero que esto sirva de algo, porque si después de tanto tiempo tratando de pillar a
ese cab… —Enzo tapa el auricular y se aleja hacia el salón para evitar que yo escuche como su jefe le
regaña.

Me dirijo hacia la cocina. Estaba a punto de desayunar, y el café va a enfriarse. Estoy nerviosa
y me siento ridícula. He denunciado a un agente del FBI como presunto asesino sicópata de Christine.
No tengo remedio. Deben estar todos partiéndose de risa con mi historia. Le doy un sorbo al café y
cuando levanto la mirada, allí está él; con sus ojos color cielo que me atraviesan. Con solo mirarle
sabe que me siento como una verdadera idiota. Él sonríe satisfecho por haber logrado derribar el
muro que nos separaba.

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—Estaba desayunando. Frank se ha ido de viaje… los niños están en el colegio, bueno, Susan
se los ha llevado a pasar unos días con ella, la cosa no anda muy bien con Frank... ¿Quieres un café?
—pregunto nerviosa.

—Supongo que unas disculpas y un par de tostadas estarían bien, ¿no? —dice acercándose y
dejando su placa, la pistola y las llaves de su coche encima de la isla de la cocina— no sabes lo bien
que sienta no tener que seguir ocultándote quién soy. He querido decírtelo en varias ocasiones pero
no podía…

—¿Qué me disculpe? ¿Yo? Serás… en todo caso deberías haber sido tú el que me pidiera
disculpas. He hecho el ridículo, he quedado como una tonta ante todo el FBI. Además, me has dado
un susto de muerte. Creí que me había enamo… besado, besado, con un asesino, quiero decir.

Enzo sonríe y se acerca aún más. Sus manos están cerca de mi taza del café.

—De acuerdo touché. Estamos en tablas. Quedamos en paz. Espero que comprendas que no
podía contarte nada. Puedo poner la misión en peligro y queremos coger a ese tipo…

—De acuerdo. Los dos tenemos que pedir disculpas, pero quiero que sepas que lo tuyo es
mucho peor. Anda, vamos al jardín y tomemos el desayuno. Tienes mucho que explicarme.

—Te contaré hasta donde pueda, debes entenderlo. No quiero que existan secretos entre
nosotros, pero hay barreras que no se pueden derribar… todavía. —Me guiña el ojo y me coge la
mano. Siento que voy a tirar la taza del café y me voy a encaramar a su cuello. Me retiro y voy a
buscar la cafetera y otra taza para Enzo— lo tuyo con Frank , ¿cómo está?

—¿A qué te refieres…?

—¿A qué crees? Pues si crees que lo vuestro tiene futuro, si te has planteado otra cosa que no
sea estar a sus pies durante el resto de tu vida.

Lo miro algo molesta. Sé que tiene razón, pero me fastidia que me haya conocido siendo una
persona tan sumisa. El pulso se me acelera cuando leo entre líneas que tal vez tenga un verdadero
interés por mí.

—No sé. Ahora mismo la situación es complicada. Parece que soy una mujer difícil, creo…

—Tú no eres difícil o fácil, lo son nuestras circunstancias… no, nosotros.

—Parece como si fuese en una montaña rusa en la que ya he subido muchas veces. Conozco
los sobresaltos, las caídas y todas las curvas, solo que ahora veo algo diferente al final de las vías, y
ahora solo quiero que la atracción se detenga para descubrir qué es lo que me aguarda al final.

—¿ Y tú, qué piensas hacer? —pregunto preparando la bandeja para salir al salón.

—Bueno, todo depende. Llevo mucho tiempo en este caso, supongo que podré volver a
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retomar mi vida en Nueva York…

—¿Nueva York? —pregunto sorprendida.

—Sí, llevo mucho tiempo, años, siguiendo a este hijo de puta… tanto que ya no recuerdo lo
que es tener una vida propia.

Salimos al jardín. Una vez allí, lo observo y recuerdo la primera vez que lo vi. Enzo era un tío
bueno más que corría por el malecón. Después, la segunda vez que nos vimos, cuando vino a casa,
fue con Frank, como su preparador físico, y ahora descubro que es agente del FBI que busca a un
asesino múltiple en Lighthouse Point.

—¿Tienes...?

—¡No! —sonríe— no estoy casado, ni tengo pareja, tampoco he tenido tiempo para hijos… este
trabajo es asfixiante. Es lo malo de obsesionarte con el trabajo. Lo cierto es que ahora me estoy dando
cuenta que estoy un poco cansado de andar de acá para allá. Si logramos coger a ese asesino, me he
prometido vivir la vida con más sosiego.

—¿Este caso es algo personal, Enzo?

Piensa un momento la respuesta y al final asiente.

—Una persona que conocí, una compañera que estudió conmigo cuando íbamos al instituto
fue una de sus primeras víctimas, por eso me asignaron el caso; pero el cabrón es muy listo y
escurridizo. Nos ha estado toreando estos últimos diez años. Yo tenía veintisiete cuando me
asignaron el caso.

—Entiendo —digo bebiendo un poco de café— ¿Tenéis algún sospechoso?

—Vas al grano, ¿eh? —sonríe y coge mi mano. Yo la dejo quieta, encantada de que nuestra piel
esté en contacto. Siento cada pliegue de sus grandes dedos, cada arruga de la palma de su mano
cuando roza la piel del interior de la mía. Ciento de neurotransmisores se activan en mi cerebro. El
corazón me late más deprisa y tengo que esforzarme para concentrarme en la conversación—. Sí,
tenemos un sospechoso, o sospechosa… pero no te puedo decir más, compréndelo. Si te he dicho cuál
es mi verdadero trabajo es para que no estropees la investigación y…

Retiro la mano de golpe al escuchar que solo se ha sincerado conmigo para que no sea un
estorbo. Es neoyorquino, cuando acabe la investigación regresará a su vida, cómo he sido tan
estúpida.

—No te preocupes. No me interesa nada tu trabajo —respondo— bueno, un poco sí; por la
pobre Christine y su familia… casi prefiero al musculitos sin cerebro de antes, al menos era más
delicado diciendo las cosas —le recrimino.

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—…Y también te lo he contado porque… me gustas. Me gustas mucho, como hace años que
no me atrae una mujer —dice sonrojándose, casi costándole hablar. Traga saliva al decirlo y se vuelve
todavía más encantador.

—Eso se lo dirás a todas las mujeres de la gran manzana…

—Te aseguro que no, dentro de ti —dice poniendo su mano sobre mi pecho— sabes que no es
verdad. Intuyes que mis sentimientos son verdaderos, que siento algo fuerte por ti. Ni yo mismo sé
qué diablos hago poniendo en peligro toda la operativa de un caso de tantos años porque me he
encaprichado de ti, porque he pensado en ti más que en el resto de cosas que me rodean, créeme,
cuando dedicas diez años de tu vida a algo, sacrificas tener una pareja, tener hijos y toda la
parafernalia de una familia porque el sentimiento de querer hacer justicia está por encima de todo.
Por eso, que tú me hagas olvidar de donde vengo, a dónde voy y quién soy… para mí significa
mucho.

—Bueno —ahora soy yo la que se ruboriza— yo…

—Me estoy enamorando de ti, Anna —me interrumpe y se acerca hasta mí. Nuestros rostros
están a pocos centímetros, escasos milímetros más bien. Deseo que me bese y no puedo evitar mirarle
los labios; tan carnosos y sensuales que los besaría hasta enrojecerlos. Él hace una mueca y sonríe,
entonces nos besamos con pasión.

La taza del café cae de la mesa al césped y Enzo me coge por las nalgas, me levanta de la silla.
Por unos instantes quedo suspendida en el aire, y necesito agarrarme con las piernas a algo, así que
rodeo su cintura con mis piernas para no caer de espaldas. Seguimos besándonos con la pasión de
quienes se han encontrado y ya habían creído haberse perdido para siempre.

Abro los ojo y lo descubro mirándome y sonriendo. Un pellizco salta en mi interior y actúa
como un resorte nuevo y desconocido que provoca que mis pulmones se enanchen, como si ya no
cogiese más aire dentro. Como si ese momento fuese el primero, en mucho tiempo, en sentir algo
parecido a la felicidad.

Subimos a la habitación besándonos con pasión y desvistiéndonos con ferocidad. Las prendas
caen por las escaleras al igual que en esas películas eróticas para mujeres. El tiempo parece detenerse
y todo es perfecto, lo que desde joven siempre quise vivir, pero que nunca experimenté; solo que
ahora me está ocurriendo de verdad.

Una vez dentro de la habitación, contemplo el torso desnudo de Enzo. Había intuido lo fuerte
que está a través de su ajustada ropa de entrenamiento, pero verlo sin camiseta es demasiado. A
pesar de que Frank es muy atlético y fuerte, Enzo juega en otra liga. Es simplemente perfecto. Su
pecho es ancho, robusto y bien formado. En medio de sus pectorales se arremolinan unos sensuales
vellos que, nada más verlos, hacen que sienta la necesidad de acariciarlos. Su vientre está tallado
como si cada pliegue de sus abdominales las hubiese esculpido un experto escultor italiano. Empieza
a desnudarme poco a poco, deteniéndose en besar partes de mi cuerpo que nadie jamás ha besado.
Después me besa apasionadamente, cuando nuestras bocas se despegan de nuevo, ya está dentro de

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mí. Dejo escapar un gemido de placer. Lo miro, lo remiro y no puedo creer que estemos haciendo el
amor. No sé adónde me llevará esta locura. Aparto mi pelo a un lado y me olvido del sufrimiento y
del no ser amada como yo siempre había querido. Enzo se detiene, se regodea en mí, llegando a
olvidarse de darse placer a él mismo. Enzo es muy distinto a Frank, que es mucho más impulsivo,
rápido, y solo quiere satisfacerse a él mismo.

Cuando acabamos, sigo arremolinando mis dedos en los caracolillos de su pecho. No tiene casi
vello en el cuerpo, por eso, los del pecho me llaman mucho la atención. Es tan guapo, tan rubio, tan
perfecto, que cuando abro los ojos tras cerrarlos varias veces, me parece haber hecho el amor con un
ángel.

Dormimos un rato y nos despertamos al mediodía. El brillante sol nos refleja porque incide en
algo que brilla de manera cegadora desde una esquina de la habitación.

—¡No me fastidies! ¿Qué es eso de las esquina? —Pregunta Enzo. Se levanta con las sábanas
enrolladas alrededor de la cintura— No será una cámara…

—Pues sí —respondo divertida.

—¿Cómo? ¿Lo sabías… cómo no me dijiste nada?

—Cuando hemos subido estábamos tan atareados, que no quise romper el momento hablando
del sistema de vigilancia de la casa. —Respondo sin cubrirme.

—¡Tu marido podría habernos visto, Anna!

—No lo creo, está desconectada, lleva muchos averiada.

—No sé, tendré que llevármela para que la revisen… ¿tienes un destornillador de punta de
estrella?

—Sí, pero mañana deberás ponerla de nuevo. Frank sospecharía. Él sabe que yo no sé cómo se
desconecta eso —le digo mientras trato de que se olvide de la cámara y que vuelva a la cama.

Había imaginado que después de hacer el amor, nos daríamos una ducha los dos para después
comer algo juntos. En vez de eso, Enzo se ha puesto los pantalones, su camiseta, y está a punto de
marcharse con la cámara en la mano.

—Luego te llamo. Esto es importante, si tu marido nos descubre…

—No te preocupes, Frank ladra mucho pero luego no es nadie.

—Por si acaso. Necesito tiempo para ver qué ha grabado esta cámara en las últimas horas. No
te preocupes. El modelo parece antiguo, así que las imágenes se descargarán en un circuito interno,
no es de las que envía imágenes en tiempo real —comenta, un poco más aliviado.

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Enzo me besa y me deja con un palmo de narices sobre la cama deshecha. Después de un rato,
el silencio me invade y recuerdo mis obligaciones. Ahora sí o sí, debo hablar con Frank. Le diré que lo
nuestro no tiene futuro, que me deje volar…

Por supuesto, no pienso hablarle de que hay una tercera persona, intuyo cómo reaccionaría. Lo
mejor será plantearle el asunto de manera sencilla. Él puede quedarse con lo que quiera, menos con
los niños y el perro. Me reciclaré, enviaré currículos a todas las escuelas de Miami si hace falta,
trabajaré de lo que sea. Sé que va a ser difícil, pero no puedo pasar el resto de mi vida con un yugo y
una mordaza. Asfixiada por el miedo y la incertidumbre. Aunque lo de Enzo no nos lleve a nada,
como seguramente será, no me echaré atrás. Este es el último empujón que me faltaba para
decidirme. Doy gracias por que haya llegado a mi vida para ayudarme a tomar esta determinación.
Quiero vivir; pero para eso no puedo estar debajo de la sombra de ningún hombre.

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XII

4 mayo de 2016, martes.

Frank llamó anoche. Se disculpó y me hizo una pregunta que me dejó con la mosca detrás de
la oreja.

—Anna, una pregunta… ¿Se ha ido la luz en casa o algo…?

—No, que yo sepa, ¿por qué?

—Bueno, verás…eh… me llamaron ayer del sistema de alarmas mientras estaba en una
reunión. No pude contestarles, pero por la noche traté de acceder al sistema de la alarma desde mi
ordenador, pero no pude ver nada…

—¿Te refieres a si las cámaras de video con las que nos vigilas cuando estás fueran funcionan?
—pregunto de manera irónica.

—Ja, ja —ríe— ¿Qué has hecho con el sistema cariño, lo has desactivado? —Su tono de voz
cambia ligeramente y se hace más sibilino, más mordaz.

—No, Frank. Simplemente Adam estaba jugando en el jardín con su pelota y golpeó en una de
las columnas de la terraza, un pedazo de ladrillo se desprendió y reveló una pequeña cámara,
minúscula, del tamaño de un mechero. La recogí del suelo y comprobé que se había partido. Después
recordé la que había en nuestro dormitorio y decidí quitarla, es realmente fácil si usas el
destornillador adecuado…

—Seguramente por eso todo el sistema está bloqueado. Siento deciros que ahora estáis
desprotegidos. La alarma no funciona. Ya lo arreglaré cuando regrese. ¡Sois un desastre!

—¡No cambies de tema! ¿Por qué nos has estado espiando, Frank? —pregunto enfadada.

—Yo no os espío, os protejo.

—Sí, y de camino sabes todo lo que hacemos mientras tú no estás. Me parece el colmo, Frank.
Cuando regreses tenemos que hablar —digo enfadada y cuelgo sin dejarle responder, algo que sé que
le revienta.

A última hora del lunes regresó Enzo. Me comenta que esa cámara era parte de un entramado
de cámaras que se usan para espiar y vigilar la casa desde cualquier punto del planeta. Tan sencillo
como autenticarse en un sistema y todas las cámaras a tiempo real aparecen en tu ordenador. Por

121
suerte, al desactivar una de ellas, las otras se bloquean y no emiten señal. Un compañero del FBI
accedió a esa cuenta y la bloqueó, borrando las imágenes de ese día con Enzo. Juntos recorremos la
casa y encontramos una treintena de cámaras estratégicamente escondidas. Enzo tiene que usar un
sofisticado aparato con sensores para averiguar su localización. Por lo visto, emiten una onda de
frecuencia que la detecta el aparatito que ha traído.

Me siento ultrajada, vigilada, casi violada. Todos estos años espiada en mi propio domicilio,
una cárcel de oro controlada por mi marido hasta en la distancia, la de veces que debe haberse reído
al verme recogerlo todo rápido para que estuviese recogido antes de su regreso a casa.

Llamo a los chicos. Tanto tiempo libre me aburre. Están pasándoselo genial con Susan en el
parque de atracciones, al menos ellos disfrutan un poco. Le cuento lo del sistema de vigilancia y
Susan no se sorprende. Me comenta que es perfectamente comprensible que una persona tan
controladora como Frank, no se iría de vaya de casa tantos días sin poder informarse de lo que su
esposa hace en su ausencia. Durante todo este tiempo ha estado tranquilo porque lo único que yo
hacía cuando él se marchaba era comer, ver películas, limpiar y cuidar de los niños.

Enzo me envía un mensaje y me comenta que está ocupado en el trabajo y que no podrá venir
a verme hoy. A eso de las seis y media decido salir a correr. Esta vez desde casa. No hay nadie que
me pueda controlar, nadie que me domine o critique por lo que haga.

Salgo a la calle, hace fresco. La brisa me anima a empezar a correr. La música acaricia mis
músculos y empiezo a aumentar la marcha. Voy mirando las casas del vecindario y empiezo a pensar
dónde viviremos. Me conformo con alguno de los pequeños estudios que veo en los edificios
cercanos al paseo marítimo. Solo necesitamos tres habitaciones, nada parecido a la mansión que
tenemos. Así no tendré que emplear tanto tiempo en limpiar. Además si consigo un trabajo, no tendré
tiempo para hacerlo todo tan bien, ni tantas veces—me encojo de hombros y sonrío—. Cualquiera que
me vea pensará que estoy loca, pero me siento tan feliz imaginándome una vida nueva, por sencilla
que sea, lejos del cretino de Frank… que no puedo evitar sonreír de felicidad. Es tal la losa que llevo
sobre mis espaldas cuando está cerca, que no puedo explicar lo ligera que me siento cuando se aleja.
Creo que puedo flotar, las cosas tienen menos importancia, o la importancia que realmente deberían
tener, todo me sale mejor y la ansiedad por comer desaparece.

Regreso tras correr varios kilómetros, satisfecha y más cansada. Me doy una ducha y preparo
cena para uno. Preparar cena para uno cuando eres madre de familia, es como un placer extra. No
tienes que estar pendiente de hacer cantidades industriales de comida, si está muy hecha o cruda, si a
uno le gusta una cosa u otra, no tienes que contentar a los demás, solo debes centrarte en lo que te
gusta a ti, y lo mejor: tardas pocos minutos en hacerlo, y una eternidad en comértelo si te te da la
gana.

Me siento delante del televisor a ver una de mis películas favoritas: Brokeback Mountain; he
podido verla más de diez veces. A pesar de que es una película sobre el amor imposible entre dos
cowboys. Tiene algo que me atrapa: la fotografía, la música, y la interpretación de los actores. Llego a
sentir el sufrimiento de los protagonistas, el agónico saber que jamás podrán ser felices por
imposiciones sociales o prejuicios de los demás y de ellos mismos. Quizás como me pasó a mí al

122
desechar la idea de ser madre soltera y casarme con Frank, por miedo a quedarme sola, por no ser
criticada y apartada de la sociedad… debería, al igual que los protagonistas de la película, haber
luchado contra los convencionalismos y haber sido yo misma. No debería haber vivido una mentira
durante tanto tiempo, un tiempo que ya no volverá, y que no me será devuelto. Por esto no quiero ser
como los protagonistas de la película, no quiero acabar mis días agonizando y suplicando por tener
cinco minutos de felicidad, quiero ser feliz ya, desde hoy mismo. Si me equivoco o lo paso mal será
mi decisión, pero no haré lo que los demás piensen que es mejor para mí nunca más.

Debo haberme quedado dormida cuando escucho ruido de cristales al romperse en la cocina.
Buddy lo escucha y se levanta del sofá ladrando. Corre hacia la cocina y yo tardo un poco en
reaccionar: hay alguien dentro de casa.

Recuerdo las palabras de Frank en mi cabeza: «ahora no tenéis sistema de alarma, estáis
desprotegidos…»

123
14 de mayo de 2003, miércoles.

Megan camina por el campus decidida. La brisa peina hacia atrás sus cabellos que se
balancean con la fuerza de su determinación. Ha dejado su carpeta en el coche. Hoy va a contarle su
secreto a Anna. Ella no sospecha nada, pero no puede aguantarse más. Tiene que hablar con ella y
dejar a un lado su cobardía. Alguien se acerca y se cruza en su camino.

—¡Buenas, pero si es mi chica favorita! ¿Dónde vas, parece que tengas prisa? —pregunta
Frank, apoyado en la esquina de uno de los edificios de la universidad.

—¡Ah, hola! —saluda Megan sin mucho ánimo. Realmente tiene mucha prisa y no le apetece
detenerse a hablar con este payaso— Sí, la verdad es que tengo un poco de prisa.

Frank le corta el paso y le coge la mano.

—¿Por qué no te tomas algo conmigo? Los demás podrán esperar.

Megan lo mira de arriba abajo. Es muy atractivo, pero no es su tipo, parece un fantasma, y
odia a los fanfarrones; Además ella pensaba que iba detrás de Anna.

—Lo siento, Frank. En otro momento tal vez. Ahora no puedo entretenerme. Gracias por la
invitación.

—No seas estrecha, Megan. Los dos sabemos lo que hiciste en aquella fiesta, unos años atrás,
con aquellos tres tíos… Todavía lo recuerdan.

Megan se detiene en seco y se queda blanca. No entiende cómo ese cretino sabe el más
vergonzoso secreto de su pasada vida universitaria. Traga saliva y se aparta el flequillo que el viento
le ha puesto sobre la frente.

—¡Vete a la mierda, tío! Ni en un millón de años me acostaría contigo.

—No seas hipócrita, Megan. Todo el mundo sabe lo que te va…

Megan le da una bofetada, él se ríe, y cuando va a volver a darle otra, Frank le agarra la mano
con fuerza, llegando a doblársela.

—¡Suéltame capullo o empiezo a gritar aquí mismo! He quedado con Anna y ya voy tarde.
¡Piérdete del mapa y déjame en paz.

—No me toques las pelotas, Megan… Si quieres puedo llamar a otros amigos y lo pasamos
bien, sé que eso te pone.

—Yo también voy a llamar a una amiga… Anna, voy a contarle que has intentado liarte
conmigo, y como te he rechazado, estás en un plan insoportable. Si alguna vez pensaste liarte con

124
ella, la llevas clara. Escúchame bien: Anna no va a estar contigo nunca. Así que date la vuelta y
regresa por donde has venido, imbécil.

Frank se pone rojo por la vergüenza o por pura rabia. Trata de deshacer el entuerto y agarra a
Megan del brazo. Esta lo interpreta como un ataque y lo araña en la cara para defenderse. Frank se
cubre con los brazos, y comienza a alejarse de ellas. Megan ha empezado a pedir auxilio a grito
pelado.

—¡Estás loca, tía! ¡Estás como una puta regadera! ¡Ve a mirártelo! —grita Frank en la distancia.

Megan respira aliviada al doblar la esquina.

«¿Qué ha sido esto? ¿Qué significa este momento surrealista» —se pregunta Megan. Está
segura de que ese imbécil no las molestará más.

Debe contárselo a Anna. Ella es demasiado confiada y buena. Debe ponerla sobre aviso de lo
cabrón que es Frank. El muy idiota quería acostarse con ella y después con Anna. Va listo si cree que
no se lo contará cuando la vea. Si embargo, debe verla antes para contarle algo más importante, algo
más fundamental para sus vidas que el mierda ese. Algo que cambiará sus vidas para siempre, y las
convertirá en algo mejor que su amistad. Megan acelera el paso pues se está haciendo de noche. Si no
se da prisa, pronto, todos esos edificios se quedarán solitarios y siente un escalofrío al imaginarlo.
Megan no es miedica, pero tampoco le gustaba tener que llevarse algún sobresalto extra.

Cuando lleva cinco minutos caminando y está cerca de la residencia de estudiantes, comienza
a escuchar unos pasos que caminan a cierta distancia detrás de ella. Cuando se detiene, estos también
lo hacen, si emprende la marcha, comienza a escucharlos; alguien la sigue, pero cada vez que se da la
vuelta no ve nadie. Empieza a sugestionarse, pero no quiere empezar a correr; no hasta que esté más
cerca de la civilización. A esas horas nada bueno puede querer alguien que le siga. Busca en su bolso
el rociador de pimienta antivioladores y al cabo de unos metros, comienza a correr. Los pasos que
van tras ella también aceleran. Megan dobla de repente, y trata de esconderse detrás de unos bidones
de basura en un solitario callejón. Alguien pasa por delante del callejón. Es una figura masculina.
Megan aguanta la respiración hasta que los pasos se alejan.

Cuando está dispuesta a salir de su escondite porque cree que se ha marchado, esa persona
regresa.

«¡Mierda, no lo he despistado, ¿ahora qué?» —piense angustiada.

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4 de mayo de 2016, martes.

Corro hacia el pasillo que lleva hasta la cocina. Cuando llego allí, descubro a Buddy encerrado
detrás de la puerta, ladrando como un poseso. El animal va cojeando, alguien le ha golpeado una
pata. Entre los dientes lleva un trozo de tela oscura. Abro un cajón de la cocina y cojo el cuchillo más
grande que encuentro. Saco fuerzas de donde creí que no había, pero quienquiera que sea se va a
llevar una cuchillada de veinte centímetros. Me arrincono en una esquina esperando que mi atacante
aparezca. Echo la mano al bolsillo y compruebo que me he dejado el móvil encima de la mesa. Aquí
no hay teléfono fijo, así que no puedo llamar a nadie. Buddy ladra a la puerta que lleva a los
dormitorios. Si es un ladrón irá allí en busca de la caja fuerte, joyas o dinero. Desde donde estoy
podría escapar a la calle. Observo el cristal de la puerta exterior de la cocina y está rota. Alguien se ha
cortado bastante con el cristal al tratar de abrir la puerta. Las gotas de sangre están repelladas sobre el
cristal.

Nerviosa y cuchillo en mano decido adentrarme en la vivienda. Necesito llamar por teléfono.
Me arrastro por el suelo por el camino de vuelta al salón como si fuese un soldado mal entrenado,
necesito llegar hasta mi móvil. El intruso debió verme dormida desde el jardín, por eso no se molesta
en buscarme, creerá que sigo allí. Escucho jaleo en la planta de arriba. Lo está revolviendo todo. Se
me ocurren mil y una cosas que no debería romper en los dormitorios, puedo darle algo de dinero,
sin embargo, no sé la contraseña de la caja fuerte, y lo último que debo hacer es enfrentarme con un
tipo que está robando en mi casa. No obstante, un desconocido sentimiento de reclamar lo que es
mío, quiere empujarme a que suba arriba y le haga frente. Finalmente, decido que lo mejor es pedir
ayuda.

Por fin llego hasta el teléfono móvil y marco el número de Enzo. Espero unos tonos y me salta
el contestador.

—¡Dios no puedo tener tan mala suerte! ¡Vamos, Enzo, responde! No me hagas esto ahora.

Vuelvo a marcar y al sexto tono, vuelve a saltar el contestador. Esta vez le dejo un mensaje:

«Enzo, hay alguien en mi casa. No sé si es un ladrón, un asesino o qué coño busca, pero estoy
muy asustada. Voy a llamar a la policía. Te he llamado dos veces y no puedo entretenerme más, el
tipo está arriba, en los dormitorios, registrándolo todo. Voy a llamar a la policía.»

Me dispongo a marcar el número de la policía y una voz grave, detrás de mí, me grita que
suelte el móvil.

—¡Suelta el puto teléfono! ¿Quién coño eres? —pregunta a gritos.

—Yo… vivo aquí.

—Muy bien, señora vivo aquí, ¿me puede decir su nombre?

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—No puedo hablar, pero finalmente lo hago. Me, me llamo Susan —le dio el primer nombre
que vienen a mi mente— ¿y usted?

—Como comprenderá no pienso decírselo. ¿Dónde está su marido?

—Eh, está en, ha salido a tirar la basura, pero enseguida vuelve. Si quiere puedo darle algunas
joyas que tengo en el dormitorio antes de que regrese —Digo para entretenerlo. He escondido el
cuchillo detrás del pantalón del pijama.

—¡No me mienta! Sé que él no está. Falta uno de los coches. Sepa usted que no quiero hacerle
daño, puede soltar lo que esconde detrás, si lo hace, nadie resultará herido. He venido a buscar algo,
pero me parece que aquí no está.

—Si quiere dinero, puedo darle la tarjeta…

—No, no quiero su puto dinero, necesito algo de su marido… pero me temo que aquí no está
¿tienen otra propiedad?

No sé para qué diablo quiere saber eso, pero al final le confieso la existencia de La Finca. Me
pregunta dónde está, y se lo indico. En ese momento, entra en escena Buddy que se le abalanza para
morderle. El ladrón empieza a golpear al animal en el vientre. Buddy chilla y yo me lanzo sobre él
con el cuchillo. El asaltante me ve y lo esquiva, me lo quita, forcejeamos y me hace un corte en la
mano. Al ver la sangre, ambos soltamos el cuchillo. El hombre sale corriendo, parece arrepentido de
haberme herido, Buddy corre detrás. La desesperación en sus ojos me conmueve porque parece huir
arrepentido por lo que ha hecho. Miro el corte y veo que no es muy profundo, pero sangra mucho por
ser un bastante limpio. Ha debido de seccionar alguna pequeña vena de la mano. Abro y cierro la
mano y veo que todos los dedos se mueven, parece que no me ha cortado ningún tendón. Las gotas
de sangre caen al suelo y escucho la puerta del jardín cerrarse de un portazo, parece que ha huido
corriendo calle abajo. Cojo un trapo de la cocina y lo envuelvo en mi mano para cortar la hemorragia.

Suena el móvil y veo que es Enzo. Rompo a llorar y casi no entiende lo que le digo. Solamente
entiende ladrón en casa y ha huido corriendo.

—Voy para allá. Escúchame. Tu dormitorio es una habitación segura, ¿verdad? Enciérrate allí
hasta que yo llegue. Podría volver.

—Sí, pero, ¿y el perro? ¿qué va a pasar con él?

—No te preocupes por animal ahora, Anna, por el amor de Dios, ponte a salvo, ve a tu
habitación. Estoy ahí en diez minutos.

—De acuerdo —respondo entre sollozos. Ese tío ha podido matarme.

Corro escaleras arriba, sintiéndome tan culpable por dejar solo a Buddy, él que ha dado, de
nuevo, su vida por defenderme… Una vez en la puerta del dormitorio me doy la vuelta arrepentida,

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no puedo dejarle solo, vuelvo a bajar los escalones de dos en dos. Entro en la cocina y allí está Buddy
malherido y magullado. Lo recojo y subo a duras penas con él por las escaleras. No creí jamás que un
Beagle pudiese pesar tanto… Me encierro y me tumbo sobre la cama con el animal que respira de
manera entrecortada, parece dolorido, pero no sangra por ninguna parte, al menos que yo lo vea.

Permanezco junto al animal durante unos veinte minutos, los más largos que recuerdo en mi
vida. Pienso en llamar a los chicos y me alegro de que no estuviesen en casa. No sé qué hubiese
ocurrido con ellos dentro. Sacudo el pensamiento macabro de ese asaltante atacando a mis hijos y
abro la puerta del dormitorio. Cuando veo a Enzo con cara de preocupación me tiro a sus brazos.

—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? —pregunta mirándome de arriba abajo.

—Solo ha sido un corte en la mano. Ya casi ha parado de sangrar…

Me mira la mano y me abraza, besándome en la frente.

—Me he llevado un susto de muerte. ¿Sabes quién era? ¿Te ha atacado Frank?

—No, no, jamás había visto a ese tipo. Ese hombre no es de por aquí. Buscaba algo de Frank.
Ha estado rebuscando por los dormitorios y se ha marchado al no encontrar lo que buscaba.

—¿No ha robado las joyas, ni el dinero?

—No. Solo buscaba algo de Frank… se fue corriendo hacia La Finca, Me preguntó si teníamos
otra propiedad…

—¡Quédate aquí! Debo detener a ese capullo… Por cierto, ¿cómo está el perro?

—Parece más tranquilo, he llamado al veterinario para que lo vea. El doctor Souza tiene
guardia las veinticuatro horas. No vayas solo, Enzo.

—Anna, este es mi trabajo. No te preocupes, ese gilipollas deseará no haber nacido cuando lo
encuentre.

—Enzo, ese hombre tiene el brazo herido, se cortó al romper el cristal de la puerta… ¿Dónde
vas? Está muy oscuro, es de noche, no verás nada.

—No te preocupes. Llamaré a la central y vendrán refuerzos. Si hace falta pediré un


helicóptero.

—De todos modos ese tipo no parecía tan peligroso —Enzo me mira desconcertado—, quiero
decir que parecía arrepentido de haberme herido, forcejeamos por culpa del perro que se puso
nervioso. Me repitió en varias ocasiones que no quería hacerme daño. Creo que pensaba que no había
nadie en casa y por eso entró.

—Anna eres demasiado buena persona. Si alguien irrumpe en tu hogar durante la noche y te

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agrede, no debes sentir lástima por él.

—No lo entiendes, parecía angustiado, y al mirarlo me dio la sensación de poder conocerlo de


algo… cuando hablamos tuve la corazonada de que no me mentía.

—Ahora debo marcharme., más tarde te llamo.

Cuando Enzo está saliendo de casa, una pareja de agentes del FBI de la división de
criminalística llegan para recoger muestras de la sangre del asaltante. Me parece un despliegue
demasiado exagerado para un intento de robo en un domicilio cualquiera, bueno es la casa del
alcalde, pero él ni siquiera está aquí. Enzo los saluda y me dice que estoy bien protegida con ellos.

Los agentes son muy profesionales y correctos. Les cuento de nuevo cómo ha sido todo, y se
llevan unas muestras de sangre del cristal y de la puerta, también recogen muestras del suelo. Para
descartar cuál es la sangre del asaltante y cuál la mía propia.

Cuando están terminando de recopilar las muestras en el dormitorio, llega el doctor Souza, el
veterinario. Lo saludo a un lado, en otra habitación, e inspecciona a Buddy, finalmente determina que
debe llevárselo a la clínica para explorarlo mejor. Según me cuenta, parece que tiene una patita rota y
debe hacer unas placas para descartar que haya dañado algún órgano interno. Acordamos que yo iré
mañana a verlo a la clínica. No puedo irme de casa todavía, los agentes aún no han terminado. La
policía decide cerrar la puerta rota con unos tablones que yo tenía en el jardín, para evitar que nadie
pueda entrar, o si lo intenta, que haga un ruido tan atroz que despierte a todo el vecindario.

—¿Quiere que la llevemos a un hotel? —pregunta el más bajo de ellos.

—No se preocupe. Lorenzo, el agente Mancini, me ha dicho que puedo quedarme aquí. De
todas formas la habitación de matrimonio está blindada.

—De acuerdo, como quiera. Es usted muy valiente. La mayoría de las personas no podrían
dormir aquí solos, después de lo que ha pasado esta noche.

Me despido de ellos, y nada más abandonan la casa, me arrepiento de no haberme ido a un


hotel. Cada esquina me parece una amenaza y cada rincón un lugar donde alguien podría esconderse
para atacarme. Me voy al dormitorio y veo un poco la televisión. Me he tomado un tranquilizante
para dormir, no me me hace falta, porque estoy tan agotada que me duermo hasta que el teléfono me
despierta a eso de las cinco y media de la mañana.

—Anna, ¿cómo estás? Me han dicho los compañeros que te quedabas ahí, ¿sigues en tu casa?

—Sí, sí, estoy bien. Me he quedado dormida.

—Hemos pillado al cabrón. Lo hemos encerrado y a las ocho empezará el interrogatorio. Ya te


contare lo que buscaba este tipo en tu casa, no tardará en cantar.

129
—¿Dónde lo habéis cogido?

—Estaba en La Finca. Dentro de la casa. Por lo visto, tu marido había puesto algunos cepos
cerca de la chimenea y en otras partes de la casa. Como entró a oscuras y deprisa, no los vio, y
cuando llegamos estaba chillando de dolor porque un pie se le quedó atrapado dentro de uno.

Dejo escapar un grito de incredulidad.

—¿Qué hubiese pasado si los niños o yo hubiésemos ido a la Finca? Frank es imbécil. ¿Por qué
habrá puesto eso allí?

—Solo puedo decirte que si colocas uno de esos es porque no quieres que nadie entre en tu
casa. No sé en qué anda metido tu marido, pero vamos a averiguarlo.

—Tal vez sea por lo que me ocurrió aquel día con el tipo que estaba en la finca…

—Puede ser. Bueno, ya hablamos.

Me quedo recapacitando sobre lo que Enzo me ha contado. Parece que cada día que pasa
conozco menos a Frank. Si ese hombre estaba buscando algo y creyó que se encontraba en la finca, al
haberlo atrapado, todavía no lo ha encontrado. Empiezo a pensar que Frank oculta algo en la casa de
La Finca. Tendré que ir a averiguarlo yo misma. El sueño me vence de nuevo y me duermo cerca de
que el sol abandone su letargo nocturno.

130
5 mayo de 2016, miércoles.

Tras una hora de interrogatorio, el detenido no parece decir nada coherente. Solo se lamenta
por lo que ha hecho y culpa de todo a “él” sin decir claramente a quién se refiere.

—Dígame, Stephan Sullivan, ¿cuál es el verdadero motivo para que irrumpiera en casa de la
señora Tomlinson? Sepa que mi paciencia tiene un límite… sé que estaba buscando algo en su casa,
algo de su marido… verá, si tiene algo contra el Sr. Tomlinson y quiere que le ayudemos, deberá
hablar.

—¿Qué sabe usted de ese animal?

—Usted no es el que pregunta, Stephan. ¡Cuéntenos qué tiene usted en contra de Frank
Tomlinson! —Grita Enzo, apretando los puños, está apunto de perder la paciencia.

Traga saliva y mira a los lados. Está acorralado, pero no se decide a hablar, parece tener
miedo, algo lo bloquea… finalmente, haciendo un gran esfuerzo, habla.

—Verá. Hace años, trece años. Mi hermana fue asesinada…

Enzo levanta la ceja y con un gesto le indica a su compañero que traiga los expedientes
antiguos.

—¿Quién era su hermana? Dígame su nombre, por favor.

—Megan Sullivan. Asesinada en la universidad de Miami el 14 de Mayo de 2003.

Enzo levanta la vista, lo mira, ese hombre tiene un gran sufrimiento interior. Durante todos
estos años, su conciencia no ha descansado, ahora lo comprende todo.

—La señorita Sullivan fue brutalmente asesinada y violada en los aparcamientos de la


universidad. Su cuerpo fue arrojado en una cuneta a unos cien metros de distancia de donde fue
asesinada —informa uno de los agentes del FBI que está en la sala. El aire está manido por el olor al
sudor de Stephan y el vendaje chapucero que le han hecho en una enfermería de camino a las oficinas
del FBI.

—Sé que ese hijo de puta la mató —asegura Stephan con rabia.

—¿Cómo está usted tan seguro? —Pregunta Enzo, inclinándose hacia él, presionándole,
sintiendo que está apunto de encontrar algo crucial para su investigación.

—Por esto… —deja un trozo de papel sobre la mesa— puede leerlo en voz alta si quiere.

Enzo coge el arrugado y translúcido papel, tan gastado por los bordes que parece que pudiera
desintegrarse nada más tocarlo. El papel manuscrito está firmado por Frank:

131
Querida Megan,

Espero que tu rechazo del otro día sea debido a tu gran amistad con ella, pero no olvides que ella es aún
una niñata comparada contigo. Tú eres toda una mujer, alguien que podría disfrutar con todo lo que tengo para
darte. Sé que en el fondo sientes algo por mí. Si no te atreves a que nos vean juntos, te propongo que nos veamos
en el parking oeste de la facultad de derecho el domingo, cuando no haya nadie que pueda sorprendernos. De
igual manera, si vienes a la cita y escucho de tu boca que no te gusto, que no me deseas, os dejaré en paz a las
dos.

Tuyo,

Frank.

—Es obvio que Frank quería quedar con ella en el lugar donde fue encontrado su cuerpo,
aunque eso no prueba nada, habían quedado para el domingo, y eso ocurrió un viernes, aunque
podría ser un buen indicio. Tal vez Megan solía pasar por esa zona del campus. ¿Dónde encontró esta
carta, Stephan? —pregunta el otro agente del FBI.

—Estaba entre sus cosas. En una de sus chaquetas vaqueras. Doblado muchas veces. Un año
después de su muerte, justo cuando íbamos a donar toda su ropa a la beneficencia, verán ustedes, no
van a creer estas cosas…

—Continúe, por favor no se hace una idea de las cosas que he tenido que llegar a creer por mi
trabajo —le anima Enzo.

—Fue algo muy extraño. Cuando tenía la chaqueta en la mano para meterla en el saco de
plástico para entregar en la parroquia, sentí un calambre al tocarla y tuve que soltar la chaqueta de
golpe. Pensé que me había pinchado con la cremallera o un botón. La recogí del suelo y cuando fui a
introducirla dentro, de nuevo, volví a sentir otro calambrazo. Esta vez, la chaqueta cayó del revés y vi
un bultito en el interior del bolsillo. Pensé que sería un pin o algo que cortaba, que eso sería con lo
que me había pinchado. Decidí retirarlo para que nadie se hiciese daño al manipular la ropa usada.
Entonces descubrí un papel, la carta, sentí un escalofrío. Me pareció como si ella me hubiese
empujado a descubrirla, no sé, pensarán que es una tontería, pero a mí no.

—Señor Sullivan. Hay muchas casualidades que tachamos de eso, de simples coincidencias,
pero que en realidad no tienen explicación. Tal vez sea uno de esos momentos “extraños” que todos
hemos vivido alguna vez en la vida cuando se trata de nuestros seres queridos… sin embargo, debe
quedarse con el hecho de haber encontrado una buena pista.

—Desde ese momento, he pasado más de diez años buscando a ese tal Frank, al cabrón que
acabó con la vida de Megan —se frota los ojos tan rojos que parece que está a punto de llorar.

—¿Por qué no avisó a la policía?

—Para qué, ¿han hecho algo en todo este tiempo? Su caso está cerrado y archivado, aunque

132
insistan en que sigue abierto. Todos sabemos lo que ocurre con los casos de asesinato después de seis
meses. Si la casualidad de que otro caso puede reabrirlos es una suerte, sino seguirán olvidados en los
archivos de alguna comisaría, perdidos para todos, menos para sus seres queridos. A Megan solo le
quedo yo, ¿sabe? Mi padre falleció antes de que desapareciese. Sin embargo, mi madre murió con esa
pena en su corazón. Le prometí que encontraría al hijo de puta que mató a nuestra niña.

—Bueno, y… ¿qué le llevó a la casa de los Tomlinson después de tanto tiempo?

—Durante una década he buscado, seguido y perseguido a todos los “Franks” de la facultad
de derecho y demás facultades cercanas de la universidad de Miami. ¿Sabe cuántos jodidos Frank
había por esas fechas en el campus?

Enzo guarda silencio como muestra de respeto por ese pobre hombre que debe haber perdido
todo en la vida solo por encontrar al asesino de su hermana, por vengarla. Se encoge de hombros.

—Ciento cuarenta y tres jodidos Frank en esa época. Los he investigado, seguido, interrogado,
acosado, a todos y cada uno de esos ciento cuarenta y tres tipos. Pero todo fue en vano. Solo al final
de mi búsqueda, me tope con una antigua amiga de Megan que trabajaba de camarera por la zona
donde buscaba a uno de esos tipos, al preguntar por ese Frank y enseñarle una foto, ella la reconoció.
Estuvimos hablando de lo que recordaba y fue cuando me dijo que Anna se había casado con otro
tipo llamado Frank que era amigo de las dos. Un tipo mayor, forrado, y que las llevaba a dar vueltas
en su coche en aquella época. Por lo visto, se les pegó unos meses antes de la muerte de Megan.
Después me contó que en la actualidad era el alcalde de Lighthouse Point y vine a buscarlo.

—¿No cree que se ha pasado, amigo? Ha agredido a Anna, la amiga de su hermana, tal vez su
mejor amiga.

Stephan empieza a llorar. Lo hace desconsoladamente. Enzo decide que es mejor dejarlo solo.
Siempre le causa cierta tristeza y un poco de vergüenza contemplar cómo otro hombre llora delante
de él. Esa pérdida de papeles le parece un poco patética, pero necesaria para desahogar la pena de
dentro, para vaciarse y empezar de nuevo. Comprende que necesita estar solo y se marchan.

—¿Qué opinas, Randy?

—No sé, algo no me encaja. Creo que sabe algo más pero no quiere contarlo.

—Tampoco nos ha dicho qué buscaba en La Finca…

—Yo creo que lo buscaba a él, para cargárselo. Por eso no fue a por la señora Tomlinson —dice
Randy, bebiendo un sorbo de su café frío— la pista es muy buena, Enzo. Podríamos llevársela al
juez…

—Cautela, Randy, cautela… es el alcalde de Lighthouse Point, no quiero cagarla de nuevo.

—Como tú digas. Eres el jefe. Pienso que ese tipo fue a la Finca buscando lo mismo que

133
nosotros…

—¿Te refieres a la vez que casi te cargas al perro de los Tomlinson y dejaste a la Anna herida?
—pregunta de manera irónica y le quita el café que se bebe de un sorbo.

—¡Eres un cabrón! No lo hubieses hecho mejor que yo —aclara, Randy.

—Anda, ¡cállate! Que casi acabas con Anna y eso no te lo hubiese perdonado nunca, por muy
colegas que seamos —dice Enzo.

—Todavía me duele la mandíbula del puñetazo que me diste, cabrón —sonríe.

Los dos están hablando cuando llega Aniko Smith del laboratorio con unos papeles en la
mano.

—Siento interrumpir lo que parecen comentarios muy profesionales y algo machistas. No me


interesa de lo que estéis hablando, pero los resultados del laboratorio están listos. El análisis del ADN
concuerda con la identidad del sujeto. —Abre el dosier para que lo lean y ella se lo interpreta— la
sangre encontrada en la puerta de la cocina es del señor Sullivan. Eso no es lo que me ha llamado la
atención. Miren de quién es el otro análisis de sangre, el que recogimos del suelo de la cocina…

Enzo lee el informe y se lleva la mano a la boca tapando su asombro. Tiene que apoyarse en la
mesa para asimilar la información.

—No puede ser. Debe haber un error, debe haber habido transferencia en las pruebas. Estamos
hablando de un porcentaje muy alto, solo sería posible si…

—No hay lugar a dudas, Mancini. La otra sangre es de una mujer, no ve la diferencia en el
análisis de ADN en el encabezamiento del análisis. La primera muestra corresponde a un varón y la
segunda a una mujer.

—Entonces, ¿Qué significa esto? —pregunta Enzo en voz alta.

—Pues… que creo que tienes que volver a interrogar al sospechoso —determina Aniko
marchándose.

134
XIII

5 de Mayo de 2016, miércoles. (La Finca)

El interés de ese hombre por encontrar algo relacionado con Frank en la Finca, , junto con el
otro asaltante que encontré husmeando en la casa unas semanas atrás, además del hecho de que
Frank haya puesto cepos en el suelo por si alguien entra allí, sin consultármelo, no hacen más que
incrementar mi curiosidad y mi interés por saber qué se esconde allí.

Es demasiada casualidad. Todo apunta a que Frank está metido en algo turbio. No sé si está
relacionado con drogas o algo peor... Cojo mi bolso bandolera y dentro meto un cuchillo bien grande
y una linterna. Esta vez no me van a pillar por sorpresa.

Recorro el camino desde el puente de hierro hasta que me adentro en el bosque mientras hablo
con el veterinario. Por lo visto, Buddy tenía un pequeño hematoma interno producido por el golpe, le
ha sido cauterizado, y en un día podemos ir a recogerlo. Son buenas noticias. Mi pobre perro está
sufriendo todos mis sobresaltos. Miro a mi lado y me alegro no tenerlo a mi lado, siempre que ocurre
algo, se lleva la peor parte.

Ya en la puerta de la casona, miro el móvil extrañada, compruebo los WhatsApp, SMS, y


demás aplicaciones por las que Frank me suele contactar. Desde nuestra última conversación sobre
las cámaras, no ha vuelto a llamarme.

«Mejor así»—pienso para mí.

La puerta está entornada. Habrá sido forzada por ese tipo y la policía la ha dejado casi cerrada
y con un ridículo precinto de: “Manténgase fuera investigación del FBI” como si cualquiera que
ronde por allí, fuese a respetar una ridícula banda de plástico. La aparto y entro. Descubro enseguida
la sangre de ese hombre en una esquina junto a la entrada del salón. Saco la linterna porque no quiero
llevarme una dolorosa sorpresa, con la otra mano agarro e cuchillo, por si las moscas. Supongo que
Enzo y el FBI habrán limpiado la casa de cepos cuando estuvieron aquí, pero por si acaso, debo
mantenerme alerta.

Camino despacio. Siento que el corazón me late a mil por hora. Lo último que quiero es
descubrir a un socio enfadado o un narcotraficante recogiendo su alijo dentro de la casona. Sigo
caminando y cuando ya he atravesado el casillo que lleva al salón, veo una sombra que se adentra en
la otra estancia más grande. Al verla, me llevo un sobresalto y salto al lado contrario. El cuchillo cae
al suelo y escucho el ruido chirriante y mortal de unas fauces metálicas cerrándose en torno al arma
blanca.

135
«Ha estado cerca…» —respiro aliviada.

Entonces, la sombra, esa que creí pertenecer a alguien que estaba allí. Continúa avanzando por
la pared sur del salón, pero nadie camina delante de ella. Miro hacia la ventana por si es algo que se
mueve en el exterior, la sombra de un árbol o algo que proyecte su sombra hacia el interior de la
habitación, sin embargo, no hay nada. Cierro los ojos y los abro de nuevo, esperando comprobar que
haya desaparecido, pero la veo de manera difusa avanzando como si recorriese un camino,
aparentemente libre de cepos. En vez de sentir miedo ante esta experiencia fuera de lo común, siento
una paz y una tranquilidad que me sorprenden. Esa es la misma sensación que he tenido en las otras
ocasiones en que, a pesar de no poder explicar lo sucedido o de poder asegurar que fuese real, he
sentido que estaba cerca para ayudarme, así que la sigo, como un penitente que camina detrás de la
imagen de un santo. Cuando llega a la esquina de la chimenea, se detiene y parece como si se girase
para comprobar que la estoy siguiendo, entonces, desaparece.

Desconozco porqué ha desaparecido en este preciso lugar de la casa, tan sucio y común como
otro cualquiera de la vieja casona. Necesito sentarme y respirar profundamente para asimilar lo que
he visto, para no empezar a cuestionarme si me estoy volviendo loca. Sentada en el suelo de madera,
agacho la cabeza y la introduzco entre mis manos para relajarme. Es entonces, cuando observando el
suelo, descubro que las vetas de la madera de esa esquina van en dirección vertical en vez de en
sentido horizontal; como el resto del suelo de la estancia. Una apreciación que jamás hubiese
percibido de no ser por que algo me ha hecho detenerme aquí. Observo la misma esquina, y detecto
que por ahí el suelo está ligeramente más levantado. Lo empujo por si cede o es una tabla que está
suelta, y aparece en el lateral una arandela metálica como las usadas en las trampillas.

«¡Bingo! Aquí hay algo» —pienso feliz por mi hallazgo. Tal vez aquí es donde está escondido
lo que todos buscan.

Lo que quiera que sea, es un secreto de Frank, o tal vez, ni él mismo sepa que existe algo
debajo del suelo. Toco la arandela y me da mala espina. Casi siento ganas de retirarla por miedo a lo
que me aguarde detrás. Levanto la portezuela y un olor a rancia humedad me echa para atrás, hace
que me lleve la mano a la boca para aguantar una arcada.

Unos escalones de piedra conducen hacia abajo. Sorprendida observo una empinada escalera
de piedra que se introduce en el interior de la tierra y me aleja de lo que, hasta ahora, he creído que
era la única planta baja de la casa. Ese sótano está oculto bajo un terreno anexo a la casona, pero no
debajo mismo de esta. Es por eso que jamás lo habría descubierto, ni jamás he detectado un sonido
hueco debajo del suelo. Frank nunca se ha prodigado en invitarnos para permanecer más de un par
de horas en la casona, su casona, como yo siempre la he llamado; ahora lo entiendo.

Me asomo desde el penúltimo escalón. Al alumbrar con la linterna, descubro lo que parece
una camilla de quirófano. Perpleja, ilumino con el haz de luz a una mesa con instrumental quirúrgico
y unas correas para atar a los pacientes cuando no colaboran. Comienzo a caminar por en medio de la
oscuridad, con miedo a tropezar con algo, o no estar sola. Agarro el cuchillo por si algo me

136
sorprende. Ilumino al suelo, que parece ser de terracota, por miedo a pisar un cepo o algo peor. No sé
qué diablos hace ese quirófano de campaña debajo de la vieja casa.

Abro bien los ojos y me acerco a innumerables vitrinas con objetos variopintos. Tras
observarlas un rato, casi sin reaccionar, por lo meticulosa colocación de los objetos, consigo centrarme
y puedo leer:

Melanie Oak, Nevada, 13 de Noviembre 2005.

Dentro hay un casco de moto y en una cajita, un mechón de pelo dorado. Miro otra y descubro
que hay otro nombre de otra mujer:

Eve McDermot, Washington, 6 de Febrero de 2007.

No sé de qué va todo esto. No sé si son recuerdos de antiguas exnovias o qué diablos significa
esa pulcra vitrina en mitad de tanta oscuridad. Los recuerdos parecen estar expuestos en un museo,
como si de verdaderas obras de arte se tratasen.

Tras observarlas unos instantes, comprendo algo, eso no son recuerdos de antiguas novias…

Busco la fecha de muerte de Megan sin saber muy bien por qué, tengo una dolorosa
corazonada. Entonces, dejo caer la linterna al descubrir una vitrina un poco más abajo con su nombre
y la fecha de su muerte.

Megan Sullivan, Miami, 14 de Mayo de 2003.

Dentro, contemplo su jersey naranja, su favorito, el que yo le regalé porque le había encantado
cuando me vio uno parecido puesto; junto a este descubro lo que parece otro macabro trofeo: un
mechón de su pelo rizado. Siento una arcada, pero esta vez no puedo reprimirla. Vomito en mis pies,
justo a tiempo para retirarlos. Siento que me mareo. No entiendo nada.

Descubrir ese lugar, sin jamás haberlo sospechado, me deja mal, muy mal. Todo me da vueltas
y necesito salir del lugar. Me siento culpable por no haberlo descubierto nunca, por no saber que
debajo de nuestros pies tenía las respuestas a tantas preguntas…

Hecho un ultimo vistazo mientras me marcho y descubro más de una veintena de vitrinas,
además de numerosas armas y objetos de tortura colgados en la pared de enfrente.

«¿Qué significa esto? ¿He estado casada con un asesino múltiple, un psicópata?» —Tengo que
agarrarme a los escalones porque las piernas me pesan y todo empieza a darme vueltas.

—Pobre Megan, mi pobre Megan, ¿Por qué? ¿Por qué has hecho esto, hijo de puta? —grito de
pura rabia, pero también para liberar el miedo.

«¿Hemos estado en peligro toda nuestra vida? ¿Quién es ese animal?»

137
Rompo a llorar al recordar la mirada de sádico asqueroso el día que lo descubrí mirando a Zoe
en el baño— mi niña, mi pobre niña… a merced de ese, ese… asesino.

«¿Cómo he estado tan ciega, cómo? Tanto tiempo… Seguramente haya sido porque no he
querido ni mirarle, no lo he querido y me he centrado en mis hijos, ignorándolo siempre que he
podido, tan aliviada cuando estaba lejos de casa.»

Siento asco y vergüenza por haberlo dejado dormir a mi lado tantas noches… incluso estaría
pensando en cómo matarlas cuando parecía que estaba dormido a mi lado en la cama. Grito de nuevo
de pura rabia y frustración. Entonces, empiezo a llorar hasta que no queda dentro nada, hasta que me
quedo vacía de rabia, de pena y de mí.

De repente, suena el móvil. Solo tengo una rayita de cobertura. Decido continuar la subida de
los escalones y salir de este horripilante lugar. Una vez arriba, tengo más cobertura.

—¿Sí? —pregunto sin mirar quién llama, sin casi estar preparada para emitir sonidos, mucho
menos palabras u oraciones.

—Anna, ¿dónde estás? —pregunta Enzo, parece preocupado— Ha ocurrido algo, debo
contarte una cosa muy importante. Debes venir para la oficina del sheriff. ¡De inmediato!

—Yo, yo también debo contarte algo… importante… —digo medio mareada—deberíais


venir… a la Finca. He encontrado…

—¿Qué ocurre, Anna? —pregunta Enzo angustiado al oírme balbucear.

—Las he encontrado…

—¿El qué has encontrado, Anna? ¿Qué te ocurre? ¿Dónde estás?

—Las ha matado él, Enzo… él, tienes que… venir…

—Anna, escúchame, ¿dónde estás? Voy enseguida, solo dime ¿dónde estás?

— Mi marido ha matado a todas esas mujeres… él la mató…

—¿De qué hablas Anna?

—Él la mató, Enzo, él mato a Megan, el hijo de puta la mató… he visto su jersey guardado en
ese sótano, el que yo le regalé…

—¿En qué sótano? Anna, escúchame, tranquilízate y dime dónde estás.

—…en …la casona de… Finca.

—No te muevas, vamos para allá. ¡Aguanta, Anna! ¿Anna? ¿Estás ahí?

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No tardaran mucho en llegar, pero prefiero esperar fuera para despejarme. He sufrido un
desvanecimiento, pero al respirar debajo de los altos árboles me voy recuperando. Los miro ahora y
parece que quieran protegerme, pero, sin embargo, habrán sido testigos de muchas de las atrocidades
que haya querido llevar a cabo Frank, amparado por el secretismo del bosque centenario.

Lloro para que cuando Enzo llegue aquí no me vea en este estado. Va a pensar que soy una
idiota, una boba que jamás sospechó nada, que no intuyó que convivía con un sicópata, tal vez lo sea.

«¿Cuántas vitrinas había, veinte, treinta… más?» —sacudo la cabeza para no pensarlo más.
Siento tanta pena por dentro, por esas mujeres, sus maridos, sus hijos, y amigos, que creo que voy a
romperme por dentro. Cuánta maldad en una persona, y sin embargo, cómo no lo he visto venir,
cómo no he sospechado nada… No puedo asimilarlo, ni siquiera se me había pasado por la cabeza, en
la vida hubiese dicho que Frank es... un monstruo. Lo que acabo de ver parece uno de esos macabros
capítulos de series policíacas de la NBC. Me cuesta creer que pueda tener algo que ver con mi vida,
con mi realidad.

Seguro que la gente murmurará y dirán que cómo fue que no me di cuenta. Incluso algunos
malpensados pensarán que yo he colaborado con él, al menos en cierto modo. Estoy destrozada,
como si mi alma hubiese abandonado mi cuerpo del espanto, por no poder soportar mirarme.

«¿Por qué nunca me hizo daño a mí? ¿Por qué no trató de matarme a mí también Como ha
hecho con todas esas mujeres…? ¿Qué hubiese pasado si Enzo no llega a entrar en mi vida? Si
hubiese descubierto esto yo sola… tal vez ahora estaría en una vitrina más».

Me estremezco con los abominables pensamientos que vienen a mi cabeza. No entiendo cómo
ha podido escucharme hablar tantas veces del asesino de Megan y las veces que le he mostrado mi
más profundo deseo de que detuviesen al cabrón que la había matado… y lo he tenido siempre a mi
lado. Jamás se inmutó, o se puso nervioso por creer que yo supiese la verdad. En vez de eso, me
contaba historias sobre la policía y me decía que tenía todo su apoyo y dinero para colaborar en la
investigación policial para pillar a su asesino.

«¿No es mezquino? ¡Qué sangre más fría! ¿Cómo ha podido disimular tantos años delante de
mí? Cómo no he visto que era él quien la había matado y violado.

Vuelvo a sentir otra arcada al recordarlo haciendo el amor conmigo. Vomito hasta que no
queda nada en mi estómago. Me da repelús nada más pensarlo. Empiezo a divagar acerca de si no me
merezco yo también estar fuera de este mundo, si tal vez debería desaparecer… pero entonces, pienso
en mis pequeños y comprendo que no les puedo hacer eso. Pobre Adam. Ese monstruo sí que es su
padre. Debo protegerle y cuidarle para que no se identifique con su padre, que no se avergüence de
ser su hijo.

139
«Pero, ¿Cómo le explicas a tu hijo de nueve años que su padre, a quien idolatra y quiere, es un
asesino-psicópata?»

Escucho los coches de policía en la distancia, las sirenas resuenan en el bosque sin saber bien
de dónde proceden, el eco por el que fluye el sonido de los coches rebota en los centenarios troncos
multiplicando las sirenas por doquier. Veo los reflejos de las luces azules y rojas en el camino que
viene hasta la casona. Antes pensaba que ese bosque era un tanto inquietante, y sin embargo, lo
amaba como se ama la belleza imponente que nos demuestra lo pequeños que somos en comparación
con otros seres vivos que llevan mucho más tiempo que nosotros sobre la tierra. Ahora odio este
lugar, me asquea y quiero salir corriendo de aquí, olvidarlo todo, quemarlo, arrasarlo para que nunca
nadie pueda volver a esconderse entre sus sombras para llevar a cabo las atrocidades que Frank ha
cometido.

—Ahora podrás descansar en paz, amiga —digo en voz alta, cuando me levanto del suelo— te
lo prometo. Vamos a atrapar a tu asesino, aunque sea lo último que haga, te lo debo.

Una repentina brisa de aire parece traerme su perfume, sí, ese tan peculiar con olor a cítricos
que tanto le gustaba a Megan. Siento una extraña sensación, como si no estuviese sola. Una especie de
bruma me envuelve por delante, como si una presencia me abrazase. En lugar de salir corriendo,
miro hacia el frente y abro los brazos para recibir lo que quiera que sea eso. Entiendo que es Megan,
su alma o lo que quiera que sea ahora, ha venido a despedirse de mí. Después, la sensación
desaparece como vino, con otra ráfaga de viento que se aleja antes de que Enzo y sus hombres
invadan la trascendencia de ese momento íntimo entre dos amigas que se despiden para siempre.

Enzo corre hacia mí, me abraza y me besa. Los presentes miran a otro lado para darnos un poco de
intimidad, a estas alturas ya habrá deducido que entre nosotros hay algo más que una relación
profesional.

—¿Qué ha sucedido Anna? —pregunta angustiado y mirándome de arriba abajo, como si me


faltase alguna parte del cuerpo— ¿estás bien?

—No sé cómo estoy, cómo me mantengo en pie —ahogo un atisbo de llanto y prosigo— Vine a
buscar respuestas… no me quedaba claro porqué ese tipo tenía interés en la Finca… y vaya si las he
encontrado… —rompo a llorar y Enzo les indica a sus compañeros que entren en la casona. Varios
agentes del FBI, algunos con perros rastreadores, se introducen en la casona.

—Tranquilízate. Lo has hecho muy bien. Llevo detrás de ese cabrón mucho tiempo…

Miró a sus ojos azules y lo veo emocionarse.

—¿Cómo mucho tiempo? ¿Sospechabas de Frank? —pregunto asombrada, separándome de él.

140
—Sí. Bueno, no podía decirte nada… yo…

—¿Has dejado que ese sicópata durmiese conmigo todo este tiempo y con mis hijos, aún a
sabiendas que estábamos en peligro? ¿Desde cuándo lo sabías? ¿Por eso te acercaste a mí? ¡Já! Ahora
encaja todo. —Le aparto de un empujón y me seco las lágrimas.

—No lo entiendes Anna. Estaba en mitad de una investigación…

—¡Claro, solo éramos un número más para el FBI!

—No seas injusta. He hecho todo lo posible para que…

—Para colgarte una medalla y volver triunfal a Nueva York, ¿no? Ahí la tienes, ahí tienes tu
caso, tu asesino, hoy eres el agente estrella. Cuando la prensa se entere será un héroe y a nosotros... a
nosotros nos destrozarán la vida —grito entre lágrimas. Trata de acercarse, pero me alejo y lo aparto.
Veo que necesita el contacto físico, abrazarme para tranquilizarme, pero estoy fuera de mí.

—¡Anna! Frank ha matado a muchas mujeres durante estos últimos años, entre ellas a mi
mejor amiga… durante todo este tiempo lo he seguido por todos las ciudades y estados donde ha
matado a alguna chica. Siempre detrás, siempre un paso por delante nuestra, nunca habíamos estado
tan cerca… Hace relativamente poco descubrimos que el cabrón llevaba una doble vida aquí en
Lighthouse Point, como un ciudadano honorable y bien considerado. Se nos ha escapado muchas
veces y nunca habíamos encontrado las pruebas que lo incriminasen directamente, hasta hoy, tú has
resuelto el caso. Tú eres quien ha hecho justicia a todas esas mujeres. Así se sabrá…

Permanezco en silencio porque son tantas las burradas que le diría, que temo que tras decirlas
sea demasiado tarde. Al final, exploto.

—¿Tu mejor amiga? ¿Se te olvida que una de mis mejores amigas también fue asesinada por
mi marido? ¡mi propio marido! No puedo ni decirlo en voz alta sin que me revienten los oídos.

—Tenemos que hablar de esto con tranquilidad, por eso te llamé antes, por favor,
acompáñame al coche de la policía.

Enzo adelanta el paso hasta una de las patrullas. Le sigo más bien por inercia, que por ganas.
Dentro hay alguien, parece un hombre detenido.

—No será…

—No, no te preocupes, no es Frank. En cuanto procesemos las pruebas, el juez podrá darnos la
orden de detención, mientras tanto, hay algo que deberías saber, Anna. No creo que sea el mejor
momento, pero es necesario que escuches lo que este hombre va a contarte.

Enzo abre la puerta y aparece ante mí el asaltante que trató de robar en casa, aquel que
buscaba “algo” de mi marido. Me quedo desconcertada y no puedo hablar.

141
—Puedo soltarlo y quitarle las esposas, si tú das tu consentimiento.

Asiento con la cabeza, incapaz de hablar, no entiendo nada, no sé quién es este tipo, ni qué
tiene que contarme.

—Verás, Anna —empieza Enzo apoyado en el vehículo mientras quita las esposas al
hombre— la noche que Stephan Sullivan irrumpió en tu casa estaba buscando alguna prueba
irrefutable de que tu marido era el asesino de su hermana.

—Lo siento —digo apesadumbrada, ese pobre hombre debe ser otra víctima colateral de la
maldad de Frank—, no sabía que su hermana también ha sido….

Stephan me mira pero no dice nada, casi no es capaz de levantar la vista del suelo.

—Anna, su hermana murió el catorce de mayo de 2003…

Abro bien los ojos al escuchar la fecha que tengo grabada a fuego, solo entonces, reconozco a
Megan en sus ojos, por eso me resultó familiar la noche que entró en mi casa, por eso buscaba entre
las cosas de mi marido… él ya sospechaba de Frank. Ese hombre debe ser el hermano de Megan…

Salto a sus brazos llorando y le pido perdón más de diez veces. Él no reacciona y se queda
quieto, cortado, como uno de los troncos que nos rodean. Finalmente me rodea con sus brazos y
empieza a llorar también.

Cuando conseguimos calmarnos, lo miro y reconozco a mi amiga en la viveza de su pelo y su


manera de mover la boca cuando al fin decide hablar.

—No sabía que eras el hermano de Megan. ¿Por qué no me lo dijiste? Te hubiese dejado
entrar…

—Estaba desesperado, después de tanto tiempo siguiéndole la pista a ese tal Frank de la
universidad, di con tu marido. Creía que no había nadie en casa y… no quise hacerte daño, lo siento,
de verdad. —Me mira de arriba abajo, absorto, como si viese a un fantasma. Está consternado.

—Yo no sabía nada hasta hace un par de horas. Se lo juro. De haber sabido que Frank había
matado a Megan, lo habría denunciado hace tiempo; créame. Jamás sospeché nada. He sido una
tonta…

—No te culpes, Anna —dice Enzo, apoyando su mano en mi hombro—, los asesinos como tu
marido son magos de la mentira. Son muy difíciles de detectar incluso por profesionales, imagina lo
que son capaces de hacer manipulando a personas normales y corrientes. Estoy casi seguro de que
Frank sufre un trastorno de identidad disociativo. Los asesinos en serie tienen impulsos sádicos
cuando son capaces de anular la capacidad de sentir empatía por el sufrimiento de otros. Cuando
adoptan esta personalidad son capaces de hacer uso de la lujuria, o la tortura para obtener placer con
la mutilación de la víctima o placer sexual matándolas poco a poco, durante un prolongado periodo

142
de tiempo.

—Aún así, sigo sin entenderlo. ¿Cómo puede ser tan diferente conmigo y con los chicos? No es
el marido más amable del mundo, pero queda lejos de ser un asesino. Nunca les ha puesto la mano
encima a ellos.

—Debe existir algún vínculo entre vosotros que consigue anular su personalidad sicópata. Por
así decirlo, tú haces que la fiera que lleva dentro se adormezca. Esto no significa que al cabo de un
tiempo, su personalidad sádica no prevalezca sobre la parte más tranquila y necesite huir de aquí
para dar rienda suelta a sus impulsos asesinos, lejos de vosotros.

—Entonces, podríamos decir que está enfermo, ¿no?

—En cierto modo, sí. Solo que esta enfermedad mental es demasiado peligrosa como para que
permanezca en libertad. Incluso tras años de tratamiento, estas personas no llegan a rehabilitarse
nunca. Al contrario, el permanecer encerrados hace que la personalidad sicópata se vengue una vez
son puestos en libertad. Pero, eso no es todo lo que queríamos contarte, Anna.

—¿Aún hay más? —pregunto y me apoyo en el coche.

—Sí —responde Stephan. Le hace una señal a Enzo para que sea él quien hable.

—Anna, ¿recuerdas que Stephan se cortó con el cristal de la puerta de tu casa la noche que
entró?

—Sí —respondo extrañada.

—Tú también te hiciste un corte y tu sangre cayó al suelo. Así que los compañeros de la policía
forense procesaron tu sangre por separado para distinguir una de la otra o por si hubiese habido
alguien más involucrado en el asalto. En realidad estábamos buscando sangre de Frank, no sabíamos
si Stephan podía ser un cómplice de los asesinatos de tu marido. Es muy difícil llevar a cabo tantos
asesinatos sin haber sido cogido en un error durante tanto tiempo. Teníamos dudas razonables de
que tal vez no actuase solo. Al procesar ambas muestras de sangre… veras, hemos encontrado algo
que debes saber…

—¿El qué?

—Bien, hemos detectado que vuestras sangres coinciden en un 99,1 %...

—¿Qué quiere decir eso? —pregunto mirando a ambos a los ojos.

—Eso quiere decir que sin lugar a dudas somos hermanos, Anna. —Anuncia Stephan.

Dejo escapar un suspiro de asombro. Casi empiezo a reír. No puedo creerlo…

—Pero, ¿cómo?

143
—Verás, Megan y yo tuvimos una hermana, una hermana de madre, pero no de padre…
¿Comprendes?

Necesito sentarme en el asiento del coche patrulla que tenía la puerta abierta. Enzo corre a
traerme algo de agua y me quedo a solas con Stephan.

—Ahora lo entiendo, Anna. Megan me dijo que creía haber encontrado a nuestra hermana en
la universidad, donde ella trabajaba. Yo no le hice mucho caso porque ya había intentado buscarte en
otras ocasiones sin mucha suerte, la verdad. Pero, después de todo lo que ha pasado, estoy seguro
que dio contigo y buscaba la forma y el momento adecuado de poder contártelo.

Las lágrimas caen por mis mejillas. Entierro el rostro entre mis manos y me cuesta respirar.
Megan, mi Megan, la mejor y única amiga que hice en la universidad, la que fue asesinada hace más
de doce años a manos de mi marido sicópata… es mi hermana.

Comienzo a llorar y Stephan se calla, espera a que me desahogue.

Recapacito y pienso en que Megan es parte de mi verdadera familia, aquella que me abandonó
cuando era un bebé, la que he buscado durante toda mi vida… Todo esto es demasiado para digerirlo
en un instante. Necesito respirar pero no puedo, una losa de varias toneladas me oprime el pecho y
siento que un ataque de ansiedad se apodera de mí.

—Respira con clama, Anna. Toma, bebe un poco de agua —Stephan me hace aire con algo que
ha cogido del coche.

Enzo vuelve a acercarse al verme pálida y me retira el pelo. Vierte un poco de agua en su
mano y me refresca la nuca.

—Señor, lo tenemos. Ese tipo tiene una buena colección ahí abajo. Podemos…

Enzo levanta el puño en advertencia de partirle la cara si no se calla de inmediato y deja de


seguir relatando los macabros hallazgos delante de los hermanos de uand e las víctimas y la madre
del hijo de ese asesino.

—Lo siento. Solo…

—No pasa nada. Necesito llevar a Anna a un hospital. ¿Puedes hacerte cargo de todo?

—Sí, señor, por supuesto.

—¿Seguro?

—Sí, seguro. Vaya tranquilo.

Stephan y Enzo me suben al coche, estoy mareada. Cuando el coche de policía arranca, nos
alejamos de esta pesadilla. Las sombras de los árboles parecen despedirse cuando se reflejan en el

144
cristal del vehículo. Apoyo la cabeza contra la ventanilla y siento como las fuerzas me abandonan, me
estoy desmayando.

—¡Anna! ¿Anna?

145
6 mayo 2016, jueves.

Despierto y me encuentro en la habitación de un hospital. Tengo puesto un suero, pero puedo


moverme bien. En el sillón, sentada leyendo una revista, encuentro a Susan. Al escucharme moverme
la deja a un lado y se levanta con una media sonrisa. Sus ojos se empañan nada más encontrarse con
los míos. Estoy segura de que ya lo sabe todo. Nos conocemos muy bien y esa es su mirada solidaria.
Me toca la frente y agarra mi mano.

—¿Cómo te encuentras, cariño?

—No lo sé, la verdad. ¿Qué me ha pasado? Me siento un poco débil.

—Es normal, cielo, te has desmayado. No te preocupes y descansa.

—¿Y los niños? —los recuerdo súbitamente y trato de incorporarme. Todo me da vueltas y
tengo que echarme de nuevo.

—No te preocupes. Están fuera en la cafetería del hospital. Están con… este hombre, sí…tu
hermano —abre bien los ojos y sonríe.

—Stephan, creo.

—Sí, eso, Stephan. Oye es bastante atractivo, ¿no? —sonríe y me guiña el ojo derecho. Es
incorregible, solo Susan es capaz de pensar en algo así en estos momentos, aunque sé que lo hace
para levantarme el ánimo.

Sonrío y me da un golpe de tos. Me da un poco de agua. Tras beber, le pido ver a los niños.

—¿Lo sabes? —pregunto avergonzada.

—¡Shh! No te preocupes por nada, mi niña. Tú no tienes nada que ver con ese indeseable. Hay
una orden de búsqueda y captura sobre él en todos los estados. Su rostro ha salido en todas las
noticias. Es un escándalo, sobre todo porque como era el alcalde de Lighthouse Point, todos los
medios sensacionalistas han seguido la noticia. No saben cómo se ha filtrado la noticia tan pronto,
debe haber un topo dentro de la policía. Fran ha debido enterarse de que lo buscan porque en mitad
de su viaje de negocios dijo a los otros empresarios que volvía a Lighthouse Point, sin embargo, ha
desaparecido.

—¡Ha desaparecido! Entonces, no lo han cogido todavía…

—No, pero no te preocupes; será cuestión de horas que den con él. Aquí estás a salvo.

—¿Por qué dices que estoy a salvo? ¿Creen que quiera ir a por mí?

—No, para nada, Anna, es una forma de hablar. Probablemente, ese malnacido estará

146
corriendo como un perro con el rabo entre las patas a esconderse debajo de la montaña más grande
que encuentre si sabe bien todo lo que se le viene encima. Ahora relájate. Voy a avisar a la enfermera.

Respiro aliviada y suspiro por que lo encuentren pronto. Esa abominación debe desaparecer
de nuestras vidas, cuanto antes.

Al cabo de un rato, cuando el médico y la enfermera me han visitado. Stephan entra en la


habitación, me comenta que los chicos han ido a comprarme algo junto a Susan.

—¿Podemos hablar, Anna?

—Por supuesto. Siéntate. Todavía no puedo creer que…

—Que seamos hermanos. Yo tampoco. Parece aunque la muerte de Megan ha sido la mayor
desgracia que ha sufrido esta familia, nos ha servido para encontrarnos.

—Nunca sospeché que pudiese ser mi hermana. Tal vez ella sí lo sabía…

—Sí, sí que lo sabía. Nuestra madre nos los dijo —traga saliva y me mira a los ojos fijamente—.
Un día, mientras veíamos las noticias, apareciste en la televisión de repente. Mamá nos llamó a los
dos y corrimos a ver qué pasaba. Ahí estabas tú, siendo felicitada por las excelentes calificaciones
junto al rector de la universidad. Madre solo tuvo que verte una vez, leyó tu nombre y el apellido
Evans para saber que eras su hija, la que dio en adopción. El tiempo pasó y cuando mamá empeoró,
Megan se puso manos a la obra y decidió encontrarte, ella trabajaba en la universidad y estabais
relativamente cerca. Ya había habido otras ocasiones, otras “Anna” a las que habíamos seguido la
pista, pero esta vez creyó estar en lo cierto. Cuando te conoció, me llamó varias veces para insistirme
en que esta vez no se había equivocado, que tú eras nuestra hermana. Yo no la creí, no tenía ganas de
historias de hermanos perdidos. Tras el asesinato de Megan, no tuve ganas de remover el pasado.
Tampoco estaba seguro de nada, enterré todas las pretensiones de encontrarte. Solo quería
encontrarlo a él, a su asesino. De haber sabido que si te hubiese encontrado a ti, también lo hubiese
localizado a él, lo habría hecho hace mucho tiempo atrás. Sin embargo, La muerte de Megan me hizo
desviarme del camino, incluso me afectó en mi matrimonio, solo quería encontrar a su asesino y
vengarla. Nuestros caminos estaban destinados a volver a encontrarse, Anna.

—Por eso Megan y yo conectamos tan pronto, por eso parecía conocerme de toda la vida. Si
me lo hubiese dicho… no habría estado todos estos años pensando que me abandonaron y no
quisieron saber nunca más de mí. Es muy triste crecer sola. A pesar de que mi familia adoptiva me
crio en un ambiente bueno y familiar, siempre tuve esa espinita de conocer a mi familia…

—Me temo que solo me tienes a mí… y yo a ti. Nuestra madre falleció al poco tiempo de
enterarnos de la muerte de Megan, hace trece años. Falleció sumida en una tristeza que dolía
contemplar: el asesinato de Megan y tu abandono no hicieron más que agravar su enfermedad.

—¿Y mi padre…?

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—También ha fallecido. Cuando nuestra madre se enteró de que había muerto. Sintió una gran
pena, ya que él siempre fue su verdadero amor. Cuando tu padre, Paul, falleció, nuestra madre,
Catherine, se atrevió a contarnos que tú existías. Por lo visto, nuestra madre era vecina de Paul, un
apuesto y alto marino rubio que pasaba largas temporadas sirviendo en el mar. Una temporada que
mi padre estaba de viaje para visitar a un familiar enfermo en el norte, Catherine y Paul vivieron un
breve romance. Según sus palabras textuales la primera y única vez que amó a un hombre en esta
vida, aunque no fuese a mi padre, puedo llegar a comprenderlo. Al cabo de unos meses, mi madre
cayó en la cuenta de que estaba embarazada. No podía ser de mi padre porque ellos ya hacían vidas
separadas. Lo suyo había sido un matrimonio de conveniencia y no se amaban. Sin embargo, había
que guardar las apariencias. Mamá nos contó que naciste el bebé más rubio y con los ojos más verdes
que había visto en su vida. Catherine era morena y mi padre tenía el pelo negro, la piel oscura y los
ojos marrones. Además, esos hoyuelos que tienes en los carrillos eran herencia de tu padre. Nada más
que mi padre te vio al nacer, lo comprendió todo, eras el vivo reflejo de Paul; así que le obligó a
deshacerse de ti o no volvería a vernos a nosotros en su vida y todos se enterarían de que era una
adúltera. Tuvo que abandonarte para poder estar con nosotros…

—La pobre se vio empujada a abandonarme.

—Ciertamente. Nos dijo, con lágrimas en los ojos, que fue la decisión más terrible que tomó en
toda su vida. Te aseguro que se acordó de ti todos y cada uno de los días de su vida. Nunca dejó de
quererte, ni de pensarte. Cuando mi padre murió en un accidente de coche, mamá quiso que te
encontrásemos. Ya sabía que estaba enferma, yo tenía unos veintidós años, cáncer, sabía que el
proceso de la enfermedad sería lento pero mortal. —Se limpia las lágrimas con la manga y continúa.
Pienso en todo lo que debe haber sufrido ese hombre—, en poco tiempo me quedé solo. Mi mujer se
alejó de mí al año siguiente de la muerte de Megan y de mamá. No la culpo, yo solo sobrevivía,
vagaba en este mundo como un alma en pena del trabajo a casa y de casa a buscar pistas sobre el
asesino de Megan. Fueron tiempos muy difíciles que trato de no recordar.

—Qué historia más triste —comento en voz alta. Me doy cuenta de que todos llevamos nuestra
penitencia por dentro.

—Sí, ya ves, la vida… Megan trató de encontrarte antes de dejarnos, quería que los tres
estuviésemos juntos, al menos, que mamá pudiese verlo. Era su ilusión volver a verte y decirte que
madre jamás te hubiese dejado de no haber sido por las circunstancias de la época —suspira y se
revuelve ese pelo que tanto me recuerda a Megan, mi hermana…—, al final fue Megan quien nos
abandonó primero, ese hijo de puta nos la arrebató y fastidió el sueño de nuestra madre. El único
consuelo es que al menos, te conoció, y pudo disfrutar algunos meses contigo.

Pienso en las palabras de Stephan por unos instantes y el odio que siento por Frank aumenta
aún más, cuando ya creía que no podía odiarse más a una persona.

—Doy gracias a que no dejases de buscar a su asesino, yo podría haber estado viviendo toda
mi vida con ese animal, sin saber que fue él quien la asesinó… —digo con toda la rabia que puedo
contener— ¿Cómo supiste que era él?

148
—Encontré una carta de Frank citándose con Megan en una vieja cazadora, un año después de
su muerte —se humedece los labios y continúa con su relato algo más cómodo— sabía que ponía
«Frank», el tipo con quien se había citado era un Frank, solo debía averiguar cuál de los muchos que
había en esa época en la universidad de Miami era el tipo que se había reunido con ella el día que la
mataron.

Me mira y ve que estoy llorando de nuevo, no puedo soportar tanta maldad.

—No te mortifiques más, Anna, no es culpa tuya. Te lo digo de corazón. No debes culparte por
las acciones de un loco. Solo espero que lo encuentren pronto y esta pesadilla acabe —dice con
aspecto agotado— no he podido retomar mi vida desde que perdí a Megan. Necesito vivir mi propia
historia, conocer a alguien, ver una película el sábado por la noche, dar un paseo sin pensar todo el
tiempo en lo que le pasó a Megan; siento que si no desconecto, voy a volverme loco.

—Lo entiendo, Stephan, has tenido que cargar tú solo con toda esa enorme carga durante todo
este tiempo. No quiero ni imaginarlo… —digo emocionada. Agarro su mano y el la coge con fuerza.
Lanza una media sonrisa, todavía algo indeciso al tocarme. Yo la aprieto con fuerza, animándole a
que lo haga, somos hermanos, hermanos…

Escucho las risas y el jaleo de mis hijos por el pasillo. Susan trata de que guarden silencio, pues
están en un hospital, pero no hay manera. Están deseando verme.

—¡Mami! ¿Qué te ha pasado? —pregunta Adam con un oso de peluche entre las manos. El
animal es casi más grande que él y se agita con grandes vaivenes a mi encuentro—. Eso te pasa por
tanto correr —me regaña el pobre, si el supiera…— no te podemos dejar sola… Mientras tú la liabas,
nosotros hemos estado en un parque de atracciones chulísimo, mucho más peligroso que lo que tú
has hecho y mira, mira, mami, de una pieza.

—¡Enano, no la agobies! No ves que mamá está todavía mala —argumenta Zoe que se agacha
para abrazarme.

—Hija, me alegra saber que lo habéis pasado bien —sonrío y oculto mis lágrimas en su pelo
cuando la beso. Al menos ellos han estado ajenos a todo lo que ha ocurrido. Temo el momento en el
que tenga que contarles lo sucedido. No sé cómo puedo decirles lo que Frank es en realidad.

—Mamá, lo sé todo —susurra Zoe en mi oído. Parece como si me hubiese leído la mente—,
Susan me lo ha contado todo. No te preocupes. Soy fuerte y tú debes serlo también por el pequeñajo.
Tenemos que ayudarle a superar esto. Adam aún nada, cree que todo este revuelo se debe al ladrón
que intentó entrar en casa —me guiña y acaricia mi temblorosa barbilla para demostrarme que todo
está bien. Creo que voy a llorar de alegría por tener una hija tan madura. Ya nada volverá a ser igual,
pero Zoe me da una lección con su entereza. Soy consciente que este es uno de esos momentos de no
retorno en nuestras vidas, como cuando te detectan una enfermedad, decides divorciarte o pasa algo
que remueve los cimientos de tu vida. Necesitamos estar juntos en esto, necesitan a su madre más
fuerte que nunca.

149
—Gracias, hija. Muchísimas gracias, no sabes cuanto… —respondo enjugando mis lágrimas—
cariño, me habéis hecho llorar con este oso tan… ¡grande! Soy una sensiblera. Muchas gracias.

—Te lo dije, sabía que este le gustaría, Susan —hace una mueca de “ya te lo dije” y de dirige a
mí: —¿Cuándo nos vamos de aquí, mami? Tengo ganas de ir a casa. Jugar con mis cosas y eso. Ya
hace muchos días que no estoy allí. ¿Y Buddy, quién lo está cuidando, papá?

Escucho nombrarlo y vuelvo a sentir tal asco que no puedo argumentar palabras. Pobre,
chiquillo. No puedo enfrentarme a esto, no sé cuando, pero ahora mismo no.

—Enano, papá está de viaje todavía —miente Zoe, apoyando las manos en los hombros de su
hermano.

—Cariño, está noche la pasaré aquí en observación. Así que os quedaréis con Susan un día
más.

—Si puedo hacer algo… puedo ayudar en lo que necesitéis —sugiere Stephan. Esta vez parece
que la tristeza que velaba su mirada ha desaparecido. Mira a los chicos con el brillo y la ternura de un
tío que ha visto por primera vez a sus sobrinos y quiere servir de ayuda. Pienso en el hecho de que
nosotros somos la única familia que le queda y él también es la nuestra hace que todo fluya de
manera más natural, casi con la necesidad de recuperar el tiempo perdido desde hoy mismo.

—Stephan, si usted quiere, puede quedarse en mi casa. Hay sitio de sobra, y así puede ponerse
al día con los chicos.

—Sí, porfa, mami deja que se quede el tío Stephan con nosotros.

—Pero bueno, ¿cómo sabes tú eso?

—Escuché hablar a Susan y al tío. Ya sabes que no se me escapa ninguna. La verdad, no me


enteré muy bien, pero sí sé que es tu hermano. De la familia que no conocías, mami, ¿no estás
contenta?

—Sí, hijo, mucho —sonrío aguantando las lágrimas— mucho…

—Anna, me temo que debemos marcharnos, el horario de visitas ha terminado. Enzo me dijo
que se pasaría después, ya me entiendes… él se quedará esta noche aquí.

—Sí, no hay problema, estoy bien. No sé cómo voy a agradecerte todo lo que estás haciendo
por mí, Susan.

—No seas tonta, ¿has visto la espalda que tiene tu nuevo hermano? Esta noche pienso acostar
a los niños pronto… —sonríe y cierra la puerta con una mirada cómplice.

150
XIV

7 Mayo 2016, viernes.

Enzo entra triunfal en la habitación, tanto que me llevo un buen susto. Se acerca y me besa en
los labios.

—¡Lo han pillado! ¡Lo han cogido! ¡Han capturado a Frank! Ya no tendrás que preocuparte por
ese monstruo. ¡Lo hemos logrado! Le caerá cadena perpetua o pena de muerte.

—Pero, ¿Qué hora es?

—Son las 7:30 Anna, has dormido toda la noche del tirón. He salido a desayunar algo en la
cafetería del hospital. No quise despertarte, la medicación te ha hecho efecto y has dormido como un
bebé. Tenías agotamiento y estrés por eso te suministraron algo para dormir.

—¿Has pasado toda la noche en ese sofá?

—¿Lo dudabas? ¿Acaso es la primer vez? —responde de manera pícara y vuelve a besarme.
Ha pasado toda la noche al teléfono siguiendo el desarrollo de los acontecimientos, deseando que
llegase el momento de contarme la gran noticia. Un peso titánico se despoja de mis hombros. Incluso
cierto miedo desaparece de un plumazo.

—¿Dónde? ¿Doónde lo han cogido?

—En el aeropuerto de Atlanta, trataba de huir a Asia. En estos momentos estará llegando a
Washington, a la central del FBI. ¡Se ha acabado! Anna, se ha acabado. Por fin eres libre, y todas esas
muchachas y sus familias podrán descansar.

—¿Cuántas había…? —trago saliva— Ha cuántas ha matado…

—¿Qué más da eso ahora, Anna?

—Necesito saberlo, necesito conocer la clase de monstruo que ha dormido cada noche a mi
lado —siento un escalofrío al recordarlo, Enzo lo nota, y me abraza.

—No debes preocuparte más por él. Sé que es difícil, te costará asimilar las cosas. Poco a poco ,
Anna. Poco a poco. Yo te ayudaré a salir de aquí.

Un cielo gris, casi negro, se cierne sobre nosotros. Los casos que Enzo ha estado investigando
son lo que lo unían a Lighthouse Point. Ahora con todo resuelto, él deberá regresar a su vida normal
en Nueva York. Trago saliva de nuevo, sintiendo como mi voz escala por una yerma garganta hasta
que consigue realizar la temida pregunta:

151
—¿Cuándo te marchas…?

Enzo se queda callado y se separa un palmo de mi cara. Mira hacia abajo y se encoje de
hombros inconscientemente.

—No lo sé… Anna, yo…

—No digas nada. Solo quiero saber cuantos días tengo para olvidarme de quererte, cuantos
atardeceres nos quedan para desenamorarme.

No dice nada. Agarra mi barbilla y se acerca para darme un beso, entonces la enfermera llama
a la habitación y nos separamos.

—Buenas, Anna. ¿Qué tal ha pasado la noche? Tengo entendido que ha dormido como un
bebé —mira cómplice a Enzo, que sonríe con esa media sonrisa que nos derrite a todas, incluida la
enfermera—, el doctor dice que puede marcharse en cuanto tome el desayuno. Le damos el alta.

—Gracias —digo con poco ánimo.

—Parece que no se lo ha tomado bien, ¿no? La mayoría de los enfermos están locos por salir
por la puerta. Usted en cambio, no parece muy animada. Seguro que en casa la cuidarán mejor,
¿verdad? —le dice a Enzo guiñándole de forma picarona.

Él sonríe, siguiéndole el juego. A mí no me hace gracia porque es mentira. Enzo no va a


cuidarme porque se tiene que marchar. Abro la taquilla en la que encuentro mi ropa, me dirijo al
baño sin dirigirle una palabra. Me desabotono el pijama y me pongo el sujetador. Encuentro unas
braguitas en la bolsa de aseo y entra Enzo.

Su cara es de arrepentimiento y a la misma vez de deseo al verme medio desnuda. Se acerca


despacio, como pidiendo permiso. Yo hago como que no lo he visto y lo ignoro hasta que besa el
hombro y me agarra por la cintura.

«¿Por qué tengo que derretirme de esta manera con él? Vale que es casi perfecto, todo un
caballero, pero se va, me abandona…»

—Anna, yo…

—No lo estropees, Enzo. Está bien así. Cállate y bésame —le susurro. Él obedece sin problema
y me besa con la pasión de los amantes que se despiden, a sabiendas de que sus destinos estarán
separados, tal vez, para siempre.

Abandonamos el hospital camino de casa. Deseo cambiarme de ropa y coger algunas cosas
para mí y para los chicos. Enzo me ha propuesto pasar un par de días lejos de Lighthouse Point. Dice
que debemos hablar y aclarar las cosas. Bromea acerca de cuánto tiempo se tarda en avión desde
152
Nueva York hasta Miami. Yo sonrío, pero quiero llorar porque por una vez que la vida es amable
conmigo, la maldita distancia me lo arrebata. Yo estoy segura de que como dice alguna canción: «…la
distancia es el olvido…».

Pienso en mi hijo y sé que no puedo hacerle pasar por un desarraigo tan grande. Ya será un
problema convivir en Lighthouse Point con el estigma que nos ha dejado su padre… algo que no sé
cómo les afectará a ellos, ni a la gente que nos rodea. Jamás un escándalo a nivel nacional siquiera les
ha rozado. Tal vez lo mejor sería irse sin mirar atrás, empezar de nuevo en otra ciudad…

«¡Nueva York, tal vez?» —Sacudo la cabeza para quitármelo del pensamiento.

Elegir esa opción sería remar a mi corriente, no sería velar por su bienestar o lo que más les
conviene a ellos, aunque no puedo cometer el mismo error de nuevo, si yo estoy bien, ellos estarán
bien.

De todas formas, aquí tienen su escuela, su instituto, sus amigos, no puedo despojarlos de
todo lo que conocen para emprender una aventura romanticona de película de sobremesa. Eso no me
funcionará a mí. Sencillamente sé que no va a funcionar. Enzo es un hombre de acción.
Acostumbrado a vivir solo, salvo por las noches que alguna lo habrá acompañado en la cama, es
comprensible que un hombre como él no pase muchas noches solo. No solo por su indudable
atractivo, también porque es cariñoso, atento, buena persona, con todos los matices que ese
calificativo conlleva.

Entramos en casa y, de repente, me parece un lugar extraño, un santuario profanado.


Reconozco mis cosas, pero no el lugar, no es el mismo ambiente, no percibo la sensación de seguridad
y protección que mi propio hogar debería proporcionarme.

El perro ladra desde el jardín y me despierta del letargo de estar viviendo una vida que no es
la mía. Abro la puerta y sale a recibirme como loco. Por suerte, el veterinario tenía las llaves de casa y
vino a dejarlo. He leído una nota en la entrada de casa, indicando que le había dejado agua y comida
en el dispensador automático, sin embargo, está sucio. Echo un vistazo detrás y encuentro macizos de
flores deshojados, macetas tiradas en los rincones, tierra y alguna bolsa de plástico descuartizada por
sus dientes. El aspecto del jardín es deplorable, pero no puedo regañarle. Ha sido un héroe
defendiéndome. Salta a mis brazos y empieza a limpiarme la cara con sus lametones, sonrío por
primera vez desde que he entrado a nuestro hogar. Le doy un hueso de piel de vacuno para que se
entretenga royendo y entro a casa de nuevo. No quiere que me marche y me mira con recelo, sé que
en cuanto acabe el hueso atacará otra maceta. Espero poder sacarlo de paseo, antes de que eso ocurra.

—Anna debo marcharme enseguida. Me necesitan en la oficina del sheriff.

—¿Qué sucede?

—No sé, no me han dado detalles. Solo que necesitan mi presencia urgentemente. Tiene que
ver con el caso. Necesitan que verifique unos datos antes del interrogatorio de Frank. Si necesitas
cualquier cosa, llámame ¿Estarás bien?

153
—Claro, claro, ve. No les hagas esperar. Yo tengo que coger las cosas de los chicos y debo
recoger las cosas que Buddy ha destrozado en el jardín. ¿Nos lo podríamos llevar? —Pregunto de la
manera más adorable que recuerdo.

—De acuerdo, claro, por supuesto. Animalito, debe estar harto de estar solo —se acerca y me
da un beso fugaz, antes de que se separe, siento que quiero más. Me pierdo por un instante el azul de
sus ojos y le digo un “adiós” que no creo que haya escuchado.

Respiro profundamente y dejo escapar el aire junto con todo el peso que cargaba sobre mis
hombros. Me preparo un té y subo al dormitorio de los chicos. Recojo su ropa y algunos juegos de la
videoconsola, el cargador de la Tablet y un tubo de pasta de dientes. Cuando entro en mi habitación
siento un escalofrío. Miro a la cama de reojo y no quiero ni imaginarme con ese criminal allí. Cuando
lo recuerdo encima de mí, siento ganas de darme una ducha con lejía pura para borrar cualquier
atisbo de sus manos sobre mi piel. No sé lo que se siente tras sufrir una violación, pero ahora mismo
me siento como si me hubiesen violado durante doce años.

Busco la maleta en el vestidor y veo allí plantadas todas sus americanas, sus pantalones y su
colección de zapatos italianos. Cierro la puerta para no tener que verlos, como si él pudiese verme a
través de sus pertenencias. Escojo la ropa que me llevaré a la escapada con Enzo. Decido llevar el
conjunto de ropa interior que me puse la primera vez que hicimos el amor:

«Este será para la primera y la última vez… soy romántica, lo sé…» —pienso en voz alta.
Aunque no tengo muchos ánimos de escapada romántica, pienso que va a ser la última vez que
vamos a estar juntos en mucho tiempo, sino la última, para animarme.

Una vez en el baño, me doy una ducha con agua bien caliente durante bastante rato. El vapor
lo inunda todo y el agua cayendo fuerte sobre mi cuerpo insonoriza mis pensamientos y me aísla de
todo. Solo somos mi cuerpo y mi mente que se ponen al día y vuelven a coordinarse para no perder la
razón.

Salgo de la ducha con la toalla enrollada alrededor y abro la puerta para que el vapor vaya
saliendo poco a poco del baño. Necesito maquillarme y peinarme, con todo empañado es imposible.
Poco a poco el espejo comienza a desempañarse. Me agacho en busca del secador y cuando me
levanto, me parece ver una sombra que va tomando forma en el cristal. Agito la mano sobre la
superficie del cristal para verlo mejor y dejo escapar un grito de terror al verlo: Frank está ahí,
apoyado en el quicio de la puerta. Sostiene algo en su mano y sonríe, a pesar de tener la cara
magullada y una gran brecha en la ceja derecha.

—Pensabas que podrías escapar de mí, putita. Eres como todas, como todas…

Se abalanza sobre mí por detrás sin darme tiempo a reaccionar. Estoy petrificada, soy como
una estatua de sal. Entonces me agarra por detrás y me empuja contra el filo del lavabo. El tremendo
golpe hace que lo vea todo negro. Escucho como la porcelana blanca del lavabo se rompe tras el
choque contra mi cabeza. Me agarra del pelo y vuelve a lanzarme con furia contra el lavabo.

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Después, todo se vuelve negro y silencioso a mi alrededor, parece que mi cuerpo inerte cae,
pero ya no siento nada.

Se ha acabado todo.

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—Buenas, chicos —Enzo entra saludando a sus compañeros de la oficina del FBI triunfal, está
contento porque todo ha salido bien.

Todos lo observan asombrados, como si viesen a un fantasma o algo parecido. Enzo los mira y
sonríe, no sabe qué está pasando.

—¿Qué haces aquí? ¿Cómo te has enterado?

—He recibido vuestra llamada, ¿qué es lo que quiere el juez? ¿Qué pruebas son las que debo
reconocer?

—¿De qué coño hablas? —pregunta su compañero— yo te hablo de ese hijo de puta…

—¿De quién?

—De Frank Sullivan. El cabrón se escapó de camino a Washington. No se han dado cuenta
hasta ahora porque estaba dormido en el vehículo policial, parecía que iba todo el camino tumbado
en el asiento. Por lo visto, el muy cabrón les dio el cambiazo y a quien llevaban en el coche era a un
agente del FBI que había matado. Como han conducido durante toda la noche no se han dado cuenta
hasta hace un rato.

—¡Mierda! ¡Joder! ¡Hay que ser gilipollas! —se lleva las manos a la cabeza al recordar algo—
¡Anna! ¡Va a ir a por Anna! Ese hijo de perra va a por ella. Por eso alguien me ha llamado para venir
aquí. Era Frank, el hijo de perra tenía que distraerme para quedarse con ella a solas.

156
XV

14 de mayo de 2003

—¿Por qué huyes de mí, Megan? —pregunta Frank, plantado frente a ella, cortándole el
paso— ¿No leíste mi nota? Pasado mañana tenemos una cita…

Megan no sabe de qué va Frank, pero no le gusta el cariz que está tomando la situación.
Quiere marcharse de allí. No hay nadie a su alrededor, no podría pedir auxilio. Solo están: ella, Frank
y su deportivo, cualquier chica con poca inteligencia ya se habría bajado las bragas nada más verlo
subido a ese flamante carro, pero Megan era diferente. La vida le había hecho sufrir demasiado como
para dejarse engatusar por las artimañas baratas de un charlatán. Un bocazas que quería
entremeterse en la bonita amistad que había surgido entre ella y Anna. No había querido confesarle a
Anna que eran hermanas hasta saber que su amistad sería más fuerte que el sentimiento de traición
por parte de su familia. Sabía que su amistad era muy fuerte y podrían superarlo. Después la llevaría
a conocer a Stephan y a su madre, la pobre había sufrido tanto guardando ese terrible secreto, que le
había suplicado que la encontrase. Eso había hecho, pero llevaba varios meses tratando de decírselo.
A pesar de haberse ganado su confianza, y que la amistad que había surgido entre ambas era muy
bonita, temía perderla si le contaba la verdad. Ahora que se había decidido, entraba en escena este
galán cutre para estropearlo todo.

—Frank, si quieres podemos vernos el domingo —miente para que la deje tranquila— pero
ahora tengo mucha prisa, lo siento.

—Sube —invita con una sonrisa de cordero degollado que le repugna— puedo acercarte, si
tienes tanta prisa… tardarás diez minutos andando en llegar a la civilización.

Megan se lo piensa, sabe que puede manejar a los bocazas como Frank, no podrá hacerle nada,
además si lo engatusa hasta llegar a la residencia de Anna, no habrá nada que temer.

—Subo, pero no te creas que va a pasar nada… —advierte decidida. Le empuja y se coloca al
lado del coche.

Una vez dentro del coche, él se pone cómodo y enciende la radio antes de arrancar.

—Parece que al final te has decidido… creía que tardarías más… me alegra que seas una chica
lista y te quieras probar lo que es un hombre de verdad —dice aproximándose a Megan. El olor de su
colonia apestosa y barata le hacen abrir la ventanilla— si tienes calor, yo puedo apagarlo —dice
tocándose la entrepierna.

—Mira, gil… Frank, te he dicho que tengo prisa. No quiero nada contigo, así que córtate un
poquito.

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—¿Ahora vuelves a ir de dura? Me gusta…

—Vamos a ver, imbécil. Le has hecho creer a mi amiga Anna que te gusta, y no sé cómo lo has
hecho, pero a ella estás empezando a gustarle también —Frank sonríe con aires de suficiencia— pero
a mí no. Así que no va a pasar nada , ni conmigo, ni con ella, ¿entiendes? No va a salir con un cabrón
que se folla a todo lo que lleva falda como tú. No le vas a llenar la cabeza de pajaritos, te la vas a tirar
y le vas a dejar tirada con el corazón destrozado. Conozco a los idiotas como tú…

Megan intenta abrir la puerta del coche para salir corriendo, si lo hace rápido, no podrá
atraparla.

—¿Te han follado muchas veces y te han dejado tirada?

Megan no se controla y le da una bofetada en la cara. Frank se queda sorprendido y su


semblante serio da paso a una carcajada.

—¿Me encanta! Eres guerrera… eso siempre da mucho juego…

—Parece que no quieres enterarte. Tío, pasa de nosotras, ¿vale? Hay muchas universitarias
que mojarían las bragas al verte aparecer con tu cochazo y tu colonia apestosa esa. Nosotras no.

—¿Tú que eres su madre?

—No, idiota, soy su… amiga. Abre la puta puerta de una vez.

—¿No serás lesbiana? Ah… Eso es, te gustan los chochitos prietos… —levanta la mano y le
acaricia la pierna. Megan le da un manotazo, empuja la puerta del copiloto, pero el seguro está
echado.

—¡Abre la puerta, ya! —él sonríe y Megan empieza a sentir un poco de intranquilidad. Sabe
que tiene un espray de pimienta antivioladores en el bolso. Mira a través de la ventana y descubre
que no hay un alma en cientos de metros alrededor. Están completamente solos.

—¿Y si no quiero…? Me había hecho otra idea, pensaba que nuestra primera cita sería más
jugosa —sonríe al verla que empieza a ponerse nerviosa.

—¿Abres o qué, capullo? —Pregunta asustada. Al verlo que no se mueve, abre el bolso y lo
rocía con el spray. Frank grita y ríe a la vez. Ella lo mira extrañada, ese tipo está loco de remate. Trata
de aprovechar el momento de confusión para girar la llave en el contacto y poder abrir la puerta.

Cuando está a punto de coger las llaves, siente que Frank la agarra y le clava una navaja en la
muñeca. La joven chilla de puro dolor y el pánico se apodera de ella. Frank se limpia el spray con la
manga de la camisa, y casi sin ver, la golpea en la cara. Se abalanza sobre ella y empieza a propinarle
puñetazos en el rostro y el pecho. Un aluvión de golpes cae sobre Megan. Como si Frank estuviese
poseído, ríe y la golpea al mismo tiempo. Al poco, su cuerpo no ofrece resistencia y queda inerte

158
sobre el sillón del copiloto.

Frank regresa a su asiento. Se limpia los restos del spray y arranca el motor para subir la
ventanilla de Megan. La sangre ha salpicado el cristal delantero, el techo, el salpicadero y las
alfombrillas. Cuando está a punto de poner el coche en marcha, suena su teléfono móvil. No reconoce
el número, pero contesta.

—¿Sí? ¿Dígame?

—Hola, ¿Frank? Soy Anna, ¿te acuerdas de mí? —sonríe.

—Sí, por supuesto. La dulce Anna… cómo no. —Mira al cuerpo de Megan que yace inmóvil en
el asiento de al lado, le gira el rostro desfigurado para que no lo mire mientras habla con Anna.

—No sé, verás, me preguntaba si te apetecería ir a dar una vuelta esta noche o algo —Frank
escucha una risilla nerviosa detrás del teléfono.

—Anna, ¿has tomado algo? —pregunta divertido.

—No, que va… bueno unos chicos que estaban en la uni y me han dado un poco de tabaco de
ese…

—¿Estás fumada? Anna eso está mal —ríe.

—¡Ya! Eso digo yo. Como se entere Megan me va a matar. Espero que se me pase cuando la
vea.

—Seguro… no te preocupes —De repente, Megan empieza a moverse en el asiento y parece


que va a despertar. Abre un ojo y Frank le tapa la boca para que no pueda pedir auxilio, — bueno
Anna, esta noche no es buena idea, ando algo liado con algo que me va a tener entretenido bastante
rato… —la mirada desencajada de Megan al comprobar que está hablando con su hermana, le hace
sentir más placer mientras aprieta su boca para asfixiarla.

—Perdona, no tendrás una cita… bueno, déjalo, he sido una tonta…

—No, Anna, no estoy con nadie. Son cosas del curro. ¿Vale? De hecho estoy saliendo de viaje
para la costa oeste en este momento. Prefiero conducir de noche. Te llamo cuando regrese ¿vale? —
Frank forcejea con la cara de Megan que no para de moverse. La golpea de nuevo y le tapa la boca
fuertemente para asfixiarla. Megan deja caer dos lágrimas cuando comprende que no puede pedirle
auxilio a Anna.

—De acuerdo, pero yo no tengo un teléfono de esos que tú tienes.

—No te preocupes, encanto. Yo sabré cómo poder encontrarte. Nos vemos entonces.

—Muy bien. Eh, gracias, ya nos veremos por ahí. Voy a comer algo a ver si se me pasa esto, ja,

159
ja, adiós.

—¡Adiós, mi dulce Anna.

Frank aplica la fuerza de sus dos manos. Megan no puede luchar más y se rinde. Su cuerpo
deja de respirar y muere asfixiada entre espasmos. Frank la mira y acaricia su pelo.

—Megan, te dije que esta noche tenía otros planes más jugosos para nosotros. Duérmete un
rato. Cuando lleguemos te aviso.

160
13 de mayo 2016, jueves.

Despierto desorientada, como los últimos días que recuerdo de vida… solo recuerdo estos
últimos días. Desconozco el lugar en el que me encuentro y quien soy. Estoy enferma, no sé bien qué
significa, pero la herida de mi cabeza no debe tener buena pinta. No salgo de esta habitación y tomo
medicamentos para recuperarme. Supongo que es lo que debo hacer. Fuera intuyo la vida, el sol, los
campos… dentro solo hay sombras, vagas elucubraciones que intentan rescatarme del olvido. Solo
existe un faro, una boya a la que agarrarme y no volverme loca: él.

Dice llamarse Sam, pero en varias ocasiones lo he llamado por ese nombre y no ha respondido
de inmediato. También dice ser mi marido, eso es bueno, supongo, aunque no lo recuerdo, pero sé
que la palabra implica protección y amor. Miro su pelo canoso, su rostro anguloso y atractivo y me
digo que tal vez he podido estar enamorada de él, pero no lo recuerdo. Me ha dicho que no tenemos
hijos, tampoco hay otros familiares que puedan venir a visitarme. Mis padres murieron en un
accidente aéreo. Mi vida parece muy triste, una verdadera mierda, prefiero dormir.

Al menos estoy viva, o eso dice Sam. Me detectaron un tumor en el cerebro hace unos meses,
nadie se atrevía a intervenirlo y extirparlo por la zona en la estaba ubicada, pero Sam no se detuvo
ante la opinión de los médicos, hasta que encontró una clínica que quisiera curarme. Sin embargo,
una vez extraído el tumor, la cosa se complicó y tras la operación comencé a perder la memoria. Al
principio poco a poco, pero después la perdí por completo. Según él, la zona donde estaba alojado era
donde se alojaban mis recuerdos; a pesar de esto, puedo hacer cosas, sin saber cómo ni cuándo las
aprendí. Todas las acciones motoras e involuntarias no han sufrido daño alguno, solo mis recuerdos.

Sam me ha salvado la vida. Tuvo que sacarme de ese hospital y traerme a casa porque veía
que poco a poco me moría. Mi marido es enfermero, por eso entiende tanto de los medicamentos que
debo tomar, como curarme las heridas y estar atento a todo lo relacionado con mi salud.

Hoy parece que me duele menos la cabeza. Los dos primeros días que recuerdo, fueron
insoportables, parecía como si me hubiesen dado un hachazo en mitad de la cabeza. No soportaba el
dolor despierta, así que Sam me dormía y usaba una bomba de morfina para que pudiera soportarlo.
Estos últimos días no he sentido ese dolor tan insoportable, aunque no he estado despierta mucho
tiempo tampoco.

Lo veo entrar y me incorporo. No sé si en el hospital hicieron bien o mal, pero al tocar la


herida de la cabeza, aún me duele, los puntos están frescos y siento escalofríos por la fiebre que viene
y va, al igual que él, que regresa con más y más fármacos y algo de comida. No sé bien cuánto tiempo
llevo en esta situación, pero empiezo a pensar que tal vez deberíamos regresar a un hospital. Él se
limita a sonreír y tocar mi frente con la palma de su mano. Por la familiaridad con que me toca y se
acerca, parece que realmente sea mi marido, pero podría ser cualquiera… estoy a su merced; necesito
recuperar la memoria, necesito tener mis recuerdos para saber que todo está bien.

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—Debería ir a un hospital, ¿no crees? —digo palpando la herida de la cabeza, que hoy parece
un poco menos hinchada— tal vez ellos puedan hacerme recuperar la memoria.

—Tonterías… no voy a permitir que esos asesinos vuelvan a ponerte una mano encima.
Además, Anna, te he explicado que va a ser muy difícil que recuperes tus recuerdos. Tal vez algunos,
con el tiempo, pero la operación…

—Tal vez debería salir a tomar el sol, parece que hay agua cerca, escucho los patos y el agua
correr. Un poco de sol vendría bien para mi recuperación.

—Más adelante. Cuando te baje la fiebre. Aún estás muy débil. Pero, ¿Por qué insistes tanto?
¿Has recordado algo, cariño? —pregunta acercándose a la cama. Los músculos de sus brazos se
tensan al lado de mi cuerpo. Descubro arañazos alrededor de sus muñecas y algunos hematomas en
los antebrazos.

—No. No recuerdo nada. ¿Por qué tienes esas heridas en los brazos?

—Tuvimos que huir. Ese sitio era como una secta. Si no llegamos a marcharnos, esos
curanderos de poca monta te hubiesen matado. Aquí estás a salvo. Ya verás como poco a poco
recuperas la memoria… Da gracias de que me tienes a mí. Yo seré tu memoria, puedo cubrir todas las
lagunas oscuras que tienes en tu cabeza.

—Y qué pasa si lo que tengo es un océano, un inmenso océano negro que no me permita
recordar nada… ¿me llevarás entonces al hospital? —pregunto frustrada. Toco las sábanas y las
aparto con enfado. No entiendo cómo han podido hacerme esto. Según me ha dicho Sam los ha
denunciado. Pronto podré tener la ayuda médica en casa.

—Ya veremos, cielo. Ahora descansa. ¿Te has tomado la medicación?

—Sí —respondo con desgana, dándome la vuelta en la cama.

—No te enfades conmigo, Anna. Es para que recuperes la memoria, si quieres la tomas, y si
no, no la tomes. Yo te seguiré cuidando y queriendo. No me importa que no recuerdes nada.

—¿No te importa si no te recuerdo, si te quiero, si soy feliz contigo? ¿Si hemos tenido hijos o
no?

—No vuelvas con esas, Anna. Llevo varios días recordándote que no hemos tenido hijos.
Desgraciadamente tú no has podido tenerlos, pero a mí no me importa, te quiero solo a ti. Además,
los críos solo traen complicaciones y distanciamiento. Así estamos mejor… —Sam se aleja de la
habitación. Se lleva la bandeja del desayudo y cierra la puerta, con llave, como siempre.

El primer día no me fijaba en esos detalles, el dolor me hacía sufrir demasiado como para
fijarme, pero a medida que voy estando más consciente, me doy cuenta de cosas como esa o como
que las ventanas está tapiadas con listones de madera. No me parece muy normal estar aquí

162
encerrada como si fuese una prisionera, o mi enfermedad fuese contagiosa. Sam dice que las pusieron
porque estamos rehabilitando la fachada, pero entre eso, la puerta del dormitorio cerrada con llave y
que no responde a veces por su nombre, estoy empezando a sospechar que soy una especie de
enferma peligrosa, que intentan retener aquí dentro contra su voluntad. Tal vez sea eso, tal vez soy
una loca peligrosa y el pobre Sam es el enfermero que cuida de mí lo mejor que puede. Sin embargo,
siempre que cierro los ojos y los vuelvo a abrir, parece como si me faltase algo, como si tuviese unos
niños que me llaman en sueños. Tal vez sean recuerdos, o tal vez alucinaciones de enferma
moribunda, no sé, pero siempre que le saco el tema se exaspera.

Le escucho bajar hasta la planta de abajo. Supongo que ahí estará la cocina donde prepara la
comida y el salón desde donde se escucha un televisor. Hace calor, y la habitación no está ventilada.
Quisiera poder levantarme y mirarme en el espejo del tocador, pero Sam dice que aún es pronto para
que pueda mirarme, que podría empeorar mi recuperación, que podría ser un shock, por eso ha
tapado el enorme espejo de la habitación con una sábana vieja. Lo que no sabe es que me muero de
ganas por verme, no recuerdo como soy.

«¿Existe algo más denigrante que no acordarse de cómo es uno mismo?» —pienso en que me
he olvidado de mí.

Las lágrimas brotan de mis ojos al darme cuenta que me olvidé de mí. No sé quién soy, de
dónde vengo y si podré salir alguna vez viva de esta habitación. Desearía poder bajarme de la cama e
ir hasta la ventana y mirar entre las rendijas cuando el sol está alto, ver lo que me rodea, dónde estoy.
Sin embargo no tengo muchas fuerzas, puedo mover las piernas con mucha dificultad. Al menos hoy
las muevo, hace unos días, cuando desperté, mi cuerpo era una escultura inmóvil e inerte que no
respondía a nada.

Cada vez que se marcha yo muevo los brazos y piernas, trato de recuperar fuerzas para poder
moverme por la habitación. Tal vez más tarde pueda hacerlo, porque ahora el sueño y las drogas que
atontan mi dolor y mis sentidos están haciendo efecto. Finalmente, me duermo y empiezo a soñar con
una mujer con el pelo rizado y moreno, me abraza, me pide que la siga y después desaparecemos.

163
XVI

14 de mayo 2016, sábado.

Enzo recorre la estancia dando vueltas, nervioso. Sabe que ha pasado demasiado tiempo desde
que Frank se llevó a Anna. Han perdido un tiempo valioso y fundamental para encontrarla, todo por
culpa de los entresijos de los abogados de Frank Sullivan que no han permitido acceder al listado de
propiedades y empresas del alcalde de Lighthouse Point.

—Enzo, ¡la tenemos. Ha llegado la orden del juez, tenemos vía libre, podemos investigarlo
todo.

Enzo coge el listado de propiedades de Frank y las revisa minuciosamente. El bastardo tiene
una veintena de inmuebles entre oficinas, casas, y apartamentos repartidos en siete estados
diferentes.

—Búscame en la base de datos las propiedades más antiguas —pide Enzo a su compañero. Se
acaricia la frente con la palma de la mano como cuando está muy nervioso. Frank sabe qué día es
hoy: el aniversario de la muerte de Megan, la hermana de Anna, tal vez ese hijo de puta quiera
celebrar el aniversario con otra nueva muerte. Sabe que Anna lo ha traicionado, cualquier atisbo de
clemencia que pudiese sentir hacia ella ha desaparecido. Enzo conoce a los asesinos como Frank, sabe
que se les acaba el tiempo.

—Las propiedades más antiguas son: La casa de Lighthouse Point, La Finca y una vieja casa
rural en los Everglades, solo se puede acceder a ella en lancha o barco pequeño. No existen carreteras
hasta allí.

—¿Es la más antigua?

—Sí, pertenece a la herencia original que el señor Sullivan heredó de su familia, junto con las
propiedades de Lighthouse Point.

—¡Tiene que ser esa! Se la ha llevado allí. Es la que está más cerca y tiene un acceso más difícil.

—Podríamos acceder por la 869 hasta Coral Springs y acceder desde allí con las lanchas de la
patrulla costera; o coger un helicóptero, lo cual sería más rápido…

—Y ruidoso ¿Quieres que ese capullo la mate antes de que lleguemos? Hay que llegar allí de
manera rápida y silenciosa. Si intuye que lo tenemos acorralado, la matará. Hay que prepararlo todo,
nos largamos ya.

—¿Y los permisos para la operación? —Enzo mira a su compañero con cara de pocos amigos,

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recoge todos los papeles de la mesa y descuelga el teléfono para prepararlo todo.

165
14 de Mayo de 2016, sábado.

Me despierto con frío en mitad de la noche. Al puerta de la habitación está abierta. Escucho el
rumor del agua por debajo de la cama, los sapos y las ranas croan sin cesar y los diminutos insectos
acuáticos sacuden sus patas haciendo ese ruido repetitivo y característico que no te deja dormir.
Distingo una figura sentada en un sillón bebiendo algo de una botella. Me observa tranquilo,
paciente. La luz de la luna entra a través de las rendijas iluminando su figura a rayas, uno de los
haces de luz, le da directamente en los ojos. Me miran fijamente, tanto, que los cierro enseguida. Un
escalofrío recorre mi cuerpo sin saber por qué. De su mirada se ha borrado toda la ternura
incondicional de días atrás, ahora parece otra persona diferente.

Escucho cómo se levanta y se acerca hasta mí. Se sienta a mi lado y acaricia mi rostro. Sus
dedos son tan fríos como el agua que discurre por debajo de la casa, su helor penetra por debajo de
mi piel y me hace estremecer. Entonces, abro los ojos.

—¿No puedes dormir? —pregunta simulando un rictus amable de nuevo.

—Sí, es solo que el ruido de los animalitos me ha despertado. Tampoco ha ayudado


encontrarte ahí, medio a oscuras observándome —trato de sonreír.

—No te preocupes. Voy a darte algo para que estés relajada. Debes tomártelas todas. Es muy
importante que descanses. Ya verás como vas a dormir un largo y placentero sueño… —sonríe de
medio lado y arquea al ceja izquierda, no sé por qué pero me parece familiar esa mueca. Saca un
pañuelito meticulosamente doblado con cuatro pastillas, como si ya lo tuviese preparado antes de
que le dijese que no podía dormir bien.

Me acerca un vaso de agua y se espera hasta que, una a una, me trague todas las pastillas.

—Ahora, verás como descansas. Yo voy a dormir un poco, pero dentro de un rato volveré para
ver si estás tranquila —me acaricia la frente y la besa— verás como todo sale bien, mi vida.

Sonrío y me doy la vuelta. Nada más escucho la puerta cerrarse, escupo tres de las pastillas en
mi mano. Por suerte solo eran cuatro, de haber sido más, no me habrían cabido tres debajo de la
lengua. Las escondo debajo de la almohada y lo escucho bajar las escaleras. Está en el salón.

Me destapo y busco las zapatillas para bajar de la cama. No hay ninguna, así que tengo que
saltar al tosco suelo frío de madera. Huele a humedad y rancio en este dormitorio, como si hubiese
estado cerrado mucho tiempo. Comienzo a caminar despacio, con torpeza, pero las piernas me
responden. Quiero llegar hasta el espejo, quiero saber cómo soy, quién soy. Necesito verme, sea cual
sea mi aspecto. Si soy una monstruosidad, quiero vivir con ello, pero la incertidumbre de mi propia
apariencia física me quema.

Llego hasta la cómoda muy despacio, tampoco quiero hacer ningún ruido para que Sam no me
escuche. Tiro de la sábana y cae al suelo. Entonces, algo se sacude dentro de mi cabeza. Es tanta la

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información que ofrece el reflejo magullado de mi verdadero rostro en esa superficie plateada, que
necesito agarrarme al mueble para no caer. Aparto la mirada y descubro que no soy tan monstruosa
como yo creía, de hecho, sigo siendo la misma, solo que con arañazos y heridas en la frente. De golpe,
lo he recordado TODO.

Comienzo a llorar y la presión en el pecho se hace insoportable, mi respiración se entrecorta y


el pánico empieza a adueñarse de mí. Mi cerebro me bombardea con la imágenes de lo vivido en los
últimos días en esta casa y con recuerdos de mi verdadera vida, la que Frank trata de arrebatarme. El
momento en que Frank me ataca se solapa con el siguiente recuerdo despertando en la cama con mi
adorable esposo Sam, al cuál no recordaba, y que ahora sé que son la misma persona. El sicópata se
mueve abajo, lo escucho buscar algo en la planta inferior. Apenas puedo respirar, me faltan las
fuerzas, sé que si me descubre va a ser mi fin.

Las ventanas están tapiadas, la puerta cerrada, y fuera un sicópata que ha matado a
innumerables víctimas. Cierro las ojos deseando que al abrirlos haya perdido la memoria de nuevo,
en cambio, al abrirlos, veo el reflejo de otra mujer en el espejo. Poco a poco se va haciendo más nítido,
me susurra algo que no entiendo, cuando se hace más claro descubro que es Megan, mi amiga, mi
hermana.

Me hace una señal con el dedo para que permanezca callada, me señala la cama y junta sus
manos al lado del rostro, indicándome que me meta en la cama. Necesito ahogar más de un grito
convulso que nace de mi interior para mantener la calma.

«No, no me estoy volviendo loca. Sé quién soy y lo que veo. Recuerdo la pastilla que me he
tomado antes, ¿acaso me hace ver alucinaciones?» —repito para mí mientras me dirijo hasta la cama.
Entonces el reflejo de Megan en el espejo desaparece.

A la mañana siguiente, las voz que Frank gritando me despierta de golpe. Salto en la cama,
aunque trato de controlar el sobresalto inicial. Me quedé dormida repitiéndome mil veces que debía
continuar como si no supiese quien soy, como si todavía no recordase nada.

—¿No has podido aguantarte, eh? Tenías que levantarte y mirarte en el espejo, ¿verdad? —
ruge de rabia.

Miro a la cómoda y descubro la sábana en el suelo. Trato de inventar alguna excusa como que
he estado durmiendo todo el tiempo, y que la sábana se habrá caído sola al suelo. Seguramente eso lo
enfurecería aún más. Sé cómo es Frank y seguro que puso alguna pinza o algo por detrás, para que
precisamente no pudiese deslizarse solo.

—Lo siento… Sam. Esta mañana sentí la necesidad de verme —digo con un hilo de voz—
ahora que me he visto, estoy más tranquila, al menos no tengo la cara tan destrozada y la herida

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parece que está curándose.

Recuerdo los golpes de mi cráneo contra el lavabo y siento una punzada aguda de dolor,
recuerdo cómo se me nubló la vista con la sangre que caía a borbotones por encima de mis cejas. Es
un animal y yo soy su presa.

—¿Por qué piensas eso?

—Al contarme lo de la operación, como no recuerdo nada, pensé que tal vez había tenido un
accidente de coche y no querías que yo viese mi rostro desfigurado —respondo palpando mi cara,
como si fuese la primera vez que la reconociese— no está mal. No es un rostro muy bello, pero
normal.

—¿Has recordado algo al verte? —pregunta acercándose lentamente.

—No, no, qué va… no recuerdo nada —miento— traté de reconocerme en la imagen que vi,
pero mi reflejo en el espejo me resultó tan extraño como tú el primer día que te vi en esta habitación.

Se acuesta a mi lado y saca un cuchillo del bolsillo. Yo doy un respingo y me aparto de él con
disimulo. Frank saca una manzana de la otra mano y me lo muestra.

¿Quieres un poco?

—No gracias.

Empieza a pelar la fruta y sonríe maliciosamente.

—Digo yo, que para no recordar nada, te has dado un buen susto al ver el cuchillo —me mira
fijamente escudriñando cualquier resquicio de duda. Yo le mantengo la mirada, pero no puedo
soportarla más, la desvío y entiende entonces que puedo recordarlo, que le tengo miedo y sé que
clase de monstruo es. Comprendo que no hay escapatoria, va a matarme. Es él o yo. Tengo que
sobrevivir por mis hijos…

Agarro el cuchillo que ha dejado sobre la cama y se lo clavo en una pierna antes de que pueda
reaccionar. Salto de la cama y me dirijo hacia la salida de la habitación. Frank, en vez de gritar por el
apuñalamiento, ríe en voz alta, tanto, que sus carcajadas llegan a paralizarme. En la puerta me vuelvo
hacia atrás y lo veo sangrando y riendo, pero continúa comiéndose la manzana.

—Mi pequeña Anna. ¡Ay! Anna, Anna. Quién me diría que tú ibas a ser la más valiente. Yo
que me apiadé de ti aquel día en el motel. Debería haberte matado a ti a tu bebé cuando aún lo
llevabas en el vientre. Yo que te he dado una vida y un hogar… Sabíamos que no podría resultar, que
al final nos la jugarías. Eres una zorra ramera como todas las demás y vamos a tener que enviarte con
ellas. —Se levanta de la cama muy rápido y corre hacia mí.

Una vez he cruzado la puerta, esta se cierra de golpe tras de mí, justo en el momento en que

168
Frank la alcanza. La aporrea y grita sin comprender qué ha pasado. Noto esa presencia de nuevo,
algo me ha ayudado, y sé quién puede ser… Me arrastro como puedo, casi saltando los escalones de
dos en dos y llego al salón. Corro hacia la puerta de salida, sin apena fijarme en la decoración austera
y pobre de la estancia. Parece una de esas cabañas viejas de pescadores. Giro el pomo de la puerta y
se abre. Respiro aliviada, pero antes de salir, escucho como la puerta del dormitorio se ha hecho
añicos, Frank ha conseguido salir.

Una vez fuera, el sol de la mañana ciega mis ojos acostumbrados demasiado tiempo a la
penumbra de esa habitación, impidiéndome ver por dónde camino. Miro abajo y veo una especie de
camino de madera que discurre sobre el agua y llega hasta una especie de embarcadero, tal vez allí
encuentre algo para escapar de este lugar. Corro todo lo que puedo y compruebo que los músculos
entrenados de mis piernas responden y parecen funcionar de nuevo. Enseguida llego al embarcadero
y descubro una lancha. Subo hasta ella y no encuentro las llaves. Miro por todas partes y no hay
rastro de ellas. Empiezo a entrar en pánico. Tengo que salir de este lugar de inmediato.

Los pasos a la carrera de Frank hacen crujir el camino que conduce hasta donde me encuentro.
Acorralada, me mira triunfal con las llaves de la lancha en la mano.

—Probrecita, ¿dónde ibas, cariño? A follarte al policía con el que me engañabas cada vez que
me iba de casa —dice con una voz que no reconozco— creías que no me enteraría, que habíais
apagado todas las cámaras… ¿Pensabas que tú, una pobre desgraciada podría deshacerse de mí? ¿Te
crees más lista que yo? Durante todos estos años he escapado de todos los que me han perseguido y
he acabado con todas las que como tú han suplicado clemencia por su vida. Al final, todas sois
iguales…

—No pienso suplicarte, no voy a tener miedo nunca más —respondo como si una fuerza
interior se apoderase de mí, y no fuese yo quien le habla.

—¿Ahora te pones valiente? —pregunta, mientras se acerca hacia mí con una especie de
cadena brillante que saca del bolsillo.

—¿Cómo pudiste matarlas a todas…? ¡Eres un monstruo! ¿Qué pensará tu hijo de ti? —Le
pregunto desesperada, vacila un momento al recordar a Adam, como si fuese lo único que pudiese
detenerlo. Necesito tiempo…— ¿Tienes idea de lo que tendrá que soportar en la escuela y a lo largo
de su vida? Todo por tu culpa, porque eres un asesino sin escrúpulos. Si me matas, ninguno de los
dos estaremos ahí para ayudarle con sus problemas…

Sacude la cabeza como para quitarse una idea de encima. Vuelve a sonreír de manera
maliciosa.

—No me importa. Además, no creas que podrán cogerme, iré a buscarlo. Podrá empezar una
nueva vida conmigo. Le ensañaré lo que son las mujeres en realidad.

Ya está demasiado cerca. Mi única salida es tirarme a las oscuras aguas. Curiosamente no
siento miedo, solo deseo que todo acabe de una vez, es él o yo. En la distancia, creo escuchar

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embarcaciones aproximándose. Frank levanta la vista cuando está a punto de poner el pie en la
lancha porque también las ha oído. Aprovecho esta distracción para agacharme, cuando lo hago,
descubro un remo justo a la altura de mis manos, lo cojo fuertemente y, sin darle tiempo a reaccionar,
le golpeo en la cara con toda mi rabia. Frank no espera ese golpe, y le pilla del todo desprevenido. Se
escucha un ruido seco en mitad de su rostro, debo haberle partido la nariz o haberle vaciado un ojo,
casi no grita cuando cae al agua de espaldas.

Frank bambolea la lancha al caer y yo caigo de bruces al suelo de la embarcación, por suerte
no caigo al agua. El ruido de las lanchas es más fuerte, alguien se acerca. Me levanto para pedir
auxilio y los brazos de Frank, que ha debido bucear malherido por debajo de la lancha, me agarran
del cuello con la cadena. La presión que siento en la garganta es descomunal, siento rápidamente la
falta de aire en mis pulmones. Forcejeo con él, pero al final tengo que tirarme al agua para intentar
escapar.

—¡Anna! ¡Anna! —escucho debajo del agua mientras trato de subir a la superficie— reconozco
la voz de Enzo. Me ha encontrado. Desesperada, luchando por mi vida, trato de levantar un brazo
para que vea dónde me encuentro. Frank tira fuertemente de mí hacia abajo. Quiere ahogarme. No le
importa morir él también en su intento por hacer que yo no sobreviva.

—¡Ahí! ¡Cerca de la lancha se mueve algo! —señala uno de los agentes del FBI.

Enzo salta al agua desde la barcaza de la policía y llega nadando hasta donde nos encontramos
justo en el momento en que no puedo aguantar más sin respirar y comienzo a tragar agua, Debe
haber golpeado a Frank, porque me libera y logro subir a la superficie. Tomo una gran bocanada de
aire que me devuelve a la vida. Una arcada me hace vomitar parte del agua que he tragado. Siento
que voy a desmayarme, pero entonces, el remo pasa flotando junto a mí y consigo asirme a él.

Enzo sale a la superficie y me busca, consigue verme, pero algo lo agarra por detrás. Frank,
con la cara desfigurada y llena de sangre y cieno, grita como un poseso para ahogar a Enzo. Los dos
se sumergen en el agua cuando alguien consigue subirme desde la barcaza de la policía.

—¡Enzo! —logro decir en voz baja, dejándome caer sobre la cubierta de la barcaza sin fuerzas.

Solo consigo ver un torbellino negruzco de burbujas. Cuando Enzo vuelve a subir a la
superficie tiene un cuchillo en la mano, pero Frank es fuerte y trata de arrebatárselo. En mitad de la
lucha, algo pasa junto a la embarcación del FBI es grande, marrón, deberá medir entre dos y tres
metros. Avanza de manera veloz e inexpugnable, como un comensal no invitado que se presenta a un
banquete a última hora.

—¡Un caimán! —Le grita un compañero a Enzo, pero él está demasiado ocupado forcejeando
con Frank y tratando de librase de su abrazo y de ser ahogado.

Desde la barca, contemplo como el descomunal reptil avanza derecho a Enzo, que se
encuentra frente a frente en su trayectoria, va a comérselo. Cierro los ojos para evitar ver la carnicería.
Tiemblo de miedo y me muerdo el labio.

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En el último momento, Enzo ve lo que se les vienen encima, suelta el cuchillo y finalmente lo
coge un Frank triunfal que trata de asestarle una puñalada en el corazón. Al aflojar su abrazo y bajar
la guardia para coger el cuchillo, Enzo consigue apartarse de Frank y de la trayectoria del caimán.
Unas feroces mandíbulas se ciernen sobre Frank, que mira aterrorizado por primera vez a un
verdugo. Le lanza la misma mirada que tantas otras pobres víctimas le lanzaron cuando él fue su
impasible verdugo. El animal destroza su cuerpo y lo parte en dos trozos, llevándose uno de ellos en
la boca. La cantidad de sangre que inunda el embarcadero hace que en las orillas cercanas, más
caimanes se unan al festín.

Enzo, malherido y sangrando, nada como puede hasta el bote que continúa amarrado en el
embarcadero. En el último instante, cuando su pie deja de tocar el agua, el morro de un caimán pasa
rozando la superficie del agua donde su cuerpo acababa de estar.

—¡Enzo! —grito desde la barcaza, pero nadie responde— ¡Tenemos que acercarnos! —grito
desesperada.

—Los agentes del FBI comienzan a descargar sus armas contra el agua y todos los caimanes.
Los animales huyen del lugar dejando despojos y trozos de la ropa de Frank flotando en el agua. Uno
de ellos es abatido, y nada malherido cerca de la barcaza. Un agente vuelve a dispararle y entonces su
cuerpo se hunde hasta el fondo.

Nos acercamos hasta la lancha, parece que no se mueve nada dentro, me asomo y descubro a
Enzo herido, pero que sonríe al vernos.

—¡Enzo! —salto como puedo a su lado y abro su camisa para ver la herida.

—¡Déjeme ver! —dice un agente del FBI. Me hace a un lado y observa el color pálido del rostro
de Enzo. Ha perdido mucha sangre. Consigue limpiarle la herida con una botella de agua y le aplica
una toalla para taponarla —creo que ha tenido suerte, si no es muy profunda no habrá llegado al
pulmón, por suerte ha sido entre la clavícula y el hombro.

—Anna, ¿estás bien? —pregunta medio moribundo.

—Sí, sí, estoy bien, gracias a ti. Pensé que te perdía… —digo entre sollozos.

—¡Yo también! —exclama sonriendo. Va a perder el conocimiento, pero me agarra la mano, y


antes de cerrar los ojos puedo leer en sus labios «te quiero».

—Y yo —le digo, aunque ya no me escucha.

—¡Rápido tenemos que llevarlo al hospital! Usted tampoco tiene buena pinta Anna. Deberán
echarle un ojo a las heridas del cuello y la cabeza.

Asiento, pero sin separarme de Enzo. Trasladan su cuerpo a la lancha y en veinte minutos
estamos en el hospital. Allí nos separan, tienen que meterlo en quirófano para ver el alcance de la

171
herida. Mientras me están chequeando a mí, solo le pido una cosa a Megan, a Dios o lo que quiera
que sea que me ha estado ayudando durante este tiempo: que Enzo sobreviva.

172
XVII

18 de Mayo 2016, miércoles.

La vida a veces puede ser una mierda, otras veces una gran mierda y en contadas ocasiones,
puede la mayor de las putadas.

He tenido que contarle a Adam lo que su padre había hecho, por encima, claro, sin darle
detalle y que ha fallecido en un accidente en un barco. No le he dicho nada de que a mí también ha
intentado matarme. No vale la pena hacerle más daño ahora. Pero sí es necesario que lo sepa, que la
herida empiece a curar desde hoy mismo. Tarde o temprano va a enterarse y prefiero que lo haga de
mi boca, que de algún chiquillo en el colegio.

Mirar su rostro desencajado, bañado por las lágrimas mientras se lo contaba ha sido el
momento más difícil de toda mi vida, mucho más que el miedo o los golpes que he tenido que
soportar de Frank a lo largo de mi vida. Zoe está con él terminando de recoger las cosas. Nos
marchamos. No podríamos vivir aquí aunque quisiésemos. Todas las propiedades de Frank serán
puestas a la venta para pagar a las familias de las víctimas, todas menos una, la casa de Lighthouse
Point, que estaba a nombre de Adam, fue una donación en vida, por lo tanto, no pueden tocarla. Sin
embargo, hemos decidido venderla y marcharnos a otra parte, empezar de nuevo. Demasiados
recuerdos sombríos nos rondarían en este pueblo y esta casa.

Los asesinatos de Frank han sido usados por los medios para bombardear los noticieros
durante los últimos días. Esta difusión internacional del caso ha hecho que esta mañana recibiese una
llamada.

—Sí, ¿dígame? —respondo en mi móvil— le advierto que si es para dar una entrevista, pierde
usted el tiempo.

—No, disculpa, ¿Hola, Anna? Soy yo, mamá.

Dejo escapar un suspiro al escuchar la voz de mi madre adoptiva al otro lado del teléfono.
Después de trece años se digna a llamarme.

—Sí…

—Lo siento muchísimo, Anna. Yo… —comienza a llorar a través del teléfono. Siento ganas de
colgar, me parece patética, pero no soy una persona rencorosa, así que espero a que se desahogue—
sé que lo he hecho muy mal… todo por lo que has tenido que pasar ha sido culpa nuestra, nosotros
debimos… bueno tu padre ya no está, falleció el año pasado con la única pena de no poder

173
despedirse de su pequeña.

—Así lo quisisteis vosotros… —dejo caer.

—Lo sé, y me arrepiento, Dios, sí que me arrepiento, pero tu embarazo fue algo muy duro
para nosotros…

—Más duro fue para mí tener que sobrevivir después, Clara.

—Lo sé… si hubiese alguna posibilidad de vernos… necesito hablar contigo, quiero ayudarte.

Deseo gritarle que no, que se vaya a la mierda. No necesito su caridad o lástima. No la quiero
en mi vida, ahora tengo a Stephan, a mis hijos y a Enzo… no necesito a nadie más. Entonces,
contemplo el retrato de mis niños en una de las cajas de las mudanzas mientras la escucho, y
entiendo que envejecer y vivir la vida solo es muy duro, terriblemente desolador, así que hago de
tripas corazón y le digo que tal vez en el futuro, cuando nos instalemos, podremos vernos.

—Bueno, ya veremos, Clara. Ahora necesitamos tiempo para instalarnos y cuando todo esto se
calme un poco… ya se verá, ¿de acuerdo?

La mujer sonríe sollozando al otro lado del teléfono.

—Por supuesto, lo entiendo, cuando tú quieras. Muchas gracias por esta oportunidad, sé que
no la merezco. Estoy deseando conocer a tus hijos, Anna. Si necesitáis cualquier cosa… podéis venir a
casa hasta que encontréis algún lugar donde quedaros. Esta casa también es tuya, tu padre hizo
testamento y te dejó su parte.

—No se preocupe, Clara. Ya tenemos donde ir. Ya hablamos en otro momento.

—Sí, sí, por supuesto. Un abrazo grande, Anna.

Cuelgo y miro hacia el cielo. Tal vez sea Megan que me transmite su paciencia y ternura desde
arriba. Todos nos merecemos una segunda oportunidad y, al fin y al cabo, esa mujer me crio hasta
que fui a la universidad. Sin quererlo, aún la quiero, a pesar de todo lo que me ha hecho.

Escucho a Stephan y Susan reír mientras ayudan a cargar cosas en el camión de la mudanza.
Sonrío al pensar en lo bien que se llevan y si no tendremos una boda antes de que acabe el año. Salgo
y allí lo encuentro, sentado en una tumbona del jardín en la entrada de casa, con su brazo en
cabestrillo. Lo observo y sigo sin creerme que los príncipes valientes existen y que el mío estaba
escondido en algún barrio de Nueva York, esperando a que yo necesitase ser rescatada. Se vuelve
hacia mí y sonríe. Su sonrisa es tan clara, tan limpia y bonita que deseo saltar en sus brazos y
comérmelo a besos. El cabestrillo le da un aire de soldado herido en acto de servicio que me inspira
aún más ternura y deseo.

—¿Estás seguro de que nos vayamos contigo a Nueva York, Enzo?

174
—¿Estás tú segura de querer aguantarme por las mañanas?

Hago como que dudo y me agarra por la cintura, sentándome en su regazo.

—No sé como va a salir esto…

—¿Cómo?

—Que sí, tonta… va salir bien.

—Podemos probar, ¿no? —pregunto sonriendo.

—¿Cómo probar? Señorita, le advierto que yo no soy un polvo de una noche —sonríe al mirar
todo el porche lleno de cajas y muebles para la mudanza.

—Y yo le advierto que todo esto no va a caber en su apartamento de Brooklyn.

—Ya buscaremos algún lugar donde meternos todos, ¿no? Mientras, conozco un buen
guardamuebles en los muelles. —Me mira y me besa con ternura— Anna, si te hubiese perdido… —
dice emocionado.

Yo no puedo ver sus ojos color agua llenos de lágrimas sin emocionarme también. Los cierro
con mis besos, para que deje de emocionarse.

—¿Y yo, qué hubiese hecho yo si no hubiese decidido salir a correr aquel día en el que te
encontré? ¿Qué sería de mi vida sin ti en estos momento?

—Tendríamos que habernos encontrado tarde o temprano…

—¿Eso crees?

—Sí. Si hemos sido capaces de encontrarnos bajo estas circunstancias, lo habríamos hecho de
cualquier otra forma.

—¿Crees en el destino? —pregunto ensimismada en su mirada, mientras acaricio su pelo.

—No, creo en otra fuerza más poderosa…

—Sí, ¿en qué?

—Creo en ti, Anna Sullivan… por el resto de mi vida.

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Querido lector, muchas gracias por leer esta historia que ha sido escrita con todo el cariño y el
esfuerzo del mundo. Deseo que hayas disfrutado con la lectura, de ser así, me encantaría que
pudieses dejar un comentario en Amazon para que el resto de lectores puedan guiarse por tu
experiencia con esta historia y la descubran de tu mano.

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