Derrida Sobre Celan
Derrida Sobre Celan
Derrida Sobre Celan
Entrevista con Évelyne Grossman Esta entrevista fue publicada en la edición que el
mensuario Europe consagró a Paul Celan (año 79, n° 861-862/enero-febrero 2001).
Traducción de Ricardo Ibarlucía publicada en Diario de Poesía (nº 58, primavera 2001)-
PAUL CELAN
El interés de Jacques Derrida por la poesía de Paul Celan está documentado no sólo
en su libro Schibboleth, para Paul Celan (1986), sino también a través de numerosas
conferencias, artículos y alusiones en el resto de su obra filosófica. Menos conocido, sin
embargo, es el hecho de que fue colega de Celan en la Ecole Normale Superieure de París y
llegó a tratarlo hacia 1968. En esta entrevista –publicada en la edición que el mensuario
Europe consagró recientemente al poeta (N° 861-862, enero-febrero 2001)–, Derrida
regresa sobre su interpretación de la obra de Celan, a la luz de los desarrollos de El
monolingüismo del otro (1997).
Évelyne Grossman. -En Schibboleth, libro dedicado a Paul Celan, usted evoca la
amistad que lo unió a él poco antes de su muerte. Usted se entrega entonces a una reflexión
sobre la datación en los poemas de Celan, habla de la “reaparición espectral” de la fecha y
dice: “No me entregaré aquí a mis propias conmemoraciones, no me entregaré a mis
fechas”. ¿Podría, sin embargo, hablar un poco de su encuentro con Celan en París, durante
1968, si no me equivoco?
Jacques Derrida. -Intentaré hablar de ello. Ocurre que Celan fue colega mío en la
École Normale Supérieure durante largos años sin que lo conociese, sin que
verdaderamente nos encontráramos. Él era lector de alemán. Era un hombre muy discreto,
muy borroso, inaparente. La presencia de Celan era, como todo su ser y como todos sus
gestos, de una extrema discreción, elíptica, borrosa. Eso explica, al menos en parte, que
durante varios años no hubiéramos tenido intercambio. Fue después de un viaje que efectué
a Berlín en 1968, respondiendo a una invitación de Peter Szondi[i], cuando conocí
finalmente a Celan. Peter Szondi, que llegó a ser amigo mío, era gran amigo de Celan, y
cuando al poco tiempo vino a París me presentó ante él. Como situación es curiosa, pero al
fin me habían presentado a mi colega y habíamos charlado un poco. De ahí dataron una
serie de encuentros siempre breves, silenciosos, tanto de su parte como de la mía.
Intercambiábamos libros dedicados, algunas palabras y luego desaparecíamos. Tengo el
recuerdo de un desayuno en lo de Edmond Jabès[ii]. Éste, que conocía a Celan, nos invitó a
los dos a su casa -vivía a unos pasos de la École Normale. Y de nuevo fue la misma cosa:
Celan permaneció mudo durante el lapso de una colación y el lapso que siguió a esa
colación. Creí que en él había una parte de secreto, de silencio, de exigencia también, que
hacía que tomara la palabra no indispensable, y sobre todo sin duda las palabras se
intercambian en el curso de una colación. Al mismo tiempo, había en él algo más negativo.
Supe por otras vías que a menudo estaba desanimado o colérico o de muy mal humor con
respecto al entorno parisino. Tuvo, creo, una experiencia más bien desesperada de sus
relaciones con muchos franceses, con universitarios e incluso con colegas poetas o
traductores. Creo que fue muy difícil en el sentido de la exigencia y de la paciencia. No
obstante, a través de ese silencio, mantenía entre nosotros una gran muestra de cariño y
afecto que leí en sus dedicatorias. Se suicidó dos años después, creo. Lo conocí en 1968 o
1969, y entonces el período del que hablo es un período de tres años a lo sumo, aunque en
realidad es una secuencia extremadamente breve, sobre la cual medité después de modo
más o menos continuo. La memoria de esos encuentros después de su muerte siguió
trabajando, reinterpretándose, entrelazada con lo que oí decir de él, de su vida en París, de
sus amigos y pretendidos amigos, de los conflictos de traducción y de interpretación que
usted sabe. La imagen que viene a propósito de Celan es la de un meteoro, un destello de
luz interrumpido, una suerte de cesura, un momento muy breve y que deja una estela que he
intentado captar a través de sus textos.
- Derrida: Antes de tratar de responder a esta pregunta difícil de modo teórico, hay
que recordar la evidencia de los hechos. Celan no era alemán, el alemán no fue la única
lengua de su infancia y no sólo escribió en alemán. Y sin embargo, hizo todo para, no diría
apropiarse la lengua alemana, puesto que justamente lo que sugiero es que no se apropia
una lengua sino para soportar un cuerpo a cuerpo con ella. Lo que trato de pensar es un
idioma (y el idioma quiere decir lo propio justamente, lo que es propio) y una firma en el
idioma de la lengua que hace al mismo tiempo la experiencia de la inapropiabilidad de la
lengua. Creo que Celan ensayó una marca, una firma singular que fue una contra-firma de
la lengua alemana y al mismo tiempo algo que adviene a la lengua alemana -que adviene en
los dos sentidos de este término: que se aproxima a la lengua alemana, que acude a ella, sin
apropiársela, sin someterse a ella, sin entregarse a ella, pero al mismo tiempo haciendo que
la escritura poética advenga, es decir sea un acontecimiento que marque la lengua. En todo
caso es así como leo a Celan, cuando puedo leerlo, porque tengo mi problema con el
alemán y con su lengua alemana. Me hallo muy lejos de estar seguro de poder leerlo del
modo justo, pero lo que me parece es que toca a la lengua alemana a la vez con respecto al
genio idiomático de la lengua alemana, pero también en el sentido en que la hace moverse,
en que le deja una suerte de cicatriz, de marca, de herida. Modifica la lengua alemana, toca
a la lengua pero, para tocarla, es necesario que la reconozca, no como su lengua, puesto que
creo que la lengua nunca pertenece, sino como la lengua con la cual ha elegido expresarse,
en el sentido justamente del debate, de Auseinandersetzung, de explicarse con la lengua
alemana. Como usted sabe también, Celan era un gran traductor. Pues lo fue como muchos
poetas que son traductores: sabía cuál era el riesgo y la apuesta de sus traducciones. No
sólo tradujo del inglés, del ruso, etc., sino en el interior mismo del alemán, hizo una
operación que se podría quizá sin mucho abuso comprender como una interpretación
traductora. Es decir que en su alemán poético hay una lengua de partida y una lengua de
llegada y cada poema es una suerte de nuevo idioma en el cual hace pasar la herencia de la
lengua alemana. Es una paradoja que sea un poeta que no es de nacionalidad ni incluso de
lengua materna alemana el que no sólo haya tenido que hacer esto, sino el que haya
impuesto su firma en una lengua que no podía ser para él, aparentemente, otra que el
alemán. ¿Cómo explicar que, traductor como fue de tantas lenguas europeas, el alemán
haya sido el lugar privilegiado en el cual escribió, firmó su poesía, por más que en el
interior del alemán hizo venir otro alemán, u otras lenguas u otras culturas, puesto que hay
en su escritura una cruza, en un sentido casi genético, de culturas, de referencias, de
memorias literarias bastante extraordinaria, siempre en la condensación mínima, en la
cesura, la elipsis, la interrupción?
- Derrida: Como preámbulo, diría que no se puede, por mil razones muy evidentes,
comparar mi experiencia, o mi historia, o mi relación con la lengua francesa y la
experiencia de la lengua alemana en Celan. Por mil razones. Dicho esto, lo que escribí allí
lo escribí también en memoria de Celan. Sabía que lo que decía en El monolingüismo del
otro valía en cierta medida para mi caso singular, a saber tal generación de judíos de
Argelia, pero que tenía también un valor de ejemplaridad universal, incluso para aquellos
que no están en situaciones históricamente tan extrañas y dramáticas como la de Celan o la
mía. Aun cuando no se tiene más que una lengua materna y uno está enraizado en su lugar
de nacimiento y en su lengua, aun en ese caso, la lengua no pertenece. No dejarse apropiar
hace a la esencia de la lengua. La lengua es eso mismo que no se deja poseer, pero que, por
esta misma razón, provoca toda clase de movimientos de apropiación. Porque ella se deja
desear y no apropiar, pone en movimiento toda clase de gestos de posesión, de apropiación.
El desafío político de la cosa es que justamente el nacionalismo lingüístico es uno de esos
gestos de apropiación, un gesto ingenuo de apropiación. Lo que trato de sugerir allí es que,
paradójicamente, lo más idiomático, es decir lo más propio en una lengua, no se deja
apropiar. Hay que tratar de pensar que allí donde se busca –es el caso de Celan– lo más
idiomático de una lengua, uno se aproxima a los que, palpitando en la lengua, no se deja
aprehender. Y entonces yo trataría de disociar, por paradójico que esto parezca, el idioma
de la propiedad. El idioma es lo que resiste a la traducción, pues lo que aparentemente está
atado a la singularidad del cuerpo significante de la lengua o del cuerpo a secas pero que, a
causa de esa singularidad, se sustrae a toda posesión, a toda reivindicación de pertenencia.
La dificultad política es: ¿cómo estar a favor de la más grande idiomaticidad –lo que hay
que hacer, creo– defendiéndose en todo contra la ideología nacionalista? ¿Cómo defender
la diferencia lingüística sin ceder al patriotismo, en todo caso a cierto tipo de patriotismo, y
al nacionalismo? Tal es el desafío político de este tiempo. Algunos, para combatir al
servicio de la causa justa del antinacionalismo, piensan que hay que precipitarse hacia la
lengua universal, hacia la transparencia, hacia el borramiento de las diferencias. Me
gustaría pensar lo contrario. Pienso que tendría que haber un tratamiento, un respeto del
idioma, que no sólo se disocie de la tentación nacionalista, sino de lo que liga la nación a un
Estado, al poder de un Estado. Creo que hoy se debería poder cultivar las diferencias
lingüísticas sin ceder a la ideología o a la política Estados-nacionalista o nacionalista. La
palanca de la política que desearía mover sería ésta: es porque el idioma no pertenece –y no
puede entonces devenir la cosa, el bien de una comunidad nacional, étnica o Estado-
nacional– que se precipitan hacia él todas las voracidades nacionalistas, todo el frenesí
apropiador, y que es muy difícil hacer entender a algunos que se puede amar lo que resiste a
la traducción sin ceder al nacionalismo, sin ceder a una política nacionalista. Porque, otro
resorte de esta necesidad, a partir del momento en que respeto y cultivo la singularidad del
idioma, es que lo cultivo como “mi casa” y “la casa del otro”, es decir que el idioma del
otro (el idioma ante todo es otro, incluso para mí, mi idioma es otro) es respetable y por
consiguiente debo resistir a la tentación nacionalista que es siempre una tentación
imperialista o colonialista de desbordamiento de fronteras. Hay en esto toda una reflexión
política que, más allá del corpus del que hablamos, me parece hoy tener un alcance general
en Europa y fuera de Europa. Es evidente que hay actualmente un problema con las lenguas
europeas, con la lengua de Europa, y que es cierto anglo-americano que deviene
hegemónico, irresistiblemente. Todos hacemos la experiencia. Voy a Alemania, hablo el
inglés durante tres días, únicamente inglés. Hemos hablado de estos problemas con
Habermas, hemos hablado de ello en inglés. ¿Cómo hacer para que una nueva especie de
inter-nación como Europa encuentre el medio de resistir a cualquier hegemonía lingüística,
en particular la anglo-americana? Es muy difícil, tanto más cuando este anglo-americano
violenta no sólo a otras lenguas sino incluso a cierto genio inglés o americano. Estos son
debates muy difíciles y creo que los poetas-traductores, allí donde hagan la experiencia que
describimos en este momento, son ejemplares políticamente. Son ellos los que han de
explicar, de enseñar, que se puede cultivar e inventar el idioma, porque no se trata de
cultivar un idioma dado sino de producir el idioma. Celan produjo un idioma, lo produjo a
partir de una matriz, de una herencia sin -naturalmente, por razones evidentes- ceder al
menor nacionalismo. Son, en mi opinión, esos poetas los que han de dar una lección
política a los que insisten sobre la cuestión de la lengua y de la nación.
Lo que acaba de decir sobre la herencia reactivada del idioma en Celan me permite
abordar la pregunta que quería hacerle a propósito de la vida y la muerte de las lenguas. Es
conocida la frase de George Steiner según la cual no se podría penetrar el enigma de
Auschwitz más que en alemán, es decir escribiendo “desde adentro de la lengua-de-la-
muerte misma.”[v] Frase evidentemente discutible pero que puede esclarecer tal vez uno de
los aspectos de la escritura de Celan. ¿No se podría decir que su experiencia de la lengua
sería la de una lengua eternamente viva, puesto que está trabajada por la muerte y la
negatividad? Por ejemplo, usted cita en Schibboleth ese verso de Celan: “Habla –/ pero no
separes del No el Sí.”[vi] Usted mismo reivindica no renunciar a tener un discurso que
puede parecer a veces contradictorio: “Vivo en esta contradicción”, dice usted en alguna
parte, “es incluso lo más vivo en mí, pues yo la declaro”.
- Derrida: Sí, con la condición que usted muy claramente enunció de que “mantenerse
vivo” es también acoger la mortalidad, los muertos, los espectros (usted habló de
“negatividad”). Si es una manifestación de la vida el exponerse a la muerte y guardar la
memoria de lo mortal o de la muerte, sí. No quisiera ceder –y estoy seguro de que usted no
me invita en esa dirección– a una suerte de vitalismo de la lengua. Se trata de la vida en el
sentido en que no es separable de una experiencia de la muerte. Entonces, sí, la primera
forma de contradicción es esa, es decir que la vida de la lengua es también la vida de los
espectros, es también el trabajo del duelo, es también el duelo imposible. No se trata sólo
de los espectros de Auschwitz o de todos los muertos que uno puede llorar, sino de una
espectralidad propia al cuerpo de la lengua. La lengua, la palabra, en cierto modo la vida de
una palabra, tiene una esencia espectral. Esta sería como la différance: se repite como ella
misma y es cada vez otra. Hay una suerte de virtualización espectral en el ser de la palabra,
en el ser mismo de la gramática. Y es por tanto ya en la lengua, ahí donde está la lengua,
que la experiencia de la vida-la muerte se ejerce.
Así es. Aun si los enunciados que uno firma respecto de esto son o parecen ser
contradictorios, ir hacia esto y aquello: hay que cultivar el idioma y la traducción, hay que
habitar sin habitar, hay que cultivar la diferencia lingüística sin nacionalismo, hay que
cultivar la propia diferencia y la diferencia del otro. Cuando digo: “No tengo más que una
lengua y no es la mía”, se trata de un enunciado que choca con el sentido común, que es
contradictorio. Esta contradicción no es la contradicción desgarradora de alguien en
particular, es una contradicción que se inscribe en la posibilidad de la lengua. Sin esta
contradicción, no habría lengua. Por tanto, creo que es preciso soportarlo… es preciso… no
sé si es preciso… se lo soporta y eso supone en realidad que la lengua, en el fondo, es una
herencia y una herencia tal no se elige: se nace en una lengua por más que se trate de
segunda lengua. Para Celan, el alemán. ¿Nació Celan en el alemán? Sí y no. Pero digamos,
cuando se nace a una lengua, se la hereda porque estaba allí antes que nosotros, es más
vieja que nosotros, su ley nos precede. Comenzamos por reconocer su ley, es decir un
léxico, una gramática, todo eso que es casi sin edad. Pero heredar aquí no es sólo recibir
pasivamente algo que ya está ahí, un bien. Heredar es reafirmar transformando, cambiando,
desplazando. Para un ser finito, no hay herencia que no implique una suerte de selección, de
filtro. Por otra parte, no hay herencia más que para un ser finito. Es necesario firmar una
herencia, contrafirmar una herencia, dejar su firma donde está la herencia, donde está la
lengua que se recibe. Esto es una contradicción: se recibe y al mismo tiempo se da. Se
recibe un don pero para recibirlo como heredero responsable, es necesario responder al don
dando otra cosa, dejando una marca sobre el cuerpo de lo que se recibe. Son gestos
contradictorios, es un cuerpo a cuerpo: uno recibe un cuerpo y deja en él su firma. Este
cuerpo a cuerpo, cuando se lo traduce a la lógica formal, ofrece enunciados contradictorios.
Entonces, ¿hay que escapar, evitar la contradicción o hay que justificar esta experiencia de
la lengua? Yo, por mi parte, elijo la contradicción, elijo exponerme a la contradicción.
-Quisiera, para concluir, pedirle que comentara ese bello pasaje de Schibboleth, para
Paul Celan, en el que habla de “la errancia espectral de las palabras”: “esta reaparición no
viene a las palabras por accidente, después de una muerte que llegaría a ellas o que las
exceptúa. La reaparición es la condición de todas las palabras, desde su primer surgimiento.
Siempre habrán sido fantasmas, y esta ley rige en ellas la relación del alma y el cuerpo. No
se puede decir que lo supimos porque tuvimos la experiencia de la muerte y del duelo. Esta
experiencia nos viene de nuestra relación con esta reaparición de la marca, luego del
lenguaje, luego de la palabra, luego del nombre. Lo que se llama poesía o literatura, el arte
mismo (no distinguimos por el momento), dice de otra manera cierta experiencia de la
lengua, de la marca o de la huella como tales, lo que no es quizá más que una intensa
familiaridad con la experiencia poética y filosófica de la lengua (la de Celan y la de
ustedes), esta “errancia espectral” de las palabras? ¿Las palabras están eternamente
suspendidas entre la vida y la muerte, lo que las hace, como decía Artaud, “sempiternas”?
- Derrida: Lo que intento decir ahí vale para la experiencia del lenguaje en general. Es
un tipo de análisis de la estructura de la lengua en general. No me gusta la expresión
“esencia” del lenguaje, quisiera dar un sentido más vivo y más dinámico a esta manera de
ser, a esta manifestación de la espectralidad de la lengua que valga para todas las lenguas.
La experiencia universal corriente de la lengua en general deviene aquí una experiencia
como tal y aparece como tal en la poesía, la literatura, el arte. Habría mucho para decir
sobre este “como tal”…
Llamaría poeta a aquel que hace la experiencia de esto lo más en carne viva.
Quienquiera que haga en carne viva la experiencia de esta errancia espectral, quienquiera
que se entregue a esta verdad de la lengua, es poeta, escriba o no poesía. Se puede ser poeta
en el sentido estatutario del término en la institución literaria, es decir escribir poemas en el
espacio que se denomina “la literatura”. Llamo poeta a aquel que hace el pasaje con
acontecimientos de escritura que dan un cuerpo nuevo a esta esencia de la lengua, que la
hace aparecer en una obra. No quiero tomar esta palabra “obra” en un sentido fácil. ¿Qué es
una obra? Crear una obra es dar un nuevo cuerpo a la lengua, dar a la lengua un cuerpo tal
que esta verdad de la lengua aparezca allí como tal, aparezca y desaparezca, aparezca en
retirada elíptica. Creo que Celan, desde este punto de vista, es un poeta ejemplar. Hay otros
que hicieron en otras lenguas obras igualmente ejemplares, pero Celan, en este siglo, en
alemán, ha firmado una obra ejemplar. Esto tiene una vez más un valor general y este valor
general se ejemplifica de modo singular e irremplazable en la obra de Celan. Eso vale para
todo el mundo y para Celan en particular.
-¿Diría que es necesario haber sido, como Celan quizá, capaz de vivir la muerte de la
lengua para poder intentar decir esta experiencia “en carne viva”?
- Derrida: Me parece que, a cada instante, debió vivir esa muerte. De diversas
maneras. Debió vivirla en todos aquellos lugares en los que sintió que la lengua alemana
era asesinada de alguna manera, por ejemplo por sujetos de lengua alemana que hacían
cierto uso de ella: que la lastimaban, la mataban, le daban muerte porque la hacían hablar
de tal o cual modo. La experiencia del nazismo es un crimen contra la lengua alemana. Lo
que se dijo en alemán bajo el nazismo, eso mismo, es una muerte. Hay otra muerte que es la
simple banalización, la trivialización de la lengua. Y luego hay otra muerte que es aquella
que no puede advenir a la lengua sino a causa de lo que ella es, es decir: repetición,
aletargamiento, mecanización, etc. El acto poético constituye, por lo tanto, una suerte de
resurreción: el poeta es alguien que tiene que tratar permanentemente con una lengua que se
muere y que él resucita, no ofreciéndole un verso triunfante sino haciéndolo regresar a
veces, como un resucitado o un fantasma: él despierta la lengua y para tener
verdaderamente en carne viva la experiencia del despertar, del retorno a la vida de la
lengua, debe encontrarse muy cerca de su cadáver. Debe estar lo más cerca posible de sus
restos, de sus despojos. No quisiera ceder aquí al pathos, pero supongo que Celan tenía
constantemente que tratar con una lengua que corría el riesgo de convertirse en una lengua
muerta. El poeta es alguien que se da cuenta de que la lengua, su lengua, la que heredó en el
sentido que acabo de decir, corre el riesgo de convertirse en una lengua muerta y, por lo
tanto, que tiene la muy grave responsabilidad de despertarla, de resucitarla (no en el sentido
de la gloria cristiana, sino en el sentido de la resurrección de la lengua), ni como un cuerpo
inmortal ni como un cuerpo glorioso, sino como un cuerpo mortal, frágil, algunas veces
indescifrable como lo es cada poema de Celan. Cada poema es una resurrección, pero que
nos impulsa hacia un cuerpo vulnerable que puede ser de nuevo olvidado. Creo que todos
los poemas de Celan permanecen de alguna manera indescifrables, conservan lo
indescifrable, y esto puede también apelar interminablemente a una suerte de
reinterpretación, de resurrección, a nuevos soplos de interpretación, o bien al contrario,
perecer, desaparecer de nuevo. Nada asegura a un poema contra su muerte, ya porque el
archivo puede siempre ser quemado en hornos crematorios o en incendios, ya porque, sin
ser quemado, sea simplemente olvidado, o no interpretado, o aletargado.
[i] Peter Szondi (1929-1971): téorico de la literatura y crítico suizo de origen judeo-
húngaro; autor de varios trabajos sobre Celan, reunidos en Celan-Studien (Francfort del
Meno, Shurkamp, 1972).
[ii] Edmond Jabès: poeta francés; compartió con Celan, a partir de 1968, la redacción
de la revista literaria L’Ephémère, de la que también formaban parte André Du Bouchet,
Yves Bonnefoy y Michel Leiris, entre otros. Cfr. sus testimonios “La memoria de las
palabras” y “Recuerdo de Paul Celan”, en Rosa Cúbica, trad. de Clara Genesio, Nº 16-17,
invierno 1995-96.
[iii] De umbral en umbral (1955). Ver trad. de R. I., en “Dossier Celan”, Diario de
Poesía Nº 39, verano de 1996.
[iv] Jacques Derrida, El monolingüismo del otro, o la prótesis del origen, trad. de
Horacio Pons, Manantial, Buenos Aires, 1997.