El Platón de Hoy
El Platón de Hoy
El Platón de Hoy
Lo primero que llama la atención es, precisamente, el éxito editorial que ha constituido el poner
sobre la mesa a la filosofía, como caja de remedios contra el malestar personal y colectivo, y el
haber utilizado a Platón como introductor, presentador o reclamo del pensamiento filosófico. Lo
que nos lleva a una doble pregunta, ¿qué aporta la Filosofía al hombre actual? y más
concretamente ¿qué de bueno puede extraerse de Platón ante la compleja y diversa problemática
que puede tener ante sí un ciudadano normal?
Con Platón hay un antes y un después en la historia del pensamiento occidental. Whitehead
llega a describir la filosofía como una simple “serie de anotaciones de Platón” y los momentos
de florecimiento de la cultura Occidental coinciden con el redescubrimiento del pensamiento
platónico.
Arístocles de Atenas, apodado Platón (“El de anchas espaldas”) nació en 427 a.C. y murió a la
edad de 80 años, en 347 a.C. Era de familia noble. Su padre se proclamaba descendiente del
último rey de Atenas, y su madre descendía de Solón. De joven recibió enseñanzas de discípulos
de Parménides y de Heráclito y fundamentalmente fue discípulo de Sócrates hasta la muerte de
este último, que le lleva a viajar por la Cirenaica, Egipto, Sicilia y el Sur de Italia, completando
su formación (se sabe que tomó clases de destacados pitagóricos) e iniciando sus incursiones en
la formación de dirigentes políticos, como lo atestigua su relación con Dionisio I de Siracusa,
tras la cual, y debido a desavenencias con el tirano, regresa a Atenas y funda la Academia, el
centro que puede considerarse como el germen de la universidad de Occidente, y cuyo plan
integral de estudios sentó las bases de los sistemas de formación posteriores. Posteriormente
sigue intentado poner en práctica su doctrina socio-política en Sicilia, con Dionisio II, pero sólo
consigue despertar recelos y dos veces acaba saliendo de la isla, prisionero una y huyendo otra.
Finalmente, acaba sus años en Atenas, al frente de la Academia, que seguiría siendo un centro
activísimo de formación y estudio casi novecientos años más. Sin embargo, su legado más
importante es su obra escrita, que contrariamente a lo acontecido por la mayoría de pensadores
clásicos (de los que apenas se conservan escritos), está conservada íntegramente, y que puede
distribuirse en cuatro períodos:
El eje central del pensamiento platónico es la teoría de las Ideas, por lo cual la realidad de lo
manifestado no se encuentra en el mundo sensible, que es cambiante y temporal, sino en los
arquetipos que sirven de modelo a los objetos del mundo sensible. Estos arquetipos o ideas no
son objetos creados por la mente sino realidades extramentales, inteligibles, inmateriales,
inmutables e independientes, no dependen del mundo sensible para existir. No podemos
captarlas por los sentidos sino a través de la inteligencia. Estas Ideas sirven de modelo a los
objetos del mundo material, de tal manera que todo lo manifestado lo es porque participa de una
o varias Ideas. Así diferenciamos un objeto circular de otro triangular porque cada uno participa
de la Idea de Círculo y de Triángulo respectivamente. Y diferenciamos un objeto circular azul
de otro circular amarillo porque cada participa de la Idea Azul y de la Idea Amarillo, y así
sucesivamente. Sin embargo, no existe un círculo o triángulo perfectos en lo manifestado, ni un
azul o un amarillo puros, sino que son cambiantes, imperfectos, impuros. Sólo el arquetipo de
cada cosa es perfecto. Así, la evolución de lo manifestado radicaría en el acercamiento a la Idea.
El mundo inteligible no es caótico, sino que está organizado en torno a la Idea Suprema del
Bien, lo que hace que todas las Ideas sean Ideas.
Por tanto, para Platón, la esencia de las cosas no se encuentra en su interior, sino en el arquetipo
o Idea de las mismas, al que están conectadas por su participación en él. Esta diferenciación
entre mundo sensible (accesible a través de los sentidos) e inteligible (accesible a través de la
razón) es fundamental. Esta primacía de las Ideas sobre los objetos materiales (que son
sombra más o menos cercana de aquellas) se denomina idealismo, frente al materialismo, que
otorga la realidad a lo manifestado.
Esta diferenciación que Platón establece entre mundo sensible (o manifestación) y mundo
inteligible (o realidad metafísica), cuando se aplica al ser humano lleva a un dualismo entre
cuerpo y alma, de tal manera que el hombre se conforma como un conglomerado de dos
realidades distintas: el cuerpo, perteneciente al mundo sensible y sujeto al paso del tiempo y la
degeneración material, y el alma, de naturaleza espiritual y procedente del mundo inteligible. El
uno, mortal y la otra, inmortal. La unión entre cuerpo y alma es inestable y accidental, no es el
estado natural del alma, que por el contrario, anhela el mundo inteligible del que procede, y al
que tiende tras la muerte. El alma es, para Platón, principio de racionalidad, es decir, el
principio por el que podemos tener acceso a los universales, los arquetipos, las Ideas. Y puesto
que en ella radicaría nuestra identidad como seres humanos, interconecta directamente dicha
identidad con el hecho de aprehender las Ideas.
El conocimiento para Platón, debe ser certero e infalible, por lo que se fundamenta en el acceso
a las Ideas, no en la modificación permanente del mundo sensible. Distingue dos tipos de saber:
la opinión (o basado en el mundo sensible) y la ciencia o conocimiento propiamente dicho
(basado en el mundo inteligible). En cada uno de ellos, a su vez se distinguen dos niveles. Así,
tendríamos en sentido ascendente (acercándose a las Ideas): la conjetura, que trabaja con
imágenes o reflejos de mundo sensible. Es el nivel más bajo de conocimiento. Le sigue la
creencia, el conocimiento de los objetos materiales. En el ámbito de la ciencia, estaría el
conocimiento discursivo, cuando los datos de la realidad sensible se consideran a la luz de la
inteligencia, del mundo inteligible. Y por último, el más elevado nivel de conocimiento sería el
conocimiento intuitivo, el conocimiento pleno de las Ideas en sí mismas, independientemente de
su representación en el mundo manifestado.
Volviendo al asunto del alma, Platón distinguió tres partes en ella, a saber, la parte racional,
inmortal, y de naturaleza inteligible, pudiendo conocer intelectivamente las Ideas; la parte
irascible, mortal e inseparable del cuerpo y fuente de valor, voluntad y sentimientos nobles;
y por último, la parte concupiscible, fuente de las pasiones innobles, el instinto. El equilibrio
se alcanzaría cuando cada parte se encontrara desarrollando la virtud que le es propia. La parte
racional cumple con su función cuando alcanza la prudencia, el discernimiento entre lo correcto
e incorrecto, es decir, el acercamiento a la Idea de Bien. La parte irascible hace lo propio cuando
alcanza la fortaleza y ayuda a la parte racional a dominar a la parte concupiscible, y esta última
es virtuosa cuando alcanza la templanza y no somete al conjunto a incontrolables apetitos.
Cuando cada una de estas tres partes desarrolla la virtud que le es propia y el conjunto se
armoniza, se alcanza una cuarta virtud que sería la justicia.
Platón elaboró su pensamiento en todos los ámbitos del conocimiento, llevando su doctrina de
los Arquetipos o de las Ideas a todas las facetas del hombre. A través del trabajo en la Academia
y el impulso que le dio, tuvo una gran influencia en el desarrollo posterior de la civilización
Occidental hasta el propio Renacimiento. A riesgo de ser excesivamente simplistas, podría
decirse que la influencia de las ideas platónicas, precursoras del idealismo mencionado en
párrafos anteriores, han ido alternándose con la concepción aristotélica de la existencia, más
vinculada con el conocimiento del mundo sensible, y por tanto, con el predominio del
materialismo
El mito de la caverna
Platón, además de un hito esencial dentro de la filosofía occidental, es un estupendo narrador de
mitos que no sólo ocupan cierta extensión en su obra filosófica sino que destacan en el conjunto
de las páginas platónicas por su fuerza poética y plástica y su seducción intelectual. El mito
impacta la imaginación y deja un rastro fascinante en la memoria. Resulta sorprendente que
Platón no renuncie, ni siquiera en la República un diálogo de una alta elaboración filosófica, a
los mitos como forma de expresar la verdad; de hecho, recoge quizá los más discutidos y
enormes de toda la Historia. Uno de ellos es el tema de este artículo: El mito de la caverna.
Imaginemos una caverna bajo tierra, en la que los espectadores están sentados de espaldas a la
entrada y de cara a la pared. Estos espectadores están cautivos, atados con cadenas, de manera
que sólo pueden mirar hacia la pared del fondo. De la caverna sale un camino en pendiente,
áspero, hacia el exterior. Para los espectadores es como si no existiera la luz natural, de ahí la
necesidad de un fuego bien dispuesto. Hay una tapia entre el fuego y los espectadores, y entre
ella y el fuego desfilan hombres portando objetos. Estos objetos proyectan sombra en la pared
de la cueva, y esas sombras son lo único que ven los espectadores. Además la pared-pantalla
tiene eco, y por eso para los cautivos parecen venir de ella las palabras que pronuncian los
hombres que pasan detrás de la tapia. Un Platón de nuestro siglo hubiera supuesto un micrófono
y un altavoz. Queda claro que las sensaciones son totalmente indirectas. Los prisioneros sólo
ven sombras producidas no por el medio natural de la luz del sol sino por algo que es su
remedo, el fuego (sombra del sol), y no oyen la voz humana, sino el eco (sombra de la voz).
Viven entre sombras de sombras. Es así como se nos hace del todo patente lo miserable de su
condición. No tienen conciencia ni de sí mismos ni de cuanto les rodea, y como están atados no
pueden ver ni concebir otra realidad distinta, ni que exista otra vida diferente de la que ellos
mismos llevan. Platón afirma que los prisioneros de la morada subterránea son iguales a
nosotros, por extraño que a primera vista pueda parecer. El estado físico de estos trogloditas es
en lo espiritual el estado general de la Humanidad. Tenemos de nosotros mismos y de lo que
nos rodea visiones deformadas por los prejuicios, pasiones, modas y distorsiones de toda índole
que nos mantienen encorvados y fija la mirada en una sola dirección: los intereses de los amos
de la caverna.
Nos propone Platón que desatemos a uno de los prisioneros. Debido al tiempo que lleva en esa
posición, tendrá los músculos entumecidos y le costará ponerse en pie y caminar, pero aunque
resulte difícil, le obligaremos a subir por el sendero que conduce al exterior. Al acercarse a la
boca de la caverna, quedará deslumbrado por la claridad solar, le dolerán los ojos, creerá
haberse vuelto loco y querrá volver a la tranquilidad de la caverna donde todo era conocido.
Para acostumbrarse deberá empezar a observar de noche, con la luz de las estrellas y de la luna.
Luego podrá ver de día las imágenes reflejadas en las aguas y las sombras; más tarde verá los
árboles, los pájaros, las fuentes, podrá mirar las cosas en sí, y finalmente será capaz de ver el
sol, y de darse cuenta de que gracias a él existe todo y que es la causa de la vida.
Mares de tinta se han vertido sobre la interpretación de la caverna, y como todo mito, tiene
diferentes claves, unas más visibles y otras más profundas. Vamos a relacionar la caverna con la
línea de conocimiento de Platón. Con esto pasamos ya del sentido literal a su sentido alegórico,
simbólico, prolija y expresamente declarado por Platón mismo. La caverna corresponde al
primer segmento, representando el mundo visible, sensible. El primer subsegmento es el de las
imágenes proyectadas, las cosas que no hemos experimentado, las que nos han dicho, nos han
contado: la conjetura. El segundo corresponde a los objetos mismos, a los hombres que manejan
estos objetos y engañan (los amos de la caverna). Representa la opinión, peligrosa, pues no es
aún sabiduría, no es realidad. La caverna entera representa la ignorancia y la oscuridad.
El segundo segmento es el mundo exterior al que llega el prisionero que puede evadirse del
antro, y representa el mundo de los objetos inteligibles, el verdadero saber, la Sabiduría. Los
reflejos y sombras que el fugitivo se ve obligado a contemplar en los primeros momentos son
las cosas que se pueden razonar y discurrir. Los objetos reales que podrá mirar al habituarse a la
luz son las Ideas. Y la visión que al final sea capaz de tener del sol cara a cara será la visión
inteligible de la Idea del Bien (la máxima concepción platónica que une todos los aspectos de la
virtud, lo bueno, lo bello, lo justo, lo verdadero). El Bien es la causa por la que todo es. Es el
aspecto más luminoso del Ser. Como el Sol que es el que da vida a nuestra Tierra, el Bien da
vida a las ideas.
En el mito, además, los hombres de la cueva acaban por sentirse hasta cierto punto contentos
con su suerte. Con su fina percepción de la naturaleza humana, no los representa Platón
gimiendo y llorando, sino consagrados concienzudamente a una singular actividad, la única a su
alcance: identificar con toda exactitud las sombras que desfilan y su orden de sucesión, a fin de
poder predecir cuándo volverán a pasar éstas o aquéllas. De esta actividad hacen un certamen
regular y lo toman con tanto ardor, dice Platón, que se otorgan entre ellos premios,
recompensas, honores, adjudicados a los más hábiles en este arte de identificación y predicción.
La caverna entera funciona como una maquinaria manejada por su amos, que se aprovechan de
los deseos necesarios e innecesarios de los esclavos, conocen sus gustos, pasiones, debilidades y
se aprovechan de ellos en beneficio propio. No puede concebirse una miseria mayor que la de
estos infelices, y no tanto por su tortura física, sino por su total ignorancia intelectual y moral.
Cuando alguno de los presos rescatado del antro, que ha salido al exterior, se acuerda de sus
antiguos compañeros de cautiverio y su lamentable estado, es posible que decida volver. No
porque le guste regresar a la oscuridad de la caverna, sino por solidaridad con sus compañeros,
para contarles lo que ha visto. La mayoría de las veces, como llega cegado por la luz del sol, no
ve las sombras y tropieza. Por eso, los cautivos se mofan de él y le dicen que se ha vuelto loco
al salir de la caverna. Peor aun, si trata de hacerles ver lo lamentable de su situación, el
resultado será que se enfurezcan contra él y que, si pudieran, le matasen.
Palabras terribles que se han comprobado muchas veces en la Historia. Véase el caso del
mismo Sócrates, la quema de Miguel Servet, Giordano Bruno y tantos otros. Esta es la
explicación de por qué siempre, en todo lugar, hay una inquisición, cazadores de
librepensadores que odian la libertad de pensamiento y el estudio comparado y queman en
persona o en efigie, con propaganda destructiva y acusadora, a cuanto grupo, hombre o mujer,
les impida seguir con su juego de proyectar y con su manejo de la caverna. El prisionero que
asciende, sale de la cueva y contempla el mundo real, representa la ascensión del alma al mundo
de las Ideas, el sendero del filósofo. Y cuando vuelve se convierte en el verdadero político
platónico, que reúne todas las virtudes morales desde la honradez a la justicia, del saber al saber
hacer. Es el que, una vez conocido todo lo que es, vuelve a contar sus nuevas experiencias al
aire y al sol y en la libertad, para ayudar a la liberación de las cadenas y así poder ascender al
mundo inteligible.
En esta meditación sobre la condición humana hay una gran enseñanza. Así como a los cautivos
no hay que darles la vista que ya tienen, sino hacerles volver sus ojos de las tinieblas a la luz,
otro tanto habrá que hacer con el alma, ya que en ella existe la facultad de aprender y lo único
que hace falta es orientarla en la dirección correcta. Y así como los forzados de la caverna no
pueden ver la luz natural, tan lejana a ellos, con sólo volver la cabeza, sino que han de hacerlo
con todo el cuerpo, subiendo completamente el sendero, así también hay que proceder con el ojo
del alma; se trata de la educación de todas las potencias del alma, y no sólo de su potencia
intelectual; es una operación que implica una vivencia, (lo que pienso, lo que hago y lo que
siento: mente, corazón y acción). La educación, por consiguiente, resulta ser el arte de la
conversión del alma (de toda ella), para acercarla a la contemplación del ser y de la luz. La
importancia de los mitos en diálogos de tanto calado filosófico como La República está en su
honda poesía, en su belleza literaria, y en la guía que estos relatos nos dan para orientar nuestro
entendimiento de la vida. Los mitos son ventanas luminosas que perduran en la memoria de
todo lector de Platón.
El Amor Platónico
Pero ¿a qué llamamos amor?, ¿es el amor el deseo sexual?, ¿es algo más?, ¿es lo mismo amar a
los padres, a los hijos, a los amigos, a nuestro compañero, compañera? ¿Y el amor a nuestro
perro, o gato, o periquito?, ¿y el amor a nosotros mismos es solo egoísmo?
El tema es mucho más vasto de lo que nos sugiere la primera impresión. Dice Platón que el
cielo se mueve por amor. ¿Acaso Dante argumentaba como Platón, cuando decía que era el
amor lo que movía el sol y las estrellas? ¿Es lo mismo el amor a una persona que amar el
trabajo, la patria? ¿Y el amor a la justicia, a la ciencia, al arte? ¿Y aquello del amor a Dios y el
amor de Dios?…
Eros, el amor, es el tema del diálogo El simposio o más conocido como El banquete, obra de
este enorme filósofo que fue Platón. Platón nos sitúa en un típico banquete griego, con sus dos
partes: primero, la comida en común, y luego, la bebida en común, que era la excusa para que el
anfitrión ofreciera un entretenimiento de carácter estético, como el canto, la danza, la música o
un diálogo de ideas, con sus discursos y reflexiones.
En este caso, se trataba de un banquete en que los invitados de Agatón, poeta que había
triunfado en el último certamen literario, pronunciarán un elogio del amor. Apenas aplacado el
coro de admiraciones que había suscitado el florido elogio de Agatón, Sócrates se excusa
humildemente de pronunciar un discurso por no ser capaz de competir con los demás.
Dice: “Yo creía tontamente que es menester decir la verdad acerca de lo que se elogia, pero
por lo visto no es así, y lo que os ha importado es acumular alabanzas hiperbólicas,
atribuyendo al amor lo más grande y bello que se pueda encontrar, sin preocuparse de si es
verdad”.
Con su diálogo, Sócrates hace reconocer a Agatón que sus palabras eran bastante huecas, pues
escondían contradicciones dentro de su belleza y persuasión. Decía Agatón que el amor era
bello, bueno y que anhelaba, deseaba, tendía a lo bello, pero todo deseo representa anhelo de
algo, que es algo que no se tiene, y que se apetece tener, o si lo tenemos, quizá no sabemos si
mañana estará con nosotros y lo deseamos tener siempre.
Por tanto, si Eros aspira a lo bello, no puede ser él mismo bello, sino necesitado de belleza. Y,
por tanto, no es un dios, pues no es posible un dios sin belleza.
Esta refutación puede parecer cortante, pero Sócrates la hace con humildad, y confiesa que a él
le ocurrió lo mismo, que él creía que el amor era bello y bueno, y fue Diótima, una sacerdotisa,
la que respondió a sus inquietudes: si el amor no es bello ni bueno, ¿será feo y malo?
Ciertamente no, el no ser bello ni bueno no implica necesariamente el ser feo y malo, como el
no ser sabio no implica necesariamente ser ignorante. Entre belleza y fealdad –bondad y
maldad–, como entre sabiduría e ignorancia, hay términos medios, y este es el caso del amor.
Por ello, no tiene que considerársele, como hace la opinión común, como un gran dios, ya que
no puede negársele a los dioses la belleza y la bondad. No es un dios, ni un mortal, es un gran
daimon, un intermediario entre dioses y mortales.
La idea es sencilla: el amor es el camino, el nexo de unión con aquello que llamamos perfecto,
divino, hermoso; sirve de enlace y comunicación llenando el vacío que existe entre lo visible y
lo invisible. Por amor somos capaces de hacer y vivir aquello que el cuerpo biológico no puede
concebir. Es lo heroico; por ejemplo, por amor uno deja su tranquilidad y comodidad y entrega
su vida al servicio de los demás, sea curando a enfermos, enseñando a niños. La actitud de
servicio puede empezar por barrer un suelo, o saber escuchar, o resolver un problema ecológico,
social, o poner un poco de belleza física, de cortesía; son dictados de la conciencia, del corazón,
que no vienen del materialismo egoísta sino del amor.
En seguida, pasa Diótima a describir un mito sobre el amor. Cuando nació Afrodita, los dioses
celebraron un banquete y, entre otros, estaba también el dios Poros, el hijo de la Inventiva, que
significa el que tiene recursos, abundancia. Vino a mendigar a la sala del festín Penia, la
pobreza, la indigencia. Poros, embriagado de néctar, el licor de los inmortales, salió del jardín a
disipar con el sueño los efluvios. Tendido estaba cuando lo divisó Penia, y pensó que lo mejor
era aprovechar la oportunidad que se le ofrecía y procurarse un hijo de Poros: Eros. Engendrado
en ese día del natalicio de Afrodita, el amor está siempre en el cortejo de la diosa. Y por ser
Afrodita supremamente bella, corresponde al amor el ser amante de lo bello. De su madre tiene,
en primer lugar, el andar siempre en apuros, y por su apariencia no es, contra lo que piensa la
mayoría, nada delicado y bello; por el contrario, anda siempre famélico, descalzo; eterno
durmiente al raso sin otra cama que el suelo, los caminos o los umbrales de las puertas. No lo
encontraremos ni en los palacios, ni en los bancos, ni en las cajas fuertes, no necesita de dinero,
es humilde. De su padre, en cambio, tiene el andar siempre al acecho de lo bello y de lo bueno
que no posee, y ser valiente, perseverante y arrojado, apasionado de la inteligencia, fecundo en
recursos, incomparable hechicero.
¿Quién no reconoce en estas cualidades la fuerza que el amor despierta en nosotros? Además, el
amor anhela poseer un bien con la intención de que dure siempre. El amor se convierte en
apetito de inmortalidad y, ¿cómo lo consigue?
La respuesta no tiene grandes pretensiones moralizantes o metafísicas, sino que arranca por
entero del proceso natural del amor físico. La naturaleza logra la perpetuación con la
procreación, con los hijos. La procreación es el único camino de la naturaleza para perpetuarse.
Las rosas no son eternas, pero cada primavera tenemos su perfume, limpio, joven. Platón sienta
esta misma ley para la naturaleza espiritual: el anhelo de generación no se limita al cuerpo, sino
que tiene su analogía en el alma.
Y, además, la fecundidad del alma es muy superior a la del cuerpo, y se manifiesta, sobre todo,
en obras de pensamiento, arte, poesía e inventos de toda especie. Las personas dotadas de esta
fecundidad según el alma, se prendan de lo bello –es el amor de un artista por su creación o de
un maestro por su discípulo–, y por amor uno se esfuerza en conducir a persona, a piedra o a
idea hacia su máxima perfección, desarrollando todas sus posibilidades latentes. Es la idea del
amor como una paideia o actividad formativa.
Desde este momento, la conversación toma vuelo, y empiezan a sonar las palabras de alta
tensión: “misterio”, “iniciación”… Hay una vía a seguir para llegar a la contemplación de lo
bello en sí. Pero se requiere una iniciación, un ascenso a través de etapas dialécticas: primero
nace el amor a la belleza corporal; es una educación estética, se ama un cuerpo, y más allá se ve
que lo bello no está circunscrito a un solo cuerpo. Es ver que la belleza de un cuerpo es hermana
gemela de la del otro, y no solo los seres humanos, mujeres y hombres son bellos, hay belleza
en todo, en la naturaleza: animales, montañas y nubes. Llega, en segundo lugar, el amor a la
belleza de las almas, a la belleza moral, a la conducta, y es una belleza mucho más preciosa.
Así, uno prefiere un alma bella a un cuerpo bello, un buen carácter a unos ojos verdes, un
corazón sabio a unas largas piernas: existe una belleza interior y tiene más alta estima que la
física.
La iniciación ha sido lenta y gradual, y la revelación, en cambio, instantánea. Platón sólo dice:
“Belleza que existe eternamente, y ni nace ni muere, ni mengua ni crece; belleza que no es bella
por un aspecto y fea por otro, ni ahora bella y después no, ni tampoco bella aquí y fea en otro
lugar, ni bella para estos, y fea para aquellos. Ni podrá tampoco representarse esta belleza
como se representa, por ejemplo, un rostro o unas manos, u otra cosa alguna perteneciente al
cuerpo, ni como un discurso o como una ciencia, sino que existe eternamente por sí misma y
consigo misma. Dijo la sacerdotisa que este es el momento de la vida que, más que otro alguno,
debe vivir el hombre: la contemplación de la belleza en sí”. Y lo que ya no es posible, pues
pertenece al orden del éxtasis místico, es describirla. Es éxtasis pues uno trasciende, es salir
fuera de nuestra pequeñez y entregarse al mar inmenso de lo bello.
La metafísica de Platón es una metafísica del Eros. El Eros, como el alma y como el filósofo,
pertenecen a ese linaje de seres medianeros entre el mundo de las Ideas y el de las cosas
materiales, y cuya misión consiste en poner en comunicación ambos mundos.
Por amor platónico se entiende hasta hoy el amor espiritual, el amor que nos trasciende, amor
imposible dicen, pero no, es el amor que hace posible los imposibles, que nos hace sentir
hermanos, por encima de diferencias.
¿Por qué? Esa es la pregunta del filósofo. ¿Por qué Platón insiste en que hay que aprender a
amar? Hace falta aprender a AMAR porque en nuestro mundo falta mucho amor, y hace falta
volver a tender la mano y ofrecer algo para comer, para sobrevivir, y, además, un sueño, un
ideal. Hace falta un amor que nos haga vencer el miedo a dar, dar generosamente lo mejor que
tenemos, dar una caricia, dar una sonrisa, dar dinero, que casi es lo más sencillo, atención,
tiempo, fe, confianza, lo que sea… pero DAR.
Necesitamos el amor que nos limpie del barro del materialismo, ese que nos habla de recibir, de
ser amados. Hay que descontaminarse, y al dar y vaciarnos entrará de nuevo no solo el canto de
los pájaros y de los ríos, sino las voces de los que sufren, y amarlos, y con ellos amar la
Historia, no la de los enfrentamientos, sino la de las uniones. ¡Ya basta de guerras! Hace falta el
amor que deja a los demás vivir en libertad. Hay guerras porque nos hemos olvidado de AMAR
con mayúsculas, AMAR las esperanzas, las nuestras y las de los demás: los versos que nunca
hemos escrito pero escribiremos, los besos que no hemos dado pero daremos, las oraciones que
no hemos podido pronunciar pero que volveremos a poner la rodilla en tierra y los ojos en las
estrellas, y nacerá el sentido sagrado de la vida. El amor que nos hace sentir y encontrar de
nuevo a Dios.