La Ultima Carta
La Ultima Carta
La Ultima Carta
Gracias a la plausible entrega del Ejército de Chile pudo llegar a su destino y fue
publicada en los diarios cerreños de entonces. Ésta es…La Carta.
Por fin puedo escribirle las líneas que le debo hace mucho tiempo. En primer lugar, para
agradecerle las cartas que me ha enviado, todas ellas cargadas de amor, de comprensión, de
aliento. Recibirlas, madre mía, no obstante la tristeza de encontrarme a centenares de leguas
de distancia, muy lejos de usted, de mi novia y de mi tierra adorada, ha servido para
mantener vigente mi ánimo y mi entusiasmo,
Hasta ahora el Señor me ha conservado la vida; presiento que será por poco tiempo. Ahora
estoy convencido que un hombre que ha recibido este tremendo bautismo de sangre, fuego y
dolor, sólo busca en su Salvador la luz eterna de la verdad. Nunca pude pensar que hubiera
tantos hombres buenos en nuestra tierra. En estos trece meses de guerra he conocido más
hombres generosos y abnegados que en todo el resto de mi vida. He visto a los integrantes de
la Columna Pasco, hermanos de mi alma, único consuelo en mi soledad y tristeza, combatir y
morir como héroes. Estoy seguro que mañana siete de junio también sabrán luchar como
fieras.
En estos momentos, acá en Arica, acaba de finalizar el bombardeo terrestre y naval que nos
han dirigido los chilenos, felizmente sin ninguna consecuencia. Han tratado de asustarnos.
Hoy más que nunca estamos confiados en la grandeza de nuestros jefes. Imagínese. El
coronel que ya peina canas, contestó al parlamentario chileno que vino a pedir nuestra
rendición, que pelearemos “Hasta quemar el último cartucho”. Todos los jefes y oficiales lo
respaldaron. Nosotros también, claro está. Sabemos que la muerte nos aguarda, pero tenemos
que cumplir nuestra palabra. Estamos sitiados y abandonados a nuestra suerte. Todos lo
sabemos. Mañana atacarán, pero los estaremos esperando. Tenemos conocimiento que las
faldas del morro se están sembrando de minas explosivas; por allí tendrán que pasar los
chilenos. Tenemos que valernos de todo, madre, de todo. Ellos son más de seis mil hombres
muy bien armados y bien alimentados; nosotros no somos más de mil quinientos (cuatro a
uno).
Yo, como sabe usted, conjuntamente con todos mis hermanos de la Columna Pasco, nos
hemos aglutinado en el Batallón Tarapacá que está al mando del coronel Ramón Zavala -rico
salitrero tarapaqueño… Ah! le contaré que hasta hace unos pocos días nuestra alimentación
dejaba mucho que desear, pero el coronel Alfonso Ugarte Vernal, un oficial tarapaqueño que
es muy acomodado, ha dispuesto un gran banquete para jefes, oficiales y tropa.
En este momento todos estamos escribiendo. Avíseles a las madres y a las novias de mis
amigos que ellas también tienen sus cartas; especialmente la “Ñahuirona” Clotilde a quien el
“loco” Landaver le está escribiendo un testamento. No es para menos. El sabe que habremos
de morir, pero quiere alegrar el corazón de su novia. Lo mismo ocurre con Aníbal; le está
escribiendo una hermosa carta a su mamita; la señora Panchita. ¡Madre!. Yo quiero rogarle
que cuando pase lo que tenga que pasar, acompañe a la ancianita. ¡Es tan viejecita, la pobre!.
También si pudiera entrevistarse con la madre del “cholo” Fermín Eusebio, quisiera que le
diga que su hijo es un hombre extraordinario. Con su trompeta nos ha alentado y animado
aquí en las trincheras. Todos lo queremos. Tiene que ubicarla, madre. Ella es la lavandera de
los Campillo y de otros españoles más. Vive en Diputación. Finalmente, le pido con todo mi
amor que consuele a Margarita. A ella también le estoy escribiendo, pero sé que de todas
maneras va a sufrir mucho. Usted sabe que cuando partí de allá, de nuestra tierra, le prometí
que a la vuelta de la guerra nos casaríamos. Que me perdone. Dios no ha querido depararme
esa felicidad. Ella habría sido una magnífica esposa. Pídale que me comprenda; que la patria
nos exige esta dolorosa separación. Ella sabe que la quiero con todas las fuerzas de mi alma.
Que ella es la única mujer a la que he querido en mi vida, pero no pudo ser. Que me perdone
y que sea muy feliz.
Esta noche voy a confesar, madre. Estoy esperando mi turno. Ya casi todos lo han hecho;
hasta los Candiotti…¡Imagínese!. El padre Rojas está atareado alcanzándonos la absolución
por nuestros pecados. El también será el encargado de hacer llegar esta carta a sus manos.
Madrecita mía: Estoy consciente que me quedan muy pocas horas. Sé que en cualquier
momento, a partir de este instante, la muerte vendrá a arrebatarme la vida que usted me ha
dado. Por eso, cuadrando mi emoción en palabras, le escribo mis últimas letras. No se
imagina el esfuerzo sobrehumano que tengo que hacer para mantener mi pulso firme. No
sabe cómo he rogado a Nuestro Señor que me dé presencia de ánimo para resistir la angustia.
¡Despedirse es lo mismo que morir!… ¡Y yo me estoy muriendo, madre!!. Sin embargo,
armándome de coraje y pidiéndole a usted que haga lo mismo, le dedico los últimos instantes
de mi vida.
Tengo que terminar esta carta. Voy a ocupar mi emplazamiento de combate. Nos ha
correspondido una represión de la parte norte del morro de Arica. Allá vamos. Mis últimas
palabras son para usted, madrecita, para usted, como lo serán mis postreros pensamientos.
Tenga la seguridad que a donde vaya, la estaré aguardando. Sólo tomaré la delantera. Estoy
segura que me veré con mi padre con quien la estaremos esperando. Le pido a usted con todo
mi amor, que vaya a la tumba de mi padre y ponga en ella, no una, sino dos flores, que serán
mis lágrimas de despedida.
Madre mía, le pido, le ruego, le imploro, que tenga mucho coraje para soportar esta prueba
que nos da el destino. Ruéguele también al Señor, porque el valor no me abandone jamás, en
esta última prueba. Usted reciba junto con mi bendición, el último beso de su hijo
moribundo.
//BibliotecaNacional:L105