Los Formadores de Docentes y La Lectura
Los Formadores de Docentes y La Lectura
Los Formadores de Docentes y La Lectura
alumnos quince minutos cada día – no para estudiar sino por el gusto, por divertirse -, si
lográramos fundar muchos rincones y talleres de lectura para niños, para jóvenes y para
adultos, en todo el país, si consiguiéramos aumentar drásticamente el número de lectores
auténticos en México. Produciríamos la más importante revolución educativa, cultural y
social de nuestra historia”
Felipe Garrido
“La única razón lícita para leer obras literarias es el goce que producen. Pero allí tenemos
las escuelas, los maestros leyendo para dar clase y los alumnos leyendo para pasar el curso.
De esta relación nació la idea de que los libros buenos son pesadísimos”
Jorge Ibargüengoitia
El maestro Sufi contaba siempre una parábola al finalizar cada clase, pero sus alumnos no
siempre entendían su sentido… - Maestro, - lo encaró uno de ellos una tarde – / - Tú nos
cuentas los cuentos pero no nos explicas su significado… / - Pido perdón por eso, - se
disculpó el maestro – / - Permíteme que en señal de reparación te convide con un rico
durazno. / - Gracias Maestro – respondió halagado el discípulo – / - Quisiera para
agasajarte, pelarte tu durazno yo mismo. / - ¿Me permites? / -Si muchas gracias – dijo el
alumno – / - ¿Te gustaría que, ya que tengo en mi mano el cuchillo te lo corte en trozos /
para que te sea más cómodo? / - Me encantaría… pero no quisiera abusar de tu
hospitalidad, maestro. / - No es un abuso si yo te lo ofrezco, sólo deseo complacerte. / -
Permíteme también que te lo mastique antes de dártelo. / - No maestro. ¡No me gustaría que
hicieras eso! Se quejó sorprendido el alumno. / - El maestro hizo una pausa y dijo. / - Si yo
les explicara el sentido de cada cuento… sería como darles a comer una fruta masticada.
Un desprestigiado niño.
Me voy a permitir ilustrar este planteamiento con una historia real que sucedió no hace
mucho en un prestigioso centro educativo, de una prestigiosa ciudad, de un prestigioso país,
con unos prestigiosos maestros y un desprestigiado niño de 8 años a quien le pidieron en un
examen escolar de religión que dibujara a Dios. Asunto ya bastante complejo, pero no para
su profesor de religión, para quien era obvio que cuando se da la orden de: “Pinte a Dios”,
se dibuja un triángulo equilátero con un ojo en el medio. Pero el niño de esta historia
dibujó una piedra, por lo que recibió un contundente cero en religión. A lo que el niño se
atrevió a protestar y explicó que el profesor de ciencias le había enseñado que los minerales
ni nacen, ni crecen, ni se reproducen, ni mueren y que eso mismo le había dicho el cura
sobre Dios; razón por la cual recibió otro contundente cero en ciencias por no entender la
diferencia entre los minerales y un Dios único y verdadero. A lo que este ingenioso alumno
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argumentó que, aún así, en la preparación a la primera comunión le habían enseñado que
Dios estaba en todas partes, y si esto era verdad, entonces estaba también en las piedras.
Razón por la cual le fue adjudicado otro cero, esta vez en conducta, por faltarle el respeto a
los mayores, es decir por respondón. Nuestro querido niño se ganó tres majestuosos ceros
acusado de no entender nada, cuando lo que había hecho era conectar datos que había
recibido, construir una nueva información y entretejer pensamiento. Es decir, fue castigado
por ser un buen lector, ser un lector activo y permitirse relacionar el mundo.
La maestra del grupo de 5 años va a leerles un libro y, antes que nada, se los presenta.
Nenas y nenes, sentados en ronda, miran la tapa, intercambiando distintas opiniones acerca
de qué tratará, cuando Félix salta entusiasmado “yo lo tengo, mi papá me lo lee todas las
noches” mientras se dispone a disfrutar de algo que conoce muy bien. Los demás chicos lo
miran y admiran porque se aventuró por el mundo desconocido que es un libro nuevo y, a
juzgar por la cara y el entusiasmo, parece que le fue muy bien. A medida que pasan las
páginas y crece la historia, Félix interrumpe la lectura: “No, no, así no es”, sosteniendo una
versión distinta de acuerdo a la lectura de su papá. La maestra, sin sacar ni agregar nada de
su cosecha propia, lee y relee el cuento para convencer a Félix que ella es fiel al texto, que
en el libro dice lo que ella lee. Pero él insiste. Después de varias interrupciones, la maestra
arriesga “tu papá te leerá otro libro...”. Félix, muy seguro: “no, es el mismo”. Les aporto un
dato importante en este enigma. Félix es uno de los chicos de mejor nivel lingüístico en su
grupo: participa cotidianamente con comentarios oportunos que agregan información, tiene
mucho sentido del humor, pregunta, argumenta, opina, comparte, desplegando un
vocabulario muy rico... “¿Qué está pasando acá?”, se pregunta la maestra. Habla con los
padres y cuando, con el libro en la mano les cuenta la anécdota, el padre confirma que,
efectivamente, tienen el mismo libro en la casa y que se lo lee todas las noches. Pero,
cuando ella le dice que Félix discute todo el tiempo el contenido del cuento, el padre, entre
sonrojado y sonriente le confiesa que él no sabe leer. La maestra queda perpleja mientras el
padre de Félix le cuenta que no saber leer ni escribir le ha significado tantos problemas en
la vida... por empezar, el feo sentimiento de ser menos y después, bronca, rabia, tanto que
al nacer Félix se dijo “a mi hijo no le va a pasar lo mismo”. Y se le ocurrió “leerle” todas
las noches ese libro que tenían en la casa. “Pero le inventaba... - dice el padre- le inventé un
cuento que me grabé de memoria y todas las noches se lo repetía tal cual para que Félix no
se diera cuenta que yo no sé leer”.La maestra gritó Eureka para sí misma frente al misterio
resuelto, lo felicitó por su decisión y le confirmó que seguramente, gracias a eso, Félix
hablaba, comprendía y se interesaba por los libros y la lectura como pocos. En la siguiente
reunión de padres de la sala, la mamá de Félix se animó a contar esta historia, convencida
por la maestra que iba a ser un buen aporte para los otros padres. Una historia familiar
escondida debajo de la alfombra que no tienen, que dejó de ser secreta porque ya no había
vergüenza que ocultar, sino modelo a ser imitado: leerle cotidianamente con ganas a los
hijos, compartir tiempo y palabras, transmitir amor por los libros y el conocimiento, lo que
hacía el papá de Félix desde su sentido común. Hasta acá los hechos que como me los
contaron se los cuento, con varias puntas para reflexionar. En principio, la lectura no es una
obligación ni un trámite que provoca un ¡ufa! Por parte del que lee o del que escucha. No es
una actividad planificada con la que se cumple y a otra cosa. El aprendizaje y el gusto por
la lectura
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Taller
El presente es un taller dirigido a toda aquella persona profesional o no de la educación,
interesados en compartir, un espacio de y para la lectura. Porque creemos que en medio de
las prisas cotidianas, de repente solemos echar de menos un tiempo para detenernos a
pensar, a compartir nuestras preguntas, nuestras experiencias, y bien es cierto que hay
momentos o como dijese Graciela Montes, ocasiones en que, nos es necesario conversar
sobre los libros que leemos, enriquecer nuestra experiencia, extender nuestra mirada a
través del encuentro con otras y otros interlocutores. Partiendo ello de una necesidad de
diálogo e investigación, inherente a nuestro oficio de lectores, de profesores, de
formadores. Les propongo que gestemos en este encuentro un espacio para la lectura, para
leer, para reflexionar, para discutir en fin en un espacio para la formación. Pensamos que
los libros como los puertos son lugares en donde los barcos como los hombres llegamos
para abastecernos, pero también regresamos a ellos para reparar nuestras heridas, para
descansar y para compartir la carga que traemos. Aunque es menester dejar claro que los
libros no nos dan nada, porque somos nosotros los que damos y tomamos lo que
necesitamos. Por lo que el ideal así lo creo, sería que todos los hombres estuviésemos
amarrados a los libros como un barco a un muelle, porque allí es en donde se abastece para
salir a navegar. Pero para ello requerimos recordar a Don Alfonso Reyes, cuando señalaba
que”…sin cierto olvido de la utilidad, los libros no podrían ser apreciados”. Porque
sabemos que la apetencia por los libros es algo que no todo el mundo tiene, esto es, la
experiencia de las personas con los libros, sigue siendo pobre, más no necesariamente de
los pobres , porque lo mismo abajo que en medio y arriba, hoy es día que mucha gente no
ha entendido que hay libros que pueden salvarnos la vida, o contribuir a la reconstrucción
de uno mismo después de una pena de amor, de un duelo, de una enfermedad, en fin , - de
toda pérdida que afecte la imagen de uno mismo y el sentido de la vida-. Un inteligente
amigo me espetó hace unos días la siguiente pregunta: ¿Para qué sirve la lectura? Yo me
quede de un a pieza y confieso que estuve a punto de contestar que para nada. Y Creo que,
si no lo hice fue por una elemental vergüenza inconsciente que me lo impidió. Cuando en
realidad la respuesta es sencillísima y constituye un escandaloso lugar común. La lectura
sirve para comprender.
Y es así, porque sucede que el hombre es un ser de tal índole que no puede vivir sino
comprende la vida, su vida. Pero sucede también que la lectura es una comprensión en la
que desempeña un papel esencial la persona misma que la ejercita. Por eso les proponemos
no les imponemos, porque el placer obligatorio como el amor impuesto son los medios más
eficaces para quitar el apetito e incitar deseos muy distintos. De manera tal que sólo
esperamos que nuestra obstinada esperanza de que la lectura guste a los otros, no se
convierta en una causa más del rechazo, y más cuando en este tipo de espacios rara vez les
hemos hecho vivir la lectura como un placer. Si la experiencia es lo que nos pasa, o lo que
nos acontece, o lo que nos llega. No lo que pasa o lo que acontece, o lo que llega, sino lo
que nos pasa, o nos acontece o nos llega. Porque cierto es que cada día que pasa, pasan
muchas cosas, pero al mismo tiempo, casi nada nos pasa, y hasta se diría que todo lo que
pasa está organizado para que nada nos pase. Por eso decimos que es incapaz de
experiencia aquel a quien nada le pasa, a quien nada le acontece, a quien nada le sucede, a
quien nada le llega, a quien nada le afecta, a quien nada le hiere. Porque digámoslo con el
maestro Garrido “…leer es a veces aprender, incorporar a nuestra conciencia, hasta
apropiarnos de ella, la información del material leído. Y Otras veces es formarse, compartir
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las ideas o sentimientos de un autor y dar al espíritu propio la forma intelectual o emotiva
de aquello que se lee. Pero también leer es afirmarse, definir la personalidad propia ante las
opiniones de las que discrepemos. Y con frecuencia leer es enajenarse, salir de uno mismo
y perderse en el mundo creado por el autor de lo que leemos. Aunque bien lo sabemos,
olvidarse de uno mismo cuando se lee es más una manera de encontrase que de perderse”
Hay un bello texto de Tito Monterroso que vale la pena traer a colación. En el cual dice que
“Tirada en el campo estaba desde hacía tiempo una flauta que ya nadie tocaba, hasta que un
día un burro que paseaba por el campo, resopló fuerte sobre ella haciéndola producir el
sonido más dulce de su vida, es decir, de la vida del burro y de la flauta Incapaces de
comprender lo que había pasado, pues la racionalidad no era su fuerte y ambos creían en la
racionalidad, se separaron presurosos, avergonzados de lo mejor que el uno y el otro habían
hecho durante su triste existencia.
Pero, dejemos por lo pronto aquí la reflexión sobre la lectura, y ahora pasemos a revisar un
conjunto de textos que nos hablan de la relación entre los maestros y la lectura, leamos en
silencio, el texto sugerido, tomemos notas y vertamos nuestros comentarios en el equipo en
que me toco trabajar. Llevemos nuestras coincidencias y nuestros desacuerdos al conjunto
del grupo.
Entendiendo el problema
La mayoría de las personas vive sintiéndose acuciadas por los principios fundamentales de
la seriedad constituida. Adaptamos nuestra conducta – por una rutina más o menos
inteligente, más o menos idiota – al marco de una muy singular constitución. Un legado
jurídico que, por mucho que se indague en la historia legal del país, no se hallará votado
por el más amplio y plural consenso. Consta de cuatro artículos básicos, ¿orgánicos y
democráticos y, como repito, implícita y explícitamente aceptados por los adultos de todo
pelaje ideológico y sentimental. A saber:
Es evidente que los protagonistas de esta historia viven y llenan su tiempo de muy distinta
manera. El niño y el adolescente van a la escuela a llenar su tiempo libre. Y van, porque los
obligan. El maestro va a la escuela a cumplir con su tiempo profesional y laboral. Porque,
primordialmente, necesita comer, vestirse y satisfacer el cargamento prosaico de su
existencia.
Las cosas que hace el alumno no tienen valor alguno. Su tiempo, para que lo tenga, deberá
llenarlo con teoremas, lecciones y demás contenidos curriculares. El llamado tiempo libre
del alumno se llenará con las sabias producciones del tiempo profesional del profesor, que
curiosamente, tampoco son las suyas, sino del sistema educativo, es decir, del sistema
productivo social., del que tantísimas ocasiones, reniega).
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Habrá que decirlo sin retórica alguna: el alumno no pierde nunca el tiempo. Lo usa de
manera totalmente diferente a como lo invierte el adulto, productor incansable de objetos de
toda índole. De ahí arranca el formidable conflicto que a veces enemista y enfrenta a los
protagonistas de esta historia. Porque el adulto, en lugar de formar un frente común con el
alumno, lo que hace es imponer a éste, con los más gorrones y engañosos métodos
democráticos, su noción de tiempo útil, productivista y rentable. Le hace ver, casi siempre
por el conducto de la obligación, de la amenaza sutil, del sermón generacional y del más
patente de los chantajes, que la única manera solemne de no perder el tiempo, consiste en
repetir como papagayo de circo lo que el profesor repite, a su vez, de un libro.
Tal vez se debería propiciar que el alumno perdiera el mayor tiempo posible, porque,
quizás, sea ése, precisamente, el camino para que se inicie en lo que tan enfáticamente se
llama realización personal. Porque, ¿cómo se va a realizar personalmente uno, si todo lo
que tiene que hacer consiste en hacer y repetir lo que el otro dice y le ordena? Y ello desde
los tres años hasta los dieciséis. ¿Cómo se puede hablar de desarrollo de la personalidad
integral del niño si nada de lo que hace parte de su voluntad y de su iniciativa?
Paradójicamente, los alumnos salen de la escuela sin tener noticia alguna sobre que sea el
tiempo libre. Y a veces, cuando se encuentran con horas libres, te pregonan, ya con el
gesto, ya con las palabras, que no saben qué hacer con ellas. Y lo más triste del caso es
que, en la mentalidad de muchos jóvenes ir a la escuela ha constituido una pérdida de
tiempo esdrújula.
La escuela no está formando lectores, los niños decodifican pero sólo pueden hacer
comprensiones fragmentarias, escriben textos muy breves, muy simples, su conocimiento
está centrado en textos con contenidos escolares, dejando por fuera los textos
indispensables para la interacción social. Identificar inicialmente cómo leen y escriben los
maestros de las escuelas, debe ser una labor que arrojará resultados muy útiles para el
diseño y la metodología de un programa que atienda el problema. La mayoría de los
maestros reconocen no ser buenos lectores, sino lectores ocasionales o por necesidad; en
referencia a la escritura los maestros expresan que tienen dificultades motivacionales y de
dominio de competencia. ¨ En la relación con los maestros uno observa que aún aquéllos
que tienen la licenciatura, tienen dificultad como lectores y escritores. Una aproximación al
análisis de estos resultados demuestra que los problemas tienen su origen en la forma como
los profesores aprendieron a leer y a escribir, pues todos lo hicieron con una metodología
muy marcada por la autoridad institucional que los puso, cuando los maestros eran niños,
en una condición tal que aprendieron memorizando cartillas, escribiendo planas con letras
modelos, recitando fábulas o con métodos silábicos y recibiendo premios y sanciones
cuando lo hacia bien o mal. Experiencia que muchos docentes reproducen en sus alumnos.
Los maestros tienen que desarrollar sus procesos como productores de textos, porque es
ilógico pensar que quien no lo hace lo pueda enseñar, - o como lo dijese un profesor
africano: el docente es un profesional que enseña lo que no practica- por ello los docentes
tienen que apropiarse de las herramientas que les posibilite ser buenos lectores y escritores,
para poder luego hacer un trabajo con los niños y formarlos con esas habilidades en su
lengua materna.
Sandra P Banguero.
Texto III Leer en la escuela
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Una de las nociones con las que hemos crecido, una noción generalizada y al mismo tiempo
profundamente mentirosa, es la de la escuela como el lugar en la vida desde el que se nos
impulsó a leer. Para desmentirla sólo hace falta recordar las sensaciones de nuestra niñez a
lo largo de la educación primaria. O hacer un esfuerzo para enumerar los libros que leímos
– tal vez la enumeración no cueste demasiado trabajo, pero en la mayoría de los casos el
recordar de qué se trataban es casi imposible.
En la mayor parte de nuestros recuerdos, el gozo por la lectura está ausente; esa alegre
expectación, que en la infancia es más clara y más luminosa- la naturaleza misma de las
lecturas para esas edades, además de la disposición del carácter infantil, fomenta esta
expectación-, faltaba de forma conspicua en el salón de clases. Allí había poco lugar para la
curiosidad y la alegría. No porque en el salón gobernaran la represión y el miedo (aunque
esto, por desgracia, a veces sí sucedía y las figuras de los maestros tenían la fuerza y el
poder de las pesadillas), sino porque la necesidad de cumplir con el programa limitaba a los
maestros y volvía las clases áridas y rutinarias. La curiosidad y la imaginación quedaban
relegadas, sospechosas, además, de volver al alumno difícil de controlar y de distraerlo del
aprendizaje. Un alumno fantasioso, curioso, preguntón, un niño que reinterpretara lo que
estaba aprendiendo y lo vinculara con sus experiencias, y que además lo expresara,
representaba una posible perturbación en el discurso unilateral del maestro. Y éste, hay que
decirlo en su descargo, pocas veces cuenta con el tiempo o lo estímulos- los sueldos de los
maestros en nuestro país, y lo que se espera hagan con ellos, son insultantes- para dar la
clase de otra forma, una forma que implica un esfuerzo distinto y muchas veces la
oposición de las autoridades escolares, y por supuesto de los padres de familia. (…)
Le pido al lector que de nuevo trate de recordar sus años en la primaria. Casi en todos los
casos, tanto la curiosidad como la imaginación, atributos importantes en la integración de lo
que se aprende, podían estar presentes, incluso de forma esencial, en las relaciones con los
demás niños y en el juego, a veces en el trato con algunos maestros, pero no en clase (...).
¿Qué hacer? El maestro, a pesar de que a menudo no imparte las clases en la mejor de las
situaciones, no puede rehuir su responsabilidad. Los niños pasan mucho más tiempo en
compañía de sus maestros que en compañía de los padres, y a veces hasta más tiempo que
con sus madres. Recae, pues, sobre ellos, gran parte de la responsabilidad. Una modesta
sugerencia: considerar la hora de la lectura una hora cuya dinámica de trabajo sea distinta a
la del estudio del español. Una hora más gozosa, en la que el maestro se dejé llevar por el
entusiasmo, y en la que se motive la participación más libre y menos estructurada del
alumno.
Verónica Murguía
La expresión “nuevos lectores” puede aplicarse tanto a los de seis años, que inician su
escolaridad primaria, como a los de tres o cuatro que, en circunstancias favorables, han
iniciado ya, y sin pedir autorización, su proceso de alfabetización. La expresión “nuevos
lectores” puede aplicarse a los niños tanto como a los adultos, y muy particularmente a los
adultos desempleados, mal empleados o abandonados que logremos recuperar como
“lectores en voz alta” para los pequeños que necesitan de ellos, porque las maestras y los
maestros, ya lo sabemos, declaran que no tienen tiempo para leer en voz alta Es muy difícil
convencer a las maestras y los maestros de lo mucho que están enseñando cuando leen en
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voz alta. Tienen la impresión de que pierden el tiempo, de que no están enseñando, de que
hay que hacer un uso “productivo” del tiempo escolar. Sin embargo, el ejercicio burocrático
de la función docente conduce inexorablemente a la utilización del tiempo escolar bajo la
forma de “simulacros”. Un docente no necesita estar frente al grupo si sólo les va a pedir
copiar, iluminar (colorear) en sus cuadernos. No necesita estar allí cuando la actividad es
mecánica y repetitiva. Y si necesita “estar allí” para mantener la disciplina, es porque lo
que está imponiendo como actividad no es respuesta a ninguna de las inquietudes infantiles.
Los niños no necesitan que “los motiven” para aprender. Aprender es su oficio, porque
crecer, cambiar y aprender, van de la mano. No pueden dejar de aprender porque no pueden
dejar de crecer. Y crecer es cambiar cada día. Sólo los adultos podemos decidir dejar de
aprender. Los niños no tienen ese margen de libertad. Lo cual no quiere decir que cambiar y
aprender sean “naturales”, en el sentido de cosas que suceden “por sí mismas”, sin
conflictos, sin desafíos difíciles a ser enfrentados, sin esfuerzo. No es así. Todo cambio
supone dejar algo ya adquirido, ya comprendido, ya dominado, para aventurarse en
caminos de incertidumbre. Ayudar a continuar por caminos inciertos y visualizados como
potencialmente peligrosos es función del docente, para evitar que algunos queden
rezagados, por temor a aprender y a crecer.
Emilia Ferreiro.
Permítanme iniciar mi intervención con unas palabras de Frank Smith que, no obstante
haber sido escritas en Canadá para un medio y unas condiciones muy diferentes, son
aplicables a la realidad de nuestros países y me parecen pertinentes: Los niños no llegan
ignorantes a la escuela, pero pueden llegar analfabetos. Tal vez ellos no salgan analfabetos
pero muy frecuentemente salen ignorantes. Es esta la situación en la cual los “buenos
alumnos” entran a las universidades y a otras instituciones de ignorancia superior y algunos
de ellos regresan a las aulas para continuar transmitiendo el virus de la ignorancia a otra
generación de niños. Me solicitaron intervenir en esta mesa redonda con el tema ¿leen los
maestros? O mejor ¿Por qué no leen los maestros? Y a este interrogante sólo puedo añadir
nuevos interrogantes. Antes que todo, pienso que siendo la educación un reflejo de la
sociedad de la que hace parte y, que en lugar de convertirse en un factor de cambio, es un
medio para mantener el status quo, no veo con qué derecho exigimos a los maestros algo de
lo que la sociedad en su conjunto no está convencida. La lectura no está valorada
socialmente o las valoraciones que la sociedad hace de la lectura a nivel teórico no se
traducen en una práctica cotidiana consecuente. Para la mayoría leer es importante no lo
dudo. Es difícil encontrar a alguien que se confiese abiertamente no lector por vocación o
por convicción. Únicamente encontramos personas que no tienen tiempo para leer (aun
cuando lo tengan para otras actividades) o para quienes los libros son demasiado caros (aun
cuando no tienen reparos en invertir su dinero en otras diversiones o bienes de consumo
menos gratificantes).
Y los maestros también son miembros de esta sociedad que desvaloriza la lectura. Por otra
parte, culpar a los maestros de malos lectores –que lo son_ y por consiguiente atribuirles el
fracaso de la formación de los niños, es continuar afirmando que la responsabilidad
corresponde sólo a la escuela, es limpiar las conciencias de otros sectores, es buscar chivos
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expiatorios. Ustedes me dirán: Pero a los maestros les corresponde enseñar y por lo tanto
deben ser buenos modelos para sus alumnos. Esto es verdad. Por ello es fundamental que
sean buenos lectores. Tratemos de examinar, entonces, algunas de las razones que se me
ocurren como orígenes de esta situación: En primer lugar, para el maestro leer y enseñar a
leer, o mejor, leer y aprender a leer, son dos cosas diferentes. El maestro no cree que el niño
aprende a leer leyendo, oyendo leer, viendo leer.
En este contexto no es necesario que un maestro s comparta con sus alumnos sus propias
lecturas ni se constituya en modelo para ellos. Es tal el divorcio entre el acto de leer de
verdad y el de enseñar a leer que aun en los casos cuando el maestro es lector, éste no se
muestra como tal ante sus alumnos.
En segundo lugar la formación del maestro se hace con los mismos parámetros. Las
escuelas de pedagogía no incorporan en sus currículos una verdadera cátedra de lectura, que
vaya más allá de dotar a los futuros maestros con algunas técnicas y destrezas y en el
manejo de algunos ejercicios que le permitan lograr la decodificación en la escuela
primaria o aterrorizar a los adolescentes en la secundaria con análisis literarios que ni
siquiera exigen la lectura de la obra analizada por parte del maestro. Lo anterior ¿nos deja
alternativa? Criticar un río es construir un puente, decía Bertolt Brecht. Me permito
invitarlos a que construyamos varios y, como en casi todas las construcciones en forma
colectiva. Invitemos al los maestros a una reflexión permanente sobre su práctica
pedagógica. Abramos espacios para que los maestros descubran en sus propias historias las
causas de sus fobias a la lectura y rompan el círculo vicioso que conduce a que enseñen
como ellos aprendieron. Busquemos reformar los currículos de formación de los docentes
incorporando lecturas voluntarias, lecturas por placer.
Empecemos a valorar nosotros mismos la lectura, a descubrir su magia y su placer y
sigamos trabajando para que los niños la descubran y, tal vez algunos de ellos regresen al
aula como maestros y sean capaces de transmitir su emoción a nuevas generaciones o aun,
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siendo todavía niños, contaminen a sus maestros, como Nacho, el protagonista de un pasito
y otro pasito de Tomi de Paola, que enseño a caminar a su abuelo invalido.
Silvia Castrillón
Durante el ciclo escolar 1994-95 realicé una investigación en secundarias públicas del
estado de México para conocer las concepciones y prácticas pedagógicas sobre la lectura y
la escritura en estas escuelas 4. Entrevisté a 25 maestros de español en escuelas de tres
municipios, realicé observaciones de clase, y recolecté y analicé libretas de español de
alumnos de los tres grados.
Como parte de mi investigación doctoral actual, he platicado por varios meses con decenas
de adultos y jóvenes de Iztapalapa: mujeres amas de casa, hombres subempleados o
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desempleados, gente que ha desarrollado una amplia gama de estrategias para sobrevivir,
no a la “pobreza extrema”, sino a la riqueza extrema de unos cuantos que les arrebata hasta
lo más indispensable. Caminando por las polvosas y empobrecidas calles de Iztapalapa
encontré que, además de desmanteladores de autos, ex presidiarios y jóvenes pandilleros,
hay taxistas-historiadores (que investigan en archivos y bibliotecas la historia prehispánica
y moderna de sus barrios), madres-doctoras (que han tomado a su cargo la salud de sus
familias a partir de libros de medicina naturista como La salud al alcance de todos )
jubilados-educadores (que coordinan talleres de historias de vida y lectura reflexiva de
“hojas” con personas mayores), “rezagados educativos”, que son educadores (personas que
organizan y coordinan talleres de estudio crítico para otros en peor situación), redes de
salud alternativa (que compran colectivamente libros, los fotocopian, los distribuyen y
utilizan efectiva y creativamente para cuidar la salud física y mental de gente “que no lee”),
grupos religiosos de base (formados por hombres y mujeres humildes que, bajo la guía de
teólogos progresistas, se reúnen no sólo para orar, sino para estudiar La Biblia, hacer
“análisis de la realidad” –a partir de periódicos como La Jornada y revistas como Proceso –
y actuar para cambiar su situación y la de otros aún más pobres), mujeres maltratadas (que
encuentran alivio en libros como Dios mío, hazme viuda por favor escrita por la actual
titular de Sedesol ); jóvenes vendedores que han comprado y leído las obras completas de
Carlos Cuauhtémoc Sánchez, porque hablan de jóvenes ; obreros jubilados que hacen
gestión social y que me han recomendado ampliamente leer La familia Burrón.
Todas las acciones a favor de la lectura deberían tener como finalidad permitir que los
lectores puedan vivir plenamente la experiencia de leer. Cuando hablo de experiencia, no
me estoy refiriendo a cualquier hecho normal de los que pasan a diario en nuestra vida, esos
hechos externos en los que estamos presentes, pero que permanecen por fuera de nosotros,
sin tocarnos y sin que logren conmovernos. En su sentido más profundo, una experiencia no
es algo que pasa, es algo que nos pasa internamente, la forma personal como
experimentamos o como vivimos lo que pasa o nos sucede externamente. Por eso en
castellano hablamos de “vivir una experiencia”, cuando queremos referirnos a algo que nos
ha golpeado o que nos ha dejado una huella. Por lo que enseñar es más difícil que aprender,
pero no porque el maestro deba poseer un gran caudal de conocimientos y saber cómo
comunicárselos a sus alumnos. "El enseñar es más difícil que aprender —dice Heidegger,
— porque enseñar significa: dejar aprender. Más aún: el verdadero maestro no deja
aprender más que el aprender." Parafraseándolo, podríamos decir que un buen maestro de
lectura no es el que posee una gran cantidad de conocimientos y técnicas para enseñar o
motivar la lectura, sino aquel que sabe lo más importante: que enseñar o promover la
lectura no significa otra cosa que dejar leer.
Dejar leer no significa laissez-faire, es decir, quedarnos cruzados de brazos, dejar a los
lectores abandonados a su propia suerte. Como en todas las artes —leer es una de ellas—,
todo principiante necesita de un maestro o de un lector experto que le muestre los posibles
caminos y lo acompañe en sus primeros recorridos, hasta que el aprendiz se sienta capaz de
andarlos solo. Es maravilloso que siga habiendo personas que hacen este papel con tanta
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convicción y afecto
Dejar leer es, ante todo, compartir nuestra propia experiencia de lectura. Compartir, no la
lectura, en abstracto, sino el leer, la lectura vivida: cómo llegué a ese libro, cómo me
sedujo, cómo lo conseguí, dónde lo leí, cómo, con quién… Compartir incluso las
experiencias fallidas. Esto es algo que no se puede lograr sino viviendo la experiencia de la
lectura. Dejar leer es crear los contextos en los que la lectura encuentre sentido; poner las
condiciones para que ocurra la experiencia lectora; ayudar a que los lectores pasen de las
lecturas útiles u obligatorias a una lectura que les resulte significativa en sus vidas;
propiciar el contacto con los libros y la conversación sobre lo que se lee; hacer del libro un
objeto más familiar, más cercano; remover los miedos y los fantasmas visibles e invisibles
que siempre lo han rodeado. Esto es mucho más efectivo que los discursos, los métodos
didácticos o los spots publicitarios que proclaman la importancia de la lectura.
Todas las acciones a favor de la promoción de la lectura deberían tener como finalidad
permitir que los lectores puedan vivir plenamente la experiencia de leer. Cuando hablo de
experiencia, no me estoy refiriendo a cualquier hecho normal de los que pasan a diario en
nuestra vida, esos hechos externos en los que estamos presentes, pero que permanecen por
fuera de nosotros, sin tocarnos y sin que logren conmovernos. En su sentido más profundo,
una experiencia no es algo que pasa, es algo que nos pasa internamente, la forma personal
como experimentamos o como vivimos lo que pasa o nos sucede externamente. Por eso en
castellano hablamos de “vivir una experiencia”, cuando queremos referirnos a algo que nos
ha golpeado o que nos ha dejado una huella. No somos nosotros los que hacemos que la
experiencia ocurra, más bien nos sometemos a ella, dejamos que nos atropelle y que nos
interpele. Para Heidegger, una verdadera experiencia es algo que nos desestabiliza, nos
mueve el piso y en ocasiones nos derrumba; algo que se apodera de nosotros y que nos
transforma. Después de vivirla, ya no podremos seguir siendo iguales. La lectura no
siempre llega a ser una experiencia. A veces no pasa de ser una actividad más, por ejemplo,
cuando se la convierte en una lección, un ejercicio de clase o un pretexto más para hacer un
taller de promoción. Para que la lectura resulte ser una experiencia, "hay que dejarse
afectar, perturbar, trastornar por un texto del que uno todavía no puede dar cuenta, pero que
ya lo conmueve. Hay que ser capaz de habitar largamente en él, antes de poder hablar de
él.”
Vivir la experiencia de la lectura es dejarse interpelar por el texto, escuchar la voz que nos
habla a través de la escritura. El peor enemigo de la lectura es el lector arrogante, ése que
no escucha el texto, sino que se empeña en reducirlo a su medida; "que no es capaz de ver
otra cosa que a sí mismo; el que lee apropiándose de aquello que lee, devorándolo,
convirtiendo todo en una variante de sí mismo; el que lee a partir de lo que sabe, de lo que
quiere, de lo que necesita; el que ha solidificado su conciencia frente a todo lo que la podría
poner en cuestión."
Nadie puede vivir una experiencia en mi lugar, porque toda experiencia es personal y, por
lo tanto, única, intransferible. Dos personas que son testigos de una tragedia o que han visto
la misma película, no vivirán nunca la misma experiencia. Tampoco cuando leen el mismo
libro. Si la experiencia es algo personal, en la que nadie puede reemplazarnos, eso significa
que la experiencia de la lectura tendrá que ser siempre plural. Por eso nunca podrá haber
dos lecturas iguales.
11
Finalmente, la verdadera experiencia tiene siempre un margen muy alto de incertidumbre:
no se puede planificar o anticipar sus resultados. Tampoco la experiencia de la lectura se
puede controlar mediante ninguna técnica, mucho menos intentar reducir su pluralidad,
prevenir lo que tiene de incierto o conducirla hacia un fin preestablecido.
Mano de obra
El maestro
Los alumnos de sexto grado, en una escuela de Montevideo, habían organizado un concurso
de novelas. Todos participaron
12
Los jurados éramos tres. El maestro Oscar, puños raídos, sueldo de fakir, más una alumna
representante de los autores y yo.
-Nos sentimos tan unidos, que me dan ganas de dejarlos a todos repetidores.
Y una de sus alumnas que había venido a la capital desde un pueblo perdido en el campo,
se quedó charlando conmigo. Me dijo que ella, antes, no hablaba ni una palabra, y riendo
me explicó que el problema era que ahora no se podía callar. Y me dijo que ella quería al
maestro, lo quería muuuuuucho, por que él le había enseñado a perder el miedo a
equivocarse.
Primeras letras
El padre
-Te digo que te quieras, que te cuides, que te protejas, que te mimes, que te sientas, que te
ames, que te disfrutes. Te digo que te quiero, te cuido, te protejo, te mimo, te siento, te amo,
te disfruto.
Héctor Carnevale duró unos días más. Después con la carta de su hija bajo la almohada, se
fue en el sueño.
Eduardo Galeano
13
Al poco tiempo de haber publicado Albert Einstein su primer trabajo sobre la teoría de la
relatividad, empezó a hacerse famoso en todo Europa y lo invitaban a muchas
universidades para dar charlas sobre ella. El lugar donde él trabajaba puso a su disposición
un auto con su chofer para trasladarse a estas universidades. En todas ellas tuvo gran éxito,
es decir que al final de sus presentaciones lo aclamaban con un aplauso atronador. Pero,
debido a lo novedoso y difícil del tema, en ningún lugar surgían preguntas.
Einstein piensa un poco, le pide al chofer que dé la conferencia, verifica que efectivamente
la puede dar sin un solo error, y accede al pedido. El chofer se deja crecer un poco el pelo
para parecerse más a Einstein , éste se pone el traje azul oscuro y el gorro del chofer y
comienzan la experiencia.
Todo va perfecto, sin ninguna pregunta, hasta que llegan a una universidad de Baviera.
Cuando el chofer termina la charla, y ya los asistentes están comenzando a aplaudir, del
fondo de la sala se escucha una voz que dice:
“Doctor Einstein: yo no comprendí todo lo que usted dijo y quisiera que me explique con
detalle el significado de los términos de la ecuación número 3, que todavía se puede ver
arriba a la izquierda del pizarrón.”
14
Pero el mosquito como buen capitán de barco
No estaba dispuesto a abandonar su pregunta
¿Dónde papá? Insistió
su padre se viró furioso
Cállese. Eso no lo preguntan los muchachos
¡los mosquitos no tienen corazón!
El mosquito miró a su padre sorprendido
Y nunca ha preguntado nada más
Pero cada día sabe menos.
Froilan Escobar
AMANTES
Doctora corazón: ¿Se atreverá usted a publicar esta carta en su columna? Porque no es una
petición de consejo, sino una declaración de principios: es el amor, sí, el amor, lo único por
lo que vale la pena vivir. Muchas mujeres lo intuyen, con el sexto sentido con que las dotó
la naturaleza. Pero prefieren obedecer los convencionalismos de una sociedad hipócrita,
sencillamente hipócrita, que no se cuida más que de las apariencias. Hay otras que, pasando
muy cerca del amor, no ha sabido reconocerlo porque las ciega el egoísmo y el miedo. Y
hay quienes, pobrecitas, nunca vieron su vida iluminada por ese rayo de sol, criaturas que
se marchitaron, como un rosal enfermo, sin llegar nunca a florecer. A las primeras, mi
desprecio; a las últimas, mi compasión. Porque yo, Doctora, yo he sido una de las elegidas
del Dios Cupido. Yo conocí el amor y, como dice nuestro inmortal músico – poeta... ¡es
muy hermoso! El y yo nos encontramos porque así lo dispuso el destino. El se creía ya en el
ocaso de la vida. “La nieve del tiempo blanqueaba su sien” Yo estaba en la plenitud de la
primavera y era su secretaria. Adiviné, tras aquellos rasgos austeros, tras aquel escritorio de
ejecutivo, una pena secreta. ¡Su esposa no lo comprendía! A él, que había sacrificado su
juventud y su felicidad para saldar, caballerosamente, una deuda de honor. Ella, la esposa,
lució, con una impudicia sin límites, un traje blanco de guipure, que su ligereza ya había
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mancillado, un ramo de azahares artificiales, que la pasión había ya teñido de rojo. El
aceptó esta burla a los sagrados emblemas de la virtud para no humillar a quien había
pecado. Lo hizo, en fin, para no deslucir la ceremonia. ¡Y el anillo de bodas fue el grillete
con que se ató la libertad de quien siempre había volado, ligero como el ave! Cuando él y
yo nos conocimos, él había renunciado a la esperanza de vivir, Vegetaba. Pero el amor,
nuestro amor, dio nuevos ímpetus a su alma, nuevas ilusiones a su porvenir, nuevos rumbos
a su horizonte. Abrió varias sucursales de su negocio y aquel hombre, que había olvidado la
sonrisa, sonrió de nuevo cuando supo que yo correspondía ¡y con creces! a sus
sentimientos. ¡Humanidad pigmea! ¡Cuántos obstáculos quisiste interponer entre los dos!
Mis padres me desconocieron, mis compañeras me daban la espalda o me pedían la receta,
mis superiores me hicieron proposiciones deshonestas. Pero yo mantuve siempre la frente
muy alta ante todos. ¿Pecadora? No. Enamorada. Y fue el amor el que me condujo.
28.- Rogelio Guillermo Arriaga, Retorno 201
Rogelio no se percataba de que ya estaba muerto o se resistía sencillamente a aceptarlo. Por
ello, una y otra vez, se salía de la fosa donde estaba enterrado y no era raro encontrárselo
comiendo en algún restaurante cercano al cementerio. En algunas ocasiones nos iba a
visitar al Retorno y se pasaba largas horas platicando sobre los viejos tiempos. Sin duda,
varios de nosotros tratábamos de convencerlo de que ya era un cadáver y que apestaba
bastante. No nos hacía caso y con una desfachatez increíble se presentaba en cualquier
lugar y a cualquier hora.
Una noche lo acompañé de vuelta al panteón. Charlamos un buen rato sobre todas aquellas
experiencias que habíamos compartido cuando él aún vivía. Compramos unas cuantas
cervezas y nos emborrachamos. Nos divertimos. Nos reímos. Gozamos. Lloramos. Al
amanecer se despidió con una sonrisa. Se acomodó en su ataúd y cerró la tapa. Nunca más
volví a saber de él, porque esa madrugada morí atropellado y mi mujer... mi mujer, decidió
incinerarme.
Castellanos, Rosario.
Frida
31.-
De regreso al estudio. Otra vez, primer día de colegio. Faltan 3 meses 20 días y cinco horas
para próximas vacaciones, el profesor no preparó clase. Parece que el nuevo curso lo tomo
por sorpresa. Para salir del paso, ordena con una voz aprendida de memoria –saquen el
cuaderno y escriban con bolígrafo azul, y buena letra, una composición sobre las
vacaciones. Mínimo una hoja por lado y lado, sin saltar renglón. Ojo con la ortografía y la
puntuación tienen cuarenta y cinco minutos.- ¿hay preguntas?. Nadie tiene preguntas. Ni
respuestas. Sólo una mano que no obedece órdenes porque viene de vacaciones.
Y un cuaderno rayado de 100 hojas, que hoy estrena con el viejo tema de todos los años:
¿qué hice en mis vacaciones? “En mis vacaciones conocía una Sueca se llama Frida y vino
desde muy lejos a visitar a sus abuelos colombianos. Tiene el pelo más largo, más liso y
más blanco que haya conocido. Las cejas y las pestañas también son blancas los ojos son de
color cielo y, cuando se ríe, se le arruga la nariz. Es un poco más alta que yo, y eso que es
un año mayor. Es lindísima.
Para venir desde Estocolmo, capital de Suecia, hasta Cartagena ciudad de Colombia tuvo
que atravesar prácticamente la mitad del mundo. Paso 3 días cambiando de aviones y de
horarios. Me contó que en un avión le sirvieron el desayuno a la hora del almuerzo y que
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luego apagaron las luces del aparato para hacer dormir a los pasajero, por que en el cielo
del país en el que volaban era de noche.
Así de tan lejos es ella y yo no puedo dejar de pensarla un minuto. Cierro los ojos para
repasar todos los momentos de estas vacaciones, para volver a pasar la película de Frida por
mi cabeza.
Cuando me concentro bien, puedo oír su voz y sus palabras enredando el español. Yo le
enseño a decir camarón con chipichipi, chévere, zapote y otras cosas que no puedo repetir.
Ella me enseño a besar. Fuimos al muelle y me preguntó si había besado a alguien, como en
las películas. Yo le dije que si para no quedar como un inmaduro pero no tenía ni idea y las
piernas me temblaban y me puse del color de este papel.
Ella tomó la iniciativa. Me besó. No fue tan difícil como yo creía. Además fue tan rápido
que no tuve tiempo de pensar “que hago”, como pasa en el cine, con esos besos
larguísimos. Pero fue suficiente para no olvidarla nunca. Nunca jamás, así me pasen
muchas cosas de ahora en adelante. Casi no pudimos estar solos Frida y yo. Siempre
estaban mis primas por ahí con sus risitas, y sus secretos. Molestando a los novios. Sólo el
último día, para la despedida, nos dejaron en paz. Tuvimos tiempo de comer raspados y de
caminar a la orilla del mar tomados de la mano y sin decir ni una palabra para que la voz no
temblara.
Un negrito, pasó por la playa vendiendo anillos de Carey y compramos uno para cada uno.
Alcanzamos a hacer un trato: no quitarnos los anillos hasta el día en que volvamos a
encontrarnos. Después aparecieron otra vez las primas y ya no se volvieron a ir. Nos tocó
decirnos adiós, como si apenas fuéramos conocidos, para no ir a llorar ahí delante de todo
el mundo.
Ahora está muy lejos. En esto es el colmo de lo lejos, en Suecia y yo ni siquiera puedo
imaginarla allá porque no conozco ni su cuarto, ni su casa, ni su horario.
Seguro está dormida mientras yo escribo aquí esta composición.
Para mi la vida se divide en dos antes y después de Frida. No sé como pude vivir estos años
de mi vida sin ella. No sé como hacer para vivir de ahora en adelante No existe nadie mejor
para mi. Paso revista una por una a todas las niñas de mi clase ¿las habrá besado alguien?
Anoche me dormí llorando y debí llorar en sueños por que la almohada amaneció mojada.
Esto de enamorarse es muy duro.
Levanto mi cabeza del cuaderno y me encuentro con los ojos del profesor clavados en los
míos.
-A ver Santiago. Léanos en voz alta lo que escribió tan concentrado.
Y yo empiezo a leer, con una voz automática, la misma composición de todos los años.
“En mis vacaciones no hice nada especial. No salí a ningún lado, me quedé en la casa,
ordené el cuarto, jugué fútbol, y leí muchos libros, monté en bicicleta, etc, etc,
el profesor me miró con una mirada incrédula, lejana, distraída. Será que el también se
enamoró en estas vacaciones.
Yolanda Reyes.
KINSEY REPORT
1
¿SI SOY CASADA? Si. Esto quiere decir
que se levantó un acta en alguna oficina
y se volvió amarilla con el tiempo
y que hubo ceremonia en una iglesia
17
con padrinos y todo. Y el banquete
y la semana entera en Acapulco.
18
Son todos unos tales. ¿Qué que por qué lo hago?
Porque me siento sola. 0 me fastidio.
19
y en el hotel pedimos
un solo cuarto y una sola cama.
Se burlan de nosotras pero también nosotras
nos burlamos de ellos y quedamos a mano.
Me encanta Dios
Me encanta Dios. Es un viejo magnífico que no se toma en
serio. A él le gusta jugar y juega, y a veces se le pasa la mano y nos
rompe una pierna o nos aplasta definitivamente. Pero esto sucede
porque es un poco cegatón y bastante torpe de las manos.
20
grande se traga al chico, que la lagartija grande se traga a la
pequeña, que el hombre de traga al hombre. Y por eso inventó la
muerte: para que la vida - no tú ni yo -, la vida, sea para siempre.
Ahora los científicos salen con su teoría del Big Bang... Pero ¿qué
importa si el universo se expande interminablemente o se contrae?
Esto es asunto sólo para agencias de viajes.
21
Si a alguien he de convencer algún día, ese alguien ha de
ser yo mismo. Convencerme de que no vale la pena llorar, ni
afligirse, ni pensar en la muerte. "La vejez, la enfermedad
y la muerte", de Buda, no son más que la muerte, y la muerte
es inevitable. Tan inevitable como el nacimiento.
Pensándolo bien
Me dicen que debo hacer ejercicio para adelgazar,
que alrededor de los 50 son muy peligrosos la grasa y el cigarro,
que hay que conservar la figura
y dar la batalla al tiempo, a la vejez.
22
rompan el ataúd y digan alegremente: ¿por qué lloras?
Me dan risa, luego, las coronas, las flores, el llanto, los besos
derramados. Es una burla: ¿para qué lo enterraron?, ¿por qué no lo
dejaron fuera hasta secarse, hasta que nos hablaran sus huesos de
su muerte? ¿O por qué no quemarlo, o darlo a los animales, o
tirarlo a un río?
--Era un mequetrefe inseguro, angustiado, neurótico, un poco como todos los ustedes, los
machitos, Visko.
Me sentía más cercano que nunca a aquel que no había llegado a conocer, que se había
descompuesto en el estómago de mamá mientras yo era concebido. De quien no había
recibido calor, sino calorías. Gracias, papá, pensé. Sé lo que significa, para una mantis
macho, sacrificarse por la familia.
23
Me detuve un instante, en grave recogimiento, ante su tumba, es decir, ante mi madre, y
entoné un miserere.
Al poco rato, como pensar en la muerte nunca dejaba de provocarme una erección,
consideré llegado el momento de reunirme con Ljuba, el insecto que amaba. La había
conocido más o menos un mes antes, en el matrimonio de mi hermana, que por otra parte
era también el funeral de mi cuñado, y había quedado prisionero de su cruel belleza. No
habíamos dejado de vernos desde entonces. ¿Cómo había sido posible? Dios me había
bendecido con el don más apreciado por nosotros, los mantis: la eyaculación precoz,
condición indispensable de cualquier historia de amor que aspire a no ser efímera. La
primera semana había perdido sólo un par de patas, las raptatorias; la segunda el prototórax
con sus anexos para el vuelo; la tercera…
--¡No lo hagas, Visko, por el amor de dios! —empezaron a gritarme mis amigos Zucotic,
Petrovic y López, encaramados en las ramas más altas.
Para ellos la hembra era el demonio; la misoginia, una misión. Desde la metamorfosis
sufrían algún tipo de desviación o disfunción sexual, habían adoptado los votos del
sacerdote y se pasaban todo el santo día mascando pétalos y recitando salmos. Eran muy
religiosos.
Pero no había oración que pudiese detenerme, no ahora, que oía el gélido suspiro de mi
amada, el sombrío rumor de sus membranas, su fúnebre y burlona sonrisa. Me moví
frenéticamente en dirección a aquellos sonidos, con la única pata que me quedaba,
apoyándome en mi erección, esforzándome por llegar a visualizar la gloria de sus formas,
ahora que ya no podía verlas porque ya no tenía ocelos, ahora que no podía olerlas porque
ya no tenía antenas, ahora que ya no podía besarlas porque ya no tenía palpos.
La amante
24
incluía, naturalmente, sexo. De modo que las repetidas excusas del marido al principio le
causaron decepción y luego enojo. Entre otras cosas porque no podía creer que el marido,
fogoso garañón en su juventud, estuviera sacando al equipo del campo. Una idea le surgió.
Una idea que se volvería obsesión: Amancio tenía una amante. Sólo podía ser eso. Se había
encontrado una mujer más joven, más bonita, más cariñosa. Una mujer que lo satisfacía por
completo. Entonces ya no necesitaba a la ratona vieja, como ella se autodenominaba
irónicamente (la ironía era su fuerte).
Sin embargo, ella no haría como sus amigas, que eran corneadas por los maridos y sufrían
en silencio. En la primera oportunidad interpeló a Amancio:
–¿Tienes una amante?
Estaban tomando café en el comedorcito, que ahora –los hijos ya habían dejado la casa– se
volvía enorme.
Él no respondió de inmediato. Dejó la taza y permaneció en silencio, mirando a su mujer.
Entonces dijo:
–Sí, tengo una amante.
Otra haría un escándalo, tiraría la vajilla al suelo, gritaría, amenazaría con matarse. No
Aline, que era dura, controlada y muy práctica –cosa de la que además se enorgullecía. ¿El
marido tenía una amante? Muy bien, ella quería saber cómo era esa amante.
–¿Es más joven que yo?
–No. A decir verdad tiene más o menos tu edad. ¿Pero por qué…?
–No hagas preguntas. Quien pregunta ahora soy yo.
Y ella tenía preguntas por hacer, muchas preguntas. Quería saber cómo era esa amante,
cómo se vestía, qué tipo de maquillaje usaba. Quería saber cómo era en la cama. Qué
técnicas usaba. ¿Era sólo como al papá y la mamá, sexo convencional, o era creativa?
Al principio turbado, Amancio se dispuso a responder a las preguntas con una facilidad –y
con una imaginación– que a él mismo sorprendían. Describió con muchos detalles a una
gran mujer, una mujer que ya no era joven y que tampoco era bella, pero que se sabía vestir
en forma atrayente (se demoró largamente en la lencería) y que, lo más importante, sabía
dar placer a un hombre, hacerlo sentir bien. Aline oía en silencio, un silencio que lo dejó
sorprendido: ¿qué extraña forma de masoquismo era aquella?
No era masoquismo, como él mismo después descubriría.
Al día siguiente, cuando volvió a casa, apenas reconoció a Aline. Ella lucía un elegante
vestido, un vestido que correspondía exactamente a la descripción de aquel usado por la
amante imaginaria. Además estaba maquillada y perfumada, y lo recibió con una sonrisa y
un trago, lo que nunca sucedía.
Cenaron a la luz de las velas, y después ella puso una música suave y bailaron. Poco a poco
el deseo se fue apoderando de él. Fueron a la cama. Ahí, más sorpresas: todo lo que Aline
no hiciera a lo largo de aquellos años lo hacía ahora. Un poco descompuesta, naturalmente
–le faltaba práctica–, pero de cualquier manera con una ternura conmovedora.
A partir de ahí la vida de ambos cambió. Comenzó a transcurrir bajo el signo del romance,
de la propia pasión. Aline constantemente inventaba cosas nuevas. Llegaron a hacer el
amor sobre el pasto o en el patio de la casa luego de un pic nic a la luz de la luna.
Amancio está feliz. Es lo que les dice a los amigos, está muy feliz. El único problema,
naturalmente, es la amante. Él tiene la sensación de que la traicionó, lo que no le deja de
pesar en la conciencia. Sin embargo la traición es parte de la vida, ¿no?
25
Moacyr Scliar: Traducción de Eduardo Langagne
26
milagros para damos de comer y compramos de vez en cuando alguna tricota o algún par de
alpargatas. Hubo muchos días en que pasamos hambre (si viera qué feo es pasar hambre),
pero en esa época por lo menos había paz. El Viejo no se emborrachaba, ni nos pegaba, y a
veces hasta nos llevaba a la matinée. Algún raro domingo en que había plata. Yo creo que
ellos nunca se quisieron demasiado. Eran muy distintos. Aun antes de la porquería, cuando
papá todavía no tomaba, ya era un tipo bastante alunado. A veces se levantaba al mediodía
y no le hablaba a nadie, pero por lo menos no nos pegaba ni la insultaba a mamá. Ojalá
hubiera seguido así toda la vida. Claro que después vino la porquería y él se derrumbó, y
empezó a ir al boliche y a llegar siempre después de medianoche, con un olor a grapa que
apestaba. En los últimos tiempos todavía era peor, porque también se emborrachaba de día
y ni siquiera nos dejaba ese respiro. Estoy seguro de que los vecinos escuchaban todos los
gritos,'pero nadie decía nada, claro, porque papá es un hombre grandote y le tenían miedo.
También yo le tenía miedo, no sólo por mí y por Mirta, si no especialmente por mamá. A
veces yo no iba a la escuela, no para hacer la rabona, sino para quedarme rondando la casa,
ya que siempre temía que el Viejo llegara durante el día, más borracho que de costumbre, y
la moliera a golpes. Yo no la podía defender, usted ve lo flaco y menudo que soy, y todavía
entonces lo era más, pero quería estar cerca para avisar a la policía. ¿Usted se enteró de que
ni papá ni mamá eran de ese ambiente? Mis abuelos de uno y otro lado, no diré que tienen
plata, pero por lo menos viven en lugares decentes, con balcones a la calle y cuartos de
baño con bidet y bañera. Después que pasó todo, Mirta se fue a vivir con m¡ abuela Juana,
la madre de papá, y yo estoy por ahora en casa de mi abuela Blanca, la madre de mamá.
Ahora casi se pelearon por recogemos, pero cuando papá y mamá se casaron, ellas se
habían opuesto a ese matrimonio (ahora pienso que a lo mejor tenían razón) y cortaron las
relaciones con nosotros. Digo nosotros, porque papá y mamá se casaron cuando yo ya tenía
seis meses. Eso me lo contaron una vez en la escuela, y yo le reventé la nariz al Beto, pero
cuando se lo pregunté a mamá, ella me dijo que era cierto. Bueno, yo tenías ganas de hablar
con usted, porque (no sé qué cara va a poner) usted fue importante para mi, sencillamente
porque fue importante para mamá. Yo la quise bastante, como es natural, pero creo que
nunca pude decírselo. Teníamos siempre tanto miedo, que no nos quedaba tiempo para
mimos. Sin embargo, cuando ella no me veía, yo la miraba y sentía no sé qué, algo así
como una emoción que no era lástima, sino una mezcla de cariño y también de rabia por
verla todavía joven y tan acabada, tan agobiada por una culpa que no era la suya, y por un
castigo que no se merecía. Usted a lo mejor se dio cuenta, pero yo le aseguro que mi madre
era inteligente, por cierto bastante más que mi padre, creo, y eso era para mi lo peor: saber
que ella veía esa vida horrible con los ojos bien abiertos, porque ni la miseria ni los golpes,
ni siquiera el hambre, consiguieron nunca embrutecerla. La ponían triste, eso Si. A veces se
le formaban unas ojeras casi azules, pero se enojaba cuando yo le preguntaba si le pasaba
algo. En realidad, se hacía la enojada. Nunca la vi realmente mala conmigo. Ni con nadie.
Pero antes de que usted apareciera, yo había notado que cada vez estaba más deprimida,
más apagada, más sola. Tal vez fue por eso que pude notar mejor la diferencia. Además,
una noche llegó un poco tarde (aunque siempre mucho antes que papá y me miró de una
manera distinta, tan distinta que yo me di cuenta de que algo sucedía. Como si por primera
vez se enterara de que yo era capaz de comprenderla. Me abrazó fuerte, como con
vergüenza, y después me sonrió. ¿Usted se acuerda de su sonrisa? Yo si me acuerdo. A mí
me preocupó tanto ese cambio, que falté dos o tres veces al trabajo (en los últimos tiempos
hacía el reparto de un almacén) para seguirla y saber de qué se trataba. Fue entonces que los
vi. A usted y a ella. Yo también me quedé contento. La gente puede pensar que soy un
27
desalmado, y quizá no esté bien eso de haberme alegrado porque mi madre engañaba a mi
padre. Puede pensarlo. Por eso nunca lo digo. Con usted es distinto. Usted la quería. Y eso
para mí fue algo así como una suerte. Porque ella se merecía que la quisieran. usted la
quería, ¿verdad que si? Yo los vi muchas veces y estoy casi seguro. Claro que al Viejo
también trato de comprenderlo. Es difícil, pero trato. Nunca lo pude odiar, ¿me entiende?
Será porque, pese a lo que hizo, sigue siendo mi padre. Cuando nos pegaba, a Mirta y a mí,
o cuando arremetía contra mamá, en medio de mi terror yo sentía lástima. Lástima por él,
por ella, por Mirta, por mí. También la siento ahora, ahora que él ha matado a mamá y
quién sabe por cuánto tiempo estará preso. Al principio, no quería que yo fuese, pero hace
por lo menos un mes que voy a visitarlo a Miguelete y acepta verme. Me resulta extraño
verlo al natural, quiero decir sin encontrarlo borracho. Me mira, y la mayoría de las veces
no me dice nada. Yo creo que cuando salga ya no me va a pegar. Además, yo seré un
hombre, a lo mejor me habré casado y hasta tendré hijos. Pero yo a mis hijos no les pegaré,
¿no le parece? Además estoy seguro de que papá no habría hecho lo que hizo si no hubiese
estado tan borracho. ¿0 usted cree lo contrario? ¿Usted cree que, de todos modos, hubiera
matado a mamá esa tarde en que, por seguirme y castigarme a mi, dio finalmente con
ustedes dos? No me parece. Fíjese que a usted no le hizo nada. S61o más. tarde, cuando
tomó más grapa que de costumbre, fue que arremetió contra mamá. Yo pienso que, en otras
condiciones, él habría comprendido que mamá necesitaba cariño, necesitaba simpatía, y que
él en cambio sólo le había dado golpes. Porque mamá era buena. Usted debe saberlo tan
bien como yo. Por eso, hace un rato, cuando usted se me acercó y me invitó a tomar un
capuchino con tostadas, aquí en el mismo café donde se citaba con ella, yo sentí que tenía
que contarle todo esto. A lo mejor usted no lo sabía, o sólo sabía una parte, porque mamá
era muy callada y sobre todo no le gustaba hablar de sí misma. Ahora estoy seguro de que
hice bien. Porque usted está llorando, y, ya que mamá está, muerta, eso es algo así como un
premio para ella, que no lloraba nunca.
Mario Benedetti
Rectitud
Siempre me gustaron las rectas.
Tan correctas ellas, tan exactas.
Con rectas aprendí que podrían construirse los más disímiles cuerpos geométricos.
Un cubo, una pirámide, y hasta una casa.
Tuve una madre muy recta y rectos maestros.
Al final, mi desviada adolescencia acabó rectificando.
Llegué a ser, lo que se dice, un hombre recto; listo para el matrimonio.
Todo fue bien hasta que llegaste tú:
Nadie me había dicho que la recta es solo un pequeño trozo de curva
y que lo importante era saber cuándo cambiar de dirección.
No me hablaron del espacio, ni de las órbitas.
Ni de las caderas que tuercen hasta al más recto de los hombres.
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Ni de esos volcanes apezonados, en nada rectos.
Estoy a punto de quedar solo en este mundo porque mi rectitud me impide orbitar:
Claro; no es posible dar la vuelta a un corazón rectilíneamente.
Ya ves, mujer de claras curvas.
Que esos aguaceros de disculpas no son más que discontinuidades de estas rectas mías,
Que han tenido que aprender a borrarse algunos trozos
para trazar; a tu gusto,
alguna que otra imperfecta flor.
El poeta
En la hostería del pequeño pueblo escondido entre los cerros, un anciano y un joven
hicieron la apuesta más extraña. Se desafiaron mutuamente a realizar –de un día para el
otro– una obra de ingenio. La misma debía cumplir con dos condiciones: que fuera de la
mayor simpleza y, además, tuviera algún valor para aquél que la poseyera.
A la mañana siguiente, los vecinos se reunieron en el valle para conocer las dos creaciones,
pero, sobre todo, saber quién había ganado.
Ante la sorpresa general, el joven sólo mostró un papel que guardaba en el bolsillo de su
camisa. En él había escrito un gran título y varias líneas en forma de columna vertical.
A continuación, las leyó: eran frases ardientes, en las que resaltaban algunas palabras
desagradables y otras, ofensivas y hasta sacrílegas, que rimaban infantilmente entre sí.
A unos metros, el anciano quitó la manta que cubría su invento, un vehículo que consistía
en una silla de madera montada sobre dos ruedas de bicicleta, que en su parte superior tenía
atado un oxidado ventilador de techo.
–¡Vamos! –rió el joven–. Lo que has hecho tiene forma de helicóptero, pero eso no
significa que lo sea. Nadie podría elevarse ni mucho menos, volar con él.
29
–Estamos iguales –se defendió el anciano–. Lo que tú has hecho tiene forma de poesía, pero
eso no significa que lo sea. Y tampoco nadie podría elevarse, ni mucho menos volar con
ella...
–...sin embargo –continuó diciendo– tú has ganado la apuesta: por mucho que me esfuerce,
quite y agregue, jamás conseguiré que este armatoste vuele. Pero tú, que tienes el don, si te
esfuerzas, quitas y agregas lo que hace falta, algún día llegarás a ser poeta. Y cuando eso
ocurra, no importa dónde estemos, todos podremos volar contigo.
30
Así recuerdo por ejemplo
la descarnada prontitud de tus manos que siempre dicen la
verdad,
la manera de pintarte los ojos puntuándolos,
la sombra de tu cuerpo que se ha ido haciendo tan pequeña
que ya no puede acompañarte,
y el gesto de perdón,
ese sobreseimiento que aparece en tus labios y empieza a
hacerlos sonreír
en ese instante exterminador en que basta callar para acabar
con todo.
Pero, escúchalo bien,
lo que prefiero, sobre todas las cosas,
es ese empiece,
esa espontaneidad que es lo mejor que tienes y hace que
vivas lastimándote.
31
me basta preguntar qué sería yo si no te hubiera conocido.
Luis Rosales
32
Don Chico regresa al pueblo, con la boca seca, abrasada por la fiebre de la aventura que le
espesa la lengua, le ves llegar a la plaza y tomar de la fuente agua con las manos,
enjuagarse, refrescarse la cara y declarar muy serio:
-Señoras y señores: voy a volar…
Recordarás como todos subimos y bajamos la cabeza para decirle que sí, que cómo no, que
claro don Chico que vuela, y por dentro sentirse la risa alborotando el pecho y la barriga, y
tú aguantándote.
Don Chico entró a su casa, cogió una gallina, la pesó minuciosamente, anotó la lectura de la
báscula, le midió la distancia que va de punta a punta de las alas, anotó eso también,
acarició a la gallina y la regresó al corral.
Inventó un complicado cálculo para conocer la secreta relación existente entre el peso
animal y el tamaño de las alas que permite vencer la gravedad y levantar el vuelo.
Don Chico dudó un instante si era adecuado tomar una gallina para tal experimento. Una
paloma de vuelo largo habría sido mejor. Pero en su corral no había palomas.
Habiendo encontrado la fórmula que explica la relación entre el peso de la gallina y el
tamaño de sus alas, se pesó él mismo, anotó la lectura y, aplicando la fórmula descubierta,
calculó el tamaño de las alas que habría de construirse para poder volar. Apuntó la cifra en
su libreta, se frotó las manos y se fue al parque.
El problema era ahora el diseño de las alas. Pensó que el mejor material era el carrizo,
ligero y fuerte. Se detuvo un momento para dibujar con un palito sobre la tierra el esquema
de su estructura. Satisfecho lo borró con el pie izquierdo y grabado en la memoria lo llevó a
su casa.
Para recubrir la estructura nada mejor que el tejido del petate, la dúctil alfombra de palma.
Una vez que hubo construido las alas, descubrió molesto que eran pesadas para sus fuerzas.
Recordó la relación entre alas y el peso de la gallina y no se atrevió a modificarla.
Se suscribió a una revista sueca donde aparecían lecciones de gimnasia y dedicó algunos
años a esta dura disciplina. Satisfecho sintió como aumentaban sus bíceps, crecían sus
tríceps, se endurecían sus músculos abdominales, se marcaban nítidamente los dorsales y
una potencia sentía nacer don Chico desde el centro de su cuerpo.
En el año sexto de su experimento movía con destreza las alas. Con sus brazos aleteaba
movimientos llenos de gracia, en un simulacro de vuelo, no de gallina torpe sino de
agilísima paloma.
En el pueblo había un orgullo compartido. Don Chico prometió volar antes de las fiestas
patrias y se le invitaba a los patios a simular el arte complejo del vuelo. Acudía siempre
hasta que descubrió que tales convivios no eran nacidos de la admiración a su técnica sino
tan sólo del interés de producir ventarrones en el patio que barriera de hojas y basura todo
el piso.
Unos días antes de las fiestas patrias alguien levantó la cabeza. No se sabe si fue Ramón o
Marín o Jesús el primero que lo vio. Lo que sí se sabe es que al instante todo el pueblo
levantó la cabeza y vimos a don Chico arriba del campanario con las alas puestas, iniciando
cauteloso el aleteo que habría de conducirlo a la gloria. Detenía a veces el movimiento, se
mojaba con saliva el dedo y comprobaba la dirección del viento, abría de par en par las alas
y descansaba la cabeza sobre el hombro, semejante a nuestro viejo escudo nacional. De
pronto reinició el aleteo, arresortó la pierna derecha contra el muro del campanario para
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tomar impulso, apuntó el pie izquierdo hacia El Porvenir, que tal era el nombre de la
cantina que está enfrente de la iglesia y se dispuso a iniciar la epopeya. Alguien le preguntó
tocándole la punta del ala izquierda:
-¿Va usted a volar, don Chico?
-Seguro, respondió.
-¿Y… llegará lejos, don Chico?
-Lejísimos.
-¿Y de altura, don Chico?
-Altísimo.
-¿Al cielo llegará, don Chico?
-Al cielo mismo.
La cara de aquel que preguntaba se iluminó:
- Por vida suya, don Chico, llévele al cielo este queso a mi mamá que se murió de
antojo.
Don Chico aceptó con ligereza el queso, buscando deshacerse del impertinente sin
considerar el error que había cometido. No se sabe si fue Ramón o Martín o Jesús, el
primero que hizo el encargo al otro mundo. Lo que sí se sabe es que al instante todo el
pueblo subió al campanario y don Chico siguió aceptando quesos y chorizos, dulces y
aguardiente, tostadas y jamones para llevar al cielo.
Cuando don Chico resorteó la pierna derecha, siguiendo la dirección a El Porvenir, abrió el
espectáculo grandioso de sus alas. El pueblo escuchó el estruendo de carrizos rompiéndose
y petates rasgándose en el aire y quesos rodando por la calle.
Cuando el silencio volvió, alguien dijo:
- Lo mató el sobrepeso. Si no fuera por los encarguitos, don Chico vuela.
Eraclio Zepeda
Mi primera experiencia
Inicié mi labor docente en 1995, en el jardín de niños unitario “Ignacio Zaragoza”, ubicado
en el Ejido Presa de los Muchachos, municipio de Saltillo, Coahuila.
Cuando llegué a esa comunidad observé con extrañeza que quienes andaban más por las
calles eran en su mayoría hombres. También en el jardín de niños la inscripción reflejaba
mayor cantidad de niños que de niñas: eran 13 niños y sólo cuatro niñas. Intrigada por tal
situación, pregunté a la educadora que me entregaba el grupo por qué había tan poquitas
niñas: ella me respondió: “Porque son mujeres”. “Y eso que”, le dije; ella contestó: “Aquí
solamente los hombres estudian; las niñas se quedan en su casa a ayudar a sus madres en
las labores del hogar”.
Semanas después, cuando ya me integré a la comunidad, salí a hacer un censo de niños en
edad de preescolar, y cual sería mi sorpresa al percatarme de que había 13 niñas de cinco
años que no asistían al jardín. Le pedí a sus padres que les permitieran acudir al jardín de
niños, a lo cual amablemente se negaron.
Pasó un mes más o menos y nuevamente regresé a esos hogares y volví a insistir para que
enviaran a sus hijas al jardín; inclusive les dije que no se preocuparan por el material. Ante
este ofrecimiento algunos accedieron, otros no.
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Ya en noviembre tenía en lista ocho niñas que asistían irregularmente, pero lo hacían. En
febrero del año siguiente visité el Vivero Militar en la ciudad de Saltillo y pedí 21 arbolitos
de sombra (fresnos). Plantamos uno por niños y a cada árbol le pusimos el nombre de la
niña o el niño a quien pertenecía. Después de varios intentos se me ocurrió otra idea que me
diera mejores resultados.
Necesitaba ejemplificar ante los ojos de los padres de familia la igualdad de oportunidades
para niñas y niños y nuevamente implementé una estrategia: diariamente sólo regaba los
árboles de los niños, por lo que poco a poco los árboles de las niñas se empezaron a secar.
Entonces, invité a los padres de familia a la escuela, y cuando salimos al patio un señor me
preguntó:
-Maestra, ¿por qué se están secando esos árboles? – Yo respondí rápidamente y de forma
vaga:
-¡Ah!, es que son los árboles de las niñas – todos me miraron y el mismo señor comentó:
-¿Y por eso no los riegan?
-¡A ese punto quería llegar!
Les comenté que de la misma forma como estamos tratando a los arbolitos, ellos tratan a
sus hijas al no permitirles crecer y desarrollarse en las mismas condiciones que a sus hijos
varones. Les dije que no por el hecho de ser mujeres no tenían la oportunidad de salir
adelante en todos los aspectos de la vida.
Al concluir el ciclo escolar, la asistencia se regularizó y cuando llegó el momento de
abandonar la comunidad me di cuenta que había dejado una semillita en la conciencia de
cada padre de familia o cuando menos en la mayoría.
Cuando inició el ciclo escolar 1996-1997 fueron inscritas todas las niñas y los niños en
edad preescolar, y de los 23 arbolitos que sembramos todos crecieron por igual.
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pusieron cara de qué padre estuvo la comida y se tomaron fotos con la cámara integrada a
sus teléfonos.
Cabe decir que en las mesas de junto otros celulares no dejaban de sonar. Los hombres se
escarbaban los bolsillos del saco como antaño se buscaban la cartera y las mujeres
revolvían sus bolsos con la prisa con que hubieran buscado la pastilla capaz de detener un
infarto. La fonda era un manicomio repleto de gente que hablaba con nadie.
¡Qué lejos quedaron los tiempos de don Amado Nervo, cuando cada cantina era un Senado
romano, cada silla una tribuna y cada copa de coñac una urna de facundias inverosímiles!
Los conversadores de entonces, se quejaba Nervo, se cebaban sobre el tiempo de los otros
con verdaderas cargas de caballería; atacaban los oídos de sus interlocutores con más saña
que el buitre mitológico las entrañas de Prometeo. No había comida, celebración, tertulia,
brindis o reunión de café en que, al final de la conversación, y por si fuera poco, no hubiera
por lo menos una docena de discursos. No era posible tropezar con alguien en la calle sin
que la verbosidad inagotable entablara charlas maratónicas que, en una de sus crónicas más
divertidas ("El uso de la palabra", publicada en El Nacional en 1896), hicieron a don
Amado exclamar: "¡Quién fuera sordo!".
Cuando en 1878 un agente de la compañía teléfonica Bell propuso a Vicente Riva Palacio,
ministro de Fomento de Porfirio Díaz, la introducción en México de una novedad que
convenía "a todos los comerciantes, banqueros, médicos, abogados, etcétera, y al público en
general", pues por medio del recién inventado teléfono, no había manera de saber que la
decadencia de la catilinaria, o el auge de la palabrería, harían del celular una herramienta
más importante que la cartera o la tarjeta de crédito: preferible olvidar las opiniones antes
que a ese escarabajo electrónico que nos deja sentir comunicados, y en cuyo interior
parecen concentrarse los misterios mayores de la vida. En su carácter unificador del mundo,
el celular colaborará en la transformación de la lengua. ¿A qué otra misión, si no, atribuir el
siguiente mensaje: "X q no yamas?".
Héctor de Mauleón
Instantes
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Jorge Luis Borges
Cosita linda
Tras la cerrada ovación que puso término a la sesión plenaria del Congreso Internacional de
Lingüística y afines. La hermosa taquígrafa recogió sus lápices y papeles y se dirigió hacia
la salida, abriéndose paso entre un centenar de lingüistas, filólogos, semiólogos, críticos
estructuralistas y deconstruccionistas, todos los cuales siguieron su garbazo desplazamiento
con una admiración rayana en la glosemática.
De pronto las diversas acusaciones cerebrales adquirieron vigencia fónica: ¡Qué sintagma!
¡Qué polisemia! ¡Qué significante! ¡Qué diacronía! ¡Qué ejemplar ceterorum! ¡Qué
Zungenspitzei! ¡Qué morfema! La hermosa taquígrafa desfilo impertérrito y adusta entre
aquella selva de fonemas. Sólo se le vio sonreír, halagada y tal vez vulnerable, cuando el
joven ordenanza, antes de abrirle la puerta murmuró casi en su oído: “Cosita linda”
Mario Benedetti
A mi hijo.
A mi hijo nunca le gustaron los cuentos
Y le contábamos de ogros y del perro fiel
De los viajes, de la bella y del lobo feroz
Pero al niño nunca le gustaron los cuentos
Ahora, por las noches, me siento y le hablo
Llamo al perro perro, al lobo lobo, a la oscuridad oscuridad
Le señalo con el dedo a los malos, le enseño
Nombres y rezos, le canto a nuestros muertos
¡Ah, basta ya! A los niños tenemos que hablarles con la verdad
Manolis Anagnostakis
Nada dos veces Nada sucede dos veces / Ni sucederá, y por eso / Sin experiencia
nacemos / Sin rutina
Moriremos / En esta escuela del mundo / Ni siendo malos alumnos / Repetiremos un año /
Un invierno, un verano / No es lo mismo ningún día / No hay dos noches parecidas / Igual
mirada en los ojos / Dos besos que se repitan / Ayer mientras que tu nombre / En voz alta
pronunciaban / Sentí como si una rosa / Cayera por la ventana / Ahora que estamos juntos/
Vuelvo la cara hacia el muro / ¿La rosa? ¿Cómo es la rosa? / Como una flor o como una
piedra / Dime porqué, mala hora / Con miedo inútil te mezclas / Eres y por eso pasas /
Pasas y por eso eres bella / Medio abrazados, medio sonrientes / Buscaremos la cordura /
Aunque somos diferentes / Cual dos gotas de agua pura.
Wislawa Szymborska
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Aprender a leer y escribir textos de información
Hoy día no tenemos ni una prueba de que se estén enseñando destrezas lectoras más
avanzadas y además se sigue sin facilitar a los alumnos la posibilidad de una escritura
variada, y ello producto del uso extendido de la copia más que de una redacción original. Y
aquí se nos presenta un serio cuestionamiento acerca del conocimiento que tenemos los
profesores en general respecto del desarrollo de la lectura y de la escritura.
¿Son sólo conocimientos superficiales o son por el contrario profundos? De entrada
señalaremos el error de encasillar tanto a la lectura como a la escritura como simples
actividades de lengua. No hay que olvidar que en la escuela el alumno requiere leer y
escribir en el conjunto de las áreas conformadoras del currículo.
Lo cual indica que cada una de dichas áreas ofrece sus propias oportunidades para enseñar
a leer y a escribir, además de sus contenidos específicos.
Cuando los alumnos leen y escriben en todas las áreas del currículo se encuentran de
manera natural con una amplia diversidad de textos, esperando que ellos mismos los
produzcan.
El simple y llano hecho de pasear por la calle nos obliga, nos demanda a quienes en ella
andamos un considerable ejercicio de lectura. Parece más una terquedad el hecho de que la
escuela ignore estas experiencias y trate las actividades de lectura y de escritura de forma
totalmente distinta a como se desarrollan en el mundo exterior.
Es así que todavía los llamados textos de ficción ocupan hoy en día una posición
preponderante, casi absoluta en la mayoría de las aulas, lo mismo desde lo que se lee, hasta
lo que se escribe. Ello no hace pensar que los docentes se sienten cómodos y seguros de sus
conocimientos sobre cómo desarrollar en sus alumnos la lectura y la escritura de textos de
ficción, que respecto a como abordar otro tipo de texto, así los alumnos tienen mucha
mayor acceso a textos de ficción viéndose además impulsados por ende a escribir sobre
todo en forma literaria.
El poco a nulo acercamiento de algunos docentes y de sus alumnos con textos informativos,
hace que ambos vean reducidos sus posibilidades de desarrollar destrezas propias que
apoyan la interacción contextos informativos. Si partimos del hecho de que el aprendizaje
según cierta mirada es un proceso de interacción entre lo que se sabe y lo que se debe
aprender, que el aprendizaje es una ampliación y modificación de las formas de concebir el
mundo ya existente, a la luz de formas alternativas, que es un proceso social en el que la
colaboración con los demás, quienes aprenden: establecen una conciencia compartida, en
donde el conocimiento descansa sobre la interacción del grupo, una conciencia prestada.
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El conocimiento se produce dos veces en el sujeto una en el plano social y otra en el plano
individual. Por lo que el aprendizaje es un proceso situado en un contexto y finalmente
diremos que el aprendizaje es un proceso metacognitivo, es decir, los aprendices más
eficaces son aquellos que se muestran concientes de sus conocimientos respecto a lo que
están aprendiendo.
Primero: Asegurar que los alumnos dispongan de conocimientos previos suficientes, que les
permitan aprender cosas nuevas.
Cuarto: Auspiciar los conocimientos de los alumnos y que sean conscientes de su propia
reflexión y aprendizaje para fomentarlo.
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El proceso de aprender a partir de un texto, con él y mediante él, implica diez tipos de
actividades mentales, y cada una de ellas se puede expresar en forma de pregunta quedando
a disposición de los alumnos y para que pueda servirles de guía.
Hay que animar a los alumnos para que traten de especificar con el mayor
detalle posible lo que desean averiguar y que van a hacer con la información
obtenida.
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Lectura rápida
Lectura superficial
Lectura intensiva
Enseñar a leer diferentes tipos de textos y de diversa forma.
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El registro de la información va indisolublemente unido al objetivo de la
lectura, es decir, poco sentido tiene tomar notas cando se consultan fuentes
de información sin atender al para qué se requiere dicha información.
Ya tomadas las notas es menester saber bien la forma de estructurar y
adecuar dicha información a diversos propósitos y textos.
En el contexto educativo casi siempre se espera de los alumnos que presenten como
parte de su trabajo textos informativos, un producto físico, normalmente en forma
escrita.
Representación teatral
El mimo
La redacción de textos
La presentación oral
Las maquetas
Etc.
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Extender la interacción con los textos
(EXIT)
Fases del proceso Preguntas Estrategias didácticas
1.- Activar los conocimientos ¿Qué cosas sé ya sobre el Tormenta de ideas
previos tema? Mapas conceptuales
Tablas KWL o SQA
2.- Fijar los objetivos ¿Qué necesito averiguar y Formular preguntas
qué haré con la información? Tablas QUADS o PDDF
Tablas KWL o SQA
3.- Localizar la información ¿Dónde y cómo obtendré esta Situar el aprendizaje
información?
4.- Emplear una estrategia ¿Cómo debo usar esta fuente Análisis metacognitivo,
adecuada de información para obtener modelado.
lo necesario?
5.-Interactuar con el texto ¿Qué puedo hacer para DARTs, marcar el texto,
comprender esto mejor. recomponerlo, cambiar de
estilo
6.- Controlar la comprensión ¿Qué puedo hacer si hay Modelado, guías
partes que no comprendo? estratégicas, tablas.
7.- Registrar datos ¿Qué debo anotar de esta Modelado, esquemas de
información? escritura, tablas
8.- Evaluar la información ¿Debería creer esta Modelado, analizar los textos
información? con información tendenciosa
9.-Ayudar a la memoria ¿Qué puedo hacer para Volver a los textos, revisar,
recordar lo importante? recomponer
10.- Comunicar la ¿Cómo lo haré para que los Escribir en diversos,
información demás puedan conocer esto? esquemas de escritura, editar
libros de no ficción,
representaciones teatrales,
maquetas en dos y tres
dimensiones, otros trabajos
alternativos.
Tablas:
KWL o SQA
K= Know = S= Saber= Qué sé sobre este tema
W=Want = Q= Quiero= Qué quiero saber sobre él.
L= Learn = A= Aprender = qué he aprendido sobre él.
QUADS o PRDF
Q = Questions = P = Preguntas
A = Answer = R = Respuestas
D = Detaills = D = Detalles
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S = Sources = F = Fuente
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