Este documento contiene una serie de mensajes de voz que Mariano Blatt le deja a su amigo Hole. En los mensajes, Mariano comparte recuerdos del pasado que compartió con Hole, sueños extraños, y anécdotas de libros que compró y luego olvidó. A través de la conversación unilateral, Mariano expresa sentimientos de soledad y extrañar a su amigo.
0 calificaciones0% encontró este documento útil (0 votos)
62 vistas6 páginas
Este documento contiene una serie de mensajes de voz que Mariano Blatt le deja a su amigo Hole. En los mensajes, Mariano comparte recuerdos del pasado que compartió con Hole, sueños extraños, y anécdotas de libros que compró y luego olvidó. A través de la conversación unilateral, Mariano expresa sentimientos de soledad y extrañar a su amigo.
Este documento contiene una serie de mensajes de voz que Mariano Blatt le deja a su amigo Hole. En los mensajes, Mariano comparte recuerdos del pasado que compartió con Hole, sueños extraños, y anécdotas de libros que compró y luego olvidó. A través de la conversación unilateral, Mariano expresa sentimientos de soledad y extrañar a su amigo.
Este documento contiene una serie de mensajes de voz que Mariano Blatt le deja a su amigo Hole. En los mensajes, Mariano comparte recuerdos del pasado que compartió con Hole, sueños extraños, y anécdotas de libros que compró y luego olvidó. A través de la conversación unilateral, Mariano expresa sentimientos de soledad y extrañar a su amigo.
Descargue como PDF, TXT o lea en línea desde Scribd
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 6
Las
doscientas cosas que te dije
Por Mariano Blatt
¿Hole?… ¿Hole, me escuchás? Te tengo que contar lo que soñé, antes de que se me escape. Bueno, te cuento: leía un texto, en fotocopias, que decía algo así como… ay, se me escapa, era “la tarea del corrector es contracultural más que cultural”, bueno, una lástima que se me escape tan rápido porque decía eso pero de una manera más linda, mejor, como esos textos académicos bien escritos, fluidos, bonitos. Después seguía, y cada vez se me escapa más el sueño así que, obviamente, cada vez va a ser menos lindo mi recuerdo: “El corrector deberá mostrar, no que maneja con perfección la lengua, sino que puede más bien reconocer la cara de la voz del texto”. Ahí, no sé por qué o no sé cómo, pero hablaba de una tal Cristina, que estaba llegando un poquito tarde a tomar un tren en la Londres del siglo diecinueve, pero estaba tranquila porque sabía que los ferrocarriles ingleses no eran puntuales. “Pero lo que Cristina no sabe es que en la nueva Inglaterra”, decía el texto, y esa frase en el sueño era así tal cual como te la dije, aunque la que sigue ya no: “los trenes ya no son lo que eran”. Obviamente esta última parte de la frase era mucho más linda que esa vulgar “ya no son lo que eran”. A quién se le ocurriría escribir “ya no son lo que eran” en un texto académico sobre la historia de la corrección, ¿no? Solamente a mí, que se me escapa el sueño. Bueno, volviendo al texto, mientras leía esto el tren iba saliendo de la estación, que era una estación fluvial, creo yo, porque enseguida la vía bordeaba la ciudad por arriba del río. ¿La tarea del corrector sabés cuál era? Despachar el tren. No sé por qué me aparece la palabra mandolín ahora, como que el corrector era el mandolín del tren y cerraba la última puerta y decía cuándo había que salir. Y Cristina no llegaba y el tren bordeaba Londres y el texto fotocopiado era en realidad imagen en movimiento. Bueno, no sé, qué lástima que no estés, me voy a buscar en el diccionario la palabra mandolín a ver si tiene alguna relación con los trenes. Llamame cuando escuches esto, voy a estar acá en casa, con los diccionarios. Qué lindo sueño, no sabés, qué lástima que no estés. Bueno, chau, un beso, ¿me llamás? Bai.
Hole, bueno, disculpá que te llame de nuevo tan rápido, pero te quería contar, antes de que me olvide, que al final no encontré el diccionario (¿vos sabés dónde puede haber quedado?) pero sí encontré los libros de historia inglesa en inglés que usábamos en el secundario, ¿te acordás? Los de la industrial revolution, the invencible armada, the first world war, con esos dibujos de los telares gigantes en galpones oscuros y húmedos con cientos de mujeres y niños trabajando en condiciones espantosas. ¿Te acordás de la historia que nos contaba Miss Sheridan sobre que contrataban chicos chiquitos porque podían meterse por entre los resquicios de los telares y arreglarlos? ¿Y te acordás cómo nos corregía la pronunciación? Al final valió la pena, ¿no? Digo, porque vos estás allá en Londres, hablando perfecto inglés y dirigiendo esa institución de… de… ay, nunca me acuerdo bien, ¿qué es lo que hacés en Londres exactamente? Bueno, llamame si escuchás esto y sabés dónde pueden estar los diccionarios. Te mando un bese, chau.
Sabés que me quedé pensando en lo que te conté el otro día, ¿te acordás? El sueño ese de Cristina y el corrector, que en un momento creo que dije algo como que el tren salía de una estación fluvial. Cuánta imperfección, ¿no? ¿Cómo podría un tren salir de una estación fluvial? ¿Estación fluvial no son las de los barcos? ¿O esos son los puertos? Ay, siempre se me olvida todo, cada vez más. Te digo que ya ni los trenes me acuerdo bien qué eran. Bueno, lo que sí encontré son los diccionarios, estaban abajo de la cama. Bah, de tu cama, de la que usabas cuando vivías acá. No sé quién los habrá guardado ahí. No parece un buen lugar para guardar un diccionario, ¿no? Ah, se me ocurrió algo, ahora que ya los encontré, puedo ir a buscar qué significa fluvial, y de paso veo qué dice de los trenes. Porque, no me vas a creer, pero me olvidé lo que eran. ¿Qué eran los trenes? Ay, odio que se me olvide todo tanto. Los sueños es normal que se te olviden, ¿no? Pero las palabras, las cosas de todos los días, quísiyo. Bueno, te dejo, voy a ver qué hago. ¿Qué te dije que iba a hacer? ¿Hole? ¿Hole, me escuchás? Bueno, cuando escuches esto llamame, aunque sea a cobro revertido, yo pago, no tengo problema y tengo plata. Beso, te extraño.
¡No sabés lo que me pasó hoy! Hole, antes, ¿no? Bueno, hole. Me compré dos libros, hermosos, uno más lindo que el otro. Uno, el menos lindo que el otro, es sobre historia del lenguaje hablado en todo el mundo y todas las civilizaciones habidas y por haber habido. Una obra monumental de más de dos mil páginas. El otro, más lindo que el uno, es sobre lingüística inventada, es decir, sobre la ciencia del lenguaje pero sin fundamentos. Un libro de poesía, dirás, exclamarás, te conozco, te imagino, te vi-sua-li-zo, poniéndome esos ojitos de investigador de la lengua escrita, pero no, no es sobre poesía. Es sobre cómo inventar tu propia teoría del lenguaje sin tener que haber leído nada ni saber las reglas de la academia. No, pará, no es sobre eso exactamente, o sea, no te lo estaría sabiendo explicar bien. Es que lo que pasa es que, ¿sabés qué? ¡Me los olvidé! Arriba del mostrador de la librería. Me di cuenta cuando llegué a casa. Y lo peor es que no me acuerdo en qué librería me los compré. Así que estuve hasta recién pegadito al teléfono a ver si me llamaban de alguna librería para avisarme que me los había olvidado, pero hasta ahora nada. Sí, ya sé, debería cortar, por si me están llamando ahora y les da ocupado. Es que me dio tanta risa que me acordé de vos y nada, te quise llamar para contarte. Bueno, si escuchás esto llamame. ¿Cómo está Londres? ¿Hace frío o calor? ¿Qué día es allá? ¿El mismo que acá? Nunca entendí eso.
Hole, te dejo este mensajito corto y rápido porque me tengo que ir porque estoy llegando tarde a la reunión pero te quería contar que ayer apenas corté sonó el timbre y era el cadete de la librería que me traía los libros que había comprado y me había olvidado arriba del mostrador, ¿te acordás? Yo no me acordaba, así que le pregunté al chico que quién me mandaba esos libros, que si eran un regalo y que si él sabía quién era el admirador secreto que me mandaba libros en vez de flores, quién podía conocerme tanto, en un momento hasta pensé que habías sido vos entonces le pregunté al cadete si él sabía quién me los mandaba y me dijo que me los había olvidado yo arriba del mostrador pero ¿te digo la verdad? yo no me acuerdo de haber comprado estos libros. Te digo estos porque ahora los tengo acá y los estoy mirando y digo ¿cuándo compré esto? Uno es una novela de espías de saldo que no conozco y cuya traducción gallega es horrible, pero horrible-horrible, tipo nah, así no, mierda carajo, ¿o era carajo mierda? Te acordás de esa frase, ¿quién la decía? Ay, qué gracioso, nosotros la decíamos siempre, ¿no? Mierda carajo, ja, ja, qué risa. Bueno, y el otro libro no sé de qué es porque está en otro idioma que no identifico cuál es. En fin, no sé para qué me compro cosas que después no leo, ¿no? “¡Porque puedo!”, dirías vos. Ay, no sabés cómo te extraño, cómo extraño hablar con vos. ¿Te acordás cuando jugábamos a hacer diálogos larguísimos todo de frases hechas o del acervo popular? Qué lástima que ya no tenga a nadie para jugar a eso. ¿Sabés quién me llamó el otro día? Cristina, ¿te acordás? La que perdía el tren en la Londres del siglo diecinueve. Un plato, tenía una pronunciación hermosa. Me imagino que vos ya debés hablar así, ¿no? Como un inglesito hecho y derecho. ¿Por qué no me llamás? ¿Estás muy ocupado? Bueno, te dejo, que llego tarde a… a… ¿a dónde tenía que ir? Bueno, llamame cuando escuches esto, es urgente.
Hole, disculpá que no te haya llamado antes, me pasaron cosas. Igual estoy bien. Te llamo más tarde, si escuchás esto no me llames porque no voy a estar en casa y creo que el contestador no anda bien, porque nunca tengo ningún mensaje de nadie y creo que no se graban los mensajes. Chau, no me llames, eh. Chau. No me vas a llamar, ¿no?… ¿Te diste cuenta? Estoy jugando a la inversa psicológica, una técnica que leí en el diccionario de psicología aplicada. Bueno, chau, no voy a estar esperando tu llamado porque no me anda la contestadora y porque no tengo tiempo de esperar tu llamado, aparte un poco ya me olvidé de vos, que te fuiste hace tanto tiempo a vivir a no sé dónde para hacer no sé qué porque te creés la muy importante con tu título de no sé qué cosa especializada en no sé cuál otra. ¿Sabés qué? No me importa, porque yo estoy aplicando inversidad psicológica para toda la gilada y bien cabida se la tienen. Basta de libros, ahora me dedico al situacionismo gestáltico y a todo lo que tenga que ver con neurociencia aplicada al lenguaje distributivo. Los factores del producto no alteran el orden, mi amor. Chau, llamame.
“Hole, habla Cristina, la que perdió el tren. Quería saber si había pasajes para mañana, porque tengo que ir a Leeds y después a Liverpool a comprar maquinaria para mi taller de la industrial revolution. Llamame cuando escuches esto, por favor, que lo de los pasajes es urgente. Perdí el tren porque llegué tarde a la estación fluvial. Mi reloj ya no marca las horas desde que te fuiste”. ¿Te gustó? Es un poema que estoy escribiendo. Bueno, llamame y contame qué te parece, si sigo o si te parece mejor que vaya por otro lado. Si vos me das ánimo, lo sigo. Editor creo que ya tengo. Beso, llamame y decime cosas lindas. Hace mucho no escucho tu voz, ¿vos?, ¿escuchás mi voz?
“Recuerdos, ¿qué son los recuerdos? Olvidos, ¿qué son los olvidos? El tiempo, ¿siempre es puntual?”. Otra parte del poema. Lo de editarlo está bien encaminado. Besos, sigo escribiendo, chau, llamame.
Bueno, estoy enojado. Hace mucho que no sé nada de vos ni de mí. Sólo sé que estoy acá sentado mirando una pared que no entiendo qué es. Mi casa está llena de libros pero me olvidé cómo se usan y para qué sirven. Encontré papeles en otro idioma abajo de tu cama y, arriba de la mía, encontré unas hojas manuscritas con mi letra, muchas, más de cien, con un poema épico larguísimo, sobre una tal Cristina y un tren. El poema es hermoso, y por la letra te diría que lo escribí yo en algún momento, pero no me acuerdo cuándo ni por qué. Así están las cosas país, mierda carajo, y se las hemos contado. En la parrilla no pueden faltar, los chorizos extra Cativelli. Eso no sé por qué lo dije, pero lo tenía que decir. Al vino blanco, en el tuco o al pan, chorizos extra hay que saborear. ¿Eso lo dije yo? ¿Hole? ¿Vos estás escuchando esto? Llamame, por favor, necesito que alguien me llame.
Bueno, no me acuerdo cuándo fue la última vez que te llamé, pero han pasado cosas. Para empezar, me publicaron el poema épico sobre trenes y fue un éxito. Ay, si vieras toda la gente que vino a la presentación. Nadie. Parece que voy a ganar un premio y hasta es posible que una beca de una institución extranjera. Sí, así como lo escuchaste: ex-tran-je-ra. ¿Vos sabés qué significa eso? Porque yo no, y hace días que no encuentro el diccionario. Bueno, mi editor está contentísimo, parece que el libro se está vendiendo muchísimo. Ninguno. Yo plata todavía no vi, pero bueno, vos y yo sabemos que es así. Acá el que no corre vuela y dios le dio pan a la que no tenía dientes. Pero no quiero sacar los trapitos al sol y además, a caballo regalado no se le peinan las crines. Lo que voy a necesitar es que me pases tu dirección, así te hago llegar un ejemplar del libro. Sí, ya sé lo que estás pensando, que si me das tu dirección voy a ir a visitarte personalmente y todos sabemos que ni vos ni yo queremos vernos las caras. Porque lo que vos me hiciste no tiene perdón. No te preocupes, yo a vos no te voy a ver más. No me interesa. Estuve hablando con Cristina, las cosas se van a arreglar solas. Ha mejorado mucho el servicio ferroviario londinense y al parecer, es probable aunque no seguro, así que no te emociones, pero, podría ser, aparentemente, dada la posibilidad, estaría ocurriendo en breve una situación que si todo sale bien y los astros se alinean es altamente factible que en el mes entrante me tengas nada más y nada menos que a mí in situ, in personae, de facto, habeas corpus y habeas data, ergo, op cit, dirigiendo una importante, por no decir importantísima, por no decir mega súper prestigiosa, institución inglesa dedicada específicamente al tema de los vínculos entre lengua y ferrobaires anuncia la partida de su servicio de la hora veinticinco con destino a la ciudad de Chivilcoy, por plataforma duuuce. Bueno, llamame y te cuento más. Beso, te quiero, te extraño, te oigo, te sueño, te escucho, te acaricio suavemente las orejas hasta que te quedes dormido en mi regazo volviendo en un taxi tarde en la noche mientras las luces de neón se reflejan en la ventanilla y pongo cara de nostalgia por lo que se va y no me acuerdo, y por lo que vendrá y aún no sabemos: ¿el amor?, ¿la salvación?, ¿un poema?, ¿los amigos?, ¿la luz anaranjada de la mañana colándose por las rendijas de la persiana? Cuántas cosas, cuántas ideas, y todas milenarias. Llamame, llamame si querés que te haga sentir bien.