La Evolución de La Enseñanza Literaria - Colomer

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La evolución de la enseñanza literaria1

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Notas:

1
COLOMER, Teresa (1996): «La evolución de la enseñanza literaria».
Aspectos didácticos de Lengua y Literatura, 8. Zaragoza: ICE de la Universidad
de Zaragoza, 127-171.

Teresa Colomer

La enseñanza de la literatura se ha revelado como uno de los puntos más sensibles a la


relación entre expectativas educativas y cambios sociales, y entre avances teóricos y prácticas
educativas. Efectivamente, la situación de la literatura en el campo de la representación social,
de sus valores e ideología, así como su participación en la forma de institucionalizarse la
cultura a través de la construcción de un imaginario colectivo, tienen como consecuencia que
los cambios producidos en los mecanismos de producción cultural y de cohesión social se
traduzcan inmediatamente en la visión social de la función de la literatura en la educación y,
por lo tanto, en la definición de objetivos docentes y en las prácticas en el aula.

En este sentido, cabe señalar que la constitución de una sociedad altamente alfabetizada y
progresivamente escolarizada en todos los sectores sociales y hasta edades más tardías ha
conllevado forzosamente un cambio vertiginoso en la enseñanza de la literatura, ya que ésta
se ha visto desposeída de su identificación secular con el acceso a la lengua escrita y se ha visto
obligada a redefinir la competencia literaria exigible a todos los ciudadanos y ciudadanas.

Por otra parte, la evolución de las sociedades postindustriales hacia formas cada vez más
complejas de trabajo basado en la capacidad de operar simbólicamente ha venido
acompañada de un interés central por el conocimiento del lenguaje. Así, la reflexión sobre el
lenguaje en sus múltiples funciones y desde las más variadas perspectivas han caracterizado el
pensamiento teórico de nuestro siglo. Los cambios producidos en los parámetros de las
disciplinas interesadas en el fenómeno literario han causado un impacto evidente en el modo
de concebir su enseñanza y en los instrumentos ensayados para hacerlo.

Puede afirmarse, pues, que la enseñanza de la literatura se halla actualmente ante el reto de
crear una nueva representación estable de la educación literaria que responda a un acuerdo
generalizado sobre la función que la literatura debe cumplir en la formación de los ciudadanos
de las sociedades occidentales en las postrimerías del siglo, especifique los objetivos
programables a lo largo del período educativo y articule las actividades e instrumentos
educativos que mejor puedan cumplirlos.
Para proceder al balance de la situación actual, esbozaremos brevemente, a continuación, la
evolución seguida por la enseñanza de la literatura, deteniéndonos especialmente en la crisis
producida en la década de los setenta de nuestro siglo como situación inmediata a partir de la
cual empieza a reconstruirse un nuevo concepto de educación literaria.

La literatura como aprendizaje de la expresión discursiva

Tal y como señalan Chartier y Hébrard (1994)2, hasta la invención de la imprenta en el siglo XV,
la enseñanza literaria formó parte del aprendizaje de la escritura en relación a la oralidad. En
las escuelas eclesiásticas los alumnos aprendían a copiar los textos, a escribir al dictado y a
construir discursos a partir de los recursos retóricos de la antigüedad clásica y de los textos
sagrados, ya que escribir al dictado o construir discursos orales eran las finalidades principales
de los escribientes, notarios o clérigos que ostentaban el poder social del escrito.

Con la invención de la imprenta, estas prácticas contaron con la producción de libros


específicos para el trabajo escolar que constaban de un espacio, a la derecha, para la copia del
texto latino y de otro, a la izquierda, para anotar el comentario de los profesores, el
vocabulario aprendido o las definiciones de conceptos, e incluso se utilizaron dos tipos de
caligrafías para ambas actividades3. Leer textos literarios se entendía así como una tarea de
análisis y glosa con fines prácticos de dominio del discurso hablado y escrito. La literatura
aparecía como una actividad de elocución que preparaba para actividades profesionales como
el sermón eclesiástico o el discurso político. La retórica formaba en el dominio del texto y del
discurso, mientras que la lectura de los clásicos suministraba tanto el referente compartido,
como las posibilidades expresivas y aún las citas a utilizar en la construcción del texto.

Con el tiempo, el estudio de la retórica como arte del discurso eficaz, empezó a reducirse al
estudio de las figuras de estilo. Es decir, empezó a reducir sus dominios -la inventio, la
dispositio, la elocutio, la memoria y la pronunciato- en favor de la elocutio, como estilística. A
partir de modelos, se entrenaba a los alumnos en el discurso narrativo, dramático, didáctico,
satírico, polémico, oratorio o lírico, así como en los tonos trágico o cómico, como aplicación de
los principios teóricos adquiridos4. A lo largo del siglo XIX, especialmente a partir de los
movimientos románticos, se produjeron críticas a la enseñanza retórica, tildando de
formalistas y vacías de contenido este tipo de actividades docentes y acusándolas de
enmascaramiento de la falta de inspiración artística. Si este debate fue especialmente
temprano y activo en Francia5, sus argumentos empiezan a aparecer en España en el año
1845, con la reforma de los estudios universitarios y de segunda enseñanza del plan Pidal, que
introdujo algunos cambios en esta orientación educativa. Así, con la creación de
establecimientos públicos de segunda enseñanza se agruparon los estudios dispersos hasta
entonces en seminarios, colegios de jesuitas, cátedras, etc. y se inició el debate sobre la
oportunidad de mantener el enfoque retórico en el estudio unificado de la literatura.

La literatura como lectura de posesión del texto

El paso de la literatura a una actividad centrada en la lectura iniciará su andadura social a partir
de la Reforma protestante, primero, gracias a la defensa del acceso directo a las sagradas
escrituras y, posteriormente, con la difusión generalizada de conocimientos religiosos católicos
a través del catecismo y de los libros de piedad.

Este tipo de lectura, sin embargo, perseguía esencialmente la memorización de los textos, de
manera que no se cuestionaba la falta de comprensión infantil de las verdades religiosas
leídas, sino que se pretendía difundir su simple posesión, puesto que la explicación de los
textos se reservaba a las formas orales de los sermones religiosos, presentes a lo largo de toda
la vida de los ciudadanos. Aún en el siglo XIX los decretos educativos desaconsejaban la lectura
de novelas, romances y otros libros perniciosos y establecían como lecturas adecuadas a la
etapa primaria, el silabario, el catecismo y las Fábulas de Samaniego6, lecturas dirigidas, pues,
al aprendizaje moral y memorístico.

Las funciones de la lectoescritura, sin embargo, resultaron profundamente afectadas por los
cambios sociales producidos a partir del siglo XVIII. A partir de entonces se inició la
generalización de la escuela de masas impulsada, en primer lugar, por órdenes religiosas, tales
como los salesianos. Con este cambio educativo surgirán nuevos instrumentos didácticos que
han permanecido estables hasta ahora -como la pizarra o el manual escolar, por ejemplo- o
nuevas instancias educativas, tales como los seminarios religiosos, que darán lugar más tarde a
las Escuelas Normales seglares, dedicadas a la formación de maestros. Se inicia, así, de forma
imparable la alfabetización progresiva de toda la población, aunque no llegará a completarse
en nuestro país hasta bien entrado el siglo XX7.

La convergencia de las etapas escolares en la posesión del patrimonio histórico

Los cambios políticos y culturales del siglo XIX configuraron el antecedente inmediato de los
modelos de enseñanza literaria vigentes en la actualidad. El fin del clasicismo como eje
educativo, la constitución de la literatura propia como esencia cultural de las nacionalidades
y el establecimiento de un sistema educativo generalizado y obligatorio cambiaron la
función de la enseñanza literaria, que se encaminó entonces a la creación de la conciencia
nacional y de la adhesión emotiva de la población a la colectividad propia.

En todos los países, la historiografía literaria seleccionó y sancionó los autores y las obras
claves del patrimonio nacional y creó la conciencia de un pasado y un bagaje cultural que
debían ser difundidos y exaltados durante la etapa escolar. Paralelamente, las distintas
materias de enseñanza se independizaron tanto del libro único utilizado en las aulas, como de
las formas narrativas que había adoptado la presentación de los conocimientos en la etapa
primaria8. Las materias de conocimientos pasaron a utilizar la lectura enciclopédica de
«lecciones de cosas» que segregó la lectura funcional del aprendizaje tradicional de la lectura.
La aparición de estos factores condujo a la creación de un área específica de lengua y literatura
nacionales, tanto en la segunda enseñanza como en la primera, que recibió una mayor
atención, por primera vez, en virtud de la conciencia de la necesidad de una educación
generalizada a toda la población. Justamente, la Ley Moyano de 1857 en España había
establecido -entre otros principios básicos para la creación de un aparato educativo moderno,
tales como la definición de la educación como un servicio público- la división del sistema
educativo en tres niveles y había definido la segunda enseñanza como una ampliación de los
conocimientos aprendidos en la primaria, a la vez que como una preparación para la
Universidad9.

En la escuela primaria, la lectura literaria se mantuvo en los anteriores relatos morales y en


fragmentos de la literatura nacional, dos tipos de lectura con áreas comunes que fueron
progresivamente fusionados. La lectura literaria en el aula se basó en la lectura expresiva de
un único libro. La lectura expresiva en voz alta daba cuenta del aprendizaje del código por
parte del alumno y potenciaba la transmisión de la emoción del texto en una enseñanza
literaria a la búsqueda de la implicación afectiva en la representación de la colectividad10. Las
actividades de escritura se limitaron a la copia del texto y a su resumen, ya que los alumnos de
primaria carecían de los recursos necesarios para acceder a un tercer estadio, consistente en el
desarrollo del tema, donde pudieran utilizar lo aprendido en la lectura y en los ejercicios sobre
los textos clásicos.

Poco a poco, la etapa primaria fue apartándose así de la lectura como simple memorización
reverencial con finalidades morales y se esforzó en adoptar el modelo propio de secundaria,
de manera que la comprensión de los textos nacionales y la experiencia estética pasaron a ser
objetivos compartidos por ambas etapas. Para ello los maestros se vieron en la necesidad de
incluir la literatura en su formación profesional, debieron utilizar técnicas de lectura y de
explicación de textos y tuvieron que adoptar las antologías para unificar las referencias
literarias de toda la población.

Para la minoría social de la población que accedía a estudios superiores, la nueva función de la
literatura también provocó cambios en el modelo anterior de enseñanza. En medio de grandes
polémicas, los textos clásicos cedieron su lugar a la literatura nacional y el aprendizaje de la
retórica decayó en favor de la lectura profundizada de los textos, lectura a la que se unió
pronto el aprendizaje de la historia literaria.

Núñez (1994)11 describe el desarrollo de este proceso a mediados del siglo XIX, desde la
reunión de la retórica y la poética, realizada por Quintana12, bajo el nombre de «literatura»,
hasta la difusión del Manual de literatura de Gil de Zárate en 1842-4413. Como señala Núñez,
una vez que los humanistas dejaron de separar ya ambas materias y dejó de verse la formación
de poetas u oradores como la finalidad del estudio de la literatura, pudo afirmarse que «pocos
preceptos, y muchos y bien escogidos ejemplos, coadyuvarán mejor a encontrar los medios de
expresión con los que manifestar correctamente nuestros pensamientos, y nos formarán el
gusto»14. Términos como «Principios» o «Elementos» de literatura, o la misma denominación
de «historia» aparecieron entonces en los manuales y programas de estudio a medida que se
arrinconaba el modelo preceptivo-retórico y se traducía en la enseñanza el viraje teórico
producido al constituirse la literatura como disciplina a partir del pensamiento positivista. De
este modo, la enseñanza de la literatura pasó a cumplir una función estable de identificación
con la cultura nacional a través del traspaso ordenado del patrimonio literario.
Desde las corrientes pedagógicas más renovadoras, se produjo también la búsqueda de una
biblioteca ideal que, desde la escuela, ofreciera a niños, niñas y adolescentes la posibilidad de
cultivar su sensibilidad con la lectura de obras de calidad adecuadas a su edad. Así, por
ejemplo, las instituciones pedagógicas catalanas intervinieron activamente en el fomento de
creación de libros infantiles de calidad y una de sus figuras más destacadas, Artur Martorell,
señaló a Scott, Kipling, Verne, Dickens, Daudet, Homero, Grimm, Andersen, Mark Twain, Poe y
Wells entre los autores extranjeros, además de Ruyra, Vilanova, Maragall y Verdaguer, entre
los catalanes, como lecturas apropiadas para la etapa escolar15, selección muy próxima en sus
criterios, por otra parte, a la realizada por la Institución Libre de Enseñanza para su biblioteca
juvenil.16

Asimismo, la preocupación por la lectura completa de obras, tan alejada de las disposiciones
educativas oficiales, se tradujo en el empeño por el establecimiento de bibliotecas públicas en
el país. El lamento generalizado por la falta de lectura en España que puede apreciarse en
tantos escritos de la época podía hacer extensible su argumentación, con toda facilidad, al
estado de las bibliotecas. Efectivamente, en 1881 sólo había en España 1.113 bibliotecas con
un depósito total de cuatro millones de volúmenes, mientras que el cálculo de las necesidades
de la población hubiera requerido más de 60.000. Sólo con el cambio de siglo, sin embargo,
empezará a paliarse en algo esta situación, por ejemplo, a través de las iniciativas de la
Mancomunidad catalana y del Ayuntamiento de Barcelona que importaron muchos de los
planteamientos y de las actividades del movimiento bibliotecario de otros países17. La escasez
de bibliotecas no permitirá el desarrollo de un discurso potente sobre la necesidad del acceso
social libre a los textos, discurso desarrollado como contrapunto -a menudo enfrentado,
aunque finalmente complementario-, al de la escuela, tal y como sucedió en otros países de
nuestro entorno18.

La defensa de la fantasía en las lecturas infantiles y adolescentes no fue el único principio que
caracterizó a las corrientes educativas renovadoras respecto de las oficialistas desde finales del
siglo XIX hasta los inicios del XX. La introducción de la literatura universal, la fusión de la etapa
primaria y secundaria en una continuidad educativa, la demanda de la obligatoriedad escolar
entre los 6 y los 13 años, el ejercicio de la conversación y el diálogo como método pedagógico
y la interrelación entre escuela y vida, fueron otros tantos elementos de sus planteamientos
que, en muchos casos, parecen aún absolutamente novedosos y vigentes.

En definitiva, pues, el cambio de la enseñanza literaria desde mediados del siglo pasado llevó,
a lo largo de la primera mitad del siglo XX, a la lectura de obras completas -escogidas, con
distinto énfasis, por su formación moral, por su sensibilización estética y por su accesibilidad- y
a la lectura y explicación oral de textos literarios, agrupados en antologías que se
confeccionaron mayoritariamente a partir de centros de interés19 en la primaria o según
criterios cronológicos en la secundaria.

Este modelo de lectura escolar de obras completas y de antologías de fragmentos literarios


nacionales, acompañada de ejercicios posteriores de explicación, ha constituido la práctica de
la enseñanza de la literatura entendida como acceso a la cultura hasta la década de los
setenta. El modelo, tan estable en el tiempo, ha sido, también, esencialmente el mismo desde
la escuela primaria a la universidad, en el bien entendido que los alumnos de todas las edades
(es decir, que todos los ciudadanos) formaban una misma comunidad de lectores en potencia
(a través de la «noticia» de los autores y de su reverencia anticipada) o en acto. La lengua
literaria, por otra parte, ofrecía un camino único de progreso en el dominio lingüístico a través
de todas las etapas educativas, puesto que, la lengua literaria aparecía como la lengua
«modelo», allí donde el lenguaje realiza todas sus potencialidades.

ArribaAbajo4. La literatura como capacidad interpretativa del texto

Justamente es en la relación entre lengua y literatura por donde el modelo empezó a


fracturarse. A nivel escolar, la exigencia de la calidad de la lectura había ido aumentando
insensiblemente y acabó por separar la lectura literaria de los ejercicios de lengua que
adquirieron cada vez mayor protagonismo a través de la producción de los libros de texto. A la
vez, la pretensión de abarcar toda la historia de la literatura fue reduciendo la presencia de los
textos en favor del conocimiento informativo sobre su evolución. La necesidad de mayor
tiempo, tanto para la formación lingüística como para la lectura en profundidad y los
conocimientos históricos, contribuyó decisivamente al abandono de la lectura de novelas
escolares o de obras completas. La función de estas lecturas hubiera podido ser sustituida por
la creciente producción de libros infantiles y juveniles, pero este tipo de lectura desapareció de
las aulas. En el mejor de los casos permaneció confinada en el espacio de la biblioteca o del
préstamo para el hogar, en el peor, su inclusión en la formación literaria de los alumnos
desapareció progresivamente de la conciencia de los enseñantes.

A nivel social, la escuela tuvo que afrontar el fracaso de su modelo de lectura y, por lo tanto,
de la enseñanza literaria20 que la había configurado. La explosión demográfica, la progresiva
escolarización de todos los adolescentes en la etapa de secundaria, la extensión social de los
medios de comunicación de masas y la diversidad de los objetivos escolares de lectura hicieron
estallar un modelo de enseñanza basado en la lectura intensiva de textos literarios. El fracaso
de la lectura sancionó el fracaso de las esperanzas de democratización a través de la escuela, el
fin del mito de los «lectores ávidos de libros y los obreros ansiosos de saber» que desde el siglo
pasado habían movilizado grandes esfuerzos en pro de la apertura de escuelas y de la difusión
de libros en los lugares más inaccesibles. La literatura dejó de verse como sinónimo de cultura
en una sociedad donde la selección de las élites pasó a manos de la ciencia y la tecnología y
donde la transmisión ideológica y de modelos de conducta hallaron un poderoso canal en el
desarrollo de los mass-media. Así, a las áreas artísticas y de humanidades pareció
corresponderles, como mucho, el intento de formar a la población en el disfrute de un ocio de
mayor calidad.

El desarrollo de la sociedad de consumo y la presencia de los medios audiovisuales modificó


radicalmente los mecanismos de creación del imaginario colectivo y de la posesión de
referencias literarias comunes. La multiplicación de las obras, la internacionalización de la
cultura e incluso la evolución de las tendencias culturales hacia el énfasis en la intertextualidad
hicieron estallar la idea de unas pocas referencias, ordenadas, valoradas y comunes para todos
los ciudadanos. La literatura pasó a formar parte de la idea de un bien cultural de acceso libre,
diversificado y autónomo y acentuó su valor de placer inmediato. Las bibliotecas ofrecieron
una imagen más ajustada a la nueva visión de la lectura en general, y de la literatura en
particular, que la que podía ofrecer la lectura escolar en su forma mediada, formativa y dirigida
a la posesión de un corpus único.

Pero si tanto la práctica escolar como los cambios socioculturales condicionaron los cambios
en la enseñanza de la literatura, fueron los cambios teóricos en las disciplinas de referencia los
que determinaron de un modo inmediato la crisis de la enseñanza literaria.

Como es bien sabido, la década de los setenta se caracterizó por la renovación del área de
lengua a partir de los avances de la lingüística. El dominio de la expresión, la lengua oral, la
relación con los mass media y la lectura de la imagen constituyeron nuevas preocupaciones
para los enseñantes de lengua que basaron sus clases en ejercicios comunicativos, extraídos de
la enseñanza de las lenguas extranjeras, y en la gramática descriptiva. La literatura dejó de
constituir el eje de la formación escolar y, aunque los alumnos leían y escribían más que nunca
(y los profesores pasaban a corregir miles de textos de todas clases), se trataba ya de un
instrumento de uso y no de un finalidad formativa en sí misma. La Ley de Educación de 1970
estableció la obligatoriedad de la biblioteca escolar en los centros y, aunque su desarrollo ha
resultado bastante problemático, su creación en aquellos momentos resulta representativa del
auge de una nueva concepción de la lectura como una actividad libre, individual, silenciosa y
diversificada.

El aprendizaje de la lectura dejó, pues, de verse como un aprendizaje a través de la literatura y,


en un giro copernicano, fue la literatura la que fue englobada en un aprendizaje funcional de la
lectura como forma social de acceso tanto a la lectura informativa como a la de ficción.
ArribaAbajo4.1. La crisis de la enseñanza literaria en los distintos países

Resulta ya un lugar común el señalar el Congreso de Cérisy-La Salle de 1969 como el inicio de la
ruptura con la enseñanza de la historia literaria, propiciada por el estructuralismo, a partir de
las premisas del formalismo ruso y del Círculo de Praga 21. Las actas de este congreso22,
dirigido por T. Todorov y S. Doubronski, constituyeron un punto de referencia ineludible en el
proceso que llevó a situar el centro de la enseñanza literaria en la explotación del texto y que
difundió los conceptos de «literariedad» y «función poética del lenguaje»23 como ejes
definitorios del texto literario.

A la investigación teórica francesa sobre el lenguaje literario24 se unió la reflexión sociológica


aplicada a la literatura. Desde la Universidad de Bourdeaux, Escarpit25 recogió la corriente que
va de Auerbach a Lukács y a la Escuela de Francfort, y especialmente, la obra de Goldmann26
sobre la relación entre literatura y estructuras socioeconómicas; mientras que, desde Liège, la
literatura fue formulada como «institución» que se relaciona con las estructuras sociales del
poder en la obra de Dubois27, corriente que se mezclará con otras derivaciones marxistas en
los trabajos de Bourdieu28 y de lo que ha venido a denominarse «sociocrítica», en autores
como Mitterand29. La reflexión sociológica tuvo una gran recepción en la educación francesa
que había cuestionado, como en ningún otro país, la función social de la enseñanza a partir del
fracaso de las expectativas sociales en la escolarización de los adolescentes en la etapa
secundaria. Finalmente, también debe señalarse como referente en la investigación didáctica
al grupo M30, en su recuperación de la retórica en el análisis de la función poética del
lenguaje.

Todas estas referencias hallaron su traducción didáctica a través de revistas especializadas


como Le Français aujourd'hui o Pratiques y de autores como Adam, Halté, Petitjean, Goldstein,
Viala, etc31. La estrecha relación existente entre los movimientos de renovación pedagógica
de nuestro país con la producción francesa introdujeron con regularidad todas estas
aportaciones a la renovación de la enseñanza literaria. Así, las ideas básicas de las poéticas
estructuralistas y generativistas sobre la forma de abordar el texto literario desde su
especificidad provocaron también el cambio en la etapa secundaria hacia el «comentario de
texto» como actividad dotada de un nuevo sentido32, mientras que los trabajos de Propp
sobre los cuentos maravillosos33 y su extensión a los relatos de iniciación de la novela
juvenil34 tuvieron su traducción concreta en el trabajo escolar de la escuela primaria. Del
mismo modo, la planificación educativa a partir de secuencias didácticas y de proyectos de
trabajo, presente en la revista Pratiques35 y en el equipo de investigación didáctica de la
Universidad de Ginebra, ejerce actualmente su influencia en la renovación didáctica de
nuestro país36.
El punto de partida del debate italiano puede situarse en la aparición en 1972 de la Sintesi di
Storia letteraria de A. Asor Rosa37, donde se planteó el papel de la literatura en la escuela de
masas y se inició la desviación de la polémica italiana desde la historia literaria como tal hacia
la relación entre ideología y cultura, y entre literatura e historia sociocultural38. La crisis de la
historia literaria y el manual de literatura como ejes de la práctica educativa llevará a distintos
intentos de refundar el análisis literario desde la semiótica39, camino en el que la obra de
Eco40 incorporará la relación entre el texto y el lector y abrirá el camino a la influencia de las
teorías sobre la recepción de la Escuela de Constanza41, que tanto en Francia como en Italia
han tenido una influencia más tardía42.

Los movimientos de renovación italianos, con asociaciones como CIDI, LEND, MCE y sus
revistas y publicaciones correspondientes43, han tenido también una fecunda relación con los
movimientos de renovación de nuestro país, sobre todo a nivel de escuela infantil y primaria.
La renovación de la educación lingüística se ha beneficiado sin duda de esta relación y algunos
aspectos de la nueva formulación de la educación literaria -incluso esta misma denominación-
pueden rastrearse en la influencia italiana. Es el caso evidente de la entusiasta adopción de las
propuestas de Gianni Rodari44 para la renovación de la redacción literaria en la escuela
primaria. En la etapa secundaria, la influencia ha permanecido en un nivel teórico -con Segre y
otros autores como referente de autoridad- a pesar de algunos artículos de síntesis del debate
italiano45 y de difusión de sus propuestas de programación46. En cambio, recientemente, han
empezado a aparecer algunos materiales didácticos que importan algunos enfoques
adoptados ya desde hace algún tiempo en la renovación de los manuales de lengua y literatura
de aquel país47.

La enseñanza de la literatura en los países anglosajones no ha estado programada


tradicionalmente sobre el recorrido patrimonial de la literatura ni se ha basado en el uso del
manual histórico. En los años setenta se trataba de una enseñanza situada en una escuela
pragmática, regida por la crítica de I. A. Richards48 y volcada al close reading, donde el
aprendizaje de habilidades de lectura y el análisis estilístico del texto prevalecían sobre la
función ideológica de la literatura en la cultura y la educación. Por ello, la crisis de la enseñanza
de la literatura en los países anglosajones se produjo de un modo bien distinto que en el caso
de los países latinos, donde la ruptura producida se había caracterizado por la recuperación del
acceso al texto, la insatisfacción por la focalización histórica y la preocupación por los
problemas ideológicos y socioculturales derivados del fenómeno literario.

En el área anglosajona el debate se inició y se mantuvo, básicamente, en los Estados Unidos49.


La referencia fundamental a nivel teórico fue, por una parte, la obra de Richards como
expresión de la preocupación del New Criticism y de la crítica objetiva en el campo pedagógico.
Pero, por otra, la obra de Rosenblatt50 tradujo pronto las teorías deweyianas al campo de la
educación literaria y desencadenó la reivindicación de una enseñanza literaria centrada en la
experiencia individual de los estudiantes. Esta tendencia ganó adeptos a fines de los años
sesenta y supuso una fuerte reacción al monopolio ejercido por el New Criticism en la escuela
secundaria. El Congreso de Dartmouth51 en 1966-67 expresó un nuevo acercamiento
humanístico a la literatura propiciado desde la Gran Bretaña y abrió el camino a la difusión del
«Movimiento centrado en la Respuesta» y de la crítica subjetiva. Lógicamente, las teorías
germánicas de la recepción fueron bien recibidas en este contexto, pero la tendencia
anglosajona les reprochó su circunscripción a la definición teórica de un lector modelo52 y, por
su parte, incluyó el interés por los procesos psicológicos del lector y el análisis de respuestas
específicas.

La atención a la respuesta de los lectores durante la etapa educativa y la evaluación de los


resultados han sido dos temas especialmente desarrollados en el área anglosajona. Los
artículos aparecidos en Research in the Teaching of English, una de las revistas más
significativas, es una buena prueba de este predominio de intereses. También resulta
innovador, desde la perspectiva de los países latinos, la acentuación de la optatividad en los
curricula de enseñanza tanto británicos como estadounidenses, así como el uso frecuente de
las encuestas evaluadoras por parte de instancias exteriores al propio sistema educativo,
prácticas que se están introduciendo en estos momentos en nuestro país en distintos grados y
en diferentes niveles educativos.

ArribaAbajo4.2. Las consecuencias en la práctica educativa

La crisis producida por las nuevas formulaciones y perspectivas sobre el fenómeno literario
condujo la generalización de nuevas prácticas educativas en las décadas de los setenta y
ochenta. Si bien presididas por la perplejidad de la función literaria y por la insatisfacción en la
definición de objetivos e instrumentos adecuados, tanto la etapa primaria como la secundaria
introdujeron nuevos métodos de enseñanza.

ArribaAbajo1. En la etapa infantil y primaria

La etapa primaria centró su educación lingüística en los distintos usos expresivos y


comunicativos. La literatura pasó a verse como uno más de estos usos y redujo drásticamente
su presencia escolar, a la vez que el placer del texto y la comprensión de la lectura aparecieron
como los ejes subyacentes a cualquier actividad en este campo. La culpabilización de los
maestros y maestras de primaria por su poca formación lingüística en unos momentos en que
se acentuaba la «cientificidad» del área a través de la renovación lingüística y de la aplicación
de nuevos aparatos formales propició, por una parte, la subordinación del texto literario a los
objetivos lingüísticos y, por otra, la decidida apuesta de la primaria por el fomento del acceso
libre a la lectura y escritura de este tipo de texto.

La necesidad escolar de hallar textos literarios más cercanos a los intereses y a la capacidad
comprensiva de los alumnos se hizo más acuciante desde el instante en que la lengua literaria
ya no fue vista como la cima de las posibilidades de expresión de una lengua, entró en crisis la
presentación modélica e histórica de los autores clásicos y se abrió paso la idea de que era
necesario formar un lector «competente»53. Para responder a esta demanda se introdujeron
en la escuela dos nuevos tipos de textos: la literatura de tradición oral y la literatura infantil y
juvenil.

La literatura de tradición oral, irrumpió en los primeros niveles de enseñanza a partir de la


generalización de la etapa preescolar y se amplió más tarde a los ciclos posteriores. A sus
virtudes de enlace con fórmulas conocidas por los niños desde antes de su escolarización se
unieron la defensa de su valor formativo para la construcción de la personalidad llevada a cabo
por el psicoanálisis, sus posibilidades de explotación en la fase de aprendizaje de la lengua
escrita, e incluso su reivindicación como patrimonio cultural en peligro por la urbanización de
la sociedad o, en algunos casos, por las décadas de marginación cultural de las lenguas
minoritarias54.

La literatura infantil y juvenil, por otra parte, se reveló como la única forma de fomentar el
acceso libre al texto de los niños y niñas a través de actividades de incitación a la lectura y de
creación de hábitos lectores que posibilitaran la formación de la competencia lectora. Desde
los estudios de Jenkinson (1940)55 a los de Whitehead (1977)56 sobre los intereses lectores,
se había venido recomendando un tiempo de lectura independiente en la escuela. Así, por
ejemplo, a mediados de los setenta se había implantado en 37 estados de los Estados Unidos
un programa de lectura denominado USSR (Uninterrupted Sustained Silent Reading57), si bien,
en nuestro país, fue la influencia de la pedagogía francesa la que propició la introducción de
actividades de biblioteca escolar y de un tiempo individual de lectura. Otra actividad didáctica
-«recuperada» en realidad de las antiguas prácticas escolares tal como hemos señalado
anteriormente-, fue la lectura colectiva de obras en el aula, actividad especialmente
interesante al proporcionar el referente común necesario para ejercitar la competencia
literaria con la ayuda del profesor y del resto de lectores en los aspectos de construcción
global de la obra, aspectos imposibles de analizar en los fragmentos aislados presentes en los
libros de texto58.

Las actividades de escritura participaron también del espíritu de desacralización de la obra


literaria. Más que en actividades de resúmenes, copia y paráfrasis, los escritos literarios se
dirigieron a la manipulación del texto dado y a la creación espontánea de nuevos textos. La
divulgación de la obra de Rodari y muchos ejercicios tomados de la didáctica francesa tomaron
el relevo a la tradicional redacción escolar59. De modo simplificado podemos dividir las
técnicas expresivas más utilizadas en tres grandes grupos:

1. Técnicas referidas a la manipulación de las obras con introducción de cambios en la


estructura narrativa, en el punto de vista o en las coordenadas espacio-temporales, y a su
reelaboración, a menudo paródica o de inversión de sentido.

2. Técnicas de producción de textos originales con la aplicación de estímulos para la creación


tomados con frecuencia de las prácticas literarias vanguardistas: asociación libre, juegos de
palabras, caligramas, extrañamientos, etc.

3. Técnicas de creación textual a partir de modelos retóricos diversos: modalidades expresivas,


cambios de género literario o descubrimiento/ adopción de una estructura textual
previamente fijada.

ArribaAbajo2. En la etapa secundaria

Si la desorientación sobre los objetivos y la programación del aprendizaje literario en la etapa


primaria se canalizó a través de la apuesta por la escritura y lectura libres, en secundaria, la
crisis de la enseñanza de la literatura tuvo que enfrentar un mayor número de contradicciones
que provocaron opciones más complejas. En todas ellas, sin embargo, se halla el denominador
común de la entronización de la centralidad del texto.

Desde la reflexión educativa se estableció pronto el consenso sobre la esterilidad del eje
cronológico, carente de función social e incapaz de interesar a los nuevos adolescentes. La
introducción de las aportaciones provenientes de la perspectiva lingüístico-semióticas fue
avalada por la ventaja del fomento en los alumnos de una actitud de análisis textual
intelectualmente activa y científica, en contraposición a la tradicional recepción pasiva de
valoraciones intuitivas o de nociones históricas preconcebidas. Ya no se trataba de la
transmisión del bagaje literario de la comunidad y de la literatura como formación moral y
estética, sino de adquirir elementos de análisis que revelaran la construcción de la obra. La
complejidad de esta tarea, sin embargo, la llevó a gravitar en la mediación de un enseñante
poseedor de saberes técnicos.

La enseñanza en la etapa secundaria optó, pues, por el acceso al texto, pero a través de la
generalización del llamado «comentario de texto» a partir del aparato formal del
estructuralismo, tal como hemos señalado anteriormente. La obra literaria fue contemplada
como un objeto susceptible de ser montado y desmontado en «talleres de trabajo» por
contraposición a su consideración desde una mística de la excelencia60. La unidad de los
textos de referencia se desvaneció, ya que lo importante eran las obras en sí mismas y no su
relación en un sistema literario preestablecido. En definitiva, un alto nivel de exigencia en la
lectura del texto, la especialización de los saberes requeridos y la multiplicidad de las
perspectivas de enfoque adoptadas caracterizaron el intento de la enseñanza literaria por
liberarse de las denuncias de imprecisión y uso ideológico de la antigua explicación de textos, y
por refundar su disciplina desde bases tan innovadoras como las que estaban sosteniendo la
renovación de la enseñanza lingüística.

Si desde los planteamientos lingüístico-semánticos el texto literario se convirtió en una isla


formal que intentaba dar cuenta de su «literariedad», desde la perspectiva histórico-
sociológica se le convirtió en un documento al servicio de la descripción histórica, lingüística,
socioeconómica, etc. que intentó englobar la literatura en la historia social de la cultura. La
obra literaria pasó a ser explicada, pues, desde los factores externos que habían condicionado
su producción o bien fue reducida a un mero ejemplo de las características sociohistóricas que
pretendían describirse.

Tanto en uno como en otro planteamiento, el acceso directo al texto y el acento en la


adquisición de habilidades y competencias fueron progresos evidentes respecto a la
asimilación pasiva de información de valoraciones inverificables, pero el debate sobre la
enseñanza literaria no disminuyó, a causa de que las nuevas prácticas educativas conllevaban
tensiones internas evidentes61,

1. Lengua/literatura/cultura. En primer lugar, la función atribuida al aprendizaje literario distó


mucho de delimitarse con precisión en los manuales y programas educativos, de modo que se
superpusieron los objetivos, tanto de los antiguos enfoques como de las nuevas propuestas de
renovación. Así, la enseñanza literaria mezcló muy a menudo fórmulas tradicionales de
programación cronológica con su utilización como documento lingüístico, o basculó desde su
visión como acceso a la historia de la cultura hasta el aprendizaje de la historia específica de las
formas literarias. Las consecuencias del predominio de uno u otro enfoque pueden verse
incluso en la definición del espacio curricular de la literatura, ya en la pérdida de su espacio
propio en favor de la lengua, ya en el mantenimiento de programas de historia literaria, ya,
incluso, en el inicio de propuestas de colaboración con otras áreas, como las artísticas o las de
ciencias sociales.

En este último sentido, la de Colombo (1985) supone una de las formulaciones más radicales
de reformulación en los curricula. En un título bien explícito -«Storia de la letteratura o storia
della cultura? Un'ipotesi per la riforma»62 - propone la dilatación del contenido de la
enseñanza de la historia literaria hasta convertirse en una área disciplinar más amplia que
abarque la historia de la cultura. Esta respuesta solucionaría el callejón sin salida de tres tipos
imposibles de enseñanza cronológica de la literatura:

1. En primer lugar, la historia de las obras literarias no puede ser una simple crónica, sino una
ciencia de la transformación que requiere del estudio de una gran cantidad de obras mayores y
menores para dar cuenta de su evolución.

2. En segundo lugar, la historia de la forma literaria parece muy poco consolidada a nivel
teórico, y aún en el caso que este avance se produjera, el interés por conocer los cambios se
referiría siempre a su explicación, y no a su simple descripción. Para hallar las causas se
debería, precisamente, salir del campo exclusivamente literario y moverse en el campo de la
complejidad cultural.

3. En tercer lugar, la historia sociológica de la literatura ya se refiere, en realidad, al campo


cultural y, además, aleja del texto, que debe constituir el centro de la educación escolar.

2. El especialista y el lector. En segundo lugar, pronto se produjo la polémica sobre la


acentuación de la diferencia entre la competencia del especialista y la del buen lector, a causa
de la dificultad de los instrumentos formales que debían utilizarse para el nuevo análisis
textual. Muchas voces se alzaron para denunciar la irrelevancia educativa de un análisis que se
convertía en un fin en sí mismo. Tal como ironiza Armellini «para qué vas a leer si no eres
capaz de convertirlo en una fórmula» (1988), posición emparejada con la acusación de elitismo
subyacente a quienes condenaban a la mayoría de adolescentes a emprender un análisis más
allá de sus posibilidades. Esta polémica adquirió carácter general al ser contestada por otras
voces que defendieron la necesidad de ofrecer los mismos instrumentos culturales a toda la
población, so pena de mantener en la marginalidad social a los sectores más desprotegidos
culturalmente. Planteado así, es evidente que nos hallamos ante un problema educativo que
atañe a todas las áreas de enseñanza, pero cabe señalar que obtuvo su mayor visibilidad en la
enseñanza lingüística63 y se acentuó en la enseñanza de la literatura a causa, tanto del
deslizamiento hacia una visión de la disciplina como prescindible y culturalmente superflua,
como por la creciente complejidad y abstracción de los saberes importados de la teoría
literaria del momento.

3. Hábitos lectores y conocimientos literarios. En tercer lugar, el refugio en el comentario de


texto especializado no resolvió la dicotomía ya existente entre hábitos de lectura y posesión de
saberes, aunque éstos hubieran variado tan radicalmente. La solución adoptada por la etapa
primaria no dejó de presionar y de tentar a la etapa secundaria, de manera que se adoptaron
algunas actividades de lectura y escritura libres. Los talleres literarios64 y la lectura de obras
completas fuera de la escuela constituyeron el espacio cedido a la autonomía de los alumnos.
El difícil equilibrio entre estas prácticas y el comentario de texto en clase tradujeron así la
tensión entre el acceso libre al texto y la explicación mediada, suspecto, el primero, de
anarquía y de abandono de los estudiantes a la falta de progreso, y tendente, la segunda, a la
expropiación de la lectura propia y a la asistencia pasiva de los estudiantes al acto de
revelación protagonizado por el profesor.

4. La irresolución de la historicidad. En cuarto lugar, el enfoque histórico-sociológico fue


prontamente criticado por su simple sustitución de un tipo de información por otra, aunque
ésta fuera más actual y de distinto tipo. Se señaló, así, que no se fomentaba la activación de la
competencia literaria específica ni se resolvía el viejo problema de la excesiva simplificación
didáctica del estudio histórico, ya fuera del estudio de la historia interna de la literatura, ya de
los factores sociales externos. La extrapolación dicotómica entre el uso de un texto desposeído
de su especificidad literaria y el de un texto aislado de sus condiciones de producción y
recepción, provocó nuevas polémicas sobre la necesidad de preservar el carácter literario del
texto y de hallar una nueva formulación de historicidad, formulación que salvara los diversos
peligros observados: el de convertir al texto en una rareza ahistórica, el de juzgarlo desde la
proyección de los valores actuales y el de mantener a los alumnos en una falta total de sentido
del pasado65. En este contexto de preocupación didáctica se asistió al nacimiento de un
fenómeno literario que tuvo también su impacto en las aulas: la creación de la novela juvenil
como nuevo objeto de consumo cultural. La constatación del fracaso de la lectura al término
de la etapa obligatoria llevó a los enseñantes a interrogarse sobre la posibilidad de enlazar los
hábitos de lectura cultivados en la etapa primaria con la lectura de la moderna ficción para
adultos. El predominio, durante aquellos años, de corrientes literarias de tipo experimental
agudizaron la tensión del debate y, así, mientras la literatura educativa francesa desesperaba
de la posibilidad de acercar a sus alumnos al Nouveau Roman, la reflexión anglosajona parecía
suspirar por la época en que era posible pasar de la lectura de Alice's Wonderland a la de
autores como Dickens o Thackeray.

Este clima llevó a los enseñantes a colaborar activamente en las iniciativas editoriales que se
dirigieron a cubrir las necesidades de la nueva franja de población escolarizada. El inicio de
colecciones juveniles coincidió en el tiempo en los distintos países, y aún en los autores y
títulos publicados. En ellas aparecieron reediciones de obras juveniles clásicas y narraciones
propias de una franja compartible por parte de lectores adultos y adolescentes66. Pero la
novedad que caracterizó este nuevo producto fue la irrupción de temáticas adolescentes y
técnicas poco convencionales hasta entonces en los libros infantiles. Si la necesidad de fantasía
narrativa de muchos adolescentes se había refugiado en el cómic, la ciencia ficción o el
reportaje de aventuras, estos medios traspasaron entonces sus recursos a la nueva novela
juvenil. Esta apareció como un campo propicio para el desarrollo del realismo urbano y la
introspección psicológica, a los que se añadió pronto el renacimiento de la magia y la fantasía a
través de los géneros más adecuados a esta edad: la ciencia ficción, la épica mítica y la fantasy.
También se produjeron nuevos fenómenos como la creación de libros-juego, e incluso se
asistió a la sorprendente resurrección de un género que se daba por desaparecido: la school's
story. Con todo ello, la etapa secundaria pudo reproducir la polémica sobre el uso escolar de
estos textos que se había saldado, lógicamente con mayor facilidad, en la escuela primaria con
su adopción generalizada67.
ArribaAbajo5. La literatura como construcción de la experiencia cultural del individuo

La creación de hábitos lectores en primaria y el comentario de texto en secundaria fueron,


pues, las dos apuestas educativas más representativas de la década de los setenta en su
intento de establecer un modelo didáctico estable que sustituyera al predominante a lo largo
del siglo. Sin embargo, las contradicciones que acabamos de señalar, presentes ya en el mismo
debate de su nacimiento, han conducido a una insatisfacción evidente en la actualidad.

ArribaAbajo5.1. Los problemas de la enseñanza literaria en la actualidad

Podemos esquematizar los problemas de la enseñanza literaria señalados con mayor


frecuencia en la reflexión educativa desde finales de la década de los ochenta en los siguientes
puntos:

ArribaAbajoProblemas en la etapa primaria

1. La subordinación de los textos literarios a actividades lingüísticas que nada tienen que ver
con su constitución específica.

2. La falta de objetivos concretos y la arbitrariedad en las actividades de escritura y lectura


literaria, lo cual lleva a la repetición hasta la saciedad de las mismas actividades y a la
disminución del potencial progreso educativo de los alumnos.

3. El excesivo peso de la literatura infantil, y aún del folklore, que limita innecesariamente el
corpus conocido y restringe el dominio de la creación literaria a unos pocos tipos textuales,
como el cuento popular o los caligramas.
4. La falta de articulación de las actividades de lectura intensiva, extensiva en el aula y
autónoma, de manera que tanto se desvirtúa su función (asociando la lectura libre con
resúmenes y guías de trabajo) como se yerra en sus objetivos (abordando la lectura colectiva
de una obra entera como si se tratara de una sucesión de fragmentos deslavazados).

ArribaAbajoProblemas en la etapa secundaria

1. La subordinación del sentido del texto al aparato formal de su análisis con la consiguiente
confusión de objetivos y métodos.

2. La desorientación respecto de los ejes de programación que ha mantenido, en la práctica,


una programación «en extenso» de la historia literaria.

3. La coexistencia desintegrada de la actividad del aula y de la lectura más o menos libre de


obras, lectura que, en el mejor de los casos, se utilizan para la formación moral o lingüística.

4. El alejamiento de los intereses y capacidades de los alumnos en favor de una programación


predeterminada y de una interpretación gestionada en exclusiva por el enseñante.

5. La escasa presencia de actividades de escritura que contribuyan a la comprensión del


fenómeno literario. La contradicción entre una etapa primaria instalada en la fruición del texto
sin objetivos concretos de progresión de la competencia de los alumnos y una etapa
secundaria refugiada en la programación cronológica del comentario de textos se ha vuelto
más acuciante con el anuncio de la Reforma Educativa emprendida en nuestro país. Si la
distancia creciente entre los alumnos y los textos a comentar han minado continuadamente la
confianza de los docentes de secundaria en su labor educativa, éstos se sienten aún más
inquietos por la nueva atención concedida a los procesos de enseñanza-aprendizaje y por la
posibilidad de seguir realizando las actividades vigentes con alumnos de menor edad en la
nueva secundaria obligatoria.

ArribaAbajo5.2. Los avances producidos en los últimos años

ArribaAbajo5.2.1. La afirmación del valor formativo de la literatura


Sin embargo, durante la década de los ochenta parecen haberse puesto las bases teóricas para
iniciar un nuevo período más constructivo en la delimitación de la enseñanza de la literatura.
La evolución de la teoría literaria ha ampliado su interés por el texto con la inclusión del
fenómeno comunicativo de su producción y recepción. Del enfoque sobre el texto se ha
pasado, así, a la consideración del contrato comunicativo entre el autor y el lector, con la
descripción de las estrategias inscritas en el texto y su apelación a la interpretación del lector;
el análisis de las leyes de construcción de la obra que permiten la función poética del lenguaje
se ha enriquecido con la dimensión sociocultural del fenómeno literario; y la reflexión teórica
se ha desplazado del ámbito de las reglas al ámbito de los actos comunicativos y a la función
social del discurso literario.

La concepción de la literatura como forma de comunicación social no ha hecho sino


incrementar día a día los hallazgos teóricos sobre la importancia de la literatura en la
formación del individuo. Nuestro siglo ha otorgado una atención creciente al protagonismo del
lenguaje como creación e interpretación de la realidad, y esa atención incluye, cada vez más, la
mediación ejercida por la literatura en el acceso de los individuos a la interpretación del
pensamiento cultural. La literatura es vista así, no simplemente como un conjunto de textos,
sino como un componente del sistema humano de relaciones sociales que se institucionaliza a
través de diversas instancias (la enseñanza, la edición, la crítica, etc.). La realización a través de
instancias supone un mecanismo de creación de imaginarios propia de los seres humanos, no
en tanto que seres individuales, sino como seres sociales, de manera que la literatura
constituye un instrumento esencial en la construcción del espacio más amplio que
denominamos cultura.

En este sentido, múltiples disciplinas han coincidido recientemente en considerar a la


literatura, y especialmente a la narración literaria, como un instrumento social utilizado por los
individuos para dar sentido a la experiencia, para entender el presente, el pasado y el futuro,
para iluminar su propia entidad como personas y como miembros de una colectividad. Las
narraciones se utilizan para detener el constante fluir de los acontecimientos y otorgar sentido
a la experiencia, de manera que, como dice Hardy68 , las historias que se explican a los niños y
niñas pueden entenderse como una especie de mapas culturales que les permiten atribuir
sentido al mundo de una forma coincidente con su cultura. Tal como lo formulan Cesarini y De
Federicis69:

La literatura es sentida como una de las formas en que se autoorganiza y se autorepresenta el


imaginario antropológico y cultural, uno de los espacios en que las culturas se forman, se
encuentran con las otras culturas, las absorben, intentan confrontarse o conquistarlas; o bien
desarrollan, en su interior, modelos alternativos a los existentes, o crean modelos e imágenes
del mundo que, a través de la retórica de la argumentación y la persuasión, tratan de
imponerse a los distintos estratos de público que configuran el tejido social.
La retórica, en el sentido más alto del término, entendida como técnica argumentativa y
persuasiva y como gran arsenal de modelos de discurso, presenta principios fundamentales
para la comunicación humana, las estrategias dialógicas, la capacidad de debate y de
confrontación de ideas. De forma semejante, la literatura ofrece importantísimos soporte y
modelos para comprender y representar la vida interior, la de los afectos, de las ideas, de los
ideales, de las proyecciones fantásticas, y, también, modelos para representarnos nuestro
pasado, el de nuestra gente y el de los pueblos, la historia. (vol. IX, 28)

La focalización sobre el texto se ha ampliado así, tanto hacia los factores externos del
funcionamiento social del fenómeno literario como hacia los factores internos de la
construcción del significado por parte del lector. El carácter literario no reside en la sustancia
lingüística sino en su forma de uso, en las convenciones que regulan la relación entre el texto y
el lector en el acto concreto de lectura. Si el lector cuya colaboración se requiere es el alumno
de la educación obligatoria, la enseñanza de la literatura se ha visto enfrentada con mayor
urgencia a definir qué es lo que la literatura aporta a los niños, niñas y adolescentes actuales y
cómo éstos pueden aprender las reglas del juego.

De este modo, y bajo las nuevas perspectivas teóricas, se está produciendo en la enseñanza,
un retorno renovado a la afirmación del valor epistemológico de la literatura, a su capacidad
cognoscitiva de interpretación de la realidad y de construcción sociocultural del individuo70.
Pero el punto de partida se sitúa ahora en las necesidades formativas de los alumnos y en la
elección de los elementos teóricos que se revelen útiles para el proyecto educativo, y no en la
vulgarización de las teorías literarias propias del saber académico. Si en los años setenta los
avances de la lingüística provocaron la atención educativa hacia la expresión de los alumnos y
la centralidad del texto, en los años ochenta el desplazamiento teórico hacia el lector y los
avances de las disciplinas psicopedagógicas han conducido a la preocupación por los procesos
de comprensión y por la construcción del pensamiento cultural. En este sentido, la sustitución
del término «enseñanza de la literatura» por el de «educación literaria» se propone evidenciar
el cambio de perspectiva de una enseñanza basada en el aprendizaje del discente.
Recientemente, en nuestro país, Etreros (1995)71 defendía la posibilidad de coincidencia
fructífera entre los principios psicopedagógicos que informan la LOGSE y las teorías literarias
aplicables a la enseñanza tras definir la función de la literatura en el sentido que venimos
comentando:

De lo expuesto en relación con las visiones psicológica y filosófica de Vygotski y de Bajtin se


deduce que el acceso a una competencia en la lectura y comprensión de los textos literarios,
por la propia índole de éstos, equivaldría, en el proceso de enseñanza y aprendizaje, a la
adquisición de una capacidad interpretativa de los valores culturales que contienen los
enunciados y géneros discursivos que componen la obra literaria. En eso radica la cualidad
preeminente de la disciplina en los programas educativos, y la necesidad de instituirla como
troncal en tanto que en sí constituye la praxis de los fenómenos lingüísticos -textuales y
discursivos- posibles dentro del pensamiento y de la historia de los pueblos.

El acceso a este tipo de enfoques es perfectamente factible, y la competencia que con su


práctica adquiere el alumnado va mucho más allá de la estrictamente literaria, pues lo sitúa en
condiciones de acceder a los fenómenos sociológicos, antropológicos, filosóficos, históricos,
etc. presentes en los lenguajes; es decir, de acceder a la interpretación del pensamiento
cultural. (1995:51-52).

ArribaAbajo5.2.2. La superación de la polémica sobre el corpus

Qué tipo de corpus literario debe adoptar la enseñanza obligatoria ha generado polémica a lo
largo de todo el siglo. Los textos clásicos, la literatura universal y las literaturas nacionales han
competido duramente en distintos momentos para una delimitación, necesariamente
restringida, y muy a menudo fatalmente abocada, a inculcar la reverencia sin tentar a la
lectura. La defensa de la lectura comprensiva y del placer del texto introdujeron además en la
liza a la literatura infantil y juvenil. La polémica sobre la esencia literaria de los textos utilizados
o sobre su grado de «literariedad» ha desaparecido, sin embargo, en favor de la perspectiva de
los textos abordados desde la comunicación literaria y desde la construcción del aprendizaje
literario en la infancia y la adolescencia, los textos «que enseñan a leer» en formulación de
Meek (1982)72. Fenómenos actuales, como la difuminación de las fronteras entre las distintas
formas artísticas (cine y literatura, por ejemplo), o como la tendencia hacia el juego literario
con la tradición, han contribuido también a que la existencia de un corpus de estudio
claramente definido se convirtiera en un objeto disecado, incapaz de poner en contacto al
lector con su realidad cultural.

La multiplicidad de los textos a utilizar parece ser la única salida posible en una enseñanza que
se quiere adaptada a los distintos contextos educativos y a la diversidad de los individuos. El
lector busca la gratificación de su lectura y, por lo tanto, el criterio de selección debe incluir
siempre la capacidad de los textos para relacionarse de forma intelectual y afectivamente
motivadora con la experiencia lectora y de vida de los alumnos. La ampliación progresiva de los
textos susceptibles de interesar a los niños, niñas y adolescentes forma parte de los objetivos
de la educación literaria en la etapa obligatoria. Por otra parte, la mención de las literaturas
clásicas, de la literatura universal y de la literatura infantil y juvenil en los curricula de la
Reforma Educativa actual sancionan el proceso de apertura de la enseñanza de las literaturas
nacionales. Cabe señalar, además, que, en España, una gran parte de las alumnas y alumnos
reciben la enseñanza de la literatura a través de dos áreas de lengua, aparte de la lengua
extranjera, de modo que la colaboración entre los docentes de las distintas filologías y la
coordinación de sus programaciones ofrece un campo muy interesante para la diversificación
del corpus.

El abandono de un corpus nacional y cronológico en la etapa secundaria deja sin resolver, sin
embargo, el problema -compartido por otras áreas de enseñanza- de otorgar conciencia
explícita de la evolución de las formas culturales a lo largo de la historia, conciencia que
proporciona un marco interpretativo de la realidad ciertamente nada desdeñable. Nos
limitaremos a señalar aquí que el debate sobre este aspecto debe producirse en una reflexión
común de las áreas implicadas y bajo la consideración de los objetivos que deben ser propios
de la etapa obligatoria de la educación.

Otro problema complejo que afecta al corpus es el de la pérdida de referentes literarios


colectivos ante la cultura cada vez más extensa y diversificada de las sociedades
postindustriales. Es preciso recalcar, además, la dimensión general de este conflicto que afecta
también a los mismos clásicos infantiles, desaparecidos a los pocos años de publicarse por los
mecanismos de producción acelerada del mercado, y que impide, por primera vez en la
historia, que los niños y niñas lectores puedan compartir la experiencia literaria de su infancia
con los demás miembros de su colectividad.

Arriba5.2.3. La creación e integración de nuevas prácticas de enseñanza

La concepción de la enseñanza de la literatura como una "educación literaria" con funciones


relevantes en la formación de los ciudadanos y la asunción de la diversidad del corpus a utilizar
han aportado elementos esenciales para la construcción de un nuevo modelo didáctico.
Los objetivos de la etapa obligatoria han sido definidos de muchas formas y con distintos
grados de concreción. Pueden hallarse actualmente múltiples sistematizaciones, desde las
dirigidas a fines programáticos, como las oficiales de los planes de estudio, a las más teóricas
que hacen derivar los objetivos de la formación literaria en sus distintos aspectos
cognoscitivos, estéticos, morales, culturales y lingüísticos73. Nos limitaremos a recoger aquí el
espíritu subyacente a la mayoría de las nuevas definiciones y señalar que la educación
obligatoria debería conseguir que los alumnos y alumnas estuvieran familiarizados con el
funcionamiento de la comunicación literaria en nuestra sociedad, hubieran experimentado la
relación entre la experiencia literaria y su experiencia personal, conocieran algunos temas y
formas propios de los principales géneros, supieran expresar sus valoraciones con
argumentaciones coherentes y susceptibles de debate y poseyeran alguna información sobre
aspectos literarios, tales como la retórica o la métrica. Es decir, poseyeran las capacidades que
permiten a cualquier ciudadano actual considerarse un buen lector.

Los objetivos de la etapa postobligatoria arrastran una indefinición mucho mayor en las
propuestas educativas. Por una parte, se refieren a la ampliación progresiva de los objetivos
anteriores. Por otra, abordan la necesidad de crear un mapa mental de la información cultural
del fenómeno literario, sin abandonar por ello su inserción en la experiencia lectora. El uso de
metodologías diversas, la interconexión con las otras áreas humanísticas y el desarrollo de un
nuevo concepto de historicidad son aspectos presentes, aunque aún poco desarrollados, en la
reflexión sobre esta etapa educativa.

En la práctica escolar se han producido ya muchos cambios y se realizan muchas experiencias


que se inscriben en la línea de una enseñanza-aprendizaje significativa para los alumnos. En
alguna medida, estas prácticas pueden recuperar actividades habituales en el modelo anterior
a los años setenta, ya que, aunque en un marco teórico distinto, vuelven a afirmarse los
valores de formación cultural de la literatura y la atención al gusto por la lectura74. Los
avances de la investigación didáctica permiten afirmar que las dos líneas de fuerza del
desarrollo de la competencia literaria parecen ser la implicación del lector y el progreso en el
dominio de las convenciones, principios que atañen tanto a la etapa primaria como a la
secundaria, de manera que suscitar el placer de la lectura y formar las capacidades
interpretativas son objetivos complementarios que deben planificarse en un marco integrador.
Así también, del análisis de las propuestas más innovadores de los países de nuestro entorno
pueden deducirse unos criterios comunes sobre el tipo de actividades que favorecen el
desarrollo de la competencia literaria en la escuela obligatoria. Podemos sintetizarlos en los
siguientes puntos75:

1. Provocar la experiencia de la comunicación literaria. Los niños y adolescentes adquieren


competencia literaria en la medida en que la comunicación literaria está presente en su
entorno y es utilizada socialmente. Esto implica crear situaciones que permitan percibir la
literatura como una situación comunicativa real y como un hecho cultural compartido. Fader
(1969)76 se refirió a las actividades de familiarización y lectura literaria con el nombre de
«saturación y difusión» y tal vez sea un título lo bastante expresivo, de la misma manera que lo
es la utilización generalizada de «comunidad de lectores»77 para referirse a la valiosa
experiencia de compartir con los demás los referentes literarios que se poseen. Esta es, por
ejemplo, una desventaja para el fomento permanente de hábitos lectores de poesía en la
escuela, ya que su presencia en los hábitos culturales de la sociedad es bien escaso. También
atañe a este punto la repetidamente señalada pérdida de lectores en el paso a la etapa
secundaria, ya que, por una parte, se reducen drásticamente las actividades escolares de
fomento de la lectura y, por otra, los alumnos adolescentes acusan los estereotipos sociales
que desvalorizan esta actividad, considerándola, por ejemplo, una actividad femenina, tal y
como demuestran los estudios sociológicos sobre actitudes lectoras.

2. Utilizar textos que ofrezcan suficientes elementos de soporte para obtener su significado y
que ayuden a la vez a aumentar las capacidades interpretativas del alumnado. La actividad de
selección es compleja, ya que hay que adecuarla a actividades muy variadas, desde la lectura
individual y libre hasta la narración oral o la lectura colectiva de textos, y hay que atender
también a las variaciones individuales de los gustos y habilidades lectoras. Pero disponer de
libros adecuados e interesantes es esencial para el progreso de la competencia literaria78. Un
problema especialmente sensible en este punto es el de la falta de formación de los
enseñantes en el conocimiento de los libros infantiles y juveniles, lo cual condiciona muy
negativamente su capacidad de incidencia en la lectura autónoma de los alumnos,
especialmente en momentos muy sensibles de la progresión lectora como son el final del ciclo
inicial de primaria y el inicio de la secundaria, períodos en que el desajuste entre las
habilidades lectoras y los intereses vitales y culturales puede ser mayor. Por otra parte, la
selección de textos para la lectura intensiva en el aula requiere de ejes diversos de
programación (por géneros, por temas, etc.) que, excepto en los libros de texto, no han tenido
su traducción en el mercado con la creación de antologías diversificadas que facilitaran el
trabajo de los enseñantes.

3. Suscitar la implicación y la respuesta de los lectores. Si la literatura ofrece una manera


articulada de reconstruir la realidad y de gozar estéticamente de ella en una experiencia
personal y subjetiva, parece que el papel del enseñante en este proceso debería ser,
principalmente, el de provocar y expandir la respuesta provocada por el texto literario, más
que el de enseñar a ocultar la reacción personal a través del rápido refugio en categorías
objetivas de análisis, tal y como sucede habitualmente en el trabajo escolar. Esta línea de
fuerza toma la idea de Britton según la cual el progreso de la competencia literaria deriva de
«el legado de las pasadas satisfacciones»79, satisfacciones que tienen poco que ver con el
aprendizaje explícito de reglas y mucho con la relación establecida entre la experiencia vital y
la experiencia literaria, con el placer obtenido de las obras leídas. También éste fue el punto de
partida de una de las experiencias didácticas que tuvo un impacto más temprano en nuestro
país, la de M. H. Lacau, en 196680. Tal como ella misma afirma:

Y nació entonces en nosotros la convicción de que como método inicial (...), era preciso
convertir al lector adolescente en colaborador, personaje, creador de proyectos completivos
vinculados con la obra, polemista comprometido, testigo presencial, relator de gustos y
vivencias, etc. En una palabra, establecer la vinculación emocional entre el adolescente, centro
de su mundo, y el libro que leía. (1978:27)

4. Construir el significado de manera compartida. Uno de los campos de interés básicos de los
avances psicopedagógicos actuales se refiere a las formas de construcción compartida que
favorecen el aprendizaje. En coincidencia con la divulgación de estos presupuestos educativos,
muchas de las obras sobre educación lectora aparecidas en los últimos años81 ponen énfasis
en el hecho de que, a pesar de que la lectura literaria se caracteriza por apelar radicalmente a
la respuesta subjetiva del lector, la interacción entre la lectura individual y el comentario
público la enriquece y modifica si se consigue un contexto educativo de construcción
compartida. La discusión en el aula, la información suministrada por el enseñante y las
referencias -coincidentes o contrastadas, explícitas o implícitas- entre las obras leídas permiten
que los alumnos vayan construyendo los modelos del funcionamiento literario. Las propuestas
de secuencias didácticas basadas en itinerarios de lectura se inscriben, así, en esta línea de
comparación y contraste entre los textos82.

5. Ayudar a progresar en la capacidad de hacer interpretaciones más complejas. Este es un


punto especialmente delicado, ya que requiere tanto permitir que los alumnos construyan
personalmente sus interpretaciones textuales como preveer un itinerario de progreso a lo
largo de la escolaridad. Respecto al primer aspecto, cabe destacar que, a menudo, el poder de
interpretar a través de las pistas textuales no se desarrolla de la mejor manera posible en una
escuela que educa en la búsqueda de un sólo significado, muy cercano al literal, en la escuela
primaria y revelado por el enseñante en la secundaria83. La dificultad escolar de ceder
protagonismo a los alumnos se traduce en la práctica habitual de suministrar información. Esto
puede ser necesario, pero hay que ser conscientes de que únicamente es uno de los tipos de
ayuda necesarios, y siempre que se inserte en la experiencia de lectura y que los
conocimientos implicados rehuyan el tecnicismo o la repetición memorística de nociones
prefijadas. Respecto al segundo aspecto, es evidente que las formas de ayuda van
estrechamente ligadas a las expectativas sobre la línea de progreso de las capacidades
interpretativas. Precisamente, una de las mayores dificultades para la enseñanza literaria es la
falta de conocimientos sobre el desarrollo potencial de la competencia literaria. La falta de
programación actual es una consecuencia, no sólo de la crisis sobre los contenidos adecuados,
sino también de la desorientación sobre hasta dónde es esperable que puedan llegar los
alumnos y alumnas.

6. Programar actividades que favorezcan todas las operaciones implicadas en la lectura. La


investigación sobre enseñanza de la lectura de los años setenta y ochenta ha propiciado la
llegada a la escuela de múltiples propuestas de actividades sobre los mecanismos de lectura de
textos, desde cómo relacionar la lectura con los conocimientos previos del lector a ejercicios
de inferencia, predicción, control de la propia comprensión, etc. Muchas de estas propuestas
de comprensión lectora se refieren ya a textos literarios y otras pueden adaptarse con toda
facilidad84. Sin embargo, es preciso señalar que, aunque la literatura puede ser incluida en la
planificación escolar de la enseñanza lectora85, ello debe hacerse con una conciencia explícita
sobre su especificidad que no la reduzca al aprendizaje de competencias lectoras -y no
culturales, por ejemplo-, como antes se la redujo a la adquisición de competencias lingüísticas.
En este sentido, las actividades sobre ejercitación de mecanismos lectores deberán situarse en
el espacio de prácticas de apoyo que le es propio.

7. Interrelacionar las actividades de recepción y de expresión literarias, en su forma oral y en


su forma escrita, ya que todas estas actividades se refuerzan mutuamente al servicio del
progreso de la competencia literaria. La relación entre literatura y escritura es bien antigua, tal
como hemos visto anteriormente, aunque la lectura ostenta desde hace tiempo un
protagonismo evidente en una disciplina donde predominan lógicamente los objetivos de
recepción. A pesar de ello, las actividades de escritura constituyen una de las vías de
renovación más difundidas a partir de los años setenta. Recientemente, se ha destacado su
papel como actividad de ayuda a la comprensión y de interiorización de las características de la
comunicación literaria. Su auge se acentúa, también, a partir de la aplicación escolar de los
resultados de la investigación en escritura de los años ochenta. La necesidad de adquirir el
dominio de la escritura a través de escritos extensos y elaborados de forma prolongada sugiere
la conveniencia de utilizar la familiarización de los alumnos con esquemas textuales habituales
en los textos literarios. A decir verdad, la mayoría de materiales de enseñanza actuales
recogen esta interrelación y decae a pasos agigantados la reducción de las actividades de
escritura a un mero dar cuenta del grado de comprensión o información obtenido. En la misma
dirección se sitúa la conveniencia de interrelacionar las vías por las cuales los alumnos acceden
a las formas del imaginario colectivo o del uso literario del lenguaje en la sociedad actual, con
especial atención a los referentes audiovisuales. Armellini (1987) destaca que nunca como en
la actual sociedad de masas los enseñantes habían partido de unas alumnas y alumnos tan
familiarizados con el uso ficcional del lenguaje, la construcción posible de mundos, la
valoración con independencia de la utilidad práctica o la tensión estética de la palabra. Todos
estos elementos, presentes en la cultura juvenil, pueden constituir el primer paso explícito
para el diálogo de los adolescentes con un corpus literario clásico86.

Las formas de organizar las actividades de enseñanza a partir de estos criterios básicos son
múltiples y, sin duda, los enseñantes necesitan hallar formas cómodas de realización que
simplifiquen la planificación diaria de sus actividades. La difusión de experiencias didácticas y
los materiales publicados ayudarán en la tarea de establecer modelos didácticos de uso
generalizado. Por nuestra parte, creemos que, cualquiera que sea la forma adoptada, es
imprescindible contemplar la totalidad de la planificación escolar a lo largo de las etapas
educativas, tanto para asegurarse el progreso (y no la repetición) y la continuidad, como para
garantizar un abanico amplio de textos y formas de acceso. De los criterios consignados se
desprende, además, la necesidad de actividades que reproduzcan al máximo el
funcionamiento del fenómeno literario en el contexto externo a la escuela («en situación real»
o «de veras» las han denominado diversos autores para referirse a actividades como lectura
autónoma, visitas a la librería o al teatro, recomendaciones y comentarios de obras entre los
lectores, etc.), actividades de lectura y escritura compartidas en el aula, donde se recoja la
respuesta personal y se construya la interpretación de forma guiada, y actividades de apoyo
con ejercicios sobre conceptos y habilidades, momentáneamente aisladas de su utilización en
la apreciación de las obras. La implantación de la Reforma educativa en nuestro país supone un
momento privilegiado para superar la indefinición educativa que la enseñanza literaria ha
venido arrastrando en las últimas décadas. El reciente interés mostrado tanto por los docentes
como por las publicaciones educativas de los distintos países por este tema, tras años de
práctico silencio, así parece mostrarlo. Esperemos, pues, que así sea.

Disponible en: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/la-evolucion-de-la-ensenanza-


literaria/html/fd44e955-2086-4bd1-8e6b-f0c144443564_10.html

Notas:

1
COLOMER, Teresa (1996): «La evolución de la enseñanza literaria».
Aspectos didácticos de Lengua y Literatura, 8. Zaragoza: ICE de la Universidad
de Zaragoza, 127-171.
  
2
La exposición de estos autores sobre la evolución de la lectura y la literatura
en la escuela es el más completo que conocemos entre los que pueden aplicarse a
la situación de nuestro país. Por ello seguiremos algunas de sus ideas en este
apartado, así como lo ya expuesto sobre este tema en T. COLOMER (1995): «La
construcción de un nuevo modelo de enseñanza literaria». Aula de Innovación
Educativa 39, 5-10.
  
3
La obra de Leibnitz, por ejemplo, aún se presenta en este tipo de
distribución, según el ejemplo aportado por Hébrard en su conferencia en la
Facultad de Psicología de la Universidad de Barcelona, marzo de 1995.
  
4
L. LÓPEZ GRIGERA (1989): «La retórica como código de producción y de
análisis literario». En G. REYES Teorías literarias en la actualidad. Madrid:
Arquero.
  
5
Tal como reproduce J. WACHSBERGER (1989): «Exercices de style et
pastiches» NRP 1, septembre, 13-24.
  
6
En el Plan y reglamento de escuelas de 1825. Junta de capital inspectora de
escuelas de primeras letras del reino de Granada, citado por G. NÚÑEZ
(1994): Educación y literatura. Nacimiento y crisis del moderno sistema
escolar. Almería: Zéjel (Textos y ensayos 10), 170.
  
7
El estancamiento de la modernización española de este siglo provocó la
escasa escolarización de la población, de manera que a finales del siglo XIX
nuestro país poseía un 80% de analfabetos, proporción que la distancia de la
mayoría de países europeos. Así, si la escolarización obligatoria se proclamó en
España en 1904, mientras que en Suecia lo hizo en 1852, en Italia en 1859 o en
Francia en 1881. (D. ESCARPIT (1981): La literatura infantil y juvenil en
Europa. México: FCE, 122-123).
  
8
La narración ha sido el vehículo esencial de transmisión de múltiples
conocimientos en todas las sociedades hasta que la generalización del escrito y
las exigencias del conocimiento ha otorgado prioridad a otras formas expositivas.
No por casualidad la investigación lectora ha caracterizado este tipo textual como
el más fácil de entender y los criterios de legibilidad aplicados a los libros
escolares recomiendan la utilización de formas lo más cercanas posibles a la
narración en los primeros niveles.
  
9
Cabe mencionar, cómo la dualidad de objetivos de la etapa secundaria,
enunciados ya en esta ley, ha provocado muchas de las contradicciones que
pueden detectarse aún hoy en día.
  
10
Cuore, de E. de Amicis es un ejemplo bien conocido de libro escolar en la
Italia reunificada, especialmente en su aspecto de relatos morales, halla su
paralelo en España en Juanito y Flora, los libros de lectura más difundidos en la
escuela.

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