Tratamiento Del Dolor Quirúrgico en Buenos Aires en El Año 1810 Adolfo Héctor Venturini

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Número actual: Vol II - Nº 

1 - 1º semestre de 2010 (ISSN 1852-6152)

TRATAMIENTO DEL DOLOR QUIRÚRGICO EN BUENOS AIRES EN EL AÑO


1810
Adolfo Héctor Venturini1
1 Coordinador de la Comisión de Historia de la Anestesia de la Confederación Latinoamericana
de Sociedades de Anestesiología; ce: aventurini@anestesiólogo.org.
2 Venturini, A H, “Tratamiento del dolor quirúrgico en Buenos Aires durante la primera mitad del
siglo XIX”, en: Revista Argentina de Anestesiología, 2008, año 5, vol 66, p 458-63.
3 “Los hospitales en Buenos Aires antes de 1844”, en: Catálogo del Hospital Británico por el
150º aniversario de su fundación. Bs As, 1994, p 7-9.
RESUMEN
El tratamiento del dolor en la cirugía que se practicaba en Buenos Aires en 1810
se basaba en la administración de opio y alcohol (usualmente vino Carlón).
Además de estas sustancias, se apelaba a la sujeción, la sorpresa y el engaño,
métodos ya empleados durante centurias. Importante era la rapidez del cirujano,
que muchas veces operaba aun sin el auxilio de las sustancias mencionadas.
Las operaciones se realizaban en los hospitales de la ciudad o en los domicilios
de los pacientes.
Palabras claves: opio, alcohol, electuarios analgésicos, analgesia siglo XIX
SUMMARY
Treating surgical pain in Buenos Aires in 1810 was based on giving the
patient opium and alcohol (usually “Carlón” wine). Also used were
centuries-old methods such as binding the patient, taking him by surprise
and lying to him. An important factor was the speed of the surgeon who
frequently operated even without the help of the mentioned substances.
Such surgery was done in the city’s hospital or the patient’s home.
La ciudad de Buenos Aires en el año 1810 contaba con alrededor de 40.000
habitantes y tres hospitales 2, 3: San Martín de Tours o Santa Catalina (de las actuales
calles Defensa y México), General de Mujeres o de La Caridad (Bartolomé Mitre y
Esmeralda) y General de Hombres o de la Residencia (Balcarce entre San Juan y
Humberto Iº). Los dos primeros fueron clausurados en 1822 y el último fue demolido
en 1883. 2
La atención sanitaria4estaba a cargo de seis médicos, trece cirujanos médicos “latinos”
y nueve cirujanos “romancistas”. La clasificación en “latinos” y “romancistas” provenía
de España. El cirujano latino, que sería el equivalente del cirujano actual, se lo llamaba
cirujano médico y sus recetas las escribía en latín, mientras que el cirujano romancista
no conocía el latín, figuraba en una categoría inferior y no estaban bien acreditados.
4 Hernández, H H, “Historia de la cirugía en Buenos Aires y Rosario”, en: Actas Vº Congreso
Historia de la Medicina. Argentina (Mendoza), 1983, p 33-63.
5 “Los médicos de 1816: barberos, sangradores y algebristas”, en: (diario) La Nación. Bs As, 9
de julio de 2000, p 14.
6 Pérgola, F. Historia de la Salud Social en la Argentina. Bs As, Argentinos Asociados, 2004, p
17.
7 Vaccareza, O A, E Lapunzina, “Historia de la Cirugía”, en: Actas Primer Congreso
Hispanoamericano de la Medicina. Bs As, 1982, p 459-64.
8Venturini, A H. “Historia de la Anestesia en la Argentina: La primera mitad del siglo XIX”, en:
Actas digitales del 37º Congreso Argentino de Anestesiología. Bs As, 2008, Biblioteca
Asociación de Anestesia, Analgesia y Reanimación de Buenos Aires.
Entre los 251 congresales del Cabildo del 22 de Mayo de 1810, hubo cuatro médicos, dos de
ellos reconocidos profesionales: Cosme Argerich (porteño), Agustín Fabre (español), Justo
García y Valdez y Bernardo Nouguet. Juan Madera que no estuvo presente, luego firmó el acta.
Junto a estos médicos colaboraban los ensalmadores, calculistas o algebristas 5 que
reducían las fracturas. Los flebótomos o sangradores realizaban sangrías, aplicaban
ventosas y sanguijuelas y recurrían al torniquete para cohibir las hemorragias de los
miembros. Las comadronas practicaban el parto domiciliario 6. Los boticarios eran los
encargados de preparar y expender las medicinas. Por último, miembros de diversas
comunidades religiosas, principalmente Jesuitas, Betlemitas y Franciscanos, vivían y
ayudaban en los hospitales.
Las operaciones quirúrgicas habituales eran exploración, drenaje y sutura de heridas,
reducción de fracturas y luxaciones, apertura y drenaje de flemones y abscesos,
resección de tumores externos, amputaciones y cauterizaciones con hierro candente.
Estas intervenciones se realizaban en los hospitales mencionados o en el domicilio del
paciente7.
Las complicaciones habituales eran infecciones supuradas, hemorragias, erisipela,
septicemia, tétanos y gangrena gaseosa. El índice de mortalidad, aun en operaciones
simples, era muy elevado. Las heridas de la cavidad torácica y abdominal eran casi
siempre mortales.
Las sustancias más empleadas para “aliviar” el dolor quirúrgico8 eran: 3
El opio en forma de extracto, tintura, jarabe y píldoras.
Los electuarios analgésicos, como el electuario de beleño opiado, compuesto de anís,
hinojo, mirra, castóreo, semillas de beleño, opio, canela, azafrán y flores de
manzanilla, y como excipiente miel, porque el azúcar producía fermentación. La miel
en los electuarios fue introducida por los árabes.
El alcohol: vino, caña y ron fueron las bebidas más comunes. El vino Carlón fue el más
popular debido a su bajo costo y fácil adquisición. Procedía de Benicarló población
valenciana de la provincia de Castelló de la Plana, España.
Esta situación en la ciudad de Buenos Aires era la misma que en el interior. Por
ejemplo, en la provincia de Mendoza durante la época colonial, según Cassone 9“la
analgesia se lograba con la embriaguez alcohólica y el opio, pero resultaban poco
eficaces para mitigar el dolor durante las operaciones”.
9Cassone, E, “Historia de la Cirugía en Mendoza”, en: Actas del Vº Congreso de Historia de la
Medicina Argentina. Argentina ( Mendoza), 1983, p 69-78.

Muchas veces, sin recurrir a las mencionadas sustancias “analgésicas”, se empleaban recursos
no académicos como el engaño, la sorpresa y la sujeción, práctica esta última milenaria y
universal, ya usada por los antiguos egipcios durante la circuncisión.

“La ciencia en la Argentina en el período hispano (1536 – 1810)”

Autores:

 Alfredo Guillermo Kohn Loncarica **


 Jaime Elías Bortz**

Carácter del trabajo: artículo.

** Universidad de Buenos Aires, Facultad de Medicina, Departamento de Humanidades


Médicas. Cátedra e Instituto de Historia de la Medicina. Paraguay 2155 piso 15, Buenos Aires,
Argentina. Tel (54-11) 5950-9622. [email protected] 

Revista de Historia y Humanidades Médicas


Publicaciones de la Cátedra e Instituto de Historia de la Medicina,
Tercera época, Vol. 1, Nro. 1, Buenos Aires, 2005

RESUMEN

El presente trabajo explora los aportes más significativos que se produjeron en el campo de las
ciencias, la tecnología y la educación científica en el territorio de la actual República Argentina
durante el período de conquista y colonización española, desde Solís hasta la revolución de
mayo de 1810. Durante el siglo XVI se destacan los relatos de Ulrico Schmidel y de los
naturalistas Juan de Rivadeneyra y José de Acosta. Durante los siglos XVII y XVIII se
incrementaron notablemente las descripciones, noticias, crónicas e historias sobre el territorio
argentino. Se destaca el papel de los jesuitas en la producción de escritos geográficos,
etnológicos, zoológicos y botánicos, en especial Sánchez Labrador y Falkner. La matemática
se vio desarrollada como ciencia aplicada, orientando sus esfuerzos hacia la ingeniería,
cartografía y astronomía. Se describe la relevancia de las comisiones demarcadoras de límites
y el trabajo de Félix de Azara así como la obra de Martín de Altolaguirre. La expedición naval
de Alejandro Malaspina incluyó expertos en ciencias naturales para realizar relevamientos
científicos. Se describen los inicios de la paleontología argentina con el descubrimiento de
restos prehistóricos en 1740. La meteorología estuvo representada por los estudios sobre un
meteorito caído en el Chaco. Se iniciaron estudios de física y química y se publicaron artículos
sobre temas científicos en periódicos de circulación general.

Palabras clave: ciencias naturales – ciencias naturales – paleontología – meteorología – la


Argentina – jesuitas – geografía – exploraciones

SUMMARY

The current paper explores the most significant contributions that were made in the lands that
now belong to the Republic of Argentina during the Spanish conquest and colonization (since
Solís up to the May 1810 revolution), in the field of sciences, technology, and scientific
education. In the XVI century the most prominent figures were Ulrico Schmidel and the
naturalists Juan de Rivadeneyra and José de Acosta In the XVII and XVIII centuries the amount
of descriptions, news, chronicles and stories about these lands were increased. The Jesuits,
such as Sánchez Labrador and Falkner, had a very important role concerning this matter
because of their production of geographical, ethnological, zoological and botanical articles.
Mathematics was developed as to serve engineering, cartography and astronomy. It is
described the relevance of the commissions in charge of demarcation of boundaries, as well as
the work of Félix de Azara and Martín de Altoaguirre. Alejandro Malaspina’s naval expedition
included experts in natural sciences in order to take notes of scientific facts. Argentinean
palaeontology had its start with the discovery of prehistoric remains in 1740. Meteorology was
represented by some studies about a fallen meteorite in Chaco. There were also made studies
concerning chemistry and physics, and there were published articles about scientific issues in
local newspapers.

Keywords: natural sciences – paleontology – meteorology – Argentina – Jesuits – geography –


explorations

INTRODUCCIÓN

Se estima que el poblamiento del continente americano se realizó por emigraciones del
continente asiático, desde Siberia hacia Alaska, al final del Pleistoceno. Otras oleadas
poblacionales habrían arribado desde Oceanía, luego de un tiempo de permanencia en ese
continente. C. Martínez Sarasola ha escrito que hace unos 30.000 años el hombre llegó a
América del Norte y que el actual territorio argentino fue poblado hace unos 12.000 años. Las
primeras poblaciones que llegaron a este territorio estaban constituidas por pueblos nómades
cazadores y recolectores.

Rex González sostiene que la cultura sedentaria agroalfarera más antigua de Argentina sería la
que tuvo su centro en Tafí del Valle, en Tucumán. Otras culturas antiguas fueron identificadas
en La Candelaria, en Salta; en la Ciénaga y Condorhuasi en Catamarca. También se ha
identificado en Catamarca la cultura de La Aguada, la más cercana al período histórico. Estos
grupos trabajaban la piedra, levantaban viviendas con paredes de pirca y fabricaban objetos de
cerámica. Algunos hicieron adornos de oro y bronce y tuvieron sistemas de irrigación y
cultivaron maíz.

Las culturas denominadas Sanagasta, Belén y Santa María se desarrollaron posteriormente en


el área poblada por los diaguitas y perduraron hasta que a partir de la década de 1480 fueron
dominados por el Imperio Inca. La posterior llegada de los españoles hizo que la influencia
incaica fuese de sólo unas cinco décadas, lapso que no permitió una transformación cultural
profunda. En estas civilizaciones la alfarería alcanzó gran desarrollo; trabajaron metales,
hicieron morteros para moler granos y puntas de flechas de piedras; construyeron caminos,
domesticaron la llama y la alpaca y cultivaron diversos vegetales como maíz, papa, zapallo,
porotos, maní, tomate, quinoa y mandioca.
El noroeste argentino recibió distintos aportes del sur de Bolivia, del norte de Chile y del imperio
incaico y se transformó en una zona de mayor desarrollo cultural relativo.

Se calcula que a la llegada de los españoles la primitiva Argentina estaba poblada por unos
350.000 individuos, de los cuales en el noroeste se hallaban alrededor de 220.000. Otra región
bastante poblada era el nordeste, donde entre guaraníes y guaycurúes sumaban otros 80.000
habitantes. El resto del país estaba muy poco habitado: en la Pampa los indígenas
posiblemente no superaran las 30.000 almas y en la Patagonia se desplazaban grupos
nómades integrados por no más de cien individuos, que en total sumarían menos de 10.000
aborígenes. Cada una de estas poblaciones tuvo desarrollos culturales propios cuya naturaleza
está fuera de los alcances de este trabajo.

Los antropólogos admiten que la cultura no es sino una forma de adaptación al medio donde el
hombre desarrolla su vida. Todas las culturas que nos precedieron constituyen formas
particulares de adaptación a la naturaleza y no deben juzgarse como más o menos
evolucionadas sino como más o menos adecuadas a su ambiente. Un ejemplo de esto lo
constituyen los tehuelches meridionales, que ocupaban preferentemente el sur de la Patagonia,
que en comparación con los diaguitas del noroeste eran mucho menos evolucionados. Pero si
se considera el medio riguroso donde vivían y que su capacidad para sacar el máximo
provecho posible a los pocos elementos disponibles – en especial, guanacos y ñandúes -
puede concluirse que se adaptaron perfectamente a su ambiente.

Los indígenas del continente americano conocieron, apreciaron, amaron y utilizaron la


naturaleza que los rodeaba. No eran indiferentes a flores, plantas, insectos y aves, vetas de
plata o yacimientos de ónix. Supieron aprovechar los beneficios que la flora, la fauna y los
minerales les ofrecían. Muchas son las plantas que aún al día de hoy son conocidas en español
con el nombre otorgado por los indígenas americanos: ananá, cacao, maní, palta y zapallo son
ejemplos cotidianos de ello.

Durante los siglos XV y XVI los descubrimientos de los marinos españoles y portugueses
tuvieron gran importancia, tanto en los planos político y económico como en los aspectos
culturales y científicos. Desde un principio los Reyes Católicos ordenaron que se les informara
sobre las tierras exploradas, sus pobladores y sus vegetales y animales. Los informes de los
primeros navegantes permitieron el trazado de nuevos mapas y constituyeron una buena fuente
de datos sobre la naturaleza de las tierras que iban descubriendo.

Así Europa fue conociendo vegetales propios de América, como el maíz, la papa, la quina, el
tabaco, la coca y otros; y animales como los camélidos (llama, alpaca, vicuña y guanaco) y los
bisontes americanos (erróneamente denominados posteriormente búfalos). Uno de los efectos
más relevantes del descubrimiento de América fue el de provocar una verdadera revolución en
el conocimiento de la zoología y la botánica en el continente europeo.

El objetivo de este trabajo es reseñar los aportes más significativos que se produjeron en el
campo de las ciencias, la tecnología y la educación científica en el territorio de la actual
República Argentina durante el período de conquista y colonización española, desde Solís
hasta la revolución de mayo de 1810. Al considerar estos aportes se incluirán los
conocimientos recibidos por y los conocimientos generados desde dicho territorio. Dejamos
constancia que ciertas regiones que pertenecieron al Virreinato del Río de la Plata – y que, por
lo tanto, compartieron un destino cultural e histórico por ser parte de una entidad política común
- están situadas hoy fuera del actual territorio argentino.

 EUROPA CONOCE EL TERRITORIO ARGENTINO

Juan Díaz de Solís fue el primero en llegar las tierras bañadas por el río de la Plata, que
descubrió en 1516, pero de su viaje no ha quedado mayor documentación de relevancia para
nuestro estudio. Por el contrario, del viaje de Hernando de Magallanes - que arribó en el año
1520 al estuario del mismo río y recorrió luego la costa patagónica hasta descubrir el estrecho
de su nombre – han quedado dos crónicas, siendo la de Antonio Pigafetta la más conocida y
rica. Pigafetta describió accidentes geográficos, plantas, animales y pobladores y trazó un
plano de la costa sur del continente. En 1527 llegó Sebastián Gaboto. Remontó el río Paraná y,
en la confluencia entre los ríos Coronda y Carcarañá, fundó el fuerte de Sancti Spiritu, la
primera población levantada por los europeos en territorio argentino. Luis Ramírez,
integrantede su tripulación, escribió al año siguiente una muy extensa carta a sus padres donde
no sólo describe las exploraciones de los ríos Paraná y Paraguay sino que también hace
interesantes observaciones sobre los pobladores, sus costumbres, los animales y las plantas.

Otro aporte importante lo constituye el trabajo de Ulrico Schmidel, que integró la expedición del
Adelantado Don Pedro de Mendoza. Testigo de la fundación de Buenos Aires en 1536, cuando
fue despoblada pasó a Asunción, donde residió posiblemente hasta 1545, para regresar a
Europa. En la Vera Historia de Schmidel, publicada en Nuremberg en 1599, se encuentran las
primeras referencias a los avestruces, a quienes la edición alemana llama abestraussen o
yandú (en lugar de ñandú), y se ponderan las características y usos varios de las “ovejas de la
tierra”, es decir, las llamas. El libro describe jaguares americanos, ofidios de gran tamaño y
cultivos como el maní, la mandioca, el maíz y las batatas.

El franciscano Juan de Rivadeneyra regresó a España después de la segunda fundación de


Buenos Aires (1580) y elevó al rey una Descripción de la gobernación del Río de la Plata,
dando a conocer ríos y regiones, con sus correspondientes habitantes y producciones, a los
que agregó un mapa de la región. Entre las varias descripciones que se hicieron de la región
del noroeste durante la segunda mitad del siglo XVI se puede citar la Relación sobre el
Tucumán, que dejara el conquistador Pedro Sotelo Narváez, quien acompañó a Jerónimo Luis
de Cabrera a fundar la ciudad de Córdoba en 1573.

El padre José de Acosta, nacido en Medina del Campo (1540-1600) puede ser considerado uno
de los primeros grandes naturalistas. Recorrió gran parte del Sudamérica, incluyendo al
territorio argentino, publicando en 1589 De Natura Novi Orbis y, al año siguiente, la traducción
al español Historia Natural y Moral de las Indias. De los siete libros que componen esta obra los
dos primeros se refieren al cielo, temperamento y habitación; los dos siguientes a los metales,
plantas y animales; y los tres últimos a los hombres y sus acciones, es decir, a los indígenas
con sus ritos, costumbres, gobierno, guerras y sucesos. Le cabe al padre Acosta el haber
hecho el primer estudio científico de lo que involucraba el descubrimiento del Nuevo Mundo
para el saber humano.

Los documentos citados no fueron los únicos, pero permiten dar una idea de los conocimientos
que se tuvieron de la Argentina original en el siglo XVI.

LAS FUENTES DOCUMENTALES DE LOS SIGLOS XVII Y XVIII

Durante el 1600 y el 1700 se incrementaron notables las descripciones, noticias, crónicas e


historias sobre el territorio argentino, de las que a continuación reseñaremos las más
relevantes. Es especialmente en la labor de los jesuitas donde se encuentran los primeros
rudimentos de las ciencias en la Argentina.

En 1612 el historiador Ruiz Díaz de Guzmán publica Argentina manuscrita, donde dedica tres
capítulos a la geografía de la región del Río de la Plata.

De la misma época es Descripción breve de todas las tierras del Perú, Tucumán, Río de la
Plata y Chile, del dominico Reginaldo de Lizárraga, donde da detalles interesantes sobre la vida
en esos tiempos y aporta datos sobre los cultivos y la ganadería. Poco después, otro
sacerdote, Antonio Vázquez de Espinosa en su Compendio y descripción de las Indias
Occidentales, hace útiles aportes sobre los pobladores indígenas y las producciones de las
regiones de Buenos Aires, Tucumán y Paraguay.

Acarette du Biscay fue un viajero francés que recorrió el camino desde Buenos Aires hasta
Lima de ida y de vuelta alrededor del año 1658. Recién en 1698 se publicó su libro Relación de
un viaje al Río de la Plata y de allí por tierra al Perú..., que contiene observaciones sobre los
indígenas, los europeos, las ciudades, el comercio y las producciones de las regiones que
recorrió.

Un hecho de notable trascendencia ocurrido en el siglo XVII fue la creación de la Universidad


de Córdoba. En 1613 el obispo Hernando de Trejo y Sanabria obtuvo la autorización de la
orden jesuita para que en el Colegio Máximo se pudieran otorgar títulos de bachiller, maestro,
licenciado y doctor. En 1621 el Papa Gregorio XV concedió al Colegio Máximo la jerarquía de
Universidad, lo que fue ratificado por el rey Felipe IV al año siguiente. La Universidad de
Córdoba, la más antigua de Argentina, cumpliría a partir de entonces una labor sumamente
importante, tanto cultural como científica, a través de toda su existencia.

Durante el siglo XVIII los escritos geográficos, etnológicos, zoológicos y botánicos se


multiplicaron. En los talleres de sus misiones los religiosos de la Compañía de Jesús
imprimieron en el año 1700 el primer libro en la Región del Río de la Plata, denominado
Martirologio romano.

En la segunda mitad de este siglo ocurren dos hechos de relevantes consecuencias ulteriores.
Por un lado, a partir de 1750 comienzan a llegar los integrantes de las comisiones que habían
designado España y Portugal para establecer los límites americanos entre ambos reinos.
Todos ellos eran científicos que hicieron significativos aportes en distintas áreas; entre ellos
descollaría Félix de Azara,. Por otra parte, en 1767, son expulsados los religiosos jesuitas,
quienes cumplían importantes funciones sociales, económicas, culturales y científicas desde su
llegada a estas tierras a comienzos del siglo XVII.

A continuación se comenzará a tratar con más detalle los protagonistas, los hechos y
actividades que se fueron sucediendo en las áreas de las ciencias exactas y las ciencias
naturales en la época hispana hasta llegar a la revolución de mayo de 1810.

LAS CIENCIAS EXACTAS EN LA ÉPOCA HISPANA

Los primeros matemáticos que llegaron a estas tierras fueron los pilotos de las expediciones
exploradoras que habían hechos estudios de astronomía y cosmografía en una escuela
especializada de Sevilla. Su misión no era fácil pues no existían cartas náuticas de los mares
que navegaban. El primer científico que estuvo en el país, graduado en ciencias exactas, fue
Andrés de San Martín, integrante de la expedición de Magallanes, que en 1520 que realizó
observaciones astronómicas cuando las naves pasaron el invierno en San Julián en la costa
patagónica. Con el paso de los años fueron llegando ingenieros, agrimensores, cartógrafos, a
los que se agregaron misioneros jesuitas, que fueron difundiendo el estudio de las
matemáticas. Su presencia se fue haciendo cada vez más numerosa ante la necesidad de
realizar construcciones apropiadas (básicamente fortalezas e iglesias) y de hacer mensuras de
tierras.

El matemático más antiguo de la ciudad de Buenos Aires parece haber sido el agrimensor
Francisco Bernal, que en 1607 fue nombrado inspector de pesas y medidas.

Varios matemáticos se destacaron entre los jesuitas. Pedro Comental llegó a Buenos Aires en
1616 y deslumbró por sus conocimientos y por sus estudios astronómicos, lo que le valió el
sobrenombre de "el matemático". Otro estudioso fue Matías Strobel, que en 1793 registró el
paso de un cometa sobre Buenos Aires. Nicolás Mascardi, que creó una reducción indígena en
Nahuel Huapi, también realizó importantes estudios astronómicos en la Patagonia.

El padre José Quiroga se destacó tanto por sus conocimientos matemáticos como
astronómicos. En 1745 estableció las reglas a las que debían sujetarse los agrimensores que
practicaban mensuras en la campaña bonaerense; junto con los misioneros Cardiel y Strobel se
embarcó rumbo al sur para realizar el plano de las costas de la Patagonia.

Finalmente, también puede citarse a Tomás Falkner, que se destacara especialmente como
naturalista y médico y que dictó por un tiempo la cátedra de matemáticas en el Colegio Máximo
de Córdoba, lo que no puede resultar extraño si se recuerda que había sido discípulo de Isaac
Newton.

El padre Buenaventura Suárez El jesuita Buenaventura Suárez merece un tratamiento especial


en estas crónicas porque fue el primer astrónomo criollo, cuya merecida fama trascendió
mundialmente.

Por sus múltiples y profundos conocimientos puede considerárselo el primer sabio argentino.

Nació en la ciudad de Santa Fe el 14 de julio de 1679, siendo su madre descendiente de Juan


de Garay. Ingresó a la Compañía de Jesús con sólo 16 años y en 1706 ya se desempeñaba
como sacerdote en el pueblo de San Cosme, donde desarrollaría su notable obra científica.
Con sus manos y ayudado por los indígenas de la misión guaranítica fabricó el instrumental con
el que instalaría el primer observatorio de la región. Su obra comprende anuarios, calendarios,
tablas astronómicas y cursos de astros, pero fue su Lunario de un siglo..., publicado en 1744, el
texto que lo hizo famoso. Esta publicación es un almanaque astronómico que permite calcular
los eclipses del sol y de la luna. También hizo estudios de botánica y fabricó desde campanas y
órganos hasta espejos y chocolate.

El padre Buenaventura fue valorado y reconocido por sus superiores, por lo que en 1745 le
enviaron el más moderno material científico para que prosiguiera con sus investigaciones
astronómicas. Este notable jesuita, que también confeccionó una tabla de longitudes y latitudes
de los 30 pueblos misioneros, no sólo se destacó como hombre de ciencia sino también por sus
condiciones humanas que lo llevaron arriesgar su vida durante las graves epidemias que
asolaron San Cosme en 1733 – donde murieron casi 19.000 personas - y a Santa María la
Mayor en 1736, lugar donde había pasado a vivir y donde murió el 24 de agosto de 1750.

EL APORTE DE LOS INTEGRANTES DE LAS COMISIONES DEMARCADORAS DE


LÍMITES

Entre los varios integrantes de las comisiones demarcadoras de límites que llegaron a la región
del Río de la Plata entre 1750 y 1782 se pueden mencionar como los más destacados al ya
mencionado Félix de Azara, Diego de Alvear, Juan Francisco de Aguirre, Pedro Cerviño, Juan
Alsina y Andrés de Oyarvide. Se hicieron respetar en la Buenos Aires de entonces por sus
conocimientos científicos, en especial matemáticos, cartográficos y astronómicos. Con el
moderno instrumental que trajeron levantaron un observatorio en una casa situada en las
actuales calles Hipólito Irigoyen y Bolívar, habiendo estudiado un eclipse de luna y determinado
con exactitud la longitud de la ciudad, entre otros trabajos. La presencia de estos profesionales
renovó el interés por los estudios de matemáticas, geometría, náutica y mecánica en la capital
virreinal. Sobre Félix de Azara hablaremos más adelante. Don Andrés de Oyarvide fue el más
grande hidrógrafo que hubo en el Río de la Plata con anterioridad a 1810. Su Memoria
Geográfica de los Viajes Practicados por la Primera y Segunda Partida Demarcadora, desde
Buenos Aires hasta el Salto Grande del Paraná y sus muchos informes, memorias y
observaciones muestran a Oyarvide como un sabio conocedor que apreció la naturaleza
rioplatense. Produjo mapas y planos, entre los cuales se destaca la Carta Esférica del Río de la
Plata. Falleció ahogado en dicho río en 1806.

Una de las más importantes derivaciones de las actividades de los integrantes de las
comisiones fue la creación de la primera Escuela de Náutica. Una nota del piloto y agrimensor
Juan Alsina en 1798, respaldada por Manuel Belgrano – a la sazón Secretario del Consulado -
dio origen al funcionamiento de la escuela en 1799. Dirigida por Pedro Cerviño, se enseñaban
en ella las matemáticas. En marzo de 1802 egresaron los primeros 16 pilotos. Fue clausurada
en septiembre de 1806 por la corona española por haber iniciado sus clases sin su
autorización. Un par de años después, en 1808, el Deán Gregorio Funes creaba una cátedra de
matemáticas bajo la dirección de Carlos O´Donnell en la Universidad de Córdoba.

LAS CIENCIAS NATURALES EN LA ÉPOCA HISPANA


Ya se ha dicho que las crónicas y cartas que escribieron los primeros navegantes que llegaron
a estas tierras describían hombres, animales y plantas americanos desconocidos en Europa.
Pigafetta, por ejemplo, describió a los lobos marinos de la costa patagónica, mencionando que
tenían los dedos unidos por una membrana, que nadaban muy rápido y que se alimentaban de
peces. Ramírez, en su célebre carta de 2.500 palabras, narra que al remontar el Paraná vio
avestruces, patos, tigres y "ovejas de cuello largo" (llamas), entre otros animales. Por su parte,
Diego García, un piloto que llegó al río de la Plata al mismo tiempo que Gaboto, relató que aquí
había calabazas y un cereal que posiblemente debe haber sido el maíz. Schmidel es de todos
ellos el que más aporta sobre vegetales y animales: describe al maíz, mandioca, batata, maní,
algodón, miel, antas, puercos salvajes, avestruces, llamas, yacarés, diversos peces, entre
otros, que tuvo oportunidad de conocer durante su larga estadía en el litoral argentino y en el
Paraguay.

Pero los primeros que encararon el estudio la zoología y botánica con afán científico fueron los
integrantes de la Compañía de Jesús que dejaron desde su llegada hasta su expulsión gran
cantidad de obras escritas, algunas de ellas monumentales. Habiéndonos referido con
anterioridad a José de Acosta (1540-1600), pasaremos revista de otros personajes que
marcaron hitos dignos de mención.

Antonio Ruiz de Montoya en Conquista Espiritual, publicada en España en 1639, dedicó su


segundo capítulo a la descripción geográfica del país y el tercero a la descripción de algunas
especies animales que llamaron su atención. Llama la atención la minuciosidad de sus
descripciones de ofidios que lo impresionaron y del anta o tapir; asimismo, se refiere a la yerba
mate. Consignó los nombres utilizados en lengua guaraní para designar a serpientes, aves,
felinos, árboles y plantas.

El hermano Pedro Montenegro publicó a principios del siglo XVIII un códice con datos y dibujos
de la flora misionera, dando especial importancia las que se le atribuían propiedades
medicinales. Esta obra fue denominada posteriormente Materia Médica Misionera por el
historiador Manuel Ricardo Trelles. Montenegro era un eximio botánico que dividió su trabajo
en cuatro capítulos. Los tres primeros se refieren a nomenclatura botánica, propiedades de las
plantas, momento adecuado para recogerlas y conservarlas, sus virtudes curativas y cómo
aprovechar las mismas. El cuarto capítulo es un estudio médico de las enfermedades que son
curadas mediante hierbas, raíces y cortezas. El trabajo se acompaña de láminas ilustrativas de
las especies mencionadas.

Pedro Lozano (1697-1752) fue a la vez historiador y naturalista. A semejanza de los


historiadores clásicos sostuvo la imposibilidad de relatar hechos históricos sin antes dar
encuadre del entorno físico en el que esos hechos se insertaron. Escribió extensamente sobre
los animales y las plantas, inclusive las considerada medicinales, en su libro Descripción
Corográfica del Gran Chaco Gualamba (1733). Entendía por Chaco a todo el país comprendido
entre los confines de Chuquisaca y La Plata hasta el Paraguay y desde el límite de Santa Cruz
de la Sierra hasta Buenos Aires y el Río de la Plata. Describió el curso de los ríos del nordeste
argentino, ponderando las propiedades terapéuticas de las aguas del Paraná y del Bermejo. En
su segundo libro, Historia de la conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán corrige
algunas observaciones zoológicas relatadas en el primero y consagra trece capítulos a la
geografía, la flora y la fauna argentina. El capítulo octavo está dedicado a la yerba mate. Las
obras de Lozano condensan, de alguna manera, el saber natural al cual habían arribado los
jesuitas de la región en la primera mitad del siglo XVII.

Martín Dobrizhoffer llegó al Río de la Plata en 1749 y vivió en la región hasta 1767. Observador
perspicaz e inteligente, viajó por Buenos Aires, Córdoba y el Chaco. Sin ser un naturalista
profesional, reunió una gran cantidad de información sobre la región. De origen alemán, en sus
escritos acostumbra a comparar los animales locales con los de su país de origen. Dio a
conocer Historia de Abiponibus, equestri, bellicosa que Paraguariae nationes, publicada en
Austria en 1784, en la que trata la vida de estos nativos y describe la flora y la fauna del medio
donde vivían.
Compañero de éste último, el padre Florián Baucke, publicó Hacia allá y para acá o una estada
entre los indios mocovíes, 1749-1767. La obra, descubierta por el padre Guillermo Furlong,
contiene valiosas informaciones etnológicas, zoológicas y botánicas, ilustrada con más de cien
acuarelas de gran valor para los investigadores. Baucke pasó diecisiete años con los indios
mocovíes en las reducciones jesuíticas de San Javier y San Pedro. A su regreso a Europa se
retiró a Neuhaus en Silesia, de donde provenía, y donde redactó el libro mencionado. El tercer
volumen de la obra describe en más de doscientas páginas el suelo, la flora y la fauna de los
sitios que había conocido.

Contemporáneo de los anteriores, el jesuita Ramón María de Termeyer descolló en el estudio


de las arañas y de los peces del norte de Santa Fe y el Chaco. Había nacido en Cádiz el 2 de
febrero de 1738 e ingresó en la Compañía de Jesús el 11 de octubre de 1755. Realizó
experiencias con las anguilas en el Río Salado de la Provincia de Santa Fe, intrigado por el
origen de la electricidad; y además de ello puede considerarse el introductor de la cría del
gusano de seda en el país. Cuando se produjo la expulsión de la orden, en 1767, el padre
Termeyer se hallaba viviendo en el pueblo de San Francisco Javier entre los indígenas
mocovíes. Desterrado a Italia en 1768, se dedicó casi exclusivamente al estudio de las ciencias
físicas y naturales, en especial al de los arácnidos los cuales, al parecer, ejercían una notable
fascinación sobre su persona. Utilizando la tela de araña como material de uso textil elaboró
medias y guantes.

Gaspar Juárez (1731-1804), natural de Santiago del Estero, fue un verdadero erudito en
diversas materias que descolló por sus conocimientos botánicos. Al ser expulsado la Orden se
marchó a la ciudad de Faenza donde residió entre 1768 y 1773, para luego mudarse a Roma,
donde vivió hasta su fallecimiento. En esta última ciudad, al pie del Monte Gianicolo, cercó un
área de terreno e instaló un jardín botánico con especies del Nuevo Mundo que llamó la
atención de los científicos de la época. Inaugurado en 1789, pronto recibió el nombre de Orto
Yndico. Poco después le fue ofrecido un terreno más amplio y mejor situado cerca del
Vaticano, ante lo cual Juárez trasladó su jardín, el cual pasó a llamarse Orto Vaticano Yndico.
Las observaciones que llevó a cabo Juárez en este jardín dieron pie a la publicación, entre
1790 y 1793, de varios tomos de estudios fitológicos en los que se describieron las propiedades
de algunas de las plantas que cultivaba.

Entre los jesuitas que se destacaron en la última mitad del siglo XVIII el historiador Guillermo
Furlong considera que el padre José Sánchez Labrador (1717-1798) es el más prolífico. Nacido
en La Guardia, pueblo manchego del arzobispado de Toledo, ingresó a la Orden en 1731 y
llegó a Buenos Aires en 1734. Entre 1741 y 1744 Sánchez Labrador enseñó en Córdoba, y fue
en esta época cuando comenzó a hacer estudios de historia natural. Visitó Montevideo y
Buenos Aires antes de viajar a Asunción del Paraguay para enseñar filosofía. Recorrió diversas
misiones , en especial las de los indígenas guaraníes, zamucos, chiquitos, hasta recalar entre
los mbayas o guaycurúes. Expulsado en 1767, se estableció en los Estados Pontificios,
falleciendo en Ravena el 10 de octubre de 1798. Sánchez Labrador fue un escritor
multifacético. Estudió los idiomas propios de esta región de Sudamérica. Describió a los nativos
mbayas y a otros grupos del Río de la Plata. Su texto Paraguay Católico está consagrado al
estudio de la naturaleza y seres vivientes del Paraguay. Paraguay Natural, su otra obra, se
ocupa de tierras, aguas, lugares, botánica, animales, aves, peces, anfibios, reptiles e insectos.

En esta breve enumeración de algunos de los jesuitas que más se destacaron en el estudio de
las ciencias naturales no puede faltar Tomás Falkner. Nació en Inglaterra en 1702. Fue
discípulo de Newton en matemáticas y de Mead en Medicina. Llegó a Buenos Aires en 1730
como médico y cirujano de un barco negrero con la misión de estudiar las plantas medicinales
de esta región comisionado por la Royal Society of London. Ingresó al noviciado de la
Compañía de Jesús y fue ordenado sacerdote en 1740. Desde entonces recorrió gran parte del
territorio de la actual Argentina recogiendo valiosas informaciones al tiempo que desarrollaba
sus actividades como médico y religioso. Con el padre José Cardiel creó la misión de Nuestra
Señora del Pilar, cerca de la actual Mar del Plata; exploró la Patagonia; viajó por Santiago del
Estero, Santa Fe y pasó varios años en la ciudad de Córdoba, constituyéndose en lo que
algunos consideran el más grande de los médicos de la época colonial en la región del Río de
la Plata. Después de ser expulsado con su Orden en 1767 se radicó en su país. Rodeado de
justa fama por sus conocimientos de medicina escribió tres obras, de las cuales sólo una ha
llegado hasta nuestros días, titulada Descripción de la Patagonia. Allí no sólo da informaciones
geográficas y científicas sino que también proporciona datos para que los británicos tuvieran
idea de las oportunidades económicas que albergaban esas regiones. Los otros libros trataban
especialmente temas botánicos y zoológicos de las regiones rioplatense y tucumana y de las
curaciones que se podían lograr mediante el empleo de drogas provenientes de plantas
medicinales americanas. Falkner fue un enamorado de la flora y de la fauna argentinas. Parte
de lo que escribió y se perdió se conoce gracias a referencias que dejara su gran amigo el
padre Gaspar Juárez. Se sabe que escribió Botanical, Mineral and like observations on the
products of America y A treatise on American distempers cured by American Drugs. Murió en
su país, rodeado del respeto de los científicos de su época, en 1784.

DON FÉLIX DE AZARA

Entre todos los demarcadores de límites Félix de Azara es el que se destacó netamente como
naturalista ya que dedicó casi íntegramente las dos décadas que pasó en el Virreinato del Río
de la Plata al estudio de la fauna existente. Había nacido en Barbuñales, Aragón, en 1746.
Finalizados sus estudios de ingeniería en Barcelona y Huesca, participó en la expedición de
Argel en 1775, donde combatió como oficial. En 1780, ya con el grado de coronel, fue
designado Comisario Principal para la demarcación de límites entre las posesiones hispanas y
lusitanas en tierras americanas. A mediados de marzo de 1781 se hallaba ya en Buenos Aires,
de donde pasó al sur de Brasil. Regresó a los pocos meses a Buenos Aires y pasó a Asunción
del Paraguay. Hizo importantes aportes geográficos, geológicos y botánicos. Publicó varias
obras como producto de sus observaciones durante los numerosos viajes que realizó por el
Paraguay y la Argentina, siendo algunas de ellas las siguientes: Apuntamientos para la historia
natural de los cuadrúpedos del Paraguay y el Río de la Plata, publicada en Madrid en 1802;
Apuntamientos para la historia natural de los pájaros del Paraguay y del Río de la Plata,
publicada en 1805 también en Madrid; y Descripción e historia del Paraguay y del Río de la
Plata, obra póstuma aparecida en 1847.

Aunque Azara era un autodidacta y clasificaba los animales por los nombres comunes, sus
conocimientos prácticos le permitieron corregir nada menos que a Buffon y ser admirado por la
Academia de Ciencias de París. Su obra da a conocer importantes datos sobre el campo del
actual territorio argentino y paraguayo y la actividad de los indígenas habitantes de los mismos
a fines del siglo XVIII.

MARTÍN JOSÉ DE ALTOLAGUIRRE

Martín José de Altolaguirre (1736-1813) ha sido considerado uno de primeros hombres de


ciencia argentinos. Se dedicó primero a la astronomía y luego a la agricultura por considerar a
esta última de gran importancia para el desarrollo del virreinato. Cuando Manuel Belgrano es
designado en 1794 Secretario del Consulado de Buenos Aires ya hacía algunos años que
Altolaguirre estaba haciendo experiencias en su quinta de la Recoleta con diversas especies de
plantas que había introducido para estudiar su adaptabilidad y productividad. Asesorado por "el
primer agrónomo criollo", Belgrano escribe su Memoria del año 1797 titulada Utilidades que
resultarán a esta provincia y a la península del cultivo del lino y cáñamo; modo de hacerlo; la
tierra más conveniente para él; modo de cosechar estos dos ramos, y por último se proponen
los medios de empeñar a nuestros labradores para que se dediquen con constancia a este
ramo de agricultura. Altolaguirre también realizó pruebas para extraer linaza con un molino para
aceitunas. Aunque el olivo había sido introducido con anterioridad – se supone que ya en 1610
había olivos plantados en diferentes lugares del país y los jesuitas promovieron su cultivo –
parece haber sido el primero en plantar olivos en la provincia de Buenos Aires.

Don Tomás Grigera, contemporáneo de Altolaguirre, conocido como "el alcalde de las quintas"
fue considerado como el primer agricultor criollo que aplicó conocimientos científicos a las
explotaciones agropecuarias. Fue el primero que empleó "cercos vivos" para limitar las
propiedades. Fue autor de un Manual de agricultura, dedicado al Director Martín Pueyrredón,
obra de consulta de muchos chacareros hasta bien pasada la mitad del siglo XIX.
LA EXPEDICIÓN DE MALASPINA

El marino de origen italiano Alejandro Malaspina realizó una famosa expedición al servicio de
España entre los años 1789 y 1794. No alcanzó a dar vuelta al mundo, como estaba planeado,
pero recogió valiosas informaciones políticas, económicas y científicas, sobre las Américas,
Asia y Oceanía. Estuvo integrada por un grupo de marinos y científicos de primer nivel, pero
lamentablemente sus escritos no fueron conocidos hasta casi un siglo después debido a que a
su regreso Malaspina cayó en desgracia y fue encarcelado y prohibida la publicación de sus
informes, tanto políticos como científicos. Estuvo en el Virreinato del Río de la Plata en el viaje
de ida (1789) y en el de vuelta (1794).

La expedición contó con varios hombres especializados en ciencias naturales. El teniente


coronel Antonio de Pineda era el encargado de los ramos de historia natural. Luis Neé era
botánico. José Guío era disector y pintor botánico. A ello se les unió en Santiago de Chile
Tadeo Hänke y en Acapulco los pintores italianos Francisco Brambila y Juan Ravenet. Hänke
era el colector del Gabinete de Historia Natural de Madrid. Tres fueron, entonces, los botánicos
que llegaron el Río de la Plata en relación con la empresa de Malaspina: Antonio de Pineda,
español; Luis Neé, francés y Tadeo Hänke, alemán. Tomaron valiosos apuntes, hicieron
dibujos, prepararon herbarios de vegetales y disecaron animales de nuestro país. Los dos
primeros recorrieron la costa patagónica y estuvieron en las Islas Malvinas. Uno de los pintores
de la expedición, Luis del Pozo, hizo la primera pintura (aguada) en colores de un paisaje
argentino al dejar inmortalizado a Puerto Deseado en 1789.

Antonio de Pineda y Ramírez se destacaba en botánica, química y física experimental. Pineda


estableció contacto con Azara, a quien asesoró. Coleccionó plantas, insectos y piedras. Su
principal actividad fue desarrollada en Perú y en las Islas Filipinas, donde falleció en 1792.
Malaspina le hizo erigir un mausoleo en el Jardín Botánico de Manila.

Luis Neé fue el segundo de los naturalistas destacados de la misión. Era un entusiasta e
inteligente naturalista que trabajó entre 1784 y 1789 al frente del Jardín Botánico de Pamplona,
España, y desde entonces hasta su fallecimiento en toda la América. Inició sus investigaciones
en Montevideo, desde donde pasó a Colonia del Sacramento, Buenos Aires, la costa
patagónica y las Malvinas. Luego visitó la costa chilena, la peruana y la mexicana. Desde
Méjico regresó a Chile, desde allí a Buenos Aires, luego a Montevideo y finalmente a Cádiz. Su
colección de plantas llegaba a diez mil ejemplares, de los cuales se consideraba a cuatro mil
como nuevos o desconocidos. Los especimenes y unos trescientos dibujos de plantas fueron
albergados en la biblioteca del Jardín Botánico de Madrid. Sus artículos se publicaron en los
Anales de Ciencias Naturales de Madrid entre 1801 y 1803.

Tadeo Hänke fue el tercero de los naturalistas relevantes de la expedición de Malaspina. Había
nacido en Treibitz, Bohemia, en 1761. Se dedicó desde pequeño a los estudios botánicos,
trasladándose a Viena en 1786 para perfeccionarse. Cuando el gobierno español estaba
preparando la misión solicitó a la Universidad de Viena la cesión de un joven naturalista, siendo
Hänke el elegido. Habiendo llegado tarde a la partida de su barco de Cádiz, consiguió unirse a
sus compañeros de ruta recién en Valparaíso, Chile, en 1790, luego de atravesar un naufragio
frente a Punta Carretas, Montevideo, y de cruzar la Pampa y la cordillera de los Andes. Entre
1790 y 1796 Hänke fue el gran botánico del viaje a la par de Pineda, siendo Neé el colector. Se
radicó en Bolivia desde 1795 hasta su muerte en 1818, colaborando con los periódicos
Telégrafo de Buenos Aires y Correo de Comercio, escribiendo artículos sobre botánica y otros
temas de ciencias naturales. En Cochabamba creó un Jardín Botánico. Escribió Historia Natural
de Cochabamba, Informe sobre la navegación del Madera y del Amazonas y La Conservación
de los cueros. Sobre el cultivo, uso y abuso de la coca habla Hänke en Descripción
Genográfica, Física e Histórica de las montañas habitadas de la nación de Indios Yuracarées,
en la parte más septentrional de la Provincia de Cochabamba. Dedicó escasa atención a la
ictiología así como a la ornitología. Fue un naturalista de la misma altura científica que
Humboldt, pero al que todavía no se ha reconocido en forma adecuada.

Los cartógrafos de la expedición Felipe Bauzá y José de Espinosa y Tello escribieron Estudios
sobre las costumbres y descripciones interesantes de la América del Sur, documento que
recién fue conocido en 1855. En este estudio se dan numerosos datos sobre distintos aspectos
de la vida del virreinato como la descripción del gauderio de la Banda Oriental, el antecesor del
gaucho, lo que lo ha transformado en una fuente de extrema utilidad para los historiadores.
Según algunos - entre ellos G. Furlong - la excelente Carta Esférica de la parte interior de la
América Meridional, de los mismos autores, donde figuran detalladamente los pasos de la
cordillera entre Chile y Mendoza, pudo haber sido conocida por el general San Martín en Cádiz
en 1810 y utilizada posteriormente para armar la estrategia del cruce de los Andes.

Gabriel Antonio de Hevia y Pando, que vivía en Tupiza, Bolivia, fue otro naturalista respetado
en vida por sus profundos conocimientos que escribió importantes artículos sobre mineralogía,
química, botánica y zoología en los diarios porteños de fines del virreinato. Se trasladó a la
ciudad de Buenos Aires en 1806 por pedido del Consulado, el cual juzgó conveniente su
presencia en la ciudad para difundir sus conocimientos. En 1810 la Junta lo designó corregidor
de Tupiza, regresando a dicha ciudad. En 1802 escribió sobre el modo de blanquear la cera; en
1803 sobre las sustancias medicinales simples del territorio y sobre la prevención del gorgojo
de los granos. En 1804 compuso Discurso sobre el estado actual de la minería de los Reynos
del Perú. Escribió además sobre métodos de destilación de aguardiente y de domesticación de
vicuña, un tratado sobre mineralogía, otro sobre las paperas – que estudia las cualidades del
agua de las provincias del noroeste argentino – y un interesante trabajo titulado Causas del
atraso de las cinco ciudades de la carrera de Buenos Aires al Perú con descripciones
detalladas de Córdoba, Santiago del Estero, Tucumán, Córdoba y Jujuy.

Se ha dicho que la astronomía y las ciencias naturales son las primeras ciencias que se
estudiaron seriamente en el territorio argentino; son las ciencias que estudian los astros, el
hombre, los animales, las plantas, la tierra y el agua. Y también los animales prehistóricos, a
los cuales nos referiremos a continuación.

LOS INICIOS DE LA PALEONTOLOGÍA ARGENTINA

La primera cita sobre restos de animales prehistóricos en la región del Río de la Plata parece
ser la del jesuita José Guevara, quien narra en Historia de la Conquista del Paraguay que en
1740 se hallaron algunos cráneos petrificados a orillas del río Carcarañá y en el valle de Tarija.
Guevara agrega que él mismo tuvo en sus manos una muela grande como un puño. El mismo
Guevara nos refiere el nombre de un estudioso cordobés, don Ventura Chavaría, que el
Colegio Seminario de Nuestra Señora de Monserrat de la ciudad de Córdoba había mostrado
en 1755 una canilla dividida en dos partes, tan gruesa y larga que podría corresponder a un
cuerpo de ocho varas.

Le cupo a Tomás Falkner el mérito de descubrir no lejos de la desembocadura del río


Carcarañá los restos de un animal cuya descripción coincide con la de una caparazón de
gliptodonte. Al parecer, también observó un megaterio. Otro hallazgo de la misma época
despertó notable interés. En 1765, Esteban Álvarez del Fierro, capitán de la fragata “Nuestra
Señora del Carmen”, informó al Cabildo de Buenos Aires que a orillas del río Arrecifes había
restos de esqueletos muy grandes. Hecha la exhumación en presencia de testigos – al parecer
el capitán suponía un homicidio múltiple y la exhumación tuvo características de pericia
médico-legal - y estudiados los huesos por tres cirujanos designados especialmente, no hubo
acuerdo sobre a quién pertenecían: Matías Grimau dijo que “…a unos hombres muy altos y
corpulentos…”; Angel Castelli, que "…no tienen alguna figura racional…”; el último, Juan
Parán, confesó que “…no alcanzan sus luces a poder decir con certeza de qué cuerpo puedan
ser”. Se estima que Álvarez del Fierro llevó a España los restos exhumados en Arrecifes.

Este apartado debe cerrarse con el descubrimiento del primer megaterio por parte de Fray
Manuel de Torres, nacido en 1750, dominico “hijo de la villa vulgo de Luján y del Convento de
Buenos Aires”. En 1787 el alcalde de la villa, Don Francisco Aparicio, comunicó al padre Torres
el hallazgo de los restos de un animal gigantesco en el pueblo. El religioso procedió a
desenterrar, limpiar y armar el esqueleto de un megaterio (Megatherium luxanense) además de
conseguir que un dibujante tomase las notas correspondientes como para que, después de ser
prolijamente embalado en siete cajones, pudiese ser enviado por el virrey Loreto al rey de
España, quien los recibió en septiembre de 1788 y ordenó su reconstrucción en Madrid. En
1796 José Garriga publicó Descripción del esqueleto de un cuadrúpedo muy corpulento y raro
que se conserva en el Real Gabinete de Historia Natural de Madrid. Debe destacarse que los
restos fueron estudiados por Cuvier, considerado el padre de la paleontología, quien alabó la
forma como se habían desenterrado los huesos y embalados. De esta forma, Fray Manuel de
Torres se adelantó con su metodología en ese tema casi un siglo.

La conmoción que produjo este hallazgo y la falta de conocimientos que existía sobre esta
materia en la época son evidenciados por el hecho que el ministro Porlier, al acusar recibo de
los cajones en nombre del rey de España, le escribe al virrey Loreto diciéndole si sería posible
que le enviase otro animal, pero vivo...

Fue Cuvier quien lo denominó "megaterio", que significa "animal grande", comentando que de
los descubiertos hasta entonces era el más raro y el más grande. Pero este notable
descubrimiento no alteró la vida de Fray Manuel, que hasta su muerte siguió dedicado a la
enseñanza y a la religión en su convento de Buenos Aires.

UN METEORITO FAMOSO

En la época prehispánica cayeron en el Chaco santiagueño los restos de un meteorito que se


desintegró en múltiples fragmentos de diversos en su paso por la atmósfera, los cuales
quedaron esparcidos en forma de lluvia en un área de muchos kilómetros cuadrados. El sitio
donde quedaron los restos se denominó "Campo del Cielo" y corresponde a la zona donde
confluyen actualmente los límites de las provincias de Santiago del Estero, Santa Fe y Chaco.
Como estaban compuestos en su mayor parte por hierro, al meteorito se lo llamó "Mesón de
Fierro", “Fierro del Chaco” o “Fierro de Otumpa”. Antes de la llegada de los conquistadores este
hecho provocó un notable asombro entre las poblaciones nativas del Chaco Gualamba -
integrado por el área septentrional, central y austral del Chaco, las que ocupan en la actualidad
parte de Paraguay, Bolivia y Argentina - e incluso la noticia llegó hasta el Imperio Inca. Al
Campo del Cielo, a través del tiempo, arribaron numerosas y diversas procesiones indígenas
para rendirle culto a los restos, que suponían habían sido enviados por la divinidad.

Cuando los españoles llegaron al nordeste argentino se les despertó la curiosidad por saber en
qué consistían esos restos perdidos en los montes. En 1576 Don Gonzalo de Abreu y Figueroa
ordenó al capitán Hernán Mejía de Miraval que ubicara el meteorito y trajese el mineral que
pudiera. No hay que olvidar que en esa época y en ese lugar el hierro era muy demandado y no
se lo hallaba localmente con facilidad. Después de muchos contratiempos y de combatir contra
los indígenas chiriguanos el capitán Mejía encontró un fragmento del meteorito e hizo analizar
el metal por un herrero con experiencia, quien dijo que el hierro era de muy buena calidad. A
pesar de ello los españoles no volvieron a intentar su aprovechamiento debido a los
inconvenientes para llegar hasta Campo del Cielo y transportar el material hallado, y por dos
siglos se olvidaron del asunto.

En 1774 se renovó el interés. Bartolomé Francisco de Maguna llegó nuevamente a Campo del
Cielo y halló un resto del meteorito que pesaba 23 toneladas. Las muestras que se enviaron a
Madrid demostraron que las cuatro quintas partes eran de hierro y una quinta de plata. Desde
entonces se sucedieron varias expediciones, se hicieron nuevos análisis y se conocieron
distintas opiniones sobre el meteorito como, por ejemplo, las de Félix de Azara, Miguel Gorman
y Esteban de Luca. Este último utilizó el hierro para fabricar fusiles y pistolas de arzón. Una de
estas pistolas fue entregada al General Manuel Belgrano, en tanto que un fragmento de 634
kilogramos fue a parar a las manos del cónsul británico Woodbine Parish, quien lo hizo llegar al
Museo Británico. Del meteorito en cuestión existen fragmentos en museos de Buenos Aires,
Madrid, Berlín y Londres.

LA QUÍMICA Y LA FÍSICA; EL PERIODISMO CIENTÍFICO


La enseñanza de la química comenzó en Buenos Aires en 1802 cuando el Dr. Cosme M.
Argerich inició el segundo curso de la Escuela de Medicina. El médico inglés James Paroissien
recibió una buena educación, especializándose como cirujano y como químico. Embarcó en
1806 para Buenos Aires sin saber que había sido reconquistada por los criollos de manos de
los ingleses. Cuando llegó pretendió instalar una escuela de química pero el virrey lo obligó a
volver a Montevideo. Ese fue el último intento de enseñar química durante la época hispánica.

En esa época la física formaba parte de la filosofía y así se dictaba en el Colegio San Carlos
por el año 1792. El ya mencionado Martín de Altolaguirre se interesó en su estudio y tuvo en su
quinta de la Recoleta un gabinete completo que trajo de Europa y que en 1803 fue vendido a la
Universidad de Córdoba. Según el inventario estaba integrado por una máquina eléctrica, una
batería, un hemisferio de metal, un pirómetro, un hidrómetro, una garrafa de vidrio, un
electrómetro, una cámara oscura y una máquina neumática.

El franciscano Fray Cayetano Rodríguez, maestro de Mariano Moreno y signatario de la


Declaración de la Independencia, dictó filosofía y física en la Universidad de Córdoba. Además
escribió una obra en dos volúmenes sobre física sobre la base de trabajos europeos que aún
se conserva. Otro prócer, Juan J. Paso, dictó la cátedra de filosofía - que incluía la física - en el
Colegio San Carlos entre 1781 y 1783. Otros catedráticos de la materia en la etapa virreinal
fueron Melchor Fernández y el sacerdote José Valentín Gómez. Ni la química ni la física
lograron mayor desarrollo en la etapa hispánica y adquirieron el carácter de estudios
experimentales recién en la época de Bernardino Rivadavia, es decir, con posterioridad a la
independencia argentina.

No podemos dejar estas líneas sin mencionar a tres periódicos que aparecieron al final de la
etapa virreinal por la importancia que tuvieron en la difusión de artículos y conocimientos
científicos. El Telégrafo Mercantil, dirigido por Francisco A. Cabello y Mesa, comenzó a editarse
en 1801; el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, de Juan H. Vieytes, inició sus
publicaciones en 1802; y El Correo de Comercio de Manuel Belgrano apareció poco antes de la
revolución de mayo de 1810. Los tres se preocuparon por publicar artículos de difusión
vinculados al conocimiento científico y tecnológico de la época.

COMENTARIOS FINALES

El espíritu renacentista impulsó a los europeos de los siglos XV y XVI a aventurarse a la gran
empresa del conocimiento de un mundo que no figuraba en su mapa cultural: el continente
americano, con sus peculiaridades y riquezas. El asombro del descubrimiento de lo que para
los nativos era ya conocido estimuló dicho espíritu, lo acompañó y lo penetró. América ofreció a
la cultura occidental nuevos campos donde extender e irradiar su acción; y estos temas
influenciaron la cultura europea con matices hasta entonces desconocidos.

La aventura pudo desarrollarse merced al desarrollo tecnológico que los europeos tenían en el
campo de la astronomía, náutica y cartografía. Pero, con el curso del tiempo, el incremento
científico europeo llevará el sello americano.

Es en el campo de las ciencias naturales donde este intercambio se vio en su total plenitud.
Piénsese en el estudio de la flora, la fauna y las condiciones ambientales de América; en los
intercambios entre habitantes de ambos continentes; en las aplicaciones de especies
americanas al arsenal terapéutico; en el perfeccionamiento de los procesos de extracción de
minerales en las explotaciones americanas. Piénsese en todo ello y se concluirá, con Babini,
que si bien al principio no se hace ciencia en América, será Europa quien haga ciencia con
América.

El actual territorio argentino fue terreno fértil de este impulso de conocimiento. Científicos y
naturalistas de diverso cuño lo recorrieron con afán de indagación y con curiosidad intelectual.
Sea en los bosques de la selva subtropical, sea en las áridas estepas patagónicas, los
europeos y los criollos se mezclaron en un único afán: revelar los misterios que la naturaleza
de un viejo y a la vez nuevo mundo les estaba ofreciendo.
 

BIBLIOGRAFÍA DE CONSULTA

  J. Babini. La evolución del pensamiento científico en la Argentina. (Buenos Aires,


1954).
  J. Babini, Historia de la ciencia en Argentina. (Buenos Aires, 1986)
  J. D. Bernal. Historia social de la ciencia. (Barcelona, 1967)
  J. A. Carrazoni. Crónicas científicas argentinas. (Buenos Aires, s/f)
  A. G. Debus. El hombre y la naturaleza en el Renacimiento. (México, 1985).
  G. Furlong. Matemáticos argentinos durante la dominación hispánica. (Buenos Aires,
1945).
  G. Furlong. Naturalistas argentinos durante la dominación hispánica. (Buenos Aires,
1948).
  H. Kearney. Orígenes de la ciencia moderna (1500-1700). (Madrid, 1970).
  D. Papp; J. Babini. Panorama general de la historia de la ciencia. El siglo del
Iluminismo. (Buenos Aires, 1955).
  P. Rossi. El nacimiento de la ciencia moderna en Europa. (Barcelona, 1998).

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