Padre Nuestro
Padre Nuestro
Padre Nuestro
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Article published in Isidro CATELA MARCOS (ed.), La Oración, fuerza que cambia el mundo, Madrid: BAC,
2016, 56-88.
1
H. Schürmann, El Padre Nuestro, Secretariado Trinitario, Salamanca 1982, 12-13.
2
Tertuliano, De Oratione, 1.
3
K. Gatzweiler, “La prière du Seigneur”, FoiTe 15 (1985) 9-28.
4
Benedicto XVI-J. Ratzinger, Jesús de Nazaret, I, La Esfera de los Libros, Madrid 2007, 161.
2
5
B. Estrada, La giustizia in Matteo: Presenza del Regno, «Rivista Biblica» 59 (2011) 373-403.
6
Nestle-Aland, Novum Testamentum graece, Deutsche Bibelgesellschaft, Stuttgart 271993.
7
W. Grundmann, Das Evangelium nach Matthäus, Evangelische Verlagsanstalt, Berlin 71990, 204-206.
8
G. Giavini, Ma io vi dico: Esegesi e vita attorno al Discorso della Montagna, Ancora, Milano 1993.
3
5 y la parte final del cap. 7. Según Bornkamm, Mt 6,19-24 (“No os amontonéis tesoros en la
tierra [...], la lámpara del cuerpo es el ojo [...]. Nadie puede servir a dos señores [...]”)
correspondería a las tres primeras peticiones del PN “santificado sea tu nombre, venga tu reino,
hágase tu voluntad”; la confianza en la providencia (Mt 6,25-34) se relaciona con “danos hoy
nuestro pan de cada día”; el consejo de no juzgar en Mt 7,1-5, siguiendo a Grundmann, se
pondría en paralelo con “perdónanos nuestras deudas”; Mt 7,6 (“no tirar las cosas santas”) al “no
nos dejes caer en tentación y líbranos del mal; en fin, el pedir con insistencia, sin cansarse, de Mt
7,7-11, tendría que ver con la introducción al PN: “vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de
pedírselo”.
Una propuesta alternativa sobre la estructura del SM, que deja de lado las
bienaventuranzas, distribuye el texto partiendo de las antítesis (5,21-48) y terminando en la regla
de oro (7,12),10 en un bloque enmarcado –al inicio y al final– por la mención de la ley y los
profetas. A diferencia de otras propuestas que se apoyan en paralelismos, la sección analizada
(5,21-7,12) presenta una estructura de catorce ternas, donde se indica el comportamiento hacia el
prójimo y hacia Dios.
Meynet en cambio pone en relación las siete peticiones del PN con las siete primeras
bienaventuranzas, resaltando al mismo tiempo la preferencia del Evangelista por el número siete,
que en la Biblia indica plenitud. En efecto, desde los siete días de la creación narrados en el
Génesis hasta los diversos septenarios simbólicos del Apocalipsis, en la Escritura Sagrada
abunda el número siete.11 En concreto, la genealogía del Primer Evangelio contiene seis
septenarios (tres grupos de 14 generaciones): las parábolas de Mateo 13 son siete, como también
son siete los ‘ayes’ a los escribas y fariseos en Mateo 23. De modo semejante, al centro de las
primeras siete bienaventuranzas se encuentra aquella que proclama felices a los que sufren
hambre y sed de justicia, haciendo claramente referencia al alimento.
Ampliando la visión desde las primeras siete bienaventuranzas de Mateo a todas las nueve
que ofrece al principio del capítulo, estas aparecen como el proemio de todo el SM en el que se
anuncia el reino de Dios en tres dimensiones, en sus tres momentos más expresivos: como
mensaje, exigencia, promesa.12 A su vez el PN contiene una proclamación similar de la señoría
de Dios en su estructura septenaria. Se debe notar sin embargo que, a diferencia de las
bienaventuranzas, donde las tres realidades hacen parte de una construcción lineal en clímax, en
el PN se parte de la periferia del mensaje (santificado sea tu nombre, no nos dejes caer en
9
G. Bornkamm, «Der Aufbau der Bergpredigt», NTS 24(1978) 419-432(427-431).
10
G.H. Stassen, The Fourteen Triads of the Sermon on the Mount (Matthew 5:21–7:12), JBL 122/2 (2003)
267–308. También aquí hay simetría: 624 palabras antes del PN, 604 después.
11
R. Meynet, La composizione del Padre Nostro, CivCatt 149/III(2004) 241-253(242).
12
B. Estrada, The Last Beatitude: Joy in Suffering, «Biblica» 91 (2010) 187-209 (188-9).
4
tentación), pasando a través del círculo interno de la exigencia (perdona nuestras ofensas, hágase
tu voluntad) para terminar en el núcleo de la promesa (danos hoy nuestro pan...), que constituye
el centro de la oración: allí se contempla parcialmente el reino que será poseído en plenitud solo
en la era futura.13
Respecto al análisis del PN en relación con todo el Evangelio según Mateo, Schneider ha
hecho ver los puntos de unión con el resto del texto en tres aspectos de la oración de Jesús: la
invocación a Dios como padre, las peticiones del “Tú” y las peticiones del “nosotros”, en los que
se individúan las características redaccionales del evangelista.14
De frente a la exuberante actividad redaccional de Mateo, que consigue elaborar un texto
tan rico y variado a partir de las palabras de Jesús, el contexto de Lucas aparece necesariamente
más sobrio. El Tercer Evangelista presenta la oración del Señor dentro de la llamada ‘grande
inserción’ que comprende el camino de Jesús hacia Jerusalén (Lc 9,51-18,14). Tras el episodio
en casa de Marta y María, donde Jesús ha hecho ver a Marta que una sola cosa es necesaria (Lc
10,42), Lucas hace ver aquello que es necesario. La oración personal de Jesús despierta en los
discípulos el deseo de aprender de Él mismo cómo se debe orar; de allí surge la petición:
enséñanos a orar. Jesús responde enunciando el PN precisamente como modelo de oración. De
todos modos, la finalidad lucana tiene una perspectiva más amplia: lo que cuenta es la
perseverancia en la oración, más que la manera de hacerla. De hecho, la formulación de la
oración está seguida de la parábola del amigo inoportuno (única en el NT) y de la semejanza del
Padre celeste con los padres de la tierra. En estos versículos (parábola, invitación a pedir,
semejanza) resalta la súplica del pan en Lc 11,3, del mismo modo que Mateo subrayaba la
necesidad del perdón.
Si se piensa a la ambientación vital –Sitz im Leben– de Lucas, el contexto es claramente
de oración, una realidad frecuente en la vida de Jesús en la narración del Tercer Evangelio. Así,
en los grandes momentos de la vida pública del Señor (el Bautismo, la elección de los Doce, la
Transfiguración, la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo, y por supuesto en la agonía en el
huerto de los Olivos, donde Jesús fue “como de costumbre”: κατὰ τὸ ἔθος, 22,39) solamente
Lucas, entre los evangelios, indica que Jesús estaba orando. Cierto, una preferencia tan marcada
del evangelista por presentar a Jesús en oración podría hacer pensar en una elaboración artificial,
distinta del ambiente original en el que se habría enunciado el PN. Sin embargo, el contexto
lógico de petición por parte de los discípulos y de respuesta de Jesús enseñando a orar en modo
13
B. Estrada, Le beatitudini e il Padre Nostro. Chiarimento strutturale e contenuto, S. Grasso, E. Manicardi,
(ed.), «"Generati da una parola di verità" (Gc 1,18). Scritti, onore di. R. Fabris», EDB, Bologna 2006, 29-39(38).
14
G. Schneider, Das Vaterunser des Matthäus, E.E. Ellis (ed.), «À Cause de L'Evangile. Mélanges offerts à
Dom J. Dupont», Cerf, Paris 1985, 57-90(86-90).
5
concreto y ejemplar, por una parte, y la conjunción abundante de textos en el SM de Mateo –con
los paralelos del Tercer Evangelio esparcidos en diversos contextos– por otra, hacen que se
incline la balanza a favor de la ambientación vital del PN en Lucas.
Esto no quiere decir, sin embargo, que Mateo dé menos importancia a la oración. Mt
6,5,15 –donde está insertado el Padre Nuestro– es toda una enseñanza al respecto. Siguiendo el
mismo esquema catequético de la limosna y el ayuno, añade una indicación sobre el modo de
rezar, después de la indicación acerca de la vanagloria y ostentación: “Y al orar, no charléis
mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis
como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo” (6,7-8). La estructura
es un poco diversa de la de las otros dos consejos en 6,2-4.5-6.16-18, pues la propuesta positiva
es precisamente en el PN: “Vosotros, pues, orad así” (6,9). Hay un poco de tensión, una leve
incongruencia en el texto; si se deben emplear pocas palabras, no habría necesidad de enseñar
una oración concreta; en cambio, Jesús propone enseguida una oración determinada, el PN,
reflejando probablemente que se encontraba –en la fuente de dichos del Señor, Q– en un
contexto diverso. Mateo lo incluye aquí para reforzar la enseñanza sobre la oración, presentando
la oración perfecta, el modelo de todas las formas de rezar.
En Mt 6,5-15 –una perícopa dedicada enteramente a la oración– el Evangelista no ha
dudado en romper la simetría del razonamiento triádico, insertando algunas frases al respecto y
añadiendo al final –en referencia a 6,12– la necesidad del perdón como condición para ser
perdonados: “si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros
vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará
vuestras ofensas” (6,14-15). Otra referencia a la oración aparece en la segunda parte de Mateo 6,
en torno al verbo ‘preocuparse’ (μεριμνᾶν, 6,25.28.31-32), respecto a lo que se debe pedir o no.
En Mt 5 se exhorta los discípulos, p. ej., a hacer ver las obras de modo que “glorifiquen al
Padre que está en los cielos”: oración de alabanza (Mt 5,16); a propósito de la antítesis sobre el
homicidio, Jesús dice: “si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un
hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a
reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda”: oración que acompaña la
oferta (Mt 5,23-24); en la antítesis del juramento, se invoca a Dios como testigo, poniendo de
relieve la oración y las relaciones humanas (Mt 5,33-37); en fin, en la antítesis sobre el amor de
los enemigos se dice, “rezad por los que os persiguen”: oración impetratoria (Mt 5,44-45).
Otras referencias a la oración se encuentran en Mateo 7. En la primera parte, 7,1-12, se
insiste sobre la necesidad y la eficacia del rezar, se invita a una actitud perseverante y al final se
6
conecta con la regla de oro, que une la invocación a Dios con la preocupación por el prójimo.15
Después se mencionan aquellos que invocan al Señor de palabra pero no hacen nada positivo
para corroborar la petición: “no todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los
Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial” (7,21).
En todo, ocho referencias a la oración en la versión mateana del SM, subrayando así su
papel central. Sin embargo, la colocación del PN como centro y punto focal del discurso es la
prueba mejor de la importancia que el Evangelista atribuye a esta oración ejemplar.
15
J. Lambrecht, Pero yo os digo, 160.
16
B. Gerhardsson, The Matthean Version of the Lord's Prayer (Matt 6,9b-13), W.C. Weinrich (ed.), «The
New Testament Age. FS B. Reicke», Macon/GA: Mercer, 1984, I, 207-220(210).
17
J. Jeremias, Abba. El mensaje central del Nuevo Testamento, Sígueme, Salamanca 1981, 220.
7
origen diversos.18 La mayor parte de los estudiosos piensa que Lucas ha sido más fiel a Jesús en
cuanto a la estructura y enunciación global del PN, mientras que Mateo –habiendo ampliado el
texto, sea por influencia de su comunidad o por su sensibilidad judaica y su estilo litúrgico– ha
seguido más de cerca las palabras de Jesús, que reporta con mayor detalle.19 La discusión sobre
cuál sea el texto más original no es superflua, pero tampoco decisiva, dice Benedicto XVI,20
visto que no se excluye absolutamente la posibilidad de que Jesús mismo hubiera dado a sus
discípulos dos versiones del PN en ocasiones diversas.21 De todos modos, teniendo en cuenta las
semejanzas entre Mateo y Lucas respecto al lenguaje y sobre todo al vocabulario (baste pensar a
la rara palabra ἐπιούσιος) se propende por una versión griega común de los dos textos
evangélicos,22 sin olvidar, sin embargo, que este texto se remonta probablemente a un original
arameo, como sostiene Jeremias.23
Las peticiones de la primera estrofa se articulan en torno al “Tú” y las de la segunda en
torno al “nosotros”. Las primeras se refieren a Dios mismo, las segundas a nuestras esperanzas,
deseos, necesidades. Benedicto XVI compara la relación entre esos dos tipos de peticiones a las
dos tablas de la Ley, que en el fondo son la explicación de los dos grandes mandamientos, o
mejor, del Primer mandamiento en su doble articulación de amor a Dios y de amor al prójimo.24
En el centro de las súplicas se encuentra el “danos hoy nuestro pan de cada día”,
caracterizado por el papel de transición dentro de la oración. De hecho, en analogía con las tres
primeras peticiones (alabanza del nombre de Dios, venida de su Reino, realización de su
voluntad), la cuarta es también una petición positiva, en la que se desea algo bueno –en este
caso, el pan– mientras que el pronombre en primera persona del plural la conecta con las tres
últimas peticiones, en las que lo que se pide es la liberación de realidades negativas: las ofensas,
las tentaciones, el mal.
Las dos primeras peticiones (nombre, reino) van en paralelo con las dos últimas (tentación,
maligno), pues el reino se manifiesta en la salvación obrada por Dios. Además, la tercera y la
quinta petición son las únicas que se formulan en dos partes, unidas por la partícula ‘como’: “en
la tierra como en el cielo”, “perdónanos (...) como nosotros perdonamos...”: así sirven de
encuadramiento a la cuarta, verdadero cardo de la oración dominical. Así resulta en el PN una
18
Así Lohmeyer piensa que la forma larga de Mateo proviene de la Galilea, mientras que la versión de Lucas
proviene de Jerusalén. E. Lohmeyer, Das Vater-unser, Vandenhoeck & Ruprecht, Göttingen 1946, 210-11.
19
Cf. G. Schneider, Das Vaterunser des Matthäus, 66.
20
Benedicto XVI-J. Ratzinger, Jesús de Nazaret, I, 167.
21
Jeremias, Abba. El mensaje central, 222.
22
J. Nolland, Luke 9:21-18:34, Word, Dallas 1993, 611.
23
Jeremias añade que si se intenta la retroversión del PN a la lengua materna de Jesús, el texto que se obtiene
posee un estilo similar a la forma litúrgica del salterio, a un lenguaje solemne: Abba. El mensaje central, 223-4.
24
Benedicto XVI-J. Ratzinger, Jesús de Nazaret, I, 168.
8
A. La invocación al Padre
Dirigirse a Dios llamándolo Padre significa mostrar que se tiene fe en su amor.25 El inicio
de Lucas –Padre!– sin formalismos está unido con la manifestación de un deseo que sirve de
introducción: la gloria del nombre divino, seguida de la petición por la venida del reino. Esos dos
deseos expresados mediante el ‘tú’ eleva el alma hacia el Padre. La sencillez sin ambages
constituye la fuerza de la versión de Lucas. En Mateo, en cambio, el carácter semítico de la
oración se hace presente desde el inicio: “Padre nuestro, que estás en los cielos”, separando esta
invocación de las tres peticiones que vienen en seguida, enunciadas en modo lapidario.
Mateo mantiene la expresión ‘Padre celestial’, un giro típicamente judío que distingue
Dios, Padre del cielo, de todos los padres de la tierra, manifestando al mismo tiempo el ambiente
familiar y la inviolable excelsitud y majestad de Dios, por encima de las realidades terrenas.26
Los ‘cielos’ en vez del ‘cielo’ reflejan la forma original aramea que solo existe al plural,
indicando al mismo tiempo la extensión espacial del firmamento o la concepción judaica tardía
sobre la existencia de varios cielos.27 La denominación ‘nuestro’ no se refiere solo a los
discípulos que seguían a Jesús y a quienes enseñó primeramente la oración, invitándolos a tratar
a Dios con la misma confianza con que Él lo hace; en realidad implica una nueva comunidad, la
de todos los que están abiertos a la predicación de Jesús y a la salvación escatológica.
Lucas es más conciso y escueto, aunque no por ello menos expresivo. En efecto, la
invocación abba (Mc 14,36), ‘padre mío’, es una expresión típica de Jesús, única en la Escritura,
en el que un individuo se dirige a Dios familiarmente, llamándolo Padre. Esta ha quedado en la
liturgia y en la oración común de los fieles. En Israel, es cierto, se podía invocar a Dios como
padre en sentido colectivo, considerándose miembros del pueblo elegido. Existen también textos
en la literatura intertestamentaria en los que se le invoca como ‘padre mío’, אבי, aunque no con la
confianza filial que el término abba lleva consigo. Jeremias ha mostrado como Jesús fue el
primero en dirigirse a Dios con la palabra aramea abba, ‘papá’, demasiado familiar para que
pudiera hacer parte de una oración, como lo atestigua el judaísmo de su tiempo. Jesús habla con
Dios en una atmósfera de intimidad verdaderamente desacostumbrada,28 poniendo de relieve una
25
J. Dupont, Le Notre Père. Notes exégètiques, «Études sur les évangiles synoptiques» II, Leuven University
Press-Peeters, Leuven 1985, 832-861(833).
26
Schürmann, Padre Nuestro, 31-2.
27
P. Grelot, “L’arrière-plan araméen du «Pater»”, RB 91 (1984) 531-556.
28
Schürmann, Padre Nuestro, 29.
9
relación única que –aquí está lo más llamativo– transmitió también a sus discípulos,
enseñándoles a relacionarse con Dios de la misma manera.29
Los primeros cristianos no habrían conservado en el texto griego esa invocación aramea
si no estuvieran convencidos de que se trataba de una característica especial de Jesús. Así lo
confirma Pablo de Tarso usando el término abba en dos ocasiones (Gal 4,6; Rom 8,15),
traduciéndolo de la misma manera. Se trata entonces de una invocación usual en la primitiva
comunidad cristiana, que probablemente aprendieron de labios de Jesús mismo.
En una sola palabra, ‘Padre’, se contiene la historia entera de la redención, dice
Benedicto XVI; podemos decir Padre porque el Hijo es nuestro hermano que nos lo ha revelado,
y porque gracias a Él podemos ser de nuevo y llamarnos hijos de Dios.30 Jesús da a conocer la
naturaleza de Dios Padre enseñando el perdón de los enemigos: así se llega a ser hijos del Padre
celestial, que hace salir el sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos (Mt 5,45); Él
lo ha vivido en primera persona, mostrándose totalmente Hijo. El otro modelo del Evangelio es
el de un padre que da siempre cosas buenas a su hijo; en el caso de Dios, el don es el de sí
mismo, es la Divinidad que viene al encuentro de la criatura necesitada, pues efectivamente dona
el Espíritu Santo a quienes se lo piden (Lc 11,13). Lo importante de la oración no es esto o
aquello, sino que Dios se nos quiere dar. Y no solo. En la figura de Jesús se reconoce quién es y
cómo es Dios: a través del Hijo se descubre y conoce el Padre (Jn 14,8).
Además enseña Jesús no solo a tenerlo ante los ojos como el juez que ha de venir al final
de los tiempos, sino también a alzar esos mismos ojos hacia el Padre: de esa manera los
discípulos han aprendido a hablar filialmente a Dios antes de orientarse al futuro con sus
peticiones: a buscar el rostro del Padre presente antes de dirigir su mirada al Dios que ha de
venir.31
La paternidad de Dios abre delante de los ojos humanos un doble horizonte: por una
parte, Dios es Padre porque es Creador, dependiendo de Él en todo lo que somos y tenemos; por
otra, Cristo es de modo único y ejemplar, imagen de Dios. Ratzinger recuerda la enseñanza de
los Padres de la Iglesia: cuando Dios creó al hombre ‘a su imagen’ estaba prefigurando a Cristo,
‘nuevo Adán’, el hombre que es la medida de la humanidad, quien acoge a todos los que la
componen en cuanto es el Hijo en sentido propio y pleno, siendo de la misma sustancia del
Padre. El PN convierte la filiación en un concepto dinámico: mientras más profunda sea la
comunión con Cristo, más plenamente se llegará a ser hijos de Dios, hijos en el Hijo.
29
Jeremias, Abba. El mensaje central, 65-66.
30
Benedicto XVI-J. Ratzinger, Jesús de Nazaret, I, 170.
31
Schürmann, Padre Nuestro, 41-2.
10
Se han comparado no pocas veces las entrañas de misericordia y la solicitud divina hacia
la humanidad con el amor de una madre, especialmente en Isaías (49,15; 66,13). Como anota
Benedicto XVI, el lenguaje figurado del cuerpo permite conocer de un modo más hondo los
sentimientos de Dios ante sus criaturas racionales, las únicas que pueden establecer un diálogo
de tú a tú con el Creador. Sin embargo, en la Biblia no se invoca jamás a Dios como madre,
evitando las ideas difundidas de las religiones medio-orientales que, por una parte, concebían las
divinidades en parejas hombre-mujer, distribuyendo su rol y funciones, y por otra seguían ideas
panteístas en las que los seres humanos son considerados en definitiva como emanaciones de la
divinidad.32
32
Benedicto XVI-J. Ratzinger, Jesús de Nazaret, I, 171-4.
33
J. Dupont, Le Notre Père, 834.
34
B. Gerhardsson, The Matthean Version of the Lord's Prayer, 211-3.
11
lugar de la alabanza en otras oraciones introductorias: no es casual que prácticamente todas las
oraciones de Jesús en el Evangelio, con excepción de Lc 10,21, par. Mt 11,25 –la exultación de
Jesús al volver los discípulos de la misión35– y Jn 11,41 –la acción de gracias antes de la
resurrección de Lázaro– son oraciones de súplica.
Mediante esta petición Jesús nos sitúa de frente a un Dios que tiene un nombre, un Dios
personal con el que se puede hablar de tú a tú. Como hace notar Benedicto XVI a propósito del
episodio de la zarza ardiente, cuando el Señor manifiesta su nombre aparece como un Dios que
se revela, como un Dios que busca comunión y alianza con los hombres.36 Ciertamente la oración
de Jesús hace referencia al respeto por el nombre divino que emanaba del segundo mandamiento:
“no tomarás en falso el nombre de Yahveh, tu Dios” (Ex 20,7; Dt 5,11), haciéndolo en forma
positiva, laudatoria. Así muestra que el nombre significa la persona misma, su ser y su esencia;
en efecto, siendo el nombre de Dios inefable, se acostumbra en el judaísmo referirse a la
divinidad con una expresión genérica como אדוני, “Señor”, o más frecuentemente como השם, “el
nombre” con esa palabra se invoca y se describe todo el ser de Dios mismo. De esta realidad hay
ecos en el Cuarto Evangelio (Jn 12,28; 17,6).
En el Antiguo Testamento Dios se santifica a sí mismo manifestando su gloria,
demostrando su divinidad mediante obras de salvación (liberando a su pueblo, nutriéndolo,
reuniendo los dispersos) o de juicio (castigando, destruyendo con el fuego, devastando...): “Yo
santificaré mi gran nombre profanado entre las naciones, profanado allí por vosotros. Y las
naciones sabrán que yo soy Yahveh - oráculo del Señor Yahveh - cuando yo, por medio de
vosotros, manifieste mi santidad a la vista de ellos” (Ez 36,23; Lv 10,3; Is 52,5-6). Del contexto
(Ez 36,22-32) se deduce, sin embargo, que no se pretende mostrar una fuerza divina que se
impone de modo autoritario, más bien se trata de la transformación interior operada por la gracia,
de los corazones que se llenan del espíritu de Dios.37 Así la primera petición del PN llega a ser la
expresión de la esperanza escatológica en la gran intervención divina que debe inaugurar un
mundo nuevo, la manifestación decisiva por la que Dios santificará su nombre, tan profanado por
los seres humanos que no permite que el Señor revele toda su santidad.38
Otra posibilidad es que el nombre de Dios sea santificado por parte de los hombres (Lv
22,32; Is 29,23), y en ese caso la petición implica que el conocimiento y el comportamiento
humano sea impulsado y guiado por Dios mismo. Aunque modernamente la interpretación de la
súplica es casi exclusivamente escatológica, en la exégesis cristiana, desde los comienzos de la
35
B. Estrada, Il loghion di Lc 10,21-22, G. De Virgilio, P.L. Ferrari (ed.), «"Lingue come di fuoco" (At 2,3).
Studi lucani in onore di S.E. Carlo Ghidelli», Studium, Roma 2010, 139-156.
36
Benedicto XVI-J. Ratzinger, Jesús de Nazaret, I, 177-8.
37
B. Gerhardsson, The Matthean Version of the Lord's Prayer, 212.
38
J. Dupont, Le Notre Père, 837.
12
C. Venga tu Reino
Las dos primeras peticiones están estrechamente unidas: en efecto, no se puede bendecir el
nombre de Dios, “santificado sea tu nombre” se no si pide al mismo tiempo: “venga tu Reino”, el
Reino del que Jesús proclama la inminencia (Mc 4,17; 10,7). Esta unión encuentra un paralelo en
la antigua oración judía, el Qaddish.40 Dios manifiesta la santidad de su nombre en Jesús, el
Santo de Dios” (Mc 1,24), che viene “en el nombre del Señor” (Mc 11,9). Jesús ha sido
santificado y enviado al mundo para cumplir su misión redentora de modo que puede decir al
final de su vida: “Padre, glorifica tu nombre” (Jn 12,28).
La señoría y dominio de Dios comportan primariamente la proclamación y glorificación
de su nombre y de su gloria, es decir, el poder divino y la gracia con los cuales ha venido en
ayuda de su pueblo,41 pero al mismo tiempo encierra una visión más amplia: el dominio externo
e interno de Dios, sobre todos los pueblos y personas, un evento único y definitivo en el que
Dios pone fin al tiempo presente, inaugurando el mundo que vendrá.42 Por otra parte, la
presencia salvadora del reino, aunque imperfecta, implica la liberación de las tentaciones y del
poder del maligno. En el Antiguo Testamento no hay referencia explícita a la venida del Reino,
pero en cambio aparecen la expresiones ‘venida del día del Señor’ (Is 13,6; Jl 2,1; Za 14,1; Ml
4,5), ‘venida del Señor’ (1Cro 16,33; Sal 96,13; 98,9; Is 26,21; Mi 1,3).
Estas dos primeras peticiones del PN están estrechamente conectadas con las dos últimas,
indicando la relación especular entre las dos estrofas y su paralelismo. En efecto, la
manifestación del reino de Dios se consigue tanto en la glorificación y santificación del nombre
divino como en la acción divina que salva en la tentación y libra del mal a sus hijos e hijas: las
peticiones al inicio y al fin de la oración anuncian la buena nueva, la salvación por parte de Dios.
39
U. Luz, Matteo 1: 1-7, Paideia, Brescia 2006, 505.
40
“Magnificado y santificado sea el gran nombre de Dios en el mundo que ha creado según su voluntad. Que
se establezca su reino durante nuestra vida y durante la vida de toda la casa de Israel, pronto y en el tiempo
venidero. Amen».”. B. Martin, Prayer in Judaism, Basic Books, NY 1968, 147.
41
R.E. Brown, The Pater Noster as an Eschatological Prayer, «New Testament Essays», Bruce, Milwaukee
1965, 229.
42
J. Dupont, Le Notre Père, 840.
13
humanos deben conformarse y, por otra, que en el cielo se realiza siempre.43 Mateo es también el
único que establece una relación entre la voluntad –θέλημα– y la invocación a Dios llamándolo
Padre (Mt 7,21; 12,50; 18,14; 21,30 y el de la agonía, 26,39). Cumplir la voluntad divina se
puede entender de dos maneras: que su voluntad sea obedecida y practicada por los hombres, o
que Dios mismo lleve a cabo lo que ha decidido realizar. Se trata de una manifestación de la
justicia, la virtud que constituye la esencia del reino: las dos peticiones son prácticamente
sinónimas. El cumplimiento de la voluntad de Dios significa el dar la vuelta al presente orden del
mal y regenerar de la tierra. En ellas se condensan las exigencias del Reino, que en definitiva se
resumen en conformar el corazón a la voluntad divina, identificarse con ella, como sucede en el
cielo donde voluntad y verdad son una misma cosa.
La tierra se convierte en cielo cuando se cumple esa voluntad. La creatura racional ha sido
creada a su imagen: hay una comunión de saber con Dios profundamente inscrita en nosotros
que se ha desdibujado en el curso de la historia. De ahí que el Creador haya dado a la humanidad
el decálogo que ayuda a redescubrir las claves de la existencia en el amor, perdonando siempre
para poder así ser perdonados: se trata de deberes hacia Dios y hacia el prójimo, que en la tercera
petición y en la quinta están coordinados por los vocablos ὡς...καί.
El nombre de Dios será debidamente honrado cuando llegue su reino y se cumpla su
voluntad sobre la tierra: las tres peticiones están íntimamente unidas en la perspectiva histórico-
salvífica, como lo confirman los tres pasivos divinos. Los discípulos ya participan en el reino de
Dios establecido por Jesús y por tanto representan el reino en el momento presente. Aunque es
cierto que pueden contribuir a traer el Reino a la existencia, reflejan sin embargo la buena nueva
de su inauguración por parte de Jesús y tiene por misión manifestar la presencia de la señoría
divina.44
43
Benedicto XVI-J. Ratzinger, Jesús de Nazaret, I, 182-3.
44
D.A. Hagner, Matthew 1-13, Word, Dallas 1993, 148-9.
45
Origenes, De oratione 2,27,7.
14
οὐσία: el pan necesario para la subsistencia. La escuela antioquena lo refiere al pan necesario,
alimento material para cada jornada. La traducción de la Vulgata como supersubstantialis –la
preposición ἐπί hace que el término se pueda traducir como ‘por encima de lo sustancial’–
permitió a la iglesia primitiva de ver allí la Eucaristía, refiriéndose más bien a la vida espiritual y
al pan que mantiene para el tiempo presente y el futuro.46 S. Agustín amplía el alcance semántico
y ofrece una triple alternativa: la Eucaristía, la Palabra de Dios –alimento del espíritu– y el pan
necesario para el cuerpo;47 3) ἡ ἐπιοῦσα ἡμέρα (de ἐπιέναι): el día que ha de venir. San
Jerónimo se refiere al llamado “Evangelio de los Hebreos” donde la expresión se traduce con la
palabra semítica מחר, ‘mañana’, el avenir. Según esta interpretación la súplica sería: danos hoy el
pan para mañana:48 esta parece ser la interpretación más difundida entre los exegetas.49 Queda sin
embargo latente la tensión sintáctica con ‘hoy’, el σήμερον mateano; de ahí que algunos piensen
en la oración de la noche anterior al día que llega.50
Aunque Jesús enseña a sus discípulos a abandonarse en la providencia y a no pensar en el
día de mañana (Mt 6,34), conviene distinguir entre afán y oración.51 Por otra parte es también
cierto que los cristianos han siempre deseado no solo el pan material sino también el pan
celestial que Jesús prometió a sus discípulos después del milagro de la multiplicación de los
panes y de los peces (Jn 6). Al mismo tiempo, en la Escritura se habla de la intervención final de
Dios como de un banquete escatológico, del pan del mundo nuevo, del don divino que supone la
realización plena de los tiempos mesiánicos (Is 25,6-9; Mt 8,11; Lc 6,21; 14,15; 22,29s; Ap
7,16).52 El texto ofrece un paralelo en el libro del Éxodo: “os haré llover el pan del cielo” (Ex
16,14), que refleja una inminente esperanza escatológica, de acuerdo con el contenido de las tres
primeras peticiones y permitiendo a la vez una adecuada interpretación del carácter enfático de
σήμερον.53
Jesús se refiere al maná en su discurso en Cafarnaún (Jn 6,32), añadiendo enseguida: “yo
soy el pan de vida” (Jn 6,35). Esta afirmación tiene un sentido tanto eucarístico como
escatológico, en cuanto indica el pan que es donado como prenda de la realidad celestial, en el
breve intervalo que separa el hoy de la eternidad. La promesa contiene una densa verdad que
46
Brown, Pater Noster, 240-1.
47
S. Agustín, De Sermone Domini in monte 57,7 (PL 38, 389-90).
48
Panem nostrum crastinum, id est futurum, da nobis hodie. S. Jerónimo, Commentarium in Evangelium
Matthaei 6,11: PL 26,41
49
U. Luz, Matteo 1: 1-7, 511; A.J. Hultgren, «The bread Petition of the Lord’s Prayer», A.J. Hultgren, B.
HALL, (ed.), Christ and His Communities. FS R.H. Fuller, Forward Movement Pubblication, Cincinnati 1990, 41-
54.
50
C. Hemer, ἐπιούσιος, JSNT 22 (1984) 81-94.
51
J. Gnilka, Il Vangelo di Matteo I, Paideia, Brescia 1990, 334.
52
W.D. Davies, D.C. Allison, The Gospel according to Saint Matthew. A Critical and Exegetical
Commentary. V.1, Introduction and Commentary on Matthew I-VII, T&T Clark, Edinburgh 1988, 608-9.
53
P.B. Harner, Understanding the Lord’s Prayer, Fortress, Philadelphia 1975, 84.
15
invita a dirigir la mirada hacia el más allá, buscando al mismo tiempo los beneficios divinos en
el momento actual. La satisfacción de las necesidades materiales –aún las más corrientes, como
el pan– es una anticipación del cumplimiento escatológico de las peticiones.54
Brown explica que la petición referida al día presente expresa el deseo ansioso de los
cristianos, perseguidos y despojados de sus bienes, que ponen su mirada en el eón futuro, en el
fin de los tiempos.55 Además el imperativo aoristo –característico de Mateo– δός, “dánoslo de
una vez por todas”, expresa una acción puntual que se prolonga hasta el fin de los tiempos.
Lucas en cambio usa el imperativo presente δἰδου que indica el donar continuamente, repetidas
veces, orientado más bien hacia las necesidades materiales, al alimento que Dios debe donar a
sus creaturas día tras día. Si la dimensión escatológica de Mateo es más significativa y clara,
siendo la interpretación más plausible del ἐπιούσιος aquella que tiene en cuenta Ex 16; ‘el pan
de hoy’, la versión de Lucas garantiza la ayuda continua por parte de Dios: ‘el pan de cada día’;
no se piensa solo a la necesidad inmediata, buscando una cierta seguridad por el futuro. De ahí
que la traducción como ‘cotidiano’ sea calificada de ‘acertada’.56
F. Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden
Ante todo conviene saber que aquello que se solicita en esta petición es un perdón que
proviene de la pura liberalidad de Dios, sin ningún mérito por parte de los seres humanos.
Incapaces de saldar la deuda con Él, solo queda cumplir una condición para ser perdonados, y es
perdonar a quien nos ha ofendido. La interpretación de este pasaje en Mateo se facilita si se
compara el plural ὀφειλήματα –deudas– de 6,12 con el παραπτώματα –pecados, caídas– de
6,14-15, indicando que el evangelista se está refiriendo precisamente a los pecados. Esto se
confirma en el texto paralelo de Lucas que contiene ἁμαρτίαι –errores, pecados–, haciendo ver
que el ὀφείλημα mateano refleja el término arameo חובא, una palabra que significa tanto deuda
como falta, pecado. Ciertamente los lectores lucanos, provenientes de la gentilidad, no habrían
entendido la expresión, bien captada en cambio por los destinatarios de Mateo, provenientes del
judaísmo. Probablemente ὀφείλημα es el término que aparecía originalmente en Q, siguiendo
las palabras pronunciadas por Jesús, visto que Lucas dice después ἀφίομεν παντὶ ὀφείλοντι
ἡμῖν, “perdonamos a todo el que nos debe”, usando el verbo ὀφείλω, “deber”, en concordancia
con Mateo, en vez de ἀμαρτἀνω, “pecar”, característico del ambiente helenístico.57
54
Hagner, Matthew 1-13, 150.
55
Brown Pater Noster, 242.
56
Dupont, Notre Père, 849.
57
S. Carruth, A. Garsky, Documenta Q, Q 11:2b-4, Peeters, Leuven 1996, 146-151.
16
La forma verbal al aoristo ἀφήκαμεν “hemos perdonado” parece decir que el haber ya
perdonado a los demás es una condición para poder recibir el perdón divino. Lucas en cambio
dice ἀφίομεν “perdonamos”, al presente. En la tradición inmediatamente posterior representada
por la Didaché (8,2) se dice αφίεμεν, también al presente, pensando a la acción de perdonar
mientras se recita la oración. En realidad, dice Jeremias, la frase mateana refleja una forma
verbal aramea, el perfectum praesens, que expresa una acción que se produce aquí y ahora. La
traducción correcta de la redacción de Mateo sería entonces: “así como también nosotros, al
decir estas palabras, estamos perdonando a nuestros deudores”. Lucas quiso cortar todo
malentendido eligiendo el presente para los cristianos que hablaban en griego; y de manera
exacta en cuanto al sentido, dice: “pues también nosotros perdonamos”. Además, la petición está
aquí ampliada con el pronombre παντὶ, “a todo el que nos debe”, que supone una potenciación:
no debe haber excepciones en nuestro perdonar.58
El perdón es un deber que se encuentra documentado en la Escritura. En el Sirácide se
dice que el hombre no puede esperar perdón de Dios si no perdona primero a su prójimo.59 El
perdón de Dios mueve al hombre a ser misericordioso: en efecto, se pide perdón de las ofensas
con el empeño de perdonar primero, no importa el tipo de injuria o de daño sufridos. La
literatura rabínica recoge también esta realidad: “a quien es misericordioso con los otros, le será
mostrada la misericordia en los cielos”.60
La exégesis de esta petición se facilita analizando el énfasis di 6,14-15, che para Mateo
equivale a una verdadera síntesis del PN: “si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os
perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres,
tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas”. Se trata de cuatro frases, todas construidas
en torno al verbo ἀφίεναι, perdonar. Se trata de un paralelismo antitético en el que el pecado,
παράπτωμα, sirve de elemento forjador del quiasmo. Se dice primero la frase negativa y
después la positiva, poniendo de ese modo el acento en evitar el juicio negativo más que en la
promesa del perdón. Parece que aquí se hace referencia al perdón en el juicio futuro, al perdón
escatológico.
La importancia que se da al perdón en el evangelio de Mateo es clara, no solo por el
modo como concluye la oración de Jesús, sino también por una parábola exclusiva suya, la
58
Jeremias, Abba. El mensaje central, 223.
59
“Perdona a tu prójimo el agravio, y, en cuanto lo pidas, te serán perdonados tus pecados. Hombre que a
hombre guarda ira, ¿cómo del Señor espera curación? De un hombre como él piedad no tiene, ¡y pide perdón por sus
propios pecados! El, que sólo es carne, guarda rencor, ¿quién obtendrá el perdón de sus pecados?” Sir 28(29),2-5.
60
Talmud Babilónico, Sab. 151b.
17
parábola del siervo despiadado (Mt 18,23-35),61 que está precedida por una invitación a corregir
al hermano y a pedir en nombre de Jesús con la seguridad de tener éxito (Mt 18,15-19). El dicho
se relaciona con Mc 11,25, del que podría depender62: “cuando os pongáis de pie para orar,
perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre, que está en los cielos, os
perdone vuestras ofensas”. Se enuncia en un contexto de oración, pues en Mc 11,23-24 se habla
de la fe que mueve montañas, añadiendo Jesús a continuación: “todo cuanto pidáis en la oración,
creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis”. De modo semejante, en Lc 17,3-6 la
exhortación de Jesús a tener una fe capaz de arrancar un sicómoro y arrojarlo al mar está
precedida por el perdón del hermano incluso siete veces al día. En los sinópticos el perdón del
hermano y la oración que puede todo van estrechamente unidos.
61
M.C. De Boer, Ten Thousand Talents? Matthew’s Interpretation and Redaction of the Unforgiving Servant
(Mt 18:23-35), CBQ 50 (1988) 214-232.
62
“Y cuando os pongáis de pie para orar, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro
Padre, que está en los cielos, os perdone vuestras ofensas”.
63
Davies, Allison, Matthew I-VII, 614.
64
Luz, Matteo 1: 1-7, 513.
18
permite para que los cristianos se fortalezcan. El término πειρασμός, con sentido escatológico,
no está presente en la apocalíptica judía del periodo intertestamentario ni en la literatura rabínica,
que prefiere referirse a las tentaciones cotidianas. En la berakah del atardecer los judíos rezan:
‘no conduzcas mi caminar en poder del pecado, ni en poder de la culpa, ni en poder de la
tentación, ni en poder del escándalo’.65
Si la falta de artículo está a favor de esta última opción, la ‘ordinaria’, el imperativo
aoristo del verbo εἰσφέρειν, refiriéndose a una acción puntual y no a una serie de acciones
repetidas, favorece la primera posibilidad, la escatológica. Esta opción es corroborada por la
última petición de Mateo, que presupone la tentación como inevitable: un tiempo de espera y de
prueba –del que se pide ser liberados– precedería la era mesiánica. De todos modos, la expresión
puede referirse a ambas posibilidades.66
Respecto a la forma verbal μὴ εἰσενέγκῃς ἡμᾶς, “no nos induzcas”, estamos delante de un
verbo arameo en forma causativa (afel), que cuando se utiliza en una negación, la acción puede
recaer sobre el ‘hacer’: no hagas que caigamos en tentación, o alternativamente recaer sobre el
verbo principal: haz de modo que no caigamos en tentación. Sin querer hacer de los evangelistas
forjadores de sutilezas teológicas, parece que la segunda opción va más de acuerdo con el texto,
teniendo en cuenta otros pasajes de la Escritura. Así, en el Antiguo Testamento, en ocasiones se
dice que Dios “endurece el corazón” (Ex 4,21; 7,3.22; 8,15; 9,12.35; 10,1.20.27; 11,10;
14,4.8.17; Dt 2,30; Is 63,7) cuando en verdad está solo permitiendo que se endurezca. En
realidad, según la forma aramea original –el traductor griego no se ha planteado este problema–
se pide no sucumbir ante la tentación; más que de una acción personal de Dios, se trata de su
voluntad permisiva, aun sabiendo que Dios prueba como lo ha hecho con Abraham (Gn 22,1ss) o
con el pueblo en el desierto (Dt 8,2). Sin embargo, no se cuestiona el obrar divino: el hombre
pide por algo que depende de sí mismo y de su comportamiento.
65
Berakah 60b. 11QPs24,11: “No me pongas en situaciones demasiado difíciles para mí; aleja de mí los
pecados de la juventud y haz que no se recuerden mis transgresiones contra mí”.
66
Davies, Allison, Matthew I-VII, 613.
67
Gnilka, Vangelo di Matteo, 338..
19
aparece en 2Tes 3,3: “El Señor es fiel Él os confirmará y os guardará del maligno/mal” (ἀπὸ τοῦ
πονηροῦ), y en Jn 17,15: “No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del
maligno/mal” (τηρήσῃς αὐτοὺς ἐκ τοῦ πονηροῦ). De todos modos, la petición de ser liberado
del uno supone también la liberación del otro. No pocos prefieren la opción del mal personal, del
maligno, que en el Antiguo Testamento es considerado la causa de toda tentación: es él quien
pone a Job a la prueba, quien sugiere a David un comportamiento culpable (1Cro 21,1)…
Como se había dicho, la dimensión escatológica de la anterior petición influye sobre esta
última; la frase compuesta “no nos dejes caer en tentación-líbranos del mal”, contiene un
paralelismo sintético que subraya la realidad del mal que se encuentra detrás de la tentación y del
que se ruega ser liberados. Esta interpretación propende por la primera opción –del maligno
como mal personificado–, que teniendo paralelos en Mateo (5,37; 13,19.38; 1Jn 5,18) conserva
ecos en la literatura neotestamentaria (St 4,7; 1P 5,9).68 Si efectivamente se trata del maligno,
Mateo se está refiriendo al poder del diablo y a la tentación como obra de Satanás. Cuando llega
la prueba, el discípulo pide que se le ahorre esa dificultad.69
La solución alternativa aparece en Mt 5,39: “pues yo os digo: no resistáis al mal” (μὴ
ἀντιστῆναι τῷ πονηρῷ). El paralelo con 2Tm 4,18: “El Señor me librará de toda obra mala” y
Didaché 10,5 “libra tu iglesia en tu amor”, se muestran como interpretaciones antiguas del pasaje
mateano en este segundo sentido. Los textos judíos del mismo periodo hablan preferentemente
del mal en general, refiriéndose a las experiencias de la vida cotidiana: enfermedad, angustia, los
crímenes de los malvados.70 Esta petición final contiene de todos modos una intensificación y
ampliación de la súplica sobre la tentación, terminando el PN con una enunciación positiva.
68
Hagner, Matthew 1-13, 151; la Biblia de Jerusalén traduce ‘maligno’.
69
Dupont, Notre Père, 857.
70
Luz piensa que, de los textos del NT, solo Mt 13,19 se refiere al maligno; todos los demás indican el mal
como objeto y no como sujeto: Matteo I-VII, 514; Harner, Understanding the Lord’s Prayer, 91; la Vulgata traduce
‘mal’.
20
códices más representativos (א, B, D) como en los comentarios patrísticos más antiguos
(Tertuliano, Orígenes, Cipriano) obliga a afirmar que se trata un añadido para adaptar la oración
a la liturgia de la iglesia primitiva.71 La crítica textual presenta testimonios a favor del texto
breve, de modo convincente.
Sorprende, sin embargo, la repetición del término ‘Reino’, por el que antes se ha pedido
que venga, diciendo ahora que le pertenece. No se trata del modo como Dios ejercerá su realeza,
reconociéndole el título, ni de afirmar que es un derecho suyo: se afirma que a partir de ahora
ejerce sus prerrogativas reales y obra en modo soberano sobre todas las personas y todos los
seres: de ahí que se mencionen, de modo suplementario, el poder y la gloria (Sal 22,28-29).72 De
este modo completa admirablemente la petición del PN, “venga tu reino”.
La doxología, que se recita en las confesiones cristianas no católicas al final del PN, es
calurosamente defendida por estudiosos provenientes de la Reforma. Luz sostiene, p. ej., que, en
la iglesia primitiva, desde el comienzo el PN estaba acompañado de una alabanza. A favor de su
hipótesis cita 2Tm 4,18 y por supuesto, Didaché 8,2. En efecto, es difícil concebir una oración
judía, que termine con la palabra ‘tentación’ o –todavía menos– con ‘maligno’, sin una
doxología final, que poco tiempo después pudo ser añadida.73 Sin embargo, en los ambientes de
origen helenístico se prefirió la oración escueta. Así parece terminar con un grito de socorro,
dice Schürmann, que preserva para siempre a la oración cristiana de todo ritualismo litúrgico que
la privaría de vida y de contacto inmediato con Dios. La oración parece girar en torno a sí
misma, repitiendo, ‘venga tu reino’!74
El PN es una oración judía pronunciada probablemente en lengua aramea. La mayor parte
de las oraciones del judaísmo – las más solemnes– se formulaban en hebreo, la lengua oficial de
la sinagoga. Jesús en cambio usaba la lengua del pueblo y no tenía la aversión hacia el arameo
que manifestaban no pocos doctores y escribas, que de todos modos permitían las oraciones
privadas en esa lengua.
La shemoneh eshreh, diez y ocho bendiciones –que los judíos rezaban y rezan todavía tres
veces al día– es semejante al PN. La oración se amplió gradualmente hasta llegar a su estructura
actual que contiene tres alabanzas introductorias, doce peticiones y tres alabanzas finales.
Aunque sea más larga que la oración de Jesús, prácticamente cada frase del PN está presente en
alguna de las 18 bendiciones, y las analogías son llamativas: suplicas breves, ritmo poético.
Aunque la oración fue compuesta hacia el 100 dC, algunas peticiones pueden ser anteriores al
71
B. Metzger, A Textual Commentary on the Greek New Testament, Deutsche Bibelgesellschaft, Stuttgart
2
1971, 13-14.
72
Dupont, Notre Père, 857-8.
73
Luz, Matteo 1: 1-7, 514.
74
Schürmann, Padre Nuestro, 185.
21
cristianismo, habiendo sido transmitidas por tradición oral. Un reflejo de la oración aparece en la
Didaché (8,3), en la que se recomienda rezar el PN tres veces al día, como se hace ahora en la
liturgia oficial de la Iglesia, recitándolo en la celebración eucarística, en las laudes y vísperas.
El PN es una oración individual, como en el judaísmo existen oraciones individuales de
diversos rabinos. Se caracteriza por su sobriedad, brevedad y simplicidad, frente a una buena
parte de las oraciones judías que usaba palabras superfluas, epítetos y bendiciones, aunque
existían también algunas oraciones breves, como las de Eliécer y de Josué.75 Otra diferencia se
encuentra en el carácter universal de su contenido, mientras que la oración israelita era de tipo
nacionalista: en el PN no hay mención de los patriarcas, ni de Israel, ni de una esperanza futura
en la restauración del pueblo elegido por encima de las naciones. En fin, las oraciones en el
judaísmo de ordinario no tenían una organización interna en cuanto a la jerarquía de valores; en
el PN en cambio, primero se menciona el nombre y reino de Dios, y luego las necesidades de los
hombres. En cuanto a las diferencias terminológicas, conviene subrayar que la invocación abba
es única: nunca nadie antes había llamado a Dios abba, el balbuceo infantil que significa “padre
querido”. Jesús lo hace aquí y en el episodio de la oración en el huerto. La alocución expresa la
relación íntima de Jesús con Dios.
4. Conclusión
El PN se presenta en dos versiones, en los evangelios de Mateo y en Lucas. Las
características contextuales de los evangelistas hacen ver la intención que ha llevado a cada uno
a presentar la oración de Jesús. Para Mateo el PN está en el centro del sermón de la montaña,
auténtico discurso programático del Señor en el que proclama la nueva ley a sus discípulos y en
cierto modo a todo Israel. Esa ley culmina en el amor a los enemigos como el precepto más
sublime. Por ese motivo también, después de presentar las palabras del maestro que enseña la
oración, el Primer Evangelista reporta las palabras sobre el perdón en 6,14-15: “si vosotros
perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial...”
Perdonar para ser a su vez perdonados constituye la esencia y el punto focal de la oración, al
mismo tiempo que representa la regla suprema del amor. No sería extraño que Mateo haya
subrayado este aspecto para suavizar algunas tensiones dentro de la comunidad: no olvidemos
que judíos y judío-cristianos convivieron por un tiempo no breve, probablemente hasta el final
del primer siglo de nuestra era, cuando comenzó a perfilarse el definitivo parting of the ways.
La ambientación lucana es distinta. Los discípulos se admiran al contemplar a Jesús
orando, y le piden que les enseñe a rezar del mismo modo, recordando la pedagogía de Juan el
75
Ber 29b; 4,4.
22
Bautista con sus seguidores. El Señor enuncia el PN –quizá sea esta la forma original– y luego
insiste en la necesidad de la oración: “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os
abrirá” (Lc 11,9), les dirá después de haber narrado la parábola del amigo inoportuno, un modelo
de constancia. Para Lucas, que con frecuencia presenta a Jesús orando, es fundamental la
perseverancia y la insistencia en la oración, que llegan a convertirse en el resumen y en la
esencia, en la culminación del PN mismo.
La oración de Jesús por excelencia, el PN, no es solo el modo en que ha enseñado a sus
discípulos a dirigirse a Dios como Padre suplicando la venida del Reino, para que sirva como
enlace entre ellos y signo distintivo de los cristianos; es sobre todo la acción del Espíritu Santo
che actúa en su Humanidad santísima haciéndolo exclamar: Abba! Y es que, en efecto, el PN es
fundamentalmente una oración trinitaria. Al conmemorar este año el quinto centenario del
nacimiento de Teresa de Jesús, la grande Teresa de Ávila, se pueden concluir estas reflexiones
con una frase suya en torno al misterio divino:76 “Oh anima mía! Considera el gran deleite y el
gran amor que tiene el Padre en conocer a su Hijo y el Hijo en conocer a su Padre; y la
inflamación con que el Espíritu Santo se junta a ellos: y como ninguna se puede apartar de este
amor y conocimiento, porque son una misma cosa. Estas soberanas personas se conocen, estas se
aman y unas con otras se deleitan”.77
76
R. García Mateo, Dio come Padre secondo Teresa d’Avila, CivCatt 3963-3964 (2015) III, 239-249.
77
S. Teresa de Ávila, Exclamaciones 7,2, Rialp, Madrid 1981, 32.