Un Homenaje en Vida Al Viejo Rancio de Mi Padre
Un Homenaje en Vida Al Viejo Rancio de Mi Padre
Un Homenaje en Vida Al Viejo Rancio de Mi Padre
HIJO DE TIGRE
un Homenaje en vida al
viejo rancio de mi padre
“Hijo de tigre”
por Matías Belano
2015
Contacto autor:
[email protected]
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HIJO DE TIGRE
un Homenaje en vida al
viejo rancio de mi padre
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«Todos tenemos algún antepasado imbécil.
Todos, en algún momento de nuestras vidas,
encontramos el rastro, las huellas vacilantes
del más pelmazo de nuestros antepasados,
y al mirar ese rostro huidizo nos damos cuenta,
con estupor, con incredulidad, con horror,
de que estamos contemplando nuestra propia cara
que nos hace guiños y muecas amistosas
desde el fondo de un pozo.»
Roberto Bolaño
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PRÓLOGO
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pages menos conocidos que el suyo. Es el Felipito Camiroaga de
los nuestros, y yo le prendo velitas.
por Soltera
Autora del blog “Confesiones de Soltera”
sitio web: confesionesdesoltera.wordpress.com
Santiago, julio de 2015.
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EL INICIO
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todos lados y en cada rincón se respiraba un olor similar al que
surge del baño de un bar rancio, pero, como no soy mal hijo, fui
igual. Al entrar a su sucucho noté que no había ninguna sorpresa,
ni siquiera una torta con velitas o un globo colgado que diera
indicios de alguna posible celebración. “Mati”, me dijo, mientras
yo seguía buscando algún regalo por ahí, “¿Cuántos años
tení´ya?”, “Quince”, le respondí, “¿Y?” Me preguntó, “¿Hay
echao´a remojar el cochayuyo o no? ¿Sí? ¿No? Ya, filo, no me
respondai´, con esa cara de pajero es obvio que no, pero no te
preocupí´ campeón, que para eso está tu papá”. El viejo me pescó
de un ala y me tiró un chorro de colonia Old Spice que tenía en
su velador, sacó de ahí mismo unos billetes de diez lucas y me
dijo que íbamos a salir, porque mi sorpresa nos estaba esperando.
Era más que obvio, mi viejo me llevaría a un puterío.
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- Por 30 lucas, déjame pensar… – dijo Cristal, quien parecía hacer
cálculos en su mente – Por 30 lucas puede tener desde una
chupaita´ simple hasta un trombón oxidado con tuti.
- ¿En serio? – Consultó mi viejo abriendo los ojos como nunca –
¿Por 30 lucas un trombón oxidado?
- Demás – aseguró Cristal, guiñando un ojo y enseñando la punta
de la lengua – es mi especialidad.
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- Lo que quieras hijo, es tu cumpleaños, tu día especial… aunque
podríamos ir a comer algo antes, ¿O no?
- Sí, igual podría ser…
- Buena, ¿Tení unas dos lucas que me prestí? Acabo de gastar
toda mi plata, pero no quiero detallar en qué para no darte un mal
ejemplo… Ya po, ¿Tení o no? Yo sé que sí, pásamelas y vamos
a comernos unos tocomples en la bencinera que está en la otra
esquina, son mortales.
- Ya viejo… vamos.
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LA CHUBI
(O “LA HIJA DEL TÍO PATO”)
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– Matías, tenemos que hablar – me dijo el tío Pato cuando se fue
a vivir a la casa de mi madre – ¿Te acuerdas que un par de veces
te dijimos que podría ser buena idea la opción de que, tal vez
quizás, pololearas con mi hija?
– ¿Un par de veces? Tío Pato, me hueviaban con eso siempre,
sobre todo usted, recuerde que me obligaba a decirle “suegro”.
– ¡Exageras Matías, no era para tanto! La cosa es que la Chubi
vendrá bien seguido a esta casa, le haremos una pequeña pieza al
lado de la tuya, y bueno… tú sabes…
– ¿Qué yo sé qué, tío Pato?
– A ver… en pocas palabras: si se lo poní a mi niñita, te corto las
huevas y hago que te las comas por el hoyo, ¡Ahora la Chubi es
tu hermana! ¡Así que sin mirarla con otros ojos, no seas enfermo,
esa hueá se llama incesto! ¿Supongo que no quieres tener hijos
con cola de chancho, o sí?
– ¿Qué hueá está hablando tío Pato?
– Tú tienes los genes de tu padre cabrito, y no quiero que a mi
niñita le pase nada, mira que está 0 kilómetros, ¡Hazme caso
mocoso, cuando se trata de mi angelito hablo en serio!
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– Qué bueno… – respondió jadeante – al Max también le gusta.
– ¿Ah? ¿Perdón? – Dije interrumpiendo el polvo – ¿Que a quién
le gusta?
– Al Max po Matías, mi pololo.
– ¿Pololo? – Le consulté incrédulo, al borde del llanto, sacando
mi cosa entristecida desde su interior – ¿Pero cómo vas a tener
pololo, si estás haciendo el amor conmigo?
– ¿Haciendo el amor? Yo no estoy “haciendo el amor” contigo,
yo estoy “culiando” contigo, no te confundas.
– Pero, pero… pensé que yo te gustaba…
– ¡Pucha Matías, viste que erí hueón! Podríamos haberlo pasado
súper, pero te poní mamón a la primera metida. Iré a mi pieza
para terminar lo que tú no supiste hacer será mejor, ¿Tu celular
Nokia tiene vibrador? ¿Sí? Me lo llevaré prestado, te lo devuelvo
mañana lavadito, no te preocupes.
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– ¿Qué sabor?
– ¡Tranquilo! Déjame dar mi veredicto… estuviste con una
joven… de tez blanca, pelo castaño, alta, ¿Me equivoco?
– Pero viejo, ¿Cómo supiste?
– ¡Silencio te dije! – Me regañó mientras cerraba los ojos y
pasaba la lengua por sus labios – Lo último que comió esa cabra,
antes de que te la cepillaras, fue una mitad de pan con palta… y
un café…
– Viejo, esto es increíble, ¿Cómo lo haces?
– ¡Calma! Otra cosa que puedo detectar… es que está más
recorrida que la chucha, por lo bajo se la han mandado a pecho
unos cuatro hueones sólo este mes. Dime algo Mati, ¿Fuiste
donde el flaco Lucho a servirte una chiquilla… y no me invitaste?
– ¡No viejo, nada que ver! Si la niña con la que me metí es buena
cabra, linda, simpática, me dejó súper enamorado y quería
consejos para dejarla rendida a mis pies.
– ¿Y se puede saber quién es?
– Te cuento, pero no le digái a nadie, me puedo meter en
problemas, ¿Está bien?
– ¡Me extraña Mati hueón! ¿Cuándo te he dejado mal yo? A ver,
dime po.
– Bueno viejo… la mina con la que metí es… la Chubi.
– ¿La Chubi? ¿La Chubi Chubi? ¿La hija del hueco del Pato?
– Sí viejo, esa misma…
– ¿Me estay diciendo que te afilaste a la hija del Pato?
– No me la “afilé” viejo, le hice el amor, que es algo muy distinto,
mira, te explico…
– ¡Después hablamos Mati hueón! ¡Voy al tiro a agarrar pal
hueveo a ese saco de hueas! ¡Jajajaja! ¡Grande campeón, me
alegraste el día!
– ¡Viejo no! ¡Por la chucha no!
Salí corriendo tras él, pero sus deseos de hueviar al tío Pato
le brindaron una velocidad sobrehumana. Y ni les cuento como
lo huevió, me basta con decirles que esa misma tarde me tuve que
ir a vivir con mi viejo por un buen tiempo, a la Chubi la mandaron
a un internado de niñas ubicado en algún lugar recóndito del sur,
y el tío Pato… puta, el tío Pato empezó a contarme cada vez que
se tiraba a mi vieja, “para que sepas qué se siente que se lo metan
a un ser querido”, me dijo.
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EL VIAJE A PUERTO VARAS
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arbustos, divisamos dos siluetas enormes, que lucían al viento
unas largas cabelleras rubias. Mi viejo detuvo el auto a pocos
metros del lugar.
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Mi viejo se bajó, dio un portazo para hacerse el choro y
partió donde sus supuestas alemanas. Conversó con la más alta
un momento, y ésta lo tomó de la mano y se lo llevó hacia los
arbustos que estaban pocos metros más allá. La otra se quedó
tranquila, de pie, fumando un cigarro tras otro. 10, 20, 30 minutos
pasaron, y apareció mi viejo con cara de triunfo, metiéndose la
camisa dentro del pantalón, subiéndose el cierre e intentando
peinarse el poco pelo que le iba quedando. Se subió al auto
sonriendo, pasado a colonia Coral mezclada con sudor, y me dice:
– Mati…
– ¿Qué?
– Sí, eran travestis.
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EL MECHONEO
– ¿Aló, papá?
– ¿Con quién hablo?
– ¿Cómo que “con quién hablo”? Si te dije “papá” po, ¿O acaso
tienes más hijos?
– ¡Ah, Matías! Ahora caché que eras tú, por lo llorón.
– Mira viejo, no te llamo para pelear, sino para recordarte que
entro a la Universidad el lunes y aún no me pasas la plata que me
prometiste.
– ¿Y para qué querí plata Mati hueón? ¿Acaso cobran entrada en
la U?
– Viejo, ni siquiera he comprado cuadernos, ni tampoco mochila,
¡Además tengo pura ropa vieja! Te dije que quería comprar unas
camisas para no verme tan pendejo, ¿Te acordái?
– Pero Matías, se nota que no cachái nada de la vida…
– ¿Por qué lo dices?
– Por el mechoneo po Mati hueón, ¿Para qué te vai a comprar
hueás nuevas, si llegarán los pailones de segundo y te harán tira
todo?
– Pero viejo…
– Mati, los primeros días tení que ir con ropa vieja, gastada, esa
que no te quieres poner nunca más.
– Ya viejo, te la compro, pero igual necesito una mochila.
– ¡Es lo mismo po Mati hueón, igual te la mancharán con huevos
y harina! Lleva los cuadernos en bolsas plásticas no más, todos
los universitarios hacen lo mismo.
– ¿Seguro viejo?
– ¡Seguro po hombre! ¡Si yo sé de lo que hablo! Mañana ponte
tu ropa más fea, esa polera de Metallica que tienes manchada con
cloro y esos pantalones que tienen un hoyo justo en las huevas.
Y si no te mechonean el primer día lo harán el segundo, y si no
es en el segundo será al otro día, la hueá es que tienen que lograr
el “factor sorpresa”.
– Bueno viejo, te haré caso…
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– Y Matías, para que veas que soy buen padre, ven a la casa que
tengo un saco lleno de ropa vieja, sucia y hecha mierda que me
regaló un amigo que trabaja en el Hogar de Cristo… ahora es toda
tuya… ¡Todo sea por mi hijo!
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LA MOROCHA
(O “LA HERMANA DEL TÍO PATO”)
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experiencias y conocerse a sí misma, o una hueá así, y durante
todo ese tiempo mi viejo dio jugo esperando su retorno, “piénsalo
Mati hueón”, me decía, “si la negra ya era rica hablando como
punga, imagínatela cuando vuelva hablando como española,
igual que las minas de las pornos que te mostraba a ti y a tus
compañeros de curso cuando venían a estudiar, ¿Te acordái?
¡Daría mi vida por ponerle la puntita aunque sea Mati hueón! ¡La
puntita no más, con eso me conformo!”. Y no era para menos, mi
viejo siempre estuvo obsesionado con la Morocha, pero escondió
la calentura hacia ella durante toda su juventud debido a la
profunda amistad que lo unía con el tío Pato, y después no le
quedó otra que seguir aguantándose por culpa de su compromiso
con mi vieja, hasta que el matrimonio terminó y, gracias a mi
impertinencia, cachó que su gran amigo se servía a su ex esposa.
Luego de aquel descubrimiento, la primera determinación que
tomó fue taladrarse a la hermana del traidor a como diera lugar,
pero los años pasaron y la Morocha no daba señales de regresar…
hasta el invierno del 2010, cuando el tío Pato me despertó para
contarme que su gemela andaba de vacaciones y me pidió,
amablemente, que fuera al supermercado y comprara un sin
número de hueás anotadas en una lista, todo con el noble fin de
darle a la visitante una bienvenida como correspondía. “Obvio
tío, voy de inmediato”, le dije intentando parecer educado, “pero
déjeme ir a saludar a su gemela primero pues”, “no Mati, no te
preocupes”, me respondió, “ella está en el baño ahora, así que
cuando salga puedes entrar a ducharte y luego vas a comprar lo
que te pedí, ¿Te tinca?”. Igual quería demostrarle al tío que podía
confiar en mí, así que partí sin reclamarle nada… pero cuando
volví a la casa cargado hasta el cogote con las bolsas del súper
noté que este viejo maricón había cambiado las chapas de la
puerta y, no conforme con eso, dejó en el suelo un bolsito con
ropa junto a una nota que decía “No dejaré que te acerques nunca
más a una de mis familiares pendejo culiao caliente. P.D.: Si le
cuentas a tu papá que la Morocha está en Santiago, quemaré el
casete de “Cachureos” autografiado por el cabezón Marcelo que
tienes guardado desde los 12 años en tu velador”.
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detuviera me empujó hasta su pieza y ahí me dejó encerrado bajo
un montón de llaves, aunque esta vez se paleteó y por debajo de
la puerta me lanzó unos trozos de charqui por si me daba hambre.
Volvió al otro día y, pese a que yo no tengo su talento, pude oler
en todo su ser una mezcla de pelo quemado y paila marina.
– ¡Ostia Mati! ¡Es que ni de coña imaginas cómo folla esa mujer
tío! – Exclamó casi llorando de emoción con un acento español
más que ridículo.
– ¿Y por qué estái hablando así? ¿Estuviste un rato con la
Morocha y se te pegó la hueá? ¡Aunque la verdad es que no me
interesa escucharte viejo! ¡Menos mal debajo de tu cama teníai
unas chelas, o si no me muero de sed!
– ¡Me cago en la leche Matías! Joder, todo lo que te importa es
charlar de ti, ¡Qué chorrada!
– Mira, si querí que te escuche habla como chileno, parecí
hueón… Y puta, ¿Se enojó mucho el tío Pato?
– ¡Sí po! ¡Ja! Más que la rechucha, ¿Pero qué le iba a hacer? La
Morocha volvió de España prendiéndole velas a la corneta, no
tuve ni que rogarle para que me abriera la puerta y me dejara
pasar, así que ahí mismo en tu cama le dimos guaraca.
– ¿Pero el tío qué hizo? ¿Me mandó a decir algo?
– ¡Ah, sí! Ahora que lo dices, huevió caleta con que había sacado
un casete de “Cachureos” de tu pieza… empezó a gritarnos que
si no parábamos de afilar te lo iba a quemar.
– ¿Y tú no hiciste nada?
– ¡Obvio que sí po Mati! ¿Cómo no iba a hacer nada? Para puro
sacarle pica al hueón me mandé un “¡El grito, el grito, el grito!”
justo antes de que la Morocha se fuera cortada aullando como un
coro de mil cabros chicos chillones… El casete te lo hicieron
mierda sí, lo siento, el hueco del Pato no me dio posibilidad de
negociar… Pero para que no estés triste grabé casi todo el polvo
con mi celu… ¿Qué? ¿No lo querí ver acaso? ¿Para qué llorái
Mati hueón? ¡Dime que soy mal padre ahora po!
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LA ESTATUA HUMANA
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de ser “estatua humana”, y la verdad es que le fue bastante bien,
se instaló cerca de la Plaza de Armas y hacía sus rutinas a cambio
de las monedas que la gente le tiraba. Para perfeccionar su técnica
se consiguió un libro llamado “Los secretos de la actuación”, y
fue ahí de dónde sacó que, para interpretar mejor a su personaje,
debía vivir y sentir como él el día entero. Por supuesto, mi viejo
entendió todo mal… o mejor dicho, entendió todo a su favor.
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me quedaban, y comencé a seguirle el amén a mi papá. Le pedía
plata para mi carrete, le echaba $100 y él hacía movimientos de
cualquier cosa; le tiraba $100 nuevamente, le decía “ya po viejo,
tengo que ir a ese carrete, es el cumpleaños de la mina que me
gusta”, y él se paraba en una pata, ponía unas caras raras y de
nuevo quedaba como estatua. Le tengo que ganar por cansancio,
pensé, y una a una fui tirando las moneditas, y él respondió cada
aporte con un movimiento distinto, hasta que se me acabó la plata
y no me quedó otra que rogarle.
Mi viejo se volteó hacia mí, por primera vez esa noche sin
la necesidad de que le lanzara una moneda, y me dijo
emocionado.
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viejo hacía teatro callejero. Hijo de tigre tenía que salir pues, nada
más.
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LA LLAMADA Y EL BESO
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servicio, su papi la convirtió en un clandestino. Y la verdad es
que el lugar era bastante simpático, tenía una mesita de madera,
seis cajones para sentarse y un papel mural hecho de puras
Bomba 4 pegadas una al lado de otra. La especialidad de la casa
era el vino tinto con azúcar, pero aquella noche, y debido a que
habían visitas ilustres, estaban tomando pisco con jugo Yupi de
naranja. El flaco Lucho estaba tirado en el piso durmiendo, y su
esposa – de bata, despeinada y con un pucho en la boca – era la
mesera.
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– Sí, ¿No les dijo mi… hermano… que yo era piola?
– ¿Tu hermano? Si sabemos hace rato que el viejo es tu papá,
estuvo toda la noche hueviando con que iba a venir su hijo, y a
medida que se iba curando empezó a decir “mi hermano”… Si no
somos tan hueonas nosotras.
– ¡Ja! Mi viejo…
– ¿Y cómo te llamái lolito?
– Mati – respondí.
– Mati… ¿Y no me vai a preguntar mi nombre… Mati?
– Disculpa – le dije, tomándome mi vaso al seco – ¿Cuál es su
nombre, señorita?
– Mi nombre es Yarittza… con dos T.
– Así veo…
– Tení la misma cara de caliente que tu papito, Mati… porqué
mejor no nos dejamos de hablar y…
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– ¡Jaja! No me vai a creer Mati hueón, ¡Pero la Yarittza me la
estaba chupando justo antes de que tu llegarai! ¡Y después le diste
un beso! ¿Viste? ¡Ahora tienes una parte mía dentro de ti!
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EL PUB
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– Vamos.
La niña nos pasó dos carpetas que tenían el nombre del pub
y su logo en la portada. Abrí la mía y noté que todos los tragos
venían con su correspondiente descripción y una foto al lado,
menos mal, así mi padre no se perdería tanto. Pero nada de eso,
le miré el rostro y su cara estaba descompuesta, se notaba que no
entendía nada, pero ya no iba a reconocerlo, estaba dispuesto a
adaptarse, así que no me quedó otra que dejarlo tranquilo.
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– Buenas noches, ¿Ya decidieron? – Consultó la mesera.
– Sí – le respondí – andamos con harta hambre, así que tráiganos
una chorrillana… y para tomar, yo quiero una piscola.
– ¡Puta Mati hueón! ¿Cómo es la hueá? – Consultó molesto mi
viejo.
– ¡Pero viejo, si yo he probado todos esos tragos ya, tú eres el que
tiene que experimentar sabores nuevos!
– Ya, pero no me dejes en vergüenza delante de la dama…
Perdónelo señorita, mi cabro no está acostumbrado a salir, es
medio antisocial.
– No se preocupe caballero, suele pasar… ¿Y usted ya decidió
qué quiere tomar?
– ¡Pero por supuesto! – Respondió canchero, empoderado, seguro
de sí mismo – Quiero un “Macarena”.
– No señor, eso no… – Le respondió la niña.
– ¿Ah, no tiene? – La interrumpió – Bueno, entonces deme un
“Aserejé”.
– Es que… no…
– ¿Tampoco? ¡Chuta! Ya, a ver, ¿Un “Salomé”? ¿No? ¿Un
“Lamento boliviano”? ¿Tampoco? A ver… ¿Un “Paramar”?
– ¡Señor! – Le dijo la mesera, alzando la voz para poder hablar al
fin – ¡Esa es la lista de canciones para el karaoke, la carta de
tragos es esta otra!
– Mati, ¿Nos vamos? – Me dijo.
– Vamos – respondí, tan avergonzado como él.
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LA BOLETA
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preciso para caminar las cuadras que restan para llegar donde el
flaco Lucho, presentarme con la cabra, lavarme las berenjenas y
empezar a taladrarla.
– Y bueno, ¿Te tomaste la pastilla?
– Sí po, saco la pastilla de su envase, el chico Maicol me pasa el
agua, me tomo la hueaita, le devuelvo el vaso, le digo gracias, y
en eso aparecen dos funcionarios de Impuestos Internos a
fiscalizar al chico Maicol, un hueón y una mina… igual rica la
mina.
– Ya… ¿Y?
– Nada po, me preguntan si compré ahí, les digo que sí, me
preguntan qué compré, y puta, me dio vergüenza decirles, así que
me empecé a poner rojo, y al mismo tiempo ellos se empezaron
a poner más catetes, que dónde está la boleta, y la boleta y la
hueá, ¡Y ese chico Maicol nunca ha dado boleta po! Pero yo
tampoco iba a echarlo al agua…
– ¿Y por eso te fuiste a esconder detrás del kiosko de la señora
Pepa?
– No, nada que ver, me empecé a agarrar con el hueón, le dije que
no tenía derecho de meterse en la privacidad del cliente, y
después me puse a reclamarle lo mismo a la mina, y no me doy
ni cuenta que, mientras me iba agitando, al mismo tiempo se me
iba parando la corneta.
– ¿Ah?
– Eso po Mati hueón, se me empezó a parar la diuca, la mina de
Impuestos Internos seguía hueviando con lo de la boleta, cuando
de pronto se queda callada, abre los ojos así bien grandes, y se
pone a gritar “¡Cochino, degenerado, viejo caliente!”. Ahí miré
para abajo y caché la media carpa.
– Puta que erí rancio viejo…
– No si soy inocente, la pastilla culiá tuvo la culpa. El punto es
que le dije a la mina que aprovechara el vuelo que se estaba
pegando con tanto grito y que me hiciera bajar la hinchazón del
arrollado de venas, porque a esta edad no puedo andar
desaprovechando los momentos en los cuales la diuca se me pone
como un fierro.
– ¿Y ahí tuviste que salir arrancando?
– Ahí tuve que salir arrancando. Su colega, que me tinca que se
la comía, se abalanzó sobre mí para sacarme la chucha y, como
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yo le hice el quite, el hueón le pegó al vaso con agua que estaba
sobre el mesón… con el mismo líquido se tropezó y se sacó la
cresta, sumándole la mala cuea´ de que, justo cuando iba cayendo
y gritando con la boca abierta, le pegué un estacazo con la penca
en todo el hocico, ¡Casi le vuelo un diente de un pichulazo! La
mina sacó el celular para llamar a los pacos, y no me quedó otra
que salir corriendo con las patas abiertas y con el tremendo tronco
entre medio. Así que aquí estoy. No puedo ni caminar, porque
capaz que me lleven preso por andar luciendo la herramienta a
plena luz del día.
– Creo que me convenciste, pero sólo porque me diste pena. Voy
saliendo, ¿Qué quieres que te lleve? ¿Un chaleco para taparte?
¿Calzoncillos? ¿Hielo?
– Sólo apúrate… cuando estés frente al kiosko de la señora Pepa
dile al taxista que dé un bocinazo y correré a subirme, después
sólo tendrá que andar un par de cuadras para llegar donde el flaco
Lucho.
– Espera, ¿Aún tienes ánimo de ir donde el flaco Lucho, después
de todo lo que te pasó?
– ¡Y qué quieres que haga Mati hueón! ¡Si se me paró tanto la
corneta que apenas me queda cuerito para cerrar los ojos!
Desaprovechar una erección debería ser considerado pecado, así
que a ver a la negra sudorosa se ha dicho.
– ¿Y si se aburrió de esperarte y se fue? ¿O si perdiste tu turno y
está tirando con otro? ¿No has pensado en eso?
– Bueno, si es así no me quedará otra que ir donde tu mamá,
curarla y hacer lo mejor que sabemos hacer. Tú tendrías que
distraer al Pato eso sí.
– Te dije que no me prestaría para eso nunca más.
– Matías…
– ¿Sí?
– Puta que eres mal hijo hueón.
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LA OPERACIÓN
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salud tenía razón, así que me la tiré, me dormí y al otro día fui
donde un veterinario amigo que me confirmó el problemita. Al
lunes siguiente visité a un urólogo que, luego de tomarme la bola
izquierda, apretarla y zamarrearla, me diagnosticó hidrocele.
“¿Qué es esa hueá, doctor?”, Le pregunté, “en pocas, palabras,
tienes agua en el testículo, así que hay que abrirlo y drenarlo”,
me respondió. Sonaba doloroso, pero filo, le pedí que programara
la operación para esa misma semana y así lo hizo. “Matías”, me
dijo antes de retirarme de su consulta, “vas a estar más de dos
semanas en cama, con dolores fuertes y casi sin poder caminar
los primeros días… así que alguien tiene que cuidarte, atenderte
y preocuparse por ti, ¿Está bien?”. Y no, no estaba bien para nada,
toda mi familia andaba visitando a unos tíos del sur… bueno, casi
toda mi familia… mi viejo estaba en Santiago.
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– No estoy para bromas viejo, me duele más que la cresta, por
eso necesito quedarme en tu casa un par de días, o por lo menos
hasta poder caminar sin dolor.
– ¡No hay problema po hijo! ¿Cuándo te he dejado de lado yo a
voh?
– Mira – le dije entregándole un sobre con varios billetes de 20
lucas – te voy a pasar esta plata para que compres cosas para
comer o para cualquier otro gasto, no te preocupes por los costos,
sólo necesito que, a medida que lo vaya necesitando, me traigas
comida a la cama, nada más que eso, ¿Crees que te la puedas?
– ¡Pero claro po Mati hueón! ¡Yo te voy a atender como un rey!
¡Tal como atendía a tu madre antes de que me cambiara por el
hueco del Pato!
– No te quitaré mucho tiempo viejo – le dije con voz de dolor –
apenas me sienta mejor me devuelvo a mi departamento.
– ¡Oye pero cuéntame de qué te operaste po! – Me interrumpió –
No me digái que andabai haciéndote un cambio de sexo…
– Me operé de un testículo… tenía agua, así que me lo tuvieron
que abrir para estrujarlo.
– ¡Ah conchesumare! ¡No hay cosa peor que el dolor de huevas!
¿Puedo ver?
– ¡No viejo, cómo se te ocurre!
– Ya po Mati, si estamos en confianza – me dijo mientras
levantaba las sábanas, me corría el parche y dejaba al descubierto
mis bolas depiladas. Por culpa del dolor apenas me resistí – ¡El
manso tajo Mati hueón! ¡La cagó!
– ¿La dura? No me he mirado.
– Sí Matías – me dijo un poco más serio – ¿Sabes qué? Desde
hoy bautizaré a tus huevas como “la bonita” y “la de la cicatriz”.
– Pero viejo… necesito tu apoyo, no que me molestes.
– ¡Jajaja! “La bonita” y “la de la cicatriz”, me salió buena la talla,
voy a ir a contársela al flaco Lucho y vuelvo, no me demoraré
nada, quizás me tome una pilsoca, ¡Pero nada más!
– Viejo, recuerda que necesito que me cuides, para eso te pasé la
plata.
– ¡Si voy y vuelvo Mati! ¡Espérame despierto!
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Pero no como cualquier hueva, como mi hueva. La de la cicatriz,
no la bonita.
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ESTO SÍ, ESTO SI ES PUNK ROCK
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CUMPLEAÑOS N° 9
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– Pero Matías… cómo es posible…. ¡No te preocupes! Yo misma
me encargaré de traerte un regalito mañana, ¿Bueno? Y todos tus
compañeros también te traerán algo, ¿Cierto niños?
– ¡Sí-se-ño-ri-ta! – Chillaron todos.
– ¿Y bien Matías? – Retomó la profe – ¿Estás contento, cierto?
¿Tienes algo que decir?
– ¡Sí señorita! ¡Muchas gracias! ¡Estoy tan feliz que tomaré mis
ahorros y le traeré un regalito también, como agradecimiento!
– ¿Ah sí? Miren niños qué educadito es el Matías, ¿Y se puede
saber qué regalito me traerás?
– Sí, claro, iré a una tienda de música y le compraré una corneta,
mi papá siempre dice que a usted le hace mucha falta una…
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WLADIMIR
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– Mira Matías, aunque no lo creas déjame decirte que yo no soy
un hueón cartucho, en mis carretes he visto a hueones fumar de
todo, meterse hueás por la nariz, por la boca, por los brazos y
hasta por el chico, pero nunca Mati hueón, nunca nunca, había
visto a alguien volarse por los ojos…
– ¿De qué hueá estay hablando viejo?
– ¡Eso po Matías! Estos mocosos reventados, no conformes con
todo lo que fumaron, sacaron un frasquito blanco que tenía como
un líquido transparente dentro y, como si nada, comenzaron a
tirarse unas gotitas en ambos ojos, ¡Matías por Dios, eran sólo
unos lolitos y se estaban drogando por los ojos frente a mí!
– Pero viejo, no cachai na´…
– ¿Cómo que no cacho? Claro que cacho po, si les pedí que me
convidaran un poco para ver de qué se trataba, les pregunté qué
era y me respondieron “Wladimir”, o algo así, ese debe ser el
nombre que le pusieron en la calle a esa maldita droga.
– Viejo, escuchaste mal de puro curao, tu supuesta droga no se
llama “Wladimir”, sino “Clarimir”, ¡Y no es para volarse papá
por la chucha, es para quitarse el rojo de los ojos!
– ¿Y qué sabí voh Mati hueón? Si yo la probé po, ¡Yo, no voh!
Y apenas me eché me comencé a sentir extraño, tanto así que, al
intentar ponerme de pie, me vino un mareo repentino que casi me
mandó al suelo de hocico y, del puro susto, me cagué… sí, así tal
cual, me cagué entero Matías, y todo por culpa de esa sustancia
desconocida. Fue tanta la hediondez que a los cabros se les pasó
toda la volá y salieron corriendo quién sabe con qué destino…
Pero no importa, la vida es corta y más temprano que tarde tenía
que abrir las puertas de la percepción.
– Viejo, si te cagaste fue de chancho, eso te pasa por andar curao
tan temprano, así que puta, una vez más te pediré que te
comportes, ya no estás en edad para esos trotes.
– Tienes razón Matías… esta vez tienes razón.
– Gracias por escucharme papá, a veces los jóvenes le
achuntamos a lo que decimos, sólo es cosa de prestarnos oreja.
– Así será desde hoy en adelante hijo… y Mati, aprovechando
que eres joven, ¿Puedo preguntarte algo?
– Sí obvio, ¿Qué cosa?
– ¿No tení mano pa unos Wladimir? Como que ando angustiao
últimamente y el cuerpo me lo está pidiendo, ¡Tú cachái po perro!
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MIS ABUELOS PATERNOS
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– ¿De veras Aureliano? ¿Tení hambre o estay bromeando
conmigo?
– No mi vieja, si te juro que hoy desperté como nuevo… aún no
estoy bien del todo, pero algo es algo.
– ¡Qué felicidad! Ya, cuéntame, ¿Qué quieres comer?
– ¡Uf! No como hace tanto tiempo que no sabría por dónde
comenzar.
– Dime no más, déjame regalonearte, mira que me he portado
bien mal contigo… y me siento culpable por eso.
– Bueno viejita… ¡Ya, anota! Quiero jugo natural de naranja,
pero no de cualquier naranja, quiero de las que venden en el
negocio de doña Paz, sé que queda lejos, pero ya que insistes en
regalonearme… después pasa donde don Carloncho y le dices
que te venda un litro de leche de vaca, pero que no le eche agua,
sé que es más cara, pero vale la pena cada peso; por el camino
compra pan amasado, palta, jamón y una docena de huevos;
también quiero queso, el Juan Tufo vende uno muy bueno, pasa
donde él; ¿Sabes qué nunca he comido, y quiero probar antes de
que me pase algo? Tocino, no sé dónde venden, pero si buscas
bien puedes encontrar. ¡Ah! También trae harina y manjar para
que me prepares unos panqueques, me acaba de dar ese antojo.
– Pero viejo… ¿No será mucho?
– Es que tengo hambre…
– Bueno viejo, pero lo haré sólo por ti, para que veas que te sigo
amando.
– Gracias viejita…
– Ya, voy y vuelvo, prepárate para el mejor desayuno de tu vida.
– ¡Ah! ¡Viejita!
– ¿Sí Aureliano?
– ¡Tráeme el diario también!
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colchón y le dijo “listo mi amor, tu desayuno está servido”, pero
don Aureliano no respondió, y claro que no lo iba a hacer, porque
su corazón había dejado de latir pocos minutos antes, junto con
un último suspiro que nadie escuchó. Doña Tencha quedó
petrificada, su cara se tornó roja y sólo abrió la boca para
exclamarle al cuerpo de su amado algo como “¡Viejo
reconchetumadre! ¿Cómo chucha me hací cocinarte todas estas
hueás si te vai a morir mal agradecido culiao? ¡Ojalá te vayái al
infierno Aureliano hueón! ¡Ojalá se te achicharren las hueas allá
abajo! ¡Y ojalá que sigái recagao de hambre mientras te lo pone
Satanás!”.
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MEMORIAS DE UN VIEJO RANCIO
I. MURIÓ LA FLOR.
¿Que desde cuándo soy rancio? Eso sí que no hay cómo
saberlo po Mati hueón. Si preguntai así, de golpe y raja, se me
viene la mente la primera vez que mi instinto me obligó a chupar
hasta quedar cagando sangre, ¿Te conté esa historia? ¿Sí? No
importa, te la cuento de nuevo: tenía yo diecisiete años y la
Paloma dieciséis y medio… lo recuerdo porque cuando nos
conocimos se presentó de esa forma: “Yo soy la Paloma, y tengo
dieciséis y medio”. Me llamaba la atención eso de la Paloma,
nunca se refería a una cifra de forma exacta, siempre le agregaba
el “y medio” al final, vaya a saber uno porqué, a veces las minas
se les ocurren hueás raras y hay que dejarlas ser no más po…
“quiero un pan y medio”, me decía, o “juntémonos en diez
minutos y medio”, o “te daré la pasada cuando llevemos dos
meses y medio”, y así a todo hasta que la pillé, o mejor dicho,
hasta que me pescaron pal´ hueveo y terminé sacándole todo el
rollo… Y es que nunca pesé que la Paloma fuera tan buena pal´
leseo, aunque debí suponerlo cuando me puso un atraque la
misma mañana en que la conocí, como agradecimiento por
haberle dado un poco de confort apenas noté que estaba que se
meaba afuera de los baños del liceo. Nos pusimos a pololear
apenas terminó de echar la corta, y si eso no es amor a primera
vista, entonces no sé lo que es.
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paseándome de la mano con la pérfida infiel… Pero era la
Paloma, yo la amaba, dejé de juntarme con mis amigos por salir
con ella, gasté las pocas chauchas que mi viejo me daba en
comprarle chicles y chocolatitos, ¿Y así me pagaba? Pensé en lo
que le diría cuando me la topara, unos treinta pasos más adelante,
y te juro Mati, ideé, así a la rápida, un discurso maduro y sensato,
plagado de palabras conciliadoras y sin rencores, pero cuando la
vi sentada al medio del pasillo, con su pelo mojado y sus labios
pintados de un rojo intenso, le grité una cantidad de chuchadas
dignas de un gorriao´ realmente dolido. No hizo ninguna mueca
de molestia o de sorpresa, mis descargos le dieron lo mismo, así
que continuó mascando chicle con la boca abierta y haciendo
globitos de vez en cuando, mientras miraba hacia otro lado para
hacerme saber que no me estaba pescando. “¿Me cagaste?”, Le
pregunté al fin, “¿Con quién?”, “Sí, lo reconozco”, me respondió,
“te cagué medio a medio, pero no sé, no me acuerdo de cómo se
llamaban, no le ando preguntando el nombre a cualquier
desconocido”… “O sea, ¿Fue con más de uno?”, Le consulté casi
llorando, “Sí”, me confesó, “Si quieres la verdad, sí, te gorrié´
con cinco hueones y medio”, “¿Con cinco y medio? ¿Cómo es
eso?” Y me lo aclaró: “Es que con cinco pasó de todo, y el que
iba a ser el sexto no sabía bien lo que estaba haciendo y, en vez
de chantarme la corneta, intentó meterme un coco, y bueno, tú
entiendes… cinco y medio…”. Como no soy rencoroso ni nada
de eso, sólo di media vuelta y seguí avanzando. Con la poca plata
que tenía en el bolsillo pasé al clandestino del guatón Lalo, que
estaba cerca de mi liceo, y me compré una caña de vino para
ahogar las penas, y al rato un viejo chichero, que al parecer
andaba en las mismas, se rajó con otra, y después el guatón, que
también era un gorriao´ connotado, se puso con la última. Camino
a casa me zampé el chocolatito en la jeta para que mi vieja no me
cachara el tufo a tinto, sólo así podía perpetuar mi imagen de niño
bueno y seguir viviendo como si nada hubiese pasado.
Me cachó igual, ya todo estaba perdido.
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II. MEJOR ES MORIR, MORIR.
Pero, tal como tú sabes Matías, el tiempo todo lo
borra… Pero en aquella época el tiempo avanzaba demasiado
lento, así que me convencí de que tenía que eliminar el mal
recuerdo tal como lo hago hasta el día de hoy: curándome como
chancho. No le hice asco a nada: desde el liceo me iba a la plaza
con los cabros de cuarto, y una pilsen tras otra maldecía a la
traidora que me había roto la cuchara. Cuando comenzaba a
atardecer iba a buscarles cháchara a los viejos que se paraban
cada noche en la esquina del pasaje, con la sana intención de que
se rajaran con unas cañitas de vino en el clandestino del guatón
Lalo o donde fuera, para terminar de madrugada esperando que
abrieran cualquier picá´ cercana para ir a nivelar la caña y partir
a clases nuevamente. En esas aventuras de cantina conocí a la
Pepa, una jovencita simpática que había viajado desde Rancagua
a la capital para probar suerte como garzona en el clandestino del
guatón Lalo, justo cuando a este compadre se le ocurrió que debía
ampliar su rubro y no vender sólo copete, sino también ofrecer
buena atención… ¿Qué hueá Mati? ¿Nunca te hablé del
clandestino del guatón Lalo? Puta, ahí era donde trabajaba la
Pepa, un boliche común y corriente en el cual siempre sonaba
música alegre, pero despacito, para que los vecinos no pintaran
el mono por el ruido, y las meseras, muy simpáticas todas,
conversaban larga y tendidamente con sus clientes, todos ellos
señores esforzados que necesitaban relajarse un rato luego de sus
extensas jornadas laborales, y así, con la música bajita, bailaban
toda la noche, aunque lo que más se oía era una sonajera de
zapatos y tacos golpeando el suelo de madera. El único descanso
entre baile y baile se lo tomaban para ir a unas piezas
especialmente destinadas para dormir un rato, según me
explicaron cuando era cabro, aunque nunca entendí bien el
porqué siempre los viejujos salían más cansados de lo que
entraban, pero bueno, no me voy a poner a juzgar yo la calidad
57
de los colchones, si nunca los probé… creo… El punto es que
una noche, mientras me tomaba una garrafa con un taxista colega
de mi papá, apareció ella, caminando directo hacia nuestra mesa,
sonriente, efusiva, atrevida, y se sentó sobre mis piernas
presentándose con una naturalidad admirable, “Buenas noches
muchacho, yo soy la Pepa”, me dijo simplemente, “¿Pepa,
cuánto?”, Le pregunté para saber cuál sería el segundo apellido
de mis hijos, ya totalmente enamorado de su figura, “cincuenta”,
me respondió, pensando de seguro que le había preguntado por
su edad, me imagino. Raro de todas formas, a simple vista yo no
le echaba más de veinticinco, pero eso me gustaba de ella, su
mezcla rara entre torpeza y atrevimiento, porque, si bien
estábamos en pleno invierno y ni siquiera la más cabezona de las
piscolas calentaba el cuerpo, lucía un peto escotadísimo y una
minifalda de infarto Matías, voh ni te la imaginái, ni siquiera
comparable con los orcos que te hay comido a lo largo de tu vida.
Me quedé pegado un rato en su perfume, llegando al punto de
enterrar mi nariz en su cuello sólo para olerlo mejor, entonces me
preguntó qué hacía un cabrito tan joven como yo en un lugar
como ese y una montonera de cosas más: que en qué trabajaba,
que si mi familia tenía plata, si acaso iba a pasar la noche ahí, si
acaso mi viejo era millonario, que si la encontraba bonita, que si
mi vivía en una mansión, nada que sonara fuera de lo común, y
en el calor del enamoramiento y la borrachera, vaya a saber uno
las respuestas que yo le daba. A partir de ese momento, todos son
recuerdos borrosos, pero lo que sí no podré nunca olvidar es la
imagen de la Pepa besándome apasionadamente, invitándome a
conocer su pieza, mientras yo no paraba de decirle que la amaba,
así tal cual, a primera vista y sin dudarlo, jurándole que a ella le
regalaría el cielo y la tierra, y si quería que le regalara algo más
era cosa de que pidiera, así de corta, mientras a cambio le pedía
pololeo incansablemente, y ella me decía “sí, papito, lo que
quieras, yo cumpliré tus fantasías, tú sólo déjate llevar”. Al
parecer, el taxista amigo de mi viejo la conocía de antes, porque
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le dijo en algún momento “atiéndeme bien al cabro, mira que está
cero kilómetros, y no te preocupí` por la plata, después voy yo y
me hací un dos por uno”, y si bien no logré comprender del todo
a qué se refería, eso ya daba lo mismo, la Pepa me extendió su
mano, me tomé la última piscola al seco, me puse de pie de un
salto y ¡Paf! Se me apagó la tele.
III. Y VOLVERÉ
Al otro día desperté en mi casa, con una sed del demonio,
sin billetera ni chaqueta, pero enamorado hasta las patas. Corrí a
la cocina, me preparé un litro de ulpo con hielo pa´ la caña y me
lo zampé de un solo trago. En el espejo del baño noté que tenía
cinco vistosos chupones alrededor del cuello, un par de rasguños
y varias manchas de brillo en el pecho. En mi bolsillo derecho se
asomaba una servilleta arrugada y pegoteada con lo que parecía
ser cola fría, que tenía escrito con rouge la confirmación oficial
de lo que había ocurrido la noche anterior: “Corazón, no puedo
creer que al fin tengo un pololo millonario. Te amo. Pepa”. Era
definitivo entonces, estaba pololeando. Mientras hacía memoria,
iba enumerando mentalmente algunas cosas que tendría que
decirles a mis padres antes de presentarles a mi flamante pareja:
de partida, le había inventado a la Pepa que éramos ricos, no sé
por qué, de caliente yo cacho, así que habría que fingir riqueza
por un tiempo hasta crear alguna otra mentira que me zafara de
aquella, quizás una banca rota repentina, qué sé yo… Aunque la
verdad es que nuestra familia sí vivió una época de vacas gordas:
mis abuelos maternos tenían un fundo gigantesco y
tremendamente fructífero en el sur, así que me imagino que mi
subconsciente sacó de ahí semejante mentira en plena
borrachera… ¿Que qué pasó con el fundo? Nada en especial, una
tarde comenzó un pequeño incendio, pequeñísimo, provocado
sólo Dios sabe por qué, pero afortunadamente los bomberos
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llegaron a tiempo y lo apagaron como si nada… Hasta ahí todo
bien, pero a tu bisabuelo, que era un fumador compulsivo, se le
ocurrió tirar una colilla encendida justo antes de irse a acostar
nuevamente, y ahí sí que se quemó todo… Yo aún ni nacía,
aunque de todas formas puedo comprender el porqué mi madre
odia todo lo que tenga que ver con los puchos. Pero continuando
con lo de la Pepa, tenía que decirles también a mis viejos que ella
tenía tres hijos, todos de distinto padre, pero que no se
preocuparan porque estaban bien cuidados en algún hogar de
menores de Rancagua, así que no tendrían que depender de mí en
lo absoluto... por ahora, al menos.
Por lo que fui recordando, se suponía que me tenía que
juntar con ella a las siete de la tarde en afuera del clandestino,
porque de día dormía, según me comentó… ¿Por qué dormía de
día? Puta Mati, nunca lo supe bien, cuando le pregunté me
respondió con una frase extraña, “es que aprovecho el día para
aprender a caminar de nuevo”, y encontré que eran palabras
bonitas, así como las que le gustaban a tu mamá, esas de Coelho,
filosóficas y hueás raras, que simbolizan el destino, quizás, el
camino de la vida, tal vez… Pero bueno, yo no era tan artista
como lo era la Pepa, sabes que siempre he pensado que andar
escribiendo poemitas y cuentitos es de minas y de huecos y…
¿Qué? ¿Por qué me mirái así Mati hueón? ¿Qué te hice ahora?
Salí de mi casa media hora antes de lo pactado, y me eché
algunos escudos al bolsillo para invitarla a servirse algo al
restorán de doña Gemita, pero luego lo pensé mejor y llegué a la
conclusión de que ella no querría ir a encerrarse a un restorán en
su único momento libre, lógico, ya suficiente encierro tenía
siendo camarera donde el guatón Lalo y ahora, lo que necesitaba,
era rodearse de un ambiente familiar, grato, ameno y jovial, ¡Y
ahí se me encendió la ampolleta! ¿Qué mejor que invitarla a
tomar once a mi casa? ¿Bonito, o no? Claro que sí po Mati hueón,
si yo soy un romántico de tomo y lomo, no como los cabros de
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hoy en día que son llegar y ponerlo… O sea, sí, es cierto, con la
Pepa fue llegar y ponerlo, pero en esta primera cita oficial
aprovecharía para comenzar desde cero… Llegué al clandestino,
miré mi reloj, marcaba las diez y cuarto… me asusté por un rato,
pero luego recordé que no da la hora bien desde… ¿Desde cuándo
será? En realidad jamás he visto que esté a la hora… O sea, jamás,
salvo a las diez y cuarto del día y a las diez y cuarto de la noche,
son dos veces al día, peor es na´. De todas formas, la Pepa no se
demoró mucho en aparecer. La vi salir del clandestino como
quien ve a una diosa descendiendo del Olimpo, con su cabellera
mojada, pantalones y chaqueta de cuero más unos tacos enormes
que me hicieron pensar que me vería chico caminando a su lado,
pero filo, mejor así, más pinta tiraba junto a la tremenda mina…
Lo penca eso sí, era que la Pepita venía fumándose un pucho tras
otro, ¡Y a mi vieja le cargaba el tufo a cigarro! Te lo dije, ¿Cierto?
Pero bueno, pico, iba a tener que acostumbrarse no más, en una
de esas invitaba a la Pepa a vivir conmigo, en mi pieza, dos
enamorados bajo el mismo techo, en las noches la iría a dejar al
clandestino, y por las madrugadas, cuando me fuera a clases, la
pasaría a buscar, todo era perfecto Mati hueón, en mi mente todo
era idílico, y la fantasía se acentuaba al observar a la Pepa
caminando hacia mí, darle una última bocanada a su cigarro y
escupir su chicle al aire para luego plantarme un calugazo de
película Mati, un beso que me dejó tiritón, porque apenas juntó
sus labios con los míos me metió la lengua hasta el contre, una
lengua larga y gorda que, sin dudas, sabía manejar con maestría.
Extrañamente, en su lengua traía un pelito cortito, así como bien
crespito, “de seguro debe ser de alguno de sus hijos que la vino a
visitar”, pensé, “debió haberse despedido de un beso en la frente,
y se le quedó este pelito pegado”, que lindo, ¿No? Y así, en pleno
beso, comienzo a notar cómo los parroquianos del guatón
salieron a la calle para sapear con quién estaba la Pepita y, sobre
la misma, comenzaron a cuchichear sobre quién sabe qué, para
luego entrar en patota nuevamente al clandestino no sin antes
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gritar al unísono un potente “¡Gorriao!”, que, te juro Mati, hasta
el día de hoy me sigue retumbando hasta en el hoyo.
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V. CÓMO QUISIERA DECIRTE
“¿Y ésta es tu casa? ¿En serio es tu casa? ¿No era que vivíai
en una mansión?” Me consultó la Pepa, algo extrañada aún ante
semejante sorpresa, “Nuestra casa, si así lo deseas”, le respondí,
confiado en el éxito de nuestra relación, “puede parecer humilde
a simple vista, pero es grande y lujosa en cariño, ¿Me entiende?
Pase Pepita, avance con confianza, tome lo que quiera, o siéntese
en el sillón mientras voy a avisarle a mis taitas que su futura nuera
vino a conocerlos…”. Igual se veía nerviosa, para qué andamos
con cosas, en su rostro noté un par de gestos raros, y comenzó a
mascar chicle de modo frenético cuando miró las fotos familiares
que decoraban el living… “¿Él… él es tu papá?” Me preguntó
luego de un rato, “Sí pues Pepita, él es don Aureliano, igual de
encachao` que yo, ¿O no? Ya, espéreme aquí que voy a buscar a
sus suegros”, le respondí a lo galán… pero con las mujeres nunca
se sabe Mati hueón, son un verdadero enigma, sobre todo mi
Pepita, que de un segundo a otro se puso pálida y no habló más.
Se tumbó en un sillón y, en lo personal, preferí ni preguntarle por
su cambio de actitud, la dejé solita y partí a la pieza de mis viejos
a avisarles que teníamos visita. Mi viejo estaba tirado en la cama
escuchando a Los Ángeles Negros, y mi vieja tejía plácidamente
a su lado, así que ni se inmutaron cuando me vieron. “Padres”,
les dije con el tono de voz más serio posible, “vengan al living,
les quiero presentar a mi polola”. Mi papá saltó de la cama,
sorprendido, “¿Tení` polola, boquiabierto?” Me consultó
incrédulo, “sí po` viejo”, le respondí, “y la invité a tomar once”.
Mi vieja levantó la mirada y le comentó con tono burlesco “viste,
yo te dije que el cabro no era maricueca, y tú dale que dale con
que no me iba a hacer abuela nunca, vas a tener que comerte tus
palabras”, y antes de que se pusieran a discutir, les paré el carro
en seco y les pedí que se levantaran de una vez, porque la
chiquilla se me iba a aburrir tanto rato esperando. “Mamá”, le dije
antes de que salieran, “no te pongas a pelar a medio mundo, no
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vaya a ser que mi polola sea pariente de alguna de tus víctimas,
¿Bueno? Y viejo… por favor viejo, no mostrí` la hilacha”, le
supliqué recordándole todas las desubicaciones que se había
pegado a lo largo de su vida. Y es que mi viejo era muy pastel,
¡No como uno, que intenta ser un ejemplo! Fíjate que varios años
atrás le había dado por desaparecer por noches enteras, sepa Dios
en qué pasos andaba, y mi vieja lo penqueaba porque volvía
hediondo a pucho mezclado con colonia barata, además de
marcas extrañas por todo el cuerpo, pero ese día no le permitiría
ninguna desubicación, todo tenía que salir perfecto. Mi vieja se
puso de pie primero y, en conjunto, le ordenamos a mi viejo que
se fuera a pegar una lavada de cara, porque se veía impresentable.
Al asomarnos al living, la Pepita no nos vio de inmediato, así que
mi madre aprovechó la ventaja para examinarla de pies a cabeza,
¡Y es que mi vieja desconfiaba de todas las decisiones que yo
estaba tomando últimamente! Sobre todo desde que me había
dado la locura por la jarana, así le expliqué que desde ese día mi
vida cambiaría, la Pepita sería mi rehabilitación, y por lo mismo
tenía que darle un recibimiento a otro nivel, acogerla como a una
hija más, pero no había caso, la continuaba mirando feo,
cuestionando su ropa, maquillaje, gestos, y todo empeoró aún
más cuando notó que la Pepa, cara de palo, sacó un pucho y se
iba a largar a fumar ahí mismo. “Oiga niñita”, le dijo irrumpiendo
drásticamente en el living, “¿Usted no sabe que en casa ajena uno
tiene que pedir permiso para encender una de esas cochinadas?”.
La Pepa pareció no inmutarse, se puso de pie en actitud defensiva
y, justo cuando iba a responder, llega mi taita gritando “¿Dónde
está mi nuera? ¡Venga a darle un abrazo al tío Aureliano que
quiere saludar…! Chucha la hueá…”. Mi Pepita no respondió
nada, agachó la cabeza y, luego de un par de segundos, comenzó
a levantarla pausadamente, y ahí comenzó lo raro… Mi viejo
empalideció. Yo lo miro. Mi vieja lo mira. Él mira a mi vieja. Mi
vieja mira a la Pepa. La Pepa mira a mi viejo. Mi viejo da media
vuelta y sólo atina a salir arrancando. La Pepa suspira, prende el
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cigarro, mi vieja no le dice nada y sólo atina a seguir mirándola.
Desde la ventana del living vi como mi viejo corrió calle abajo,
gritando un sinfín de cosas sin sentido, “¡Cómo me fue a
encontrar esta perversa!”, chillaba refiriéndose no sé a quién, si
en la casa sólo estábamos nosotros, y una que otra incoherencia
que no fui capaz de comprender. Corría y corría, como si el
mundo se fuese a acabar, hasta perderse en una esquina y
desaparecer de mi vista. No supe de él durante dos años.
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acaso me dolió? Claro po, me dolió, y mucho, algunas noches,
mientras hacía guardia afuera del clandestino, creía ver su silueta
desnuda reflejada en alguna ventana del local, pero debieron ser
visiones generadas por la locura que me vino producto del
despecho, visiones que jugaban con mis sentimientos de la forma
más extraña… figúrate que incluso a veces, cuando iniciaba mi
retirada, creía ver a mi viejo saliendo sigiloso del clandesta del
guatón… imaginaba que me miraba y murmuraba algo como
“¡Chiquillo de mierda, hasta cuándo!”, Y salía arrancando
nuevamente, corriendo tal como corrió aquel día lejano en el cual
nos abandonó. Y es que la mente le hace bromas crueles a uno,
¿No creí? Pero bueno, esperé lo que tenía que esperar y, luego de
darme cuenta del jugo que estaba dando, di vuelta la página y
preferí quedarme con el buen recuerdo de la Pepita, al menos
hasta que conocí a tu madre… y aunque muchos me tildaron de
ahueonao por todo lo que me costó olvidarla, eso me da lo mismo,
la gente no entiende lo que es el amor, por eso te cuento mi
historia, para que la difundas y les haga entender a quienes
quieran leerla que de ahueonao no tengo ni un pelo, y que si lo
soy… ¿Qué tanto? Total… ¿Quién en este mundo no lo es?
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ÍNDICE
7 Prólogo
8 El inicio
12 La Chubi (o “La hija del tío Pato”)
16 El viaje a Puerto Varas
19 El mechoneo
21 La Morocha (o “La hermana del tío Pato”)
24 La estatua humana
28 La llamada y el beso
32 El pub
34 La boleta
38 La operación
42 Eso sí, esto si es punk rock
47 Cumpleaños n° 9
49 Wladimir
51 Mis abuelos paternos
54 Memorias de un viejo rancio
68
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“Hijo de Tigre”
de Matías Belano
es un trabajo que recopila relatos
del blog “Hijo de Tigre”
www.hijodetigre.cl
en los talleres de la
Editorial Isidora Cartonera,
Santiago de Chile.
http://isidoracartonera.yolasite.com
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