Nietzsche Versus Darwin
Nietzsche Versus Darwin
Nietzsche Versus Darwin
“Lo que no nos mata, nos hace más fuertes”. Este aforismo nietzscheano, que a primera vista
parece de Darwin, da inicio a la película Conan el bárbaro. En realidad, la premisa del germano es
tajantemente anti-darwinista. Darwin imagina la historia a modo de criba sucesiva padecida por las
especies, incluida la humana. Ni la especie -una u otra- se auto-transmuta, ni tampoco la naturaleza
la transmuta a ella. La naturaleza, en la representación darwiniana, no pasa de ser un tamiz. No
impulsa modificación; simplemente filtra.
Para Darwin, la “fortaleza” es algo que por definición existió ya a priori en algunos elementos,
no importa si escasos o “excepcionales”. Todo lo que hace “la selección natural” es ir podando
sucesivamente las especies, excluyendo de ellas la inadaptación. En Darwin, las variantes aptas
habidas se auto-afirman. En otras palabras: las variantes son conservadas y “trasladadas” una y otra
vez hacia “la coordenada Normal de la campana poblacional distributiva”, en un proceso adaptativo
sin fin que, cíclico, vuelve y vuelve a seleccionar grupos de rasgos compartidos.
Cierto que la mutación tiene cabida en el esquema darwiniano. Pero ella es puro fruto del azar,
del desarreglo orgánico, de radiación natural (focos, epicentros minerales), de radiaciones cósmicas
influyentes (Gamma) y, hoy, añadiríamos, de radiación “social” (nuclear, tecnológica, médica,
ingenieril…). La “mutación” darwiniana jamás sucede al pronunciamiento de fuerzas vivas
endógenas hacia la auto-trascendencia. La mutación sencillamente sucede. Se trata de un evento
mundano, reiterado. De no entroncar con las disposiciones integradoras del ambiente, la mutación
no trascenderá. Pasará inadvertida, ignota. De encarnar cierta ventaja de adaptación comparativa
respecto de los tipos ya previamente constituidos, entonces la mutación prevalece y se normaliza
porque esos casos sobreviven y enraízan en la descendencia. Por tanto, como población.
Comprenderemos más adelante la importancia del axioma darwiniano introducido. Bastará por
ahora enunciarlo: La mutación adaptativa va hegemonizando la biodiversidad NO porque estimule
mimetismo alguno en otros organismos típicos ni auto-modificación genética. Se convierte en
“señora” porque “se agarra” de manera más funcional a los asideros supervivenciales de un
ambiente dado. En el detalle darwiniano de la evolución de las formas de vida (tanto biológicas
como psico-fisiológicas, societarias, etc.), jamás es la vida la que se auto-mejora en un sentido
objetivable desde parámetros vitales activos (o afirmativos de aquello que el elemento vivo puede).
El parámetro para la supuesta tasación de la “fortaleza” de una u otra forma vital, llegó, llega y
llegará siempre regido por el statu quo (ecológico, eco-cultural, sistémico o político). En rigor, las
funciones y disposiciones hacia el acomodamiento, la autodisolución en el camuflaje, el
acatamiento, el sometimiento y hasta el parasitismo, conforman aquella dimensión de la vida que se
traviste de “fortaleza” o de “más alta aptitud” vista desde la inversión típicamente “evolucionista”
de los valores. Tal inversión subyace al razonamiento consonante que a partir de ella se lleve a cabo
en torno a la jerarquización de valor de los valores (escala: sea biológica, moral, civilizatoria o de
ordenación histórica). Veremos a través del desarrollo de este escrito, hasta qué punto (y contra las
primeras apariencias) es el nihilismo la fuerza que hallamos impulsando y modelando la mirada
científica del judeo-británico, con mucha mayor profundidad a la por otra parte nada despreciable
contribución darwinista al indiferentismo contemporáneo “occidental” y a la voluntad de tolerancia
y aceptación.
Aplicado el esquema darwinista a dar cuenta de los ámbitos humanos y sus procesos, la aptitud
de supervivencia y prevalencia en un medio dado choca frontalmente con todo elemento u
“organismo” con potencialidad de trascender el medio trascendiéndose a sí mismo por encima de
sus determinadas cualidades “propias”. Los elementos humanos sociales (institucionales,
administrativos, urbanos, de partido, corporativos…) producidos/definidos por el medio,
incorporados a sí por ese medio y operativos en el mismo, actúan disueltos como medio que, bien
selecciona a “w” o “z” elementos terceros fluctuantes en virtud de su ajustamiento, bien descarta y
excluye a otros (lo que tendencialmente significa eliminación: no-supervivencia del elemento como
organismo interactuante).
He señalado antes la naturalización del patrón darwinista (tan parcial como veraz) cuando se lo
identifica tout court con la historia natural en sí. Ahora vemos que, con su salto aplicativo desde el
reino “natural” a lo social y político, lo que este patrón naturaliza es aquello convenido por una
generalidad y demandado por ésta. Con Spencer, con Darwin y en general con los utilitaristas
ingleses, ya no se recurre a la vieja metafísica del “valor en sí”. Ahora se pasa a afirmar, con
fetichismo, que aquello predeterminado -“predestinado”- a hacerse valer, a existir en realidad y
persistir, es la idiosincrasia y valores del Tipo previamente seleccionado y devenido masivo. Lo
predominante adquiere Carta de Naturaleza en relación a su dominio de facto.
Nietzsche niega con rotundidad todo el constructo anterior: para Nietzsche, la evolución
darwinista no es más que pseudo-cambio, pues aquello que deviene “especie” estaba ya pre-
determinado en los elementos, pasivos estos, “escogidos” por la mano de un Patrón de
funcionalidad. A imagen del Dogma calvinista de la Predestinación, “la selección natural”
entroncada en “la recompensa adaptativa” pone a suceder la historia -natural y de las especies, pero
también de las civilizaciones, de los valores, de la Moral, de las clases- de un modo trágicamente
estúpido para el organismo vivo, donde “la lucha por la existencia” no pasa de performance
ejecutada a tenor del guión mientras brilla por su ausencia toda auto-revolución desde sí afirmada
como voluntad a la altura del desafío planteado por la vida.
Nietzsche en ningún momento niega que tal modelo de comportamiento efectivamente exista,
y ni siquiera rebate la verdad de que “la supervivencia del más apto” constituye el modelo normal
(más usual) de definición orgánica inferior. Nietzsche subraya, en cambio, la bajeza científica
inscrita a la pretensión darwinista de elevar a rango de Universalidad, de Naturaleza y de Ley
aquello que no es más que la versión Baja (sin duda real) del curso de la vida. En rigor, lo descrito
es una no-respuesta por parte del ser constituido; su radical pasividad (dependencia) y su mecánica
manipulación por una especie de Voluntad natural. En Darwin, Nietzsche ve el nihilismo; el
“Schopenhauer de la ciencia”.
5. Una nueva ciencia por la reconstitución de las Fuerzas Nobles de la vida y por su
dominio en la vida
A dicha mecánica selectiva y a su fatalismo inherente (factum, hecho; fetichismo del hecho y
de lo “ya” hecho), Nietzsche opone el concepto lamarckiano de “fuerza plástica” (Genealogía de la
Moral, I), esto es, la aptitud orgánica para la auto-trasmutación. A su vez, Nietzsche se da cuenta de
que tal concepto científico sólo hace que traducir (contrastadamente) al nivel epifenoménico de la
Biología, su propia visión integral valorativa del superhombre (übermench). Junto a aquel (veraz)
campo de fuerzas Bajas históricamente hegemónicas -encumbradas por Darwin y atentas al
principio rector de inmutabilidad en pro de adaptarse a lo dado-, existe un campo Noble de fuerzas
activas, que, si es preciso, se muestran como auto-transgresión constitutiva de aptitud de transgredir
lo existente y adaptar lo existente al propio ser subvertido (des-realizando así lo “existente”). Pero,
aun con ello, elaborar esta contrastación no es con hondura lo importante en Nietzsche. Ni siquiera
lo es la pregunta consecuente y su respuesta afirmativa anti-relativista: “¿Es posible valorar
distintiva y contrapuestamente ambas realidades, de bajeza y de nobleza?”.
Lo importante es captar el Valor nuclear de efectuar dicha valoración, tornando en una cuestión
de Gran Política el invertir esta actual correlación de fuerzas al interior del tipo humano, superando
al tipo en cuestión en lo que se refiere al orden jerárquico establecido entre dichas fuerzas internas
y, por ende, a la particular sanción valorativa de las mismas. Esta nueva realidad subjetiva y esta
nueva forma de tasarla y de nombrarla cristalizará en nuevos valores, comportamientos, relaciones
y estructuras. En otros términos, producirá un orden.