Crepon Pierre - Los Evangelios Apocrifos
Crepon Pierre - Los Evangelios Apocrifos
Crepon Pierre - Los Evangelios Apocrifos
Y es que ¿cómo fue la vida de aquel niño? ¿Hacía ya gala del poder
milagroso que luego le convirtió en figura tan popular? ¿Podía controlar
pacíficamente su don? ¿Reveló a sus allegados alguna información importante que
no se plasmase después en las Sagradas Escrituras? ¿Tuvo en ese tiempo alguna
instrucción especial de la que extrajese las bases de su revolucionaria doctrina?
Preguntas como éstas, vitales sin lugar a dudas para la comprensión total de
uno de los más fascinantes personajes de todos los tiempos, afloraron en cuanto los
especialistas tuvieron en las manos los maravillosos fragmentos de estos
evangelios apócrifos. Con ellos bajo la lupa de la investigación científica daba la
impresión de que la versión comúnmente aceptada de las Sagradas Escrituras
debía ampliarse con conceptos y hechos novedosos que habían sido
deliberadamente ocultados.
A la gente de a pie, como siempre ocurre, nos han llegado lejanos ecos de la
polémica. Sólo sabemos que durante siglos estos textos malditos aguardaron
pacientemente su turno… como explosivos bajo la arena. Conscientes quizá del
revuelo que iba a provocar el estallido de su accidental descubrimiento.
IKER JIMÉNEZ
Muchas otras cosas hizo Jesús,
JUAN, XXI, 25
LA LITERATURA APÓCRIFA EN LA TRADICIÓN
CRISTIANA
Hacia el año 30 de nuestra era, apareció en Palestina una nueva secta judía.
Se distinguía de la religión tradicional hebraica, de la que por otra parte se sentía
solidaria, en lo concerniente a los textos sagrados, por el hecho de que reconocía en
la persona de Jesús de Nazaret al Mesías anunciado por los profetas de Israel en las
Escrituras (tradición muy viva en la época, como lo atestigua la predicación de
Juan el Bautista). El ministerio de Jesús, al parecer, no duró más que tres años;
luego fue crucificado como agitador por los romanos, con el beneplácito de la clase
sacerdotal judía.
Sobre estos puntos y sobre otros varios, las divergencias de opiniones eran
habituales. Al principio, parece que la mayor parte de los judíos cristianos
originarios de Palestina estaban profundamente integrados en su medio. La
primera separación sobrevino con el grupo de los helenistas, que eran de hecho
judíos helenizados de la diáspora, instalados en Jerusalén, los cuales criticaban
violentamente el culto tradicional. San Esteban, su jefe de filas, fue lapidado y el
grupo se dispersó por las regiones circundantes, provocando las condiciones de un
crecimiento del cristianismo y de una emancipación de la religión madre. Este
movimiento de expansión tomó forma con san Pablo, que decidió evangelizar a los
paganos sin imponerles los múltiples interdictos de la ley judía, con lo que abrió el
camino al universalismo cristiano.
El hecho de que cierto número de escritos haya quedado fijado en esta época
no implica, sin embargo, su reconocimiento universal y exclusivo por todas las
iglesias. Paralelamente a estos escritos, continúa circulando una muy rica tradición
oral, susceptible de engendrar otros textos o de modificarlos. Es más, existían quizá
ya otros relatos del mismo tipo que los Evangelios canónicos, aunque no tengamos
pruebas fehacientes al respecto. Las primeras palabras del Evangelio de Lucas, por
ejemplo, «Puesto que ya muchos han intentado escribir la historia de lo sucedido
entre nosotros, según que nos ha sido transmitida por los que, desde el principio,
fueron testigos oculares y ministros de la palabra» (Lucas, 1, 1-2), permiten
suponer que tales textos existían con toda seguridad, lo que confirman algunas
alusiones de los primeros Padres de la Iglesia, los padres apostólicos, que
escribieron a lo largo del siglo I[2].
Sin embargo, el hecho de que los cuatro Evangelios sean aceptados por
todos no implica que, a finales del siglo II, hayan desaparecido los otros
evangelios. Además de los escritos específicos de las sectas gnósticas, las iglesias
continúan prefiriendo tal o cual evangelio, mientras que otros libros no canónicos,
sin ser de naturaleza profundamente herética, gozaban del favor del público. En el
siglo III, autores cristianos como Clemente de Alejandría u Orígenes atestiguan la
existencia de otros varios evangelios, mientras que el obispo de Antioquía,
Serapion, consiente durante un tiempo que sus fieles lean el Evangelio de Pedro.
Desde entonces, los escritos del mismo tipo que se presentan también como
la enseñanza del Señor, pero que son rechazados por la Iglesia, están abocados a
desaparecer. Calificados de apócrifos —que significa ocultos, por referencia a la
enseñanza esotérica, secreta, de Cristo y después, por extensión, que designa todos
los escritos rechazados por la Iglesia—, estos escritos, como las sectas de las que
surgieron, no pueden sobrevivir frente a la oposición de la Iglesia oficial, sobre
todo después de su reconocimiento por Constantino y su ascensión al estatuto de
religión del Estado bajo Teodosio, que le prestó la fuerza del brazo secular. Esto
explica que, de la floración de evangelios de los primeros siglos, únicamente nos
hayan llegado intactos los escritos reconocidos por la Iglesia que han podido
atravesar los siglos sin demasiadas alteraciones hasta la invención de la imprenta.
De otros no conocíamos, hasta hace poco, más que unas pocas alusiones de los
Padres de la Iglesia, de las que no se podía deducir más que su existencia, sin
poder fijarse verdaderamente su contenido. Gracias al descubrimiento de varios
manuscritos, y en particular de la biblioteca gnóstica de Nag-Hammadi, en el Alto
Egipto, actualmente es posible conocer un poco mejor estos evangelios. Antes de
hacer su inventario, es importante, sin embargo, evocar otro tipo de literatura
apócrifa cuya influencia ha sido considerable. Paralelamente a la evolución que
conducía al cristianismo a definir por reacción una línea ortodoxa cada vez más
rígida, se operaba otro cambio más sutil en el trasfondo de la creencia cristiana. El
mensaje de Jesús en su contexto inicial podía en efecto operar a dos niveles: de una
parte, una enseñanza espiritual reservada a sus más próximos discípulos; de otra
parte, una adhesión de las multitudes a un personaje identificado con el Mesías tan
esperado por la religión de Israel. Como consecuencia, cuando el cristianismo se
difundió en un medio distinto al de la antigua Alianza del pueblo judío, un
pequeño número de personas intentaron practicar y profundizar en el mensaje
evangélico, y la historia del cristianismo conoció así sus santos, sus grandes
teólogos, sus monjes, sus místicos… La intransigencia de la enseñanza de Jesús no
podía, sin embargo, ser adoptada por el mayor número entre los que, por otra
parte, la ideología judía del Mesías estaba ausente. Sin siquiera hablar de un
esoterismo ni de un exoterismo, se creó así, al margen de la religión de los clérigos
y de los monjes, un cristianismo popular en el que se integraban muchos elementos
de los antiguos cultos paganos.
Los textos canónicos, como los textos heréticos por otra parte, estaban en
efecto especialmente consagrados a la predicación de Jesús, a su Pasión y a su
Resurrección, y las referencias mitológicas que contenían no eran por lo general
más que alusiones al Antiguo Testamento, con vistas a identificar a Jesús con el
Mesías. Amplias etapas de la vida del Salvador, como su infancia o la historia de
sus padres, se encontraban arrinconadas en la sombra y tan sólo suscitaban la
imaginación de las muchedumbres. Fue así como, muy pronto, nació una literatura
cuyo tema principal era la vida de Jesús y de sus padres, literatura apócrifa en la
medida en que era ciertamente rechazada del canon de las Sagradas Escrituras por
la Iglesia, pero que, al no ser considerada como realmente herética y al gozar
además de la estima popular, consiguió atravesar los siglos para llegar hasta
nosotros. Las primeras redacciones de esta literatura se remontan a un período que
se extiende desde el siglo II hasta el IV; contemporánea, pues, de los textos
heréticos. Estos primeros escritos han desaparecido porque la Iglesia se empeñó en
proscribirlos, pero pudieron transmitirse y dar origen a numerosas versiones,
llamadas revisiones, que añadían a veces otras leyendas al escrito primitivo, o bien
recopilaban varios escritos. Estas múltiples versiones, traducidas a las diferentes
lenguas de la cristiandad, circularon durante toda la Edad Media, y se conservan
varios manuscritos, tanto en copto, siríaco o armenio, como en griego, latín o
eslavo.
Aunque hayan sido poco estudiados, bajo estos aspectos se han detectado,
por ejemplo, numerosos elementos paganos que han subsistido en el seno del
cristianismo. La devoción a la Virgen María especialmente, en la que transpira un
resurgimiento de los antiguos cultos a la diosa madre, encuentra una maravillosa
ilustración en las leyendas apócrifas que la conciernen. Otros símbolos heredados
de la mitología extranjera se hallan a veces en estos relatos. La imaginería de la
Natividad descrita en el Protoevangelio de Santiago, con la luz que invade la gruta
de Belén, por ejemplo, recuerda algún escenario mítico iranio [5].
Por otro lado, estos mismos relatos del ciclo de los pseudoevangelios, a los
cuales hay que añadir la historia de la Pasión y, sobre todo, del descenso a los
infiernos de Cristo, contenida en el Evangelio de Nicodemo, texto que se
emparenta con la tradición apocalíptica, han tenido una enorme influencia sobre la
imaginación cristiana. Numerosas leyendas, tanto en Oriente como en Occidente,
han agotado esta fuente (la Leyenda dorada, de Jacobo de la Vorágine) y algunos
elementos integrados en la tradición cristiana: la presentación de María en el
templo, la anunciación cerca de la fuente, la asunción, el nacimiento de Jesús en
una gruta, el nombre de los Reyes Magos, la presencia de la mula y el buey en el
portal, etc., no tienen otra fuente que la literatura apócrifa. Esta influencia se hace
sentir igualmente en las representaciones iconográficas, y muchas escenas
figuradas en las vidrieras, los mosaicos y las pinturas hasta el Renacimiento no
pueden ser comprendidas sin hacer referencia a estos evangelios apócrifos. Esto
sirve también para las representaciones de los apóstoles surgidas de la literatura
apócrifa que les concierne (existen numerosos «Hechos de los apóstoles»
apócrifos).
EL PROTOEVANGELIO DE SANTIAGO
El Protoevangelio de Santiago debe el título a su primera edición, que se
remonta a finales del siglo XVI. Con anterioridad, parece que fue conocido por el
nombre más sencillo de Libro de Santiago —así lo designa Orígenes— o el de
Historia de la Natividad de María, título que corresponde más exactamente a su
contenido. El nombre de Santiago indica que el autor quiere hacerse pasar por el
apóstol Santiago el Menor, «hermano» del Señor, al que la antigüedad cristiana
estimaba particularmente.
Los tres últimos capítulos, XXIII al XXV, que relatan el asesinato, por orden
de Herodes, de Zacarías, padre de Juan el Bautista, parecen ser texto añadido con
posterioridad a las partes precedentes.
(Texto íntegro)
Natividad de María,
Madre de Jesucristo.
1. [He aquí lo que se lee] en la historia de las Doce Tribus de Israel: que
había un hombre llamado Joaquín, extremadamente rico, que aportaba ofrendas
dobles diciendo: «El excedente de mi ofrenda será para todo el pueblo, y lo que yo
debo ofrecer para la expiación de mis faltas será para el Señor, a fin de que me sea
propicio».
2. Y el gran día del Señor había llegado, y los hijos de Israel aportaban sus
ofrendas. Y Rubén se puso frente a Joaquín y le dijo: «No te está permitido aportar
tus ofrendas el primero, porque no has engendrado descendencia en Israel».
II
2. Y [he aquí que] llegado el gran día del Señor, Judit, su sirvienta, le dijo:
«¿Hasta cuándo esta aflicción de tu alma? He aquí llegado el gran día del Señor en
que no te está permitido llorar. Pero toma este velo que me ha dado el ama del
servicio y que yo no me puedo ceñir, porque soy una sierva y él lleva el signo de la
realeza».
III
IV
1. Y he aquí que un ángel del Señor apareció ante ella y le dijo: «Ana, Ana, el
Señor ha escuchado y atendido tu súplica. Concebirás y darás a luz y se hablará de
tu descendencia en toda la tierra». Y Ana dijo: «[Tan cierto como] el Señor mi Dios
está vivo, si traigo un hijo al mundo, sea varón o sea hembra, lo llevaré como
ofrenda al Señor, mi Dios, y permanecerá a su servicio todos los días de su vida».
4. Y he aquí que Joaquín llegó con sus rebaños, y Ana, que le esperaba a la
puerta de su casa, le vio venir y, corriendo hacia él, le echó los brazos al cuello,
diciéndole: «Ahora sé que el Señor, mi Dios, me ha colmado de bendiciones,
porque era viuda y ya no lo soy, estaba sin hijos y voy a concebir uno en mi seno».
Y Joaquín descansó aquel primer día en su casa.
VI
1. Día a día, la niña se hacía fuerte. Y, cuando tuvo seis meses, su madre la
puso en el suelo para ver si se sostenía en pie. Y habiendo dado la niña siete pasos,
volvió al regazo de su madre, quien la levantó diciendo: «Por la vida del Señor, mi
Dios, que no andarás por el suelo hasta el día que te lleve al templo del Altísimo».
Y ella hizo un santuario en su dormitorio y no la dejaba que tocase nada que
estuviese manchado o que fuese impuro. Y llamó a las hijas de los hebreos que se
conservaban sin mancha y ellas la entretenían.
VII
2. Y cuando la niña cumplió la edad de tres años, Joaquín dijo: «Llamad a las
hijas de los hebreos que estén sin mancilla, y que tome cada una una lámpara, y
que [estas lámparas] sean encendidas, para que la niña no vuelva atrás [para
mirar] detrás de ella y para que su corazón no se fije en nada de fuera del templo
del Señor». Y ellas así lo hicieron hasta que subieron al templo del Señor. Y el
sacerdote recibió a la niña y, abrazándola, la bendijo y exclamó: «El Señor ha
glorificado tu nombre en todas las generaciones, y en ti, hasta el último día, el
Señor hará ver la redención por Él concedida a los hijos de Israel».
3. Y la hizo sentarse en la tercera grada del altar, y el Señor envió su gracia
sobre ella, y ella danzó sobre sus pies, y toda la casa de Israel la amó.
VIII
3. Y el Sumo Sacerdote entró con [su ropaje de] doce campanillas en el Santo
de los Santos, y rogó por María. Y he aquí que se le apareció un ángel del Señor y
le dijo: «Zacarías, Zacarías, sal y reúne a todos los viudos del pueblo, y que éstos
vengan cada cual con una vara, y aquel a quien el Señor muestre una señal, de él
será ella la esposa». Y salieron, pues, los heraldos [y se repartieron] por todo el país
de Judea, y sonó la trompeta del Señor, y todos los viudos acudieron a la llamada.
IX
1. Y José, soltando sus herramientas, salió para reunirse con ellos. Y, estando
todos reunidos, fueron en busca del Sumo Sacerdote. Éste tomó las varas de todos
ellos, y penetró en el templo y oró. Y, cuando hubo terminado su plegaria, volvió a
tomar las varas, salió y se las devolvió a sus dueños, y no había ninguna señal
sobre ellas. La última vara fue la de José, que la recibió. Y he aquí que una paloma
salió de ella y voló sobre la cabeza de José. Y el Sumo Sacerdote dijo a José: «Tú
eres el señalado por la suerte para tomar bajo tu custodia a la Virgen del Señor».
2. Pero José rehusaba, diciendo: «Yo tengo hijos, y soy viejo, mientras que
ella es una niña. No quisiera servir de burla a los hijos de Israel». Y el Sumo
Sacerdote replicó a José: «Teme al Señor, tu Dios, y recuerda lo que hizo con Datán,
Abirón y Coré, y cómo, entreabierta la tierra, se sumieron en sus entrañas por
causa de su desobediencia. Teme, José, que esto no ocurra en tu casa».
3. Y José, lleno de temor, recibió a María bajo su custodia. Y le dijo: «He aquí
que te he recibido del templo del Señor y que te dejo en mi hogar. Ahora voy a
trabajar en mis construcciones y después volveré junto a ti. [Entretanto], el Señor
será tu protector».
XI
1. Y ella tomó su cántaro y salió para llenarlo de agua. Y he aquí que una
voz [le] dijo: «Salve, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita eres entre todas
las mujeres». Y ella miró a derecha e izquierda, para ver de dónde [podía venir]
aquella voz. Y, llena de temor, regresó a su casa, dejó el cántaro y, tomando la
púrpura, se puso a hilar.
2. Y he aquí que un ángel del Señor apareció delante de ella y le dijo: «No
temas, María, porque has hallado gracia delante del Señor del universo, y tú
concebirás por Su palabra». Y ella, habiendo oído [estas palabras], pensó para sí, y
dijo: «¿Verdaderamente concebiré del Señor, del Dios viviente? ¿Y daré a luz como
toda mujer da a luz?».
3. Y el ángel del Señor le dijo: «No, María; la potencia del Señor, en efecto, te
cubrirá con Su sombra, y el santo que nacerá de tus entrañas se llamará Hijo del
Altísimo. Y le pondrás por nombre Jesús, porque librará a su pueblo de los
pecados». Y María respondió: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu
palabra».
XII
1. Y ella siguió hilando la púrpura y la escarlata y, cuando hubo terminado
su labor, la llevó al Sumo Sacerdote. Y el Sumo Sacerdote la bendijo y exclamó:
«María, el Señor Dios ha glorificado tu nombre, y tú serás bendita en todas las
generaciones de la tierra».
3. Y ella [pasó] tres meses con Isabel, y, de día en día, su seno se abultaba y,
presa del temor, volvió a su casa y se ocultó de los hijos de Israel. Y tenía dieciséis
años cuando aquellos misterios se cumplieron.
XIII
1. Y llegó el mes sexto [de su embarazo] y he aquí que José regresó de sus
trabajos de construcción y, entrando en su hogar, la encontró encinta. Él se golpeó
el rostro, y se arrojó al suelo sobre un saco y lloró amargamente, diciendo: «¿Con
qué gesto levantaré los ojos al Señor, mi Dios? ¿Y qué diré en mi plegaria a
propósito de esta muchacha? Porque la recibí de los sacerdotes del templo y no he
sabido guardarla. ¿Quién ha cometido tan mala acción en mi casa y ha mancillado
a esta virgen? ¿Es que se repite en mí la historia de Adán? De la misma manera
que, cuando él rogaba al Señor, llegó la serpiente y, encontrando a Eva sola, la
engañó, lo mismo me ha ocurrido a mí».
2. Y José se levantó del saco [sobre el que se había arrojado] y llamó a María
y le dijo: «Muchacha, tú, tan amada por el Señor, ¿por qué has hecho esto? ¿Te has
olvidado del Señor? ¿Cómo te has atrevido a envilecer tu alma, luego de haber sido
educada en el Santo de los Santos y de haber recibido tu alimento de la mano de un
ángel?».
XIV
1. Y José, presa de un gran temor, se alejó de ella y se preguntaba qué podía
hacer con ella. Y se dijo: «Si oculto su falta, estoy contra la ley del Señor. Y si la
denuncio a los hijos de Israel, temo que lo que hay en ella no sea de un ángel y
[entonces] me encontraría con haber entregado la sangre inocente a un juicio de
muerte. ¿Qué haré, pues? La repudiaré en secreto». Y la noche le sorprendió en
estos [pensamientos].
XV
3. Y el Sumo Sacerdote dijo: «¿Por qué has hecho esto, María? ¿Por qué has
envilecido tu alma y te has olvidado del Señor, tu Dios? Tú, que has sido educada
en el Santo de los Santos, que has recibido tu alimento de las manos de un ángel,
que has escuchado los himnos sagrados y has danzado delante [del Señor], ¿por
qué has hecho esto?». Y ella lloró amargamente diciendo: «[Tan verdad como que]
el Señor está vivo, yo soy pura delante de Él y no conozco varón».
4. Y el Sumo Sacerdote dijo a José: «¿Por qué has hecho esto?». Y José dijo:
«[Tan verdad como que] el Señor está vivo, yo soy puro en lo que a ella concierne».
Y el Sacerdote dijo: «No des falso testimonio, sino di la verdad; tú has consumado
fraudulentamente el matrimonio con ella y no lo has dicho a los hijos de Israel; no
has inclinado la cabeza bajo la mano del Todopoderoso, a fin de que tu
descendencia sea bendecida». Y José guardó silencio.
XVI
1. Y el Sumo Sacerdote dijo: «Devuelve a esta virgen que has recibido del
templo del Señor». Y José se deshizo en lágrimas. Y el Sumo Sacerdote dijo: «Os
daré a beber el agua de prueba del Señor y ella hará aparecer el pecado delante de
vuestros ojos».
2. Y, habiendo tomado [el agua del Señor], hizo beber de ella a José, y lo
envió a la montaña, de la que volvió sano y salvo. Y también dio de beber a María
y la envió a la montaña, de la que volvió sana y salva. Y todo el pueblo se
maravilló de que ningún pecado hubiera aparecido en sus ojos.
XVII
2. Y ensilló su asna, y sobre ella puso a María, y su hijo llevaba el asna por el
ronzal, y él les seguía. Y, habiendo llegado a casi una legua [de Belén], José se
volvió a María y vio que estaba triste, y se dijo a sí mismo: «Quizá lo que lleva en
su vientre la hace sufrir». Y por segunda vez se volvió hacia la muchacha y vio que
reía, y le preguntó: «¿Qué te pasa, María, que te veo tan pronto triste como
sonriente?». Y ella le contestó: «Es que mis ojos contemplan dos pueblos, uno que
llora y se aflige ruidosamente, y otro que se regocija y salta de alegría».
1. Y encontró allí mismo una gruta e hizo entrar en ella a María, y, dejando a
sus hijos cerca de ésta, fue en busca de una comadrona al país de Belén.
XIX
XX
XXI
1. Y he aquí que José se preparó para salir y para ir a Judea. Y una gran
agitación tuvo lugar en Belén, por haber llegado allí unos magos diciendo:
«¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella en
Oriente y venimos a adorarle».
3. Y los magos salieron. Y he aquí que la estrella que ellos habían visto en
Oriente les precedía, hasta que llegaron a la gruta. Y los magos vieron al recién
nacido con María, su madre, y sacaron de sus bolsas presentes de oro, incienso y
mirra.
XXII
1. Al darse cuenta de que había sido burlado por los magos, Herodes montó
en cólera y envió a asesinos, diciéndoles: «Id y matad a todos los niños de menos
de dos años».
XXIII
XXIV
XXV
2. Que la gracia sea con aquellos que temen a Nuestro Señor Jesucristo, con
quien será la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
EVANGELIO DEL PSEUDO-MATEO
(Extractos)
Y los profetas que estaban en Jerusalén decían que esa estrella señalaba el
nacimiento del Cristo, que cumpliría las promesas hechas, no solamente a Israel,
sino a todas las naciones.
CAPÍTULO XIV
Y, el tercer día después del nacimiento del Señor, María salió de la gruta y
entró en un establo, y depositó al niño en el pesebre, y el buey y la mula le
adoraron.
Estos mismos animales, que tenían al niño entre ellos, le adoraban sin cesar.
Así se cumplió lo que fue dicho por la boca de Habacuc: «Te manifestarás entre
dos animales».
EL EVANGELIO DEL PSEUDO-TOMÁS
Este apócrifo forma parte de un conjunto de relatos que narran las
maravillosas hazañas de Jesús durante su infancia. Nos ha llegado cierto número
de estos textos, de época, lengua, lugar y contenido diferentes, y ha sido gracias a
un erudito de principios de siglo, P. Peeters (en un estudio aparecido en el tomo II
de los Évangiles apocryphes, de la colección Hemmer y Lejay), como la historia un
tanto embrollada de estas composiciones, ha tenido una solución satisfactoria.
(Texto íntegro)
siendo niño.
CAPÍTULO I
Yo, Tomás Israelita, me dirijo a todos vosotros que habéis renunciado a los
errores de los paganos por la fe cristiana, a fin de que conozcáis las maravillas de la
infancia de Nuestro Señor Jesucristo y lo que él hizo después de su nacimiento en
nuestro país. He aquí el comienzo:
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
Y el hijo de Anás, el escriba, que había venido con José, se encontraba allí y,
con una rama de sauce, hizo correr las aguas que Jesús había embalsado. Y Jesús,
viendo lo que hacía, se encolerizó y le dijo: «Insensato, injusto e impío, ¿qué mal te
han hecho estas balsas y estas aguas? Ahora tú te vas a quedar seco como un árbol
sin raíces y no podrás llevar hojas ni frutos». Y enseguida él se secó todo entero, y
Jesús se marchó de allí y se fue a la casa de su padre, José. Los padres del niño que
se había secado lo tomaron en sus brazos, desolados por la desgracia que le había
sobrevenido a tan tierna edad, y lo llevaron a José, increpándolo por tener un hijo
que hacía tales cosas.
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
Y José tomó a su hijo aparte y le reprendió diciendo: «¿Por qué haces estas
cosas? Esta gente sufre y nos odian, y por tu causa nos persiguen». Y Jesús
respondió: «Sé que las palabras que pronuncias no proceden de ti. Sin embargo,
por ti me callaré. Pero ellos sufrirán su castigo». Y, en ese mismo momento, los que
habían hablado contra él se quedaron ciegos. Y los que vieron esto se quedaron
atónitos, vacilaban y decían que toda palabra que Jesús pronunciaba, buena o
mala, se cumplía y producía un milagro. Y, cuando hubieron visto que Jesús hacía
tales cosas, José se levantó, le cogió por una oreja y le tiró con fuerza de ella. Y el
niño se enfadó y le dijo: «Tú ya tienes bastante con buscar y no encontrar. Has
actuado como un insensato. ¿No sabes que soy tuyo? Pero no debes atormentarme
por nada».
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
Cuando el maestro Zaqueo oyó al niño exponer tantas y tales cosas sobre la
primera letra, se quedó confundido por su sabiduría, y dijo a los asistentes:
«Desdichado de mí, yo solo me he procurado esta causa de pesar. Me he cubierto
de vergüenza por traer a mi casa a este niño. Así pues, hermano José, tómalo
contigo y llévatelo, porque yo no puedo soportar la severidad de su mirada, ni
penetrar el sentido de sus palabras en modo alguno. Este niño no ha nacido en la
tierra, es capaz de domar el mismo fuego, y quizá haya sido engendrado antes de
la creación del mundo. ¿Qué vientre lo ha llevado? ¿Qué pechos lo han nutrido? Lo
ignoro. Ay de mí, amigo mío. Este niño me aturde. No puedo seguir su
pensamiento. He cometido un grave error: quería tener un discípulo y me he
encontrado con un maestro. Me doy perfecta cuenta, amigos, de mi confusión,
pues, viejo y todo, me he dejado vencer por un niño. Y no me queda sino
abandonarme al desaliento o a la muerte por causa de este muchacho, pues en este
momento no puedo mirarle cara a cara. ¿Qué responderé cuando digan todos que
he sido derrotado por un rapaz? ¿Y qué podré explicar acerca de lo que él me ha
dicho acerca de las líneas de la primera letra? Yo no conozco ni el comienzo ni el
fin de este niño. Yo te conjuro, pues, hermano José, a que te lo lleves contigo a tu
casa. Es algo muy grande, sin duda; es un Dios o un ángel, no lo sé».
CAPÍTULO VIII
Y como los judíos le daban consejos a Zaqueo, el niño se echó a reír y dijo:
«Que den tus cosas ahora sus frutos y abran sus ojos a la luz los ciegos de corazón.
Yo he venido desde arriba para maldecirlos y llamarlos después a lo alto, pues esto
es lo que ha mandado el que por vosotros me envió». Y cuando el niño acabó de
hablar, todos cuantos habían sido golpeados por su maldición quedaron curados.
Y, desde entonces, nadie se atrevió a provocar su cólera por miedo que los
maldijese y los golpease con algún mal.
CAPÍTULO IX
CAPÍTULO X
CAPÍTULO XI
CAPÍTULO XII
CAPÍTULO XIV
CAPÍTULO XV
Y algún tiempo después, otro maestro, que era pariente y amigo de José, le
dijo: «Trae al niño a mi escuela, que quizá yo pueda enseñarle mejor las letras,
empleando con él sólo buenas maneras». Y José le dijo: «Tómalo contigo, hermano,
si te atreves». Y el maestro lo tomó con temor y pesar, pero el niño iba con alegría.
Y, entrando decididamente en la escuela, encontró un libro que estaba en el suelo
y, tomándolo, no leía los caracteres que en él se encontraban, sino que, abriendo la
boca, hablaba según la inspiración del Espíritu Santo. Y explicaba la ley a los
asistentes. Y, juntándose una gran multitud, le rodeaba, le escuchaba y se admiraba
de que un niño se expresase de aquella manera. Al escuchar estas cosas, José se
quedó asombrado, y corrió hacia la escuela, temiendo por la salud del maestro. Y
el maestro dijo a José: «Sabe, hermano, que yo he tomado al niño por discípulo,
pero está lleno de sabiduría y de gracia; te ruego, hermano, que lo lleves contigo a
tu casa». Y cuando el niño oyó estas palabras, sonrió y le dijo: «Puesto que has
hablado bien y has dado un buen testimonio, sea por tu causa curado quien fue
herido». Y en aquel instante el otro maestro quedó curado. Y José volvió a su casa
con el niño.
CAPÍTULO XVI
José envió a su hijo Santiago a cortar madera para traerla a la casa y el niño
Jesús le acompañó. Y mientras Santiago ataba las ramas, una víbora le mordió en
una mano. Y cuando estaba a punto de morir, Jesús se acercó a él y sopló en la
mordedura. Y enseguida cesó el dolor y murió el reptil, y Santiago quedó
completamente curado.
CAPÍTULO XVII
Más tarde, sucedió que murió un niño, hijo de un obrero de José, y la madre
lloraba mucho. Y Jesús oyó el clamor de sus llantos y gemidos y se apresuró a
acudir. Y, hallando al niño muerto, le tocó en el pecho, y dijo: «Yo te ordeno, niño,
que no mueras, sino que vivas y te quedes con tu madre». Y, enseguida, el niño
abrió los ojos y sonrió. Y Jesús dijo a la mujer: «Cógelo y dale leche, y acuérdate de
mí». Y cuando el pueblo que estaba allí hubo visto este milagro, dijo:
«Verdaderamente, este niño es un Dios o el ángel de Dios, porque todo lo que él
dice se ejecuta enseguida». Y Jesús se fue a jugar con los otros niños.
CAPÍTULO XVIII
Algún tiempo después, se levantó un gran tumulto en una casa que estaban
construyendo, y Jesús fue a ver lo que había ocurrido. Y encontrándose con que un
hombre yacía sin vida, le tomó de la mano y dijo: «Hombre, levántate, y continúa
trabajando». Y el hombre se levantó y le adoró. Y la multitud, llena de estupor,
decía: «Verdaderamente, este niño viene del cielo, porque ha salvado almas de la
muerte, y las salvará durante toda su vida».
CAPÍTULO XIX
(Texto íntegro)
CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
Entonces, María dijo al ángel: «Yo te pido que todos los apóstoles de mi
Señor Jesucristo se reúnan en torno a mí». El ángel le dijo: «Todos los apóstoles
serán traídos aquí hoy por el poder de Jesucristo».
María dijo: «Te ruego que envíes sobre mí tu bendición, a fin de que
ninguna potencia del infierno me ataque a la hora en que mi alma salga de mi
cuerpo y a fin de que yo no vea al príncipe de las tinieblas».
Y, habiendo dicho estas palabras, el ángel se alejó rodeado de una gran luz,
y la palma que él había traído brillaba con un resplandor maravilloso.
Ella llamó, pues, al santo apóstol Juan y le hizo entrar hasta el lugar más
retirado de su casa, le mostró los vestidos que debían servir para su sepultura y la
palma de luz que había recibido del ángel, y le recomendó que hiciera colocar
aquella palma delante de su ataúd, cuando ella fuese llevada al lugar de su
sepultura.
CAPÍTULO V
De repente, por orden de Dios, todos los apóstoles fueron arrebatados por
una nube de los lugares en que ellos predicaban la palabra de Dios, y fueron
depositados ante la puerta de la casa donde habitaba María, la Madre del Salvador,
y, llenos de asombro, ellos se saludaban diciendo: «¿Por qué el Señor nos ha
reunido a todos en este lugar?».
Pablo, a quien el Señor había tomado de entre los judíos, para anunciar el
Evangelio a los gentiles, también llegó. Y entre ellos se entabló una piadosa
discusión para saber quién dirigiría el primero sus plegarias al Señor, a fin de que
le revelara la causa de lo que había ocurrido, y, como Pedro le pedía a Pablo que
rogase el primero, Pablo respondió: «¿No es a ti a quien le corresponde ese deber,
puesto que has sido elegido por Dios para ser la columna de la Iglesia y tienes la
preeminencia en el apostolado entre todos tus compañeros? En cuanto a mí, no soy
sino el menor entre vosotros, y no puedo pretender ser vuestro igual; sin embargo,
es por la gracia de Dios por lo que soy lo que soy».
CAPÍTULO VI
Ella dijo: «El Señor os ha traído aquí, a fin de consolarme en las angustias
que tengo que padecer. Os ruego que vigiléis todos conmigo sin descanso hasta la
hora en que el Señor venga y en que yo saldré de este cuerpo».
CAPÍTULO VII
Y he aquí que el Señor Jesús llegó de repente con una gran multitud de
ángeles y un brillo resplandeciente, y los ángeles cantaban himnos y glorificaban al
Señor. Entonces el Señor habló, diciendo:
«Ven tú, la elegida por mí, perla muy preciosa, entra en la morada de la
vida eterna».
CAPÍTULO VIII
CAPÍTULO IX
Entonces, el Salvador del mundo habló así: «Levántate, Pedro, así como los
demás apóstoles, y tomad el cuerpo de María, mi bienamada, y llevadlo a la
derecha de la ciudad, hacia Oriente, y allí encontraréis un sepulcro nuevo; allí lo
depositaréis y esperaréis a que yo venga a vosotros».
CAPÍTULO X
Las tres vírgenes que estaban allí tomaron el cuerpo de María y lo lavaron,
según la costumbre común para los funerales.
CAPÍTULO XI
Entonces, Juan dijo a Pedro: «Tú que nos precedes en el apostolado mereces
llevar esta palma».
CAPÍTULO XII
Y entonces uno de ellos, que era príncipe de los sacerdotes de los judíos, se
llenó de furor y dijo: «¡Ved los honores que recibe el ataúd de la Madre de aquel
que produjo tantas perturbaciones a vuestra nación!». Y, acercándose al ataúd,
quiso volcarlo.
CAPÍTULO XIII
Y él gritó, diciendo: «Yo te suplico, Pedro, tú que eres amado por Dios, no
me abandones en una tan grande necesidad, porque siento tormentos extremos.
Acuérdate de que, cuando la sierva te reconoció en el pretorio y otros te acusaban,
yo salí en tu defensa y hablé bien de ti».
Pedro respondió: «No está en mis manos socorrerte, pero si tú crees de todo
corazón en el Señor Jesucristo que la Virgen a quien tú has querido ultrajar llevó en
su seno sagrado, permaneciendo virgen después de haberlo parido, Dios te curará,
Él, que, en su gran clemencia, salva a los que son indignos de ello».
Pedro dijo: «Esa blasfemia no dañará más que a los que persistan en la
infidelidad. La misericordia de Dios no es negada a los que se convierten a él».
Y el sacerdote respondió: «Yo creo todo lo que tú me dices, pero ten piedad
de mí para que yo no muera».
CAPÍTULO XIV
Entonces, Pedro hizo detener el ataúd y dijo al sacerdote: «Si tú crees con
todo tu corazón en el Señor Jesucristo, que tus manos vuelvan a ser libres». Y
cuando él hubo dicho: «Yo creo», enseguida sus manos se despegaron del ataúd,
pero sus brazos permanecían paralizados y sus sufrimientos no habían cesado.
CAPÍTULO XV
Y cuando ellos oyeron las palabras del sacerdote que había sido curado,
creyeron en el Señor Jesucristo, y recobraron la vista, después de que la palma
hubo sido pasada por sus ojos. Y los que persistieron en la dureza de sus corazones
murieron ciegos.
CAPÍTULO XVI
Y Pedro y los otros apóstoles dijeron: «Señor, tú has elegido a tu sierva sin
mancha para hacer de ella tu residencia, y tú nos has elegido, a nosotros que somos
tus esclavos, para predicar tu palabra. Antes de todos los siglos, tú has arreglado
toda cosa, con el Padre y el Espíritu Santo, con los cuales formas una sola
divinidad y una potencia infinita. A tus servidores les parecería justo que, lo
mismo que, habiendo vencido a la muerte, tú reinas en tu gloria, resucites el
cuerpo de María y la conduzcas al cielo llena de alegría».
CAPÍTULO XVII
CAPÍTULO XVIII
Y habiendo dicho estas palabras, el Señor fue arrebatado por una nube y se
elevó hacia el cielo, y los ángeles le acompañaban, portando a la bienaventurada
María, Madre de Dios, al paraíso de Dios.
Y los apóstoles fueron devueltos por las nubes al lugar donde predicaban el
Evangelio, contando las grandezas divinas y alabando a Nuestro Señor Jesucristo,
que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo, en una perfecta unidad y en una
misma sustancia de divinidad, por los siglos de los siglos. Amén.
LIBRO ÁRABE DEL TRÁNSITO DE LA BIENAVENTURADA
VIRGEN MARÍA
(Extractos)
CAPÍTULO VI
Y la bienaventurada María dijo: «Maestro mío y Señor mío, aquí están estos
hombres». Y él respondió: «Aquí están los tabernáculos de los justos, y en ellos
acampan, y esta luz indica cuál es su honor cerca de mí; y, en el último día,
resucitarán para gozar de sus bienes, y estarán en posesión de una alegría más
grande que ésta, y ella no tendrá fin cuando sus almas hayan retornado a sus
cuerpos».
Había sobre el mar noventa y dos navíos, empujados por un gran vendaval
y por las olas; entonces, los marineros invocaron a María y, enseguida, ella se les
apareció, y ninguno de los navíos se hundió y ellos fueron salvados.
Una viuda tenía un único hijo que, habiendo ido a buscar agua, se cayó en
un pozo; y su madre empezó a gritar y dijo: «¡Oh, Santa María, ayúdame y salva a
mi hijo!». Y enseguida se le apareció la bienaventurada María, y sacó al hijo de la
mujer sin ningún daño.
Un hombre, afligido desde hacía dieciséis años por una grave enfermedad,
había dado mucho dinero a los médicos y no había podido curar, y él echó incienso
al fuego y rogó, diciendo: «¡Oh, Santa María, madre del Redentor!, vuelve tus ojos
sobre mi debilidad y cúrame de esta enfermedad». Y enseguida ella se le apareció
y puso sus manos sobre él, y le tocó, y él fue curado de su enfermedad, y dio
gracias a la bienaventurada María.
Fijaron el decimoquinto día del mes de Aiar para que los insectos no
saliesen de la tierra y no destruyesen las cosechas, lo que acarrea el hambre que
hace perecer a los hombres contra los que Dios está irritado, y entonces los
hombres se acerquen a los lugares santos, rogando y llorando, a fin de que Dios los
libre de estas plagas.
(Texto íntegro)
CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
Había un hombre llamado José, que era originario de Belén, ciudad de Judá
y del rey David. Era instruido y sabio en la doctrina de la ley, y sacerdote en el
templo del Señor. Desempeñaba el oficio de carpintero y, según es costumbre de
todos los hombres, se casó. Y tuvo su mujer, y sus hijos e hijas: cuatro varones y
dos hembras. Y los nombres de los hijos eran: Judas, Justo, Santiago y Simón; y los
de las hijas: Asia y Lidia. La esposa de José el Justo, que loaba a Dios en todos sus
actos, murió. Y José, este hombre justo, mi padre según la carne, fue el esposo de
María, mi madre. Trabajaba con sus hijos en el oficio de carpintero.
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
CAPÍTULO VI
Mas he aquí que, en medio del día, el príncipe de los ángeles, Gabriel, se le
apareció en sueños, siguiendo el mandato que había recibido de mi padre. Y le
dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque está encinta
por obra del Espíritu Santo. Dará a luz a un niño al que pondrás por nombre Jesús,
y será quien gobernará a las naciones con un cetro de hierro». Habiendo hablado
así, el ángel se alejó. Y José se despertó de su sueño y obedeció lo que el arcángel le
había ordenado, y María permaneció con él.
CAPÍTULO VII
CAPÍTULO VIII
Sin embargo, Satán fue a anunciar todas estas cosas a Herodes, el padre de
Arquelao, el que hizo decapitar a Juan, mi amigo y pariente. Y Herodes hizo que
me buscaran, pensando que mi reino era de este mundo. Pero el piadoso anciano
José fue advertido en sueños por un ángel; se levantó y tomó a María, mi madre,
que me llevaba en sus brazos. Y Salomé se unió a ellos para acompañarlos en el
viaje. Partió, pues, de su casa y se retiró a Egipto, donde pasó un año entero, hasta
que el cuerpo de Herodes vino a ser pasto de los gusanos y murió, como justo
castigo por la sangre de los inocentes que él había derramado.
CAPÍTULO IX
CAPÍTULO X
CAPÍTULO XI
Justo y Simón, los hijos mayores de José, se habían casado y se habían ido a
vivir con sus familias, así como las dos hijas, que se fueron a sus casas. Y no
quedaban en la casa de José más que Santiago el Menor, José y la Virgen, mi
madre. Y yo permanecía con ellos, como si fuese uno de sus hijos, e hice todo lo
que es natural hacer entre los hombres, excepto pecar. Yo llamaba a María mi
madre y a José mi padre, y les estaba sumiso y les obedecía en todo cuanto me
mandaban. Y nunca les desobedecí en nada, conformándome en todo a su
voluntad, como han hecho todos los hombres nacidos en la tierra. Nunca provoqué
su cólera ni les respondí con palabras duras ni les hablé con acritud. Por el
contrario, siempre les di testimonio de un gran afecto.
CAPÍTULO XII
CAPÍTULO XIII
«¡Oh, Dios, padre de todo consuelo, Dios de bondad, dueño de toda carne,
Dios de mi alma, de mi espíritu y de mi cuerpo, yo Te imploro, oh, mi Señor y mi
Dios! Si mis días se han cumplido y mi salida de este mundo está próxima,
envíame al poderoso Miguel, el príncipe de tus santos ángeles, para que esté cerca
de mí, hasta que mi pobre alma salga de mi cuerpo miserable sin pena, ni dolor ni
conmoción. Porque un gran espanto y una violenta tristeza se abaten, en el día de
la muerte, sobre todos los cuerpos, sean de hombres o de mujeres o de animales de
carga, bestias salvajes, reptiles o aves que vuelan por el cielo. Y sufren terror,
miedo, angustia y fatiga en el momento en que sus almas abandonan sus cuerpos.
CAPÍTULO XIV
CAPÍTULO XV
CAPÍTULO XVI
CAPÍTULO XVII
Y le dije: «Salud, José, padre mío, hombre justo, ¿cómo está tu salud?».
Y él me respondió:
CAPÍTULO XVIII
Y yo le respondí:
«Oh, mi bien amada madre, todas las criaturas nacidas en este mundo han
de morir, porque la muerte tiene su derecho asegurado sobre todo el género
humano. Tú misma, virgen y madre mía, morirás como todos. Pero tu muerte, así
como la muerte de este anciano piadoso, no será muerte verdadera, sino una
puerta para entrar en la vida eterna. También el cuerpo que yo he recibido es
preciso que muera. Pero levántate, oh mi madre purísima, y ve junto a José, el
anciano bendito, para que veas lo que ocurre cuando su alma se separe de su
cuerpo».
CAPÍTULO XIX
CAPÍTULO XX
CAPÍTULO XXI
«¡Oh, señor de toda clemencia, ojo que ve y oído que oye!, escucha mi
clamor y mi ruego por el buen anciano José, y envía a Miguel, jefe de tus ángeles, y
a Gabriel, mensajero de la luz, y a todos los ejércitos de tus ángeles y a sus coros,
para que acompañen hasta ti el alma de mi padre, José. He aquí llegada la hora en
que mi padre necesita de tu misericordia. Y yo os digo que vosotros, que todos los
hombres que nacen en este mundo, justos o pecadores, tienen que pasar por el
trance de la muerte».
CAPÍTULO XXIII
CAPÍTULO XXIV
Pero su cuerpo quedó yacente y sin color. Porque, posando mi mano sobre
sus ojos, yo los había cerrado. También había cerrado su boca, y había dicho a
María, la virgen: «Oh, madre mía, ¿dónde está la habilidad que él había adquirido
en su oficio durante todo el tiempo que vivió sobre la tierra? Pereció con él, y es
como si nunca hubiese existido». Cuando los hijos de José me oyeron hablar con mi
madre, la virgen inmaculada, comprendieron que había expirado y, vertiendo
lágrimas, exhalaron gritos de dolor. Y les dije: «La muerte de vuestro padre no es
la muerte, sino la vida eterna. Porque, liberado de todas las tribulaciones de este
mundo, ha entrado en el reposo eterno, que no conoce fin». Y, cuando ellos oyeron
estas palabras, desgarraron sus vestiduras llorando.
CAPÍTULO XXV
CAPÍTULO XXVI
CAPÍTULO XXVII
CAPÍTULO XXIX
Tras haber dicho estas palabras, abracé el cuerpo de mi padre José, y lloré
sobre él. Y abrieron la puerta del sepulcro y depositaron su cuerpo junto al de su
padre, Santiago. Y cuando él se durmió, había cumplido ciento once años, y no
tuvo nunca un diente que le produjese el menor dolor en su boca, y sus ojos
conservaron siempre toda su penetración; su espalda no se curvó, y sus fuerzas no
se debilitaron; él se entregó a su oficio de carpintero hasta el último día de su vida.
Y este día fue el vigésimo sexto del mes de Abib.
CAPÍTULO XXX
CAPÍTULO XXXI
CAPÍTULO XXXII
EL EVANGELIO DE NICODEMO
El Evangelio de Nicodemo, conocido también como Hechos de Pilato,
proviene de un documento original compuesto con toda seguridad hacia el siglo
IV. El nombre de Nicodemo es el del autor, que se presenta así en la versión que
poseemos. El otro título, Hechos de Pilato, que estaba más extendido en la Edad
Media, se refiere al nombre del procurador romano, porque los acontecimientos
contenidos en el relato suceden bajo su gobernaduría. Otras fuentes mencionan
que las actas en cuestión fueron encontradas en el pretorio de Pilato.
(Texto íntegro)
Yo, Emeo, hebreo de nación, doctor de la ley entre los hebreos, estudioso de
las Sagradas Escrituras, lleno de fe de las acciones de Nuestro Señor Jesucristo,
revestido del carácter sagrado por el santo bautismo, y buscando las cosas que
acaecieron y que hicieron los judíos bajo el gobierno de Poncio Pilato; recordando
el relato de todos estos hechos escrito en letras hebraicas por Nicodemo, lo traduje
a la lengua griega, para darlo a conocer a todos cuantos adoran el nombre del
Salvador del mundo, Nuestro Señor Jesucristo. Y lo he hecho bajo el imperio de
Flavio Teodosio, el año decimoctavo de su reinado, y bajo Valentiniano Augusto. Y
a vosotros todos cuantos leáis estas cosas, os suplico que roguéis por mí, pobre
pecador, a fin de que Dios me sea favorable, y que me perdone todos los pecados
que haya cometido. Y con esto, y deseando paz a los lectores, y que la salvación sea
con ellos, termino mi prefacio.
CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
Pilato, lleno de cólera, salió del pretorio y dijo a los judíos: «Pongo al sol por
testigo de que no he encontrado nada reprensible en este hombre». Y los judíos
respondieron al gobernador: «Si no fuese un encantador, no te lo habríamos
entregado». Pilato dijo: «Tomadle y juzgadle según vuestra ley». Pero los judíos
contestaron: «No nos está permitido matar a nadie». Pilato dijo a los judíos: «Es a
vosotros y no a mí a quien Dios ordenó: “No matarás”». Y, entrando de nuevo en
el pretorio, Pilato llamó a Jesús a solas y le preguntó: «¿Eres tú el rey de los
judíos?». Y Jesús le respondió: «¿Dices eso por ti mismo o te lo han dicho otros de
mí?». Pilato dijo: «¿Es que acaso soy yo judío? Tu nación y los príncipes de los
sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?». Jesús le respondió:
«Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuese de este mundo, mis servidores
habrían resistido y yo no habría sido entregado a los judíos. Pero mi reino no es de
aquí». Pilato dijo: «¿Eres, pues, rey?». Jesús respondió: «Tú lo dices. Sí, yo soy rey;
para eso he nacido y para eso he venido al mundo: para dar testimonio de la
verdad. Y todos cuantos tomen partido por la verdad, escucharán mi voz». Dijo
Pilato: «¿Qué es la verdad?». Y Jesús respondió: «La verdad viene del cielo».
Preguntó Pilato: «¿No hay, pues, verdad sobre la tierra?». Y Jesús dijo a Pilato: «Ya
ves cómo los que dicen la verdad sobre la tierra son juzgados por los que tienen
poder sobre la tierra».
CAPÍTULO IV
Y dejando a Jesús en el interior del pretorio, Pilato salió, y fue a donde
estaban los judíos y les dijo: «No encuentro en él ninguna falta». Los judíos
respondieron: «Él ha dicho: “Yo puedo destruir este templo y reconstruirlo en tres
días”». Pilato les preguntó: «¿Qué templo?». Y los judíos respondieron: «El que
Salomón tardó cuarenta y seis años en construir, y él asegura que, en sólo tres días,
puede destruirlo y volverlo a levantar». Y Pilato les dijo de nuevo: «Yo soy
inocente de la sangre de este hombre. Ved vosotros lo que os toca hacer con él». Y
los judíos dijeron: «Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos».
Entonces, Pilato, llamando a los ancianos, a los sacerdotes y a los levitas, les dijo en
secreto: «No hagáis tal, porque, a pesar de vuestras acusaciones, nada he hallado
digno de muerte en lo que le reprocháis de haber violado el sábado». Los
sacerdotes, y los levitas y los ancianos dijeron: «El que ha blasfemado contra el
César reo es de muerte; pues bien, él ha blasfemado contra Dios». El gobernador
ordenó entonces a los judíos que salieran del pretorio y, llamando a Jesús, le dijo:
«¿Qué haré, pues, yo contigo?». Jesús dijo a Pilato: «Actúa como debes». Pilato dijo
a los judíos: «¿Cómo debo actuar?». Jesús respondió: «Moisés y los profetas han
predicho esta pasión y mi resurrección». Los judíos, al oírle, dijeron a Pilato:
«¿Quieres escuchar por más tiempo estas blasfemias? Nuestra ley prescribe que si
un hombre peca contra su prójimo, recibirá cuarenta azotes menos uno, y que el
blasfemo será castigado con la muerte». Pilato les dijo: «Si su discurso es blasfemo,
tomadle y llevadle a vuestra sinagoga, y juzgadle según vuestra ley». Los judíos
dijeron a Pilato: «Queremos que sea crucificado». Pilato les dijo: «Eso no es justo».
Y, mirando a la asamblea, vio a algunos judíos que lloraban, y dijo: «No toda la
multitud quiere que muera». Los ancianos dijeron a Pilato: «Todos hemos venido
aquí para que muera». Y Pilato dijo a los judíos: «¿Qué ha hecho él para merecer la
muerte?». Y ellos respondieron: «Ha dicho que era rey e hijo de Dios».
CAPÍTULO V
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
Y una mujer, llamada Verónica, dijo: «Desde hacía doce años, yo estaba
aquejada de un flujo de sangre, y toqué el borde de su túnica y enseguida se
detuvo el flujo de sangre». Los judíos dijeron: «Según nuestra ley, una mujer no
puede declarar como testigo».
CAPÍTULO VIII
CAPÍTULO IX
Y Pilato, llamando a Nicodemo y a los doce hombres que decían que Jesús
no había nacido de la fornicación, les habló así: «¿Qué debo hacer? Porque en el
pueblo va a estallar una sedición». Y ellos respondieron: «No lo sabemos; que lo
vean ellos mismos». Y Pilato, convocando de nuevo a la multitud, dijo a los judíos:
«Todos vosotros sabéis que, según la costumbre, el día de los ácimos le concedo la
gracia a un preso. Tengo en prisión a un famoso asesino, que se llama Barrabás; yo
no encuentro en Jesús nada que le haga merecedor de la muerte. ¿A cuál de los dos
queréis que suelte?». Todos respondieron gritando: «¡Suelta a Barrabás!». Pilato
dijo: «¿Y qué hago con Jesús, llamado el Cristo?». Y ellos gritaron todos: «¡Que sea
crucificado!». Y los judíos dijeron también: «No eres amigo del César si pones en
libertad al que se llama a sí mismo rey e hijo de Dios, y quizá quieres que él sea rey
en vez del César». Y entonces Pilato se encolerizó y les dijo: «Siempre habéis sido
una raza sediciosa y os habéis opuesto a los que estaban por vosotros». Y los judíos
preguntaron: «¿Quiénes son los que estaban por nosotros?». Y Pilato respondió:
«Vuestro Dios, que os liberó de la dura servidumbre de los egipcios y que os
condujo a pie por el mar seco y que os dio, en el desierto, el maná y la carne de las
codornices para vuestra alimentación, y que hizo salir de una roca agua para
calmar vuestra sed, y contra el cual, a pesar de tantos favores, no habéis cesado de
rebelaros, por lo cual él ha querido haceros perecer. Y Moisés rogó por vosotros a
fin de que no perecierais. Y decís ahora que yo odio al rey». Y, levantándose de su
tribunal, quiso salir. Pero todos los judíos gritaron: «Nosotros sabemos que nuestro
rey es el César, y no Jesús. Porque los magos le ofrecieron presentes como a rey. Y
Herodes, sabedor por los magos de que un rey había nacido, intentó matarle. Y
enterado de ello José, su padre, le tomó, junto con su madre, y huyó a Egipto. Y
Herodes ordenó dar muerte a los hijos de los judíos que por aquel entonces habían
nacido en Belén». Al oír estas cosas, Pilato quedó aterrado y, cuando se restableció
la calma entre el pueblo que gritaba, dijo: «Ese que está aquí presente, ¿es el que
buscaba Herodes?». Y ellos respondieron: «Él es». Y Pilato, tomando agua, se lavó
las manos delante del pueblo, diciendo: «Yo soy inocente de la sangre de este justo.
Pensad bien lo que vais a hacer». Y los judíos repitieron: «Caiga su sangre sobre
nosotros y sobre nuestros hijos». Entonces, Pilato ordenó que se trajese a Jesús ante
el tribunal en el que él estaba sentado, y prosiguió en estos términos, dictando
sentencia contra Jesús: «Tu raza no te quiere por rey. Ordeno, pues, que seas
primeramente azotado, de acuerdo con los estatutos de los antiguos príncipes».
Después mandó que se le crucificase en el lugar en que había sido arrestado, junto
con dos malhechores, cuyos nombres eran Dimas y Gestas.
CAPÍTULO X
Y Jesús salió del pretorio, y los dos ladrones con él. Y, cuando hubo llegado
al lugar que se llama Gólgota, los soldados le desnudaron de sus vestiduras y le
ciñeron un lienzo, y pusieron sobre su cabeza una corona de espinas, y colocaron
una caña en sus manos. Y crucificaron igualmente a los dos ladrones a sus lados,
Dimas a su derecha y Gestas a su izquierda. Y Jesús dijo: «Padre, perdónalos y no
les castigues, porque no saben lo que hacen». Y ellos se repartieron sus vestiduras.
Y el pueblo estaba presente, y los príncipes, los ancianos y los jueces se burlaban de
Jesús, diciendo: «Él ha salvado a otros, que se salve ahora a sí mismo. Y si es hijo
de Dios, que descienda de la cruz». Y los soldados se mofaban de él y le ofrecían
por bebida vinagre mezclado con hiel, diciendo: «Si eres el rey de los judíos,
sálvate a ti mismo». Un soldado, llamado Longinos, tomando una lanza, le hirió en
el costado, del cual salió sangre y agua. Y el gobernador ordenó que, conforme a la
acusación de los judíos, se inscribiese en una tablilla, en letras hebreas, griegas y
latinas: «Éste es el rey de los judíos». Uno de los ladrones que estaban crucificados,
llamado Gestas, le dijo: «Si eres el Cristo, libérate, así como a nosotros». Dimas le
respondió, reprendiéndole: «¿No temes a Dios, tú que eres de aquellos en quienes
ha recaído la condena? Nosotros recibimos el justo castigo por las faltas que hemos
cometido, pero él no ha hecho ningún mal». Y, después de que hubo reprendido a
su compañero, dijo a Jesús: «Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino». Y
Jesús le respondió: «En verdad, te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso».
CAPÍTULO XI
Era entonces como la hora sexta del día, y las tinieblas se extendieron sobre
toda la tierra, hasta la hora de nona. El sol se oscureció, y el velo del templo se
rasgó de arriba abajo en dos partes. Y, hacia la hora de nona, Jesús dio una gran
voz y exclamó: «Elí, Elí, ¿lemá sabactani?», lo que significa «Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?». Y después dijo Jesús: «Padre mío, en tus manos
encomiendo mi espíritu». Y, diciendo esto, expiró. El centurión, al ver lo que había
pasado, glorificó a Dios, diciendo: «Este hombre era justo». Y todos los asistentes,
turbados por lo que habían visto, se fueron de allí, golpeándose el pecho. Y el
centurión contó al gobernador lo que había ocurrido, y el gobernador, al oírlo, fue
sobrecogido por una gran aflicción, y ellos no comieron ni bebieron aquel día. Y
Pilato, convocando a los judíos, les dijo: «¿Habéis visto lo que ha pasado?». Y ellos
respondieron al gobernador: «El sol se ha eclipsado de la manera habitual». Y
todos los que seguían a Jesús se mantenían alejados, así como las mujeres que le
habían seguido desde Galilea. Y he aquí que un hombre llamado José, hombre
justo y bondadoso, y que no había tomado parte en las acusaciones ni en las
maldades de los judíos, y que era de Arimatea, ciudad de Judea, y que esperaba el
reino de Dios, pidió a Pilato el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo de la cruz, lo envolvió
en un lienzo blanquísimo, y lo depositó en una tumba completamente nueva que
había hecho construir para él mismo y en la cual nadie había sido sepultado hasta
entonces.
CAPÍTULO XII
CAPÍTULO XIII
Y estando todavía llenos de sorpresa, he aquí que uno de los soldados que
habían sido situados para guardar el sepulcro, entró en la sinagoga y dijo:
«Mientras nosotros vigilábamos la tumba de Jesús, la tierra tembló, y hemos visto
al ángel de Dios quitar la piedra del sepulcro y sentarse sobre ella. Y su rostro
brillaba como el rayo, y sus vestidos eran blancos como la nieve. Y nosotros nos
quedamos como muertos de terror, y hemos oído al ángel que decía a las mujeres
venidas al sepulcro de Jesús: “No temáis, yo sé que buscáis a Jesús el crucificado;
ha resucitado, según predijo. Venid y ved el sitio donde había sido colocado y
encargaos de decir a sus discípulos que Él ha resucitado de entre los muertos, y
que os precede a Galilea; allí le veréis”». Y los judíos, convocando a todos los
soldados que habían puesto para custodiar el sepulcro de Jesús, les dijeron:
«¿Quiénes son esas mujeres a las que habló el ángel? ¿Por qué no os habéis
apoderado de ellas?». Los soldados respondieron: «No sabemos quiénes eran esas
mujeres. Nos hemos quedado como muertos del temor que nos inspiraba el ángel.
¿Cómo hubiéramos podido apoderarnos de las mujeres?». Los judíos dijeron: «¡Por
la vida del Señor, no os creemos!». Los soldados replicaron: «Vosotros habéis visto
cómo Jesús hacía muchos milagros y no habéis creído en él, ¿cómo vais a creer en
nuestras palabras? Habéis tenido razón al exclamar: “¡Por la vida del Señor!”,
porque el Señor vive, el Señor a quien vosotros encerrasteis. Hemos sabido que
habéis metido en un calabozo, cuya puerta habéis sellado, a José, el que embalsamó
el cuerpo de Jesús, y que, cuando fuisteis a buscarle, no lo encontrasteis.
Entregadnos a José, a quien vosotros encerrasteis, y nosotros os devolveremos a
Jesús, a quien guardábamos en el sepulcro». Los judíos dijeron: «Nosotros os
entregaremos a José, entregadnos vosotros a Jesús, porque José está en la ciudad de
Arimatea». Los soldados respondieron: «Si José está en Arimatea, Jesús está en
Galilea, como hemos oído que el ángel anunciaba a las mujeres». Al oír esto, los
judíos se llenaron de temor y se decían entre ellos: «Cuando el pueblo oiga estas
cosas, todos creerán en Jesús». Y reunieron una gran suma de dinero y se la dieron
a los soldados, diciéndoles: «Decid que, durante la noche, mientras vosotros
dormíais, los discípulos de Jesús han venido y han robado el cuerpo. Y si el
gobernador Pilato se entera de esto, nosotros le calmaremos respecto a vosotros, y
no seréis inquietados». Los soldados tomaron el dinero y dijeron lo que los judíos
les habían recomendado.
CAPÍTULO XIV
CAPÍTULO XV
CAPÍTULO XVI
Cuando los príncipes de los sacerdotes y los otros sacerdotes y los levitas
hubieron oído estas cosas, quedaron estupefactos y rodaron por tierra sobre sus
rostros, como muertos. Y, vueltos en sí, exclamaron: «¿Qué maravilla es la que se
ha manifestado en Jerusalén? Porque nosotros conocemos al padre y a la madre de
Jesús». Un cierto levita dijo: «Sé que su padre y su madre eran personas temerosas
de Dios, y que estaban siempre en el templo haciendo oración y ofreciendo hostias
y holocaustos al Dios de Israel. Y, cuando Simeón, el Sumo Sacerdote, le recibió,
dijo, cogiéndole en brazos: “Ahora, Señor, envía a tu siervo en paz, según tu
palabra, porque mis ojos han visto al Salvador que has preparado para todos los
pueblos, luz que ha de servir para la gloria de tu raza de Israel”. Y aquel mismo
Simeón bendijo también a María, madre de Jesús, y le dijo: “Yo te anuncio, con
relación a este niño, que ha nacido para la ruina y para la resurrección de muchos y
como signo de contradicción. Y un puñal atravesará tu alma, hasta que los
pensamientos de los corazones de muchos sean conocidos”». Entonces, los judíos
dijeron: «Enviemos a buscar a esos tres hombres que aseguran haber visto a Jesús
con sus discípulos en el monte de los Olivos». Y cuando así se hizo y fueron
interrogados, ellos respondieron con voz unánime: «Por la vida del Señor, Dios de
Israel, que hemos visto manifiestamente a Jesús con sus discípulos en el monte de
los Olivos, y su ascensión al cielo». Entonces, Anás y Caifás los tomaron uno por
uno y los interrogaron separadamente. Y, confesando unánimemente la verdad,
dijeron que habían visto a Jesús. Y Anás y Caifás dijeron: «Nuestra ley prescribe
que, en la boca de dos o tres testigos, toda palabra es válida. Pero sabemos que el
bienaventurado Enoch, grato a Dios, fue transportado al cielo por la palabra de Él,
y que la tumba del bienaventurado Moisés no ha sido encontrada, y que la muerte
del profeta Elías no es conocida. Jesús, por el contrario, ha sido entregado a Pilato,
flagelado, cubierto de escupitajos, abofeteado, coronado de espinas, herido con una
lanza y crucificado; ha muerto en la cruz y ha sido sepultado. Y el bienaventurado
José ha depositado su cuerpo en un sepulcro nuevo, y él atestigua haberlo visto
vivo. Y estos tres hombres certifican que lo han visto en el monte de los Olivos con
sus discípulos y subir al cielo».
CAPÍTULO XVII
CAPÍTULO XVIII
CAPÍTULO XIX
»Y el profeta Isaías gritó, y dijo: “Es la luz del Padre, el Hijo de Dios, como
yo he predicho, cuando estaba sobre la tierra de los vivos: la tierra de Zabulón y la
tierra de Neftalí. Más allá del Jordán, el pueblo que está sentado en las tinieblas
verá una gran luz, y sobre los que están en la región de la muerte, la luz brillará. Y
ahora, ha llegado y ha brillado para nosotros, que estábamos sentados en la
muerte”.
CAPÍTULO XX
»Y cuando el padre Adán, el primer formado, oyó estas cosas sobre que
Jesús había sido bautizado en el Jordán, exclamó, hablando a su hijo Set: “Cuenta a
tus hijos, los patriarcas y los profetas, todo cuanto oíste decir al arcángel Miguel,
cuando yo te envié a las puertas del paraíso, a fin de suplicar al Señor que
permitiera que su ángel te diera aceite del árbol de la misericordia, para que me
untaras con él, pues yo estaba enfermo”. Entonces Set, acercándose a los santos
patriarcas y a los profetas, dijo: “A mí, Set, hallándome en oración delante del
Señor, se me apareció Miguel diciendo: ‘He sido enviado a ti por el Señor, y
presido sobre el cuerpo humano. Y te digo, Set, que no niegues con lágrimas en los
ojos, pidiendo el aceite del árbol de la misericordia, para ungir a tu padre Adán y
así cesen los sufrimientos de su cuerpo; porque de ninguna manera podrás
recibirlo si no es en los últimos días, cuando se hayan cumplido cinco mil
quinientos años; entonces, el Hijo de Dios, lleno de amor, vendrá sobre la tierra, y
resucitará el cuerpo de Adán, y al mismo tiempo resucitará el cuerpo de los
muertos. Y, a su venida, será bautizado en el Jordán. Cuando haya salido de las
aguas del Jordán, entonces ungirá con el aceite de su misericordia a todos los que
crean en Él, y el aceite de su misericordia será para la generación de los que deben
nacer del agua y del Espíritu Santo para la vida eterna. Entonces, Jesucristo, el Hijo
de Dios, lleno de amor, descendido sobre la tierra, introducirá a tu padre Adán en
el paraíso, junto al árbol de la misericordia’”. Al oír todas las cosas que decía Set,
los patriarcas y los profetas experimentaron una gran alegría.
CAPÍTULO XXI
»Y el príncipe del infierno respondió y dijo: “Tú me has dicho que fue él
quien me arrancó de los muertos. Muchos están aquí, que retengo, y que, sin
embargo, mientras vivían sobre la tierra, me han arrebatado muertos, no por su
propio poder, sino por las plegarias que ellos dirigían a Dios, y su Dios
todopoderoso me los ha arrancado. ¿Quién es, pues, ese Jesús que, por su palabra,
me ha arrancado muertos? ¿Es quizá el que ha vuelto a la vida, por su palabra
imperiosa, a Lázaro, que estaba muerto desde hacía cuatro días, lleno de
podredumbre y en descomposición y a quien yo retenía como muerto?”.
CAPÍTULO XXII
»Y mientras así hablaban el uno con el otro, Satán y el príncipe del infierno,
se oyó una voz como un trueno y como el ruido del huracán, que decía: “Príncipes,
abrid vuestras puertas, y vosotras, puertas, abríos, que el Rey de la gloria va a
entrar”. Oyendo esto, el príncipe del infierno dijo a Satán: “Aléjate de mí y sal de
mis moradas; si eres un combatiente tan poderoso, combate contra el Rey de la
Gloria. Pero ¿qué hay entre tú y él?”. Y el príncipe del infierno dijo a sus ministros
impíos: “Cerrad las crueles puertas de bronce y empujad los cerrojos de hierro y
resistid valientemente, no sea que seamos reducidos a la cautividad, nosotros, que
custodiamos a los cautivos”.
»Pero, al oír esto, toda la multitud de los santos dijo al príncipe del infierno,
con voz de reproche: “Abre la puerta, a fin de que el Rey de la Gloria pueda
entrar”. Y David, aquel divino profeta, gritó diciendo: “¿Es que, cuando yo estaba
en la tierra de los vivos, no os he predicho que las misericordias del Señor le
rendirán testimonio, y que sus maravillas lo anunciarán a los hijos de los hombres,
porque él ha quebrado las puertas de bronce y roto los cerrojos de hierro? Él los ha
retirado del camino de su iniquidad”. Y, a continuación, Isaías dijo algo semejante
a todos los santos: “¿Es que, cuando yo estaba en la tierra de los vivos, no os
predije que los muertos se despertarán, y los que están en las tumbas se levantarán,
y los que están en la tierra se estremecerán de alegría, porque el rocío que viene del
Señor es su curación? Y también he dicho: ‘Muerte, ¿dónde está tu victoria?
Muerte, ¿dónde está tu aguijón?’”.
»Al escuchar estas palabras de Isaías, todos los santos dijeron al príncipe del
infierno: “Abre tus puertas; ahora, vencido y aterrorizado, no tienes ya ningún
poder”. Y se oyó una voz, como la de los truenos, diciendo: “Príncipes, levantad
vuestras puertas, y levantaos vosotras, puertas infernales, y el Rey de la Gloria
entrará”. El príncipe del infierno, viendo que aquel grito se había hecho oír dos
veces, dijo, como si lo ignorase: “¿Quién es ese Rey de la Gloria?”. David,
respondiendo al príncipe del infierno, dijo: “Yo conozco las palabras de ese clamor,
porque son las mismas que yo he profetizado por inspiración de su espíritu. Y
ahora, lo que ya he dicho, lo repito: ‘El Señor fuerte y poderoso, el Señor poderoso
en el combate, él es el Rey de la Gloria, y el Señor ha mirado desde el cielo sobre las
tierras, a fin de oír los gemidos de los que están aherrojados, y a fin de librar a los
hijos de los que han sido muertos’. Y ahora, inmundo y horrible príncipe del
infierno, abre tus puertas, a fin de que entre el Rey de la Gloria”. Al decir estas
palabras David al príncipe del infierno, apareció el Señor de majestad bajo la forma
de un hombre, e iluminó las tinieblas eternas, y rompió los lazos que no estaban
rotos, y el socorro de una virtud invencible nos visitó, a nosotros, que estábamos
sentados en las profundidades de las tinieblas de nuestras faltas, y en la sombra de
la muerte de nuestros pecados.
CAPÍTULO XXIII
CAPÍTULO XXIV
»”Oh, Satán, príncipe de todos los males y padre de los rebeldes e impíos,
¿qué has querido hacer? Los que, desde el comienzo del mundo hasta el presente,
habían desesperado de su vida y de su salvación, no dejan oír ya sus gemidos. No
resuena ninguna de sus quejas y no se encuentra ningún vestigio de lágrimas sobre
la faz de ninguno de ellos. Rey inmundo, poseedor de las llaves de los infiernos,
por la madera de la cruz, has perdido todas las riquezas que habías adquirido por
la prevaricación y la pérdida del paraíso. Toda tu dicha se ha disipado y, cuando
has puesto en la cruz al Cristo, Jesús, el Rey de la Gloria, has actuado contra ti y
contra mí. Sabe en adelante cuántos tormentos eternos y cuántos suplicios infinitos
te están reservados bajo mi guarda, que no conoce término. Oh, Satán, príncipe de
todos los malvados, autor de la muerte y fuente del orgullo, tú hubieras debido
primeramente buscar algún justo reproche que hacer a Jesús. Pero si no encontraste
en él ninguna falta ¿por qué, sin razón, te has atrevido a crucificarle injustamente y
atraer a nuestra región al inocente y al justo? Así has perdido a los malos, los
impíos y los injustos del mundo entero”. Y según habla de este modo el príncipe
del infierno a Satán, dijo el Rey de la Gloria al príncipe del infierno: “El príncipe
Satán estará bajo tu potestad por los siglos de los siglos, en lugar de Adán y de sus
hijos, que son mis justos”.
CAPÍTULO XXV
CAPÍTULO XXVI
CAPÍTULO XXVII
»Y mientras que Enoch y Elías hablaban de este modo a los santos, he aquí
que se acercó otro hombre, muy miserable, llevando sobre sus hombros el signo de
la cruz. Y, cuando le vieron, todos los santos le dijeron: “¿Quién eres? Tu aspecto
es el de un ladrón. ¿De dónde vienes, que llevas sobre tus hombros el signo de la
cruz?”. Y el hombre, respondiéndoles, les dijo: “Habéis dicho verdad, porque yo he
sido un ladrón y he cometido en la tierra toda clase de crímenes. Y los judíos me
crucificaron con Jesús y vi las maravillas que se cumplieron por la cruz de Jesús
crucificado, y he creído que él es el Creador de todas las criaturas y el rey
todopoderoso, y le he rogado diciendo: ‘Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu
reino’. Y, escuchando mi plegaria, él me ha dicho enseguida: ‘En verdad te digo
que hoy estarás conmigo en el paraíso’. Y él me dio este signo de la cruz diciendo:
‘Entra en el paraíso llevando esto, y si el ángel guardián del paraíso no quiere
dejarte entrar, muéstrale el signo de la cruz y dile: Ha sido Jesucristo, el Hijo de
Dios, que ahora está crucificado, quien me ha enviado’. Y cuando me oyó decir
esto, abrió enseguida y me hizo entrar, colocándome a la derecha del paraíso,
diciendo: ‘Espera un poco, y el padre de todo el género humano, Adán, entrará con
todos sus hijos, los santos y los justos de Cristo, el Señor crucificado’”. Cuando
hubieron oído todas estas palabras del ladrón, todos los patriarcas, con voz
unánime, dijeron: “Bendito sea el Señor todopoderoso, padre de los bienes eternos
y padre de la misericordia, tú que has concedido tal gracia a los pecadores y que
los has introducido en la gracia del paraíso, en los verdes prados donde reside la
verdadera vida espiritual. Amén”.
CAPÍTULO XXVIII
»Éstos son los misterios divinos y sagrados que nosotros vimos y oímos, yo,
Carino, y yo, Leucio. Y no nos está permitido proseguir y contar los demás
misterios de Dios, como lo declaró abiertamente el arcángel Miguel al decirnos. “Id
con vuestros hermanos a Jerusalén y permaneced en oración, bendiciendo y
glorificando la resurrección del Señor Jesucristo, vosotros, a quienes él ha
resucitado de entre los muertos. Pero no hablaréis con hombre alguno, sino
permaneced mudos, hasta que llegue la hora en que el Señor os permita referir los
misterios de su divinidad”. Y el arcángel Miguel nos ordenó ir más allá del Jordán
a un lugar muy fértil y abundante donde están varios que han resucitado con
nosotros, en testimonio de la resurrección de Cristo. Porque hace tres días
solamente que se nos permite, a los que hemos resucitado de entre los muertos,
celebrar en Jerusalén la Pascua del Señor con nuestros parientes, en testimonio de
la resurrección del Señor Jesucristo, y hemos sido bautizados en el santo río Jordán,
recibiendo todos unas vestiduras blancas. Y, después de los tres días de la
celebración de la Pascua, todos cuantos habían sido resucitados con nosotros
fueron arrebatados por nubes y, conducidos más allá del Jordán, no han sido vistos
por nadie. Éstas son las cosas que el Señor nos ha ordenado que os refiramos. Y
alabadle, confesadle y haced penitencia, a fin de que tenga piedad de vosotros. Paz
a vosotros en el Señor Dios Jesucristo, salvador de todos los hombres. Amén.
Amén. Amén».
CAPÍTULO XXIX
(Fragmentos)
1. Entre los judíos, nadie se lavó las manos, ni Herodes ni ninguno de sus
jueces. Y, como ellos rehusaron lavarse, Pilato se levantó.
II
3. Ahora bien, José, el amigo de Pilato y del Señor, estaba allí y, sabiendo
que le iban a crucificar, vino a Pilato y le pidió el cuerpo del Señor para enterrarlo.
III
IV
10. Y llevaron dos malhechores y crucificaron al Señor en medio de ellos.
Pero él se callaba, como si no sintiera ningún dolor.
13. Ahora bien, uno de los malhechores les injurió en estos términos:
«Nosotros sufrimos así por el mal que hemos hecho; pero éste, que se ha
convertido en el Salvador de los hombres, ¿qué mal os ha causado?».
15. Y era mediodía cuando las tinieblas cubrieron toda la Judea, y ellos
estaban turbados y temerosos de que el sol se hubiese ocultado, porque él [Jesús]
vivía todavía, y estaba escrito para ellos que el sol no debe ponerse sobre un
hombre muerto.
16. Y uno de ellos dijo: «Dadle de beber hiel con vinagre» y, habiendo hecho
la mezcla, se la dieron a beber.
18. Ahora bien, muchos circulaban con lámparas encendidas, pensando que
ya era de noche, y se caían.
VI
21. Y ellos arrancaron los clavos de las manos del Señor y los pusieron en el
suelo. Y toda la tierra tembló y se oyó un gran estrépito.
VII
25. Entonces los judíos, los ancianos y los sacerdotes, dándose cuenta del
mal que se habían hecho a sí mismos, se golpearon el pecho y dijeron:
«¡Desdichados nuestros pecados! He aquí que se acerca el juicio y el fin de
Jerusalén».
26. En cuanto a mí, yo me afligí con todos mis compañeros y, heridos hasta
el corazón, nos ocultábamos, porque sabíamos que [los judíos] nos buscaban como
a malhechores y acusados de querer incendiar el templo.
VIII
28. Los escribas, los fariseos y los ancianos se habían reunido ante la noticia
de que todo el pueblo murmuraba y se golpeaba el pecho diciendo: «Si a su muerte
se han producido milagros tan grandes, es porque era justo».
30. «Danos algunos soldados para guardar su tumba durante tres días, por
miedo a que sus discípulos vengan a robar el cuerpo, y el pueblo, creyendo que ha
resucitado, nos haga algún mal».
31. Pilato les dio al centurión Petronio con algunos soldados para guardar la
tumba, y, junto con ellos, los ancianos y los escribas vinieron al sepulcro.
32. E hicieron rodar una gran piedra con ayuda del centurión y los soldados,
y entre todos la colocaron en la puerta de la tumba.
33. Y la aseguraron con siete sellos y, tras haber levantado una tienda,
montaron guardia.
IX
34. Y por la mañana temprano, al amanecer del sábado, vino una multitud
de Jerusalén y los alrededores, para ver la tumba sellada.
35. Ahora bien, en la noche tras la cual amanece el domingo, mientras que
los soldados montaban la facción de dos en dos, por turnos, se produjo un gran
ruido en el cielo.
37. Y aquella piedra que cerraba la puerta de la tumba rodó por sí misma y
se retiró hacia un lado. Y el sepulcro se abrió y los dos jóvenes entraron.
39. Y mientras contaban lo que habían visto, de nuevo vieron a tres hombres
que salían de la tumba: los dos [jóvenes] sostenían al otro, y una cruz les seguía.
40. Y la cabeza de los dos [primeros] alcanzaba el cielo, pero la de aquel que
ellos conducían sobrepasaba los cielos.
41. Y oyeron una voz que venía de los cielos, que decía: «¿Has predicado a
los que están dormidos?».
XI
44. Y, mientras que todavía deliberaban, se vio de nuevo que los cielos se
abrían, y a un hombre que descendía y penetraba en la tumba.
45. Después de haber visto estas apariciones, el centurión y los que le
rodeaban se apresuraron a ir a casa de Pilato durante la noche, abandonando el
sepulcro que guardaban. Y, muy inquietos, contaron todo lo que habían visto,
diciendo: «Era verdaderamente el hijo de Dios».
46. Pilato respondió en estos términos: «Yo estoy puro de la sangre del Hijo
de Dios; sois vosotros quienes lo habéis decidido así».
48. «Porque más nos vale a nosotros ser responsables ante Dios del mayor
de los crímenes, que caer en las manos del pueblo de los judíos y ser lapidados».
49. Entonces Pilato ordenó al centurión y a los soldados que no dijeran nada.
XII
52. Y ellas temían ser vistas por los judíos, y decían: «Aunque el día que fue
crucificado no hayamos podido llorar ni golpearnos el pecho, hagámoslo ahora
junto a su tumba».
53. «Pero ¿quién hará rodar la piedra colocada a la puerta del sepulcro, a fin
de que, entrando, podamos sentarnos cerca de él y hacer lo que debemos?
XIII
56. «¿Para qué habéis venido? ¿Qué buscáis? ¿Al que fue crucificado? Ha
resucitado. Se ha ido. Si no lo creéis, asomaos, ved el lugar donde fue depositado.
Ya no está, porque ha resucitado y ha partido para el lugar de donde había sido
enviado».
XIV
58. El último día de los Ácimos, mucha gente regresaba a sus casas, pues
había acabado la fiesta.
INTRODUCCIÓN
La historia del movimiento gnóstico es extremadamente compleja y ha
suscitado las tesis más contradictorias. Los primeros historiadores de la gnosis
situaron sus estudios en la perspectiva de los Padres de la Iglesia que le habían
suministrado la mayoría de sus materiales: la gnosis estaba considerada como una
desviación del cristianismo original, debida a una helenización radical. Más tarde,
se resituó el gnosticismo en un área cultural más vasta y se descubrieron en él
numerosos temas comunes con la literatura religiosa de la Antigüedad, desde
Oriente Próximo hasta la India. Se supuso entonces un origen no cristiano o
precristiano al movimiento gnóstico, origen que algunos sitúan en Egipto, otros en
Irán, o incluso en las tendencias apocalípticas del judaísmo. Citemos también a los
defensores del tradicionalismo que, con René Guénon, ven en la gnosis la fuente
misma de toda religión.
Sean lo que sean estos logion, un buen número de los cuales tiene
correspondencia en los canónicos, ofrecen un testimonio de un alto alcance
espiritual y no se puede sino lamentar que la Iglesia los haya combatido tan
ardientemente, incluso aunque algunos adopten un tono gnóstico
desacostumbrado en el cristianismo oficial.
EL EVANGELIO SEGÚN TOMÁS
(Texto íntegro)
LOGION 1
LOGION 2
Jesús ha dicho: «Que aquel que busque no cese de buscar hasta que
encuentre, y, cuando encuentre, será turbado, y, habiendo sido turbado, será
maravillado, y reinará sobre el Todo».
LOGION 3
Jesús ha dicho: «Si aquellos que os guían os dicen: “Ved, el Reino está en el
cielo”, entonces los pájaros del cielo os aventajarán; si os dicen que está en el mar,
entonces los peces os aventajarán. Pero el Reino está en vuestro interior y fuera de
vosotros. Cuando os conozcáis, entonces seréis conocidos y sabréis que sois los
hijos del Padre que está vivo. Pero, si no os conocéis, entonces estaréis en la
pobreza, y sois la pobreza».
LOGION 4
LOGION 5
Jesús ha dicho: «Conoce lo que está delante de tu cara, y lo que está oculto te
será desvelado, pues nada hay escondido que no llegue a ser manifestado».
LOGION 6
LOGION 7
LOGION 8
LOGION 9
Jesús ha dicho: «He aquí que el sembrador salió, llenó su mano, echó [las
simientes]. Algunas, por una parte, cayeron sobre el camino; vinieron los pájaros y
las cogieron. Otras cayeron sobre las rocas, y no echaron raíces en la tierra ni
hicieron brotar ramas hacia el cielo. Otras cayeron entre las espinas, que ahogaron
la simiente y el gusano se las comió. Y otras cayeron en buena tierra, y dieron un
buen fruto, arriba; produjo sesenta por medida y ciento veinte por medida».
LOGION 10
LOGION 11
Jesús ha dicho: «Este cielo pasará, y el que está por encima de él pasará y los
que están muertos no están vivos y los que están vivos no morirán. Los días en que
coméis lo que está muerto, hacéis de ello algo vivo. Cuando estéis en la luz, ¿qué
haréis? El día en que erais uno os convertisteis en dos; pero cuando os hayáis
convertido en dos ¿qué haréis?».
LOGION 12
LOGION 13
LOGION 14
LOGION 15
LOGION 16
Jesús ha dicho: «Quizá los hombres piensan que he venido para traer la paz
al mundo, y no saben que he venido para traer divisiones sobre la tierra, un fuego,
una espada, una guerra. Hay cinco, en efecto, que estarán en una casa; tres estarán
contra dos y dos contra tres; el padre contra el hijo, y el hijo contra el padre, y se
mantendrán solos».
LOGION 17
Jesús ha dicho: «Os daré aquello que el ojo no ha visto, lo que la oreja no ha
oído, lo que la mano no ha tocado y [lo] que no ha venido al corazón del hombre».
LOGION 18
Los discípulos dijeron a Jesús: «Dinos cómo será nuestro fin». Jesús dijo:
«¿Habéis, pues, descubierto el principio para que busquéis el fin? Porque allí
donde está el comienzo, allí estará el fin. Dichoso aquel que se mantenga en el
principio, y él conocerá el fin y no gustará la muerte».
LOGION 19
Jesús ha dicho: «Dichoso aquel que era antes de haber sido. Si os convertís
en mis discípulos y si escucháis mis palabras, estas piedras os servirán. Tenéis, en
efecto, cinco árboles en el paraíso, que no se mueven ni en el verano ni en el
invierno, y cuyas hojas no caen. El que los conozca no gustará la muerte».
LOGION 20
Los discípulos dijeron a Jesús: «Dinos a qué se parece el Reino de los cielos».
Él les dijo: «Es semejante a un grano de mostaza, la más pequeña de todas las
semillas; pero, cuando cae sobre la tierra cultivada, produce una gran rama y se
convierte en refugio para los pájaros del cielo».
LOGION 21
María dijo a Jesús: «¿A quién se parecen tus discípulos?» Él dijo: «Se
parecen a niños pequeños que se han instalado en un campo que no es suyo.
Cuando vengan los dueños del campo, dirán: “Dejadnos nuestro campo”. Ellos,
están desnudos del todo en su presencia, si bien les dejan y le dan su campo. Por
eso yo digo: “Si el dueño de la casa sabe que el ladrón debe venir, vigilará antes de
que venga, y lo dejará agujerear la casa de su reino de manera que se lleve sus
cosas”. Vosotros, sin embargo, vigilad frente al mundo, ceñiros los riñones con
gran fuerza, por miedo a que los ladrones encuentren un camino para venir hacia
vosotros. Porque, el provecho con el que contáis, ellos lo encontrarán. ¡Puede haber
entre vosotros un hombre prudente! Cuando el fruto ha madurado, ha venido
enseguida, con la hoz en la mano, y lo ha cogido. ¡El que tenga oídos para oír, que
oiga!».
LOGION 22
Jesús vio a unos pequeños que mamaban. Dijo a sus discípulos: «Estos
pequeños que maman son semejantes a los que entran en el Reino». Ellos le
dijeron: «Entonces, si nos volvemos pequeños, ¿entraremos en el Reino?». Jesús les
dijo: «Cuando hagáis de dos uno, y cuando hagáis lo que está dentro como lo que
está fuera y lo que está fuera como lo que está dentro, y lo que está arriba como lo
que está abajo, y cuando hagáis, el macho con la hembra, una sola cosa, de modo
que el macho no sea macho ni la hembra sea hembra, cuando hagáis ojos en lugar
de un ojo y una mano en lugar de una mano y un pie en lugar de un pie, una
imagen en lugar de una imagen, entonces entraréis [en el Reino]».
LOGION 23
Jesús ha dicho: «Os escogeré uno entre mil y dos entre dos mil, y ellos
permanecerán siendo uno solo».
LOGION 24
LOGION 25
LOGION 26
Jesús ha dicho: «La paja que está en el ojo de tu hermano, la ves, pero la viga
que está en tu ojo, no la ves. Cuando hayas arrancado la viga de tu ojo, entonces
verás arrancar la paja del ojo de tu hermano».
LOGION 27
LOGION 28
LOGION 29
Jesús ha dicho: «Si la carne ha sido a causa del espíritu, es una maravilla.
Pero si el espíritu [ha sido] a causa del cuerpo, es una maravilla de las maravillas.
Pero yo me maravillo de esto: cómo [esta] gran riqueza se ha puesto en esta
pobreza».
LOGION 30
Jesús ha dicho: «Allí donde hay tres dioses, son dioses; allí donde hay dos o
uno, yo estoy con él».
LOGION 31
LOGION 32
«Una ciudad construida sobre una alta montaña [y] fortificada, no es posible
que se caiga, y tampoco podrá ser escondida».
LOGION 33
Jesús ha dicho: «Lo que oigas en tu oreja [y] en la otra oreja, proclámalo
sobre vuestros techos. Nadie, en efecto, enciende una lámpara para ponerla bajo el
celemín ni la pone en un lugar escondido; sino que la pone sobre el candelero, a fin
de que cualquiera que entre o que salga vea su luz».
LOGION 34
Jesús ha dicho: «Si un ciego conduce a un ciego, los dos caen a una fosa».
LOGION 35
Jesús ha dicho: «No es posible que alguno entre en la casa del fuerte y la
tome por la violencia, a menos que le ate las manos; entonces revolverá su casa».
LOGION 36
LOGION 37
Sus discípulos dijeron: «¿En qué día te revelarás a nosotros y en qué día te
veremos?». Jesús dijo: «Cuando depongáis vuestra vergüenza, cuando toméis
vuestros vestidos, los pongáis bajo vuestros pies como los niños pequeños y los
pisoteéis, entonces [veréis] al hijo de Aquel que está vivo y no temeréis».
LOGION 38
Jesús ha dicho: «Muchas veces habéis deseado oír estas palabras que os
digo, y no tenéis a ningún otro de quien oírlas. Días llegarán en que me buscaréis y
no me encontraréis».
LOGION 39
Jesús ha dicho: «Los fariseos y los escribas han recibido las llaves de la
gnosis [y] la han ocultado. Ellos no han entrado y, a los que querían entrar, no les
han dejado [entrar]. Pero vosotros, sed astutos como las serpientes y cándidos
como las palomas».
LOGION 40
Jesús ha dicho: «Una cepa de viña ha sido plantada fuera del Padre y, como
no se ha fortalecido, será arrancada con su raíz y perecerá».
LOGION 41
LOGION 42
Sus discípulos le dijeron: «¿Quién eres tú, que nos dices esto?». Jesús les
dijo: «Según lo que os digo, ¿no sabéis quién soy? Pero os habéis vuelto como los
judíos, que aman el árbol [y] aborrecen su fruto, y aman el fruto [y] aborrecen el
árbol».
LOGION 44
LOGION 45
LOGION 46
Jesús ha dicho: «Desde Adán hasta Juan el Bautista, no ha habido, entre los
nacidos de mujer, nadie más elevado que Juan el Bautista, tanto que sus ojos no
serán destruidos. Pero yo he dicho: “Aquel de entre vosotros que se haga pequeño
conocerá el Reino y será más elevado que Juan”».
LOGION 47
Jesús ha dicho: «No le es posible a un hombre montar dos caballos, tirar con
dos arcos, y no le es posible a un servidor servir a dos amos: o bien honrará a uno y
ofenderá al otro. Ningún hombre bebe vino viejo y no desea enseguida beber vino
nuevo. Y no se vierte vino nuevo en odres viejos, por temor a que se desgarren, y
no se vierte vino nuevo en otro viejo por temor a que lo estropee. No se cose un
remiendo viejo en un vestido nuevo, porque se producirá un rasgón».
LOGION 48
Jesús ha dicho: «Si dos hacen las paces en esta misma casa, dirán a la
montaña: Desplázate, y ella se desplazará».
LOGION 49
LOGION 50
Jesús ha dicho: «Si os dicen: “¿De dónde habéis nacido?”, decidles: “Hemos
nacido de la luz, allí donde la luz ha nacido de sí misma, ella [se ha levantado] y se
ha revelado en su imagen”. Si os preguntan: “¿Quiénes sois?”, decidles: “Somos
sus hijos y somos los elegidos del Padre que está vivo”. Si os preguntan: “¿Cuál es
el signo de vuestro Padre que está en vosotros?”, decidles: “Es un movimiento y un
reposo”».
LOGION 51
Sus discípulos le dijeron: «¿En qué día vendrá el mundo nuevo?». Él les dijo:
«El que vosotros esperáis ha venido, pero vosotros no le conocéis».
LOGION 52
LOGION 53
Sus discípulos le dijeron: «La circuncisión, ¿es útil o no?». Él les dijo: «Si
fuera útil, su padre los engendraría circuncisos de su madre. Pero la circuncisión
verdadera en espíritu ha sido útil enteramente».
LOGION 54
LOGION 55
LOGION 57
Jesús ha dicho: «El Reino del Padre se parece a un hombre que tenía una
[buena] simiente. Su enemigo vino por la noche y sembró cizaña entre la buena
semilla. El hombre no les dejó arrancar la cizaña. Él les dijo: “Por miedo a que
vengáis a arrancar la cizaña [y] arranquéis con ella el trigo; en efecto, el día de la
cosecha, las cizañas aparecerán, se arrancarán y se quemarán”».
LOGION 58
LOGION 59
Jesús ha dicho: «Mirad hacia Aquel que está vivo, en tanto viváis, por miedo
a que muráis intentando verle sin lograr verle».
LOGION 60
LOGION 61
Jesús ha dicho: «Hay dos que reposarán sobre un lecho: uno morirá y el otro
vivirá». Salomé dijo: «¿Quién eres tú, hombre, en tanto que [hijo] de quién? Has
entrado en mi lecho y has comido a mi mesa». Jesús le dijo: «Yo soy el que
proviene de Aquel que es igual; me han sido dadas las cosas de mi Padre». Salomé
dijo: «Yo soy tu discípula». Jesús le dijo: «Por eso yo digo: “Cuando él sea igual,
estará lleno de luz, pero, cuando sea separado, será lleno de tinieblas”».
LOGION 62
Jesús ha dicho: «Yo digo misterios a [los que son dignos de mis misterios].
Lo que haga tu mano derecha, que no lo sepa tu mano izquierda que lo ha hecho».
LOGION 63
Jesús ha dicho: «Había un hombre rico que tenía mucho dinero. Él dijo:
“Emplearé mi dinero en sembrar, cosechar, plantar, llenar mis graneros de frutos,
de modo que nada me falte”. He aquí lo que él pensaba en su corazón y aquella
noche murió. ¡Que el que tenga oídos, oiga!».
LOGION 64
LOGION 65
Él ha dicho: «Un hombre honrado tenía una viña; la dio a algunos obreros
para que la trabajasen [y] recibir de ellos el fruto. Envió a su siervo para que los
obreros le entregasen el fruto de la viña. Éstos se apoderaron del sirviente, le
golpearon y por poco le matan. El siervo se fue y lo dijo a su amo. El amo dijo:
“Quizá no le han conocido”. Envió a otro siervo; los obreros también le golpearon.
Entonces el amo envió a su hijo. Dijo: “Quizá tengan respeto a mi hijo”. Aquellos
obreros, cuando supieron que era el heredero de la viña, lo agarraron [y] lo
mataron. ¡El que tenga oídos, que oiga!».
LOGION 66
Jesús ha dicho: «Hacedme conocer la piedra que han rechazado los
constructores: ella es la piedra angular».
LOGION 67
LOGION 68
LOGION 69
Jesús ha dicho: «Dichosos los que son perseguidos en su corazón; éstos son
los que en verdad han conocido al Padre. Dichosos los que tienen hambre, porque
se llenará el vientre de quien lo quiera».
LOGION 70
LOGION 71
LOGION 72
[Un hombre] le [dice]: «Di a mis hermanos que repartan conmigo los bienes
de mi padre». Él le dice: «Oh, hombre, ¿quién ha hecho de mí un repartidor?». Se
volvió a sus discípulos y les dijo: «¿Soy yo, pues, un repartidor?».
LOGION 73
Jesús ha dicho: «La mies es mucha, pero los obreros son pocos. Rogad, sin
embargo, al Señor para que mande obreros para la cosecha».
LOGION 74
Él ha dicho: «Señor, hay muchos alrededor de los pozos, pero no hay nadie
en los pozos».
LOGION 75
Jesús ha dicho: «Hay muchos cerca de la puerta, pero son los aislados que
entraron en la cámara nupcial».
LOGION 76
Jesús ha dicho: «El Reino del Padre es semejante a un mercader que tenía un
fardo [y] que encontró una perla. Este mercader era prudente: vendió el fardo [y]
compró para él la perla sola. Buscad también vosotros el tesoro que siempre mora
allí donde la polilla no se acerca para comer y donde el gusano no roe».
LOGION 77
Jesús ha dicho: «Yo soy la luz que está sobre todos ellos. Yo soy el Todo: el
Todo ha salido de mí, y el Todo ha llegado a mí. Hendid la madera: yo estoy allí.
Levantad la piedra y allí me encontraréis».
LOGION 78
Jesús ha dicho: «¿Para qué habéis salido al campo? ¿Para ver una caña
agitada por el viento y para ver a un hombre llevando sobre sí delicados vestidos?
[He aquí que vuestros] reyes y vuestros grandes personajes llevan sobre sí
[vestidos] delicados, y ellos no podrán conocer la verdad».
LOGION 79
Una mujer entre la multitud le dijo: «Dichoso el vientre que te llevó y los
[pechos] que te amamantaron». Él le dijo: «Dichosos los que han escuchado la
palabra del Padre [y] la han observado en verdad. Días vendrán, en efecto, en los
que diréis: “Dichoso el vientre que no concibió y los pechos que no
amamantaron”».
LOGION 80
Jesús ha dicho: «El que se ha hecho rico, que pueda convertirse en rey, y que
aquel que tenga el poder, pueda renunciar».
LOGION 82
Jesús ha dicho: «El que está cerca de mí, está cerca del fuego, y el que está
lejos de mí, está lejos del Reino».
LOGION 83
Jesús ha dicho: «Las imágenes son manifestadas al hombre y la luz que está
en ellas está escondida en la imagen de la luz del Padre. Él se revelará, y su imagen
está oculta por su luz».
LOGION 84
LOGION 85
LOGION 86
Jesús ha dicho: «[Los zorros tienen sus madrigueras] y los pájaros tienen
[sus] nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene un sitio donde apoyar la cabeza [y]
descansar».
LOGION 87
LOGION 88
Jesús ha dicho: «Los ángeles vendrán hacia vosotros, así como los profetas y
ellos os darán lo que es vuestro. Y vosotros también, lo que está en vuestras manos,
dádselo, y decíos a vosotros mismos: ¿Cuál es el día en que vendrán [y] recibirán lo
que es suyo?».
LOGION 89
LOGION 90
LOGION 91
Ellos le dijeron: «Dinos quién eres, para que creamos en ti». Él les dijo:
«Conocéis la faz del cielo y de la tierra, y a aquel que está en vuestra presencia no
lo habéis conocido, y, en este momento, no sabéis conocerlo».
LOGION 92
LOGION 93
Jesús ha dicho: «No echéis a los perros lo que es santo, no sea que lo arrojen
al estiércol. No echéis las perlas a los puercos, no sea que hagan […]».
LOGION 94
Jesús [ha dicho]: «El que busca, encontrará [y al que llama], se le abrirá».
LOGION 95
[Jesús ha dicho]: «Si tenéis dinero, no lo deis con usura, sino dad […] a aquel
de quien no lo recibiréis».
LOGION 96
Jesús ha dicho: «El Reino del Padre es semejante a una mujer [que] ha
tomado un poco de levadura, la ha metido en la masa [y] ha hecho grandes panes.
¡Que el que tenga oídos, oiga!».
LOGION 97
Jesús ha dicho: «El Reino del [Padre] es semejante a una mujer que lleva un
jarro lleno de harina. Cuando caminaba [por un] camino alejado, el asa del jarro se
rompió, y la harina se derramó detrás de ella por el camino. Ella no se dio cuenta y
no conoció la desgracia. Cuando llegó a su casa, dejó el jarro en el suelo y lo
encontró vacío».
LOGION 98
Jesús ha dicho: «El Reino del Padre es semejante a un hombre que quería
matar a un gran personaje. Él sacó la espada en su casa, y la hundió en el muro,
para saber si su mano sería lo [bastante] segura. Entonces mató al gran personaje».
LOGION 99
Los discípulos le dijeron: «Tus hermanos y tu madre están ahí fuera». Él les
dijo: «Estos que están aquí y hacen la voluntad de mi Padre, éstos son mis
hermanos y mi madre; son los que entrarán en el Reino de mi Padre».
LOGION 100
Mostraron a Jesús una moneda de oro y le dijeron: «La gente del César exige
tributos de nosotros». Él les dijo: «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que
es de Dios, y, lo que es mío, dádmelo a mí».
LOGION 101
Jesús ha dicho: «El que no odie a su [padre] y a su madre como yo, no podrá
ser mi discípulo. Y el que no ame a su padre y a su madre como yo, no podrá ser
mi discípulo. Porque mi madre […] pero [mi madre] verdadera, ella me ha dado la
vida».
LOGION 102
Jesús ha dicho: «Desdichados aquéllos, los fariseos, porque se parecen a un
perro que está acostado en el pesebre de los bueyes, porque ni come ni deja comer
a los bueyes».
LOGION 103
Jesús ha dicho: «Dichoso el hombre que sabe [a qué] hora [de la noche]
vendrán los ladrones, de suerte que se levantará, reunirá a su […] y se ceñirá los
riñones antes de que entren».
LOGION 104
Ellos [le] dijeron: «Ven, oremos hoy y ayunemos». Jesús dijo: «¿Cuál es el
pecado que he cometido, o en qué he sido vencido? Cuando el esposo haya salido
de la cámara nupcial, que ellos ayunen y recen».
LOGION 105
Jesús ha dicho: «El que conozca al padre y a la madre será llamado hijo de
prostituta».
LOGION 106
Cuando hagáis de dos uno, seréis hijos del hombre, y cuando digáis:
«Montaña, desplázate», ella se desplazará.
LOGION 107
Jesús ha dicho: «El Reino es semejante a un pastor que tenía cien ovejas; una
de ellas, que era la más gruesa, se perdió; el pastor dejó a las otras noventa y nueve
y buscó a aquella sola, hasta que la encontró. Después que hubo penado, dijo a la
oveja: “Te amo más que a las noventa y nueve”».
LOGION 108
Jesús ha dicho: «Aquel que beba en mi boca vendrá a ser como yo, y,
también, yo vendré a ser como él, y las cosas ocultas le serán reveladas».
LOGION 109
LOGION 110
LOGION 111
LOGION 112
LOGION 113
Sus discípulos le dijeron: «¿Qué día vendrá el Reino?». Jesús dijo: «No
vendrá con una espera. No se dirá: “Helo aquí”, o: “Helo allí”, sino que el Reino
del Padre está extendido por sobre la tierra y los hombres no lo ven».
LOGION 114
Simón Pedro le dijo: «Que María salga de entre nosotros, porque las mujeres
no son dignas de la Vida». Jesús dijo: «He aquí que yo la guiaré a fin de que ella se
vuelva varón, para que venga a ser, también, un espíritu viviente semejante a
vosotros, varones. Porque toda mujer que se haga varón entrará en el Reino de los
cielos».
EL EVANGELIO DE VERDAD
El Evangelio de Verdad nos presenta otro tipo de texto surgido de la gnosis
valentiniana del siglo II, cuando las tradiciones gnóstica y cristiana estaban
íntimamente ligadas. A propósito de esta secta, escribía Ireneo, hacia el año 180, en
su obra Adversus Haereses (III, 11, 9): «Ellos [los valentinianos] han llegado a tener
una tal audacia que titulan Evangelio de Verdad una obra recientemente
compuesta por ellos. Ésta no se acuerda en nada con los Evangelios de los
apóstoles. Así que ni siquiera el Evangelio escapa a las blasfemias de esta gente…».
Es cierto que un escrito de esta clase tiene muy poco que ver con la
literatura cristiana habitual. Resulta, sin embargo, interesante de conocer por su
aspecto documental y por su contenido, que, a pesar de su difícil vocabulario, no
carece de grandeza.
Presentamos aquí unos extractos del principio y del final del Evangelio de
Verdad. El principio del Evangelio corresponde a los folios VIII, IX (anverso y
reverso) y X (anverso) del Códex de Jung y a las divisiones I, II, III, V, VI de H. M.
Schenke. El final corresponde a los folios XX (reverso), XXI (anverso y reverso) y
XXII (anverso) y a las divisiones XXV, XXVI, XXVII. Las subdivisiones en
parágrafo son añadidas.
EVANGELIO DE VERDAD
(Extractos)
Siendo así sin raíz, estaba en una bruma respecto al Padre, mientras que
preparaba obras y herramientas y temores, a fin de aportar gracia a los del medio y
aprisionarlos. El olvido del Error no ha sido manifestado. No es como […] junto al
Padre. El Olvido no existía en el Padre, aunque se hubiese producido a causa de Él.
Por el contrario, lo que se ha producido en Él es la Gnosis, ella, que ha sido
manifestada, a fin de que el Olvido fuese abolido y el Padre fuese conocido. Es
porque el Olvido ha tenido lugar por lo que el Padre no ha sido conocido;
entonces, si se conoce al Padre, el Olvido ya no se producirá.
Ahí está el Evangelio de Aquel que se busca, que ha sido manifestado a los
perfectos, gracias a las misericordias del Padre. Misterio oculto, por el cual Jesús el
Cristo ha iluminado a los que se encuentran en la oscuridad a causa del Olvido. Él
los ha iluminado, les ha mostrado un camino; ahora bien, es la Verdad la que les ha
enseñado el camino. A causa de esto, el Error se ha irritado contra Él, lo ha
perseguido, lo ha maltratado, lo ha aniquilado. Lo clavaron a un madero, se
convirtió en Fruto de la Gnosis del Padre; no ha sido una causa de perdición para
los que han comido de Él. Por el contrario, para los que han comido de Él ha sido
una causa de alegría a causa del descubrimiento, Él los ha descubierto en Sí y ellos
lo han descubierto en ellos, el Inalcanzable e Impensable, el Padre perfecto, que ha
hecho el Todo, en quien es el Todo y de quien el Todo tiene necesidad; puesto que
Él retiene su perfección en Sí, la cual no ha dado al Todo. No es que el Padre esté
celoso; ¿qué celo podría existir entre Él y Sus miembros?…
Es por esto por lo que ha aparecido Jesús; Él ha revestido ese Libro. Él fue
clavado a un madero; inscribió la disposición del Padre sobre la Cruz. ¡Oh, la gran
enseñanza! Hasta la muerte, Él se ha humillado, y la vida (eterna) lo reviste.
Después de ser despojado de los andrajos perecederos, se revistió de la
Incorruptibilidad, algo que nadie puede quitarle…
Nos conviene, pues, reflexionar, ante todo, sobre esto: ¿qué es el Nombre?
Éste es el Nombre auténtico, es en efecto el nombre que viene del Padre, porque es
Su Nombre propio. Él no ha recibido el Nombre como los otros, a título de
préstamo, según el modo particular según el cual cada uno de ellos es producido.
Por el contrario, éste es el Nombre propio; no hay ningún otro a quien Él lo haya
dado. Pero es innombrable, indecible, hasta el momento en que este perfecto lo ha
expresado solo, y es Él quien tenía el poder de proclamar Su Nombre y de verlo.
Por tanto, cuando a Él le ha placido que Su Nombre se convierta en Su Hijo
bienamado, Él se lo ha dado. Aquel que ha salido de la profundidad ha
proclamado lo que estaba oculto, sabiendo que el Padre está por encima de la
Bondad. Es por esto por lo que Él lo ha enviado, a fin de que hablase del lugar y de
su reposo, de donde Él ha salido y que Él glorifique el Pleroma, la grandeza de Su
Nombre y la dulzura del Padre.
Así son los que tienen algo de arriba cerca de la Grandeza inconmensurable,
mientras que ellos tienden hacia este Único y perfecto que está allí para ellos. Y
ellos no descienden al Hades. No hay para ellos ni envidia, ni gemidos, ni muerte,
sino que ellos descansan en Aquel que descansa en sí, sin penar ni dar vueltas,
turbados, en torno a la Verdad. Pero ellos mismos son la Verdad, y el Padre está en
ellos y ellos están en el Padre, siendo perfectos, indivisibles en este ser
auténticamente bueno. No carecen de nada en nada, sino que descansan
refrescados por el espíritu. Y percibirán su raíz, gozarán a gusto de sí mismos, es
en ellos donde Él encontrará Su raíz y no habrá pérdida para Su alma. Tal es el
lugar de los bienaventurados, tal es su lugar.
En cuanto al resto, que ellos sepan en su lugar que no puedo decir otra cosa,
después de haber estado en el Lugar del Reposo. Pero es allí donde estaré, para
consagrarme en todo tiempo al Padre de Todo y a los verdaderos hermanos sobre
los que el amor del Padre se expande, y en medio de éstos no hay ninguna
deficiencia. Son los que se manifiestan en verdad en esta Vida verdadera y eterna y
explican la Luz, la que es perfecta y llena de la semilla del Padre, y lo que está en
su corazón y en el Pleroma, mientras que se regocija Su Espíritu y glorifica a Aquél
en quien Él es, porque Él es bueno. Y ellos son perfectos, Sus hijos, y son dignos de
Su Nombre, porque son hijos que Él ama, Él, el Padre.
EL EVANGELIO SEGÚN FELIPE
Más que como un evangelio, el Evangelio según Felipe se presenta como un
tratado en el que el autor desarrolla una enseñanza esotérica. No contiene más que
unas pocas referencias directas a palabras o hechos de Jesús y resulta difícil
encontrar en este relato un plan preciso. Algunos autores, por otra parte, han
propuesto una división del texto en sentencias, pensando que se trataba de una
colección semejante al Evangelio de Tomás. En efecto, especialistas como J.E.
Ménard, de cuya traducción hemos tomado nuestro extracto, disciernen en el
conjunto una evolución, en el curso de la cual la presencia de la gnosis se revela
progresivamente.
(Extractos)
3. Los que heredan de lo que está muerto son ellos mismos muertos y
heredan de lo que está muerto. Los que están muertos no heredan de nada. Porque
¿cómo podría heredar un muerto? Lo que está muerto, si hereda de lo que está
vivo, no morirá. Pero el que estaba muerto sobrevivirá.
5. Desde el día en que vino el Cristo, el mundo está creado, las ciudades
están adornadas, lo que está muerto es rechazado.
21. Los que dicen que el Señor ha muerto primeramente y que ha resucitado
se equivocan, porque ha resucitado antes y ha muerto. Si alguien no adquiere la
resurrección primeramente, no morirá, porque, tan verdad como que Dios vive,
estaría ya muerto.
25. El que está manifiesto, lo es gracias a lo que está manifiesto; lo que está
oculto, gracias a lo que está oculto. Hay ciertas cosas ocultas que lo son gracias a
cosas manifiestas, hay un agua en un agua, un fuego en una unción.
49. Si tú dices: «Yo soy un judío», nadie se conmoverá. Si tú dices: «Yo soy
un griego, un bárbaro, un esclavo, un hombre libre», nadie se turbará. Si tú dices:
«Yo soy un cristiano», todos temblarán. Me puede ocurrir recibir este signo, que los
Arcontes no podrán soportar, es decir, este Nombre.
61. Entre los espíritus impuros, los hay masculinos y los hay femeninos. Los
masculinos son los que se unen a las almas que habitan en un cuerpo de mujer, y
los femeninos son los que se unen a las que están en un cuerpo de hombre, porque
él está separado. Y nadie se les podrá escapar, cuando los tienen, a menos que
reciba una potencia de hombre y de mujer, es decir, del novio y de la novia. Ahora
bien, se la recibe en la cámara nupcial en imagen. Cuando las mujeres necias ven a
un hombre sentado solo, saltan sobre él, retozan con él y lo deshonran. Del mismo
modo, los hombres necios, si ven a una bonita mujer sentada sola, la convencen y
le hacen violencia, porque quieren deshonrarla. Pero si ellos ven al hombre y a la
mujer sentados juntos, las mujeres no pueden ir hacia el hombre, ni los hombres
pueden ir hacia la mujer. Es lo mismo si la imagen y el ángel se uniesen el uno con
el otro, y nadie podrá atreverse a ir hacia el hombre o hacia la mujer. El que sale
del mundo no puede ser retenido, porque ha estado en el mundo. Es manifiesto
que está elevado por encima del deseo de la muerte y del temor. Es dueño de la
naturaleza, es superior a los celos. Si ellos ven a éste, lo tienen, lo ahogan, ¿y cómo
podrá él huir de estos deseos, de estos temores? ¿Cómo podrá ocultarse de ellos? A
menudo hay personas que vienen y dicen: «Nosotros somos creyentes», a fin de
que escapen a los espíritus impuros y a los demonios. Porque, si ellos tuviesen al
Espíritu Santo, no habría espíritu impuro que se pegase a ellos.
62. No temas a la carne ni tampoco la ames. Si la temes, ella te dominará. Si
la amas, ella te devorará y te estrangulará.
111. El amor espiritual es vino y bálsamo. De él gozan todos los que sean
ungidos con él. De él gozan también los que se mantienen fuera de ellos, tanto
como se mantienen cerca de ellos los consagrados. Los que son ungidos con el
aceite, si se alejan de ellos y se van, los que no son ungidos, solamente cuando se
mantienen lejos de ellos, permanecen todavía en su mal olor. El samaritano no da
otra cosa al herido más que vino y aceite. Esto no es otra cosa que la unción, y él ha
curado las heridas, porque el amor cubre una multitud de faltas.
112. Es al que la mujer ama al que se parecen los que engendrará. Cuando es
su marido, se parecen a su marido. Cuando es un adúltero, se parecen al adúltero.
A menudo, cuando una mujer se acuesta con su marido por necesidad, pero su
corazón está junto al adúltero, con el que ella se une habitualmente, el que ella
engendre lo engendra parecido al adúltero. Pero vosotros, que estáis con el hijo de
Dios, no amáis al mundo, sino que amáis al Señor, para que los que vosotros
engendráis no se parezcan al mundo, sino que se parezcan al Señor.
124. Ahora tenemos lo que es revelado de la Creación. Decimos que son las
cosas poderosas las que son respetables, y que las cosas ocultas son cosas débiles,
despreciables. Pero las que están ocultas son fuertes y estimables. Ahora bien, los
misterios de la Verdad son manifestados bajo la forma de tipos y de imágenes.
126. Toda planta que mi Padre, que está en los cielos, no haya plantado, será
desarraigada. Los que están separados serán acoplados y serán llenos. Todos los
que entren en la cámara nupcial encenderán la Luz, porque ellos no engendran
como los matrimonios que nosotros no vemos, porque están en la noche. La Luz
brilla en la noche, ella se apaga. Pero los misterios de este matrimonio se cumplen
de Día a la Luz. Este Día o su Luz no se extingue.
«Y el Señor dijo: “He aquí, yo hago las cosas últimas como las primeras”».
«Así —dijo— los que quieren verme y esperar mi Reino, tienen que asirme
por las tribulaciones y los sufrimientos».
«Jesús dijo: “He venido a llamar al arrepentimiento no a los justos, sino a los
pecadores, porque el Padre celestial quiere el arrepentimiento del pecador y no su
castigo”».
Justino Mártir, Diálogo con Trifón el Judío, XII: «La nueva ley quiere que
observéis continuamente el sábado».
Justino Mártir, Diálogo con Trifón el Judío, XLVII: «Nuestro Señor Jesucristo
ha dicho: “Por las obras en que os sorprenda, os juzgaré”».
«El profeta de la verdad ha dicho: “Es preciso que ocurran buenas cosas y,
feliz —dijo él— aquél por quien ocurran; igualmente es necesario que ocurran
malas cosas, pero desgraciado aquel por quien ocurran”».
«Es, pues, con razón cómo la Escritura, queriendo que lleguemos a ser
grandes dialécticos, nos exhorta así: Sed banqueros experimentados, rechazad
ciertas cosas, pero retened lo que es bueno».
«Jesús dijo: “A causa de los que son débiles, yo he sido débil, y a causa de
los que tienen hambre, he tenido hambre, y a causa de los que tienen sed, yo he
tenido sed”».
«El mismo Salvador ha dicho: “El que está cerca de mí, está cerca del fuego;
el que está lejos de mí, está lejos del Reino”».
Pseudo-Cipriano, De Aleostoribus, III:
«El Señor nos advirtió y dijo: “No contristéis al Espíritu Santo que está en
vosotros y no apaguéis la luz que ha brillado en vosotros”».
«Pero el Señor les dijo: “¿Por qué os asombráis de los milagros? Yo os doy
una gran herencia, que el mundo entero no posee”».
«Y Cristo diciendo: “El último día viene como un ladrón durante la noche”».
«Así hemos sido enseñados por el Salvador, que ha dicho: “El que ha
rescatado almas [arrancándolas] de los ídolos, ése será grande en mi Reino”».
«El Señor le dijo: “Felipe, he aquí que mi cámara nupcial está dispuesta, y
feliz el que tiene su vestidura brillante, porque él es el que recibe la corona de la
alegría sobre la cabeza”».
[2]
R. Grant, La formation du Nouveau Testament, París, Seuil, 1969, p. 110. <<
[3]
S. Hutin, Les gnostiques, París, PUF, 1978, p. 8. <<
[4]
R. Grant, La formation du Nouveau Testament, París, Seuil, 1969, p. 110. <<
[5]
M. Eliade, Histoire des croyances et des idées religieuses, París, Payot, 1978,t.
2, p. 386. [Historia de las creencias y de las ideas religiosas, Barcelona, Paidós, 1999.] <<
[6]
Véase J. Doresse, Les livres secrets des gnostiques d’Egypte, París, Plon, 1958,
y H. C. Puech, Enquête de la Gnose, París, Gallimard, 1978. [En torno a la gnosis,
Madrid, Taurus, 1982.] <<
[7]
No hay por qué ver en este acto un reconocimiento implícito del Transitus
Mariae por parte de la Iglesia. La bula pontifical que definió la Asunción de la
Virgen no hace ninguna alusión a los apócrifos y se funda en la tradición de la
Iglesia. <<
[8]
R. Grant, La formation du Nouveau Testament, París, Seuil, 1967, p. 113. <<
[9]
Cf. L’Évangile selon Thomas, traducción y comentario de Philippe de
Suárez, y Jesus et la Gnose, Émile Gillabert, París, Metanoïa. <<
[10]
La Synopse des quatre évangiles, t. I, p. XI, París, Le Cerf, 1965. <<
[11]
Véase la definición de este concepto en la introducción a los evangelios
gnósticos. <<
[12]
Véase la definición de este concepto en la introducción a los evangelios
gnósticos. <<