Crepon Pierre - Los Evangelios Apocrifos

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Marcos, Mateo, Lucas y Juan son los célebres cuatro evangelistas que

narraron los sucesos que envolvieron el magisterio, la muerte y la resurrección de


Jesucristo. Estuvieran o no inspirados por el Espíritu Santo, ellos no fueron los
únicos que se vieron tentados de poner por escrito lo que sabían acerca de esta
singular figura. Bajo los cuatro Evangelios aprobados y fijados en el Concilio de
Trento late una siniestra historia de conflictos, peleas y persecuciones para
enmudecer y destruir otros textos que no cumplían con las exigencias de la Iglesia:
los evangelios apócrifos.

El descubrimiento en 1945 de la biblioteca gnóstica de Nag-Hammadi en el


Alto Egipto, que conservaba unos papiros con una versión de los evangelios
apócrifos en copto, permitió la edición de unos escritos que, silenciados durante
siglos, todavía conservan su vigor y modifican nuestra imagen de la vida y las
enseñanzas de Jesús. Desde los entrañables relatos de las vivencias de María y José
y de la infancia de Jesús hasta el aterrador descenso a los infiernos narrado por
Nicodemo; de las ambiguas relaciones de Jesús con María Magdalena y sus
discípulos a las ciento catorce sentencias del Maestro que recogió Tomás y que nos
ofrecen una perspectiva distinta de su prédica, esta cuidada y rigurosa edición de
Pierre Crépon nos permite conocer los episodios que incomodaron a la Iglesia
hasta el punto de emprender uno de los ejercicios censores más terribles de la
historia.
Pierre Crépon

Los evangelios apócrifos


EXPLOSIVOS BAJO LA ARENA
Jesús iba atravesando la aldea, y un muchacho, que venía corriendo, fue a
chocar contra su espalda. Y Jesús, irritado, le gritó «No continuarás tu camino». Y,
acto seguido, el muchacho cayó muerto. Y algunos que habían visto lo ocurrido,
dijeron: «¿De dónde viene este niño, que cada una de sus palabras se realiza tan
pronto?». Y los padres del niño muerto fueron a buscar a José y se quejaron ante él,
diciendo: «Con un hijo semejante, no puedes habitar con nosotros en la misma
aldea; tienes que enseñarle a bendecir y no a maldecir, porque mata a nuestros
hijos».

Este sorprendente fragmento corresponde al llamado Evangelio del Pseudo-


Tomás, fue confeccionado en algún momento anterior del siglo V y cuenta con
versiones antiquísimas en escritura griega, siríaca, latina, georgiana y eslava. Es
uno de los «tesoros» hallados bajo las ardientes arenas del desierto en 1945, cerca
del poblado egipcio de Nag Hammadi. Unos pastores de cabras los encontraron
sin ser conscientes de que aquellos escritos podían cambiar la Historia.

Sin duda, representaban una auténtica bomba de relojería; un explosivo que


dormitaba bajo las arenas como tantos otros documentos que a partir de los años
cuarenta comenzaron a hallarse en diversos parajes remotos de aquella región.
Textos hasta entonces desconocidos y que hablaban, por ejemplo, de las
maravillosas —y a veces hasta macabras— hazañas del joven Jesús de Nazaret. Un
amplio período del que las escrituras «oficiales» nada reflejaban y que se había
convertido, por derecho, en un auténtico enigma sagrado. Algunos, desde entonces,
llaman a este tiempo «los años perdidos de Jesús».

Y es que ¿cómo fue la vida de aquel niño? ¿Hacía ya gala del poder
milagroso que luego le convirtió en figura tan popular? ¿Podía controlar
pacíficamente su don? ¿Reveló a sus allegados alguna información importante que
no se plasmase después en las Sagradas Escrituras? ¿Tuvo en ese tiempo alguna
instrucción especial de la que extrajese las bases de su revolucionaria doctrina?

Preguntas como éstas, vitales sin lugar a dudas para la comprensión total de
uno de los más fascinantes personajes de todos los tiempos, afloraron en cuanto los
especialistas tuvieron en las manos los maravillosos fragmentos de estos
evangelios apócrifos. Con ellos bajo la lupa de la investigación científica daba la
impresión de que la versión comúnmente aceptada de las Sagradas Escrituras
debía ampliarse con conceptos y hechos novedosos que habían sido
deliberadamente ocultados.

Pero ¿por qué estos textos fueron escondidos en su tiempo?

La respuesta no es sencilla. A partir del siglo III, con el cristianismo ya


convertido en religión oficial, se decidió dividir todo el amplio arsenal de textos
que se tenían en aquel entonces referentes a las andanzas del enigmático Jesús de
Nazaret. En ese momento, por un rasero que nunca acabó de estar bien definido, se
separó lo que era inspiración divina y lo que sólo eran mitos y falacias. Así, una
serie de textos conformaron el compendio de lo que nos ha llegado hasta hoy a
lomos de los Evangelios. Al mismo tiempo, otros escritos igualmente reveladores
fueron perseguidos, destruidos y prohibidos hasta que alguien los encontró
cuando ya nadie contaba con ellos.

La explicación de la Iglesia fue que sólo se trataba de leyendas y


exageraciones. Eso a pesar de que algunos fueron escritos más cercanos a Jesús que
alguno de los Evangelios canónicos aceptados. Esta cerrazón en torno a una serie
de interesantísimos textos hizo, como suele suceder, crecer su misterio de manera
exponencial. Así, desde hace más de medio siglo los hallazgos del mar Muerto, y
sobre todo el inesperado tesoro de Nag Hammadi, representan un desafío
apasionante que aún es motivo de discusión de arqueólogos y teólogos. Un debate
sin final entre ciencia y creencia.

¿Fueron prohibidos porque relataban hechos que no debían conocerse?


¿Mostraban acaso un Jesús diferente? ¿Otros valores? ¿Otras verdades?

A la gente de a pie, como siempre ocurre, nos han llegado lejanos ecos de la
polémica. Sólo sabemos que durante siglos estos textos malditos aguardaron
pacientemente su turno… como explosivos bajo la arena. Conscientes quizá del
revuelo que iba a provocar el estallido de su accidental descubrimiento.

Ahora es el momento de conocerlos a fondo y sacar conclusiones. Les invito


al desafío.

IKER JIMÉNEZ
Muchas otras cosas hizo Jesús,

que, si se escribieran una por una,

creo que en el mundo entero no cabrían

los libros que se fueran escribiendo.

JUAN, XXI, 25
LA LITERATURA APÓCRIFA EN LA TRADICIÓN
CRISTIANA
Hacia el año 30 de nuestra era, apareció en Palestina una nueva secta judía.
Se distinguía de la religión tradicional hebraica, de la que por otra parte se sentía
solidaria, en lo concerniente a los textos sagrados, por el hecho de que reconocía en
la persona de Jesús de Nazaret al Mesías anunciado por los profetas de Israel en las
Escrituras (tradición muy viva en la época, como lo atestigua la predicación de
Juan el Bautista). El ministerio de Jesús, al parecer, no duró más que tres años;
luego fue crucificado como agitador por los romanos, con el beneplácito de la clase
sacerdotal judía.

Esta secta surgida del judaísmo, religión muy minoritaria en el Imperio


romano, tendrá un éxito considerable. La nueva creencia, cuyos adeptos se
presentan como cristianos —apelativo utilizado por los paganos de Asia Menor
para designar a los adeptos de Jesucristo y retomada después por los propios
apóstoles—, por referencia a Cristo el Mesías (Christos es la traducción griega del
hebreo maschiah, mesías), se extiende rápidamente por la cuenca del Mediterráneo,
gana las diferentes capas sociales del Imperio, adquiere un peso específico
creciente y se convierte, después de haber sufrido diversas persecuciones, en la
religión oficial, suplantando al antiguo paganismo. Para una gran parte de la
humanidad, comienza una nueva era.

Aún más que la predicación de Jesús, se puede considerar que el punto de


partida del cristianismo reposa sobre el misterio de la Resurrección. Este
acontecimiento insufla a los primeros discípulos de Cristo, desanimados por la
muerte ultrajante de su maestro, la fe y la energía necesarias para responder a la
llamada del Resucitado: «Id, pues; enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo
cuanto yo os he mandado» (Mateo, 28,19-20). Esta frase del evangelista Mateo, en
la que algunos reconocen la verdadera «Carta fundacional de la Iglesia» [1], es
puesta en práctica por los primeros apóstoles y después por generaciones y
generaciones de cristianos. Desde entonces, la historia del cristianismo se confunde
con las respuestas dadas por estos cristianos, unidos en la Iglesia, a la llamada que
constituye la vida, la crucifixión y la resurrección de Jesucristo, Hijo de Dios.

Según la tradición, el encargo primero de extender la enseñanza de Cristo


corresponde a los apóstoles designados por el propio Jesús. Éstos eran doce:
«Simón, a quien puso también el nombre de Pedro, y Andrés, su hermano;
Santiago (el Mayor) y Juan, Felipe y Bartolomé, Mateo y Tomás; Santiago, hijo de
Alfeo (el Menor), y Simón, llamado el Celador; Judas, hijo de Santiago, y Judas
Iscariote, que fue el traidor» (Lucas, 6, 14-16). Después de su traición, este último
fue reemplazado por Matías (Hechos, 1, 26). A estos nombres hay que añadir los de
Bernabé y Pablo, que recibieron la misión de evangelizar a los paganos (es decir, a
los no judíos, llamados los gentiles). Pablo, especialmente, que no había sido
discípulo en vida de Jesús, y que incluso había luchado contra los primeros
cristianos, se convirtió, después de su visión de Cristo en el camino de Damasco,
en un evangelizador infatigable y fuera de lo común. Llamado el Apóstol de los
Gentiles, fue el artífice principal de la expansión del cristianismo hacia el mundo
griego, y su papel fue primordial en el nacimiento del cristianismo.

La historia ulterior de la Iglesia ha reconocido un valor específico a este


período de la primera generación de cristianos, el período llamado apostólico, que
termina con la desaparición de los últimos discípulos directos de Cristo, hacia los
años setenta de nuestra era: el martirio de Pedro y de Pablo en Roma se sitúa en
efecto durante la primera persecución anticristiana desencadenada por Nerón,
después del incendio de la ciudad en el 64, y la destrucción del templo de Jerusalén
se remonta al año 70. Los apóstoles estaban investidos del Espíritu Santo y, por
ello, la tradición ha concedido una importancia fundamental a sus acciones. Es por
ello por lo que las iglesias y los escritos de los primeros siglos siempre procuraron
relacionarse con un apóstol particular o con uno de sus discípulos directos. En
muchos casos, estas afirmaciones posteriores no son más que leyendas, pero
testifican el crédito concedido a la predicación de los apóstoles, que se vieron,
pues, investidos rápidamente de una autoridad irrefutable.

En efecto, desde el principio de la época apostólica, es decir, muy poco


tiempo después de la muerte de Jesús, aparecieron diferentes interpretaciones del
mensaje cristiano. La Palestina de entonces estaba sacudida por desórdenes
políticos y religiosos y, en el mundo restringido del judaísmo en el que se
desenvolvían, los primeros cristianos tenían que responderse a cuestiones
verdaderamente cruciales. ¿Qué lazo había entre el Evangelio de Cristo y la
antigua Alianza de Yahvé y el pueblo de Israel? Esta cuestión fundamental se
plantea con mucha agudeza, y las tentativas de los apóstoles para justificar la
predicación, y sobre todo la crucifixión, de Jesús mediante las escrituras del
Antiguo Testamento fueron los primeros ejemplos de la reflexión sostenida por los
teólogos cristianos durante siglos. Hay que hacer notar, por otra parte, que los
judíos ortodoxos siempre han rechazado las citas presentadas como proféticas por
los cristianos (principalmente pasajes de Isaías y de los Salmos). Asimismo se
planteaban otros problemas más prácticos: ¿qué actitud adoptar ante la jerarquía
judía? ¿Había que llevar el Evangelio a los paganos? Y en caso afirmativo, ¿qué
postura tomar frente a determinadas prohibiciones rituales y frente a la
circuncisión?

Sobre estos puntos y sobre otros varios, las divergencias de opiniones eran
habituales. Al principio, parece que la mayor parte de los judíos cristianos
originarios de Palestina estaban profundamente integrados en su medio. La
primera separación sobrevino con el grupo de los helenistas, que eran de hecho
judíos helenizados de la diáspora, instalados en Jerusalén, los cuales criticaban
violentamente el culto tradicional. San Esteban, su jefe de filas, fue lapidado y el
grupo se dispersó por las regiones circundantes, provocando las condiciones de un
crecimiento del cristianismo y de una emancipación de la religión madre. Este
movimiento de expansión tomó forma con san Pablo, que decidió evangelizar a los
paganos sin imponerles los múltiples interdictos de la ley judía, con lo que abrió el
camino al universalismo cristiano.

Así, menos de diez años después de la muerte de Cristo, se dibujan diversas


tendencias en la comunidad cristiana, dentro de la cual, sin duda, surgen
enfrentamientos ideológicos, especialmente entre Pablo y los representantes de la
Iglesia de Jerusalén. Al amparo de la obra grandiosa del Apóstol de los Gentiles y
de algunos otros apóstoles misioneros que fundan en algunas decenas de años
múltiples iglesias en Asia Menor, en Grecia y en Italia, se percibe un cristianismo
que se diversifica conforme se va expandiendo y tomando contacto con el mundo
grecorromano.

Es también a la época apostólica a la que hay que atribuir la génesis de una


tradición cristiana, oral y escrita, distinta de la judía. Los primeros relatos de la
predicación y de la Pasión de Cristo tuvieron que circular dentro del grupo
jerosolimitano de los compañeros de Jesús y difundirse en forma oral, o en forma
de colecciones de palabras de Jesús (los logion), en las otras comunidades cristianas.
Por otra parte, los apóstoles, para permanecer en contacto con las comunidades
alejadas, utilizaron cartas (las Epístolas), en las cuales desarrollaban su concepción
del cristianismo y sus directrices para la buena marcha de las iglesias locales. No
todas las Epístolas incluidas en el Nuevo Testamento están vinculadas con certeza
con los apóstoles, pero algunas de ellas son incontestablemente de sus manos, en
particular algunas de las Epístolas atribuidas a Pablo, y por este hecho constituyen
el primer testimonio escrito del cristianismo (se remontan aproximadamente al año
50).

En los últimos decenios del siglo I, el movimiento de expansión del


cristianismo continúa intensificándose, aunque ahora tenga que enfrentarse con las
sospechas e incluso con las persecuciones del gobierno romano. Desgraciadamente,
poco se sabe sobre esta época determinante para la formación de lo que iba a
convertirse en el Nuevo Testamento, la Sagrada Escritura de los cristianos. Es
cierto, sin embargo, que durante este lapso de tiempo los cuatro Evangelios
canónicos recibieron su redacción definitiva a partir de la tradición oral y, quizá,
de colecciones de logion. Aunque las opiniones de los especialistas divergen, se
puede estimar que el Evangelio más antiguo, el de Marcos, se remonta al año 55 y
el más tardío, el de Juan, a los años noventa. Durante el mismo período se
constituyeron también colecciones de Epístolas que los apóstoles habían enviado a
las diversas iglesias, especialmente las de Pablo, pero también las de Pedro, Juan y
Santiago.

El hecho de que cierto número de escritos haya quedado fijado en esta época
no implica, sin embargo, su reconocimiento universal y exclusivo por todas las
iglesias. Paralelamente a estos escritos, continúa circulando una muy rica tradición
oral, susceptible de engendrar otros textos o de modificarlos. Es más, existían quizá
ya otros relatos del mismo tipo que los Evangelios canónicos, aunque no tengamos
pruebas fehacientes al respecto. Las primeras palabras del Evangelio de Lucas, por
ejemplo, «Puesto que ya muchos han intentado escribir la historia de lo sucedido
entre nosotros, según que nos ha sido transmitida por los que, desde el principio,
fueron testigos oculares y ministros de la palabra» (Lucas, 1, 1-2), permiten
suponer que tales textos existían con toda seguridad, lo que confirman algunas
alusiones de los primeros Padres de la Iglesia, los padres apostólicos, que
escribieron a lo largo del siglo I[2].

Existan o no otros escritos en una fecha tan temprana como la de los


canónicos, importa subrayar que, en un primer tiempo, cada Evangelio fue
adoptado en particular por la Iglesia, o el grupo de iglesias, de la que había
surgido o cuya tendencia reflejaba. El Evangelio de Mateo se refiere, por ejemplo, a
la tradición de las iglesias palestinas, mientras que el de Lucas representa la de las
iglesias griegas fundadas por san Pablo. Determinadas iglesias poseían también su
propio evangelio, diferente de los futuros Evangelios canónicos, y en el siglo II
circulaban otros textos sobre las enseñanzas de Cristo, como el Evangelio de los
Hebreos, el Evangelio de los Egipcios, el Evangelio de Pedro o el Evangelio según
Tomás.

La necesidad de poner por escrito relatos pertenecientes a la tradición oral


se hizo sentir con más intensidad a medida que se alejaban de la época de Cristo.
La Iglesia estaba fundada efectivamente sobre la autoridad que constituían el
Antiguo Testamento y las enseñanzas de Jesús, que se designaba bajo el término de
«Señor», y de los apóstoles.

El Antiguo Testamento había sido ciertamente considerado siempre como la


Sagrada Escritura por excelencia, y no parece que, en el siglo II, los escritos
evangélicos fueran puestos al mismo nivel. Sin embargo, cuando tenían lugar las
asambleas culturales, se referían tanto a la Biblia como al «Señor» y la redacción de
los Evangelios, así como la colección de las Epístolas y la relación de la historia de
la Iglesia naciente en los Hechos de los Apóstoles se revelaban como
indispensables. Esta propensión a poner por escrito las enseñanzas de Jesús a
partir de la tradición oral, de otros escritos y, sobre todo, según las interpretaciones
que de ellos se hacían, se acentuó en el siglo II paralelamente a la multiplicación de
las tendencias en el seno del cristianismo.

De simple secta emparentada con el judaísmo, el cristianismo se


transformará, en el curso del siglo II y los comienzos del III, en una religión
autónoma con numerosos adeptos, una organización jerárquica, doctores
revestidos de autoridad y disensiones lo suficientemente importantes como para
amenazar la cohesión del conjunto. Se ha escrito mucho sobre este éxito
extraordinario en la difusión del cristianismo. Sometido a un gran desconcierto
religioso, el Imperio romano era entonces sensible a los cultos orientales
importados, como lo demuestra la fortuna que tuvieron los cultos mistéricos de
Mitra, que, durante algún tiempo, compitieron con el cristianismo. La pobreza de
algunas capas sociales a las que el mensaje de Cristo aportaba fraternidad y
consuelo fue asimismo un elemento determinante de esta difusión. Sería falso, sin
embargo, no ver en el cristianismo naciente más que una religión de los pobres. En
efecto, si bien los preceptos del cristianismo se extendieron con rapidez por los
barrios populares de las grandes ciudades, costó mucho trabajo ganar a las masas
campesinas (especialmente en Occidente, donde serían necesarios para ello varios
siglos), mientras que, por el contrario, despertó muy pronto simpatías en la
aristocracia romana y entre las clases medias. La mayor parte de los Padres de la
Iglesia surgieron de la burguesía cultivada, y desde el siglo II se señala la presencia
de cristianos en el ejército, la alta administración y el entorno del emperador.

Esta difusión en medios culturales tan diferentes, tanto desde el punto de


vista de las clases sociales como de la distribución geográfica, no podía dejar de
avivar las divisiones que despuntaban desde la época apostólica. Las aspiraciones
de un cristiano surgido de un ambiente judío del Próximo Oriente, de las escuelas
filosóficas de Alejandría, de la cultura grecorromana, las de un artesano de
Capadocia, de un burgués de Tesalónica, de un aristócrata romano o de un esclavo
de Cartago no podían ser rigurosamente idénticas. Añadamos a esto que el tránsito
de la expresión de una religión proveniente de la ideología judía de la Antigua
Alianza a otra fundada sobre la filosofía griega, era propicio para todas las
especulaciones, que con el tiempo la organización eclesiástica evolucionó
insensiblemente hacia un cuadro más rígido, que las relaciones a veces difíciles con
el poder romano constituían un factor de inestabilidad, y se comprenderá
fácilmente que se encontraban reunidos todos los elementos para que se abriera
una crisis en el seno de las comunidades cristianas.

Efectivamente, con el movimiento gnóstico, que surge en el siglo II, el


cristianismo se enfrenta a su primera crisis seria, que le conduce a la elaboración de
una teología ortodoxa que se opondrá a las tomas de posición diferentes,
calificadas de heréticas. Este movimiento gnóstico no está ligado
fundamentalmente al cristianismo, y se encuentran tendencias gnósticas en el
judaísmo, el islam, la filosofía griega y el hinduismo. «El gnosticismo es una
actitud existencial completamente característica, un tipo especial de religiosidad [3]»
que se encuentra en diferentes épocas y en religiones diversas. Se cimenta sobre el
concepto general de gnosis, «el conocimiento», que permite escapar a las leyes de
este mundo y acceder a la salvación divina. Esta definición es, evidentemente, muy
sucinta, y la multitud de estudios realizados sobre el tema, los cuales han arrojado
opiniones contradictorias, muestra la complejidad del problema gnóstico (véase la
introducción a los Evangelios gnósticos). Como quiera que sea, la gnosis expresada
en la tradición cristiana aparece en el siglo II como una tendencia general,
subdividida en múltiples sectas, que rechazan a voces la aportación del judaísmo
(Yahvé, el dios de la Biblia, se convierte, en ciertas interpretaciones, en un dios
malo), influidas por el dualismo iranio y que elaboran especulaciones metafísicas
complejas.

La doctrina gnóstica es fundamentalmente esotérica. Sus textos conllevan


siempre un sentido manifiesto y un sentido oculto, que exige claves de
interpretación para ser comprendido, en tanto la salvación está reservada sólo a los
poseedores de la gnosis, que, más allá de la dualidad, pueden encontrar su unidad
original. Este aspecto esotérico se opone al cristianismo ortodoxo, para el que el
mensaje de Cristo es universal y comprensible por todos. Sin embargo, se puede
pensar que varios pasajes de los propios textos canónicos evocan la existencia de
un esoterismo en el seno de la Iglesia primitiva y, especialmente, estas frases del
Evangelio de Marcos: «A vosotros os ha sido dado conocer el misterio del reino de
Dios, pero a los otros de fuera, todo se les dice en parábolas, para que, mirando,
miren y no vean, oyendo, oigan y no entiendan…» (Marcos, 4, 10-12), y: «Y con
muchas parábolas como éstas, les proponía la Palabra, según eran capaces de
entender. Y no les hablaba sin parábolas; pero a sus discípulos se las explicaba
todas aparte» (Marcos, 4, 33-34).

El movimiento gnóstico fue representado por varias figuras de gran


importancia, como Basílides, Valentín, Marción, a quienes se conoce sobre todo por
sus adversarios, los apologistas y los Padres de la Iglesia cristiana. Estos últimos les
plantaron una oposición encarnizada que definió poco a poco la ortodoxia del
cristianismo y que desembocó en la formación de un canon, es decir, una lista de
libros autorizados por la Iglesia entre la multitud de escritos que circulaban: la
emergencia del movimiento gnóstico había provocado en efecto la creación de
nuevos textos que se sobreponían a los Evangelios ya redactados, es decir, los
cuatro Evangelios considerados canónicos y algunos otros. Parece, por otra parte,
que la idea de elaborar una colección de textos según reglas rigurosas que rechazan
los otros escritos se remonta a un gnóstico, Marción, que propuso, hacia el año 150,
su propio corpus, compuesto de un Evangelium, el Evangelio de Lucas amputado
de las referencias al judaísmo, y de un Apostolicum, constituido por una colección
de determinadas epístolas de Pablo.

Es así como, progresivamente, se fija una lista limitada de los libros


reconocidos como de inspiración divina. Se puede seguir este proceso de
formación por las huellas que ha dejado en los escritos de los Padres de la Iglesia [4]
y parece que, a finales del siglo II, se produjo un acuerdo general de las diferentes
iglesias, al menos para la mayor parte del Nuevo Testamento (los cuatro
Evangelios y la mayoría de las Epístolas, entre ellas las de Pablo). Por oposición al
esoterismo gnóstico, el espíritu que presidió la constitución de este canon se volvió
más hacia un universalismo, tal como se expresa en el Sermón de la Montaña; en
éste se ve también la voluntad de justificar la venida de Jesús mediante los profetas
del Antiguo Testamento.

Sin embargo, el hecho de que los cuatro Evangelios sean aceptados por
todos no implica que, a finales del siglo II, hayan desaparecido los otros
evangelios. Además de los escritos específicos de las sectas gnósticas, las iglesias
continúan prefiriendo tal o cual evangelio, mientras que otros libros no canónicos,
sin ser de naturaleza profundamente herética, gozaban del favor del público. En el
siglo III, autores cristianos como Clemente de Alejandría u Orígenes atestiguan la
existencia de otros varios evangelios, mientras que el obispo de Antioquía,
Serapion, consiente durante un tiempo que sus fieles lean el Evangelio de Pedro.

El impulso general que conduciría inevitablemente a la prohibición de los


textos no canónicos se había desencadenado desde el siglo II. Como consecuencia,
en efecto, aparecieron otras herejías, emparentadas o no con el gnosticismo, y se
constata una actitud cada vez más intransigente de los representantes de la Iglesia,
que se apoyaba sobre la noción de «textos inspirados» para justificar la separación
de algunos escritos. En el curso de los siglos III y IV, el canon que se ha esbozado
con anterioridad se afirma claramente en la conciencia de la Iglesia y los textos van
siendo poco a poco elevados al rango de escrituras sagradas comparables al
Antiguo Testamento. El Nuevo Testamento ha nacido, retomando la división
fundamental de su predecesor: a la Ley y a los Profetas responden el Evangelio y
los Apóstoles. Añadamos que los dos conjuntos otorgan un lugar importante a los
libros históricos (Samuel o el Libro de los Reyes en el Antiguo Testamento, los
Hechos de los Apóstoles en el Nuevo Testamento), prueba del carácter común que
los unía.

Desde entonces, los escritos del mismo tipo que se presentan también como
la enseñanza del Señor, pero que son rechazados por la Iglesia, están abocados a
desaparecer. Calificados de apócrifos —que significa ocultos, por referencia a la
enseñanza esotérica, secreta, de Cristo y después, por extensión, que designa todos
los escritos rechazados por la Iglesia—, estos escritos, como las sectas de las que
surgieron, no pueden sobrevivir frente a la oposición de la Iglesia oficial, sobre
todo después de su reconocimiento por Constantino y su ascensión al estatuto de
religión del Estado bajo Teodosio, que le prestó la fuerza del brazo secular. Esto
explica que, de la floración de evangelios de los primeros siglos, únicamente nos
hayan llegado intactos los escritos reconocidos por la Iglesia que han podido
atravesar los siglos sin demasiadas alteraciones hasta la invención de la imprenta.
De otros no conocíamos, hasta hace poco, más que unas pocas alusiones de los
Padres de la Iglesia, de las que no se podía deducir más que su existencia, sin
poder fijarse verdaderamente su contenido. Gracias al descubrimiento de varios
manuscritos, y en particular de la biblioteca gnóstica de Nag-Hammadi, en el Alto
Egipto, actualmente es posible conocer un poco mejor estos evangelios. Antes de
hacer su inventario, es importante, sin embargo, evocar otro tipo de literatura
apócrifa cuya influencia ha sido considerable. Paralelamente a la evolución que
conducía al cristianismo a definir por reacción una línea ortodoxa cada vez más
rígida, se operaba otro cambio más sutil en el trasfondo de la creencia cristiana. El
mensaje de Jesús en su contexto inicial podía en efecto operar a dos niveles: de una
parte, una enseñanza espiritual reservada a sus más próximos discípulos; de otra
parte, una adhesión de las multitudes a un personaje identificado con el Mesías tan
esperado por la religión de Israel. Como consecuencia, cuando el cristianismo se
difundió en un medio distinto al de la antigua Alianza del pueblo judío, un
pequeño número de personas intentaron practicar y profundizar en el mensaje
evangélico, y la historia del cristianismo conoció así sus santos, sus grandes
teólogos, sus monjes, sus místicos… La intransigencia de la enseñanza de Jesús no
podía, sin embargo, ser adoptada por el mayor número entre los que, por otra
parte, la ideología judía del Mesías estaba ausente. Sin siquiera hablar de un
esoterismo ni de un exoterismo, se creó así, al margen de la religión de los clérigos
y de los monjes, un cristianismo popular en el que se integraban muchos elementos
de los antiguos cultos paganos.

Esta paganización del cristianismo prosiguió durante siglos, sobre todo


entre los campesinos, y dio lugar a todo un folclore sagrado, al estudio del cual se
han dedicado algunos historiadores desde hace casi un siglo (desde Van Gennep y
P. Saintyves hasta los representantes de la nueva historia). Estos historiadores han
valorado numerosos aspectos de esta religión popular, como el culto de los santos
o la integración de ciertos temas mitológicos antiguos en el cristianismo (el
combate de san Jorge y el dragón, por ejemplo), pero por lo que sabemos se han
detenido poco en la literatura apócrifa de los evangelios surgidos en los
primerísimos siglos del cristianismo que, sin embargo, ha transmitido numerosos
elementos de este folclore sagrado.

Los textos canónicos, como los textos heréticos por otra parte, estaban en
efecto especialmente consagrados a la predicación de Jesús, a su Pasión y a su
Resurrección, y las referencias mitológicas que contenían no eran por lo general
más que alusiones al Antiguo Testamento, con vistas a identificar a Jesús con el
Mesías. Amplias etapas de la vida del Salvador, como su infancia o la historia de
sus padres, se encontraban arrinconadas en la sombra y tan sólo suscitaban la
imaginación de las muchedumbres. Fue así como, muy pronto, nació una literatura
cuyo tema principal era la vida de Jesús y de sus padres, literatura apócrifa en la
medida en que era ciertamente rechazada del canon de las Sagradas Escrituras por
la Iglesia, pero que, al no ser considerada como realmente herética y al gozar
además de la estima popular, consiguió atravesar los siglos para llegar hasta
nosotros. Las primeras redacciones de esta literatura se remontan a un período que
se extiende desde el siglo II hasta el IV; contemporánea, pues, de los textos
heréticos. Estos primeros escritos han desaparecido porque la Iglesia se empeñó en
proscribirlos, pero pudieron transmitirse y dar origen a numerosas versiones,
llamadas revisiones, que añadían a veces otras leyendas al escrito primitivo, o bien
recopilaban varios escritos. Estas múltiples versiones, traducidas a las diferentes
lenguas de la cristiandad, circularon durante toda la Edad Media, y se conservan
varios manuscritos, tanto en copto, siríaco o armenio, como en griego, latín o
eslavo.

Se ha dado a estos relatos, que forman un verdadero ciclo comparable a los


ciclos épicos, el nombre de evangelios de la infancia y el ciclo de los padres. Tratan
ya de la infancia de Jesús, ya de la historia de sus padres y, en particular, de su
madre, María. Algunos elementos antiguos, y quizás incluso históricos, han
podido ser integrados en estos evangelios (lo concerniente a los padres de María,
por ejemplo), pero la mayor parte de los relatos no encierran más que leyendas, a
veces fantasiosas (determinados episodios de la infancia de Jesús), aparentemente
sin gran alcance espiritual y que, sin embargo, son reveladoras del carácter popular
del cristianismo.

Aunque hayan sido poco estudiados, bajo estos aspectos se han detectado,
por ejemplo, numerosos elementos paganos que han subsistido en el seno del
cristianismo. La devoción a la Virgen María especialmente, en la que transpira un
resurgimiento de los antiguos cultos a la diosa madre, encuentra una maravillosa
ilustración en las leyendas apócrifas que la conciernen. Otros símbolos heredados
de la mitología extranjera se hallan a veces en estos relatos. La imaginería de la
Natividad descrita en el Protoevangelio de Santiago, con la luz que invade la gruta
de Belén, por ejemplo, recuerda algún escenario mítico iranio [5].

Por otro lado, estos mismos relatos del ciclo de los pseudoevangelios, a los
cuales hay que añadir la historia de la Pasión y, sobre todo, del descenso a los
infiernos de Cristo, contenida en el Evangelio de Nicodemo, texto que se
emparenta con la tradición apocalíptica, han tenido una enorme influencia sobre la
imaginación cristiana. Numerosas leyendas, tanto en Oriente como en Occidente,
han agotado esta fuente (la Leyenda dorada, de Jacobo de la Vorágine) y algunos
elementos integrados en la tradición cristiana: la presentación de María en el
templo, la anunciación cerca de la fuente, la asunción, el nacimiento de Jesús en
una gruta, el nombre de los Reyes Magos, la presencia de la mula y el buey en el
portal, etc., no tienen otra fuente que la literatura apócrifa. Esta influencia se hace
sentir igualmente en las representaciones iconográficas, y muchas escenas
figuradas en las vidrieras, los mosaicos y las pinturas hasta el Renacimiento no
pueden ser comprendidas sin hacer referencia a estos evangelios apócrifos. Esto
sirve también para las representaciones de los apóstoles surgidas de la literatura
apócrifa que les concierne (existen numerosos «Hechos de los apóstoles»
apócrifos).

Así pues, todo un aspecto de la tradición popular cristiana reposa sobre


evangelios apócrifos, de los que la mayoría de nosotros ignora incluso su
existencia. Habría que emprender un verdadero estudio histórico, sin los a priori
de los antiguos historiadores cristianos, sobre este tema, a fin de captar con mayor
exactitud el alcance de su influencia.
La lucha emprendida por los Padres de la Iglesia durante los siglos III y IV
contra los escritos considerados heréticos prosiguió en los siglos siguientes y
desembocó en su desaparición. Como se ha visto, la transmisión de los
pseudoevangelios fue más feliz, pero se puede considerar que su influencia
decrece notablemente a partir del Concilio de Trento y de la Contrarreforma
católica del siglo XVI. Por fortuna, numerosos manuscritos permanecieron
encerrados en diversas bibliotecas y no ha hecho falta más que la curiosidad de
algunos eruditos para hacerlos resurgir.

Si bien desde el siglo XVII, empezaron a editarse colecciones de textos


apócrifos, es preciso esperar al siglo XIX, concretamente con la obra de dos sabios
alemanes, Thilo y después Tishendorf, para poseer corpus importantes de textos
originales de estos apócrifos. A finales del siglo XIX, un diccionario de los
apócrifos que incluía numerosas traducciones al francés, realizado por Brunet, fue
publicado por el abate Migne en su Enciclopedia teológica (en los tomos XXIII y
XXIV). El interés por los apócrifos prosiguió al principio del siglo XX, con, en
inglés, la obra de James The Apocriphal N. T., y, en francés, varias obras en las
colecciones Bousquet y Amann, y Hemmer y Lejay.

Paralelamente a estas publicaciones que conciernen a los pseudoevangelios,


varios descubrimientos de antiguos manuscritos en Egipto permitieron conocer un
poco mejor los escritos de los primeros siglos. Fue, en primer lugar, un amplio
extracto del Evangelio de Pedro encontrado en 1896 por el francés Bouriant;
después, algunas palabras de Jesús encontradas sobre papiros en Oxyrhinchos, por
Grenfell y Hunt, a principios de siglo (se trata de una colección de logia, versión
griega del Evangelio según Tomás); finalmente, un fragmento de un evangelio
descubierto por Belle y Skeat en 1934. Estos descubrimientos atestiguan de manera
clara la circulación de recopilaciones de las palabras de Jesús y de evangelios no
canónicos entre las comunidades cristianas de los primeros siglos de nuestra era.

Sin embargo, el descubrimiento principal fue el de una biblioteca gnóstica


en Nag-Hammadi, en el Alto Egipto, en 1945. Los textos de los numerosos
manuscritos estaban redactados en copto y han renovado completamente los
conocimientos del gnosticismo cristiano. Un comité internacional de sabios se
encarga de la edición y de la traducción de estos textos, y hará falta todavía un
cierto tiempo antes de que la historia del gnosticismo haya integrado todas las
nuevas informaciones[6]. Entre obras como el Libro secreto de Juan, el Libro
sagrado del Gran Espíritu invisible, el Diálogo del Salvador, el Apocalipsis de
Pablo, etc., cabe destacar el Evangelio según Felipe, el Evangelio de Verdad (de los
que publicamos aquí extractos) y, sobre todo, el Evangelio según Tomás, que se
presenta como una colección de logia (dichos) de Jesús de un interés inusitado.

Generalmente, los evangelios apócrifos se suele clasificar en tres categorías:

—Los evangelios llamados sinópticos (es decir, en los que se encuentra la


estructura general de los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas). Aparte del
Evangelio de Pedro y, quizás, el fragmento de Belle y Skeat, no quedan de estos
evangelios más que las alusiones de los Padres de la Iglesia. Citemos el Evangelio
de los Egipcios, el Evangelio de los Hebreos, el Evangelio de los Nazarenos, el
Evangelio de los Ebionitas o Evangelio de los Doce.

—Los evangelios sectarios, es decir, heréticos. Antes del descubrimiento de


Nag-Hammadi, que muestra la diversidad de estas producciones, no se conocían
más que sus nombres. Los autores cristianos que luchaban contra las herejías
señalan la existencia de un Evangelio de Judas (san Ireneo, san Epifanio), un
Evangelio de Bartolomé (san Jerónimo), un Evangelio de Bernabé (Decreto de
Gelasio), un Evangelio de Basílides (Orígenes) y algunos otros.

—Los pseudoevangelios, que reagrupan todo el ciclo de los padres y de la


infancia de Jesús (Protoevangelio de Santiago, Evangelio del Pseudo-Mateo,
Evangelio del Pseudo-Tomás, Evangelios árabe y armenio de la infancia, Transitus
Mariae, Historia de José el Carpintero y ciclo de la Pasión (Evangelio de
Nicodemo).
LOS EVANGELIOS DE LA INFANCIA Y EL CICLO
DE LOS PADRES DE JESÚS

EL PROTOEVANGELIO DE SANTIAGO
El Protoevangelio de Santiago debe el título a su primera edición, que se
remonta a finales del siglo XVI. Con anterioridad, parece que fue conocido por el
nombre más sencillo de Libro de Santiago —así lo designa Orígenes— o el de
Historia de la Natividad de María, título que corresponde más exactamente a su
contenido. El nombre de Santiago indica que el autor quiere hacerse pasar por el
apóstol Santiago el Menor, «hermano» del Señor, al que la antigüedad cristiana
estimaba particularmente.

El Protoevangelio consta de tres partes. La primera, que reagrupa los


capítulos I al XVI, cuenta la infancia de María: su nacimiento milagroso anunciado
por un ángel a sus padres, Ana y Joaquín, hasta entonces privados de
descendencia, su presentación en el templo y su puesta bajo la custodia de José,
anciano escogido por los sacerdotes para ser su esposo. El relato continúa con la
anunciación en la fuente, la concepción milagrosa y la turbación de José, que
desaparece por la prueba del agua.

La segunda parte, capítulos XVII al XXII, se centra en la Natividad: partida


hacia Belén, parto virginal en una gruta (el autor insiste en esta virginidad de una
manera que puede parecer fuera de lugar) y visita de los magos.

Los tres últimos capítulos, XXIII al XXV, que relatan el asesinato, por orden
de Herodes, de Zacarías, padre de Juan el Bautista, parecen ser texto añadido con
posterioridad a las partes precedentes.

El conjunto del relato, bajo la forma que poseemos, no se remonta


ciertamente más allá del siglo v. Por el contrario, las dos primeras partes existían
ya, unidas o no, en una época mucho más antigua. Se está de acuerdo en datarlas
en la primera mitad del siglo II (hacia 130-140). Así, es casi seguro que algunos
célebres apologistas cristianos, como Justino (mediados del siglo II), Clemente de
Alejandría (finales del siglo II) u Orígenes (principios del siglo III), conocieron y
utilizaron los relatos contenidos en nuestro Protoevangelio.

Desde los siglos IV y V, este texto es ampliamente utilizado en las iglesias


de Oriente: inspira a los poetas y a los artistas y forma parte de las lecturas
litúrgicas. En Occidente se difunde quizás un poco más tardíamente y bajo la
forma de revisión.

La más conocida y antigua de estas revisiones es el Evangelio del Pseudo-


Mateo o Libro de la bienaventurada María y de la infancia del Señor, cuya
redacción se atribuye al siglo VI. Se trata de una compilación del Protoevangelio y
de los evangelios de la infancia, de la que más adelante ofrecemos una versión
(Evangelio del Pseudo-Tomás). Al final del Protoevangelio se encontrará un
extracto del Evangelio del Pseudo-Mateo (capítulos XIII y XIV), que indica la
presencia de una estrella encima de la gruta de la Natividad, así como las del buey
y la mula cerca del recién nacido, imágenes que han conocido, en nuestro folclore
cristiano, la fortuna que se sabe. Señalemos también una nueva revisión de época
carolingia, el Evangelio de la Natividad de María, que no conserva más que la
parte derivada del Protoevangelio. Al estar relacionados con la vida de María,
estos escritos han tenido una influencia considerable tanto en Oriente como en
Occidente. No sólo reflejan el cristianismo popular y buen número de costumbres
del folclore y del arte cristiano de él derivado (el pesebre en la gruta, con el buey y
la mula, los nombres de los padres de María, las representaciones artísticas de la
presentación en el templo, de la anunciación en la fuente, etc.), sino que también
inspiran ciertas tradiciones litúrgicas, como la fiesta de la presentación de María en
el templo, que se celebra el 21 de noviembre.

En cuanto al estilo del texto, está impregnado de ingenuidad, y si bien a


veces comporta cierta pesadez, en otras está impregnado de poesía, como ocurre
con el bello pasaje del capítulo XVIII que muestra a la naturaleza entera fijada,
como si el tiempo hubiese detenido su curso repentinamente.
PROTOEVANGELIO DE SANTIAGO

(Texto íntegro)

Natividad de María,

la Santa Theotokos, la ilustrísima

Madre de Jesucristo.

1. [He aquí lo que se lee] en la historia de las Doce Tribus de Israel: que
había un hombre llamado Joaquín, extremadamente rico, que aportaba ofrendas
dobles diciendo: «El excedente de mi ofrenda será para todo el pueblo, y lo que yo
debo ofrecer para la expiación de mis faltas será para el Señor, a fin de que me sea
propicio».

2. Y el gran día del Señor había llegado, y los hijos de Israel aportaban sus
ofrendas. Y Rubén se puso frente a Joaquín y le dijo: «No te está permitido aportar
tus ofrendas el primero, porque no has engendrado descendencia en Israel».

3. Y Joaquín se contristó vivamente y se dirigió a los [registros de] las Doce


Tribus de Israel, diciéndose: «Veré en los registros de las Doce Tribus si soy el
único que no ha engendrado descendencia en Israel». Y buscó y encontró que
todos los justos habían suscitado descendencia en Israel. Pero se acordó del
patriarca Abraham y de que Dios, en sus últimos días, le había dado por hijo a
Isaac.

4. Y Joaquín se quedó muy contrito, y no se presentó a su mujer, sino que se


retiró al desierto. Y allí plantó su tienda y ayunó durante cuarenta días y cuarenta
noches, diciendo para sí: «No regresaré, ni para comer ni para beber, hasta que el
Señor, mi Dios, me visite, y la plegaria será mi comida y mi bebida».

II

1. Ahora bien, Ana, su mujer, hacía una doble lamentación y expresaba


violentamente su doble pesar, diciendo: «Lloraré mi viudez y lloraré también mi
esterilidad».

2. Y [he aquí que] llegado el gran día del Señor, Judit, su sirvienta, le dijo:
«¿Hasta cuándo esta aflicción de tu alma? He aquí llegado el gran día del Señor en
que no te está permitido llorar. Pero toma este velo que me ha dado el ama del
servicio y que yo no me puedo ceñir, porque soy una sierva y él lleva el signo de la
realeza».

3. Y Ana dijo: «Aléjate de mí; yo no me pondré eso, porque el Señor me ha


humillado grandemente. Quizás algún malvado te ha dado ese velo y tú vienes a
hacerme cómplice de tu pecado». Y Judit respondió: «¿Qué mal podría yo desearte,
puesto que el Señor te ha golpeado con la esterilidad, para que no des fruto en
Israel?».

4. Y Ana se sintió vivamente afligida, y se despojó de sus ropas de duelo, y


se lavó la cabeza y se puso un traje nupcial y, sobre la hora de nona, bajó al jardín
para pasearse. Vio un laurel y se situó bajo su sombra, y rogó al Señor diciendo:
«Dios de mis padres, bendíceme y acoge mi oración como bendijiste las entrañas
de Sara y le diste un hijo, Isaac».

III

1. Y, habiendo levantado los ojos al cielo, vio un nido de gorriones en el


laurel, y lanzó un gemido, diciendo para sí misma: «¡Desventurada de mí! ¿Quién
me ha engendrado y qué vientre me ha dado a luz? Porque he nacido maldita ante
los hijos de Israel. Me han ultrajado y expulsado con burlas del templo del Señor.

2. »¡Desventurada de mí! ¿A quién soy semejante? No a los pájaros del cielo,


porque hasta los pájaros son fecundos ante Ti, oh Señor.

3. »¡Desventurada de mí! ¿A quién soy semejante? No a los animales de la


tierra, porque aun los animales de la tierra son fecundos ante Ti, oh Señor.

4. »¡Desventurada de mí! ¿A quién soy semejante? No a estas aguas, porque


aun estas aguas son fecundas ante Ti, oh Señor.

5. »¡Desventurada de mí! ¿A quién soy semejante? No a esta tierra, porque


aun esta tierra produce frutos a su tiempo y te bendice, oh Señor».

IV

1. Y he aquí que un ángel del Señor apareció ante ella y le dijo: «Ana, Ana, el
Señor ha escuchado y atendido tu súplica. Concebirás y darás a luz y se hablará de
tu descendencia en toda la tierra». Y Ana dijo: «[Tan cierto como] el Señor mi Dios
está vivo, si traigo un hijo al mundo, sea varón o sea hembra, lo llevaré como
ofrenda al Señor, mi Dios, y permanecerá a su servicio todos los días de su vida».

2. Y he aquí que llegaron a ella dos mensajeros y le dijeron: «Joaquín, tu


marido, viene a ti con sus rebaños. Porque un ángel del Señor ha descendido hasta
él, diciéndole: “Joaquín, Joaquín, el Señor Dios ha escuchado tu plegaria. Vete de
aquí, porque tu mujer, Ana, concebirá en su seno”».

3. Y Joaquín partió y llamó a sus pastores, diciéndoles: «Traed aquí tres


corderos sin mácula y serán para el Señor, mi Dios; y doce terneros cebados, y
serán para los sacerdotes y para el Consejo de Ancianos; y cien cabritos, y serán
para todo el pueblo».

4. Y he aquí que Joaquín llegó con sus rebaños, y Ana, que le esperaba a la
puerta de su casa, le vio venir y, corriendo hacia él, le echó los brazos al cuello,
diciéndole: «Ahora sé que el Señor, mi Dios, me ha colmado de bendiciones,
porque era viuda y ya no lo soy, estaba sin hijos y voy a concebir uno en mi seno».
Y Joaquín descansó aquel primer día en su casa.

1. Al día siguiente presentó sus ofrendas, diciendo para sí mismo: «Si el


Señor mi Dios me es propicio, me concederá que vea la lámina [de oro] del [Sumo]
Sacerdote». Y, una vez que hubo presentado sus ofrendas, fijó su mirada en la
lámina [de oro] del [Sumo] Sacerdote, cuando éste ascendía al altar, y no notó
mancha alguna en sí mismo. Y Joaquín dijo: «Ahora sé que el Señor me es propicio
y que me ha perdonado todos mis pecados». Y descendió justificado del templo del
Señor y regresó a su hogar.

2. Y los meses de Ana se cumplieron, y al noveno dio a luz. Y ella preguntó


a la comadrona: «¿Qué he parido?». Y la comadrona respondió: «Una niña». Y Ana
repuso: «Mi alma se ha glorificado en este día». Y acostó a la niña a su lado. Y,
transcurridos los días legales, Ana se lavó, dio el pecho a la niña y le dio el nombre
de María.

VI

1. Día a día, la niña se hacía fuerte. Y, cuando tuvo seis meses, su madre la
puso en el suelo para ver si se sostenía en pie. Y habiendo dado la niña siete pasos,
volvió al regazo de su madre, quien la levantó diciendo: «Por la vida del Señor, mi
Dios, que no andarás por el suelo hasta el día que te lleve al templo del Altísimo».
Y ella hizo un santuario en su dormitorio y no la dejaba que tocase nada que
estuviese manchado o que fuese impuro. Y llamó a las hijas de los hebreos que se
conservaban sin mancha y ellas la entretenían.

2. Y, cuando la niña alcanzó la edad de un año, Joaquín celebró un gran


banquete, al que invitó a los sacerdotes y a los escribas, y al Consejo de Ancianos y
a todo el pueblo de Israel. Y Joaquín presentó la niña a los sacerdotes, y ellos la
bendijeron diciendo: «Dios de nuestros padres, bendice a esta niña y dale un
nombre que se repita por los siglos de los siglos a través de las generaciones». Y el
pueblo dijo: «Que así sea. Amén». Y Joaquín la presentó a los príncipes de los
sacerdotes, y ellos la bendijeron diciendo: «Dios de las alturas [celestiales], dirige
tu mirada a esta niña y bendícela con una bendición suprema, por encima de la
cual no haya nada».

3. Y su madre se la llevó a su santuario del dormitorio y le dio el pecho. Y


Ana entonó un cántico al Señor, su Dios, diciendo: «Elevaré un himno al Señor, mi
Dios, porque me ha visitado y ha alejado de mí los ultrajes de mis enemigos, y me
ha dado un fruto de su justicia, fruto sencillo, [pero] de múltiples aspectos ante él.
¿Quién [pues] anunciará a los hijos de Rubén que Ana da el pecho? Escuchad,
escuchad, vosotras, las doce tribus de Israel, Ana está dando de mamar». Y dejó a
la niña descansando en el santuario del dormitorio y salió y atendió a sus
invitados. Y, terminado el festín, todos salieron llenos de júbilo y glorificando al
Dios de Israel.

VII

1. Para la niña, los meses se añadían [a los meses]. Y, cuando alcanzó la


edad de dos años, dijo Joaquín: «Llevémosla al templo del Señor, para cumplir la
promesa que le hemos hecho, no sea que nos la reclame y rechace nuestra
ofrenda». Y Ana respondió: «Esperemos al tercer año, a fin de que la niña no
reclame a su padre y a su madre». Y Joaquín dijo: «Esperemos».

2. Y cuando la niña cumplió la edad de tres años, Joaquín dijo: «Llamad a las
hijas de los hebreos que estén sin mancilla, y que tome cada una una lámpara, y
que [estas lámparas] sean encendidas, para que la niña no vuelva atrás [para
mirar] detrás de ella y para que su corazón no se fije en nada de fuera del templo
del Señor». Y ellas así lo hicieron hasta que subieron al templo del Señor. Y el
sacerdote recibió a la niña y, abrazándola, la bendijo y exclamó: «El Señor ha
glorificado tu nombre en todas las generaciones, y en ti, hasta el último día, el
Señor hará ver la redención por Él concedida a los hijos de Israel».
3. Y la hizo sentarse en la tercera grada del altar, y el Señor envió su gracia
sobre ella, y ella danzó sobre sus pies, y toda la casa de Israel la amó.

VIII

1. Y sus padres salieron del templo llenos de admiración y alabando a Dios


todopoderoso porque la niña no se había vuelto [para mirar] hacia atrás. Y María
permaneció en el templo del Señor, como una paloma, y recibía su alimento de un
ángel del Señor.

2. Y, cuando cumplió la edad de doce años, los sacerdotes se congregaron y


dijeron: «He aquí que María ha llegado a la edad de doce años en el templo del
Señor. ¿Qué medida tomaremos con ella para que no mancille el santuario?». Y
dijeron al Sumo Sacerdote: «Tú, que estás encargado del altar del Señor, entra y
ruega por María, y lo que el Señor manifieste, eso haremos».

3. Y el Sumo Sacerdote entró con [su ropaje de] doce campanillas en el Santo
de los Santos, y rogó por María. Y he aquí que se le apareció un ángel del Señor y
le dijo: «Zacarías, Zacarías, sal y reúne a todos los viudos del pueblo, y que éstos
vengan cada cual con una vara, y aquel a quien el Señor muestre una señal, de él
será ella la esposa». Y salieron, pues, los heraldos [y se repartieron] por todo el país
de Judea, y sonó la trompeta del Señor, y todos los viudos acudieron a la llamada.

IX

1. Y José, soltando sus herramientas, salió para reunirse con ellos. Y, estando
todos reunidos, fueron en busca del Sumo Sacerdote. Éste tomó las varas de todos
ellos, y penetró en el templo y oró. Y, cuando hubo terminado su plegaria, volvió a
tomar las varas, salió y se las devolvió a sus dueños, y no había ninguna señal
sobre ellas. La última vara fue la de José, que la recibió. Y he aquí que una paloma
salió de ella y voló sobre la cabeza de José. Y el Sumo Sacerdote dijo a José: «Tú
eres el señalado por la suerte para tomar bajo tu custodia a la Virgen del Señor».

2. Pero José rehusaba, diciendo: «Yo tengo hijos, y soy viejo, mientras que
ella es una niña. No quisiera servir de burla a los hijos de Israel». Y el Sumo
Sacerdote replicó a José: «Teme al Señor, tu Dios, y recuerda lo que hizo con Datán,
Abirón y Coré, y cómo, entreabierta la tierra, se sumieron en sus entrañas por
causa de su desobediencia. Teme, José, que esto no ocurra en tu casa».

3. Y José, lleno de temor, recibió a María bajo su custodia. Y le dijo: «He aquí
que te he recibido del templo del Señor y que te dejo en mi hogar. Ahora voy a
trabajar en mis construcciones y después volveré junto a ti. [Entretanto], el Señor
será tu protector».

1. Y he aquí que los sacerdotes se reunieron en consejo y dijeron: «Hagamos


un velo para el templo del Señor». Y el Sumo Sacerdote dijo: «Traedme jóvenes sin
mancilla de la casa de David». Y los servidores partieron y las buscaron, y
encontraron a siete jóvenes. Y el Sumo Sacerdote se acordó de la joven María, y de
que era de la casa de David, y de que permanecía sin mancilla delante de Dios. Y
los servidores partieron de nuevo y la trajeron.

2. Y ellos hicieron entrar a las vírgenes en el templo del Señor, y el Sumo


Sacerdote dijo: «Echad a suertes [para saber] quién hilará el oro, el amianto y el
lino, y la seda, y la púrpura violeta y la escarlata y la púrpura verdadera». Y la
púrpura verdadera y la escarlata le tocaron a María, quien, habiéndolas cogido,
volvió a su casa. Y, en ese momento, Zacarías quedó mudo, y Samuel le reemplazó
en sus funciones, hasta que recobró la palabra. Y María, tomando la escarlata,
comenzó a hilarla.

XI

1. Y ella tomó su cántaro y salió para llenarlo de agua. Y he aquí que una
voz [le] dijo: «Salve, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita eres entre todas
las mujeres». Y ella miró a derecha e izquierda, para ver de dónde [podía venir]
aquella voz. Y, llena de temor, regresó a su casa, dejó el cántaro y, tomando la
púrpura, se puso a hilar.

2. Y he aquí que un ángel del Señor apareció delante de ella y le dijo: «No
temas, María, porque has hallado gracia delante del Señor del universo, y tú
concebirás por Su palabra». Y ella, habiendo oído [estas palabras], pensó para sí, y
dijo: «¿Verdaderamente concebiré del Señor, del Dios viviente? ¿Y daré a luz como
toda mujer da a luz?».

3. Y el ángel del Señor le dijo: «No, María; la potencia del Señor, en efecto, te
cubrirá con Su sombra, y el santo que nacerá de tus entrañas se llamará Hijo del
Altísimo. Y le pondrás por nombre Jesús, porque librará a su pueblo de los
pecados». Y María respondió: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu
palabra».

XII
1. Y ella siguió hilando la púrpura y la escarlata y, cuando hubo terminado
su labor, la llevó al Sumo Sacerdote. Y el Sumo Sacerdote la bendijo y exclamó:
«María, el Señor Dios ha glorificado tu nombre, y tú serás bendita en todas las
generaciones de la tierra».

2. Y María, llena de alegría, fue a visitar a Isabel, su prima, y llamó a la


puerta de su casa. E Isabel, habiéndola oído, dejó la escarlata [que ella tenía en las
manos], corrió hacia la puerta y abrió. Y, al ver a María, la bendijo y exclamó: «¿De
dónde que la madre de mi Señor venga a mí? Porque el [niño] que hay en mi
vientre ha saltado y te ha bendecido». Pero María había olvidado los misterios que
le había revelado el arcángel Gabriel y, levantando los ojos al cielo, dijo: «¿Quién
soy yo, Señor, para que todas las generaciones de la tierra [un día] me bendigan?».

3. Y ella [pasó] tres meses con Isabel, y, de día en día, su seno se abultaba y,
presa del temor, volvió a su casa y se ocultó de los hijos de Israel. Y tenía dieciséis
años cuando aquellos misterios se cumplieron.

XIII

1. Y llegó el mes sexto [de su embarazo] y he aquí que José regresó de sus
trabajos de construcción y, entrando en su hogar, la encontró encinta. Él se golpeó
el rostro, y se arrojó al suelo sobre un saco y lloró amargamente, diciendo: «¿Con
qué gesto levantaré los ojos al Señor, mi Dios? ¿Y qué diré en mi plegaria a
propósito de esta muchacha? Porque la recibí de los sacerdotes del templo y no he
sabido guardarla. ¿Quién ha cometido tan mala acción en mi casa y ha mancillado
a esta virgen? ¿Es que se repite en mí la historia de Adán? De la misma manera
que, cuando él rogaba al Señor, llegó la serpiente y, encontrando a Eva sola, la
engañó, lo mismo me ha ocurrido a mí».

2. Y José se levantó del saco [sobre el que se había arrojado] y llamó a María
y le dijo: «Muchacha, tú, tan amada por el Señor, ¿por qué has hecho esto? ¿Te has
olvidado del Señor? ¿Cómo te has atrevido a envilecer tu alma, luego de haber sido
educada en el Santo de los Santos y de haber recibido tu alimento de la mano de un
ángel?».

3. Ella lloró amargamente y dijo: «Yo soy pura y no he conocido varón». Y


José le dijo: «¿De dónde viene entonces lo que llevas en tu seno?». Ella dijo: «[Tan
verdad como que] el Señor mi Dios está vivo, que no sé de dónde ha venido».

XIV
1. Y José, presa de un gran temor, se alejó de ella y se preguntaba qué podía
hacer con ella. Y se dijo: «Si oculto su falta, estoy contra la ley del Señor. Y si la
denuncio a los hijos de Israel, temo que lo que hay en ella no sea de un ángel y
[entonces] me encontraría con haber entregado la sangre inocente a un juicio de
muerte. ¿Qué haré, pues? La repudiaré en secreto». Y la noche le sorprendió en
estos [pensamientos].

2. Y he aquí que un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «No


temas por ese niño, pues lo que hay en ella es [obra] del Espíritu Santo. Ella dará a
luz a un niño y le pondrás por nombre Jesús, porque salvará al pueblo de sus
pecados». Y José se despertó, y se levantó y glorificó al Dios de Israel por haberle
concedido aquella gracia, y continuó guardando a María [bajo su protección].

XV

1. Y el escriba Anás fue a casa de José y le preguntó: «¿Por qué no has


aparecido en nuestra asamblea?». Y José respondió: «El camino me ha fatigado y
he querido reposar el primer día». Y Anás, habiendo vuelto la cabeza, vio que
María estaba embarazada.

2. Y se fue corriendo en busca del Sumo Sacerdote y le dijo: «José, en quien


pusiste toda tu confianza, ha pecado gravemente contra la ley». Y el Sumo
Sacerdote le preguntó: «¿En qué ha pecado?». Y el escriba respondió: «Ha
mancillado a la virgen que ha recibido del templo del Señor y ha consumado
fraudulentamente el matrimonio, sin darlo a conocer a los hijos de Israel». Y el
Sumo Sacerdote exclamó: «¿José ha hecho eso?». Y el escriba Anás respondió:
«Envía servidores y encontrarás que la joven está embarazada». Y partieron los
servidores y encontraron [las cosas] como había dicho [Anás]. Y llevaron a María y
a José para ser juzgados.

3. Y el Sumo Sacerdote dijo: «¿Por qué has hecho esto, María? ¿Por qué has
envilecido tu alma y te has olvidado del Señor, tu Dios? Tú, que has sido educada
en el Santo de los Santos, que has recibido tu alimento de las manos de un ángel,
que has escuchado los himnos sagrados y has danzado delante [del Señor], ¿por
qué has hecho esto?». Y ella lloró amargamente diciendo: «[Tan verdad como que]
el Señor está vivo, yo soy pura delante de Él y no conozco varón».

4. Y el Sumo Sacerdote dijo a José: «¿Por qué has hecho esto?». Y José dijo:
«[Tan verdad como que] el Señor está vivo, yo soy puro en lo que a ella concierne».
Y el Sacerdote dijo: «No des falso testimonio, sino di la verdad; tú has consumado
fraudulentamente el matrimonio con ella y no lo has dicho a los hijos de Israel; no
has inclinado la cabeza bajo la mano del Todopoderoso, a fin de que tu
descendencia sea bendecida». Y José guardó silencio.

XVI

1. Y el Sumo Sacerdote dijo: «Devuelve a esta virgen que has recibido del
templo del Señor». Y José se deshizo en lágrimas. Y el Sumo Sacerdote dijo: «Os
daré a beber el agua de prueba del Señor y ella hará aparecer el pecado delante de
vuestros ojos».

2. Y, habiendo tomado [el agua del Señor], hizo beber de ella a José, y lo
envió a la montaña, de la que volvió sano y salvo. Y también dio de beber a María
y la envió a la montaña, de la que volvió sana y salva. Y todo el pueblo se
maravilló de que ningún pecado hubiera aparecido en sus ojos.

3. Y el Sumo Sacerdote dijo: «Puesto que el Señor Dios no ha hecho aparecer


vuestros pecados, tampoco yo os juzgo». Y los dejó marchar. Y José tomó consigo a
María, y se fue feliz con ella a su casa, glorificando al Dios de Israel.

XVII

1. Y llegó un edicto del emperador Augusto, que ordenaba el


empadronamiento de todos los habitantes de Belén de Judá. Y José dijo: «Voy a
inscribir a mis hijos, pero, con esta niña, ¿qué voy a hacer? ¿Cómo la voy a
inscribir? ¿Como mi esposa? Me daría vergüenza hacerlo. ¿Como mi hija? ¡Pero si
todos los hijos de Israel saben que no lo es! El día del Señor será como quiera el
Señor».

2. Y ensilló su asna, y sobre ella puso a María, y su hijo llevaba el asna por el
ronzal, y él les seguía. Y, habiendo llegado a casi una legua [de Belén], José se
volvió a María y vio que estaba triste, y se dijo a sí mismo: «Quizá lo que lleva en
su vientre la hace sufrir». Y por segunda vez se volvió hacia la muchacha y vio que
reía, y le preguntó: «¿Qué te pasa, María, que te veo tan pronto triste como
sonriente?». Y ella le contestó: «Es que mis ojos contemplan dos pueblos, uno que
llora y se aflige ruidosamente, y otro que se regocija y salta de alegría».

3. Y, llegados a la mitad del camino, dijo María a José: «Bájame de la asna,


porque lo que llevo dentro me abruma y quiere salir a la luz». Y José la bajó del
asna y preguntó: «¿Dónde podría llevarte y ocultar tu pudor? Porque este lugar
está desierto».
XVIII

1. Y encontró allí mismo una gruta e hizo entrar en ella a María, y, dejando a
sus hijos cerca de ésta, fue en busca de una comadrona al país de Belén.

2. «Y he aquí que yo, José, caminaba, pero no avanzaba. Y lanzaba al aire mi


mirada [inmóvil y como paralizado por el asombro], y miraba el vacío del cielo y lo
vi detenido, y los pájaros del cielo inmovilizados. Y miraba hacia la tierra, y vi una
artesa, y a los obreros [sentados a su alrededor] comiendo. Y los que masticaban no
masticaban, y los que se llevaban la comida a la boca no se la llevaban, sino que
tenían el rostro vuelto hacia el cielo. Y he aquí que unos corderos llevados a pastar
no caminaban, sino que permanecían quietos, y el pastor levantaba la mano para
golpearles con la vara y la mano quedaba suspendida en el vacío. Y miré el curso
del río y vi las bocas de los caballos [como] suspendidas por encima del agua, y no
bebían. Y, de repente, todo recobró su curso ordinario».

XIX

1. Y he aquí que una mujer descendió de la montaña y me preguntó:


«¿Adonde vas?». Y yo contesté: «En busca de una comadrona judía». Y ella me
preguntó: «¿Eres de la raza de Israel?». Y yo le contesté: «Sí». Y ella preguntó:
«¿Quién es la que va a dar a luz en la gruta?». Y yo le respondí: «Es mi novia». Y
ella dijo: «¿No es tu esposa?». Y yo le dije: «Es María, educada en el templo del
Señor, y que me fue dada por esposa, pero que, sin embargo, no es mi esposa, sino
que lo que ha concebido es del Espíritu Santo». Y la comadrona dijo: «¿Es verdad
lo que me cuentas?». Y José le respondió: «Ven a verlo». Y la comadrona le siguió.

2. Y llegaron al lugar en el que estaba la gruta, y he aquí que una nube


luminosa la cubría. Y la comadrona exclamó: «Mi alma ha sido exaltada en este
día, porque mis ojos han visto prodigios anunciadores de que un Salvador le ha
nacido a Israel». Y, de repente, la nube se apartó de encima de la gruta, y apareció
en la gruta una luz tan grande que nuestros ojos no la podían soportar. Y poco
después esta luz se desvaneció, justo en el momento en que apareció el niño y
tomó el pecho de su madre, María. Y la comadrona exclamó: «Hoy es un día
grande para mí, porque he visto un espectáculo nuevo».

3. Y la comadrona salió de la gruta y encontró a Salomé, y le dijo: «Salomé,


Salomé, es un espectáculo nuevo el que te voy a contar; una virgen ha dado a luz,
algo que su condición no le permitía». Y Salomé repuso: «[Tan cierto como que] el
Señor mi Dios está vivo, que si no meto mi dedo y me doy cuenta de su estado, no
me creeré que ella ha dado verdaderamente a luz».

XX

1. Y la comadrona entró y dijo a María: «Déjate hacer, porque no es pequeño


debate el que ésta y yo tenemos a cuenta tuya». Y Salomé quiso darse cuenta de su
estado, pero ella lanzó un grito y dijo: «Desgracia para mi incredulidad y desgracia
para mi impiedad, porque he tentado al Dios viviente y he aquí que mi mano [se
consume] por el fuego y se separa de mí».

2. Y se arrodilló delante del Señor, diciendo: «Dios de mis padres, acuérdate


de mí, porque yo soy de la descendencia de Abraham, de Isaac y de Jacob; no
hagas de mí un ejemplo para los hijos de Israel, y devuélveme a mis pobres.
Porque Tú sabes, Señor, que en Tu nombre les prestaba mis cuidados y que mi
salario yo lo recibía de Ti».

3. Y he aquí que un ángel del Señor se le apareció y le dijo: «Salomé, Salomé,


el Señor ha atendido tu súplica. Acércate al niño, tómalo en brazos y tendrás salud
y alegría».

4. Y Salomé se acercó al recién nacido y lo tomó entre sus brazos diciendo:


«Lo adoraré, porque [con él] ha nacido un gran rey para Israel». E inmediatamente
fue curada y salió justificada de la gruta. Y he aquí que una voz le dijo: «Salomé,
Salomé, no anuncies los prodigios que has visto, hasta que el niño haya entrado en
Jerusalén».

XXI

1. Y he aquí que José se preparó para salir y para ir a Judea. Y una gran
agitación tuvo lugar en Belén, por haber llegado allí unos magos diciendo:
«¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella en
Oriente y venimos a adorarle».

2. Y Herodes, al saber esto, quedó turbado, y envió mensajeros cerca de los


magos y convocó a los príncipes de los sacerdotes y les interrogó diciendo: «¿Qué
es lo que está escrito sobre el Cristo? ¿Dónde debe nacer?». Y ellos le respondieron:
«En Belén de Judá, porque así está escrito». Y él los despidió. E interrogó a los
magos, diciendo: «¿Qué signo habéis visto con relación al recién nacido?». Y los
magos respondieron: «Hemos visto que su estrella, extremadamente grande,
brillaba con gran fulgor entre las demás estrellas, y que las eclipsaba hasta el punto
de hacerlas invisibles con su luz. Y, por tal señal, hemos reconocido que un rey
había nacido para Israel y hemos venido a adorarle». Y Herodes dijo: «Id a
buscarle y, cuando le hayáis encontrado, hacédmelo saber, a fin de que yo también
vaya a adorarle».

3. Y los magos salieron. Y he aquí que la estrella que ellos habían visto en
Oriente les precedía, hasta que llegaron a la gruta. Y los magos vieron al recién
nacido con María, su madre, y sacaron de sus bolsas presentes de oro, incienso y
mirra.

4. Y, advertidos por un ángel de que no volviesen a Judea, regresaron a su


país por otra ruta.

XXII

1. Al darse cuenta de que había sido burlado por los magos, Herodes montó
en cólera y envió a asesinos, diciéndoles: «Id y matad a todos los niños de menos
de dos años».

2. Y María, al enterarse de que habían comenzado a degollar niños, fue


sobrecogida por el horror; tomó a su niño y lo envolvió en pañales y lo puso en un
pesebre de bueyes.

3. Isabel, habiéndose enterado [ella también] de que buscaban a Juan, lo


tomó y partió para la montaña, y buscaba dónde ocultarle y no encontró ningún
escondite. Y, dando un profundo suspiro, gritó con voz fuerte: «Montaña de Dios,
recibe a una madre con su hijo». Porque a Isabel le era imposible subir. Y la
montaña se abrió y la recibió. Y [sin embargo] le llegaba luz, porque un ángel del
Señor estaba con ellos y les protegía.

XXIII

1. Y Herodes buscaba a Juan y envió a sus servidores a Zacarías, diciendo:


«¿Dónde has escondido a tu hijo?». Y él contestó: «Yo soy el servidor de Dios y
permanezco constantemente en el templo del Señor; yo no sé dónde está mi hijo».

2. Y los servidores se marcharon del templo y anunciaron todo esto a


Herodes. Y Herodes, lleno de furor, dijo: «Su hijo debe un día reinar sobre Israel».
Y los envió de nuevo a Zacarías, diciendo: «Di la verdad. ¿Dónde está tu hijo?
Porque tú debes saber, en efecto, que tu vida está en mis manos». Y los servidores
se fueron y dijeron todo esto a Zacarías. Y Zacarías dijo:
3. «Yo seré un mártir de Dios, si tú derramas mi sangre. Porque mi espíritu
lo recibirá el Señor, porque es sangre inocente la que tú quieres derramar en el
vestíbulo del templo del Señor». Y, hacia el alba, Zacarías fue muerto. Y los hijos de
Israel no sabían quién lo había matado.

XXIV

1. Pero los sacerdotes fueron al templo a la hora de la salutación, y Zacarías


no vino a bendecirlos, como de costumbre. Y los sacerdotes permanecieron allí,
esperando a Zacarías, para saludarle y entonar una plegaria al Altísimo.

2. Y, como tardaba, se llenaron de temor. Y uno de ellos, habiéndose


envalentonado, entró y vio, cerca del altar, sangre coagulada, y oyó una voz que
decía: «Zacarías ha sido asesinado, y su sangre no desaparecerá [de aquí] hasta que
llegue su vengador». Y, al oír estas palabras, quedó asustado y salió y anunció a los
sacerdotes lo que había ocurrido.

3. Y éstos, habiéndose envalentonado, entraron y vieron lo que había


ocurrido. Y los artesonados del templo gimieron, y ellos mismos rasgaron sus
vestiduras. Y no encontraron el cuerpo de Zacarías, sino solamente su sangre, que
se había vuelto dura como una piedra. Y salieron llenos de terror y anunciaron a
todo el pueblo que habían dado muerte a Zacarías. Y todas las tribus del pueblo lo
supieron, y lo lloraron y se lamentaron durante tres días y tres noches.

4. Y, después de estos tres días, los sacerdotes se reunieron en consejo [para


saber] a quién pondrían en el lugar de Zacarías, y la suerte recayó sobre Simeón, el
mismo que había sido advertido por el Espíritu Santo de que no moriría sin haber
visto al Cristo encarnado.

XXV

1. Y yo, Santiago, que he escrito esta historia, cuando sobrevinieron


disturbios en Jerusalén con motivo de la muerte de Herodes, me retiré al desierto.
Y allí permanecí, hasta que los disturbios se apaciguaron, glorificando al Señor
Dios, que me ha dado la gracia y la sabiduría para escribir esta historia.

2. Que la gracia sea con aquellos que temen a Nuestro Señor Jesucristo, con
quien será la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
EVANGELIO DEL PSEUDO-MATEO

(Extractos)

En relación con el Protoevangelio, los dos capítulos del Pseudo-Mateo que


siguen se situarían a continuación del capítulo XX. Aquí se encuentra la mención
de la estrella resplandeciente encima de la gruta, y la del buey y la mula en el
pesebre. El éxito de estos elementos en la imaginería popular subraya la
importancia de este apócrifo en la tradición cristiana.

CAPÍTULO XIII Por su parte, unos pastores afirmaban haber visto a


medianoche ángeles cantando himnos, alabando y bendiciendo al Dios del cielo y
diciendo que había nacido el Salvador de todos, el Señor Cristo, por quien le sería
concedida la salvación a Israel.

Y una inmensa estrella brillaba encima de la gruta, de un tal esplendor como


nunca se había visto igual desde el principio del mundo.

Y los profetas que estaban en Jerusalén decían que esa estrella señalaba el
nacimiento del Cristo, que cumpliría las promesas hechas, no solamente a Israel,
sino a todas las naciones.

CAPÍTULO XIV

Y, el tercer día después del nacimiento del Señor, María salió de la gruta y
entró en un establo, y depositó al niño en el pesebre, y el buey y la mula le
adoraron.

Entonces se cumplió lo que había anunciado el profeta Isaías: «El buey ha


conocido a su dueño, y la mula el pesebre de su Señor».

Estos mismos animales, que tenían al niño entre ellos, le adoraban sin cesar.
Así se cumplió lo que fue dicho por la boca de Habacuc: «Te manifestarás entre
dos animales».
EL EVANGELIO DEL PSEUDO-TOMÁS
Este apócrifo forma parte de un conjunto de relatos que narran las
maravillosas hazañas de Jesús durante su infancia. Nos ha llegado cierto número
de estos textos, de época, lengua, lugar y contenido diferentes, y ha sido gracias a
un erudito de principios de siglo, P. Peeters (en un estudio aparecido en el tomo II
de los Évangiles apocryphes, de la colección Hemmer y Lejay), como la historia un
tanto embrollada de estas composiciones, ha tenido una solución satisfactoria.

Se muestra así que todas las narraciones relativas a los episodios de la


primera juventud de Jesús provienen de un libro único, sin duda anterior al siglo
v, y que reagrupa quizá tradiciones más antiguas. De esta obra deriva, por una
parte, el Evangelio del Pseudo-Tomás, o Libro de Tomás el Israelita, filósofo, del
que existen redacciones siríaca, griega, latina, georgiana y eslava. De otra parte, el
libro original se ha combinado con el Protoevangelio de Santiago para formar una
larga novela que a su vez ha engendrado dos ampliaciones. La primera,
introducida en Armenia a finales del siglo VI, se ha convertido en el libro armenio
de la infancia; la segunda ha dado lugar, un poco más tarde, al evangelio árabe de
la infancia, en el que se encuentra incorporada una serie de milagros de la Virgen.

El Evangelio del Pseudo-Tomás —que no hay que confundir con el


Evangelio gnóstico según Tomás, cuyo texto ofrecemos más adelante— es un buen
ejemplo de toda esta literatura concerniente a la infancia del Salvador (que se
encuentra también incluida en el Evangelio del Pseudo-Mateo). Al ser
relativamente corto, ofrece la ventaja de poder citarse aquí íntegramente, mientras
que las versiones armenia y árabe son mucho más largas. En él se encuentran los
milagros efectuados por Jesús entre los cinco y los doce años, concluyendo el texto
con el episodio del niño Jesús en el Templo, muy cercano al relatado por Lucas (2,
41-52).

Si se comprende el deseo popular de conocer esta parte de la vida de Jesús,


ausente de los Evangelios canónicos, aparte del lacónico de Lucas (2, 40): «El niño
crecía y se fortalecía lleno de sabiduría y la gracia de Dios estaba en Él», y de la
multitud de episodios milagrosos dignos de su divinidad (es un procedimiento
corriente en la historia de las religiones atribuir una gran cantidad de
acontecimientos milagrosos a un personaje divino), es, sin embargo, curioso
constatar el carácter poco atractivo del niño. Como se comprobará al leer el texto,
la omnipotencia de Jesús se manifiesta de una manera más rechazable que
benéfica. Aparte unos pocos pasajes que presentan más interés (tal es la cólera de
Jesús contra los falsos maestros, en el capítulo VI, o la bonita imagen de Jesús
haciendo pájaros de arcilla, que luego salen volando, en el capítulo II), se asiste,
sobre todo, a los caprichos de un niño Dios que tiene muy poco que ver con el
Jesús evangélico y con las dulces leyendas concernientes a María. Es cierto, sin
embargo, que estos relatos han sido apreciados por generaciones de cristianos.
EVANGELIO DEL PSEUDO-TOMÁS

(Texto íntegro)

Libro de Tomás el Israelita, filósofo,

sobre las cosas que hizo el Señor,

siendo niño.

CAPÍTULO I

Yo, Tomás Israelita, me dirijo a todos vosotros que habéis renunciado a los
errores de los paganos por la fe cristiana, a fin de que conozcáis las maravillas de la
infancia de Nuestro Señor Jesucristo y lo que él hizo después de su nacimiento en
nuestro país. He aquí el comienzo:

CAPÍTULO II

El niño Jesús, a los cinco años de edad, jugaba a la orilla de un arroyo, y


recogía en pequeñas balsas las aguas corrientes, y las volvía puras enseguida, y con
una simple palabra las mandaba. Y, amasando arcilla, formó doce gorriones, e hizo
esto un día de sábado. Y había allí otros muchos niños, que jugaban con él. Y un
judío, que había advertido lo que estaba haciendo Jesús, fue corriendo a su padre
José y se lo contó todo, diciéndole: «He aquí que tu hijo está a la orilla del arroyo y,
habiendo cogido barro, ha formado con él doce gorriones y ha profanado el
sábado». Y José se dirigió al lugar donde estaba Jesús y, viendo lo que Jesús había
hecho, le gritó: «¿Por qué haces en día de sábado lo que no está permitido hacer?».
Pero Jesús, dando una palmada, y dirigiéndose a los gorriones, ordenó: «Volad». Y
los pájaros abrieron las alas y echaron a volar piando. Y los judíos quedaron
asombrados a la vista de este milagro y fueron a contar lo que habían visto hacer a
Jesús.

CAPÍTULO III

Y el hijo de Anás, el escriba, que había venido con José, se encontraba allí y,
con una rama de sauce, hizo correr las aguas que Jesús había embalsado. Y Jesús,
viendo lo que hacía, se encolerizó y le dijo: «Insensato, injusto e impío, ¿qué mal te
han hecho estas balsas y estas aguas? Ahora tú te vas a quedar seco como un árbol
sin raíces y no podrás llevar hojas ni frutos». Y enseguida él se secó todo entero, y
Jesús se marchó de allí y se fue a la casa de su padre, José. Los padres del niño que
se había secado lo tomaron en sus brazos, desolados por la desgracia que le había
sobrevenido a tan tierna edad, y lo llevaron a José, increpándolo por tener un hijo
que hacía tales cosas.

CAPÍTULO IV

Jesús iba atravesando la aldea, y un muchacho, que venía corriendo, fue a


chocar contra su espalda. Y Jesús, irritado, le gritó: «No continuarás tu camino». Y,
acto seguido, el muchacho cayó muerto. Y algunos que habían visto lo ocurrido,
dijeron: «¿De dónde viene este niño, que cada una de sus palabras se realiza tan
pronto?». Y los padres del niño muerto fueron a buscar a José y se quejaron ante él,
diciendo: «Con un hijo semejante, no puedes habitar con nosotros en la misma
aldea; tienes que enseñarle a bendecir y no a maldecir, porque mata a nuestros
hijos».

CAPÍTULO V

Y José tomó a su hijo aparte y le reprendió diciendo: «¿Por qué haces estas
cosas? Esta gente sufre y nos odian, y por tu causa nos persiguen». Y Jesús
respondió: «Sé que las palabras que pronuncias no proceden de ti. Sin embargo,
por ti me callaré. Pero ellos sufrirán su castigo». Y, en ese mismo momento, los que
habían hablado contra él se quedaron ciegos. Y los que vieron esto se quedaron
atónitos, vacilaban y decían que toda palabra que Jesús pronunciaba, buena o
mala, se cumplía y producía un milagro. Y, cuando hubieron visto que Jesús hacía
tales cosas, José se levantó, le cogió por una oreja y le tiró con fuerza de ella. Y el
niño se enfadó y le dijo: «Tú ya tienes bastante con buscar y no encontrar. Has
actuado como un insensato. ¿No sabes que soy tuyo? Pero no debes atormentarme
por nada».

CAPÍTULO VI

Un maestro de escuela llamado Zaqueo, que se encontraba allí cerca de


ellos, oyó a Jesús hablar así a su padre y se sorprendió grandemente de que un
niño se expresase de aquella manera. Pasados unos días, fue a buscar a José y le
dijo: «Tienes un hijo muy dotado y de mucha inteligencia. Confíalo a mis cuidados,
para que aprenda las letras, y, con las letras, le enseñaré toda la ciencia. Y también
le enseñaré a saludar a los mayores, a honrarles como antepasados, a respetarles
como padres y a amar a los de su edad». Y le escribió todas las letras del alfabeto,
desde alfa hasta omega, explicándole neta y cuidadosamente el valor y la
significación de cada una. Y Jesús, mirando al maestro Zaqueo, le dijo: «Tú, que no
conoces la naturaleza del alfa, ¿cómo quieres enseñar a los demás la beta?
Hipócrita, explica primero la alfa, si sabes, y después te creeremos con relación a la
beta». Y entonces se puso a hacer preguntas al maestro sobre la primera letra, pero
éste no pudo responderle satisfactoriamente. Entonces, en presencia de todas las
personas que estaban presentes, el niño dijo a Zaqueo: «Observa, maestro, la
disposición de la primera letra, y advierte de cuántas líneas y trazos se compone, y
observa cómo hay un rasgo transversal, que atraviesa las líneas que tú ves
reunidas, y cómo la parte superior avanza y las reúne de nuevo, triples y
homogéneas, principales y subordinadas, de igual medida». Y le explicó todo lo
relacionado con la letra alfa.

CAPÍTULO VII

Cuando el maestro Zaqueo oyó al niño exponer tantas y tales cosas sobre la
primera letra, se quedó confundido por su sabiduría, y dijo a los asistentes:
«Desdichado de mí, yo solo me he procurado esta causa de pesar. Me he cubierto
de vergüenza por traer a mi casa a este niño. Así pues, hermano José, tómalo
contigo y llévatelo, porque yo no puedo soportar la severidad de su mirada, ni
penetrar el sentido de sus palabras en modo alguno. Este niño no ha nacido en la
tierra, es capaz de domar el mismo fuego, y quizá haya sido engendrado antes de
la creación del mundo. ¿Qué vientre lo ha llevado? ¿Qué pechos lo han nutrido? Lo
ignoro. Ay de mí, amigo mío. Este niño me aturde. No puedo seguir su
pensamiento. He cometido un grave error: quería tener un discípulo y me he
encontrado con un maestro. Me doy perfecta cuenta, amigos, de mi confusión,
pues, viejo y todo, me he dejado vencer por un niño. Y no me queda sino
abandonarme al desaliento o a la muerte por causa de este muchacho, pues en este
momento no puedo mirarle cara a cara. ¿Qué responderé cuando digan todos que
he sido derrotado por un rapaz? ¿Y qué podré explicar acerca de lo que él me ha
dicho acerca de las líneas de la primera letra? Yo no conozco ni el comienzo ni el
fin de este niño. Yo te conjuro, pues, hermano José, a que te lo lleves contigo a tu
casa. Es algo muy grande, sin duda; es un Dios o un ángel, no lo sé».

CAPÍTULO VIII

Y como los judíos le daban consejos a Zaqueo, el niño se echó a reír y dijo:
«Que den tus cosas ahora sus frutos y abran sus ojos a la luz los ciegos de corazón.
Yo he venido desde arriba para maldecirlos y llamarlos después a lo alto, pues esto
es lo que ha mandado el que por vosotros me envió». Y cuando el niño acabó de
hablar, todos cuantos habían sido golpeados por su maldición quedaron curados.
Y, desde entonces, nadie se atrevió a provocar su cólera por miedo que los
maldijese y los golpease con algún mal.

CAPÍTULO IX

Algunos días después, Jesús se encontraba jugando en una terraza, en lo


alto de una casa, y uno de los niños que jugaban con él cayó desde lo alto y murió.
Y, al ver lo ocurrido, los demás niños huyeron, y Jesús se quedó solo. Y, llegando
allí los padres del niño muerto, acusaban a Jesús de haberlo empujado, y le
llenaban de ultrajes. Saltó Jesús desde la terraza y fue a caer junto al cuerpo del
niño muerto, y dando una gran voz, le dijo: «Zenón (porque tal era el nombre del
niño), levántate y di: ¿He sido yo quien te ha hecho caer?». Y, levantándose al
instante, respondió el niño: «No, Señor, tú no me has hecho caer, sino que me has
resucitado». Y los que estaban presentes se quedaron estupefactos. Y los padres del
niño glorificaron a Dios por el milagro acontecido y adoraron a Jesús.

CAPÍTULO X

Pasados algunos días, un hombre joven estaba cortando leña, y el hacha se


le escapó de las manos y le hizo un corte en un pie, y él murió por haber perdido
toda su sangre. Y como mucha gente se acercara a él y se organizara un gran
tumulto, también el niño Jesús corrió hacia allá y, abriéndose paso entre la
multitud, se acercó. Y tomó entre sus manos el pie herido del hombre y enseguida
quedó curado. Y dijo al muchacho: «Levántate, sigue cortando tu leña y acuérdate
de mí». Y la gente, al ver lo que había hecho, adoró al niño, diciendo:
«Verdaderamente, el espíritu de Dios reside en este niño».

CAPÍTULO XI

Y, cuando tenía seis años, su madre le dio un cántaro y lo mandó a buscar


agua a la fuente para traerla a la casa. Pero, en medio de la multitud, el cántaro
chocó y se rompió. Entonces Jesús, extendiendo el manto que lo cubría, lo llenó de
agua y lo llevó a su madre. Y su madre, viendo el milagro que acababa de hacer, lo
abrazó, y guardó en su corazón los misterios que veía cumplir.

CAPÍTULO XII

Había llegado el tiempo de la siembra, y el niño salió con su padre para


sembrar trigo en su campo, y, mientras su padre sembraba, el niño tomó un grano
de trigo y lo puso en la tierra. Y aquel grano solo dio cien medidas de trigo. Y,
llamando a todos los pobres del pueblo, distribuyó entre ellos el trigo y José se
quedó con lo que todavía sobraba. Tenía Jesús ocho años cuando hizo este milagro.
CAPÍTULO XIII

Su padre era carpintero y hacía en aquel tiempo carretas y yugos. Y un


hombre rico le encargó que le hiciera un lecho. Y como la vara de medir que tenía
José no le servía en esta circunstancia, una de las piezas le salió más pequeña que
la otra, y José no sabía qué hacer. Entonces, el niño dijo a José, su padre: «Pon las
dos piezas en el suelo e iguálalas por la mitad». Y José hizo lo que el niño le había
dicho. Jesús se puso al otro lado, tomó la pieza más corta y la estiró dejándola tan
larga como la otra. Y José, su padre, viendo esto, se quedó admirado y abrazó a
Jesús diciendo: «Estoy feliz de que el Señor me haya dado a este niño».

CAPÍTULO XIV

Viendo José que el niño crecía en edad e inteligencia, y queriendo que


aprendiese las letras, le llevó a otro maestro. Y este maestro dijo a José: «Le
enseñaré primero las letras griegas y después las letras hebreas». Porque el maestro
conocía la inteligencia del niño y le tenía miedo. Y, después que le hubo escrito el
alfabeto, estuvo largo rato con él, sin que el niño despegara los labios. Por fin, Jesús
le dijo: «Si eres verdaderamente un maestro y conoces bien el alfabeto, dime
primero el valor de alfa, y yo te diré luego el de beta». El maestro, irritado, le pegó
en la cabeza.

El niño, dolorido, le maldijo, y el maestro cayó al suelo. Y el niño volvió a


casa de José, que quedó muy afligido, y dijo a la madre: «No le dejes franquear la
puerta de la casa, porque todos cuantos provocan su cólera caen muertos».

CAPÍTULO XV

Y algún tiempo después, otro maestro, que era pariente y amigo de José, le
dijo: «Trae al niño a mi escuela, que quizá yo pueda enseñarle mejor las letras,
empleando con él sólo buenas maneras». Y José le dijo: «Tómalo contigo, hermano,
si te atreves». Y el maestro lo tomó con temor y pesar, pero el niño iba con alegría.
Y, entrando decididamente en la escuela, encontró un libro que estaba en el suelo
y, tomándolo, no leía los caracteres que en él se encontraban, sino que, abriendo la
boca, hablaba según la inspiración del Espíritu Santo. Y explicaba la ley a los
asistentes. Y, juntándose una gran multitud, le rodeaba, le escuchaba y se admiraba
de que un niño se expresase de aquella manera. Al escuchar estas cosas, José se
quedó asombrado, y corrió hacia la escuela, temiendo por la salud del maestro. Y
el maestro dijo a José: «Sabe, hermano, que yo he tomado al niño por discípulo,
pero está lleno de sabiduría y de gracia; te ruego, hermano, que lo lleves contigo a
tu casa». Y cuando el niño oyó estas palabras, sonrió y le dijo: «Puesto que has
hablado bien y has dado un buen testimonio, sea por tu causa curado quien fue
herido». Y en aquel instante el otro maestro quedó curado. Y José volvió a su casa
con el niño.

CAPÍTULO XVI

José envió a su hijo Santiago a cortar madera para traerla a la casa y el niño
Jesús le acompañó. Y mientras Santiago ataba las ramas, una víbora le mordió en
una mano. Y cuando estaba a punto de morir, Jesús se acercó a él y sopló en la
mordedura. Y enseguida cesó el dolor y murió el reptil, y Santiago quedó
completamente curado.

CAPÍTULO XVII

Más tarde, sucedió que murió un niño, hijo de un obrero de José, y la madre
lloraba mucho. Y Jesús oyó el clamor de sus llantos y gemidos y se apresuró a
acudir. Y, hallando al niño muerto, le tocó en el pecho, y dijo: «Yo te ordeno, niño,
que no mueras, sino que vivas y te quedes con tu madre». Y, enseguida, el niño
abrió los ojos y sonrió. Y Jesús dijo a la mujer: «Cógelo y dale leche, y acuérdate de
mí». Y cuando el pueblo que estaba allí hubo visto este milagro, dijo:
«Verdaderamente, este niño es un Dios o el ángel de Dios, porque todo lo que él
dice se ejecuta enseguida». Y Jesús se fue a jugar con los otros niños.

CAPÍTULO XVIII

Algún tiempo después, se levantó un gran tumulto en una casa que estaban
construyendo, y Jesús fue a ver lo que había ocurrido. Y encontrándose con que un
hombre yacía sin vida, le tomó de la mano y dijo: «Hombre, levántate, y continúa
trabajando». Y el hombre se levantó y le adoró. Y la multitud, llena de estupor,
decía: «Verdaderamente, este niño viene del cielo, porque ha salvado almas de la
muerte, y las salvará durante toda su vida».

CAPÍTULO XIX

Cuando alcanzó la edad de doce años, sus padres, siguiendo la costumbre,


fueron a Jerusalén por la fiesta de la Pascua, en compañía de otras personas, y
después de las fiestas regresaron a su casa. Y mientras ellos caminaban, el niño
Jesús se volvió a Jerusalén, y sus padres creían que iba con sus compañeros de
viaje. Pero, después de una jornada de camino, buscaron entre sus parientes y, al
no encontrarle, se afligieron mucho. Y entonces regresaron a la ciudad para
buscarle y, a los tres días, le encontraron en el templo, sentado entre los doctores,
escuchándoles e interrogándoles. Y todos le escuchaban muy atentos, y
sorprendidos de que un niño redujese al silencio a los ancianos del templo y a los
doctores del pueblo, explicando los puntos principales de la ley y las parábolas de
los profetas. Y su madre, María, acercándose, le dijo: «¿Por qué nos has hecho esto,
hijo mío? He aquí que tu padre y yo estábamos afligidos y te buscábamos». Y Jesús
les dijo: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabéis que es preciso que me ocupe de las
cosas de mi Padre?». Entonces los escribas y los fariseos preguntaron a María:
«¿Eres tú la madre de este niño?». Y María respondió: «Sí, lo soy». Y ellos le
dijeron: «Feliz tú entre las mujeres, porque Dios ha bendecido el fruto de tus
entrañas. Nunca hemos visto tanta gloria, tanta sabiduría, tanta virtud». Y Jesús,
levantándose, siguió a su madre, y estaba sometido a sus padres. Y su madre
guardaba todas estas cosas en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría, en edad y en
gracia. Gloria a Él por los siglos de los siglos. Amén.
EL TRANSITUS MARIAE
El Transitus Mariae es un apócrifo que relata la muerte y la asunción de la
Virgen María. De él se conocen una recensión griega y dos latinas; el más antiguo
parece ser el texto griego, que se remontaría al siglo IV o V. Como sucede con los
evangelios de la infancia, la duración del primer texto conocido no debe hacer
olvidar el hecho de que se trata sin duda de una tradición bastante anterior.

Estas primeras versiones han dado lugar a numerosas reelaboraciones, de la


que la más célebre y más interesante es el Libro del Tránsito de la Santísima
Virgen, Madre de Dios, que reproducimos aquí, y que fue más tarde atribuido a
Melitón, obispo de Sardes, en Lidia, a finales del siglo II. A continuación de este
texto, se encontrará un extracto de otro apócrifo del mismo tipo, el Libro árabe del
Tránsito de la bienaventurada Virgen María (capítulo VI), que pone de relieve su
papel de mediadora entre los hombres y Dios, cara al cristianismo popular.

El relato de la muerte de María se desarrolla bajo el signo de los milagros.


Es, primeramente, el anuncio a María de su próxima muerte, por un ángel que le
entrega una rama de palmera. Después, la venida de los apóstoles, que son
transportados milagrosamente desde su lugar de predicación a la casa de María. Al
cabo de tres días, la Virgen muere, y sus funerales tienen lugar en medio de
prodigios, entre los que el mismo Jesús se aparece. Finalmente, ocurre la subida del
cuerpo de María al cielo.

La influencia de este relato ha sido considerable en las iglesias cristianas de


Oriente y Occidente. En los Evangelios canónicos nada se dice en efecto a
propósito de la muerte de María. Todas las tradiciones populares que se refieren a
ella, con todos los detalles ya sea en el arte —y los artistas de la Edad Media no se
privaron de representar este episodio legendario—, ya sea en los cultos litúrgicos
(la fiesta del 15 de agosto), no tienen otras fuentes escritas que los apócrifos. Por
otra parte, la Asunción de la Virgen fue elevada inclusive al rango de dogma en
fecha reciente (por Pío XII, el 1 de noviembre de 1950), siendo así que sólo se trata
de ella en estos textos del Transitus Mariae[7].
LIBRO DEL TRÁNSITO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN,
MADRE DE DIOS

(Texto íntegro)

CAPÍTULO I

Melitón, siervo de Jesucristo, obispo de la Iglesia de Sardes, a nuestros


venerables hermanos en el Señor establecidos en Laodicea, salud y paz. A menudo
me he acordado de haber escrito a propósito de un tal Leocio, que tuvo relación
con los apóstoles, pero que, arrastrado por su temeridad y por sus opiniones
personales, y apartándose del camino justo, introdujo en sus libros muchas cosas
relacionadas con acciones de los apóstoles, afirmando cosas verdaderas a propósito
de sus virtudes, pero diciendo muchas mentiras acerca de su doctrina, asegurando
que ellos habían enseñado lo que no habían dicho jamás, y estableciendo
aseveraciones detestables como si fuesen palabras de ellos. No se detuvo en esto, y
ha contado el tránsito de la bienaventurada María, siempre virgen, Madre de Dios,
de una manera tan impía que está prohibido en la Iglesia de Dios no sólo leer su
libro, sino también oírlo.

Vosotros os preguntáis qué es lo que nosotros hemos aprendido del apóstol


Juan; lo escribimos con sencillez y lo dirigimos a vuestra fraternidad, creyendo, no
en los dogmas que difunden los herejes, sino en el Padre en el Hijo, en el Hijo en el
Padre, en la persona que queda triple en la divinidad y en la sustancia no dividida;
nosotros no creemos que haya dos naturalezas en el hombre, una buena y una
mala, sino que creemos que hay una sola naturaleza buena, creada por el Dios
bueno, corrompida por la falta cometida por la astucia de la serpiente y reparada
por la gracia de Jesucristo.

CAPÍTULO II

Cuando Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, crucificado por la vida del


mundo entero, estaba atado al madero de la cruz, vio, junto a la cruz, a su Madre,
que estaba en pie, y a Juan el evangelista, al que amaba con un afecto especial y
más que a los otros apóstoles, porque, el único entre ellos, había permanecido
virgen de cuerpo. A él le encargó cuidar de la santa Virgen María, diciéndole: «He
ahí a tu madre; y a ella: he ahí a tu hijo». Y, desde aquella hora, la santa Madre de
Dios quedó especialmente confiada al cuidado de Juan durante todo el tiempo que
vivió. Y habiendo echado a suertes los apóstoles qué regiones debían ir a instruir,
ella permaneció en la casa de sus padres, cerca del monte de los Olivos.
CAPÍTULO III

En el vigésimo segundo año después de que Jesucristo, luego de vencer a la


muerte, había subido al cielo, María, inflamada del deseo de volver a ver al
Salvador, estaba un día sola en un lugar retirado de su casa y vertía lágrimas, y he
aquí que un ángel, resplandeciendo con una gran luz, se presentó delante de ella y
pronunció las palabras de salutación, diciendo:

«Yo te saludo, a ti que estás bendita por el Señor, recibe la salvación en


Jacob por sus profetas; he aquí que he traído una rama de palmera procedente del
paraíso de Dios, y que tú harás llevar delante de tu ataúd, cuando, dentro de tres
días, hayas sido arrebatada al cielo en tu cuerpo. Porque tu hijo te espera con los
Tronos y con los Ángeles y con todas las Potestades del cielo».

Entonces, María dijo al ángel: «Yo te pido que todos los apóstoles de mi
Señor Jesucristo se reúnan en torno a mí». El ángel le dijo: «Todos los apóstoles
serán traídos aquí hoy por el poder de Jesucristo».

María dijo: «Te ruego que envíes sobre mí tu bendición, a fin de que
ninguna potencia del infierno me ataque a la hora en que mi alma salga de mi
cuerpo y a fin de que yo no vea al príncipe de las tinieblas».

Y el ángel le dijo: «La potencia del infierno no te dañará. El Señor, cuyo


esclavo y enviado soy, te dará la bendición eterna; Él no me ha dado potestad para
concederte no ver al príncipe de las tinieblas; eso es potestad del que tú llevaste en
tu seno sagrado y cuyo poder se extiende por los siglos de los siglos».

Y, habiendo dicho estas palabras, el ángel se alejó rodeado de una gran luz,
y la palma que él había traído brillaba con un resplandor maravilloso.

En el acto, María se revistió con ropas nuevas y, tomando la palma que


había recibido de la mano del ángel, se dirigió al monte de los Olivos y se puso a
rezar, diciendo: «Yo no era digna, Señor, de recibirte, pero tú has tenido compasión
de mí; he guardado el tesoro que tú me habías confiado; te pido, pues, Rey de la
Gloria, que el poder del infierno no pueda hacerme daño. Si los cielos y los ángeles
tiemblan cada día delante de Ti, cuánto más, y con mayor razón, debe temblar una
criatura humana, formada del barro de la tierra, y en la que no reside nada bueno,
si no es lo que ella haya recibido de Tu bondad. Tú eres el Señor Dios, siempre
bendito por los siglos de los siglos». Cuando ella hubo dicho estas palabras, volvió
a su morada.
CAPÍTULO IV

Ahora bien, he aquí que, mientras el bienaventurado Juan predicaba en


Éfeso el día del Señor, a la tercera hora, se produjo un gran temblor de tierra, y una
nube se elevó a la vista de todos y le transportó ante la puerta de la casa donde
estaba la Virgen María, Madre de Dios. Y, empujando la puerta, entró enseguida.
Cuando la Santísima Virgen le vio, fue sobrecogida por la alegría, y dijo: «Yo te
ruego, hijo mío, Juan, que recuerdes las palabras del Señor Jesucristo, tu maestro,
que me recomendó a ti; tengo que abandonar este cuerpo dentro de tres días, y he
oído a los judíos que celebraban consejo y que decían: “Esperemos al día en que
muera esta mujer, que ha llevado a aquel impostor, y quemaremos su cuerpo”».

Ella llamó, pues, al santo apóstol Juan y le hizo entrar hasta el lugar más
retirado de su casa, le mostró los vestidos que debían servir para su sepultura y la
palma de luz que había recibido del ángel, y le recomendó que hiciera colocar
aquella palma delante de su ataúd, cuando ella fuese llevada al lugar de su
sepultura.

CAPÍTULO V

El bienaventurado Juan respondió a la Santísima Virgen: «¿Cómo podría yo


solo preparar tus funerales, si mis hermanos los discípulos de Jesucristo y mis
compañeros en el apostolado no vienen a rendir honores a tu cuerpo?».

De repente, por orden de Dios, todos los apóstoles fueron arrebatados por
una nube de los lugares en que ellos predicaban la palabra de Dios, y fueron
depositados ante la puerta de la casa donde habitaba María, la Madre del Salvador,
y, llenos de asombro, ellos se saludaban diciendo: «¿Por qué el Señor nos ha
reunido a todos en este lugar?».

Pablo, a quien el Señor había tomado de entre los judíos, para anunciar el
Evangelio a los gentiles, también llegó. Y entre ellos se entabló una piadosa
discusión para saber quién dirigiría el primero sus plegarias al Señor, a fin de que
le revelara la causa de lo que había ocurrido, y, como Pedro le pedía a Pablo que
rogase el primero, Pablo respondió: «¿No es a ti a quien le corresponde ese deber,
puesto que has sido elegido por Dios para ser la columna de la Iglesia y tienes la
preeminencia en el apostolado entre todos tus compañeros? En cuanto a mí, no soy
sino el menor entre vosotros, y no puedo pretender ser vuestro igual; sin embargo,
es por la gracia de Dios por lo que soy lo que soy».
CAPÍTULO VI

Todos los apóstoles, impulsados por la humildad de Pablo, se pusieron


entonces a dirigir sus plegarias al Señor, y, cuando hubieron terminado y hubieron
dicho «Amén», el apóstol Juan vino a ellos y les anunció la voluntad del Señor.

Entraron todos en la casa donde estaba María, Madre de Nuestro Señor, y la


saludaron diciendo: «¡Seas bendita por el Señor que ha hecho el cielo y la tierra!». Y
ella dijo: «¡Que la paz sea con vosotros, hermanos elegidos por el Señor!». Y ella les
preguntó: «¿Cómo habéis venido hasta aquí?». Ellos le contaron que cada uno de
ellos había sido arrebatado por una nube y transportado junto a ella.

Ella dijo: «El Señor os ha traído aquí, a fin de consolarme en las angustias
que tengo que padecer. Os ruego que vigiléis todos conmigo sin descanso hasta la
hora en que el Señor venga y en que yo saldré de este cuerpo».

CAPÍTULO VII

Y ellos se sentaron y la consolaron, y permanecieron tres días ocupados en


alabar a Dios, y, el tercer día, el sueño se apoderó de todos los que estaban en la
casa, y ninguno pudo permanecer despierto, aparte los apóstoles y tres vírgenes,
que eran los compañeros de la Virgen Santa.

Y he aquí que el Señor Jesús llegó de repente con una gran multitud de
ángeles y un brillo resplandeciente, y los ángeles cantaban himnos y glorificaban al
Señor. Entonces el Señor habló, diciendo:

«Ven tú, la elegida por mí, perla muy preciosa, entra en la morada de la
vida eterna».

CAPÍTULO VIII

Entonces, María se prosternó sobre el pavimento, adorando al Señor:


«¡Bendito sea el nombre de tu gloria, oh Señor, mi Dios, tú que te has dignado
escoger a tu humilde sierva y confiarme el secreto de tu misterio! Acuérdate de mí,
Rey de la Gloria. Tú sabes que te he amado con todo mi corazón y que he
conservado el tesoro que me has confiado. Recibe a tu sierva, Señor, y líbrame del
poder de las tinieblas, para que Satán no me ataque y para que yo no vea a los
espíritus espantosos venir a rodearme».

El Salvador respondió: «Cuando, enviado por mi Padre para la salvación del


mundo, fui colgado de la cruz, el príncipe de las tinieblas vino hacia mí; pero, no
pudiendo encontrar ningún vestigio en su corazón, se retiró vencido. Yo le vi y tú
le verás, según la ley común del género humano, a la que te conformas muriendo,
pero él no podrá hacerte daño, porque no hay nada en ti que esté en él, y yo estaré
contigo para protegerte. Ven, pues, en paz, porque la milicia celeste te espera para
que yo te introduzca en las alegrías del paraíso».

Y habiendo dicho el Señor estas palabras, la Virgen se incorporó, se acostó


en su cama y, dando gracias a Dios, rindió su espíritu. Los apóstoles vieron
entonces un resplandor tal que ninguna lengua humana podría expresarlo, porque
sobrepasaba la blancura de la nieve y la claridad de la plata.

CAPÍTULO IX

Entonces, el Salvador del mundo habló así: «Levántate, Pedro, así como los
demás apóstoles, y tomad el cuerpo de María, mi bienamada, y llevadlo a la
derecha de la ciudad, hacia Oriente, y allí encontraréis un sepulcro nuevo; allí lo
depositaréis y esperaréis a que yo venga a vosotros».

Habiendo dicho estas palabras, el Señor entregó el alma de su santa Madre


María al arcángel Miguel, que es el guardián del paraíso y el príncipe de la nación
de los hebreos, y el arcángel Gabriel fue con él, y el Señor, con los otros ángeles,
subió al cielo.

CAPÍTULO X

Las tres vírgenes que estaban allí tomaron el cuerpo de María y lo lavaron,
según la costumbre común para los funerales.

Y, cuando lo hubieron despojado de sus vestidos, aquel cuerpo sagrado


brillaba con tal claridad, que sólo merced a la bondad de Dios se podía tocar; era
perfectamente puro y estaba exento de toda mancha.

Y, cuando hubo sido revestido de ropas y telas ordinarias, aquella claridad


desapareció poco a poco. Y el rostro de la bienaventurada María, Madre de Dios,
era semejante a una flor de lis, y su cuerpo expendía un olor de una suavidad
maravillosa y tal que no se podría encontrar nada semejante.

CAPÍTULO XI

Los apóstoles depositaron el sagrado cuerpo en el ataúd y se dijeron


mutuamente: «¿Quién es el que llevará la palma delante del ataúd?».

Entonces, Juan dijo a Pedro: «Tú que nos precedes en el apostolado mereces
llevar esta palma».

Pedro respondió: «Tú eres el único entre nosotros que ha permanecido


virgen, y tú has encontrado cerca del Señor un favor tal que has reposado sobre su
pecho. Además, cuando él estaba atado a la cruz, te recomendó a su Madre. Tú
debes, pues, portar la palma; yo sostendré el cuerpo sagrado y venerable hasta el
sepulcro». Pablo dijo: «Yo, que soy el más joven entre vosotros, lo llevaré con
vosotros».

Puestos así de acuerdo, Pedro levantó el ataúd sobre su cabeza y se puso a


entonar un salmo: «Cuando Israel salió de Egipto», y Pablo ayudaba a Pedro a
sostener el cuerpo sagrado, y Juan llevaba delante la palma de la luz, y los otros
apóstoles cantaban con una voz fuerte y armoniosa.

CAPÍTULO XII

Y he aquí que aconteció un nuevo milagro. Porque una gran corona de


nubes apareció sobre el ataúd, semejante al gran círculo que acostumbra a aparecer
junto al esplendor de la Luna. Y el ejército de los ángeles estaba en las nubes, y la
tierra desprendía sonidos de una armonía exquisita.

Y el pueblo, en número de alrededor de quince mil, salió de la ciudad, y


decía: «¿Qué son esos sonidos tan armoniosos?». Y uno de ellos dijo a los demás:
«María, Madre de Jesús, acaba de salir de su cuerpo, y los discípulos de Jesús
cantan junto a ella alabanzas a Dios». Y ellos vieron a los apóstoles que llevaban el
ataúd y cantaban.

Y entonces uno de ellos, que era príncipe de los sacerdotes de los judíos, se
llenó de furor y dijo: «¡Ved los honores que recibe el ataúd de la Madre de aquel
que produjo tantas perturbaciones a vuestra nación!». Y, acercándose al ataúd,
quiso volcarlo.

Y enseguida sus brazos se secaron a partir del codo y quedaron pegados al


ataúd, y experimentaba horribles dolores, mientras que los apóstoles avanzaban
cantando: «Los ángeles que estaban en las nubes han golpeado al pueblo de
ceguera».

CAPÍTULO XIII
Y él gritó, diciendo: «Yo te suplico, Pedro, tú que eres amado por Dios, no
me abandones en una tan grande necesidad, porque siento tormentos extremos.
Acuérdate de que, cuando la sierva te reconoció en el pretorio y otros te acusaban,
yo salí en tu defensa y hablé bien de ti».

Pedro respondió: «No está en mis manos socorrerte, pero si tú crees de todo
corazón en el Señor Jesucristo que la Virgen a quien tú has querido ultrajar llevó en
su seno sagrado, permaneciendo virgen después de haberlo parido, Dios te curará,
Él, que, en su gran clemencia, salva a los que son indignos de ello».

Y el sacerdote judío le respondió: «Es el enemigo del género humano el que


ha cegado nuestros corazones, a fin de que no proclamemos las grandezas de Dios,
y quien nos ha llevado a blasfemar contra el Cristo gritando: “Que su sangre caiga
sobre nosotros y sobre nuestros hijos”».

Pedro dijo: «Esa blasfemia no dañará más que a los que persistan en la
infidelidad. La misericordia de Dios no es negada a los que se convierten a él».

Y el sacerdote respondió: «Yo creo todo lo que tú me dices, pero ten piedad
de mí para que yo no muera».

CAPÍTULO XIV

Entonces, Pedro hizo detener el ataúd y dijo al sacerdote: «Si tú crees con
todo tu corazón en el Señor Jesucristo, que tus manos vuelvan a ser libres». Y
cuando él hubo dicho: «Yo creo», enseguida sus manos se despegaron del ataúd,
pero sus brazos permanecían paralizados y sus sufrimientos no habían cesado.

Y Pedro le dijo: «Acércate y besa el ataúd, y di: “Yo creo en Dios, y en el


Hijo de Dios Jesucristo, que María llevó en su seno, y yo creo en todo lo que Pedro,
el apóstol de Dios, me ha dicho”».

Y el sacerdote se acercó y besó el ataúd, y en ese momento ya no sintió


ningún sufrimiento y sus brazos quedaron curados. Y se puso a alabar y a bendecir
a Dios con fervor y a rendir, según los libros de Moisés, testimonio a Jesucristo, de
suerte que los apóstoles estaban asombrados y lloraban de alegría, alabando el
nombre del Señor.

CAPÍTULO XV

Y Pedro le dijo: «Recibe la palma de manos de nuestro hermano Juan y


regresa a la ciudad, donde encontrarás a una gran multitud aquejada de ceguera, y
anuncia la palabra de Jesucristo, y pon esta palma sobre los ojos de todos los que
crean y recobrarán la vista. Los que no crean permanecerán ciegos».

Y el sacerdote, haciendo lo que Pedro le había dicho, encontró a una


multitud de hombres que decían: «Desgraciados de nosotros, porque hemos sido,
como los habitantes de Sodoma, golpeados por la ceguera».

Y cuando ellos oyeron las palabras del sacerdote que había sido curado,
creyeron en el Señor Jesucristo, y recobraron la vista, después de que la palma
hubo sido pasada por sus ojos. Y los que persistieron en la dureza de sus corazones
murieron ciegos.

Y el sacerdote volvió junto a los apóstoles, llevando la palma y


anunciándoles lo que había pasado.

CAPÍTULO XVI

Los apóstoles, portando el cuerpo de María, llegaron al valle de Josafat, que


el Señor les había indicado. Y lo depositaron en un sepulcro nuevo y lo cerraron, y
se sentaron a la puerta del monumento, como Dios les había ordenado.

Y he aquí que el Señor Jesús llegó repentinamente con un innumerable


ejército de ángeles que brillaban con un gran resplandor, y dijo a los apóstoles: «La
paz sea con vosotros». Y ellos respondieron: «Señor, que tu misericordia se
extienda sobre nosotros que te hemos esperado a ti».

Entonces, el Salvador les habló, diciendo: «Antes de que yo subiese hacia mi


Padre, os prometí, a quienes me habíais seguido, que, cuando el Hijo del Hombre
hubiese tomado posesión del asiento de su majestad, vosotros os sentaríais en doce
tronos para juzgar a las Doce Tribus de Israel. Mi Padre eligió a María entre las
Doce Tribus de Israel para que yo habitase en ella; ¿qué queréis vosotros que haga
con ella?».

Y Pedro y los otros apóstoles dijeron: «Señor, tú has elegido a tu sierva sin
mancha para hacer de ella tu residencia, y tú nos has elegido, a nosotros que somos
tus esclavos, para predicar tu palabra. Antes de todos los siglos, tú has arreglado
toda cosa, con el Padre y el Espíritu Santo, con los cuales formas una sola
divinidad y una potencia infinita. A tus servidores les parecería justo que, lo
mismo que, habiendo vencido a la muerte, tú reinas en tu gloria, resucites el
cuerpo de María y la conduzcas al cielo llena de alegría».
CAPÍTULO XVII

Entonces, dijo el Salvador: «Que se haga según vuestra palabra». Y ordenó


al arcángel Miguel que trajera el alma santa de María. Y enseguida el arcángel
Gabriel levantó la piedra que cerraba el monumento, y el Señor dijo: «Levántate,
amiga mía; tú, que no has sentido corrupción por el contacto del hombre, no
sufrirás la destrucción de tu cuerpo en la sepultura».

Y enseguida María se levantó y bendijo al Señor, y echada a sus pies, le


adoraba, diciendo: «No puedo, Señor, darte acción de gracias digna de los
beneficios que te has dignado conceder a tu sierva. Que tu nombre, Redentor del
mundo y Dios de Israel, sea bendito por todos los siglos».

CAPÍTULO XVIII

Habiéndola besado, el Señor la devolvió a los ángeles para que la llevasen al


paraíso.

Y él dijo a los apóstoles: «Acercaos a mí». Y, cuando se hubieron


aproximado, los abrazó y les dijo: «Que la paz sea con vosotros, yo estaré siempre
con vosotros hasta la consumación de los siglos».

Y habiendo dicho estas palabras, el Señor fue arrebatado por una nube y se
elevó hacia el cielo, y los ángeles le acompañaban, portando a la bienaventurada
María, Madre de Dios, al paraíso de Dios.

Y los apóstoles fueron devueltos por las nubes al lugar donde predicaban el
Evangelio, contando las grandezas divinas y alabando a Nuestro Señor Jesucristo,
que vive y reina con el Padre y el Espíritu Santo, en una perfecta unidad y en una
misma sustancia de divinidad, por los siglos de los siglos. Amén.
LIBRO ÁRABE DEL TRÁNSITO DE LA BIENAVENTURADA
VIRGEN MARÍA

(Extractos)

Este apócrifo tiene menos interés que el precedente, atribuido a Melitón de


Sardes. El capítulo VI, que se sitúa después de la Asunción, relata los milagros
realizados por la Virgen sobre la tierra e ilustra el papel de intercesora que le es
reconocido en el culto mariano.

CAPÍTULO VI

Entonces, la bienaventurada María levantó el rostro y vio a muchos


hombres que se agitaban y tabernáculos innumerables. Se elevaba un olor de
incienso y se oía entonar cánticos, y la multitud veía este esplendor y alababa a
Dios.

Y la bienaventurada María dijo: «Maestro mío y Señor mío, aquí están estos
hombres». Y él respondió: «Aquí están los tabernáculos de los justos, y en ellos
acampan, y esta luz indica cuál es su honor cerca de mí; y, en el último día,
resucitarán para gozar de sus bienes, y estarán en posesión de una alegría más
grande que ésta, y ella no tendrá fin cuando sus almas hayan retornado a sus
cuerpos».

Y he aquí que la bienaventurada María vio otra región, muy oscura, de la


cual salía una gran humareda y un fétido olor como de azufre, y allí ardía un gran
fuego, y había allí muchos hombres que daban grandes gritos y lloraban. Y la
bienaventurada María dijo: «Señor mío y Dios mío, ¿quiénes son estas gentes que
están en las tinieblas y que sufren el ardor del fuego?». Y él dijo: «Ésa es la región
de la gehenna, que está abierta para los pecadores y preparada para ellos, y ellos
permanecerán ahí hasta el último día, cuando sus almas retornen a sus cuerpos, y
experimentarán grandes sufrimientos y un dolor muy grande, porque no habrán
hecho penitencia por sus faltas, y serán atormentados por continuos
remordimientos, como un gusano roedor que ni duerme ni muere porque, rebeldes
a mis mandamientos, habrán despreciado mi gracia y habrán negado mi
divinidad». Y cuando la bienaventurada María oyó las alabanzas de los justos,
sintió una gran alegría, y, cuando vio lo que estaba preparado para los pecadores,
fue sobrecogida por la tristeza, y rogó al Señor que tuviera piedad de los pecadores
y que los tratara más suavemente, porque la naturaleza del hombre es débil, y él
así lo prometió.
Entonces, él la tomó de la mano y la condujo al paraíso santo y espléndido,
acompañada de todos los santos y todos los justos.

Y he aquí que fueron llevadas a Pedro, a Pablo y a Juan cartas enviadas


desde diversas ciudades, y por los discípulos que estaban en Roma, para pedirles
que anunciaran lo que sabían sobre la bienaventurada María, y fue gracias a ellos
como fueron anunciados los milagros concernientes a María y como se supo que
ella se había aparecido a muchas personas dignas de fe.

He aquí algunos de estos milagros

Había sobre el mar noventa y dos navíos, empujados por un gran vendaval
y por las olas; entonces, los marineros invocaron a María y, enseguida, ella se les
apareció, y ninguno de los navíos se hundió y ellos fueron salvados.

Unos viajeros, sorprendidos por unos ladrones que querían despojarles,


invocaron a María, que se les apareció y que golpeó a los ladrones como un rayo;
de suerte que quedaron cegados, y los viajeros continuaron su camino sanos y
salvos, y, llenos de alegría, alababan al Señor.

Una viuda tenía un único hijo que, habiendo ido a buscar agua, se cayó en
un pozo; y su madre empezó a gritar y dijo: «¡Oh, Santa María, ayúdame y salva a
mi hijo!». Y enseguida se le apareció la bienaventurada María, y sacó al hijo de la
mujer sin ningún daño.

Un hombre, afligido desde hacía dieciséis años por una grave enfermedad,
había dado mucho dinero a los médicos y no había podido curar, y él echó incienso
al fuego y rogó, diciendo: «¡Oh, Santa María, madre del Redentor!, vuelve tus ojos
sobre mi debilidad y cúrame de esta enfermedad». Y enseguida ella se le apareció
y puso sus manos sobre él, y le tocó, y él fue curado de su enfermedad, y dio
gracias a la bienaventurada María.

… Sigue la relación de otros varios milagros…

Cuando los discípulos tuvieron noticia de los milagros que se habían


cumplido en Roma y en otros lugares, alabaron a Dios, y experimentaron una gran
alegría, y escribieron las cosas que había hecho María durante su vida y después
de su muerte, y esto ocurrió en el año 345 de la era de Alejandro.

Y hubo también muchos milagros sucedidos en otras ciudades, cuyo relato


no ha llegado hasta nosotros; si se conocieran y se escribieran, muchos libros no
podrían contenerlos.

Y los discípulos dijeron: «Queremos celebrar su memoria tres veces cada


año, porque sabemos que todos los ángeles celebran su fiesta con alegría y que por
medio de ella es como la tierra será liberada».

Y fijaron, pues, para celebrar su conmemoración, el segundo día después de


la Natividad del Señor, para que las langostas ocultas en la tierra perecieran y las
cosechas prosperasen, y para que los reyes fueran protegidos por María y no
hubiera guerra entre ellos.

Fijaron el decimoquinto día del mes de Aiar para que los insectos no
saliesen de la tierra y no destruyesen las cosechas, lo que acarrea el hambre que
hace perecer a los hombres contra los que Dios está irritado, y entonces los
hombres se acerquen a los lugares santos, rogando y llorando, a fin de que Dios los
libre de estas plagas.

Finalmente, la tercera fiesta fue establecida en el decimoquinto día del mes


de Ab, que es el día de su salida de este mundo y aquel en que ella había hecho
milagros y el tiempo que maduran los frutos de los árboles.

Y ordenaron que, cuando se presentase una ofrenda al Señor, sería


presentada por la tarde en la iglesia, y los sacerdotes deberían orar sobre ellas
diciendo: «Hemos establecido los ritos según los cuales los que han sido
bautizados deben ofrecer sacrificios, a fin de que no sea necesario volver a decirlo a
los que no creen en ti ni en tu Santa Madre María, y, en tu bondad, has preparado
estos bienes para los que creen. Concédenos, así como a los nuestros, que hemos
oído tus palabras, la alegría y los bienes que has preparado para tus elegidos y
para tus bienamados; dónanos estos bienes que el ojo no ha visto, que la oreja no
ha oído y que el espíritu del hombre no puede comprender. Y recibe nuestras
plegarias por todo el rebaño que ves reunido alrededor de nosotros, no permitas
que uno solo de sus miembros perezca; recíbelos bajo tu custodia y asístelos, por
intercesión de la bienaventurada María y las súplicas de tus santos». Amén.

Y mientras que los santos discípulos estaban en plegaria y oración en los


lugares santos, he aquí que el Señor Jesucristo se les apareció, diciendo:
«Regocijaos, porque todo lo que pidáis os será concedido por siempre, y vuestros
deseos serán cumplidos ante vuestro Padre celestial».

Y la bienaventurada María me ha mostrado a mí, Juan, que predico al Señor,


todas las cosas que Jesucristo le ha mostrado, por indigno que yo sea de este favor,
y ella me ha dicho: «Conserva este discurso y añádelo a los libros que has escrito
antes de que yo hubiese salido de este mundo perecedero, y sin duda te pedirán
verlos, y todos los que lo vean serán llenos de alegría y alabarán el nombre de
Dios, y también el mío, aunque yo soy indigna de ello. Te hago saber que, en los
últimos tiempos, los hombres estarán expuestos a múltiples desgracias, a la guerra,
al hambre y al terror, por causa de la multitud de pecados que ellos cometen y de
su poca caridad, y muchas calamidades azotarán la tierra, y ya sólo el hombre que
desprecie el mundo y se odie a sí mismo será preservado, así como el que desee los
bienes que están cerca de Dios, que actúe según la caridad y la misericordia, que
trabaje con valor para hacer el bien, y que tema la cólera de su Creador. Y se verán
muchos milagros en el cielo y en la tierra. Entonces vendrá el Hijo eterno, nacido
del Padre antes de todos los siglos, y vendrá en los últimos tiempos de Belén, y yo
no creo que encuentre en los hombres ni la fe ni la justicia».

Y la bienaventurada María me llamaba: «¡Hijo mío!». Y yo le dije:

«Oh, Madre mía, que la salvación sea contigo, y que tu bendición se


extienda por todas las partes hacia donde se dirijan tus ojos; yo espero en tu
oración y en tu intercesión; libra al mundo de sus penas, y haz que los hombres
entren en el camino de la justicia y de la verdad; que el amor de Dios no le falte a la
raza de Adán, que el Señor creó con sus manos, y que el enemigo de los hombres
sea alejado de ellos por efecto de la misericordia del Señor».

Y la bienaventurada María respondió: «Amén».

El número de años durante los cuales la Virgen, Madre de Dios, había


vivido sobre la tierra era de cincuenta y nueve. Desde su nacimiento hasta su
entrada en el templo, habían pasado tres años; ella había permanecido once años y
tres meses en el templo, y había llevado en su seno al Señor Jesús durante nueve
meses y había pasado treinta años con el Señor Jesús cuando El vivía sobre la
tierra, y después de su ascensión al cielo, habían transcurrido once años. Esto hace
el número de cincuenta y nueve años. Esperamos de sus plegarias cerca de su Hijo
querido para librar nuestras almas por los siglos de los siglos. Amén.
HISTORIA DE JOSÉ EL CARPINTERO
Se conservan dos versiones, una en copto y la otra en árabe, de este texto
que relata la vida y, sobre todo, la muerte de José. Se trata quizá de dos versiones
de un texto original escrito en griego cuyo rastro se ha perdido. Algunos autores lo
hacen remontar a una fecha bastante antigua: siglo IV o incluso antes; otros se
inclinan por un período más tardío. Se trata, ciertamente, de una leyenda
originaria de Egipto, que ha tenido poca influencia en Occidente, pero que se había
difundido entre los coptos.

La Historia de José el Carpintero se presenta bajo la forma de un relato


contado por Jesús a sus apóstoles. El Salvador traza en primer lugar la vida de José
(capítulos II al XI), sin aportar muchos elementos nuevos en relación con el
Protoevangelio de Santiago; después relata más ampliamente su muerte (capítulos
XII al XXXI).

El texto hace alusión varias veces al milenarismo, creencia muy extendida


en los primeros siglos del cristianismo (lo que sería una prueba de la antigüedad
del relato), y a una travesía muy agitada que debe efectuar el alma tras morir.
Contiene también pasajes muy bellos sobre la muerte (capítulos XIII, XVI, XXII y
XXVIII).
HISTORIA DE JOSÉ EL CARPINTERO

(Texto íntegro)

En el nombre de Dios, uno en esencia y trino en persona.

Historia de la muerte de nuestro padre, el santo anciano José, el Carpintero;


que sus bendiciones y sus plegarias desciendan sobre todos nosotros, oh hermanos
míos. ¡Así sea!

Su vida duró ciento once años, y su partida de este mundo ocurrió el


vigésimo mes de Abib, que corresponde al mes de Ab. Que sus plegarias nos
protejan. ¡Así sea!

Es el Señor Jesucristo mismo el que ha contado esta historia a sus santos


discípulos en el monte de los Olivos; es Él el que les ha hecho conocer todos los
trabajos de José y la consumación de sus días; los santos apóstoles conservaron este
discurso y lo dejaron consignado por escrito en la biblioteca de Jerusalén. ¡Que sus
plegarias nos protejan! ¡Así sea!

CAPÍTULO I

Ocurrió que un día, Jesucristo, Nuestro Señor y Nuestro Salvador, se sentó


entre sus discípulos, que había congregado cerca de Él en el monte de los Olivos. Y
les dijo: «Hermanos y amigos míos, hijos del Padre que Os ha elegido entre todos
los hombres, vosotros sabéis que a menudo os he anunciado que tengo que ser
crucificado y morir por la salvación de Adán y de su posteridad, y resucitar de
entre los muertos. Voy a confiaros la doctrina del santo Evangelio que ya os he
anunciado, a fin de que la prediquéis al mundo entero. Y os investiré de la fuerza
de lo alto y os llenaré del Espíritu Santo. Predicaréis a todas las naciones la
penitencia y la remisión de los pecados. Porque un solo vaso de agua que sea dado
a un hombre en el siglo venidero es más preciso y más grande que todos los
tesoros de este mundo. Y el espacio de un pie en el reino de mi Padre vale más que
todas las riquezas de la tierra. Y una sola hora de alegría de los justos es mejor que
mil años de los pecadores, porque los llantos y las lágrimas de éstos no cesarán
nunca ni jamás cesarán. Y jamás hallarán reposo ni consuelo. Y ahora, vosotros que
sois mis miembros honorables, poneos en camino y predicad a todas las naciones,
llevadles la ley nueva y decidles que el Salvador les pesará en una justa balanza y
les medirá con una exacta medida, y que tendrán que defenderse y contestar por sí
mismos el día del juicio, cuando el Señor les pida cuenta. Y los ángeles castigarán a
sus enemigos y combatirán en el día de la venganza. Dios examinará cada palabra
ociosa e insensata que hayan dicho los hombres, y ellos rendirán cuenta, porque
nadie está exento de la ley de mortalidad, y las obras de cada uno serán reveladas,
tanto las buenas como las malas. Anunciad, pues, esta palabra que acabo de
deciros hoy: que el fuerte no se precie de su fuerza, ni el rico de su riqueza, sino
que aquel que quiera ser glorificado, glorifique al Señor».

CAPÍTULO II

Había un hombre llamado José, que era originario de Belén, ciudad de Judá
y del rey David. Era instruido y sabio en la doctrina de la ley, y sacerdote en el
templo del Señor. Desempeñaba el oficio de carpintero y, según es costumbre de
todos los hombres, se casó. Y tuvo su mujer, y sus hijos e hijas: cuatro varones y
dos hembras. Y los nombres de los hijos eran: Judas, Justo, Santiago y Simón; y los
de las hijas: Asia y Lidia. La esposa de José el Justo, que loaba a Dios en todos sus
actos, murió. Y José, este hombre justo, mi padre según la carne, fue el esposo de
María, mi madre. Trabajaba con sus hijos en el oficio de carpintero.

CAPÍTULO III

Cuando José el Justo se quedó viudo, mi madre bendita, mi madre santa y


pura, había cumplido los doce años. Porque sus padres la habían presentado en el
templo del Señor cuando tenía tres años, y permaneció en el templo nueve años.
Cuando los sacerdotes vieron que la virgen santa y temerosa de Dios había entrado
en la adolescencia, dijeron: «Busquemos a un hombre justo y temeroso de Dios
para confiarle a María hasta el momento del matrimonio, para que no le ocurra en
el templo lo que le pasa a las mujeres y, por causa de ella, Dios se irrite contra
nosotros».

CAPÍTULO IV

Y enseguida ellos enviaron mensajeros y convocaron a doce ancianos de la


tribu de Judá, y después escribieron los nombres de las Doce Tribus de Israel. Y la
suerte cayó sobre el piadoso anciano llamado José el Justo. Y los sacerdotes dijeron
a mi madre bendita: «Vete con José y vive con él hasta el momento de tu
matrimonio». Y José el Justo llevó a mi madre a su casa. Y mi madre encontró a
Santiago el Menor de corta edad y desolado por la muerte de su madre. Y ella lo
educó, y por eso fue llamada María, madre de Santiago. Y José la dejó en su casa y
partió para el lugar donde desempeñaba su profesión de carpintero. Y después de
que la santa virgen hubo permanecido en la casa durante dos años, cumplió los
catorce años.

CAPÍTULO V

Y al decimocuarto año de su edad vine yo, Jesús, a habitar en ella por mi


propia voluntad y con el beneplácito de mi padre y el impulso del Espíritu Santo.
Me encarné en ella por un misterio que sobrepasa la comprensión de las criaturas.
Y cuando transcurrieron tres meses de su embarazo, el hombre justo, José, regresó
del lugar de su trabajo y encontró embarazada a la virgen, mi madre. Y fue muy
turbado en su espíritu y pensó despedirla en secreto. Y, por causa del espanto, su
tristeza y la angustia de su corazón, no comió ni bebió aquel día.

CAPÍTULO VI

Mas he aquí que, en medio del día, el príncipe de los ángeles, Gabriel, se le
apareció en sueños, siguiendo el mandato que había recibido de mi padre. Y le
dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque está encinta
por obra del Espíritu Santo. Dará a luz a un niño al que pondrás por nombre Jesús,
y será quien gobernará a las naciones con un cetro de hierro». Habiendo hablado
así, el ángel se alejó. Y José se despertó de su sueño y obedeció lo que el arcángel le
había ordenado, y María permaneció con él.

CAPÍTULO VII

Y algún tiempo después apareció un edicto del emperador Augusto,


ordenando que se empadronase toda la población del mundo entero y que cada
cual lo hiciese en su propia ciudad. José, el Justo, se levantó y tomó a la virgen
consigo y partió con ella hacia Belén, y el tiempo de su alumbramiento estaba
próximo. Y José inscribió su nombre en el registro; porque José, hijo de David, del
que María era la esposa, era de la tribu de Judá. Y mi madre, María, me parió en
Belén, en una gruta cercana a la tumba de Raquel, esposa del patriarca Jacob y
madre de José y de Benjamín.

CAPÍTULO VIII

Sin embargo, Satán fue a anunciar todas estas cosas a Herodes, el padre de
Arquelao, el que hizo decapitar a Juan, mi amigo y pariente. Y Herodes hizo que
me buscaran, pensando que mi reino era de este mundo. Pero el piadoso anciano
José fue advertido en sueños por un ángel; se levantó y tomó a María, mi madre,
que me llevaba en sus brazos. Y Salomé se unió a ellos para acompañarlos en el
viaje. Partió, pues, de su casa y se retiró a Egipto, donde pasó un año entero, hasta
que el cuerpo de Herodes vino a ser pasto de los gusanos y murió, como justo
castigo por la sangre de los inocentes que él había derramado.

CAPÍTULO IX

Y cuando aquel infame y tiránico Herodes hubo muerto, volvieron a la


tierra de Israel, y se establecieron en una ciudad de Galilea, llamada Nazaret. José,
el anciano justo, volvió a ejercer su profesión de carpintero y se ganaba la vida con
el trabajo de sus manos; porque él no debió jamás su alimento al trabajo de otro,
como prescribe la ley de Moisés.

CAPÍTULO X

Los años pasaban, y José envejecía. Sin embargo, no padeció ninguna


enfermedad corporal; su cuerpo no se debilitó ni su vista se debilitó ni sus dientes
se pudrieron. Tampoco su razón disminuyó. Sino que, semejante a un niño, llevaba
a todas las cosas que hacía el vigor de la juventud. Él conservaba sus miembros
todos enteros y exentos de dolor. Sin embargo, su edad era muy avanzada, porque
había alcanzado la edad de ciento once años.

CAPÍTULO XI

Justo y Simón, los hijos mayores de José, se habían casado y se habían ido a
vivir con sus familias, así como las dos hijas, que se fueron a sus casas. Y no
quedaban en la casa de José más que Santiago el Menor, José y la Virgen, mi
madre. Y yo permanecía con ellos, como si fuese uno de sus hijos, e hice todo lo
que es natural hacer entre los hombres, excepto pecar. Yo llamaba a María mi
madre y a José mi padre, y les estaba sumiso y les obedecía en todo cuanto me
mandaban. Y nunca les desobedecí en nada, conformándome en todo a su
voluntad, como han hecho todos los hombres nacidos en la tierra. Nunca provoqué
su cólera ni les respondí con palabras duras ni les hablé con acritud. Por el
contrario, siempre les di testimonio de un gran afecto.

CAPÍTULO XII

Sucedió en fin que se aproximó el instante de la muerte del piadoso anciano


José, y que llegó el momento en que debía dejar este mundo como los demás
hombres que han vivido en esta tierra. Y, estando ya su cuerpo cerca de la
destrucción, el ángel del Señor le anunció que la hora de su muerte estaba cercana.
Entonces, el temor se apoderó de él, y su espíritu cayó en extrema turbación. Y se
levantó y se fue a Jerusalén, y, entrando en el templo del Señor, oró ante el
santuario diciendo:

CAPÍTULO XIII

«¡Oh, Dios, padre de todo consuelo, Dios de bondad, dueño de toda carne,
Dios de mi alma, de mi espíritu y de mi cuerpo, yo Te imploro, oh, mi Señor y mi
Dios! Si mis días se han cumplido y mi salida de este mundo está próxima,
envíame al poderoso Miguel, el príncipe de tus santos ángeles, para que esté cerca
de mí, hasta que mi pobre alma salga de mi cuerpo miserable sin pena, ni dolor ni
conmoción. Porque un gran espanto y una violenta tristeza se abaten, en el día de
la muerte, sobre todos los cuerpos, sean de hombres o de mujeres o de animales de
carga, bestias salvajes, reptiles o aves que vuelan por el cielo. Y sufren terror,
miedo, angustia y fatiga en el momento en que sus almas abandonan sus cuerpos.

»Ahora, ¡oh mi Dios y Señor!, que tu ángel preste su asistencia a mi alma y a


mi cuerpo hasta que su separación se consume. Y que el rostro del ángel,
designado para guardarme desde el día en que fui formado, no se aleje de mí, sino
que vaya conmigo por el camino hasta que yo esté cerca de Ti. Que su rostro esté
para mí lleno de alegría y de benevolencia y que me acompañe en paz. No
permitas, ¡oh Dios!, que los demonios se acerquen a mí sobre el camino que debe
conducirme felizmente a Ti. Y no permitas que los guardianes del paraíso me
impidan entrar. No me expongas al oprobio desvelando mis faltas ante un tribunal
terrible. Que los animales no se precipiten sobre mí. Que no se anegue mi alma en
las olas del río de fuego que toda alma debe atravesar antes de percibir la gloria de
tu divinidad. ¡Oh Dios!, juez equitativo, que juzgas a la humanidad con justicia y
con rectitud, y que das a cada uno según sus obras, asísteme con tu misericordia e
ilumina mi camino para que llegue hasta Ti. Porque Tú eres la fuente abundante de
todos los bienes y de toda la gloria para la eternidad. Amén».

CAPÍTULO XIV

Después volvió a su casa, en la villa de Nazaret. Y cayó enfermo para morir,


según es ley impuesta a todo hombre. Y experimentó un vivo sufrimiento por esta
enfermedad, que era la primera que tenía desde el día de su nacimiento. He aquí
como había querido el Cristo ordenar las cosas relativas a José. Él vivió cuarenta
años antes de su matrimonio. Su mujer pasó con él cuarenta y nueve años, y,
cuando hubieron pasado, ella murió. Un año después de su muerte, los sacerdotes
confiaron a José a mi madre, la bienaventurada María, a fin de que la guardase
hasta el momento de su matrimonio. Vivió en su casa dos años y, durante el
tercero, a los quince de su edad, ella me parió sobre la tierra por un misterio que
ninguna criatura puede penetrar ni comprender, si no soy yo, mi Padre y el
Espíritu Santo, que constituyen conmigo una sola y única esencia.

CAPÍTULO XV

El total de la vida de mi padre, el anciano justo, fue de ciento once años,


según lo había decidido mi padre. El día en que su alma dejó su cuerpo fue el
vigésimo sexto día del mes de Abib. Él comenzó a perder el oro de un esplendor
deslumbrante y a alterarse la plata pura, es decir, su razón y su sabiduría. Perdió el
gusto por la comida y por la bebida. Y se desvaneció y perdió toda su habilidad en
el arte de la carpintería. Y cuando llegó el vigésimo sexto día del mes de Abib, el
alma del justo anciano José se agitó y se turbó estando él en su lecho. Porque él
abrió la boca, y golpeó las manos una contra otra, y dio un fuerte suspiro. Y,
gritando con una voz elevada, dijo de esta manera:

CAPÍTULO XVI

«¡Desdichado el día que vine al mundo! ¡Desdichado el vientre que me


llevó! ¡Desdichadas las entrañas que me llevaron! ¡Desdichados los pechos que me
amamantaron! ¡Desdichadas las piernas en que me apoyé! ¡Desdichadas las manos
que me han conducido y me han educado hasta que he crecido, porque he sido
concebido en la iniquidad y mi madre me ha deseado en el pecado! ¡Desdichada
mi lengua y mis labios, que han proferido la calumnia, la denigración, la mentira,
el error, la impostura, el fraude, la hipocresía! ¡Desdichados mis ojos, que han visto
el escándalo! ¡Desdichados mis oídos, que han gustado de oír la maledicencia!
¡Desdichadas mis manos, que han tomado lo que no era legítimamente suyo!
¡Desdichado mi vientre, que ha comido lo que no era lícito comer! ¡Desdichada mi
garganta, que, como el fuego, devora cuanto halla! ¡Desdichados mis pies, que han
ido por caminos que no eran los de Dios! ¡Desdichado mi cuerpo y desdichada mi
alma, que han sido rebeldes a Dios su creador! ¿Qué haré cuando llegue al lugar
donde compareceré ante el juez justo, que me reprochará todas las malas obras que
he acumulado durante mi juventud? ¡Desdichado todo hombre que muera en
pecado! Esta hora terrible, la misma que golpeó a mi padre Santiago, cuando su
alma se separó de su cuerpo, hela ya aquí. Y he aquí que hoy me golpea a mí,
miserable y digno de compasión. Pero sólo Dios gobierna mi alma y mi cuerpo;
que él actúe según su voluntad».

CAPÍTULO XVII

Éstas fueron las palabras de José, el anciano justo. Y yo, entrando y


acercándome a él, encontré su alma muy turbada y presa de una gran angustia.

Y le dije: «Salud, José, padre mío, hombre justo, ¿cómo está tu salud?».

Y él me respondió:

«Salud a ti mil veces, oh mi querido hijo, he aquí que los dolores de la


muerte ya me han rodeado, pero mi alma se ha apaciguado al oír tu voz. ¡Oh, Jesús
de Nazaret; Jesús, mi protector! ¡Jesús, Salvador mío! ¡Jesús, refugio de mi alma!
¡Jesús, mi protector! ¡Jesús, nombre dulce a mi boca y a la boca de todos los que le
aman! ¡Ojo que ves y oído que oyes, atiende a tu servidor, que se humilla y que
llora delante de ti! Tú eres mi dueño, como el ángel me ha dicho muchas veces,
cuando mi alma flotaba irresoluta; sobre todo, el día en que mi corazón dudaba,
con malos pensamientos, de la pura y bendita virgen María, cuando ella concibió y
yo pensé repudiarla en secreto. Y mientras yo hacía este proyecto, he aquí que los
ángeles del Señor se me aparecieron durante mi sueño y me dijeron: “José, hijo de
David, no temas recibir a María tu esposa, y no te aflijas, porque lo que ella ha
concebido en su vientre lo ha sido por obra del Espíritu Santo, y ella dará a luz a
un hijo y le pondrás por nombre Jesús, y será el que rescate a su pueblo de los
pecados”. Y ahora no me reprendas por mi falta, Señor, porque yo no conocía el
misterio de tu nacimiento. Yo me acuerdo, Señor, del día en que una serpiente
mordió a un niño, que murió por causa de ello. Sus padres querían entregarte a
Herodes, y te acusaban de haberlo hecho morir, y decían: “Eres tú quien le ha dado
muerte”. Pero tú le resucitaste de entre los muertos y se lo devolviste. Y yo,
acercándome a ti, te dije: “Hijo, ten cuidado”. Y tú me respondiste: “¿No eres tú mi
padre según la carne? Yo te enseñaré quién soy yo”. No te enojes conmigo ahora,
mi Dios y mi Señor, por causa de aquella hora. No me juzgues, pues soy tu esclavo
y el hijo de tu servidor; pero tú eres mi Señor, mi Dios y mi Salvador; tú eres
verdaderamente el Hijo de Dios».

CAPÍTULO XVIII

Después de haber hablado así, mi padre ya no tenía fuerzas para llorar. Y vi


que la muerte se apoderaba de él. Y mi madre, la virgen pura, se levantó, se acercó,
y me dijo: «Hijo mío, ya ves que este piadoso anciano, José, va a morir».

Y yo le respondí:

«Oh, mi bien amada madre, todas las criaturas nacidas en este mundo han
de morir, porque la muerte tiene su derecho asegurado sobre todo el género
humano. Tú misma, virgen y madre mía, morirás como todos. Pero tu muerte, así
como la muerte de este anciano piadoso, no será muerte verdadera, sino una
puerta para entrar en la vida eterna. También el cuerpo que yo he recibido es
preciso que muera. Pero levántate, oh mi madre purísima, y ve junto a José, el
anciano bendito, para que veas lo que ocurre cuando su alma se separe de su
cuerpo».

CAPÍTULO XIX

Y María, mi madre inmaculada, fue a donde estaba José, y yo me senté a sus


pies, mirándole. Y vi que los signos de la muerte habían aparecido en su rostro. El
bienaventurado anciano levantó la cabeza y me miró fijamente. No podía hablar,
por causa de los dolores de la muerte que le rodeaban, pero se quejaba mucho.
Tuve sus manos entre las mías por espacio de una hora, y él, volviendo su rostro
hacia mí, me hacía señas de que no le abandonara. Puse mi mano en su corazón y
prendí su alma, que estaba ya cerca de la garganta y a punto de salir de su
encierro.

CAPÍTULO XX

Cuando mi madre, la siempre virgen, vio que yo tocaba el cuerpo de José,


ella le tocó los pies, y, encontrándolos ya sin vida y fríos, me dijo: «Oh, mi querido
hijo, sus pies comienzan ya a enfriarse, y están ya fríos como la nieve». Y entonces
llamó a sus hijos y a sus hijas, y les dijo: «Venid todos aquí, acercaos a vuestro
padre porque ciertamente le ha llegado su último momento». Y Asia, hija de José,
respondió: «Pobre de mí, oh hermanos míos, porque es la misma enfermedad de la
que murió nuestra bien amada madre». Y lloraba y lanzaba gritos de dolor, y todos
los demás hijos de José también vertieron lágrimas. Y yo, y María, mi madre,
llorábamos con ellos.

CAPÍTULO XXI

Y, volviéndome hacia el mediodía, vi a la muerte que se aproximaba, y, con


ella, todas las potencias del abismo, sus ejércitos y sus acólitos. Y sus vestidos, sus
bocas y sus rostros arrojaban fuego. Cuando mi padre José los vio venir hacia él,
sus ojos se inundaron de lágrimas. Y, al mismo tiempo, lanzó un gran gemido.
Entonces, viendo la violencia de sus suspiros, rechacé a la muerte y a toda la
multitud de sus ministros de la que venía acompañada, e invoqué a mi Padre
misericordioso, diciendo:
CAPÍTULO XXII

«¡Oh, señor de toda clemencia, ojo que ve y oído que oye!, escucha mi
clamor y mi ruego por el buen anciano José, y envía a Miguel, jefe de tus ángeles, y
a Gabriel, mensajero de la luz, y a todos los ejércitos de tus ángeles y a sus coros,
para que acompañen hasta ti el alma de mi padre, José. He aquí llegada la hora en
que mi padre necesita de tu misericordia. Y yo os digo que vosotros, que todos los
hombres que nacen en este mundo, justos o pecadores, tienen que pasar por el
trance de la muerte».

CAPÍTULO XXIII

Miguel y Gabriel se acercaron, pues, al alma de mi padre José y, tomándola,


la envolvieron en un sudario resplandeciente. Así entregó él el espíritu en las
manos de mi padre misericordioso, y la paz le fue otorgada, y ninguno de sus hijos
supo que él se había dormido. Los ángeles defendieron su alma de los demonios
de las tinieblas, que estaban en el camino, y ellos alabaron a Dios, hasta que la
hubieron conducido hasta el lugar donde habitan los justos.

CAPÍTULO XXIV

Pero su cuerpo quedó yacente y sin color. Porque, posando mi mano sobre
sus ojos, yo los había cerrado. También había cerrado su boca, y había dicho a
María, la virgen: «Oh, madre mía, ¿dónde está la habilidad que él había adquirido
en su oficio durante todo el tiempo que vivió sobre la tierra? Pereció con él, y es
como si nunca hubiese existido». Cuando los hijos de José me oyeron hablar con mi
madre, la virgen inmaculada, comprendieron que había expirado y, vertiendo
lágrimas, exhalaron gritos de dolor. Y les dije: «La muerte de vuestro padre no es
la muerte, sino la vida eterna. Porque, liberado de todas las tribulaciones de este
mundo, ha entrado en el reposo eterno, que no conoce fin». Y, cuando ellos oyeron
estas palabras, desgarraron sus vestiduras llorando.

CAPÍTULO XXV

Y los habitantes de Nazaret y gente de toda Galilea, conociendo su dolor,


vinieron junto a ellos, y lloraron desde la tercera hasta la novena hora, y fueron
juntos a la cámara de José y, después de haber frotado su cuerpo con perfumes
preciosos, se lo llevaron. Yo dirigía mi oración a mi Padre celestial, la oración que
escribí con mi propia mano antes de ser concebido en el vientre de María, mi
madre. Y cuando la hube terminado, y hube dicho «amén», apareció una gran
multitud de ángeles, y yo ordené a dos de ellos que extendieran un sudario
resplandeciente y que envolvieran en él el cuerpo de José, el anciano
bienaventurado.

CAPÍTULO XXVI

Y acercándome a José, le dije: «La fetidez de la muerte no tendrá ningún


poder sobre ti, ni ningún olor cadavérico ni ningún gusano saldrá de ti. Ni uno
solo de tus huesos se quebrantará. Ni un solo cabello de tu cabeza caerá. Ninguna
parte de tu cuerpo perecerá, ¡oh, mi padre José!, sino que permanecerá intacta
hasta los mil años. A todo hombre que cuide de hacerte sus ofrendas el día de tu
aniversario, yo le bendeciré y le retribuiré en la congregación de los primogénitos.
Y al que haya dado alimento a los indigentes, a los pobres, a las viudas y a los
huérfanos y les haya distribuido del fruto de su trabajo el día que se celebre tu
memoria, te lo entregaré, para que tú lo introduzcas en el banquete de los mil años.
Y a todo el que haya tenido cuidado de hacer sus ofrendas el día de tu
conmemoración, yo le daré el treinta, el sesenta y el ciento por uno. Y el que escriba
tu historia, tus obras y tu partida de este mundo y las palabras salidas de mi boca,
lo confiaré a tu custodia por todo el tiempo que permanezca en esta vida. Y cuando
su alma abandone su cuerpo y tenga que dejar este mundo, yo quemaré el libro de
sus pecados, y no lo atormentaré con ningún suplicio el día del juicio, y haré que
atraviese sin dolor ni quebrantos el mar de fuego; todo lo contrario de lo que le
ocurrirá a todo hombre duro y codicioso que no cumpla lo que está prescrito. Y
aquél al que le nazca un hijo, y le ponga el nombre de José, yo haré que en su casa
no entren el hambre ni la peste».

CAPÍTULO XXVII

Y los ancianos de la ciudad vinieron a donde estaba el cuerpo de José, el


anciano santo, y llevaban con ellos lienzos para amortajarle según los usos de los
judíos. Pero se encontraron con que ya estaba envuelto en un sudario y, cuando
quisieron quitárselo, hallaron que el sudario estaba adherido a su cuerpo, y que no
lo podían remover, y que tenía la dureza del hierro. Y no pudiendo encontrar en el
sudario ninguna costura ni ninguna abertura en los extremos, quedaron muy
asombrados. Finalmente, lo llevaron a la sepultura, y abrieron su puerta para
depositar su cuerpo junto a los de sus padres. Entonces, yo me acordé de aquel día
en que caminaba conmigo hacia Egipto, y de sus muchos esfuerzos, y de las fatigas
que había padecido por mí, y lloré durante mucho tiempo. E, inclinándome sobre
su cuerpo, dije:
CAPÍTULO XXVIII

«¡Oh, muerte, que aniquilas toda sabiduría y provocas tantas lágrimas y


tantos gritos de dolor! Es ciertamente Dios, mi padre, quien te ha dado ese poder.
Los hombres perecen por causa de la desobediencia de Adán y de su mujer, Eva. Y
la muerte no ha sido suprimida ni eludida por nadie. Y, sin embargo, nadie es
arrebatado de este mundo si no es por mandato de mi Padre. Hombres ha habido
que han vivido novecientos años y murieron. Otros vivieron todavía más, y
murieron. Ni un solo hombre ha podido decir: “Yo no he gustado la muerte”. Y ha
querido mi Padre infligir esta pena al hombre y, cuando la muerte ha visto este
mandato, que venía del cielo, ha dicho: “Yo iré contra el hombre y causaré en su
torno grandes quebrantos”. Adán, al no haberse sometido a la voluntad de mi
Padre, y habiendo transgredido sus mandatos, mi Padre, irritado contra él, le
entregó a la muerte, y así fue como entró la muerte en el mundo. Si Adán hubiese
obedecido los mandatos de mi Padre, la muerte no hubiese tenido jamás imperio
sobre él. ¿Pensáis que no hubiese podido yo invocar a mi Padre para que me
enviase un carro de fuego para recibir el cuerpo de mi padre José y transportarlo al
lugar de reposo, donde habitan los santos? Pero esta angustia y este castigo de la
muerte ha golpeado a todo el género humano por causa de la prevaricación de
Adán. Y es por este motivo por lo que yo debo morir según la carne, no a causa de
mis obras, sino para que los seres que yo he creado obtengan la gracia delante de
Dios».

CAPÍTULO XXIX

Tras haber dicho estas palabras, abracé el cuerpo de mi padre José, y lloré
sobre él. Y abrieron la puerta del sepulcro y depositaron su cuerpo junto al de su
padre, Santiago. Y cuando él se durmió, había cumplido ciento once años, y no
tuvo nunca un diente que le produjese el menor dolor en su boca, y sus ojos
conservaron siempre toda su penetración; su espalda no se curvó, y sus fuerzas no
se debilitaron; él se entregó a su oficio de carpintero hasta el último día de su vida.
Y este día fue el vigésimo sexto del mes de Abib.

CAPÍTULO XXX

Después de haber escuchado a nuestro Salvador, nosotros, los apóstoles, nos


regocijamos y le adoramos diciendo: «Oh, Salvador nuestro, tú nos has concedido
una grande gracia, porque hemos oído palabras de vida. Pero nosotros estamos
asombrados por la suerte de Enoch y Elías; porque ellos no han estado sometidos a
la muerte; ellos habitan la morada de los justos hasta el día presente, y sus cuerpos
no han estado sometidos a la corrupción. Sin embargo, el anciano José el
carpintero, era tu padre según la carne. Y tú nos has mandado que vayamos por el
mundo entero predicando el Evangelio, y nos has dicho: “Anunciad a todos la
muerte de mi padre José, y celebrad con santa solemnidad el día consagrado a su
conmemoración. Y quienquiera que quite una palabra a este discurso, o añada algo
a él, cometerá un pecado”. Nosotros estamos asimismo sorprendidos de que a José,
quien, desde el día en que tú naciste en Belén, te ha llamado su hijo, tú no le hayas
hecho inmortal, como a Enoch y a Elías. Tú dices, sin embargo, que él fue justo y
elegido».

CAPÍTULO XXXI

Entonces, Nuestro Señor respondió y dijo: «La profecía de mi Padre se


cumplió sobre Adán por causa de su desobediencia. Y la voluntad de mi Padre se
realiza en todas las cosas según a él le place. Si el hombre desobedece los mandatos
de Dios, si sigue los del demonio cometiendo pecado, si su vida se prolonga es con
la esperanza de que se arrepienta y haga penitencia y no caiga en las garras de la
muerte. Si, por el contrario, ha hecho buenas obras, el tiempo de su vida se
prolonga, a fin de que, acreciéndose la gloria de su vejez, los justos imiten su
ejemplo. Cuando veáis a un hombre cuyo espíritu esté pronto dispuesto a montar
en cólera, sabed que sus días serán abreviados, y éstos son los que son arrebatados
en la flor de su edad. Toda profecía que mi Padre haya pronunciado sobre los hijos
de los hombres debe cumplirse en cada cosa. Por lo que respecta a Enoch y Elías,
ellos están, todavía hoy, con vida, y conservan los mismos cuerpos con los que
nacieron. Y en cuanto a mi padre José, a él no le ha sido dado, como a ellos,
permanecer en su cuerpo; pero aun cuando un hombre viva millares de años sobre
esta tierra, estará obligado al final a cambiar la vida por la muerte. Y yo os digo a
vosotros, hermanos, que es preciso que Enoch y Elías vuelvan a este mundo al fin
de los tiempos, al llegar el día de la desolación, la angustia y la aflicción, para
perecer. Porque habéis de saber que el Anticristo matará a los cuatro hombres y
verterá su sangre como si fuera agua, por causa del oprobio al que deberán
exponerse, y de la ignominia que, estando vivos, cometieron».

CAPÍTULO XXXII

Y nosotros exclamamos: «¡Oh, nuestro Señor, Dios y Salvador! ¿Cuáles son


esos cuatro cuerpos que has dicho que el Anticristo debía hacer perecer, porque
ellos se levantaron contra él?». Y el Salvador respondió: «Son Enoch, Elías, Sila y
Tabitha». Y cuando hubimos oído estas palabras de nuestro Salvador, nos
regocijamos y nos dimos a la alegría, y ofrecimos toda gloria y acciones de gracias
a Nuestro Señor Dios y Salvador Jesucristo. Porque a Él son debidas gloria, honor,
dignidad, dominación, potencia y alabanza, así como al Padre misericordioso, con
el Espíritu Santo vivificador, ahora y en todo tiempo y por los siglos de los siglos.
Amén.
LOS EVANGELIOS DE LA PASIÓN

EL EVANGELIO DE NICODEMO
El Evangelio de Nicodemo, conocido también como Hechos de Pilato,
proviene de un documento original compuesto con toda seguridad hacia el siglo
IV. El nombre de Nicodemo es el del autor, que se presenta así en la versión que
poseemos. El otro título, Hechos de Pilato, que estaba más extendido en la Edad
Media, se refiere al nombre del procurador romano, porque los acontecimientos
contenidos en el relato suceden bajo su gobernaduría. Otras fuentes mencionan
que las actas en cuestión fueron encontradas en el pretorio de Pilato.

En el prólogo, el propio autor data la obra en el año 425 (o 440), pero


Epifanio, en 376, señala la existencia de un texto semejante. Es por esto por lo que
se sitúa a mediados del siglo IV la composición de estos Hechos de Pilato, que
habrían sido redactados en respuesta a un panfleto injurioso del mismo título, hoy
desaparecido, y escrito por los paganos. Por contra, la tentativa de relacionar
nuestro texto con una relación dirigida por el procurador romano al emperador,
relación a la que hacen alusión Justino y Tertuliano en el siglo II, parece muy
hipotética. Como quiera que sea, el Evangelio de Nicodemo ha conocido una muy
amplia difusión y se poseen numerosas copias de él (griegas, latinas, copta, siríaca
y armenia) cuyas analogías todavía no han sido estudiadas.

El Evangelio de Nicodemo se compone de dos partes netamente distintas: el


relato de la Pasión (capítulos I-XVI) y el descenso de Cristo a los infiernos
(capítulos XVII-XXIX). La primera parte cuenta con detalle el proceso de Jesús ante
Pilato, su suplicio, su resurrección. Se trata de una literatura de edificación que
desarrolla dos ideas principales: Pilato ha quedado convencido, tanto por los
prodigios acaecidos en su presencia durante el proceso, como por la propia
instrucción, de la inocencia y, quizá también, de la divinidad de Jesús; por otra
parte, la resurrección de Cristo ha quedado probada por argumentos tan
manifiestos, que incluso los enemigos del Salvador han tenido que rendirse ante la
evidencia.

La segunda parte relata un episodio al que los textos canónicos casi no


hacen alusión: el descenso de Cristo a los infiernos. Los Evangelios no dicen nada,
en efecto, sobre el momento que separa el enterramiento de la resurrección, y sólo
la primera Epístola de Pedro responde brevemente a esta interrogación: «Porque
también Cristo murió una vez por los pecados, el justo por los injustos, para
llevarnos a Dios. Murió en la carne, pero volvió a la vida por el Espíritu, y en Él fue
a pregonar a los espíritus que estaban en la prisión, incrédulos en otro tiempo…» (I
Pe., 3, 18-19), y: «Que por esto fue anunciado el Evangelio a los muertos, para que,
condenados en carne según los hombres, vivan en el espíritu según Dios» (I Pe., 4,
6).

A pesar de este silencio de los Evangelios canónicos, los cristianos de los


primeros siglos intentaron desarrollar este tema del descenso a los infiernos, que se
sitúa en la perspectiva de las promesas de la apocalíptica judeocristiana. Así, un
texto del siglo II (las Odas de Salomón) se refiere a tal acontecimiento, y el Evangelio
apócrifo de Pedro también se refiere a él (véase más adelante).

Ningún otro texto, sin embargo, iguala en vigor ni fantasía al Evangelio de


Nicodemo. La narración está hecha por dos testigos (dos muertos resucitados) del
acontecimiento. Éstos relatan cómo una luz dorada resplandece en las tinieblas en
el instante de la muerte de Jesús, y cómo todos los muertos, desde Adán hasta los
patriarcas, se estremecen de alegría y se ven entonces librados de los infiernos para
acceder al cielo: «Esta luz es el autor mismo de la luz eterna, quien nos ha
prometido transmitirnos una luz que ni declinará ni tendrá fin».

La influencia del Evangelio de Nicodemo durante la Edad Media fue tan


importante como la del Protoevangelio y los relatos concernientes a la Asunción de
María. Se difundió por todo el Occidente cristiano, así como por el Oriente, y
recopilaciones legendarias muy extendidas en el siglo XIII, como la Leyenda dorada,
de Jacobo de la Vorágine, y el Miroir historique, de Vincent de Beauvais, integraron
amplias partes (si no el conjunto) de este texto. Es verosímil también que Dante se
inspirara bastante en él para escribir su Divina Comedia.
EL EVANGELIO DE NICODEMO

(Texto íntegro)

Yo, Emeo, hebreo de nación, doctor de la ley entre los hebreos, estudioso de
las Sagradas Escrituras, lleno de fe de las acciones de Nuestro Señor Jesucristo,
revestido del carácter sagrado por el santo bautismo, y buscando las cosas que
acaecieron y que hicieron los judíos bajo el gobierno de Poncio Pilato; recordando
el relato de todos estos hechos escrito en letras hebraicas por Nicodemo, lo traduje
a la lengua griega, para darlo a conocer a todos cuantos adoran el nombre del
Salvador del mundo, Nuestro Señor Jesucristo. Y lo he hecho bajo el imperio de
Flavio Teodosio, el año decimoctavo de su reinado, y bajo Valentiniano Augusto. Y
a vosotros todos cuantos leáis estas cosas, os suplico que roguéis por mí, pobre
pecador, a fin de que Dios me sea favorable, y que me perdone todos los pecados
que haya cometido. Y con esto, y deseando paz a los lectores, y que la salvación sea
con ellos, termino mi prefacio.

Esto aconteció en el año decimoctavo del imperio de Tiberio César,


emperador de los romanos, y de Herodes, hijo de Herodes, nacido en Galilea, el
año decimoctavo de su reinado, el ocho de las calendas de abril, que es el día
veinticinco del mes de marzo, bajo el consulado de Rufino y de Rubelión, el año
cuarto de la doscientas dos olimpiada, cuando Josefo y Caifás eran Sumos
Sacerdotes de los judíos. Y Nicodemo escribió entonces, en letras hebraicas, el
relato de todo lo que pasó cuando la crucifixión del Señor y después de su Pasión.

CAPÍTULO I

Anás, Caifás, Somnas, Dathan y Gamaliel, Judas, Leví, Neftalí, Alejandro,


Siro y otros príncipes de los judíos fueron a ver a Pilato y acusaron a Jesús de
muchas malas acciones, diciendo: «Nosotros le conocemos por el hijo de José el
carpintero y por nacido de María. Sin embargo, él pretende ser el hijo de Dios y rey
de todos los hombres, y no solamente con palabras, sino también con hechos,
profana el sábado y destruye la ley de nuestros padres». Pilato preguntó: «¿Qué es
lo que hace y cuáles son las malas acciones que comete?». Y los judíos
respondieron: «La ley, confirmada por nuestras costumbres, ordena santificar el
sábado y prohíbe curar en este día. Pero Jesús, en sábado, cura ciegos, sordos,
cojos, paralíticos, leprosos, poseídos». Dijo Pilato: «¿Cómo pueden ser todas ésas
malas acciones?». Y ellos respondieron: «Es un mago, puesto que por Belcebú,
príncipe de los demonios, expulsa a los demonios, y por él también todas las cosas
le están sometidas». Dijo Pilato: «No es el espíritu inmundo el que puede expulsar
a los demonios, sino el poder de Dios». Dijeron los judíos: «Nosotros rogamos a tu
grandeza que hagas comparecer a Jesús ante un tribunal, para que le veas y le
oigas». Y Pilato llamó a un mensajero y le ordenó: «Que Jesús sea traído aquí y
tratado con dulzura».

Y se fue el mensajero, y habiendo visto a Jesús, a quien conocía muy bien,


tendió su manto ante él y se echó a sus pies, diciéndole: «Señor, entra caminando
sobre este manto, porque el gobernador te llama». Viendo lo cual, los judíos,
enojados, se quejaron ante Pilato y le dijeron: «¿Por qué no le has dado la orden de
venir por la voz de un heraldo, en lugar de mandarle a un mensajero? Porque el
mensajero, al verle, le adoró y extendió ante él su manto, rogándole que caminase
sobre él, y diciéndole: “El gobernador te llama”». Y Pilato llamó al mensajero y le
preguntó: «¿Por qué has obrado así?». Y el mensajero respondió: «Cuando me
enviaste a Jerusalén cerca de Alejandro, vi a Jesús montado en un borrico, y los
hijos de los hebreos, sosteniendo ramas de árbol en sus manos, gritaban: “Salve,
hijo de David”. Y otros, extendiendo sus vestidos por el camino, decían: “Salud al
que está en los cielos. Bendito el que viene en nombre del Señor”». Los judíos
respondieron al mensajero gritando: «Esos hijos de los hebreos se expresaban en
hebreo, ¿cómo tú, que eres griego, comprendiste palabras pronunciadas en una
lengua que no es la tuya?». El mensajero replicó: «Yo interrogué a uno de los judíos
y le dije: “¿Qué es lo que gritan en hebreo?”. Y él me lo explicó». Dijo entonces
Pilato: «¿Cuál era la exclamación pronunciada en hebreo?». Y los judíos
respondieron: «Hosanna». Y Pilato dijo: «¿Qué significa?». Y los judíos
respondieron: «Significa: “¡Salud, Señor!”». Y dijo Pilato: «Vosotros mismos
confirmáis que los niños se expresaban de ese modo. ¿En qué, pues, es culpable el
mensajero?». Y los judíos callaron. Y el gobernador dijo al mensajero: «Sal e
introdúcele».

Y el mensajero fue a donde estaba Jesús y le dijo: «Entra, Señor, porque el


gobernador te llama». Y, al entrar Jesús en el pretorio, las imágenes que los
abanderados llevaban sobre sus insignias se inclinaron por sí mismas y le
adoraron. Y los judíos, viendo que las imágenes se habían inclinado por sí mismas
para adorar a Jesús, levantaron un gran clamor contra los abanderados. Entonces,
Pilato dijo a los judíos: «Vosotros no rendís homenaje a Jesús, ante quien se han
inclinado las imágenes para saludarle, pero gritáis a los abanderados, como si ellos
hubiesen inclinado sus insignias para adorar a Jesús». Y los judíos respondieron:
«Eso hemos visto que hacían». El gobernador hizo que se acercaran los
abanderados y les preguntó por qué habían hecho eso. Ellos respondieron a Pilato:
«Nosotros somos paganos y esclavos de los templos, ¿cómo íbamos a querer
adorarle? Las banderas que sosteníamos se han inclinado por sí solas para
adorarle». Pilato dijo a los jefes de la sinagoga y a los ancianos del pueblo: «Elegid
por vuestra cuenta hombres fuertes y robustos que empuñen las banderas, y
veremos si ellas se inclinan por sí mismas». Los ancianos de los judíos escogieron a
doce hombres muy robustos y les pusieron las insignias en las manos, y los
pusieron en fila en presencia del gobernador. Y Pilato dijo al mensajero: «Lleva a
Jesús fuera del pretorio y hazle entrar de nuevo». Y Jesús salió del pretorio con el
mensajero. Y Pilato, dirigiéndose a los que sostenían las insignias, les dijo,
haciendo el juramento por la salud del César: «Si las banderas se inclinan cuando
él entre, os haré cortar la cabeza». Y el gobernador ordenó que entrara Jesús por
segunda vez. Y el mensajero rogó de nuevo a Jesús que entrara, pasando sobre el
manto que él había arrojado al suelo. Así hizo Jesús y, cuando entró, las banderas
se inclinaron y le adoraron.

CAPÍTULO II

Pilato, al ver esto, quedó sobrecogido por el espanto y comenzó a removerse


en su asiento, y, cuando estaba a punto de levantarse, su mujer, llamada Prócula, le
envió a un siervo para decirle: «No hagas nada contra este justo, porque esta noche
he sufrido mucho en sueños por causa de él». Pilato, al oír esto, dijo a los judíos:
«Vosotros sabéis que mi esposa es pagana y que, sin embargo, ha hecho construir
numerosas sinagogas para vosotros. Pues bien, me ha mandado decir que Jesús es
un hombre justo y que ha sufrido mucho en sueños esta noche por causa de él».
Pero los judíos respondieron a Pilato: «¿No te habíamos dicho que es un
encantador? He aquí que ha enviado un sueño a tu esposa». Y Pilato, llamando a
Jesús, le dijo: «¿No oyes lo que éstos dicen contra ti? ¿Y no respondes nada?». Jesús
respondió: «Si no tuviesen el poder de hablar, no hablarían. Pero cada uno a su
grado puede abrir la boca para decir cosas buenas o malas». Los ancianos de los
judíos replicaron a Jesús: «¿Qué es lo que nosotros decimos? Primero: que has
nacido de la fornicación; segundo: que el lugar de tu nacimiento fue Belén y que,
por tu culpa, los niños fueron asesinados; tercero, que tu padre y tu madre
huyeron a Egipto contigo porque no tenían confianza en el pueblo». Y algunos
judíos que se encontraban allí, y que eran menos mulos que los otros, decían:
«Nosotros no afirmamos que nació de la fornicación porque sabemos que María se
casó con José, y él no nació de la fornicación». Y Pilato dijo a los judíos que
mantenían que Jesús había nacido de la fornicación: «Ese discurso vuestro es
mentiroso, puesto que hubo casamiento, según lo atestiguan algunos de entre
vosotros». Anás y Caifás dijeron a Pilato: «Toda la multitud grita que nació de la
fornicación y que es un encantador. Y esos que hablan a su favor son sus prosélitos
y sus discípulos». Pilato, llamando a Anás y a Caifás, les dijo: «¿Qué es eso de
prosélitos?». Y ellos respondieron: «Son hijos de paganos y ahora se han hecho
judíos». Pero Lázaro y Asterio, y Antonio, y Santiago, Zaro y Samuel, Isaac y
Fineo, Crispo y Agripa, y Amenio y Judas dijeron entonces: «Nosotros no somos
prosélitos, sino hijos de judíos, y decimos la verdad, porque hemos asistido a las
bodas de María». Pilato, dirigiéndose a los doce hombres que habían hablado así,
les dijo: «Yo os ordeno, por la salud del César, que declaréis si decís la verdad y si
él no ha nacido de la fornicación». Y ellos contestaron a Pilato: «Nuestra ley nos
prohíbe jurar, porque es un pecado. Ordena a ésos que juren, por la salud del
César, que es falso lo que nosotros decimos, y habremos merecido la muerte».
Anás y Caifás dijeron a Pilato: «¿Creerás a estos hombres, que afirman que no ha
nacido de la fornicación, y no nos creerás a nosotros que aseguramos que es un
encantador, y que se llama a sí mismo hijo de Dios y rey?». Entonces Pilato ordenó
que saliese todo el pueblo y que se pusiese aparte a Jesús, y, dirigiéndose a los que
habían afirmado que no era hijo de la fornicación, les preguntó: «¿Por qué los
judíos quieren hacer perecer a Jesús?». Y ellos le respondieron: «Están irritados
porque hace curaciones el día del sábado». Pilato dijo: «¿Quieren hacerle perecer
por una buena obra?». Y ellos respondieron: «Sí, Señor».

CAPÍTULO III

Pilato, lleno de cólera, salió del pretorio y dijo a los judíos: «Pongo al sol por
testigo de que no he encontrado nada reprensible en este hombre». Y los judíos
respondieron al gobernador: «Si no fuese un encantador, no te lo habríamos
entregado». Pilato dijo: «Tomadle y juzgadle según vuestra ley». Pero los judíos
contestaron: «No nos está permitido matar a nadie». Pilato dijo a los judíos: «Es a
vosotros y no a mí a quien Dios ordenó: “No matarás”». Y, entrando de nuevo en
el pretorio, Pilato llamó a Jesús a solas y le preguntó: «¿Eres tú el rey de los
judíos?». Y Jesús le respondió: «¿Dices eso por ti mismo o te lo han dicho otros de
mí?». Pilato dijo: «¿Es que acaso soy yo judío? Tu nación y los príncipes de los
sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué es lo que has hecho?». Jesús le respondió:
«Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuese de este mundo, mis servidores
habrían resistido y yo no habría sido entregado a los judíos. Pero mi reino no es de
aquí». Pilato dijo: «¿Eres, pues, rey?». Jesús respondió: «Tú lo dices. Sí, yo soy rey;
para eso he nacido y para eso he venido al mundo: para dar testimonio de la
verdad. Y todos cuantos tomen partido por la verdad, escucharán mi voz». Dijo
Pilato: «¿Qué es la verdad?». Y Jesús respondió: «La verdad viene del cielo».
Preguntó Pilato: «¿No hay, pues, verdad sobre la tierra?». Y Jesús dijo a Pilato: «Ya
ves cómo los que dicen la verdad sobre la tierra son juzgados por los que tienen
poder sobre la tierra».

CAPÍTULO IV
Y dejando a Jesús en el interior del pretorio, Pilato salió, y fue a donde
estaban los judíos y les dijo: «No encuentro en él ninguna falta». Los judíos
respondieron: «Él ha dicho: “Yo puedo destruir este templo y reconstruirlo en tres
días”». Pilato les preguntó: «¿Qué templo?». Y los judíos respondieron: «El que
Salomón tardó cuarenta y seis años en construir, y él asegura que, en sólo tres días,
puede destruirlo y volverlo a levantar». Y Pilato les dijo de nuevo: «Yo soy
inocente de la sangre de este hombre. Ved vosotros lo que os toca hacer con él». Y
los judíos dijeron: «Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos».
Entonces, Pilato, llamando a los ancianos, a los sacerdotes y a los levitas, les dijo en
secreto: «No hagáis tal, porque, a pesar de vuestras acusaciones, nada he hallado
digno de muerte en lo que le reprocháis de haber violado el sábado». Los
sacerdotes, y los levitas y los ancianos dijeron: «El que ha blasfemado contra el
César reo es de muerte; pues bien, él ha blasfemado contra Dios». El gobernador
ordenó entonces a los judíos que salieran del pretorio y, llamando a Jesús, le dijo:
«¿Qué haré, pues, yo contigo?». Jesús dijo a Pilato: «Actúa como debes». Pilato dijo
a los judíos: «¿Cómo debo actuar?». Jesús respondió: «Moisés y los profetas han
predicho esta pasión y mi resurrección». Los judíos, al oírle, dijeron a Pilato:
«¿Quieres escuchar por más tiempo estas blasfemias? Nuestra ley prescribe que si
un hombre peca contra su prójimo, recibirá cuarenta azotes menos uno, y que el
blasfemo será castigado con la muerte». Pilato les dijo: «Si su discurso es blasfemo,
tomadle y llevadle a vuestra sinagoga, y juzgadle según vuestra ley». Los judíos
dijeron a Pilato: «Queremos que sea crucificado». Pilato les dijo: «Eso no es justo».
Y, mirando a la asamblea, vio a algunos judíos que lloraban, y dijo: «No toda la
multitud quiere que muera». Los ancianos dijeron a Pilato: «Todos hemos venido
aquí para que muera». Y Pilato dijo a los judíos: «¿Qué ha hecho él para merecer la
muerte?». Y ellos respondieron: «Ha dicho que era rey e hijo de Dios».

CAPÍTULO V

Entonces, un judío, de nombre Nicodemo, se acercó al gobernador y le dijo:


«Te ruego que me permitas, en tu misericordia, decir algunas palabras». Y Pilato le
dijo: «Habla». Y Nicodemo dijo: «Yo he preguntado a los ancianos, a los
sacerdotes, a los levitas, a los escribas, a toda la multitud de los judíos en la
sinagoga: “¿Qué queja tenéis contra este hombre?”. Él hace numerosos milagros,
tan grandes como nadie los ha hecho ni los hará jamás. Dejadle ir, y no le causéis
ningún mal, porque si esos milagros vienen de Dios, serán permanentes, y si
vienen de los hombres, perecerán. Moisés, a quien Dios envió a Egipto, realizó los
milagros que el Señor le había ordenado realizar en presencia del faraón. Y allí
había magos, Jamnés y Mambrés, a quienes los egipcios miraban como si fueran
dioses, y que quisieron hacer los mismos milagros que Moisés y no pudieron
imitarlos todos. Y como los milagros que obraron no venían de Dios, perecieron,
como perecieron también los que en ellos habían creído. Y ahora, dejad a este
hombre, porque no merece la muerte». Los judíos dijeron a Nicodemo: «Te has
hecho discípulo suyo y por eso levantas la voz a su favor». Nicodemo replicó: «¿Es
que el gobernador, que también habla a su favor, es discípulo suyo? ¿Es que el
César no le ha otorgado la misión de hacer justicia?». Los judíos, temblando de
cólera, rechinaron los dientes contra Nicodemo, y le dijeron: «Crees en él y
compartirás la misma suerte que él». Nicodemo dijo: «Amén. Comparta yo la
misma suerte que él, como vosotros decís».

CAPÍTULO VI

Otro de los judíos se adelantó y pidió al gobernador permiso para hablar. Y


Pilato dijo: «Lo que quieras decir, dilo». Y aquel judío habló así: «Desde hacía
treinta y ocho años, yo yacía en mi lecho y era continuamente presa de grandes
sufrimientos y corría el peligro de perder la vida. Jesús vino, y muchos
endemoniados y gentes afligidas por diversas enfermedades fueron curadas por él.
Y unos jóvenes piadosos me llevaron en mi lecho a su presencia. Y Jesús, al verme,
se compadeció de mí y me dijo: “Levántate, toma tu lecho y marcha”. Y, en el acto,
quedé totalmente curado, tomé mi lecho y me marché». Los judíos dijeron a Pilato:
«Pregúntale en qué día fue curado». Y el hombre respondió: «En día de sábado». Y
los judíos dijeron: «¿No decíamos nosotros que curaba y expulsaba a los demonios
en día de sábado?». Y otro judío se adelantó y dijo: «Yo era ciego de nacimiento; yo
oía hablar, pero no veía a nadie. Y Jesús pasó y yo me dirigí a él, gritando: “¡Jesús,
hijo de David, ten compasión de mí!”. Y él tuvo compasión de mí, y puso sus
manos sobre mis ojos e inmediatamente recobré la vista». Y otro se adelantó y dijo:
«Yo estaba encorvado, y él me enderezó con una sola palabra». Y otro se adelantó y
dijo: «Yo era leproso, y él me curó con una sola palabra».

CAPÍTULO VII

Y una mujer, llamada Verónica, dijo: «Desde hacía doce años, yo estaba
aquejada de un flujo de sangre, y toqué el borde de su túnica y enseguida se
detuvo el flujo de sangre». Los judíos dijeron: «Según nuestra ley, una mujer no
puede declarar como testigo».

CAPÍTULO VIII

Y algunos otros de la multitud de los judíos, hombres y mujeres, se pusieron


a gritar: «¡Este hombre es un profeta, y los demonios se le someten!». Pilato les dijo:
«¿Por qué los demonios no están sometidos a vuestros doctores?». Y ellos
respondieron: «No lo sabemos». Otros dijeron a Pilato: «Él ha resucitado a Lázaro,
que estaba muerto desde hacía cuatro días, y lo ha hecho salir del sepulcro». Al oír
esto, el gobernador quedó aterrado y dijo a los judíos: «¿De qué nos servirá
derramar sangre inocente?».

CAPÍTULO IX

Y Pilato, llamando a Nicodemo y a los doce hombres que decían que Jesús
no había nacido de la fornicación, les habló así: «¿Qué debo hacer? Porque en el
pueblo va a estallar una sedición». Y ellos respondieron: «No lo sabemos; que lo
vean ellos mismos». Y Pilato, convocando de nuevo a la multitud, dijo a los judíos:
«Todos vosotros sabéis que, según la costumbre, el día de los ácimos le concedo la
gracia a un preso. Tengo en prisión a un famoso asesino, que se llama Barrabás; yo
no encuentro en Jesús nada que le haga merecedor de la muerte. ¿A cuál de los dos
queréis que suelte?». Todos respondieron gritando: «¡Suelta a Barrabás!». Pilato
dijo: «¿Y qué hago con Jesús, llamado el Cristo?». Y ellos gritaron todos: «¡Que sea
crucificado!». Y los judíos dijeron también: «No eres amigo del César si pones en
libertad al que se llama a sí mismo rey e hijo de Dios, y quizá quieres que él sea rey
en vez del César». Y entonces Pilato se encolerizó y les dijo: «Siempre habéis sido
una raza sediciosa y os habéis opuesto a los que estaban por vosotros». Y los judíos
preguntaron: «¿Quiénes son los que estaban por nosotros?». Y Pilato respondió:
«Vuestro Dios, que os liberó de la dura servidumbre de los egipcios y que os
condujo a pie por el mar seco y que os dio, en el desierto, el maná y la carne de las
codornices para vuestra alimentación, y que hizo salir de una roca agua para
calmar vuestra sed, y contra el cual, a pesar de tantos favores, no habéis cesado de
rebelaros, por lo cual él ha querido haceros perecer. Y Moisés rogó por vosotros a
fin de que no perecierais. Y decís ahora que yo odio al rey». Y, levantándose de su
tribunal, quiso salir. Pero todos los judíos gritaron: «Nosotros sabemos que nuestro
rey es el César, y no Jesús. Porque los magos le ofrecieron presentes como a rey. Y
Herodes, sabedor por los magos de que un rey había nacido, intentó matarle. Y
enterado de ello José, su padre, le tomó, junto con su madre, y huyó a Egipto. Y
Herodes ordenó dar muerte a los hijos de los judíos que por aquel entonces habían
nacido en Belén». Al oír estas cosas, Pilato quedó aterrado y, cuando se restableció
la calma entre el pueblo que gritaba, dijo: «Ese que está aquí presente, ¿es el que
buscaba Herodes?». Y ellos respondieron: «Él es». Y Pilato, tomando agua, se lavó
las manos delante del pueblo, diciendo: «Yo soy inocente de la sangre de este justo.
Pensad bien lo que vais a hacer». Y los judíos repitieron: «Caiga su sangre sobre
nosotros y sobre nuestros hijos». Entonces, Pilato ordenó que se trajese a Jesús ante
el tribunal en el que él estaba sentado, y prosiguió en estos términos, dictando
sentencia contra Jesús: «Tu raza no te quiere por rey. Ordeno, pues, que seas
primeramente azotado, de acuerdo con los estatutos de los antiguos príncipes».
Después mandó que se le crucificase en el lugar en que había sido arrestado, junto
con dos malhechores, cuyos nombres eran Dimas y Gestas.

CAPÍTULO X

Y Jesús salió del pretorio, y los dos ladrones con él. Y, cuando hubo llegado
al lugar que se llama Gólgota, los soldados le desnudaron de sus vestiduras y le
ciñeron un lienzo, y pusieron sobre su cabeza una corona de espinas, y colocaron
una caña en sus manos. Y crucificaron igualmente a los dos ladrones a sus lados,
Dimas a su derecha y Gestas a su izquierda. Y Jesús dijo: «Padre, perdónalos y no
les castigues, porque no saben lo que hacen». Y ellos se repartieron sus vestiduras.
Y el pueblo estaba presente, y los príncipes, los ancianos y los jueces se burlaban de
Jesús, diciendo: «Él ha salvado a otros, que se salve ahora a sí mismo. Y si es hijo
de Dios, que descienda de la cruz». Y los soldados se mofaban de él y le ofrecían
por bebida vinagre mezclado con hiel, diciendo: «Si eres el rey de los judíos,
sálvate a ti mismo». Un soldado, llamado Longinos, tomando una lanza, le hirió en
el costado, del cual salió sangre y agua. Y el gobernador ordenó que, conforme a la
acusación de los judíos, se inscribiese en una tablilla, en letras hebreas, griegas y
latinas: «Éste es el rey de los judíos». Uno de los ladrones que estaban crucificados,
llamado Gestas, le dijo: «Si eres el Cristo, libérate, así como a nosotros». Dimas le
respondió, reprendiéndole: «¿No temes a Dios, tú que eres de aquellos en quienes
ha recaído la condena? Nosotros recibimos el justo castigo por las faltas que hemos
cometido, pero él no ha hecho ningún mal». Y, después de que hubo reprendido a
su compañero, dijo a Jesús: «Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino». Y
Jesús le respondió: «En verdad, te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso».

CAPÍTULO XI

Era entonces como la hora sexta del día, y las tinieblas se extendieron sobre
toda la tierra, hasta la hora de nona. El sol se oscureció, y el velo del templo se
rasgó de arriba abajo en dos partes. Y, hacia la hora de nona, Jesús dio una gran
voz y exclamó: «Elí, Elí, ¿lemá sabactani?», lo que significa «Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?». Y después dijo Jesús: «Padre mío, en tus manos
encomiendo mi espíritu». Y, diciendo esto, expiró. El centurión, al ver lo que había
pasado, glorificó a Dios, diciendo: «Este hombre era justo». Y todos los asistentes,
turbados por lo que habían visto, se fueron de allí, golpeándose el pecho. Y el
centurión contó al gobernador lo que había ocurrido, y el gobernador, al oírlo, fue
sobrecogido por una gran aflicción, y ellos no comieron ni bebieron aquel día. Y
Pilato, convocando a los judíos, les dijo: «¿Habéis visto lo que ha pasado?». Y ellos
respondieron al gobernador: «El sol se ha eclipsado de la manera habitual». Y
todos los que seguían a Jesús se mantenían alejados, así como las mujeres que le
habían seguido desde Galilea. Y he aquí que un hombre llamado José, hombre
justo y bondadoso, y que no había tomado parte en las acusaciones ni en las
maldades de los judíos, y que era de Arimatea, ciudad de Judea, y que esperaba el
reino de Dios, pidió a Pilato el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo de la cruz, lo envolvió
en un lienzo blanquísimo, y lo depositó en una tumba completamente nueva que
había hecho construir para él mismo y en la cual nadie había sido sepultado hasta
entonces.

CAPÍTULO XII

Los judíos, habiéndose enterado de que José había solicitado el cuerpo de


Jesús, lo buscaron, así como también a los doce hombres que habían afirmado que
Jesús no había nacido de fornicación, y Nicodemo y los otros, que habían
comparecido ante Pilato y habían dado testimonio de las buenas obras de Jesús.
Todos se habían ocultado, y sólo Nicodemo se presentó ante ellos, porque él era
príncipe de los judíos, y les dijo: «¿Cómo habéis entrado en la sinagoga?». Y ellos le
respondieron: «¿Y tú? ¿Cómo has entrado en la sinagoga, si eres discípulo del
Cristo? Que tengas, pues, tu parte con él en los siglos por venir». Y Nicodemo
respondió: «Amén, amén, amén». Y José se presentó igualmente a ellos y les dijo:
«¿Por qué estáis irritados contra mí, porque haya pedido a Pilato el cuerpo de
Jesús? He aquí que lo he depositado en mi propia tumba, envuelto en un lienzo
blanquísimo, y he colocado una gran piedra al lado de la gruta. Habéis obrado mal
contra el justo, al que habéis crucificado y atravesado a lanzadas». Los judíos, al oír
esto, se abalanzaron sobre José y lo encerraron hasta que pasase el día del sábado.
Y le dijeron: «En este momento, nada podemos hacer contra ti, porque es día de
sábado. Sabemos que no eres digno de sepultura, y abandonaremos tu carne a los
pájaros del cielo y a las bestias de la tierra». José respondió: «Esas palabras son
semejantes a las de Goliat el soberbio, que se levantó contra el Dios vivo y que
hirió a David. Dios ha dicho por boca del profeta: “Yo me reservaré la venganza”.
Y Pilato, endurecido en su corazón, se lavó las manos a plena luz, diciendo: “Soy
inocente de la sangre de este justo”. Y vosotros habéis respondido: “Caiga su
sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos”. Y temo que ahora la cólera de Dios
caiga sobre vosotros y sobre vuestros hijos, como vosotros dijisteis».

Los judíos, al oír hablar así a José, se pusieron fuera de sí de rabia y,


apoderándose de él, le encerraron en un calabozo donde no había ventana. Anás y
Caifás colocaron guardianes a la puerta y pusieron su sello en la cerradura. Y
celebraron consejo con los sacerdotes y los levitas, para reunirse todos pasado el
día del sábado, y deliberar sobre qué tipo de muerte darían a José. Y, cuando
estuvieron reunidos, Anás y Caifás ordenaron que trajeran a José y, quitando el
sello, abrieron la puerta, y no encontraron a José en el calabozo donde le habían
encerrado. Y toda la asamblea quedó sobrecogida por el estupor, porque habían
encontrado la puerta cerrada. Y Anás y Caifás se retiraron.

CAPÍTULO XIII

Y estando todavía llenos de sorpresa, he aquí que uno de los soldados que
habían sido situados para guardar el sepulcro, entró en la sinagoga y dijo:
«Mientras nosotros vigilábamos la tumba de Jesús, la tierra tembló, y hemos visto
al ángel de Dios quitar la piedra del sepulcro y sentarse sobre ella. Y su rostro
brillaba como el rayo, y sus vestidos eran blancos como la nieve. Y nosotros nos
quedamos como muertos de terror, y hemos oído al ángel que decía a las mujeres
venidas al sepulcro de Jesús: “No temáis, yo sé que buscáis a Jesús el crucificado;
ha resucitado, según predijo. Venid y ved el sitio donde había sido colocado y
encargaos de decir a sus discípulos que Él ha resucitado de entre los muertos, y
que os precede a Galilea; allí le veréis”». Y los judíos, convocando a todos los
soldados que habían puesto para custodiar el sepulcro de Jesús, les dijeron:
«¿Quiénes son esas mujeres a las que habló el ángel? ¿Por qué no os habéis
apoderado de ellas?». Los soldados respondieron: «No sabemos quiénes eran esas
mujeres. Nos hemos quedado como muertos del temor que nos inspiraba el ángel.
¿Cómo hubiéramos podido apoderarnos de las mujeres?». Los judíos dijeron: «¡Por
la vida del Señor, no os creemos!». Los soldados replicaron: «Vosotros habéis visto
cómo Jesús hacía muchos milagros y no habéis creído en él, ¿cómo vais a creer en
nuestras palabras? Habéis tenido razón al exclamar: “¡Por la vida del Señor!”,
porque el Señor vive, el Señor a quien vosotros encerrasteis. Hemos sabido que
habéis metido en un calabozo, cuya puerta habéis sellado, a José, el que embalsamó
el cuerpo de Jesús, y que, cuando fuisteis a buscarle, no lo encontrasteis.
Entregadnos a José, a quien vosotros encerrasteis, y nosotros os devolveremos a
Jesús, a quien guardábamos en el sepulcro». Los judíos dijeron: «Nosotros os
entregaremos a José, entregadnos vosotros a Jesús, porque José está en la ciudad de
Arimatea». Los soldados respondieron: «Si José está en Arimatea, Jesús está en
Galilea, como hemos oído que el ángel anunciaba a las mujeres». Al oír esto, los
judíos se llenaron de temor y se decían entre ellos: «Cuando el pueblo oiga estas
cosas, todos creerán en Jesús». Y reunieron una gran suma de dinero y se la dieron
a los soldados, diciéndoles: «Decid que, durante la noche, mientras vosotros
dormíais, los discípulos de Jesús han venido y han robado el cuerpo. Y si el
gobernador Pilato se entera de esto, nosotros le calmaremos respecto a vosotros, y
no seréis inquietados». Los soldados tomaron el dinero y dijeron lo que los judíos
les habían recomendado.

CAPÍTULO XIV

Un sacerdote, llamado Fineo, y Adas, que era maestro de escuela, y un


levita llamado Ageo, vinieron los tres de Galilea a Jerusalén, y dijeron a los
príncipes de los sacerdotes y a todos los que estaban en la sinagoga: «Jesús, a quien
vosotros habéis crucificado, nosotros lo hemos visto hablando a once de sus
discípulos, sentado en medio de ellos en el monte de los Olivos, y diciéndoles: “Id
por todo el mundo, predicad a todas las naciones, bautizad a los gentiles en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Y el que crea y sea bautizado, será
salvado”. Y cuando hubo dicho estas cosas a sus discípulos, lo vimos ascender
hacia el cielo». Al oír esto, los príncipes de los sacerdotes, y los ancianos, y los
levitas, dijeron a estos tres hombres: «Dad gloria al Dios de Israel, y testimoniad
que lo que habéis visto y oído es verdadero». Y ellos respondieron: «Tan cierto
como que vive el Señor de nuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de
Jacob, que nosotros hemos oído a Jesús hablar con sus discípulos y lo hemos visto
subir al cielo; nosotros decimos la verdad. Si callásemos que hemos oído a Jesús
hablar con sus discípulos y que lo hemos visto subir al cielo, cometeríamos un
pecado».

Los príncipes de los sacerdotes, levantándose enseguida, les dijeron: «No


repitáis a nadie lo que habéis dicho de Jesús». Y les entregaron una gran suma de
dinero. Y mandaron con ellos a tres hombres para que los condujeran a su país, sin
detenerse en Jerusalén. Y habiéndose reunido todos los judíos, se entregaban entre
ellos a grandes meditaciones, diciendo: «¿Qué es, pues, lo que ha ocurrido en
Israel?». Anás y Caifás, consolándoles, les dijeron: «¿Debemos creer a los soldados
que guardaban el monumento de Jesús, y que dicen que un ángel ha quitado la
piedra de la puerta del monumento? Quizá sus discípulos se lo han dicho, o les
han dado mucho dinero para hacerles expresarse así y que les dejaran llevarse el
cuerpo de Jesús. Sabed que no hay que dar ningún crédito a las palabras de estos
extranjeros, porque ellos han recibido de nosotros una gran suma y han dicho por
todas partes lo que nosotros les habíamos recomendado que dijesen. Pues bien,
ellos pueden haber sido infieles a los discípulos de Jesús igual que lo han sido con
nosotros».

CAPÍTULO XV

Nicodemo, levantándose, dijo: «Habláis rectamente, hijos de Israel. Habéis


oído todo lo que han dicho esos tres hombres que han jurado sobre la ley del
Señor. Ellos han dicho: “Hemos visto a Jesús que hablaba con sus discípulos en el
monte de los Olivos, y lo hemos visto subir al cielo”. Y la Escritura nos enseña que
el bienaventurado Elías fue transportado al cielo, y que Eliseo, interrogado por los
profetas, que le preguntaban: “¿Dónde está nuestro hermano Elías?”, les dijo que él
había sido arrebatado. Y los hijos de los profetas le dijeron: “¿Acaso nos lo ha
arrebatado el espíritu y lo ha depositado sobre las montañas de Israel? Pero
elijamos hombres que vayan con nosotros, y recorramos esas montañas donde
quizá le encontremos”. Y suplicaron así a Eliseo, que caminó con ellos tres días, y
no encontraron a Elías. Y ahora escuchadme, hijos de Israel. Enviemos hombres a
las montañas, porque acaso el espíritu ha arrebatado a Jesús, y quizá le
encontremos, y haremos penitencia». Y la propuesta de Nicodemo fue del gusto de
todo el pueblo, y enviaron hombres, que buscaron a Jesús sin encontrarle y, a su
vuelta, dijeron: «No hemos encontrado a Jesús en ninguno de los lugares que
hemos recorrido, pero hemos encontrado a José en la ciudad de Arimatea».

Al oír esto, los príncipes y todo el pueblo se regocijaron y glorificaron al


Dios de Israel por haber encontrado a José, a quien habían encerrado en un
calabozo y a quien no habían podido encontrar. Y, reuniéndose en una gran
asamblea, los príncipes de los sacerdotes se preguntaron unos a otros: «¿Cómo
podremos traer a José entre nosotros y hacerle hablar?». Y tomando papel,
escribieron a José, diciendo: «La paz sea contigo y con todos los que están contigo.
Sabemos que hemos pecado contra Dios y contra ti. Dígnate, pues, venir hacia tus
padres y tus hijos, porque tu rapto nos ha producido una gran sorpresa.
Reconocemos que habíamos concebido contra ti un perverso designio, y que el
Señor te ha protegido, librándote de nuestras malas intenciones. La paz sea
contigo, José, hombre honorable entre todo el pueblo». Y eligieron siete hombres,
amigos de José, y les dijeron: «Cuando lleguéis a casa de José, dadle el saludo de la
paz y entregadle la carta». Y los hombres llegaron a casa de José y le saludaron y le
entregaron la carta. Y cuando José la hubo leído, exclamó: «¡Bendito sea el Señor
Dios, que ha librado a Israel de la efusión de mi sangre! ¡Bendito seas, Dios mío,
que me has protegido con tus alas!». Y José abrazó a los mensajeros y les recibió en
su casa.

Al día siguiente, José montó en un asno y se puso en camino con ellos, y


llegaron a Jerusalén. Y cuando los judíos conocieron su venida, corrieron todos
ante él, gritando y diciendo: «¡La paz sea a tu llegada, padre José!». Y él respondió:
«¡La paz del Señor sea con todo el pueblo!». Y todos le abrazaron. Y Nicodemo les
recibió en su casa, acogiéndoles con gran honor y complacencia. Y al día siguiente,
que era el día de la preparación, Anas, Caifás y Nicodemo dijeron a José: «Rinde
homenaje al Dios de Israel y responde a todo lo que te preguntemos. Estábamos
irritados contra ti, porque habías sepultado el cuerpo del Señor Jesús, y te
encerramos en un calabozo donde después no te encontramos, lo que nos llenó de
sorpresa, y hemos estado llenos de espanto hasta que te hemos encontrado.
Cuéntanos, pues, en presencia de Dios, lo que te ha ocurrido». Y José respondió:
«Cuando me encerrasteis, el día de Pascua por la tarde, mientras me hallaba en
oración en medio de la noche, la casa fue como levantada en el aire. Y vi a Jesús
brillante como un relámpago, y, lleno de terror, caí por tierra. Y Jesús, tomándome
de la mano, me elevó por encima del suelo, y el sudor cubría mi frente. Y él,
enjugando mi rostro, me dijo: “Nada temas, José. Mírame y reconóceme, porque
soy yo”. Y yo le miré y grité: “¡Oh, señor Elías!”. Y él me dijo: “No soy Elías, sino
Jesús de Nazaret, cuyo cuerpo has sepultado”. Y yo le respondí: “Muéstrame el
monumento donde te deposité”. Y Jesús, tomándome de la mano, me condujo al
lugar donde le había sepultado. Y me mostró el sudario y el lienzo en el que yo
había envuelto su cabeza. Entonces reconocí que era Jesús y le adoré, diciendo:
“¡Bendito sea el que viene en nombre del Señor!”. Jesús, tomándome de la mano,
me condujo a Arimatea, a mi casa, y me dijo: “La paz sea contigo, y durante
cuarenta días no salgas de tu casa. Yo vuelvo ahora con mis discípulos”».

CAPÍTULO XVI

Cuando los príncipes de los sacerdotes y los otros sacerdotes y los levitas
hubieron oído estas cosas, quedaron estupefactos y rodaron por tierra sobre sus
rostros, como muertos. Y, vueltos en sí, exclamaron: «¿Qué maravilla es la que se
ha manifestado en Jerusalén? Porque nosotros conocemos al padre y a la madre de
Jesús». Un cierto levita dijo: «Sé que su padre y su madre eran personas temerosas
de Dios, y que estaban siempre en el templo haciendo oración y ofreciendo hostias
y holocaustos al Dios de Israel. Y, cuando Simeón, el Sumo Sacerdote, le recibió,
dijo, cogiéndole en brazos: “Ahora, Señor, envía a tu siervo en paz, según tu
palabra, porque mis ojos han visto al Salvador que has preparado para todos los
pueblos, luz que ha de servir para la gloria de tu raza de Israel”. Y aquel mismo
Simeón bendijo también a María, madre de Jesús, y le dijo: “Yo te anuncio, con
relación a este niño, que ha nacido para la ruina y para la resurrección de muchos y
como signo de contradicción. Y un puñal atravesará tu alma, hasta que los
pensamientos de los corazones de muchos sean conocidos”». Entonces, los judíos
dijeron: «Enviemos a buscar a esos tres hombres que aseguran haber visto a Jesús
con sus discípulos en el monte de los Olivos». Y cuando así se hizo y fueron
interrogados, ellos respondieron con voz unánime: «Por la vida del Señor, Dios de
Israel, que hemos visto manifiestamente a Jesús con sus discípulos en el monte de
los Olivos, y su ascensión al cielo». Entonces, Anás y Caifás los tomaron uno por
uno y los interrogaron separadamente. Y, confesando unánimemente la verdad,
dijeron que habían visto a Jesús. Y Anás y Caifás dijeron: «Nuestra ley prescribe
que, en la boca de dos o tres testigos, toda palabra es válida. Pero sabemos que el
bienaventurado Enoch, grato a Dios, fue transportado al cielo por la palabra de Él,
y que la tumba del bienaventurado Moisés no ha sido encontrada, y que la muerte
del profeta Elías no es conocida. Jesús, por el contrario, ha sido entregado a Pilato,
flagelado, cubierto de escupitajos, abofeteado, coronado de espinas, herido con una
lanza y crucificado; ha muerto en la cruz y ha sido sepultado. Y el bienaventurado
José ha depositado su cuerpo en un sepulcro nuevo, y él atestigua haberlo visto
vivo. Y estos tres hombres certifican que lo han visto en el monte de los Olivos con
sus discípulos y subir al cielo».

El descenso a los infiernos

CAPÍTULO XVII

Y José, levantándose, dijo a Anás y Caifás: «Tenéis razón para estar


admirados, porque os han dicho que Jesús ha sido visto resucitado y subiendo al
cielo. Pues todavía es para asombrarse más que no sólo haya resucitado, sino que
haya sacado del sepulcro a muchos otros muertos, a quienes gran número de
personas han visto en Jerusalén. Y escuchadme ahora, porque todos sabemos que
el bienaventurado Sumo Sacerdote Simeón recibió en sus manos, en el templo, a
Jesús. Y que Simeón tuvo dos hijos, hermanos de padre y madre, y todos hemos
estado presentes cuando ellos se han dormido, y hemos asistido a su
enterramiento. Id pues, y mirad sus tumbas, que hallaréis abiertas, porque los hijos
de Simeón están en la ciudad de Arimatea, viviendo en oración. Algunas veces se
oyen sus gritos, pero ellos no hablan a nadie y están silenciosos como muertos.
Venid, vamos hacia ellos y tratémosles con todas las amabilidades. Y, si les
interrogamos con insistencia, quizá nos hablen del misterio de su resurrección».

Ante estas palabras, todos se regocijaron, y Anás y Caifás, Nicodemo y José


y Gamaliel, yendo a los sepulcros, no encontraron a los muertos, pero yendo a
Arimatea los encontraron allí arrodillados. Y los abrazaron con el mayor de los
respetos y en el temor de Dios y los condujeron a Jerusalén, a la sinagoga. Y,
después de que las puertas estuvieron cerradas, tomando el libro de la ley, se lo
pusieron en las manos, conjurándoles por el Dios Adonai y el Dios de Israel que ha
hablado por la ley y los profetas, diciendo: «Si sabéis quién es el que os ha
resucitado de entre los muertos, decid cómo os ha resucitado». Al oír esta
adjuración, Carino y Leucio sintieron estremecerse sus cuerpos y, emocionados,
gimieron desde el fondo de su corazón. Y, mirando al cielo, hicieron con su dedo la
señal de la cruz sobre la lengua. Y enseguida hablaron, diciendo: «Dadnos
montones de papel, a fin de que escribamos lo que hemos visto y oído». Y les
dieron lo que habían pedido, y, sentándose, cada uno de ellos escribió diciendo:

CAPÍTULO XVIII

«Jesucristo, Señor Dios, vida y resurrección de muertos, permítenos


enunciar los misterios por la muerte de tu cruz, puesto que hemos sido conjurados
por ti. Tú has ordenado no referir a nadie los secretos de tu majestad divina tal
como los has manifestado en los infiernos. Cuando nosotros estábamos con
nuestros padres, situados en el fondo de las tinieblas, hemos sido de repente
rodeados por un esplendor dorado, como el del sol, y un resplandor real nos ha
iluminado. Y enseguida Adán, el padre de todo el género humano, se ha
estremecido de gozo, así como todos los patriarcas y los profetas, y ha dicho: “Esta
luz, es el autor mismo de la luz eterna, quien nos ha prometido transmitirnos una
luz que no declinará ni tendrá fin”.

CAPÍTULO XIX

»Y el profeta Isaías gritó, y dijo: “Es la luz del Padre, el Hijo de Dios, como
yo he predicho, cuando estaba sobre la tierra de los vivos: la tierra de Zabulón y la
tierra de Neftalí. Más allá del Jordán, el pueblo que está sentado en las tinieblas
verá una gran luz, y sobre los que están en la región de la muerte, la luz brillará. Y
ahora, ha llegado y ha brillado para nosotros, que estábamos sentados en la
muerte”.

»Y como todos nos estremeciéramos de alegría, en la luz que nos ha


iluminado, Simeón, nuestro padre, se acercó a nosotros y, también estremecido de
alegría, dijo a todos: “Glorificad al Señor Jesucristo, Hijo de Dios, porque yo lo
recibí en mis manos recién nacido, en el templo, e, inspirado por el Espíritu Santo,
lo he glorificado y he dicho: Mis ojos han visto ahora la salvación que tú has
preparado en presencia de todos los pueblos; la luz para la revelación de las
naciones y la gloria de tu pueblo de Israel”. Al oír estas cosas, toda la multitud de
los santos se estremeció de alegría. Y, después, vino un hombre que parecía un
ermitaño. Y como todos le preguntasen quién era, él respondió diciendo: “Yo soy
Juan, la voz y el profeta del Altísimo, el que preparó su advenimiento al mundo, a
fin de preparar sus caminos y dar la ciencia de la salvación a su pueblo para la
remisión de los pecados”. Y viéndole llegar hacia mí, me sentí poseído por el
Espíritu Santo, y le dije: “He aquí el cordero de Dios, que quita los pecados del
mundo”. Y le bauticé en el río Jordán y vi al Espíritu Santo descender hacia Él en
figura de paloma. Y he oído una voz que decía: “He aquí mi Hijo muy amado, en
quien tengo todas mis complacencias, escuchadle”. Y ahora, después de haber
precedido su advenimiento, he descendido a anunciaros que, dentro de poco
tiempo, el mismo Hijo de Dios, levantándose de lo alto, vendrá a visitarnos, a
nosotros, que estamos sentados en las tinieblas y en las sombras de la muerte.

CAPÍTULO XX

»Y cuando el padre Adán, el primer formado, oyó estas cosas sobre que
Jesús había sido bautizado en el Jordán, exclamó, hablando a su hijo Set: “Cuenta a
tus hijos, los patriarcas y los profetas, todo cuanto oíste decir al arcángel Miguel,
cuando yo te envié a las puertas del paraíso, a fin de suplicar al Señor que
permitiera que su ángel te diera aceite del árbol de la misericordia, para que me
untaras con él, pues yo estaba enfermo”. Entonces Set, acercándose a los santos
patriarcas y a los profetas, dijo: “A mí, Set, hallándome en oración delante del
Señor, se me apareció Miguel diciendo: ‘He sido enviado a ti por el Señor, y
presido sobre el cuerpo humano. Y te digo, Set, que no niegues con lágrimas en los
ojos, pidiendo el aceite del árbol de la misericordia, para ungir a tu padre Adán y
así cesen los sufrimientos de su cuerpo; porque de ninguna manera podrás
recibirlo si no es en los últimos días, cuando se hayan cumplido cinco mil
quinientos años; entonces, el Hijo de Dios, lleno de amor, vendrá sobre la tierra, y
resucitará el cuerpo de Adán, y al mismo tiempo resucitará el cuerpo de los
muertos. Y, a su venida, será bautizado en el Jordán. Cuando haya salido de las
aguas del Jordán, entonces ungirá con el aceite de su misericordia a todos los que
crean en Él, y el aceite de su misericordia será para la generación de los que deben
nacer del agua y del Espíritu Santo para la vida eterna. Entonces, Jesucristo, el Hijo
de Dios, lleno de amor, descendido sobre la tierra, introducirá a tu padre Adán en
el paraíso, junto al árbol de la misericordia’”. Al oír todas las cosas que decía Set,
los patriarcas y los profetas experimentaron una gran alegría.

CAPÍTULO XXI

»Y cuando todos los santos se estremecían de alegría, he aquí que Satán,


príncipe y jefe de la muerte, dijo al príncipe de los infiernos: “Prepárate para
recibir a Jesús, que se vanagloria de ser el Cristo, Hijo de Dios, que es un hombre
que teme a la muerte, puesto que dijo: ‘Mi alma está triste hasta la muerte’. Porque
él se ha opuesto a mí en muchas cosas, y muchos hombres que yo había hecho
ciegos, cojos, sordos, leprosos, y que yo había atormentado mediante diversos
demonios, él los ha curado con una sola palabra. Y a los que yo había hecho morir,
él los ha levantado”.
»Y el príncipe del Tártaro, respondiendo a Satán, dijo: “¿Quién es ese
príncipe tan poderoso y que, sin embargo, teme a la muerte? Porque todos los
poderosos de la tierra han sido sometidos a mi poder, cuando tú les has llevado
sometidos por tu poder. Si, pues, tú eres tan poderoso, ¿quién es ese Jesús que, aun
temiendo a la muerte, se opone a ti? Si él es tan poderoso en su humanidad, en
verdad te digo que es todopoderoso en su divinidad, y nadie podrá resistir su
poder. Y, cuando él dice que teme a la muerte, lo que quiere es engañarte, y la
desgracia será para ti en los siglos eternos”.

»Satán, el príncipe de la muerte, respondió y dijo: “¿Por qué vacilas en


prender a Jesús, adversario tuyo y mío? Porque yo le he tentado y he excitado
contra él a mi antiguo pueblo judío, llenándolo de odio y de cólera; he aguzado la
lanza de la persecución, he mezclado vinagre y hiel y se la he dado a beber, y he
hecho preparar la madera para crucificarle y clavos para taladrar sus manos y sus
pies, y su muerte está próxima, y lo traeré sujeto a ti y a mí”.

»Y el príncipe del infierno respondió y dijo: “Tú me has dicho que fue él
quien me arrancó de los muertos. Muchos están aquí, que retengo, y que, sin
embargo, mientras vivían sobre la tierra, me han arrebatado muertos, no por su
propio poder, sino por las plegarias que ellos dirigían a Dios, y su Dios
todopoderoso me los ha arrancado. ¿Quién es, pues, ese Jesús que, por su palabra,
me ha arrancado muertos? ¿Es quizá el que ha vuelto a la vida, por su palabra
imperiosa, a Lázaro, que estaba muerto desde hacía cuatro días, lleno de
podredumbre y en descomposición y a quien yo retenía como muerto?”.

»Satán, el príncipe de la muerte, respondió y dijo: “Es ese mismo Jesús”.


Oyendo esto, el príncipe del infierno le dijo: “Yo te conjuro, por tu poder y el mío,
que no lo traigas hacia mí. Porque, cuando me enteré de la fuerza de su palabra,
temblé, me llené de espanto y, al mismo tiempo, todos mis ministros impíos
quedaron tan turbados como yo. No pudimos retener a Lázaro, el cual, con toda la
agilidad y con toda la velocidad del águila, salió de entre nosotros, y esta misma
tierra que retenía su cuerpo privado de vida lo ha devuelto enseguida viviente. Así
sé yo ahora que este hombre que ha podido cumplir estas cosas es el Dios fuerte en
su imperio y poderoso en su humanidad, y Salvador del género humano, y si tú le
traes hacia mí, liberará a todos aquellos que yo retengo aquí encerrados en el rigor
de la prisión y encadenados por los lazos no rotos de sus pecados, y por su
divinidad los conducirá a la vida que debe durar tanto como la eternidad”.

CAPÍTULO XXII
»Y mientras así hablaban el uno con el otro, Satán y el príncipe del infierno,
se oyó una voz como un trueno y como el ruido del huracán, que decía: “Príncipes,
abrid vuestras puertas, y vosotras, puertas, abríos, que el Rey de la gloria va a
entrar”. Oyendo esto, el príncipe del infierno dijo a Satán: “Aléjate de mí y sal de
mis moradas; si eres un combatiente tan poderoso, combate contra el Rey de la
Gloria. Pero ¿qué hay entre tú y él?”. Y el príncipe del infierno dijo a sus ministros
impíos: “Cerrad las crueles puertas de bronce y empujad los cerrojos de hierro y
resistid valientemente, no sea que seamos reducidos a la cautividad, nosotros, que
custodiamos a los cautivos”.

»Pero, al oír esto, toda la multitud de los santos dijo al príncipe del infierno,
con voz de reproche: “Abre la puerta, a fin de que el Rey de la Gloria pueda
entrar”. Y David, aquel divino profeta, gritó diciendo: “¿Es que, cuando yo estaba
en la tierra de los vivos, no os he predicho que las misericordias del Señor le
rendirán testimonio, y que sus maravillas lo anunciarán a los hijos de los hombres,
porque él ha quebrado las puertas de bronce y roto los cerrojos de hierro? Él los ha
retirado del camino de su iniquidad”. Y, a continuación, Isaías dijo algo semejante
a todos los santos: “¿Es que, cuando yo estaba en la tierra de los vivos, no os
predije que los muertos se despertarán, y los que están en las tumbas se levantarán,
y los que están en la tierra se estremecerán de alegría, porque el rocío que viene del
Señor es su curación? Y también he dicho: ‘Muerte, ¿dónde está tu victoria?
Muerte, ¿dónde está tu aguijón?’”.

»Al escuchar estas palabras de Isaías, todos los santos dijeron al príncipe del
infierno: “Abre tus puertas; ahora, vencido y aterrorizado, no tienes ya ningún
poder”. Y se oyó una voz, como la de los truenos, diciendo: “Príncipes, levantad
vuestras puertas, y levantaos vosotras, puertas infernales, y el Rey de la Gloria
entrará”. El príncipe del infierno, viendo que aquel grito se había hecho oír dos
veces, dijo, como si lo ignorase: “¿Quién es ese Rey de la Gloria?”. David,
respondiendo al príncipe del infierno, dijo: “Yo conozco las palabras de ese clamor,
porque son las mismas que yo he profetizado por inspiración de su espíritu. Y
ahora, lo que ya he dicho, lo repito: ‘El Señor fuerte y poderoso, el Señor poderoso
en el combate, él es el Rey de la Gloria, y el Señor ha mirado desde el cielo sobre las
tierras, a fin de oír los gemidos de los que están aherrojados, y a fin de librar a los
hijos de los que han sido muertos’. Y ahora, inmundo y horrible príncipe del
infierno, abre tus puertas, a fin de que entre el Rey de la Gloria”. Al decir estas
palabras David al príncipe del infierno, apareció el Señor de majestad bajo la forma
de un hombre, e iluminó las tinieblas eternas, y rompió los lazos que no estaban
rotos, y el socorro de una virtud invencible nos visitó, a nosotros, que estábamos
sentados en las profundidades de las tinieblas de nuestras faltas, y en la sombra de
la muerte de nuestros pecados.

CAPÍTULO XXIII

»Cuando los príncipes del infierno y de la muerte, y sus oficiales impíos


vieron esto, se sintieron sobrecogidos por el espanto con sus crueles ministros, en
sus propios reinos; cuando vieron la claridad deslumbradora de una luz tan viva, y
al Cristo súbitamente establecido en sus moradas, exclamaron diciendo: “Nos has
vencido. ¿Quién eres tú, a quien el Señor envía para nuestra confusión? ¿Quién
eres tú, que, sin esperar la confusión, por efecto irresistible de tu majestad, has
podido vencer nuestro poder? ¿Quién eres tú, tan grande y tan pequeño, tan
humilde y tan elevado, soldado y general, combatiente tan admirable, bajo la
forma de esclavo, Rey de la Gloria, muerto en una cruz y vivo, que desde tu
sepulcro has descendido hasta nosotros? ¿Quién eres tú, en cuya muerte ha
temblado toda criatura y se han conmovido todos los astros y que ahora
permaneces libre entre los muertos y turbas a nuestras legiones? ¿Quién eres tú,
que redimes a los cautivos, y que inundas de una luz brillante a los que están
ciegos por las tinieblas de los pecados?”. Y al mismo tiempo todas las legiones de
los demonios, sobrecogidos por un espanto semejante, gritaron con, sumisión
temerosa y voz unánime, diciendo: “¿De dónde eres tú, Jesús, hombre tan
poderoso y de una tan alta majestad, tan resplandeciente, sin mancha, limpio de
todo crimen? Porque este mundo terrestre que siempre nos ha estado sometido y
que nos pagaba tributos por nuestros usos abominables, nunca nos ha enviado a
un muerto ni destinado semejante presente a los infiernos. ¿Quién eres, pues, tú,
que has franqueado sin temor las fronteras de nuestros dominios, y no solamente
no temes nuestros suplicios, sino que hasta intentas librar a los que retenemos bajo
nuestras cadenas? Quizá eres tú ese Jesús de quien Satán, nuestro príncipe, decía
que, por tu muerte en la cruz, recibirías un poder sin límites sobre el mundo
entero”. Entonces, el Rey de la Gloria, aplastando con su majestad a la muerte bajo
sus pies, y sometiendo a Satán, privó al infierno de todo poder y sacó a Adán a la
claridad de la luz.

CAPÍTULO XXIV

»Al instante, el príncipe del infierno, cubriendo a Satán de violentos


reproches, le dijo: “Belcebú, príncipe de condenación y jefe de destrucción, irrisión
de los ángeles de Dios, ¿qué has querido hacer? ¿Has querido crucificar al Rey de
la Gloria, sobre cuya ruina y cuya muerte nos habías prometido tan grandes
despojos? ¿Ignoras cuán locamente has obrado? Porque he aquí que este Jesús
disipa, por el resplandor de su divinidad, todas las tinieblas de la muerte. Ha
atravesado las profundidades de las más sólidas prisiones, libertando a cautivos y
rompiendo los hierros de los encadenados. Y he aquí que todos los que gemían
bajo nuestros tormentos nos insultan y vierten sobre nosotros sus imprecaciones.
Nuestros imperios y nuestros reinos han quedado vencidos, y no sólo no
inspiramos ya terror a la raza humana, sino que, por el contrario, nos amenazan y
nos injurian aquellos que, muertos, nunca habían podido mostrar soberbia ante
nosotros, y nunca habían podido experimentar un momento de alegría durante su
cautividad.

»”Oh, Satán, príncipe de todos los males y padre de los rebeldes e impíos,
¿qué has querido hacer? Los que, desde el comienzo del mundo hasta el presente,
habían desesperado de su vida y de su salvación, no dejan oír ya sus gemidos. No
resuena ninguna de sus quejas y no se encuentra ningún vestigio de lágrimas sobre
la faz de ninguno de ellos. Rey inmundo, poseedor de las llaves de los infiernos,
por la madera de la cruz, has perdido todas las riquezas que habías adquirido por
la prevaricación y la pérdida del paraíso. Toda tu dicha se ha disipado y, cuando
has puesto en la cruz al Cristo, Jesús, el Rey de la Gloria, has actuado contra ti y
contra mí. Sabe en adelante cuántos tormentos eternos y cuántos suplicios infinitos
te están reservados bajo mi guarda, que no conoce término. Oh, Satán, príncipe de
todos los malvados, autor de la muerte y fuente del orgullo, tú hubieras debido
primeramente buscar algún justo reproche que hacer a Jesús. Pero si no encontraste
en él ninguna falta ¿por qué, sin razón, te has atrevido a crucificarle injustamente y
atraer a nuestra región al inocente y al justo? Así has perdido a los malos, los
impíos y los injustos del mundo entero”. Y según habla de este modo el príncipe
del infierno a Satán, dijo el Rey de la Gloria al príncipe del infierno: “El príncipe
Satán estará bajo tu potestad por los siglos de los siglos, en lugar de Adán y de sus
hijos, que son mis justos”.

CAPÍTULO XXV

»Y el Señor extendió su mano y dijo: “Venid a mí todos mis santos, hechos a


mi imagen y semejanza. Vosotros, que habéis sido condenados por el madero, por
el diablo y por la muerte, veréis a la muerte y al diablo condenados por el
madero”. Y, enseguida, todos los santos se reunieron bajo la mano del Señor. Y el
Señor, tomando la mano de Adán, le dijo: “Paz a ti y a todos tus hijos, mis justos”.
Y Adán, vertiendo lágrimas, se prosternó a los pies del Señor, y suplicándole
exclamó en alta voz: “Señor, yo te glorificaré, porque tú me has acogido y no has
hecho que mis enemigos triunfen sobre mí. Señor, Dios mío, yo he clamado hacia
ti, y tú me has curado, Señor. Has sacado mi alma de los infiernos y me has
salvado, no dejándome con los que descienden al abismo. Cantad las alabanzas del
Señor todos los que sois santos, y confesad a la memoria de su santidad. Porque la
cólera está en su indignación y la vida en su voluntad”.

»E igualmente todos los santos de Dios, prosternándose de rodillas a los


pies del Señor, dijeron con una voz unánime: “Has llegado por fin, Redentor del
mundo, y has cumplido lo que habías predicho por la ley y los profetas. Has
rescatado a los vivos por tu cruz y, por la muerte en la cruz, has bajado hasta
nosotros para arrancarnos del infierno y de la muerte por tu majestad. Y así como
has colocado en el cielo el título de tu gloria y has levantado sobre la tierra el signo
de la redención, tu cruz, del mismo modo, oh Señor, coloca en el infierno el signo
de la victoria de tu cruz, a fin de que la muerte ya no domine”. Y el Señor,
extendiendo su mano, hizo el signo de la cruz sobre Adán y sobre todos sus santos,
y, tomando la mano derecha de Adán, se elevó de los infiernos, y todos los santos
le siguieron. Entonces, el profeta David gritó con fuerza. “Cantad al Señor un
cántico nuevo, porque ha hecho cosas admirables. Su mano derecha y sus brazos
nos han salvado. El Señor ha hecho conocer su salvación y ha revelado su justicia
en presencia de todas las naciones”. Y toda la multitud de los santos respondió
diciendo: “Esta gloria es para todos los santos. Así sea. Alabad al Dios”. Y en el
acto el profeta Habacuc exclamó, diciendo: “Has venido para la salvación de tu
pueblo y para la liberación de tus elegidos”. Y todos los santos respondieron,
diciendo: “Bendito sea el que viene en nombre del Señor y nos ilumina”.
Igualmente, el profeta Miqueas exclamó, diciendo: “¿Qué Dios hay como tú, Señor,
que desvaneces las iniquidades y que borras los pecados? Y ahora contienes el
testimonio de tu cólera y te inclinas más a la misericordia. Has tenido piedad de
nosotros y nos has absuelto de nuestros pecados, y has sumido todas nuestras
iniquidades en el abismo de la muerte, según habías jurado a nuestros padres en
los tiempos antiguos”. Y todos los santos respondieron diciendo: “El es nuestro
Dios para siempre y por todos los siglos. Así sea. Alabad a Dios”. Y asimismo
todos los demás profetas recitaron pasajes de sus antiguos cánticos consagrados a
la alabanza del Señor.

CAPÍTULO XXVI

»Y el Señor, teniendo a Adán de la mano, lo encomendó a Miguel el


arcángel, y todos los santos siguieron a Miguel. Y los introdujo a todos en la gracia
gloriosa del paraíso, y dos hombres muy ancianos vinieron delante de ellos. Y los
santos les interrogaron, diciendo: “¿Quiénes sois vosotros, que no habéis estado en
los infiernos con nosotros y que habéis sido traídos corporalmente al paraíso?”.
Uno de ellos respondió: “Yo soy Enoch, que he sido transportado aquí por la
palabra del Señor. Y el que está conmigo es Elías el tesbita, que fue arrebatado por
un carro de fuego. Hasta hoy, no hemos gustado la muerte, sino que estamos
reservados para el advenimiento del Anticristo, armados con las señales divinas y
con prodigios para combatir contra él, para morir en Jerusalén y, después de tres
días y medio, ser de nuevo elevados vivos a la nubes”.

CAPÍTULO XXVII

»Y mientras que Enoch y Elías hablaban de este modo a los santos, he aquí
que se acercó otro hombre, muy miserable, llevando sobre sus hombros el signo de
la cruz. Y, cuando le vieron, todos los santos le dijeron: “¿Quién eres? Tu aspecto
es el de un ladrón. ¿De dónde vienes, que llevas sobre tus hombros el signo de la
cruz?”. Y el hombre, respondiéndoles, les dijo: “Habéis dicho verdad, porque yo he
sido un ladrón y he cometido en la tierra toda clase de crímenes. Y los judíos me
crucificaron con Jesús y vi las maravillas que se cumplieron por la cruz de Jesús
crucificado, y he creído que él es el Creador de todas las criaturas y el rey
todopoderoso, y le he rogado diciendo: ‘Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu
reino’. Y, escuchando mi plegaria, él me ha dicho enseguida: ‘En verdad te digo
que hoy estarás conmigo en el paraíso’. Y él me dio este signo de la cruz diciendo:
‘Entra en el paraíso llevando esto, y si el ángel guardián del paraíso no quiere
dejarte entrar, muéstrale el signo de la cruz y dile: Ha sido Jesucristo, el Hijo de
Dios, que ahora está crucificado, quien me ha enviado’. Y cuando me oyó decir
esto, abrió enseguida y me hizo entrar, colocándome a la derecha del paraíso,
diciendo: ‘Espera un poco, y el padre de todo el género humano, Adán, entrará con
todos sus hijos, los santos y los justos de Cristo, el Señor crucificado’”. Cuando
hubieron oído todas estas palabras del ladrón, todos los patriarcas, con voz
unánime, dijeron: “Bendito sea el Señor todopoderoso, padre de los bienes eternos
y padre de la misericordia, tú que has concedido tal gracia a los pecadores y que
los has introducido en la gracia del paraíso, en los verdes prados donde reside la
verdadera vida espiritual. Amén”.

CAPÍTULO XXVIII

»Éstos son los misterios divinos y sagrados que nosotros vimos y oímos, yo,
Carino, y yo, Leucio. Y no nos está permitido proseguir y contar los demás
misterios de Dios, como lo declaró abiertamente el arcángel Miguel al decirnos. “Id
con vuestros hermanos a Jerusalén y permaneced en oración, bendiciendo y
glorificando la resurrección del Señor Jesucristo, vosotros, a quienes él ha
resucitado de entre los muertos. Pero no hablaréis con hombre alguno, sino
permaneced mudos, hasta que llegue la hora en que el Señor os permita referir los
misterios de su divinidad”. Y el arcángel Miguel nos ordenó ir más allá del Jordán
a un lugar muy fértil y abundante donde están varios que han resucitado con
nosotros, en testimonio de la resurrección de Cristo. Porque hace tres días
solamente que se nos permite, a los que hemos resucitado de entre los muertos,
celebrar en Jerusalén la Pascua del Señor con nuestros parientes, en testimonio de
la resurrección del Señor Jesucristo, y hemos sido bautizados en el santo río Jordán,
recibiendo todos unas vestiduras blancas. Y, después de los tres días de la
celebración de la Pascua, todos cuantos habían sido resucitados con nosotros
fueron arrebatados por nubes y, conducidos más allá del Jordán, no han sido vistos
por nadie. Éstas son las cosas que el Señor nos ha ordenado que os refiramos. Y
alabadle, confesadle y haced penitencia, a fin de que tenga piedad de vosotros. Paz
a vosotros en el Señor Dios Jesucristo, salvador de todos los hombres. Amén.
Amén. Amén».

Y después de que ellos hubieron acabado de escribir sobre montones


separados de papel, se levantaron. Y Carino puso lo que él había escrito en las
manos de Anás, de Caifás y de Gamaliel. Y lo mismo Leucio entregó su manuscrito
a José y a Nicodemo. Y repentinamente ellos fueron transfigurados, y aparecieron
recubiertos de vestidos de una blancura resplandeciente, y no se les volvió a ver.

Y se encontró que sus escritos eran iguales, no siendo ni más ni menos


grandes, sin que entre ellos hubiese una sola letra de diferencia. Toda la sinagoga
de los judíos, al oír aquellos admirables discursos de Carino y Leucio, estuvo muy
sorprendida, y los judíos se decían unos a otros: «Verdaderamente, ha sido Dios
quien ha hecho todas estas cosas, y bendito sea el Señor Jesús por los siglos de los
siglos. Amén». Y salieron todos llenos de inquietud, temblando de temor,
golpeándose el pecho, y cada cual se retiró a su casa. Y José y Nicodemo contaron
al gobernador todo lo acontecido y las cosas que los judíos habían dicho en la
sinagoga, y Pilato escribió todo lo que los judíos habían dicho sobre Jesús y puso
todas estas palabras en los registros públicos de su pretorio.

CAPÍTULO XXIX

Después de esto, Pilato, habiendo entrado en el templo de los judíos, reunió


a todos los príncipes de los sacerdotes y los escribas y los doctores de la ley, y
penetró con ellos en el santuario y ordenó que se cerrasen todas las puertas, y les
dijo: «Hemos sabido que poseéis en el templo una gran colección de libros; os pido
que me la mostréis». Y cuando cuatro de los ministros del templo hubieron
aportado aquellos libros, adornados de oro y piedras preciosas, Pilato dijo a todos:
«Yo os conjuro a todos, por Dios vuestro padre, que ha hecho y ordenado que este
templo fuera construido, a que no me ocultéis la verdad. Todos vosotros sabéis lo
que está escrito en los libros; pero decidme ahora si encontráis en las Escrituras que
ese Jesús, a quien vosotros habéis crucificado, es el Hijo de Dios que ha de venir
para la salvación del género humano, y explicadme cuántos años debían
transcurrir hasta su venida». De esta forma apremiados, Anás y Caifás hicieron
salir del santuario a todos los demás que estaban con ellos, y ellos mismos cerraron
todas las puertas del templo y del santuario, y dijeron a Pilato: «Tú nos pides, por
la edificación de este templo, que te manifestemos la verdad y te demos razón de
los misterios. Después de que nosotros hubimos crucificado a Jesús, ignorando que
era el Hijo de Dios, y pensando que él hacía sus milagros por medio de algún
encantamiento, celebramos una asamblea en este templo. Y consultando entre
nosotros sobre las maravillas que Jesús había cumplido, hemos encontrado muchos
testigos de nuestra raza que han dicho haberle visto después de su pasión y de su
muerte, y hemos visto a dos testigos cuyos cuerpos Jesús ha resucitado de entre los
muertos. Ellos nos han anunciado grandes maravillas que Jesús ha cumplido entre
los muertos, y nosotros tenemos en nuestro poder su relato puesto por escrito. Y es
nuestra costumbre que cada año, al abrir estos libros sagrados ante nuestra
sinagoga, busquemos el testimonio de Dios. Y encontramos en el primer libro de
los Setenta, donde el arcángel Miguel habla con el tercer hijo de Adán, el primer
hombre, mención de los cinco mil quinientos años después de los cuales debe
descender del cielo el Cristo, el Hijo bienamado de Dios, y hemos considerado que
el Dios de Israel dijo a Moisés: “Haz un arca de la Alianza de dos codos y medio de
longitud, de un codo y medio de altura y un codo y medio de ancho”. En estos
cinco codos y medio hemos comprendido y hemos conocido en la fábrica del arca
del Antiguo Testamento que, tras cinco millares y medio de años, Jesucristo debía
venir en el arca de su cuerpo y que, según lo atestiguan nuestras escrituras, él es el
Hijo de Dios y el Señor de Israel. Porque después de su pasión, nosotros, príncipes
de los sacerdotes, sobrecogidos de asombro ante los milagros que se operaron a
causa de él, hemos abierto estos libros, examinando todas las generaciones hasta la
generación de José y de María, madre de Jesús, pensando que era de la raza de
David, y hemos encontrado lo que ha cumplido el Señor, y cuando él hubo hecho
el cielo y la tierra y Adán, el primer hombre, pasaron dos mil doscientos doce años
hasta el diluvio. Y después del diluvio hasta Abraham, novecientos doce años. Y
desde Abraham hasta Moisés, cuatrocientos treinta años. Y desde Moisés hasta
David, quinientos diez años. Y desde David hasta la cautividad de Babilonia,
quinientos años. Y desde la cautividad de Babilonia hasta la encarnación de
Jesucristo, cuatrocientos años. Y todo esto hace en total cinco millares y medio de
años. Y así resulta que Jesús, a quien nosotros hemos crucificado, es Jesucristo, Hijo
de Dios, verdadero y todopoderoso. Amén».
EL EVANGELIO DE PEDRO
Poseemos actualmente un fragmento importante de este evangelio, gracias
al descubrimiento hecho en 1886 por Bouriant en Ajmin (Alto Egipto), de un
manuscrito que contenía además fragmentos de otros dos textos apócrifos: el
Apocalipsis de Pedro y el Libro de Enoch. Antes se conocía su existencia por
comentarios de Orígenes (siglo III) y de Eusebio de Cesarea (siglo IV). Parece ser
que Justino (mediados del siglo II) también lo conoció. Se suele situar su
composición antes del año 150.

El relato comienza en medio de la Pasión de Jesús, en el momento en que


Herodes y los judíos rehúsan lavarse las manos. Sigue el relato de la crucifixión del
Salvador, que muere rodeado de prodigios. Su tumba es después guardada por
centinelas, que ven salir de ella a tres hombres seguidos de una cruz. Las mujeres
que se acercan a la tumba la encuentran vacía. Se considera que el relato fue escrito
por el propio apóstol Pedro.

El carácter herético de este texto no es enteramente evidente. Los


heresiólogos lo han combatido, sin embargo, sospechando que está tocado de
docetismo, doctrina que enseñaba que Cristo se había revestido solamente de la
apariencia de un cuerpo humano, y es cierto que el pasaje en que la voz sale de la
cruz lo aproxima a esta secta. En el año 190 Serapion, obispo de Antioquía, había
encontrado este libro en posesión de los fieles de una aldea de su diócesis. Después
de haber autorizado su lectura, se retractó y lo declaró tocado de docetismo.

El Evangelio de Pedro presenta sobre todo un carácter popular e intenta


hacer una apología sin gran credibilidad. En algunos puntos, se aproxima también
a la literatura que constituye el ciclo de Pilato. Finalmente, como tantos otros
apócrifos, terminó por desaparecer en el curso de los siglos.
EL EVANGELIO DE PEDRO

(Fragmentos)

1. Entre los judíos, nadie se lavó las manos, ni Herodes ni ninguno de sus
jueces. Y, como ellos rehusaron lavarse, Pilato se levantó.

2. Y luego el rey Herodes ordenó apoderarse del Señor, diciéndoles: «Todo


lo que yo os he ordenado que hagáis, hacedlo».

II

3. Ahora bien, José, el amigo de Pilato y del Señor, estaba allí y, sabiendo
que le iban a crucificar, vino a Pilato y le pidió el cuerpo del Señor para enterrarlo.

4. Y Pilato lo envió cerca de Herodes para pedirle su cuerpo [de Jesús].

5. Y Herodes dijo: «Hermano Pilato, aunque nadie lo hubiese pedido,


nosotros lo habríamos sepultado, antes de que comenzara el día del sábado;
porque está escrito en la ley que no se ocultará el sol sobre un hombre condenado a
muerte». Y lo entregó al pueblo [de los judíos], la víspera de los Ácimos, su fiesta.

III

6. Y ellos, habiendo tomado al Señor, lo empujaban corriendo, y decían:


«Arrastremos al Hijo de Dios, puesto que está en nuestro poder».

7. Y lo revistieron de púrpura y le hicieron sentarse sobre un tribunal


diciendo: «Júzganos con equidad, rey de Israel».

8. Y uno de ellos, habiendo traído una corona de espinas, la colocó sobre la


cabeza del Señor.

9. Y otros que también estaban allí delante le escupían a la cara, otros le


pinchaban con una caña y otros le azotaban diciendo: «He aquí los honores que
tributamos al Hijo de Dios».

IV
10. Y llevaron dos malhechores y crucificaron al Señor en medio de ellos.
Pero él se callaba, como si no sintiera ningún dolor.

11. Y cuando hubieron levantado la cruz, inscribieron en ella: «Éste es el Rey


de Israel».

12. Y después de haber depositado en el suelo, delante de él, sus vestiduras,


se las repartieron, echándolas a suertes.

13. Ahora bien, uno de los malhechores les injurió en estos términos:
«Nosotros sufrimos así por el mal que hemos hecho; pero éste, que se ha
convertido en el Salvador de los hombres, ¿qué mal os ha causado?».

14. Y, habiéndose irritado contra él, ordenaron que no se le quebrasen las


piernas, a fin de que muriese entre tormentos.

15. Y era mediodía cuando las tinieblas cubrieron toda la Judea, y ellos
estaban turbados y temerosos de que el sol se hubiese ocultado, porque él [Jesús]
vivía todavía, y estaba escrito para ellos que el sol no debe ponerse sobre un
hombre muerto.

16. Y uno de ellos dijo: «Dadle de beber hiel con vinagre» y, habiendo hecho
la mezcla, se la dieron a beber.

17. Y consumaron todas las cosas y llevaron al colmo las iniquidades


acumuladas sobre sus cabezas.

18. Ahora bien, muchos circulaban con lámparas encendidas, pensando que
ya era de noche, y se caían.

19. Y el Señor gritó diciendo: «Fuerza mía, fuerza mía, tú me has


abandonado». Y, al pronunciar estas palabras, expiró.

20. Y, en aquel mismo momento, el velo del templo de Jerusalén se rasgó en


dos.

VI

21. Y ellos arrancaron los clavos de las manos del Señor y los pusieron en el
suelo. Y toda la tierra tembló y se oyó un gran estrépito.

22. Entonces el sol brilló y se reconoció que era la hora de nona.

23. Y los judíos se regocijaron. Y entregaron su cuerpo a José, para que lo


sepultara, porque él había visto todo el bien que [Jesús] había hecho.

24. Habiendo tomado al Señor, lo limpió, lo envolvió en un sudario y lo


metió en su propia tumba, llamada el huerto de José.

VII

25. Entonces los judíos, los ancianos y los sacerdotes, dándose cuenta del
mal que se habían hecho a sí mismos, se golpearon el pecho y dijeron:
«¡Desdichados nuestros pecados! He aquí que se acerca el juicio y el fin de
Jerusalén».

26. En cuanto a mí, yo me afligí con todos mis compañeros y, heridos hasta
el corazón, nos ocultábamos, porque sabíamos que [los judíos] nos buscaban como
a malhechores y acusados de querer incendiar el templo.

27. Y, además de todo esto, ayunábamos y permanecíamos sentados en


duelo y llorando, noche y día, hasta el sábado.

VIII

28. Los escribas, los fariseos y los ancianos se habían reunido ante la noticia
de que todo el pueblo murmuraba y se golpeaba el pecho diciendo: «Si a su muerte
se han producido milagros tan grandes, es porque era justo».

29. Espantados, fueron a casa de Pilato a rogarle en estos términos:

30. «Danos algunos soldados para guardar su tumba durante tres días, por
miedo a que sus discípulos vengan a robar el cuerpo, y el pueblo, creyendo que ha
resucitado, nos haga algún mal».

31. Pilato les dio al centurión Petronio con algunos soldados para guardar la
tumba, y, junto con ellos, los ancianos y los escribas vinieron al sepulcro.

32. E hicieron rodar una gran piedra con ayuda del centurión y los soldados,
y entre todos la colocaron en la puerta de la tumba.
33. Y la aseguraron con siete sellos y, tras haber levantado una tienda,
montaron guardia.

IX

34. Y por la mañana temprano, al amanecer del sábado, vino una multitud
de Jerusalén y los alrededores, para ver la tumba sellada.

35. Ahora bien, en la noche tras la cual amanece el domingo, mientras que
los soldados montaban la facción de dos en dos, por turnos, se produjo un gran
ruido en el cielo.

36. Y vieron los cielos abiertos y a dos hombres, resplandecientes de luz,


descender y acercarse a la tumba.

37. Y aquella piedra que cerraba la puerta de la tumba rodó por sí misma y
se retiró hacia un lado. Y el sepulcro se abrió y los dos jóvenes entraron.

38. A la vista de esto, los soldados despertaron al centurión y a los ancianos,


que estaban también allí haciendo guardia.

39. Y mientras contaban lo que habían visto, de nuevo vieron a tres hombres
que salían de la tumba: los dos [jóvenes] sostenían al otro, y una cruz les seguía.

40. Y la cabeza de los dos [primeros] alcanzaba el cielo, pero la de aquel que
ellos conducían sobrepasaba los cielos.

41. Y oyeron una voz que venía de los cielos, que decía: «¿Has predicado a
los que están dormidos?».

42. Y desde la cruz se oyó responder: «Sí».

XI

43. Entonces deliberaron entre ellos para ir a advertir a Pilato de aquellos


acontecimientos.

44. Y, mientras que todavía deliberaban, se vio de nuevo que los cielos se
abrían, y a un hombre que descendía y penetraba en la tumba.
45. Después de haber visto estas apariciones, el centurión y los que le
rodeaban se apresuraron a ir a casa de Pilato durante la noche, abandonando el
sepulcro que guardaban. Y, muy inquietos, contaron todo lo que habían visto,
diciendo: «Era verdaderamente el hijo de Dios».

46. Pilato respondió en estos términos: «Yo estoy puro de la sangre del Hijo
de Dios; sois vosotros quienes lo habéis decidido así».

47. Habiéndose acercado todos, le rogaron y suplicaron que ordenara al


centurión y a los soldados no decir a nadie nada de cuanto habían visto.

48. «Porque más nos vale a nosotros ser responsables ante Dios del mayor
de los crímenes, que caer en las manos del pueblo de los judíos y ser lapidados».

49. Entonces Pilato ordenó al centurión y a los soldados que no dijeran nada.

XII

50. El domingo, muy de mañana, María Magdalena, una discípula del


Señor, asustada por causa de los judíos, que estaban inflamados de cólera, no había
hecho en la tumba del Señor lo que las mujeres tienen costumbre de hacer por los
muertos que aman.

51. Habiendo tomado consigo a algunas de sus amigas, se fue al sepulcro


donde él había sido depositado.

52. Y ellas temían ser vistas por los judíos, y decían: «Aunque el día que fue
crucificado no hayamos podido llorar ni golpearnos el pecho, hagámoslo ahora
junto a su tumba».

53. «Pero ¿quién hará rodar la piedra colocada a la puerta del sepulcro, a fin
de que, entrando, podamos sentarnos cerca de él y hacer lo que debemos?

54. »Porque la piedra es muy grande y tememos que nos vean. Y, si no


podemos entrar, al menos echemos ante la puerta lo que traemos en memoria suya;
lloremos y golpeémonos el pecho, hasta nuestro regreso a la casa».

XIII

55. Y ellas fueron y encontraron la tumba abierta, y, acercándose, se


inclinaron para mirar. Y vieron allí, sentado en medio del sepulcro, a un joven muy
hermoso, revestido de ropas resplandecientes, el cual les dijo:

56. «¿Para qué habéis venido? ¿Qué buscáis? ¿Al que fue crucificado? Ha
resucitado. Se ha ido. Si no lo creéis, asomaos, ved el lugar donde fue depositado.
Ya no está, porque ha resucitado y ha partido para el lugar de donde había sido
enviado».

57. En el acto, las mujeres, aterradas, huyeron.

XIV

58. El último día de los Ácimos, mucha gente regresaba a sus casas, pues
había acabado la fiesta.

59. Y nosotros, los doce discípulos del Señor, llorábamos y estábamos


afligidos, y cada uno, entristecido por lo que había pasado, volvió a su casa.

60. En cuanto a mí, Simón Pedro, y Andrés, mi hermano, cogimos nuestras


redes y nos fuimos al mar. Y con nosotros estaba Leví, hijo de Alfeo, a quien el
Señor…
LOS EVANGELIOS GNÓSTICOS

INTRODUCCIÓN
La historia del movimiento gnóstico es extremadamente compleja y ha
suscitado las tesis más contradictorias. Los primeros historiadores de la gnosis
situaron sus estudios en la perspectiva de los Padres de la Iglesia que le habían
suministrado la mayoría de sus materiales: la gnosis estaba considerada como una
desviación del cristianismo original, debida a una helenización radical. Más tarde,
se resituó el gnosticismo en un área cultural más vasta y se descubrieron en él
numerosos temas comunes con la literatura religiosa de la Antigüedad, desde
Oriente Próximo hasta la India. Se supuso entonces un origen no cristiano o
precristiano al movimiento gnóstico, origen que algunos sitúan en Egipto, otros en
Irán, o incluso en las tendencias apocalípticas del judaísmo. Citemos también a los
defensores del tradicionalismo que, con René Guénon, ven en la gnosis la fuente
misma de toda religión.

Nosotros nos atendremos aquí a la definición dada en el primer capítulo de


esta obra: la gnosis corresponde a un tipo de espiritualidad profundamente ligada
al esoterismo y que se encuentra, de una forma o de otra, en numerosas religiones.
Por otra parte, esta tendencia se ha expresado más especialmente en movimientos
religiosos que se han desarrollado, desde Egipto hasta Irán, en los primeros siglos
anteriores y posteriores a nuestra era. Esta época y esta región conocieron una
fermentación religiosa muy intensa, y en ellas circularon numerosas doctrinas.
Aparecieron sectas de tendencia gnóstica, cada una de ellas con sus características,
pero apoyándose sobre un conjunto de temas mitológicos comunes a un área
cultural y religiosa. Con la expansión del cristianismo, se formó un gnosticismo
cristiano, el cual engendró varias escuelas en las que se han encontrado, en un
grado más o menos importante, esos temas míticos de origen no cristiano.

Además, parece que el gnosticismo cristiano refleja una tendencia esotérica


surgida de la comunidad primitiva. Varios pasajes, efectivamente, mencionan una
enseñanza esotérica de Cristo a sus discípulos. A los versículos del Evangelio de
Marcos, el más antiguo de los Evangelios canónicos, ya citados (Mc., 4, 10-12, 33-
34; 7, 17), se pueden añadir alusiones de los Padres de la Iglesia, como esta frase de
Orígenes: «Los evangelistas han guardado oculta (aprokryphan) la explicación que
daba Jesús de la mayoría de las parábolas» (Com. Mt., 9, 2). Como el cristianismo
ortodoxo adoptó una interpretación más universalista del mensaje cristiano,
combatió la tendencia esotérica de los gnósticos, tanto más cuanto que éstos
integraban poco a poco a su doctrina elementos muy alejados de la ética cristiana.
Por ejemplo, el pesimismo de los gnósticos frente al mundo, que impulsó a algunas
escuelas a rechazar la Creación como tal, como obra demoníaca, y a considerar al
Dios Padre del Antiguo Testamento como un demiurgo malévolo y estúpido.

Gracias al descubrimiento de Nag-Hammadi es posible actualmente conocer


un poco mejor el gnosticismo cristiano, al menos tal y como se presentaba en la
escuela que conservaba esa biblioteca. Fue en 1945 cuando unos campesinos
desenterraron fortuitamente, cerca de la localidad de Nag-Hammadi, en el Alto
Egipto, una jarra que contenía doce manuscritos escritos en lengua copta y que se
remontaban al siglo II o al IV. Así fue revelada una cuarentena de textos que
mostraban la extrema diversidad de los elementos que constituían el gnosticismo
en esa época. Una mayoría de ellos no tienen de cristianos más que el marco, y no
contienen más que revelaciones estrictamente gnósticas. Otros, por el contrario, se
muestran más abiertamente ligados a la tradición cristiana y, en ellos, los temas
mitológicos gnósticos se presentan más sutilmente. A esta última categoría
pertenecen los tres evangelios que aquí presentamos. Los dos últimos, el Evangelio
de Verdad y el Evangelio según Felipe, utilizan en ciertos momentos una
terminología que hace referencia a la mitología gnóstica. Entre estas palabras
inusitadas, retengamos los términos Eón y Pleroma. Los Eones (literalmente,
«eternos») son emanaciones del absoluto divino, que se constituyen en
intermediarios entre Dios y la Creación. Según las sectas gnósticas, difiere el
número de estos Eones y su complejidad. El Pleroma es la reunión de todos los
Eones que forman la plenitud de la divinidad.
EL EVANGELIO SEGÚN TOMÁS
El Evangelio según Tomás constituye el florón de toda la literatura
proveniente de Nag-Hammadi y, ante el anuncio de su descubrimiento, la prensa
llegó a hablar incluso de un quinto Evangelio. Este texto reagrupa ciento catorce
logion, o palabras de Jesús, de las que se conocían algunos fragmentos en lengua
griega, encontrados sobre los papiros de Oxyrhynchos, a principios de siglo. En
aquel momento, los especialistas no relacionaron dichos fragmentos con el
Evangelio según Tomás citado por Orígenes y Cirilo de Jerusalén, y rechazado
como herético por el segundo Concilio de Nicea.

La datación del Evangelio según Tomás ha dado lugar a una controversia


que aún no está zanjada. La mayor parte de los eruditos y de los exégetas hacen
remontar su composición a los años 140-150, y piensan que el documento copto
está traducido a partir de un original griego, del que los papiros de Oxyrhynchos
constituyen un modelo (citemos a J. Doresse, H.C. Puech y R. Grant). Según esta
hipótesis, nuestro evangelio estaría fundado sobre los canónicos para los logion que
tienen concordancias, y sobre las tradiciones orales o las especulaciones gnósticas
para los demás. He aquí lo que escribe R. Grant [8] sobre este tema: «Para mí, [el
Evangelio de] Tomás está basado, al menos en una amplia medida, sobre los
Evangelios escritos de Mateo y de Lucas; sin embargo, sigue siendo posible que su
autor no se haya servido únicamente de estos dos Evangelios, sino igualmente de
tradiciones orales».

Otros autores, esgrimiendo el carácter arcaico de los logion, así como su


contenido teológico y filosófico, sostienen que del original, sin duda escrito en
copto, deriva la versión griega, y que hay que datarlo en un período mucho más
antiguo. Para ellos, el Evangelio según Tomás sería, de hecho, un ejemplo de las
tantas recopilaciones de logion que debían de circular en los primeros siglos y que
estarían en la base de la redacción de los sinópticos. Ésta es la tesis defendida por
Émile Gillabert, Philippe de Suárez y el grupo Metanoïa[9], que se presentan a sí
mismos como neo-gnósticos, así como por otros exégetas como el padre Boismard,
que no vacila en escribir lo siguiente: «Parece […] que [el Evangelio según Tomás]
nos permite alcanzar una forma de la tradición evangélica anterior a la redacción
de los Evangelios canónicos. Su testimonio sería entonces muy importante para
reconstruir la historia de la transmisión de las palabras de Cristo»[10].

Sean lo que sean estos logion, un buen número de los cuales tiene
correspondencia en los canónicos, ofrecen un testimonio de un alto alcance
espiritual y no se puede sino lamentar que la Iglesia los haya combatido tan
ardientemente, incluso aunque algunos adopten un tono gnóstico
desacostumbrado en el cristianismo oficial.
EL EVANGELIO SEGÚN TOMÁS

(Texto íntegro)

He aquí las palabras secretas que Jesús

el Viviente ha dicho, y que ha escrito

Dídimo Judas Tomás.

LOGION 1

Y él ha dicho: «Aquel que encuentre la interpretación de estas palabras no


conocerá la muerte».

LOGION 2

Jesús ha dicho: «Que aquel que busque no cese de buscar hasta que
encuentre, y, cuando encuentre, será turbado, y, habiendo sido turbado, será
maravillado, y reinará sobre el Todo».

LOGION 3

Jesús ha dicho: «Si aquellos que os guían os dicen: “Ved, el Reino está en el
cielo”, entonces los pájaros del cielo os aventajarán; si os dicen que está en el mar,
entonces los peces os aventajarán. Pero el Reino está en vuestro interior y fuera de
vosotros. Cuando os conozcáis, entonces seréis conocidos y sabréis que sois los
hijos del Padre que está vivo. Pero, si no os conocéis, entonces estaréis en la
pobreza, y sois la pobreza».

LOGION 4

Jesús ha dicho: «El hombre viejo en sus días no vacilará en interrogar a un


niño de siete días a propósito del Lugar de la Vida, y vivirá, pues muchos de los
primeros serán los últimos, y se harán uno solo».

LOGION 5

Jesús ha dicho: «Conoce lo que está delante de tu cara, y lo que está oculto te
será desvelado, pues nada hay escondido que no llegue a ser manifestado».
LOGION 6

Sus discípulos le interrogaron y le dijeron: «¿Quieres que ayunemos?


¿Cómo rezaremos? ¿Daremos limosna? ¿Qué observaremos en materia de
alimentación?». Jesús dice: «No mintáis y no hagáis lo que aborrezcáis, pues todo
está desvelado ante el Cielo. Nada hay, en efecto, escondido que no llegue a ser
manifestado, y nada hay oculto que no venga a ser desvelado».

LOGION 7

Jesús ha dicho: «Feliz es el león que el hombre comerá, y el león se volverá


hombre; y maldito es el hombre que el león comerá, y el león se volverá hombre».

LOGION 8

Y él ha dicho: «El hombre es parecido a un pescador prudente que arrojó sus


redes al mar, y las retiró del mar llenas de pececillos. Y, entre ellos, el pescador
prudente encontró un pez grande y muy bello. Escogió al pez grande sin gran
esfuerzo y tiró al mar los pececillos. ¡El que tenga oídos para oír, que oiga!».

LOGION 9

Jesús ha dicho: «He aquí que el sembrador salió, llenó su mano, echó [las
simientes]. Algunas, por una parte, cayeron sobre el camino; vinieron los pájaros y
las cogieron. Otras cayeron sobre las rocas, y no echaron raíces en la tierra ni
hicieron brotar ramas hacia el cielo. Otras cayeron entre las espinas, que ahogaron
la simiente y el gusano se las comió. Y otras cayeron en buena tierra, y dieron un
buen fruto, arriba; produjo sesenta por medida y ciento veinte por medida».

LOGION 10

Jesús ha dicho: «He arrojado un fuego sobre el mundo, y he aquí que lo


guardo hasta que se consuma».

LOGION 11

Jesús ha dicho: «Este cielo pasará, y el que está por encima de él pasará y los
que están muertos no están vivos y los que están vivos no morirán. Los días en que
coméis lo que está muerto, hacéis de ello algo vivo. Cuando estéis en la luz, ¿qué
haréis? El día en que erais uno os convertisteis en dos; pero cuando os hayáis
convertido en dos ¿qué haréis?».
LOGION 12

Los discípulos dijeron a Jesús: «Sabemos que nos abandonarás. ¿Quién es el


que se volverá grande sobre nosotros?». Jesús les dijo: «Allá donde vayáis, iréis
hacia Santiago el Justo, para quien el cielo y la tierra han sido hechos».

LOGION 13

Jesús ha dicho a sus discípulos: «Comparadme, decidme a quién me


parezco». Simón Pedro le dijo: «Te pareces a un ángel justo». Mateo le dijo: «Te
pareces a un filósofo sabio». Tomás le dijo: «Maestro, mi boca no aceptará en modo
alguno que yo diga a quién te pareces». Jesús dijo: «No soy tu maestro, porque tú
has bebido, te has embriagado en la fuente hirviente que yo he medido». Y lo
tomó, se retiró y le dijo tres palabras. Ahora bien, cuando Tomás volvió junto a sus
compañeros, éstos le preguntaron: «¿Qué te ha dicho Jesús?». Tomás les respondió:
«Si os digo una de las palabras que él me ha dicho, cogeréis piedras y las arrojaréis
sobre mí, y un fuego brotará de las piedras y os quemará».

LOGION 14

Jesús les ha dicho: «Si ayunáis, os atribuiréis un pecado, y si rezáis, seréis


condenados, y si dais limosna, haréis daño a vuestros espíritus. Y si entráis en
algún país y vais a los campos, si os reciben, comed lo que pongan delante de
vosotros; curad a los que, entre ellos, estén enfermos. Lo que, en efecto, entre en
vuestra boca no os manchará; pero lo que salga de vuestra boca, eso os manchará».

LOGION 15

Jesús ha dicho: «Cuando veáis a aquel que no ha sido engendrado por


mujer, prosternaos sobre vuestros rostros y adoradle; él es vuestro Padre».

LOGION 16

Jesús ha dicho: «Quizá los hombres piensan que he venido para traer la paz
al mundo, y no saben que he venido para traer divisiones sobre la tierra, un fuego,
una espada, una guerra. Hay cinco, en efecto, que estarán en una casa; tres estarán
contra dos y dos contra tres; el padre contra el hijo, y el hijo contra el padre, y se
mantendrán solos».

LOGION 17
Jesús ha dicho: «Os daré aquello que el ojo no ha visto, lo que la oreja no ha
oído, lo que la mano no ha tocado y [lo] que no ha venido al corazón del hombre».

LOGION 18

Los discípulos dijeron a Jesús: «Dinos cómo será nuestro fin». Jesús dijo:
«¿Habéis, pues, descubierto el principio para que busquéis el fin? Porque allí
donde está el comienzo, allí estará el fin. Dichoso aquel que se mantenga en el
principio, y él conocerá el fin y no gustará la muerte».

LOGION 19

Jesús ha dicho: «Dichoso aquel que era antes de haber sido. Si os convertís
en mis discípulos y si escucháis mis palabras, estas piedras os servirán. Tenéis, en
efecto, cinco árboles en el paraíso, que no se mueven ni en el verano ni en el
invierno, y cuyas hojas no caen. El que los conozca no gustará la muerte».

LOGION 20

Los discípulos dijeron a Jesús: «Dinos a qué se parece el Reino de los cielos».
Él les dijo: «Es semejante a un grano de mostaza, la más pequeña de todas las
semillas; pero, cuando cae sobre la tierra cultivada, produce una gran rama y se
convierte en refugio para los pájaros del cielo».

LOGION 21

María dijo a Jesús: «¿A quién se parecen tus discípulos?» Él dijo: «Se
parecen a niños pequeños que se han instalado en un campo que no es suyo.
Cuando vengan los dueños del campo, dirán: “Dejadnos nuestro campo”. Ellos,
están desnudos del todo en su presencia, si bien les dejan y le dan su campo. Por
eso yo digo: “Si el dueño de la casa sabe que el ladrón debe venir, vigilará antes de
que venga, y lo dejará agujerear la casa de su reino de manera que se lleve sus
cosas”. Vosotros, sin embargo, vigilad frente al mundo, ceñiros los riñones con
gran fuerza, por miedo a que los ladrones encuentren un camino para venir hacia
vosotros. Porque, el provecho con el que contáis, ellos lo encontrarán. ¡Puede haber
entre vosotros un hombre prudente! Cuando el fruto ha madurado, ha venido
enseguida, con la hoz en la mano, y lo ha cogido. ¡El que tenga oídos para oír, que
oiga!».

LOGION 22
Jesús vio a unos pequeños que mamaban. Dijo a sus discípulos: «Estos
pequeños que maman son semejantes a los que entran en el Reino». Ellos le
dijeron: «Entonces, si nos volvemos pequeños, ¿entraremos en el Reino?». Jesús les
dijo: «Cuando hagáis de dos uno, y cuando hagáis lo que está dentro como lo que
está fuera y lo que está fuera como lo que está dentro, y lo que está arriba como lo
que está abajo, y cuando hagáis, el macho con la hembra, una sola cosa, de modo
que el macho no sea macho ni la hembra sea hembra, cuando hagáis ojos en lugar
de un ojo y una mano en lugar de una mano y un pie en lugar de un pie, una
imagen en lugar de una imagen, entonces entraréis [en el Reino]».

LOGION 23

Jesús ha dicho: «Os escogeré uno entre mil y dos entre dos mil, y ellos
permanecerán siendo uno solo».

LOGION 24

Sus discípulos dijeron: «Haznos conocer el lugar donde tú estás, porque es


una necesidad para nosotros que lo busquemos». Él les dijo: «¡El que tenga oídos,
que oiga! Hay luz en el interior de un hombre de luz, y él ilumina el mundo entero.
Si no lo ilumina, son las tinieblas».

LOGION 25

Jesús ha dicho: «Ama a tu hermano como a tu alma; cuida de él como de la


niña de tus ojos».

LOGION 26

Jesús ha dicho: «La paja que está en el ojo de tu hermano, la ves, pero la viga
que está en tu ojo, no la ves. Cuando hayas arrancado la viga de tu ojo, entonces
verás arrancar la paja del ojo de tu hermano».

LOGION 27

Jesús ha dicho: «Si no ayunáis del mundo, no encontraréis el Reino; si no


celebráis el sábado como sábado, no veréis al Padre».

LOGION 28

Jesús ha dicho: «Yo me he posado en medio del mundo y me he revelado a


ellos en la carne. Los he encontrado a todos ebrios, no he encontrado a uno solo
entre ellos que tuviera sed, y mi alma ha sentido pena por los hijos de los hombres,
porque están ciegos en su corazón y no ven que han venido al mundo estando
vacíos. Pero ahora están ebrios. Cuando hayan arrojado su vino, entonces se
arrepentirán».

LOGION 29

Jesús ha dicho: «Si la carne ha sido a causa del espíritu, es una maravilla.
Pero si el espíritu [ha sido] a causa del cuerpo, es una maravilla de las maravillas.
Pero yo me maravillo de esto: cómo [esta] gran riqueza se ha puesto en esta
pobreza».

LOGION 30

Jesús ha dicho: «Allí donde hay tres dioses, son dioses; allí donde hay dos o
uno, yo estoy con él».

LOGION 31

Jesús ha dicho: «Ningún profeta es recibido en su tierra. Un médico no cura


a quienes le conocen».

LOGION 32

«Una ciudad construida sobre una alta montaña [y] fortificada, no es posible
que se caiga, y tampoco podrá ser escondida».

LOGION 33

Jesús ha dicho: «Lo que oigas en tu oreja [y] en la otra oreja, proclámalo
sobre vuestros techos. Nadie, en efecto, enciende una lámpara para ponerla bajo el
celemín ni la pone en un lugar escondido; sino que la pone sobre el candelero, a fin
de que cualquiera que entre o que salga vea su luz».

LOGION 34

Jesús ha dicho: «Si un ciego conduce a un ciego, los dos caen a una fosa».

LOGION 35
Jesús ha dicho: «No es posible que alguno entre en la casa del fuerte y la
tome por la violencia, a menos que le ate las manos; entonces revolverá su casa».

LOGION 36

Jesús ha dicho: «No os preocupéis de la mañana a la noche y de la noche a la


mañana por lo que vestiréis».

LOGION 37

Sus discípulos dijeron: «¿En qué día te revelarás a nosotros y en qué día te
veremos?». Jesús dijo: «Cuando depongáis vuestra vergüenza, cuando toméis
vuestros vestidos, los pongáis bajo vuestros pies como los niños pequeños y los
pisoteéis, entonces [veréis] al hijo de Aquel que está vivo y no temeréis».

LOGION 38

Jesús ha dicho: «Muchas veces habéis deseado oír estas palabras que os
digo, y no tenéis a ningún otro de quien oírlas. Días llegarán en que me buscaréis y
no me encontraréis».

LOGION 39

Jesús ha dicho: «Los fariseos y los escribas han recibido las llaves de la
gnosis [y] la han ocultado. Ellos no han entrado y, a los que querían entrar, no les
han dejado [entrar]. Pero vosotros, sed astutos como las serpientes y cándidos
como las palomas».

LOGION 40

Jesús ha dicho: «Una cepa de viña ha sido plantada fuera del Padre y, como
no se ha fortalecido, será arrancada con su raíz y perecerá».

LOGION 41

Jesús ha dicho: «A aquel que tiene en su mano, se le dará, y, a aquel que no


tiene, hasta lo poco que tenga le será quitado».

LOGION 42

Jesús ha dicho: «Sed transeúntes».


LOGION 43

Sus discípulos le dijeron: «¿Quién eres tú, que nos dices esto?». Jesús les
dijo: «Según lo que os digo, ¿no sabéis quién soy? Pero os habéis vuelto como los
judíos, que aman el árbol [y] aborrecen su fruto, y aman el fruto [y] aborrecen el
árbol».

LOGION 44

Jesús ha dicho: «El que haya blasfemado contra el Padre, se le perdonará; el


que haya blasfemado contra el Hijo, se le perdonará; pero el que haya blasfemado
contra el Espíritu Santo, no se le perdonará, ni en la tierra ni en el cielo».

LOGION 45

Jesús ha dicho: «No se recogen uvas de las espinas ni se cogen higos de la


zarza: no dan frutos, en efecto. [Un] hombre bueno produce una buena cosa de su
tesoro; un hombre malo produce cosas malas de su tesoro malo que está en su
corazón, y él dice cosas malas, porque de la sobreabundancia del corazón él
produce malas cosas».

LOGION 46

Jesús ha dicho: «Desde Adán hasta Juan el Bautista, no ha habido, entre los
nacidos de mujer, nadie más elevado que Juan el Bautista, tanto que sus ojos no
serán destruidos. Pero yo he dicho: “Aquel de entre vosotros que se haga pequeño
conocerá el Reino y será más elevado que Juan”».

LOGION 47

Jesús ha dicho: «No le es posible a un hombre montar dos caballos, tirar con
dos arcos, y no le es posible a un servidor servir a dos amos: o bien honrará a uno y
ofenderá al otro. Ningún hombre bebe vino viejo y no desea enseguida beber vino
nuevo. Y no se vierte vino nuevo en odres viejos, por temor a que se desgarren, y
no se vierte vino nuevo en otro viejo por temor a que lo estropee. No se cose un
remiendo viejo en un vestido nuevo, porque se producirá un rasgón».

LOGION 48

Jesús ha dicho: «Si dos hacen las paces en esta misma casa, dirán a la
montaña: Desplázate, y ella se desplazará».
LOGION 49

Jesús ha dicho: «Dichosos los solitarios y [los] elegidos, porque encontraréis


el Reino, pues habéis [salido] de él [y] de nuevo volveréis a él».

LOGION 50

Jesús ha dicho: «Si os dicen: “¿De dónde habéis nacido?”, decidles: “Hemos
nacido de la luz, allí donde la luz ha nacido de sí misma, ella [se ha levantado] y se
ha revelado en su imagen”. Si os preguntan: “¿Quiénes sois?”, decidles: “Somos
sus hijos y somos los elegidos del Padre que está vivo”. Si os preguntan: “¿Cuál es
el signo de vuestro Padre que está en vosotros?”, decidles: “Es un movimiento y un
reposo”».

LOGION 51

Sus discípulos le dijeron: «¿En qué día vendrá el mundo nuevo?». Él les dijo:
«El que vosotros esperáis ha venido, pero vosotros no le conocéis».

LOGION 52

Sus discípulos le dijeron: «Veinticuatro profetas han hablado en Israel y


todos han hablado de ti». Él les dijo: «Habéis olvidado a aquel que está vivo en
vuestra presencia y habéis hablado de los que están muertos».

LOGION 53

Sus discípulos le dijeron: «La circuncisión, ¿es útil o no?». Él les dijo: «Si
fuera útil, su padre los engendraría circuncisos de su madre. Pero la circuncisión
verdadera en espíritu ha sido útil enteramente».

LOGION 54

Jesús ha dicho: «Dichosos los pobres, porque de vosotros es el Reino de los


cielos».

LOGION 55

Jesús ha dicho: «El que no odie a su padre y a su madre no podrá ser mi


discípulo, y [el que no] odie a sus hermanos y a sus hermanas y [no] lleve su cruz
como yo no será digno de mí».
LOGION 56

Jesús ha dicho: «El que ha conocido el mundo ha encontrado un cadáver, y


el que ha encontrado un cadáver, el mundo no es digno de él».

LOGION 57

Jesús ha dicho: «El Reino del Padre se parece a un hombre que tenía una
[buena] simiente. Su enemigo vino por la noche y sembró cizaña entre la buena
semilla. El hombre no les dejó arrancar la cizaña. Él les dijo: “Por miedo a que
vengáis a arrancar la cizaña [y] arranquéis con ella el trigo; en efecto, el día de la
cosecha, las cizañas aparecerán, se arrancarán y se quemarán”».

LOGION 58

Jesús ha dicho: «Dichoso el hombre que ha sufrido: él ha encontrado la


vida».

LOGION 59

Jesús ha dicho: «Mirad hacia Aquel que está vivo, en tanto viváis, por miedo
a que muráis intentando verle sin lograr verle».

LOGION 60

Vieron a un samaritano que, llevando un cordero, entraba en Judea. Él dijo a


sus discípulos: «¿Qué [quiere hacer] éste con el cordero?». Ellos respondieron:
«Matarlo y comérselo». Él les dijo: «Mientras que esté vivo, no se lo comerá, sino
[solamente] si lo mata y se convierte en un cadáver». Ellos dijeron: «De otra forma,
no podrá hacerlo». Él les dijo: «También vosotros, buscad un sitio para vosotros en
el reposo, de modo que no os volváis cadáveres y no os coman».

LOGION 61

Jesús ha dicho: «Hay dos que reposarán sobre un lecho: uno morirá y el otro
vivirá». Salomé dijo: «¿Quién eres tú, hombre, en tanto que [hijo] de quién? Has
entrado en mi lecho y has comido a mi mesa». Jesús le dijo: «Yo soy el que
proviene de Aquel que es igual; me han sido dadas las cosas de mi Padre». Salomé
dijo: «Yo soy tu discípula». Jesús le dijo: «Por eso yo digo: “Cuando él sea igual,
estará lleno de luz, pero, cuando sea separado, será lleno de tinieblas”».
LOGION 62

Jesús ha dicho: «Yo digo misterios a [los que son dignos de mis misterios].
Lo que haga tu mano derecha, que no lo sepa tu mano izquierda que lo ha hecho».

LOGION 63

Jesús ha dicho: «Había un hombre rico que tenía mucho dinero. Él dijo:
“Emplearé mi dinero en sembrar, cosechar, plantar, llenar mis graneros de frutos,
de modo que nada me falte”. He aquí lo que él pensaba en su corazón y aquella
noche murió. ¡Que el que tenga oídos, oiga!».

LOGION 64

Jesús ha dicho: «Un hombre tenía invitados y, cuando hubo preparado la


comida, envió a su servidor para avisar a los invitados. Éste fue al primero [y] le
dijo: “Mi amo te invita”. [El otro] dijo: “Tengo que cobrar dinero a algunos
comerciantes; tienen que venir a mi casa esta noche [y] yo iré a darles mis órdenes.
Me excuso para la comida”. Fue el siervo a otro y le dijo: “Mi amo te ha invitado”.
Éste le contestó: “He comprado una casa y se me pide un día; no estaré
disponible”. Fue a otro [y] le dijo: “Mi amo te invita”. Éste le dijo: “Mi amigo se va
a casar y yo seré quien prepare la comida, no podré ir. Me excuso para la comida”.
Fue a otro y le dijo: “Mi amo te invita”. Éste le dijo: “He comprado una granja, voy
a ir allá para cobrar las rentas. No podré ir, me excuso”. El siervo volvió a su amo
[y] le dijo: “Los que tú has invitado a la comida se han excusado”. El amo dijo a su
siervo: “Sal a los caminos; a aquellos que encuentres, tráelos para que coman”. Los
compradores y los mercaderes no [entrarán] en los lugares de mi Padre».

LOGION 65

Él ha dicho: «Un hombre honrado tenía una viña; la dio a algunos obreros
para que la trabajasen [y] recibir de ellos el fruto. Envió a su siervo para que los
obreros le entregasen el fruto de la viña. Éstos se apoderaron del sirviente, le
golpearon y por poco le matan. El siervo se fue y lo dijo a su amo. El amo dijo:
“Quizá no le han conocido”. Envió a otro siervo; los obreros también le golpearon.
Entonces el amo envió a su hijo. Dijo: “Quizá tengan respeto a mi hijo”. Aquellos
obreros, cuando supieron que era el heredero de la viña, lo agarraron [y] lo
mataron. ¡El que tenga oídos, que oiga!».

LOGION 66
Jesús ha dicho: «Hacedme conocer la piedra que han rechazado los
constructores: ella es la piedra angular».

LOGION 67

Jesús ha dicho: «Aquel que conoce el Todo, estando privado de sí mismo,


está privado del Todo».

LOGION 68

Jesús ha dicho: «Dichosos seréis cuando os odien, cuando os persigan y no


se encuentre sitio allí donde os hayan perseguido».

LOGION 69

Jesús ha dicho: «Dichosos los que son perseguidos en su corazón; éstos son
los que en verdad han conocido al Padre. Dichosos los que tienen hambre, porque
se llenará el vientre de quien lo quiera».

LOGION 70

Jesús ha dicho: «Cuando tengáis esto en vosotros, lo que tenéis os salvará. Si


no tenéis esto en vosotros, lo que no tenéis en vosotros os hará morir».

LOGION 71

Jesús ha dicho: «Derribaré [esta] casa y nadie la podrá reconstruir».

LOGION 72

[Un hombre] le [dice]: «Di a mis hermanos que repartan conmigo los bienes
de mi padre». Él le dice: «Oh, hombre, ¿quién ha hecho de mí un repartidor?». Se
volvió a sus discípulos y les dijo: «¿Soy yo, pues, un repartidor?».

LOGION 73

Jesús ha dicho: «La mies es mucha, pero los obreros son pocos. Rogad, sin
embargo, al Señor para que mande obreros para la cosecha».

LOGION 74
Él ha dicho: «Señor, hay muchos alrededor de los pozos, pero no hay nadie
en los pozos».

LOGION 75

Jesús ha dicho: «Hay muchos cerca de la puerta, pero son los aislados que
entraron en la cámara nupcial».

LOGION 76

Jesús ha dicho: «El Reino del Padre es semejante a un mercader que tenía un
fardo [y] que encontró una perla. Este mercader era prudente: vendió el fardo [y]
compró para él la perla sola. Buscad también vosotros el tesoro que siempre mora
allí donde la polilla no se acerca para comer y donde el gusano no roe».

LOGION 77

Jesús ha dicho: «Yo soy la luz que está sobre todos ellos. Yo soy el Todo: el
Todo ha salido de mí, y el Todo ha llegado a mí. Hendid la madera: yo estoy allí.
Levantad la piedra y allí me encontraréis».

LOGION 78

Jesús ha dicho: «¿Para qué habéis salido al campo? ¿Para ver una caña
agitada por el viento y para ver a un hombre llevando sobre sí delicados vestidos?
[He aquí que vuestros] reyes y vuestros grandes personajes llevan sobre sí
[vestidos] delicados, y ellos no podrán conocer la verdad».

LOGION 79

Una mujer entre la multitud le dijo: «Dichoso el vientre que te llevó y los
[pechos] que te amamantaron». Él le dijo: «Dichosos los que han escuchado la
palabra del Padre [y] la han observado en verdad. Días vendrán, en efecto, en los
que diréis: “Dichoso el vientre que no concibió y los pechos que no
amamantaron”».

LOGION 80

Jesús ha dicho: «Aquel que no ha conocido el mundo ha encontrado el


cuerpo, pero aquel que ha encontrado el cuerpo, el mundo no es digno de él».
LOGION 81

Jesús ha dicho: «El que se ha hecho rico, que pueda convertirse en rey, y que
aquel que tenga el poder, pueda renunciar».

LOGION 82

Jesús ha dicho: «El que está cerca de mí, está cerca del fuego, y el que está
lejos de mí, está lejos del Reino».

LOGION 83

Jesús ha dicho: «Las imágenes son manifestadas al hombre y la luz que está
en ellas está escondida en la imagen de la luz del Padre. Él se revelará, y su imagen
está oculta por su luz».

LOGION 84

Jesús ha dicho: «Cuando veis vuestra semejanza, os regocijáis. Pero cuando


veáis vuestras imágenes, producidas antes que vosotros, que ni mueren ni se
manifiestan, ¡qué grande [será] lo que soportaréis!».

LOGION 85

Jesús ha dicho: «Adán ha surgido de una gran potencia y de una gran


riqueza, y él no ha sido digno de vosotros; porque, si hubiera sido digno, no habría
[gustado] la muerte».

LOGION 86

Jesús ha dicho: «[Los zorros tienen sus madrigueras] y los pájaros tienen
[sus] nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene un sitio donde apoyar la cabeza [y]
descansar».

LOGION 87

Jesús ha dicho: «Miserable es el cuerpo que depende de un cuerpo, y


miserable es el alma que depende de estos dos».

LOGION 88
Jesús ha dicho: «Los ángeles vendrán hacia vosotros, así como los profetas y
ellos os darán lo que es vuestro. Y vosotros también, lo que está en vuestras manos,
dádselo, y decíos a vosotros mismos: ¿Cuál es el día en que vendrán [y] recibirán lo
que es suyo?».

LOGION 89

Jesús ha dicho: «¿Por qué no laváis el exterior de la copa? ¿No comprendéis


que el que ha hecho el interior es también el que ha hecho el exterior?».

LOGION 90

Jesús ha dicho: «Venid a mí, porque mi yugo es bueno y mi dominio es


suave, y encontraréis el descanso para vosotros».

LOGION 91

Ellos le dijeron: «Dinos quién eres, para que creamos en ti». Él les dijo:
«Conocéis la faz del cielo y de la tierra, y a aquel que está en vuestra presencia no
lo habéis conocido, y, en este momento, no sabéis conocerlo».

LOGION 92

Jesús ha dicho: «Buscad, y hallaréis, pero las cosas que me habéis


preguntado en aquellos días, y que entonces no os dije, ahora me place decíroslas,
y no me las preguntáis».

LOGION 93

Jesús ha dicho: «No echéis a los perros lo que es santo, no sea que lo arrojen
al estiércol. No echéis las perlas a los puercos, no sea que hagan […]».

LOGION 94

Jesús [ha dicho]: «El que busca, encontrará [y al que llama], se le abrirá».

LOGION 95

[Jesús ha dicho]: «Si tenéis dinero, no lo deis con usura, sino dad […] a aquel
de quien no lo recibiréis».
LOGION 96

Jesús ha dicho: «El Reino del Padre es semejante a una mujer [que] ha
tomado un poco de levadura, la ha metido en la masa [y] ha hecho grandes panes.
¡Que el que tenga oídos, oiga!».

LOGION 97

Jesús ha dicho: «El Reino del [Padre] es semejante a una mujer que lleva un
jarro lleno de harina. Cuando caminaba [por un] camino alejado, el asa del jarro se
rompió, y la harina se derramó detrás de ella por el camino. Ella no se dio cuenta y
no conoció la desgracia. Cuando llegó a su casa, dejó el jarro en el suelo y lo
encontró vacío».

LOGION 98

Jesús ha dicho: «El Reino del Padre es semejante a un hombre que quería
matar a un gran personaje. Él sacó la espada en su casa, y la hundió en el muro,
para saber si su mano sería lo [bastante] segura. Entonces mató al gran personaje».

LOGION 99

Los discípulos le dijeron: «Tus hermanos y tu madre están ahí fuera». Él les
dijo: «Estos que están aquí y hacen la voluntad de mi Padre, éstos son mis
hermanos y mi madre; son los que entrarán en el Reino de mi Padre».

LOGION 100

Mostraron a Jesús una moneda de oro y le dijeron: «La gente del César exige
tributos de nosotros». Él les dijo: «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que
es de Dios, y, lo que es mío, dádmelo a mí».

LOGION 101

Jesús ha dicho: «El que no odie a su [padre] y a su madre como yo, no podrá
ser mi discípulo. Y el que no ame a su padre y a su madre como yo, no podrá ser
mi discípulo. Porque mi madre […] pero [mi madre] verdadera, ella me ha dado la
vida».

LOGION 102
Jesús ha dicho: «Desdichados aquéllos, los fariseos, porque se parecen a un
perro que está acostado en el pesebre de los bueyes, porque ni come ni deja comer
a los bueyes».

LOGION 103

Jesús ha dicho: «Dichoso el hombre que sabe [a qué] hora [de la noche]
vendrán los ladrones, de suerte que se levantará, reunirá a su […] y se ceñirá los
riñones antes de que entren».

LOGION 104

Ellos [le] dijeron: «Ven, oremos hoy y ayunemos». Jesús dijo: «¿Cuál es el
pecado que he cometido, o en qué he sido vencido? Cuando el esposo haya salido
de la cámara nupcial, que ellos ayunen y recen».

LOGION 105

Jesús ha dicho: «El que conozca al padre y a la madre será llamado hijo de
prostituta».

LOGION 106

Cuando hagáis de dos uno, seréis hijos del hombre, y cuando digáis:
«Montaña, desplázate», ella se desplazará.

LOGION 107

Jesús ha dicho: «El Reino es semejante a un pastor que tenía cien ovejas; una
de ellas, que era la más gruesa, se perdió; el pastor dejó a las otras noventa y nueve
y buscó a aquella sola, hasta que la encontró. Después que hubo penado, dijo a la
oveja: “Te amo más que a las noventa y nueve”».

LOGION 108

Jesús ha dicho: «Aquel que beba en mi boca vendrá a ser como yo, y,
también, yo vendré a ser como él, y las cosas ocultas le serán reveladas».

LOGION 109

Jesús ha dicho: «El Reino es semejante a un hombre que tenía en su campo


un tesoro [oculto] que [él] no conocía, y [después] de que él hubo muerto, lo dejó a
su [hijo. El] hijo, que no sabía nada, tomó el campo [y] lo vendió. Y el que lo había
comprado vino y, cuando lo labraba, [encontró] el tesoro. Y empezó a dar dinero
con usura a quien quiso».

LOGION 110

Jesús ha dicho: «Que aquel que ha encontrado al mundo y se haya hecho


rico, pueda renunciar al mundo».

LOGION 111

Jesús ha dicho: «Los cielos y la tierra se desplegarán ante vosotros, y el


Viviente del Viviente no conocerá la muerte ni el temor, porque Jesús dice: Aquel
que se encuentre a sí mismo, el mundo no es digno de él».

LOGION 112

Jesús ha dicho: «Desdichada la carne que depende del alma; desdichada el


alma que depende de la carne».

LOGION 113

Sus discípulos le dijeron: «¿Qué día vendrá el Reino?». Jesús dijo: «No
vendrá con una espera. No se dirá: “Helo aquí”, o: “Helo allí”, sino que el Reino
del Padre está extendido por sobre la tierra y los hombres no lo ven».

LOGION 114

Simón Pedro le dijo: «Que María salga de entre nosotros, porque las mujeres
no son dignas de la Vida». Jesús dijo: «He aquí que yo la guiaré a fin de que ella se
vuelva varón, para que venga a ser, también, un espíritu viviente semejante a
vosotros, varones. Porque toda mujer que se haga varón entrará en el Reino de los
cielos».
EL EVANGELIO DE VERDAD
El Evangelio de Verdad nos presenta otro tipo de texto surgido de la gnosis
valentiniana del siglo II, cuando las tradiciones gnóstica y cristiana estaban
íntimamente ligadas. A propósito de esta secta, escribía Ireneo, hacia el año 180, en
su obra Adversus Haereses (III, 11, 9): «Ellos [los valentinianos] han llegado a tener
una tal audacia que titulan Evangelio de Verdad una obra recientemente
compuesta por ellos. Ésta no se acuerda en nada con los Evangelios de los
apóstoles. Así que ni siquiera el Evangelio escapa a las blasfemias de esta gente…».

Es cierto que un escrito de esta clase tiene muy poco que ver con la
literatura cristiana habitual. Resulta, sin embargo, interesante de conocer por su
aspecto documental y por su contenido, que, a pesar de su difícil vocabulario, no
carece de grandeza.

Presentamos aquí unos extractos del principio y del final del Evangelio de
Verdad. El principio del Evangelio corresponde a los folios VIII, IX (anverso y
reverso) y X (anverso) del Códex de Jung y a las divisiones I, II, III, V, VI de H. M.
Schenke. El final corresponde a los folios XX (reverso), XXI (anverso y reverso) y
XXII (anverso) y a las divisiones XXV, XXVI, XXVII. Las subdivisiones en
parágrafo son añadidas.
EVANGELIO DE VERDAD

(Extractos)

Comienzo del Evangelio de Verdad

El Evangelio de Verdad es alegría para quienes han recibido la gracia de


parte del Padre de la Verdad, que hace de manera que le conozcan por la potencia
del Verbo, Él, que ha venido del Pleroma [11], Él, que es inmanente al pensamiento y
a la inteligencia del Padre, que es proclamado Salvador; porque es el nombre de la
obra, que debe cumplir para la salvación de los que ignoran al Padre, puesto que el
nombre […] de Evangelio es la manifestación de la esperanza, descubierta por los
que la buscan. En efecto, el Todo ha estado a la búsqueda de Aquel del que ha
salido, y el Todo estaba en Él, el Inalcanzable, el Impensable, el Incomprensible,
porque la ignorancia del Padre ha producido la angustia y el temor. La angustia se
ha espesado como una bruma, de manera que nadie podía ver; es porque el Error
se ha afirmado. Ella ha fabricado su materia en el Vacío, no conociendo la Verdad.
Vino a una obra, esforzándose en dar forma de belleza al equivalente de la Verdad.
Esto no era una humillación para el Inalcanzable, el Impensable, porque no era
nada, la Angustia y el Olvido y esta obra de mentira, porque la Verdad es estable,
inalterable, inquebrantable perfectamente bella.

Siendo así sin raíz, estaba en una bruma respecto al Padre, mientras que
preparaba obras y herramientas y temores, a fin de aportar gracia a los del medio y
aprisionarlos. El olvido del Error no ha sido manifestado. No es como […] junto al
Padre. El Olvido no existía en el Padre, aunque se hubiese producido a causa de Él.
Por el contrario, lo que se ha producido en Él es la Gnosis, ella, que ha sido
manifestada, a fin de que el Olvido fuese abolido y el Padre fuese conocido. Es
porque el Olvido ha tenido lugar por lo que el Padre no ha sido conocido;
entonces, si se conoce al Padre, el Olvido ya no se producirá.

Ahí está el Evangelio de Aquel que se busca, que ha sido manifestado a los
perfectos, gracias a las misericordias del Padre. Misterio oculto, por el cual Jesús el
Cristo ha iluminado a los que se encuentran en la oscuridad a causa del Olvido. Él
los ha iluminado, les ha mostrado un camino; ahora bien, es la Verdad la que les ha
enseñado el camino. A causa de esto, el Error se ha irritado contra Él, lo ha
perseguido, lo ha maltratado, lo ha aniquilado. Lo clavaron a un madero, se
convirtió en Fruto de la Gnosis del Padre; no ha sido una causa de perdición para
los que han comido de Él. Por el contrario, para los que han comido de Él ha sido
una causa de alegría a causa del descubrimiento, Él los ha descubierto en Sí y ellos
lo han descubierto en ellos, el Inalcanzable e Impensable, el Padre perfecto, que ha
hecho el Todo, en quien es el Todo y de quien el Todo tiene necesidad; puesto que
Él retiene su perfección en Sí, la cual no ha dado al Todo. No es que el Padre esté
celoso; ¿qué celo podría existir entre Él y Sus miembros?…

Él ha sido revelado en el corazón de ellos, el Libro viviente de los Vivientes,


que está escrito en el Pensamiento y la Inteligencia del Padre, y que se encuentra
desde antes de la fundación del Todo en Su Incomprensibilidad, Él, a quien nadie
podría aprehender, puesto que está reservado a aquel que Le aprehenderá y que
será crucificado. Nadie de los que han creído en la salvación ha sido formado, en
tanto que ese Libro no apareciese. Es por esto por lo que el misericordioso, el fiel
Jesús tuvo paciencia, aceptando los golpes, hasta que hubo cogido ese Libro,
puesto que Él sabe que su muerte será vida para algunos. Lo mismo que, en un
testamento que todavía no ha sido abierto, está oculta la fortuna del dueño de la
casa fallecido, así el Todo estaba oculto en tanto el Padre era invisible, el No-
engendrado, Aquel de quien provienen todos los espacios.

Es por esto por lo que ha aparecido Jesús; Él ha revestido ese Libro. Él fue
clavado a un madero; inscribió la disposición del Padre sobre la Cruz. ¡Oh, la gran
enseñanza! Hasta la muerte, Él se ha humillado, y la vida (eterna) lo reviste.
Después de ser despojado de los andrajos perecederos, se revistió de la
Incorruptibilidad, algo que nadie puede quitarle…

Fin del Evangelio de Verdad

Nos conviene, pues, reflexionar, ante todo, sobre esto: ¿qué es el Nombre?
Éste es el Nombre auténtico, es en efecto el nombre que viene del Padre, porque es
Su Nombre propio. Él no ha recibido el Nombre como los otros, a título de
préstamo, según el modo particular según el cual cada uno de ellos es producido.
Por el contrario, éste es el Nombre propio; no hay ningún otro a quien Él lo haya
dado. Pero es innombrable, indecible, hasta el momento en que este perfecto lo ha
expresado solo, y es Él quien tenía el poder de proclamar Su Nombre y de verlo.
Por tanto, cuando a Él le ha placido que Su Nombre se convierta en Su Hijo
bienamado, Él se lo ha dado. Aquel que ha salido de la profundidad ha
proclamado lo que estaba oculto, sabiendo que el Padre está por encima de la
Bondad. Es por esto por lo que Él lo ha enviado, a fin de que hablase del lugar y de
su reposo, de donde Él ha salido y que Él glorifique el Pleroma, la grandeza de Su
Nombre y la dulzura del Padre.

Cada uno hablará del lugar de donde ha venido y regresará rápidamente a


la región donde ha recibido su ser esencial, y dejará este lugar donde permanecía,
tomando gusto a aquel lugar, siendo alimentado y creciendo allí. Y su lugar de
reposo es el Pleroma. Así, todas las emanaciones del Padre son Pleromas, todas las
emanaciones tienen su raíz en Aquel que las ha hecho crecer todas en Él. Él les ha
dado su destino; han sido, pues, manifestadas individualmente, a fin de que ellas
[…] [en] su pensamiento. Porque el lugar hasta donde ellas extienden su
pensamiento y su raíz, que las ha elevado hasta el cielo en todas las alturas hacia el
Padre, hasta Su cabeza, que es para ellas el reposo. Y ellas se quedan allí, cerca de
Él, de suerte que dicen que han participado en abrazos en Su faz. Por otra parte,
ellas no han sido manifestadas como si se hubiesen elevado por sí mismas. Y no
han sido privadas de la gloria del Padre, ni Le conciben como pequeño o duro o
irascible, sino como absolutamente bueno, inquebrantable, dulce, conocedor de
todos los lugares antes de que ellos sean y no necesitando ser instruido.

Así son los que tienen algo de arriba cerca de la Grandeza inconmensurable,
mientras que ellos tienden hacia este Único y perfecto que está allí para ellos. Y
ellos no descienden al Hades. No hay para ellos ni envidia, ni gemidos, ni muerte,
sino que ellos descansan en Aquel que descansa en sí, sin penar ni dar vueltas,
turbados, en torno a la Verdad. Pero ellos mismos son la Verdad, y el Padre está en
ellos y ellos están en el Padre, siendo perfectos, indivisibles en este ser
auténticamente bueno. No carecen de nada en nada, sino que descansan
refrescados por el espíritu. Y percibirán su raíz, gozarán a gusto de sí mismos, es
en ellos donde Él encontrará Su raíz y no habrá pérdida para Su alma. Tal es el
lugar de los bienaventurados, tal es su lugar.

En cuanto al resto, que ellos sepan en su lugar que no puedo decir otra cosa,
después de haber estado en el Lugar del Reposo. Pero es allí donde estaré, para
consagrarme en todo tiempo al Padre de Todo y a los verdaderos hermanos sobre
los que el amor del Padre se expande, y en medio de éstos no hay ninguna
deficiencia. Son los que se manifiestan en verdad en esta Vida verdadera y eterna y
explican la Luz, la que es perfecta y llena de la semilla del Padre, y lo que está en
su corazón y en el Pleroma, mientras que se regocija Su Espíritu y glorifica a Aquél
en quien Él es, porque Él es bueno. Y ellos son perfectos, Sus hijos, y son dignos de
Su Nombre, porque son hijos que Él ama, Él, el Padre.
EL EVANGELIO SEGÚN FELIPE
Más que como un evangelio, el Evangelio según Felipe se presenta como un
tratado en el que el autor desarrolla una enseñanza esotérica. No contiene más que
unas pocas referencias directas a palabras o hechos de Jesús y resulta difícil
encontrar en este relato un plan preciso. Algunos autores, por otra parte, han
propuesto una división del texto en sentencias, pensando que se trataba de una
colección semejante al Evangelio de Tomás. En efecto, especialistas como J.E.
Ménard, de cuya traducción hemos tomado nuestro extracto, disciernen en el
conjunto una evolución, en el curso de la cual la presencia de la gnosis se revela
progresivamente.

La obra es más netamente gnóstica que el Evangelio según Tomás, aun


situándose en la tradición cristiana. Sin duda es originaria de los medios gnósticos
valentinianos de mediados del siglo II. Hemos elegido los extractos por el interés
intrínseco de su contenido —algunas fórmulas son dignas de las palabras
evangélicas y han salido tal vez de logion apócrifos— y no en función de la
problemática que se desarrolla a todo lo largo de la obra (hemos conservado, sin
embargo, el final, que da una idea del desarrollo del lenguaje gnóstico aplicado al
cristianismo).

Los números de las frases citadas corresponden a la división del Evangelio


según Felipe en 127 sentencias elaboradas por H.M. Schenke. No todos los eruditos
están de acuerdo sobre semejante división.
EL EVANGELIO SEGÚN FELIPE

(Extractos)

3. Los que heredan de lo que está muerto son ellos mismos muertos y
heredan de lo que está muerto. Los que están muertos no heredan de nada. Porque
¿cómo podría heredar un muerto? Lo que está muerto, si hereda de lo que está
vivo, no morirá. Pero el que estaba muerto sobrevivirá.

4. Un pagano no muere, porque nunca ha vivido, para que pueda morir. El


que ha creído la verdad ha vivido, y éste corre el peligro de morir, porque vive.

5. Desde el día en que vino el Cristo, el mundo está creado, las ciudades
están adornadas, lo que está muerto es rechazado.

6. Cuando éramos hebreos, éramos huérfanos; no teníamos más que a


nuestra madre; pero cuando nos hemos vuelto cristianos, hubo para nosotros un
padre y una madre.

21. Los que dicen que el Señor ha muerto primeramente y que ha resucitado
se equivocan, porque ha resucitado antes y ha muerto. Si alguien no adquiere la
resurrección primeramente, no morirá, porque, tan verdad como que Dios vive,
estaría ya muerto.

22. No se oculta un objeto de gran valor en un gran vaso, pero, a menudo,


sumas incalculables son colocadas en un vaso del valor de un as. Lo mismo ocurre
con el alma. Ella es un objeto precioso; ella se ha encontrado en un objeto
despreciable.

23. Hay quienes temen resucitar desnudos. Es porque quieren resucitar en la


carne, y no saben que, quienes llevan la carne, éstos están desnudos. Para los que
se despojen hasta el punto de quedarse desnudos, éstos no están desnudos. No hay
carne ni sangre que pueda heredar del Reino de Dios. ¿Cuál es la que no heredará?
La que nosotros hemos revestido. Pero ¿cuál es la que heredará? La del Cristo y su
sangre. Es por lo que él ha dicho: «Quien no coma mi carne ni beba mi sangre no
tendrá vida en él». ¿Qué es su carne? Su carne es el Logos, y su sangre, el Espíritu
Santo. El que las ha recibido tiene un alimento y una bebida y un vestido. En
cuanto a mí, yo censuro a los otros, a los que dicen que ella no resucitará. Ahora
bien, los dos están en decadencia. Tú dices que la carne no resucitará. Pero dime
quién resucitará, ¿para qué te veneramos? Tú dices que el espíritu está en la carne
y también hay esta luz en la carne; el Logos es este otro que está en la carne.
Porque lo que tú digas, tú no dices nada fuera de la carne. Es preciso resucitar en
esta carne, porque todo está en ella. En este mundo, los que se revisten de las
vestiduras son superiores a las vestiduras. En el Reino de los cielos, las vestiduras
son superiores a los que las han vestido en un agua y un fuego que purifican todo
el lugar.

25. El que está manifiesto, lo es gracias a lo que está manifiesto; lo que está
oculto, gracias a lo que está oculto. Hay ciertas cosas ocultas que lo son gracias a
cosas manifiestas, hay un agua en un agua, un fuego en una unción.

48. La perla, si es arrojada al lodo, no tiene menos valor, y, si se la unta de


bálsamo, no adquirirá más valor, sino que ella tiene siempre el mismo valor para
su propietario. Lo mismo ocurre con los hijos de Dios; estén donde estén,
conservan siempre su valor ante el Padre.

49. Si tú dices: «Yo soy un judío», nadie se conmoverá. Si tú dices: «Yo soy
un griego, un bárbaro, un esclavo, un hombre libre», nadie se turbará. Si tú dices:
«Yo soy un cristiano», todos temblarán. Me puede ocurrir recibir este signo, que los
Arcontes no podrán soportar, es decir, este Nombre.

61. Entre los espíritus impuros, los hay masculinos y los hay femeninos. Los
masculinos son los que se unen a las almas que habitan en un cuerpo de mujer, y
los femeninos son los que se unen a las que están en un cuerpo de hombre, porque
él está separado. Y nadie se les podrá escapar, cuando los tienen, a menos que
reciba una potencia de hombre y de mujer, es decir, del novio y de la novia. Ahora
bien, se la recibe en la cámara nupcial en imagen. Cuando las mujeres necias ven a
un hombre sentado solo, saltan sobre él, retozan con él y lo deshonran. Del mismo
modo, los hombres necios, si ven a una bonita mujer sentada sola, la convencen y
le hacen violencia, porque quieren deshonrarla. Pero si ellos ven al hombre y a la
mujer sentados juntos, las mujeres no pueden ir hacia el hombre, ni los hombres
pueden ir hacia la mujer. Es lo mismo si la imagen y el ángel se uniesen el uno con
el otro, y nadie podrá atreverse a ir hacia el hombre o hacia la mujer. El que sale
del mundo no puede ser retenido, porque ha estado en el mundo. Es manifiesto
que está elevado por encima del deseo de la muerte y del temor. Es dueño de la
naturaleza, es superior a los celos. Si ellos ven a éste, lo tienen, lo ahogan, ¿y cómo
podrá él huir de estos deseos, de estos temores? ¿Cómo podrá ocultarse de ellos? A
menudo hay personas que vienen y dicen: «Nosotros somos creyentes», a fin de
que escapen a los espíritus impuros y a los demonios. Porque, si ellos tuviesen al
Espíritu Santo, no habría espíritu impuro que se pegase a ellos.
62. No temas a la carne ni tampoco la ames. Si la temes, ella te dominará. Si
la amas, ella te devorará y te estrangulará.

63. O se está en este mundo, o se está en la resurrección o en los lugares de


en medio. Que no me ocurra ser entregado en ellos. En este mundo, hay de bueno
y de malo. Lo que es bueno no es bueno y lo que es malo no es malo. Pero hay algo
de malo en este mundo que es verdaderamente malo, que se llama el medio; es la
muerte. Mientras que estamos en este mundo, nos conviene adquirir la
resurrección, a fin de que, si nos despojamos de la carne, seamos encontrados en el
reposo y no erremos por el medio. Porque hay muchos que se pierden en el
camino. Es bueno, en efecto, remontarse del mundo, antes de que el hombre haya
pecado.

110. El que posee la gnosis de la Verdad es libre. Pero el hombre libre no


peca. Porque el que comete pecado es esclavo del pecado. La madre es la Verdad, y
la Gnosis, la unión [la seguridad]. Aquellos a quienes no les está permitido pecar,
el conocimiento de la Verdad levanta sus corazones, es decir, ella los hace libres y
los levanta por encima de todo el lugar. Pero el amor edifica. Ahora bien, él ha
venido a ser libre, por la Gnosis es esclavo por amor de los que todavía no han
podido levantarse hacia la libertad de la Gnosis. Y la Gnosis los hace capaces,
porque ella les permite hacerse libres. El amor no toma nada. ¿Cómo podría tomar
ninguna cosa? Todo le pertenece. Él no dice: éste es el mío, o aquél es el mío, sino
que dice: esto es tuyo.

111. El amor espiritual es vino y bálsamo. De él gozan todos los que sean
ungidos con él. De él gozan también los que se mantienen fuera de ellos, tanto
como se mantienen cerca de ellos los consagrados. Los que son ungidos con el
aceite, si se alejan de ellos y se van, los que no son ungidos, solamente cuando se
mantienen lejos de ellos, permanecen todavía en su mal olor. El samaritano no da
otra cosa al herido más que vino y aceite. Esto no es otra cosa que la unción, y él ha
curado las heridas, porque el amor cubre una multitud de faltas.

112. Es al que la mujer ama al que se parecen los que engendrará. Cuando es
su marido, se parecen a su marido. Cuando es un adúltero, se parecen al adúltero.
A menudo, cuando una mujer se acuesta con su marido por necesidad, pero su
corazón está junto al adúltero, con el que ella se une habitualmente, el que ella
engendre lo engendra parecido al adúltero. Pero vosotros, que estáis con el hijo de
Dios, no amáis al mundo, sino que amáis al Señor, para que los que vosotros
engendráis no se parezcan al mundo, sino que se parezcan al Señor.
124. Ahora tenemos lo que es revelado de la Creación. Decimos que son las
cosas poderosas las que son respetables, y que las cosas ocultas son cosas débiles,
despreciables. Pero las que están ocultas son fuertes y estimables. Ahora bien, los
misterios de la Verdad son manifestados bajo la forma de tipos y de imágenes.

125. Ahora bien, la cámara nupcial está oculta. Es el Santo en el Santo. El


velo, en efecto, disimulaba primeramente de qué manera Dios gobernaba a la
criatura. Pero cuando el velo se desgarre y el interior sea manifestado, entonces se
abandonará esta casa desierta, ¡más todavía!, se la destruirá. Pero la divinidad
entera no huirá de estos lugares en el Santo de los Santos, porque ella no podrá
unirse a la Luz sin mezcla y al Pleroma sin deficiencia, sino que estará bajo las alas
de la Cruz y bajo sus brazos. Esta arca será para ella una salvación, cuando el
diluvio de las aguas los retendrá. Si algunos están en la tribu del sacerdocio,
podrán entrar en el interior del velo con el Sumo Sacerdote. Es por esto por lo que
el velo no se ha desgarrado solamente de arriba, ni se ha desgarrado solamente por
abajo, puesto que no se habría manifestado más que a los de abajo. Sino que se ha
desgarrado de arriba abajo. Lo alto se ha abierto para nosotros, que estamos abajo,
a fin de que entremos en el secreto de la Verdad. Esto es verdaderamente lo que es
estimable, lo que es poderoso. Pero nosotros penetramos la gracia a tipos
despreciables y a cosas débiles. Son despreciables, en efecto, frente a la gloria
perfecta. Hay una gloria que sobrepasa la potencia. Es por lo que la perfección se
nos ha abierto con el secreto de la Verdad, y el Santo de los Santos se ha
manifestado y la cámara nupcial nos ha invitado al interior. En tanto que esto está
oculto, la maldad lo vuelve en efecto inactivo, y ella no ha sido alejada del medio
de la simiente del Espíritu Santo; son los servidores del mal. Pero cuando esto se
manifieste, entonces la Luz perfecta se expandirá sobre cada uno, y todos los que
se encuentren en ella recibirán la unción. Entonces, los esclavos serán libres y los
prisioneros serán salvados.

126. Toda planta que mi Padre, que está en los cielos, no haya plantado, será
desarraigada. Los que están separados serán acoplados y serán llenos. Todos los
que entren en la cámara nupcial encenderán la Luz, porque ellos no engendran
como los matrimonios que nosotros no vemos, porque están en la noche. La Luz
brilla en la noche, ella se apaga. Pero los misterios de este matrimonio se cumplen
de Día a la Luz. Este Día o su Luz no se extingue.

127. Si alguno viene a ser hijo de la cámara nupcial, recibirá la Luz. Si


alguno no la recibe, mientras que él esté en estos lugares, no podrá recibirla en otro
lugar. El que reciba esta Luz no podrá ser visto ni asido, y nadie podrá afligir a un
tal hombre, ni aunque esté en el mundo, y tampoco cuando deje el mundo. Él ya ha
recibido la verdad en las imágenes. El mundo ha devenido Eón [12], porque el Eón es
para él Pleroma. Y él lo es de esta manera: él le es manifestado a él solo; no está
oculto en las tinieblas ni en la noche, sino que está disimulado en un Día perfecto y
en una Luz santa.
ANEXOS
PALABRAS DE JESÚS PROVENIENTES DE LOS MANUSCRITOS DEL
NUEVO TESTAMENTO

El Codex Cantabrigensis (Codex D) da, a continuación de Mt., 20, 28: «Buscad


crecer partiendo de un pequeño comienzo y [si os creéis grandes] de grandes
volveos pequeños».

El manuscrito Codex Bobbiensis contiene, en Mc., 13, 37: «Todo lo que he


dicho a uno, lo he dicho a todos vosotros».

El Codex Cantabrigensis introduce en Lc., 6, en el lugar del versículo 5, que se


relaciona con el versículo 10: «El mismo día, habiendo visto a uno que trabajaba el
día del sábado, él [Jesús] le dijo: “Hombre, si tú sabes lo que haces, eres feliz; si no
lo sabes, eres maldito y transgresor de la ley”».

PALABRAS DE JESÚS PROVENIENTES DE LOS ESCRITOS DE LOS


PADRES DE LA IGLESIA Clemente Romano, Primera Epístola a los Corintios,
XLVI, 2: «Porque está escrito: Unios a los santos, porque los que se unen a los
santos serán santificados».

Epístola de Bernabé, VI, 13:

«Y el Señor dijo: “He aquí, yo hago las cosas últimas como las primeras”».

Epístola de Barnabas, VII, 11:

«Así —dijo— los que quieren verme y esperar mi Reino, tienen que asirme
por las tribulaciones y los sufrimientos».

Pseudo-Clemente Romano, Segunda Epístola a los Corintios, VIII, 6: «Después,


él dijo esto: “Guardad pura vuestra carne y vuestro sello inmaculado, a fin de que
recibamos la vida eterna”».

Pseudo-Clemente Romano, Segunda Epístola a los Corintios, XII, 2: «Y como


uno le preguntase que cuándo vendría su reino, el Señor le respondió: “Cuando los
dos sean uno, el exterior del hombre como el interior, el varón con la hembra, ni
varón ni hembra”».

Ignacio, Epístola a los Esmirniotas, III, 1:


«Él les dijo: “Tocadme y ved que no soy un espíritu sin cuerpo”».

Justino Mártir, Apologia pro Christianis I, 15:

«Jesús dijo: “He venido a llamar al arrepentimiento no a los justos, sino a los
pecadores, porque el Padre celestial quiere el arrepentimiento del pecador y no su
castigo”».

Justino Mártir, Diálogo con Trifón el Judío, XII: «La nueva ley quiere que
observéis continuamente el sábado».

Justino Mártir, Diálogo con Trifón el Judío, XLVII: «Nuestro Señor Jesucristo
ha dicho: “Por las obras en que os sorprenda, os juzgaré”».

Homilías clementinas, XII, 29:

«El profeta de la verdad ha dicho: “Es preciso que ocurran buenas cosas y,
feliz —dijo él— aquél por quien ocurran; igualmente es necesario que ocurran
malas cosas, pero desgraciado aquel por quien ocurran”».

Homilías clementinas, XIX, 20:

«Acordémonos de Nuestro Señor y Maestro, cómo El nos ha mandado


diciendo: “Guardad mis misterios para mí y los hijos de mi casa”».

Clemente de Alejandría, Stromata, I, 28, 177:

«Es, pues, con razón cómo la Escritura, queriendo que lleguemos a ser
grandes dialécticos, nos exhorta así: Sed banqueros experimentados, rechazad
ciertas cosas, pero retened lo que es bueno».

Orígenes, Commentaria in Matthaeum, XII, 2:

«Jesús dijo: “A causa de los que son débiles, yo he sido débil, y a causa de
los que tienen hambre, he tenido hambre, y a causa de los que tienen sed, yo he
tenido sed”».

Orígenes, Homilia in Jeremiam, XX, 3:

«El mismo Salvador ha dicho: “El que está cerca de mí, está cerca del fuego;
el que está lejos de mí, está lejos del Reino”».
Pseudo-Cipriano, De Aleostoribus, III:

«El Señor nos advirtió y dijo: “No contristéis al Espíritu Santo que está en
vosotros y no apaguéis la luz que ha brillado en vosotros”».

Pseudo-Cipriano, De Duobus Montibus, XIII:

«El mismo Señor nos instruye y nos exhorta en la epístola de su discípulo


Juan al pueblo: “Así, vedme en vosotros, como uno de vosotros se ve en el agua o
en un espejo”».

Efrén Syrus, Evangelii Concordantis Expositio [ed. Moesinger, Venecia, 1876,


p. 163]: «Comprad, dice [el Señor], oh hijos de Adán, con estos bienes pasajeros que
no son para vosotros, lo que está en vosotros y no pasa».

Macario Egipcio, Homilia, XII, 17:

«Pero el Señor les dijo: “¿Por qué os asombráis de los milagros? Yo os doy
una gran herencia, que el mundo entero no posee”».

Dídimo Alejandrino, De Trinitate, III, 22:

«Y Cristo diciendo: “El último día viene como un ladrón durante la noche”».

PALABRAS DE JESÚS PROVENIENTES DE LOS HECHOS APÓCRIFOS


DE LOS APÓSTOLES

Actus Petri cum Simone, capítulo X:

«Yo le he oído decir esto: “Los que están conmigo no me han


comprendido”».

Pseudo-Lino, De Passione Petri et Pauli:

«El Señor ha dicho en el misterio: “Si no hacéis la derecha como la izquierda


y la izquierda como la derecha y lo que está arriba como lo que está abajo y lo que
está delante como lo que está detrás, no conoceréis el Reino de Dios”».

Hechos de Tomás, VI:

«Así hemos sido enseñados por el Salvador, que ha dicho: “El que ha
rescatado almas [arrancándolas] de los ídolos, ése será grande en mi Reino”».

Hechos de Felipe, XXIX:

«El Señor le dijo: “Felipe, he aquí que mi cámara nupcial está dispuesta, y
feliz el que tiene su vestidura brillante, porque él es el que recibe la corona de la
alegría sobre la cabeza”».

Doctrina de Addai, XLI, 4:

«Nuestro Señor nos ha ordenado que lo que predicamos en palabras ante el


pueblo lo cumplamos en hechos ante cada uno».
PIERRE CRÉPON, nació en 1953. Ya desde muy joven se interesó por la
cultura oriental, en especial por el budismo, y en 1975 fue ordenado monje por el
maestro Taisen Deshimaru. Siguió sus enseñanzas en el dojo de París, además de
colaborar con la Asociación Zen Internacional (AZI) organizando las sesiones de
verano y ejercer como redactor jefe de la revista Zen entre 1977 y 1987.
Paralelamente, obtuvo una doble licenciatura en Arqueología y en Historia de las
Religiones. Después de la muerte del maestro Deshimaru, Crépon se convirtió en
uno de los principales responsables de la AZI, y en 1994 se instaló en Vannes
(Bretaña) donde fundó un dojo. Actualmente es maestro de la AZI en Bretaña y en
la Gendronnière, y además de compilar y presentar Los evangelios apócrifos es autor
y editor de diversas obras sobre budismo y zen.
Notas
[1]
J.-B. Duroselle, Histoire du catholicisme, París, PUF, 1967, p. 9. <<

[2]
R. Grant, La formation du Nouveau Testament, París, Seuil, 1969, p. 110. <<

[3]
S. Hutin, Les gnostiques, París, PUF, 1978, p. 8. <<

[4]
R. Grant, La formation du Nouveau Testament, París, Seuil, 1969, p. 110. <<

[5]
M. Eliade, Histoire des croyances et des idées religieuses, París, Payot, 1978,t.
2, p. 386. [Historia de las creencias y de las ideas religiosas, Barcelona, Paidós, 1999.] <<

[6]
Véase J. Doresse, Les livres secrets des gnostiques d’Egypte, París, Plon, 1958,
y H. C. Puech, Enquête de la Gnose, París, Gallimard, 1978. [En torno a la gnosis,
Madrid, Taurus, 1982.] <<

[7]
No hay por qué ver en este acto un reconocimiento implícito del Transitus
Mariae por parte de la Iglesia. La bula pontifical que definió la Asunción de la
Virgen no hace ninguna alusión a los apócrifos y se funda en la tradición de la
Iglesia. <<

[8]
R. Grant, La formation du Nouveau Testament, París, Seuil, 1967, p. 113. <<

[9]
Cf. L’Évangile selon Thomas, traducción y comentario de Philippe de
Suárez, y Jesus et la Gnose, Émile Gillabert, París, Metanoïa. <<

[10]
La Synopse des quatre évangiles, t. I, p. XI, París, Le Cerf, 1965. <<

[11]
Véase la definición de este concepto en la introducción a los evangelios
gnósticos. <<

[12]
Véase la definición de este concepto en la introducción a los evangelios
gnósticos. <<

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