Erich Fromm. La Revolucion de La Esperanza PDF
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La Revolucion De La Esperanza
Hacia una tecnología humanizada
Título original: The Revolution of Hope. Toward a Humanized Technology
INDICE
Prólogo
I. La encrucijada
II. La esperanza
1) Lo que no es la esperanza ; 2) La paradoja y la naturaleza de la esperanza; 3) La fe,;
4) La fortaleza; 5) La resurrección; 6) La esperanza mesiánica; 7) El destrozamiento
de la esperanza
Marzo de 1970
ERICH FROMM
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Erich Fromm La Revolucion De La Esperanza
PROLOGO
1
Estos títulos corresponden a las traducciones castellanas de las obras de Fromm que en inglés se llamaron —siguiendo
el mismo orden— así: Escape from Freedom (Holt, Rinehart and Winston, 1941), Man for Him-self (Holt, Rinehart and
Winston, 1947), The Sane Society (Holt, Rinehart and Winston, 1955) y The Heart of Man (Harper & Row, 1964). Los años
tanto de los libros originales en inglés como de sus versiones castellanas son los de la primera edición. Por lo demás, estos
libros serán citados en lo sucesivo por sus títulos en español [T.].
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llamo "el sistema Hombre". Espero que el lector sabrá vencer esos hábitos que hacen
pensar a base de divisiones y no hallará muy difícil acompañarme en los saltos de la
"psicología" a la "sociología" y a la "política", y viceversa.
Réstame expresar mi agradecimiento a quienes leyeron repetidas veces todo el
manuscrito y me hicieron muchas sugerencias editoriales: a Ruth Nanda Anshen, a mi
esposa y a Raymond G. Brown. Este último me prestó además un auxilio valioso en el
campo de la economía. Asimismo deseo agradecer a los editores el especial esfuerzo de su
parte que hizo posible que el libro se publicara diez semanas después de la entrega del
manuscrito.
Aún hay esperanza para todo aquel que está entre los vivos. Eclesiastés 9:4
I. LA ENCRUCIJADA
UN ESPECTRO anda al acecho entre nosotros y sólo unos pocos lo han visto con
claridad. No se trata del viejo fantasma del comunismo o del fascismo, sino de un nuevo
espectro: una sociedad completamente mecanizada, dedicada a la máxima producción y al
máximo consumo materiales y dirigida por máquinas computadoras. En el consiguiente
proceso social, el hombre mismo, bien alimentado y divertido, aunque pasivo, apagado y
poco sentimental, está siendo transformado en una parte de la maquinaria total. Con la
victoria de la nueva sociedad, el individualismo y la privacía desaparecerán, los
sentimientos hacia los demás serán dirigidos por condicionamiento psicológico y otros
expedientes de igual. índole, o por drogas, las que también proporcionarán una nueva clase
de experiencia introspectiva. Como Zbigniew Brzezinski lo indica: "En la sociedad
tecnetrónica, el rumbo al parecer lo marcará la suma del apoyo individual de millones de
ciudadanos incoordinados que caerá fácilmente dentro del radio de acción de
personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotarán de modo efectivo las técnicas
más recientes de comunicación para manipular las emociones y controlar la razón."2 Esta
nueva forma de sociedad ha sido vaticinada en la literatura de ficción por Orwell en 1984
y por Aldous Huxley en Un mundo feliz.
Quizá el aspecto más ominoso de lo anterior sea hoy que parecemos perder el
control de nuestro propio sistema. Cumplimos las decisiones que los cálculos de nuestras
computadoras elaboran para nosotros. Como seres humanos no tenemos más fines que
producir y consumir más y más. No queremos nada ni dejamos de querer algo. Las armas
nucleares amenazan con extinguirnos y la pasividad —que nuestra exclusión de las
decisiones responsables engendra—, con matarnos internamente.
¿Cómo fue que ocurrió? ¿Cómo llegó el hombre, en la cúspide de su victoria sobre
la naturaleza, a ser el prisionero de su propia creación y a estar en grave peligro de
destruirse a sí mismo?
En su búsqueda de la verdad científica, el hombre dio con el conocimiento que
podía utilizar para dominar a la naturaleza y tuvo en esto un éxito formidable. Pero el
hincapié unilateral que el hombre puso en la técnica y en el consumo material hizo que
perdiera el contacto con él mismo y con la vida. Al perder la fe religiosa y los valores
humanistas ligados a ella, se concentró en los valores técnicos y materiales y dejó de tener
la capacidad de vivir experiencias emocionales profundas y de sentir la alegría o la tristeza
2
"The Technetronic Society", Encounter, vol. XXX, núm. 1 (enero de 1968), p. 19
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que suelen acompañarlas. Las máquinas que construyó llegaron a ser tan poderosas que
desarrollaron .su propio programa, el cual determina ahora el pensamiento mismo del
hombre.
Uno de los más graves síntomas actuales de nuestro sistema es el hecho de que la
economía descansa en la producción de armas (a más del mantenimiento de todo el
complejo defensivo) y en el principio del máximo consumo. Poseemos un sistema econó-
mico que funciona bien a condición de que produzcamos cosas que nos amenazan con la
destrucción física, de que transformemos al individuo en un cabal consumidor pasivo para,
en esa forma, terminar con él, y de que hayamos creado una burocracia que haga sentirse
impotente al individuo.
¿Estamos frente a un dilema trágico e insoluble? ¿Hemos de producir gente enferma
para tener una economía sana, o existe la posibilidad de emplear nuestros recursos
materiales, nuestros inventos y nuestras computadoras al servicio de los fines del hombre?
¿Debe la mayor parte de las personas ser pasivas y dependientes a fin de tener fuertes
organizaciones que funcionen bien?
Las respuestas a estas cuestiones varían. Entre aquellos que reconocen el cambio
drástico y revolucionario que la "megamáquina" puede acarrear a la vida humana, se
cuentan los escritores que afirman que la nueva sociedad es inevitable y, por tanto, que no
tiene caso discutir sus méritos. Al tiempo que simpatizan con la nueva sociedad expresan,
no obstante, ligeros temores sobre cómo puede afectar al hombre tal como lo conocemos.
Zbigniew Brzezinski y H. Kahn encarnan esta actitud. En el extremo opuesto se halla
Jacques Ellul, quien en su obra Technological Society describe con gran fuerza a la nueva
sociedad que estamos estudiando y su influencia destructiva en el hombre, encarando el
espectro en su falta pavorosa de humanidad. Su conclusión es que la nueva sociedad no está
destinada a vencer, aunque él piensa que en términos de probabilidad no sería extraño que
ganara. Sin embargo, existe la posibilidad de que la sociedad deshumanizada no triunfe "si
un número creciente de personas llegara a percatarse plenamente de la amenaza que el
mundo tecnológico plantea a la vida personal y espiritual del hombre, y si ellas
determinaran afirmar su libertad trastrocando el curso de esta evo lución"3. La postura de
Lewis Mumford puede considerarse similar a la de Ellul. En su profundo y brillante libro,
The Myth of the Machine,4 describe la "megamáquina", comenzando con sus primeras
manifestaciones dentro de las sociedades egipcias y babilónicas. Pero la gran mayoría de
los individuos, compuesta tanto por el ciudadano medio como por el que se halla en la
cumbre de lo establecido, es la que no alcanza a ver el espectro, en contraste con aquellos
que, como los autores antes mencionados, lo reconocen bien sea con simpatía o con
horror. Esa mayoría sustenta la creencia del siglo xix, ya caduca, de que la máquina ayuda
a aligerar la carga del hombre, de que continúa siendo un medio para un fin, y no ven el
peligro de que si se deja a la tecnología seguir su propia lógica, llegará a crecer como un
cáncer, que finalmente amenazará el sistema estructurado de la vida social e individual. La
posición adoptada en este libro5 es en principio la de Mumford y Ellul. Pero difiere tal vez
en que yo veo una posibilidad algo mayor de devolver al hombre el control del sistema
social. Mis esperanzas en este respecto se basan en los siguientes factores:
1) El sistema social presente puede comprenderse mejor si se vincula el sistema
"Hombre" con el sistema entero. La naturaleza humana no es una abstracción ni un sistema
3
Edición francesa, 1954; edición norteamericana de Alfred Knopf, 1964, y de Vintage Books, 1967, p. xxx.
4
Lewis Mumford, The Myth of the Machine (Nueva York: Harcourt, Brace & World, 1966).
5
Como en El miedo a la libertad y en Psicoanálisis de la sociedad contemporánea.
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infinitamente maleable y, por ende, desdeñable desde el punto de vista dinámico, sino que
posee sus propias cualidades, leyes y alternativas específicas. El estudio del sistema
Hombre nos permite aprehender lo que hacen al hombre ciertos factores del sistema
socioeconómico y la forma en que las perturbaciones en el sistema Hombre producen
desequilibrios en todo el sistema social. Con la introducción del factor humano en el
análisis del sistema total, nos hallamos mejor preparados para comprender su mal
funcionamiento y para fijar normas que relacionen el funcionamiento económico sano del
sistema social con el bienestar óptimo de la gente que participa en él. Todo esto es válido,
por supuesto, solamente si se conviene en que el desarrollo máximo del sistema humano en
términos de su propia estructura —es decir, el bienestar humano— constituye la meta
perseguida.
2) La creciente insatisfacción con nuestra actual forma de vida, con su pasividad y
su silencioso aburrimiento, su abolición de la vida privada y su despersonalización, aunada
al ansia de una existencia dichosa y significativa, que responda a esas necesidades
especificas desarrolladas por el hombre durante los últimos milenios de su historia y que lo
hacen diferente tanto del animal como de la máquina computadora. Esta tendencia es muy
fuerte porque la clase opulenta de la población ha gustado ya de la plena satisfacción
material y ha descubierto que el paraíso del consumidor no da la felicidad que promete. (El
pobre, desde luego, no ha tenido aún oportunidad alguna de descubrirlo, excepto
observando la falta de alegría de aquellos que "poseen todo lo que un hombre podría
desear".)
Las ideologías y los conceptos han perdido mucho de su atractivo, así como los
clisés tradicionales como "izquierda" y "derecha" o "comunismo" y "capitalismo" han
perdido su significado. Los individuos buscan una nueva orientación, una nueva filosofía,
que tenga por centro la prioridad de la vida —física y espiritual— y no la prioridad de la
muerte.
Hay una polarización que va en aumento tanto en Estados Unidos como en el resto
del mundo: en un polo están los que se sienten atraídos por la fuerza, "la ley y el orden",
los métodos burocráticos y, en consecuencia, por lo opuesto a la vida; en el otro, los que
tienen un profundo anhelo de vida, de nuevas actitudes en vez de esquemas y planes ya
hechos. Este nuevo frente constituye un movimiento que combina el deseo de alterar
profundamente nuestras prácticas económicas y sociales con la modificación de nuestro
enfoque psíquico y espiritual de la vida. En su forma más general, su meta es la activación
del individuo, el reestablecimiento del control del hombre sobre el sistema social, la
humanización de la tecnología. Es un movimiento en nombre de la vida que tiene una base
tan amplia y común debido a que la amenaza a la vida es hoy no una amenaza a una clase o
a una nación, sino a todos los hombres.
Los capítulos que siguen pretenden examinar en detalle algunos de los problemas
bosquejados arriba, en particular aquellos que tienen qué ver con la relación entre la
naturaleza humana y el sistema socioeconómico.
Hay, sin embargo, un punto que debe aclararse en primer lugar. Hoy día existe una
desesperanza generalizada en cuanto a que podamos cambiar el curso tomado por la
humanidad. Esta desesperanza es principalmente de índole inconsciente, aunque
conscientemente la gente se muestre "optimista" y espere ver nuevos "progresos". El
examen de la actual situación y sus posibilidades para la esperanza estará precedido, por
consiguiente, de una exposición del fenómeno de la esperanza.
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II. LA ESPERANZA
1) Lo que no es la esperanza
La esperanza es un elemento decisivo para cualquier intento de efectuar cambios
sociales que lleven a una vivacidad, consciencia y razón mayores. Pero a menudo se mal
interpreta y se confunde la naturaleza de la esperanza con actitudes que no tienen nada qué
ver con la esperanza y que, de hecho, son lo opuesto.
¿Qué significa esperar?
¿Significa acaso, como muchos piensan, tener anhelos y deseos? De ser así,
aquellos que desean tener más y mejores automóviles, casas y artefactos eléctricos serían
individuos esperanzados. Pero no lo son. Son gente ansiosa de consumir más y de ninguna
manera gente con esperanza.
¿Se tiene esperanza cuando el objeto de ésta no es una cosa sino una vida más
plena, un estado de mayor vivacidad, una liberación del eterno hastío, o cuando se
persigue, para usar un término teológico, la salvación o, empleando uno político, la revo-
lución? A esta clase de expectación, en verdad, podría llamársele esperanza; pero no debe
hacerse así si posee la cualidad de la pasividad y de la espera, a menos que se quiera hacer
de la esperanza, en efecto, una envoltura para la resignación, una mera ideología.
Kafka ha descrito bellamente esta clase de esperanza pasiva y resignada en una
anécdota de El proceso. Un hombre llega a la puerta que conduce a la gloria (la Ley) e
implora del que la guarda que lo deje pasar. El portero le dice que por el momento no
puede admitirlo. Aunque la puerta que lleva a la Ley permanece abierta, el hombre decide
que mejor debe esperar hasta obtener el permiso para entrar. En consecuencia, toma
asiento y espera ahí durante días y años. Repetidamente pregunta si ya lo dejarán pasar,
pero siempre le responden que todavía no puede hacerlo. A lo largo de todos estos años, el
hombre estudia al portero casi sin interrupción y aprende a conocer todo de él, incluso las
pulgas de su cuello de piel. Finalmente, está viejo y próximo a la muerte. Y, entonces, por
vez primera pregunta: "¿Cómo es que en todos estos largos años nadie más que yo ha
venido a pedir que lo dejen entrar?" A lo que el portero contesta: "Nadie sino usted pudo
ganar esta puerta, dado que a usted estaba destinada. Ahora, voy a cerrarla."
El anciano estaba demasiado viejo para comprender, aunque tal vez tampoco
hubiera comprendido de haber sido más joven. Los burócratas tienen aquí la última
palabra; a la negativa de ellos, él no podía pasar. Pero si hubiera tenido algo más que esta
pasiva y expectante esperanza, él habría entrado y su valor para hacer caso omiso de los
burócratas habría constituido el acto liberador que lo habría conducido al reluciente
palacio. Muchos individuos son como el anciano de Kafka. Conciben esperanzas, pero no
les es dado actuar de acuerdo con el impulso de su corazón, y mientras los burócratas no
les permiten el paso ellos esperan y esperan.6
Esta clase de esperanza pasiva se halla estrechamente relacionada con una forma
generalizada de esperanza que podría describirse como temporal. El tiempo y el futuro
vienen a ser la categoría central de este tipo de esperanza. No se espera que ocurra nada en
el ahora sino únicamente en el momento siguiente, el día siguiente o el año venidero, y si
es bastante absurdo creer que la esperanza pueda realizarse en este mundo, se espera que
ocurra en otro. Tras esta creencia se encuentra la idolatría del "Futuro", la "Historia" y la
"Posteridad" que comenzó con hombres, como Robespierre en la Revolución Francesa, que
6
La palabra castellana esperar significa al mismo tiempo lo que waiting y hoping en inglés, y se refiere claramente a
esa clase particular de esperanza pasiva que estoy tratando de describir aquí.
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reverenciaban al futuro como a una divinidad. No hago nada, me mantengo pasivo —se
decían—, porque no soy nada ni puedo nada; pero el futuro, la proyección del tiempo,
llevará a cabo lo que yo no puedo conseguir. Este culto por el futuro, que es un aspecto
diferente del culto por el "progreso" en el pensamiento burgués moderno, constituye
precisamente la enajenación de la esperanza. En lugar de aquello que hago o llego a ser, los
ídolos del futuro y de la posteridad realizarán algo sin que yo haga nada.7
La espera pasiva es una forma disfrazada de desesperanza y de impotencia, pero
hay otra forma de desesperanza que adquiere exactamente el disfraz opuesto, a saber, el
disfraz de la frase hecha y el aventurerismo, del desprecio por la realidad y del
violentamiento de lo que no puede violentarse. Esta era la actitud de los falsos Mesías y de
los líderes del Putsch, para quienes eran dignos de desprecio todos aquellos que no
preferían, bajo cualquier circunstancia, la muerte a la derrota. En los días que corren, no es
raro ver este disfraz falsamente radical de desesperanza y nihilismo entre algunos de los
miembros más exaltados de la joven generación, quienes nos mueven a simpatía por su
arrojo y dedicación, pero no llegan a convencernos debido a su falta de realismo y de
sentido de la estrategia y, en algunos de ellos, debido a su falta de amor a la vida8.
7
La idea estalinista de que la historia decide lo correcto y lo equivocado y lo bueno y lo malo es una continuación directa
de la idolatría de Robespierre respecto de la posteridad, y el polo opuesto de la posición de Marx, quien dice que "La
historia no es nada ni hace nada. Quien es y hace es el nombre." O en las Tesis sobre Feuerbach: "La doctrina ma-
terialista de que los hombres son producto de las circunstancias y de la educación y que, por consiguiente, los hombres
que sufren alguna transformación son producto de circunstancias diferentes y de una educación de diverso tipo, olvida
que el hombre es quien transforma las circunstancias y que el educador mismo necesita educarse."
8
Tal desesperanza reluce en los trabajos de Herbert Marcuse Eros y civilización (México: Mortiz, 1965) y El hombre
unidimensional (México: Mortiz, 1968). Supone que todos los valores tradicionales, como el amor, la ternura, el interés y
la responsabilidad, poseen significación solamente para una sociedad pretecnológica. En la nueva sociedad tecnológica
—en la que no existe la represión ni la explotación— surgirá un nuevo hombre que no le tendrá miedo a nada, incluso a
la muerte, que desarrollará necesidades aún no determinadas y que dispondrá de la oportunidad de satisfacer su
"sexualidad polimorfa" (remito aquí al lector a los "Tres ensayos sobre la teoría sexual" de Freud). En una palabra, se
hace radicar el progreso final del hombre en la regresión a la vida infantil, el retorno a la felicidad del bebé harto. No
sorprende pues que Marcuse concluya en plena desesperanza: "La teoría crítica de la sociedad no posee concepto alguno
que pueda salvar el abismo entre lo presente y su futuro; sin sostener ninguna promesa ni mostrar ningún éxito,
permanece siendo negativa. Así, quiere permanecer siendo leal a aquellos que, sin esperanza, han dado y dan su vida al
Gran Rechazo." (El hombre unidimensional, p. 274.)
Lo dicho arriba prueba cuán equivocados se hallan los que atacan o ad miran a Marcuse como un líder revolucionario,
pues la revolución nunca se ha basado en la desesperanza ni podría hacerlo. Marcuse, sin embargo, no tiene siquiera
relación con la política, ya que si no le interesa lo que puede unir el presente con el futuro, no está ocupándose de
política, sea radical o de otro género. Esencialmente, Marcuse ejemplifica al intelectual enajenado que presenta su
personal desesperación como una teoría del radicalismo. Por desgracia, su falta de comprensión y, hasta cierto punto, de
conocimiento del pensamiento de Freud lo hace construir un puente con el que une en síntesis el freudismo, el
materialismo burgués y un hegelianismo falsificado en lo que para él y "radicales" semejantes parece ser la construcción
teórica más progresista. No es este el lugar para mostrar de manera detallada que se trata de una ilusión ingenua, cerebral
esencialmente irracional, fuera de la realidad y carente de amor hacia la vida.
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esperanza es débil pugnan por la comodidad o por la violencia, mientras que aquellos cuya
esperanza es fuerte ven y fomentan todos los signos de la nueva vida y están preparados en
todo momento para ayudar al advenimiento de lo que se halla en condiciones de nacer.
Entre las confusiones que existen en derredor de la esperanza, una de las más
grandes es no poder distinguir la esperanza consciente de la inconsciente. Esta es una falla
que ocurre, desde luego, en relación con otras muchas experiencias emocionales, como . la
felicidad, la angustia, la depresión, el aburrimiento o el odio. Es sorprendente que a pesar
de la popularidad de las teorías de Freud su concepto de lo inconsciente haya sido tan
escasamente aplicado a dichos fenómenos emocionales. Existen para ello, quizás, dos
razones principales. Una es que en los escritos de algunos psicoanalistas y de algunos
"filósofos del psicoanálisis" el fenómeno entero de lo inconsciente —esto es, de la
represión—se refiere a los deseos sexuales, y emplean represión —equivocadamente—
como sinónimo de supresión de los apetitos y actividades sexuales, privando así a los
descubrimientos de Freud de algunas de sus consecuencias más importantes. La segunda
razón radica probablemente en el hecho de que para las generaciones posvictorianas es
mucho menos inquietante percatarse de sus apetitos sexuales reprimidos que de
experiencias tales como la enajenación, la desesperanza o la avaricia. Para dar sólo uno de
los ejemplos más obvios: la mayor parte de la gente no reconoce sentir miedo, fastidio,
desesperanza o soledad; es decir, son inconscientes9 de tener estos sentimientos. Y por una
simple razón.
Según el patrón social, se supone que el hombre de éxito no tiene miedo ni se
siente solo o aburrido. Este mundo debe ser para él el mejor de los mundos. Por lo
mismo, a fin de estar en las mejores condiciones de promoverse debe reprimir tanto el
miedo y la duda como la depresión, el aburrimiento y la falta de esperanza.
Hay muchos individuos que se sienten conscientemente llenos de esperanza y
que inconscientemente les falta, y hay unos pocos para quienes esto es al revés. Lo
que importa en la indagación sobre la esperanza y la desesperanza no es
primordialmente lo que los individuos piensan acerca de sus sentimientos, sino lo que
verdaderamente sienten. Esto difícilmente puede saberse por sus palabras y frases,
pero puede detectarse por sus expresiones faciales, su manera de caminar, por su
capacidad de reaccionar con interés ante algo que tienen enfrente y por su falta de
fanatismo, que se revela en su aptitud para atender argumentos razonables.
El punto de vista dinámico que se aplica en este libro a los fenómenos
sociopsicológicos difiere fundamentalmente del enfoque conductista descriptivo de la
mayor parte de la investigación de L ciencia social. Lo que, desde el punto de vista
dinámico, nos interesa primariamente no es saber lo que una persona piensa o dice, o
cómo se comporta ahora. Lo que nos interesa es su estructura de carácter, esto es, la
estructura semipermanente de sus energías, las direcciones en que se canalizan y la
intensidad con la que fluyen. Si conocemos las fuerzas impulsoras que motivan la
conducta, no sólo comprenderemos la conducta presente sino que también podremos
hacer conjeturas razonables acerca de la manera en que una persona actuará
probablemente en circunstancias diferentes. Bajo el punto de vista dinámico, las "mo-
dificaciones" del pensamiento o la conducta de determinado individuo son cambios
que pueden preverse en grado muy alto de conocerse la estructura de su carácter.
Muchas cosas más podrían decirse acerca de lo que la esperanza no es. Pero
vayamos adelante y preguntemos ahora qué es. ¿Puede la esperanza ser descrita en
palabras o únicamente puede ser comunicada en un poema o una canción, en un
ademán, en una expresión facial o en un acto?
Como sucede con todas las experiencias humanas, las palabras son
9
Quiero hacer notar que hablar de "el inconsciente" es otra forma de pensar y hablar de
manera "enajenada. No" hay tal "inconsciente" como si fuera un órgano o una cosa en el espacio. Uno
puede ser consciente de" o inconsciente de" sucesos externos o internos; o sea que se trata de una función psíquica,
no de un órgano en un lugar determinado.
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Estoy en deuda con Michael Maccoby por este término de "activeness" (en vez del término usual en inglés
"activity"). De manera similar, empleo passiveness en vez de passivity cuando passiveness, o en su caso activeness,
se refiere a una actitud o estado anímicos.
En varios de mis libros he tratado el problema de la actividad y la pasividad, especialmente en relación con la orientación
productiva. Deseo, sin embargo, llamar la atención del lector hacia la excelente y profunda discusión de ambos conceptos
que se encuentra en el libro de Ernest Schachtel, Metamorfosis (México: Fondo de Cultura Económica, 1962).
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aquélla. ¿Sucede, acaso, de otra manera en el niño por nacer? Quizá no tenga
consciencia, pero su actividad está expresando su esperanza de que nacerá y que
respirará independientemente. ¿No espera el lactante el pecho de la madre? ¿Y el
infante, acaso no espera mantenerse en pie y caminar? ¿No espera el enfermo ponerse
bien, el prisionero quedar libre, el hambriento comer? ¿Es que no esperamos cuando
nos acostamos que nos levantaremos al día siguiente? ¿Hacer el amor no implica que
el varón tiene esperanza en su potencia, en su capacidad para satisfacer a su com-
pañera, y que la mujer la tiene en responderle y en satisfacerlo a su vez?
3) La fe
Cuando la esperanza fenece, la vida termina, de hecho o virtualmente. La esperanza
es un elemento intrínseco de la estructura de la vida, de la dinámica del espíritu del
hombre. Se halla estrechamente ligada a otro elemento de la estructura vital: la fe.
Esta no es una forma endeble de creencia o de conocimiento; no es fe en esto o en
aquello. La fe es la convicción acerca de lo aún no probado, el conocimiento de la
posibilidad real, la consciencia de la gestación. La fe es racional cuando se refiere al
conocimiento de lo real que todavía no nace, y se funda en esa facultad de conocer y
de aprehender que penetra la superficie de las cosas y ve el meollo. La fe, al igual que
la esperanza, no es predecir el futuro, sino la visión del presente en un estado de
gestación.
La afirmación de que la fe es certidumbre necesita una precisión. La fe es
certidumbre en la realidad de la posibilidad, pero no lo es en el sentido de una
predictibilidad indudable. El niño puede nacer muerto, puede morir durante el parto, o
bien en las primeras dos semanas. Esta es la paradoja de la fe: ser la certidumbre de lo
incierto 11. Certidumbre en cuanto visión y comprensión humanas, no en cuanto
resultado final de la realidad. No se necesita, por ende, tener fe en aquello que puede
predecirse científicamente ni en lo que es imposible. La fe se basa en nuestra
experiencia de vivir y de transformarnos. Así, la 12 fe en que los demás pueden cambiar
deriva de la experiencia de que yo puedo cambiar .
Hay una importante diferencia entre la fe racional y la fe irracional13. Mientras la fe
racional es el resultado de la propia disposición interna a la acción (activeness)
intelectiva o afectiva, la fe irracional es el sometimiento a algo dado que se admite
como verdadero sin importar si lo es o no. El elemento esencial de toda fe irracional
es su carácter pasivo, bien sea su objeto un ídolo, un líder o una ideología. Hasta el
científico necesita liberarse de la fe irracional en las ideas tradicionales para tener una
fe racional en el poder de su pensamiento creador. Una vez que su descubrimiento es
"demostrado" ya no necesita tener fe, excepto en el próximo paso que dará. En el
ámbito de las relaciones humanas, "tener fe" en una persona significa estar seguro de
su centro, esto es, de que sus actitudes fundamentales permanecerán y no cambiarán.
En el mismo sentido, podemos tener fe en nosotros mismos: no en la constancia de
nuestras opiniones, sino en nuestra orientación básica hacia la vida, en la matriz de
nuestra estructura de carácter. Semejante fe está condicionada por la experiencia de sí
mismo, por nuestra capacidad para decir "yo" legítimamente, por la sensación de
nuestra identidad.
La esperanza es el temple de ánimo que acompaña a la fe, la cual no podría
11
En hebreo la palabra "fe" (emunah) significa certidumbre. Y amen quiere decir "ciertamente".
12
La necesidad de certidumbre se analizará en el capitulo III.
13
El significado de "racional" e "irracional" se discutirá en el capitulo IV.
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4) La fortaleza
14
No es éste el lugar para abordar la cuestión de definir la vida orgánica, así como la materia inorgánica, ni la línea limítrofe
entre ambas. Es verdad que desde el punto de vista de la biología y la genética actuales, las distinciones tradicionales han
llegado a ser discutibles. Pero seria erróneo suponer que tales distinciones han perdido su validez: más que reemplazarlas, lo
que necesitan es refinamiento.
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Alimentamos nuestra pereza, nuestra avaricia o nuestro odio, o bien los dejamos
morir. Cuanto más los cultivamos, tanto más fuertes crecen; y en la medida en que los
descuidamos, se vuelven tanto más débiles.
Lo que vale para el individuo vale también para la sociedad. Esta jamás es estática:
si no crece, decae; si no trasciende el statu quo hacia lo mejor, se desvía hacia lo
peor. A menudo tenemos, la gente que conforma una sociedad o como individuos, la
ilusión de que podríamos estar quietos y no alterar la situación dada en uno u otro
sentido. Esta es una de las ilusiones más peligrosas. En el momento en que nos
detenemos, comienza la decadencia.
5 ) La resurrección
Este concepto de transformación personal o social nos permite e incluso nos obliga a
redefinir el sentido de resurrección, sin referencia alguna a sus implicaciones teológicas en
el cristianismo. Resurrección en su nueva significación —para la cual el significado
cristiano sería una de sus posibles expresiones simbólicas—no es la creación de otra
realidad después de la realidad de esta vida, sino la transformación de esta realidad
encaminada a aumentar la vida. El hombre y la sociedad resucitan a cada momento en el
acto de esperanza y de fe del aquí y el ahora. Cada acto de amor, de consciencia y de
compasión es resurrección; cada acto de pereza, de avidez y de egoísmo es muerte. La
existencia nos enfrenta en cada momento con la alternativa entre resurrección y muerte, y
en todo momento respondemos. La respuesta no consiste en aquello que decimos o
pensamos, sino en lo que somos, en el modo en que obramos, en el lugar en que nos
desenvolvemos.
6 ) La esperanza mesiánica
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7) El destrozamiento de la esperanza
17
Estos términos han sido empleados por Baeck, op. cit. Por su parte, Teilhard de Chardin en El porvenir del hombre
(Madrid: Taurus, 1967) ha intentado hacer una síntesis de dichos conceptos.
18
Ernst Bloch, en su Das Prinzip Ho//nung [El principio de la esperanza], ha retomado más que ningún otro autor el
principio profético de la esperanza en el pensamiento marxista. Asimismo, un importante número de escritores socialistas
humanistas contribuyeron en el volumen Humanismo socialista (Buenos Aires: Paidós, 1966), editado por mi. Cf.
también la edición en inglés de la publicación yugoslava Praxis y Dialogue, que edita G. Nenning, revistas
internacionales publicadas por Forum, las cuales difunden un diálogo concertado entre humanistas cristianos y no
cristianos.
El extendido criterio de que Marx tenla un punto de vista determinista respecto de la historia que afirma que era
inevitable el socialismo, no es correcto en mi opinión. Se tiene la impresión de determinismo a través de algunas
formulaciones de Marx, cuyo origen hay que buscar en su estilo exhortativo y propagandístico, el cual se entremezcla a
menudo con su estilo científico analítico. Rosa Luxemburgo, quizá la más brillante intérprete de las teorías de Marx, ha
subrayado el punto de vista alternativista en la formulación de "la alternativa entre el Socialismo y la Barbarie".
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*
En inglés whistle, el verbo que se usa aquí, significa silbar, pero en el habla coloquial significa asimismo esperar
inútilmente, una resonancia semántica que no debe haber escapado a Fromm al emplearlo [T.].
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vida, quiere destruirla, lo cual es apenas poco menos que un milagro, aunque más fácil de
realizar. No desea sino vengarse a causa de la vida que no ha vivido, y lo lleva a cabo arro-
jándose a una destructividad total, de tal modo que poco importa si destruye a los demás o
lo destruyen a é1 19.
Por lo general, la reacción destructiva provocada por la esperanza destrozada suele
encontrarse entre aquellos que, por razones económicas o sociales, se hallan excluidos de
las comodidades de la mayoría y no tienen sitio qué ocupar social o económicamente. No
es, sobre todas las cosas, la frustración económica la que conduce al odio y la violencia. Lo
que lleva a ésta y a la destructividad es la falta de esperanza de la situación, las promesas
rotas siempre repetidas. En efecto, hay pocas dudas de que los grupos que sufren tanta
privación y maltrato, que no son capaces siquiera de sentirse sin esperanza debido a que no
tienen idea de ella, son menos violentos que aquellos que ven la posibilidad de la esperanza
y, sin embargo, reconocen al mismo tiempo que las circunstancias hacen imposible su
realización. Psicológicamente hablando, la destructividad es la alternativa ante la esperanza,
justamente como la atracción por la muerte es la alternativa ante el amor a la vida, y justo
todavía como la alegría es la alternativa ante el aburrimiento.
No únicamente el individuo vive gracias a la esperanza. Las naciones y las clases
sociales viven también gracias a la esperanza, la fe y la fortaleza, y si pierden este
potencial, desaparecen, sea por falta de vitalidad o por la destructividad irracional que
desarrollan.
Debiera repararse en el hecho de que el desenvolvimiento de la esperanza o la
desesperanza en un individuo lo determina en buena medida la presencia de cualquiera de
las dos en su sociedad o clase. Por ello, si éste vive en un periodo de esperanza y fe, por
más que puedan haber destrozado su esperanza en la niñez, arderá de nuevo en él. Y, al
contrario, el individuo cuyas experiencias lo hacen estar lleno de esperanza se inclinará
frecuentemente a la depresión y a la desesperanza, si su sociedad o clase ha perdido el
espíritu de la esperanza.
Hoy día la esperanza está desapareciendo con rapidez en el mundo occidental, rapidez
que ha venido aumentando a partir del inicio de la primera Guerra Mundial, y
específicamente en Norteamérica ya desde la derrota de la Liga Antiimperialista a fines de
la centuria pasada. Como dije antes, la desesperanza se disfraza de optimismo y, en unos
pocos, de nihilismo revolucionario. Pero sea lo que fuere que un hombre piense de sí
mismo resultará de poca monta en comparación con lo que él es, con lo que
verdaderamente siente; y la mayor parte de nosotros no nos percatamos de lo que sentimos.
Los signos de la desesperanza están en todas partes. Mírese la expresión aburrida del
promedio de las personas, o la falta de contacto entre las mismas —incluso cuando tratan
desesperadamente de "entablar contacto"—. Obsérvese la incapacidad para dar seriamente
solución al cada vez más critico problema del envenenamiento del aire y el agua de las
ciudades, o al del hambre en los países pobres, para no hablar de la inhabilidad para poner
fin a la cotidiana amenaza a las vidas y proyectos de todos nosotros: las armas
termonucleares. Pero no importa qué digamos o pensemos sobre la esperanza, nuestra
ineptitud para obrar o hacer proyectos para la vida revela nuestra desesperanza.
Sabemos algo de las razones de esta creciente falta de esperanza. Antes de 1914, la
gente pensaba que el mundo era un lugar seguro, que las guerras, con su completo desdén
hacia la vida humana, eran cosa del pasado. Sin embargo, vino la primera Guerra Mundial
19
Este problema y el de otras manifestaciones de la destructividad los trato detalladamente en mi próximo libro Las causas
de la destructividad humana.
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y cada gobierno mintió acerca de sus motivos. Luego vino la Guerra Civil española, con su
comedia de simulaciones tanto por parte de las potencias occidentales como de la Unión
Soviética; el terror del sistema de Hitler y del sistema estalinista; la segunda Guerra
Mundial, con su desprecio total por las vidas de los civiles; y, ahora, la guerra de Vietnam,
en donde durante años el gobierno norteamericano ha tratado de usar su poder para aplastar
a un pequeño pueblo con objeto de "salvarlo". Ninguna de las grandes potencias ha dado el
único paso que habría de infundir esperanzas a todos: acabar con sus propias armas nuclea-
res confiando en que las otras serán lo bastante sensatas como para hacer lo mismo.
Pero hay todavía otras razones del incremento de la falta de esperanza: la formación de
la sociedad industrial enteramente burocratizada y la impotencia del individuo vis-a-vis la
organización, que estudiaremos en el próximo capítulo.
Si Estados Unidos y el mundo occidental prosiguen en su situación de falta de esperanza,
de fe y de fortaleza inconscientes, es previsible que no podrán resistir a la tentación de
hacer estallar sus armas nucleares, con lo que terminarán todos los problemas —la
superpoblación, el aburrimiento, el hambre—, puesto que acabarán con la vida.
Avanzar hacia un orden social y cultural en el que el hombre lleve las riendas depende
de nuestra capacidad de enfrentar nuestra desesperanza. Antes que nada, debemos
percatarnos de su existencia. Y en segundo lugar, debemos comprobar si hay la posibilidad
real de cambiar nuestra vida cultural, económica y social y dirigirla por un nuevo rumbo
que haga posible recobrar la esperanza. Si no hay tal posibilidad real, entonces la
esperanza, en verdad, es una absoluta tontería. Pero si la posibilidad existe efectivamente,
podrá haber esperanza, la cual se basará en el examen de nuevas alternativas y opciones y
en las acciones concertadas para volver realidad estas nuevas alternativas.
Es difícil fijar nuestra posición exacta en el trayecto histórico que lleva del industrialismo
del siglo XVIII y el XIX al futuro. Resulta mucho más fácil decir dónde no estamos. No
estamos en la ruta de la libre empresa, sino que nos alejamos rápidamente de ella. No
marchamos rumbo a un mayor individualismo, sino estamos convirtiéndonos en una
civilización de masas manipuladas cada vez en escala más grande. No estamos por llegar a
los lugares hacia donde nuestros mapas ideológicos indican que nos dirigimos, sino que
avanzamos por un camino enteramente diferente. Algunos ven el camino muy claramente,
y entre ellos hay quienes lo aplauden y quienes lo temen. Pero la mayoría de nosotros se
atiene a esquemas tan distintos de la realidad como lo eran los mapas del globo terrestre en
el año 500 a. c. No es suficiente, sin embargo, saber que nuestros esquemas son falsos. Lo
importante es contar con mapas correctos, si es que vamos a marchar en la dirección en
que queremos ir. El rasgo del nuevo mapa que más interesa es la indicación de que hemos
dejado atrás la etapa de la primera Revolución Industrial y hemos entrado en la era de la
segunda.
La primera Revolución Industrial se caracterizó por el hecho de que el hombre aprendió a
sustituir la energía viva (la de los animales y la de él propio) por la energía mecánica (la
producida por el vapor, el petróleo, la electricidad y el átomo) . Estas nuevas fuentes de
energía permitieron cambiar fundamentalmente la producción industrial. Y acorde con este
nuevo potencial industrial se originó un determinado tipo de organización industrial,
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formado por numerosas empresas, que hoy llamaríamos pequeñas o medianas, que eran
administradas por sus propietarios, competían entre sí y explotaban a sus trabajadores y
peleaban con ellos para impedir que participaran de los beneficios. Miembros de la clase
media y de la superior eran dueños de su empresa, tal como lo eran de sus casas, y se
consideraban también dueños de su destino. La explotación despiadada de la población no
blanca marchó junto con la reforma intestina, las actitudes hacia el pobre cada vez más
benévolas y, finalmente, en la primera mitad de este siglo, la elevación de la clase
trabajadora de una pobreza extrema a una vida relativamente cómoda.
A la primera Revolución Industrial sigue una segunda, de cuyo principio somos testigos
en este momento. La caracteriza no sólo el hecho de que reemplaza la energía viva por la
mecánica, sino que está reemplazando el pensamiento humano por el de las máquinas. La
cibernética y la automatización ("cibernetización") ha hecho posible construir máquinas,
que funcionan mucho más rápidamente y con mayor exactitud que el cerebro humano, para
resolver importantes problemas técnicos y de organización. La cibernetización está
creando la posibilidad de una nueva clase de organización económica y social. Un número
relativamente reducido de gigantescas empresas ha venido a ser el centro de la máquina
económica y la dominará totalmente en un futuro no muy distante. Estas empresas, aunque
legalmente propiedad de cientos de miles de accionistas, son administradas (y en la prácti-
ca administradas independientemente de sus propietarios legales) por una burocracia que
se perpetúa a sí misma. La alianza entre las empresas privadas y el gobierno es cada vez
más estrecha al grado que nunca ambos miembros de esta alianza han sido menos
discernibles. La mayoría de la población estadounidense se alimenta bien, tiene buenas
casas y buenas diversiones, y el sector de habitantes "subdesarrollados", que todavía viven
en condiciones inferiores a las medias, probablemente se incorporará a la mayoría en un
futuro previsible. Seguimos profesando el individualismo, la libertad y la fe en Dios, pero
nuestra adhesión a ellos es débil en comparación con la realidad de la conformidad
obsesiva del hombre organización, que se guía por el principio del materialismo hedonista.
Si la sociedad ha podido mantenerse en pie —en la misma escasa medida en que lo hace
el individuo—, las cosas podrían no ser tan ominosas coleo lo son. Mas estamos yendo en
la dirección de un nuevo tipo de sociedad y un nuevo género de vida humana, de los
cuales únicamente conocemos el comienzo, pero que avanzan con celeridad.
¿Qué clase de sociedad y qué tipo de hombre habremos de encontrar en el año 2000,
suponiendo que la guerra nuclear no haya destruido a la raza humana antes de entonces?
Si la gente supiera el curso probable que tomará la sociedad estadounidense, gran parte
de ella, por no decir la gran mayoría, se horrorizaría a tal grado que adoptaría las medidas
adecuadas para que pudiera alterarse ese curso. Pero si la gente no se da cuenta de la
dirección en que marcha, despertará cuando sea ya demasiado tarde y su destino haya sido
sellado irrevocablemente. Por desgracia, la vasta mayoría no se percata del camino por
donde va, ni de que la nueva sociedad hacia la que avanza es tan radicalmente diferente de
las sociedades griega y romana, la medieval y la industrial tradicional como lo fue la
sociedad agrícola de la de los recolectores de alimentos y de los cazadores. La mayor parte
de los individuos todavía piensan a través de los conceptos pertenecientes a la sociedad de
la primera Revolución Industrial. Ellos advierten que tenemos máquinas mejores y en
mayor número que las que el hombre pudo tener hace cincuenta años y ven en esto un
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progreso. Creen también que la ausencia de opresión política directa es una manifestación
de la conquista de la libertad personal. Su visión del año 2000 se identifica con la plena
realización de las aspiraciones que el hombre tiene desde el término de la Edad Media, y
no se dan cuenta de que el año 2000 puede no ser la culminación rotunda y feliz de un pe-
riodo en que el hombre luchó por la libertad y la felicidad, sino el principio de una era en la
que el hombre cese de ser humano y se transforme en una máquina sin sentimientos y sin
ideas.
Es interesante observar que los peligros de la nueva sociedad deshumanizada fueron
vistos ya con nitidez por espíritus intuitivos del siglo pasado en una forma impresionante,
espíritus que, por cierto, militaron en campos políticos opuestos20.
Un conservador como Disraeli y un socialista como Marx estaban prácticamente de
acuerdo en cuanto al peligro que el hombre correría por el crecimiento incontrolable de la
producción y el consumo. Ambos percibieron la forma en que el hombre se debilitaría al
volverse esclavo de la máquina y a causa del constante aumento de su codicia. Disraeli
creyó que podría hallarse la solución a esto refrenando el poder de la nueva burguesía.
Marx pensó que una sociedad altamente industrializada podría convertirse en una sociedad
humanizada, en la cual el hombre, y no los bienes materiales, sería la meta de todos los
esfuerzos sociales.21 Uno de los pensadores progresistas más brillantes del siglo XIX, John
Stuart Mill, captó el problema con toda claridad:
Confieso que no me seduce el ideal de vida que defienden aquellos que piensan que
el estado normal de los seres humanos es luchar por estar adelante; y que el pisotear, el
empujar, el abrirse camino a codazos y el pisarse los talones, que constituyen el tipo
actual de vida social, sean el destino más deseable para el género humano, no siendo
otra cosa que los síntomas desagradables de una de las fases del progreso industrial. . .
Más conveniente, a decir verdad, es que en tanto que la riqueza sea poder y hacerse lo
más rico posible el objeto universal de la ambición, el camino para obtenerla debe
estar abierto para todos, sin favoritismo ni parcialidad. Pero el mejor estado para la
naturaleza humana es aquel en que, en tanto nadie es pobre, nadie desea ser más rico ni
tiene motivo alguno para temer que lo desplacen los esfuerzos de otros por ponerse a
la delantera.22
Parecería que algunas mentes notables de la centuria pasada percibieron lo que ocurriría
hoy o mañana; en cambio, nosotros, a quienes esto les está ocurriendo, permanecemos
ciegos a fin de no perturbar nuestra diaria rutina. Parece también que liberales y
conservadores se hallan en este respecto igualmente ciegos. Únicamente unos pocos
escritores de visión son quienes han percibido con claridad el monstruo que estamos
trayendo al mundo. Y no se trata del Leviatán de Hobbes, sino de un Moloch, el ídolo que
todo lo destruye, al cual habrá de ser sacrificada la vida humana. Este Moloch ha sido
descrito con la mayor imaginación por Orwell y Huxley, y por cierto número de escritores
de ficción científica, quienes han demostrado poseer una perspicacia más elevada que
muchos sociólogos y psicólogos profesionales.
He citado antes la descripción de Brzezinski de la sociedad tecnetrónica, pero quiero
20
Cf. las aseveraciones de Burckhardt, Proudhon, Baudelaire, Thoreau, Marx y Tolstoi citadas en Psicoanálisis de la
sociedad contemporánea (México: Fondo de Cultura Económica, 1956) , pp. 176 ss.
21
Cf. Erich Fromm, Marx y su concepto del hombre (México: Fondo de Cultura Económica, 1962).
22
Mill, John Stuart, Principios de economía política (México: Fondo de Cultura Económica, 2' edición revisada, 1951),
p. 641.
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añadir ahora lo que sigue: "El disidente intelectual orientado ampliamente por el
humanismo, ocasionalmente inclinado a lo ideológico... está siendo desplazado rápi-
damente por expertos y especialistas. . . o por integradores generalizadores, quienes vienen
a ser, en efecto, ideólogos caseros para aquellos que están en el poder al suministrarles una
completa integración intelectual para llevar a cabo acciones dispares.23
Un cuadro de la nueva sociedad profundo y brillante ha sido trazado recientemente por
Lewis Mumford,24 uno de los humanistas más eminentes de nuestra época. Los futuros
historiadores, si los hay, juzgarán su obra como una de las advertencias proféticas de
nuestro tiempo. Mumford da una nueva perspectiva y profundidad al futuro analizando sus
raíces hundidas en el pasado. Al fenómeno central, tal como él lo ve, que conecta el pasado
con el futuro lo llama la "megamáquina".
La "megamáquina" es el sistema social totalmente organizado y homogeneizado en el
que la sociedad como tal funciona como una máquina y los hombres como sus partes. Este
tipo de organización a causa de su total coordinación, del "constante aumento del orden,
del poder, de la predictibilidad y, ante todo, del control", obtuvo resultados técnicos casi
milagrosos en las primeras megamáquinas como la sociedad egipcia y la mesopotámica, y
tendrá su más plena expresión —con ayuda de la moderna tecnología— en la sociedad
tecnológica del futuro.
El concepto mumfordiano de megamáquina ayuda a clarificar ciertos fenómenos
recientes. La primera vez que se haya utilizado en gran escala la megamáquina en los
tiempos modernos fue, a mi parecer, en el sistema de industrialización estalinista y, poste-
riormente, en el sistema empleado por la China comunista. Mientras Lenin y Trotsky
tenían la esperanza de que la Revolución llevaría finalmente al dominio de la sociedad por
el individuo, como Marx lo había previsto, Stalin traicionó cuanto pudo haber quedado de
esa esperanza y selló su traición liquidando físicamente a todos aquellos en quienes la
esperanza no se había extinguido completamente. Stalin pudo construir su megamáquina
en el corazón de un sector industrial bien desarrollado, aun cuando era bastante inferior a
los de países como Inglaterra o Estados Unidos. Los líderes comunistas chinos se
encontraron, en cambio, ante una situación diferente, pues no podían hablar de ningún
núcleo industrial. El único capital con que contaban era la energía física y las pasiones y
pensamientos de 700 millones de individuos. Ellos decidieron, sin embargo, que mediante
la coordinación absoluta de este material humano podían crear el equivalente de la acumu-
lación original de capital que requerirían para conseguir un desarrollo técnico que, en un
tiempo relativamente corto, alcanzara el nivel del de Occidente. Dicha coordinación total
habría de obtenerse por medio de una mezcla de fuerza, culto a la personalidad e
indoctrinación, que se halla en contraste con la libertad y el individualismo que Marx había
previsto como los elementos esenciales de una sociedad socialista. No obstante, no debe
olvidarse que los ideales de sobrepasar el egoísmo privado y el consumo máximo han
continuado siendo elementos del sistema chino, al menos hasta ahora, aunque combinados
con totalitarismo, nacionalismo y control del pensamiento, viciando en esta forma la visión
humanista de Marx.
La aprehensión de esta brecha radical entre la primera fase de la industrialización y la
segunda Revolución Industrial, en la cual la sociedad misma llega a ser una gran máquina
de la que el hombre es apenas una partícula viviente, se halla oscurecida por ciertas
diferencias importantes entre la megamáquina de Egipto y la del siglo xx. Primero que
23
"The Technetronic Society", p. 19.
24
The Myth of the Machine.
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nada, el trabajo de las partes vivas de la máquina egipcia era un trabajo forzado. La cruda
amenaza de la muerte o la inanición obligaba al trabajador egipcio a cumplir su labor. Hoy,
en nuestro siglo xx, el trabajador de los países industriales más desarrollados, tal como
Estados Unidos, goza de una vida de comodidades, una vida que habría parecido a sus
ancestros que trabajaban hace cien años una vida de lujos jamás soñada. Ha participado en
el progreso económico de la sociedad capitalista —aquí radica uno de los errores de
Marx—, se ha beneficiado de él, y tiene, en realidad, bastante más que perder que sus
cadenas.
La burocracia que dirige el trabajo es muy diferente de la élite burocrática de la antigua
megamáquina. La actual guía su vida en mayor o menor grado por las mismas virtudes
pertenecientes a la clase media que son válidas para el trabajador; y a pesar de que sus
miembros están mejor pagados que éste, la diferencia en cuanto al consumo es cuantitativa
más bien que cualitativa. Empresarios y trabajadores fuman los mismos cigarrillos y viajan
en autos iguales en apariencia, aun cuando los de mayor calidad corran más suavemente
que los más baratos. Acuden a los mismos cines y ven los mismos programas de televisión,
y sus mujeres usan los mismos refrigeradores.25
La élite directiva difiere asimismo en otro punto respecto de la antigua: es justo un
apéndice de la máquina en igual grado que aquellos a quienes dirige. Y vive tan enajenada,
o tal vez más; tan ansiosa, o quizá más, como el trabajador de alguna de sus fábricas. Sus
miembros se aburren, como cualquier otro individuo, y emplean los mismos antídotos
contra el aburrimiento. No son como los de la élite antigua: un grupo creador de cultura.
Aunque gastan buena parte de su dinero en promover la ciencia y el arte, como clase
resultan tan consumidores de este "bienestar cultural" como los que la reciben. El grupo
creador de cultura vive al margen de esto. Son científicos y artistas igualmente creativos,
pero hasta ahora parece que la flor más bella de la sociedad del siglo xx crece en el árbol
de la ciencia y no en el del arte.
A) Sus PRINCIPIOS
La sociedad tecnetrónica puede ser el sistema del futuro, pero todavía no lo es hoy; puede
desarrollarse a partir de lo que ya está aquí, y lo hará probablemente a menos que un
número suficiente de individuos vea el peligro y rectifique el curso. Pero para que así
suceda, es preciso entender con un detalle mayor la forma en que opera el sistema
tecnológico actual y su efecto sobre el hombre.
¿Cuáles son los principios que guían este sistema tal como es hoy? Dos son los principios
rectores que dirigen los esfuerzos y pensamientos de todos los que laboran en él. El primer
principio es la máxima de que algo debe hacerse porqué resulta posible técnicamente
hacerlo. Si es posible fabricar armas nucleares, deben fabricarse aun cuando puedan
destruirnos a todos. Si es posible viajar a la Luna o a los planetas, debe hacerse aun a costa
de dejar insatisfechas numerosas necesidades aquí en la Tierra. Este principio implica la
negación de todos los valores que ha desarrollado la tradición humanista, tradición que
25
El hecho de que el sector subdesarrollado de la población no tome parte en este nuevo estilo de vida fue mencionado
antes.
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sostiene que algo debe hacerse porque es necesario para el hombre, para su crecimiento, su
alegría y su razón, o porque es bello, bueno o verdadero. Una vez que se acepta este
principio de que las cosas deben hacerse porque técnicamente son posibles, todos los
demás valores caen por tierra y el desarrollo tecnológico se convierte en el fundamento de
la ética.26
El segundo principio es el de la máxima eficiencia y rendimiento. Pero el requisito de
eficiencia máxima lleva como consecuencia al requisito de la mínima individualidad. Se
cree que la máquina social trabaja más eficientemente cuando los individuos son rebajados
a unidades puramente cuantificables, cuyas personalidades pueden expresarse en tarjetas
perforadas. Tales unidades pueden manejarse de modo más fácil mediante reglas buro-
cráticas, porque no causan molestias ni crean fricciones. Mas para alcanzar este resultado,
el hombre debe ser desindividualizado y enseñado a hallar su identidad en la corporación
antes que en él mismo.
La cuestión de la eficiencia económica precisa de una consideración cuidadosa. El ser
económicamente eficiente, es decir, el usar la menor cantidad posible de recursos a fin de
obtener el máximo efecto, debiera colocarse en un contexto histórico y evolutivo,
Obviamente, el problema es más importante en una sociedad en la que la escasez material
es el hecho primario de la vida, pero en la medida en que los poderes productivos de una
sociedad adelanten disminuirá su importancia.
La segunda línea de investigación sería examinar atentamente el hecho de que la
eficiencia es un elemento conocido únicamente en actividades que ya existen. Puesto que
no sabemos gran cosa acerca de la eficiencia o ineficiencia de aproximaciones no ensa-
yadas, se debe tener cuidado al enjuiciar cosas que pudieran entrar en el terreno de la
eficiencia. Más aún, se debe tener sumo cuidado al considerar y especificar el área y el
periodo de tiempo que se examina. Lo que puede parecer eficiente, gracias a una definición
estrecha, puede ser muy ineficiente si se amplía el tiempo y el alcance de la discusión. En
economía, para ilustrar el caso, hay una consciencia en aumento de los llamados "efectos
circunvecinos": esto es, efectos que van más allá de la actividad inmediata y que, a
menudo, se pasan por alto al considerar los beneficios y los costos. Un ejemplo seria
evaluar la eficiencia de un proyecto industrial particular sólo de acuerdo con los efectos
inmediatos de esta empresa, olvidando, por ejemplo, que desperdicios depositados en
corrientes cercanas y en el aire representan una seria y costosa ineficiencia en relación con
la comunidad. Se necesita, por ende, desarrollar claramente normas de eficiencia que
tomen en cuenta el tiempo y el interés de la sociedad como un todo. Finalmente, es
menester tener presente al elemento humano como factor básico dentro del sistema cuya
eficiencia tratamos de examinar.
La deshumanización en nombre de la eficiencia es un acontecimiento demasiado común
hoy. Es el caso de los sistemas telefónicos gigantescos que utilizan técnicas de grabación
del trato de las operadoras con los usuarios, dignas de Un mundo feliz, y preguntan a éstos
26
Mientras revisaba este manuscrito leí un trabajo de Hasar. Ozbekhan, "The Triumph of Technology: 'Can' Implies
'Ought' " (El triunfo de la tecnología: 'Poder' implica 'Deber'). Este trabajo, adaptado de una sugerente exposición
llevada a cabo en el Instituto Tecnológico de Massachussets y publicado en mimeógrafo por System Development
Corporation, Santa Mónica, California, me fue enviado gracias a una cortesía del señor George Weinwurm. Como su
título lo indica, Ozbekhan expresa ahí la misma idea que yo expongo en el texto. Su presentación del problema desde el
punto de vista de un prominente especialista en el campo de la ciencia administrativa es brillante, y me parece un hecho
muy alentador el que el mismo concepto aparezca en escritos de autores de campos tan diferentes como el suyo y el mío.
A continuación cito una frase que muestra la identidad de su concepto y el manifestado en el texto: "JUL la factibilidad,
que es un concepto estratégico, llega a ser elevado a un concepto normativo, con el resultado de que cualquiera realidad
tecnológica indica que el podemos hacerlo se toma en el sentido de debemos hacerlo" (p. 7).
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a fin de evaluar el trabajo y las actitudes de aquéllas. Todo dirigido a fijar actitudes
"adecuadas" en los empleados, a estandarizar el servicio y a incrementar la eficiencia.
Desde la reducida perspectiva de los propósitos inmediatos de la compañía, esto puede
producir trabajadores dóciles y manejables y, en consecuencia, aumentar la eficiencia de la
compañía. Pero desde el ángulo de los empleados en cuanto seres humanos, su efecto es
engendrar sentimientos de insuficiencia, angustia y frustración que podrán llevarlos bien a
la indiferencia, bien a la hostilidad. E incluso, visto con una amplitud mayor, la eficiencia
puede no servir de nada, considerando que la compañía y la sociedad a la larga pagan, sin
duda, un alto precio por estas prácticas.
Otra costumbre general en el trabajo organizado consiste en suprimir de continuo los
elementos de creatividad (que implican un componente de riesgo o incertidumbre) y el
trabajo de grupo dividiendo y subdividiendo las tareas hasta el punto en que no queda, o no
se requiere, ningún juicio o contacto interpersonales. De ningún modo se quiere decir que
los trabajadores y técnicos sean insensibles a este proceso. Su frustración es, con
frecuencia, percibida y articulada, y comentarios como "Somos humanos" y "Este trabajo
no es para seres humanos" no son raros. Una vez más, la eficiencia entendida de
manera estrecha puede ser desmoralizadora y costosa tanto para el individuo como
para la sociedad.
Un sistema puede dar la impresión de eficiencia, si sólo nos interesa la inversión y
el rendimiento. Pero si tomamos en cuenta lo que los métodos dados en el sistema
hacen con los seres humanos, podremos descubrir que éstos se hallan aburridos,
ansiosos, deprimidos, tensos, etc. Los resultados podrían ser dos: 1) La imaginación
de tales individuos discurriría con gran trabajo debido a su patología psíquica, no
serían creativos, su pensamiento sería rutinario y burocratizado y, en consecuencia,
no brotarán de ellos nuevas ideas o soluciones que contribuyan a un desenvolvimiento
más productivo del sistema; su energía, además, estaría considerablemente menguada.
2) Padecerían muchas enfermedades físicas, producto de la tensión; y este menoscabo
en la salud es también un perjuicio para el sistema. Si, encima, advertimos lo que esta
tensión y angustia producen en su relación con sus esposas e hijos y en su desempeño
como ciudadanos responsables, puede colegirse que para el sistema como un todo el
método, eficiente en apariencia, resulta ineficiente no sólo bajo un criterio humano,
sino también de acuerdo con un criterio meramente económico.
Resumiendo: la eficiencia es deseable en toda clase de actividad orientada por un
fin. Empero, debiera considerarse en función de sistemas más amplios, de los cuales
el sistema estudiado es sólo una parte; debiera también tenerse presente dentro del
sistema al factor humano. La eficiencia, en fin, como tal no deberla ser norma
dominante en ninguna empresa.
El otro aspecto del mismo principio, el del máximo rendimiento, sostiene,
formulado de manera muy simple, que cuanto más se produzca lo que sea que
produzcamos, tanto mejor. El éxito de la economía del país se mide por el ascenso de
la producción total. Es el caso del éxito de una compañía. Ford puede perder varios
cientos de millones de dólares al fracasar un nuevo modelo caro, como el Edsel, pero
esto es sólo un contratiempo menor en tanto la curva de producción siga ascendiendo.
El crecimiento de la economía se estima en términos de una producción en constante
aumento, no existiendo idea de un límite donde la producción pudiera estabilizarse.
De modo similar, la comparación entre países se basa en el mismo principio. La
Unión Soviética, por ejemplo, espera sobrepasar a Estados Unidos mediante el logro
de un ascenso más rápido del crecimiento económico.
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27
C. West Churchman formula el problema en Challenge to Reason (Nueva York: McGraw-Hill, 1968) de manera
excelente:
"Si indagamos esta idea de un modelo de sistemas cada vez más grande, acaso entendamos en qué sentido el
completamiento representa un desafío a la razón. Un modelo que parece adecuarse bien al completamiento se llama un
modelo de colocación, y toma el mundo por un sistema de actividades que emplean recursos para 'sacar' productos
utilizables.
"El proceso de razonamiento en este modelo es muy simple. Se busca una medida cuantitativa central de actuación del,
sistema que tenga la siguiente característica: cuanto más de esta cantidad, tanto mejor. Por ejemplo, cuanto mayores
ganancias obtenga una empresa, tanto mejor. Cuanto mayor número de estudiantes se habiliten en la universidad, tanto
mejor. Mientras más alimentos se produzcan, mucho mejor. Se comprende que la particular elección de la medida de
actuación del sistema no sea crítica, por cuanto es una medida de interés general.
"Tomemos esta medida deseable de actuación y relacionémosla con las actividades factibles del sistema. Estas
actividades pueden ser la explotación de varias fábricas, el trabajo de escuelas y universidades, el funcionamiento de
granjas, etc. Cada actividad significativa contribuye a alcanzar la cantidad deseable en alguna forma reconocible. Esta
contribución, de hecho, puede a menudo expresarse mediante una función matemática que registra el monto de actividad
sobre el monto de la cantidad deseable. Cuanto más se venda un determinado producto, tanto más ganará el fabricante.
Cuanto más cursos demos, tantos más titulados tendremos. Cuanto más abono usemos, tanto mejores alimentos habrá." (pp.
156-57)
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28
El problema de si la ilimitada elevación de la producción y el consumo es una necesidad económica será discutido en el
capítulo V.
29
Paul Mazur, The Standards We Raise, Nueva York, 1953. p. 32.
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nueva potencialidad de engaño y robo mutuos. El hombre se vuelve cada vez más
pobre en cuanto hombre. . . *
La actitud pasiva (passiveness) del individuo en la sociedad industrial es hoy uno de sus
rasgos patológicos más característicos. El individuo se halla presto a ingerir, a ser
alimentado, pero no hace nada, no da un paso; no asimila, por decirlo así, el alimento. No
reafirma de un modo productivo lo que ha heredado, pero lo retiene o lo gasta. Sufre de
una grave deficiencia en su sistema, no muy diferente de la que se encuentra en las formas
más extremas de depresión.
La actitud pasiva del hombre es solamente un síntoma de un síndrome total que podemos
llamar el "síndrome de la enajenación". Siendo pasivo no se relaciona activamente con el
mundo y se ve obligado a someterse a sus ídolos y a las exigencias de éstos. Se siente, por
tanto, impotente, solo y angustiado, Posee escaso sentido de su integridad y de su
identidad. El conformismo parece ser el único recurso de eludir la angustia intolerable,
pero incluso la conformidad no siempre alivia su angustia.
Ningún escritor norteamericano ha percibido con más claridad este dinamismo que
Thorstein Veblen, quien escribió:
*
Las tres citas aparecen en las pp. 153, 151 y 149, respectivamente, del libro de Fromm, Marx y su concepto del
hombre (México: Fondo de Cultura Económica, 1962), que incluye como Apéndice I los "Manuscritos económico-
filosóficos" [T.].
30
"Why Is Economics Not an Evolutionary Science?", en The Place of Science in Modern Civilization and Other Essays
(Nueva York: B. W. Huebsch, 1919), p. 73. (Las cursivas son mías.)
31
El pensamiento paranoide se caracteriza porque puede ser totalmente lógico y faltarle, sin embargo, la guía del interés
por la realidad o toda averiguación concreta de ella. En otras palabras, la lógica no excluye la locura.
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contradicciones. Por otra parte, no sólo el pensamiento sino también la emoción puede ser
racional. "Le coeur a ses raisons que la raison ne connait point" (El corazón tiene
razones que la razón ignora por completo) , como dijo Pascal. La racionalidad respecto de
la vida emocional significa que las emociones afirman y ayudan a la estructura psíquica de
la persona a mantener un equilibrio armónico a la vez que favorecen su desarrollo. Así, por
ejemplo, el amor irracional es aquel que incrementa la dependencia del individuo y, por
tanto, su angustia y hostilidad. El amor racional, en cambio, es un amor que relaciona
íntimamente a una persona con otra y al mismo tiempo preserva su independencia e
integridad.
La razón mana de la combinación del pensamiento racional y el sentimiento. Si
separamos las dos funciones, el pensamiento se deteriora volviéndose una actividad
intelectual esquizoide y el sentimiento se disuelve en pasiones neuróticas que dañan a la
vida.
La división entre pensamiento y afecto conduce a una enfermedad, a una esquizofrenia
crónica poco profunda, que el nuevo hombre de la era tecnotrónica comienza a padecer. En
las ciencias sociales se ha puesto de moda pensar acerca de los problemas humanos sin
referirse en absoluto a los sentimientos vinculados a estos problemas. Se supone que la
objetividad científica exige que se elimine de los pensamientos y las teorías respecto del
hombre toda relación emotiva con él.
Ejemplo de este pensamiento libre de emociones es el libro de Herman Kahn sobre la
guerra termonuclear. La cuestión se discute en estos términos: cuántos millones de muertos
norteamericanos serían "aceptables" de emplearse como criterio la capacidad para
reconstruir la maquinaria económica, una vez ocurrida la guerra nuclear, en un tiempo
razonablemente corto, de tal manera que vuelva a ser tan buena, o mejor, que antes. Las
cifras del producto nacional bruto y las del aumento o disminución de la población son las
categorías básicas de esta clase de pensamiento, mientras que deja de lado la estimación en
sufrimiento, dolor, brutalización, etc. de los resultados de la guerra nuclear en la especie
humana.
The Year 2000 * de este autor constituye un ejemplo de los libros que pueden esperarse
de la sociedad completamente enajenada de la megamáquina. Lo que a Kahn le interesa
son las cifras para la producción, el incremento de la población y las diversas tramas
conducentes a la guerra o la paz, según sea el caso. Si consigue impresionar a tantos
lectores, se debe a que éstos confunden los miles de pequeños datos que dicho autor
combina en cuadros caleidoscópicos siempre cambiantes con la erudición o la profundidad.
No perciben la superficialidad básica de su razonamiento ni la ausencia de las dimensiones
humanas en su descripción del futuro.
Al hablar aquí de una esquizofrenia crónica de poca profundidad, juzgo necesario dar
una breve explicación. La esquizofrenia, como cualquier otro estado psicótico, debe
definirse no sólo en términos psiquiátricos, sino igualmente en términos sociales. La
experiencia esquizofrénica más allá de cierto límite debe considerarse una enfermedad en
cualquiera sociedad, puesto que quienes la sufren son incapaces de actuar dentro de
circunstancia social alguna (a menos que el esquizofrénico sea elevado a la categoría de un
dios, un hechicero, un santo, un sacerdote, etc.) . Sin embargo, hay formas crónicas poco
graves de psicosis que pueden ser compartidas por millones de personas y que no les
impide —precisamente porque no van más allá de cierto umbral— funcionar socialmente.
Por cuanto esas personas comparten su enfermedad con millones de individuos, tienen el
*
Trad. esp.: El año 2000 (Buenos Aires: Emecé Editores, 1969) [T.].
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32
La diferencia entre lo que se considera enfermo y lo normal se hace patente en el siguiente ejemplo. Si alguien
declarara que a fin de librar a nuestras ciudades de la contaminación del aire habría que destruir las fábricas, los
automóviles, los aviones, etc., nadie dudaría de que estaba enfermo. Pero si hubiera un consenso de que para proteger
nuestras vidas, nuestra libertad, nuestra cultura, o las de otras naciones a las que Estados Unidos se siente obligado a
resguardar, se precisaría, como un último recurso, de la guerra termonuclear, tal opinión parecería ser perfectamente sana.
La diferencia no reside en modo alguno en el tipo de pensamiento utilizado, sino meramente en que la primera idea no es
compartida por millones de seres humanos y por poderosos gobiernos y, por tanto, se la considera anormal, mientras que la
segunda sí lo es y, por tanto, parece normal.
33
Michael Maccoby ha demostrado la incidencia del síndrome del amor a la vida versus el del amor a la muerte en
diversas poblaciones mediante la aplicación de un cuestionario "interpretativo". Cf. su artículo "Las actitudes
emocionales en relación con las elecciones políticas", en Revista de Psicoanálisis, Psiquiatría y Psicología, núm. 11
(México: Fondo de Cultura Económica, enero-abril de 1969).
34
Dean E. Wooldridge, por ejemplo, escribe en Mechanical Man (Nueva York: McGraw-Hill, 1968) que es posible
fabricar computadoras sintéticamente que serán "completamente indiscernibles de los seres humanos producidos a la
manera usual" [!] (p. 172). Por su parte, Marvin L. Minsky, una gran autoridad en computadoras, escribe en su libro
Computation (Englewood Cliffs, N. J.: Prentice-Hall, 1967): "No hay razón para suponer que las máquinas tengan
algunas limitaciones que el hombre no comparta." (p. VII.)
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ejerce la idea del hombre-computadora es, a menudo, expresión de una huida de la vida
y de la experiencia humana hacia lo mecánico y lo puramente cerebral.
La posibilidad de construir robots semejantes al hombre pertenece, de llegar a
haberlos, al futuro. Pero en el presente tenemos ya hombres que actúan como robots.
Cuando la mayoría de los individuos sean como robots, entonces no habrá, en verdad,
problema para construir robots semejantes a los hombres. La idea de una computadora
humanoide es un buen ejemplo de la alternativa entre el uso humano de las máquinas y el
inhumano. La computadora puede enriquecer la vida en muchos aspectos. Pero la idea
de que reemplace al hombre y a la vida es la manifestación de la patología actual.
La fascinación que suscita lo meramente mecánico se complementa con la creciente
popularidad de concepciones que acentúan la naturaleza animal del hombre y las raíces
instintivas de sus emociones o acciones. Una psicología instintiva así fue la de Freud.
Pero la importancia de su concepto de la libido resulta secundaria en comparación con
su fundamental descubrimiento de los procesos inconscientes en la vigilia o en el
sueño. Los autores recientes más populares que subrayan nuestra herencia instintiva
animal, como Konrad Lorenz (On Aggression) o Desmond Morris (The Naked Ape) * , no
ofrecen ningún conocimiento nuevo o valioso del problema humano específico, cosa
que sí hizo Freud. Ellos satisfacen el deseo de muchos individuos de considerarse
determinados por los instintos y en dicha forma disfrazar sus verdaderos y molestos
problemas humanos.35 El sueño de mucha gente parece ser combinar las emociones de
un primate con un cerebro similar a una computadora. De poder cumplirse este sueño, el
problema de la libertad y de la responsabilidad humanas parecería desaparecer. Los
sentimientos del hombre estarían determinados por sus instintos y su razón por la
computadora; no tendría que dar respuesta a las cuestiones que su existencia le plantea.
Nos agrade o no tal sueño, su realización es imposible: el mono desnudo con su cerebro
de computadora dejaría de ser humano o, más bien, no seria36
Entre los efectos patogénicos que la sociedad tecnológica produce en el hombre, deben
mencionarse dos más: la desaparición de la privaría y la del contacto humano personal.
"Privaría" es un concepto complejo. Fue y es un privilegio de las clases media y
superior, puesto que su base misma, el espacio privado, es caro. Sin embargo, este
privilegio puede llegar a ser un bien común junto con otros privilegios económicos.
Aparte de este factor económico, se ha basado también en una tendencia a atesorar en la
cual mi vida privada era mía y de nadie más, tal como lo era mi casa y cualquiera otra
propiedad. Fue asimismo un concomitante de la hipocresía, de la discrepancia entre las
apariencias morales y la realidad. Anotadas todas estas precisiones, la privacia parece ser
todavía así condición importante para el desarrollo productivo de una persona. Ante todo,
*
Trad. esp.: El mono desnudo (Barcelona: Plaza & Janés, 1969) [T.].
35
Esta crítica de Lorenz se refiere solamente a esa parte de su obra en que trata por analogía de los problemas
psicológicos del hombre, no a su trabajo en el campo de la conducta animal y de la teoría del instinto.
36
Revisando este manuscrito llegué a enterarme de que Lewis Mumford habla expresado en 1954 la misma idea en In t he
N am e o f San i ty (Nueva York: Harcourt, Brace & Co.) :
"El hombre moderno, por consiguiente, se acerca ahora al último acto de su tragedia, y yo no podría ocultar, aunque
quisiera, su finalidad o su horror. Hemos vivido para dar fe del acoplamiento íntimo del autómata con el ello, el ello que
se eleva de las profundidades más bajas del inconsciente, y el autómata, el pensador semejante a la máquina y la máqui-
na que remeda al hombre, desligado por completo de otras funciones mantenedoras de la vida y de reacciones humanas,
que desciende de las alturas del pensamiento consciente. La primera fuerza ha demostrado ser más brutal, si se desprende
de la personalidad total, que la más salvaje de las bestias; la otra resulta tan impenetrable a las emociones humanas, a las
angustias humanas, a las intenciones humanas, tan obligada a responder únicamente la limitada serie de cuestiones para la
que su dispositivo fue originalmente cargado, que carece de la inteligencia salvadora para desconectar su propio mecanismo
compulsivo, a pesar de que esté empujando tanto a la ciencia como a la civilización a su ruina misma." (p. 198.)
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porque se necesita de privacia para recogerse en sí mismo y para librarse del "ruido"
constante de la cháchara y la intromisión de la gente, que perturba los propios procesos
mentales. Si todos los datos privados se volviesen públicos, las experiencias tenderían a
ser más superficiales y parecidas. La gente tendría temor de sentir "en forma incorrecta"
y se haría más accesible a la manipulación psicológica que intenta establecer, mediante el
examen con tests, normas para las actitudes "deseables", "normales" o "sanas". Tomando
en consideración que este examen se aplica a fin de ayudar a las compañías y a las
agencias gubernamentales a hallar personas con las "mejores" actitudes, la utilización de
los tests psicológicos —por ahora una condición casi general para obtener un buen
empleo—constituye una grave violación de la libertad del ciudadano. Por desgracia, un
número elevado de psicólogos dedica cuanto sabe sobre el hombre a manipularlo en aras
de los intereses de lo que la gran organización considera eficiencia. De este modo, los
psicólogos vienen a ser una parte importante del sistema industrial y gubernamental,
aunque ellos pretenden que su actividad profesional está al servicio del desarrollo óptimo
del hombre. Esta pretensión se funda en la racionalización de que lo mejor para la
corporación es lo mejor para el hombre. Es importante que los directores de empresa
entiendan que mucho de lo que se obtiene de los exámenes psicológicos se basa en un
cuadro muy limitado del hombre que, de hecho, son ellos mismos quienes lo trasmiten al
psicólogo mediante los requisitos que le fijan. Este a su vez lo devuelve a aquellos en
forma de un supuesto resultado de un estudio independiente del hombre. Apenas necesito
decir que esta invasión de la privaría puede conducir a un control de los individuos más
completo y acaso más devastador que el que hasta ahora han logrado probadamente los
estados totalitarios. El año 1984 de Orwell requerirá del gran auxilio de los psicómetras,
de los psicólogos condicionadores y de los "ablandadores" para ser verdad. Distinguir
entre el psicólogo que capta y persigue el bienestar del hombre y el psicólogo que estudia
al hombre como un objeto con la mira de hacerlo más útil a la sociedad tecnológica es de
una importancia vital.
C) LA NECESIDAD DE CERTIDUMBRE
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principios de acción sobre los que no había ninguna duda. La Iglesia "interpretó" estos
principios en detalle, y el individuo, al asegurar su sitio en la Iglesia mediante la
observancia de sus reglas, tuvo la certidumbre de que, ocurriera lo que ocurriese, él estaba
en el camino de la salvación y de la vida eterna en los cielos.37
Con el advenimiento del enfoque científico y la corrosión de la certidumbre religiosa, el
hombre se vio impelido a buscar una nueva certidumbre. La ciencia pareció, en un
principio, ser capaz de brindar la nueva base; y así fue para el hombre racional de los
últimos siglos. Pero con la creciente complejidad de la vida, que ha perdido toda
proporción humana, con el sentimiento cada vez mayor de impotencia y aislamiento
individual, el hombre orientado por la ciencia dejó de ser racional e independiente. Perdió
el valor para pensar por sí mismo y tomar decisiones basadas en su pleno compromiso
intelectual y emocional con la vida. Quiso cambiar la "certidumbre incierta" que
proporciona el pensamiento racional por una "certidumbre absoluta": la certidumbre
pretendidamente "científica" que se funda en la predictibilidad.
La garantía de esta certidumbre no reside en el saber y las emociones, nunca seguros, del
hombre, sino en las computadoras que hacen posible la predicción y, en tal forma,
garantizan la certidumbre. Tómese como ejemplo la planificación de la gran empresa. Con
ayuda de las computadoras, pueden hacerse planes por muchos años (incluyendo la
manipulación del intelecto y del gusto humanos) , de tal modo que quien la dirige no tenga
que confiar en su juicio individual, sino en la "verdad" asentada por las computadoras. La
decisión del directivo puede ser errónea y dar malos resultados, pero ya no precisa
desconfiar de los procesos por los que efectúa su decisión. Cree que es libre para aceptar o
rechazar el resultado del vaticinio de la computadora, pero para los propósitos prácticos lo
es tan escasamente como un cristiano piadoso puede serlo frente a la voluntad de Dios.
Claro que podría desafiarla, pero tendría que renunciar a aceptar el riesgo, puesto que no
existe fuente mayor de certeza que Dios .. . o que la solución de la computadora en este
caso.
Esta necesidad de certidumbre origina la necesidad imperiosa de creer ciegamente en la
eficacia del método de la planificación mediante computadoras. Los directores de empresa
están eximidos de dudar, y lo mismo ocurre con los empleados de la organización. Es
justamente este hecho de que los juicios y las emociones humanas no interfieran, según se
afirma, el proceso de tomar decisiones lo que le confiere a la planificación mediante
computadoras su carácter deiforme.38
Un sistema de planificación igual está ganando popularidad en la política y la estrategia
gubernamentales. El ideal es que la política exterior —que hoy incluye también la
planificación militar—se vea libre de la arbitrariedad de la voluntad humana y se confíe a
un sistema de computadoras, el cual dice siempre la "verdad", ya que no es falible como el
hombre ni persigue ningún fin interesado. El ideal es que toda política exterior y toda
estrategia militar se basen en la decisión de las computadoras, lo que implica que éstas
37
La rama luterano-calvinista de la teología cristiana enseñó al hombre a no temer, de un modo paradójico, los riesgos de
utilizar falsos criterios en sus decisiones. Empequeñeciendo la libertad del hombre y el papel que desempeñan sus buenas
obras, Lutero enseñó que la única decisión que tiene que hacer el hombre es entregar su voluntad enteramente a Dios, con lo
cual se lo exonera del riesgo de decidir en base a sus propios conocimientos y responsabilidad. En la concepción de Calvino,
por su parte, todo se halla predestinado y la decisión del hombre no importa en realidad; su buen éxito, sin embargo, es signo
de que él es uno de los elegidos. En El miedo a la libertad, he indicado la desesperación y la angustia en que hundieron sus
raíces estas doctrinas.
38
Cf. la discusión de las metas individuales en la toma de decisiones en Peer Soelberg, Structure of Individual Goals:
Implication for Organization Theory, the Psychology of Management Decision, obra editada por George Fisk (Lund,
Sweden: C. W. K. Gleerup, 1967), pp. 15-32.
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deben conocer, considerar y disponer de todos los hechos. Con este método se desecha la
duda, aunque en modo alguno se evite necesariamente el desastre. Mas si éste ocurre des-
pués de haber hecho la decisión con base en los "hechos" indiscutibles, entonces el desastre
equivale a un acto de Dios que debe acatarse, puesto que los hombres no pueden hacer otra
cosa que tomar la mejor decisión que saben tomar.
Estas consideraciones, me parece, son los únicos términos en que cabe responder a esta
desconcertante cuestión: ¿Cómo pueden los planificadores de nuestra política y estrategia
soportar la idea de que en un cierto momento tengan la posibilidad de dar órdenes, cuyas
consecuencias significarán la destrucción de sus propias familias, la de la mayoría de sus
compatriotas y "cuando mucho" la de la mayor parte del mundo industrializado? Al confiar
en la decisión que los hechos parecen haber tomado por ellos, sus conciencias quedan
limpias. Por muy espantosas que puedan ser las consecuencias de sus decisiones, no tienen
por qué sentir remordimientos acerca de la rectitud y legitimidad del método por el que
llegaron a sus decisiones. Su acto de fe no difiere en esencia de la fe en que fundaban sus
acciones los inquisidores del Santo Oficio. Como el Gran Inquisidor de Dostoievski,
algunos tal vez son trágicas figuras que no pueden obrar de manera diferente debido a que
no ven otra vía de estar seguros de que hacen lo mejor que pueden hacer. El carácter
presuntamente racional de dichos planificadores no difiere en su base de las decisiones
fundadas en la religión de la era precientífica. Debemos puntualizar aquí lo siguiente: tanto
la decisión religiosa, que es un ciego abandono a la voluntad de Dios, como la decisión
mediante computadoras, que descansa en la fe en la lógica de los "hechos", son formas de
decisión enajenadas en las que el hombre entrega su perspicacia, su conocimiento, su
capacidad de indagación y su responsabilidad a un ídolo, trátese de Dios o de la
computadora. La religión humanista de los profetas no conoció tal capitulación: la decisión
era del hombre. El tenía que comprender la situación, ver las alternativas y entonces decidir.
La verdadera racionalidad científica no es diferente. La computadora puede ayudar al hombre
a contemplar varias posibilidades, pero no es él quien decide, no sólo en el sentido de que
pueda elegir entre los diversos modelos, sino también en el de que debe utilizar su razón,
relacionarse con la realidad con la que trata y responder a ella, así como obtener de la
computadora aquellos hechos que sean importantes desde el punto de vista de la razón, esto es,
desde el punto de vista del sostenimiento y la realización de lo vivo en el hombre.
La confianza ciega e irracional en las decisiones de las computadoras se vuelve peligrosa
tanto en la planificación de la política exterior como en la de la estrategia cuando es
compartida entre enemigos, cada uno de los cuales se atiene a su propio sistema de
procesamiento de datos. Se anticipan los movimientos del oponente, se planean los propios
y se erigen escenarios para las X posibilidades de movimiento de ambas partes. Cada quien
puede construir su juego de muchas maneras: para ganar, para empatar o para perder los dos.
Pero si alguno "ganara", como lo ha señalado Harvey Wheeler,39 sería el fin de ambos. Aun
cuando el propósito de la partida sea alcanzar un empate, las reglas del juego hacen a éste
muy improbable. Ambos contendientes, tanto por su método como por su necesidad de
certidumbre, renuncian al camino que había sido hasta ahora el de la diplomacia y la
estrategia antes de las computadoras: el diálogo, con su posibilidad de dar y tomar, de
retirarse abierta o veladamente, de comprometerse o incluso de rendirse cuando no queda
otra opción racional. Este diálogo, con todas sus posibilidades para evitar una catástrofe, se
halla excluido del presente método. La acción de los líderes es fanática porque la prosiguen
incluso hasta el punto de la autodestrucción, aunque ellos, en un sentido psicológico, no
39
En Unless Peace Comes, editado por Nigel Calder (Nueva York: The Viking Press, 1968), pp. 91 ss.
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son fanáticos, dado que sus acciones se basan en una creencia libre de emociones en la
racionalidad (calculabilidad) del método de las computadoras.
La línea roja entre Washington y Moscú es una irónica ilustración de este método de las
decisiones impersonales. Cuando las computadoras parecen haber colocado a las dos
potencias en el camino de una colisión, de la cual ninguna podría sustraerse, ambas partes
se valen del recurso pasado de moda de la comunicación personal como ultima ratio del
procedimiento político. La crisis de los proyectiles cubanos fue resuelta gracias a un cierto
número de comunicaciones personales entre Kennedy y Jruschiov. En 1967, con ocasión
de la guerra árabe-israelí, sucedió algo semejante. El ataque israelí al buque
norteamericano de inteligencia, Liberty, produjo una inusitada actividad de la aviación de
Estados Unidos. Los rusos estuvieron siguiendo y registrando los movimientos
estadounidenses: ¿cómo habrían de interpretarlos si no como la preparación de un acto de
agresión? Así las cosas, Washington explicó a Moscú sus actos por medio de la línea roja,
Moscú aceptó la explicación y, en esta forma, se previno un posible enfrentamiento militar.
La línea roja evidencia que los líderes del sistema pueden recuperar sus sentidos un
instante antes de que sea demasiado tarde y que reconocen que el diálogo humano es una
manera más segura de resolver las confrontaciones peligrosas que los movimientos
trazados por las computadoras. Pero considerando la tendencia en conjunto, la línea roja
resulta una débil protección para la supervivencia de la humanidad, ya que los dos
jugadores pueden errar el momento justo de la explicación, o por lo menos el de la
verosimilitud de ésta.
Hasta aquí únicamente he hablado de la necesidad de certidumbre en los procesos
estratégicos de la economía y de la política. El sistema moderno, sin embargo, satisface
esta necesidad en otras muchas áreas. La carrera personal se ha vuelto predecible: los años
de la escuela primaria agregados a los de la secundaria y el bachillerato, más el empleo de
pruebas psicológicas, permiten predecir la carrera de un individuo (dependiendo, desde
luego, de las fluctuaciones del sistema económico) . Existe, en efecto, un gran
sentimiento de incertidumbre y angustia que obsede la vida de un hombre que quiere
escalar los peldaños de la gran corporación. En cualquier momento puede resbalar.
Puede no alcanzar la meta anhelada y convertirse en un fracaso a los ojos de su
familia y de sus amigos. Pero su angustia sólo acrecienta su deseo de certidumbre. Y
si, a pesar de la certidumbre que le brinda el método de tomar decisiones, fracasa, no
tiene al menos de qué culparse.
La misma necesidad de estar en lo cierto se presenta en el terreno del pensamiento,
del sentimiento y de la apreciación estética. Con la expansión de la habilidad para
leer y escribir y de los medios masivos, el individuo aprende muy pronto cuáles son
los pensamientos "adecuados", cuál la conducta correcta, cuáles los sentimientos
normales, cuál gusto es conveniente. Todo lo que tiene que hacer es estar atento a las
indicaciones de los diversos medios y ya puede tener la certeza de no cometer nin-
guna equivocación. Las revistas de modas nos dicen qué estilos van a gustar, los
clubes de libros qué libros hay que leer, y para rematar todo esto el método más
reciente para encontrar el cónyuge apropiado descansa en la decisión de las
computadoras.
Nuestra época ha dado con un sustituto de Dios: el cálculo impersonal. Este nuevo
dios se ha convertido en un ídolo a quien pueden ser sacrificados todos los hombres.
Está naciendo un nuevo concepto de lo sagrado y lo indiscutible: el de calculabilidad,
de probabilidad, de factualidad.
Debemos ahora aplicarnos a la cuestión: ¿Qué es lo erróneo del principio de que la
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computadora puede hacer la mejor decisión posible acerca de las acciones futuras, si
le suministramos todos los hechos?
Pero ¿qué son los hechos? En sí mismos, los hechos, aun cuando sean correctos y
no estén deformados por inclinaciones personales o políticas, no pueden solamente
carecer de significación; pueden ser falsos a causa de su misma selección, ya
desatendiendo lo relevante, ya esparciendo y desmenuzando tanto el propio pen-
samiento que se es menos capaz de tomar decisiones significativas cuanto más
"información" se recibe. Seleccionar los hechos supone valuar y elegir. Percatarse de
esto es una condición necesaria para utilizar racionalmente los hechos. Whitehead ha
hecho una importante afirmación sobre ellos. "La base de toda autoridad —escribe en
The Function of Reason 40— es la supremacía del hecho sobre el pensamiento. Aunque
este contrastar el hecho y el pensamiento puede concebirse falazmente. Pues el
pensamiento es un factor en el hecho de la experiencia. Y así el hecho inmediato es lo
que es, en parte en razón del pensamiento implicado en é1."
Los hechos deben ser pertinentes. Pero pertinentes ¿para qué o para quién? Si me
informan que A ha estado preso por haber herido a un rival en un arranque intenso de
celos, he sido informado de un hecho. Puedo dar la misma información expresando
que A estuvo en la cárcel, que A es (o fue) un hombre violento, o que A es (o fue) un
individuo celoso. No obstante, todos estos hechos dicen muy poco sobre A. Tal vez
sea un hombre muy impetuoso, un hombre orgulloso, un hombre de gran integridad;
tal vez mi información factual * no logre informarme que cuando A habla con niños
sus ojos se iluminan y se muestra interesado y servicial. Este hecho puede haberse
omitido por no parecer pertinente como dato del crimen. Además, es difícil —hasta
ahora—para la computadora registrar una determinada expresión en los ojos de un
hombre, u observar y poner en clave los finos matices de la expresión de su boca.
Para decirlo brevemente, los "hechos" son interpretaciones de acontecimientos, y la
interpretación presupone ciertos intereses que conforman la pertinencia del acontecimiento.
La cuestión decisiva es darse cuenta de cuáles son esos intereses y, por tanto, de cómo
tienen que ser los hechos para resultar pertinentes. ¿Soy un amigo de A, un detective o
simplemente una persona que quiere ver al hombre completo en su humanidad? Es más:
darme cuenta de mi interés no basta. Sería preciso que conociera todos los detalles del
episodio. E incluso entonces, los detalles quizás no me dirían cómo valorar su acto. Muy
cerca ya de conocer al hombre, en cuanto tal y en su individualidad, su carácter —
incluyendo aquellos elementos de los que él mismo puede no ser consciente— me
permitiría evaluar su acto. Mas para estar correctamente informado necesitaría también
conocerme a mí mismo, conocer mi propio sistema de valores, tanto lo que de él es
genuino como lo que es ideología, y conocer mis intereses, sean egoístas o de otro tipo. El
hecho, presentado exclusivamente en forma descriptiva, puede darme información en más o
en menos, y sabemos bien que no hay modo más efectivo de deformar las cosas que brindar
únicamente una serie de "hechos".
Lo que revela este ejemplo de cómo evaluar un episodio de la vida de un hombre resulta
muchísimo más complicado y de mucho mayores consecuencias cuando hablamos de hechos
que pertenecen a la vida política y social. Si presentamos como un hecho el que los
40
Edición en rústica de Beacon, 1958, p. 80.
*
Hemos traducido factual y antes factuality por "factual" y "factualidad" para evitar toda confusión con el concepto
de facticidad —tan acreditado ya— de ciertas teorías positivistas de la ciencia y, principalmente, con el de las
doctrinas existencialistas. Ambos términos no pretenden ser más que simples derivados de la palabra "hecho" (factum
en latín); y nos parecen tan legítimos como las voces inglesas y, desde luego, no menos necesarios [T.].
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comunistas se están preparando para asumir el poder en un país del Lejano Oriente, ¿implica
este hecho que están preparándose para conquistar todo el sudeste de Asia, o toda Asia?
¿Significaría esto último que los comunistas amenazan la "existencia" de Estados Unidos?
¿La amenaza a la "existencia"' de Estados Unidos significa una amenaza a la existencia física
de los norteamericanos, a la de nuestro sistema social o a nuestra libertad de expresión y de
acción, o significa que pretenden reemplazar a nuestra propia élite por una de ellos? ¿Cuál de
todos estos posibles resultados justificaría o exigiría la probable destrucción de 100 millones
de norteamericanos o de todo género de vida? El "hecho" de la amenaza comunista adopta un
significado diferente según la valoración de la estrategia y la planificación totales de los
comunistas. Pero, ¿quiénes son los comunistas? ¿El gobierno soviético, el gobierno chino, o
quién? ¿Y cuál es el gobierno soviético? ¿El de Kosygin y Brezhnev o el de sus sucesores,
que obtendrán el poder si fracasa la estrategia de los primeros?
Lo que quiero demostrar es que cual fuere el hecho de que partamos, éste no significa nada
sin la valoración de todo el sistema, lo cual supone hacer un análisis de un proceso en el que
estamos incluidos también como observadores. Finalmente, debe dejarse sentado que ya el
decidirse a seleccionar ciertos acontecimientos como hechos tiene su efecto sobre nosotros
mismos. Con esta decisión nos hemos comprometido a marchar en una determinada
dirección, y este compromiso prefija nuestra posterior selección de los hechos. Y lo mismo
pasa con nuestros opositores: ellos también están determinados por su propia selección de
hechos, así como por la nuestra.
Pero no sólo los hechos mismos están escogidos y ordenados de acuerdo con valores. La
programación de la propia computadora se basa en valores incorporados y con frecuencia
inconscientes. El principio de que "cuanto más produzcamos tanto mejor" es en si mismo un
juicio de valor. Si en su lugar creyéramos que
nuestro sistema debería conducir a alcanzar el punto óptimo en el hombre de la disposición
interna a la acción y de la prioridad de lo vivo, programaríamos de una manera distinta y
hechos muy diferentes vendrían a ser los relevantes. La ilusión de la certidumbre de las
decisiones de la computadora, compartida por un considerable sector del público y por
muchos responsables de las decisiones que hoy se toman, descansa en dos supuestos
erróneos: a) que los hechos están "dados" objetivamente, y b) que la programación es ajena
a las normas.41
Toda planificación, se haga con computadoras o sin ellas, depende de las normas y valores
que la sustentan. La planificación es en sí misma uno de los pasos más progresistas que haya
dado la raza humana. Pero puede ser una maldición si se vuelve "ciega", porque en ella el
hombre renuncia a sus decisiones, a sus juicios valorativos y a su responsabilidad. En
cambio, será una bendición si es una planificación viva, capaz de responder, "abierta", en la
cual las metas humanas sean de lleno la consciencia del proceso de planificar y su dirección.
La computadora facilita en extremo la planificación, y su uso no tiene por qué alterar el
principio fundamental de la relación adecuada de los medios con los fines, sino solamente su
abuso.
41
H. Ozbekhan ha dicho de manera muy acertada que la planificación "normativa" debe preceder a la planificación
"estratégica" y "táctica".
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42
Véase la discusión de este punto que hace Lewis Mumford en su The Myth of the Machine.
43
Cf. Johan Huizinga, Homo ludens: el juego y la cultura (México: Fondo de Cultura Económica, 1943) ; también
Gustav Bally, El juego como expresión de libertad (México: Fondo de Cultura Económica, 2' edición, 1964).
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44
Es digno de mención el que Marx criticara la famosa definición de Aristóteles que lo ve como un animal político y
la sustituyera por el concepto del hombre como un animal social, y el que atacara la definición de Franklin del
hombre como un animal que fabrica herramientas por ser "característica de la tierra de los yanquis".
45
The Function of Reason (Boston: Beacon Press. Boston Panerback, 1958), p. 4.
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toda la humanidad —al santo como al criminal—; de que, como Goethe lo expresó, no hay
crimen del cual cada uno no se pueda imaginar ser el autor. Todas estas manifestaciones
de lo humano no son la respuesta a lo que significa ser hombre, sino responden solamente
a la pregunta: ¿qué tan diferentes podemos ser y, sin embargo, ser hombres? Si
queremos saber qué significa ser hombre, debemos estar preparados para encontrar
respuestas no en función de las diversas posibilidades humanas, sino en función de las
condiciones mismas de la existencia humana, de la cual surgen todas esas posibilidades
como posibles alternativas. Dichas condiciones pueden ser reconocidas como resultado no
de la especulación metafísica, sino del examen de los datos de la antropología, la historia,
la psicología del niño y la psicopatología individual y social.
¿Cuáles son estas condiciones? Son esencialmente dos, que se hallan interrelacionadas.
La primera, la disminución del determinismo instintivo, la más alta que conozcamos en la
evolución animal, que alcanza su punto más bajo en el hombre, en el que la fuerza de dicho
determinismo se aproxima al extremo cero de la escala.
La segunda es el tremendo aumento en tamaño y complejidad del cerebro comparado
con el peso del cuerpo, la mayor parte del cual tuvo lugar en la segunda mitad del
pleistoceno. Este agrandado neocórtex es la base de la consciencia, la imaginación y todas
aquellas habilidades como el habla y la formación de símbolos que caracterizan la
existencia humana.
El hombre, careciendo del equipo instintivo del animal, no se halla tan bien provisto para
la fuga o para el ataque como éste. El no "sabe" de manera infalible como el salmón sabe
por dónde volver al río para desovar o como muchos pájaros saben por dónde ir al sur en el
invierno y por dónde regresar en el verano. Sus decisiones no las hace por él el instinto. El
las tiene que hacer. Se halla frente a alternativas y en cada decisión que toma afronta el
riesgo del fracaso. El precio que el hombre paga por su consciencia es la inseguridad.
Puede soportar su inseguridad advirtiendo y aceptando la condición humana, y concibiendo
la esperanza de no fracasar aunque no posea ninguna garantía de éxito. No tiene
certidumbre alguna. La única predicción cierta que puede hacer es: "Moriré".
El hombre nace como una extravagancia de la naturaleza, siendo parte de ella y, no
obstante, trascendiéndola. Tiene que encontrar principios de acción y de decisión que
reemplacen los principios del instinto. Tiene que buscar un marco de orientación que le
permita organizar una imagen congruente del mundo como una condición para obrar
congruentemente. Tiene que luchar no sólo contra los peligros de la muerte, el hambre y el
daño corporal, sino contra otro peligro específicamente humano: la locura. En otras
palabras, no sólo tiene que protegerse contra el peligro de perder la vida, sino también
contra el de perder la mente. El ser humano, nacido bajo las condiciones que estamos
describiendo, enloquecería en verdad si no encontrara un marco de referencia que le
permita en alguna forma sentirse en el mundo como en su hogar y eludir la experiencia del
desamparo, desorientación y desarraigo absolutos. Existen muchas maneras por las que el
hombre encuentra solución a la tarea de permanecer vivo y conservarse sano. Algunas son
mejores que otras y algunas son peores. Con "mejor" se quiere decir una manera que
conduzca a una fuerza, claridad, alegría e independencia mayores, y con "peor" justamente
lo opuesto. Pero más importante que encontrar la mejor solución es encontrar una solución
viable.
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Hay varias respuestas posibles a la cuestión que la existencia humana plantea, las cuales
se concentran en torno a dos problemas: uno es la necesidad de un marco de orientación y
el otro la necesidad de un marco de devoción.
¿Qué respuestas han surgido ante la necesidad de un marco de orientación? La única
respuesta predominante que el hombre ha encontrado hasta ahora puede también observarse
entre los animales: someterse a un guía fuerte que se supone conoce lo que es mejor para el
grupo, que planea y ordena, y que promete a cada uno de ellos que si lo siguen actuará en
beneficio de todos. Para vigorizar la fidelidad al guía o, dicho de una manera diferente,
46
Recientes experimentos de privación sensorial muestran que las formas extremas de ausencia de estímulos a las que el
hombre puede responder son capaces de producir síntomas de enfermedades mentales graves.
47
Se ha descubierto un hecho similar en pacientes psicóticos que vivían en granjas o en condiciones no carcelarias. Ellos se
mostraron poco violentos bajo estas condiciones de no coerción, lo que probó que la pretendida razón de su primer
tratamiento de tipo carcelario, esto es, la violencia que manifestaban, producía precisamente el resultado que se suponía que
el tratamiento iba a reducir o a controlar.
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para dar al individuo suficiente fe para creer en él, se concede que el guía tiene cualidades
superiores a las de cualquiera de los que están sujetos a O. Así, se lo supone omnipotente,
omnisciente, sagrado. Es un dios o un representante del dios, o bien su sumo sacerdote, que
conoce los secretos del universo y que lleva a cabo los rituales necesarios para asegurar su
continuidad. Los guías, ciertamente, han echado mano con frecuencia, de las promesas y las
amenazas para manipular la sumisión. Pero esto no es en modo alguno la historia completa.
El hombre, en la medida en que no ha alcanzado una forma más alta de su propia evolución,
ha necesitado del líder y solamente su impaciencia lo ha llevado a creer las fantásticas
historias que prueban la legitimidad del rey, del dios, del padre, del monarca, del sacerdote,
etc. Esta necesidad del líder o guía aún existe en las más ilustradas sociedades de nuestros
días. Hasta en países como Estados Unidos o la Unión Soviética las decisiones que afectan
la vida, y la muerte, de cada uno de sus habitantes se dejan en manos de un pequeño grupo
de líderes o de un solo hombre que actúa bajo el mandato formal de la constitución, sea que
la llamen "democrática" o "socialista". En su anhelo de seguridad, los hombres aman su propia
dependencia, especialmente si la relativa comodidad de la vida material y las ideologías que
llaman "educación" al lavado de cerebros y "libertad" a la sumisión les facilitan el acceso a
ella.
No hay necesidad de buscar las raíces de esta disposición a someterse en el fenómeno
dominio-sumisión de los animales. En efecto, en bastantes animales no es tan extrema o no
está tan difundida como en el hombre. Además, las condiciones mismas de la existencia
humana requerirían de la sumisión aun si nos desentendiéramos por completo de nuestro
pasado animal. No obstante, hay una diferencia decisiva. El hombre no está obligado a
ser borrego. En efecto, en la medida en que abandona su animalidad, el hombre se interesa
en relacionarse con la realidad y en ser consciente de ella, en tocar la tierra con sus pies,
como el gigante Anteo de la leyenda griega. El hombre es más fuerte cuanto más
plenamente toca o se relaciona con la realidad. Pero mientras sólo es un borrego y su
realidad, en esencia, no es más que la ficción creada por su sociedad para manipular más
provechosamente a los hombres y a las cosas, es débil como hombre. Cualquier cambio en
los patrones sociales hace que se cierna sobre él una viva inseguridad e, incluso, la locura,
porque toda su relación con la realidad está viciada por la realidad ficticia que se le
presenta como verdadera. Cuanto más logre captar la realidad por sí mismo y no sólo como
un dato que la sociedad le proporciona, tanto más seguro se sentirá porque dependerá
mucho menos del consenso y, por tanto, se verá tanto menos amenazado por el cambio
social. El hombre q u a hombre tiende de manera intrínseca a ensanchar su conocimiento
de la realidad, y esto significa acercarse a la verdad. No me refiero aquí a un concepto
metafísico de la verdad, sino al concepto de una aproximación cada vez mayor, lo que
significa disminuir la ficción y la ilusión. Comparado con la importancia de este aumento o
disminución en la captación de la realidad, el problema de la existencia de una verdad final
parece enteramente abstracto e irrelevante. El proceso de alcanzar una consciencia cada
vez mayor no es más que el proceso de despertarse, de abrir los ojos y ver lo que se halla
enfrente de nosotros. Ser consciente quiere decir suprimir las ilusiones y al mismo tiempo,
en la medida en que esto se cumple, un proceso de liberación.
A pesar de que hay una trágica desproporción entre el intelecto y la emoción en la
sociedad industrial de este momento, no puede negarse el hecho de que la historia del
hombre es una historia del crecimiento de la consciencia, consciencia que se refiere tanto a
los hechos de la naturaleza exterior a él como a su propia naturaleza. Mientras que todavía
hay cosas que sus ojos no pueden ver, su razón crítica en muchos respectos ha descubierto
un sinnúmero de cosas sobre la naturaleza del universo y la del hombre. Aún se encuentra
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Cf. el trabajo de Bachofen y el de Briffault sobre las sociedades matriarcales.
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49
Hoy los psicoanalistas ortodoxos explican los numerosos casos individuales de "fijación a la madre" como
resultado de un lazo sexual con la madre no disuelto. Esta explicación ignora el hecho de que dicho lazo con la madre
es sólo una de las respuestas posibles al trance humano de existir. El individuo dependiente del siglo xx, que vive en
una cultura que en el aspecto social espera que sea independiente, se halla confundido y, frecuentemente, sumido en la
neurosis, porque su sociedad no le proporciona —al revés de las sociedades más primitivas— los patrones sociales y
religiosos para satisfacer su necesidad de dependencia. La "fijación" a la madre es una expresión personal de una de
las respuestas a la existencia humana que algunas culturas han manifestado en formas religiosas. Y, aunque entra en
conflicto con el desarrollo pleno del individuo, es una respuesta.
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50
En "Manuscritos económico-filosóficos", traducción inglesa de T. Bottomore en E. Fromm, M a r x y s u c o n c e p t o
d e l h o m b r e (México: Fondo de Cultura Económica, 1962).
51
Ibid., pp. 139-40.
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52
El trabajo de Benjamin Whorf ha puesto de manifiesto la íntima conexión que existe entre el lenguaje y las
diferencias en los modos de pensamiento y de experiencia. Cf. la importante contribución a este problema de Ernest
G. Schachtel en su libro Metamorfosis (México: Fondo de Cultura Económica, 1962) y en escritos anteriores.
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está dormido, es un ser libre. Como resultado, su pensamiento no está sujeto a las
categorías de pensamiento de su sociedad y exhibe esa peculiar creatividad que
encontramos en los sueños. El hombre, en el sueño, crea símbolos y tiene notables
penetraciones en la naturaleza de la vida y en la de su propia personalidad que es incapaz
de tener mientras es la criatura ocupada en recolectar el alimento y en defenderse. Con
frecuencia, en verdad, esta falta de contacto con la realidad social puede llevarlo a tener
experiencias y pensamientos arcaicos, primitivos, malignos, pero que aun así son
auténticos y lo representan mejor que los patrones de pensamiento de su sociedad. En los
sueños, el individuo trasciende los estrechos límites de su sociedad y llega a ser
plenamente humano. He aquí por qué el descubrimiento de Freud de la interpretación
onírica, aun cuando él buscara básicamente los instintos sexuales reprimidos, abrió el
camino para comprender la humanidad no sujeta a censura que vive en todos nosotros.
(Algunas veces los niños, antes de que hayan sido suficientemente indoctrinados por el
proceso educativo, y los psicóticos que han roto toda relación con el mundo social,
muestran intuiciones y potencialidades artísticas y creativas que el adulto adaptado no
puede recuperar.)
Pero los sueños son sólo un caso especial de esa vida trans-supervivencial del hombre. Su
principal expresión se halla en los rituales, los símbolos, la pintura, la poesía, el drama y la
música. Nuestro pensamiento utilitario, muy lógicamente, ha tratado de interpretar todos
estos fenómenos como dependientes de la función de supervivencia. (Un difundido
marxismo se ha unido en ocasiones en sustancia, aunque no en su forma, a este tipo de
materialismo.) Observadores más profundos, como Lewis Mumford v otros, han
puntualizado que las pinturas de las cavernas en Francia y los ornamentos de la alfarería
primitiva, al par que las formas más avanzadas del arte, carecen de propósitos utilitarios.
Podría decirse que su función es contribuir a la supervivencia del espíritu del hombre, pero
no a la de su cuerpo.
En esto consiste la conexión entre belleza y verdad. La belleza no es lo contrario de lo
"feo", sino de lo "falso"; es la enunciación sensorial de una cosa o de una persona como
tales. Crear belleza presupone, según el pensamiento budista Zen, un estado mental en el
que uno se ha vaciado a fin de llenarse con lo que uno se representa, de tal manera que se
llegue a serlo. "Bello" y "feo" son categorías meramente convencionales que varían de cul-
tura a cultura. Un buen ejemplo de nuestro fracaso en aprehender la belleza es la tendencia
de la persona media a mencionar la "puesta del sol" como ejemplo de belleza, como si la
lluvia o la neblina no fueran igualmente bellas, aunque a veces resulten menos gratas al
cuerpo.
Todo gran arte se halla, por su esencia misma, en conflicto con la sociedad con la que
coexiste. Expresa la verdad acerca de la realidad, a despecho de que esta verdad favorezca
o impida los esfuerzos por sobrevivir de una sociedad dada. Todo gran arte es
revolucionario porque se refiere a la realidad del hombre y pone en duda la realidad de las
diversas formas transitorias de la sociedad humana. Hasta un artista que sea un
reaccionario políticamente es más revolucionario —si es un gran artista— que los artistas
del "realismo socialista", que se limitan a reproducir la particular forma de su sociedad
incluyendo sus contradicciones.
Es un hecho asombroso que el arte no haya sido proscrito a lo largo de la historia por las
distintas fuerzas que existieron y que existen. Son varias tal vez las razones de esto. Una es
que sin arte el ser humano languidece y acaso ni siquiera sea útil para las finalidades
prácticas de su sociedad. Otra razón es que el gran artista por su particular forma y
perfección ha sido siempre un "extraño" y, en consecuencia, mientras sólo estimula a la
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vida y la crea no resulta peligroso porque no traslada su arte al terreno político. A más de
esto, por lo general el arte estaba únicamente al alcance de las clases cultas o políticamente
menos peligrosas de la sociedad. Los artistas han sido los bufones de la corte de toda
historia pasada. Les permitieron decir la verdad porque la representaban en una forma
artística propia de ellos, pero socialmente restringida.
La sociedad industrial de nuestros días se enorgullece de que millones de personas tienen
oportunidad, y en verdad que la utilizan, de escuchar excelente música viva o en
grabaciones, de ver arte en los numerosos museos del país y de leer las obras maestras de
la literatura desde Platón hasta Russell en ediciones baratas y fáciles de adquirir. Sin duda
alguna, este encuentro con el arte y la literatura es para una pequeña minoría una genuina
experiencia. Para la vasta mayoría, en cambio, la "cultura" es otro artículo de consumo y
también un símbolo de status, por cuanto que ver los cuadros "debidos", conocer la
"buena" música y leer los "buenos" libros indica tener una, educación esmerada y resulta,
por tanto, útil para ascender en la escala social. Lo mejor del arte ha sido transformado en
un artículo de consumo, o sea que se reacciona ante él de una manera enajenada. La prueba
es que muchas de las mismas personas que van a conciertos, escuchan música clásica y
compran una edición barata de Platón miran sin disgusto los programas vulgares y sosos de
la televisión. Si su experiencia con el arte fuera genuina, apagarían sus aparatos televisores
cada vez que presentan "dramas" chabacanos y triviales.
Sin embargo, el anhelo del hombre por lo dramático, por lo que toca el fondo de la
experiencia humana, no está muerto. Mientras que la mayoría de los dramas del teatro o
del cine no son más que mercancías no artísticas o productos para consumo enajenado, el
"drama" moderno, cuando es auténtico, es primitivo y bárbaro.
El ansia de drama en estos tiempos se manifiesta más genuinamente en la atracción por
los accidentes, los crímenes y la violencia reales o de ficción. Un accidente automovilístico
o un incendio atraerá una multitud de gente que observará con gran atención. ¿Por qué es
así? Simplemente porque la confrontación elemental con la vida y la muerte resquebraja la
experiencia convencional y fascina a la gente ansiosa de drama. Por igual razón, nada
vende más un periódico que las noticias de crímenes y de violencia. El hecho es que
mientras, superficialmente, se dispensa a la tragedia griega o a las pinturas de Rembrandt
la más alta estimación, sus verdaderos sustitutos son el crimen, el asesinato y la violencia,
sea que se desarrollen directamente en la pantalla del televisor o que se los lea en los
periódicos.
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53
Esta opinión la sostiene, por ejemplo, un biólogo tan profundo como Ludwig von Bertalanfy, quien, partiendo del
marco de otra disciplina, llega en otros muchos respectos a conclusiones semejantes a las expresadas en este libro.
54
Reconozco con agradecimiento las estimulantes comunicaciones personales del difunto Dr. Raúl Hernández Peón, de
México, y del Dr. Manfred Clynes, del Rockland State Hospital de Nueva York.
55
Hagamos notar de paso que en lo que respecta a los "impulsos" que funcionan en favor de la supervivencia, no resulta
inverosímil que una computadora pudiera llegar a tener algo paralelo a todo este renglón de las vivencias sensibles, pero
en lo que toca a la esfera de los sentimientos específicamente humanos, que no están al servicio de los fines
supervivenciales, es difícil imaginar que la computadora pudiera desarrollar algo paralelo a las funciones ajenas a la
supervivencia. Podría decirse incluso que es posible definir negativamente la "experiencia humana típica" como aquella que
la máquina no puede duplicar.
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El sentir ávido es altamente egocéntrico. Sea que se trate de hambre, de sed o del deseo
sexual, la persona ávida quiere algo exclusivamente para ella, y aquello con que satisface su
deseo es sólo un medio para sus propias finalidades. Esto resulta obvio tratándose del
hambre y la sed, pero ocurre lo mismo cuando se trata del apetito sexual en su forma ávida,
en donde la otra persona es primariamente un objeto. En cambio, en el sentir no ávido hay
poca egocentricidad. Esta vivencia no es necesaria para conservar la vida, para calmar la
angustia o para satisfacer o afianzar el yo, ni sirve para bajar una tensión poderosa, pero
empieza precisamente donde la necesidad relacionada con la supervivencia o con la
disminución de la angustia termina. En el sentir no ávido, la persona puede desprenderse
de ella misma; no está compulsivamente prendida a lo que tiene y a lo que quiere tener,
sino que está abierta y pronta a responder.
La experiencia sexual puede ser simplemente placentera de un modo sensitivo sin la
profundidad del amor, pero también sin un alto grado de avidez. La incitación sexual se
halla estimulada fisiológicamente, y puede o no conducir a la intimidad. Lo opuesto a esta
clase de deseo sexual se caracteriza por una secuencia contraria, a saber: el amor crea el
deseo sexual. Lo que significa, hablando más concretamente, que un hombre y una mujer
pueden experimentar un profundo sentimiento recíproco de amor en términos de interés,
conocimiento, intimidad y responsabilidad, y que esta profunda experiencia humana
suscita el deseo de la unión física. Es obvio que este segundo tipo de deseo sexual se da
más frecuentemente, aunque en modo alguno exclusivamente, entre individuos de más de
veinte años y que constituye la base de la continuación del deseo sexual en las relaciones
humanas monógamas de larga duración. Cuando este género de incitación sexual no tiene
lugar, es natural que —aparte de las perversiones sexuales que podrían mantener unidas a
dos personas por bastante tiempo debido a la naturaleza individual de su respectiva
perversión— la excitación meramente fisiológica tienda a exigir cambios y nuevas
experiencias sexuales. Las dos clases de incitación sexual difieren fundamentalmente de la
originada por la avidez, siendo la última motivada esencialmente por la angustia o el
narcisismo.
A pesar, de la complejidad de distinguir entre sexualidad ávida y sexualidad "libre", la
distinción existe. Y podría ser demostrada en un libro que describiría las relaciones
sexuales con tanto detalle como los de Kinsey y Masters, pero que trascendería lo estre-
cho de sus marcos de observación. No creo, sin embargo, que tengamos que esperar a que
se escriba este volumen. Todo aquel que perciba la diferencia y tenga consciencia de ella
puede observar en sí mismo y en su pareja los diversos tipos de incitación, y los de mayor
experiencia sexual, como fue el caso en la clase media de la época victoriana, se puede
suponer que poseen un rico material para tal observación. Y digo que se puede suponer
que poseen, porque, por desgracia, una más amplia práctica sexual no se combina
suficientemente con un discernimiento mayor de las diferencias cualitativas en la
experiencia sexual (aun cuando estoy seguro que hay un número muy grande de personas
que, cuando reflexionan acerca de todo esto, pueden verificar la validez de esta distinción)
.
Podemos ahora proceder a examinar algunas otras "experiencias humanas típicas" sin la
pretensión de que las descripciones que siguen sean en manera alguna exhaustivas.
Relacionada con el deseo sexual no ávido, pero diferente de él, está la ternura. Freud,
cuya psicología entera trata exclusivamente de "pulsiones", tuvo por fuerza que explicar la
ternura como un resultado de la pulsión sexual, como un deseo sexual inhibido en cuanto a
su fin. Su teoría hizo necesaria esta definición, pero la observación pares; mostrar que la
ternura no es un fenómeno que pueda explicarse como un deseo sexual inhibido en su
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fin. Es, antes bien, una experiencia sui generis. Su primera característica es que es
ajena a la avidez. Cuando se experimenta ternura, no se desea nada de la otra persona,
ni siquiera reciprocidad. Tampoco tiene ninguna intención o finalidad particular, ni
siquiera aquella que hallamos en la forma de sexualidad relativamente falta de avidez,
a saber, la de la culminación física final. La ternura no está circunscrita a ningún sexo
ni edad. Resulta extremadamente difícil comunicarla con palabras, excepto tal vez en
un poema. Su modo más exquisito de expresión es la forma en que una persona
acaricia a otra o la mira, o el tono de la voz. Podría decirse que tiene sus raíces en la
ternura que la madre siente hacia su hijo, pero aun de ser así la ternura humana va
mucho más allá de la ternura materna, ya que la primera se halla libre del lazo
biológico con el hijo y del elemento narcisista del amor de la madre. La ternura no
sólo es ajena a la avidez, sino a toda premura y propósito. Entre todos los
sentimientos que el hombre ha creado dentro de sí mismo a lo largo de su historia, tal
vez ninguno la sobrepase en cuanto a la cualidad neta de ser simplemente humana.
La compasión y la empatía son otros dos sentimientos claramente relacionados con
la ternura pero no del todo idénticos a ella. La esencia de la compasión consiste en
que se "padece con" o, en un sentido más amplio, se "siente con" la otra persona. Esto
significa que no se mira a la persona desde afuera, constituyendo así el "objeto" (no
se olvide nunca que "objeto" y "objeción" provienen de la misma raíz) de mi interés,
sino que uno se mete dentro de la otra persona. Significa que yo experimento en mí
mismo lo que ella experimenta. Se trata de un modo de relacionarse no del "yo" con
el "tú", sino de un modo que se caracteriza por la frase "Yo soy tú" (Tat Twam Asi).
La compasión o empatía implica que yo vivo dentro de mi lo que el otro vive y, por
tanto, que en esta vivencia él y yo somos uno. Todo conocimiento del otro es
verdadero sólo si se basa en mi vivir dentro de mí lo que él vivencia. Si no ocurre así
y el otro sigue siendo un objeto, puedo conocer infinidad de cosas sobre él, pero a él
no lo conozco.56 Goethe describió muy brevemente este tipo de conocimiento: "El
hombre se conoce a sí mismo sólo dentro de él mismo y se da cuenta de sí mismo
sólo dentro del mundo. Cada nuevo objeto que reconocemos verdaderamente
descubre un nuevo órgano dentro de nosotros."
Para que se dé esta clase de conocimiento que se basa en la superación de la brecha
que existe entre el sujeto observador y el objeto observado se requiere, naturalmente,
el supuesto humanista que expuse anteriormente, a saber, que cada persona lleva
dentro de sí a toda la humanidad, que todos somos santos y criminales en una u otra
medida y, por tanto, que no hay nada en el otro que no podamos sentir dentro de
nosotros mismos. Esta experiencia requiere que nos apartemos de la estrechez de
estar relacionados únicamente con lo que nos es familiar, sea por el hecho de ser
relaciones de consanguinidad o bien, en un sentido más amplio, porque comemos los
mismos alimentos, hablamos el mismo lenguaje y tenemos el mismo "sentido común".
Conocer a las personas en el sentido de conocerlas compasiva y empáticamente
requiere que nos libremos de los reducidos lazos de una sociedad, raza o cultura dada
y que penetremos en lo profundo de esa realidad humana en la que no somos más que
56
En psicoanálisis o en formas semejantes de psicoterapia profunda, el conocimiento del paciente reside en la capacidad
del analista para conocerlo y no en su habilidad para reunir suficientes datos para conocer muchas cosas sobre él. Los
datos acerca del desarrollo y de las experiencias del paciente a menudo son útiles para conocerlo, pero no son más que
auxiliares de ese conocimiento que no requiere de "datos", sino antes bien de una completa apertura hacia el otro y de una
apertura en si mismo. Esta clase de conocimiento puede darse en el primer segundo transcurrido frente a una persona o
largo tiempo después, pero cuando ocurre es repentino e intuitivo y no el resultado final de una información siempre
creciente sobre la historia vital de la persona.
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particular hacia eso, pero no me es del todo indiferente." Constituye una de esas palabras
difusas que encubren su ausencia de vigor y que son lo bastante vagas para abarcar casi
todo desde tener interés en una cierta operación comercial hasta tener interés en una chica.
Pero este deterioro del significado de las palabras, tan generalizado, no puede disuadirnos
de que las usemos en su significación original y más profunda, lo cual quiere decir devol-
verles su propia dignidad. "Interés" viene del latín inter-esse, o sea, "ser entre". Si estoy
interesado, debo trascender mi yo, debo estar abierto al mundo y saltar dentro de él. El
interés se funda en la disposición a la acción. Es aquella actitud relativamente constante
que nos permite, en todo momento, captar intelectualmente, así como emocional y
sensiblemente, el mundo exterior. Quien está interesado se vuelve interesante, porque el
interés posee una cualidad contagiosa que despierta el interés en aquellos que no pueden
interesarse sin ayuda. El significado de interés se vuelve todavía más claro cuando
pensamos en el fenómeno contrario: la curiosidad. El curioso es básicamente pasivo.
Quiere que lo nutran de conocimientos y sensaciones, pero jamás puede tener bastante,
puesto que la cantidad de la información está sustituyendo a la profunda cualidad del
conocimiento. El terreno más importante en que la curiosidad se ve satisfecha es el chisme,
ora sea el chisme pueblerino de la mujer que se sienta a la ventana a mirar con su catalejo
lo que pasa a su alrededor, ora el chisme algo más perfeccionado que llena las columnas de
los periódicos, que se oye en las juntas académicas de los profesores lo mismo que en las
juntas administrativas de los burócratas y en las tertulias de los escritores y de los artistas.
Por su naturaleza misma, la curiosidad es insaciable, desde que, además de su malicia,
nunca responde realmente a la pregunta de quién es la otra persona.
El interés tiene muchos objetos —personas, plantas, animales, ideas, estructuras sociales—
y depende en cierta medida del temperamento y del carácter específico de la persona, así
como de la índole de su interés. Sin embargo, los objetos son secundarios. El interés es una
actitud que todo lo penetra y una forma de relacionarse con el mundo, y podría definirse en
un sentido muy amplio como la inclinación de la persona viva hacia todo lo vivo y lo
que crece. Aun cuando este círculo de interés pareciera pequeño en un individuo, si el
interés es genuino, no habrá ninguna dificultad en despertarle el interés por otros
campos, simplemente porque es un individuo interesado.
Otra "experiencia humana típica" que vamos a analizar aquí es la responsabilidad.
Una vez más, "responsabilidad" ha perdido su significado original y se la emplea
comúnmente como una palabra sinónima de deber. Pero deber es un concepto que
pertenece al terreno de la ilibertad, mientras que responsabilidad es un concepto
perteneciente al de la libertad.
Esta diferencia entre deber y responsabilidad corresponde a le distinción entre
conciencia autoritaria. y conciencia humanista. La conciencia autoritaria consiste
esencialmente en la disposición a seguir las órdenes de las autoridades a las que se
está sometido. Es la obediencia glorificada. La conciencia humanista es la disposición
a escuchar la voz de la humanidad personificada en cada uno de nosotros, y no
depende de las órdenes dadas por nadie más.57
Otros dos tipos de "experiencias humanas típicas" resultan difíciles de clasificar
como sentimientos, afectos o actitudes. Pero poco importa cómo los clasifiquemos, ya
que todas estas clasificaciones se basan en distinciones tradicionales, cuya validez es
discutible. Estoy hablando de la experiencia de identidad y de la experiencia de
57
El concepto freudiano del superyó es una formulación psicológica de la conciencia autoritaria. E implica atender
los mandatos y prohibiciones del padre y, más tarde, los de las autoridades sociales que continúan a aquél.
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integridad.
El problema de la identidad, en años recientes, ha ocupado bastante tiempo el
primer plano de la discusión psicológica, estimulado especialmente por el excelente
trabajo de Erik Erikson. Este autor ha hablado de una "crisis de identidad" e,
indudablemente, ha tocado uno de los más importantes problemas psicológicos de la
sociedad industrial. No obstante, en mi opinión, no ha ido tan lejos o no ha penetrado
tan profundamente como se necesitaría para comprender plenamente el fenómeno de
la identidad y el de la crisis de identidad. En la sociedad industrial se transforma a los
hombres en cosas, y las cosas no tienen identidad. ¿O es que la tienen? ¿No es acaso
idéntico cada auto Ford de cierto año y de cierto modelo a cualquier otro Ford del
mismo modelo a la vez que diferente de otros modelos y marcas? ¿No tiene cada
billete su identidad, como cualquier otro billete de igual denominación en cuanto que
tiene el mismo diseño, valor y cambiabilidad, pero difiere de todo otro billete igual si
se atiende a las diferencias producidas en su aspecto por el tiempo que lleva en
circulación? Las cosas pueden ser las mismas o diferentes. Al hablar de identidad, sin
embargo, hablamos de una cualidad que no pertenece a las cosas sino únicamente al
hombre.
¿Qué es, entonces, la identidad en un sentido humano? Entre los múltiples accesos
a esta cuestión, quiero sólo recalcar la noción de que la identidad es la experiencia
que le permite a un individuo decir legítimamente "yo": "yo" como un centro activo
organizador de la estructura de todas mis actividades actuales o potenciales. Esta
experiencia de "yo " existe únicamente bajo una situación de actividad espontánea,
pero no bajo una actitud pasiva y de semivigilia, una situación en la que la gente está
suficientemente despierta para atender sus ocupaciones pero no lo bastante como para
sentir un "yo " como el centro activo que está dentro de cada uno.58 Este concepto de
"yo" es diferente del concepto del yo.* (No empleo este último término en el sentido
freudiano sino en el popular en que se dice, por ejemplo, de una persona que tiene un
"yo enorme".) La experiencia de mi yo es la experiencia de mí mismo como una cosa,
del cuerpo que tengo o la memoria que tengo, del dinero, la casa, la posición social,
el poder, los hijos, los problemas, etc. que tengo. Me miro a mí mismo come una cosa
y mi papel social es otro atributo reificador. Muchos individuos confunden fácilmente
la identidad del yo con la identidad de "yo" o de sí mismo. La diferencia es
fundamental e inequívoca. La experiencia del yo y de la identidad del yo se basan en
el concepto de tener. Yo me tengo a "mí" como tengo todas las demás cosas de que
este "mí" es dueño. La identidad de "yo" o de sí mismo se refiere, en cambio, a la
categoría de ser y no a la de tener. Yo soy "yo" solamente en la medida en que estoy
vivo, interesado, relacionado, activo, y en que he logrado una integración entre mi
apariencia —para los demás o para mí mismo, o para ambos a la vez— y el núcleo de mi
personalidad. La crisis de identidad de nuestro tiempo se basa esencialmente en la
enajenación y la reificación cada vez mayores, y únicamente se resolverá en la medida en
que el hombre regrese a la vida, vuelva nuevamente a ser activo. No existe ningún
expediente psicológico que pueda apresurar la solución de la crisis de identidad, excepto la
58
En el pensamiento oriental, este "yo" central es experimentado en ocasiones como si se alojara en el punto situado
en medio de los dos ojos, punto en el que en lenguaje mitológico se acostumbra localizar el "tercer ojo".
*
Fromm diferencia aquí "I" de ego. A fin de evitar el uso en español del inútil latinismo ego, hemos vertido
sistemáticamente "I" por "yo" y ego por el yo (sin comillas). En cuanto a self, que aparece líneas más adelante, se lo
ha traducido también sistemáticamente por sí mismo. Creemos que con esto el texto gana en precisión [T.).
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59
No hay espacio en este corto libro para discutir en detalle la diferencia existente entre el concepto de identidad que aquí
presento y el de Erikson. Espero publicar un análisis detallado de esta diferencia en otra ocasión.
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6) Valores y normas
Hasta este momento no nos hemos referido a uno de los elementos fundamentales
de la situación humana, a saber, la necesidad del hombre de valores que guíen sus
acciones y sentimientos. Desde luego, existen comúnmente discrepancias entre lo que
los individuos consideran que son sus valores y los verdaderos valores que los
dirigen, de los cuales no se dan cuenta. En la sociedad industrial, los valores
oficiales, conscientes, son los de la tradición religiosa y humanista: la individualidad,
el amor, la compasión, la esperanza, etc. Pero estos valores se han convertido en
ideologías para la mayor parte de la gente y no intervienen en la motivación de la
conducta humana. Los valores inconscientes que sí motivan de manera directa la
conducta de la gente son los que ha engendrado el sistema social de la sociedad
industrial y burocrática: la propiedad, el consumo, la posición social, la diversión, el
excitamiento, etc. Esta discrepancia entre los valores conscientes e inefectivos y los
valores inconscientes pero efectivos causa daños a la personalidad. El tener que obrar
en forma diferente a como ha sido enseñado y a como sabe que debe obrar hace que el
hombre se sienta culpable y desconfíe de sí mismo y de los demás. Esta discrepancia
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1) Premisas generales
60
"The Advance of Cybernation: 1965-1985" en The Guaranteed Income, editado por Robert Theobald (Nueva York:
Doubleday Anchor Books, 1967).
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2) La planificación humanista
Prosiguiendo con el análisis que acerca de la planificación comencé en el capítulo III, desearía
asentar de nuevo que toda planificación está dirigida por juicios y normas de valor, se percate o
no de ello los planificadores. Esto es cierto también para toda planificación mediante
computadoras, en donde tanto la selección de hechos con que se alimenta a la
computadora como la programación implican juicios de valor. Si quiero llevar al máximo
el rendimiento económico, mis hechos al igual que mi programa serán diferentes de los
que necesitaría si quisiera llevar hasta lo máximo el bienestar humano expresado en
alegría, interés en el trabajo, etc. En este último caso se considerarán otros hechos y el
programa será distinto.
Aquí surgen varias cuestiones graves, a saber: ¿Cómo se puede llegar a tener algún
conocimiento sobre valores humanos si no es aceptando los tradicionales, que al menos
tienen la validez del consenso o son aceptados como asunto de gusto o preferencia per-
sonal? En el capítulo IV, me he referido al hecho de que el estado de bienestar del
hombre se puede describir tan empírica y objetivamente como el estado de malestar. Las
condiciones que llevan al bienestar físico y mental se pueden averiguar, así como
aquellas que conducen al malestar tanto físico como mental. Un estudio del sistema
Hombre puede llevar a la aceptación de valores objetivamente válidos sobre la base de
que conduzcan al funcionamiento óptimo del sistema o, al menos, de que si nos damos
cuenta de las posibles alternativas, las normas humanistas serán aceptadas de preferencia
a sus opuestas por la mayoría de la gente sana.
Cualesquiera que sean los méritos de la fuente de la validez de las normas humanistas,
el objetivo general de una sociedad industrial humanizada puede definirse así: el cambio
de la vida social, económica y cultural de nuestra sociedad en tal forma que estimule y
fomente el crecimiento y lo vivo del hombre antes que viciarlo; que active al individuo
antes que hacerlo pasivo y receptivo; que nuestras capacidades tecnológicas sirvan al
crecimiento del hombre. Para llegar a esto, debemos volver a ganar el control del sistema
social y económico; y la voluntad del hombre, guiada por su razón y por su deseo de
óptima viveza, debe hacer las decisiones.
Dados estos objetivos generales, ¿cual es el procedimiento de la planificación
humanista? Las máquinas y las computadoras deberán volverse una parte funcional en un
sistema social orientado por la vida y no un cáncer que empieza por hacer estragos y
acaba por matar al sistema. Las máquinas y las computadoras deben volverse medios
para los fines determinados por la razón y la voluntad del hombre. Los valores que
determinan la selección de los hechos y que influyen en la programación de las
computadoras se deben obtener a base del conocimiento de la naturaleza humana, de sus
varias manifestaciones posibles, de sus formas óptimas de desarrollo y de las necesidades
reales que llevan a éste. Es decir, el hombre, y no la técnica, debe ser la fuente última de
los valores; el desarrollo humano óptimo, y no la máxima producción, el criterio para
toda planificación.62 El desenvolvimiento del hombre, y no el "progreso" industrial,
61
Invento esta palabra para guardar el paralelo con "activación". Aunque no se la encontrará en el diccionario, es una
palabra necesaria debido a que hay ciertas circunstancias que hacen al hombre más activo y otro que lo hacen más pasivo.
62
Hasan Ozbekhan ha formulado el problema muy sucintamente: "Lo que nos ha faltado hacer en todo esto es adscribirle un significado
operante a las llamadas deseables que nos motivan, poner en duda su valor intrínseco, evaluar las consecuencias de largo alcance de nuestras
aspiraciones y acciones, preguntarnos si el resultado que estamos esperando corresponde de hecho a esa calidad de vida que decimos
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anhelar, y si nuestras acciones habituales nos conducirán ahí. En otras palabras, en la concepción de planificación del que escribe, nos falta planear
en el sentido más profundo." (Cf. el artículo de Hasan Ozbekhan, op. cit. También reconozco con agradecimiento las sugerencias del señor
Ozbekhan, recibidas en una comunicación personal posterior, y las de M a r t i n IC . S t a r r y de R a ym o n d G. B r o wn . )
63
Más sobre esto en otra parte de este capitulo.
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otros. La planificación de la corporación debe estar sujeta al control del gobierno, de los
trabajadores y de los consumidores. En otras palabras, todos aquellos para quienes la
industria planifica deben tener voz y voto en las decisiones de ésta.
De todo lo que se ha dicho en los capítulos anteriores sobre el hombre, se sigue que un
requisito básico para el bienestar humano es ser activo, en el sentido de ejercitar
productivamente todas nuestras facultades; y que uno de los rasgos más patogénicos en
nuestra sociedad es la tendencia a hacer pasivo al hombre privándolo de la oportunidad
de participar activamente en los asuntos de su sociedad, en la empresa en la que trabaja
y, de hecho, aunque en forma más disfrazada, en sus asuntos personales. Esta "pasivación"
del hombre se debe en parte al método de "enajenación burocrática" utilizado en toda
empresa centralizada.
Como sucede a menudo, aquí la gente se halla enfrentada a una falsa dicotomía
confundidora. Se cree que hay que elegir, por un lado, entre un sistema anárquico sin
ninguna organización ni control y, por el otro, el género de burocracia que es típica del
industrialismo contemporáneo y, aún más, del sistema soviético. Pero esta alternativa
no es en modo alguno la única: tenemos otras opciones. La que tengo en mente es la
opción entre el método de la administración humanista64 y el método de la burocracia
enajenada por el cual conducimos nuestros asuntos.
Este procedimiento burocrático enajenado se puede caracterizar de varias maneras.
Primero que nada, es un sistema de un solo sentido: las órdenes, las sugerencias, la
planificación emanan desde arriba y están dirigidas hacia la base de la pirámide. No
hay lugar para la iniciativa individual. Las personas son "casos", ya sea casos de
bienestar o casos médicos, o bien, cualquiera que sea el marco de referencia, son casos
que se pueden poner en una tarjeta de computadora, desechando aquellos rasgos
individuales que marcan la diferencia entre una "persona" y un "caso".
Nuestro método burocrático es irresponsable en el sentido de que no responde a las
necesidades, los puntos de vista, los requisitos de un individuo. Esta irresponsabilidad se
relaciona estrechamente con el carácter de caso de la persona que se vuelve un "objeto" de
64
En las páginas siguientes, utilizaré el término "administración humanista" en vez de "burocracia humanista" porque la
palabra “burocracia” en sí misma se refiere a menudo a un tipo de sistema enajenado.
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En lo que sigue,1lamaré "sujetos" a los que están sujetos a control por la burocracia.
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la corporación, será muy difícil para el gobierno ejercer su poder sobre el sector privado
del sistema.
Una objeción más señalará que la doble responsabilidad en la toma de decisiones aquí
propuesta sería una fuente de fricciones sin término entre los de arriba y los "sujetos", y
que por esta razón psicológica sería inefectiva. Hablando del problema en un sentido
abstracto, lo podríamos encontrar formidable, pero una vez que se acepten tales cambios,
los conflictos resultantes serán mucho menos agudos e insolubles de lo que serian si se
mira el cuadro de una manera abstracta. Después de todo, en la empresa los
administradores tienen interés en actuar, e igual sucede con los participantes. Tan pronto
como el burócrata se vuelve "vulnerable", es decir, comienza a responder a los deseos y
reclamaciones de los que están sujetos a él, ambas partes se vendrán a interesar más en los
problemas que en conservar sus posiciones, bien sea como autoridad o como demandante.
Que esto es posible ha sido demostrado en varias universidades de Estados Unidos y del ex-
tranjero en donde una vez que se aceptó la participación de los estudiantes, hubo poca
fricción entre éstos y la administración. Ha sido demostrado también en el sistema
yugoslavo de la autoadministración de los trabajadores y en la experiencia de los muchos
movimientos de cooperativistas de todo el mundo.
Si el modo burocrático se cambiase de enajenado a humanista, ello necesariamente
conduciría a un cambio en el tipo de administrador que tiene éxito. El tipo de personalidad
defensiva que se aferra a su imagen burocrática y que tiene miedo de ser vulnerable y de
enfrentarse directa y abiertamente a las personas, estaría en desventaja. Por otra parte, la
persona imaginativa, no temerosa y que responde tendría éxito, de cambiar el método de
administración. Estas consideraciones muestran cuán erróneo es hablar de ciertos métodos
de administración que no pueden alterarse porque los administradores "no estarían dispuestos o
no serian capaces de alterarlos". Lo que aquí se omite es el hecho de que los nuevos
métodos constituirían un principio selectivo para los administradores. Esto no significa
que la mayor parte de los directivos actuales seria reemplazada por el nuevo tipo de
administrador. Sin duda, hay muchos que bajo el sistema actual no pueden utilizar sus
capacidades responsivas y que podrán hacerlo una vez que el sistema les dé una
oportunidad.
Entre las objeciones a la idea de la participación activa del individuo en la empresa en
que trabaja, tal vez la más popular sea la afirmación de que, en vista del incremento de la
cibernetización, las horas de trabajo individual serán tan cortas y el tiempo dedicado al
descanso tan largo que la activación del individuo ya no necesitará tener lugar en su
situación de trabajo, sino que será suficientemente realizada en su tiempo de descanso.
Esta idea, creo, está basada en un concepto erróneo de la existencia humana y del trabajo.
El hombre, aun bajo las condiciones tecnológicas más favorables, tiene que tomar la
responsabilidad de producir el alimento, el vestido, la vivienda y demás necesidades
materiales. Esto significa que tiene que trabajar. Incluso si la mayor parte del trabajo
físico estuviera a cargo de las máquinas, el hombre tendría todavía que participar en el
proceso de intercambio entre él mismo y la naturaleza. A menos que el hombre fuera un
ser incorpóreo o un ángel sin necesidades físicas, el trabajo desaparecería
completamente. Pero teniendo necesidad de asimilar la naturaleza, de organizar y de
dirigir los procesos de producción material, de distribución, de organización social, y de
responder a las catástrofes naturales, no se puede quedar sentado y dejar que las cosas se
resuelvan por sí solas. El trabajo en una sociedad tecnológica puede no ser ya una
"maldición", pero el estado paradisíaco en el cual el hombre no tenga que cuidar de sus
necesidades materiales es una fantasía tecnológica. ¿O será la solución, como
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66
Op. cit.
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básicos.
El problema de la información adecuada presenta muchas dificultades que nos obligan
a hacer algunas digresiones. ¿No son los asuntos con los que tratamos en la política
nacional y extranjera o en la administración de una corporación tan intrincados y es-
pecializados que sólo los puede entender el especialista muy experimentado? Si esto fuera
así, tendríamos que admitir que el proceso democrático, en el sentido tradicional de la
participación del ciudadano en la toma de decisiones, ya no es factible; tendríamos que
admitir, además, que la función constitucional del Congreso también es anticuada. El
senador o el representante, en tanto individuo, ño tiene ciertamente el conocimiento
especializado que se supone es necesario. El presidente mismo parece depender del
consejo de un grupo de especialistas expertos, ya que se supone también que no entiende
problemas de una complejidad tal que están fuera del alcance del ciudadano instruido y
bien informado. En resumen, si el supuesto de la insuperable complejidad y dificultad de
los datos fuera correcta, el proceso democrático sería una forma vacía, viéndose el
gobierno dominado por tecnólogos. Esto mismo rezaría para el proceso de la
administración. Si los altos directivos no pudieran entender los problemas técnicos extre-
madamente complejos sobre los que tienen que decidir, sencillamente tendrían que
aceptar las decisiones de sus expertos técnicos.
La idea de que los datos han llegado a ser tan difíciles y complejos que sólo los
expertos altamente especializados pueden atacarlos está enormemente influida por el
hecho de que en las ciencias naturales se ha alcanzado tal grado de especialización que
generalmente sólo unos cuantos científicos son capaces de comprender plenamente el
trabajo de un colega de su propio campo. Por fortuna, la mayoría de los datos
significativos en la toma de decisiones tanto políticas como administrativas no son de tal
orden de dificultad o especialización. De hecho, las computadoras reducen bastante las
dificultades porque pueden construir diferentes modelos y mostrar diferentes resultados
de acuerdo con las premisas utilizadas en la programación. Echemos una mirada al
ejemplo de la política extranjera estadounidense con respecto al bloque soviético. El
juicio depende del propio análisis de los planes e intenciones del bloque soviético, de sus
metas y de su flexibilidad en la persecución de las mismas, especialmente en cuanto
dependan de su deseo de evitar una catástrofe. Por supuesto, lo mismo reza para la
política extranjera de los norteamericanos, los chinos, los alemanes, etc., y también sobre
los planes e intenciones de la política extranjera estadounidense tal como es o puede ser
entendida por el oponente. Opino que los hechos básicos son accesibles a cualquiera que
se mantenga informado leyendo todas las noticias disponibles. (Es verdad que sólo unos
cuantos periódicos, como el New York Times, dan toda la información necesaria, e
incluso éstos, a veces, la seleccionan intencionalmente; pero esto se puede remediar y no
toca el punto esencial.) Apoyándose en los hechos, el ciudadano informado, serio y
critico puede conseguir la información básica que necesita para formarse una idea de los
asuntos fundamentales.
Por lo general, se cree que, puesto que carecemos de acceso a la información secreta,
nuestra información es desastrosamente inadecuada. Creo que este punto de vista
sobreestima la importancia de la información secreta, para no hablar del hecho de que los
datos que el servicio de inteligencia ofrece son, a menudo, totalmente erróneos, como en
el caso de la invasión a Cuba. La mayor parte de la información que se necesita para
comprender las intenciones de otros países se puede obtener a través de un análisis
cuidadoso y racional de su estructura y de sus antecedentes, siempre que el que los
analice no esté prejuiciado por sus propias emociones. Algunos de los mejores análisis de
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la Unión Soviética, de China, de los orígenes de la guerra fría, etc., se pueden encontrar
en el trabajo de estudiosos que no tenían información secreta alguna a su disposición. El
hecho es que mientras menos se confía en el análisis crítico y penetrante de los datos,
tanto más se busca la información secreta, que muchas veces es un pobre sustituto del
análisis. No estoy negando que el problema exista. El servicio militar de inteligencia que
informa al alto mando sobre asuntos como nuevos sitios de cohetes militares, nuevas
explosiones nucleares, etc., puede ser de importancia; pero si se tiene una idea adecuada
de las metas y limitaciones del otro país, dicha información muchas veces, y
especialmente su evaluación, es secundaria para el análisis general. El objeto de este
argumento no es afirmar que la información secreta no tenga importancia, sino, que un
cuidadoso análisis crítico de los datos disponibles hace posible tener una base para un
juicio informado. Debiera añadir que es una cuestión abierta la de si existe una necesidad
real de tener tanta información secreta como las burocracias política y militar nos
quieren hacer creer. Ante todo, la necesidad del secreto corresponde a los deseos de la
burocracia, que más bien ayuda a apoyar a una jerarquía de varios niveles que se
caracteriza por su acceso a los diversos tipos de clasificación de la seguridad. Esto
también aumenta su poder, pues en cada grupo, desde las tribus primitivas hasta las
complejas burocracias, la posesión de los secretos hace a los dueños de los mismos que
aparezcan dotados de una magia especial y, de ahí, que se les considere superiores al
hombre promedio. Pero aparte de estas consideraciones se debe poner en tela de juicio si
las ventajas de poseer información secreta (cuando ambas partes, de todos modos, tienen
conocimiento recíproco de algunos de sus "secretos") valen el efecto social de minar la
confianza del ciudadano y de todos los miembros de la legislatura y del poder ejecutivo
—con excepción de unos cuantos que tienen acceso a los "secretos de estado"— a fin de
cumplir sus papeles en la toma de decisiones. Puede resultar que las ventajas militares y
diplomáticas obtenidas por el secreto sean menores que las pérdidas en nuestro sistema
democrático.
Volviendo de esta digresión al problema de la información de grupos cara a cara,
debemos plantear: a) cómo se puede transmitir la información necesaria que sea
relevante a los grupos, y b) cómo puede aumentar nuestra educación la capacidad del
estudiante para pensar críticamente más que hacerlo un consumidor de información.
Sería inútil entrar en detalles acerca de cómo se puede transmitir este tipo de
información. Habiendo preocupación e interés suficientes, no hay mayores obstáculos
para desarrollar los métodos adecuados.
El segundo requisito para el funcionamiento de todo grupo cara a cara es el debate.
Mediante el aumento del mutuo conocimiento de los miembros, el debate irá perdiendo el
carácter áspero y de frase hecha para convertirse en un diálogo entre seres humanos y
no en una disputa. Aun cuando siempre habrá fanáticos y gente más o menos enferma y
necia, incapaces de participar en este tipo de discusión, se puede crear una atmósfera que
por sí sola elimine la efectividad de tales individuos dentro del grupo. Para que el diálogo
sea posible, es esencial que cada miembro del grupo no sólo trate de ser menos defensivo
y más abierto, sino que también trate de comprender lo que la otra persona quiere decir
más que la forma en que expresa su pensamiento. En todo diálogo fructífero, cada
participante debe ayudar al otro a aclarar sus ideas antes que forzarlo a defender
formulaciones sobre las que puede tener sus dudas. El diálogo implica siempre una
mutua aclaración de quienes lo sostienen y, a menudo, la comprensión del interlocutor
más que la de uno mismo.
Finalmente, la información y el debate resultarían estériles e impotentes si el grupo no
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ajustan su programa a lo que las encuestas públicas les dicen acerca de cómo ganar
votos y, cuando son elegidos, actúan conforme a las distintas presiones que los afectan,
de las cuales la voluntad de los votantes es sólo una, pero que, por lo demás,
únicamente para unos cuantos va de acuerdo con su conocimiento de los asuntos, con
su interés y con su convicción.
El hecho es que existe una sorprendente correlación entre la educación y la opinión
política de los votantes. Los menos informados se inclinan más hacia soluciones
irracionales y fanáticas, mientras que los más instruidos muestran una tendencia hacia
soluciones más racionales y realistas. Dado que, por muchas razones, ni es factible ni
deseable restringir el sufragio general en favor de los más instruidos, y dado que la
forma democrática
de sociedad es superior a la forma autoritaria, la cual ofrece muy pocas esperanzas de
que los filósofos se conviertan en reyes, existe a la larga sólo una oportunidad para el
proceso democrático: adaptarlo a las condiciones del siglo XX por un proceso político
a través del cual los votantes lleguen a estar informados de los problemas de su
sociedad e interesados en ellos, tal como los miembros de una Asamblea Popular * lo
estarían respecto de los problemas de su ciudad. El desarrollo de las técnicas de
comunicación puede llegar a ser muy útil en este proceso.
En resumen, un equivalente de la Asamblea Popular factible en una sociedad
tecnológica podría ser el siguiente: formar una especie de Cámara de Diputados,
compuesta por muchos miles de grupos del tamaño de una Asamblea Popular, que
estaría bien informada y discutiría y tomaría decisiones acerca de los principios de las
acciones políticas; sus decisiones formarían un nuevo elemento en los sistemas
existentes de equilibrio entre los poderes; la técnica de computación permitiría anotar
muy rápidamente las decisiones tomadas por los participantes en estas Asambleas Po-
pulares. A medida que la educación política creciera, llegarían a ser más y más parte de
la toma de decisiones a un nivel nacional y estatal. Debido a que estas asambleas
estarían basadas en la información y la discusión, sus decisiones serían
fundamentalmente diferentes de las de un plebiscito o una encuesta pública.
Pero una condición para que haya siquiera la posibilidad de estos cambios es que el
poder en Estados Unidos retorne a aquellos órganos a los que la Constitución ha hecho
responsables del ejercicio del poder en diversas áreas. El complejo militar industrial
amenaza con hacerse cargo de muchas funciones de las ramas legislativa y ejecutiva. El
Senado ha perdido una gran parte de su papel constitucional en la modelación de la
política exterior (del cual los esfuerzos valerosos e imaginativos del senador J.
William Fulbright, Presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, han
salvado cuanto ha sido posible) ; las fuerzas armadas han influido más que nunca en la
delineación de la política. Considerando el tamaño de nuestro presupuesto de defensa,
no es sorprendente que el Departamento de Defensa (y la Agencia Central de
Inteligencia, que opera sin el control efectivo de otras ramas del sistema
gubernamental) tienda a expandirse más y más.
Si bien esto es comprensible, constituye un peligro decisivo para nuestro sistema
democrático, peligro que puede evitarse sólo mediante la firme expresión por parte de los
votantes de su intención de reasegurar su voluntad .67
*
En el original Town Meeting, que es una asamblea general de votantes formada por los vecinos de una ciudad para tratar
los asuntos referentes a ésta. [T.]
67
Mientras revisaba este manuscrito, le( el testimonio del vicealmirante Hyman Rickover ante el Comité de Asuntos
Exteriores del Senado, quien acusó a la burocracia civil del Departamento de Defensa de crear problemas de política
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de la educación no sólo se refiere, por supuesto, a la educación superior, sino que comienza
con el Jardín dé Niños y la Escuela Primaria. Que este método se puede aplicar incluso en
la alfabetización de los campesinos pobres y de los habitantes de los barrios bajos ha sido
demostrado por los métodos muy exitosos de alfabetización diseñados y aplicados en
Brasil por el profesor P. Freire y ahora en Chile.
Al concluir esta discusión sobre la acción participatoria de los grupos cara a cara, insto al
lector a no quedarse en la consideración de los méritos de las propuestas detalladas que he
hecho. Se formularon únicamente como ilustraciones del principio de la idea de la
participación y no porque piense que cualquiera de las sugerencias propuestas en sí ofrezca
la mejor solución. Escribir en detalle sobre las varias posibilidades para formar grupos
participatorios requeriría al menos otro libro, que sería solamente uno entre los muchos que
pueden ser escritos por otros sobre el tema.
El proponer métodos de activación mediante la participación está dirigido a revitalizar el
proceso democrático. Y se basa en la convicción de que la democracia norteamericana se
debe fortalecer y revitalizar o se marchitará. No puede permanecer estática.
4) El consumo humanizado
El objetivo de la activación del hombre en la sociedad tecnológica requiere otro paso tan
importante y tan difícil como el reemplazar la estructura burocrática enajenada por el
método de la administración humanista. Una vez más quiero pedir al lector que tome las
siguientes propuestas sólo como ilustraciones de posibilidades deseables, no como
objetivos y métodos definitivos.
Hasta el momento, nuestro sistema industrial ha seguido el principio de que se acepte
indiscriminadamente todo lo que el hombre quiera o desee, y, de ser posible, que la
sociedad satisfaga todos estos deseos. Hacemos algunas excepciones a este principio: por
ejemplo, ciertas leyes restringen o incluso prohíben el uso del licor, sin tomar en cuenta el
deseo de la persona de beber cuanto quiera; aún más estrictas son aquellas que están en
contra de la ingestión de drogas, en donde incluso la posesión de drogas como la
marihuana (cuyo grado de nocividad todavía está en discusión) se castiga severamente;
también restringimos la venta y la exhibición de la llamada pornografía. Es más, nuestras
leyes prohíben la venta de alimentos dañinos amparadas por el Acta de Alimentos y
Drogas. En estas áreas hay un consenso general, cristalizado en las leyes estatales v
federales, de que hay deseos que son nocivos al hombre y que no deben ser satisfechos a
pesar de que la persona anhele la satisfacción de esos deseos. Ya el poder argüir que la
llamada pornografía no constituye una amenaza real y que, además, la lascivia escondida
de nuestros anuncios es por lo menos tan efectiva para despertar la codicia sexual como la
pornografía abierta, reconoce el principio de que hay límites a la libertad de satisfacer los
deseos subjetivos. Sin embargo, estas restricciones se basan esencialmente en sólo dos
factores: el daño corporal y los vestigios de la moralidad puritana. Ya es tiempo de que
empecemos a estudiar el problema total de las necesidades subjetivas y el de si su
existencia es una razón suficientemente válida para satisfacerlas; a poner en duda y a
examinar el principio generalmente aceptado de la satisfacción de todas las necesidades
principalmente por la avidez material, véase mi libro Marx y su concepto del hombre (México: Fondo de Cultura
Económica, 1962.) Cf. E. Fromm (ed.) : Humanismo socialista (Buenos Aires: Paidós, 1966), y los escritos de un gran
número de marxistas humanistas de Europa y de Estados Unidos, así como de Yugoslavia, Checoslovaquia, Polonia y
Hungría.
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Un sentimiento similar de poder existe en el votante, que puede escoger entre los diversos candidatos
que buscan su simpatía, o en el fanático de las estrellas cinematográficas, que experimenta el poder de
crear o destruir a su ídolo.
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su uso contemporáneo. Baste decir que lo que la mayoría de la gente experimenta como
felicidad hoy día es, en realidad, un estado de completa satisfacción de sus deseos, sin
tomar en cuenta su calidad. Y al concebírsela en este sentido pierde las características
importantes que la filosofía griega le dio, a saber, que la felicidad no es un estado de
satisfacción de necesidades puramente subjetivas sino de aquellas necesidades que tienen
una validez objetiva en función de la existencia total del hombre y de sus
potencialidades. Hartamos mucho mejor en pensar en la alegría y en la intensa vivacidad
que en la felicidad. La persona sensible, no sólo en una sociedad irracional sino también
en la mejor de todas las sociedades, no puede eludir sentirse profundamente entristecida
por las tragedias inevitables de la vida. Tanto la alegría como la tristeza son experiencias
ineludibles para el individuo sensible y vivaz. La felicidad en su sentido actual
comúnmente implica un estado agradable y superficial de saciedad antes que una
condición concomitante de la plenitud de la experiencia humana. Puede decirse que la
"felicidad" es una forma enajenada de la alegría.
¿Cómo puede ocurrir semejante cambio en el patrón de consumo y de producción?
Para empezar, es factible que muchos individuos hagan la experiencia de cambiar el
patrón de consumo. Hasta cierto punto, esto ya ha sido realizado en pequeños grupos. Lo
decisivo aquí no es el ascetismo o la pobreza, sino el consumo que afirme la vida frente a
aquel que la niega. Esta distinción se puede hacer únicamente teniendo bien presente lo
que es la vida, lo que es la disposición activa, lo que es estimulante, y lo que es lo
opuesto. Un vestido, un objeto de arte, una casa pueden estar en una o en otra categoría.
El vestido que sigue los lineamientos de la moda lanzada por los intereses económicos de
los fabricantes y sus funcionarios de relaciones públicas es del todo diferente a aquel que
es hermoso o atractivo a la vez que el resultado de la elección y el gusto personales. Los
fabricantes bien podrían vender sus productos a las damas que prefieren consumir los
diseños que les gustan y no los que les imponen. Lo mismo sucedería con los objetos de
arte y con toda clase de goce estético. Si las obras de arte perdieran su función de
símbolos de rango o de inversiones de capital, el sentido de la belleza tendría oportuni-
dad de ver un nuevo desarrollo. Lo innecesario o la promoción mercantilista estarían
fuera de lugar. El automóvil privado, si llegara a ser un vehículo útil de transportación y
no un símbolo de rango, cambiaría de significado. Ciertamente no habría razón para
comprarse uno nuevo cada dos años, y la industria se vería forzada a hacer varios
cambios drásticos en la producción. Para ponerlo en su expresión más simple: hasta
ahora, el consumidor ha permitido e incluso ha invitado a la industria a lavarle el cerebro
o a controlarlo. El consumidor tiene la oportunidad de llegarse a percatar de su poder
sobre la industria dándole vueltas y obligándola a producir lo que él quiere o a sufrir
pérdidas considerables por los productos que él rechace. La revolución del consumidor
en contra del dominio de la industria está todavía por venir. Es perfectamente posible y
sus consecuencias son de largo alcance, a menos que la industria tome el control del
Estado e imponga su derecho a manipular al consumidor.
Una medida posterior serían las restricciones legales a los métodos presentes de la
publicidad. Este punto casi no necesita una explicación: se refiere a toda esa publicidad
semihipnótica e irracional que se ha desarrollado en las últimas décadas. Ello se podría
llevar a cabo por una simple ley, como aquella que dispuso que los fabricantes de
cigarrillos colocaran un aviso de peligro para la salud sobre las cajetillas,70 o bien como
70
Mientras revisaba este manuscrito, leí que una oficina federal había propuesto una ley que persigue prohibir
completamente la publicidad de los cigarrillos a través de la radio y la televisión.
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los anuncios fraudulentos o engañosos dentro del comercio interestatal, especialmente los
anuncios falsos respecto del alimento, las medicinas y los cosméticos, son prohibidos por
los estatutos federales.71 Que tal ley logre ser promulgada contra las fuerzas combinadas
de la industria publicitaria, la prensa, la radio, la televisión y, sobre todo, contra esa parte
de la industria para la cual la publicidad hipnótica es un aspecto importante de su
planificación y su producción, depende de ciertos cambios en nuestro proceso democrático,
principalmente de si los ciudadanos tienen oportunidad de informarse, y de debatir y
discutir este problema, y de si, el poder de éstos es superior al de las camarillas y aquellos
miembros del Congreso influidos por estas camarillas.
¿No sería bueno darle una nueva dirección a la producción en sí? Suponiendo que los
mejores expertos y una opinión pública iluminada llegaran a la conclusión de que la
producción de ciertos artículos es preferible a la de otros en bien de la población como un
todo, ¿podría la libertad de la empresa para producir aquello que le acarrea más provecho o
que requiere menos visión, experimentación y osadía ser restringida dentro del marco de
nuestra Constitución? Legalmente, esto no es hoy un gran problema. Mientras que en el
siglo XIX tal cambio hubiera requerido la nacionalización de la industria, en la actualidad
se puede lograr mediante leyes que no necesitan alterar nuestra Constitución. La
producción de cosas "útiles" podría ser postergada y la producción de cosas inútiles e
insalubres desalentada mediante leyes de impuestos que favorezcan a aquellas industrias
que estén de acuerdo en ajustar su producción al patrón de una sociedad sana en vez de
seguir el que busca el "lucro a todo trance". El gobierno podría influir en la producción
adecuada por medio de préstamos o, en ciertos casos, mediante empresas descentralizadas
que abrieran el camino a la iniciativa privada, una vez que se probara la factibilidad de la
inversión provechosa.
Aparte de esto, en lo que han insistido gran número de escritores —en particular John
Kenneth Galbraith— es en la importancia de la inversión creciente en el sector público en
relación a la inversión en el sector privado. Todas las inversiones en el sector público,
como el transporte, la vivienda, las escuelas, parques, teatros, etc., tienen un doble mérito:
el de satisfacer las necesidades adaptadas a la vivacidad y el crecimiento del hombre y el
de desarrollar un sentido de solidaridad y no de avaricia y envidia y, por tanto, de
competencia con los demás.
Estas observaciones sobre el consumo nos conducen a un último punto que desearía
señalar aquí: la conexión entre el ingreso y el trabajo. Nuestra sociedad, como muchas
otras del pasado, ha aceptado el principio "el que no trabaja, no come". (El comunismo
ruso ha elevado este viejo principio a un precepto "socialista" parafraseándolo de una
manera un tanto diferente.) El problema no es que las personas cumplan su responsabilidad
social contribuyendo al bienestar común. En efecto, en aquellas culturas que han aceptado
explícita o implícitamente esta norma, el rico, que no tiene que trabajar, está excluido de
este principio, y su definición de un caballero es "un hombre que no tiene que trabajar con
el fin de ganarse la vida". El problema es que todo ser humano tiene el derecho inalienable
de vivir, independientemente de que realice o no un deber social. El trabajo y todas las
demás obligaciones sociales deben ser lo bastante atractivas como para incitar al hombre a
que acepte su parte de responsabilidad social, pero no se le debe obligar a hacerlo bajo la
71
Agradezco una comunicación personal del Subprocurador General Frank W. Wozenkraft en relación con las leyes
existentes.
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72
Cf. Robert Theobald (ed.), The Guaranteed Annual Income; también las proposiciones hechas por Milton Friedman,
James Tobin y el diputado Melvin Laird de Wisconsin, que ha presentado un proyecto de ley que incorpora lo más
sobresaliente del plan Friedman.
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73
C. E. Ayres, "Guaranteed Income: An Institutionalist View", en The Guaranteed Annual Income, Robert Theobald (ed.)
(Nueva York: Doubleday & Co., Inc., 1967), p. 170.
74
Meno Lovenstein, "Guaranteed Income and Traditional Economics", ibid., p. 124.
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hombre como rivales que disputan el alimento, y arrancado de raíz cada seto o árbol
superfluo, y en el que apenas queda un sitio donde pueda crecer un arbusto silvestre o
una flor sin que se les destruya como una mala hierba en nombre del adelanto agrícola.
Si la tierra ha de perder toda esa gran parte de su amenidad que debe a cosas que el
crecimiento ilimitado de la riqueza y de la población extirparían de su superficie
con la mera finalidad de permitirle sostener una población más numerosa, pero no
mejor ni más feliz, confío sinceramente en que, para el bien de la posteridad, !a
humanidad se contentará con permanecer estacionaria, mucho antes que la
necesidad la obligue a ello.
Casi no será necesario advertir que una condición estacionaria del capital y de la
población no implica un estado estacionario del adelanto humano. Sería más
amplio que nunca el campo para todo tipo de cultura del entendimiento y para el
progreso moral y social; habría las mismas posibilidades de perfeccionar el Arte de
Vivir, y muchas más probabilidades de hacerlo, cuando los espíritus dejen de estar
absorbidos por el arte de ponerse a la delantera.75
Al discutir el consumo que hace "poco o nada para volver la vida más noble o,
verdaderamente, más feliz", Alfred Marshall afirma: "Y aunque es verdad que el
acortar las horas de trabajo reduciría en muchos casos el dividendo nacional y los
salarios bajos, sin embargo, probablemente estaría bien que la mayor parte de la gente
trabajara bastante menos siempre que la consecuente pérdida de ingreso material
pudiera afrontarse exclusivamente abandonando todos los niveles sociales los métodos
menos valiosos de consumo y siempre que los individuos pudieran aprender a usar su
tiempo de descanso."76
Es fácil descalificar a estos autores tachándolos de anticuados, románticos, y demás.
Pero el pensamiento y la planificación del hombre enajenado no son mejores sólo
porque sean muy recientes o estén más dentro de los lineamientos de los principios de
programación de nuestra tecnología. Justamente debido a que hoy tenemos condiciones
mucho mejores para la planificación, podemos ponerle mayor atención a las ideas y
valores que ridiculizamos desde el punto de vista del espíritu de la primera mitad de
esta centuria.
La cuestión teórica a plantear es entonces: ¿Es posible tener un sistema económico
relativamente estacionario bajo las condiciones de los métodos tecnológicos modernos?
Y si es así, ¿cuáles son las condiciones y las consecuencias?
Únicamente deseo hacer algunas observaciones generales. Si, por ejemplo, hoy
recortáramos el consumo deshumanizador innecesario, ello significaría menos
producción, menos empleo, y un menor ingreso y una ganancia menor en ciertos
sectores de la economía. Evidentemente, si esto se hiciera a la fuerza, sin planificación,
etc., causaría penalidades extremas a la economía como un todo y a los grupos
específicos de personas. Lo que se requeriría es un proceso planeado de extensión de
las horas de descanso en todas las áreas de trabajo, de reentrenamiento de la gente y de
redespliegue de algunos recursos materiales. Se necesitaría tiempo y, por supuesto, la
planificación tendría que ser social en lugar de privada, ya que ninguna industria podría
organizar y cumplimentar un plan que afectara a vastos sectores de la economía. Dada
la planificación apropiada, la reducción del ingreso y la ganancia totales no parecería
75
J. S. Mill, Principios de economía política (México: Fondo de Cultura Económica, 2' edición revisada, 1951), p. 643.
76
Alfred Marshall, Principles of Economics, 8' edición (Londres: Macmillan, 1966), p. 599.
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ser un problema insuperable, puesto que la necesidad del ingreso se reduciría con la baja
del consumo.
A medida que nuestro potencial productivo ha ido aumentando, hemos sido
enfrentados a elegir entre tener mucho menos trabajo con un constante nivel de
producción y de consumo, o tener una producción y un consumo mucho más altos con
un nivel firme de trabajo. Algo a regañadientes, hemos elegido una mezcla de ambas
cosas. Se ha aumentado la producción y el consumo y al mismo tiempo se han reducido
las horas de trabajo y se ha abolido, en gran parte, el trabajo de menores de edad. Esta
elección no fue dictada por la necesidad técnica, sino que fue el resultado de la
modificación de actitudes sociales y de la lucha política.
Cualquiera que sea el mérito de estas sugerencias, resultan de poca importancia en
comparación con lo que puedan los economistas responder ante la pregunta sobre la
posibilidad de una sociedad tecnológica estacionaria.
El hecho importante es que los especialistas se planteen este problema, y sólo lo harán
si ven la trascendencia de la pregunta. No debemos olvidar que la principal dificultad
puede residir no en los aspectos económicos y técnicos del problema sino en sus
aspectos políticos y psicológicos. Los hábitos y las maneras de pensar no se doblegan
fácilmente, y puesto que muchos intereses de grupos poderosos sostienen una
verdadera contienda en mantener y acelerar el tráfago del consumo, la lucha para
cambiar el patrón será dura y larga. Como se ha dicho muchas veces, el punto más
sobresaliente en este tiempo es el de que fijemos un comienzo.
Una observación final sobre este asunto es la de que no estamos solos en nuestra fijación
del consumo material; otras naciones occidentales, la Unión Soviética y las naciones
europeas del Este también parecen estar atrapadas en la misma trampa destructiva. Basta
con recordar la jactancia rusa de que enterrarán a Estados Unidos con sus lavadoras, y
refrigeradores, etc. El verdadero reto no es comprometerlos en la carrera equivocada, sino,
trascendiendo esta etapa del desarrollo social, desafiarlos a construir una sociedad
genuinamente humana, que no será definida ni medida por el número de automóviles o de
aparatos de televisión.
En tanto que esta cuestión de alcanzar un nivel de producción estacionario es en este
momento esencialmente teórica, hay una muy práctica que podría presentarse si los
consumidores se propusieran reducir el consumo para satisfacer sus auténticas necesidades
de seres humanos. Si esto sucediera, la tasa actual de crecimiento económico se podría
conservar encauzando y transfiriendo la producción de cierto consumo privado
"innecesario" hacia formas más humanas de consumo social.
Aquí las necesidades son claras y han sido anotadas por varios analistas y escritores
contemporáneos. Una lista parcial de actividades incluiría: una reconstrucción de mucho
del espacio vital de la nación (millones de nuevas viviendas), una vasta expansión y
mejoramiento de la educación y de la salud públicas, el desarrollo de sistemas urbanos e
intercitadinos de transportación pública, decenas de millares de pequeños y grandes
proyectos recreativos en las comunidades norteamericanas (parques, campos de juego,
albercas, etc.) , un amplio inicio del desarrollo de la vida cultural, llevando el drama, la
música, la danza, la pintura, la filmación de películas, etc., a cientos de millares de
comunidades y a millones de vidas que por lo común no tienen experiencia real de esta di-
mensión de la existencia humana.
Todos estos esfuerzos involucran producción física y el desarrollo de extensos recursos
humanos. Tales proyectos tienen la virtud inmediata de atacar los problemas específicos de
las minorías pobres, al mismo tiempo que comprometer la imaginación y las energías de
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5) La renovación psicoespiritual
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moderna que la ley y la costumbre aceptan generalmente, tales como el respeto a la propiedad,
a la vida individual y otros principios parecidos, permanecieron intactos. Pero aquellos
valores que van más allá de los requisitos de nuestro' orden social, en realidad, perdieron su
influencia y su peso. Dostoievski, sin embargo, estaba equivocado en otro sentido más
importante. Los desarrollos habidos en los últimos diez años, especialmente en los pasados
cinco, en toda Europa y en América han mostrado una fuerte tendencia hacia los valores
más profundos de la tradición humanística. Esta nueva búsqueda de una vida significativa
no surgió únicamente entre grupos pequeños y aislados, sino que llegó a ser todo un movi-
miento en países de estructuras sociales y políticas enteramente diferentes, así como dentro
de la Iglesia Católica y la Iglesia Protestante. Lo que es común en este nuevo movimiento
entre los creyentes y los no creyentes es la convicción de que los conceptos son
secundarios a las acciones y a las actitudes humanas.
Este punto se puede ilustrar con un relato jasídico. Una vez le preguntaron a un discípulo
de un maestro jasídico: "¿Por qué vas a escuchar al maestro? ¿Es para oír sus palabras de
sabiduría?" Y la respuesta no se hizo esperar: "¡Oh, no; voy a ver cómo se ata sus
sandalias!" Creo que esto no requiere mayor explicación. Así, lo que importa en una
persona no es el conjunto de ideas u opiniones que acepta, sea porque ha estado expuesto a
ellas desde la infancia o porque constituyen patrones convencionales de pensamiento, sino
el carácter, la actitud, la raíz visceral de sus ideas y convicciones. El Gran Diálogo se basa
en la idea de que es más importante compartir el interés y la experiencia que los conceptos.
Esto no significa que los diversos grupos a que aquí nos referimos hayan abandonado sus
propios conceptos o ideas, o sostengan que no sean importantes, sino que han llegado a la
convicción de que el interés, la experiencia y las acciones que comparten, los hacen tener
mucho más en común que lo que los separan los conceptos que no comparten. El abate Piré
lo ha expresado en una forma muy simple y enérgica: "Lo que importa hoy en día no es la
diferencia entre los que creen y los que no, sino la diferencia entre los que tienen interés y
los que no lo tienen."
Esta nueva actitud hacia la vida se puede expresar de una manera más específica
mediante los principios siguientes. El desarrollo del hombre exige que utilice su poder de
trascender la prisión estrecha de su yo, de su avidez y su egoísmo, de su separación
intrínseca respecto de su prójimo y, por ende, de su soledad básica. Esta trascendencia es la
condición para estar abierto y relacionado con el mundo, para ser vulnerable y, sin
embargo, tener experiencia de la identidad y de la integridad; es la condición para que el
hombre pueda gozar de todo lo vivo, derramar sus facultades en el mundo que lo rodea,
"interesarse". En suma, ser en vez de tener y de usar es consecuencia de sojuzgar la
avidez y la egomanía.77
Desde un punto de vista enteramente diferente, el principio que comparten todos los
humanistas radicales es negar y combatir la idolatría en todas sus formas. "Idolatría" en el
sentido profético de rendir culto al trabajo de nuestras propias manos y, por tanto, de hacer
del hombre un subordinado de las cosas y, en este proceso, llegar a ser él mismo una cosa.
Los ídolos contra los cuales lucharon los profetas del Viejo Testamento fueron ídolos de
piedra o de madera, árboles o montes. Los ídolos de nuestros días son líderes, instituciones
—especialmente el Estado—, la nación, la producción, la ley y el orden, y cada una de las
cosas hechas por el hombre. El que se crea o no en Dios es asunto secundario respecto a
negar o no a los ídolos. El concepto de enajenación es idéntico al concepto bíblico de
77
Es bien sabido que el principio que aquí se bosqueja es el mismo principio básico compartido por el pensamiento'
budista y el judeocristiano. Es curioso que un filósofo marxista, Adam Schaff, en su libro Society and the Individual,
hable de vencer al egoísmo como el principio básico de la ética marxista.
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78
Un importante filósofo checoslovaco, Fiser, en una obra significativa y profunda (próxima a publicarse) sobre el budismo,
ha puesto de relieve que el budismo, además del marxismo, es la única filosofía en la historia que se ha apoderado de
inmediato de la mente de las masas y que se ha desarrollado, como sistema filosófico, en una forma que los occidentales
llamaríamos una religión. Pero también afirma que no se puede duplicar al budismo y admitirlo en su forma actual como una
nueva religión para la sociedad industrial. Esto vale también para el budismo Zen, que es el sistema psicoespiritual más
esotérico, anti-ideológico y racional que conozco, y que ha desarrollado todas las formas de una religión "no religiosa". No
es un mero accidente que el budismo Zen haya despertado un interés tan agudo entre los intelectuales y, en especial, entre la
gente joven, y que haya dado origen a la esperanza de que Llegaría a ejercer una profunda influencia en el mundo occidental.
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Yo pienso que sus ideas pueden alcanzar esa influencia, aunque tendrían que sufrir todavía nuevas e impredecibles
transformaciones para llegar a ser el equivalente de una religión en Occidente.
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Que el hombre vuelva a instalarse en la vida y que organice la sociedad en donde mora
para la vida y no para la muerte es la condición para que se produzca un tal renacimiento
espiritual.
LOS C A M B I O S sugeridos en los capítulos anteriores son cambios radicales del sistema,
proyectados veinte años hacia el futuro. La cuestión básica es la de que se puedan lograr
dentro de la actual estructura del poder de Estados Unidos, mediante métodos
democráticos y con la opinión pública y el modo de pensar nacional de hoy. Obviamente,
si no se pueden alcanzar, no son sino deseos piadosos o sueños idealistas. Por otra parte,
debe quedar claro que la cuestión no es de probabilidad estadística. Como antes lo he
indicado, en los asuntos de la vida —sea la individual o la de una sociedad— no importa
que la oportunidad de salvarla sea del 59 o del 5 por ciento. La vida es precaria e
impredictible, y la única manera de vivir es hacer todo el esfuerzo por retenerla hasta
donde las posibilidades lo permitan.
La cuestión, entonces, no es que tengamos la seguridad de lograr estos cambios, ni
siquiera de que sean probables, sino de que son posibles. A decir verdad, "es parte de la
probabilidad el que lo improbable suceda", como Aristóteles lo asentara. Se trata, para usar
un término hegeliano, de una "posibilidad real". Pero "posible" aquí no significa una
posibilidad abstracta o lógica, una posibilidad basada en premisas que no existen. Al
contrario, una posibilidad real significa que hay factores psicológicos, económicos,
sociales y culturales que pueden demostrarse —si no en su cantidad, al menos en su
existencia— como base de la posibilidad del cambio. Este capítulo tiene como finalidad
analizar los diversos factores que constituyen tal posibilidad real de lograr los cambios
propuestos en el capítulo pasado.
Pero antes de discutir estos factores, me gustaría hacer hincapié en ciertos medios que
definitivamente no son posibles como condición para efectuar el cambio en la dirección
deseada. El primero de ellos es la revolución violenta, al estilo de las revoluciones francesa
o rusa, que significa el derrocamiento del gobierno por la fuerza y la toma del poder por los
líderes revolucionarios. Esta solución no es posible en Estados Unidos por varias razones.
En primer lugar, no hay una masa base para tal revolución. Aun si todos los estudiantes
radicales, incluyendo los militantes negros, estuvieran en favor de ella —y, por supuesto,
no lo están—, esta masa base sería completamente insuficiente, porque juntos constituyen
arenas una pequeña minoría de la población estadounidense. Si, por otra parte, un grupo
pequeño, desesperado, tratara de hacer un Putsch o una especie de guerra de guerrillas, lo
acabarían y se erigiría una dictadura militar necesariamente. Aquellos que piensan en
función de una guerra de guerrillas citadina de los negros contra los blancos, olvidan el
postulado básico de Mao Tse-tung de que las guerrillas sólo pueden triunfar si operan
dentro de una población que las apoye. Es innecesario apuntar que las circunstancias
verdaderas son precisamente lo opuesto a esta condición. Además, es de lo más dudoso que
inclusive si los dos factores mencionados hasta ahora no existieran, pudiera ocurrir una
revolución violenta. Una sociedad tan extremadamente compleja como la de Estados
Unidos, que descansa en un gran grupo de hábiles administradores y en una diestra
burocracia administrativa, no podría funcionar a menos de que individuos de igual ha-
bilidad tomaran el lugar de aquellos que manejan ahora la máquina industrial. Ni los
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estudiantes ni las masas negras ofrecen muchos hombres con tal capacidad. De aquí que
una "revolución victoriosa" conduciría simplemente a la quiebra de la máquina industrial
de Estados Unidos y a su propia derrota, incluso sin la intervención de las fuerzas del
Estado que, por lo demás, la aniquilarían. Veblen, en The Engineers and the Price
System, establecía este punto esencial, hace ya unos cuarenta y cinco años, cuando
escribió: "Ningún movimiento para la remoción de los Intereses Creados en Norteamérica
puede esperar siquiera un éxito temporal, a menos que lo lleve a cabo una organización que
sea competente para hacerse cargo de la industria productiva del país como un todo y para
administrarla desde el principio conforme a un plan más eficiente que el que ahora siguen
los Intereses Creados. Una organización tal no existe ni a la vista ni como un proyecto
inmediato."79 Veblen añade una observación de particular importancia para los días que
corren, en que tanto se habla de una revolución mediante el sabotaje y la guerra de
guerrillas: "Dondequiera que la industria mecánica haya tenido un efecto decisivo, como
en Norteamérica y en las dos o tres regiones industrializadas de Europa, la comunidad vive
de manos a boca en tal forma que su subsistencia depende del trabajo realizado por su
sistema industrial día tras día. En tal caso, es muy fácil que surja un grave desarreglo que
trastorne el proceso balanceado de la producción y que siempre acarrea inmediatas
privaciones a grandes sectores de la comunidad. En realidad, es este estado de cosas —o
sea, la facilidad con que se puede desquiciar la industria y las penalidades inherentes
que se pueden causar a gran parte de las personas— lo que, sobre todo, coloca en
posición ventajosa a organizaciones como la A.F.L: C.I.O.* Un estado de cosas que
hace fácil y efectivo el sabotaje y le da amplitud y alcance. Pero el sabotaje no es la
revolución. Si así fuera, la A.F.L. C.I.O., los I.W.W.,** los Empacadores de Chicago y
el Senado de Estados Unidos se contarían entre los revolucionarios."80
Y más adelante: "Para que tenga lugar y se sostenga siquiera por un momento, todo
movimiento de revuelta debe asegurarse de antemano de dirigir en forma
suficientemente productiva el sistema industrial del que depende el bienestar material
de la comunidad y de distribuir de manera competente los bienes y servicios en toda la
comunidad. De otro modo, bajo las presentes condiciones industriales, no se puede
lograr más que un trastorno efímero y un estadio transitorio de agudas penalidades.
Incluso el fracaso pasajero en mantenerse dirigiendo el sistema industrial debe hacer
sucumbir de inmediato todo movimiento de revuelta en cualesquiera de los países
industrialmente avanzados. En este punto, todas las lecciones de la historia yerran,
porque el presente sistema industrial y el modo de vida apretadamente entretejido de la
comunidad, que se ve reforzada por este sistema industrial, no tiene paralelo en la
historia."81
Es importante considerar la diferencia entre los aspectos técnicos de la sociedad
industrial de 1970 y la sociedad rusa de 1917, o incluso la alemana de 1918. Las
últimas fueron sociedades, comparativamente, mucho menos complejas y en donde, en
verdad, el aparato del gobierno y de la industria podía habérsele encargado a gente
inteligente y capaz procedente de afuera. Pero Estados Unidos en 1970 es totalmente
79
Thorstein Veblen, The Engineers and the Price System (Nueva York: Harcourt Brace & World, Inc., 1963), p. 97.
*
Siglas de American Federation of Labor y de Congress of Industrial Organizations. Se trata de una organización
laboral de Estados Unidos creada en 1955 por la fusión de la A.F.L. (Federación Norteamericana de Trabajo) y el
C.1.0. (Congreso de Organizaciones Industriales) [T.].
**
Industrial Workers of the World (Trabajadores Industriales del Mundo) [T.].
80
Ibid., p. 99.
81
Ibid., p. 100.
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manera que la actividad económica llegue a ser un medio para que el hombre crezca y se
desarrolle, en oposición al actual sistema enajenante en el que se conforma al hombre de
modo que se halla al servicio de los principios de la máxima producción y de la efectividad
técnica. 2) La transformación del ser humano, del ciudadano y el participante en el proceso
social, de un objeto pasivo, manipulado burocráticamente, en una persona activa, responsable y
critica. En la práctica, esto significa revitalizar el proceso burocrático poniendo a la burocracia
política bajo el control efectivo de los ciudadanos mediante la participación en la toma de
decisiones de todos los que trabajan en una empresa y también de aquellos que usan sus
productos y servicios. 3) Una revolución cultural que transforme el espíritu de enajenación
y pasividad característico de la sociedad tecnológica y que tenga como finalidad la
creación de un nuevo hombre, cuya meta en la vida sea ser y no tener y usar. Este
hombre nuevo aspirará al pleno despliegue de sus poderes de amar y de razonar y logrará
una nueva unidad de pensamiento y afecto en vez de la presente escisión entre ambos,
cuya consecuencia es la psicosis masiva crónica. Y sobrepasará la alternativa entre la
fijación infantil a una imagen omnisatisfactora de la madre (la técnica que se ha
convertido en la Gran Madre de la sociedad industrial) y la sumisión a las figuras
autoritarias del padre (el Estado, los representantes de "la ley y el orden") por medio de
una nueva síntesis en la que se combinarán la compasión con la justicia, la libertad con la
estructuración, el intelecto con el afecto.
Esta revolución cultural deben empezarla y llevarla adelante todos aquellos para los
que la vida, y no las cosas, es el valor supremo, haciendo a un lado sus particulares
conceptos religiosos y filosóficos; aquellos que comparten la creencia de que lo que
cuenta no son las ideas y los conceptos, sino la realidad de la experiencia humana en la
que unas y otros se asientan.
Pero "filosofar" acerca del nuevo hombre es de escaso valor si la idea permanece
abstracta y llena de retórica en lugar de radicarla en la realidad, es decir, de referirla al
hombre y su experiencia. La auténtica solidaridad existe solamente compartiendo las
profundas y genuinas experiencias humanas y no una ideología o un fanatismo común,
que en su verdadera raíz no es más que narcisismo y, por lo mismo, no produce más
solidaridad que una borrachera compartida. Las ideas llegan a ser poderosas únicamente
si adquieren vida. Una idea que no conduce a la acción del individuo y de los grupos
permanece, en el mejor de, los casos, como el párrafo o la nota al pie de un libro,
concediendo que la idea sea original y de relieve. Es igual a una semilla plantada en un
lugar seco. Si la idea ha de tener influencia, es menester sembrarla en tierra fértil, y esta
tierra fértil son las personas y los grupos de personas.
La revolución cultural debe basarse en un movimiento humanista radical que involucre
a muy diversas ideologías y a muchos grupos sociales. Es igualmente esencial que
descansé en pequeños grupos cara a cara, cuyos miembros participen del esfuerzo de Retar
al nuevo hombre y aspiren a conocerse a sí mismos dejando de ocultarse a ellos propios y
a los demás, así como que quieran realizar aquí y ahora el núcleo del hombre que
perciben vívidamente como la meta de la revolución cultural. Por supuesto, laborarían en
una forma descentralizada y ajena a la burocracia. La condición para pertenecer a ellos
sería mantener una actitud favorable a la actividad y contraria a la del consumidor,
comprender el humanismo radical del que venimos hablando y asegurar la consecución
de su finalidad, considerar que el fanatismo y la destructividad son flaquezas humanas
que pueden superarse y no características que deben cultivarse bajo el disfraz de muy
diversas racionalizaciones.
Estos pequeños grupos de diez a veinte personas, que a falta de una palabra mejor
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energía y la alegría de personas que poseen convicciones profundas sin ser fanáticas,
que aman sin ser sentimentales, que tienen una gran imaginación sin ser irrealistas,
que son audaces sin despreciar la vida y que aceptan la disciplina sin caer en la
sumisión.
Históricamente, todos los movimientos importantes se han originado en pequeños
grupos. Lo mismo da que pensemos en los antiguos cristianos, en los primeros
cuáqueros o en los masones. A lo que me refiero es al hecho de que los grupos que
encarnan una idea en su pureza y sin compromisos son la simiente de la historia.
Ellos mantienen viva la idea, a despecho del grado de penetración que logre en las
mayorías. Si la idea no llega a ser, incorporada "en carne propia", aunque fuere por
un grupo pequeño, corre el peligro de morir.
Los Grupos serian autónomos, aunque los mantendría en contacto una común
organización flexible, que facilitaría la comunicación entre ellos y los asistiría en sus
labores cuando el Grupo así lo requiriera. En forma ideal, estarían compuestos por
personas de distintas edades, educación, clase social y color.
Es esencial que los Grupos no se basen en formulaciones particulares de conceptos
que los miembros tengan que aceptar para poder participar en ellos. Lo que realmente
importa es la práctica vital, la actitud total, la meta, y no una conceptualización
específica. Todo esto no quiere decir que los Grupos deban estar desarticulados, que
no deban analizar o discutir los conceptos, sino que la actitud y la acción de cada
miembro es lo que ha de unirlos y no una serie de lemas conceptuales a los que haya
que adherirse. Cada Grupo debe tener, naturalmente, una finalidad general, de la que
ya hablamos como la finalidad general del movimiento. Pero bien pueden diferir
considerablemente unos de otros en cuanto a los métodos a seguir. Podemos
imaginar, por ejemplo, un Grupo que esté en favor de la desobediencia civil y otro
que no lo esté. Cada individuo tendría la oportunidad de sumarse a aquel Grupo
particular que mostrara la actitud más afín a la suya y, no obstante, sería parte de un
movimiento mayor que se permitiría una diversidad de criterio tan considerable como
la mencionada entre la desobediencia civil y la posición opuesta.
Este plan general del movimiento pretende ser una proposición muy tentativa
acerca de cómo empezar. Tal vez puedan surgir otras mejores al discutir lo que he
propuesto hasta aquí. En efecto, hay un gran número de grupos voluntarios, grupos
comunales de propósitos definidos que ya están establecidos, de cuya experiencia es
dable aprender muchísimo. Y día a día crece la tendencia en todos los sectores de la
población a encauzar la iniciativa individual en actividades de grupo, que van desde
las comunidades estudiantiles hasta las organizaciones campesinas. Así, existen co-
munidades agrícolas con fines definidos que, en numerosos casos, están funcionando
con éxito en el terreno económico y humano, y también hay otras muchas formas de
comunidades en las ciudades. La formación espontánea de grupos organizados tiene,
de hecho, raíces profundas en la tradición norteamericana. Por lo que no faltarán
ejemplos y datos de provecho para edificar este movimiento.
Además de los Grupos, se puede pensar también en la formación de clubes
humanistas radicales como parte del movimiento. El número de sus miembros sería
mucho mayor (de 100 a 500 personas) y, proporcionalmente, se esperaría del
individuo participante un esfuerzo menor. Sin embargo, estos clubes serían un hogar
para aquellos que no sólo se sienten aislados y "desamparados", sino que perciben
también que la transformación de la sociedad, al par que la de sus propias vidas,
avanza hacia el Humanismo Radical como el único camino para poner fin a la pre-
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sente dominación del mundo por el "sentido común", el cual, de hecho, no es más que
sin sentido común. Tales clubes emprenderían proyectos sociales y políticos comunes
(aunque no se identificarían con ningún partido) , y serían una casa de estudio y de
estímulo para todos aquellos que padecen la "desnutrición" provocada por nuestro
sistema educativo y un centro cultural para el disfrute de la vida. También podrían
desarrollar sus propios símbolos y rituales. Cada club tendría absoluta autonomía y,
por tanto, diferirían unos de otros tanto en sus intereses como en sus actividades. No
obstante, compartirían una meta y un estado de ánimo comunes, diferentes de los de
los grupos políticos o sociales que ya existen. Bien podrían ser la base del Humanismo
Radical como movimiento de masas, que podría compararse con las reuniones de
cuáqueros de nuestros días o con algunas logias en la época en que todavía estaban
impregnadas de seriedad.
Volvamos ahora a la cuestión decisiva de si los cambios considerados aquí,
especialmente los cambios en la producción, el consumo y la participación, pueden
ocurrir como no sea acabando con la propiedad privada de los medios de producción
mediante la introducción del socialismo, y de si la industria privada no impedirá estos
cambios que representan la condición mínima para lograr la humanización.
Tres ideas me vienen a la mente. La primera es que la socialización de los medios
de producción no da necesariamente como resultado la humanización de la sociedad
tecnológica. El ejemplo evidente es la Unión Soviética, que ha construido una
sociedad que no es menos burocrática, ni está menos enajenada y centrada en su
producción, que la sociedad capitalista. Pero si bien esto es verdad, sólo demuestra que
la socialización no conduce necesariamente a una sociedad humanista; tampoco
prueba que la meta pueda alcanzarse sin la socialización. En otras palabras, la socia-
lización de los medios de producción puede ser una condición necesaria, pero no
constituye la condición suficiente para lograr la humanización.
La segunda idea es que en una industria altamente centralizada come) la de
Estados Unidos, los directivos no son dueños de la empresa, sino que los propietarios
son los cientos de miles de accionistas que tienen escasa influencia sobre su
administración. De aquí que no haya ningún verdadero propietario que, como el
dueño único del siglo XIX, busque codiciosamente la máxima ganancia. De acuerdo
con esta teoría, sería fácil para un directivo bien intencionado acometer las reformas
necesarias con sólo poder convencérsele de su necesidad. Pero esta idea se funda, de
hecho, en premisas erróneas. Como acabamos de decir, el accionista medio tiene poco
qué ver en la administración de "su" compañía; en cambio, los que poseen tan sólo el
5% del total de las acciones a menudo controlan la empresa. En realidad, los
beneficiarios de las grandes reservas (pensiones, seguros, etc.) , que frecuentemente
poseen más del 5% de las acciones de una compañía, podrían perfectamente imponer
su voluntad a la administración.
La socialización de los medios de producción, dice la tercera idea, únicamente
puede efectuarse como resultado de una revolución socialista, y si ésta no logra
triunfar, entonces, obviamente, la humanización de la tecnología tampoco podrá
hacerlo. La pregunta que surge es: ¿por qué no es posible llevar a cabo la socializa-
ción de los medios de producción sin una revolución victoriosa? La razón, me parece,
es en gran medida psicológica. Para el hombre moderno, el concepto de la propiedad
privada ha llegado a ser algo sagrado, que identifica más o menos con la libertad y la
identidad personal. Privarlo de sus propiedades significa destruirlo como individuo. Y
esto es así, porque en un sistema donde lo esencial es tener y no ser la persona se
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experimenta a sí misma como un "él" debido a que ella es también algo que posee y
dirige. La propia persona es parte de sus propiedades, en la cual, como en todo lo
demás que posee, ha invertido determinada cantidad de energía y de dinero y de la
cual debe sacar la máxima utilidad. Por cierto, éste es el significado literal de "tener
éxito".
El carácter sagrado de la propiedad privada es paradójico y absurdo dado que, de hecho,
muy poca gente tiene derechos de propiedad en los medios de producción y que la
propiedad individual de bienes de consumo —como automóviles, muebles, artefactos
eléctricos, etc.— no se halla amenazada por la socialización de los medios de producción.
Pero esta irracionalidad no es mayor que la que se manifiesta en muchos otros casos en que
una institución se ha convertido en un símbolo religioso. El resultado es que la mayoría de
la gente se opondría violentamente a la socialización de los medios de producción, a
pesar de que carece de participación en ellos. Y esto quiere decir que la expropiación
legal (aun mediante pago) tropezaría con una violenta resistencia tal que harta
imposible realizarla sin recurrir a la revolución.
Además, concentrarse enteramente en la cuestión de los derechos de propiedad es ya
algo anticuado, siendo el asunto más propio del siglo XIX que de ahora. Y, por otra
parte, existen caminos diferentes que permiten efectuar los cambios radicales,
conducentes a humanizar la tecnología, que no provocarían esa violenta resistencia.
Querría resumir brevemente las siguientes posibilidades:
1) Leyes para prohibir al capital de las empresas tener derechos de voto, si bien los
accionistas continuarían recibiendo los beneficios del capital como antes. Los votos de
las corporaciones estarían en manos de todos los que laboran en la empresa, de los
sindicatos, los consumidores, los representantes locales (de la propia ciudad o del
condado) . La proporción en la que cada uno de estos grupos tendría derecho a votar
habría que determinarla.
2) Leyes para regular las formas en que los miembros de una empresa contribuirían a
la toma de decisiones en pequeños grupos cara a cara.
3) Leyes para regular la producción de las maneras siguientes:
a) Para prohibir que se produzcan no sólo alimentos y drogas dañinos, sino toda
clase de artículos que sean nocivos psicológica y espiritualmente para el hombre.
b) Para canalizar la producción en las direcciones más útiles al hombre, alejándola
de la fabricación de mercancías que tienden a hacerlo más pasivo. Esto podría
lograrse por medio de leyes regulatorias o gracias al otorgamiento de ventajas
impositivas y crediticias a aquellas empresas cuyos productos sean útiles desde el
punto de vista humano. Una meta importante seria estimular la producción para el
uso público en contra del uso privado. (Pongo por caso, el establecimiento de un
excelente sistema público de transporte en vez del fomento de la tenencia de
automóviles particulares o de viviendas financiadas con fondos públicos que
podrían destinarse a cosas más urgentes.)
c) Para que el Estado financie aquellas actividades económicas de interés público
tanto en el terreno de la producción material como en el de la creación de
oportunidades para el desarrollo de actividades culturales, en una forma
descentralizada y no burocrática, que no son financiadas por el capital privado.
Estas leyes permitirían hacer los cambios radicales descritos anteriormente sin
necesidad de modificar la Constitución de Estados Unidos. Las preguntas que se
plantean ahora son: ¿Resultan estas leyes menos difíciles de llevarse a cabo que la
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socialización de los medios de producción? ¿Podrán adoptarse sin que tenga que
triunfar una revolución violenta?
Es imposible predecir el que lo anterior se llegue a realizar o no, aunque yo creo que
sí constituye una posibilidad real, porque estamos habiéndonoslas aquí con propuestas
que cualquiera puede examinar racionalmente y no mediante una categoría "sagrada"
como la "propiedad privada". Sin embargo, no pienso que se pueda ser optimista acerca
del resultado. Los poderes establecidos utilizarán todos los medios a su alcance para
combatir tales cambios. Tratarán de convencer al pueblo de que esos cambios son
"comunistas", de que representan una amenaza a la libertad, etc. La batalla será
formidable. Pero existe al menos una oportunidad, siempre y cuando la reacción ante la
real amenaza a la vida, tanto física como espiritual, llegue a ser tan vigorosa que la
opinión pública comenzara a exigir estos cambios debido a que un número cada vez
mayor de individuos se incorporase a las filas del Humanismo Radical. Y justamente
porque hoy la amenaza no es sólo contra el interés de clase de ciertos grupos, sino
contra la vida y la salud mental de todos, parece razonable tener la pequeña esperanza
de que las ideas del Humanismo Radical consigan ser efectivas en un sector de la
población tan considerable que puedan llevar a cabo el cambio radical.
Nos hallamos en el centro mismo de la crisis del hombre moderno. No nos queda
mucho tiempo. Si no empezamos ahora, después será, probablemente, demasiado tarde.
Pero todavía hay esperanzas, puesto que hay una posibilidad real de que el hombre
pueda reafirmarse y de que torne humana a la sociedad tecnológica. "No seremos
nosotros quienes completarán la tarea, pero no tenemos derecho a abandonarla."82
82
Mischna, Pirke Aboth.
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Erich Fromm La Revolucion De La Esperanza
CONTRATAPA
LA REVOLUCIÓN DE LA ESPERANZA:
En este nuevo libro, Erich Fromm analiza los rasgos esenciales de nuestra sociedad
tecnológica y sus efectos sobre el hombre. Advierte el peligro de la mecanización del
hombre, que sólo puede evitarse si preferimos la vida y el hombre a la muerte y la
cosa. Con este objeto propone la creación de un "movimiento humanista radical",
consistente en grupos pequeños y descentralizados con una meta común y un común
aprecio de los valores de una vida nuevamente orientada. Semejantes "activistas" de
la esperanza, en opinión del autor, podrán superar las compulsiones de nuestra era
tecnológica.
Acosados como estamos por multitud de problemas creados por el hombre, a punto
de destruirnos, necesitamos desesperadamente opiniones expertas y preocupadas, como
las de Erich Fromm. Buena parte del libro se dedica al análisis penetrante de estos
riesgos, y sus brillantes y sugestivas proposiciones inspiran la confianza de nuestra
supervivencia en un mundo que merece ser vivido.
Los libros del doctor Fromm han ejercido una gran influencia en el pensamiento
contemporáneo; el Fondo de Cultura Económica ha publicado los siguientes títulos:
Ética y psicoanálisis, Marx y su concepto del hombre, La misión de Sigmund Freud,
Psicoanálisis de la sociedad contemporánea, El corazón del hombre y Budismo zen y
psicoanálisis (en colaboración con D. T. Suzuki). Erich Fromm nació en Frankfurt,
Alemania, en 1900, estudió en las Universidades de Heidelberg y Munich, y en el
Instituto Psicoanalítico en Berlín. Ha enseñado en Alemania y México, y en los
Estados Unidos en el Bennington College y en las Universidades de Nueva York,
Yale y Michigan State.
Libros Tauro
http://www.LibrosTauro.com.ar
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