2 - Antroposofía

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 40

Introducción a la

Pedagogía Waldorf
La Antroposofía
Alrededor del año 1900 cuando Europa comenzaba a vivir a la luz de
la lámpara eléctrica, a comunicarse por teléfono y telégrafo, a
deslumbrarse con el cinematógrafo y a trasladarse en automóvil y
en tranvía eléctrico, Rudolf Steiner comienza a exponer su camino
del conocimiento: la antroposofía, luego de haber estudiado a Zola,
Tolstoi, Shaw, Ivsen, y discutiendo las teorías de Darwin, Haeckel y
Marx.

Toda esa explosión de creatividad humana a fines del siglo XIX


representa la cima de la concepción materialista del universo,
inaugurada por la revolución científica del siglo XVI.

Tan radical fue el viraje que se produjo con Galileo en la historia de


la cultura, que su época se considera el fin de la Edad Media y el
comienzo de la Edad Moderna.

La ciencia centra su atención en la materia y el movimiento. Así


logra una vertiginosa conquista de las sustancias y fuerzas de la
naturaleza.

A fines del siglo XIX Rudolf Steiner tiene un amplio conocimiento y


plena noción de la importancia de los logros científicos.

Sostenía que la “aventura de la razón” comenzada por Galileo y


Copérnico era un camino que la humanidad necesitaba transitar
para lograr la libertad.

Por otro lado busca reivindicar al espíritu como integrante de la


realidad humana y cósmica: el mundo -entrenado durante siglos
para separar entre ciencia y religión, saber y fe, cuerpo y alma,
materia y espíritu- no aceptaba esa integración.
Galileo tuvo que explicarle a la humanidad del siglo XVII que hay un
universo infinito más allá del firmamento que hasta entonces se
tenía como límite del espacio. Steiner intenta explicarle a la
humanidad del siglo XX que también hay una realidad más allá del
firmamento que el hombre moderno ve como límite de la vida.
Así como la iglesia se sintió amenazada por las ideas revolucionarias
de Galileo, así el mundo académico logró ignorar a Rudolf Steiner,
quien tenía plena conciencia de la incomprensión a la que se
enfrentaba.

Más de cien años han pasado y actualmente no sólo se lo “escucha”


a Steiner con creciente interés, también han sido llevadas a la
práctica sus múltiples propuestas para reformar los más variados
campos del quehacer humano: pedagogía, medicina, agricultura,
arquitectura, arte, religión, organización social, etc.

Los logros obtenidos en las diversas iniciativas demuestran que la


antroposofía no es una construcción mental, mística y abstracta, si
no una cosmovisión capaz de enriquecer la vida humana, incluso en
sus aspectos más prácticos.

El término “antroposofía” no era nuevo: ya había sido utilizado por


otros filósofos anteriormente. Sin embargo, adquiere su significado
particular en relación con la vida y obra de Rudolf Steiner.
Este módulo es el resumen de una serie de conferencias de Rudolf
Steiner, donde expone las ideas básicas de la Ciencia Espiritual
Antroposófica. Una obra como la de Rudolf Steiner deberá ser
conquistada paso a paso, en un esfuerzo continuo de estudio y
meditación.

Con mucha razón, nuestro siglo se llama el siglo de la ciencia y de la


técnica. Nunca antes tantos esfuerzos y tanta inteligencia fueron
consagrados al conocimiento y al dominio de la naturaleza. Nunca
antes el hombre tuvo en sus manos tanto poder y tantos
instrumentos para multiplicar sus propias fuerzas.

A pesar de eso, el hombre sufre - también como nunca antes - de


la profunda preocupación que le causan las dudas y el miedo, la
frustración y desesperación.

El hecho es que ni la ciencia ni la técnica han sabido dar respuestas


a las grandes preguntas eternas: - ¿Quién soy? ¿De dónde vengo?
¿Dónde voy? ¿Cuál es el sentido de mi vida?

Toda ciencia nació de la curiosidad, del encuentro con hechos


inexplicables. Nuestras ciencias han sabido explicar muchos sucesos,
dando al hombre un profundo conocimiento de las cosas a su
alrededor. Pero cada vez que vuelve a hacer las preguntas eternas,
las respuestas en vez de parecer cercanas y tangibles, le escapan
siempre un poco más.
Profundamente desalentado, el hombre se esfuerza por olvidar, para
escapar de las dudas que lo asedian. Las preguntas no paran ahí.
Trascendiendo su propia individualidad, el hombre especula sobre el
destino del género humano.

Se plantea el problema de la evolución y, con él, el de la creación y


de la muerte. Volviendo a sí mismo, busca en vano una explicación
para la esencia de su propia personalidad, de los valores
espirituales.

La filosofía moderna le enseña que la 'realidad' y la 'verdad' son


otras tantas ilusiones. Todo es relativo, incierto, incognoscible. La
moral y los impulsos sociales pierden sus fundamentos.

Nada de esto permanece ahora en el dominio de la teoría y de la


especulación. Alrededor de sí el hombre ve el caos social, la
imposibilidad de armonizar el campo económico, de disciplinar la
política. Se desmoronan los viejos pilares de la vida en común:
familia, autoridad, matrimonio, educación, religión, gobierno, etc.

Y una juventud sin ideales, desilusionada, 'extraviada', presenta


cuentas a la generación de sus padres, que le dio tal herencia. ¿De
dónde viene esta situación caótica? Las viejas religiones no supieron
resistir el impacto del racionalismo (Voltaire, Diderot) y de la ciencia
(Darwin, Haeckel, Huxley, etc.). Las respuestas dadas por las
religiones a las 'preguntas eternas' dejaron de tener su valor y su
fuerza. El hombre moderno no quiere fe ni creencias; que busca
hechos y certezas.

Desde hace mucho la filosofía ha perdido el contacto con la


realidad- de humano y social. Sus maravillosos sistemas del pasado
no le hablan al corazón del hombre. Sus ideales y sus edificios
espirituales, sublimes obras de algunos genios privilegiados,
constituían torres de marfil, cuya aparente irrealidad contrastaba
vivamente con el imperio de las ciencias, que pasaron a revolucionar
el pensamiento del hombre desde sus tímidas manifestaciones al
final de la Edad Media. Comenzó entonces la era de las ciencias.
Cuánto orgullo encontramos en la famosa respuesta del astrónomo
La Place al Emperador Napoleón, al que expuso su teoría
cosmogónica, y que le preguntara –“¿dónde hay en ese sistema un
lugar para Dios?” -"Sire, je n'ai pas besoin de cette hypothèse”. Pero
la ciencia trazó un camino que también la alejó gradualmente de la
realidad. Reduciendo todas las cualidades y las cantidades,
expresando fenómenos sensibles y 'reales' por medio de leyes y
números, ella satisface la inclinación del hombre de procurar
comprender racionalmente el mundo; pero ese mismo mundo queda
privado de sus "cualidades" que apelan a los sentidos ya las
sensaciones.

Vemos la hipótesis grotesca de un individuo que consulta los


catedráticos de una universidad sobre lo que le parecen ser los más
altos valores humanos: las obras de arte, los ideales de la religión y
de la moral. Un antropólogo o sociólogo le explicará que se trata de
las manifestaciones de la psiquis, de proyecciones y sublimaciones
de carácter anímico. Consultando a continuación al psicólogo sobre
lo que sería esa psiquis, esa alma del hombre, nuestro estudioso
aprenderá que el alma, si es que existe, está condicionada por
factores fisiológicos como la libido por sustancias biológicas como
las hormonas, etc.

Rápidamente nuestro curioso correrá al catedrático de biología para


saber algo más sobre la vida y sus manifestaciones. Éste,
conociendo los últimos descubrimientos de la bioquímica,
responderá: -"La vida es un conjunto de estados y funciones de
ciertas agrupaciones moleculares, de forma y estructura tura
definidas (ácido desoxirribonucleico, etc.).

¿La vida y sus manifestaciones? Una serie de reacciones químicas


de sustancias simples, conocidísimas! Cerca de la desesperación,
nuestro hombre verá el profesor de química para saber lo que son
en realidad esas substancias. El químico, si fuera honesto, le dirá:
"Mi querido amigo, yo puedo describir las propiedades de los
elementos, pero en realidad yo no sé lo que es la materia. Vaya a
ver a mi colega del departamento de física atómica".
Cuánto orgullo encontramos en la famosa respuesta del astrónomo
La Place al Emperador Napoleón, al que expuso su teoría
cosmogónica, y que le preguntara –“¿dónde hay en ese sistema un
lugar para Dios?” -"Sire, je n'ai pas besoin de cette hypothèse”. Pero
la ciencia trazó un camino que también la alejó gradualmente de la
realidad. Reduciendo todas las cualidades y las cantidades,
expresando fenómenos sensibles y 'reales' por medio de leyes y
números, ella satisface la inclinación del hombre de procurar
comprender racionalmente el mundo; pero ese mismo mundo queda
privado de sus "cualidades" que apelan a los sentidos ya las
sensaciones.

Vemos la hipótesis grotesca de un individuo que consulta los


catedráticos de una universidad sobre lo que le parecen ser los más
altos valores humanos: las obras de arte, los ideales de la religión y
de la moral. Un antropólogo o sociólogo le explicará que se trata de
las manifestaciones de la psiquis, de proyecciones y sublimaciones
de carácter anímico. Consultando a continuación al psicólogo sobre
lo que sería esa psiquis, esa alma del hombre, nuestro estudioso
aprenderá que el alma, si es que existe, está condicionada por
factores fisiológicos como la libido por sustancias biológicas como
las hormonas, etc.

Rápidamente nuestro curioso correrá al catedrático de biología para


saber algo más sobre la vida y sus manifestaciones. Éste,
conociendo los últimos descubrimientos de la bioquímica,
responderá: -"La vida es un conjunto de estados y funciones de
ciertas agrupaciones moleculares, de forma y estructura tura
definidas (ácido desoxirribonucleico, etc.).

¿La vida y sus manifestaciones? Una serie de reacciones químicas


de sustancias simples, conocidísimas! Cerca de la desesperación,
nuestro hombre verá el profesor de química para saber lo que son
en realidad esas substancias. El químico, si fuera honesto, le dirá:
"Mi querido amigo, yo puedo describir las propiedades de los
elementos, pero en realidad yo no sé lo que es la materia. Vaya a
ver a mi colega del departamento de física atómica".
Y si no perdió todas las esperanzas, nuestro amigo las perderá esta
vez. En efecto, su pregunta "¿qué es la materia?" merecerá sólo una
sonrisa irónica: "La materia no existe. Es una hipótesis de trabajo.
Todo se reduce a las partículas, que pueden tener características de
masa, o de carga eléctrica y de velocidad. Pero en realidad no se
trata de corpúsculos - nosotros inventamos esa imagen para más
comodidad, pero en realidad nada sabemos. Todo pasa de acuerdo
con ciertas fórmulas matemáticas que contienen hasta elementos
sin significado para nuestros sentidos.

Pero ese 'todo ...' es 'nada'. Y si nuestro hombre insiste, aprenderá


que el tiempo es relativo, que el espacio (imaginado por él como
una especie de medio vacío, donde se encuentran los objetos) es
curvo y finito, aunque ilimitado- y que la ley del determinismo
(causalidad), base de todos sus raciocinios anteriores, no es válida
en el reino de los fenómenos muy pequeños (fotones, por ejemplo),
constituyendo en el mundo 'tangible' sólo una ley estadística.

Finalmente, sabrá que en el ámbito del infinitamente pequeño la


observación 'objetiva' es imposible, porque el observador, por el
propio hecho de observar con los instrumentos apropiados falsea
los resultados observados. ¡Estamos viendo que la propia ciencia
lleva a absurdos!

Ella misma que pretendía dar la certeza y descubrir la 'verdad',


destruye la realidad. Todo reducido a corpúsculos y fórmulas: he
aquí el mundo en la interpretación de la ciencia de hoy. No queda la
menor base para valores éticos o los impulsos espirituales.

¿Cómo salir de ese callejón sin salida? En la ciencia moderna existen


corrientes que admiten – o postulan ciertos principios extrafísicos.
La propia física atómica, llega a ese extremo (Heisenberg, Einstein),
igualmente la biología lo hace (las teorías gestálticas, Worman,
Portmann), reconoce que llegamos a un límite que la ciencia no
puede transponer.
La ciencia actual por lo tanto tiene que confesar su incapacidad,
pues admite componentes que no pueden ser captados por la
observación ni por el razonamiento. Pero el hombre no se da por
satisfecho; sabe que 'él es', sabe que está ahí, pensando, dudando,
sufriendo. Está seguro de existir en él algo más que corpúsculos y
fuerzas físicas.

Tiene la intuición de un hecho espiritual: el yo, la 'Novena Sinfonía',


la Divina Comedia, son para él realidades. Cada pensamiento es una
realidad, cada acto de amor o de odio es algo palpable, y el
teorema de Pitágoras le parece, en su abstracción, por lo menos tan
correcto como los corpúsculos y los electrones de la física atómica.
Hay, pues, para él, una realidad más amplia que contiene aspectos
físicos y no físicos.

El mundo físico es explicado por las ciencias, pero, como ya vimos,


éstas llegan a límites infranqueables. ¿Es la parte no física, que el
hombre experimenta y vive como un dato inmediato de su
conciencia? Él no se da por satisfecho por la simple creencia en ese
dominio inabordable, por la fe en que alguna religión le transmitió
como "revelación". Ahora bien, el hombre moderno quiere saber,
quiere conocer.

Él sabe que su dignidad de hombre estará en juego si no aspira a


ese conocimiento. ¡De ahí sus preguntas eternas! Él quiere entrar
conscientemente en ese reino cerrado y, al parecer, prohibido para
siempre. ¿Pero cómo? ¿Cuáles son las posibilidades? ¿Indagar más
profundo en el mundo sensorial a su alrededor?

Pero él ya sabe que el propio método científico actual desnuda ese


mundo de toda 'realidad' y que acaba encontrando límites cerrados.
¿Volver a la religión? Pero él huyó justamente de la religión porque
ésta no pudo satisfacer su sed de saber, de conocer. ¿Regresar a la
creencia, a la fe ciega? Nunca!
Desorientado, el hombre que llegó a ese impasse tiende a refugiarse
en cualquier institución o cosmovisión que le narcotice la
conciencia, las dudas y los sufrimientos. Experiencias sensacionales
se le ofrecen como paliativo o diversión como pseudo-respuesta.

Pero volvamos a nuestro dilema. Tenemos un mundo físico


conocido, objeto de nuestros sentidos y de las ciencias; es el mundo
en el que vivimos. Por otro lado, sentimos que existe un dominio no
físico, impalpable, pero cuya existencia sentimos con una certeza,
por así decir, directa e innata.

¿No habría posibilidades de conocer algo de ese otro mundo, de


investigarlo consciente y científicamente, por medios adecuados,
conservando la plena conciencia, el espíritu crítico, el razonamiento?
En otras palabras: extender conscientemente el campo de la
investigación a ese back-ground espiritual de nuestro mundo
sensible. Si esta posibilidad es existiese, ¿no valdría la pena
examinarla, conocer el camino cognitivo y los resultados
alcanzados?

Pues bien, la Ciencia Espiritual Antroposófica o 'Antroposofía',


fundada y estructurada por Rudolf Steiner, elige seguir esa vía. No
es una religión ni secta religiosa. Se distingue de la especulación
filosófica por su fundamento en hechos concretos y verificables, y se
distingue de caminos esotéricos como el espiritismo, por el hecho de
que el investigador, conservándose dentro de los métodos que ella
postula, mantiene su plena conciencia.

La antroposofía es ciencia. Una ciencia que supera los límites con los
que hasta ahora chocó la ciencia 'común'. Por lo tanto, procede
científicamente por la observación, descripción e interpretación de
los hechos.
Y es más que una teoría, una construcción de afirmaciones. Con
efecto, ella admite y reconoce todos los descubrimientos de las
ciencias naturales comunes, aunque las completa e interpreta con
sus descubrimientos. Sobre todo ha hecho, en todos los ámbitos de
la vida práctica, muchas contribuciones e innovaciones concretas y
positivas, lo que constituye la verdadera piedra fundamental de
todos sus principios.

Así, en la medicina, en la farmacología, la pedagogía, las artes, las


ciencias naturales y en la agricultura ha hecho contribuciones de
gran importancia, sobre las que hay una abundante literatura. Como
toda buena ciencia, la antroposofía no se limita a afirmar, a exponer
resultados; indica su método y el camino cognitivo que debe
seguirse para alcanzar el conocimiento de los hechos expuestos.
Nunca exigiendo fe ciega.

El estudioso de la antroposofía debe mantener su espíritu bien


vigilante; sólo quedará satisfecho cuando las doctrinas
antroposóficas confirmen los descubrimientos de la ciencia común o
cuando encuentren una solución a un problema que, sin ellas,
habría quedado sin resolver.

La antroposofía significa 'sabiduría del hombre'. Pero no se trata


sólo de antropología; se trata, en realidad, de una ciencia del
Cosmos, teniendo por centro y punto de apoyo al hombre.
LA ENTIDAD HUMANA

La Biblia nos dice que Dios formó al primer hombre del 'polvo de la
tierra, haciendo resaltar de esa manera que el cuerpo del hombre
está constituido por la misma materia del mundo que lo circunda.
De hecho, la química confirmó que todos los elementos constitutivos
del cuerpo se encuentran también en la naturaleza a su alrededor.

El mismo calcio, el fósforo, el hierro, el hidrógeno o el carbono


entran en la composición de ambos. Estas sustancias entran en el
cuerpo y de él salen en un flujo continuo, sea por la respiración o
por la nutrición. Los procesos del metabolismo son ampliamente
conocidos, y la ciencia materialista hasta compara el cuerpo con un
gran laboratorio químico.

El conocimiento de la materia, incluso la que constituye nuestro


cuerpo, nos es dado por nuestros sentidos. El conjunto de estas
sustancias forma el reino mineral, y podemos decir que en su parte
corpórea los seres de los otros reinos (vegetal, animal y humano)
tienen las mismas sustancias que se llaman 'inorgánicas' en el reino
mineral.

La materia inorgánica encuentra su expresión más típica en el


cristal. Conceptos químicos, físicos y matemáticos explican todos los
fenómenos del mundo físico (inorgánico) - sea la transformación de
formas de energía, sea la combinación de elementos simples en
sustancias más complejas.

Podemos decir que, de manera general, las causas de todos esos


fenómenos se encuentran en el mundo sensible o físico. La relación
entre las causas y efectos es constante y permite establecer las
llamadas "leyes de la naturaleza".
Extrapolando las leyes descubiertas en los últimos siglos, los
astrónomos y astrofísicos establecieron teorías sobre los fenómenos
extraterrestres, afirmando la identidad de las leyes de la naturaleza
en todo el Universo. Esta actitud, es una conquista de la ciencia
moderna; un observador griego o medieval nunca habría osado
someter los mundos extratelúricos a las mismas leyes que explican
los fenómenos terrestres.

Si comparamos el mundo inorgánico, por un lado, y los seres del


reino vegetal, animal y humano, de otro, veremos que éstos se
diferencian de aquel, por lo que llamamos de vida. Nosotros
asistimos a fenómenos nuevos que el reino mineral desconoce:
crecimiento, formas típicas, regeneración, reproducción,
metabolismo, etc.

Vemos también que los elementos químicos forman sustancias de


estructura más compleja y de gran labilidad química, como la
albúmina, el protoplasma, etc. Observamos, finalmente, que los
seres orgánicos tienen una existencia limitada en el tiempo; que
nacen y mueren, una piedra nunca cesa de ser una piedra, a menos
que fuerzas externas, y no inherentes a su propia esencia, vengan a
modificar o destruir su forma.

Parece, pues, que en los seres orgánicos existe algo más allá de la
pura sustancialidad, quitando la materia las leyes inherentes a su
propia naturaleza. En el momento de la muerte, ese 'algo' deja de
existir, o por lo menos de actuar: el cuerpo muerto pasa a ser un
cadáver, y, como tal, su sustancia vuelve a obedecer
exclusivamente a las leyes del mundo inorgánico: el organismo se
descompone, perdiendo su forma y estructura específicas y
retornando al reino del 'polvo de la tierra'. Podemos, por lo tanto,
afirmar que los seres orgánicos siguen leyes opuestas - o por lo
menos ajenas - a las leyes químicas y físicas del mundo mineral.
Además, verificamos que cada ser orgánico tiene su forma
particular. Podemos imaginar dos semillas compuestas
químicamente de los mismos elementos; a pesar de ello, una
formará una planta de un determinado tipo y la otra una planta de
especie y aspecto totalmente diferentes, pues cada una sigue, para
su estructura, un modelo propio.

Esta autonomía de la forma orgánica es diversa y compleja. Cada


planta, por ejemplo, tiene su silueta típica. Si le podamos el follaje,
lo restablecerá automáticamente. Hasta los seres más elevados,
como el hombre y los mamíferos, tienen esas facultades dentro de
ciertos límites: una herida "cicatriza", es decir, la forma original se
restablece como si alguna fuerza plasmadora central comandara el
comportamiento de los tejidos vecinos en el sentido de una vuelta al
aspecto anterior.

Podríamos continuar con esa comparación. Descubriremos que los


minerales existen sólo en el espacio, sin sufrir ningún proceso de
desarrollo (vamos a dejar de lado fenómenos, menos particulares,
como la radiactividad espontánea o el envejecimiento, el cemento
de los metales), mientras que las plantas (y los animales, y el
hombre) tienen una evolución en el tiempo. El cristal es
"autosuficiente".

Él existe y dura por sí mismo, no puede ser producido "desde


fuera". El organismo vivo necesita influencias exteriores para su
existencia: la luz solar y la corriente ininterrumpida de la respiración
y el metabolismo son factores imprescindibles para el crecimiento y
todas las demás manifestaciones de la vida. La biología moderna
minimiza las diferencias entre los reinos inorgánico y orgánico,
afirmando que éste es, por así decir, una continuación, sin intervalo
de aquel.
Por eso, invoca la existencia de seres orgánicos decadentes, los
virus, que constituyen formas de transición. En realidad nunca se
debe recurrir a formas decadentes o de transición, sino a
representantes típicos de ambos reinos para hacer una comparación
eficiente. Y, en ese caso, la presencia de aquel "algo" ya citado es
innegable. Pero ¿qué será ese 'algo'? Doctrinas vitalistas del pasado
y del presente enseñan que hay una fuerza vital permeando los
seres orgánicos. Pero con el empleo de este término, se coloca sólo
una etiqueta en una incógnita, sin una verdadera explicación.

Esta actitud, apropiada para un filósofo, ciertamente no lo es para


un científico. La antroposofía ofrece la siguiente explicación: los
seres orgánicos, poseen, además de su cuerpo mineral o físico, un
conjunto de fuerzas vitales individualizado y delimitado , es decir, un
segundo cuerpo, no físico que permea el cuerpo físico. Este segundo
cuerpo es conjunto de las fuerzas que dan 'vida' al ser e impiden la
materia de seguir sus leyes químicas y físicas normales.

Rudolf Steiner, fundador de la Antroposofía, llamó a ese segundo


cuerpo de 'cuerpo plasmador' o "cuerpo de fuerzas plasmadoras".
Ese cuerpo vital se denomina también “cuerpo etérico”.
El cuerpo etérico no existe en los minerales; existe, sí, en las
plantas, los animales y el hombre. Así como el cuerpo físico está
constituido por sustancias físicas, el etérico extrae su sustancia de
un plan etérico general (tenemos que emplear este término
'sustancia', aunque estemos conscientes de que en ámbitos no
físicos no se debe, en rigor, emplear términos buscados en el plano
sensorial; pero nuestro lenguaje es elaborado para las cosas de este
mundo, y no hay palabras apropiadas para expresar exactamente el
sentido y la esencia de fenómenos de otros planos.

Esta observación es válida para todos los términos que


emplearemos a continuación). Como el cuerpo físico es una
aglomeración individualizada de sustancias químicas, así el cuerpo
etérico es un verdadero 'cuerpo', aunque no es perceptible a
nuestros sentidos comunes.
Aquí surge una primera gran duda: ¿cómo es que la Antroposofía
puede afirmar la existencia de tal cuerpo? ¿No será una afirmación
libre, un simple postulado o hipótesis, en nada más válida que
tantas otras hipótesis o teorías inventadas por la ciencia y por las
religiones? Así sería si el cuerpo etérico era sólo un concepto, una
abstracción. En realidad, el cuerpo etérico puede ser observado: su
existencia puede ser vivenciada, sus funciones pueden ser
analizadas, e investigadas por experiencia propia y directa. Pero
¿cómo?

Nuestros sentidos comunes sólo nos revelan objetos y fuerzas


físicas. La Ciencia Espiritual, sin embargo, nos revela que el hombre
posee, además de los sentidos físicos, sentidos superiores que le
posibilitan observar fenómenos de planos más elevados. Mejor
explicado: el hombre tiene esos sentidos en estado latente,
pudiendo despertarlos por medio de un entrenamiento adecuado,
sobre el que hablaremos más tarde.

Afirma la Antroposofía que en épocas remotas todos los hombres


poseían esos sentidos, que les proporcionaban una ”videncia
suprasensible”. Incluso en épocas posteriores, siempre hubo
individuos privilegiados poseídos de esa clarividencia, mientras que
la mayoría de los hombres ya la habían perdido. En el futuro, los
hombres volverán a poseer esos sentidos superiores en pleno
funcionamiento.
La antroposofía indica el camino que permite al hombre moderno,
con la conservación de su plena conciencia, despertar poco a poco
estos sentidos superiores.

El cuerpo etérico puede ser 'visto' (naturalmente no se trata de


visión por los ojos físicos) por los individuos que alcanzaron un
cierto grado de clarividencia. En todas las épocas de la historia hubo
tales iniciados y sus descripciones son concordantes sobre éste y
sobre los de- más 'objetos' de la Antroposofía.
En realidad, la Antroposofía nada afirma de nuevo en ese punto. El
esoterismo hindú, egipcio, tibetano o griego conocen ese cuerpo
etérico, y las corrientes más recientes reproducen esa vieja
sabiduría en términos científicos modernos, de acuerdo con el grado
de evolución que alcanzó el hombre del siglo XX.

El cuerpo etérico mantiene la vida y actúa contra la muerte; ésta


aparece como transición a un estado puramente mineral. En los
seres humanos vivos, asistimos a un proceso de mineralización cuya
presencia en el cuerpo humano puede ser fácilmente observada;
esto constituye un debilitamiento progresivo de las fuerzas
plasmadoras del cuerpo etérico hasta el momento de la muerte, que
marca el triunfo total de las fuerzas mineralizante.

Es curioso observar al respecto, que inspirados pensadores del


pasado ya habían afirmado que la vida es un continuo morir. Basta
comparar a un recién nacido y un anciano para comprender la
profunda verdad de esta afirmación. En el recién nacido, la vitalidad
está en su punto máximo: el cuerpo es blando, elástico; la
conciencia, el intelecto y todas las actividades psíquicas todavía no
están desarrolladas y el niño vive, por así decir, entregado a sus
funciones vitales y vegetativas.

En el adulto, y más aún en el anciano, el cuerpo es reseco,


desvitalizado; las funciones biológicas son reducidas y sujetas a
estados patológicos (disfunciones, atrofias, esclerosamiento,
mineralización, etc.); en contrapartida, las facultades mentales, la
conciencia y el autodominio están plenamente desarrollados,
alcanzando un punto culminante en la serenidad y la sabiduría
contemplativa de la vejez (siempre que la debilidad física no
constituya un obstáculo).
Las numerosas enfermedades de la vejez (esclerosis, gota, cálculos,
etc.) son una indicación del triunfo progresivo de las fuerzas
mineralizantes sobre las fuerzas etéricas. Los depósitos, a menudo
cristalinos, constituyen una invasión de materia muerta en el
cuerpo vivo. Se permite aquí, observar que las fuerzas etéricas no
se encuadran en la 'causalidad' mecánica y determinista que
prevalece en el mundo físico.
Como ejemplo, la planta crece “hacia arriba”, en sentido opuesto a
la fuerza de atracción terrestre. Ya hemos visto que el mineral
encuentra su forma más expresiva en el cristal, es decir, en la
materia en estado sólido.

Los fenómenos vitales se producen sólo en medio húmedo o líquido.


No hay vida sin agua. Si volvemos una vez más a nuestro ejemplo
del recién nacido y del anciano, veremos que el cuerpo del primero
contiene proporcionalmente mucho más agua que el cuerpo del
último. Los propios depósitos (cálculos, artritis) constituyen
solidificaciones en lugares donde el organismo plenamente vitalizado
debe contener solamente líquidos, coloides u otras formas todavía
plásticas y maleables.

En resumen, la planta (y, por extensión, el animal y el hombre)


aparece compuesta de sustancias físicas (materia) que se colocan 'al
largo "de un cuerpo etérico, siendo que éste podría ser comparado
a un campo de fuerzas invisibles. Así como la limadura de hierro se
coloca en las líneas del campo magnético, así también la materia
'llena' la forma no física del cuerpo etérico.

Pero mientras el campo magnético es estático, el cuerpo etérico,


además de dar forma, provoca también toda la dinámica de las
funciones vitales. Él actúa en el espacio y no en el tiempo, de
acuerdo con las leyes específicas del plan etérico. Además, el campo
magnético sigue siendo un fenómeno producido por fuerzas
inherentes a la materia, mientras que las fuerzas etéricas son de
orden superior.

Veamos ahora si podemos establecer una diferencia entre el reino


vegetal y el reino animal (y humano). Una observación empírica y
sin prejuicios puede revelarnos los siguientes hechos: tanto el
animal como la planta viven; pero mientras que la planta vive como
un ser dormido, en “estado de sueño”, el animal vive en estado de
vigilia, caracterizado por una conciencia que ya se manifiesta en los
animales más primitivos. Es decir el animal pasa por estados
alternados de sueño y vigilia.
Durante estos últimos, él siente y reacciona, tiene impulsos
(búsqueda de alimento, de parejas sexuales), manifiesta actitudes
de atracción (simpatía) o rechazo (antipatía), puede 'aprender', etc.

Por otro lado, verificamos que la planta es abierta: la superficie de


la hoja (módulo constitutivo de la planta, de acuerdo con la
genialidad el descubrimiento de Goethe está expuesta y es
permeable a las fuerzas de afuera. Ella no tiene vida interior.

El animal, por su parte, nos parece más "cerrado", más aislado del
mundo externo; y eso no sólo es físicamente. Hay en él una especie
de espacio interior, que no es sólo físico (estructura del sistema del
cuerpo, órganos con funciones definidas, etc.), es también anímico.

En el animal hay un 'mundo propio' de reacciones, instintos,


actitudes, gracias al cual él ocupa un lugar aislado dentro de la
naturaleza, mientras que la planta se entrega al mundo, siendo cada
vez atravesada por sus influencias.

Mientras la planta se realiza en el tiempo con el surgimiento gradual


de sus partes, el animal está listo y completo desde su nacimiento.
Desde el comienzo de su vida su cuerpo contiene todos sus
órganos. Él crece en tamaño, pero no se diversifica. Podemos decir
que las sucintas observaciones precedentes no constituyen una
novedad para un observador atento.

Lo que la Antroposofía aporta de nuevo es un descubrimiento de


suma importancia: todos los fenómenos aludidos se vinculan a la
existencia de un vehículo que no existe en las plantas, pero que sí
está presente en los animales. Es ese vehículo que permite al animal
tener sensaciones, simpatías y antipatías, instintos y pasiones. En el
hombre lo hace posible toda la gama emocional, desde el instinto
más primitivo hasta los sentimientos más nobles y sublimes.
También este vehículo aparece como un 'cuerpo', pero de una
"sustancialidad" aún más refinada y sutil que la del cuerpo etérico.
Un grado más elevado de videncia permite al iniciado percibir este
cuerpo a través de otra serie de órganos superiores. Este cuerpo,
vehículo de sensaciones y sentimientos, puede llamarse "cuerpo de
los sentimientos". Rudolf Steiner le dio el nombre de 'cuerpo astral'.

Sin querer entrar aquí en detalles en las razones de esta


denominación, sólo recordamos que las antiguas corrientes
esotéricas vislumbraban una relación entre las fuerzas planetarias,
los órganos del hombre y su vida anímica. De ahí el nombre 'cuerpo
astral'.

Estamos pues, en presencia de otro "cuerpo" que impregna el


cuerpo visible del hombre y del animal. Ambos poseen, por lo tanto,
además del cuerpo físico y del cuerpo vital (o etérico), ese tercer
miembro de su entidad, por el cual participan de un tercer plano, el
llamado plano astral.

Este cuerpo astral es 'superior' al cuerpo etérico y lo domina. Él


provoca en el cuerpo físico y en el cuerpo etérico la especialización
de funciones, que se traduce por los órganos huecos. Mientras la
hoja, unidad constitutiva de la planta, es plana y puede ser
considerada como bidimensional, el cuerpo de cualquier animal
contiene estos espacios tridimensionales vacíos, cuya primera
aparición se da en el estado de la gástrula del embrión.

Este vacío fue, desde tiempos remotos, puesto en relación con el


aire, y de hecho, el elemento atribuido al mundo animal era el aire
(en el sentido de la división antigua del mundo en cuatro
elementos). Como el conjunto de las fuerzas anímicas también es
llamado 'alma', podemos establecer paralelos interesantes entre las
palabras latinas: ánima (alma), ánimus (viento, aire, soplo) y animal
(animal). La presencia del elemento 'aire' se manifiesta de muchas
maneras. Los animales superiores poseen la facultad de manifestar
sus estados anímicos por la voz, por el grito, o utilizando para ello el
aire.
Mientras en las plantas la respiración es una corriente continua
(diferente de la fotosíntesis), en la mayoría de los animales se
efectúa como alternancia rítmica entre inspiración y expiración.
Cuando un animal se aleja de las funciones puramente vegetativas
(que lo aproximan aún la planta), más el elemento 'aire' pasa a
dominar su vida.

Pero volvamos a nuestra caracterización del animal frente al reino


vegetal. Se dice que el animal es más cerrado, más separado del
mundo.
Para compensar este aislamiento, el animal actúa en tres áreas:
1. Se mueve en su entorno. El movimiento le permite tomar la
actitud o buscar el lugar más propicio para la realización de sus
intenciones y necesidades instintivas (fuga, sexo, hambre, etc.).
Todo movimiento es dirigido.
2. Emplea un sistema sensorial y nervioso que establece el contacto
con el mundo.
3. Él vive y actúa con cierta conciencia. Esta conciencia hace que el
animal reaccione de manera típica y característica para su especie.

No se trata, evidentemente, de una conciencia lúcida, individual,


pues no podemos hablar de individuos en los animales. Todos los
ejemplares de una especie se comportan y reaccionan de manera
igual, como si un impulso de grupo les orientase la vida. Por este
motivo, Rudolf Steiner no atribuye a los animales una "alma"
individual, sino un alma de grupo, que se manifiesta por medio de
los cuerpos astrales de todos los miembros de una misma especie.

Hablando más específicamente del cuerpo astral humano, la


clarividencia revela que su "aspecto" depende de los sentimientos
que prevalecen en el individuo observado. El vidente habla de
"coloración" de ese cuerpo astral, aunque, naturalmente, no se trata
de colores físicos.
Cuanto más puros y menos egoístas los sentimientos, más claro y
brillante el cuerpo astral, al cual se da también el nombre de 'aura'.
De allí la costumbre de representar el cuerpo o la cabeza de
personas 'santas' que se envuelven en un aura clara y luminosa
('mandorla', en la India, en la pintura occidental, “aureola” en la
pintura oriental). Esta era una tradición cuyos orígenes se
remontaban, a las épocas cuando aún se podía percibir el cuerpo
astral como resultado de una clarividencia genérica.

Demos ahora otro paso buscando diferenciar al hombre del animal.


Debemos preguntar si el hombre es sólo un animal más
desarrollado, con ciertas facultades ya existentes en él más
perfeccionadas y desarrolladas, o si es el hombres es
fundamentalmente diferente de cualquier animal, poseyendo algo
más que lo distingue de éste.

Las teorías evolucionistas tradicionales siguen la primera hipótesis,


haciendo el hombre descender en línea recta del animal.

Las grandes religiones veían en el hombre un ser básicamente


diferente del animal. La antroposofía es de la misma opinión. En
efecto, los animales no tienen individualidad, ellos son dirigidos por
almas grupales: las tortugas, ballenas o abejas, actúan de manera
idéntica y típica, como si sus impulsos fueran dirigidos, desde
afuera. (Para estas consideraciones se debe tomar, como ejemplos
típicos, los animales salvajes, los domésticos ya han sufrido la
influencia del hombre).

En el hombre aparece la verdadera individualización. Cada hombre


es un ser único, sencillo, simple, diferente de todos los demás seres
humanos. Mientras los animales alcanzaron un estado de vigilia al
cual dudamos en dar el nombre de conciencia, sólo el hombre tiene
conciencia de sí mismo: la autoconciencia, que le permite tener
plena la noción de sí mismo frente al mundo.
Esto presupone una serie de facultades que no encontramos en el
animal:

1. Sólo el hombre puede pensar, oponerse al mundo en una relación


sujeto-objeto. Puede representar sus vivencias sensoriales de
manera abstracta y elevarse a representaciones, conceptos e ideas.
Nos sería imposible enseñar a un ratón o aun cachorro un perro
cómo encontrar un camino en un laberinto; pero sólo el hombre
puede, una vez recorrido el trayecto adecuado, sentarse junto a una
mesa, imaginar de forma abstracta el laberinto y hacer de este un
dibujo. Cualquier abeja construye panales perfectamente de celdas
hexagonales, pero sólo el hombre puede comprender las relaciones
geométricas y el principio de construcción de un hexágono regular.

2. El animal está entregado a las sensaciones y sentimientos.


Cesando la causa que le provoca una sensación o sentimiento,
acabará también el estado anímico. El hombre posee la durabilidad
de los sentimientos más allá de la presencia de la causa. Más aún, él
puede provocar un sentimiento por pura representación mental: yo
puedo presentir los gozos gastronómicos por la simple imaginación
de una suculenta cena.

3. El hombre tiene memoria, el animal no. En este sentido, podemos


ponerlo en duda cuando se piensa en la alegría de un perro cuando
su dueño regresa después de una ausencia prolongada. Pero una
cosa es memoria y otra es el hecho de reconocer. En el caso del
animal, la sensación, es agradable o no, se repite cuando la misma
causa está presente. La presencia del dueño provoca siempre y
cada vez la misma reacción, pero para ello es necesaria la presencia
física del hecho causante. El perro puede incluso sufrir cuando le
falta esa presencia; pero sólo el hombre puede representar bajo
forma de imágenes, un ser o una situación de la que no hay más
vestigio. La memoria, como es posible, de recordar mentalmente
cualquier situación vivida, es una facultad exclusivamente humana.
4. De las tres facultades descriptas nace la capacidad del hombre
para deshacerse de las influencias del medio, aislándose por
completo y pudiendo hasta resistir a esas influencias. Ningún animal
puede dominar sus instintos por una decisión autónoma. El hombre
puede dominarse, renunciar a un placer o a la satisfacción de un
deseo; lo puede ponderar varios motivos, imaginar las
consecuencias futuras de un acto o recordar concretamente las
consecuencias de un acto pasado. Todo esto es imposible al animal.

5. En consecuencia, sólo el hombre puede tener la libertad de


actuar, de elegir conscientemente entre varios actos posibles.
Solamente él puede actuar moral o inmoralmente; el animal sigue
reglas fijas y que se determinan por las características de su
especie. El hombre posee, pues, un centro autónomo de su
personalidad, que constituye el núcleo de su esencia y del que tiene
una experiencia directa e irrefutable. Al hablar de ese centro él dice
'yo', siendo ese 'yo' o ego - la verdadera parcela espiritual – es lo
que lo distingue del animal.

Además y por encima de los tres 'cuerpos' inferiores (físico, etérico y


astral) el hombre posee, pues, un cuarto elemento constitutivo de
su entidad. O mejor dicho: él es ese 'yo' (ego), al cual los tres
cuerpos sirven sólo de base o envoltura. Por intermedio de su yo, el
hombre participa de un plano superior al plano astral o anímico,
pudiendo ser llamado plano espiritual. El hombre posee un elemento
espiritual individualizado y sencillo que constituye el centro de su
ser.

El yo le confiere su personalidad; el yo piensa, siente y desea a


través de sus cuerpos inferiores; el yo ama y odia, codicia y
renuncia, comete actos buenos y actos malos. Desde hace muchos
siglos los poetas hablan de 'fuego' de la personalidad de Amor y de
Odio.
Y eso con mucha razón, pues el elemento del fuego es, por así
decir, el atributo espiritual característico del yo. Así pues, vemos a
los cuatro miembros de la entidad humana relacionarse, unir, en
cierto modo, con los cuatro elementos de los griegos. Como
elemento espiritual autónomo, el yo no está sujeto a las limitaciones
del espacio y del tiempo.

Él es eterno, independiente y ajeno a las características pasajeras


de sus cuerpos inferiores. Éstos están al servicio del yo,
constituyendo su vehículo en la vida terrena. La presencia del yo
hace al hombre. De esta presencia los cuerpos inferiores reciben
sus características y funciones diferentes de las que existen en los
animales y en las plantas.

Así, por ejemplo, el pensar y la memoria están ligados al cuerpo


etérico, el cual, en la planta, sirve exclusivamente para hacer
posible la "vida". No es el que piensa, pero, por ejemplo, es para la
memoria, el medio donde se guardan las experiencias pasadas.

De la misma manera, el cerebro es imprescindible para el pensar,


pero naturalmente no es el cerebro que piensa, sirve al hombre sólo
como vehículo físico para pensar. El mineral, la planta y el animal
son creaciones.

El hombre es creación y creador. Creado por fuerzas exteriores a él,


se liberó de esas las fuerzas creadoras, convirtiéndose en autónomo
y creador. Él continúa la obra de la Creación; como pensador,
filósofo o artista, añade al mundo algo nuevo. Su libertad está en
oposición al determinismo ineludible que domina los reinos
inferiores.
Por medio del yo el hombre puede dominar y purificar sus
sentimientos, los instintos y las pasiones. El espíritu es, en cierto
modo, un adversario, de lo que, en nosotros, es meramente
anímico.

Toda ética tiene su propia razón de ser en ese antagonismo. Más


adelante veremos que el principio de la evolución reina en toda la
existencia, aunque de manera muy diversa de la imaginada por el
darwinismo y otras escuelas bio-históricas.

El hombre no siempre fue hombre, y en el futuro deberá alcanzar


estados superiores a la mera mente humano.

El hombre se desarrolla no sólo por la adquisición de nuevos


conocimientos y técnicas. Evoluciona sobre todo por el
perfeccionamiento de sus facultades anímicas, mentales y morales.

Su propia “egoidad”, el grado de su conciencia y de su manera de


pensar evolucionaron, en el pasado y evolucionarán en el futuro. Él
vive y vivirá adquiriendo nuevas facultades. Ya hemos visto que el
cuerpo astral es el vehículo para las sensaciones, sentimientos,
instintos y actividades psíquicas conscientes e inconscientes.

De la convivencia del yo con ese cuerpo y con los cuerpos inferiores


nació un conjunto autónomo de actitudes y facultades vulgarmente
denominado "alma". El alma, distinta de la corporalidad y del yo,
constituye, pues, un elemento de conexión entre el yo y el mundo.
El yo siente y actúa a través ese instrumento. Sin embargo, esa
alma no es homogénea. Posee facultades que hicieron
gradualmente su aparición en el transcurso de la historia. Diremos
que el alma se manifiesta de tres formas. Para mayor simplicidad,
la Antroposofía habla de tres almas:

1. Alma sensible o alma de la sensación: trae a la conciencia de las


sensaciones, la vivencia de una impresión sensorial -por ejemplo, de
un color, de una obra musical, de un dolor. Por medio del alma
sensible el hombre vivencia el mundo.

2. Alma del intelecto o del sentimiento: por su intermedio el hombre


formula los pensamientos. Pone en orden las sensaciones recibidas,
comprende el mundo, construye el universo interno de
representaciones mentales, de pensamientos y de ideas. La
abstracción y el pensamiento conceptuales son resultados de la
existencia de esa alma del intelecto. La ciencia y la filosofía son sus
frutos.

3. Alma consciente o alma de la conciencia - trae al hombre la


conciencia de los contenidos no materiales del mundo ('ideas') y de
su propia individualidad, así como el choque entre su ego y el
mundo. Él se siente distanciado, abandonado; en consecuencia
sufre por su aislamiento, dudando de todo y no dándose más por
satisfecho con explicaciones proporcionadas por el alma racional. Un
gran esfuerzo es necesario para que el hombre pueda transponer el
abismo que la propia alma consciente rasgó entre él y el mundo. En
un trabajo arduo, debe restablecer el vínculo entre la parcela
espiritual de su yo y la espiritualidad universal.

Este esfuerzo ya nos conduce al desarrollo futuro de la humanidad.


En efecto, las tres almas son el fruto de la simple existencia, del yo
y de los tres cuerpos inferiores. Incluso sin ninguna actuación
consciente del yo, las tres almas se desarrollarán poco a poco, a lo
largo de la historia del hombre.
En el futuro, el yo, que entretanto ha alcanzado la plena madurez y
autoconciencia, deberá tomar su destino en sus propias manos. Él
impregnará con sus propias fuerzas, y los tres cuerpos inferiores,
empezando por el cuerpo astral, que le ofrece menor resistencia que
los cuerpos etérico y físico, más 'densos' y menos maleables. En
este trabajo arduo y difícil de "espiritualización" consciente de los
cuerpos inferiores, el yo creará, por así decir, nuevos miembros
futuros, nuevas capas de su ser.

Él se abrirá al Espíritu Cósmico para transformar los impulsos


recibidos 'de arriba' en perfeccionamiento y purificación de los
cuerpos astral, etérico y físico. El cuerpo astral, así espiritualizado
por un trabajo consciente del hombre, constituirá, pues, un futuro
nuevo 'cuerpo' del hombre. Steiner lo denominó 'yo espiritual'
(Geistaselbst).

El cuerpo etérico transformado, segunda etapa de la evolución


futura, es el "espirito vital" (Lebensgeist). El cuerpo físico, como
imagen pura y regenerada del mundo espiritual, es llamado
'hombre-espíritu' (Geistmensch).

Con estas perspectivas del futuro, llegamos muy lejos de la


actualidad. En el presente, como ya vimos, el hombre está
constituido por los cuatro miembros de su entidad, descritos
anteriormente.
- El yo, su verdadera entelequia, es el centro de su ser. Él es el
individuo.
- El cuerpo astral recibe los impulsos e impresiones del mundo físico
y de los mundos superiores. Con él el hombre reacciona, piensa y
entra en intercambio con la realidad.
- El cuerpo etérico le da la vida y proporciona el instrumento para el
pensamiento, la memoria y otras facultades.
- El cuerpo físico, finalmente, es la base material de su existencia
actual. Proporciona la materia para los instrumentos que permiten al
hombre participar del mundo físico.
SUEÑO Y SOÑAR

Durante el estado de vigilia, los cuatro miembros de la entidad


humana se hacen presentes. Podemos también decir que el
individuo para constituir su ser reúne, durante su vida, 'sustancias'
de cuatro planos.

Esta aglomeración está lejos de ser armoniosa. Por ejemplo, su


propia vida, sabemos que ni nuestro cuerpo, ni nuestra alma ni
nuestro yo, como ser moral, son perfectos. Por el contrario, nuestra
vida trae un desgaste constante de los diversos miembros de
nuestra entidad.

La propia conciencia, los impulsos nocivos, las impresiones


desagradables, los alimentos inapropiados, etc., perjudican al
organismo - es decir, la parte constituida por los cuerpos físico y
etérico, produciendo perturbaciones en los sistemas digestivo,
circulatorio, etc., que pueden incluso conducir a la enfermedad.

Pero también la parte anímico-espiritual puede sufrir efectos


nocivos: en contacto con el mundo, surgen deseos irracionales e
impulsos negativos (odio, envidia, codicia) que perjudican la propia
"sustancialidad" del alma y del espíritu. Una acción mala deteriora el
Yo; una codicia excesiva afecta al cuerpo astral. Para regenerar ese
desgaste, los diversos componentes del ser humano deben aflojar
periódicamente los lazos que los unen, permitiendo a cada uno
recoger fuerzas renovadoras de su propio medio. Este fenómeno
constituye el sueño.
La inconsciencia del sueño es, pues, una necesidad imperiosa para
todo ser dotado de una conciencia desarrollada. En efecto, durante
el sueño se produce una separación entre la parte anímico-espiritual
y la parte físico-etérica.

En este sentido, de las sensaciones y de la vida anímica, el cuerpo


descansa en la cama, al nivel de una planta, pues aparenta sólo
funciones vegetativas. No se manifiestan la conciencia, la
personalidad, los sentimientos y los pensamientos.

En ese estado inconsciente, fuerzas y seres superiores penetran en


el organismo y el cuerpo etérico se regenera por la entrada de
impulsos y fuerzas provenientes del plano etérico cósmico.

Durante ese período el cuerpo astral y el yo se desligan del


organismo, volviendo a las regiones de las cuales originalmente
emanaron. No debemos imaginar esa separación como siendo
simplemente espacial.

Durante esa permanencia en los mundos superiores, el cuerpo astral


y el yo reciben impulsos de los seres superiores que viven en esas
regiones. Ambos tienen experiencias notables, pero sin pensamiento
propio (porque el cerebro, instrumento del pensar, quedó en la
cama) y sin la posibilidad de recordar, más tarde, esas experiencias
(porque el cuerpo etérico, instrumento de la memoria, tampoco los
acompañó en ese viaje por los mundos superiores). Mientras el
hombre aparentemente duerme, su yo está en realidad, plenamente
activo; sin embargo, sólo el clarividente puede observar este hecho.
Mencionamos seres superiores.
Por ahora basta con decir que existen seres 'buenos' y 'malos' - los
cuales la creencia popular identificar como ángeles y demonios. De
los impulsos recibidos de estos entes durante el sueño es que
dependerá el comportamiento del individuo después al despertar.

Una sabiduría antigua conocía estas influencias: durante el sueño,


los hombres se dejaban inspirar por los dioses, por las musas. En
los cuentos de hadas auténticos encontramos, a cada paso,
alusiones a la inspiración, recibida en esas ocasiones. Antes del
adormecimiento y del despertar, existe un estado de poca duración
durante la cual el yo y el cuerpo astral están separados del cuerpo
físico, mientras existe la conexión con el cuerpo etérico.

El hombre está, por tanto, en presencia de su "memoria" (ligada al


cuerpo etérico) y puede ejercer ciertas funciones mentales (también
ligadas al cuerpo etérico), pero le faltan las percepciones sensoriales
claras, la plena conciencia y el pensamiento racional, que no pueden
prescindir del instrumento del cuerpo físico. Algunas experiencias
del yo durante ese estado, combinadas con reminiscencias de la
memoria, hacen surgir entonces los sueños.

El soñar constituye pues, un estado intermedio entre el sueño y la


vigilia. Se caracteriza por una conciencia reducida, por imágenes y
formas del mundo exterior pero sin lógica ni claridad. El yo traduce
sus vivencias y recuerdos en imágenes simbólicas.

Desde tiempos inmemoriales, el hombre conocía la naturaleza de


ese estado que posibilitaba una experiencia velada de ciertas
realidades espirituales. De ahí la importancia atribuida al arte de
analizar los sueños para conocer la realidad espiritual o para llegar a
la verdadera personalidad del hombre, revelada durante el sueño,
ya que no existen tabúes sociales y barreras que hacen que el
carácter se disimule durante la vida normal.
Sin pretender ser completos, podemos indicar algunos tipos
relevantes de los sueños:

1. En muchos sueños el hombre es perseguido por las


reminiscencias del día. Las preocupaciones y las angustias lo
acompañan, los problemas no resueltos martillan su espíritu de
manera incoherente, y ciertos impulsos (venganza, odio, amor,
codicia) se manifiestan de modo incontrolable. El dormir repleto de
sueños de esa especie no es reparador, pues impide una separación
suficiente y benéfica entre el yo y la parte orgánica.

2. Muchos sueños son determinados, en su enredo, por influencias


del medio ambiente. Así, podemos soñar una historia que termina
en tintinear agudo de una flauta tocada por uno de los personajes
del drama onírico. Despierto, verifico que el despertador provocó el
tintinear en el sueño: yo recuerdo toda una historia que lo precede
y cuyo final lógico es el tintinear. Esto prueba que los sueños no se
desarrollan en el tiempo, sino que son imágenes instantáneas que
sólo al recordar son mentalmente descompuestas en varias fases
sucesivas. De la misma manera, un incendio en el sueño puede
tener por causa el calor excesivo provocado por una manta.

3. Hay sueños causados por el propio cuerpo. Una comida un poco


pesada, consumida antes de dormir, puede provocar pesadillas, y
muchas veces el propio órgano puede aparecer bajo una forma
simbólica (intestinos = serpiente, diente = torre, sangre = agua).
Vemos más una vez que el sueño es simbolizador. El arte de
interpretar los sueños consiste precisamente, en descubrir la
'realidad' que se traduce en los símbolos.
4. Como ya se ha dicho, los deseos más íntimos del yo, reprimidos
durante la vigilia y sin posibilidad de subir a la conciencia, pueden
tener libre curso en el sueño, aunque en forma simbólica. Este
fenómeno figura en los fundamentos de muchos análisis
psicoterapéuticos.

5. Un tipo de sueño aún más significativo es aquel en que el


individuo encuentra a personas vivas o muertas, recibiendo de ellas
un mensaje que a menudo se confirma, más tarde, con la realidad.
Una persona ausente puede decirnos, en el sueño, que está
enferma o muerta; la noticia confirmatoria llega pocos días más
tarde. Lo que se torna patente aquí es una experiencia hecha por el
yo de una realidad en el mundo espiritual. En efecto, la muerte de
cualquier persona es un acontecimiento que se refleja en ese
dominio. Trascendiendo los límites del espacio, el yo vive este hecho
y en sueño él se convierte en imagen.

6. Finalmente hay personas que, al despertar, saben que en el


sueño les apareció un ser espiritual superior con un mensaje o una
revelación, o que ellas asistieron a acontecimientos del futuro. Son
los llamados sueños proféticos, que tamaño papel tuvieron en
tiempos pasados, desde los sueños interpretados por José en la
época de la corte del Faraón (las 'vacas gordas' y las 'vacas flacas')
hasta visiones de los profetas (apariciones de Serafines, Querubines,
Ángeles, etc.).

Aquellos sueños también tienen un papel importante en la


psicología moderna (especialmente en CG Jung). No hay dormir o
despertar sin soñar; en la mayoría de los casos no nos acordamos
de él. Muchas veces, también, sin poder recordar un sueño
concreto, despertamos con la certeza de haber pasado un tiempo en
otro mundo. Al despertar, muchas veces soñamos con la vuelta al
cuerpo de forma simbólica.
Por ejemplo, soñamos que estamos volando y nos acercamos cada
vez más al suelo, hasta tocarlo.. En ese instante nos despertamos.
O bien queremos entrar en un edificio o, por ejemplo, en una torre.
No hemos podido hacerlo durante algún tiempo, hasta que
finalmente casi irrumpimos en ella a la fuerza y despertamos. Aquí
el cuerpo está representado por el símbolo de la torre (cuerpo
físico).

El sueño, con la fase transitoria del soñar es pues, un fenómeno que


se deriva de una necesidad rítmica de todo nuestro ser. Es fácil
comprender que el dormir o soñar provocados artificialmente
(narcóticos, hipnosis, anestesia) no son, en ese sentido, naturales,
perturbando el equilibrio de las fuerzas físicas y psico-espirituales.

Los tres estados - vigilia, sueño y soñar - corresponden a tres


diferentes grados de conciencia. Podemos decir que el hombre es
hombre sólo cuando, en el estado de vigilia, él es plenamente
consciente y lúcido.

La antroposofía enseña que la conciencia del animal es semejante,


(aunque no idéntica) a nuestra conciencia del soñar, mientras que la
planta vive en una inconsciencia total, correspondiendo a nuestro
estado de sueño.

La conciencia de los minerales - si es que podemos todavía hablar


en conciencia - sería aún más apagada que la de nuestro sueño más
profundo. En el propio hombre también existen zonas o sistemas
diferenciados por varios grados de conciencia. Rudolf Steiner expuso
la genialidad idea de la 'trimembración del organismo humano', cuya
esencia puede ser resumida de la siguiente manera: El hombre es
plenamente consciente en su pensamiento y en sus observaciones
sensoriales.
Rudolf Steiner llama a este sistema neuro-sensorial, enseñando que
está centrado en la cabeza, aunque el cuerpo entero posee
percepciones sensoriales. El polo opuesto está constituido, por las
funciones completamente inconscientes del metabolismo y de la
voluntad traducida en movimientos (el hombre tiene la
representación clara de los motivos y del resultado deseado de un
acto de voluntad; pero el "funcionamiento" y la realización del
impulso volitivo le son completamente ocultos). Este otro polo
constituye el sistema del metabolismo y de los miembros que actúan
en todo el cuerpo, estando su centro en el abdomen y en los
miembros.

Entre estos dos polos, y con el grado de conciencia intermedia entre


la lucidez completa del sistema neuro-sensorial y la inconciencia del
sistema metabólico-motor, se halla el sistema circulatorio
(respiración, circulación) que tiene por base la parte torácica y que
une, por así decir, los dos extremos. A este sistema corresponde la
vida sentimental y un grado de conciencia equivalente al estado de
sueño.
JERARQUÍAS

No existe religión que no hable de seres elevados poseedores de


inteligencia, conocimientos y poderes superiores a los del hombre.

Las divinidades de las mitologías hindú, griega y germánica hablan


de estos seres; también en las religiones llamadas 'monoteístas'
(judaísmo, cristianismo y el islamismo) existen arcángeles, ángeles,
demonios y diablos.

¿Qué son ellos, son superiores a los seres humanos? El cristianismo,


manteniendo el dogma israelita 'Dios es uno ", habla al mismo
tiempo de Ángeles, Querubines, Serafines y otros los seres
respetables. ¿Cómo explicar esa multitud de 'dioses'? Admitiendo un
carácter evolucionista del Cosmos, nada impide imaginar, por
encima del hombre, seres que posean facultades superiores sin
necesitar de un cuerpo físico para su existencia. De hecho, la
experiencia supra-sensible revela al vidente la existencia de tales
seres, y la Antroposofía contiene descripciones detalladas de estas
"jerarquías superiores".

En efecto, estos entes pertenecen a varios niveles de evolución,


cada uno caracterizado por un nuevo grado de conciencia, de
facultades y funciones. Nuestro espíritu humano es, naturalmente,
incapaz de captar totalmente los estados de conciencia de esos
seres.

A pesar de ello, es posible describir ciertos aspectos. En épocas


pasadas, sin embargo, ciertos los individuos más evolucionados
tenían la capacidad de percibir estos seres y tener contacto con
ellos. La antroposofía no pretende innovar en ese campo.
El esoterismo cristiano de Dionisio Areopagita ya contenía una
descripción pormenorizada de los “coros de los ángeles” y el propio
Tomás de Aquino repitió esa doctrina con pleno endoso de su propia
sabiduría.

Rudolf Steiner supo completar los conocimientos tradicionales a ese


respecto con su propia experiencia. Él mostró la conexión íntima de
esos seres y de su actuación en nuestro mundo y sobre el hombre.
La 'inmanencia' de esas entidades es total. Todo lo que pasa en
nuestro mundo resulta de la acción y de la influencia de tales seres.
Eso no impide que el hombre, en determinado grado de su
desarrollo, consiga liberarse de tal influencia, creando las
condiciones para su propio libre albedrío.

Los seres superiores, como el hombre, están en continua evolución.


Actualmente pueden ser agrupados jerárquicamente en nueve
categorías.

1. Inmediatamente 'arriba' del hombre se encuentran entidades


que varias religiones llaman 'ángeles' (Angeloi). Se trata de
entes cuyo cuerpo más bajo es el cuerpo etérico. Entre sus
múltiples funciones, hay una de ellas que constituye en ser
elementos de enlace entre el hombre y los mundos superiores.
Cada hombre tiene, por lo tanto, su "Ángel", hecho que se
traduce en el concepto popular de 'Ángel de la Guarda'.

2. Los llamados Arcángeles (Archangeloi) ya no se dedican a


individuos, sino a pueblos y otras agrupaciones. Cada pueblo
tiene "su" Arcángel, que determina las características étnicas.
Cuando un pueblo se forma como tal (por ejemplo, el pueblo
suizo o belga), el hecho espiritual correspondiente es que un
Arcángel comienza a actuar poco a poco sobre un cierto
número de individuos, en el que nacen en ellos un espíritu de
comunidad, con sus diferencias étnicas e históricas con los
demás pueblos.
3. Los Arqueos, o 'Espíritus de la Época', son los líderes
espirituales de toda una época. Cuando nuevos impulsos
aparecen en la historia humanidad - al mismo tiempo y en
todos los pueblos evolucionados -, esto se debe a la influencia
de estos Arqueos.

4. Los "Espíritus de la Forma" o Exusiai, superiores a los


Arqueos, son idénticos a los Elohim de la Biblia. Nuestro yo
nos fue originalmente 'donado' por los Exusiai.

5. Los Espíritus del Movimiento o ”Dynameis” constituyen la


siguiente: jerarquía. Son los regentes cósmicos de todos los
ritmos y movimientos.

6. Los "Espíritus de la Sabiduría" o Kyriotetes permean con sus


emanaciones todo lo que se nos aparece como repleto de
sabiduría, desde las formas armoniosas de la naturaleza hasta
los grandes principios de la sabiduría cósmica, que filósofos
como Aristóteles o astrónomos como Kepler todavía
vislumbraron por medio de su intuición.

7. Los "Espíritus de la Voluntad" o Tronos representan la


voluntad divina como impulso básico de todo el Universo.

8 y 9. Los dos grupos supremos, los Serafines y los


Querubines, escapan a cualquier análisis humano. Son los
seres más elevados aún accesibles al hombre y constituyen la
parte de los impulsos más puros del amor, la caridad y la
elevación del alma. El mismo Antiguo Testamento habla
repetidamente de estos seres, en ocasión de las visiones de
los grandes profetas.
¿Dónde está 'Dios' en esta jerarquía? ¿En qué consiste la Trinidad?

El conocimiento humano no puede aspirar a abarcar esas alturas de


la existencia cósmica. Sería temerario hacer afirmaciones a ese
respecto. Intentar describir 'Dios' ya sería una blasfemia, e incluso
los grandes iniciados, como por ejemplo Rudolf Steiner, sólo
pudieron acercase a Él con un balbuceo de humildad.

Cualquier otra la actitud sería de presunción y prepotencia. Por otra


parte, la Antroposofía no promete revelar 'todo'. Ella tiene sus
límites y busca sólo ampliar nuestro campo de observación.

La Antroposofía es ciencia, no omniciencia. Esta circunstancia


nunca debe perderse de vista. Si supiésemos todo de Dios,
seríamos... ¡Dios! Sin embargo, la obra de Steiner contiene
profundas revelaciones sobre el misterio de Dios y de la Trinidad.

También podría gustarte