Y Si Te Dejo Atras - Pepita Perez
Y Si Te Dejo Atras - Pepita Perez
Y Si Te Dejo Atras - Pepita Perez
Los gritos cesaron al sonar el timbre. Blanca miró a su madre aterrada sin
atreverse a abrir la puerta. En el fondo del pasillo se oyó a Paco murmurar
improperios.
Alargó la mano hacia el picaporte de la puerta principal, sabía que podría
ocurrir cualquier cosa.
—Blanca, ábreme —la voz grave y tranquila de Oliver se oía al otro lado.
Abrir las puertas del infierno a un arcángel salvador tenía un precio. Ya no
Oliver ya no soportaba más mantenerse al margen y eso auguraba una
desgracia inminente. Un día u otro ocurriría.
—Abre —le repitió.
—¡Ábrele! —gritó Paco y su madre lo mandó a callar.
Cecilia, la madre de Blanca se acercó a ella.
—Llévatelo de aquí —le pidió como si Blanca fuera la culpable de
aquélla situación.
—Un día de estos alguien acabará muerto —le respondió Blanca.
Abrió la puerta al fin. Esta chirrió con fuerza y se estampó contra la pared.
Oliver irrumpió en la entrada y aunque Blanca intentó detenerlo no le fue
posible.
Se oyó a Paco en el pasillo.
—¡Fuera de mi casa! —Oliver habría llegado hasta él.
Cecilia corrió hacia ellos. Blanca apenas podía moverse. Paralizada por la
tensión y el miedo que sentía cada vez que vivía aquella situación.
El grito de su madre la obligó a mirar. Oliver esta vez se había saltado el
paso de las amenazas y había cogido a Paco por el cuello. Blanca contuvo el
aire.
Su padrastro ante el casi metro noventa de Oliver, no parecía más que un
muñequito.
—No vuelvas a tocar a Blanca —le decía mientras Cecilia intentaba
apartarlo de su marido¾. Como vuelvas a ponerle una mano encima…
Blanca les dio la espalda, los ojos se le llenaron de lágrimas. Tenía una
fuerte punzada en el pecho que le impedía respirar. Aquello era peor que los
golpes.
—¡Vete! —se oía decir a su madre —Voy a llamar a la policía.
Blanca se tapó los oídos y cerró los ojos.
—Tú tienes la culpa de todo esto, tú, por permitirlo —la voz de Oliver
sonaba firme, dura.
—¡Fuera te he dicho! —Cecilia gritaba tan fuerte que su voz hacía eco el
descansillo de la planta.
Blanca pudo ver algún vecino que se detenía en el umbral, ya
acostumbrados a aquél circo que se montaba de cuando en cuando en casa de
Blanca.
Se hizo el silencio, se oyeron murmullos y Blanca sintió cerca el perfume
de Oliver, tendría que estar tras ella.
Se giró hacia él.
—Se acabó Blanca —le dijo¾. Ven conmigo de una vez.
Blanca lo miró «Como si fuera tan fácil para mí». Apenas había cumplido
los veinte años, estaba aún a mitad de la carrera universitaria. No podía irse
de casa. ¿A dónde? Oliver era cuatro años mayor que ella y llevaba dos años
junto a él. Él lo veía todo tan fácil, llevaba meses diciéndole que se fuera de
allí. Con él, claro está. Para él era fácil, él tenía una familia normal, con unos
padres con una situación económica bastante buena. «Fantástico y
maravilloso todo». Oliver no le veía problemas a nada. Tenía trabajo en los
negocios de su padre y vivienda resuelta, su plan era vivir en casa de sus
padres hasta que quedara libre alguno de los pisos que mantenían arrendados
su familia.
Con los ojos cerrados se iría con él, sin dudarlo. Pero en otra situación.
Salir de allí, dependiendo únicamente de la voluntad de una familia que la
aceptaría tan solo por contentar al niño de sus ojos.
Negó con la cabeza a sus pensamientos. La puñetera dependencia era lo
que la tuvo atada a aquella situación durante tantos años. No quería ser una
réplica de su madre. Viviría en el infierno hasta que pudiera salir de allí por su
propio pie, por su propia voluntad y se iría con Oliver a donde ambos
quisieran.
—No lo entiendes —le respondió.
—Eres tú la que no lo entiendes —le replicó él¾. Coge lo que tengas que
coger y ven conmigo.
María tomó aire.
—¿A cargo de ti? —añadió Blanca negando con la cabeza¾. No, Oliver.
No quiero ser ella.
Oliver dirigió la mirada hacia el interior del piso, Cecilia estaba en el
umbral de la puerta de la habitación. Discutía algo con su marido en voz baja.
—Deberíamos haber vuelto a Cádiz hace años —Blanca también miró a
su madre— y seguimos en Barcelona.
Recordó la historia de su madre, en su misma situación. Veinte años salvo
con el añadido de tener una hija de dos años. Madre soltera viviendo en un
infierno, con un padre no muy diferente a Paco. El ángel que las salvaría era
un barcelonés que estaba de vacaciones en la costa andaluza y al poco tiempo
se casaron y se las llevó a Barcelona. Pero el cuento no duró mucho. Una
historia que volvía a repetirse una y otra vez.
—Yo no puedo aguantar esto más tiempo, Blanca —susurró Oliver.
No era la primera vez que lo oía decir aquello y a pesar que no se
acostumbraba al dolor que le producían sus palabras, podía entenderlo.
Cuatro veces habían terminado la relación por la misma razón. Blanca se
negaba a irse y se negaba a cualquier otra situación que le ofreciera Oliver.
No era capaz de denunciar a su padrastro, no era capaz de huir de allí.
Oliver parecía dolido, tanto como las veces anteriores. Aquello volvía a
acabar. Blanca desconocía el tiempo que tardaría esta vez en volver. Cada vez
tardaba más tiempo en regresar, algo que su padrastro aprovechaba para hacer
mofas a Blanca. Una forma más de ridiculizarla y hundirla en la mierda en la
que la solía mantener todo el tiempo.
—Yo no soy él —se defendió Oliver conociendo los pensamientos de
Blanca—, nunca sería como él.
Y no lo dudaba. Oliver tenía sus defectos, pero no era un maltratador.
—No puedo irme —no esperaba que lo entendiera.
Oliver asintió con la cabeza, serio, como siempre hacía. Y cruzó el umbral
de la puerta.
—Se acabó, Blanca —le dijo y agachó la cabeza.
«Volverá», supuso. Pero ya poco importaba eso. Las otras cuatro
reconciliaciones le habían servido para aprender que mientras que ella no
solucionara su problema, volver con Oliver solo aumentaban sus tensiones.
Solo de pensarlo sus piernas temblaban. Conocía la sensación, en un rato
lo volvería a sentir, la tristeza extrema, luego el vacío.
Negó con la cabeza y agarró de Oliver del brazo. Pero él se alejó de ella
liberándose.
—Se acabó —estaba ya en el descansillo y bajó dos escalones.
No dijo nada más. Blanca lo observó mientras se alejaba. Sintió la puerta
del portal abrirse y luego cerrarse. Oliver se había ido, una vez más.
Se giró hacia su casa y suspiró. No era capaz de digerir tanto, las piernas
apenas le respondían. Ahora el infierno se haría intenso a su alrededor. Cerró
la puerta y atravesó el salón. Allí estaba Paco, tumbado como un sapo
bocarriba en el sillón frente al televisor. La miró con una sonrisa burlona.
Blanca soltó un improperio.
—Es una mal educada y luego me trae al novio para que me pegue —se
dirigía a Cecilia —.No me has dejado educarla desde el principio. Y mírala,
¡valiente puta está hecha!
Cerró de un portazo la puerta de su dormitorio. Le dolía horrores la
barriga. Miró el calendario, aún quedaban unos días para las sesiones con
Raquel, una psicóloga que aunque no podía solucionar sus problemas, le
ayudaba a que al menos, no se tirara por un barranco.
Miró su cama, hasta seis encuadernaciones de folios contó. En el mueble
otras tantas se mezclaban con los libros de la universidad. Su ventana, su
puerta al infinito, a ese mundo reservado exclusivamente para ella, en el que
era invisible, invencible, un dios. Allí, donde solía viajar cada día, nadie podía
hacerle daño de ninguna de las maneras.
Se recostó en la cama. No habría apartado todos los manuscritos, porque
se estaba clavando uno de los gusanillos metálicos en el costado. Lo sacó de
debajo de su cuerpo y lo miró. Recordó que al día siguiente tenía la cena de
fin de curso de sus clases de narrativa. Cuatro años seguidos acababan y
numerosos manuscritos con ellas. A partir de aquél momento tendría que
seguir sola pero eso no le preocupaba.
Recordó su primera clase, con tan solo dieciséis años y un torrente de
ideas que ya había plasmado en numerosas páginas. Recordó las expresiones
de sus profesores y compañeros cuando decía que comenzó a escribir con diez
años y que había acabado varias historias. “Bah, borradores” oyó murmurar a
algún intelectual en clase, que le duplicaba la edad y que en todo el curso
apenas podían llevar al día los ejercicios mensuales.
En aquélla escuela que logró pagar a base de becas de sus estudios
reglamentarios aprendió a organizar, a estructurar y los recursos necesarios
para hacer de sus manantiales creativos auténticos tsunamis de novelas.
Había descubierto demasiadas cosas en aquéllos cuatro años. En primer
lugar, que a pesar de escuchar a tanta gente que le gustaba escribir e incluso
que era capaz de hacerlo, solo un porcentaje muy pequeño estaba destinado
realmente para ello, y que ni uno ni varios años de estudio podrían cambiar
aquello, porque el verdadero don no se puede aprender ni enseñar. Y
sobretodo descubrió lo más sorprendente: que no solo era capaz de hacerlo
mejor que la mayoría, sino que además era capaz de hacerlo en un tiempo
asombroso según los propios profesionales que la enseñaban.
Ser prolífico en una profesión como aquélla no le servía de mucho.
Escribir cinco novelas al año, o seis u ocho, no le suponían nada. Bien sabía
que era difícil, casi imposible, conseguir que un editor apostase tan solo en
una de aquéllas novelas escritas por una joven que no conocía nadie.
Aún no había encontrado su género, ese que dicen que es para el que un
autor debe estar hecho, el que tendría que llevar en su alma y en su ADN.
Había probado con la romántica, la histórica, el thriller y la fantasía. Y según
sus amigas, que habían leído cada letra que escribía, no eran capaz de
quedarse con tan solo una de tantas como producía. Pero en su pequeña
cabeza repleta de pájaros, aquella forma acelerada de producción tenía una
sola explicación; la huida.
Horas y horas tecleando fantasías, donde ni el hambre ni el sueño
lograban interrumpirla.
Pero en aquél momento no era capaz de escribir ni una sola letra. La
realidad la aplastaba por completo. Tomó aire, pero este entró entrecortado en
su pecho. Lo iba a tener difícil esta vez.
Levantó la mirada hacia su mesa de estudio. Los libros de alemán aún
estaban abiertos. Allí era donde se encontraba estudiando cuando se montó el
circo en su casa. Los libros habían permanecido en su lugar como si nada
hubiese sucedido. Sin embargo Blanca era consciente del gran cambio que se
había producido desde tan solo hora y media antes. Sin embargo, no le había
cogido de sorpresa. Sabía que de un día a otro Oliver lo volvería a hacer, la
abandonaría.
Dejó caer la cabeza sobre la almohada pero en seguida su estómago la
obligó a encogerse y el amargor de aquello le sobrevino a la garganta. Pronto
aparecerían los vómitos, la consecuencia del desorden de su ánimo. Raquel
había explicado de forma comprensible aquéllos vómitos; cada vez que su
mente no era capaz de digerir un sentimiento, una situación. “Imagina que es
un alimento que tu estómago rechaza, lo mismo hace tu cuerpo con tus
pensamientos en el mismo acto, el vómito”.
Y así era. Los problemas con Paco, el reflejo de ellos con su relación con
Oliver, todas sus frustraciones y complejos, sus sentimientos, sus miedos y
ansiedades, terminaban en la taza del váter.
Algo que cuando perduraba durante días se reflejaba en su energía y en su
aspecto físico. Era consciente de que era algo que la acompañaría siempre y
su empeño con Raquel era remediarlo.
Cerró los ojos, no quería llorar pero siempre terminaba haciéndolo.
La puerta de su habitación se abrió. Su madre traía la cena.
—Si quiere comida que se siente en la mesa como todos —oyó refunfuñar
a Paco desde el salón.
Cecilia lo ignoró y puso el plato de Blanca sobre la mesa de estudio,
apartando los libros.
—Y esas mierdas que come se acabaron —Paco continuaba con sus
protestas¾. Comerá comida normal.
Cecilia cerró la puerta, así que Blanca no pudo seguir escuchando las
estupideces que seguía diciendo su padrastro.
Miró el plato sobre la mesa con un nudo en el estómago que le empujaba
hacia arriba la merienda. No era capaz de probar la cena.
Las “mierdas que comía” según su padrastro era un dieta especial que
solía seguir durante prácticamente toda la semana. Aunque la cena hubiese
sido una comida especial de aquéllas que solo probaba de cuando en cuando,
no hubiese conseguido comerla tampoco. Ni chocolate, ni helado ni nada de
lo más le gustase.
Respiró hondo intentando que la fatiga se mitigara, pero fue en vano.
Su teléfono hizo un sonido, un mensaje de whatsapp, el móvil se
encontraba cerca de la cena. Se acercó para comprobar quién le hablaba.
Noelia, había escrito algo en el grupo de amigas. Un grupo sumamente
reducido, de cinco miembros. Sus amigas de toda la vida, Noelia, Alba y
Regina eran sus tres mejores amigas. Y no podía faltar su mejor amigo, “El
Cari” como le llamaban, el más femenino de los cinco miembros del grupo.
Noelia solo preguntaba cómo les había ido el día. Desde que dejaron el
instituto y se repartieron en distintas facultades, les era más difícil verse en el
día a día.
Meditó antes de escribir. El nudo en su garganta se hizo más apretado.
Cogió aire.
“Oliver se ha ido. Esta vez ha sido la definitiva”.
El teléfono comenzó a vibrar. Sus amigos enviaban uno y otro mensaje sin
parar. Les explicó como pudo la razón aunque intuía que ya la conocían. Ellos
siempre fueron conocedores de los problemas de Blanca.
Unos le daban ánimos, otros esperanzas de que lo solucionarían pronto y
se formó un revuelo de vibraciones y sonidos que hizo que su fatiga
aumentara de sobremanera.
“Mañana hablaré con vosotros. De todos modos ya sé lo que tengo que
hacer esta vez”.
Soltó el teléfono.
Sacó del cajón una solicitud que llevaba tiempo guardando, por si las
cosas se ponían tan mal como acababan de ponerse. Cogió el bolígrafo y la
comenzó a rellenar. Un año de estudios en el extranjero, lejos de su padrastro,
de su inepta madre, de Oliver y de todo lo que le aportaba negatividad en su
vida. Con sus notas medias sabía que no tendría problemas, le becarían lo que
fuese y cualquier universidad estaría encantada de recibirla.
Practicar idiomas al fin fuera de un aula, estudiando el Grado de Turismo
era algo esencial y beneficioso para ella. Y conocer algo más allá de Cádiz,
Barcelona o el recorrido del avión que las unía. Se iría tan lejos como
pudiese.
1
Abrió los ojos. El Cari roncaba plácidamente en la otra cama. Aún estaba
amaneciendo. Se levantó y corrió hacia el baño.
Se dio una ducha, se colocó el biquini, unos shorts, una camiseta de sisa
ancha y una sudadera.
Con cuidado de no despertar a su amigo, metió en su bolso el móvil, un
cuaderno y una libreta y sus auriculares.
Todo el mundo parecía dormir. Bajó con cuidado de no hacer ruído. Abrió
con las llaves que le dio Àngel, las dejó sobre la mesa y salió al jardín
después de pulsar el botón que abría la gran puerta metálica de la fachada.
Cuando ya estuvo fuera le envió un mensaje a Àngel.
“Tienes las llaves sobre la mesa”
Sin un “Buenos días”, sin cordialidad alguna.
Qué largo se me van a hacer estos días. Qué cagada la de ayer.
Llegó hasta el paseo y bajó a la arena. El sol ya estaba fuera. La playa
estaba solitaria, algunos runners y personas mayores caminando.
Extendió su toalla circular y se sentó en medio. Cogió sus auriculares y su
libreta.
Hizo una foto del mar y la subió a su “Insta”, sin poner comentario
alguno. Pasaba fotos de las personas a las que seguía y sintió ganas de
curiosear el instagram de Oliver.
Hoy lo necesito. Es lo único que puede disipar la cagada de ayer.
Fotos de sus vacaciones, pies en la playa, huellas en la arena, alguna foto
del viaje a Tailandia que hizo mientras ella escribía Azael.
Y las colgará hasta la saciedad. Qué imbécil.
Siguió curioseando en la red más fotos de Oliver y su maravilloso verano.
Qué cuerpazo tiene el cabrón. Normal que me haya dejado tocada para
toda la vida.
Se rió de sus propios pensamientos.
Incapaz de estar con ningún otro.
Algo había avanzado. Al menos sentía alguna atracción por Àngel e
incluso lo había besado.
Algo es algo. No es tan malo. Quizás me haya venido bien. Ya hoy nadie
se acordará y yo he dado un paso conmigo misma.
Tengo que ser positiva como dice Raquel.
Cogió su libreta. Estaba diseñando una nueva novela. Una estructura y
algunos personajes. No podía concentrarse tan bien como lo hacía en Cádiz,
aquí tenía más distracciones.
Se tocó el hombro. Una almohada desconocida, un colchón que no era el
suyo y demasiadas horas de escritura durante las últimas semanas, hacían que
esa parte la tuviese tensa, dolorida.
Tenía la mala costumbre de no cargar con sus pastillas para la espalda.
Supongo que en casa de médicos, no faltarán las medicinas.
El padre de Àngel era médico también.
Alguien la había tocado y se sobresaltó. Se giró en seguida.
Joder, Àngel. Casi me matas del susto.
—Perdona —se arrodilló junto a ella¾. Soy también madrugador.
—Buenos días —tuvo que sonreír. Qué remedio le quedaba.
Empezó el día. Joder, ya podrían llamarlo de urgencias y que se tuviera
que pirar a Barcelona.
—¿Estabas escribiendo? —preguntó mirando la libreta que ella acababa
de dejar sobre la toalla.
—Algo así —Blanca soltó el bolígrafo.
No me vayas a sacar el tema, por favor.
Ok, no te dejaré que lo saques.
—¿No traerás una libreta de esas donde los médicos hacéis garabatos que
solo saben leer los farmaceúticos, no? —preguntó de manera resuelta. Àngel
rio con la pregunta.
—¿Qué necesitas?
Un chute chungo.
—Ibuprofeno y Diazepan —respondió tocándose el hombro izquierdo.
Àngel frunció el ceño.
—El paciente le dice al médico lo que tiene que tomar —comentó con
ironía¾. A ver…
Blanca se bajó la cremallera de la sudadera hasta la mitad y la dejó
resbalar por el hombro.
Àngel se colocó tras ella. Blanca no se atrevía ni a mirarlo. Sintió la mano
de él mano sobre su hombro y bajar la tiranta de la camiseta. Cuando Àngel
hizo pinza con los dedos en su trapecio Blanca cerró los ojos.
Duele, joder.
—Madre mía…
Es una bola enorme, lo sé. El mal del escritor, hombro, lumbar, cuello.
Estoy hecha una pena.
—Ahora cuando suba haré algún garabato en la libreta para ti —concluyó
riendo.
No pienso girarme, estás demasiado cerca.
—Gracias —le respondió ella mirando al mar.
—¿Desde cuando estás así? —le preguntó y esta vez dirigió sus manos
hacia el cuello.
—Ya hace tiempo —aguataba el dolor sin rechistar. Àngel no apretaba
con fuerza, era una leve presión, pero tenía los músculos tan tensos que le
dolía. Un dolor placentero, como el comienzo de una sesión de fisioterapia, la
antesala del infierno.
—Resistente al dolor —dijo él y ella rio.
Se hizo el silencio un instante.
Va sacar el tema, sino hablo de otra cosa, va a sacar el tema.
—Anoche me dejaste un poco contrariado.
Si yo sabía que lo sacaría. Pues imagina cómo me quedé yo…
—Que hicieras eso y luego que fueras así casi sin hablarme…¾decía él.
Blanca se giró hacia él, que aún le tocaba el hombro.
—¿Qué esperabas? ¿Qué pasara la noche contigo por darte un beso? —
Àngel se sobresaltó con la respuesta.
Ostias. Pero qué bruta soy.
—Tampoco eso —bajó la mirada¾. Pero no que reaccionaras así.
Blanca se giró hacia el mar de nuevo.
—Olvídalo —le dejo a Àngel —. No tiene importancia.
—Me alegras que dejes claro que no tiene importancia —respondió él.
Solo curiosidad, ¿no?
Blanca negó con la cabeza.
Déjalo ya, en serio…
—¿Vas besando a los tíos por curiosidad? —preguntó él.
No, solo si me gustan.
—Claro que no. Quería comprobar si te dejarías, nada más.
—Y ahora que lo sabes qué —apretó en el hombro de nuevo y Blanca se
encogió levemente.
—No opusiste impedimento así que no lo volveré a hacer —respondió.
Tú sigue indagando, que verás el lío que voy a montar aquí. Estoy
quedando como una imbécil.
—Ok, si hubiese opuesto impedimento, sí lo volverías a hacer.
Siiii, soy una niñata, ¿no lo ves?
—Quizás…
—¿Te gusta que te rechacen? —Àngel se inclinó a su izquierda para verle
la cara.
Blanca lo miró.
—Me gusta se me resistan —arqueó las cejas.
Me está quedando de chick lit esto. En cuanto se vaya, cojo la libreta y lo
apunto.
Àngel negaba con la cabeza.
—Juventud…¾decía él.
Juventud, inmadurez, niñateo…todo eso junto, sí.
—Entonces te gusta todo el que se te resiste…
Blanca negó con la cabeza.
—No. Tiene que gustarme antes —respondió convencida.
Vale, acabo de decirle que me gusta un poco. Yo me voy a Barcelona en
cuanto este me recete las pastillas.
—Vamos, que para ti es un juego —dijo Àngel mientras Blanca metía sus
cosas en el bolso.
Exacto, un juego. Eres listo, tío.
—Pues a mi edad ya no me gusta jugar —añadió.
Blanca se giró hacia él.
—Pues no juegues —respondió.
Àngel miró sus ojos. A la luz del sol el verde de los iris de Blanca eran
totalmente transparentes, con algunas motas más oscuras y algún hilillo
dorado, rodeados de un aro negro.
—Madre mía —murmuró él¾. Qué lío tienes en la cabeza.
No lo sabes tú bien.
Se levantaron y la ayudó a sacudir la toalla y meterla en el bolso de
mimbre.
—¿Se habrán levantado los durmientes? —preguntó Blanca.
Àngel rio. Caminaban hacia las escaleras que accedían al paseo, de nuevo.
Cuando llegaron a la casa, Noelia y Regina, Oscar y Albert, ya estaban
levantados.
Blanca pudo hacerles un resumen de la conversación de la playa. Ya se
encontraba totalmente tranquila. La había cagado y posteriormente lo había
arreglado cagándola aún más.
Ahora Àngel piensa que soy una inmadura, caprichosa y alocada niñata.
Menos mal, creo que yo le estaba gustando.
Ya no tendría que preocuparse. Aquella mañana no pisaron la playa.
Hicieron planes de comida, de la cuál Blanca sí pensaba participar.
Un día es un día, a comer como si no hubiese un mañana.
La ansiedad iba y venía. No traía consigo tampoco ninguna medicación
para ello. Odiaba la medicación que el psiquiatra que trabajaba con Raquel, le
mandaba.
Me mata la creatividad y la lucidez y me hacen engordar. Prefiero las
palpitaciones, los dolores y la fatiga.
Los chicos rodeaban la mesa del porche. Blanca estaba liada en su toalla,
junto a ellos, acababa de salir del agua. Aún chorreando, se sentó a escuchar
cómo decidían las delicias que comería ese día.
Vio un brazo sobre ella y una bolsa blanca con letras verdes. Se giró. Ya
no se acordaba, las pastillas.
Hasta ha ido por ellas.
—Gracias —le dijo cogiendo la bolsa en el aire.
No me he puesto roja porque estoy mojada. Mojada de agua de la piscina,
digo.
Àngel le guió un ojo.
Si es que encima es guapísimo. Y yo haciendo la niñata.
Se levantó para ir a la cocina a por agua. Se tomó el ibuprofeno en
seguida, la otra pastilla la dejaría para después de comer, para poder echarse
en la cama relajada un rato. La tensión del hombro la estaba matando. Luego
vio que también le había traído un protector de estómago.
Desde luego que es para pedirle matrimonio.
Rió. Era una pena que sus sentimientos contradictorios, su autocrítica y su
ansiedad, no le permitieran disfrutar de las cosas más simples. Cualquier otra
joven, como la del vestido rojo de la noche anterior, estaría encantada de que
un hombre así tuviera interés en ella.
Y yo intento hacerlo huir actuando lo más imbécil que sé.
Pero era la realidad. No había olvidado por completo a Oliver, este se
había convertido en un recuerdo encapsulado en alguna parte de su alma. Su
amor imposible, lo más parecido a un amor idea frustrado. Lo último que
necesitaba, ahora que estaba volcada en sus estudios y su carrera literaria, era
comenzar a tener sentimientos por un hombre, con el cual seguramente no
tendría nada.
Ni yo quiero nada.
Oía la palabra “novio” en la boca de cualquiera y le entraban hasta
picores. Alejarse de todo el que perturbara su tranquilidad con sentimientos
de cualquier tipo. Ese era su objetivo. Demasiado tenía que aguantar en su
vida diaria y aún desconocía cómo se le plantearía el próximo curso. Su
principal preocupación, sobrevivir. Encontrar un trabajo que le permitiera
estudiar el tiempo suficiente para mantener su nota media más la escritura. Si
a todo ello le sumaba su entrenamiento, no tendría tiempo para nada más.
Sus pulsaciones estaban aceleradas y su estómago, deseoso de recibir
delicias, comenzaba a llenarse de angustia.
No es justo, no lo es. Oliver disfruta de la vida, y yo…
Pero en el fondo lo sabía. Oliver no tenía problemas en el interior de su
cabeza, ella sí.
Inmadurez
Raquel se lo explicaba con naturalidad. Blanca había pasado gran parte de
su vida en un mundo que no existía, absorta, retraída. Aquello que la hacía
escribir historias maravillosas, siempre había sido su refugio. Tantas horas en
aquél lugar, tantos días, durante años, le habían impedido enfrentarse a la
realidad tal y como era.
La realidad siempre fue una mierda.
Convivía con un maltratador. No se culpaba por buscar refugio en una
parte donde nadie podía entrar, solo ella.
Rechazo.
Ese era el resumen de sus vivencias en veintiún años. Rechazo por parte
de su padrastro. Por parte de sus compañeros del colegio en secundaria,
cuando ella era diferente y al parecer con un físico digno de burlas. Rechazo
por parte de compañeras en Bachillerato y la universidad, por ser lista, por ser
tener un físico que resaltaba entre el resto.
Rechazo, rechazo, rechazo.
Comenzó a tener fatiga, se dirigió hacia el wc que había junto la cocina.
Le dio tiempo a llegar. Vomitó.
En cuanto se repuso, limpió a conciencia la taza del WC. Hacía meses que
su cuerpo no reaccionaba así.
Mierda.
Ahora tenía otro problema, su salud mental volvía a reflejarse en su salud
física.
Salió del baño. Alba estaba en la cocina con Regina y Àngel.
—La comida acaba de llegar —le dijo Alba sonriente.
Fetuchini a los cuatro quesos, había pedido al restaurante a domicilio.
No podría comer ni un uva. Qué fatiga tengo.
—No me encuentro bien —le respondió Blanca y vio cómo Arian, que
sacaba platos de un cajón, levantaba la cabeza¾. Me voy a dormir un rato.
Se acercó a la encimera donde había dejado los medicamentos.
—¿Sin comer? —le preguntó Regina.
Blanca hizo una mueca y negó con la cabeza.
—Comed vosotros —se giró hacia las escaleras¾. Me voy arriba.
Oyó murmullos.
Encima creerá que soy bulímica.
Pero poco le importaba. Entró en el dormitorio y corrió persianas y
cortinas. Se tomó una pastilla de las que le había traído Àngel y se metió en la
cama.
Nunca hay silencio aquí dentro.
Cerró los ojos. Tras veinte minutos notó cómo su cuerpo se iba relajando.
Recordó que había dejado abajo su móvil, ya no podría bajar aunque hubiese
querido, conocía el efecto de la medicación, ya no podría levantarse de la
cama hasta que pasaran lo efectos.
Sintió un leve mareo, se dormía…
11
Abrió los ojos. Era temprano, como siempre. Àngel dormía a su lado.
Ahora sí, me voy.
Se colocó el vestido lo más rápido que pudo y sin abrocharse se marchó
hacia su dormitorio.
El Cari roncaba.
Se cambió de ropa, su último biquini limpio, unos shorts y una camiseta.
Bajó las escaleras recordando que no podía salir de la casa. Cuando llegó a la
entrada, se sorprendió que la puerta estaba abierta. Salió al jardín.
Algunos chicos estaban durmiendo en las hamacas.
Llevan aquí toda la noche. Serán…
Supuso que al ser la última noche, cada uno durmió donde hubo caído.
Salió de la casa en dirección a la playa. Era temprano, apenas acababa de salir
el sol.
Habré dormido tres horas como mucho.
Por la noche tuvo una pequeña conversación con Àngel, él se había
interesado por lo planes de Blanca, que se resumían en escribir, la promoción
de su novela y acabar su carrera universitaria. Él le habló de su trabajo en
urgencias y de sus movidas guardias.
A pesar de que la noche había sido más que buena, se resistía a mantener
cercanía con él. Solo deseaba volver a Barcelona y no verlo más.
Llegó hasta la playa y extendió la toalla. Tomó aire antes de sentarse.
No me lo puedo creer.
Había pasado la noche con Àngel y a pesar de que sus demonios la
acechaban, en su interior sentía un halo de alegría.
No, ahora no.
Se sentó y volvió a tomar aire.
No, no puedo. Me prometí que no.
Cogió su móvil y abrió instagram.
Venga, Oliver, quítame esto. Quítamelo.
No había fotos nuevas, así que volvió a buscar la que la noche anterior le
enseñó al Cari.
Después de ti, qué. Eso es, después de ti, nada.
No funcionaba.
Eres perfecto y no habrá otro.
Cerró los ojos. Le gustaba como Àngel la miraba, como le hablaba, como
la tocaba. Y la reacción de él ante el despliegue de sensualidad de aquella
noche, fue maravilloso, le encantó.
Volvió a mirar a Oliver.
Venga, don perfecto, detén esto.
Cerró la aplicación.
Esto me puede costar un bloqueo creativo y bajar mis notas. No puedo
permitírmelo.
Supuso que en Barcelona, en cuanto pasaran los días, se le pasaría.
Vio una sombra en la toalla.
¿Ya está aquí?
—No hay quien te siga el ritmo —se arrodilló junto a ella y le besó la
mejilla.
Quieres dejar ya esos gestos. Hemos follado, nada más.
Se tumbó y apoyó la cabeza en las piernas de Blanca.
—¿Por qué no has seguido durmiendo? —le preguntó ella.
—Hago guardias, dormir poco no es el problema. El problema es…
Àngel rio.
—Has dormido menos de tres horas después de lo de anoche y estás tan…
normal. ¿Eres una especie de superhéroe?
Blanca rio. Àngel se incorporó y se sentó frente a ella.
—Nos vamos hoy y…¾le cogió la barbilla¾. Pero podemos vernos en
Barcelona, si quieres.
No, por favor.
—Vamos hablando —le respondió ella para no ser brusca.
El negó con la cabeza.
—Si te apetece, no quiero que te agobies ni nada parecido —añadió él.
Exacto, agobio. Ahí lo has clavado.
—Sin agobio, sin compromiso…¾continuó.
Blanca lo miró.
¿Se lo digo?
Él la besó.
Sí, se lo digo.
Se retiró de él.
—Realmente no pensaba que pudiéramos quedar en Barcelona —Àngel
frunció el ceño.
Qué incómodo, por favor.
—Pero tampoco me parece mala idea, siempre que sepas entenderme,
aunque no te será difícil, porque tú piensas igual.
Él seguía esperando que fuera más específica.
—Estoy bien sola porque no tengo obligaciones con nadie y puedo
dedicarme a lo que quiero. Y me gustaría seguir así.
Àngel asintió.
—Tú, por lo que cuentas, también te pasa igual.
—No quieres una relación de ningún tipo –confirmó él.
—Ni aunque me maten —respondió y él rió.
—De todos modos es un poco pronto para decidir eso, ¿no?
Ahí me has dao. Estúpida yo hablando de esto tan pronto.
—Pero quiero que quede claro que…
Que no me tomes en serio, ni por un momento.
—Que puedo ser tu amiga, hablar, quedar, repetir lo de anoche, pero nada
más. Mi vida será exactamente igual y la tuya también.
Qué mal está sonando esto.
Àngel estaba contrariado.
—Sé que tienes tus amigas —añadió.
Lo estoy empeorando. Joder, le estoy diciendo que se siga tirando a otras.
—Que sí, que me llames y podemos quedar.
Esto ya no hay quien lo arregle. Suena mal y es porque está mal. Pero
como esto sea de otra manera, me veo enganchada de este tío y vuelta a lo
mismo. Ni muerta, ni aunque me apaleen.
—Vale —respondió él sin añadir nada sobre los comentarios de Blanca¾.
Me parece bien.
Pues menos mal.
La rodeó con las piernas y la abrazó.
Me lo vas a poner difícil por lo que veo.
—Creo también que es lo mejor —escucharlo decir eso la tranquilizó.
Pues ya puedes llamar a tu amiguita la rubia.
Sintió algo en el pecho.
Joder. Creo que acabo de empeorar la cosa, voy a acabar pillada de este
y encima jodiéndome porque salga con otra. Raquel, esta semana voy de
cabeza a la consulta ya te tenga que pagar con saliva.
El resto del día pasó demasiado rápido. Y antes de que se diera cuenta,
bajaba la maleta por las escaleras del jardín hacia la salida.
—Si quieres puedo llevarte —se ofreció Àngel en la puerta.
Ni por mil palos, quita, quita.
—Gracias pero no hace falta —le respondió dirigiéndose hacia el coche
de Noelia.
Blanca se fijó cómo Àngel intentó ayudarla a subir la maleta pero no se
fio.
Tengo fuerza de sobra, qué te crees. Tantas caballerosidades, de esas me
sobran en las novelas. Me hastían, me joden, las odio.
Àngel se puso frente a ella, sus amigos ya estaban dentro del coche.
—Bueno —comenzó él¾. Te llamo entonces. Tengo varias guardias
seguidas…
Ya estamos con las explicaciones. Que no quiero explicaciones. Ni una.
Llámame cuanto te de la gana, joder.
—Hasta el viernes quizás.
¿Viernes? Es domingo. ¿Ni una semana? No.
—Tengo que acabar unos arreglos con la editora y quiero hacerlo antes de
que empiecen las clases. No sé si el viernes podré.
Así de estúpida soy, sí. Yo que tú ni me llamaba, fíjate.
—Hablamos esta semana de todos modos —la besó, le rodeó la cintura y
aumentó el beso que hasta Blanca dudó si mejor cambiarse de coche.
Vete ya, joder.
—Id con cuidado.
Blanca se metió en el coche. Sus amigos estaban deseando de que les
contara, apenas había tenido tiempo, había pasado casi todo el día con Àngel,
en la playa, en el jardín o un lapsus en la habitación tras la comida.
—Todo, cari, queremos saberlo todo —El Cari se frotaba las manos.
—No tienes remedio, eres una maruja.
17
A pesar de que le había dicho a Héctor que fuera discreto con la razón por
la que se iba a ir rápido de la cena, este lo difundió entre los invitados. Los
que la conocían de la playa, les explicaban al resto sobre ella. Àngel podía
oírlos cuchichear. Las ganas de marcharse aumentaban por momentos.
Héctor tenía un ático, pero el tiempo ya no permitía cenar a aquéllas horas
en la terraza, así que estaban en el salón, aún peor para Àngel porque estaban
todo más concurrido.
Salió a la terraza y sacó su móvil. Llevaba rato escribiéndose con Blanca
durante la cena.
—Te veo muy interesado —Lidia estaba tras de él.
Àngel se volvió hacia ella.
—Interesado en qué —no quería hablarlo con ella. No correspondía.
—En esa chica —Lidia se acercó aún más¾. La de los dos ojos verdes
enormes.
—Sí, tiene dos —Àngel volvió a mirar su móvil, esperando la respuesta
de Blanca.
—No esperábamos que siguieras viéndola todavía —insistió ella.
Àngel tomó aire.
—Es la segunda vez que quedo con ella —respondió¾, no sé por qué le
dais importancia.
Lidia se encogió de hombros.
—Yo no estoy molesta —le dijo¾.Tampoco teníamos nada.
Àngel la miró de reojo. Había algo de contradicción entre las palabras de
Lidia y el tono con el que las decía.
—Pero no sé, estás diferente —añadió.
Àngel frunció el ceño.
—Diferente en qué —se defendió¾. Sigo igual.
Lidia lo miró fijamente.
—No te llamo para quedar, es evidente.
—Ni siquiera respondes a mis mensajes.
—Te lo dejé claro en la playa, no quería seguir con esto.
Lidia rió con ironía.
—En cuanto la viste, sí, me lo dejaste bien claro. Sin embargo, tampoco
tienes nada con ella.
Àngel se dio cuenta de que Héctor era aún más bocazas de los que
pensaba.
—Que solo es una amiga. Es decir, que eres libre el resto del tiempo.
Àngel asintió pero con desconfianza.
—Y aún así, estás diferente.
Frunció el ceño, no la entendió.
—Ni conmigo, ni con ninguna otra —añadió Lidia¾. Puedes estar con
quien quieras, y de cuando en cuando tirarte a ese pivón. Por qué estás
diferente, entonces.
Àngel se incomodó.
—No quiero hablar de esto, además tengo que irme —Blanca, oportuna,
acababa de indicarle con una ubicación, que estaba en el restaurante donde
cenaron días anteriores.
Lidia pudo apreciar como a él le cambió la expresión por completo.
—Héctor, me voy ya —cogió su chaqueta.
Héctor se sorprendió.
—¿Tan pronto? Pero si no hemos acabado ni la comida.
—Otro día vengo con más tiempo —le dijo dirigiéndose hacia la puerta,
Héctor lo siguió y lo sujetó del brazo.
—Te estás enganchando, ¿no? —le preguntó su amigo.
Àngel sonrió y negó con la cabeza.
—Pues no me gusta nada esa sonrisa con la que te vas —le dijo con
ironía_. Aunque lo entiendo, eh. Es un espectáculo de tía.
Àngel negó con la cabeza saliendo por la puerta.
—No tienes ni idea —se apretaron la mano¾. Es mucho más.
Héctor no lo soltó
—Mala cosa oírte decir eso. Con lo tranquilo que estabas, te vas a meter
en un lío.
—No hay nada, no te preocupes —lo tranquilizó.
Cerró la puerta.
19
El otoño enfriaba las noches en gran medida. Blanca tenía frío, esperaba
que Àngel no tardara mucho. Llevaba un vestido suelto, tipo hippie, beige con
florecitas rosa palo y una cazadora vaquera.
No estaba muy a gusto con la ropa que llevaba puesta, pero había tenido
bronca con Paco y había tenido que salir a la carrera. Tampoco se había
maquillado y peinado con mucho cuidado, sino a toda la velocidad que pudo.
No había cenado, llevaba unas dos horas en la calle, dando vueltas, esperando
a que Àngel la avisara.
Estaba desesperada, tenía que salir de su casa de alguna manera, pero no
sabía la manera. Había considerado mudarse a Cádiz, pero allí no abundaba el
trabajo, y su abuela era una pobre pensionista que con seiscientos euros tenía
que vivir y mantener a su tía, soltera y dedicada a su cuidado.
Si comenzaba a trabajar en la tienda de ropa del centro comercial donde
dijeron que la llamarían, ganaría unos quinientos euros, con eso no tenía para
independizarse en un piso de estudiantes y menos con el contrato de tres
meses que le ofrecían. Había hecho una entrevista también para la empresa de
azafatas, pero eran trabajos esporádicos de algunos fines de semana en
discotecas. Podría ser un complemento al otro sueldo, pero no el suficiente.
Lo tenía realmente mal si quería irse de aquélla casa. No podía irse a lo
loco, tenía que ahorrar algo, lo último que quería era irse y después tener que
volver.
Pero no veía salida por ninguna parte. No podía trabajar a jornada
completa porque tenía que asistir a las clases, si no suspendía. Las prácticas,
eran como una media jornada pero sin cobrar, y no sabía por dónde tirar.
Se asfixiaba, había andado durante dos horas sin detenerse, con unas botas
de tacón medio. Le dolían los pies, el pecho y tenía unas ganas de llorar
tremendas.
Su cabeza no dejaba de hacer cuentas. No podría irse de su casa hasta que
no acabara la carrera. Trabajaría hasta que le avisaran de las prácticas, para
pagarse el transporte y los materiales de la carrera.
Su madre a escondida de Paco le había recargado el bono del metro. Le
dijo que le ayudaría en lo que pudiese, pero Blanca sabía que Paco lo mediría
todo para que eso ocurriera lo menor posible. Él hacía la compra del mes, su
madre no tenía acceso a bancos ni a tarjetas. Ella estaba en una situación no
muy distinta a la de Blanca.
Tomó aire con fuerza.
Ni siquiera tendría que haber venido aquí. No estoy en condiciones.
Estaba muerta de hambre después de la caminata, pero necesitaba andar y
que le diera el aire. Se miró en el cristal de un escaparate, tenía frío, pero tenía
las mejillas encendidas. Se veía horrible, sus ondas un poco encrespadas, muy
lejos de cómo solía salir de casa siempre. Y su cara, con colores muy
difuminados.
Demasiado para los dos brochazos que me he dado.
Se apoyó en una valla de hierro que separaba la acera con la carretera. Su
móvil sonó.
“Te veo” le había puesto él.
Blanca se giró. Estaba muy lejos, pero le dio alegría de verlo a pesar de la
tarde de locos que llevaba.
Ahora a representar el papel.
Respiraba profundo, intentaba tranquilizarse, olvidar sus problemas por
un rato y disfrutar de lo que pudiera junto a Àngel. Era lo bueno de
mantenerlo apartado de su vida real. Era como si él perteneciera a ese otro
mundo imaginario. Era una ventaja que él no supiera nada de sus problemas,
de otro modo, perdería la noche desahogándose. Sin embargo, al ignorarlo era
como si sus problemas quedaran en el limbo ese fragmento de tiempo.
Nunca se lo contaré. El tiempo que dure esto, que no creo que sea mucho,
nunca le hablaré de mis preocupaciones.
Llegó hasta él y lo cogió por las solapas de la chaqueta y lo besó. Gesto
que sorprendió a Àngel y del que ella se lamentó en seguida.
Pero qué haces loca. Distancia, joder, que no note que tenías ganas de
verlo, que va a pensar otra cosa y nada más lejos.
—¿Cómo ha ido esa cena? —le preguntó, él no la soltaba y Blanca sintió
un hormigueo entre sus pulmones que al fin se habían calmado.
Prefería la ansiedad a esto.
El reencuentro, lo que se dice de amigos, no parecía. Más bien al
contrario. Pero a Àngel no pareció importarle en absoluto aquél saludo.
Volvió a besarla y la apretó a él. Ahí Blanca se incomodó.
Y la culpa es mía, he empezado yo demasiado efusiva.
Ni siquiera sabía por qué lo había hecho. Quizás en una acción
desesperada, lo estaba. Necesitaba calor, comprensión, cualquier cosa que la
sacara de la oscuridad. Y si era sincera con sí misma. Tenía ganas de ver a
Àngel, a quién quería engañar.
—Estás guapísima hoy —le dijo él y ella bajó la cabeza.
Pues que dios te conserve el oído, porque lo que la vista… Vengo hecha
un desastre.
Le levantó la cara con la mano.
—Guapísima —repitió.
Y tú sí que estás guapo, hoy.
Pasó la mano por la cara de Àngel, no se habría afeitado en unos días y
estaba tal y como en la playa. Le gustaba más así.
—Vamos, vivo cerca de aquí —le cogió de la mano y Blanca se tensó.
No sabía la razón, pero le incomodaba ir de la mano de él por la calle.
—La cena ha sido un aburrimiento —ahora le respondió él a la
pregunta¾, tal y como esperaba.
—Ha sido corta al menos.
—He querido que para mí fuera corta —le dijo¾. Ni siquiera he
terminado de comer, ¿te apetece algo?
Joder si me apetece algo, son las once y llevo sin comer desde la una de
la tarde.
—Lo que tú quieras, no necesito nada.
—Aquí cerca ponen una tarta de chocolate y galleta…pero con tu dieta no
sé si…¾la miraba de reojo.
Al diablo la dieta. Tarta está genial.
—Eso suena bien —respondió sonriendo.
Entraron en una pastelería y se sentaron en una pequeña mesa redonda de
rayas rosa y blanca. No tardarían mucho en cerrar, ya recogían las mesas del
velador, pero dentro aún había gente.
El camarero en seguida trajo las tartas y dos tés.
—Pruébala, es la mejor tarta que he probado —le decía él.
Blanca se metió la primera cucharada en la boca, aquello era como un
bombón Ferrero con galleta.
Se me van a saltar hasta las lágrimas.
—¿Desde cuñando no comes chocolate? —preguntó con curiosidad.
Blanca tragó.
—No te creas que hace mucho, suelo comer helado los fines de semana —
se apresuró a una segunda cucharada¾. Y bombones y crema de cacao. No
soy tan estricta…bueno, lo soy. Pero tengo mis affaires con la comida.
Àngel rió.
—Soñaré con esta tarta durante días, qué pasada —le decía ella.
Joder si está bueno esto. Me comería cuatro.
—¿Quieres otra? —preguntó él al ver la rapidez con la que se lo comió
blanca.
No queda elegante comer como un orco de Mordor delante de tu ligue.
Pero hoy paso del glamour.
—Quieren cerrar, nos van a matar si pides más —respondió Blanca.
—Son de confianza, no te preocupes. Desayuno aquí todas las mañanas.
Con una señal, indicó al camero que trajera otra porción más de tarta. En
segundos, Blanca tuvo frente a ella un segundo trozo. Àngel iba por la mitad
del suyo. Se entretenía más mirándola comer, que comiendo él.
—Tienes unas pestañas enormes —le dijo.
Y a este, ¿qué le pasa hoy? Parece que es el primer día que me ve.
—Como las de una jirafa —respondió ella con ironía y él rió¾. Me
molesta mucho la claridad, creo que es defensa natural del cuerpo.
Y sigue mirándome. Chiquillo, come.
Acabó su tarta y se bebió le té. Àngel no se acabó la suya. Blanca pensó
que era una pena dejarla allí, pero se limpió la boca.
—Esto lo pago yo —se adelantó él¾. Por favor.
Sí, por favor, hoy te permito que seas el caballero.
El portal de Àngel estaba justo al lado de la pastelería. Una entrada de
mármol con portero. Una manzana de bloques con jardines en medio, que no
llegó a ver con claridad porque en seguida llegaron al ascensor.
Pararon en la cuarta planta y Àngel salió y giró a la izquierda. Blanca lo
siguió. Se paró frente a la primera puerta, ya llevaba las llaves en la mano,
abrió la puerta.
Entró y encendió la luz, invitó a Blanca a entrar. El olor le era familiar, un
perfume de alguna tienda de ropa, supuso que sería el mismo ambientador.
El suelo era de madera gris y los muebles blanco. A la derecha tenía la
cocina y tras una puerta doble, el salón.
Muebles bajos, nada recargados. Una alfombra y un sofá en ele, tipo
chaiselonge. Y una mesa comedor con cuatro sillas. Un par de cuadros y
algunos jarrones plateados en forma de concha de caracol.
Todo completamente despejado, impecable.
Igual que mi dormitorio, igualito. Yo aquí no podría escribir.
—Mi reino —le dijo él adelantándose y cogiéndole la mano para que
entrara en el salón.
—¿Tú solo mantienes este orden? —se sorprendió ella.
—No, solo no. Viene una señora días alternos y él también colabora —
señaló al suelo, en una esquina. Un aspirador de esos tipo OVNI que andan
solos por el suelo. Ven —apartó las cortinas que estaban cerca del sofá¾ la
terraza era amplia y tenía unas vistas estupendas.
Àngel le enseñó el resto del piso. Dormitorio principal con baño, una
especie de estudio llena de estanterías repletas de libros y una habitación de
invitados. Un baño más en el pasillo.
Todo estaba combinado en colores, hasta los azulejos del baño, la cocina.
Todo es perfecta armonía.
Joder, hasta los tapetes de la encimera. Qué agobio. Yo sería incapaz de
conjuntar tanto.
—Tienes muy buen gusto —le dijo Blanca.
—No lo he hecho solo —confesó él¾.Tengo un primo que dedica a esto.
Ël me dirigió la reforma y la decoración. Yo solo tuve que decirle más o
menos lo que quería y él se encargó de todo.
—Pues hizo buen trabajo.
Àngel sonrió. Estaba claro que estaba orgulloso de su piso de soltero.
Para no estarlo.
—Es tu casa cuando quieras —le ofreció.
La vida está llena de ironías. Para llorar.
—Puedes venir cada vez que quieras —insistió.
Blanca sonrió, aunque en su mente volvieron a rondar sus demonios, lo
que solía llevar atados a su espalda.
—Gracias —le respondió soltando el bolso en una silla del salón.
Àngel se dirigió al sofá.
—Ponte cómoda, ¿quieres ver algo? —cogió el mando de la televisión¾.
Ya está la nueva temporada entera de Los caballeros de la mesa redonda.
Ostias, nooo.
—¿No te gusta?
Me encanta esa serie. Oliver estaba obsesionado con ella. Prometí no
volver a verla.
No quería saber nada de la última temporada.
—¿Sabes que para la cuarta temporada grabarán a las afueras de
Barcelona? —le dijo él.
Anda qué bien. Tendremos al rey Arturo, Lacelot y compañía por aquí.
—No lo sabía. La empecé a ver, pero…me aburrió la mitad de la tercera,
ni siquiera la acabé.
—Pero si la tercera temporada es buenísima.
Buenísimo está el Lancelot. Pero que no, que no la pienso ver más.
En la tele estaba la presentación de la serie, con las temporadas
enumeradas. El cartel de la última era espectacular. Era una serie de alto
presupuesto y las ropas eran un espectáculo. Lady Ginebra y Arturo en
primera fila, y los caballeros tras ellos. Lady Ginebra era bellísima, con una
melena que le llegaba hasta las rodillas y vestía en terciopelo azulina.
Lancelot estaba justo tras la reina, fuerte, enorme, con una armadura
espectacular. Tenía el pelo largo y rizado en unas ondas grandes similares a
las de Oliver, aunque no se parecían en absoluto. Con barbas de varios días y
una mirada profunda, Blanca pensaba que el papel le venía de maravilla. Si
ella misma tuviera que escribir sobre Lancelot lo imaginaría a él.
—Ni siquiera acabé la temporada tres —repitió a Àngel para que no la
pusiera.
—Vale —apagó la tele—. Pero si decides retomarla, podemos verla
juntos. No me importaría verla de nuevo.
Blanca estaba de pie.
—Me alegra mucho que hayas venido —le dijo él.
Si el caso es que se nota. Y eso me va a poner más difícil la cosa.
La rodeó por la cintura y la besó. Blanca se abrazó a su cuello
intensificando el beso y empujó a Àngel hacia la pared. Este la arrastró con él
y la apretó contra él de nuevo.
Pues sí que tenía ganas de que viniera.
Estaban ya en el pasillo y Blanca pensó que si tardaban mucho en llegar
hasta el dormitorio, con los apretones y roces acabarían por romper las
medias. La reacción de Àngel le estaba sorprendiendo. Estaba tomando la
iniciativa de forma más firme que en la playa. Aunque en la playa no dudaba
en desnudarla, ahora habría tomado más confianza, porque hasta la levantaba.
Por un momento creyó que la empotraría allí mismo contra la pared.
Llegaron hasta la cama. Se saltaron algunos preliminares, se notaba que
no querían perder el tiempo. Blanca no supo ni dónde cayeron sus bragas,
supuso que junto a las botas y el vestido, en el pasillo.
Àngel se montó sobre ella, le levantó una pierna y se la pasó al espalda y
empujó. No dejaba de besarla y de embestirla, y al contrario que las veces
anteriores. Blanca se dejó hacer, le gustaba aquella nueva versión de Àngel,
más seguro, más alfa, quizás era lo que ella necesitaba en aquél momento. En
eso consentía el sexo, en cambiar los papeles de cuando en cuando.
Gemía en cada embestida, agarrada a él, no tardaría en llegar el primero.
Lo miró a los ojos. Le gustaba lo que veía en ellos, deseo, decisión, placer.
Volviño a gemir. Sintió temblar su vagina, aquello llegaba y explotó. Pero el
placer no se acababa en ella con solo un orgasmo, eso solo era el preámbulo
de algunos más, tantos como pudiera tener el tiempo que durara.
Àngel le rodeó la cintura y se puso de rodillas tirando de ella y
colocándosela encima. Blanca se agarró a él. Supuso que aquello no duraría
mucho más, pero se equivocaba, Àngel continuaba mientras la apretaba
contra él, mientras pegaba su frente a la de ella, mirándola a los ojos. Aqullo
le sobrevino otra vez, poniéndole la piel erizada. Gimiño tan fuerte que temió
que Àngel tuviera vecinos. Esta vez él la acompañó, no tan fuerte, pero
tampoco se quedó muy atrás.
Blanca quedó inmóvil, mirando a Àngel, jadeando.
Me lo vas a poner tan difícil como puedas.
Él pareció estar satisfecho con la hazaña, se lo vio en su expresión.
La besó en la mejilla antes de retirarse de ella.
Blanca se fue baño, allí coincidieron los dos. Àngel se metió en la ducha
directamente.
—Ven —le dijo antes de cerrar la mampara.
Regresó a casa de madrugada, Àngel la llevaba. No tenía ganas de volver,
si por ella hubiera sido se hubiese quedado en casa de Àngel a dormir. Pero
no quería darle tal disgusto a su madre. Se dispuso a bajar del coche.
—Llámame esta semana —le dijo él.
Blanca se giró hacia él.
—Has dicho antes que no tenías lías libres…
—Pero tampoco trabajo todo el día, salvo las guardias, tengo turnos —
sonrió.
Blanca le acarició el brazo.
Me encantaría…
—No sé si voy a poder, pero… te llamaré y hablamos, ¿vale?
Àngel le cogió la cara y la besó, una vez y otra.
—Deja que me vaya —rió ella.
Salió del coche. Àngel esperó a que entrara en el portal.
Blanca entró en su casa sin hacer ruido. Llegó al dormitorio y cerró la
puerta.
Tengo que para esto. Muy mal, fatal, tengo que parar esto ahora.
20
La película había acabado. Héctor aceptó el café antes de irse. Àngel miró
su móvil, quedaba media hora para recoger a Blanca. Tenía un mensaje suyo.
—No puede quedar hoy¾se sentó junto a Héctor, en el sofá.
—¿Blanca? ¿Y te avisa ahora? —Àngel asintió.
Héctor negó con la cabeza.
—No la llames más, que le den.
—Fue ella la que me dijo de quedar hoy —soltó el móvil sobre la mesa.
—¿Y por qué no puede? —preguntó Héctor.
—Un imprevisto, dice. Que me llama otro día.
—¿Un imprevisto con polla? —Àngel se sobresaltó.
Àngel no quiso responderle. Se estaba hartando de los ataques hacia
Blanca, pero en la situación en la que lo había dejado aquella tarde, no le
apetecía debatir con Héctor.
—Pues no seas imbécil y llama Lidia, que está deseando de quedar
contigo —le dijo.
—No —apartó las manos de Héctor del móvil.
—¿Daniela? Hace tiempo que no la ves, a ver si te devuelve la cordura.
Negó con la cabeza.
—No te pensarás quedar en casa, vente conmigo.
—No me apetece salir, tengo mucho trabajo esta semana.
—Pero si ibas a salir con ella…
—Es diferente.
—No seas imbécil, está claro que no vas a conseguir nada con ella. No
hagas más el imbécil y diviértete. Fóllatela cuando te apetezca pero sigue
divirtiéndote. ¿Qué cambiaría si hoy salimos? ¿Cambiaría algo?
—Sí y no —respondió Àngel. No tenía nada con Blanca, no le debía nada,
sin embargo, se negaba a tener relación con otra mujer mientras estuviera ella.
Y no quería ni pensar que ella pudiera estar con otro hombre—. No me
apetece salir, Héctor. Otro día, hoy no.
Héctor se fue y Àngel decidió darse una ducha. Sentía curiosidad por
saber lo que le pasaba a Blanca. Aquello de no tener que dar explicaciones
empezaba a no gustarle. Dudaba si le habría dejado tirado por otro plan mejor
y si le había ocurrido algo. Sabía que Blanca no tenía confianza en él, por
muy cariñosa que pudiera mostrarse. No le profundizaba sobre su trabajo, ni
sobre sus estudios, como si el resto del tiempo que no pasaba con él
desapareciera. No solía hablar de su familia, jamás. Eso le era un tanto
peculiar, él solía hablarle de sus padres a menudo.
Cogió su móvil y respondió a Blanca.
“¿Te ha pasado algo? ¿Estás bien?“ preguntó.
”Estoy bien” le respondió ella.
“Es que me has avisado tan tarde”.
“Lo siento, ha sido a última hora”.
La conversación no solo no le estaba aclarando nada, sino que además le
estaba poniendo peor.
“Mira Blanca. No sé si quizás te estás agobiando. Por mi parte no voy a
llamarte más. Cuando tengas un hueco y quieras verme, me llamas a ver si
puedo yo”.
Le dio a enviar.
—La cagué —dijo en voz alta¾. Pero mejor así.
“Vale”
Frunció el ceño.
—¿Vale? Es que te da igual todo, Blanca.
Negó con la cabeza, dejó el móvil encima de Metálica.
“Héctor acaba de irse, pero he quedado con él y el resto en un rato”.
Esperaba con impaciencia la respuesta de Blanca.
“Estupendo. Me alegra al menos no haberte fastidiado el sábado. Pásalo
bien. Un besote”.
Se sintió imbécil de pensar que el hecho de que él saliera le importara a
ella. Blanca sabía que Lidia era del grupo de Héctor, si sintiera lo más mínimo
por él, tendría que afectarle.
“No, desde aquél día de la cena no los he visto a ninguno entre el trabajo y
otras cosas”.
Le respondió con un emoticono, pulgar arriba. Sintió que nada de lo que
le dijera iba a importarle en absoluto. Estuvo a punto de llamar a Héctor, pero
tenía que pensarlo bien. Realmente no le apetecía salir. El plan de quedarse en
el sofá leyendo le gustaba más.
23
Palmeros, los hay en todas partes, los que empiezan como yo y piensan
que peloteando a los que están arriba, van a conseguir ser mejores
escritores.
Los que son superventas y sin embargo te hablan como lo haría cualquier
vecino.
Lo que venden una mierda pero creen merecedores del próximo nobel.
Los que están empezando pero piensan que son ellos y no tú los que van a
arrasar.
Los que venden pero no hay quien les tosa. Saben que son la élite y
piensan que están ahí porque son mejores que tú. Cuando todos sabemos
que aquí la suerte, es un valor decisivo.
Es extraño, hay algunos autores que acabo de conocer que ya publicaron
su primera novela o su segunda, con una gran editorial y una promoción
de cojones y se mueven por aquí como si hubiesen nacido en este mundo.
Sin embargo, una autora me acaba de contar las penuria, durante casi la
edad que yo tengo, que ha tenido que soportar para llegar a conseguir un
buen contrato.
Eran más de las doce. Habían visto la tele un rato, pero tuvieron que
apagarla porque preferían aprovechar el tiempo hablando. Sus encuentros
siempre habían sido más cortos en los que ocupaban su tiempo en sexo, más
que en hablar.
Sin embargo, Blanca, notó que desde que había puesto un pie aquella
tarde en casa de Àngel la relación se había tornado diferente. Dudaba si en
parte había sido por el tiempo que llevaban sin verse, casi tres semanas. O si
era porque iban a pasar juntos y solos, más tiempo del que acostumbraban.
Àngel estaba recostado en el sofá y Blanca estaba echada sobre él. Lo
había hecho sin ser consciente quizás. Prefiriendo su calor que la comodidad
de los cojines.
Esto no solo está cambiando dentro de mí.
Era evidente que su relación con Àngel estaba cambiando. Aunque no lo
viera durante semanas, no importaba, eso no lo alejaba de ella.
Se acurrucó y cerró los ojos, notó la mano de él acariciarle el pelo a la
altura de la sien.
Encontrar a alguien maravilloso en un momento en el que no puedo
disfrutarlo como debería.
Por eso había aceptado la invitación. Un paréntesis, un escape a sus
pensamientos, a su miedo, a todo de lo que huía. Tomarse esos días libres de
su prisión invisible. Salir de su armadura. Disfrutar de los maravillosos
sentimientos que él le producía.
Allí, en el sofá, dormitando, se hubiese pasado horas sin inmutarse. La
respiración de Àngel era tranquila, su personalidad serena la contagiaba.
—Puedes venir cada vez que quieras —le dijo él.
Blanca entre abrió los ojos hacia él. Àngel los miraba, primero a uno y
luego a otro.
—Tiene ojos de gata —Blanca sonrió al escucharlo¾.Eso me dijeron.
Volvió a cerrarlos. Que le mirara los ojos de aquella manera, estando tan
cerca, la incomodaba un poco.
—No me los imaginaba así —reconoció¾. No te imaginaba así.
Aún con los ojos cerrados sabía que Àngel la seguía inspeccionando
mientras la acariciaba.
—Me gustaría pasar más tiempo contigo¾reconoció él.
Esto lo veía yo venir.
Abrió los ojos hacia él.
—Si esto lo hiciéramos más veces…no sería lo mismo. Nos cansaríamos.
No me cansaría, pero entonces no sería esto, sería una relación normal.
Algo que no puede ser ahora mismo.
—¿Cansarme? —Àngel arqueó las cejas y negó con la cabeza. Luego le
cogió la cara¾. Me encanta hablar contigo, estar contigo, como estamos
ahora, aunque no estemos haciendo nada. Y me encantaría hacer las cosas que
hago cada día, en tu compañía.
—Te cansarías —replicó ella con ironía, esperando que con la broma, la
conversación se tornara a otra cosa.
—Pues me encantaría probar a ver si llevas razón.
Madre mía, que me lo está diciendo. Lo que yo no quería escuchar.
Àngel se incorporó y ayudó a Blanca para que se sentara también, junto a
él. Se giró para tenerla cara a cara.
No, por favor.
—Quiero que seas sincera conmigo —le dijo¾. Necesito saberlo.
No sigas.
Quería salir corriendo de allí.
—Blanca, sé lo que hablamos en la playa aquel día —le cogió la cara, la
miraba a los ojos¾. Pero mis sentimientos han cambiado.
Y de la forma que me estás mirando quién te dice ahora que no.
—Me estoy enamorando —le mantuvo la mirada. Blanca sintió el arrebato
de bajar la cabeza. Pero no lo hizo. Sus ojos, su voz, lo que le decía, sonaba
tan cercano, tan sincero, tan bonito, que los cimientos de su cordura cayeron
al suelo.
Ahora a ver cómo salgo yo de esta. Me acaba de derretir el alma.
—Y necesito saber qué sientes tú —le preguntó.
Qué mujer sería capaz de mentirte ahora mismo.
Bajó al fin la cabeza. Estaba abochornada, derretida y sentía ardiendo las
mejillas.
Le cogió la cara a Àngel.
—Lo que yo sienta no cambia nada —le dijo y él sonrió.
—Para mí sí lo cambia —respondió él. Lo notó decepcionado. Quizás
quería escucharlo más claro.
Me estoy enamorando de ti, muy a mi pesar, me estoy enamorando.
—Qué mujer no se enamoraría de ti —le dijo¾. Estoy esperando a ver si
empiezo a encontrarte defectos para salir huyendo.
Àngel rió.
—Pero no cambia nada —le repitió¾.
Él frunció el ceño. Blanca levantó una pierna y la colocó al otro lado de
Àngel, quedando de rodillas frente a él.
—O quizás sí ha cambiado algo —le rodeó el cuello¾. Ahora estoy mejor
el tiempo que paso contigo. Y me encantaría que esto siguiera así, que no
cambiara absolutamente nada.
—Puede cambiar a mejor.
No sabes lo que dices. Solo traigo problemas.
Blanca negó con la cabeza.
—Tienes una vida maravillosa, disfrútala.
Àngel asentía irónicamente con la cabeza.
—No me importaría compartirla —añadió él poniendo una mano a la lado
de la cintura de Blanca.
—No lo hagas, sé egoísta —le respondió ella.
Àngel miró hacia un lado.
—Es que no lo entiendo —el tono de voz era muy bajo¾. Lo normal, es
que las personas, cuando se enamoran, quieran estar juntas, tener una relación
seria.
—Yo soy diferente —Blanca bajó la cabeza¾Piénsatelo bien. No habrá
nada más conmigo.
Àngel se sobresaltó.
—¿Qué te da miedo? —le cogió de la barbilla para que lo mirara.
No quieras saber sobre mis miedos.
—No es miedo. Àngel, no quiero una relación. No quiero… compromiso.
Ni una boda, ni hijos. No quiero nada de eso. Quiero aislamiento y soledad.
Por eso te digo que lo pienses bien. Por eso te digo que cuando no estás
conmigo puedes hacer lo que quieras. Porque conmigo no habrá nada más que
esto.
Lo siento. Te mereces algo mucho mejor que lo que te ofrezco. Te
mereces otra mujer, una futura esposa, madre. Te mereces una familia, yo
no voy a darte nada de eso. No pierdas el tiempo conmigo.
—Si piensas así es porque no has conocido al amor de verdad —le replicó
él.
Blanca lo miró con atención.
—Para mí ese tipo de amor no existe más que en mis libros.
Àngel frunció el ceño.
—Has tenido dos relaciones —le dijo ella¾. ¿Las dos fueron amor
verdadero?
—Ahora ya no lo sé —respondió él.
—¿Pensaste en casarte con alguna de ellas?
Àngel asintió.
—No en ese momento, pero… más adelante, claro.
—A eso me refiero —añadió Blanca¾. El amor parece verdadero hasta
que se acaba, luego dudas de lo que era. No existe. Dios, lo inventaron los
escritores para vender novelas. Es ficción, no existe.
—¿Qué te hizo tu ex para que digas esas cosas? —preguntó él.
Anda ya, no es por eso. No me hizo nada.
—Él es un ejemplo claro. El centro de mi universo, quería vivir con él,
casarme, una familia. Y ahora él y todo eso que planeé, es humo, ficción
pasada. Un cuento que escribí, que acabé y que cerré.
—¿Ya no hay nada?
—Lo que quedaba de él lo empujaste —Miró la expresión de Àngel.
Te acabas de derretir. Pues no iba con esa intención.
Él reaccionó de nuevo.
—Es que si seguimos así, llegará el momento en que no…
—Cuando llegue el momento, me lo dices y se acabará.
La miró con curiosidad. Blanca se irguió y se pegó a él.
—¿Ese momento va a ser ahora? —le dijo pegando su frente a la de
Àngel.
—No, ahora no¾comenzaron los besos.
Blanca abrió más las piernas para dejarse caer sobre la entrepierna de él.
En unos instantes, comenzó a sentirlo a través de la fina tela del pantalón del
pijama. Se incorporó de nuevo y se quitó la camiseta, Àngel se lanzó a besar
su pecho. Blanca lo empujó para atrás para que se apoyara de nuevo en el
sofá. Tiró de su camiseta hacia arriba para que él también se la quitara. El
contacto con la piel cálida de Àngel le encantaba. No quería ni pensar el
momento en que aquello se acabara. Ella no quería que se acabara. Sabía que
ella no podría tomar la decisión, finalmente lo haría él.
Lo besó sin despegar su cuerpo del pecho de Àngel mientras se rozaba por
su entrepierna. Cogió el elástico del pantalón de él y tiró. Àngel la sujetó por
la cadera y también se los bajó. Blanca se tuvo que incorporar del todo para
quitárselos y volver a colocarse. Lo besó de nuevo, Àngel le acariciaba el
glúteo hacia abajo, hasta llegar al extremo de atrás de la vagina. Luego la
sujetó por la cadera y la separó suavemente de él.
—Los tengo en el dormitorio —le dijo.
—Pues corre a por ellos —le respondió ella riendo.
Àngel no se movía.
—He visto en tu neceser una caja de anticonceptivos —le dijo.
Blanca hizo una mueca.
—Los tomo hace tiempo —respondió ella¾. Tengo unas reglas horribles
y con esas, no tengo reglas nunca. Hace más de dos años que no la veo. Como
si tuviera la menopausia, igual.
Àngel sonrió. Le puso la mano en la nuca y la acercó a él.
—Podemos dejar de usarlos —la miró a los ojos¾. Si confías en mí.
Blanca, ¿ves como sí que está cambiando la relación?
Àngel aún tenía la mano en su cuello. Blanca no dejaba de mirarlo. Bajó
sus caderas buscando el pene de Àngel. En cuanto lo sintió, movió la cadera y
este entró sin frenarse hasta que ella acabó apoyada en él.
Los dos exhalaron el aire a la vez al sentirse el uno al otro sin nada de por
medio. Àngel soltó un gemido. La sujetó por la cadera para moverla de
nuevo. Esta vez fue Blanca la que gimió. Àngel no dejaba de mirarla.
—Esto…¾le decía entre los gemidos de ella¾. Nunca lo he sentido con
nadie.
Blanca lo miró desconcertada. Él volvió a moverla, pero esta vez Blanca
contribuyó al movimiento y fue él el que gimió.
—Nunca así —le dijo.
Verlo disfrutar activaba en Blanca en un “modo diosa sexual” que hacía
que sintiera micro orgasmos en cada movimiento, cualquiera de ellos, de un
momento a otro, podrían convertirse en el definitivo. Àngel había aprendido a
adaptarse a ella, y cada vez su primer orgasmo tardaba menos y el de él
tardaba más, permitiéndole más de uno en cada relación.
Pero aquella vez, era la primera vez diferente, así que no suponía que no
iba a durar mucho. Pero no le importaban, acababan de abrir una puerta que le
fascinaba explorar con Àngel. Las ideas se le multiplicaban en la cabeza, sexo
oral y más cosas que acostumbraba hacer con Oliver, ahora las podría hacer
con Àngel. Pensar en aquello aumentó el placer. Oía a Àngel respirar
profundo y gemir en cuanto se movía apretando los músculos de su vagina.
Lo apretó contra ella y gritó sin poder remediarlo y sin pensar si en el silencio
de la noche, sus gritos se escucharían en el resto de pisos. Pero fue un alivio
para ella que él la acompañara, no fue tan escandaloso, pero se hizo notar más
que las otras veces.
Blanca apoyó su frente contra la de él, con la respiración acelerada. Fue
consciente de que a pesar de poner todo de su parte para mantener las
distancias con Àngel, no estaba siendo posible y estaba cayendo a sus pies en
todos los sentidos.
Lo miraba a los ojos, en silencio. Claro que su relación había cambiado.
Lo vio con la intención de decir algo. La misma que tenía ella. Ambos
callaron lo que sintieron. Pero era evidente y no cabía dudas, era mutuo.
29
“Qué, cómo va” Ruben le había dejado un mensaje. Àngel esperaba a que
Blanca terminara de arreglarse.
“Demasiado bien” le respondió, “mejor de lo que esperaba. Ella está
diferente, más cercana, más normal. Anoche estuvimos hablando y sigue
pensando lo mismo que al principio. Pero como actúa no se corresponde con
nada de lo que me dijo”.
“Es muy joven, lo mismo teme, que si te dice otra cosa, la lleves a París y
le pidas matrimonio”.
Àngel sonrió al leerlo.
“Llevo veinticuatro horas sin separarme de ella y si esto siempre fuera así,
sí es para llevarla a París y pedirle matrimonio”.
“Lo que te he dicho. Te tiene miedo, jajaja”.
“No es eso. Ahora vamos a ir a cenar y luego vamos con Héctor un rato”
“Pasadlo bien”.
Escuchó la puerta del baño y los tacones de Blanca por el pasillo. Llegó
hasta el salón.
—¿Puedes acabar de subirme la cremallera? —le pidió.
Àngel se tomó un instante para contemplarla. Llevaba un vestido negro
que le llegaba hasta la rodilla. No era un vestido de verano, pero dejaba al
descubierto los hombros, el escote era recto, como un palabra de honor del
que salían las mangas al codo.
El cuerpo de Blanca era un espectáculo vestido y desnudo, pero había
trajes que lo hacían aún más increíble.
—¿Subírtelo? Lo que te la voy es a bajar —bromeó mientras Blanca se
daba la vuelta.
Subió la cremallera despacio con cuidado de no pillarle la piel, cintura
arriba. El vestido se fue ajustando a su cuerpo y el escote tomó la forma del
pecho. Una vez abrochado, Blanca se dio la vuelta para ponerse frente a él.
Nunca la había visto tan elegante.
—Estás espectacular —y no lo decía por agradarla.
Blanca sonrió. Los vestidos de Elisa eran realmente espectaculares, para
llenar el armario sin cansarte. A parte los hacía de forma que estilizaban el
cuerpo. Aquel mismo vestido Blanca lo había visto en otra clienta, en una
talla grande, y supuso que por las ballenas que llevaba desde la cintura al
pecho, reducían considerablemente la cintura. Si lo hacía aún en tallas
grandes, a la suya la dejaba en unos cincuenta y siete centímetros, sumado a
la anchura de pecho y espalda, la hacían parecer una versión morena de la
mujer de Roger Rabitt.
—Voy a ser un hombre muy envidiado hoy.
—Anda ya —lo empujó ella.
—Y hablando de envidiado, ¿vendrías a la cena de Navidad de mi trabajo
con ese vestido?
Blanca se giró hacia él.
¿A la qué? Este se cree que soy su novia o algo. Ya estamos otra vez.
—¿Vendrías?
Que encima no lo está diciendo de broma.
—Claro que no iría —le respondió ella cogiendo su abrigo.
—Me harías un gran favor —añadió él riendo.
—Te llevas genial con tus compañeros, por lo que veo, ¿no?
Àngel no respondió.
—Ven —le pidió Blanca cogiendo su móvil. Àngel se colocó a su lado¾
sonríeeee.
Como suponía que Àngel no estaba tan hecho a los selfies, hizo varias.
—Estoy seguro que a tus cinco mil seguidores no les gusta que te hagas
fotos con un hombre.
—No seas tonto —le pasó un filtro a la foto y la recortó un poco¾. Lo
hago por ti, así no tendré que ir a esa cena.
—Subida a mi insta —le guiñó un ojo¾. Súbela tú también.
30
Se bajaron del taxi, llegaban tarde, los amigos de Àngel ya llevaban allí
un buen rato. Pero Blanca no tampoco tenía mucha prisa en llegar.
En cuanto llegaron al Pub, se quitó el abrigo.
Así habláis con conocimiento de causa, reverendísimos gilipollas.
Àngel los vio en los sofás del fondo. Se detuvo y miró a Blanca- Le
acarició la cara.
—No hace falta que estemos mucho tiempo —le dijo¾. En cuanto me
digas, nos vamos.
—No te preocupes por mí, seguro que he aguantado peores —le respondió
ella y Àngel se sorprendió de la respuesta.
Sí, sé lo que tus amigos dicen de mí y sé lo que tus padres piensan de
que me veas, aunque nunca lo haya hablado contigo. Tú no tienes culpa ni
eres responsable de lo que dicen otros. Tú eres maravilloso conmigo.
Àngel entornó los ojos, Blanca lo notó abochornado, no sabía qué decir.
—Venga vamos —le dijo ella¾. No pasa nada.
Él la sujetó del brazo.
—Si te dicen algo que te moleste, me lo dices y nos vamos.
Ya quisieran estos molestarme.
Había personas que no conocía, aparte de Lidia, Héctor y los que
estuvieron en la playa. Àngel se los presentó uno por uno. Se sentó junto a
Àngel en el sofá. Vio que Lidia, se levantó al instante seguida por una de sus
amigas.
Adiós, guapísima.
Era curioso observarlos de cerca. Héctor estaba algo abochornado, supuso
que Blanca sabía que solía disuadir a Àngel sobre ella. Sin embargo Lidia, no
estaba abochornada para nada, todo lo contrario, su disgusto por la presencia
de Blanca era evidente.
Es un alfa, como yo.
Blanca la miró de reojo, estaba en un banco cerca de la barra, sin parar de
hablar con la amiga.
Blanca miró la mesa, la botella de agua de cristal estaba casi vacía. La
copiosa cena le había dado demasiadas ganas de beber y ahora su vejiga hacía
acto de presencia.
Àngel hablaba con Héctor de algo sobre su trabajo. Héctor era arquitecto
y al parecer le habían encargado una reforma cerca de dónde ambos vivían.
Blanca se levantó para ir al baño y mientras se levantaba, su mirada se
cruzó con la de Lidia.
Héctor y el resto de hombres no van a tener huevos de decirme nada a
la cara. Pero tú sí. En cuanto tengas oportunidad.
Pasó junto a ellas y entró en el WC.
Si la culpa la tengo yo. Que al final soy imbécil y entro en todos los
juegos. No tengo nada con Àngel, pero aquí estoy él y sus amigos. A ver
qué pinto yo aquí.
Tomó aire. Salió del baño. Lidia ya no estaba en el banco. Ahora estaba en
el sofá, junto a Àngel, en el sitio que ella había dejado libre.
No te digo yo que manda cojones el asunto. A ver qué necesidad tengo
yo ahora, que ni es mi novio ni nada, de ponerme a mear los sitios para
marcar territorio. Como si fuéramos bestias. Pues quédate ahí, que ya me
siento yo donde pueda.
Àngel estaba tan metido en la conversación con Héctor que ni se había
dado cuenta de que Lidia estaba sentada a su lado. Blanca se sentó en la otra
parte del sofá, frente a ellos, al lado de otra de las chicas, uno de los amigos
de Àngel le había dejado hueco en medio de ambos. Blanca le dio las gracias.
Àngel por fin vio a Blanca al otro lado y miró a quién tenía a su lado.
Lidia en seguida reaccionó.
—He visto la foto de instagram —dijo ella con ironía¾, ¿Significa que ya
es oficial?
Àngel miró a Blanca en seguida, intentando leer algo en su expresión.
Pero Blanca estaba tranquila.
—No, es solo una foto —le respondió él.
Lidia se echó hacia delante.
—No sé, como vi la foto, lo que pusiste y que estabais en tu casa, pensé
que…
Ya sé que has estado en su casa alguna vez, tranquila.
Àngel miró a su amigo, el que estaba junto a Blanca, y le indicó que le
cambiara el sitio. Al sentarse al lado de Blanca entrelazó la mano derecha con
la izquierda de Blanca.
—Va bien —les dijo Àngel mirando a Blanca¾, pero todo con
tranquilidad.
Lidia los miró. Héctor se giró con disimulo haciendo como el que había
reconocido a alguien.
—Pero entonces…¾añadió la chica que estaba junto a ella, Inés
recordaba Blanca que se llamaba¾. Ya eso de relación abierta…ha acabado,
¿no?
¿En serio hay que dar explicaciones aquí? No se las doy a mi madre y
se las tengo que dar a los pijgentuza estos. Esta lo que quiere saber es si
Lidia puede todavía acostarse con él, si lo está deseando.
—¿Ahora es algo más serio? —intervino Lidia.
Sí, ahora lo hacemos sin condón.
No pudo aguantar la sonrisa al imaginar las reacciones si lo hubiese dicho
en voz alta. Su sonrisa se confundió con otra cosa. A Àngel pareció gustarle,
le pasó el brazo por detrás de la espalda sin soltarle la mano. Miró a Blanca.
—Es…diferente —respondió y besó a Blanca en la sien mientras la
estrechaba con el brazo.
—Y Albert, ¿lo lleva mejor? —añadió Inés.
Joder, con la Inés de los cojones, si al final resulta que a lo callado, es
aún más zorrona que la Lidia esta. Se están asegurando bien que me
entere de toda la mierda que intentan meter a Àngel sobre mí.
—Hace tiempo que no lo veo —dijo Blanca mirando a Àngel para que
respondiera él.
—¿Al final habló contigo? —le preguntó Inés¾. Nos dijo que iba a
hablar contigo, hará un par de semanas de eso.
Àngel frunció el ceño.
Si yo lo veía venir. En cuanto han comprobado que yo lo sé todo, y no
me alteran lo más mínimo, lo intentan a la inversa. Y Àngel no sabe nada
de que su hermano habló conmigo. Bronca. Lo consiguieron.
Había dejado a Blanca en su casa antes de ir a cenar con sus padres. Era
temprano, estos no habían llegado aún para la cena. Subió para buscar a
Albert, había luz en su dormitorio.
Abrió la puerta sin llamar. Albert jugaba a un videojuego y se sobresaltó
al verlo.
—Llama por lo menos, vas a matarme.
—A eso vengo —le respondió su hermano mayor.
Albert lanzó el mando hacia la cama y se recostó en su silla gamer.
—¿Qué quieres? —le preguntó con una chulería que a Àngel no le
gustaba.
—¿Qué le dijiste a Blanca? —preguntó Àngel y Albert sonrió.
—Papá me dijo que hablara con ella, que le preguntara sus intenciones
contigo —cogió un vaso de plástico de la mesa del ordenador y dio un
sorbo¾. Y fue lo que hice.
—No sé qué tarea tenéis todos con ella, mis amigos, tú, papá. No ha
hecho nada.
—No nos gusta para ti, está claro, ¿no?
—Si no la conocéis…
—Qué quieres que conozcamos de ella, hermano. El otro día me encontré
con tus amigos y piensan lo mismo. Y esa relación libertina que os traéis.
Àngel negaba con la cabeza.
—Mira quién va a hablar de libertino —le dio la espalda a Albert.
—Y encima te maneja como quieres. Es lo que dice Héctor, eres su perrito
faldero.
Àngel se giró hacia él.
—Déjala ya Àngel, antes que sea tarde —añadió su hermano.
—No voy a dejarla —le respondió sentándose en la cama¾. Ni aunque os
empeñéis todos, me da igual lo que diga Héctor, lo que meta la pata Lidia, tú
o papá. Me da igual, en serio.
Albert resopló.
—Ya te han enganchado, ¿ves? Si es que no espabilas, tío.
—Es que es tan absurdo todo —Àngel tenía los antebrazos apoyado en
sus propias piernas y miraba al suelo.
—Esa relación sí que es absurda —le respondió Albert¾. ¿No lo ves? No
quiere nada más contigo por lo que me he enterado. Solo verte cuando le
conviene. Tú puedes hacer lo que quieras el resto del tiempo, pero eres
imbécil y la respetas. Y ella…vete a saber lo que hace ella.
Àngel levantó la cabeza hacia él.
—¿Nunca has visto al ex novio? —rió Albert¾. No me van los tíos, pero
reconozco que un tío así…¿y si sigue viéndose con él?
Àngel negó con la cabeza.
—A ti no te lo iba a decir, desde luego. Ni sus amigas a mí tampoco. Pero
en este tiempo, me he dado cuenta de que hay alguna razón por la que Blanca
a veces cambia de planes a última hora. Y eso sí lo has vivido tú.
Àngel seguía negando con la cabeza.
—Nunca hace planes a largo plazo. Dice que va a salir y luego se queda
en casa. Y por lo que sé, el día que te dejó tirado a ti, se quedó a dormir en
casa de el maricón ese. Raro, ¿no? ¿Pero sabes qué? Que aunque fuera así, no
puedes decirle nada, porque es parte del acuerdo que tenéis. Pero…aprovecha
tú tu tiempo por si acaso.
Àngel no quería seguir escuchando, se puso en pie para salir. Dejó las
invitaciones que Blanca le dio para Albert en la cama.
—Luego está la diferencia de clase social, ni siquiera es de aquí…no es lo
que nuestros padres quieren para ti. Yo también pienso que mereces otra cosa
mejor.
—Ella no es una cosa —antes de salir, Àngel se giró hacia Albert¾.
Blanca no tiene nada que ver. Si la conocierais como yo…
—Sí, ya nos imaginamos que la conoces muy a fondo.
Àngel se dio cuenta de que no había forma de hacerle ver algo diferente a
Albert. Y aunque parte de las cosas que decía de las rarezas de Blanca, eran
ciertas, no correspondían con la mujer que conocía.
—Quizás sea verdad y yo merezca otra mujer —respondió¾. Porque ella
es mucho mejor que todos los que me rodean.
Salió de la habitación.
32
Tal y como le había dicho a Àngel, ella iría con sus amigos. Él iría con los
suyos, y allí se verían.
Volvía a vestir de negro, pero esta vez, este tenía unos bordes color nude
que le daba un aspecto elegante. Tenía el mismo escote recto con el pico en
medio de los dos pechos como el de la semana anterior, pero esta vez no tenía
mangas. Le encantaban como le quedaban los vestidos de Elisa.
En cuanto entraron en la fiesta, Blanca notó que había muchísima más
gente que la semana anterior. Purpurina, pompas de jabón y música alta. No
parecía ni el mismo lugar.
Se quitó el abrigo y buscó a Àngel con la mirada. Estaba con sus amigos
en el mismo sofá de la semana anterior, aunque no cupéan todos y él y Héctor
estaban sentados en una banqueta. En el sofá de al lado, estaba Albert y el
resto. Alba se dirigió hacia Joan en seguida.
Àngel no tardó en verla, le sonrió de lejos.
Los sofás rodeaban la zona de baile, que ya a esa hora estaba llena. Blanca
decidió rodearla y llegar por detrás. Encontró a Àngel a medio camino.
—No me gusta este sitio con tanta gente —le dijo tras besarla.
—¿Eso me lo dices porque quieres irte temprano? —le preguntó con
ironía.
Àngel rió. Blanca dejó su abrigo en el sofá donde estaba Albert y los
suyos, que era hacia donde se dirigieron El Cari, Noelia, Alba y Regina.
Àngel fue consciente del detalle.
—Cierto, vienes con ellos —le dijo.
Blanca le sonrió. Àngel volvió a besarla.
—Fue una mala idea invitarte a mi casa —le rodeó la cintura —. Ha sido
mi peor semana desde que me independicé.
—No volveré, entonces —le respondió ella irónica.
El Cari se acercó a ella para preguntarle qué quería que le pidiera. Ella le
pidió su mezcla preferida.
Quedó de nuevo a solas con Àngel, este estaba apoyado en la parte trasera
del sofá y Blanca estaba dejada caer en él.
—Ahora en serio, ¿cuándo quieres venir otra vez? —le preguntó.
Blanca negó con la cabeza.
—Déjame pensarlo —le respondió.
—El próximo fin de semana —le propuso.
—No puedo, es el cumpleaños de El Cari el viernes —entornó los ojos. El
otro fin de semana, ¿trabajas?
Àngel asintió.
—Estás invitado a su cumpleaños. ¿lo sabes?
Àngel sonrió.
—Pues mala cosa, es el cumpleaños de Lidia también.
—Pues no vayas —Blanca rió, Àngel negó con la cabeza intentando no
reír.
—Estaré un rato en cada uno. ¿Qué le puedo a Álvaro? —le preguntó.
Blanca miró hacia un lado.
—Le encantan los pañuelos, los bolsos, lee comedia romántica…le gustan
los bombones, las boinas y…de ropa no porque es muy especial y la tiene que
elegir él.
Àngel asintió.
—Esta semana iré en un hueco, tengo que buscar también el de Lidia.
¿Qué le puedo comprar a ella? Porque soy bastante malo para eso.
Blanca se encogió de hombros.
—Un sombrero y una escoba estarían bien —dijo convencida y Àngel
comenzó a reír.
Ojú, cómo estoy hoy. Si es que El Cari ya me ha dado una copita en su
casa. Y qué mal me sienta beber.
—¿Ya tienes el regalo de Álvaro? —le preguntó y Blanca negó con la
cabeza.
—Si quieres paso esta semana a por ti vamos a por todo le propuso.
Blanca asintió. Blanca supuso que el hecho de que ella aceptara una
invitación a la primera y con total naturalidad, ponía a Àngel tremendamente
feliz, porque siempre la apretaba y la besaba con fuerza.
El Cari regresó. Se tomó con ellos la copa que traía y le dijo a Blanca que
fuera con él y con Noelia a bailar. Àngel no quiso acompañarles. Se pusieron
a pocos metros de los sofás, en la pista de baile. Entre otras cosas, para no
perder de vista los bolsos y los abrigos.
Blanca en seguida estuvo rodeadas de hombres, para no variar. Se arrimó
al Cari, pero eso nunca funcionaba.
Eminem, “8 Mile”
Levantó los ojos para mirar a Noelia. Empezó a ponerse nerviosa. Las dos
miraron a la vez hacia el DJ. Lo conocían, era uno de los amigos de Oliver y
este siempre le pedía que le pusiera “8 mile”.
Blanca miró a Noelia.
—Oliver está aquí —el corazón se le aceleró de tal forma que pensó que
le daría un infarto de un momento a otro.
—Lo veo, y él a nosotros —le respondió Noelia.
Blanca cerró los ojos.
Viene hacia nosotras.
—Hombre, qué de tiempo —El Cari fue el primero en girarse hacia él.
Quiero salir corriendo de aquí. Gírate, Blanca. Venga, gírate.
Regina le dio dos besos, cuando Blanca se giró era lo que estaba haciendo.
Y lo vio mientras besaba a Regina, tan enorme, con una camisa gris oscuro,
de una tela metalizada, y unos modernos jeans a juego, ajustados a unos
muslos que Blanca prefería no mirar. Notó una punzada en el pecho en cuanto
reconoció también su olor.
Dio un paso atrás luego otro.
No tengo que tener miedo, ya no siento nada por él. Solo lo usé de
escudo, pero ni de escudo me sirve ya.
Le tocó su turno, el último.
Cómo puede ser que estés todavía más guapo.
Con aquel tono bronceado aunque fueran vísperas de Navidad.
Blanca estaba frente a Oliver y daba la espalda al sofá donde estaba su
bolso, su abrigo y Àngel. Hizo gran esfuerzo por regular su respiración.
—Mucho tiempo —le dijo Oliver¾. ¿Cómo te va?
—Pues bien. ¿Y tú?
—Pues bien —Oliver repitió sus palabras¾. ¿Sueles venir por aquí? No
te he visto nunca.
Es la segunda maldita vez que vengo. Y entre el sábado pasado y este,
le estoy cogiendo un asco a este sitio que ni te cuento.
—No, no suelo venir —Blanca tomó aire.
Vio que Oliver miró hacia el sofá. El Cari, Noelia, Alba y Regina habían
desaparecido.
Qué cabrones, se han quitado de en medio.
Oliver a Blanca de nuevo.
—Ya sé que estás saliendo con alguien —le dijo Oliver.
Qué bien, alguien me ha ahorrado media conversación.
Blanca asintió con desconfianza, intentando no ver la expresiñon en la
cara de Oliver.
No debe de molestarte, tienes novia, imbécil
—¿Lleváis mucho tiempo? —le preguntó.
—Tres meses —respondió ella con naturalidad, pero por la expresión que
mantenía Oliver, es como si aquellos tres meses hubiesen sido tres cuchillas.
Regina, Noelia y El Cari llegaron hasta la banqueta junto al sofá donde
estaba Àngel junto a Héctor. Con la charla no estaba pendiente de Blanca. El
Cari observó a Inés acercarse con Lidia hacia Àngel.
—Oye, dile a Blanca, que cuando termine de hablar con su amigo, que
nos lo presente —le dijo Inés¾. Vaya tío.
Entonces Àngel levantó la vista hacia Blanca, ella hablada con un joven
enorme, que parecía haber salido de la portada de una revista de moda.
Regina le cogió el brazo para que la escuchara.
—Es Oliver —le dijo. Notó algo en Àngel que podría traducirse en
decepción.
—¿El ex novio? —preguntó Héctor y nadie le respondió.
—¿Ex novio? —repitió Lidia¾. Debe de ser una putada que un tío así sea
tu ex.
Inés y ella rieron y Noelia las fulminó con la mirada.
—De todas formas, dile que nos lo presente –se marcharon al sofá riendo
y mirando a Blanca y Oliver.
Blanca les daba la espalda todo el tiempo, pero sentía curiosidad por ver
dónde estaban sus amigos y sobretodo la reacción de Àngel en cuanto se
percatara de quién era quien ella tenía delante.
—¿Cuál es? —Oliver miraba hacia el sofá¾ ¿El que habla con Regina?
Blanca se giró al fin un momento, sus ojos se cruzaron con los de Àngel.
—Sí —le respondió.
—¿Ya no te gustan los músculos? —Blanca se giró hacia Oliver en
seguida.
Serás capullo.
—No, ahora me gustan más las neuronas —le replicó en seguida.
Aire tomó aire hondo, las aletillas de su nariz se movieron.
¿Pero qué te pasa? Por ahí no Oliver.
—Neuronas —repitió Oliver molesto¾¿A qué se dedica?
—Es médico —respondió ella mirando hacia un lado y luego a Oliver¾.
Traumatólogo.
—Mayor que tú, supongo —añadió Oliver y Blanca asintió.
Está enfadado porque salgo con otro. No me lo puedo creer, no tiene
vergüenza.
—¿Por qué preguntas sobre él? Qué más te da a ti —le reprendió ella.
Oliver se inclinó hacia ella y se lo vio tan cerca que estuvo a punto de dar
un paso atrás.
—Curiosidad por conocer con quién me has sustituido —respondió él.
—¿Qué dices? Ya estás diciendo tonterías —Blanca dio un paso atrás y se
giró para irse.
Oliver la sujetó del brazo.
—No pienso seguir hablando contigo así —le dijo ella quitándole la mano
de su brazo¾. ¿Qué puedes reprocharme? Tienes novia, desde hace mucho,
Oliver. A qué viene este comportamiento.
Te jode verme con otro. No lo soportas. Pedazo de idiota.
—A que me quitaste de en medio a mí, para al final…
Termina la frase, Oliver. Para al final acabar con otro y tener el mismo
problema. No Oliver, lo estoy impidiendo. Tengo el mismo problema, tú lo
sabes. Es lo que estoy intentando evitar.
Oliver se puso las manos en la cara.
—Todo fue para nada —le decía apretándose los laterales de la nariz¾.
Yo no tuve más oportunidades, pero ahora se la estás dando a otro.
—Tuviste muchas —se defendió ella.
—Pero te fuiste —Oliver alzó la voz y los que estaban cerca de ellos
miraron.
Madre mía, qué espectáculo. Las dos arpías esas que están en el sofá,
tienen diversión hoy también para rato.
—Claro que me fui, no podía estar aquí. Tenía que irme, necesitaba irme.
No puedes culparme por eso. Tú me dejaste.
—Tú me apartaste —se defendió él¾. Y cuando quise volver a por ti ya
estabas en Londres.
Oliver se inclinó hacia ella y Blanca se echó para atrás para alejarse.
—Hubiese ido a por ti a Londres —le confesó.
Blanca cerró los ojos.
—Pero no fuiste —le respondió ella.
Oliver negaba con la cabeza.
—Todo era mentira entonces. Yo era el único, el amor de tu vida, no
habría otro.
Blanca lo miró a los ojos.
—No, no era mentira —le respondió lo más serena que pudo¾. Eras el
único. Pero aquello acabó y ahora solo eres el primero.
Oliver abrió la boca para responder pero la cerró de nuevo. A pesar de los
pequeños focos Blanca pudo apreciar sus ojos. Oliver no estaba bien, a pesar
del tiempo que había pasado, Oliver no estaba bien. Estaba como ella meses
atrás.
—No tienes ni idea de lo que te quería, Blanca.
—Sí, lo sé.
—No, no lo sabes —repetía él con enfado¾. Y no sirvió para nada. No te
dejaste ayudar.
—No necesito ayuda —Blanca puso la mano en el pecho de Oliver para
apartarlo.
—Sí, sí la necesitas —le cogió la cara para inspeccionarla. Blanca sacudió
la cabeza para que la soltara¾. Sí, necesitas ayuda. ¿Cómo te ayuda él?
Blanca bajó la cabeza.
Esto no puede estar pasando.
—Blanca —le dijo Oliver¾. Me hubiese casado contigo.
—Y yo contigo —le respondió ella para sorpresa de él¾. Pero aquello
acabó. Pasé página y tú también. Esa historia acabó.
—¿Sí? Y cuándo acabó para ti, ¿cuándo lo dejamos aquella tarde?
¿cuándo lo hicimos en Navidad? ¿o cuando te empezaste a tirar a otro?
Eso último también te jode.
—No quieras saberlo, Oliver —y Blanca comprobó que aquélla respuesta
le dolió a Oliver aún más que ninguna de las opciones.
Oliver bajó la cabeza, respiraba profundo, comenzaba a tranquilizarse.
—También acabó para ti, ¿no? —añadió Blanca¾. No entiendo nada.
Oliver levantó la cabeza despacio.
—No iba bien y…hoy está aquí, pero no tenemos una relación como
antes.
Vaya hombre y la culpa será mía también. Porque ahora parece que yo
tengo la culpa de todo. Con lo bien que os veía este verano en las redes.
Todo postureo.
—Mira, Oliver —dio otro paso atrás¾. La próxima vez que nos
crucemos, es mejor que pases de largo.
Quiso girarse pero Oliver la sujetó de nuevo. Se inclinó hacia ella y
Blanca tuvo que apartarlo otra vez con la mano para alejarlo.
—¿Y qué dice él de tu problema? —se interesó¾.¿Cómo lo soluciona él?
Blanca lo miró.
—Él no lo sabe . Y ahora deja que me vaya de una vez.
—¿No se lo has dicho?¿Cómo puedes ocultar algo como eso? Las señales,
los gritos en tu casa…
No quedo con él cuando tengo señales y no lo acerco a mi casa.
Àngel no dejaba de observarlos. Noelia, El Cari y Regina no se apartaban
de él.
—No la deja que se vaya —decía Àngel¾. Voy a tener que ir.
Regina lo sujetó cuando lo vio levantarse.
—No te metas —le dijo.
—Hazle caso —intervino Héctor¾. Con esa medida que tiene ese tío,
mejor que no te metas.
—Es la tercera o la cuarta vez que la sujeta —Àngel tomó aire—. Como
lo vuelva hacer, iré.
Regina estaba más angustiada por Blanca que por Àngel. Podría
imaginarse de qué hablaban y sobre qué discutían. No había querido decirle
nada a Blanca, pero conocía la reacción de Oliver, un mes atrás, cuando supo
que Blanca estaba saliendo con otro. La presenció de lejos. Un amigo común
se lo dijo y Regina estaba con unas compañeras de la facultad no muy lejos de
él. No le cogió de sorpresa, porque tiempo antes había terminado con su
novia, por las cuentas que Regina había hecho, no distaba mucho la ruptura de
Oliver con su novia, de cuando Blanca comenzó con Àngel. Ella lo seguía en
las redes, y aunque no dijo nada en ellas al respecto, sabía que terminó
cuando las fotos de la playa. La que Blanca vio aquélla mañana que estaba tan
triste. Siempre le llamó la atención la casualidad de las cosas, porque no
dudaba de que si Oliver hubiese vuelto a ver a Blanca, no dudaba que
hubiesen estado juntos todavía. Oliver hubiese dejado a su novia, estaba
completamente segura. Oliver intentaba pasar página, pero no lo había hecho
nunca. Blanca tampoco le dio margen, Londres, volvía, Londres, regresó y
luego Cádiz. Recordaba la cafetería antes de ir al aeropuerto Cuando se
encontraron con Oliver con su novia y su hermano. Si Blanca no se hubiese
ido a Cádiz, él hubiese intentado volver con ella. La historia de Oliver con
Blanca era algo que le fascinaba. No tenía dudas de que para Oliver, Blanca
era el amor de su vida. Pero sus conjeturas eran algo que nunca le diría a
Blanca, la mataría si se lo decía. Y menos ahora que estaba con Àngel. Lo
miró de reojo. Era un hombre completamente maravilloso, y tampoco dudaba,
de que para él también Blanca podría ser el amor de su vida. Blanca, aquélla
que decía que el amor verdadero no existía, que todo era un estado mental
transitorio. Y tenía a dos hombres locos de amor por ella. Àngel volvió a
hacer el intento de levantarse. Pero ella lo detuvo de nuevo. Veía a Oliver
demasiado alterado. Oliver nunca fue agresivo, pero no podía fiarse. Las
hormonas varoniles, en ciertos momentos, podrían ser realmente primitivas. Y
ahora mismo había dos alfas y una sola hembra.
—Es que no sé si se inclina para besarla. Ella lo está apartando —decía él.
Y esa era la sensación que daba desde donde estaban ellos.
—Pero déjala sola —le dijo Noelia¾. Ella no necesita que nadie la
guarde. Ese fue el fallo de Oliver.
Àngel se sobresaltó, mirando a Noelia con el ceño fruncido. Blanca
intentaba evitar hablar sobre Oliver, no sabía nada de él. Es más, nunca decía
su nombre, conocía el nombre por los demás. Y tampoco sabía la razón clara
por la que habían terminado. Pero ahora dudaba, porque sí sabía que Blanca
había estado destrozada, y por lo que estaba viendo, Oliver estaba aún peor.
Blanca contemplaba cómo Oliver intentaba tranquilizarse.
—¿Y qué piensas hacer? —le había preguntado él sobre el tema de Àngel.
—Solucionarlo por mí misma.
—¿Cuando cualquier día te maten? —le reprochó él acercándose
demasiado a ella.
Blanca apartó la mirada de Oliver.
—Ya no es tu problema.
La sensación era extraña, ya no estaba acostumbrada a la presencia de
Oliver. No lo tenía más que en fotos y en sus pensamientos. En persona,
volvía a ser tan impresionante como los primeros días que lo conoció. Pero
era cierto, que ya había desaparecido aquel sentimiento maravilloso que le
producía. Era verdad que había terminado de escribir el libro, un libro que
disfrutó tanto como pudo.
Oliver miró a alguien tras ella. Blanca se giró en seguida, era Àngel. En
seguida, con disimulo, interpuso su cuerpo entre los dos. Ambos eran
pacíficos, pero no confiaba mucho en la testosterona. Vio con se miraron los
dos un fragmento de segundo y por un momento pensó que alguno de ellos
levantaría la pata y se le mearía encima, como hacían los perros.
—Voy a pedir, ¿quieres algo? —le preguntó Àngel ignorando a Oliver.
—Espera, voy contigo —le respondió ella sujetándole del brazo.
Oliver dirigió su mirada a la mano de Blanca, que buscaba a la de Àngel.
Blanca se giró para mirar a Oliver de nuevo.
No te puedo decir que me haya alegrado de verte.
—Que te vaya bien —le dijo y se marchó tras Àngel.
Fue tras él y subió los escalones que accedían a la zona de los sofás y la
barra. Àngel se detuvo para que ella subiera antes que él y en cuanto ella pasó
por delante suya le puso las manos a los lados de la cintira y se inclinó hacía
su oído
—¿Todo bien? —le preguntó.
—Todo bien —respondió ella.
—¿De verdad? —insistió y ella asintió. Àngel le besó el hombro desnudo.
Oliver regresaba con los suyos, pero aún se giraba para mirarlos. Noelia y
Regina pudieron ver su expresión. Las dos se miraron.
—Esta Blanca va a terminar loca entre unos y otros. Pobre —dijo Regina.
Àngel se puso a un lado con Blanca.
—Iba a ir antes, pero Regina me sujetó —le explicaba.
—¿Por qué? —se extrañó ella.
—Lo veía inclinarse y tú te apartabas y no sabía si…¾la expresiñon de
Blanca lo hizo callar.
—No intentaba besarme —no daba crédito¾, pero aún así, sé defenderme
sola.
Miró a Àngel de reojo.
—No necesito un ángel de la guarda —le advirtió.
Àngel apartó la mirada. Fue una suerte que estuviera Regina cerca y lo
sujetara antes de que metiera la pata. Luego se dio cuenta de algo.
—Ángel de la guarda —le repitió¾. Eso ha dicho Noelia, que no
necesitas que nadie te guarde, que ese fue el fallo de Oliver ¿Qué hizo,
Blanca?
Noelia que se te va la lengua y me metes en líos.
—Es una forma de hablar —le quitó importancia.
—Sí pero a qué se refería —insistió.
—Que era demasiado…protector conmigo —añadió con toda la
tranquilidad que pudo.
Àngel frunció el ceño.
—Pero es normal proteger a la persona que quieres —le dijo él.
Blanca no respondió.
—No sé por qué ha dicho Noelia que fue su fallo —miraba a Blanca de
reojo.
Blanca tomó aire y levantó la cabeza.
—Has leído Metálica. Sabes lo que quiero decir si te digo que no soy
ninguna mujer que quieren que la rescaten. Nunca.
Se oyó un jolgorio. Había un laza confeti en el centro de la pista y se
convirtió en un auténtico volcán.
—¿Pero rescatarte de qué? —Àngel se acercó más a ella. Con la música y
el ruido de tanta gente hablando apenas podía enterarse—. Nunca me cuentas
nada. No dejas que me acerque a tu vida. Siento una especie de muro en
medio de los dos, no sé qué es. Puede que sea Oliver, a veces pienso que es
otra cosa. Haces terapia en un psicólogo pero no me cuentas realmente qué te
ocurre. Te conozco y no conozco nada de ti, realmente.
Blanca entorno los ojos hacia él.
—Las razones por las que hago terapia…¾bajó la cabeza¾. En tiende
que no…
Àngel le cogió las manos.
—Olvídalo, perdona —le dijo él besándola en la frente. Sonrió¾.
Supongo que no ha sido agradable para mí que encontraras a Oliver.
Blanca levantó la mano haciendo un gesto.
—Pues no tiene importancia, créeme.
Negó con la cabeza.
—Pensaba que él lo llevaba bien, pero ya he visto que no —añadió Àngel.
Y yo también lo pensaba. Esto es surrealista.
Era consciente de que la reacción de Oliver no la esperaba y eso hacía
cambiar algo dentro de ella. Ella lo había dejado atrás, eso no tenía arreglo, ya
no estaba enamorada de él. Pero ahora sus demonios volvían a envolverla.
Oliver era el reflejo de sus problemas, los que se volcarían en Àngel si ella no
podía remedio para impedirlo.
Miró hacia Àngel. Sabía que aquello llegaría pronto a su fin de algún
modo. Y solo esperaba que lo llevara mejor que lo de Oliver, llevaban poco
tiempo, quizás no le daría mucha importancia si terminaban antes de que
finalizara el año.
Volveré a ser la mala. La mala, como siempre.
Eso hacía que sus demonios se volvieran fuertes a su alrededor. No quería
ver a Àngel como Oliver. Oliver no lo merecía, siempre se portó bien con ella,
no merecía sufrir. Àngel tampoco.
Ojalá volviera atrás. Ni me hubiese acercado a ti.
Àngel, ignorante de los pensamientos de Blanca la brazó y le besó en el
hombro.
—¿Nos vamos? —le preguntó. Blanca asintió.
34
Ya tenía los regalos del Cari y de Lidia en una bolsa. Blanca tenía otra vez
el estómago regular, parece que el ver de nuevo a Oliver había removido los
demonios de su interior, como le había dicho Raquel. Y que ahora tenía
encima una loza de culpabilidad que tampoco le correspondía del todo a ella.
Y una segunda loza, el hacerle lo mismo a Àngel le producía gran angustia.
Raquel le había dicho que tampoco era culpa suya, en parte ella había sido
sincera con él, no era una relación. Si él se había enamorado, no era su culpa.
Pero su interior le decía otra cosa. Y de lo único que estaba segura era de que
a pesar que el consejo de todos sus amigos, inclusive el de Raquel, era que
dejara a Àngel si no quería que aquello fuera a más, no estaba decidida a
hacerlo.
Soy una imbécil egoísta.
Una infusión para el estómago, era lo que removía mientras Àngel le
contaba los planes del viernes. De alguna manera, eran varias las personas
invitadas a ambos cumpleaños, así que irían al mismo sitio. Un pub tranquilo
de Sarriá, de un amigo de Héctor. Aunque serían dos grupos diferenciados,
nadie se molestaría.
Blanca le había comprado a su amigo un bolso para meter a su perro toy.
El Cari no tenía perro, pero era el regalo sorpresa que tenían para él sus
padres. Noelia, Alba y Regina le habían comprado todos los demás
accesorios. Se lo darían todo junto en su casa, antes de salir.
Àngel le había comprado un bolso y un pañuelo a juego. Y a Lidia, a
pesar de la sugerencia de la escoba por parte de Blanca, le había comprado
unos pendientes de una conocida marca. Blanca supuso que le encantaría.
—¿Y tú? —le preguntó Àngel¾¿Cuándo cumples los veintidós? Va a
acabar el año, ¿es este mes?
—Ya fue mi cumpleaños
Àngel frunció el ceño.
—¿Cuánto? —se interesó Àngel.
—Hace unas semanas —le respondió ella.
—Y no me dijiste nada…¾estaba totalmente sorprendido.
—¿Para qué? —seguía removiendo su infusión humeante.
—Una cena o una tarta, velas, un regalo…por ejemplo.
Blanca negó con la cabeza.
—Nunca he tenido una tarta de cumpleaños —respondió ella¾. No los
celebro nunca.
—¿Nunca? —se extrañó él. Ella volvió a negar con la cabeza.
—¿Perteneces a alguna religión que no celebre cumpleaños? —le
preguntó.
—No —negó rotunda.
—Aún así me hubiese gustado saberlo.
Blanca recordó algo.
—Este sábado empiezo a trabajar. A ver si esta vez no se me complica —
le dijo.
—¿Dónde?
—Azafata de imagen, por las noches y solo será de jueves, viernes o
sábado. Algún domingo suelto.
—¿Esas chicas que van a fiestas disfrazadas o vestidas…y dando
regalitos?
Blanca asintió y Àngel frunció el ceño.
—Blanca…¾no sabía cómo decirlo y cerró la boca.
Vaya hombre, no lo aprueba. Venga lúcete, a ver cómo lo dices y que no
quedes como un machito imbécil.
—Sé que no tengo derecho a opinar, pero…¾miró hacia un lado.
—Sigue —lo retó ella y su tono de voz no le gustó a Àngel.
—Si trabajas por la noche los fines de semana podré verte aún menos —
añadió él.
—Tú también trabajas algunos fines de semana —le respondió ella.
Àngel negó con la cabeza.
—Pero es diferente —continuó él¾. Además ese trabajo es…
Toda la noche rodeada de hombres, muchos de ellos borrachos. Sé lo
que es. No es muy diferente a cuando salgo con mis amigas, pero cobraré
por ello. Y trabajando menos ganaré el doble que en la tienda. Es lo que
necesito, dinero en pocas horas. No voy a hacer nada ilegal, no voy a
prostituirme ni nada parecido.
—Si necesitas trabajar, déjame ayudarte…
—No —lo cortó ella.
¿Deberte algo?
—Déjame hablar con mi padre —insistió él.
—¿En serio? ¿Tu padre? —Blanca entornó los ojos.
Si sabes que no quiere ni que me nombres. Ni loca aceptaría su ayuda.
—Ya lo hablaremos más adelante —añadió el.
¿Hablaremos?
—No tengo más nada que hablar de esto —concluyó ella y Àngel guardó
silencio un instante. Se levantó de la silla y la colocó junto a la de Blanca.
—¿Y cuando quedaremos? —preguntó él apartándole el pelo de la cara.
—Empiezo las prácticas de Navidad —le respondió ella y sonrió¾.
Tengo dos semanas y media de vacaciones.
—Puedes pasarlas en mi casa si quieres —le dijo él en seguida, en un tono
irónico.
Una navidad fuera de casa y en compañía de Àngel. Le encantaba la idea.
Pero eso conllevaba a apartarlo a él también de reuniones familiares o
similares. Ella no valía tanto como para ese sacrificio por parte de él.
—Demasiados días —negaba con la cabeza.
—La mitad —probó de nuevo esta vez con menos ironía.
Blanca lo miró fijamente.
—Ya veremos —hizo una mueca y Àngel la besó en la mejilla¾. De
todas formas, también existo entre semana —suspiró. Àngel le pasó el brazo
por detrás de la espalda y la acariciaba¾. Ahora escribo menos.
—¿Y por qué? —se interesó¾. Eres un torrente de ideas.
Blanca se encogió de hombros.
—Las ventas de Metálica no van bien —confesó a pesar de que se había
jurado no contárselo a nadie. Pero aquellos gestos tan cariñosos de Àngel le
estaban gustando cada día más. Acercó una mano a la otra mano de él y en
cuanto Àngel la notó se la agarró y la apretó.
—Es pronto, no te agobies —le dijo él.
—Si no se vende, no volverán a publicarme. Los editores necesitan
números. El caso es que las críticas son buenas. Pero…si pincho, no habrá
segunda oportunidad, ¿entiendes?
Àngel asintió con la cabeza.
—¿Y esa otra novela que habías escrito?
Azael
Blanca negó con la cabeza.
—Va a ser muy difícil que alguien la publique, casi imposible. No es…
una novela convencional.
Por desgracia.
—¿La has acabado?
Blanca ladeó la cabeza.
—Están acabadas, en parte.
—¿Cuántas son?
—Tres. Pero no quiero seguir escribiéndolas si no puedo publicar ni
siquiera la primera.
Esa era la verdadera razón por la que no escribía. Lo de las pocas ventas
le preocupaba, sabía que si pinchaba, nadie la querría publicar durante un
tiempo. Pero lo de Azael era diferente. Nadie se interesaba en ella, las
negativas se sucedían día tras día, aún omitiendo en sus cartas de presentación
los pobres números de Metálica, tenía un año entero para omitirlos, puesto
que la editorial aún no estaba obligada a dárselos y ella podía negar
conocerlos. No quería perder el tiempo con una trilogía que no llegaría a
nacer, y necesitaba un tiempo para salir mentalmente de Azael, no era capaz
de escribir otra cosa aunque tuviera más novelas en cola. Hasta que su
corazón y su alma no estuvieran preparados para escribir, no lo haría, de otra
forma nunca le saldría algo tan maravilloso como Azael.
—¿Has cambiado de idea respecto a las novelas? Tu idea de dedicarte
profesionalmente a ello.
Blanca negó con la cabeza.
Es la luz al final del camino que me hace seguir caminando. Nunca lo
haría. Si lo dejo, nunca habría esperanza.
—Harán falta muchos tropezones como este para tirarme al suelo¾ambos
rieron.
Blanca miró la hora y se la enseñó a Àngel.
—Tengo que irme —le dijo.
Àngel le cogió la cara con las manos y puso su frente contra la de ella.
—Cada vez me cuesta más soltarte —le dijo.
No me digas esas cosas, por favor.
—Si me ves pasado mañana —le respondió ella.
El beso duró más que de costumbre.
35
El Cari había estado llorando un rato cuando sopló las velas y le dieron
los regalos. No lo esperaba. Las abrazaba una y otra vez, una por una y se
comía a besos a sus padres y a Cloe, que era el nombre que le había puesto a
la mini cachorra que le habían regalado sus padres.
Tan grande había sido la sorpresa tras la cena, que echaron allí más
tiempo del debido. El teléfono del Cari sonaba sin parar, el resto de sus
amistades ya esperaban en Sarriá y Blanca supuso que Àngel estaba ya en el
cumpleaños de Lidia.
La familia del Cari era lo Blanca llamaba la familia dea, comprensiva,
cariñosa y volcada unos en otros. Es allí donde encontraba el calor de un
hogar, un hogar que ella deseaba para ella misma y no la que tenía.
El día anterior Paco había vuelto a formársela hasta el punto de haber
cogido su portátil y haberlo lanzado hasta el pasillo. Ver su portátil
completamente roto la desesperó tanto que se enfrentó a Paco de una forma
que pocas veces lo había hecho. La cosa acabó mal, sus manuscritos
imprimidos volaron por la habitación, se rompieron dos botes de perfume (los
que le quedaban) y ella volvía a estar señalada. No fue nada, solo un cardenal
en la pierna. El primer volumen de Azael había aterrizado en su tibia de canto
y podría apreciarse a través de las medias. Elisa le había dado un mono corto
de manga larga de una tela negra con algo de brillo. Le encantaban los monos
cortos, pero con el cardenal hubiese preferido uno largo. Se hubiese puesto el
largo que había llevado a Madrid, pero la condición de Elisa era que colgara
fotos de aquel sábado. Todas se las hizo Noelia del otro lado para que no se
viera el cardenal.
No estaba preocupada, era fácil poner excusa a un cardenal de esos, ella
misma se hacía mucho en el gimnasio. Àngel no sospecharía. Lo que más le
dolía no fue la pierna, sino el portátil que la salvaba de su situación cada día,
hacia un mundo infinito. Un mundo que a pesar de haberlo apartado unos
días, estaba dispuesta a retomar en breve. Ahora su paro literario sería tan
largo como lo que ella tardase en ahorrar para un portátil nuevo.
El Cari le había dicho que si le regalaban por su cumpleaños un portátil
nuevo, que le daría el antiguo para que siguiera escribiendo. Pero Blanca
sabía cuál era su flamante regalo.
Cogieron dos taxis y marcharon hacia Sarriá. Llegaron al pub y entraron.
El Cari en seguida encontró a sus amigos. Blanca miró hacia el grupo de
Àngel, allí estaba él. Entornó los ojos hacia él para observarlo mientras se
sentaba en una mesa alta con Noelia, Alba y Regina.
—¿No vas a ir? —le preguntó Noelia.
—Ahora, espera —respondió Blanca.
No la habían visto entrar y quería observarlos. Lidia ya había abierto los
regalos, allí estaban los restos de papeles sobre la mesa, reconociño el de
Àngel. Él recogía junto a Inés los papeles rotos para tirarlos a la papelera. Vio
a Lidia con la caja azul de los pendientes acercarse a él. Lidia le había dicho
algo porque el rió.
—Esa tía es una auténtica zorrona —decía Noelia.
Lidia rodeó el cuello de Àngel con los brazos y se inclinó hacia él. Se oyó
a Regina exclamar algo. Blanca tuvo el impulso de girarse y darles la espalda,
pero siguió observando. Estaba claro que Lidia había intentado besarlo.
—Se ha quitado —decía Alba, desde su silla la perspectiva era
mejor¾.Pero ella sigue encima.
Blanca empezó a sentir un pinchazo en el pecho.
¿Celos? Yo no soy celosa. Pero me está jodiendo.
Tomó consciencia de su trato con Àngel.
Puede hacer lo que quiera.
Se giró hacia sus amigas.
—¿No vas a ir? —le preguntó Regina otra vez.
—No —respondió ella bajando la cabeza.
Noelia empezó a reír.
—Se te acaba de cambiar la cara, tía. Te está sentando fatal —le dijo
Noelia y Blanca asintió.
Se puso la mano en la frente.
—Tía, ve —la animó Alba.
—Alba, no soy su novia, no puedo molestarme por esto aunque él la
hubiese besado.
—Esto es un absurdo, Blanca —intervino Regina sin dejar de observar de
reojo¾. Lo quieres, estás genial con él. Tía, lo hemos estado hablando hoy en
el grupo y lo has reconocido. Y él está deseando de hacer eso que tenéis…
más real.
—Sabes que no puedo, Regi.
—Cuéntaselo —añadió Alba¾. Àngel está en una burbuja, no sabe la
realidad. Y se pueden…malinterpretar las cosas.
Blanca la miró fijamente.
—¿De qué más te has enterado? —le pregunté.
Alba negó con la cabeza.
Ya, mejor que no lo sepa.
—Blanca, gírate —le pidió Noelia.
Noelia quería que volviera a mirar a Àngel, pero Blanca dudaba si quería
volver a hacerlo. El Cari llegó con las copas.
—¿Qué pasa? —Noelia hizo un gesto y él en seguida miró al grupo.
Blanca se giró también. No podía ver bien. Se puso de pie y dio unos
pasos. Estaban en la misma posición, uno frente al otro, ella seguía
rodeándole el cuello y se acercaba demasiado. Vio a Àngel sujetarla por la
cintura y apartarla un poco.
Blanca se acercó un poco más. Solo hablaban y había notado que Àngel
no dejaba de sujetar la cintura de Lidia para que no se acercara más aún a él.
Pero aún así, verlos hablando en aquélla postura la estaba encendiendo por
dentro.
Héctor pasó por el lado de ellos dos y dijo algo y Àngel giró su cabeza
hacia Blanca. Blanca notó cómo la cara se le cambió.
No está haciendo nada malo, pero así me habrá visto que se ha puesto
blanco.
Blanca se giró para volver a su silla. Pero Àngel llegó hasta ella y la
sujetó del brazo.
—Blanca —la llamó¾.¿Cuándo has llegado?
—Hace un momento —estaba incómoda, nerviosa, quería volver con sus
amigas. Comenzaba a ser consciente de verdad del tipo de relación que ella le
había propuesto a Àngel. Le estaba entrando fatiga.
Qué imbécil soy, dios mío.
—Blanca —Àngel sabía que algo no iba bien, que Blanca estaba molesta.
Llegó hasta la mesa para sentarse, pero la cara de sus amigos. Hacerlos
pasar por un momento incómodo por su culpa. Se giró hacia Àngel.
—Voy a estar un rato aquí ahora te veo, no te preocupes por mí —le dijo a
Àngel, necesitaba unos instantes para recuperarse del extraño arrebato que la
estaba enfadando, con ella misma en primer lugar y luego con Àngel y Lidia.
No era culpa de ellos, no tenían por qué respetarla ni uno ni otro, era ella
misma la que había pedido explícitamente que no la respetasen.
Àngel la miró con decepción.
—Ven —le dijo para apartarla de sus amigos. Pero Blanca solo dio un
paso¾. ¿Te ha molestado? No estaba…
Blanca lo miró fijamente.
Claro que me ha molestado. ¿No lo ves? Y no puedo culparte a ti. Ni
siquiera a ella, aunque tenga la cara de lona dura.
—No me he molestado —le dijo ella¾. No puedo molestarme. Tenemos
una relación abierta, ¿no?
En cuanto pronunció esas palabras se arrepintió, pero no tiempo de decir
más. A Àngel la preocupación se le tornó en enfado en un fragmento de
segundo.
—¿Me lo dices en serio? —le dijo perplejo.
En qué quedamos. ¿Prefieres queme enfade o que no me enfade?
—¿Es lo que quieres? ¿Una relación abierta? —le preguntó él.
Blanca dio un paso atrás. Estaba nerviosa, enfadada, triste.
—Te he dicho siempre que no quiero ningún tipo de relación —le
respondió.
Àngel se cruzó de brazos.
—Esperaba que con todo esto de los últimos días cambiarías de opinión.
Los dos sabían que desde el fin de semana en casa de Àngel, todo había
cambiado. Por eso ahora Blanca estaba aterrada, su reacción a las
consecuencias de su extraña relación podían hacerle tambalear su inestable
cordura.
—Para ti soy un juego, ¿no? —le preguntó¾. Albert, tiene razón.
Blanca se sobresaltó. Àngel estaba realmente enfadado.
—Héctor, mi padre. Les rebato pero me estás demostrando que llevan
razón. No sientes nada, te da lo mismo lo que pase, no tienes nada conmigo.
Ya vale.
Lidia e Inés pasaron por su lado con una sonrisa vomitiva. Llevaban las
bolsas a algún sitio pero Blanca sabía que se habían acercado para oír la
discusión.
Àngel las miró.
—Vamos a llevar esto al coche, ahora volvemos —le dijeron.
Àngel cogió a Lidia del brazo con una mano, la cara con la otra y le dio
un beso rápido en la boca. Blanca dio un paso atrás. Àngel soltó a Lidia y se
disculpó, se giró en seguida hacia a Blanca que lo miraba somo si hubiese
enloquecido.
—¿Esto es para ti una relación abierta? Te da exactamente igual lo que yo
haga porque no hay nada. El imbécil he sido yo.
Fue a girarse para darle la espalda pero se giró de nuevo hacia Blanca.
Inés y Lidia no se habían movido del lugar.
—Pues se acabó, Blanca —le dijo y se alejó de ella.
Blanca quedó inmóvil un instante.
Era cuestión de tiempo. Toda la culpa es mía.
Pero no esperaba que fuera tan pronto. Àngel era tranquilo, serio, formal,
y ese juego que ella le traía no le gustaba, se lo había dicho muchas veces.
Al fin Blanca se giró y se sentó con el resto.
—Esto lo veía venir yo —le dijo Alba¾.No dejan de decirle que eres una
manipuladora, una libertina y un montón de sandeces. Nadie sabe la verdad,
Blanca y la gente especula. Si hasta le dicen que si te ves con Oliver…
Blanca apoyó los codos en la mesa y se tapó la cara con las manos.
Necesito aire, me asfixio.
—Pues yo no voy a dejar esto así —Noelia miraba al grupo de Àngel,
estos estaban alrededor de él, incluidas Inés y Lidia. Noelia se levantó de la
silla¾.Me da igual lo que digas, Blanca. Pero voy a decírselo todo.
—No —Blanca la sujetó¾. No, Noelia, por favor.
—Nadie pone a mi amiga de lo que no es, injustamente. Tiene que
saberlo.
Regina se puso en pie.
—Y yo voy con ella —intervino.
—Y yo —del Cari no lo esperaba.
Blanca miró a una y a la otra.
—Me voy de aquí —Blanca se levantó. Cogió su móvil de encima de la
mesa y el tabaco del Cari.
Salió huyendo hacia la calle sin abrigo a pesar de ser Diciembre.
Temblaba pero no de frío. Había dejado su bolso dentro pero no quiso entrar.
Junto al pub había un callejón, se metió por él y un segundo callejón que
daba a la espalda del local. Allí había una puerta metálica, una valla, una
especie de almacén sin techo que guardaba mesas y sillas de veladores.
Cogió un cigarro y lo encendió.
La culpa es mía. Me ha pasado por imbécil. Nunca tuve que iniciar esto.
Le dio tal calada al cigarro que comenzó a toser, su fatiga aumentó. Cerró
los ojos mareada.
Encima mi bolso y mi abrigo está dentro.
Tendría que haber cogido sus cosas y haber tomado un taxi. Llevaba
dinero para llegar a casa sola.
Pero ahora no puedo entrar ahí.
Su móvil sonaba, cortó la llamada y lo silenció. Era Noelia. La estarían
buscando.
Oyó voces, alguien estaba en el primer callejón. Reconoció la voz de
Héctor.
—Àngel —lo llamaba¾¿Dónde vas?
Blanca se metió a través de la puerta metálica en el almacén de los
veladores y cerró la puerta.
Y encima me tengo que quedar aquí hasta que se vayan.
—Necesito aire —le dijo.
El corazón de Blanca se aceleró aún más si cabe. Se apoyó en la valla y
cerró los ojos.
—Pues respira —le respondía Héctor¾Si las hecho muy bien. Yo
pensaba que no tendrías huevos.
—¿Está ahí mi hermano? —se oyó la voz de Albert.
—Está aquí —se oyó a Héctor.
Blanca respiraba acelerada. Estar escuchando todo la hacía sentir aún
peor.
Encima parece que estoy espiando. Si me ven aquí, ya es que esto no me
puede salir peor.
—Estás hecho un crack —lo animó su hermano¾. A tomar por culo la tía
esa.
Blanca hizo una mueca de asco.
No lo hay más imbécil.
—Pero míralo como está —le decía Héctor a Àngel.
—Te ha dado fuerte la Blanca esta, ¿no? ¿No ves que no merece la pena?
A saber qué hace ella cuando se pega semanas que ni te llama.
—Ya está, ya se ha acabado —continuaba Héctor. A Àngel no se le
escuchaba aún.
—Yo no te he visto así ni cuando has terminado con tus novias. No me
seas maricona —se oyó unos golpes, Blanca supuso que eran en la espalda.
—¿Qué hacéis aquí escondidos? —se oyó la voz de Rubén. Blanca no lo
había visto dentro¾. Os estaba buscando y me han dicho que se había
formado y estebáis fuera. ¿Qué ha pasado?
—Que ha mandado a Blanca a plantar margaritas —le dijo Albert.
—¿En serio? —No se oía la voz de Àngel.
—Ha hecho lo que tenía que hacer —este era Hñector¾. Mucho ha
tardado, el plan que tenía ella, hombre.
—Dejadme solo, por favor —les pedía Àngel¾. Necesito estar solo n
momento.
—Venga vamos dentro nosotros. Pero que no te rayes, que es lo que tenías
que hacer.
Se hizo el silencio.
—No va a cambiar de opinión, Rubén. Estas últimas semanas han sido…
una maravilla. Yo pensaba que aunque dijera que no…ella estaba diferente.
Pero hoy ha llegado, me ha visto con Lidia y ni se ha acercado. Cuando la vi
pensaba que estaba molesta. Que si te soy sincero, en parte, hasta me gustó —
se oyó la risa de Rubén¾. Pero me dice que siga a lo mío, que nuestra
relación es abierta. Rubén, tío. Es que no le importo una mierda. Se acabó.
—Ya lo has decidido, ¿no? Pues ahora tranquilo.
—¿Tranquilo? Es que estamos tan bien juntos y de momento cambia, o
desaparece, o quedamos y media hora antes me dice que no vaya a por ella.
Que después me entero que aquella noche no durmió ni en su casa. ¿Qué
pienso, Rubén? Cuando está conmigo es perfecta, pero tiene una parte de ella
blindada a mí. Es muy raro todo. Yo no puedo estar así, porque me he
enamorado y más tiempo va a ser peor.
—Tranquilo —le decía Rubén. Àngel respiraba muy acelerado.
—Y bien enamorado —reconoció¾. Con ninguna me había pasado. Así,
no.
—Sí si ya me dijiste, para llevarla a París y pedirle matrimonio —bromeó
Rubén.
—Pero no sé qué cojones le pasa, si es verdad lo que dice esta gente y está
con otro, no sé si será el ex novio, que ya te conté como se puso el otro día
cuando la vio. No lo sé. Porque ella no me cuenta ni por qué acabaron. Por lo
visto la dejó él, pero de la forma que lo vi, no sé qué decirte. No tiene lógica
que la dejara y luego…Yo ya no sé qué pensar.
Noelia no le ha dicho nada, menos mal.
Los veía tan decididos a contarle a Àngel, pero no lo habían hecho.
—Y he sido un imbécil como se lo he dicho. Me he puesto hecho un borde
y hasta le he dado un beso a Lidia delante de ella. Una vergüenza vamos.
Como un niñato.
—Ya está, ya lo has hecho, ¿no? Pues no le des más vueltas. ¿Quieres que
vayamos a otro sitio?
Sí, por favor, que yo pueda salir de aquí, coger mis cosas e irme.
—Àngel —se oyó la voz de Noelia¾. Llevamos un rato buscándote.
—No encontramos a Blanca tampoco —era la voz de Regina.
Se oían ya cerca.
—Blanca no quiere que te digamos nada —intervino Alba¾. Pero
después de lo de hoy. Tienes que saberlo.
Joder
—Es que no es justo todo lo que están diciendo de ella. Ni que tú te
enfades.
—¿Qué pasa? —la voz de Àngel se escuchó suave, casi con curiosidad. A
Blanca le hubiese gustado ver su cara.
—Ella nunca te ha contado nada. No quiere hablar de eso —se oía la voz
de El Cari.
—No lo lleva bien —añadió Noelia —. Es la razón por la que va a Raquel
y todo eso, bueno esa historia es más larga.
Joder, lo van a liar más que aclararle nada.
—Blanca tiene un gran problema en su casa —añadió El Cari.
—A Blanca la maltratan en casa —Regina tenía la voz dulce a más no
poder¾. Su padrastro la insulta, le pega, la echa de casa. Es por eso por lo
que tuvo problemas con Oliver, el se metía y podrían tener una desgracia. Es
por eso por lo que a veces no quería quedar contigo.
Blanca comenzó a llorar. Las lágrimas caían sin remedio. Intentaba
taparse la nariz para que no se la oyese.
—Cuando te dejó tirado aquel día, durmió en mi casa —intervino El
Cari¾. Tenía la cara fatal y la habían echado de su casa.
—Su padrastro es un loco, un psicópata. Cualquier día…
—Su madre no permite que lo denuncie, no tienen donde ir. Blanca
intenta buscar trabajo, pero le es complicado con la carrera, los libros.
—Esa es otra, su padrastro no quiere mantenerla. Por eso la echa de acasa
cada dos por tres, y no le da dinero ni para el autobús.
—Le ha roto el portátil y los manuscritos, para que no vuelva a escribir.
Mírale la pierna hoy.
—Después de la mala experiencia con Oliver, no quiere volver a tener el
mismo problema¾añadió Regina¾. Pero no porque no te quiera. No quiere
que pases por lo que pasó Oliver. Dice que tu vida es perfecta, que ella no va
a ser la que te la llene de mierda.
—Entre unas cosas y otras, tiene que seguir la terapia con Raquél, esto le
afecta a muchas cosas —explicaba Alba
—Por fuera es una diva —interveía El Cari¾. Pero tiene mil demonios
dentro.
—Y por eso sus novelas son tan importantes para ella. Con ellas escapa de
la realidad.
Ellas me salvan cada día.
—Ellas me salvan cada día —Regina y ella lo dijeron a la vez. La frase
que solía repetirles.
—Ya lo sabes —sentenció Noelia.
—Madre mía, ¿qué he hecho? —se oyó la voz de Àngel con un tono
desesperado.
—Vamos a buscarla, porque por más vueltas que damos no sé donde se ha
metido. No, no intentes llamarla, no coge el teléfono.
—Vamos a dar otra vuelta a ver si la vemos.
Se hizo el silencio de nuevo.
—Pobre muchacha —era Rubén¾. Ahí tienes sus rarezas.
—¿Qué he hecho? —se oía fatal la voz de Àngel.
¿Está llorando?
—Pero no te pongas así —se oyó una palmada, supuso que en la
espalda¾. Tú no sabías nada.
—Ahora he empeorado las cosas —decía.
Está llorando.
Blanca retomó el llanto de nuevo.
Se oyó un suspiro hondo.
—Tengo que hablar con ella —el móvil de Blanca empezó a vibrar, la
estaba llamando.
—Pero tranquilo, que no pasa nada, discúlpate. Ahora ya lo sabes todo, si
te lo hubiese contado ella no llegáis a esto.
Se oyó otra respiración profunda.
—¿Qué me disculpe? Te he dicho que he besado hasta a Lidia en su cara,
que he sido un borde y…¾no pudo continuar.
—Ya está, tío. Que como salga tu hermano o Héctor y te vean llorando, se
va a liar del todo.
—La próxima vez que digan que ella es…
—Tampoco lo sabían, Àngel. Ya no lo dirán más.
—Con todo lo que ha tenido que escuchar. Qué lástima. Y yo…en vez de
ayudar. No me querrá ni ver ahora.
—¿Qué piensas hacer?
—Necesito hablar con ella. Que me perdone, por imbécil.
No eres un imbécil, no sabías nada. No hay nada qué perdonar. La culpa
la he tenido yo.
—Rubén, la quiero. Y he metido la pata hasta el fondo.
—No lo pienses más. Habla con ella.
—Vamos, a ver si la han encontrado.
Blanca se acuclilló en el suelo y se rodeó las piernas. Miró su móvil.
Llamadas de todos, mensajes.
“Estoy bien. Ahora vuelvo. Solo necesito aire” les puso.
“¿Dónde estás?” Àngel también le escribía, “Necesito que hablemos, por
favor. Me lo han contado todo. Lo siento, Blanca”
No le respondió.
Se levantó y salió del almacén. Se limpió bien debajo de los ojos con las
manos, por si le había quedado algún churrete de llorar.
Anduvo hasta el callejón y salió a la calle del pub. Estaban todos en la
puerta. Blanca le dio el tabaco al Cari.
—Estoy bien, tranquilos.
Àngel se acercó a ella y le cogió la cara con las manos.
—Necesito hablar contigo —le dijo.
Sí, creo que al menos te mereces una explicación.
Blanca comenzó a caminar hacia el callejón de nuevo, antes de adentrarse
en él miró hacia sus amigos.
Sé que habéis hecho lo que creíais mejor.
Blanca iba con los brazos cruzados. Una vez pasado el sofocón, el frío de
la noche de Diciembre, con el fino mono únicamente por arriba y unas medias
en las piernas, la tenía helada.
Siguió caminando con Àngel junto a ella, en silencio. Esta vez Blanca no
giró hacia el almacén, sino que siguió todo resco, hasta llegar a unos jardines.
Se sentó en el primer banco que encontró, que también estaba helado. Àngel
se apresuró a quitarse el abrigo y se lo echó por los hombros. No se sentó en
el banco, sino que se aculilló frente a ella.
—¿Por qué no me lo contaste? —le preguntó¾. De haberlo sabido…
—Ahora ya sabes por qué se acabó lo de Oliver, y por qué no quiero tener
nada normal contigo —tomó aire—. Tengo mil demonios dentro.
Àngel le tenía cogida una mano, y la otra se la apoyó en la rodilla. Blanca
se había dado cuenta como no dejaba de inspeccionarla buscando señales.
Tampoco es que me peguen todos los días. Pero vivo en un infierno.
Àngel le besó la mano.
—Perdóname —le dijo él mirando hacia el suelo¾. Perdóname por lo de
hoy, por favor.
—No tiene importancia —le cogió la cara¾. Demasiado has aguantado
mis rarezas.
A Blanca se le llenaron los ojos de lágrimas.
—De verdad que pensaba que…
—Es normal que lo pensaras —lo cortó. Àngel se detuvo en el cardenal de
la pierna, le pasó el dedo pulgar por él.
No tenía ni idea de lo que se le estaría pasando a él por la cabeza. Lo oyó
tomar aire profundo y después le apoyó la frente en la rodilla.
—Me he portado como un imbécil hoy —le dijo¾. No quiero que esto
acabe, Blanca —levantó la cabeza hacia ella¾. Te prometo que no voy a
presionarte. Será como tú quieres.
Blanca lo miró un instante y le cogió la cara de nuevo. Negó con la
cabeza.
—Tienes una vida perfecta —le respondió¾. Y yo vivo en un infierno.
—No me importa —le rebatió con rapidez¾. Déjame ayudarte.
—No tienes ni idea de lo que dices —apartó la mano de la cara de
Àngel¾. No pienso meterte en esto.
—Pero eso tiene que ser decisión mía —escucharle decir eso, a sus pies,
era más de lo que podía soportar.
Eres maravilloso. Mereces una mujer mejor que yo, que no te de
problemas. Si ya tus padres no me quieren, sin saber lo que tengo encima,
cuando se enteren, madre mía Àngel. ¿Cómo te voy a hacer pasar por todo
esto conmigo? No puedo invitarte al infierno, no te lo mereces.
—No —respondió Blanca.
—Blanca, una oportunidad —le pidió¾. Solo una.
Te daría cientos de oportunidades. Pero esto es algo que no puedes
arreglar. Esto es mi vida, parte de mí. Huye de mí.
Àngel se incorporó y la besó. No la soltaba, alargó el beso hasta que
Blanca se retiró de él, suavemente. Se levantó del banco y le devolvió el
abrigo a Àngel.
—No quieres ángeles de la guarda —recordó él¾. Pero los necesitas.
Blanca negó con la cabeza y emprendió el camino de vuelta al pub.
—No me voy a dar por vencido tan rápido, ¿lo sabes? —le dijo
siguiéndola. Blanca se detuvo, él aprovechó para besarla de nuevo. Blanca se
retiró de nuevo, aunque esta vez le costó más.
—Olvida esto, olvídame a mí —le dijo¾. No pierdas el tiempo. Sigue
con tu vida.
—¿Tú crees que es tan fácil? Y menos sabiendo ahora las razones —negó
con la cabeza.
—Huye —le susurró. Y se dispuso a seguir andando de vuelta. Àngel le
cogió del brazo.
—Blanca, te quiero —le dijo y ella se giró hacia él.
Y yo también te quiero.
Pero eso era algo que era mejor que Àngel no supiera. Insistiría con ella si
se lo hubiese dicho en voz alta. Y no quería que siguiese perdiendo el tiempo
con ella.
—Esto que siento contigo no lo he sentido ni con Eva, ni con Lorena, ni
con nadie —no la soltaba¾. Blanca, por favor, cómo voy a olvidarme de
esto. No me pidas eso.
No me digas esas cosas. No me lo pongas más difícil.
Sintió ganas de besarlo, pero tenía que cortar toda acción de afecto por
mucho que lo deseara. Él no se lo pensó, y esta vez Blanca se retiró antes de
que sus labios se rozaran.
Llegaron hasta la esquina. Allí estaba Alba y Noelia, en la puerta,
fumando. Tenían el bolso y el abrigo de Blanca. La vieron llegar apartada de
Àngel, con los brazos cruzados, e intuyeron la decisión tomada.
—Mañana hablamos —les dijo a sus amigas cogiendo sus cosas.
Àngel se acercó a ella.
—Deja que te acompañe —se ofreció.
—No
—Quiero volver a hablarlo contigo mañana, cuando estés más tranquila
—Noelia y Alba entraron en el pub para no seguir escuchando, aunque a
Àngel no parecía importarle que lo estuvieran escuchando.
Blanca estaba al borde de la carretera, esperando ver pasar a un taxi.
Àngel permanecía a medio metro de ella.
—Blanca —le decía pero ella evitaba mirarlo. Le sujetó del brazo¾.
Blanca, escúchame.
Piensa ponérmelo mucho más difícil. No va a dejar de insistir.
—Ven a casa mañana —le pidió.
Mañana.
Recordó que el sábado comenzaba a trabajar. Lo último que deseaba, salir
de noche a trabajar y tener que sonreír a todo el mundo.
De otro sitio que me van a echar. Al tiempo.
—Blanca, yo esto necesito que lo hablemos de nuevo. Si quieres
esperamos unos días —estaba pegado a ella, le cogía la cara. La besó de
nuevo. A blanca le estaba invadiendo un ataque de ansiedad en forma de
punzadas fuertes en el pecho, que solía recibir cuando la tormenta de
emociones pasaba y llegaba la calma.
Vio los faros de un coche blanco. Era un taxi, al fin. Alzó la mano. Miró a
Àngel mientras bajaba de la acera.
—No, Àngel. Olvida todo esto —se metió en el taxi.
No dejó de mirarlo mientras le decía al taxistas calle y número donde
debía de dejarla. Cuando perdió de vista a Àngel, en el borde de la acera, se
recostó en el respaldo del asiento trasero y cerró los ojos.
A partir de ahora seréis un demonio más.
Los ojos se le llenaron de lágrimas.
Mil y un demonios dentro, mil y uno.
Continuará…