Y Si Te Dejo Atras - Pepita Perez

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Prólogo

Los gritos cesaron al sonar el timbre. Blanca miró a su madre aterrada sin
atreverse a abrir la puerta. En el fondo del pasillo se oyó a Paco murmurar
improperios.
Alargó la mano hacia el picaporte de la puerta principal, sabía que podría
ocurrir cualquier cosa.
—Blanca, ábreme —la voz grave y tranquila de Oliver se oía al otro lado.
Abrir las puertas del infierno a un arcángel salvador tenía un precio. Ya no
Oliver ya no soportaba más mantenerse al margen y eso auguraba una
desgracia inminente. Un día u otro ocurriría.
—Abre —le repitió.
—¡Ábrele! —gritó Paco y su madre lo mandó a callar.
Cecilia, la madre de Blanca se acercó a ella.
—Llévatelo de aquí —le pidió como si Blanca fuera la culpable de
aquélla situación.
—Un día de estos alguien acabará muerto —le respondió Blanca.
Abrió la puerta al fin. Esta chirrió con fuerza y se estampó contra la pared.
Oliver irrumpió en la entrada y aunque Blanca intentó detenerlo no le fue
posible.
Se oyó a Paco en el pasillo.
—¡Fuera de mi casa! —Oliver habría llegado hasta él.
Cecilia corrió hacia ellos. Blanca apenas podía moverse. Paralizada por la
tensión y el miedo que sentía cada vez que vivía aquella situación.
El grito de su madre la obligó a mirar. Oliver esta vez se había saltado el
paso de las amenazas y había cogido a Paco por el cuello. Blanca contuvo el
aire.
Su padrastro ante el casi metro noventa de Oliver, no parecía más que un
muñequito.
—No vuelvas a tocar a Blanca —le decía mientras Cecilia intentaba
apartarlo de su marido¾. Como vuelvas a ponerle una mano encima…
Blanca les dio la espalda, los ojos se le llenaron de lágrimas. Tenía una
fuerte punzada en el pecho que le impedía respirar. Aquello era peor que los
golpes.
—¡Vete! —se oía decir a su madre —Voy a llamar a la policía.
Blanca se tapó los oídos y cerró los ojos.
—Tú tienes la culpa de todo esto, tú, por permitirlo —la voz de Oliver
sonaba firme, dura.
—¡Fuera te he dicho! —Cecilia gritaba tan fuerte que su voz hacía eco el
descansillo de la planta.
Blanca pudo ver algún vecino que se detenía en el umbral, ya
acostumbrados a aquél circo que se montaba de cuando en cuando en casa de
Blanca.
Se hizo el silencio, se oyeron murmullos y Blanca sintió cerca el perfume
de Oliver, tendría que estar tras ella.
Se giró hacia él.
—Se acabó Blanca —le dijo¾. Ven conmigo de una vez.
Blanca lo miró «Como si fuera tan fácil para mí». Apenas había cumplido
los veinte años, estaba aún a mitad de la carrera universitaria. No podía irse
de casa. ¿A dónde? Oliver era cuatro años mayor que ella y llevaba dos años
junto a él. Él lo veía todo tan fácil, llevaba meses diciéndole que se fuera de
allí. Con él, claro está. Para él era fácil, él tenía una familia normal, con unos
padres con una situación económica bastante buena. «Fantástico y
maravilloso todo». Oliver no le veía problemas a nada. Tenía trabajo en los
negocios de su padre y vivienda resuelta, su plan era vivir en casa de sus
padres hasta que quedara libre alguno de los pisos que mantenían arrendados
su familia.
Con los ojos cerrados se iría con él, sin dudarlo. Pero en otra situación.
Salir de allí, dependiendo únicamente de la voluntad de una familia que la
aceptaría tan solo por contentar al niño de sus ojos.
Negó con la cabeza a sus pensamientos. La puñetera dependencia era lo
que la tuvo atada a aquella situación durante tantos años. No quería ser una
réplica de su madre. Viviría en el infierno hasta que pudiera salir de allí por su
propio pie, por su propia voluntad y se iría con Oliver a donde ambos
quisieran.
—No lo entiendes —le respondió.
—Eres tú la que no lo entiendes —le replicó él¾. Coge lo que tengas que
coger y ven conmigo.
María tomó aire.
—¿A cargo de ti? —añadió Blanca negando con la cabeza¾. No, Oliver.
No quiero ser ella.
Oliver dirigió la mirada hacia el interior del piso, Cecilia estaba en el
umbral de la puerta de la habitación. Discutía algo con su marido en voz baja.
—Deberíamos haber vuelto a Cádiz hace años —Blanca también miró a
su madre— y seguimos en Barcelona.
Recordó la historia de su madre, en su misma situación. Veinte años salvo
con el añadido de tener una hija de dos años. Madre soltera viviendo en un
infierno, con un padre no muy diferente a Paco. El ángel que las salvaría era
un barcelonés que estaba de vacaciones en la costa andaluza y al poco tiempo
se casaron y se las llevó a Barcelona. Pero el cuento no duró mucho. Una
historia que volvía a repetirse una y otra vez.
—Yo no puedo aguantar esto más tiempo, Blanca —susurró Oliver.
No era la primera vez que lo oía decir aquello y a pesar que no se
acostumbraba al dolor que le producían sus palabras, podía entenderlo.
Cuatro veces habían terminado la relación por la misma razón. Blanca se
negaba a irse y se negaba a cualquier otra situación que le ofreciera Oliver.
No era capaz de denunciar a su padrastro, no era capaz de huir de allí.
Oliver parecía dolido, tanto como las veces anteriores. Aquello volvía a
acabar. Blanca desconocía el tiempo que tardaría esta vez en volver. Cada vez
tardaba más tiempo en regresar, algo que su padrastro aprovechaba para hacer
mofas a Blanca. Una forma más de ridiculizarla y hundirla en la mierda en la
que la solía mantener todo el tiempo.
—Yo no soy él —se defendió Oliver conociendo los pensamientos de
Blanca—, nunca sería como él.
Y no lo dudaba. Oliver tenía sus defectos, pero no era un maltratador.
—No puedo irme —no esperaba que lo entendiera.
Oliver asintió con la cabeza, serio, como siempre hacía. Y cruzó el umbral
de la puerta.
—Se acabó, Blanca —le dijo y agachó la cabeza.
«Volverá», supuso. Pero ya poco importaba eso. Las otras cuatro
reconciliaciones le habían servido para aprender que mientras que ella no
solucionara su problema, volver con Oliver solo aumentaban sus tensiones.
Solo de pensarlo sus piernas temblaban. Conocía la sensación, en un rato
lo volvería a sentir, la tristeza extrema, luego el vacío.
Negó con la cabeza y agarró de Oliver del brazo. Pero él se alejó de ella
liberándose.
—Se acabó —estaba ya en el descansillo y bajó dos escalones.
No dijo nada más. Blanca lo observó mientras se alejaba. Sintió la puerta
del portal abrirse y luego cerrarse. Oliver se había ido, una vez más.
Se giró hacia su casa y suspiró. No era capaz de digerir tanto, las piernas
apenas le respondían. Ahora el infierno se haría intenso a su alrededor. Cerró
la puerta y atravesó el salón. Allí estaba Paco, tumbado como un sapo
bocarriba en el sillón frente al televisor. La miró con una sonrisa burlona.
Blanca soltó un improperio.
—Es una mal educada y luego me trae al novio para que me pegue —se
dirigía a Cecilia —.No me has dejado educarla desde el principio. Y mírala,
¡valiente puta está hecha!
Cerró de un portazo la puerta de su dormitorio. Le dolía horrores la
barriga. Miró el calendario, aún quedaban unos días para las sesiones con
Raquel, una psicóloga que aunque no podía solucionar sus problemas, le
ayudaba a que al menos, no se tirara por un barranco.
Miró su cama, hasta seis encuadernaciones de folios contó. En el mueble
otras tantas se mezclaban con los libros de la universidad. Su ventana, su
puerta al infinito, a ese mundo reservado exclusivamente para ella, en el que
era invisible, invencible, un dios. Allí, donde solía viajar cada día, nadie podía
hacerle daño de ninguna de las maneras.
Se recostó en la cama. No habría apartado todos los manuscritos, porque
se estaba clavando uno de los gusanillos metálicos en el costado. Lo sacó de
debajo de su cuerpo y lo miró. Recordó que al día siguiente tenía la cena de
fin de curso de sus clases de narrativa. Cuatro años seguidos acababan y
numerosos manuscritos con ellas. A partir de aquél momento tendría que
seguir sola pero eso no le preocupaba.
Recordó su primera clase, con tan solo dieciséis años y un torrente de
ideas que ya había plasmado en numerosas páginas. Recordó las expresiones
de sus profesores y compañeros cuando decía que comenzó a escribir con diez
años y que había acabado varias historias. “Bah, borradores” oyó murmurar a
algún intelectual en clase, que le duplicaba la edad y que en todo el curso
apenas podían llevar al día los ejercicios mensuales.
En aquélla escuela que logró pagar a base de becas de sus estudios
reglamentarios aprendió a organizar, a estructurar y los recursos necesarios
para hacer de sus manantiales creativos auténticos tsunamis de novelas.
Había descubierto demasiadas cosas en aquéllos cuatro años. En primer
lugar, que a pesar de escuchar a tanta gente que le gustaba escribir e incluso
que era capaz de hacerlo, solo un porcentaje muy pequeño estaba destinado
realmente para ello, y que ni uno ni varios años de estudio podrían cambiar
aquello, porque el verdadero don no se puede aprender ni enseñar. Y
sobretodo descubrió lo más sorprendente: que no solo era capaz de hacerlo
mejor que la mayoría, sino que además era capaz de hacerlo en un tiempo
asombroso según los propios profesionales que la enseñaban.
Ser prolífico en una profesión como aquélla no le servía de mucho.
Escribir cinco novelas al año, o seis u ocho, no le suponían nada. Bien sabía
que era difícil, casi imposible, conseguir que un editor apostase tan solo en
una de aquéllas novelas escritas por una joven que no conocía nadie.
Aún no había encontrado su género, ese que dicen que es para el que un
autor debe estar hecho, el que tendría que llevar en su alma y en su ADN.
Había probado con la romántica, la histórica, el thriller y la fantasía. Y según
sus amigas, que habían leído cada letra que escribía, no eran capaz de
quedarse con tan solo una de tantas como producía. Pero en su pequeña
cabeza repleta de pájaros, aquella forma acelerada de producción tenía una
sola explicación; la huida.
Horas y horas tecleando fantasías, donde ni el hambre ni el sueño
lograban interrumpirla.
Pero en aquél momento no era capaz de escribir ni una sola letra. La
realidad la aplastaba por completo. Tomó aire, pero este entró entrecortado en
su pecho. Lo iba a tener difícil esta vez.
Levantó la mirada hacia su mesa de estudio. Los libros de alemán aún
estaban abiertos. Allí era donde se encontraba estudiando cuando se montó el
circo en su casa. Los libros habían permanecido en su lugar como si nada
hubiese sucedido. Sin embargo Blanca era consciente del gran cambio que se
había producido desde tan solo hora y media antes. Sin embargo, no le había
cogido de sorpresa. Sabía que de un día a otro Oliver lo volvería a hacer, la
abandonaría.
Dejó caer la cabeza sobre la almohada pero en seguida su estómago la
obligó a encogerse y el amargor de aquello le sobrevino a la garganta. Pronto
aparecerían los vómitos, la consecuencia del desorden de su ánimo. Raquel
había explicado de forma comprensible aquéllos vómitos; cada vez que su
mente no era capaz de digerir un sentimiento, una situación. “Imagina que es
un alimento que tu estómago rechaza, lo mismo hace tu cuerpo con tus
pensamientos en el mismo acto, el vómito”.
Y así era. Los problemas con Paco, el reflejo de ellos con su relación con
Oliver, todas sus frustraciones y complejos, sus sentimientos, sus miedos y
ansiedades, terminaban en la taza del váter.
Algo que cuando perduraba durante días se reflejaba en su energía y en su
aspecto físico. Era consciente de que era algo que la acompañaría siempre y
su empeño con Raquel era remediarlo.
Cerró los ojos, no quería llorar pero siempre terminaba haciéndolo.
La puerta de su habitación se abrió. Su madre traía la cena.
—Si quiere comida que se siente en la mesa como todos —oyó refunfuñar
a Paco desde el salón.
Cecilia lo ignoró y puso el plato de Blanca sobre la mesa de estudio,
apartando los libros.
—Y esas mierdas que come se acabaron —Paco continuaba con sus
protestas¾. Comerá comida normal.
Cecilia cerró la puerta, así que Blanca no pudo seguir escuchando las
estupideces que seguía diciendo su padrastro.
Miró el plato sobre la mesa con un nudo en el estómago que le empujaba
hacia arriba la merienda. No era capaz de probar la cena.
Las “mierdas que comía” según su padrastro era un dieta especial que
solía seguir durante prácticamente toda la semana. Aunque la cena hubiese
sido una comida especial de aquéllas que solo probaba de cuando en cuando,
no hubiese conseguido comerla tampoco. Ni chocolate, ni helado ni nada de
lo más le gustase.
Respiró hondo intentando que la fatiga se mitigara, pero fue en vano.
Su teléfono hizo un sonido, un mensaje de whatsapp, el móvil se
encontraba cerca de la cena. Se acercó para comprobar quién le hablaba.
Noelia, había escrito algo en el grupo de amigas. Un grupo sumamente
reducido, de cinco miembros. Sus amigas de toda la vida, Noelia, Alba y
Regina eran sus tres mejores amigas. Y no podía faltar su mejor amigo, “El
Cari” como le llamaban, el más femenino de los cinco miembros del grupo.
Noelia solo preguntaba cómo les había ido el día. Desde que dejaron el
instituto y se repartieron en distintas facultades, les era más difícil verse en el
día a día.
Meditó antes de escribir. El nudo en su garganta se hizo más apretado.
Cogió aire.
“Oliver se ha ido. Esta vez ha sido la definitiva”.
El teléfono comenzó a vibrar. Sus amigos enviaban uno y otro mensaje sin
parar. Les explicó como pudo la razón aunque intuía que ya la conocían. Ellos
siempre fueron conocedores de los problemas de Blanca.
Unos le daban ánimos, otros esperanzas de que lo solucionarían pronto y
se formó un revuelo de vibraciones y sonidos que hizo que su fatiga
aumentara de sobremanera.
“Mañana hablaré con vosotros. De todos modos ya sé lo que tengo que
hacer esta vez”.
Soltó el teléfono.
Sacó del cajón una solicitud que llevaba tiempo guardando, por si las
cosas se ponían tan mal como acababan de ponerse. Cogió el bolígrafo y la
comenzó a rellenar. Un año de estudios en el extranjero, lejos de su padrastro,
de su inepta madre, de Oliver y de todo lo que le aportaba negatividad en su
vida. Con sus notas medias sabía que no tendría problemas, le becarían lo que
fuese y cualquier universidad estaría encantada de recibirla.
Practicar idiomas al fin fuera de un aula, estudiando el Grado de Turismo
era algo esencial y beneficioso para ella. Y conocer algo más allá de Cádiz,
Barcelona o el recorrido del avión que las unía. Se iría tan lejos como
pudiese.
1

Había pasado ya una semana de la horrible pelea y su peso y volumen


habían comenzado a revelar las consecuencias de los vómitos.
Una semana que no había sido capaz de dejarse ver en instagram. Sus
5000 seguidores no reaccionaban igual a las estúpidas fotos de flores ni de su
último desayuno, que como a las que Blanca ponía de su día a día.
Ni siquiera sabía cómo había sido capaz de reunir a tantos que se
interesaran por la vida de una joven normal y corriente, o quizás sí. Oliver
había hecho lo suyo en ese sentido.
Cuando conoció a Oliver, ella tenía unas redes en configuración privada
con una decena de amigos que la seguían. Pero llegó a su vida Oliver y su
pelo a ondas, su buen gusto vistiendo y la introdujo en las dietas imposibles,
en los entrenamientos extremos y en subir fotos de todo lo que hacía.
Y yo lo hice todo como una imbécil. En el fondo no se lamentaba por ello.
Su nueva versión de sí misma le gustaba infinitamente más que la anterior.
Antes de Oliver ella era una rata de biblioteca, una estudiante que
coleccionaba matrículas de honor y que no dedicaba su vida a otra cosa que
no fueran sus estudios y por supuesto, su gran pasión, sus novelas.
Había tenido complejos en su adolescencia, quizás como la mayoría de
chicas. Tuvo un mote durante años, avispa. Recordaba su entrada en clase de
secundaria y los siseos de sus compañeros imitando el desagradable sonido
del insecto. La razón de aquél mote, su cuerpo. Medía metro setenta y dos, ni
demasiado alta ni demasiado baja, más bien alargada. No era en su
adolescencia muy ancha de hombros, pero su talle se estrechaba en exceso
hacia una cintura peculiarmente pequeña para luego ensancharse en las
caderas. A simple vista, de frente, su aspecto era similar a las abejas adultas
que aparecían en la serie de Maya, y de perfil, su hiperlordosis y la excesiva
curvatura que esta le producía entre la cintura y el culo, no arreglaba mucho el
parentesco.
Pero de aquello hacía demasiado tiempo, aquella imagen era bien lejana
en el tiempo.
Por recomendación de su apreciada psicóloga comenzó a entrenar y allí,
en el gimnasio, encontró al segundo amor de su vida (el primero eran las
letras, sin duda), que era hacer deporte. Correr en cinta, pedalear, subir
escaleras mecánicas y levantar barras con discos empezó a gustarle más de lo
que imaginaba.
El cuerpo de la avispa comenzó a proporcionarse y Blanca sentía la
recompensa a sus esfuerzos.
Cuando entró en bachillerato ya no se oían siseos molestos a su entrada y
su mote comenzó a ser uno menos humillante, la gata.
Siempre le gustaron sus ojos y el contraste que este hacía con la piel
bronceada de los del sur de España, que tan común era por allí abajo, quizás
por la herencia genética que dejaron los musulmanes de Al-Andaluz.
Llevaban razón sus nuevos compañeros, Blanca tenía ojos de gata,
heredados de su abuela paterna, decían. Hasta en sus peores momentos
existenciales en la adolescencia en los que se autohumillaba continuamente,
nunca fue capaz de ponerle una sola pega a sus ojos. Pestañas de jirafa, era lo
peor que se le ocurría decir de ellos, el problema de ser demasiado morena era
tener demasiado vello, era una gran molestia, pero una ventaja cuando de las
tupidas y gruesas pestañas se trataba. También su nariz tenía el tamaño y la
curvatura idónea y ya quisieran muchos labios perfilados con bisturí, tener el
aspecto y forma de los suyos. No podía quejarse, en el reparto de la
naturaleza, en conjunto, había salido victoriosa.
Tan solo en eso, en nada más.
Y en medio de aquella metamorfosis en mariposa celestial, apareció
Oliver en una de las fiestas de fin de curso, invitado por no sabía ni quién.
Oliver era bien conocido por varias compañeras. Tenía un gran historial
de conquistas e innumerables compañeras. Blanca lo vio en seguida, para no
verlo, midiendo metro ochenta y ocho. De anchas espaldas pero no exagerada.
Con una camiseta celeste de media manga que dejaba ver un bíceps bien
formado y unos jeans claros ajustados que ya quisieran los modelos de los
anuncios promocionarlos tan bien. Con un pelo semilargo a ondas, que era
una fusión perfecta de estar peinado y sin peinar, pero que encajaba perfecto
con su rostro afilado, sus ojos verde oscuro. Así tendría que ser Apolo, fue lo
primero que se le pasó por la cabeza a Blanca al verlo.
Recordaba su curiosa reacción con él. Ya no era una joven acomplejada en
absoluto, pero la primera vez que vio a Oliver bajó sus ojos de gata y se
escabulló entre la multitud. Si es que fui gilipollas desde el principio.
Pero aquello no impidió que Oliver la viera y que como no podía ser de
otra manera, se fijara en aquellos ojos felinos, que bien podían confundirse
con el agua de las playas de las Islas Maldivas.
No habló mucho con él aquella noche, solo se lo presentaron y poco más.
Pero Oliver comenzó a aparecer de manera casual por donde ella andaba con
sus amigas durante un tiempo, hasta que el círculo de amigos de ambos se fue
estrechando y ellos también.
Cuando Blanca se dio cuenta, estaba tan embelesada por aquél chico, que
no tuvo más remedio que dejarse arrastrar por él, y un beso una noche
cualquiera, acabó en pocas semanas con Blanca entregando su amor, su
virginidad y su alma a aquél ser que parecía esculpido por los dioses.
Solo le faltan las alas, era la expresión exacta de lo que ella veía en él. Y
fue así al menos durante el primer año de relación. Oliver se portaba bien
con ella, la quería, estaba realmente enamorado, no tenía dudas de eso. Y
respetar a su chica, serle fiel, con tantas posibilidades femeninas a su
alrededor, era algo que Blanca apreciaba. Ella aprendió a no ser celosa, no
le quedaba otra teniendo el novio que tenía, nunca tuvieron problemas por
causa de ninguna chica a pesar de que alguna de ellas ponían gran empeño.
Estaba segura de que era el hombre de mi vida, ponía la mano en el fuego
por ello. Pero se había equivocado, lo de Oliver y ella no era posible. Tenían
diferentes formas de ver la vida y eso no se podía cambiar.
Blanca tomó aire mientras se terminaba de desnudar para ducharse y
volvió a mirarse en el espejo, instagram, la pasión de Oliver. A él le encanta
exhibir su vida en las redes y cuando estuvieron juntos, no dejaba de poner
fotos de ellos o de Blanca. Hasta Blanca le pidió que bloqueara a su madre
para que no pudiera ver ciertas fotos que él colgaba.
Recordaba la primera vez que Oliver subió una foto de ella. Por aquél
entonces solo sus amigos cercanos sabían que estaban juntos y Oliver tenía un
ejército de seguidoras que le mandaban mil y una fotos por privado.
Recordaba el momento de esa foto, estaba Blanca, en la playa, tumbada
boca abajo con un sombrero de paja blanco. Oliver la llamó y ella se
incorporó y se encontró con el móvil de Oliver muy cerca de su cara.
Así, sin repeticiones, sin preparar, sin muchos filtros, sin modo belleza
alguno, con el pelo ondulado del salitre y sin maquillaje. Simplemente la
improvisación y la naturaleza hicieron que aquélla fuera para Blanca una de
sus mejores fotos. No sonreía, ni tampoco estaba seria. A través del sombrero,
un rayo de sol alumbraba directamente a sus iris, haciéndolos agua.
Oliver se tumbó junto a ella y ambos miraron la foto. No le dijo nada, él
solo sonreía. Blanca se giró para buscar su botella de agua y en seguida su
móvil sonó. El sonido que la avisaba de que él había subido contenido nuevo
en su instagram.
Y allí estaba la publicación, aquella foto maravillosa que la casualidad
había hecho que pareciera la portada del Vogue y decía al pie de la foto:
Dicen que la perfección no existe, pero yo puedo verla todos los días. #mygirl
#minovia #amorverdadero.
Lo recordaba como si fuera el día anterior.
Se me cayó el alma entera cuando lo leí, qué remedio.
Cuando volvió a ser consciente de que se estaba bañando, se había
enjabonado dos veces, no le apetecía salir de la ducha. Últimamente no
andaba muy despierta en nada de lo que hacía. Salió y se secó con la toalla, se
miró al espejo de nuevo.
Vaya estropicio.
Si no se andaba con cuidado, volvería a ser una avispa y odiaba ser una
avispa.
Tengo que arreglarlo.
Volver a su buena alimentación, la que Oliver le había enseñado y la que
le permitía poder poner aquellas fotos maravillosas en internet, con un cuerpo
que solo podían lucir unos pocos.
No porque los demás no puedan tenerlo, sino porque el sacrificio es tan
brutal que la mayoría abandona.
Pero Blanca nunca abandonaba nada.
Soy una guerrera y voy a salir de esta.
Recordar a Oliver en las últimas horas de la noche no era bueno. De ello
dependía el sueño o la vigilia. Pero era tan horrible la forma en la que lo
echaba de menos. Tenía ganas de llamarlo y escuchar su voz, aunque fueran
solo unos minutos.
Sin embargo, quisiera no volver a escucharlo nunca más. Tengo que
olvidarlo.
Estaba completamente seca, pero continuaba ensimismada, aún frotándose
con la toalla.
Espabila que pareces imbécil.
Se puso la parte superior del pijama que se quedó atascada en su pecho.
Nunca lo tuvo grande, tampoco excesivamente pequeño, pero cuando
comenzó a entrenar en serio con Oliver, y su espalda ensanchó, su parecer
respecto a su pecho comenzó a cambiar. Ya no le gustaba.
Frivolidad pura, tampoco estaba tan mal.
400cc en cada lado, y una beca y media, lo arreglaron.
No era necesario. No era vital. Fue un error.
Sin embargo ya estaba hecho, no había vuelta atrás.
Regresó a su dormitorio, sobre su mesa de estudio, estaba el plato con su
ración de merluza con espárragos. La engulló mientras ojeaba el correo
electrónico.
Al fin. Una puñetera editorial se ha decidido a responderme sobre un
manuscrito.
Sus compañeros de la escuela de escritura decían que coleccionaban
rechazos en sus correos, pero Blanca no tenía ni uno solo, simplemente las
editoriales no le respondían.
Les da los mismo que escriba basura, una gran obra o un plagio del
Quijote, no los leen.
Pero no tenía edad para rendirse, la mayoría de escritores consagrados
rondaba los cuarenta y ella apenas tenía veinte.
Tengo toda la vida para escribir y publicar.
No le daba importancia a la publicación, al menos no más que el de
perfeccionar su narrativa. Pero no iba a engañarse, como la mayoría de
enamorados de la escritura y el oficio, deseaba poder vivir de sus creaciones.
Tenía demasiados compañeros de escritura, sabía lo complicado que era
conseguir tan siquiera una tirada de mil ejemplares. Quinientos euros de
adelanto, menos impuestos.
Con suerte podría vender los mil, que a euro y pico menos impuesto le
suponía…
Una puta basura.
Trabajando en cualquier sitio ganaría más. No lo hacía por dinero, al
menos no por ganarlo a corto plazo.
Leyó el correo.
Maravilloso.
Una editorial de autoedición. Le aceptaban la publicación previo pago de
2500€ y tendría que vender cien ejemplares en la primera presentación, si no
los vendía, tendría que comprarlos ella.
Que sea la puta la que ponga la cama, encima.
Suspiró.
Que le tomen el pelo a otro.
Ya le hubiese gustado un mail serio, de una editorial cualquiera, que
colocara su novela en las librerías. Le daba igual la tirada, le daba igual verse
sola en la presentación, con cuatro amigos. Solo quería que su libro estuviera
de canto, en una librería junto a los de sus ídolos literarios.
Si encima me deniegan el año de estudio fuera de España, me tiraré al
wc, de cabeza.
Y no le faltaban ganas. Sonó su móvil, el grupo de sus amigos hablaban
sin parar. Lo había silenciado temporalmente, pero el tiempo había pasado y
ahí seguían.
No sé por qué ellos no se dedican a escribir novelas, con lo que escriben
en el grupo tienen ya para alguna. Rió para sí. El Cari, contaba algo que le
había pasado con un medio noviete. Y el resto de chicas le aconsejaban. A
pesar del amor que le tenía, Blanca no se vio con fuerzas de decirle nada, si
ella misma estaba hecha polvo.
Ni rastro de Oliver. Ni lo habrá.
Aunque le dolerá admitirlo, sabía que Oliver esta vez estaba muy
decepcionado.
Y también lo estará pasándolo fatal.
No lo dudaba. A pesar de toda la parafernalia que rodeaba a Oliver, de lo
superflua que pudiera parecer su vida y de su gusto por el exhibicionismo en
las redes, Blanca no era una diversión para él, ni un trofeo. Realmente estaba
enamorado de ella.
Se sentó frente a su ordenador. Escribir era lo único que podía hacerle
feliz en aquél momento.
2

Aunque le costaba adaptarse al clima de Londres, la facultad y el


ambiente en general le gustaba. Había tanta diversidad en su clase y era tanto
su interés por conocer cómo era la vida en esos países que solo solía ver en su
globo terráqueo de sobremesa, que enseguida hizo numerosas amistades.
Todos le aportarían algo que reflejar en sus novelas y le ayudaban con los
idiomas.
La mejor decisión de mi vida fue venir aquí.
En Londres, alejada de la familia, de las amistades que la arropaban y del
temor a encontrarse a Oliver, tenía oportunidad de recuperarse del todo.
Descasaba en su habitación, la beca le había dado para una individual,
pequeña pero con espacio suficiente para dormir y estudiar, que era de lo que
se trataba.
Dedicaba su vida al estudio, al entrenamiento y a la escritura. Las
amistades solía atenderlas entre clase y clase y algunas salidas turísticas por
Londres. Una ciudad aún más espectacular de lo que esperaba y eso que
siempre le atrajo.
Comenzaba a escribir una novela, ambientada allí mismo, en aquella
maravillosa ciudad. Estaba tan ilusionada con su nuevo proyecto literario que
rehusó salir con sus compañeros a ver un famoso musical.
Quitó el sonido a su móvil, era muy molesto recibir cada pocos minutos el
sonido de nuevos mensajes. Sus amigos siempre querían saber de ella, pero
hasta temía hablar con ellos por si soltaban alguna novedad respecto a su ex,
aunque ya estuviesen avisado de que no podían volver a nombrarlo delante de
ella.
La luz de su teléfono sin embargo parpadeaba, alguien le escribía. Algún
imbécil.
En el campus tenía pretendientes de todas las nacionalidades, incluso
algún profesor había lanzado alguna piedra hacia ella que Blanca supo
esquivar y evadir con inteligencia.
Abrió el Word pero su mirada se dirigió de nuevo al móvil. Lo cogió para
apagarlo y no tener distracciones. Le gustaba entrar en sus trances creativos
con total tranquilidad, solo música y escritura, sin horarios, sin tiempo, sin
sueño, sin hambre, sin sed.
Solo los fantasmas de mi cabeza y yo.
Fue a presionar el botón pero vio en la pantalla el remitente de los
mensajes.
Joder.
Desbloqueó el móvil casi temblando.
Oliver había cambiado la foto del perfil.
Sale guapo aunque se ponga de espaldas.
Abrió la aplicación.
No tenía que haber abierto su chat, ahora sabe que lo estoy leyendo.
—Me han dicho que te has ido a Londres —comenzaba¾. No esperaba
que te fueras tan lejos.
Y porque no había plazas en la otra punta del planeta.
—Esperaba que esto se arreglara de nuevo, solo necesitaba tiempo.
Tropecientas veces te he dado tiempo.
—Ahora veo que esto es para ti el final.
¿En serio?
—No te hubieses marchado si pensaras otra cosa.
La aplicación le chivaba que él continuaba escribiendo.
Venga, lúcete, que está quedando muy bonito.
—He estado a punto de… —Blanca esperó unos segundos sin dejar de
mirar la pantalla.
Si lo que quiere es ablandarme. Joder. Lo está consiguiendo.
Suspiró.
—Espero que te vaya bien.
Mierda.
Sentía que su “novela” con Oliver acababa, estaba justo en ese momento
en el que faltaban solo unas hojas para acabar la novela y debía de despedirse
de sus personajes.
Y ahora qué le digo.
Se sentía con la obligación de responder, no sabía si hacerlo con
sinceridad. ¿Qué podía decirle? Que estaba intentando seguir con su vida pero
que lo que realmente quería era que Oliver cogiera un avión y fuera a por ella.
Como en las novelas, como en las películas.
No podía decirle eso. Sabía lo que tenía que hacer. Apartarlo de una vez.
—Era lo mejor. Lo más fácil para mí. Espero que a ti también te vaya
bien.
Joder, qué seca he sonado.
De nada le servían sus dotes de escritura en los whatsapp.
—No lo llevo bien.
—Yo tampoco —le respondió con rapidez¾. Que esté lejos no significa
que esté bien.
—¿Cuándo vuelves? Si es que no te importa decírmelo.
—Haré lo posible por no volver¾ Qué mentirosa, pero qué bonito ha
quedado.
Volvía en un par de meses por Navidad, solo quince días. Pero pasaba de
decírselo a Oliver.
—Entonces ahora sí que es verdad que esto se ha acabado.
Te lo dije aquel mismo día, chiquillo.
Y estaba segura de que sus admiradoras andarían dando palmadas con las
orejas.
Y con otra cosa.
Pensar en Oliver y otras chicas era algo que le hervía por dentro. Pero
también debía acostumbrarse a aquella nueva situación.
Blanca no respondía, realmente no sabía qué decir. No tenía nada más que
decir así que esperaba que él se despidiese.
—Vale. Tendré que aceptarlo.
Seguro que hay cola para quitarte las penas, no te preocupes.
—Adiós, Blanca
—Adiós, Oliver.
Qué despedida más horrible. Jamás pondría esto en una novela.
Los ojos se le llenaron de lágrimas. Inexplicablemente se volvió a sentir
como el día 1 después de la ruptura, como si todo comenzara de nuevo y
sintió unas ganas horribles de volver a verlo. Aquél último adiós había vuelto
a encender el interruptor del Te echo de menos. Te echo de menos tanto que
duele.
Oyó algo procedente de la pantalla de su ordenador. Un nuevo correo
recibido.
Un trabajo que ampliar o algún rechazo editorial.
Últimamente las editoriales comenzaban a responderle con correos
genéricos que comenzaban con un “Lamentablemente su obra…” o un
“Desafortunadamente su obra no…”.
Estimada Blanca Álvarez-Duarte:
Después de haber leído con detenimiento su novela, tanto por parte de
nuestros lectores como de nuestro comité editorial, nos encantaría incluir su
novela en nuestro catálogo del próximo año.
Si aún no tiene su novela comprometida y está interesada, le adjunto el
modelo de contrato que le ofrecemos. Espero que considere nuestra oferta.
Saludos Cordiales,
Alfonso Carrión.
Pestañeó dos veces. Conocía la editorial, no era grande, pero solían
publicar buenas novelas, con tiradas humildes pero bien trabajadas. No eran
unos estafadores, no le pedirían dinero por publicarle y distribuían a nivel
nacional.
Y encima me dan quinientos euros de adelanto. Joder, esto no puede estar
pasando. Una tirada de mil libros. Joder, joder.
Se había arriesgado con una novela negra convencional, con unos
pequeños añadidos originales, toques románticos y algo de enigmas. No era,
bajo su punto de vista, una gran novela. Al menos no era La Gran Novela que
quería escribir en su carrera. Pero estaba bien, enganchaba y tenía una trama
original dentro de no inventar nada nuevo.
Y me la van a publicar.
La pena por Oliver se había difuminado por unos instantes. Volvería,
seguramente a lo largo de la noche, volvería.
Pero si escribo, tardará mucho en sobrevenir.
Suspiró.
Al fin voy a ser escritora. Una escritora con veinte años.
Y publicando con una editorial seria. Mil ejemplares no estaba mal. No
tenía ni idea si los llegaría a vender todos, pero le daba igual.
Los veré en una librería.
Se apresuró a responder agradeciendo el interés en su novela.
Abrió el Word de su nuevo proyecto.
Ahora sí que tengo que darlo todo.
No podía perder ni un segundo pensando en sus penurias. Tenía que
escribir.
Aquella noche, Blanca descubrió que la felicidad y la satisfacción que le
producía la escritura y la ilusión por comenzar una carrera literaria, podían
arrasar con todo lo malo que le pudiera pasar en su vida personal.
La luz.
La luz que necesitaba desesperadamente.
3

Volver a Barcelona sin ganas. Pero el haber conocido a sus editores le


había hecho gran ilusión. No le tembló el pulso al firmar su primer contrato
editorial. Y su intuición, o sus ganas, le decían que no sería el último.
Había cobrado el cheque, que menos impuestos se le quedaban en una…
En una reverendísima mierda.
Pero le había dado para pasear por unas cuantas tiendas y aumentar su
armario.
Se había maquillado y puesto uno de sus últimos modelitos. Un vestido
negro de licra con una sola manga. Le gustaban las asimetrías, le quedaban
bien a su cuerpo. Podía permitirse las licras y lo que quisiera. Se había
recuperado físicamente y tenía el mismo aspecto impecable de siempre.
Se enroscaba el pelo en el rizador. No le era muy difícil peinarse. Tenía
una melena abundante cortada a capas, pero aún tenía restos de los
tirabuzones de niña, que ahora solo ondulaban un poco sus puntas. Pero con
un rizador en pocos minutos lograba dejarlo genial.
Se dio una última pasada de rímel, la que llevaba sus pestañas a la altura
de sus cejas.
Pestañas de jirafa.
Sin ungüentos ni extensiones.
Llamaron a su puerta. Esperaba a “El Cari”. En seguida el delgado chico
apareció en el umbral, con unos pantalones elásticos verdes y una chaqueta
azul.
—Tan discreto como siempre —se lanzó a abrazarlo.
—Y tú súper Diva total, como siempre —rió él tras darle un beso sonoro
en la mejilla. Alzó la mano de Blanca para mirarla de arriba abajo¾. Tan
divina mi gata… Que tiemblen las librerías y los intelectuales
Blanca rió.
—Que tiemble Barcelona hoy, que la gata ha vuelto —añadió.
Se puso en la puerta e hizo un ademán para que lo siguiera.
—Regina, Noelia y Alba nos esperan allí.
Blanca se detuvo antes de salir por la puerta.
—Dime la verdad —le dijo a su amigo. Tengo que saberlo¾. Qué sabéis
de él.
El Cari negó con la cabeza y Blanca ladeó la cabeza incrédula. El Cari era
una “maruja” y siempre lo sabía todo.
—Olvídate —le cogió de la barbilla¾. Vuelve a las andadas, olvídate.
—¿Lo veré hoy? —sabía que Oliver no andaría lejos de los lugares
frecuentados por sus amigos.
—Posiblemente.
Vaya nochecita.
El reencuentro con sus amigas fue maravilloso, pero no fue capaz de
disfrutarlo todo lo que debería porque guardaba el nervio en el estómago.
Cada vez que veía alguna cabeza sobresalir de la multitud, se le volcaba el
estómago.
Como si él estuviera por todas partes.
Sus amigas evitaron hablar de él. Alba les hablaba de un chico que había
conocido y que la cosa iba en serio. En seguida, todos se interesaron por él y
prometió quedar con él y sus amigos y presentárselo a todos.
Blanca estaba apoyada en un banco alto, terminándose su copa de licor,
nata y canela.
Una delicia que pocas veces pruebo y qué copa tan desperdiciada esta
noche. Me está sentando como un tiro con los nervios.
El pellizco en su estómago no se iba ni con alcohol ni con nada que
pudiera tomar. Esa misma semana tenía cita con su psicóloga después de una
temporada.
Sin embargo, una parte de ella, sentía curiosidad e interés por ver a Oliver
en su nueva vida. Aquella parte del hilo narrativo de “su libro con él”, que no
conocía.
Aparece de una vez, cabrón. Que me va a dar algo.
Y su petición se concedió. En cuanto lo vio, dirigió su cabeza hacia su
copa y agarró la pajita. Como si por no mirarlo, ella fuera a desaparecer o
algo.
—Ahí lo tienes, gata —le susurró El Cari¾. Puedes patearlo o tirártelo.
Hoy te lo permitimos todo, diva literaria.
Blanca tuvo que bajar la cabeza para reírse. No había considerado ninguna
de las dos opciones, aunque las dos le apetecían. Pero con ninguna de las dos
conseguiría nada.
Céntrate, no hagas estupideces. No te muestres triste, ni recelosa, ni
enfadada, ni gilipollas. Por dios, Blanca, no hagas la imbécil.
—Está mirándote, te ha visto —le chivaba Noelia.
—Mira que está bueno, el tío —decía El Cari¾.Tíratelo, un día es un día.
—Te quieres callar ya con eso —Blanca le dio en el brazo.
—Levanta la cabeza ya —la achuchaba Regina¾. No te hagas más de
rogar. Está deseando de que lo veas.
—Pues que se acerque él. Paso de ir yo —respondía Blanca.
Estaba nerviosa, más de lo que esperaba. Sentía cosquilleo en su estómago
y en las muñecas. Apoyó el culo por completo en el banco.
Levantó la cabeza hacia él, pero era el momento preciso. Una chica había
pasado junto a él y le había acariciado la cara a su paso.
Mira por donde. Esta debe de ser una de las que te tiras.
Porque estaba segura de que serían varias, que iba sorteando según le
apeteciera.
Oliver sin embargo, no se detuvo en la chica ni un instante. Toda su
atención era para Blanca.
No estoy preparada para esto.
Sintió la necesidad de salir corriendo de allí.
Es guapo a reventar, y yo hoy no traigo armadura. Yo me voy de aquí.
Pero sus piernas no se movían de su lugar. Oliver representaba lo que para
ella era el ideal de amor, atracción y deseos sexuales. No estaba preparada
aún para enfrentarse a él.
—¿Estás bien? —le preguntó Noelia.
—No —respondió entre dientes.
—Nos vamos si quieres.
Pero Oliver se acercaba a ellos, se detuvo a un par de metros, para que
Blanca hiciera el resto.
No quiere que el resto escuche lo que sea que vayamos a hablar.
Y sintió temor sin saber por qué.
Otra vez no, por favor. Estoy aprendiendo a sobrellevarlo, estoy saliendo
de esta. Otra vez no, todo menos eso.
Se levantó.
—Ánimo, valiente —oyó la voz de El Cari tras ella.
Se acercó con firmeza hacia él, intentando sonreír lo más natural posible.
Oliver se detuvo en sus ojos antes de darle dos besos y Blanca volvió a sentir
aquel cosquilleo que solo podía producirle él.
No puedo con esto.
Aún lo llevaba dentro, no lo negaba. Tan dentro que a veces se le olvidaba
que Oliver continuaba allí.
—Al final has vuelto —comenzó él.
—Solo unos días —Blanca apartó la vista de él.
—¿A Londres de nuevo?
Blanca asintió.
Parezco imbécil
Oliver se apartó de ella medio metro.
—Estás genial, sigues trabajando.
—No tengo mucho tiempo, pero intento mantener la rutina, sí. Aunque ya
no es mi prioridad.
Mentira. Me sigo pegando las palizas, aunque impliquen levantarse dos
horas antes de que comiencen las clases.
—¿Cómo van tus estudios?
—Con suerte, en año y medio estaré graduada —poder decir la verdad en
algo la tranquilizó.
—¿Y la escritura? ¿Cómo la llevas?
Qué de preguntas, coño. Pues no pienso decírtelo, que te den.
—No escribo tanto como antes —volvía a mentir, escribía hasta el punto
de haber bajado las matrículas de honor a simples sobresalientes -¿Y Tú?
Anda, miente en algo tú también.
—Pues todo bien, la verdad —le respondió¾. Sigo trabajando y…he
cambiado de coche.
Anda, al fin conseguiste el BMW que querías, fantástico.
Oliver sacó las llaves de su bolsillo, con el símbolo de la marca que ya
Blanca sabía de antemano.
—No ha sido por gusto.
Claro, claro, no ha sido para subirte la moral y el ego, ni por pegarte la
vacilada delante de las niñas con las que andas. Seguro que no ha sido por
gusto.
—Me han cambiado de puesto en el trabajo y ahora tengo que viajar por
la provincia.
Y tu padre contribuyendo al ego con un ascenso. Si la vida es
maravillosa.
A Blanca le dieron ganas de darle unas palmaditas en el hombro.
Muy bien, chaval.
—Pues me alegro de verte —necesitaba despedirse ya de él.
—Espera, voy a saludar a esta gente —le dijo poniéndole la mano en el
hombro.
Sentir la cálida mano de Oliver sobre su hombro descubierto, le produjo
una sensación extraña, que le empezaba en el pecho y acababa en los
genitales.
Ya me vale. Estoy fatal hoy.
Oliver hizo el papel con Alba, Noelia, Regina y El Cari, se demoró
demasiado hablando tonterías hasta que uno de sus amigos se acercó a
buscarlo. Este saludó a Blanca y entonces ella fue consciente de lo que tenía a
su alrededor.
Vio a varios amigos de Oliver observándolos con disimulo y a algunas
chicas observando con menos disimulo.
No os preocupéis, que no os voy a robar el polvo de hoy, a la afortunada
que le toque.
Oliver se dispuso a irse.
—Hasta ahora —le dio un toque en la barbilla a Blanca y se fue.
Madre mía. No me toques más.
—Acabas de perder la peluca —le dijo El Cari al oído¾. Venga hombre,
ve con él.
Blanca se giró hacia El Cari.
—Ni loca —le respondió¾. Vámonos a otro sitio.
—Mira, ahí está Joan —dijo Alba¾. Al final ha venido, os lo presento.
Un grupo de chicos se acercó. Besos, olores a perfumes varoniles y a
bebidas varias.
Cada día detesto más el olor a hombre. Cualquier día acabo como El
Cari, pero al revés.
Y después de oler a Oliver y ese perfume acanelado que lo distinguía,
cualquier otro olor era una pescadería a las ocho de la tarde.
Yo me bajo del mundo, de verdad. Y encima los amigos del Joan este, me
están poniendo ojitos. Acabo la noche haciendo el baile de la cobra, estoy
segura.
—A estos le molas —le dijo El Cari.
—Bésame y así los ahuyentas —le pidió ella con ironía.
—¿Yo? Ni que fuera “Bi” —hizo una mueca de asco.
Rieron. Alba bajó a bailar con Joan a una pista central. A Noelia pareció
gustarle alguno de sus amigos porque sonreía más de la cuenta. A Regina le
tocó al lado uno menos agraciado.
Será el buena gente del grupo, siempre hay uno.
El resto de chicos, unos tres más, se dispersó entre el bullicio.
—De un momento a otro va a venir un amigo mío —le dijo El Cari¾ y te
vas a quedar sola con esta plebe. Y te veo bailando la cobra. Mira, mira como
te miran. Están deseando de decirte algo.
—No me digas —Blanca volvió a su copa de nata y canela, olor que le
recordaba a Oliver.
—O ve con Oliver, mejor con él, que no conocemos de nada a los pijos
estos. Y tú eres muy golosa para los tíos.
—Sé defenderme, anda ya. Oliver andará ya con la que le toque hoy.
El Cari giró la cabeza.
—Está ahí hablando con una tía —decía¾Solo hablando, sin hacer nada.
No están ni muy cerca. No le interesa, te lo digo yo. Ya te ha visto, hoy pasa
de todas.
—Ya se le tirarán encima —hasta delante suya, vio a una chica intentar
besarlo, pensando que Blanca estaba en el baño.
Se terminó su copa y se fue con El Cari a bailar, pronto se les unió Noelia
y un par de chicos y más tarde, el resto del grupo amigos de Joan y el amigo
especial de El Cari. Ambos se perdieron pronto de la vista de Blanca.
Ya voy a estar en casa.
Aquello comenzaba a aburrirle, quería marcharse de allí. Rebuscó en su
bolso, llevaba dinero para el taxi de regreso, no tenía que esperar a nadie.
La música sonaba fuerte y apenas podía ver la cara de Noelia y Regina
con las luces de colores.
—Voy al baño —les gritó.
La cantidad de infusiones que tomaba al día, por algún lado tendrían que
salir. Meaba continuamente.
Pasó por un grupo grande, se entremetió como pudo, pero por suerte para
ella, los hombres la dejaban pasar, retirándose lo suficiente para mirarla al
completo.
En serio, las colonias fuertes deberían tener multa.
Se agarró a una gran columna del local. Desde allí podía ver la cola del
baño. Se colocó tras las últimas dos chicas.
—¿Qué te ha dicho? —decía una a la otra.
—Ni me ha mirado, ya estará con otra —le respondía su compañera de
cola.
Pobre chica. Eres mona, pasa de los tíos.
—Pero eso tú lo sabías. Que era solo lo que era.
—Sí, pero joder, que ni te salude.
—Usar y tirar.
Como esto no avance pronto, me meo aquí.
—¿Qué te esperabas? A Olga la llamaba y quedaban de cuando en cuando
y mírala. Ni se ha acercado a ella tampoco.
—Sí, pero te tienes que ver en el lugar.
Si, hija, un lugar oscuro, con un embaucador buenorro. Anda ya, que ese
cuento es muy viejo. Te has tirado al que te molaba y ahora él pasa de ti. Un
clásico.
—Pues ya sabes lo que hay. Yo, cuando me dijiste que habías quedado con
Oliver, dije pufff…
¿En serio? No me puede estar pasando esto.
—Un tío como ese no se fija en nosotras…
Coño, que me meo y esto no avanza.
—Y tú eres tan imbécil que hasta te hiciste ilusiones seguro.
—Hombre, a mí me gustaba desde hace tiempo.
Y ahora te gusta más, ¿a que sí?
Le estaba entrando tal calor por dentro, que tenía que contenerse para no
coger por la cola postiza a la rubia, que se habría acostado con Oliver, y
arrastrarla por el baño.
La chica era guapa, a pesar de no tener la altura ni el cuerpo de Blanca.
No era el tipo de pivón que le solía gustar a Oliver.
Como me mee encima, me da algo. Ya lo que me hacía falta.
La cola avanzó, tuvo que dejar paso a tres chicas que salían del baño.
—Bueno, tranquila, eso te has llevao. Dicen que la ex anda por aquí hoy.
Sí, está justo aquí, a tu espalda. A punto de mearse encima.
—Uno de sus amigos me ha dicho que aún está con paranoia con ella, que
no lo lleva bien.
—¿Lo dejó ella? —se extrañó la rubia.
—Por lo visto…
Joder, lo que son los chismes. Encima dicen por ahí que fui yo, manda
cojones. Vaya regreso a España, en la fila del baño, casi meándome encima,
mientras miro la cola de una a la que ha empotrao mi ex. Seguro que lo
escribo en una novela y no se lo traga nadie.
Pues sí, hija, asúmelo, no quería nada más contigo que un polvete. Él es
un cabronazo con las mujeres. Lo fue con todas. Con todas salvo conmigo.
—Dicen que ella se fue al extranjero.
Siiii, pobrecito, lo abandoné, ¿no te jodes?
—Para que veas, así como lo ves y también sufriendo como todas las
imbéciles que vais tras él. El karma.
Se abrieron los dos baños a la vez y Blanca pilló el más cercano.
Por fin.
Cuando comenzó a orinar no se lo podía creer. Casi se disipaba la ira y el
enfado de todo lo que había tenido que aguantar en la fila. Estaba dolida,
enfadada, celosa y le dolía la vejiga.
Ahora sí, me voy a mi casa.
Salió del baño en dirección a donde dejó a Noelia y a Blanca.
Llegó hasta la columna, la pista estaba bajando las escaleras, desde
aquella altura podía distinguirlas. Noelia se había liado con alguno de los
pijos. El Cari había vuelto, estaba con Regina.
Se apoyó en la columna para tomar aire, notó una mano sobre la suya y se
sobresaltó. Se giró para comprobar quién la tocaba, pero su olor era
inconfundible.
Vaya noche de mierda que llevo.
Oliver le cogió la cara y Blanca se tensó a la defensiva, el pareció notarlo.
—Mira que lo intento —le dijo él¾. Pero no puedo.
Blanca. Salir corriendo. Ahora.
—Seguro que encuentras la forma, sigue intentándolo —apartó la mano
de Oliver de su cara.
Qué grosera soy, por favor.
En la expresión de Oliver apreció enfado.
—He seguido mi camino —se defendió él, sabía que se lo decía porque
andaba con otras. Blanca se apartó de él sin dejar de mirarlo.
—Pues camina —le dejó paso para que se fuera.
Oliver negó con la cabeza enfadado.
Hasta enfadado me pone. Madre mía. Aléjate de mí. Vete.
Oliver pasó por delante de ella para irse, pero en el último momento se
giró hacia ella. A Blanca no le dio tiempo de reaccionar, y si le dio, tampoco
puso mucho impedimento. Oliver la aplastó contra la columna y la besó.
No podía apartarlo, ni quería, tenía su cuerpo totalmente pegado al de ella.
A Blanca le tuvo que subir la temperatura más de un grado, porque el calor
comenzó a recorrerle el cuerpo y hasta en los genitales sintió un picotazo.
Oliver retiró sus labios de los de ella.
Unos segundos, solo unos segundos y estoy que me va a dar algo. Esto no
es normal. Este tío tiene que ser un demonio. No es normal.
Lo miraba a los ojos, confusa, horrorizada. No encontraba explicación a lo
que Oliver le producía solo con tocarla.
Aún la tenía agarrada, su cara estaba peligrosamente cerca de la de ella.
—Da igual lo que haga¾le dijo¾. Siempre estás tú.
Si no me lo quito de encima ya, esto va a terminar hoy como todos
sabemos.
—Quítate —le pidió y hasta sonó firme.
Pero Oliver acercó sus labios de nuevo a ella. Blanca giró la cabeza.
Esto lo estaba viendo venir.
Oliver se detuvo, decepcionado, se apartó de ella. Blanca tomó aire. El
calor no se iba.
Blanca puso su mano derecha sobre el pecho de Oliver.
Si es que es perfecto por donde quiera que lo mire.
—Ya —le dijo¾. No lo vuelvas a intentar.
Apartó su mano del pecho de él. Dudaba si había sonado firme. Era difícil
cuando realmente quería que lo volviera a intentar. Necesitaba aire. Tener a
Oliver tan cerca, la había puesto en un estado que intentaba disimular. Y eso
que ambos estaban vestidos, aunque ya sabía bien lo que pasaba cuando no
llevaban ropa.
No, ni lo pienses. Que ni se te pase por la cabeza.
Oliver levantó las manos.
—Vale¾le dijo—. Perdóname.
Blanca notó que una extraña pena la comenzaba a invadir. En la soledad
de su cuarto conocería el resto de sensaciones que contenía ante Oliver.
—Es difícil —Oliver le acarició la cara.
Huye que te enreda.
Blanca sacudió la cara y se apartó para marcharse. Pero él la agarró por la
cintura y se pegó de ella de nuevo. Esta vez le dio un abrazo.
—Para ya, por favor —se pondría a llorar allí en medio si él seguía
comportándose así.
—Te quiero todavía, ¿lo sabes?
Si después de lo que he oído en el baño, estás esperando que te diga que
también te quiero, espérate sentao.
Blanca se apartó de él y parece que esta vez sí que consiguió escapar de
él.
Me despido rápido y me voy porque por este camino… termino follando
con Oliver.
Se despidió de todos y huyó de allí. Esperaba un taxi, en la soledad de la
calle. Hacía frío, muchísimo frío. El taxi no tardaría en llegar.
—Blanca —lo oyó llamarla.
No puede ser.
Bajó la cabeza sin girarse, Su sombra lo delataba, tan solo su silueta en el
suelo, ya le producía mariposas.
4

Tan solo el olor de la consulta de Raquel ya era tranquilizante. Tumbada


en la camilla con aquella música celestial de fondo.
Puso al día a su terapeuta de las gestiones con las que trabajaba su
ansiedad y el miedo. Y los pocos adelantos que había conseguido con
respecto al insomnio.
Los ejercicios tradicionales de relajación no servían, la meditación, el
yoga, el reiki. Nada podía con el torbellino y la tempestad que Blanca tenía en
el interior de su cabeza.
—Demasiado ruido —le explicaba a Raquel¾. Ellos hablan todo el día.
Ellos, Raquel sabía que se refería a sus creaciones. Aquellos personajes
que invadían su interior y que a veces le producían sensaciones difíciles de
explicar para la ciencia.
Ya solo quedaban unos minutos de terapia. Blanca no sabía cuando podría
volver. Su última beca se menguaba a pasos agigantados en Londres, su
padrastro no solía darle absolutamente nada y su madre no tenía literalmente
nada.
Raquel conocía de su situación y solía hacerle descuentos y sesiones
gratis. Al fin y al cabo, la trató desde que era una niña.
Blanca aprovechó aquellos últimos minutos para contarle lo ocurrido dos
noches atrás, pero omitiendo el final de asunto. Raquel había arqueado las
cejas sin mostrar sorpresa.
—¿Y qué esperabas? —le dijo.
Blanca la miró confusa.
—Realmente lo esperaba…casi todo.
—De todos modos no te agobies con los recesos. No es volver al
principio. No puedes autoexigirte…
Hizo una línea en el aire.
—Acepta los baches, asúmelos y supéralos —miró a Blanca¾. Dejaste
que te besara pero no estás segura si querías o no. Ok. No pasa nada.
Raquel la miró fijamente.
—Aunque hubiese pasado algo más, no es nada malo.
Sabe que hubo más y no quiero admitirlo.
Negó con la cabeza.
—No hubiese sido nada malo, no lo transformes en ninguna desgracia —
repitió Raquel.
Sí…sí es una desgracia.
—Porque no lo es.
Tres orgasmos en veinte minutos. Cómo supero yo eso. Ni con veinte
sesiones tuyas. Claro que es una desgracia.
Blanca tuvo que aguantar la risa a sus propios pensamientos.
—Sé lo que supone para ti volver a ver a Oliver —Raquel sonrió¾. Es
una decisión que tomaste, apartarlo, ahora a veces flaqueas con las
consecuencias pero sigues firme en tu decisión. Antes de lo que piensas
estarás bien.
Solo sé que quiero volver a Londres. Necesito irme de aquí.
Unos días más y volaría lejos de allí.
5

Dos Matrículas de honor, un notable y varios sobresalientes. Con aquéllas


notas regresó del curso en el extranjero. Había mejorado el inglés más de lo
que imaginó, y también el francés y alemán.
Acababa de terminar las revisiones de su primera novela en papel y
preparaba las maletas para pasar todo el verano en Cádiz en casa de su abuela.
Intentó volver a solicitar un nuevo curso en el extranjero, pero a pesar de
su expediente, ya no tenía opción de una nueva plaza subvencionada, no al
completo al menos, así que no tuvo más remedio que conformarse y a hacerse
la idea de que acabaría la carrera en Barcelona.
El avión despegaba a las 21:00 y quería almorzar con sus amigos. Arrastró
las dos maletas hasta la entrada. Noelia la llevaría al aeropuerto por la tarde.
Se despidió de su madre y con un adiós seco despidió a su padrastro.
Alba fue la última en llegar a la reunión. Continuaba con Joan y
últimamente estaba un poco más alejada de sus amigas. Blanca no se lo
reprochaba, conocía bien la situación, ella misma lo hizo con Oliver.
Comieron tanta pasta y pizza como fueron capaces.
Un día es un día.
Y luego fueron a un pub a tomar el café. Blanca pidió una infusión, la
barriga se le había inflamado de tanta comida.
—Joan me ha dicho que sus amigos quieren organizar un fin de semana en
la playa y que si os unís. Cuando acabe el verano y regresemos todos de
vacaciones. —dijo Alba.
Hablaron de viajes que cada uno tenía que hacer en verano y de las fechas
de regreso. Al parecer hubo conceso en una fecha concreta y Alba lo
transmitiría al resto.
—¿Y tú qué planes tienes en Cádiz? —preguntó El Cari.
Blanca se encogió de hombros. Los dos últimos veranos solo había ido un
mes y con Oliver. Realmente no tenía planes.
—Escribir, supongo —vio el aburrimiento en la cara de sus amigos al oír
aquello. Pero ellos no conocían la realidad de la escritura.
Regina levantó la mirada, tras Blanca y la bajó de momento. El Cari y
Noelia se miraron. Alba se giró para ver qué es lo que habían visto. Blanca
removía su té rojo sin darse cuenta de nada. Levantó la vista hacia ellos.
No les hizo falta preguntar, El Cari era demasiado expresivo.
Oliver.
Ya habían pasado demasiados meses, un año entero desde que terminaron.
Había aprendido a vivir sin él.
—No mires —le dijo Alba volviéndose hacia la mesa de nuevo.
—¿Por qué? —dejó de remover el té¾. Si ya estoy bien. No pasa nada, de
verdad.
El Cari le apartó la mano del té.
—No te dijimos nada porque sabíamos que estabas de exámenes finales
—le dijo.
Nada de qué.
—Oliver tiene novia —añadió Regina con rapidez¾. Nos enteramos hace
poco.
Blanca tomó aire por la boca.
Bueno, no me ha sentado tan mal la noticia. Era algo que esperaba.
—Están ahí detrás con Marco y su novia —El Cari hablaba sin mirarla.
Marco.
El hermano de Oliver, unos años mayor que él. Solo habló con él un par
de veces después de que rompieran. Blanca se llevaba realmente bien con él y
Alicia, la novia. Pero quiso cortar el contacto con ellos en la misma medida
que con Oliver, por razones obvias.
Blanca se miró los zapatos. Realmente le hubiese encantado encontrarlos
una noche vestida de “súperdiva” como decía El Cari. Y no con unos jeans y
un top básico y sandalias. Ropa cómoda de viaje.
¿Cómo será ella?
No quería mirar pero la curiosidad le podía.
Yo no me voy a Cádiz sin verla.
¿Qué rostro iba a poner entonces a las malas de sus novelas?
Se giró y justo a su vez, Oliver pareció verla a ella y tras él, Marco.
Blanca no supo si levantarse, la expresión de Oliver no era ni de alegría ni de
sorpresa.
Decepción. ¿De qué?
Intentó no mirar a la chica que lo acompañaba, aunque estaba deseando de
inspeccionarla a fondo y se levantó para acercarse a ellos.
Fea no es.
Piel blanca y pelo dorado, bien vestida aunque con demasiado maquillaje
para ser por la tarde. Blanca miró de reojo sus pies.
Al lado de este no te queda otra que joderte los pies si no quieres parecer
un hobbit.
Hasta ella, que era más alta que la chica, necesitaba altos tacones para no
parecer poca cosa al lado de él.
Primero saludó a Marco y a Alicia, luego a Oliver. Y llegó el momento
incómodo.
Olga, oyó de la voz de Oliver.
Este verano tengo que quemar viva a una Olga en algún manuscrito.
Se colocó frente a ella. Tenía que reconocerlo, en aquél momento el look
de ella era magnífico al lado de la sencillez con la que Blanca iba a dirigirse
al aeropuerto. Pero cuando estuvo a punto de sentirse avergonzada de sí
misma y bajar la cabeza, Marco intervino.
—¿Cómo te ha ido en Londres?
Le hizo un resumen breve de su avance en los idiomas, que se estaba
aventurando con el árabe y el chino mandarín y que pronto acabaría la
carrera.
—¿Y tus libros? —Alicia le sujetó el antebrazo y sonreía. Ella sí había
leído algún manuscrito de Blanca y le auguraba un buen futuro en el
mundillo.
Blanca agradeció la pregunta de sobremanera. Necesitaba presumir de
algo, sentirse a la altura. O explicado de otro modo, no sentirse una mierda al
lado de la tal Olga.
—En Noviembre me publican una novela —qué bien sonaba aquello.
Gracias, dios, por este don. Esto es mejor que el BMW de los cojones.
—¿Eres escritora? —preguntó Olga.
Blanca la miró.
Qué poco te han hablado de mí.
—Al parecer ahora sí —respondió poniendo de su parte para parecer
tranquila, indiferente a la incomodidad y a la rabieta que le estaba entrando
por dentro.
Sí, niña hiper maquillada, soy escritora. Puedo hacer que te azoten, que
te maten, que te quemen. En mis novelas soy Dios.
La incomodidad de Oliver se notaba a legua. Estaba distante, le dio la
enhorabuena sin sonreír y Blanca supo que tenía que retirarse y aquello le
dolió más de lo que esperaba.
Tan diferente a la última vez que te vi.
Se despidió de ellos. Oliver ni siquiera se acercó a sus amigos, los saludó
de lejos con la mano. Blanca volvió a su lugar. El té estaba frío.
Se ha vuelto a enamorar.
Miedo le daba la hora y pico de vuelo y la primera noche en Cádiz
mientras lo digería. La sensación le estaba gustando menos que cuando Oliver
le imploraba. Cuando lo veía mal…
Controlaba yo…
Pero ya no.
No fue capaz de comentar nada al respecto con sus amigos. Llegó la hora
de marcharse. El aeropuerto repleto, sonidos en el megáfono, maletas,
escáneres, puerta de embarque, asiento, despegue.
Cerró los ojos. Un año después y aún tenía ganas de llorar. Miró por la
ventanilla.
Mierda.
Con lo feliz que le hacía la publicación de su libro, la pequeña gira
promocional y asistir a su primer evento literario. ¿Por qué tenía ganas llorar?
No puedo permitir que esto me afecte. No lo hará.
Pero estaba segura de que sí lo haría y más aún en Cádiz, sin tener clases,
ni exámenes, ni amigos, ni nada que hacer más que darle vueltas a lo imbécil
que se sentía. Y con Raquel a cientos de kilómetros.
6

Medio verano perdido entre llantos, en largos ratos mirando al techo y


tristes paseos por la playa.
En eso se resumían sus vacaciones por el momento. Se aburría. No había
sido capaz de escribir ni una línea.
Quince minutos, en quince minutos mi creatividad se fue al garete.
Los quince minutos que duró su último encuentro con Oliver.
Y parecía que ya lo tenía superado. Un año después, ¡un año!
Se sentía imbécil, estúpida, pequeña.
Una auténtica mierda.
Aunque muchas veces lo había dicho, ahora en realidad sentía que Oliver
se perdía de su vida. Y aquello le producía una pena incontenible.
Yo pensaba que era el hombre de mi vida.
Sentada en la playa, a última hora de la tarde, dibujaba curvas en la arena
con un palo. Notaba cómo las lágrimas comenzaban a asomar por sus ojos.
El amor eterno no existe. El hombre ideal no existe. Las historias bonitas.
El amor único e irrepetible. Todo eso es mentira. Solo está escrito en los
libros y nosotros lo intentamos recrear en la realidad. Es creatividad.
Continuaba dibujando en la arena.
Los príncipes azules, bah, todos los ángeles tienen un lado oscuro. La
culpa la tiene Disney y todas esas paparruchas que nos meten de niñas. Que
les den a todos.
No volveré a enamorarme jamás y si alguna vez lo hiciera, no volvería a
tener una relación. Después de esto, lo juro. No volveré a caer jamás.
Dejaré el amor donde tiene que estar, en mi imaginación.
Detuvo su mano y observó su dibujo. Solo eran curvas sin sentido,
garabatos. Garabatos que activaron algo en el interior de su cabeza. Sintió la
locomotora funcionar, en un leve intento, después de seis semanas inactiva.
Amor eterno, oscuridad.
Y en su mente, donde hacía meses encontraba demasiado ruido y desde
seis semanas atrás solo silencio, vio una imagen. La imagen se movía, sin
sonido, sin color, como una película de antiguo cine mudo.
El amor de tu vida no existe nada más que en tu mente. Lo creaste
demasiado joven y lo buscas sin saber que no es de verdad. Ese es tu
problema, estúpida e imbécil niña.
El corazón comenzó a acelerársele.
No tiene rostro, ni forma, ni voz…
Partió el palito con las manos sin darse cuenta. Cerró los ojos y sonrió.
Te llamas Azael. Y estás condenado a buscar una y otra vez al amor de tu
vida durante toda la eternidad, aún sin saber su rostro, ni su nombre, ni su
voz.
Se puso en pie y se acercó al agua. Anochecía pero ella solo veía luz.
Ella nacerá en algún lugar del mundo, en una época que desconoces. La
encontrarás, quizás aún sea una niña, o tal vez ya sea una anciana porque
llegaste demasiado tarde. Y la verás morir para luego renacer. Pero será en
otra época, y ella tendrá otro nombre y un rostro diferente. Vivirás tu
inmortalidad en una búsqueda sin fin.
—Y voy a dejar el alma en tu historia.
Lanzó el palo y echó a correr hacia casa. El portátil y largas horas de
trabajo la esperaban.
7
Volvía a Barcelona con el manuscrito bajo el brazo. Tan solo era un
borrador, un borrado que ocupaban más seiscientas en Word y aún quedaba
historia que contar, pero supuso que lo haría en otros manuscritos diferentes.
Tenía trabajo por delante, revisar, corregir, añadir y quitar para tener dos
libros con principio y fin del mejor personaje que había trabajado hasta el
momento.
Y más historia que contar.
Sabía la problemática de las novelas demasiado largas. Ninguna editorial
con dos dedos de frente contrataría a una autora novata de veintiún años
tantas novelas, contando que las bilogías, trilogías o series iban desinflándose
en ventas con cada libro.
Tengo que hacerlo para que el primer libro sea el único.
Lo tenía claro, en cuanto estuviese listo, presentaría el proyecto en
agencias y editoriales, sin contar nada más del resto de la historia. Y lo más
difícil de todo, deshacerse de la mitad de detalles y subhistorias de Azael para
menguar el libro abaratar el proyecto.
Correcciones, relecturas, correcciones, relecturas. No pensaba en otra
cosa, era imposible pensar en otra cosa. Iba con el tiempo justo de llegar a
casa y volver a hacer las maletas para irse unos días a la playa con los nuevos
amigos de Alba. Aquél fin de semana que planeaban, se había convertido en
cinco días porque irían a la casa de los padres de uno de los pijos amigos de
Joan.
A pesar de haberse comprometido a ir, realmente no le apetecía. Solo le
apetecía revisar aquél manuscrito hasta que se supiera de memoria, palabra
por palabra aquélla historia.
Una historia que anotó en libretas mientras tomaba el sol en la playa y que
el resto de horas transcribía en el ordenador y las palabras e imágenes se
multiplicaban. Más trescientas mil, que trabajaba con todo el talento que
pudiera poner en aquél momento.
Algún día escribiré mejor, no lo dudo, pero en este momento, lo he dado
todo en este libro. Y con cada revisión será aún mejor.
Desde que escribió la primera palabra sobre Azael, no volvió a recordar a
Oliver y todas aquellas inquietudes que acompañaban sus malos recuerdos.
Pensar en Azael y en volcarse totalmente en su carrera literaria la hacía no
sentir por nada más que por su trabajo. Y eso la protegía de salir herida en la
realidad.
La realidad ya no me gusta. Allí está mi padrastro sus gritos y sus golpes.
Allí está Oliver y su nueva vida. Allí hay gente que me odia, que me envidia.
Que desea que todo me vaya mal, que se alimenta de mis fracasos.
Sin embargo, en este mundo, mi mundo, soy invencible, soy poderosa, soy
inmortal. No quiero salir de aquí, de este ruidoso mundo que hay en el
interior de mi cabeza. Me gusta el insomnio y la soledad, aunque nunca me
sentiré sola porque siempre estarán estos seres que me acompañan en cada
momento de mi vida.
Nunca los pondré en peligro a causa de la realidad, nunca más permitiré
que nadie los saque de mí.
No existen, no son de verdad, pero son el bien más preciado que tengo y
están por encima de todo lo demás. Ellos me salvan cada día.
Ya no importaba qué se encontrara en Barcelona, que le denegaran una
nueva beca en el extranjero, que Oliver anduviera con otra o con cien mil, que
sus amigas se fueran dispersando haciendo su vida, que su padrastro fuera un
miserable o su madre se comportara como una pusilánime. Ya todo le daba
igual.
Ahora tengo una armadura.
Había estado una temporada apartada de todo, había caído y se había
levantado y en el fondo, estaba deseando de volver.
8
Irían en el coche de Noelia, el más nuevo de los que tenían en el grupo.
No era un viaje largo, apenas cuarenta minutos. Habían quedado con los
amigos de Joan en una gasolinera a medio camino.
Era un miércoles de la primera semana de Septiembre pero el tiempo era
aún muy veraniego. Podrían disfrutar de la playa aún, aunque Blanca estaba
ya saturada de mar y de arena.
Había dejado el manuscrito anillado en casa, a buen recaudo, por si a Paco
se le ocurría curiosear entre sus cosas y en uno de sus arrebatos tirarlo a la
basura. No sería una gran pérdida, Azael vivía inmóvil en pendrives, cds, un
disco duro y el correo electrónico. Estaba registrado allí mismo en Cádiz en
cuanto puso el primer Fin al borrador. No había forma de hacerlo desaparecer
aunque alguien pusiera empeño en ello.
Sin embargo, alejarse de su “novela especial” le producía una sensación
extraña.
No le había contado nada a sus amigos, a su madre. Nadie sabía de la
existencia de tan peculiar personaje que la había sacado de los abismos de la
depresión existencial, de la sobrevenida de nuevos complejos personales, de
un desamor y de la desilusión generalizada.
Se detuvieron junto a la gasolinera. Un coche blanco esperaba en el área
de descanso. Salieron del coche de Noelia para saludar.
Blanca ya los conocía de aquella noche en Navidad pero apenas recordaba
sus caras y sus nombres. Sin embargo, Regina, Noelia y El Cari, sí que tenían
ya más confianza con ellos de otras salidas juntos.
—Tenemos que esperar a mi hermano —dijo Albert¾. Mis padres solo
me dejaban la casa si venía él para vigilarnos.
Algunos rieron y gastaron bromas.
—¿Conoces a Àngel? —le preguntó Alba a Blanca y esta negó con la
cabeza¾.Pensaba que alguna vez habrías coincidido con él. Es el hermano
mayor de Albert, es que ha venido un par de veces con nosotros —Alba
sacudió la mano¾. Llevas un año perdida, se me olvidaba.
Noelia se acercó a Blanca.
—Es algo mayor que nosotras —le susurró¾. Pero ya verás.
Se metieron en el coche de nuevo. Noelia conducía, Alba iba de copiloto.
Regina, El Cari y Blanca iban atrás. Blanca tenía uno a cada lado.
—Parecen buena gente —dijo Blanca¾. Pero son súper pijos, ¿no?
—Ya te digo, Albert es de Tres Torres —dijo Regina.
—Joooder, yo fui una vez con mi abuela por allí cuando era pequeño. —
contaba El Cari. Tenía una amiga de su juventud que se casó con un rico y me
llevó a verla. Casas que ni en sueños tendremos el resto de los mortales, si no
es con el gordo de la primitiva o con un braguetazo.
Blanca reía.
—¿Y qué hacen con amigos de un barrio bajo? —preguntó Blanca.
—Ya ves —respondió Noelia¾. No son tan elitistas como los pintan.
—La mayoría han viajado este verano a Irlanda, China, Australia…
—Cádiz es más bonita —añadió Blanca y todos rieron.
Un coche rojo se detuvo junto a ellos. El chico que lo conducía iba solo,
desde en medio del asiento de atrás Blanca solo pudo ver a alguien con gafas
de sol.
Ella se recostó en el asiento. Llevarían parados al menos un cuarto de
hora. El coche era estrecho y apenas entraban en la parte de atrás. Las piernas
se le dormían.
Llevaba unos shorts naranja fluorescente y una camiseta suelta con los
hombros caídos. Su cuerpo comenzaba a sudar sin el aire acondicionado.
Vieron como el chico se bajaba del coche rojo y se acercaba al blanco de
Joan.
—Mira Blanca —le dijo Alba sonriendo.
Blanca se inclinó sobre El Cari para mirar por la ventanilla y entornó los
ojos. No podía apreciar la altura desde el coche, ni verlo bien. Supuso que
metro ochenta y pico y de pelo semi largo cortado a capas. El joven hablaba
con los ocupantes del coche blanco. No podía verle la cara aún.
—Veintinueve años, traumatólogo de profesión, vive solo y desde Mayo o
Junio anda sin novia.
Al fin se volvió hacia el coche de Noelia y alzó la mano para saludarlas.
Blanca arqueó las cejas.
Dios, se parece a Orlando Bloom en Piratas del Caribe.
Noelia bajó la ventanilla y él se quitó las gafas de sol para hablar con ella.
Es igual a Orlando Bloom, ay que me da algo.
—Seguidme a mí, con los locos estos podéis aparecer en cualquier otra
parte —sonrió.
Noelia cerró la ventanilla y arrancó el coche. Blanca recibió primer aire
templado del acondicionado. Alba se giró hacia ella.
—¿Qué? —le preguntó sonriendo.
Blanca frunció el ceño y abrió la boca dudando qué decir. Luego miró a
Alba.
—La verdad es que de tanto escribir tengo la espalda fatal.
Todos los ocupantes del coche rieron.
Este chico mola, ¿estoy curada de Oliver?
—Cuando lo conocimos nos acordamos de ti —decía El Cari¾. De tu
época con la foto de Orlando Bloom en la mesilla de noche.
Volvieron a reír.
—Oye —Blanca volvió a inclinarse sobre El Cari ara mirarlo. Volver a
percibir la belleza de un hombre que no fuera Oliver era llamativo y le había
cogido totalmente desprevenida¾. Es guapo, ¿he dicho guapo?, ¿en serio?
Miró al Cari.
—No es Oliver y me parece guapo —aquello le produjo una gran alegría.
Ey, esta armadura me está gustando cada vez más.
—Pues podemos decirle que en estos cinco días te haga una revisión a
fondo —añadió Noelia.
Blanca frunció el ceño.
—¿Cómo? No, no…de eso nada. Ni lo intentéis —les advirtió.
—Pero cari…¾El Cari haciendo honor siempre a su mote— ¿cuánto
tiempo llevas sin…?
—El que lleve, ni falta que me hace…¾se defendió Blanca.
—Sí, sí que te hace falta —reía Regina.
—Por favor, no —Blanca comenzó a agobiarse—.Que pillo un bus y
vuelvo a casa.
—Anda ya…
Noelia metió primera y siguió el coche de Adrián.
Llegaron a la casa y Noelia aparcó en línea tras el coche rojo, tras ella, el
coche de los chicos. Junto a ellos, había una fachada gris de piedra con dos
puertas blancas, una más ancha para los coches y otra peatonal.
Bajó tras El Cari, apenas podía estirar las piernas. En seguida se dirigió al
maletero del coche a por su maleta. Podía sentir a Adrián abriendo la puerta
de la casa a unos metros de ella.
En cuanto entró, un aparato junto a la puerta comenzó a emitir un sonido
molesto, Adrián tecleó algo en él y dejó de sonar.
Blanca se encontraba tras Regina y Alba, esperando que le dieran permiso
para entrar.
—Pasad, pasad —invitó a Àngel.
Blanca dejo pasar al resto, al fin al cabo, era la menos conocida por el
grupo y se sentía más fuera de lugar que el resto. Fue la última en entrar en el
jardín.
Bajó la mirada hacia su maleta para ocultar su expresión cuando vio el
chalet en el que pasaría los próximos días y no le extrañó que los padres de
Albert enviaran con él a su hermano para vigilar que todo quedara en su lugar.
Un gran jardín con una piscina rodeada con tumbonas, un camino de
losetas entre setos llevaban hasta las escalinatas de una casa de fachada gris
como el muero que la rodeaba y grandes ventanales. Una casa de diseño
moderno, de dos plantas, de considerables dimensiones, que Blanca no dudó
de que algún día la describiría en alguna novela.
Solo he visto una casa así en revistas.
A veces se asombraba de lo diferente que podían ser algunas vidas de la
que ella conocía.
Vivir en una burbuja.
Lo llamaba ella. Vivir en un mundo ideal, con una familia acomodada, sin
tener que aprender a doblar una camiseta, ni a hacer una tortilla. Sin exigirte
una nota media espectacular para asegurarte un año más de carrera, sin tener
que pensar en cómo seguir sobreviviendo.
Siempre odié a personas así.
Los que nacieron teniéndolo todo en bandeja. Era muy fácil para ellos
tener un ego estable, el no sentirse inferiores ni humillados, la seguridad de
los alfa de las manadas. Y entonces se sintió extrañada por la invitación a
aquél lujo a un grupo de chicas y un chico que apenas conocían, salvo a Alba
que tenía una relación estable con uno de ellos. Una idea se le pasó por la
mente.
Le pueden dar a todos ellos en fila.
Sin abrir la boca siguió el camino de baldosas hasta las escaleras.
—En cuanto suelte las cosas, me meto en la piscina —oyó decir al novio
de Alba¾.Qué calor hace.
Àngel había abierto la puerta de la casa. De frente a la puerta de la entrada
había un hall que llevaba a las escaleras y a la derecha tenía una puerta
corredera que permanecía abierta. Pudo ver un salón decorado con elegancia
en blanco, gris y plata y una cocina office a juego.
—Repartirse las habitaciones —decía Àngel a las chicas, ya que los
chicos se habían empujado como imbéciles hasta caer vestidos en el agua¾.
Salvo la del final del pasillo, podéis elegir la que más os guste. Como estos
están entretenidos coged las que tengan baño para vosotras.
Sonrió a Alba.
—A ti y a Joan os dejaré la mía —le ofreció¾. Desde la ventana se ve el
mar. Es la segunda puerta que encuentres.
Blanca esperó a que El Cari, Regina y Noelia subieran primero.
Decidieron repartirse las habitaciones por parejas. El Cari y Blanca cogieron
una simple con dos camas, con baño desde luego.
—Menos mal, te llevas todo el día meando —le dijo él.
Blanca colgó la ropa en el armario y comenzó a sacar bolsas de su maleta.
—¿Qué es eso, cari? —le dijo su amigo.
—Mi comida —le respondió Blanca. Bajaré a guardarla en el frigo.
—¿En serio? ¿Ni por cinco días te vas a saltar la dieta? —le preguntó.
—Bueno, beberemos cubatas, ¿no? Eso es saltarse la dieta.
El Cari negaba con la cabeza con la cabeza mientras colocaba sus
camisetas y sus llamativos pantalones.
Blanca bajó las escaleras de nuevo y se dirigió a la cocina-salón. Àngel
estaba allí conectando algo en unos enchufes. Alzó la cabeza en cuanto sintió
a Blanca entrar.
Ella se acercó a él y alzó las bolsas que llevaba consigo.
—¿Puedo guardar esto en el frigorífico? —le preguntó.
—Claro¾ dejó de hacer lo que estaba haciendo y se acercó a ella¾ Te
ayudo si quieres.
¿Sabes guardar algo en el frigorífico? Jolín, qué crack.
Realmente desconocía la vida de los ricos, pero suponía que en casa las
tareas del hogar surgirían por arte de magia.
Blanca puso las bolsas en la isleta que había en el centro de la cocina,
junto a la vitrocerámica. Tras ella estaba el frigorífico, se un diseño que
prácticamente se difuminaba con los muebles. Comenzó a sacar los tupper
que su madre le había preparado. El bizcocho de proteínas de los desayunos.
Arroz blanco para unos días, pollo hervido con especias que sabían a rayos,
lomos de merluza a la plancha, brócolis y espárragos. Por último sacó un
pequeño recipiente con frutos secos.
—Vaya alimentación —comentó Oliver¾. Eres el suelo de cualquier
endocrino.
No me digas.
—Me dijeron que vendríamos a hacer barbacoas y comer pizzas —
bromeó.
—Ese es el plan —respondió ella¾.Pero cinco días con ese plan, son
demasiados días para mí.
Mientras Blanca colocaba las cosas, notó cómo Adrián miraba sus
piernas.
Estos músculos no venían en los libros de traumatología, ¿verdad?
—¿Puedes vivir con esa disciplina espartana? —preguntó.
—Puedo vivir sin ella —respondió sin mirando colocando el último
tupper¾. Pero no me merece la pena.
Blanca cerró el frigo y lo miró. Estaban cerca el uno del otro y parece que
fue en aquel momento cuando Àngel se dio cuenta del por qué a Blanca la
llamaban gata.
Se hizo el silencio, Blanca lo sintió incómodo. Dio un paso atrás.
—Gracias —le dijo.
—Pasadlo bien, estáis en vuestra casa —le dijo él¾. Yo andaré por aquí,
vigilando.
Blanca rió con la ironía de la voz de Àngel.
Parece que no es un pijo engreído.
Se dirigió hacia el jardín, allí ya se encontraba El Cari, Regina y Noelia.
Alba tardaba en bajar y supusieron que la razón era el ofrecimiento de la
habitación de Àngel.
—¿Te vas a bañar? —le preguntó Noelia.
Hacía calor y Blanca llevaba el bikini puesto bajo el short y la camiseta
suelta. Miró a su alrededor. Los amigos de Joan andaban por allí alrededor y a
través de las cristalera vio a Àngel probando algo en la enorme televisión.
Estos no están preparados para que verme aquí en bikini.
Se rió de sus propios pensamientos.
Cómo puedo ser tan creída, por favor.
Pero en el fondo llevaba razón. No era imbécil, su coeficiente de 160
(cuando la inteligencia media está en 100), le daba para entender que no
producía en los hombres el mismo efecto que la mayoría de mujeres. Su
cuerpo, esculpido a base de sacrificio, impresionaba en instagram, pero aún lo
hacía más en la realidad.
Se recostó en una tumbona y se puso a mirar las redes en su móvil. Hacía
lo de siempre, respondía a algunos seguidores, miraba fotos de sus conocidos
y de cuando en cuando, cotilleaba a Oliver. Le era extraño cómo esta nueva
relación Oliver no la explotaba en sus redes sociales.
Sabe que sus seguidores compararán y no quiere. Si estuviera realmente
feliz no le importaría eso. Pero le importa, apenas pone fotos de ella ni fotos
juntos.
En el fondo se alegró de que sus pensamientos fueran certeros. Ya no tenía
sentimientos con él, al menos no como antes, solo el recuerdo y las dudas,
pero se sentía mejor pensando que él nunca querría a otra como lo hizo con
ella.
Se tumbó y se colocó boca abajo, estiró el brazo y levantó el culo. Justo
cuando su glúteo sobresalía por encima de su cabeza, echó la foto. Sabía que
a sus seguidores les encantaba aquella perspectiva. Recordó la pregunta que le
acaba de hacer Àngel en la cocina.
Y tanto que merece la pena.
Se recogió el pelo en un moño alto, medio deshecho y su móvil sonó. Era
un mail de una compañera de narrativa llamada Sandra. Blanca solía enviarle
las novelas que acababa y Sandra, que aspiraba ser correctora editorial, le
hacía una crítica personal. Solía ser bastante crítica con ella.
“Blanca, ¿pero qué ostias es este libro? Estoy a punto de llegar a la mitad.
Joder, niña. Esta vez te has superado”.
Primera fan de Azael.
Sonrió. Echaba de menos su manuscrito, releerlo como hacía cada día,
fijando cada detalle, cada posible error que pudiera tener.
Cuatro días sin Azael.
Noelia se sentó en la hamaca junto a ella.
—Qué chula la foto que acabas de subir —le dijo¾. Culazo.
Blanca le sonrió.
—¿Qué te ha parecido? —le preguntó Noelia con curiosidad haciendo un
ademán con la cabeza hacia el ventanal.
Blanca miró de reojo el ventanal, Àngel ya no estaba en el salón.
—Muy guapo, sí —le respondió¾. Pero mayor para mí.
—¿Cuántos años te llevaba Oliver? —preguntó El Cari entrando en la
conversación. Blanca se sobresaltó, ni siquiera lo había visto tras ella¾. Por
cierto, culazo en instagram con ciento cincuenta likes en…¿cinco minutos?
—La mitad de los que este me lleva a mí —respondió Blanca a la
pregunta de su amigo. Además —se acercó a ellos para susurrar¾. No me
gustan los pijos.
Rieron.
—Guapo, de buena familia, buen trabajo, buena posición, ¿eres tonta? Ve
a por él.
Blanca miró a El Cari de reojo.
Lo que me hacía falta. Solo tengo un amor y se llama escritura. Solo
quiero cumplir mi sueño. No quiero hombres a mi alrededor.
—No —fue rotunda.
—¿Polvete? —susurraba El Cari.
—Que no —Blanca se pudo en pie, Àngel acababa de salir al jardín.
—¿Todos vais a la playa ahora? —preguntó.
Contestaron los que estaban en la piscina, los amigos de Blanca también.
Ella miraba a unos y a otros y asintió.
—¿Tú vienes? —preguntó Albert a su hermano.
Àngel miró hacia la casa.
—En un rato —respondió.
Blanca no le veía mucha intención de integrarse.
Somos niños para él, es normal.
Blanca se levantó y cogió su cesta de playa. Salieron por la puerta
automática y tomaron la calle hacia la izquierda. Se encontraron en seguida en
un estrecho paseo que daba al mar.
Joder, la casa está en la puñetera playa. Qué suerte tienen los pijos estos.
Buscaron un sitio cerca del agua y extendieron las toallas.
Blanca estiró bien su toalla, redonda, con forma de mapa mundo antiguo,
regalo de su abuela. Los amigos de Joan se detuvieron frente a la toalla y
comenzaron a hacer comentarios sobre lugares que habían visitado. No se
sentaban, hablaban de pie señalando países y comentando futuros viajes entre
ellos.
Si lo llego a saber no la saco y me siento en el suelo.
No se atrevía a tumbarse y cortarles la conversación de forma
desagradable, pero se sentía estúpida allí de pie mientras sus amigas y El Cari
estaban ya tumbados tranquilamente.
Blanca miró hacia el paseo, Àngel se acercaba a ellos con una toalla en la
mano. Se había cambiado de ropa. Ahora llevaba una camiseta de tirantes
amarilla clara y bañador celeste.
Se fijó en su cuerpo. No tenía la cantidad de fibra que a ella le solía gustar
en los hombres, era delgado, pero sin ninguna duda hacía deporte.
Correrá, de ahí la poca grasa y el leve marcado de músculos. Por dios,
estoy obsesionada. Y a mí qué coño me importa lo que haga.
Se giró hacia el mar mientras los pijos seguían su conversación sobre
lugares del mundo.
Sí que atendieron en las clases de geografía.
Àngel acababa de llegar al grupo y colocaba su toalla a un lado junto al
gran mapamundi.
Se acabó la conversación.
De espaldas a ellos se quitó la camiseta. Llevaba un biquini de banda,
estilo deportivo, verde con bordes blancos. Se bajó los shorts. La parte de
abajo era culote brasileño, que a Blanca le parecía mucho más original que los
mini bikinis de moda.
¿Ahora calláis? Pijos o no, todos hacéis lo mismo. Estúpidos alfas
hormonales.
Se fue para el agua sabiendo lo que los amigos de Joan y el estiradillo de
Àngel, estaban mirando.
El poder de las sentadillas. Hipnotismo puro. Idiotas.
Blanca rió y se metió en el agua.
Nado un rato, aquél día no había hecho nada de ejercicio y sentía la
energía demasiado alta, pronto se le aceleraría la respiración si no desfogaba.
Cuando creyó que era suficiente volvió al lugar donde estaba el grupo.
Regina se encontraba en la orilla.
—Casi les da un infarto —le dijo riendo¾, que lo sepas.
Blanca no respondió. En el fondo no le halagaba demasiado aquéllas
cosas, aunque sí, le gustara lucirlas en instagram o para callar bocas o a veces
y aunque le diera vergüenza admitirlo, para joder alguna imbécil que
intentaba hacerle daño. Pero en el fondo no le gustaba, aún menos cuando sus
amigas estaban delante. Miró a Regina, esta hacía un dibujo con el pie en la
arena mojada.
—Solo tienes que venir conmigo y en un año, tendrás uno igual —le dijo
a su amiga.
Regina negó con la cabeza. No era agraciada, demasiado nariguda,
demasiado delgada.
Si me dejaras, te haría una reina por fuera, porque por dentro ya lo eres.
Pero ningún imbécil es capaz de verlo.
Regina era un ser angelical, transparente, a pesar de sus complejos, en su
corazón no cabía la envidia y Blanca sabía que eso era sumamente difícil en
el interior de un grupo de chicas agraciadas.
Le parecía imposible que ningún chico que fijara en ella, o solo lo
hicieran al final de una noche, cuando la borrachera los hacía ser poco
selectivos.
Serán miserables, ninguno te merece Regina.
Le acarició la cara.
Azael sabría mirar dentro de ti. Azael te vería tal y como eres.
Algo se le vino a la cabeza, algo que no esperaba. Una vuelta para aquella
próxima novela de Azael, la que aún no tenía delimitada. Tendría que
meditarlo, madurarlo y…
Podría ser maravilloso.
No mires hacia el suelo —le dijo a Regina¾. Levanta la mirada. Los
ángeles están en el cielo, no ahí abajo.
Regina sonrió en un “Para ti es fácil. Eres guapa, segura, inteligente. Eres
perfecta”.
Si tú supieras lo que soy en realidad. Soy una puñetera ruina por dentro.
Un torbellino de sensaciones y sentimientos que me hace tener ansiedad,
abatimientos y vómitos inesperados. No soy nada de lo que crees ver. Vivo
con mil demonios dentro. Es muy difícil vivir con tanto ruido dentro. Créeme,
no te gustaría estar dentro de mí, huirías, te lo aseguro.
A mí sí que me gustaría estar dentro de ti. Sería fantástico estar dentro de
ti. No tienes que depender de becas, tus padres te pagan el carnet de
conducir, ropa de cada temporada, tienes miles de zapatos y bolsos a juego,
puedes ir a la peluquería, tener un móvil nuevo cada dos años. Yo ni siquiera
sé cómo voy a sobrevivir este año. Mi padrastro se niega a darme algo más
que comida.
—Sé feliz, lo tienes todo para ser feliz.
—Sería más feliz con unos ojos como los tuyos y aún más con un talento
como el tuyo —le respondió Regina¾. Me permitiría vivir cosas que aún
no…
Una relación, un amor correspondido, relaciones sexuales…Todo es
humo, no te dejes engañar.
—Recuerda lo mío con Oliver, ¿quieres eso? —le dijo Blanca¾. Mírame,
no me merece la pena. Solo merecemos la pena nosotras mismas, lo que
consigamos por nosotras mismas. Eso es lo único que vale. No nos hará falta
ningún hombre ni ninguna mujer para ser feliz. Tu sueño no debe ser nada
más que tú misma.
Blanca miró al grupo de chicos.
—Y si estás abatida porque te gusta alguno de ellos, créeme, salvo Joan,
que creo que sí que está enamorado de Alba, no merece ninguno la pena. Son
unos egocéntricos, ninguno de ellos te haría feliz.
—¿Oliver te hizo feliz?
—Claro que sí, pero ahora todo aquello es humo. No es nada.
—Pero lo viviste.
—Y aprendí lo que no pasará nunca más.
Blanca se sintió incómoda y creyó el momento de dejar a Regina sola con
sus pensamientos. Se dirigió al grupo y se tumbó en la toalla. Junto a ella
estaba Àngel leyendo un libro.
Se tumbó lo más alejada de él que le permitió su toalla. Ambos estaban
bocabajo. El moño se le había desecho y el agua del mar comenzó a ondular
el pelo de Blanca de forma inusual cuando lo lavaba de forma natural.
Blanca miró el título.
No llegué a terminar ese libro.
Àngel se dio cuenta de que ella miraba la portada de su libro.
—¿Lo conoces? —le preguntó.
Ella negó con la cabeza.
Si le digo que sí tendré que decirle que es una mierda, prefiero que lo
descubra por sí mismo.
Ahora me mira como si fuera imbécil.
Cruzó los brazos y apoyó su frente en ellos. Al otro lado tenía a Oscar,
otro amigo de Joan, que se disponía a darse un baño. El Cari y Noelia estaban
demasiado lejos, no podría hablar con ellos, comenzó a incomodarse entre
aquéllos dos.
Oscar ya no estaba y Àngel seguía leyendo el libro, sin mirarla sin
dirigirle la palabra.
Pensará que soy una niñata. Menudo imbécil, tan simpático antes en la
cocina y tan gilipollas ahora.
Blanca tenía su móvil en la mano, lo desbloqueó.
No se ve una mierda con el sol.
Se levantó de la toalla y su movimiento pareció distraer a Àngel en su
lectura.
Si me siento en la toalla de El Cari o de Noelia, puedo parecer
maleducada por quitarme de su lado. Va a pensar que…¿qué me importa lo
que piense?
Miró a Àngel, este la observaba.
Sabe que me iba a cambiar de sitio.
—No puedo estar quieta, siento molestarte —se disculpó.
¿Y por qué coño me disculpo? Si ya piensa que soy una niñata, nada de lo
que haga lo puede empeorar.
—¿Quieres andar un rato? —Blanca arqueó las cejas.
Realmente quería irme a la toalla del Cari…
Àngel se levantó.
—Te acompaño —le dijo y se colocó junto a ella.
Blanca lanzó su neceser a la toalla de Noelia, cayó entre ella y El Cari. No
quería llevar nada encima por si el calor la obligaba a meterse en el agua de
nuevo.
Comenzaron a caminar. Blanca sabía que todos los miraban extrañados.
Àngel no era muy dado a entablar conversación con los amigos de Albert.
Incómodo silencio.
—¿Estás de vacaciones? —preguntó Blanca, no se le ocurrió otra cosa y
eso que le sobraban palabras para todo.
—No exactamente —respondió él mirándola mientras andaba¾. Después
de tropecientas guardias, tenía la opción de descansar varios días.
Blanca asintió.
Guardias, trabaja en urgencias.
—Tú de vacaciones, imagino —continuó él.
—Hasta Octubre, sí —respondió ella¾, que comiencen de nuevo las
clases.
—¿Qué estudias?
—Turismo
Àngel arqueó las cejas.
—Por eso estabas en Londres…
Le han hablado de mí, vaya sorpresa.
—Y me volvería a ir si pudiera —le soltó Blanca.
—¿Prefieres estar fuera? Yo sería incapaz. Dejar familia, amigos…
Si yo tuviera tus casas y tu familia, seguramente tampoco querría irme.
—Pues yo cuando más lejos esté, mejor me siento.
—Vaya, qué espíritu libre —Àngel miraba a su alrededor. Blanca llamaba
la atención cuando iba vestida, en biquini era un auténtico espectáculo.
Mujeres y hombres la observaban¾. Elegiste bien tus estudios entonces.
—Este año los acabo, a ver qué ocurre después —Blanca suspiró. Le
encantaba la profesión que estaba estudiando, pero desde aquél momento su
percepción del mundo y de vida había cambiado. Todo estaba oscuro y solo
veía una luz. Quería vivir de su pasión, los libros.
Miró de reojo a Àngel, si le soltaba aquello sonaría infantil y ridícula.
Casi nadie podía vivir de la escritura y ella tenía veintiún años. Demasiado
joven.
—¿Es incómodo que todo el mundo te mire así? —la pregunta de Àngel
sobresaltó a Blanca.
—Realmente no sé cómo me miran —respondió ella.
Realmente sí lo sé, pero me importa una mierda quién me mire ni cómo
me mire.
—Eres consciente, claro que lo eres —le dijo como si fuera una niña¾.
Al fin y al cabo, los que practicáis ese culto al cuerpo…
—¿En serio? —Blanca lo miró ofendida y Àngel bajó la vista. Blanca se
detuvo.
No tienes ni puñetera idea.
—No te molestes no lo decía por… —Àngel intentó reanudar la marcha y
Blanca dudó si seguirlo¾. No quería molestarte.
¿Merecerá la pena explicártelo?
—¿Crees que lo hago para que me miren o para subir fotos chulas a
instagram? —reanudó la marcha junto a él.
Àngel no respondió. La había ofendido y se veía abochornado.
—Mi genética natural no tiene nada que ver con lo que ves —le explicó
ella¾. Yo era diferente, ahora sería diferente. Y simplemente quise cambiarlo
por una versión mejor de mí.
Pues sí, voy a explicártelo, pedazo de idiota.
—¿La gente me mira? Pues no tengo nada de extraordinario. Todo el
mundo puede ser así. No es algo reservado para solo unos privilegiados. Da
igual cómo seas, da igual que tengas dinero o no. Esto solo es trabajo y
sacrificio.
Blanco se detuvo.
—Me encanta el chocolate, los dulces, los bombones y la Nutella —
ambos rieron¾. A veces mataría por un bote de Nutella.
La risa de Àngel aumentó.
—Y ni te puedes imaginar los dolores que tengo que aguantar durante
prácticamente todo el año.
Àngel asentí con la cabeza, de eso entendía algo.
—Hacerlo solo para que me mire gente que ni conozco, ni me importa, es
una razón muy débil para aguantar todo esto, ¿No crees?
Àngel se vio contrariado. Quizás no esperaba ese razonamiento de Blanca.
—Lo hago por mí, es la única razón lo suficientemente fuerte para no
desistir. Todo lo que hago, entrenar, estudiar, escribir, lo hago por mí.
Ostras, se me escapó el escribir.
—¿Escribir? —se extrañó él en seguida.
Anda que se le iba a escapar.
—Sí, escribir —no tenía sentido ocultarlo¾. Escribo novelas. En un par
de meses me publican la primera.
Àngel frunció el ceño.
No soy tan niñata como pensabas, ¿verdad? Si al final todos juzgáis por
las apariencias.
Hablo cinco idiomas, tengo una media de sobresaliente en la carrera y he
escrito varias novelas. No soy imbécil aunque a veces lo parezca.
—Demasiado joven —dijo él.
—¿Demasiado? Llevo escribiendo desde que tenía diez años. Haz cuentas,
doce años de escritura hasta mi primera publicación. Creo que no ha sido un
proceso rápido ni sencillo —se echó el pelo hacia un lado¾.Además es solo
una tirada de mil ejemplares.
—Pero es un gran logro, jolines. Tienes…¿Veinticuatro?
—Veintiuno.
Àngel negó con la cabeza. Seguían caminando.
—¿Qué género escribes? —preguntó con curiosidad.
—La que me publican es novela negra, pero escribo de todo.
—Me encantará leerla —le dijo¾. Avísame en cuanto la publiques.
—Claro —sonrió, un nuevo lector siempre era bienvenido.
Te gustará, probablemente. Viendo lo interesado que estabas leyendo ese
mamarracho de libro, la mía te encantará.
—¿Y cómo piensas sobrevivir a los amigos de mi hermano estos días? —
le preguntó con ironía¾. Creo que no los conoces bien…
Vaya, ¿has venido de niñera de ellos o mío?
—Soy especialista en sobrevivir a los imbéciles.
Àngel rió.
—¿Tienes novio?
Joder con las preguntitas.
—Tuve uno hace tiempo —le respondió¾. Uno enorme, por cierto.
Àngel no supo si reír.
—¿Lo dejaste en Londres? —él miraba al frente.
Sabe que se está metiendo en zona roja. Pensaba que ya lo llevaba bien,
pero si este, sin conocerme, lo ha notado, algo me pasa cuando me lo
refieren.
—Lo dejé aquí antes de irme —respondió Blanca con firmeza.
—Vaya…
Venga, pregúntalo. No te cortes. Estás deseando de saber si lo dejé yo.
Se hizo el silencio unos segundos.
—Un año es mucho. Ya lo llevarás bien, supongo —se decidió a
preguntar.
—Desde este verano bastante mejor —respondió ella ante la sorpresa de
él¾. Estar en Londres, lejos no es llevarlo mejor.
—¿Te fuiste por él?
No pienso contarte mi vida. No te conozco de nada, joder.
—¿Y tú? ¿Vienes de niñera porque no tienes nada mejor que hacer?
No tienes novia, ya lo sé. Desde Junio. Pero cuéntamelo y me haré la
sorprendida.
—La verdad es que sí que tengo cosas mejores que hacer —respondió él
sonriendo¾. Pero mis padres me pidieron el favor. Acaban de reformar la
casa y no se fían de Albert.
Yo tampoco me fiaría de dejarlos solos en esa pedazo de casa.
—Mi última relación acabó en Junio.
¿Última? ¿Cuántas ha caído a tus pies, señor pijo?
—Solo he tenido dos novias en mi vida, pero cada relación ha sido peor.
Vaya, hasta lee el pensamiento. Completito el chaval.
—Lo siento.
Qué falso ha sonado ese “lo siento”, coño.
—Pero realmente lo veía venir desde mucho antes. Ya no había nada.
Venga ya, seguro que estás de lujo ahora.
—Así que lo llevo bastante bien.
No me lo jures.
—Quedo con alguna amiga de vez en cuando…
Polvetes, eh…que nunca vienen mal.
—Pero nada más. No quiero relaciones. Ni loco me metería en otra. He
escarmentado.
No más que yo, créeme.
—Ya somos dos —añadió Blanca.
Blanca le tocó el brazo para que detiviera.
—Espera —le pidió.
Se metió en el agua para mojarse y volvió a salir. Àngel se acercó hasta
ella y cambiaron de dirección Volvían al grupo.
—Demasiado calor —decía Blanca.
—Eres gaditana, deberías estar acostumbrada.
—Solo paso allí los veranos, poco más…
—No puedes negar de dónde eres…
Uhhh, ni se te ocurra decir algo de mi acento andaluz porque te hago la
cruz, pero en aspa.
—Me encanta —añadió él.
Si además va a ser súper mono y todo.
—He estado en Barbate —comentó¾. Menudas layas tenéis allí.
—No hay nada como aquello —Blanca sonrió.
—¿Por qué se vinieron tus padres a Barcelona?
—El marido de mi madre es de aquí.
Maldita sea el día que lo conoció.
—Mi padre, si es que lo tuve alguna vez, murió en un accidente —miró de
reojo a Àngel, estaba contrariado.
El mundo real, fuera de la burbuja en la que vives.
—¿Quieres volver a Cádiz? —preguntó él.
—La verdad es que ya no sé ni de dónde soy —Blanca sonrió.
Llegaban al grupo. Noelia y El Cari los miraban con caras sonrientes.
Son unas alcahuetas de cuidao.
Cuando no pudieron soportar más el calor del medio día, se fueron a la
casa. Àngel les recomendó quitarse la arena en una ducha del jardín. Albert
intentaba encender una barbacoa de obra que casi se fusionaba con la fachada.
Blanca se sentó en el bordillo de la piscina.
Piscina de agua salada.
Lo prefería, no soportaba el olor a cloro en el pelo. Se acercó a su neceser
y sacó la crema de la cara. Tenía la piel tan bronceada de todo un verano en
Cádiz que era imposible que ya se quemara, pero su abuela le decía que si no
se protegía del sol, se arrugaría como una pasa.
El olor procedente de la barbacoa la hacía salivar. Vio una bandeja de
panceta, otra de chorizos criollos y longaniza. Sobre la mesa, Alba troceaba el
pan y lo colocaba en una cesta.
El estómago de Blanca rugía con el aroma. Joan había puesto la música
demasiado alta, Àngel en seguida fue a graduarla.
Mierda, Coldplay.
Una de las canciones preferidas de Oliver, la primera canción que ella
bailó con él. Recordaba que estaba con Noelia, Alba, Regina y El Cari en una
discoteca, y Oliver con sus amigos a unos metros de ellos, en dos grupos
separados, como si hubiesen coincidido por casualidad y no con intención, y
simplemente permanecía un grupo cerca del otro, bebiendo y bailando.
Recordaba cómo se acercaban algunas amigas de Oliver para bailar con
él, pero aquella noche a Oliver no le apetecía bailar. Blanca lo miraba de
reojo, mientras Oliver y Noelia la arengaban. “Seguro que contigo sí
bailaría”.
Blanca rió al recordar la primera frase que le dijo El Cari aquélla noche,
después de que ella le presentara a ese nuevo amigo que había conocido unas
semanas atrás.
“Este es el que te va a desvirgar”.
El Cari siempre tan bruto.
La sonrisa de Blanca se amplió. Recordó una de aquellas veces que ella lo
miraba con disimulo y su mirada se cruzó con la de él.
Qué difícil era mirar a Oliver con disimulo.
El corazón se le aceleró. Se transportó a aquélla noche al escuchar la
misma canción.
“Venga Blanca, que te lo quitan” reían sus amigas.
Blanca esperó y esperó mientras aguantaba las burlas de sus amigos,
intentándola enfadar para que reaccionara, pero los celos no entraban dentro
de los sentimientos de Blanca.
Me encanta esta música.
Recordaba que ella llevaba un mini vestido dorado.
Discreto, discreto. Para que no me viera.
Volvió a sonreír al recordar cómo se giró al fin hacia sus amigos.
“Observad”
Se dirigió hacia Oliver, que en ese momento estaba apoyado en una pared,
parecía distraído. Una chica intentaba conversar con él sin que él hiciera nada
por seguirle el hilo.
Cogió la mano de Oliver y lo acercó a ella. No hizo falta decirle nada, ella
se dio la vuelta sin soltarle la mano y él la siguió. Camino a la pista sintió la
mano de Oliver en su cintura, en la parte izquierda. Él se inclinó para hablarle
al oído. Aquélla fue la primera vez que se sintió rodeada por Oliver, la
primera vez que tuvo aquélla sensación que tantas veces experimentó después
y aún ahora, después de tantos años, le erizaba el vello.
“No bailo muy bien” le dijo.
Pero a una Blanca con dieciocho años, poco le importaba que aquél dios
espartano bailara mal.
Se introdujeron en medio del barullo, con una música demasiado alta,
demasiada gente a su alrededor y luces de colores. En aquéllas circunstancias
era más fácil estar tan cerca de Oliver sin derretirse. Y entre empujones
pudieron bailar.
Al principio no fueron muy confiados, poco más de medio metro los
separaba, pero al final de la música, el DJ hizo algo y la gente empezó a
gritar, o cantar y a dar saltos a la par. Ese momento mágizo donde las voces
suenan fuertes esperando a que la música rompiera. Y Blanca sintió un golpe
a su espalda que la empujó contra el pecho de Oliver. Un chico estaba a punto
de acercarse encima de ellos, o de ella más bien. Oliver lo sujetó, el joven le
dio la gracias y se disculpó. Pero ya Blanca estaba pegada al pecho del
glorioso Oliver.
Y la música rompió. Jamás imaginó poder bailar tan cerca de él. Hasta sus
amigos, más tarde, le confesaron que tuvieron que acercarse para comprobar
si había lío o no, y habían hecho sus apuestas.
Pero no fue aquél día el primer beso de Oliver. No fue delante de todos, ni
en un lugar tan ruidoso.
Después de un tiempo, Oliver le propuso ver una película en el cine, solos
dos. Blanca aceptó sin dudarlo. Compartir brazo de sillón con Oliver ya era
más que ilusionante.
Mientras esperaban que empezara la película, estaban hablando. La
conversación se tornó en su amistad y Oliver la sorprendió con un “No
quisiera perderte de vista”.
Blanca no lo entendió, pero estaba cerca de él, de aquél brazo de sillón
compartido. Se hizo el silencio, solo se miraban. Y si no fuera porque un
grupo de atrás, al sentarse, alguien dejó caer una chaqueta sobre ellos.
El metepatas se disculpó y uno de sus acompañantes le recriminó
“Cortándole el rollo a la pareja”.
Blanca recordaba la sorpresa y el asombro al escuchar aquellas palabras,
porque descubrió que estaban aún más cerca de lo que ella pensaba y que
quizás la intención de Oliver era haberla besado en aquél mismo momento.
Aunque no lo hiciera, algo cambió entre ellos en aquél momento, porque
en aquel brazo compartido, Oliver le acarició la mano, con la primera excusa
que encontró.
Fue en la puerta, a la salida del cine, en el silencio de la noche, donde
Oliver, con su apariencia de engreído, se declaró como lo hubiese hecho
cualquier príncipe de cuento. No era el estilo de Oliver y nunca antes había
actuado así con ninguna chica, pero su hermano Marco, que conocía los
sentimientos de su hermano, le había dado buenos consejos.
Oliver se declaró y no esperó respuesta por parte de Blanca, la rodeó y la
besó. Blanca aún podía recordar aquél tierno primer beso, muy diferente a los
que semanas más tarde se convirtieron.
Pero aquél primer beso fue diferente. No era la primera vez que Blanca
besaba, había besado a algún chico en la adolescencia, pero era su primer
beso de amor de verdad. Y nada tenía que ver.
Se metió en la piscina de agua salada y se sumergió por completo. Aún
bajo el agua, cerró los ojos.
Revivir aquél beso y el torrente de sentimientos que recibió cuando sintió
el labio inferior de Oliver entre los suyos, cálido, sin más intención que la de
comprobar si ella le correspondía.
El beso de Azael.
Revivirlo le ayudó con cierta escena en la novela. Pero Azael no era
Oliver ni ella era la protagonista de su novela.
Cuando sacó la cabeza del agua, casi ahogada, la canción había acabado.
Aún tengo mil demonios dentro. Y no hay forma de echarlos de mí.
Salió del agua, se envolvió en la toalla y entró a por su comida, pasando
junto a la mesa repleta de manjares, sin mirar alimentos ni a los que lo
comían. Los escuchó cuchichear a su espalda.
Sacó del frigorífico uno de sus tupper de arros hervido y pollo y lo metió
en el microondas.
¿Dónde coño se le dará a esto?
Tan moderno era, que no tenía ni puñetera idea de cómo hacerlo
funcionar. Parecía no tener botones, ni ruedas, completamente negro, liso, sin
señal alguna.
Salió al porche de nuevo y miró a Àngel, que era el que tenía más cerca.
—¿Me puedes decir cómo funciona el microondas?
Àngel sonrió y se levantó de la mesa. Blanca se sonrojó.
Si es que…, de verdad, a veces parezco lela.
Àngel pasó el dedo junto a la portezuela del electrodoméstico y este se
encendió. Varias luces rojas se encendieron formando botones, números
digitales.
Arcoiris y unicornios le faltan a la puta casa esta.
—Gracias.
Àngel se lo dejó accionado, no dijo nada más y se fue a seguir comiendo.
A los pocos segundos la comida de Blanca estaba lista. Con el estómago
rigiéndole, ni loca pensaba ponerse junto al resto a comer. Así que sentó en
una banqueta alta y comió allí mismo en la cocina. Engulló demasiado la
rápido la ración y eso que el pollo recalentado era seco a más no poder.
Miró a su alrededor y miró el fregadero. No había estropajo ni jabón. Si
había lavavajillas en aquélla cocina, estaba bien camuflado entre los muebles.
Pasó la mano por algunos y abrió una especie de despensa, que resultó ser un
platero.
Paso. A tomar por culo el tupper.
Salió al porche y tiró el tupper a la basura.
Àngel rió con disimulo al verla.
A señorito adinerado le hace gracia que no sepa manejar la alta
tecnología. Pues te puedo mandar al mismo sitio donde he mandado al
tupper.
Blanca cogió su móvil y modificó la alarma. Justo en tres horas, volvería a
comer. Aparentemente, y eso era lo que pensaban todos los que la rodeaban,
Blanca vivía en una especie de jaula, condenada por una disciplina
insoportable. Pero después del tiempo se había acostumbrado.
Encontró una tumbona de red entre dos árboles en el jardín. Le
encantaban aquéllas cosas. Daba la sombra, no pasaría excesivo calor.
Noelia y El Cari, desde lejos, la llamaron y alzaron un paquete de tabaco.
Blanca negó con la cabeza.
Fumar no le disgustaba en noches de fiesta o reunión de amigos, pero
intentaba no acercarse al vicio demasiado.
Se tumbó en aquella red, el suave balanceo la relajó, aún estaba húmeda
del baño. Parte de la ansiedad se disipaba, cerró los ojos y se apartó a otro
lugar, lejos de allí. Su inmenso y maravilloso mundo repleto de ruido, donde
todos sus personajes le hablaban a la vez en cuanto la veían llegar, donde no
existían sus demonios, donde no podía sentir ansiedad, ni pena, ni dolor…
Àngel se acercó a Regina.
—¿Siempre es así? ¿O le pasa algo?¾le preguntó.
—Bueno… —Regina no sabía cómo responder sin que sus palabras
sonaran a crítica con su querida amiga¾. Ella necesita su espacio.
Àngel frunció el ceño. Era difícil de entender que Blanca se apartara hasta
de su propias amigas. No amigas cualquiera, sabían que ellos cinco eran
amigos desde la infancia, como familia.
—Ella es un genio —añadió Regina¾. Necesita…¿hablar con las musas?
Supongo.
Àngel miró a Blanca.
—Sea lo que sea —miró a Àngel¾. No te acerques.
9
Blanca llevaba un vestido blanco de licra hasta la rodilla, con escote
palabra de honor. Sin aberturas, sin adornos, de lo más sencillo que tenía en el
armario.
Iba a dormir en una casa con chicos que apenas conocía y que
seguramente beberían aquella noche. No quería tener problemas, que por
desgracia, aumentaban si su ropa era demasiado atrevida.
Se maquilló como solía hacerlo por la noche, con la raya del ojo bien
marcada y un difuminado de sombras beige y doradas que hacían que el verde
de los iris resaltara. El pelo, demasiado ondulado por el salitre del mar era
difícil de domar. Así que El Cari le ayudó a plancharlo a conciencia con la
plancha de Alba.
Se nota que es de las buenas. La mía me rompe más pelo del que alisa.
Blanca se miró al espejo. Sus aspecto con el pelo planchado cambiaba.
Era extraño verse con menos volumen en el pelo.
—Estás divina
¿Qué otra cosa va a decir El Cari?
Bajó, ya estaban todos. Echó en falta al hermano de Albert, pero no
parecía andar por allí ni que fuera a salir con ellos. Salieron.
Estuvieron en un par de sitios, a copa por local, hasta que entraron en uno
algo más lleno y con música más animada, que se encontraba pegado a la
playa.
Blanca decidió no pedir nada. Demasiada bebida para un estómago
delicado y prefería conservar todos instintos en lugares desconocidos.
Los amigos de Joan no parecían malos chicos, Oscar, Albert, Sergio y
Toño. Eran amables al menos y respetuosos, aunque a veces le largaran algún
tirito a Blanca, que esta evadía de inmediato. Desistieron pronto sobre ella.
Blanca se disponía a dar una vuelta con Regina por la playa. Justo cuando
iban a salir vio a Àngel entre un grupo de hombres, más cercanos a la edad de
él que a la de ella.
Las saludó u les presentó a sus amigos, que aunque estuvieran en una
edad, donde las hormonas se han asentado ya, miraban a Blanca igual que lo
hacían los veinteañeros.
—¿Dónde vais? —les preguntó.
—A la playa¾le respondió Regina.
—¿Solas? ¿Estáis locas?
Un grupo de muchachas se acercaron a ellos, eran tres y parecían ser parte
del grupo de Àngel. En seguida las tres las inspeccionaron de arriba abajo. Se
detuvieron en Blanca más de lo debido.
—No vais a ir a ninguna parte —Blanca dio un paso atrás.
¿En serio?
—Quedaos con nosotros, ¿queréis algo? —Blanca negó y Regi aceptó un
refresco.
Aparecieron Noelia y Alba.
—¿No ibais a la playa? —preguntaron.
Blanca levantó los brazos hacia Àngel, que traía el refresco de Regina.
—Papá dice que no vamos a ninguna parte —lo dijo con cierto tono seco
y lo suficientemente alto como para él la oyera.
Voy a aguantar yo que me dirija el capullo este.
Miró a las amigas de Àngel y le recordaron cómo solían mirarla los ligues
de Oliver.
Estas son entonces esas amigas que decías hoy en la playa…
Una de ellas, de pelo castaño enrollado en un recogido, vestida con un
ajustado vestido rojo que lucía con una figura demasiado delgada para el
gusto de Blanca, estaba demasiado cerca de Àngel.
Esta es la que te tiras, ¿no?. Pues vete con ella y déjanos en paz.
—Regi —la llamó¾. Bébete eso y vámonos.
—os ha dicho que no vayáis a la playa porque será peligroso —intervino
El Cari¾ ¿Dónde quieres ir?
—A donde me salga del pot…
—Ojú, esta ha bebido mucho —la cortó Noelia.
Blanca miró de reojo a Àngel. Este estaba en una conversación con la del
vestido rojo. Cogió el vaso de Regi y lo dejó en una mesa.
—Cuando os pregunte le decís que estamos en la playa —le dijo a sus
amigos.
Tiró de Regina y salieron de allí.
La playa estaba más oscura y más llena de borrachos de lo que esperaba.
Àngel estaba en lo cierto, que las dos solas, andar por allí, no era buena idea.
—Blanca, mejor volvemos.
—Ni hablar, espera…
—Blanca, aquí hay solo borrachos, mira lo que nos dicen. Tal y como está
la cosa, vámonos de aquí.
Un año en Londres, se había olvidado de lo capullos que se ponían los
machos humanos cuando bebían.
—¿Y darle la razón a ese? Escucha —tiró de Regina hacia una calle más
iluminada, allí había un pub de sillas de mimbre que parecía tranquilo. Blanca
lo señaló¾. Vamos allí y nos tomamos algo y luego volvemos. El paseo por
la playa ha sido maravilloso y relajante, ¿vale?
Regina comenzó a reír.
—Pero, ¿por qué? —Regina no entendía el empeño de Blanca.
—No lo has visto, ese Àngel —Blanca estaba sorprendida de que Regina
no compartiera su opinión.
—Llevaba razón, era por nuestro bien. No seas así, Blanca. —Regina y su
amor por todo el mundo la comenzaba a desesperar.
Blanca negó con la cabeza.
—Regina, mírame la cara —se puso frente a su amiga. Regi sonrió al
mirarla, siempre lo hacía. A veces Blanca llegó a dudar si aquélla mirada era
devoción de amiga o algo más¾. ¿La ves? Mi padrastro me la parte porque
no consiento que me dirija.
Tanto Alba, como Regina, como El Cari y Noelia, eran conscientes de su
situación.
—Durante años —le brillaron los ojos¾. Nadie va a decirme qué puedo o
no puedo hacer.
Regina no supo qué responderle. Ya habían hablado demasiado del
miserable y que tenían que denunciarlo. Pero Ni ellos, ni Oliver habían
conseguido que ni Blanca ni su madre lo hicieran. Entraron en el pub y
pidieron dos refrescos. Tras media hora salieron de nuevo y se acercaron al
paseo. Por idea de Blanca, metieron los pies en arena y se la extendieron por
las pantorrillas.
—¿Cómo caes en estos detalles? —reía Regina.
—Soy escritora, mi trabajo es hacer que las mentiras parezcan verdad —
respondió Blanca. Regina levantó la cabeza hacia ella, sorprendida por lo que
acaba de oír.
Sonrió.
—Creo que le gustas —le dijo Regi.
—¿A quién? —su voz sonó aburrida, distraía, aunque sabía perfectamente
a quién se refería.
—A Àngel —respondió Regi.
Blanca negó con la cabeza.
—De todos modos da igual —cogió la mano de Regina. Oyó unas voces,
palabras obscenas procedentes de no muy lejos de donde ellas se
encontraban¾. Vámonos de aquí.
Llegaron junto al resto. Blanca entró sin mirar a Àngel.
Y hasta sin mirarte te noto el cabreo.
Se acercó a Noelia, que estaba con Oscar y Albert.
—Hacía fresquito en la playa —dijo sin dejar de sonreír¾. Me estaba
asfixiando aquí.
Àngel estaba a su espalda, no se había dado cuenta de que se había
acercado. Blanca se giró hacia él. Si tenía que ser sincera, bien vestido aún le
recordaba más a su amor platónico de Piratas del Caribe.
Cuanto más lo miro, más guapo me parece, todo sea dicho.
—¿Bien en la playa? —le dijo él en un tono de reproche.
Blanca bajó la mirada hacia sus pantorrillas, se inclinó y se sacudió la
arena.
—Muy bien —ni lo miró.
La amiga de Àngel, la del vestido rojo, estaba cerca, mirándola con
atención.
Llévatela a casa, echa un polvo y pasa de mí.
Àngel negó con la cabeza y se alejó de ella. Como si hubiese escuchado
sus pensamientos.
Pasaron un rato más allí, hasta que decidieron marcharse a casa. Hacía
rato que había perdido de vista a Àngel, la última vez que lo vio estaba más
pendiente de los chicos que se le acercaban a ella, que a las conversaciones de
sus propios amigos, incluida la del vestido rojo.
Vale, me he comportado como una niñata chula, lleva razón en enfadarse.
Pero podría disimular su enfado conmigo, le va a costar el polvo hoy si la
rubia tiene algo de autoestima. No merece la pena. No merezco la pena.
Llegaron a la casa, había luz en el jardín. Albert abrió la puerta. Àngel
estaba allí con sus amigos, dos hombres y las tres mujeres. Blanca pudo ver
cómo a la del vestido rojo se le descompuso la cara en cuanto la vio.
Albert sacó botellas y refrescos y Joan traía el hielo. La fiesta continuaba,
al parecer. Y ya en casa, no había límites.
Momento justo para retirarse.
Miró a Regina.
—Yo ya estoy cansada —le dijo a su amiga.
—¿Qué te vas? —se entrometió El Cari¾ Que va, esto se va a poner
ahora divertido y si te as pierde la gracia.
Noelia le echó el brazo por encima a Blanca y la sentó en una tumbona
cerca de la piscina. Todos rieron menos Blanca.
—Tú quédate y a ver qué pasa —dijo Noelia en un susurro. Alba se
acercó en seguida.
—Ni te ocurra irte ahora.
Blanca miraba a unos y a otros sin entender.
—Le sentó fatal que os escabullerais —comenzó Noelia¾. Y la del
vestido rojo comenzó a hacerle carantoñas, pero al parecer Àngel no tiene hoy
ganas de historias con ella.
—A este le molas —añadió El Cari.
Joder
Se puso en pie.
—Ahora sí que me voy —miró de reojo al grupo de Àngel.
Noelia se levantó y la sentó de nuevo.
—Espera que quiero comprobar una cosa —miraba de reojo al grupo de
Àngel que estaba retirado de ellos.
—Se van ya —decía El Cari¾. Mira, mira.
Blanca miró de reojo. Àngel los acompañó hasta la puerta. Se despidió de
ellos, la del vestido rojo fue la última en salir. Blanca giró todo su cuerpo,
mirando con curiosidad. Ella se inclinó sobre Àngel y este la esquivó, y el
beso dirigido hacia su boca, quedó en el aire, a unos centímetros de su mejilla.
Joder.
—¿Ves? —le susurró Noelia¾. Y porque ella es tonta, porque ha notado
que él te miraba a ti toda la noche.
—Pero que digo yo —decía su amigo¾. Que el muchacho para un
favor…
Blanca entornó los ojos hacia El Cari. Negó con la cabeza.
En eso pensaba yo, seguro. Y mira que llevo desde Navidad con el cerrojo
echao ahí abajo. Pero ni por esas.
—Le molas, le molas un montón —confirmaba Noelia casi para sí.
—No, para nada —María sonrió¾. Y menos después de lo de hoy.
—Te quedas y lo comprobamos —decía Regina.
—Y, ¿qué queréis hacer? —preguntaba María sin entender tanto interés.
—Ahora nos vamos dispersando, si se viene aquí contigo es que le gustas
y que sus amigos y la chica del vestido rojo, le han estorbado toda la noche —
decía El Cari.
¿Qué yo me quede aquí hasta que este le de por acercarse? ¿Con el sueño
que tengo? Y una mierda.
Àngel entró en la casa. Blanca lo vio a través del cristal. Metía vasos en lo
que dedujo, sería el lavavajillas.
—Chicos, tengo sueño, de verdad. Mañana ya seguís con esto.
—Que no, que no…
—De verdad, me estoy agobiando…
Blanca miró al suelo. Dudaba de que tuvieran razón. Pero ella misma
sentía curiosidad por si lo que deducían sus amigos o ella misma, era cierto o
no. Tenía más días para comprobarlo, pero la reacción de Àngela aquélla
noche le había parecido excesiva, tanto con ella, como con la chica rubia.
No es un niño, es un hombre ya como para comportarse así.
—Acércate tú —la animó El Cari.
Blanca entornó los ojos.
No es normal que reacciones así. ¿Qué te pasa?
Blanca se puso en pie.
—Venga Blanca —añadió Noelia¾. Juega por una vez.
—Ya va siendo hora —Alba la empujó¾, que se note que estás viva.
Pareces un ánima últimamente.
¿Jugar?
—Si esto acaba de forma bochornosa, será por vuestra culpa —dijo María
sin mirarles.
Suspiró.
—Os sacaré de dudas y luego me voy a la cama —les dijo y se dirigió
para hacia el interior de la casa.
Àngel aún estaba en la cocina. María le sonrió. Imagino que los cotillas de
sus amigos estarían agolpados cerca de la cristalera.
—Yo me subo ya —le dijo a Àngel.
—¿Ya? —se extrañó él.
Ella se puso delante de él y lo miró.
—Suelo levantarme temprano, aún más si duermo en un lugar extraño.
Cuanto antes me acueste, mejor.
Blanca miró la hora en la pantalla de su móvil, eran las 3:30, demasiado
tarde para ella.
—Y de eso quería hablarte —le dijo y Àngel se extrañó de oírla decir
aquello.
Estaba apoyado en la encimera de la cocina, esperando la explicación de
Blanca.
—Suelo levantarme muy temprano —añadió ella¾, estoy acostumbrada a
cierta actividad y… me entra ansiedad si no puedo moverme con libertad.
Lo miró a los ojos.
—Quiero poder salir de aquí mañana sin tener que saltar la valla —fue
directa.
No te estoy pidiendo las llaves de tu casa ni mucho menos. Joder, sí te
estoy pidiendo eso, o que te levantes a las siete a abrirme.
—Graba mi móvil —le dijo y le numeró mientras Blanca tomaba nota.
Blanca lo miró sonriendo.
—Gracias.
Àngel se quedó un momento pensativo y le sujetó el brazo. Sacó unas
llaves de su bolsillo.
—Estas son de la puerta de la casa, cuando abras déjalas sobre la mesa. La
puerta de fuera es automática y se abre desde el botón que hay junto a la
puerta —le explicaba¾. Si quieres volver a entrar me llamas.
Blanca miraba las llaves que oscilaban en la mano de Àngel.
Tengo que tener rojas hasta las orejas.
—No dudo de que si no te las doy, saltarías la valla.
Blanca rió.
Se acercó hacia Àngel para coger las llaves, demasiado cerca.
Ahí va la respuesta de vuestra duda. Y de la mía también.
Cogió las llaves y se retiró un poco de él. No dejaba de mirarlo, se inclinó
de nuevo hacia. Blanca entre abrió los labios para encajarlos con los de él, en
un simple beso inocente, lento, sin prisa por desprenderse de los de Àngel.
Como el que había descrito en Azael, tal y como lo hizo Oliver con ella.
Pues llevabais razón, so alcahuetas.
Se retiró de Àngel y apartó la mirada. Él estaba completamente
contrariado.
Y yo metida en un lío. Ahora qué le digo.
Blanca se giró sin mediar palabra y se fue hacia el cuarto de aseo que
había cerca del salón. El primer lugar que encontró para esconderse.
—Espera —Àngel la siguió. Pero Blanca cerró la puerta del baño, a
centímetros de la cara de Àngel.
Joder. No me puedo quedar aquí mucho tiempo. Por favor, qué vergüenza.
¿Jugar? ¿Jugar a qué? ¿A cómo se puede ser más imbécil?
Apoyó la frente en la puerta.
Vale, lo he hecho. Está hecho, no puedo borrarlo, disiparlo. Joder, no es
una puta novela. La he cagado de verdad.
Tomó aire. Abrió la puerta, Àngel aún estaba fuera.
Te he dado con la puerta en las narices. ¿Qué coño haces esperando a
que salga?
—¿Por qué lo has hecho? —le preguntó él. Blanca le dio la espalda, se
había dejado las llaves en el lavabo.
Cogió las llaves, salió del baño pero Àngel se interpuso entre ella y las
escaleras.
¿Qué por qué? Porque mis amigos son unos morbosos y yo la idiota que
les hace caso. Y les hice caso porque yo también quería saberlo.
Tomó aire.
—Curiosidad.
Alaaaa, encima le digo la verdad.
—¿Curiosidad por qué? —parece que era lo último que se esperaba oír.
—No es la primera vez que intentan besarte hoy y no te has dejado.
Quería probar suerte.
Qué quieres que te diga. Si ha sido eso.
—Bueno…¾aquella respuesta pareció gustarle más¾. Tú puedes probar
todas las veces que quieras.
Se me acaba de caer la peluca. Madre mía, qué vergüenza estoy pasando.
—Vale —Blanca se quedó sin saber qué decir¾. Hasta mañana.
¿Estás esperando que te bese otra vez? No, no, ni de broma.
—Hasta mañana —repitió y Àngel se apartó extrañado de su reacción.
Encima va a pensar que tengo un trastorno o algo. Y lo tengo, pero no de
este tipo. Madre mía Raquel, si me vieras…
Subió entró en su habitación. Cerró la puerta, su móvil sonaba, los
mensajes llegaban sin cesar. “Campeona”, “Crack”, “lo de la puerta, jajaja”.
Silenció el móvil.
Os tendría que haber mandado a la mierda en vez de dejar que me
enredarais.
“Que os den” les escribió y obtuvo como respuesta decenas de
emoticonos. “Ahora voy a tener que aguantar el bochorno hasta el domingo”.
Más emoticonos y risas.
“Que os den a los cuatro”.
Blanca rio aún sin saber muy bien por qué.
En fin…
Se cambió, se quitó con paciencia el maquillaje de la cara y te acostó.
Espero que mañana se haya olvidado de esto. Siempre podré poner la
excusa de la bebida, eso siempre cuela.
Hizo una mueca.
Se ve legua que no estoy bebida.
Cerró los ojos, su corazón se fue calmando y su respiración se reguló. Ni
siquiera escuchó al Cari llegar y acostarse en la cama de lado.
10

Abrió los ojos. El Cari roncaba plácidamente en la otra cama. Aún estaba
amaneciendo. Se levantó y corrió hacia el baño.
Se dio una ducha, se colocó el biquini, unos shorts, una camiseta de sisa
ancha y una sudadera.
Con cuidado de no despertar a su amigo, metió en su bolso el móvil, un
cuaderno y una libreta y sus auriculares.
Todo el mundo parecía dormir. Bajó con cuidado de no hacer ruído. Abrió
con las llaves que le dio Àngel, las dejó sobre la mesa y salió al jardín
después de pulsar el botón que abría la gran puerta metálica de la fachada.
Cuando ya estuvo fuera le envió un mensaje a Àngel.
“Tienes las llaves sobre la mesa”
Sin un “Buenos días”, sin cordialidad alguna.
Qué largo se me van a hacer estos días. Qué cagada la de ayer.
Llegó hasta el paseo y bajó a la arena. El sol ya estaba fuera. La playa
estaba solitaria, algunos runners y personas mayores caminando.
Extendió su toalla circular y se sentó en medio. Cogió sus auriculares y su
libreta.
Hizo una foto del mar y la subió a su “Insta”, sin poner comentario
alguno. Pasaba fotos de las personas a las que seguía y sintió ganas de
curiosear el instagram de Oliver.
Hoy lo necesito. Es lo único que puede disipar la cagada de ayer.
Fotos de sus vacaciones, pies en la playa, huellas en la arena, alguna foto
del viaje a Tailandia que hizo mientras ella escribía Azael.
Y las colgará hasta la saciedad. Qué imbécil.
Siguió curioseando en la red más fotos de Oliver y su maravilloso verano.
Qué cuerpazo tiene el cabrón. Normal que me haya dejado tocada para
toda la vida.
Se rió de sus propios pensamientos.
Incapaz de estar con ningún otro.
Algo había avanzado. Al menos sentía alguna atracción por Àngel e
incluso lo había besado.
Algo es algo. No es tan malo. Quizás me haya venido bien. Ya hoy nadie
se acordará y yo he dado un paso conmigo misma.
Tengo que ser positiva como dice Raquel.
Cogió su libreta. Estaba diseñando una nueva novela. Una estructura y
algunos personajes. No podía concentrarse tan bien como lo hacía en Cádiz,
aquí tenía más distracciones.
Se tocó el hombro. Una almohada desconocida, un colchón que no era el
suyo y demasiadas horas de escritura durante las últimas semanas, hacían que
esa parte la tuviese tensa, dolorida.
Tenía la mala costumbre de no cargar con sus pastillas para la espalda.
Supongo que en casa de médicos, no faltarán las medicinas.
El padre de Àngel era médico también.
Alguien la había tocado y se sobresaltó. Se giró en seguida.
Joder, Àngel. Casi me matas del susto.
—Perdona —se arrodilló junto a ella¾. Soy también madrugador.
—Buenos días —tuvo que sonreír. Qué remedio le quedaba.
Empezó el día. Joder, ya podrían llamarlo de urgencias y que se tuviera
que pirar a Barcelona.
—¿Estabas escribiendo? —preguntó mirando la libreta que ella acababa
de dejar sobre la toalla.
—Algo así —Blanca soltó el bolígrafo.
No me vayas a sacar el tema, por favor.
Ok, no te dejaré que lo saques.
—¿No traerás una libreta de esas donde los médicos hacéis garabatos que
solo saben leer los farmaceúticos, no? —preguntó de manera resuelta. Àngel
rio con la pregunta.
—¿Qué necesitas?
Un chute chungo.
—Ibuprofeno y Diazepan —respondió tocándose el hombro izquierdo.
Àngel frunció el ceño.
—El paciente le dice al médico lo que tiene que tomar —comentó con
ironía¾. A ver…
Blanca se bajó la cremallera de la sudadera hasta la mitad y la dejó
resbalar por el hombro.
Àngel se colocó tras ella. Blanca no se atrevía ni a mirarlo. Sintió la mano
de él mano sobre su hombro y bajar la tiranta de la camiseta. Cuando Àngel
hizo pinza con los dedos en su trapecio Blanca cerró los ojos.
Duele, joder.
—Madre mía…
Es una bola enorme, lo sé. El mal del escritor, hombro, lumbar, cuello.
Estoy hecha una pena.
—Ahora cuando suba haré algún garabato en la libreta para ti —concluyó
riendo.
No pienso girarme, estás demasiado cerca.
—Gracias —le respondió ella mirando al mar.
—¿Desde cuando estás así? —le preguntó y esta vez dirigió sus manos
hacia el cuello.
—Ya hace tiempo —aguataba el dolor sin rechistar. Àngel no apretaba
con fuerza, era una leve presión, pero tenía los músculos tan tensos que le
dolía. Un dolor placentero, como el comienzo de una sesión de fisioterapia, la
antesala del infierno.
—Resistente al dolor —dijo él y ella rio.
Se hizo el silencio un instante.
Va sacar el tema, sino hablo de otra cosa, va a sacar el tema.
—Anoche me dejaste un poco contrariado.
Si yo sabía que lo sacaría. Pues imagina cómo me quedé yo…
—Que hicieras eso y luego que fueras así casi sin hablarme…¾decía él.
Blanca se giró hacia él, que aún le tocaba el hombro.
—¿Qué esperabas? ¿Qué pasara la noche contigo por darte un beso? —
Àngel se sobresaltó con la respuesta.
Ostias. Pero qué bruta soy.
—Tampoco eso —bajó la mirada¾. Pero no que reaccionaras así.
Blanca se giró hacia el mar de nuevo.
—Olvídalo —le dejo a Àngel —. No tiene importancia.
—Me alegras que dejes claro que no tiene importancia —respondió él.
Solo curiosidad, ¿no?
Blanca negó con la cabeza.
Déjalo ya, en serio…
—¿Vas besando a los tíos por curiosidad? —preguntó él.
No, solo si me gustan.
—Claro que no. Quería comprobar si te dejarías, nada más.
—Y ahora que lo sabes qué —apretó en el hombro de nuevo y Blanca se
encogió levemente.
—No opusiste impedimento así que no lo volveré a hacer —respondió.
Tú sigue indagando, que verás el lío que voy a montar aquí. Estoy
quedando como una imbécil.
—Ok, si hubiese opuesto impedimento, sí lo volverías a hacer.
Siiii, soy una niñata, ¿no lo ves?
—Quizás…
—¿Te gusta que te rechacen? —Àngel se inclinó a su izquierda para verle
la cara.
Blanca lo miró.
—Me gusta se me resistan —arqueó las cejas.
Me está quedando de chick lit esto. En cuanto se vaya, cojo la libreta y lo
apunto.
Àngel negaba con la cabeza.
—Juventud…¾decía él.
Juventud, inmadurez, niñateo…todo eso junto, sí.
—Entonces te gusta todo el que se te resiste…
Blanca negó con la cabeza.
—No. Tiene que gustarme antes —respondió convencida.
Vale, acabo de decirle que me gusta un poco. Yo me voy a Barcelona en
cuanto este me recete las pastillas.
—Vamos, que para ti es un juego —dijo Àngel mientras Blanca metía sus
cosas en el bolso.
Exacto, un juego. Eres listo, tío.
—Pues a mi edad ya no me gusta jugar —añadió.
Blanca se giró hacia él.
—Pues no juegues —respondió.
Àngel miró sus ojos. A la luz del sol el verde de los iris de Blanca eran
totalmente transparentes, con algunas motas más oscuras y algún hilillo
dorado, rodeados de un aro negro.
—Madre mía —murmuró él¾. Qué lío tienes en la cabeza.
No lo sabes tú bien.
Se levantaron y la ayudó a sacudir la toalla y meterla en el bolso de
mimbre.
—¿Se habrán levantado los durmientes? —preguntó Blanca.
Àngel rio. Caminaban hacia las escaleras que accedían al paseo, de nuevo.
Cuando llegaron a la casa, Noelia y Regina, Oscar y Albert, ya estaban
levantados.
Blanca pudo hacerles un resumen de la conversación de la playa. Ya se
encontraba totalmente tranquila. La había cagado y posteriormente lo había
arreglado cagándola aún más.
Ahora Àngel piensa que soy una inmadura, caprichosa y alocada niñata.
Menos mal, creo que yo le estaba gustando.
Ya no tendría que preocuparse. Aquella mañana no pisaron la playa.
Hicieron planes de comida, de la cuál Blanca sí pensaba participar.
Un día es un día, a comer como si no hubiese un mañana.
La ansiedad iba y venía. No traía consigo tampoco ninguna medicación
para ello. Odiaba la medicación que el psiquiatra que trabajaba con Raquel, le
mandaba.
Me mata la creatividad y la lucidez y me hacen engordar. Prefiero las
palpitaciones, los dolores y la fatiga.
Los chicos rodeaban la mesa del porche. Blanca estaba liada en su toalla,
junto a ellos, acababa de salir del agua. Aún chorreando, se sentó a escuchar
cómo decidían las delicias que comería ese día.
Vio un brazo sobre ella y una bolsa blanca con letras verdes. Se giró. Ya
no se acordaba, las pastillas.
Hasta ha ido por ellas.
—Gracias —le dijo cogiendo la bolsa en el aire.
No me he puesto roja porque estoy mojada. Mojada de agua de la piscina,
digo.
Àngel le guió un ojo.
Si es que encima es guapísimo. Y yo haciendo la niñata.
Se levantó para ir a la cocina a por agua. Se tomó el ibuprofeno en
seguida, la otra pastilla la dejaría para después de comer, para poder echarse
en la cama relajada un rato. La tensión del hombro la estaba matando. Luego
vio que también le había traído un protector de estómago.
Desde luego que es para pedirle matrimonio.
Rió. Era una pena que sus sentimientos contradictorios, su autocrítica y su
ansiedad, no le permitieran disfrutar de las cosas más simples. Cualquier otra
joven, como la del vestido rojo de la noche anterior, estaría encantada de que
un hombre así tuviera interés en ella.
Y yo intento hacerlo huir actuando lo más imbécil que sé.
Pero era la realidad. No había olvidado por completo a Oliver, este se
había convertido en un recuerdo encapsulado en alguna parte de su alma. Su
amor imposible, lo más parecido a un amor idea frustrado. Lo último que
necesitaba, ahora que estaba volcada en sus estudios y su carrera literaria, era
comenzar a tener sentimientos por un hombre, con el cual seguramente no
tendría nada.
Ni yo quiero nada.
Oía la palabra “novio” en la boca de cualquiera y le entraban hasta
picores. Alejarse de todo el que perturbara su tranquilidad con sentimientos
de cualquier tipo. Ese era su objetivo. Demasiado tenía que aguantar en su
vida diaria y aún desconocía cómo se le plantearía el próximo curso. Su
principal preocupación, sobrevivir. Encontrar un trabajo que le permitiera
estudiar el tiempo suficiente para mantener su nota media más la escritura. Si
a todo ello le sumaba su entrenamiento, no tendría tiempo para nada más.
Sus pulsaciones estaban aceleradas y su estómago, deseoso de recibir
delicias, comenzaba a llenarse de angustia.
No es justo, no lo es. Oliver disfruta de la vida, y yo…
Pero en el fondo lo sabía. Oliver no tenía problemas en el interior de su
cabeza, ella sí.
Inmadurez
Raquel se lo explicaba con naturalidad. Blanca había pasado gran parte de
su vida en un mundo que no existía, absorta, retraída. Aquello que la hacía
escribir historias maravillosas, siempre había sido su refugio. Tantas horas en
aquél lugar, tantos días, durante años, le habían impedido enfrentarse a la
realidad tal y como era.
La realidad siempre fue una mierda.
Convivía con un maltratador. No se culpaba por buscar refugio en una
parte donde nadie podía entrar, solo ella.
Rechazo.
Ese era el resumen de sus vivencias en veintiún años. Rechazo por parte
de su padrastro. Por parte de sus compañeros del colegio en secundaria,
cuando ella era diferente y al parecer con un físico digno de burlas. Rechazo
por parte de compañeras en Bachillerato y la universidad, por ser lista, por ser
tener un físico que resaltaba entre el resto.
Rechazo, rechazo, rechazo.
Comenzó a tener fatiga, se dirigió hacia el wc que había junto la cocina.
Le dio tiempo a llegar. Vomitó.
En cuanto se repuso, limpió a conciencia la taza del WC. Hacía meses que
su cuerpo no reaccionaba así.
Mierda.
Ahora tenía otro problema, su salud mental volvía a reflejarse en su salud
física.
Salió del baño. Alba estaba en la cocina con Regina y Àngel.
—La comida acaba de llegar —le dijo Alba sonriente.
Fetuchini a los cuatro quesos, había pedido al restaurante a domicilio.
No podría comer ni un uva. Qué fatiga tengo.
—No me encuentro bien —le respondió Blanca y vio cómo Arian, que
sacaba platos de un cajón, levantaba la cabeza¾. Me voy a dormir un rato.
Se acercó a la encimera donde había dejado los medicamentos.
—¿Sin comer? —le preguntó Regina.
Blanca hizo una mueca y negó con la cabeza.
—Comed vosotros —se giró hacia las escaleras¾. Me voy arriba.
Oyó murmullos.
Encima creerá que soy bulímica.
Pero poco le importaba. Entró en el dormitorio y corrió persianas y
cortinas. Se tomó una pastilla de las que le había traído Àngel y se metió en la
cama.
Nunca hay silencio aquí dentro.
Cerró los ojos. Tras veinte minutos notó cómo su cuerpo se iba relajando.
Recordó que había dejado abajo su móvil, ya no podría bajar aunque hubiese
querido, conocía el efecto de la medicación, ya no podría levantarse de la
cama hasta que pasaran lo efectos.
Sintió un leve mareo, se dormía…
11

Habían terminado el almuerzo. Regina ayudaba a Joan y a Àngel a meter


los platos en el lavavajillas.
—No es nada, tiene problemas de estómago —le explicaba a Àngel¾. Se
le pasará.
—Me tiene desconcertado vuestra amiga —le decía él¾. Es…
impredecible.
Regina acabó de enjuagar el último plato y se lo dio a Àngel.
—A ver… —no sabía cómo explicárselo sin comprometer la intimidad de
Blanca¾. Mi consejo es que no intentes buscar explicación para todo lo que
hace.
—Es inevitable, créeme —Àngel cerró el lavaplatos.
Regina sonrió.
—¿Te gusta, eh? —ya lo sabía pero preguntarlo directamente era
divertido.
Àngel entornó los ojos y abrió la boca para responder, pero se tomó un
instante.
—No y sí —levantó una mano¾. Sería imbécil si no me gustara, es
evidente. Una de las chicas más guapas que he visto, vale. Pero estoy
totalmente convencido que lo mejor que podemos hacer los hombres, es
alejarnos de ella.
A Regina le parecía feo darle la razón en voz alta, no lo hizo, se lo guardó
para ella.
—Es inofensiva —le respondió Regina¾. Pero tiene una parte especial
que la hace…ser diferente.
Salieron al jardín, la mayoría salvo el Cari y Noelia, que habían salido a
tomar un helado, se habían retirado a dormir. Regina se sentó en una tumbona
y Àngel se sentó a su lado.
—¿Sigue enamorada de su ex? —preguntó con curiosidad.
—¿De Oliver? —Àngel reaccionó ante el nombre. Blanca nunca lo
nombró¾. No creo. Ya hace más de un año.
—Pero tampoco se acerca a nadie…
—Se acercó a ti, me pareció ver anoche, ¿no? —Regina parecía divertirse.
—Y luego salió corriendo, síiii, se acercó muy decidida —la ironía de
Àngel hizo que la risa de Regina aumentara.
—Bueno, siéntete afortunado. Blanca no suele hacer eso. De hecho, es la
primera vez que la veo besar a alguien por iniciativa propia. Ni siquiera con
su ex.
—De todos modos, da igual —respondió él¾. Yo me voy a Barcelona
mañana.
Regina arqueó las cejas.
—No sois tan desastrosos como esperaba. Creo que podéis estar sin mí
aquí sin prender fuego a la casa. Hace un momento se lo he dicho a Albert, se
va a quedar a cargo de todo.
—Se agradece la confianza.
Ambos se giraron hacia la puerta del porche. Blanca los miraba, después
de comprobar que no había nadie más, se acercó a ellos.
—Buenas tardes —no se le ocurrió otra cosa, se tapó la boca para
bostezar.
Àngel la miró, había recuperado el color saludable que tenía por la
mañana, muy diferente a la expresión con la que a medio día había salido del
WC.
—¿Mejor? —le preguntó.
Blanca asintió. Se sentó junto a Regina, en el lado opuesto de Àngel.
—Àngel me estaba diciendo que se va mañana por la mañana —Regina
parecía estar deseando de que Blanca se enterara.
Joder, qué suerte tengo.
—¿Trabajo? —decir por decir.
—Ya no somos un peligro…
—Ah —Àngel miraba hacia la piscina. Sonrió.
Regina bostezó. Miró a Blanca y le guiñó un ojo.
—Voy a subir un rato. Hemos quedado a las seis para ir a la playa —le
dijo a Blanca.
Se levantó y se fue hacia la casa. Blanca la siguió con la mirada hasta que
la vio desaparecer.
—Así que somos de fiar… —le dijo a Àngel.
—Lo parecéis, sí —Àngel rio y luego negó con la cabeza¾. Y yo no
pinto nada aquí. Sois los amigos de mi hermano.
Blanca sonrió.
—¿Tan insoportables somos? —le preguntó con ironía.
Blanca giró su cuerpo hacia Àngel, se recostó en el reposacabeza de la
tumbona y puso los pies en el lugar donde había estado Regina, a unos
centímetros de Àngel.
La razón de que te vayas no te la crees ni tú.
—Yo me iría también —le dijo Blanca¾. Cuando llevo demasiado
tiempo entre gente…
Àngel entornó los ojos.
—Puedes venir conmigo, si quieres.
No, no. Prefiero quedarme, en serio. Vaya arreglo.
—Prometí a mis amigos pasar estos días con ellos —respondió ella¾.
Pero es muy difícil para mí. Antes no me ocurría, ha sido desde hace un
tiempo¾ le daba vueltas a las cuentas de una de sus pulseras¾. Cuando echo
en falta…estar sola.
No sabía explicárselo a Àngel sin parecer aún más rara de lo que ya se
mostraba ante él.
Ya no sé qué más puede pensar de mí.
—No hace falta que estés pegada a ellos todo el tiempo. Puedes pasear
sola o quedarte si van a la playa —él la miró pero ella seguía entretenida con
las cuentas de la pulsera.
—No es esa clase de soledad…
La soledad que echaba de menos no tenía nada que ver con dar un paseo.
La soledad a la que se refería era el portal que le llevaba al otro mundo, al que
de verdad pertenecía.
Blanca miró en el césped. Las gafas de sol de Àngel estaban en el suelo.
Acercó su mano para cogerlas.
Todo lo tiene bueno, no podía ser de otra manera.
—¿Tienes hambre? —le preguntó él sin prestar atención a que ella
hubiese encontrado sus gafas¾. Tienes la comida en el frigorífico.
Blanca negó con la cabeza.
Algo tan simple como describir unas gafas de sol, y lo que estas pueden
llegar a decir sobre su dueño.
—Luego —le respondió.
—¿Echas de menos escribir? —le preguntó. Es eso a lo que te refieres.
María reaccionó y dejó de mirar las gafas para mirarlo a él.
—Crear más bien —le dio las gafas al fin.
Àngel rozó su mano al coger las gafas.
—Tiene que ser maravilloso poder hacerlo.
Blanca ladeó su cabeza.
—Poder inventar una historia de la nada —se explicó él.
No es eso. Eso es demasiado simple. Crear una historia no es simple.
—No es inventar exactamente —respondió Blanca, esta vez la tomó con
una pulsera de su tobillo¾. Un compositor no inventa, siente y crea, escribir
es lo mismo.
Àngel frunció el ceño.
—Ahora mismo, estamos hablando aquí los dos, y yo pienso y siento y tú
también —le explicó ella¾. Si yo tuviera que escribir esto y nosotros
fuéramos mis personajes, yo tendría que sentir lo mío, a través de mi
personalidad, y lo tuyo a través de la tuya. Multiplica por diez, quince o
veinte personajes que suele tener cada novela y añádele misterio, o fantasía, o
miedo, o angustia, o amor. Añádele escenas, paisajes, casas, animales, olores,
situaciones traumáticas. Añade un argumento central y varios secundarios,
con lógica y sensatez pero enrédalos hasta que te arda la cabeza. Y lleva a
todos esos personajes por el camino que has trazado para ellos, sin dejar de
sentir por ellos, porque en el momento que dejo de ser el canal por el que
ellos se hacen reales, mis novelas se van al garete. Y nunca aspiré a ser una
escritora mediocre.
Miró a Àngel, era evidente que no sabía qué responder.
—Cualquiera puede inventar una historia —añadió Blanca.
—Pero solo los genios saben crearlas —concluyó él
Tampoco hace falta ser un genio, solo tener una sensibilidad especial.
Àngel no dejaba de mirarla y Blanca se incomodó. Àngel notó su
incomodidad y se puso en pie.
—Voy a preparar la maleta, quiero salir temprano mañana —le sonrió
antes de entrar en la casa¾. Te veo luego.
Se va, joder. Lo que yo quería. Quería que se fuera, quería que se fuera,
quería que se fuera y se va. Y entonces, ¿ por qué me jode que me diga que se
va?
Cerró los ojos.
Porque realmente no quiero que se vaya. Tengo que reconocerlo, este
juego absurdo e infantil me estaba ¿gustando?. Pero se va.
Hizo una mueca.
Y como se va puedo hacer cosas absurdas hasta que se vaya.
Negó con la cabeza.
Estas cosas mejor no se piensan.
Se puso en pie y entró en la casa. Àngel estaba en el salón, recogiendo el
cargador de alguna de sus pijadas.
Blanca casi no lo miró, se dirigió hacia el frigorífico. No tardó en localizar
el cuenco de plástico negro de tapadera transparente, con las letras del
restaurante.
—Parece que sí que tengo hambre —le dijo sin mirarlo.
Se dirigió hacia el microondas, sabía que Àngel la estaba observando.
Venga, ven a ayudarme.
Pero él no se acercaba.
Si al final voy a tener que hacerme la torpe, también.
Pasó la mano por el lado contrario a donde se encontraba la parte táctil del
aparato, haciendo como la que trataba de encenderlo. Sintió en seguida a
Àngel tras su espalda.
—Es aquí —la corrigió.
Lo sé, solo quería que te acercaras a mí. Tal y como lo has hecho.
—Pensaba que no sólo venías a vigilarnos —comenzó¾. También tienes
amigos aquí —hizo una pausa¾. Y amigas.
—Ellos estarán el lunes en Barcelona, no tardaré en verlos.
Vaya, la del vestido rojo tendrá más oportunidades.
El aparato pitó. La comida estaba lista.
—Estar en casa, con lo amigos de mi hermano pequeño, es de todo menos
cómodo.
—Vaya, gracias —respondió ella con ironía.
Sacó el cuenco y lo dejó sobre la encimera para que se enfriara.
—Pensaba que éramos divertidos —respondió cogiendo un tenedor del
cajón.
Blanca arrastró una banqueta y se sentó frente a su bol de plástico.
Qué bien huele esto, por dios.
—Divertidos para alguien de vuestra edad —le dijo él¾. Os llevo unos
cuantos. Mi manera de divertirme es diferente.
Somos unos niños para ti, eso piensas.
Blanca enrollaba los fetuchini en el tenedor. Trató que su cara no mostrara
expresión alguna frente a sus palabras.
—Ya pasé por vuestra etapa, hace mucho —continuó mientras Blanca
comía con apariencia indiferencia¾. A mi edad se ven las cosas de otro
modo.
Blanca asintió con la cabeza mientras masticaba.
Nos comportamos como imbéciles, vale.
—Después de toda esa locura y energía que tenéis los veinteañeros, viene
la tranquilidad —Miró hacia el jardín¾. Aquí hay demasiado ruido para mí.
Estoy acostumbrado a otro tipo de compañía
Blanca terminó su plato y miró a Àngel sin decir nada.
No sé a qué tipo de compañía estás acostumbrado, aunque puedo
hacerme una idea. Y te puedo asegurar que con toda esa tranquilidad y
madurez que dices que tienes, puedo ahora mismo subir a tu habitación y
hacer que eches un polvo que vas a recordar toda tu vida. Porque a mí me
enseñó un dios y tu “compañía” solo estará acostumbrada a pijos estúpidos
como tú.
Tiró el bol a la basura y metió el tenedor en el lavaplatos. Entró en el WC,
se meaba. Se levantó la camiseta para mirarse la barriga en el espejo. Después
de una comida como aquella, su estómago estaría hinchado hasta por la
noche. Comenzó a lamentarse por ello.
No puedo estar todo el tiempo exigiéndome tanto. Me volveré loca. Tengo
que frenar en todo. Frenar, paréntesis, olvidar, empezar.
Tomó aire. Salió fuera de nuevo. Àngel estaba pensativo en el salón.
¿No ibas a hacer la maleta?
Se dirigió hacia él.
A ver las ganas que tienes de salir corriendo de aquí.
—¿Quieres tomar un helado? —le preguntó.
—¿Comes helado? —se extrañó él.
—No, solo como cacahuetes y plátanos.
Qué tonto te has puesto desde que me he despertado.
Àngel se rio.
—Claro que sí —respondió guardando su móvil en el bolsillo.
Blanca cogió su bolso y salieron a la calle. Miró de reojo cómo él se
colocaba las gafas de sol.
Serás un imbécil pero mira que eres guapo.
Blanca fue a coger las suyas del bolso, pero se arrepintió.
Será más fácil para ti si me tapo los ojos. Ni hablar, enfréntate a ellos.
Estuvieron andando unos treinta minutos, al parecer Àngel escogió una
heladería bastante alejada de la casa. Blanca le habló de su carrera
universitaria, de las asignaturas que le quedaban por superar, de su brillante
nota media y de que estas la podían llevar a hacer prácticas en buenos hoteles.
Él también le habló de sus años de universidad, de su actual trabajo en
urgencias y de la presión de compartir profesión con su padre, siendo su padre
excelente en ella.
A Blanca le sorprendió que Àngel no fuera un enchufado en algún
hospital privado y trabajara en un hospital público como cualquier otro
médico sin apellido. Sin embargo su padre era director de un hospital privado
que Blanca conocía.
—Me operé el pecho allí —le dijo sin vergüenza alguna.
Si es evidente que este espectáculo es goma.
—¿Quién te operó? —preguntó él sin sorprenderse.
—El Dr. Márquez —Àngel sonrió.
—Lo conozco —respondió¾. Es muy bueno.
Y tanto. No hay más que ver vuestras caras.
—Como médico, no estoy a favor de entrar en un quirófano por voluntad
y no por necesidad, pero entiendo que algunas personas lo hagáis —le dijo él.
Pero luego mirarlas sí que las miras. Y si te dejara tocarlas, tampoco le
pondrías muchas pegas, eh. ¡Qué falsete!
Venga, seguro que encontramos una conversación más interesante que
hablar de mis tetas.
—Ojalá se pudieran arreglar los mayores defectos con cirugía —
respondió Blanca¾. Esos no tienen arreglo.
—No se ve que tengas demasiados —le dijo él y Blanca miró hacia otro
lado¾. Nada que no se arregle con los años.
Esos piropos inesperados, me matan. No se puede bajar la guardia
contigo.
—Te equivocas —le dijo a Àngel.
—Inteligente, independiente, con talento, guapa y deportista —añadió
él¾. Una súpermujer.
Estoy en tratamiento psicológico desde que era niña. He sido maltratada
fuera y dentro de casa, hasta he sido maltratada por mí misma. Esto tiene sus
consecuencias; inseguridad, inmadurez, miedos, ansiedad, auto exigencia,
necesidad de evasión.
—¿Qué problema puedes tener? —continuaba él.
Uno muy malo. Tengo mil demonios dentro. Y es muy difícil convivir con
ellos. Es muy difícil luchar contra ellos.
Blanca bajó la cabeza. No podía contarle todo aquello.
—Ninguno —respondió.
Bajaron a la playa. El resto ya estaría abajo. El móvil de Blanca había
vibrado desde las seis, sus amigos la llamaban, pero esa los ignoró. De todos
modos, también echarían falta a Àngel y supondrían que estaban juntos.
Estaban lejos, Àngel dominaba aquél lugar y ella no, se habían alejado de
la casa todo el tiempo. Blanca fue consciente pero no dijo nada. Ya en la playa
parecía que sí tomaban la dirección correcta.
Hacía calor. Àngel se quitó la camiseta y entró en el agua a la altura de las
rodillas. La invitó a entrar.
Blanca llevaba el biquini debajo del short y de la camisa de tirantes de
sisa ancha. Tenía calor, pero recordó el platos de pasta con queso y nata y el
helado que acaba de engullir, tendría la barriga abultada. Era incapaz de
quitarse la camiseta en aquéllas condiciones.
Me encantaría bañarme…
Pero algunos de sus demonios no se lo permitían.
Negó con la cabeza. Àngel salió del agua en seguida y se volvió a colocar
la camiseta sin decir nada.
—Puedes bañarte sin mí —le dijo ella —. Si te ahogas prometo meterme a
por ti.
Àngel rió con su comentario. Pero Blanca sabía que algo había notado en
ella.
—Nunca había pasado tanto tiempo con una amiga de mi hermano —
dijo¾. Normalmente no se acercan mucho a mí ni yo a ellas.
—Pues es una pena. Tu hermano tiene unas amigas maravillosas —
sonrieron.
—No te creas, ha tenido de todo. Pero tú me has creado cierta curiosidad
—la miró de reojo.
—No tengo nada de curioso —se colocó bien el bolso en el hombro.
—No me gustan tus juegos —añadió él¾. Porque realmente soy muy
malo en los juegos.
Blanca frunció el ceño. Àngel se detuvo y Blanca no tuvo más remedio
que detenerse.
—Pero puedo intentarlo —la agarró por la cintura y la besó.
No la cogió desprevenida. Blanca sabía que lo haría desde que salieron de
la casa. Se dejó besar, lento, en un principio con la inocencia del beso de la
noche anterior. Pero en unos segundos, Àngel entreabrió los sabios de Blanca
e introdujo su lengua en la boca de ella. El roce la incomodó un momento y se
tensó un instante, pero no opuso impedimento hasta que él decidió separarse
de ella.
Ya está, la lié del todo. Ahora sí que lo tengo chungo.
—Se suponía que tenía que resistirme, ¿no? —dijo el con ironía¾. Ya ves
lo mal que juego.
Blanca negó con la cabeza.
—Olvídate del juego —volvió a colgarse el bolso. A punto estuvo de
tirarlo al suelo.
Tenía una sensación extraña.
No pensar, prometo no pensar. Como piense, estoy perdida.
Àngel la observaba de reojo.
Déjalo ya, Blanca, se va a dar cuenta que eres una idiota llena de miedos
y complejos. No pasa nada.
Le dio un leve empujón para desviar su atención.
Dios, ya no ha sido el beso de anoche. Esto es ¿un lío? Qué coño es esto.
Uff…ya estoy pensando. Se está dando cuenta.
Volvió a empujarlo y esta vez fue ella la que lo besó. Y el beso de ella no
fue tan inocente como el de la noche anterior y aún menos que él le había
dado un instante antes. Esta vez el bolso sí que se le cayó al suelo y hasta
sintió algo en las piernas, o más bien entre las piernas. Se separo de él.
Y encima estoy hasta peligrosa. Si no me extraña, los meses que llevo
“Dándome con la alpargata”. Si es que Oliver me ha dejado tocada de por
vida. Esto no es normal. Lo veo en los ojos de Àngel, algo nota, no sabe lo
que es pero algo nota.
Da igual, se va mañana, no pasa nada. Tranquila, Blanca, tranquila.
Cogió el bolso del suelo, su móvil había caído en la arena. Lo cogió
enseguida. Tropecientas llamadas de sus amigos y un mail. Pasó de las
llamadas perdidas y abrió el mail.
Hola, Blanca:
Acabo de llegar de las vacaciones y en vista a las fechas que son, me
gustaría ir cerrando presentaciones. Estas son las fechas que he propuesto
para la gira, si las ves bien y no tienes problemas por tu parte para asistir,
contéstame lo antes posible.
Un saludo,
Carmen Gil.
Un abanico de sensaciones recorrieron su estómago, punzando su ombligo
por dentro. Leer aquello era como encontrar su lugar luminoso dentro de un
inmenso mundo opaco. Sentarse en un trono después de recorrer un largo
camino. Un sueño que estaba a punto de agarrar con la mano, modesto, sí,
pero su sueño.
“Ok” respondió en seguida. Ni siquiera había mirado las fechas, le daba
igual cual fueran. Estaría en el mismísimo infierno si la editora se lo pidiera.
Por encima pudo ver presentaciones y participación en encuentros literarios,
todo le parecía bien.
Esto es perfecto.
Una gira.
Uuuaaaaa.
Estaba tan sumida en sus pensamientos que no se había dado cuenta de
que habían comenzado a caminar. Àngel permanecía a su lado sin decir nada,
a veces observaba de reojo cómo ella repasaba el mail.
Blanca fue de nuevo consciente de que iba acompañada. Guardó su móvil
sin decir una palabra sobre su evidente alegría.
—Allí están —le dijo a Àngel, mirando hacia el grupo.
Blanca enseguida se arrodilló en la toalla de Noelia. Àngel no dejaba de
observarla. Sacaba el móvil de su bolso y sus amigos se inclinaron sobre él
para leer lo que ella les enseñaba.
Regina y El Cari la abrazaron, Alba la agarró por detrás y mordió su
hombro después de felicitarla, y Noelia sacó su móvil y comenzó a enseñarle
algo en él a lo que Blanca negaba con la cabeza.
Àngel se alejó del grupo y se fue hacia la orilla. Aalí estaba su hermano
Albert. Le dio un golpe en el hombro.
Albert hizo un gesto hacia las toallas, donde Blanca hablaba con sus
amigos de una forma acelerada.
—¿Tienes algo con ella?¾ le preguntó su hermano.
Àngel hizo un gesto ladeando la cabeza.
—Algo hay…pero no tiene importancia —le respondió.
Albert se rio al oírlo.
—Me alegro, porque no sé cómo te vería yo con esta…
—¿Por qué? —frunció el ceño.
—Porque eres tonto con las mujeres en general y con una de estas…no sé
yo cómo escaparías.
—Tranquilo, ya te he dicho que no es nada —le respondió Àngel¾. Esta
no es para mí, eso lo sé. No soy tan tonto como crees.
Albert lo miró sin estar muy seguro de las palabras de su hermano.
—Espero que sea verdad —Albert pasó su brazo por encima del hombro
de Àngel.
Àngel miró de reojo a Blanca, ella seguía hablando con sus amigos.
Alguna noticia había recibido, noticia que no había querido compartir con él.
No le ofendía, Blanca no lo conocía de nada, realmente era lógico que no
confiara en él. Pero aún así, aquélla explosión de felicidad que emanaba de su
cara y de sus ojos, despertó en él una curiosidad convertida en molestia de
que no fuera compartida con él.
—No me gusta la manera en que la miras —añadió Albert¾. Y temo por
ti, hermano.
Àngel sonrió
—Me cuido bien solo.
—De todos modos te vas mañana, ¿no? —tiró de la camiseta de su
hermano para que entrara con él en el agua.
Àngel lo miró pensativo.
—Sí, me voy mañana —le confirmó.
—Es lo mejor —Albert se sumergió entre las olas.
Àngel permaneció en la orilla entre el grupo en la arena, y los que se
bañaban en el agua.
—¿Y qué me dices de ese? —si El Cari no lo preguntaba, reventaría.
Blanca miró a Àngel. Estaba solo en la orilla. Ni en el agua con su
hermano y los amigos, ni en la arena con ellos. Comprendió lo que le decía de
“No estar cómodo” entre ellos.
—Da igual, se va mañana¾le respondió.
—Sí, ya me ha dicho la Regi. Pero, ¿qué ha pasao? —insistía El Cari.
Blanca entornó los ojos sin responder y todos rieron.
—Os lo decía yo —decía Noelia¾. Estos dos tienen mucho peligro…
—Sí, sí, se ve desde lejos la tensión… —añadió El Cari.
La tensión sexual. Lo mismo que decías con Oliver. Joder, Cari.
—Blanca —le dijo él¾. Tu historia con Oliver está acabada, pero tú no
pasas página. Mírame, cari.
Blanca lo miró.
—¿Qué haces cuando acabas de escribir un libro? —le preguntó.
—Guardarlo —bajó la cabeza.
—Guarda el de Oliver —era muy difícil ver serio a El Cari¾. Acábalo y
ciérralo. Despídete de él como te despides de tus personajes, ya no volverás a
escribir sobre él. Pasa página. Escribe FIN y guárdalo.
Blanca respiraba por la boca. Olvidar a Oliver no era guardar su recuerdo
en aquél limbo del no pero sí. Olvidarlo era hacer lo que decía El Cari, pero
era sumamente difícil para ella. Era enfrentarse a uno de sus mil demonios.
Ya no volveré a escribir sobre él.
Y era tan triste oírlo. Se negaba a admitirlo, pero cerrar aquél libro era
algo que no tenía pensado hacer ni a corto ni a largo plazo.
—Ni siquiera Raquel ha conseguido que lo hiciera —le dijo.
El Cari volvió a mirar hacia la orilla.
—Este tiene…atributos que no tiene Raquel, lo mismo…¾la ironía de su
amigo la hizo reír¾. Fuera de bromas. Estás viva, no vivas en los sueños.
Vive aquí y vive ahora.
Blanca miró hacia Àngel también.
Pero, ¿y si por cerrar un libro abro otro que no quiero ni puedo escribir?
Se perdió en sus pensamientos. Qué distinto era todo ahora. Recordaba
sus comienzos con Oliver, solo cabía ilusión, la ilusión del primer amor.
Desde el primer beso, solo deseaba que aquello durara para siempre, su único
miedo era que fuera breve, pasajero, insignificante. En pocas semanas, su
miedo se desvaneció y sus dudas se despejaron. Ni en su imaginación había
vivido nada tan intenso como sintió junto a él. Estaba segura de que Oliver
era el amor de su vida. Con él lograría espantar a los demonios.
Pero no lo fue y mis demonios aumentaron.
Aprendió de ello.
Solo yo puedo encontrar mi tranquilidad, mi felicidad. Y estoy
encontrando el camino.
No dejaba de observar a Àngel. Era guapo, no podía negarlo, físicamente
le atraía y parecía que su fondo no era el que esperaba, lo que aumentaba su
atractivo aún más.
Pero quiero caminar sola.
12

Estaba en la ducha. Quitarse la arena pegada a la piel siempre era una


sensación placentera. Aquella noche no iban a salir, saldrían la noche
siguiente, la última noche. De todos modos tenía ganas de que llegara el
domingo y estar en casa, escuchando a su padrastro despotricar sobre ella
mientras escuchaba música en su dormitorio.
Necesitaba revisar un manuscrito que prometió enviar a su editora, una
novela del estilo a la que iban a publicarle y que al parecer le interesaba a la
editorial.
Se envolvió en la toalla y se secó bien el pelo con una segunda. Lo
desenredó y le echó un aceite que solía dejarle el pelo bien cuando no quería
secarlo a secador ni usar plancha ni rizadores. Se colocó otro nuevo biquini,
por si decidía darse un baño después de la cena, aunque lo dudaba, había
refrescado el tiempo. Así que se colocó unos shorts vaqueros, una camiseta y
encima de esta, un jersey crudo de punto.
Miró su instagram, no había subido nada nuevo en todo el día. Se miró al
espejo vertical que había en la pared de la habitación. Se subió el jersey y la
camiseta. Las líneas de sus abdominales inferiores se dibujaban con timidez.
La hinchazón del almuerzo y el helado.
Se rió. Sus seguidores estaban acostumbrados a más nivel del que tenía
para darles en ese momento. Así que se bajó el jersey.
Colocó su pierna izquierda recta y dejó caer el peso sobre ella, para que
sobresaliera los músculos del muslo y el glúteo y la izquierda la dejó “tonta”
tras ella.
Postura de toda instagramer. Truco que siempre queda bien.
Jersey de punto con shorts vaqueros, unos de los looks favoritos de Oliver.
Sé que vas a verme, que te aproveche la vista.
Sabía que él ojearía sus redes tal y como ella hacía con las de él.
“Noche entre amigos” puso al pie de foto y la subió. No tardó en recibir el
ok de la app y tras de sí, algunas interacciones. No se paró en ellas. Guardó su
móvil y se dispuso a bajar con todos abajo.
No había vuelto a hablar con Àngel, desde que llegaron a la playa con el
resto, se mantuvo distante el poco tiempo que estuvo con ellos y luego se
subió a casa.
No lo había vuelto a ver, supuso que estaría preparando su maleta para
volver a Barcelona.
Bajó las escaleras, ya los primeros estaban cenando. El olor a pizza le
llegó antes de entrar en el salón. Pero ella se dirigió al firgorífico, donde uno
de sus tupper le esperaba. Lo metió en el moderno microondas y lo activó sin
dificultad. Cogió un tenedor y se fue con el tupper hasta donde estaban los
demás.
Comían y reían en la mesa del porche. Se sentó junto Joan y Noelia. Alba
acababa de bajar también.
No intervino en la conversación, futbol, política y una serie de cosas que
no le importaban. De reojo, en el fondo del jardín, junto a la piscina, pudo
apreciar a Àngel, que hablaba por teléfono.
Comenzó a engullir los tacos de salmón con espárragos sin dejarlo de
vigilar con el rabillo del ojo. Era curioso lo que se podía deducir de una
conversación telefónica según las acciones de uno de sus interlocutores.
Cuando llegó al porche Àngel estaba sentado en una de las tumbonas,
pero ahora se movía por el jardín.
No habla con la misma persona. La primera era alguien de la familia, un
amigo íntimo o alguien a quien quiere. Lo escuchaba y le interesaba su
conversación. Ahora no para de moverse, no tiene una conversación
profunda, no se detiene a escuchar al que le habla, se limita a dejarlo hablar.
Acabó su ración y volvió a la cocina para meter el tupper, tapadera y
tenedor en el lavaplatos.
Miró su móvil. Volvía a tener mensajes en su grupo de amigos. No
entendía cómo estando juntos tenían que hablar por mensajes. Ni los leyó, la
mayoría de cosas eran críticas o meteduras de pata, y cómo no, mofas de
Blanca y Àngel.
Tenía tantos avisos de instagram que tuvo que pasar de ellos. Se metió el
móvil en el bolsillo trasero de su pantalón y se fue al jardín.
Se dirigió hacia la hamaca enganchada entre los dos árboles. Se sentó en
ella y guardando el equilibro se tumbó. Lamentó no haberse bajado los
auriculares. El suave contoneo la mareaba y relajada a la par. Le recordaba a
al aeroyoga, uno de sus más grandes placeres, el único ejercicio de relajación
que efectivamente lograba relajarla, es posturas colgantes imposibles,
envuelta en aquella tela, a veces cabeza abajo, pero que lograban hacer que
por un momento, solo por un momento, dejara de pensar.
Cerró los ojos, pero el móvil vibró en su bolsillo. Tuvo que girarse para
sacarlo y la hamaca se balanceó. Levantó la vita, junto al árbol, estaba Àngel.
Blanca le sonrió y su sonrisa parece que lo invitó a acercarse a ella. Ella
se incorporó en la hamaca y se echó a un lado dejándole hueco para que él se
sentara.
Àngel se sentó a la altura de su cintura, intentando que la hamaca no se
volcara demasiado, se giró hacia ella y puso su mano en el borde de la tela, al
otro lado de su cintura. La hamaca se balanceó, pero él tenía los pies en el
suelo y la detuvo.
Blanca esperó a que él comenzara a hablar, parecía que se había acercado
para decirle algo, pero él solo la miraba hasta el punto de producirle
incomodidad.
Àngel le retiró el pelo de uno de sus hombros. El pelo de Blanca, secado
al natural, se enredaba en una especie de tirabuzón grueso y formaba un dulce
marco en un rostro sensual, pero que sin maquillaje, reflejaba la juventud que
realmente tenía. La tez morena, hacía que aquellos iris resaltaran aún más en
su claridad, y hasta con la tenue luz de las farolas del jardín, parecían reflejar
la luz. Blanca bajó la mirada y sus pestañas tupidas los cubrieron por
completo, formando una sombra en sus mejillas.
Àngel le acarició la cara.
A perder la peluca otra vez. Piropos ahora no, por favor.
No quería mirar la cara de Àngel mientras la observaba. Su expresión
podría transmitirle demasiadas cosas, si estaba despidiéndose, o si le estaba
gustando más de lo que en un principio pensaba, o si solo pensaba echarle un
polvo antes de irse.
Y no quiero saberlo.
Pero él le sujetó la barbilla y la obligó a mirarlo. Sin más remedio.
Joder.
—Ha sido un placer conocerte —le dijo acariciándola de nuevo.
Blanca levantó los pies y los colocó en las cuerdas de la hamaca. Intentó
balancearla levemente, Àngel pareció darse cuenta de la acción y sonrió.
—Ha sido un placer conocerte —repitió ella.
Tampoco hubiese sido tan malo que te quedaras. Es solo un día más.
Hasta el domingo.
Lo miró y sonrió.
—Nos veremos en Barcelona —le dijo él cordial.
Blanca miró hacia Alba y Joan.
—Seguro que sí. No andaré muy lejos de los amigos de tu hermano, de
momento.
Àngel sonrió.
—Entonces seguro que nos veremos —le confirmó él.
Notó balancearse la hamaca, Àngel se levantaba. Blanca le agarró el brazo
y él se detuvo. La miró un instante. Blanca entendió su duda, todos estaban en
el jardín y lo verían. Quizás Àngel no quería besar a ninguna amiga de su
hermano en presencia de él y sus amigos.
Pero a mí eso me importa poco.
Se incorporó ella y entreabrió los labios para agarrarle con ellos el labio
inferior a Àngel. Y él no tuvo escapatoria ni forma de huir de los labios de
Blanca. Blanca se fue dejando caer de nuevo en la hamaca mientras él la
seguía sin despegarse de sus labios, sin rodearlo con los brazos, si agarrarlo lo
más mínimo, lo guió hasta que lo tuvo sobre ella.
Àngel se sujetó en la tela con las manos y se apartó despacio, mirándola
desconcertado.
—No eres consciente de…
Ella volvió a pegar sus labios a los de él.
Soy consciente de que nos miran. Soy consciente de que te gusto más de lo
que desearías. Soy consciente que temes enamorarte de una niñata como yo.
Soy consciente de que en realidad no quieres irte. Soy consciente de que lo
haces porque no te quieres meter en un lío y salir mal parado. Y soy
consciente de que te estás empalmando. No sé a cuáles de estas cosas te
referías.
Fue ella la que separó de él esta vez.
—¿De verdad quieres irte? —le preguntó. Lo tenía a centímetros de sus
ojos.
Àngel frunció el ceño.
—Es mejor que me vaya —respondió incorporándose—. Eres amiga de
mi hermano. ¿Qué demonios estoy haciendo?
Blanca encogió una pierna y se apoyó en su rodilla.
—Pero si no estás haciendo nada —rió.
Así que es eso. Temes follarte a una amiga de tu hermano.
—Mis padres me piden un favor…que vigile a mi hermano y a sus amigos
estos días —miró a Blanca¾. Y yo…
Te quieres ligar a una de sus amigas. Muy bien chaval, si tus padres se
enteraran…¿es eso? ¿en serio? Qué les va a importar a tus padres. A no ser
que tú seas el hijo predilecto y perfecto y el otro el golfo.
—Te llevo nueve años —le dijo él.
Blanca ladeó la cabeza.
—Bueno… realmente son ocho. No falta mucho para mi cumpleaños.
También tienes demonios ehhh….Llevan toda la tarde hablándote: Es
amiga de tu hermano… Es una niña… Tus padres no te pidieron que vinieras
para esto…Qué dirían si se enteraran…
—Qué fácil parece para ti —Àngel bajó la cabeza.
Te equivocas, para mí es mucho más difícil.
Blanca volvió a tumbarse.
No te puedes hacer una idea de lo que es para mí.
Sintió una punzada en el pecho y nada tenían que ver con las mariposas
que en teoría debía de tener si Àngel le gustaba.
Esas ya nunca volverán. Forjé una armadura para todo eso. Lo único que
me produce esa sensación es cuando creo historias, cuando escribo y cuando
recibo un mail de mi editora.
Se incorporó y bajó una pierna de la hamaca.
—Tampoco sé si es mejor que te quedes —le dijo a Àngel.
Esto no lo tendría que haber dicho en voz. Joder, ya la he liado otra vez.
Àngel se giró para mirarla. Pero Blanca se levantó dándole la espalda y se
alejó de él. Se dirigió hacia la piscina, pero no se paró en ella, se fue hacia la
oscuridad, al fondo del jardín.
Regina y Noelia se percataron de que se había apartado, pero no se
atrevieron a acercarse a ella. Las dos conocían en interior de Blanca y una
parte de sus pensamientos. Sabían que el juego al que la habían invitado y ella
se había dejado enredar, no era un juego en el que se sintiera cómoda.
Blanca fue consciente que se había dejado las sandalias bajo la hamaca,
estaba descalza, las lozas que imitaban madera gris, estaban frías. Pero le
aliviaban el calor de su interior.
Apretó el móvil en su mano. La punzada en el pecho no se detenía. Sabía
que era uno de sus demonios, uno de los principales.
Oliver.
El demonio que mantenía a Oliver encapsulado en su interior, ni muerto ni
vivo, en un extraño limbo que no le producía sentimientos. Pero que ahora
salía con fuerza recordándole al que fue el amor de su vida.
La tristeza la inundó.
Este libro ya lo acabé de escribir. Pero soy incapaz de cerrarlo.
Hacerlo le producía una tristeza terrible. Miró de reojo a Àngel, él
continuaba en la hamaca.
Lo siento, pero no puedo.
Se dirigió hacia la casa, se despidió con la mano de sus amigos y les hizo
de señal de que iba a acostarse. Subió descalza a su habitación.
Cerró, se puso unas bragas short y una camiseta de tirantes blanca, que es
lo que usaba para dormir y se recostó en la cama.
Miró el móvil, apenas eran las once de la noche. Entró en sus redes, tenía
muchas interacciones de su última foto. “Eres increíble”, “Diosa”, “Crack” y
similares.
No sé qué impresión puedo dar en las redes. Pero seguro que no me gusta.
Frívola, engreída, superficial o vana.
Nada de eso tiene que ver conmigo.
Su editora le dijo que las redes iban a ser muy importantes en su carrera.
Cinco mil seguidores era empezar bastante bien. Pero no estaba segura de que
el perfil de sus seguidores fuera el idóneo. Un porcentaje eran seguidoras de
Oliver, cuya curiosidad las obligaba a seguir a la ex. Otro porcentaje eran tíos
que intentaban contactarle por privado y que ella ignoraba.
Otros y otras, venían para motivarse en su vida diaria.
No sé si me van a aceptar en el mundo intelectual. Así tal y como soy.
Era una pega, una gran pega. El mundo estaba lleno de prejuicios y no
sabía si en novela negra, una instagramer iba a encajar. Entre escritores que
rondaban la cincuentena, mayoría hombres, profesores de universidad o
periodistas. Mujeres cuyos hijos podrían tener su edad, hijos que quizás la
podrían seguir a ella.
No me aceptarán. Y juzgarán mis novelas según lo que vean en mí.
No iban a publicarle cualquier cosa, aunque desde su punto de vista, no
tenía el nivel de Azael en ninguno de sus sentidos.
Azael es otra cosa, no hay una novela como esa en el panorama editorial.
Nunca me la publicaran. Los editores no se arriesgan tanto.
Doble riesgo, una novela diferente en estructura y argumento, escrito por
una autora veinteañera, desconocida y cuyo físico no era el esperado para una
intelectual.
Pero esta soy yo y soy escritora. Si no encajo, es porque soy una autora
de una nueva generación.
Defender un nuevo estilo de hacer narrativa de calidad era algo que se
había propuesto en su carrera.
Y tengo que hacerlo bien aunque sea lo último que haga.
Le sobraba capacidad de trabajo y espíritu de sacrificio. Llevaba toda la
vida volcándose en cada cosa que quería.
Hasta en Oliver.
Se volcó hasta hacerse transparente o esa era la sensación que tenía.
No era mi novio, era mi dios.
Y aquello quizás fue su problema. Si se hubiese mantenido más al margen
de él, su hubiese alejado sus problemas de él.
Quizás aún estaría aquí.
Pero se apoyó en él, y él se vio en la tesitura de hacerse cargo de ella,
hacerla su responsabilidad, y enfrentarse a sus propios problemas.
Fue imposible. Solo yo puedo liberarme de mis demonios.
Pero era imposible. Ocultar las señales de los golpes, desde el primer día
tuvo que contárselo.
Al principio pensó que si presentaba a Oliver a su familia, su padrastro se
retractaría en su mal trato. Quizás en un principio, la envergadura de Oliver lo
retuvo, pero Paco pronto reconoció la impunidad que tenía cuando de ella o
de su madre se trataba, y siguió en las mismas.
Blanca nunca permitió que Oliver lo tocara. No por la seguridad de Paco,
sino por el bien del propio Oliver, que se podría ver perjudicado si él lo
denunciaba. La desigualdad de condición física era evidente.
Y en cuanto a Blanca, a veces se defendía, aunque empeoraba las cosas,
porque despertaba aún más el genio del psicópata con el que convivía.
Cualquier día ocurriría una desgracia. Por eso la mayoría de las veces optaba
con callar y evitar los golpes. Paco lo confundía con miedo, lo cual le daba
más poder en la casa.
Miró la hora. Sus pensamientos encadenados le habían tomado veinte
minutos.
Que han pasado veloces.
Y lo más importante, habían apaciguado la punzada del pecho. Podía
respirar hondo sin recibir pinchazo alguno.
Solo yo y mis demonios. Soledad…
Escucho ruido en el jardín. Sus amigos se metían en la piscina.
Con el frío que hace, hay que tener ganas.
Oyó golpecitos en la puerta. Dos o tres, muy suaves. Se incorporó y se
dirigió para abrir.
No he echado el pestillo. El Cari está fatal.
Abrió la puerta. Pero no vio a su afeminado amigo en el umbral. Era
Àngel con sus sandalias en la mano y ella estaba en bragas. Unas bragas
culotes que le dejaban ver todo el culo.
Se irguió, poniéndose totalmente recta a él para que no pudiera ver nada
de lo que tuviera en la parte de atrás.
—Perdona —le dijo¾. Te las ibas a subir Álvaro, pero no sé si luego se
acordará. Y como vi la luz encendida.
Tuvo que reaccionar al nombre, llevaba años llamándolo Cari, esa palabra
que él solía incluir cuando se dirigía a ellas.
—Gracias —cogió las sandalias con cuidado de mantenerse recta a él.
Tengo que tener rojas hasta las orejas.
—Hasta mañana —le dijo él.
¿Hasta mañana? ¿Te quedas?
—Es solo un día más —añadió¾. Me quedaré hasta el domingo.
¿En serio? ¿Y tus padres? ¿Y el hijo correcto? Venga ya.
No le dio tiempo a reaccionar, Àngel la besó.
Ahora que había logrado tranquilizarme…
Se separó de él, pero el volvió a besarla, agarrándola por la cintura.
Oye que estoy en bragas…
Se separó de él de nuevo y tomó aire.
A ver cómo salgo yo de esta.
Puso la mano en el pecho de Àngel para que no volviera a inclinarse sobre
ella.
—Hasta mañana —le dijo.
La sonrisa de él se tornó en desconcierto de nuevo.
Míralo, otra vez como anoche. Este se espera que vaya a follar con él o
algo. Nada, cierro la puerta.
Le dijo adiós con la mano y cerró la puerta.
A tomar por cul…
Se dio la vuelta dándole la espalda a la pared.
Ala, otra vez la punzada en el pecho. A ver por qué coño no ha dejado las
sandalias abajo.
Se llevó las manos a las sienes. Miró la puerta que acababa de cerrar.
Tengo a Orlando Bloom en el pasillo ¿y huyo? Esta semana pido cita con
Raquel.
Se sentó en la cama.
Abrió de nuevo instagram y buscó a Oliver. Estaba segura de que había
visto su foto, porque él había subido otra. Con una camiseta blanca, tumbado
en la cama, con su amplia sonrisa y aquéllos dientes perfectos. Con su
bronceado veraniego y aquéllos ojos verde oscuro, grisáceos. La melena
ondulada, aún mojada, caía a capas a ambos lado de su cara hasta los lóbulos
de sus orejas.
Solo te faltan las alas, cabrón.
Viendo aquéllas fotos de Oliver difícil iba a tener dejarlo atrás. Era
consciente de que lo suyo acabó, hacía más de un año que se acabó, a pesar de
la recaída de Navidad.
Navidad no cuenta.
Resopló.
Se tumbó sin dejar de mirar la foto. Le brillaron los ojos.
Si ya acabó, si ya tienes novia, si ya cada uno tiene su vida. ¿Por qué?
Negó con la cabeza.
La puerta se abrió y por un momento pensó que era Àngel de nuevo. Se
tapó con la sábana en seguida.
—Cari, ¿te he asustao? —se sorprendió él.
Blanca ladeó la cabeza.
—Ha venido antes —esperó a que él cerrara la puerta.
—¿Àngel? —tropezó con las sandalias de Blanca¾. Las sandalias, cari,
no las dejes por el medio.
Miró a Blanca con interés.
—¿Y qué haces aquí? —bromeó y Blanca hizo una mueca.
—Déjalo ya, esto ha sido meter la pata hasta aquí —señaló su cadera.
—¿Por qué? —se sentó en la cama de Blanca¾. Si el muchacho está de
buen ver.
Blanca negó con la cabeza.
—Él no tiene ningún problema —activó el movil¾. Lo tengo yo…
Le enseñó el móvil a su amigo. El Cari miró en la pantalla la foto de
Oliver.
—Guapo el cabrón —se tapó la boca y Blanca puso los ojos en blanco¾.
Blanca, acéptalo. Se acabó.
Blanca dejó el móvil sobre la cama.
—Si lo he aceptado —metió las manos bajo la almohada¾. Pero es…
—Tristeza —la cortó El Cari.
Blanca lo miró. Qué fácil era hablar con el. Más despierto que Noelia y
menos romántico que Regina, solía acertar en cada uno de los sentimientos de
Blanca, cada momento.
—Voy a ser sincero, en parte te comprendo. Oliver ha sido el primero y el
único. Pero por experiencia te aseguro que… —puso cara de pícaro y Blanca
sabía que se avecinaba una burrada¾ en cuanto te empotre este, se te pasa.
—Pero qué bruto eres —Blanca se tapó la cara con la mano.
—Imagina que te toca un millón de euros, los querrías muchísimo,
¿verdad? ¿Te gastarías ese millón en una casa?
Blanca negó con la cabeza.
—Porque es tu único millón de euros. Gastarías un veinte por ciento y el
resto lo guardarías, ¿verdad? Tu más preciado tesoro, tu futuro, tu vida.
Blanca tomó aire. La punzaba venía.
—Pero, ¿y si te tocaran veinte o treinta millones? ¿Qué sería de ese millón
que no querías perder? —le quitó la mano de la cara a Blanca¾. Nada, sería
solo uno de tantos.
Blanca lo miró incrédula.
—No es una comparación muy acertada…
—Sí lo es, el dinero produce el mismo o más placer que los hombres —
hizo una mueca¾. Depende de qué hombre, pero por lo general, prefiero el
millón, sí.
—¿Me estás diciendo que me tire a veinte para que Oliver sea solo uno
más?¾ Blanca no daba crédito.
—No a veinte, pero que empieces por uno, sí —Blanca se había vuelto a
poner la mano en la cara y él se la retiró de nuevo¾. Sé que no quieres una
relación seria, nadie te va a obligar a eso. Pero no significa que no…
—Sabes que yo no soy así.
—Cari, tú eres muy antigua…como se nota que pasas los veranos con tu
abuela. Libérate como mujer.
—¿Eso es liberarse? —Blanca negó con la cabeza. Acostarse con alguien
a quién conocía de dos días. Negó con más fuerza.
—No te digo que vayas haciéndolo por ahí, pero este muchacho…¾hizo
una pausa¾. Blanca, cariño mío. Tu ex era fantástico. Es una putada, era
perfecto, era bueno, estaba que te cagas, el tío más guapo que haya visto —
cogió el móvil de Blanca para verlo de nuevo¾. Encima estaba
enamoradísimo de ti y lo de los tres orgasmos en veinte minutos no te vayas a
creer que te va a pasar con muchos. Quizás no te vuelva a pasar en toda tu
vida. Es una putada, estás jodida y lo entiendo. Pero pasó, siéntete afortunada
de haberlo vivido. Eh, Ni yo, ni Noelia, ni Alba hemos vivido lo que tú.
Regina no sabe ni lo que es un orgasmo…bueno, los que se consiga por sí
misma.
Blanca entornó los ojos y se mordió el labio.
—Me encantaría salir por ahí con mis amigos y llevar esta foto y decir:
Mirad, mi ex. Y estaba loco por mí, y nuestra historia fue preciosa, y el sexo
pufff…Pero la mayoría no hemos pasado por nada como esto.
El Cari, levantó el móvil y miró de nuevo la foto.
—Todo pasa por algo. Vete a saber lo que te depara el futuro. Veintidós
años que vas a cumplir, con el talento que tienes en la escritura y con esa cara
—la miró a ella¾. Ahora mismo estás demasiado hundida en la mierda.
Tienes el problema de tu padrastro, tener que buscar trabajo para seguir
estudiando, lo de Oliver. Pero joder, Cari, ¿y si tu destino es…?
Tirarme por un barranco. Se acabarían mis problemas.
—Triunfar —El Cari entornó los ojos.
Blanca se recostó de lado. Era complicado eso, impensable. Sabía cómo
era la industria editorial desde dentro. Solo se vendía lo que se publicitaba y
para una novata eso era imposible, a no ser que tuviera tanto dinero como la
familia de Àngel. Su situación era bastante diferente. Una editorial tenía que
financiar la promoción al completo, y normalmente solían ser bastante
rácanas en ese sentido. Ella por su cuenta no podía pagarse billetes de avión
para estar en cada feria, en tantas ciudades como pudiera. Haría unas pocas
presentaciones y se acabó.
Le estaba entrando sueño. El Cari le paso el dedo por la curva de su nariz.
—Te esperan cosas maravillosas, lo presiento.
Blanca sabía que lo hacía para animarla. Pero sonó tan esperanzador, que
su corazón se relajó iniciando la duermevela.
—Sí, duerme —se levantó¾. Si te vienes abajo y quieres hablar, que
sepas que tienes al Cari aquí al lado.
Blanca sonrió al oírlo. Sus tesoros, verdaderos tesoros eran sus amigos.
—Cari —lo llamó.
—Qué —respondió él.
—Te quiero —no se giró para mirarlo, pero estaba segura que él sonrió.
—Y yo también te quiero.
Pero eso Blanca ya lo sabía. Se sentía afortunada de tenerlo junto a ella.
13

Abrió los ojos. A través de los pequeños agujeros de la persiana pudo


comprobar que era completamente de día. Había llegado el sábado y qué
despacio le estaba pasando el tiempo. Llevaba allí tan solo dos noches y
parecía que eran semanas.
Se vistió con shorts y top de entrenamiento, se colocó las deportivas y
salió de la habitación sin hacer ruido.
El suelo de madera gris era silencioso para las suelas de goma. Bajaba las
escaleras abrochándose el velcro que ajustaba el móvil a su brazo. Haría frío
fuera, pero con el primer sprint no lo notaría.
Llegó a la puerta de la casa.
Las llaves. Jooooder.
Sacó el móvil de su brazo y buscó a Àngel entre sus contactos. Lo llamó,
el teléfono dio tres llamadas hasta que él descolgó. Blanca cortó la llamada.
En mirad del silencio de la mañana, oyó una puerta abrirse en la planta de
arriba. Àngel en seguida apareció.
—Lo siento —se disculpó.
La verdad es que con ese pijama del Capitán América…
—No pasa nada —Àngel le abrió la puerta —. Anoche se me olvidó
dejártelas. De todos modos ya estaba despierto.
Sí, claro. Se te ve en la cara lo despierto que estabas.
—Qué tardas en volver —le preguntó él dándole al botón que abría la
puerta del jardín.
—Cuarenta y cinco minutos, exactos —Blanca tocaba su móvil, activando
su programa de running.
Salió al jardín, se colocó los auriculares y se ajustó el móvil al brazo de
nuevo.
Como si te persiguiera el diablo, Blanca. Igual.
Cuando el móvil le marcó el final de la carrera, se dirigió hacia playa,
andando despacio, mientras jadeaba. Respiró hondo. Se había empleado a
fondo, el sudor caía por su espalda. Tomo el aire salado procedente del mar.
Su mente necesitaba un esfuerzo como el que había hecho para tranquilizarse.
La punzaba en el pecho de la noche anterior había desaparecido y estaba tan
agotada que ni siquiera podía pensar.
Usó los barrotes de la rampa de madera que daba paso a la arena para
estirar la espalda y piernas.
Esto nunca falla. Despejar mente y cuerpo. Ahora que vengan los
demonios que aquí estoy para enfrentarlos.
Estaba preparada para un día más..
Cuando regresó a la casa había pasado casi una hora desde que salió a
correr. Tenía el estómago que le rugía y el olor a pan tostado le hacía salivar
la boca.
Su respiración se había tranquilizado por completo. Iba a ser un día
caluroso, no eran ni las diez de la mañana y ya pegaba el sol.
En la mesa del porche había una bandeja con tostadas y algunos ya
desayunaban. Dio los buenos días y entró en la casa. Se dirigió hacia las
escaleras pero Àngel se asomó dese el salón.
—¿Qué pan comes? —le preguntó.
Ahora mismo me comería un dragón tostao si me lo pones.
La ansiedad solía darle hambre, mezclada esta con el esfuerzo físico, se
convertían en un auténtico pozo insaciable en su estómago.
—Centeno —respondió¾. Pero da igual.
—No sabía cuál era y he traído varios para que elijas.
Pero tú de dónde has salido, chaval. Tan terriblemente encantador.
Le agarró del brazo para que lo acompañara a la cocina. Allí, alineados
sobre una tabla, a juego con la cocina desde luego, había tres tipos de pan
integrales.
—Los tres me valen —le respondió abochornada¾. Así que me los
comeré todos.
Blanca le sonrió y su sonrisa hizo efecto en Àngel, que la beso con
decisión.
Pues sí que empiezo bien el día. La carrera y el despeje, me va a servir de
poco.
Àngel la rodeó por la cintura, pero Blanca se incomodó y le apartó la
mano.
—Voy a ducharme primero.
Entre tú y tu pijama de Capitán América de esta mañana y yo mi sudor, el
morbo se va a ir al garete muy pronto.
—Hoy va a hacer muy buen día de playa —a ver si salimos pronto.
Salimos, este no pretende separarse de nosotros hoy.
—Bajo en unos minutos —recibió otro beso.
Se apresuró escaleras arriba y se metió en la habitación. Penúltimo
conjunto de playa limpio.
La ducha templada le sentó de maravilla.
Esto va raro, no sé qué demonios le cambió este anoche el chip, que está
conmigo como si tuviéramos algo. Y no hay nada. Un par de besos, solo eso.
No, no, esto tengo que pararlo antes de que vaya a peor. ¿Ya no piensa en sus
padres? No, no, muy mal por su parte liarse con una amiga de su hermano.
Muy mal. Sí señor.
Su interior intentaba autoconvencerse, pero cierto era que tenía poca
salida. Àngel era tan “ejemplar” que le iba a costar ponerle pegas, y
necesitaba desesperadamente ponerle pegas.
Tengo que conocerlo más, ver sus defectos y magnificarlos. Seguramente
los tenga y posiblemente sean horribles.
Guapo, de muy buen ver. Formal, algo pijo sí, pero muy amable y atento,
con una voz y una forma de hablar, cuando dejaba a un lado la ironía, muy
dulce.
Esto no me está gustando. No es lo que yo tenía pensado. Yo tengo las
cosas muy claras y ni él ni nadie va a ponerse en el camino.
Y recordó aquélla frase que repetía una y otra vez al Cari y a sus amigas
desde su ruptura con Oliver.
Después de Oliver, qué.
Confiaba en eso. Después de una pareja perfecta en todos los sentidos. Un
chico endiosado por fuera pero con un fondo sensible y romántico. Siempre
pensó que después de Oliver nadie iba a estar a la altura y las comparaciones
son odiosas. Y luego estaba el tema sexual. Solo había conocido a Oliver en la
intimidad puesto que ella era virgen cuando empezaron y en ese tema pocos
los igualarían, ni siquiera de cerca.
Resopló. El sexo entre Oliver y ella era tremendamente poderoso. Por esa
razón pasó lo que pasó en Navidad. Volvió a resoplar al recordarlo. Había
prohibido a su mente recordarlo y lo estaba haciendo. Y su cuerpo entraba en
una fase de calentura que le costaba trabajo normalizar si no era a base de
orgasmos producidos por sí misma.
Esa era otra pregunta que solía hacerse a menudo. Oliver siempre le decía,
que a pesar de haber estado con varias chicas, lo que sentía con ella era
diferente hasta en el propio sexo.
La prohibición a su mente se detuvo y recordó su primera vez. Estaban en
la oficina de la empresa del padre de Oliver. Allí tenían una pequeña
habitación con un sofá y una tele. Ella y él solían ir allí por la noche a estar
solos y ver alguna película. Blanca sabía que él solía llevar allí a las chicas
con las que tenía relaciones. Pero con ella nunca intentó ir a más.
Llevaban cuatro semanas y cuando la cosa se caldeaba, era él el que le
decía “Para”. Sabía que para ella era complicado, porque era su primera vez.
Pero aquélla noche, Blanca se detuvo y miró a Oliver. Estaba tumbada
sobre él y se incorporó. Oliver estaba en bóxer y su imagen era impresionante.
Y más para Blanca que estaba aún en fase de “amamonamiento” principiante.
Y Blanca se bajó los pantalones y se quitó la camiseta y se sentó a
horcajadas sobre él.
“Blanca para”, le advirtió él. “Luego lo paso fatal”.
Pero Blanca se quitó el sujetador. Era la primera vez que él la veía con tan
solo un tanga y la miró detenidamente.
“Déjalo ya”, le repitió él apartando la vista de ella.
Y Blanca le cogió la cara para que volviera a mirarla. “Hazlo de una vez”.
Necesitaba que sus dudas y temores a ese momento desaparecieran.
Nada de lo que le habían dicho era cierto. Noelia, El Cari y Alba ya
habían pasado por eso y se lo pintaron muy diferente.
Detuvo sus pensamientos una vez más.
Si no paro con esto nunca lo superaré. Y necesito olvidarme por
completo.
Miró la habitación. Echaba de menos su ordenador. En esos momentos se
sentaba a teclear hasta que se le difuminaban los recuerdos.
Escribir para borrar. Azael…
No había hecho a Azael de Oliver, ni su físico era parecido para nada.
Necesitaba que Azael le ayudara a olvidarlo, así que lo hizo sin basarse en
nadie, ni físico y ni personalidad.
Cogió el móvil, tenía avisos y una aplicación abierta.
Joder, no la cerré anoche.
Aún aparecía Oliver en instagram. Al quitarlo pudo ver que había subido
una nueva foto. La cerró antes de poder verla bien.
Las manos le temblaban, necesitaba teclear. No tener el ordenador cerca le
producía ansiedad.
Lo he visto. Lo he cerrado rápido pero lo he visto.
La playa, Oliver y su novia rubia.
Pero no la he visto bien.
Abrió la aplicación y lo buscó. Amplió la foto. Un amanecer temprano en
la playa y un buenos días. Estaban de espaldas, la foto se la había hecho
alguien que los acompañaba. Blanca se sentó en la cama.
Venga, reacciona.
Notaba las piernas cansadas, pero después de la carrera era normal. Se
puso en pie prestando atención a sus pulsaciones o a su estómago.
Nerviosa, vale, nerviosa. No lo voy a negar.
Tomó aire y su estómago sonó.
Eso es hambre.
Se acordó de las tostadas, con rapidez, se puso un biquini color camel con
las tiras decoradas con cuentas de madera color chocolate. Se lo compró en
Cádiz, regalo de su abuela, era su preferido. Se colocó unos jeans cortos,
cuando se lo fue a abrochar, se miró en el espejo. Aquél biquini le resaltaba el
bronceado, el tono de piel tan tostado le favorecía, tanto a la cara como a las
curvas del cuerpo.
Que os den a todos.
Abrió del todo la cremallera del pantalón, cogió su móvil y se arrodilló
mirándose al espejo. Colocó el móvil y con la otra mano tiraba del pantalón
abierto para que se viera la tira de la parte de abajo del biquini. Su insistencia
en el entrenamiento era llegar a un punto sensual femenino o como decía El
Cari, “cuerpo de actriz porno”. Espalda medianamente ancha, pecho grande,
cintura de cincuenta y pico y un culo en forma de manzana. Para lograrlo
tenía que sacrificarse hasta el borde del suplicio, pero en momentos de
debilidad era una de sus armas. Sabía que a Oliver le encantaba, le encantaba
de sobremanera. Puso sonrisa de niña inocente.
Esta va para ti.
Solo hizo falta una foto, salió perfecta y eso que su móvil no era gran
cosa. Pasó un filtro de luz y escribió un “Buenos días”.
Ahí la llevas, arcángel.
Subió la foto mientras bajaba las escaleras. Tan metida estaba en sus
pensamientos, que cuando llegó abajo, se dio cuenta que no se había puesto
camiseta.
Bien por ti, Blanca.
Ya tenía confianza con el grupo, aún así, le incomodaba llevar poca ropa
entre tantos hombres, que normalmente solían mirarla más de lo debido
aunque intentaran disimularlo. Se apresuró a abrocharse la cremallera del
pantalón.
Cogió el primero de los panes alineados y los metió en el tostador.
Mezcla de hambre y fatiga.
Ya no era capaz de comerse los tres, con uno sería suficiente.
Puta foto de mierda. La carrera de esta mañana para nada. Sigo igual de
nerviosa o peor.
—¿Estás bien? —oyó la voz de Àngel a su espalda.
¿Y este qué es? ¿Traumatólogo, psicólogo o adivino?
—Sí, por qué —respondió sin girarse.
Blanca intentaba mantener su concentración en el tostador.
Notó la mano de Àngel a un lado de su cintura, el contacto directo con él
en esa parte del cuerpo, la tensó. Ya se lamentaba de no haberse puesto
camiseta.
—Has tardado mucho en bajar —se explicó él.
Me he entretenido pensando en mi ex. Encima he estado mirando sus
redes y me he puesto negra cuando he visto su foto de esta mañana con su
novia. Así que he subido a instagram una foto potente deseando de que él la
vea y esperando que le joda. Sí, muy penoso, lo sé. Pero es lo que he hecho. A
quién voy a engañar.
—Me estaba duchando —le respondió.
—Y haciéndote fotos, ya he visto —Àngel rió con ironía y Blanca se puso
seria.
Encima cachondeo. Que te den a ti también.
—Qué tarea tenéis con las redes —dijo cogiendo su móvil¾. A mí no me
gustan mucho. Pero tienes un instagram muy…interesante.
Mira que hasta hace un rato, me estaba pensando si follar contigo. Pero
me acabas de despejar las dudas, completamente.
Blanca lo empujó con el hombro al pasar y Àngel aumentó su risa.
Lo que ves ahí es lo único que vas a ver de mí. Pedazo de capullo.
Se fue al porche y se sentó a desayunar. El día prometía ser caluroso. El
Cari se sentó junto a ella.
—Cómo estás hoy —le preguntó susurrando.
—Muy jodida —hablaba con la boca llena¾. Deseando de llegar a mi
puta casa. Y escribir o acostarme a llorar.
El Cari resopló.
—Para nada entonces lo que hablamos anoche —le hizo un ademán con la
mano y miró hacia otro lado.
—No lo supero, lo reconozco. No puedo, Cari, en serio.
Noelia se sentó al otro lado.
—¿Qué me he perdido? —preguntó en seguida con cara de curiosidad.
—Lo de siempre —le respondió él y la expresión de Noelia se tornó a
decepción.
Regi se sentó junto a Noelia.
—Os lo dije, la conozco mejor que vosotros —intervino Regina¾. Por
mucho que diga, no lo lleva bien.
—Yo es que me pongo… —Noelia hizo un gesto de furia¾. El problema
lo tenías tú. Ese problema rompe tu relación con él. Y él acaba feliz y tú con
el problema y hecha una mierda. ¡Despierta! Cojones.
—Ha sido por la foto —dijo El Cari.
Blanca negó con la cabeza, seguía engullendo.
—No que va, que lo he visto¾añadió El Cari¾. La foto suya y la tuya.
“Buenos días” —su amigo le hablaba muy cerca de su cara.
Blanca retiró su cara de él sin decir nada.
Si lleva más razón que un santo, qué le voy a replicar.
Regina y Noelia, que no sabían de qué iba el asunto, cogieron sus móviles
para comprobar lo que decía su amigo. Se hizo el silencio.
—Vale —Noelia dejó el móvil sobre la mesa.
Regina tardó algo más en verlo.
—Te ha salido muy chula —le dijo a Blanca, supuso que para animarla.
Esa es mi Regi.
—¿Más claro lo quieres? —le inquirió Noelia¾. Blanca, mírame, ¿más
claro?
—Lo tengo claro —acababa de tragar el último trozo.
—Pues para ya —le replicó Noelia de nuevo.
—Lo intento, créeme —tomó aire—. Y lo llevaba bien, pero desde que
estoy aquí, parece que me angustio más por todo.
Se estiró en la silla.
—Cuanto más me acerco a Àngel…más sentimiento de pena me da
Oliver. ¿Lo entendéis? Yo tampoco.
—¿De pena? —Regina se había levantado para acercarse a ella y se
inclinó junto a su silla.
Blanca la miró.
—Tristeza….¾agarró la tira del biquini de Regina¾. Como si muriera.
Tomó aire.
—Porque está muriendo —respondió Regina¾. Está muriendo dentro de
ti.
Blanca frunció el ceño. No se había parado a pensarlo.
Eso es. Se está muriendo dentro de mí. Es una despedida, un duelo. Se va.
La idea le pareció maravillosa.
Te estás muriendo…
Regina se acercó a su oído.
—Cuando vea la foto lo va a flipar —le susurró y Blanca rió.
Gracias, amiga.
Fortuna, fortuna de tenerlos a su lado. Regina la abrazó y El Cari, como
siempre, se unió al abrazo. Noelia no se movió de su sitio.
Àngel irrumpió en el porche y miró con disimulo a los tres amigos.
Noelia se levantó incómoda.
—Me voy a coger las cosas de la playa —dijo.
El Cari, en seguida se dio cuenta de la presencia de Àngel y se levantó
también.
—Niñas, hace calor, vamos a bajarnos ya —dijo apartando con disimulo a
Regi de Blanca¾ Te bajo tu bolsa, Blanca.
Blanca asintió. Los tres entraron en la casa. Blanca se levantó en seguida
para llevar su plato a la cocina.
Dejó a Àngel solo en el porche. Soltó el plato en el lavavajillas. Había
olvidado su móvil en la mesa del porche y se dirigió a por él. Àngel estaba allí
todavía.
—¿Vas a venir? —No sabía qué decir para disimular su incomodidad con
él.
Él se giró hacia ella y asintió con un gesto rápido con la cabeza. Blanca
alargó la mano para coger su móvil, que estaba demasiado cerca de Arian.
Se ha puesto junto a él a posta.
Le cogió la cara y se la levantó para que lo mirara.
Vas a hacerme una pregunta incómoda. Estoy rara, lo sé.
Pero impedirlo no era difícil para ella. Se lanzó a besarlo en seguida, y lo
hizo con tanto empeño que descuidó la inocencia de las veces anteriores, y en
pocos segundos, Àngel la hubo rodeado con los brazos y Blanca notó cómo su
temperatura corporal ascendía.
Él no la apretaba, simplemente la rodeaba, había espacio entre los dos,
pero ella recibió un latigazo en cierta parte de su cuerpo que la alarmaba de a
qué podría arriesgarse si continuaba besándolo de aquella manera.
Se separó de él aunque él se inclinó hacia ella para alargar el beso.
Juega con ventaja. Él tiene sexo de manera continua y yo…Yo tengo más
peligro que…
Se volvió a retirar de él y esta vez Àngel la dejó libre.
Ya es incapaz de preguntarme nada, pero qué simple son los hombres.
Blanca sonrió y se giró hacia la casa, sus amigos bajaban con su bolsa de
playa.
—Espérame —le dijo Àngel entrando.
Regina fue la última en salir y ni siquiera cerraron la puerta de hierro de la
fachada.
Blanca bajó los escalones hasta el jardín. Àngel apareció al fin, Blanca ya
estaba en la puerta. Se giró para salir, pero encontró a alguien en la puerta,
casi chocó con él.
Lo reconocía, era uno de los amigos de Àngel, de la otra noche. Él se
apartó para dejar salir a Blanca y con su movimiento pudo ver que el resto de
sus amigos, incluída la del vestido rojo (que ahora llevaba un vestido
deportivo blanco), estaban fuera.
Y yo sin camiseta.
No sabía si salir o entrar a la casa, aquella gente le incomodaba tanto que
necesitaba salir huyendo de allí.
Miró a Àngel.
—Voy con el resto —le dijo firme. No era un pregunta, no pedía permiso,
no iba a permanecer allí.
Ni loca me quedo aquí con los pijos estos que sabe dios lo que pensarán
de mí. No les caigo bien y seguramente ellos no me caerían bien a mí. Son
unos clasistas, no hay más que verlos, con sus modelitos de padel. Anda y que
les den.
Salió de la casa, sonrió al otro chico y a las tres chicas, con un saludo
cordial. Se colgó su bolsa y se alejó de allí.
Se colocó sus auriculares y se puso música camino de la playa. Se notaba
que hacía más calor y que era sábado, el paseo estaba lleno de transeúntes.
Ella y su biquini nuevo con el bronceado gaditano, no pasaban
desapercibidos. Algo incómodo para Blanca. Se concentró en la música.
Localizó a sus amigos, demasiada gente en la playa, pero El Cari estaba en
pie.
Llegó hasta ellos, estiró su toalla y se recostó en ella sin quitarse los
auriculares. El Cari se acercó a decirle algo, no lo oyó con la música pero
dedujo qué le preguntaba por Àngel.
—Han llegado sus amigos —le respondió intentando modular la voz.
Colocó la bolsa y la usó como almohada. Estaba cansada, más cansancio
psicológico que otra cosa.
Mañana estaré en casa.
Y el tener ganas de llegar a su particular casa, no era bueno. Cerró los
ojos.
A través de su párpados notó que le tapaban el sol. Podría ser alguno de
los que la acompañaban, pero lo mismo Àngel habría llegado. No abrió sus
ojos.
Por si acaso piensas que yo estaría mirando al horizonte anhelando verte
llegar y midiendo el tiempo que tardabas. Como ves, me es indiferente. Como
si te hubieses quedado con la rubia del traje rojo.
El sol volvió a iluminar sus párpados. Sintió el olor a la colonia de Àngel,
se acababa de tumbar a su lado.
Suave, elegante, sugerente. Me gusta.
Había perfumes masculinos que para ella eran auténticos repelentes.
Sintió un cosquilleo en su hombro izquierdo y al fin entreabrió los ojos.
Àngel la acariciaba con un dedo. Blanca notó como su cuerpo se tensaba.
No puedo evitarlo. La confianza o la cercanía me incomoda.
Respuesta refleja de su cuerpo que no lograba controlar y él pareció
notarlo. Blanca en seguida miró la expresión de Àngel. No estaba contrariado,
no, no era eso. Estaba pensativo, con un halo de decepción. No dejaba de
pasar su dedo índice por el hombro de Blanca.
¿Le acabas de contar a tu amigo y él te ha soltado algo que no te gusta?
Ahora el que estás raro eres tú. Pero no, no pienso hacerte la pregunta
incómoda.
—Héctor cree que esto no es buena idea —le dijo.
Mira que no te he preguntado, joder. Tienes que mantener el misterio.
Serías un pésimo escritor.
—La diferencia de edad, la diferencia de…¾negó con la cabeza.
De clase social, de estilo. Realmente la diferencia de todo. Lleva razón el
buen hombre. Hazle caso.
El dedo de Àngel llegó hasta su cuello y de ahí hasta su barbilla. Él se
inclinó sobre ella, tapándole el sol y pudo ver su cara. Él la miraba sin decir
nada, los ojos, la nariz, los labios.
Hazle caso a tu amigo. Seguramente te habrá dicho que tengo que ser una
zorrilla o que voy a intentar engancharte por el dinero de tu familia. El
consejo es el mismo; Huye de mí, ¿no?. Pues eso, huye.
—Y tampoco te veo a ti muy convencida —le reprochó¾. Ha sido una
estupidez quedarme.
Se hizo el silencio. Àngel esperaba una respuesta de Blanca, quizás una
que contradijera sus palabras. Pero solo obtuvo silencio.
Se levantó de la toalla de Blanca, esta lo observó ponerse en pie.
—Os veo esta tarde, voy a comer fuera —les dijo al resto.
Regi, Noelia y El Cari miraron a Blanca contrariados. Esta evitó sus
miradas, volvió a colocarse los auriculares y cerró los ojos, aún sabiendo que
Àngel no se había ido.
Es lo mejor. No estoy segura ni de lo que quiero.
Àngel miró su indiferencia y aquello lo convenció de que Héctor llevaba
razón. Todos le dijeron adiós cuando se alejó, todos excepto Blanca, que se
mantuvo tumbada, como si estuviera dormida, mientras escuchaba música a
gran volumen.
Àngel la observó de nuevo mientras se alejaba. Al fin giró su cabeza y El
Cari pudo ver cómo Àngel negaba con la cabeza.
—Niña —tiró del cable del auricular y se lo sacó de la oreja¾. Eres
gilipollas, pero de las gordas.
Blanca lo miró y frunció el ceño.
—¿Por qué has sido tan estúpida con el chaval? —le reprochó.
Blanca ladeó su cuerpo.
—Porque es lo mejor —respondió¾. No estoy bien y lo que menos
necesito ahora es más líos. Tengo demasiadas cosas en la cabeza y
demasiados proyectos. Ellos llenan mi vida y esto…esto son juegos absurdos.
Paso.
El Cari negó con la cabeza y le echó el auricular sobre el pecho. Blanca
volvió a colocárselo y a cerrar los ojos.
14

Àngel estaba en la casa de Héctor. Después de la comida lo había invitado


a su casa, algo que agradeció, no tenía ganas de volver a la suya.
Le había contado la reacción de Blanca en cuanto regresó con sus amigos.
—A ver Àngel, esa tía no piensa como la mayoría de mujeres que
conoces. Sabe que sueltas babas, que todos sueltan babas con ella. Le da lo
mismo. Le sobran perritos falderos.
Àngel negó con la cabeza.
—No se ha recuperado de lo de su ex —intervino Àngel.
Héctor se sentó en el borde de la piscina.
—Sea lo que sea, te debe de dar igual —le respondió¾. Haz lo que
quieras, pero pasa de líos. Puedes estar con ella una noche o dos, pero nada
más. No te lo tomes en serio, que una tía así solo da problemas.
—Ella es la primera que no quiere nada serio con nadie —añadió Àngel.
—¿Qué te va a decir a ti? —Héctor entró en la piscina¾. Aunque quiera
engancharte te diría eso. Tío, eres un solterazo. Tienes la vida solucionada,
trabajo, piso, buena familia, comodidades.
Àngel le echó agua.
—¿Por eso tú sigues soltero? ¿No te fías de nadie? —le dijo Àngel con
ironía.
Héctor rió y negó con la cabeza.
—Yo no soy tan guapo como tú. Ya me gustaría a mí que me tiraran los
tejos las enfermeras. O tener posibilidades con una chica como esa.
Ambos rieron.
—En serio, Àngel, pasa del tema.
Àngel levantó las manos.
—Si lo tengo claro, y más con lo de la playa de esta mañana.
Héctor lo miró y negó con la cabeza.
—No te veo tan convencido como dices y no me gusta nada la cara con la
que la miras.
Àngel frunció el ceño.
—¿Cómo la miro?
—Como un imbécil —Héctor reía.
—No ha sido una buena idea, la verdad —Àngel se metió en la piscina¾.
Es amiga de mi hermano, en qué estaba pensando.
—Con la cabeza no, desde luego —le respondió Héctor.
—Lo mejor es que no vuelva a acercarme a ella.
15

El Cari le abrochaba la cremallera trasera del vestido que siempre se


atascaba un poco a unos centímetros de acabar.
Era ajustado, negro, palabra de honor como solía llevar a menudo y justo
en medio del escote, tenía una pequeña “uve”. A Blanca le costó moverlo para
que quedara justo en medio de los dos pechos, odiaba cuando le pasaba eso.
—Cari, una talla más para la próxima —le dijo él soltando la cremallera y
Blanca rió.
Cogió el bolso y se dispuso a abrir la puerta. Aún hacía calor, así que no
llevaba chaqueta.
—Y el perdido, ¿dónde andará? —preguntó El Cari saliendo tras ella.
—Déjalo por ahí —le susurró Blanca.
Llegaron abajo. Alba estaba en el sofá con Joan, ya preparados. Había
más gente en el porche. Solo faltaban Noelia y Regina.
—No somos los últimos, al menos —dijo Blanca y al mirar al Cari, vio
que él miraba algo en el office del salón.
Blanca giró su cabeza y vio a Àngel y a su amigo, que sacaban bebida del
botellero para prepararse una copa.
Blanca observó a Àngel de reojo, peinado y arreglado de forma elegante,
variaba a la imagen que conservaba de él con el pijama del Capitán América y
hasta lamentó haber sido una estúpida en la playa, porque algo en su interior
le indicó que sintió placer al verlo.
Àngel levantó la cabeza. Blanca pudo notar cómo él puso empeño en
pasar su mirada de largo, pero no fue posible.
Y puedo ponértelo más difícil, si cabe.
Pasó cerca de él para llegar hasta Alba, hasta pudo sentir su perfume. Lo
miró y le sonrió sin detenerse en él. Con el zapato de tacón tan alto, lo
igualaba en estatura. Casi rozó su hombro con el de él.
Alba le dijo que aún faltaban las chicas, cosa que Blanca ya conocía. Se
sentó en el ancho y cuadrado brazo del sofá.
Héctor le dijo algo a Àngel pero Blanca no pudo deducir por su expresión
qué podría ser.
Un centinela para que no metas la pata. Y luego la inmadura soy yo.
Blanca no les prestaba atención, hablaba con Joan y Alba. Hasta que una
de las veces vio a Héctor dirigirse al baño.
Blanca se levantó y se dirigió hacia Àngel.
Venga valiente, a ver qué haces ahora que no te ve tu amigo.
—¿Os quedáis aquí? —le preguntó a Àngel desde el otro lado de la
encimera.
A él le extrañó la pregunta, tardó un instante en responder. Blanca rodeó la
encimera hasta ponerse en el mismo lado en el que se encontraba él.
—Salimos en un rato —evitó mirarla hasta que no tuvo más remedio.
Blanca sonrió. Noelia y Regina ya estaban abajo.
—Entonces te veo luego —giró su cuerpo para ver cómo salían Regina y
Noelia. Alba y Joan ya estaban en pie.
Blanca se giró hacia Àngel y lo pilló mirando su escote. Algo que dejó de
hacer en cuanto ella lo miró.
No me lo pongas tan fácil que hasta me entran ganas de no jugar.
—Hasta dentro de un rato —se despidió. Pegó su escote al pecho de
Àngel y acercó sus labios a los de él.
Ni impedimento pone. Anda que Héctor estará contento.
Se retiró de él después de un pequeño beso y Àngel la sujetó por la
cintura.
—Ya te dije en la playa que esto no es buena idea —le dijo.
Blanca frunció el ceño.
Y no lo es. Pero me encanta que quieras huir y no puedas.
—¿Sí? —le dio un toque en la barbilla y se giró para darle la espalda e
irse.
La puerta del baño se abrió. Blanca le dijo adiós a Héctor al pasar.
Los dejó atrás mientras seguía a los suyos hasta la puerta automática del
jardín.
Fueron al mismo sitio de la otra noche. Blanca bailó con Noelia, se tomó
un par de copas, y justo cuando iba por la mitad de la segunda, Àngel y sus
amigos aparecieron.
Los observó de lejos. No podía acercarse, tenía que esperar a que él se
acercara.
—No hay quien te entienda, Cari —le decía El Cari¾. Si se acerca no
quieres y si se aleja vas detrás. En serio, lo de Oliver te ha sentado fatal.
No lo sabes bien.
Ahora Àngel tenía más de un centinela, no solo Héctor estaba a su lado,
sino que la rubia del vestido rojo, que ahora iba con falda blanca y top negro,
no se retiraba de él.
Al cabo de un rato, cuando Blanca estaba cerca de una columna, hablando
con Regina, que Àngel se acercó a ella. Regina se esfumó tras la columna
para dejarlos solos.
Blanca no se movió de donde estaba.
Mide tú la distancia.
Necesitaba saber las intenciones de él, y que se mantuviera a medio metro
de ella, ya le decía algo.
Tus amigos están haciendo un buen trabajo.
Así que fue Blanca la que pegó su cuerpo al de él.
Y están haciendo el juego más divertido.
Àngel la sujetó por la cintura para frenarla.
Mucho más divertido.
—Déjalo ya —le dijo él.
Blanca lo miró a los ojos.
Resistencia, esto sí que me está gustando.
Se inclinó hacia él aunque se imaginó su reacción. Se retiró para que no lo
besara.
Acabas de asegurarte de que vuelva a intentarlo.
—Para —después de retirarse le acarició la cara. En un intento de que
Blanca no se ofendiera con el rechazo.
Pero Blanca no se sentía ofendida en absoluto, todo lo contrario. Miró
hacia los amigos de Àngel y luego a él. Le estaba gustando el reto.
—Te veo luego, entonces —le dijo y le dio un toque en el pecho.
Le dio la espalda para irse con los suyos, notó la mano de Àngel en su
brazo. Inclinó la cara hacia el lado donde sentía intenso el perfume de él.
Algo quería decirle.
Dejó caer su peso en él hasta pegar su espalda por completo en Àngel,
obligándolo a agarrarla también con la otra mano.
—No me lo pongas más difícil —le dijo él y ella rió.
Se dio la vuelta hacia él de nuevo. Miró hacia los amigos de Àngel, esto
no los perdían de vista.
Notó algo a su espalda. Era Noelia.
—Nos vamos ya —le dijo¾. Prefieren seguir la fiesta en la casa.
Blanca asintió con la cabeza y Noelia se fue. Le acababan de cortar el
rollo. Le apetecía seguir la batalla delante de los estúpidos amigos de Àngel.
—Me voy —tuvo que decirle—. Vigilaré la casa por ti.
Sonrió y Àngel le acompañó en la sonrisa.
Guapo.
Lo agarró por las solapas de la chaqueta.
—Ven con nosotros —le propuso.
Qué torpe, Blanca. Así no se hace, con lo bien que ibas.
Àngel negó con la cabeza.
Normal que diga que no. Así, no.
Tiró de las solapas de la chaqueta.
—A ellos los tienes en Barcelona, ¿no? —insistió.
Àngel la miró, deteniéndose en sus ojos, primero en uno y después en el
otro.
Me miras a los ojos más que al escote, me gustas, ¿sabes?
Blanca le mantuvo la mirada, contaba con una gran ayuda de persuasión.
Estás dudando. ¡Bien!
—¿Por qué quieres que vaya? —preguntó él.
Blanca tomó aire. Tenía que medir bien la respuesta.
Porque estoy en el interior de un agujero oscuro y espantoso.
No podía decírselo. Había demasiadas cosas que no podía decirle; no
podía hablarle de Oliver, de su padrastro, de sus mil demonios…
Le cogió la mano y tiró de él para que lo siguiera.
— Ve n c o n m i g o — n i s i q u i e r a e s c u c h o c ó m o
sonaba su voz.
Pero Àngel la seguía. Salieron de allí, fuera estaban los demás, esperando.
Àngel se acercó a su hermano y El Cari aprovechó para pegarse a Blanca.
—Ahora qué¾le susurró.
Blanca se encogió de hombros. Àngel entró de nuevo indicándole que
comenzara a marchar, él los alcanzaría.
—Sus amigos no están a favor de lo que hace —le decía a El Cari y este
hizo una mueca.
—¿Y eso a mi diva le importa? —la animó él.
Blanca negó con la cabeza sonriéndole.
—Pero no es agradable que personas que no te conocen piensen…que
soy…vete a saber. ¿Es la imagen que doy? De interesada o de…
El Cari negó con la cabeza.
—El mayor enemigo de una mujer siempre es otra mujer —le decía él¾.
Ellas siempre te van a mirar tan mal como puedan y te llamarán lo que se les
ocurra. Con eso ya cuentas, no es la primera vez. Y bueno, algunos hombres
se sienten mejor si desprestigian todo lo que no pueden tener.
Le pasó el brazo sobre los hombros.
—Y seguramente lo vivirás en cada nuevo campo que descubras.
—Eso es lo que me da miedo —se confesaba ella. Suspiró¾. Este año
acabo la carrera, las prácticas en hoteles, el mundo editorial…¿Y si no me
aceptan?
—Bueno…no tienes dinero ni padrino, así que tendrás que callarles la
boca a base de talento.
Blanca le sonrió y se dejó caer en él. El Cari la apretó.
—No tengas miedo —añadió él¾.Tarde o temprano, todos acabarán
cayendo a tus pies por méritos propios.
—Me encantaría cerrar los ojos y verme dentro de tres o cuatro años.
El Cari rió.
—Si te vieras hundida o si te vieras triunfando, ¿cambiaría algo el hoy?
Blanca negó con la cabeza.
—Pues entonces vive el hoy —se detuvieron frente a la fachada.
Se giraron para ver cómo el resto iba apareciendo en la esquina. Àngel ya
estaba entre ellos y se adelantó para abrir la casa.
Blanca fue consciente de que estaba allí porque ella se lo había pedido.
Con el paseo sus pensamientos habían volado hacia otro tema y el juego se
había enfriado en su interior.
Joder
Miró a El Cari contrariada y este rió.
—Ánimo, loba —le dijo con ironía entrando en el jardín.
Blanca esperó para ser la última en entrar. Àngel esperaba para cerrar la
puerta. La miró esperando algún cambio en su actitud.
Ya me vas conociendo.
Cerró la puerta tras ella. Albert y el resto habían encendido las luces y
sacaban botellas y vasos a la mesa del porche.
Àngel se detuvo a su lado, esperando algo que ella no supo identificar. Lo
cogió de la mano y entraron en la casa. Blanca se quitó los zapatos de tacón.
El móvil de Àngel no dejaba de hacer sonidos y este lo silenció en
seguida. Blanca sonrió.
—No les he caído muy bien a tus amigos, ¿verdad? —le dijo.
Àngel frunció el ceño.
—No es eso…
No dejan de enviarte mensajes. Y me encantaría saber qué dicen.
Àngel cogió los zapatos de Blanca y los puso a un lado.
—A ver si no se te vuelven a olvidar —le dijo y ella sonrió.
Desviando la conversación, estupendo.
A pesar de no emitir sonido, la pantalla del móvil de Àngel no dejaba de
iluminarse.
—¿Qué es lo que no quieren que hagas? —estaban en la entrada.
A Àngel le cogió desprevenido la pregunta.
Follarme.
—Ninguna tontería
¿Follarme es una tontería? No tienen ni idea.
—¿Sueles hacer tonterías? —se acercó a él.
Àngel la sujetó de la cintura, como había hecho antes, para evitar que ella
llegara a besarlo.
—Nunca —sonó convincente.
Sea como sea, estás aquí.
Dio un paso hacia él y notó cómo las manos de Àngel dejaron de
oponerse.
A la mierda tus amigos y a la mierda mis demonios.
Se acercó aún más y lo besó, despacio al principio pero no tardó en dejar
caer su peso en él. Y en cuanto apretó su pecho contra el de él, lo vio claro.
Àngel no tenía dudas, aunque fuera una tontería.
Blanca subió un par de escalones y lo cogió de la mano para que lo
siguiera. En cuanto llegaron al pasillo de la planta de arriba, fue él quién se
lanzó sobre ella. Blanca notó cómo su vestido se había movido con el roce.
Volvió a colocárselo mientras Àngel abría la puerta del dormitorio. Le
dejó paso para que entrara primero y cerró la puerta
Ya no puedo salir corriendo.
Tomó aire. Soltó el bolso en la cómoda y se inclinó sobre el cuerpo de
Àngel. Este la sujetó por las caderas y la pegó a él por completo. Los besos se
tornaban cada vez más deseosos. La chaqueta de Àngel estaba en el suelo y
ella había conseguido abrirle los primeros botones de la camisa, sin ser
consciente.
Se retiró de él un momento y le dio la espalda, con una mano apartó su
melena hacia un lado. No fue difícil para él reconocer lo que quería Blanca.
Sujetó el vestido con una mano y bajó la cremallera con la otra.
Blanca tomó aire al sentir liberada su espalda de aquel opresivo vestido.
Echó la cabeza hacia atrás y la apoyó en el hombro de Àngel mientras este le
besaba el hombro.
Blanca arqueó la espalda y apretó su culo contra él. Al sentir la dureza se
retiró unos centímetros, pero él volvió a apretarla contra él sin dejar de besar
su cuello.
Hacía demasiado calor en aquella habitación o Blanca estaba más subida
de tono de lo que en un principio pensaba, porque sentía un ardor que no
imaginaba que pudiera sentir con otro que no fuera Oliver. Pero él en aquel
momento no cabía en su mente.
Àngel tiró del vestido hacia abajo y este la dejó desnuda de cintura para
arriba. Blanca se giró para ponerse frente a él.
Lo vio mirarla despacio desde el ombligo hacia arriba y su mirada la
encendió aún más. Ya no recordaba lo sensual que podría parecerle a un
hombre su desnudez. Aquello activó algo dentro de ella, algo que le
encantaba. No tenía demonios, no tenía dudas, estaba más segura de sí misma
que nunca. Estaba cruzando una línea que ella dominaba como pocas mujeres
y estaba deseosa de mostrárselo a Àngel.
La camisa de Àngel cayó junto a su vestido y le había desabrochado los
botones del pantalón. Ella se encontraba ya en tanga. Lo besaba en el cuello
mientras tiraba de él hacia la cama.
Blanca se sentó a la vez que le bajaba los pantalones. Àngel se tumbó
sobre ella y la besó en los labios de nuevo, pero no se detuvo allí mucho
tiempo. En seguida bajó hacia su pecho derecho. Blanca cerró los ojos, notó
cómo se le erizaba la piel. La lengua de Àngel llegó hasta su pezón izquierdo.
Apretó los hombros de él mientras que notaba incomodidad en el tanga. Lo
había mojado por completo.
Àngel volvió al pecho derecho mientras acariciaba el izquierdo que aún
mojado, se endurecía. Blanca arqueó su cuerpo elevando sus genitales de la
cama.
Àngel pareció entender el gesto y tiró del tanga hacia abajo para liberarla
por completo a la vez que besaba el comienzo de su ingle.
Blanca se empujó con los talones para colocarse sobre los numerosos
almohadones de la cama. Àngel se tumbó sobre ella, de nuevo, para besarla.
El aún conservaba la ropa interior, pero el roce fue tan intenso que Blanca
pudo imaginar lo que guardaban los bóxer color gris.
Àngel alargó el brazo hasta la mesilla de noche. Blanca apartó la mirada,
supuso qué buscaba. Había pensado en pedirle alguno al Cari por el camino,
pero con el cambio de conversación lo olvidó.
Àngel se detuvo a mirarla un instante, buscando sus ojos. Blanca supuso
que queriendo comprobar si ella estaba segura. Pero ella no tenía dudas, le
rodeó el cuello con los brazos y lo besó. Lo deseaba, no tenía dudas, era
imposible dudarlo, tenía la vagina ardiendo y chorreando hasta llegar a la
vergüenza.
Cogió el elástico de los bóxer de él con ambas manos y se los bajó hasta
donde pudo. Luego, con rapidez palpó al fin lo que estos guardaban, estaba
tan mojado como ella. Sintió algo abrirse en su pecho.
Àngel cerró los ojos y exhaló aire cuando ella apretó su pene y lo movió.
En seguida entre los dos, colocaron el preservativo.
Blanca notó el pene de Àngel rozar su clítoris, aquella sensación le
encantaba. Miró a Àngel a los ojos, mientras él la penetraba lentamente, como
si fuera a hacerle daño.
Blanca levantó el pubis con tanta fuerza que levantó el cuerpo de Àngel
con él, lo giró y ambos rodaron, quedando ella encima de él.
Àngel tenía la espalda sobre los almohadones y Blanca se irguió sobre él.
Él la sujetó por las caderas y la miró. Comprobar la manera con la que él
miraba su cuerpo, la hizo sentir diosa sensual de nuevo, como en otros
tiempos. Aquello le dio seguridad, mucha seguridad.
Con su pubis dirigió el pene de Àngel, aflojó los genitales para que
entrara la punta y apretó a la vez que bajaba por completo. Àngel se levantó
levemente y la miró con una expresión extraña.
Blanca hizo un movimiento lento, de atrás hacia delante y levemente
curvo, mientras volvía a apretar su vagina. Àngel volvió a levantar el cuerpo y
gimió.
Ella sonrió. Esperaba de algún modo la reacción de él y el placer le
recorrió desde sus genitales hasta su pecho.
Volviño a repetirlo y Àngel arqueó su espalda y cerró los ojos, pero ella en
seguida la cogió la cara para que la mirara de nuevo. Lo notó tomar aire y
contenerlo para recibir una nueva embestida de Blanca, él volvió a gemir y la
piel de Blanca se erizó, esta vez tuvo que acompañarlo en el gemido.
No se tomó ni un segundo, una vez más y otra y a Àngel no le daba
margen de recuperarse, sabía que si seguía, aquello no duraría mucho, pero
quería mostrarle que a pesar de su comportamiento imbécil de aquéllos días,
no era ninguna estúpida. Lo oía gemirá y aquello aumentaba su placer. Los
movimientos se iban haciendo poco a poco más rápidos, lo notaba
estremecerse entre sus piernas y hasta su pene, clavado en ella, se contraía en
su interior a su antojo.
Notó cómo Àngel la apretaba mientras exhalaba el aire. Su placer creció,
no tardó en llegar el primero y supuso que el único de los orgasmos que
tendría a juzgar por como veía a Àngel.
Blanca levantó la barbilla y cerró los ojos. Gimió más fuerte de lo que
quería, sin dejar de apretar y aflojar su vagina. Logró transmitir ese placer a
Àngel porque él enseguida la acompañó con una respiración acelerada y algún
gemido.
Tenía las pulsaciones aceleradas y mucho calor. Pero aún podría haber
seguido el tiempo que hubiese hecho falta.
Apartó la mirada de Àngel, se levantó con rapidez. Ahora llegaba el
momento incómodo. Aquello había sido sumamente breve, pudo sentir el
bochorno de Àngel.
Se levantó de la cama y con un “voy al baño” se esfumó de la habitación.
Cerró la puerta del baño nada más entrar y se apoyó en ella. Su respiración
estaba demasiado acelerada. La calentura se había ido y volvía poco a poco a
la realidad.
Era lo que esperaba, sabía que Àngel no estaba acostumbrado a que le
hicieran eso. Le gustó la sensación de haberle desplegado una pequeña parte
de sus habilidades sexuales.
Levantó la barbilla, le faltaba el aire, pero no era por el orgasmo ni por el
esfuerzo, eso no le suponía nada. Con Oliver tenía varios y solían hacerlo
durante horas.
Abrió el grifo de la ducha y se metió dentro. Tomó aire profundamente de
nuevo.
Ya está, pasé de página.
Sin embargo no parecía que hubiese cambiado nada.
Y ha cambiado todo. Te dejé atrás Oliver. Al fin te dejé atrás.
Se acabó, su novela con Oliver había terminado y no quedaba más que
apilarla entre el resto de sus manuscritos.
Le brillaron los ojos.
Te dejé atrás.
Se enjuagó con el agua bien los genitales, las piernas y luego se metió
bajo el chorro con cuidado de no mojarse la cara y la cabeza. El agua tibia
calmó su respiración.
Esperaba sentir un inmenso orgullo y sin embargo, la pena de los días
anteriores aumentó. Respiraba con fuerza.
Adiós Oliver.
Sintió unos golpes en la puerta, Àngel llamaba.
Cerró el grifo. Cogió una toalla que estaba doblada sobre una bandeja y se
secó con ella.
Había dejado su ropa interior fuera y tampoco iba a servirle, estaba
chorreando cuando se la quitó. Sin embargo, le daba vergüenza salir desnuda
del baño.
Me acaba de ver desnuda, he estado desnuda encima de él y ahora me da
vergüenza.
Se envolvió bien en la toalla, tomó aire un par de veces más y salió del
baño.
Àngel estaba de pie, esperando para entrar. Blanca se ruborizó, supuso
que no había sido cortés salir huyendo y cerrar la puerta.
Le acarició la cara y lo besó, intentando suavizar la metedura de pata.
Ahora pensará que lo he hecho porque ha sido un polvo flash.
Eso había sido lo de menos. Ella había disfrutado, había disfrutado más de
lo que esperaba a pesar de sus dudas y de sus miedos. Àngel había conseguido
alejarla de sus demonios durante ese breve tiempo. Ya había avanzado algo.
Pero ahora, sus demonios estaban regresando con más fuerza.
¿Qué he hecho?
Àngel la besó de nuevo antes de entrar en el baño aunque no cerró la
puerta como lo había hecho ella.
Blanca recorrió con su mirada el suelo de la habitación buscando su
vestido. Lo divisó cerca de la entrada al dormitorio. Se puso el vestido y lo
abrochó hasta donde pudo, el tanga lo envolvió en papel y lo metió en el
bolso.
Estaba junto a la puerta cuando Àngel salió del baño, con una toalla
envuelta alrededor de la cintura. Miró a Blanca con desconcierto.
Esperabas que me quedase.
Blanca bajó la cabeza. Era realmente incómoda la situación. Àngel se
acercó a ella.
—¿No quieres quedarte? —le preguntó con decepción.
Ella levantó la cabeza y entornó los ojos hacia él.
Quiero salir corriendo y ni siquiera sé el por qué.
Tenía un extraño pellizco en el pecho. Solo sabía que quería salir de allí,
no tenía motivos, pero necesitaba estar sola.
Algo tuvo que ver Àngel en los ojos de Blanca, le cogió la mano.
—Si es por mí, preferiría que te quedaras —le dijo¾. Puedo arreglarlo.
Blanca sonrió y negó con la cabeza.
No es eso. Tú no tienes ningún problema. Es más, eres aún mejor de lo
que pensaba, en todos los sentidos. Ahora comprendo el láser que me ha
lanzado con los ojos tu amiga la rubia, toda la noche.
Tiró de ella y la llevó hasta la cama y se puso tras ella.
—¿Necesitas algo? —la besó en el hombro.
Unas bragas limpias, pero mala cosa si tuvieras unas.
Blanca negó con la cabeza.
—Pues entonces no tienes que ir a ninguna parte —le bajó la cremallera
del vestido de nuevo.
Àngel apartó los almohadones y la colcha y le indicó a Blanca que se
tumbara. El colchón y la almohada eran realmente cómodos. Àngel se tumbó
a su lado, de perfil hacia ella. Tapó a Blanca con la sábana, hasta la cintura y
también se cubrió él. Aquel gesto la tranquilizó de alguna manera. Estar
completamente desnuda junto a él, ya en frío, no era cómodo.
Medio metro los separaba.
—¿Estás bien? —le preguntó.
He estado a punto de llorar en el baño. No estoy bien. Y tú no lo
entenderías y debo de parecer lela o algo.
Tomó aire mientras Àngel le acariciaba la cara. Le comenzaron a extrañar
las atenciones que se estaba tomando con ella. Apenas la conocía, sin
embargo se estaba tomando molestias en que ella estuviera bien.
—Estoy bien —trató de sonreír y tuvo que hacerlo bien porque parece que
él la creyó.
Àngel apoyó la mano en el lateral de su espalda.
—Como querías irte —sonrió con ironía.
—No sabía si querías dormir acompañado —intentó parecer resuelta.
Ya habíamos terminado, ¿no? Tampoco es tan extraño que me fuera de
aquí.
—Cómo no voy a querer dormir contigo —Blanca se arqueó un poco,
abochornada.
Me voy a caer de la cama como suelte otra.
—No te esperaba… así.
Claro que no. Y hay más. Pero mañana me voy y no voy a volverte a ver.
—Y eso de levantarme…¾Blanca rió. Podía levantarlo sin esfuerzo.
—El pádel no da tanta fuerza, por lo que veo —lanzó la bala directa y
Àngel la recogió.
La estúpida de la rubia seguro que es de las que se ponen debajo y
esperan a que hagas algo útil. Un polvo fascinante. Sí señor.
Àngel se acercó a ella. Blanca apoyó la espalda en el colchón y Àngel se
echó sobre ella. Le retiró el pelo de la cara. Blanca notó que algo comenzaba
a recuperarse por debajo de las sábanas.
—Tendría que haberle hecho caso a Héctor —le dijo.
De eso nada, te alegras de no haberle hecho caso.
—A ver cómo salgo yo de esta —la besó.
—Saldrás mañana de esta —le respondió ella.
Pero no pudo decir nada más. Àngel la besaba con insistencia, mientras
rozaba su cuerpo contra el de ella con un suave movimiento. Blanca abrió las
piernas, para dejarle espacio entre ellas.
Clavó los talones en la cama y elevó su pelvis, pero él le sujetó la cadera y
la volvió a colocar en la cama.
—No —le dijo él y Blanca sonrió.
No te fías de tener otro flash.
Àngel le besó entre los pechos y Blanca se arqueó. Notó los dedos de
Àngel acariciando su clítoris, mientras no dejaba de besarla. Blanca gimió.
Volvía mojarse, no le hacía mucho más en aquél momento para estar
preparada.
Rodeó el cuello de Àngel con los brazos y lo empujó. Notó su pene muy
cerca, tanto que tuvo que retirarse en seguida. Fue ella la que miró el cajón
donde guardaba los preservativos. Esta vez él solo se las apañó para
colocárselo. Blanca estaba totalmente tumbada. Fue rápido, aquello entró con
seguridad hasta el final, haciendo que Blanca gimiera cuando la sintió al
completo.
Àngel cogió la pierna izquierda de blanca y la agarró con fuerza,
comenzando el movimiento. Blanca aflojó su vagina y se dejó a la voluntad
de él, de otra forma, el resultado sería el mismo de la vez anterior y quería
disfrutar. Cerró los ojos mientras gemía con cada movimiento.
Abrió los ojos y miró a Àngel. Cuando sus ojos se cruzaron con los de él,
por un momento, la calentura pasó a un segundo plano, y sintió algo en la
parte alta de su estómago, una especie de cosquilleo parecido al que sentía si
se asomaba a un precipicio.
No, eso no.
Cogió a Àngel por los hombros y lo empujó para que se irguiera. Él se
arrodillo sin salir de ella. Blanca levanto un poco la pelvis de la cama y se
apretó a él. Lo oyó gemir.
Se dejó caer de nuevo para volver a Levantarse, sin dejar de mirarlo.
Sabes lo que pasará si sigo, pero no puedes detenerme.
Volvió a hacerlo, era sorprendente, aunque no era constante con las bolas
vaginales desde que se acabó lo suyo con Oliver, no había olvidado la
práctica.
Lo hizo de nuevo, Àngel le apretaba las piernas, pero ella levantó una de
ella y la apoyó en el hombro de él. El cambio de postura hizo que notara el
pene aún más adentro y eso le encantaba. Volvió a elevarse. Àngel había
levantado la barbilla, no la miraba. Volvió a mover la pierna, apoyó el pie en
el pecho de él para sacarlo de ella y darse la vuelta.
De espaldas a él se puso de rodillas y se dejó caer en él. Àngel se volvió a
encajar en seguida a ella. Blanca tomó aire, sintió los dientes de él en su
hombro. Sabía que no tardaría en acabar y deseaba que aquello siguiera. Pero
lo entendía.
Apretó de nuevo y se movió, Àngel la siguiño en el movimiento y la
apretó con fuerza a él, el gemido fue unísono. Se giró para mirarlo, él apoyó
su frente en la de ella. Blanca volvió a mover su pelvis y él a empujarla. Lo
miró a los ojos, pudo ver una mezcla de placer de angustia y placer en ellos.
Aquella sensualidad se activó dentro de ella y su pelvis se movió, esta vez
en un recorrido más largo y rápido, lo notó exhalar el aire, le estaba
encantando. Dejó caer la nuca en el hombro de Àngel y lo hizo una vez y otra.
El orgasmo no tardó en llegar y este arrastró por completo a Àngel, que clavó
sus dientes en ella mientras exhalaba con fuerza.
Quedaron inmóviles un instante. Blanca aún tenía apoyada la cabeza en él.
Se miraron, y tuvo que sonreír al verlo.
—¿Estás bien? —le preguntó ella riendo.
Àngel resopló y Blanca aumentó su risa.
16

Abrió los ojos. Era temprano, como siempre. Àngel dormía a su lado.
Ahora sí, me voy.
Se colocó el vestido lo más rápido que pudo y sin abrocharse se marchó
hacia su dormitorio.
El Cari roncaba.
Se cambió de ropa, su último biquini limpio, unos shorts y una camiseta.
Bajó las escaleras recordando que no podía salir de la casa. Cuando llegó a la
entrada, se sorprendió que la puerta estaba abierta. Salió al jardín.
Algunos chicos estaban durmiendo en las hamacas.
Llevan aquí toda la noche. Serán…
Supuso que al ser la última noche, cada uno durmió donde hubo caído.
Salió de la casa en dirección a la playa. Era temprano, apenas acababa de salir
el sol.
Habré dormido tres horas como mucho.
Por la noche tuvo una pequeña conversación con Àngel, él se había
interesado por lo planes de Blanca, que se resumían en escribir, la promoción
de su novela y acabar su carrera universitaria. Él le habló de su trabajo en
urgencias y de sus movidas guardias.
A pesar de que la noche había sido más que buena, se resistía a mantener
cercanía con él. Solo deseaba volver a Barcelona y no verlo más.
Llegó hasta la playa y extendió la toalla. Tomó aire antes de sentarse.
No me lo puedo creer.
Había pasado la noche con Àngel y a pesar de que sus demonios la
acechaban, en su interior sentía un halo de alegría.
No, ahora no.
Se sentó y volvió a tomar aire.
No, no puedo. Me prometí que no.
Cogió su móvil y abrió instagram.
Venga, Oliver, quítame esto. Quítamelo.
No había fotos nuevas, así que volvió a buscar la que la noche anterior le
enseñó al Cari.
Después de ti, qué. Eso es, después de ti, nada.
No funcionaba.
Eres perfecto y no habrá otro.
Cerró los ojos. Le gustaba como Àngel la miraba, como le hablaba, como
la tocaba. Y la reacción de él ante el despliegue de sensualidad de aquella
noche, fue maravilloso, le encantó.
Volvió a mirar a Oliver.
Venga, don perfecto, detén esto.
Cerró la aplicación.
Esto me puede costar un bloqueo creativo y bajar mis notas. No puedo
permitírmelo.
Supuso que en Barcelona, en cuanto pasaran los días, se le pasaría.
Vio una sombra en la toalla.
¿Ya está aquí?
—No hay quien te siga el ritmo —se arrodilló junto a ella y le besó la
mejilla.
Quieres dejar ya esos gestos. Hemos follado, nada más.
Se tumbó y apoyó la cabeza en las piernas de Blanca.
—¿Por qué no has seguido durmiendo? —le preguntó ella.
—Hago guardias, dormir poco no es el problema. El problema es…
Àngel rio.
—Has dormido menos de tres horas después de lo de anoche y estás tan…
normal. ¿Eres una especie de superhéroe?
Blanca rio. Àngel se incorporó y se sentó frente a ella.
—Nos vamos hoy y…¾le cogió la barbilla¾. Pero podemos vernos en
Barcelona, si quieres.
No, por favor.
—Vamos hablando —le respondió ella para no ser brusca.
El negó con la cabeza.
—Si te apetece, no quiero que te agobies ni nada parecido —añadió él.
Exacto, agobio. Ahí lo has clavado.
—Sin agobio, sin compromiso…¾continuó.
Blanca lo miró.
¿Se lo digo?
Él la besó.
Sí, se lo digo.
Se retiró de él.
—Realmente no pensaba que pudiéramos quedar en Barcelona —Àngel
frunció el ceño.
Qué incómodo, por favor.
—Pero tampoco me parece mala idea, siempre que sepas entenderme,
aunque no te será difícil, porque tú piensas igual.
Él seguía esperando que fuera más específica.
—Estoy bien sola porque no tengo obligaciones con nadie y puedo
dedicarme a lo que quiero. Y me gustaría seguir así.
Àngel asintió.
—Tú, por lo que cuentas, también te pasa igual.
—No quieres una relación de ningún tipo –confirmó él.
—Ni aunque me maten —respondió y él rió.
—De todos modos es un poco pronto para decidir eso, ¿no?
Ahí me has dao. Estúpida yo hablando de esto tan pronto.
—Pero quiero que quede claro que…
Que no me tomes en serio, ni por un momento.
—Que puedo ser tu amiga, hablar, quedar, repetir lo de anoche, pero nada
más. Mi vida será exactamente igual y la tuya también.
Qué mal está sonando esto.
Àngel estaba contrariado.
—Sé que tienes tus amigas —añadió.
Lo estoy empeorando. Joder, le estoy diciendo que se siga tirando a otras.
—Que sí, que me llames y podemos quedar.
Esto ya no hay quien lo arregle. Suena mal y es porque está mal. Pero
como esto sea de otra manera, me veo enganchada de este tío y vuelta a lo
mismo. Ni muerta, ni aunque me apaleen.
—Vale —respondió él sin añadir nada sobre los comentarios de Blanca¾.
Me parece bien.
Pues menos mal.
La rodeó con las piernas y la abrazó.
Me lo vas a poner difícil por lo que veo.
—Creo también que es lo mejor —escucharlo decir eso la tranquilizó.
Pues ya puedes llamar a tu amiguita la rubia.
Sintió algo en el pecho.
Joder. Creo que acabo de empeorar la cosa, voy a acabar pillada de este
y encima jodiéndome porque salga con otra. Raquel, esta semana voy de
cabeza a la consulta ya te tenga que pagar con saliva.
El resto del día pasó demasiado rápido. Y antes de que se diera cuenta,
bajaba la maleta por las escaleras del jardín hacia la salida.
—Si quieres puedo llevarte —se ofreció Àngel en la puerta.
Ni por mil palos, quita, quita.
—Gracias pero no hace falta —le respondió dirigiéndose hacia el coche
de Noelia.
Blanca se fijó cómo Àngel intentó ayudarla a subir la maleta pero no se
fio.
Tengo fuerza de sobra, qué te crees. Tantas caballerosidades, de esas me
sobran en las novelas. Me hastían, me joden, las odio.
Àngel se puso frente a ella, sus amigos ya estaban dentro del coche.
—Bueno —comenzó él¾. Te llamo entonces. Tengo varias guardias
seguidas…
Ya estamos con las explicaciones. Que no quiero explicaciones. Ni una.
Llámame cuanto te de la gana, joder.
—Hasta el viernes quizás.
¿Viernes? Es domingo. ¿Ni una semana? No.
—Tengo que acabar unos arreglos con la editora y quiero hacerlo antes de
que empiecen las clases. No sé si el viernes podré.
Así de estúpida soy, sí. Yo que tú ni me llamaba, fíjate.
—Hablamos esta semana de todos modos —la besó, le rodeó la cintura y
aumentó el beso que hasta Blanca dudó si mejor cambiarse de coche.
Vete ya, joder.
—Id con cuidado.
Blanca se metió en el coche. Sus amigos estaban deseando de que les
contara, apenas había tenido tiempo, había pasado casi todo el día con Àngel,
en la playa, en el jardín o un lapsus en la habitación tras la comida.
—Todo, cari, queremos saberlo todo —El Cari se frotaba las manos.
—No tienes remedio, eres una maruja.
17

Había terminado los retoques de su manuscrito hacía días, dos semanas


habían pasado desde que regresó de la playa y Àngel sí la había llamado, dos
veces. Su respuesta había sido negativa, estoy con la novela y el sábado voy
con El Cari al cine. Estoy con la novela, van a empezar ya las clases. Y una
más por whatsapp, estoy con la novela.
Dos consultas con Raquel habían sido suficientes para aclarar sus dudas.
Según su terapeuta, usar a Oliver como escudo, intentando conservar el
recuerdo para no volver a enamorarse podría ser eficaz pero era un error.
Según Raquel debía afrontar sus convicciones y su especie de relación con
Àngel sin escudos ni armaduras. Pero como no era capaz de hacerlo, no había
querido quedar quedar con él las veces que él la había llamado.
Así de simple y de penoso.
Las clases habían comenzado, eran muy pocas este año, y pronto le darían
plaza para las prácticas. Se acercaba la presentación de su novela, eso la
ilusionaba más. Mucho más.
Seguía activa en sus redes, con sus duros entrenamientos y con su
disciplina espartana. Su vida podría ser perfecta, pero no lo era.
Paco la formaba semana sí y semana no, y aquélla había sido la que sí.
Tenía un cardenal en la espalda, a media altura. Le había golpeado en la
entrada, con el mango de un paraguas.
Cogió su móvil, estaba decidida en responder a Àngel y aceptar su
invitación. Pero mientras tuviera el cardenal, no le apetecía. Podría poner
cualquier excusa, pero si seguía viéndolo, los cardenales perdurarían en el
tiempo y a un médico era complicado ponerle excusas en su propio campo.
Y no quiero meterme en más líos. Llevo una mochila en la espalda y ya no
caben más piedras en ella.
Había retomado Azael, la había fraccionado en dos partes, una mayor que
la otra y ahora tenía que completar la pequeña y segunda parte de su novela
más especial.
La única de mis novelas que lleva mi alma estampada.
La había enviado a su editora, pero esta ya le había adelantado que no
encajaba en su catálogo,
Por esa regla de tres, Azael no encajaría en ninguna parte.
No era una novela romántica, ni una novela de misterio, ni histórica, ni de
fantasía, sino todo ello unido de una forma delicada.
No es perfecta, pero es muy buena.
Dos personas la habían leído, una compañera y correctora de las clases de
narrativa y una amiga, estudiante de español, de Londres. Las dos habían
quedado completamente enamoradas de Azael. Hasta el punto que una de
ellas le habían dicho que había dado con la clave del verdadero significado
del amor.
El verdadero amor en una novela que no tiene nada que ver con el amor.
Era curioso, pero Azael era tan diferente a todo lo que se pudiera
encontrar en novelas, que no tenía dudas que a los lectores les encantaría. Sin
embargo su editora ni se molestó en leerla.
Había enviado diez cartas de presentación de Azael a varias editoriales,
hacía tan solo una semana y ninguna de ellas había respondido aún.
“¿Hay algo te haga feliz?” le había preguntado Raquel en su última
sesión. La respuesta de Blanca fue inmediata. Solo había una cosa que le
hacía feliz. Sus novelas.
Miró el manuscrito de Azael.
Me encantaría escribir toda la vida, no tener que hacer nada más. No
tener que buscar trabajo en otra cosa, solo escribir y sobrevivir día a día,
todos los días de mi vida.
Su gran preocupación, el trabajo. No llegarían más becas. El sistema decía
que aunque sus notas eran extraordinarias, el cupo de becas estaba cubierto
para ella. Es decir, que aunque había tenido que pagar poco gracias a sus
matrículas de honor, pero Paco se negaba a mantenerla ni un año más. Y su
madre dependía al completo del dinero de su padrastro, así que si quería ir y
venir en metro, entrenar o salir con sus amigas, tendría que buscar un trabajo.
Volvió a mirar el manuscrito.
Puedes hacer cosas maravillosas en el mundo ficticio, pero no puedes
arreglar mi mundo.
Hundida en la mierda y temiendo salir de su habitación, es como pasaba
los días. Había hecho un par de entrevistas en tiendas de ropa y un conocido
del gimnasio le dijo que le pasaría su instagram a un amigo suyo que tenía
una empresa de azafatas de imagen.
Supuso que algo encontraría, sacrificaría tiempo y sus novelas se
retrasarían, pero no había otra cosa que estudiar, trabajar, hacer las prácticas,
todo junto y poder sacar hueco para escribir y entrenar.
Su móvil sonó.
“Me dijiste que hoy a lo mejor tendrías hueco. ¿Quieres cenar?”
Fue a su caja donde guardaba el dinero. Este había menguado tras
comprar materiales para la facultad hasta que quedaban tan solo un par de
billetes, uno de veinte y otro de diez.
Cenar, me supone esto, supongo.
Recordó que El Cari y Regina le habían hablado de comprar esa misma
semana las entradas para el concierto de uno de sus cantantes favoritos, Leo
Silva. Tenían que comprarlas tal y como se pusieran a la venta porque se
solían agotar en horas. Pero la más barata podría costar sesenta euros.
Me quedo sin concierto, otra vez.
El anterior le cogió en Londres y lo lamentó. Pero el cantante repetía en
Barcelona.
Y tampoco podré ir.
Solía escucharlo mientras escribía, era un cantautor con una voz celestial
y unas letras profundas. De las voces que te gusta escuchar mientras dormitas.
Tanto Regina, como Alba, como Noelia y El Cari eran fans de él desde que
empezó. Y la contagiaron a ella.
Cogió los dos billetes y suspiró.
Como no me salga trabajo pronto no podré ni ir a clase.
“Dónde quedamos” preguntó ella.
“Te recojo a las nueve”.
Una hora era lo que tenía para arreglarse y le sobraba tiempo. No tenía
muchas ganas, llevaba días sin ponerse una gota de maquillaje, y se peinaba
con unos recogidos mal hechos, y daba gracias a la que los puso de moda.
Abrió el armario. Cogió un pantalón elástico color chocolate y un top con
puntillas color champagne. Se vistió y salió al baño del pasillo. Oyó de nuevo
su móvil sonar. Un mail esta vez.
“Su propuesta es muy interesante, pero lamentablemente…”
Bla, bla, bla. No os interesa Azael, pues que os den.
Dejó caer el móvil sobre la cama y se fue al baño.
Àngel fue puntual, allí estaba a las nueve. Blanca pudo verlo a través del
cristal del coche, la expresión de Àngel no dejaba dudas, se alegraba en verla
de una forma que se sorprendió.
Y no sé por qué me sorprendo, si ha insistido lo más grande.
Blanca entró en el coche. Se sonrieron, pero Blanca cuando lo vio
acercarse, lo besó en la mejilla.
Un amigo, eres un amigo.
Àngel puso en marcha el coche y le explicó dónde iban a ir. Hablaron de
trabajo, de clases, de estudio y de todo lo aburrido.
Él había escogido bien el restaurante, ella pudo comer según su rutina sin
embargo no dudó en pedir tarta de postre.
A la salud de los disgustos y de la mierda que tengo encima.
Sin embargo, ante Àngel se mostraba con una veinteañera normal, feliz
con su vida, ilusionada con sus proyectos y ocultando sus verdaderas
preocupaciones.
Y a ratos es como si no existieran. Si lo logro mantener alejado de mis
demonios, quizás quedar con él será mejor de lo que pensaba.
—Estarás deseando de hacer las prácticas, supongo —le dijo.
—Bueno…¾a medida que se acercaban, menos le gustaba la idea¾.
Realmente estoy en un momento en el que cuanto más escribo, menos me
gusta hacer todo lo demás.
—Pero siempre tendrás la escritura, es una afición que no vas a dejar.
¿Afición? Con lo bien que iba, ya me va a tocar el moño.
—Quiero decir, que es muy difícil vivir de esa profesión, ojalá lo
consigas, pero tienes que pensar también en alternativas.
¿Y qué estoy haciendo? Buscar alternativas.
—Por eso estoy acabando el grado —parece que la ironía de su voz le
indicó a Àngel que la estaba cagando.
Tienes lo pies demasiado en el suelo y a mí me gusta volar. Volar me salva
cada día.
—Pues…espero que lo consigas. Estoy deseando de leer tu novela —
sonrió¾. Así que ya tienes otro lector. Además veo que eres muy productiva,
porque ya has escrito varias.
—Pero la mayoría han sido ensayos de novela —negó con la cabeza¾.
No hace tanto que las hago bien.
—¿Qué escribes ahora? —preguntó. Blanca sabía que Àngel se interesaba
para subsanar la molestia que le había provocado.
Y no pienso hablarte de Azael.
—Una novela más, sin pretensiones.
Tiene todas las pretensiones. Es mi vida esa novela, no importa cuántas
escriba. Azael nació en mi agujero, donde yacen mis demonios. Él es el único
que me ayuda a espantarlos.
Blanca se comió el último trozo de tarta.
—¿Quieres dar un paseo o es tarde para ti?
Quiero irme a mi casa.
—Tengo clase mañana —respondió ella.
Àngel sabía que algo no iba bien.
Estoy aferrada a una única ilusión, si tú me haces ver la realidad, que
para mí es igual a un infierno, ni vuelvas a llamarme.
Pero era consciente que Àngel ignoraba su realidad. Sus problemas
internos, externos y su situación inestable.
Tomó aire.
No lo sabe, el vive en una burbuja. No tiene ni idea de que existen los
infiernos.
—Pero un paseo no estaría mal —añadió.
Àngel pidió la cuenta.
—No, por favor —dijo ella en cuanto lo vio coger la tarjeta.
—Déjame hoy a mí —rebatió él.
Ni de broma.
—No vengo más a cenar contigo —se aupó en la silla y cogió de la mesa
la libreta negra que guardaba la cuenta.
Sesenta euros. Perfecto.
Puso sus treinta euros dentro y se la devolvió a Àngel.
Él sonrió, guardó la tarjeta y sacó el resto en efectivo.
—Eres cabezota, eh —le dijo.
No te puedes hacer una idea.
Sabía que era una gran diferencia de lo que significaban aquéllos treinta
euros para ella y para él. Era todo lo que tenía y comenzaba a lamentarse de
haber acudido a cenar.
Se levantaron, vio de reojo cómo Àngel dejaba la propina en la mesa.
Salieron de allí.
Ya hacía fresco y Blanca se puso la chaqueta.
—¿Y cuándo podré verte otra vez? Tengo tres días libres, si quieres
podemos ir al cine o lo que te apetezca.
Va a ser que no.
—Estos tres días va a ser imposible —le respondió ella.
—Pero si mañana es viernes, ¿no piensas hacer nada el sábado?
—Tengo que entregar algún trabajo la semana que viene y una compañera
de la escuela de narrativa me ha pedido que le corrija una cosa. Le debo un
favor. La próxima vez que libres si quieres.
Si logro salir de mi situación económica.
—Como quieras. Es que Héctor está organizando una cena en su casa el
sábado y…me gustaría que vinieras.
Encima con tus amigos, eso estaba pensando. Sí, eso mismo.
—Tengo la ventaja de que en cuanto me aburra, me largo.
Blanca lo miraba mientras caminaban, con una mano agarrando su bolso y
con la otra metida en el bolsillo.
—Vive cerca mía —añadió .
Me quieres llevar a tu casa, entonces. Pues eso me parece mejor.
—Que también me encantaría que vinieras algún día —se detuvo para ver
la reacción de Blanca¾. Sin que pienses que…
Reconócelo, quieres repetir lo del otro día. La idea me encanta.
—Puedes venir cuando quieras, vivir solo es muy aburrido.
—¿Aburrido? —suspiró¾. Para mí sería maravilloso.
—Porque te gusta estar sola. Yo al principio no llevaba bien, estaba todo
el tiempo en casa de mis padres y solo iba a dormir a la mía. Pero ahora, paso
más tiempo aquí que allí.
Aquí, el centro de Sarriá. Vive cerca de aquí, ok. Qué suerte tiene el
cabrón.
—Lo dicho, que estás invitada cada vez que quieras —se ofreció.
—Gracias —Blanca sonrió por cortesía. Ver la vida ideal frente a ella,
hasta le molestaba. Suspiró.
En fin, el blanco y el negro.
—Piénsate lo del sábado —insistió él.
No voy a venir.
—¿Qué te dice Héctor de que vuelvas a quedar conmigo? —Blanca sonrió
al imaginarlo.
—No ha vuelto a decirme nada más.
Y yo me lo creo. Habrá que escucharlo.
Àngel se detuvo.
—Son las once y media, ¿qué quieres hacer?
Blanca arqueó las cejas.
—Irme a casa —qué remedio si tenía clase por la mañana.
Si fuera por mí hasta iría a la tuya.
Àngel le acarició la cara y le dio un beso, no excesivamente largo. Blanca
sintió una ráfaga en el pecho.
Esto pinta mal. No quiero sentimientos.
—Pues vamos al coche —le tocaba el pelo¾. Pero espero que no tardes
otras dos semanas en quedar conmigo.
—En dos semanas publico la novela, lo voy a tener aún peor —respondió
ella.
—¿Vas a viajar? —se interesó él.
—No mucho, por desgracia.
La besó de nuevo, esta vez sí que se demoró en dejarla ir. Comenzaron a
andar pero el la rodeó con un brazo y la pegó a él. No dejaba de mirarla.
—Pues busca hueco antes de esas dos semanas.
Blanca sonrió.
—Pensaré lo del sábado —respondió.
Pero de casa de Héctor nada.
—Pero cuando acabes la cena —aádió¾. Estar en un salón con gente
desconocida…
—Espacio, cierto, eso me dijo tu amiga. Necesitas espacio —Blanca
sonrió al oírlo.
Regi, como no.
—Ya hablamos, tampoco es que me haga mucha ilusión esa reunión —
Àngel ladeó la cabeza.
No dejes de estar con tus amigos por mí. No merece la pena. Conmigo no
irás a ningún sitio. Esto nunca irá a más. Yo me iré pero ellos quedarán.
—Te has comprometido a ir —le dijo ella¾. A mí me puedes ver después.
Àngel frunció el ceño.
—Cuando acabes me llamas —llegaban al coche.
Àngel la empujó suavemente contra el coche para que ella se apoyara en
él.
—Si prefieres así —la rodeó.
—Es mejor, así no te pierdes nada —Blanca rió.
—Mirándolo así —la besaba una vez y otra.
Le rozó la nariz con la suya.
—No acabaré tarde —le decía él.
—Lo que tengas que tardar —respondía ella¾. Así me da tiempo de
adelantar trabajo.
Àngel se retiró de ella.
—¿Piensas en algo más que en trabajar? —se extrañó¾. A tu edad prima
la diversión.
Blanca negó con la cabeza.
—No conozco esa fase. Esperé, esperé y no llegó.
—Pues la vida es algo más que trabajo, que rutinas espartanas y sacrificio.
—Y eso me lo dice alguien que se pasa el día en un hospital haciendo
guardias sin parar.
—Pero acabo e intento disfrutar el resto del tiempo. Tú por lo que me
cuentas no acabas nunca. Sales de tu casa a las siete, atraviesas Barcelona
para ir a clase, a medio día vuelves a casa, estudiar, te vas a entrenar y
vuelves y escribes hasta no sé qué hora. ¿Cuándo duermes?
Blanca tomó aire.
—Sí, esa es mi vida. Simple, ajustada y cuadriculada. Y quiero seguir
viviendo así.
—Pero no siempre fue así. ¿Cómo o hacías con tu ex?
No, por favor.
—Diferente —le confesó¾. Él era el centro y todo lo demás después.
Logré mantener mis notas, casi todas, pero…abandoné muchas cosas.
Cosas que luego me sacaron de la caída. Y para, que no quiero seguir.
—Solo sé que quiero seguir así. No hay otra forma para mí.
Àngel no la soltaba.
—¿Lo has olvidado? A él, me refiero.
Intento retenerlo, pero lo empujas continuamente.
—No es solo olvidarlo. Por nada del mundo quiero volver a lo mismo. Es
difícil de explicar. Él era el centro, me volqué olvidándome de mis propias
metas, todo estaba canalizado a través de él. No fue su culpa sino mía. Pero
sola soy… sola soy mi propio héroe. He llegado a la conclusión de que solo
puedo hacer lo que quiero teniendo todo el tiempo para mí.
—Después de una mala experiencia, es normal que pienses así. Quizás
también diste con la persona equivocada.
Oliver es perfecto, no fue su culpa.
—No era él, fui yo. No era mi novio, era mi dios. Lo trabajé con mi
psicóloga todo lo que pude, pero…
Ostias, ya la cagué.
—¿Tienes psicóloga?
Sí hijo, estoy como una cabra. Según ella, el mal común de los genios.
—Ya la tenía antes de él. Por eso te digo que no fue su culpa.
—Y desde entonces necesitas espacio —concluyó él.
—Antes también lo necesitaba —confesó¾. Comencé de niña, un cúmulo
de cosas. En el colegio pues tuve un comportamiento peculiar. Mi tutora
recomendó a mi madre que me llevara a la consulta de su hermana. Fui su,
¿segunda paciente? Desde entonces la visito de cuando en cuando.
—Vaya, lo siento.
Joder me va a sacar hasta la ficha dental como siga así.
—Él, está completamente olvidado.
Sigo reconociendo que es un arcángel caído del cielo, pero al igual que
pueden babebar con él todas las mujeres que lo miran. Nada más.
—Él siguió su vida y yo la mía —lo miró a los ojos¾. Y a los dos nos va
bien.
—Es que por momentos, tengo la sensación que…algo te queda.
Mi escudo, me queda mi escudo.
—Pues te equivocas. Ya no hay nada, ni siquiera rencor.
Àngel sonrió.
—Eso es lo que me sorprende —Blanca arqueó las cejas¾. La mayoría de
mujeres odiáis a vuestros ex. La mía me pone a parir¾ambos rieron—. Pero
tú no lo culpas a él, solo a ti.
Es la verdad.
—Quizás no deberías exigirte tanto, en todos los sentidos.
Pufff, en serio, ya tengo una psicóloga, no necesito otro terapeuta.
—¿Y por qué te pone a parir a ti la tuya? —le cortó ella¾, ¿qué le
hiciste?
Àngel hizo una mueca.
—Dejar la relación, no hice nada malo. Pero ella no lo esperaba. Al
contrario, ella pensaba que nos casaríamos pronto. No hubo discusión, ni
desacuerdo. Ella no hizo nada malo tampoco. Simplemente me di cuenta que
no sentía lo que tenía que sentir por ella. Fueron dos años y medio de relación
y… no lo veía.
Blanca entornó los ojos.
—Bueno… es respetable. ¿Y ella cómo está?
Él negó con la cabeza.
—No lo lleva bien, me dicen. Tuve que dejar de hablar con ella. Me
llamaba y…no era agradable verla así.
Blanca bajó la cabeza. Desde que aprendió a sentir a través de personajes,
le era difícil vivir con una empatía superlativa. Todo lo triste le daba pena en
exceso.
—Lo siento por ella.
¿Y cuándo llegó la rubia? Si le pregunto va a parecer que estoy celosa o
algo. Mejor me callo.
—Y me alegro por ti, que estés mejor sin ella. Lo bueno para unos es
malo para otros —tomó aire.
Tenía a Àngel agarrado por los bordes de su chaqueta, a la altura del
pecho. Vestía realmente bien, le gustaba su estilo, elegante pero moderno. Y
olía de maravilla.
Pudo hacer un perfil en su mente de Àngel. Pulcritud y orden. El coche
estaba impecable, y sentía curiosidad por cómo sería su casa, aunque ya intuía
que estaría en la misma línea.
Pues yo soy un desastre.
El desorden era parte de la creatividad. Montaña de libros y cuadernos
apilados en su estrecha mesa. Un dormitorio demasiado pequeño para tantos
trastos.
Se dieron un beso que se alargó unos instantes.
—¿A qué hora te recojo entonces el sábado? —preguntó él.
—Te he dicho que me avises cuando acabes. No hace falta que vayas a
por mí, yo vendré.
Àngel le abrió la puerta del coche. Era un Audi pequeñito gris oscuro.
Blanca entendía poco de coches, pero juraría que el que llevó Àngel a la playa
era otro.
La leche, con los modales.
A aquéllas horas ya había poco tráfico, llegaron demasiado rápido.
—Pues te llamo el sábado, será pronto, te aviso —le dijo él a Blanca en
cuanto esta tocó la manilla de la puerta para abrir. La puerta hizo un click,
estaba bloqueada.
Blanca miró a Àngel, él se inclinó hacia ella y la besó a la vez que
desbloqueó las puertas desde una pantalla táctil que había en la guantera.
Un beso para salir, ok. A veces eres un imbécil.
Cerró la puerta y le sonrió a través del cristal. Luego corrió hacia su
portal.
18

A pesar de que le había dicho a Héctor que fuera discreto con la razón por
la que se iba a ir rápido de la cena, este lo difundió entre los invitados. Los
que la conocían de la playa, les explicaban al resto sobre ella. Àngel podía
oírlos cuchichear. Las ganas de marcharse aumentaban por momentos.
Héctor tenía un ático, pero el tiempo ya no permitía cenar a aquéllas horas
en la terraza, así que estaban en el salón, aún peor para Àngel porque estaban
todo más concurrido.
Salió a la terraza y sacó su móvil. Llevaba rato escribiéndose con Blanca
durante la cena.
—Te veo muy interesado —Lidia estaba tras de él.
Àngel se volvió hacia ella.
—Interesado en qué —no quería hablarlo con ella. No correspondía.
—En esa chica —Lidia se acercó aún más¾. La de los dos ojos verdes
enormes.
—Sí, tiene dos —Àngel volvió a mirar su móvil, esperando la respuesta
de Blanca.
—No esperábamos que siguieras viéndola todavía —insistió ella.
Àngel tomó aire.
—Es la segunda vez que quedo con ella —respondió¾, no sé por qué le
dais importancia.
Lidia se encogió de hombros.
—Yo no estoy molesta —le dijo¾.Tampoco teníamos nada.
Àngel la miró de reojo. Había algo de contradicción entre las palabras de
Lidia y el tono con el que las decía.
—Pero no sé, estás diferente —añadió.
Àngel frunció el ceño.
—Diferente en qué —se defendió¾. Sigo igual.
Lidia lo miró fijamente.
—No te llamo para quedar, es evidente.
—Ni siquiera respondes a mis mensajes.
—Te lo dejé claro en la playa, no quería seguir con esto.
Lidia rió con ironía.
—En cuanto la viste, sí, me lo dejaste bien claro. Sin embargo, tampoco
tienes nada con ella.
Àngel se dio cuenta de que Héctor era aún más bocazas de los que
pensaba.
—Que solo es una amiga. Es decir, que eres libre el resto del tiempo.
Àngel asintió pero con desconfianza.
—Y aún así, estás diferente.
Frunció el ceño, no la entendió.
—Ni conmigo, ni con ninguna otra —añadió Lidia¾. Puedes estar con
quien quieras, y de cuando en cuando tirarte a ese pivón. Por qué estás
diferente, entonces.
Àngel se incomodó.
—No quiero hablar de esto, además tengo que irme —Blanca, oportuna,
acababa de indicarle con una ubicación, que estaba en el restaurante donde
cenaron días anteriores.
Lidia pudo apreciar como a él le cambió la expresión por completo.
—Héctor, me voy ya —cogió su chaqueta.
Héctor se sorprendió.
—¿Tan pronto? Pero si no hemos acabado ni la comida.
—Otro día vengo con más tiempo —le dijo dirigiéndose hacia la puerta,
Héctor lo siguió y lo sujetó del brazo.
—Te estás enganchando, ¿no? —le preguntó su amigo.
Àngel sonrió y negó con la cabeza.
—Pues no me gusta nada esa sonrisa con la que te vas —le dijo con
ironía_. Aunque lo entiendo, eh. Es un espectáculo de tía.
Àngel negó con la cabeza saliendo por la puerta.
—No tienes ni idea —se apretaron la mano¾. Es mucho más.
Héctor no lo soltó
—Mala cosa oírte decir eso. Con lo tranquilo que estabas, te vas a meter
en un lío.
—No hay nada, no te preocupes —lo tranquilizó.
Cerró la puerta.
19

El otoño enfriaba las noches en gran medida. Blanca tenía frío, esperaba
que Àngel no tardara mucho. Llevaba un vestido suelto, tipo hippie, beige con
florecitas rosa palo y una cazadora vaquera.
No estaba muy a gusto con la ropa que llevaba puesta, pero había tenido
bronca con Paco y había tenido que salir a la carrera. Tampoco se había
maquillado y peinado con mucho cuidado, sino a toda la velocidad que pudo.
No había cenado, llevaba unas dos horas en la calle, dando vueltas, esperando
a que Àngel la avisara.
Estaba desesperada, tenía que salir de su casa de alguna manera, pero no
sabía la manera. Había considerado mudarse a Cádiz, pero allí no abundaba el
trabajo, y su abuela era una pobre pensionista que con seiscientos euros tenía
que vivir y mantener a su tía, soltera y dedicada a su cuidado.
Si comenzaba a trabajar en la tienda de ropa del centro comercial donde
dijeron que la llamarían, ganaría unos quinientos euros, con eso no tenía para
independizarse en un piso de estudiantes y menos con el contrato de tres
meses que le ofrecían. Había hecho una entrevista también para la empresa de
azafatas, pero eran trabajos esporádicos de algunos fines de semana en
discotecas. Podría ser un complemento al otro sueldo, pero no el suficiente.
Lo tenía realmente mal si quería irse de aquélla casa. No podía irse a lo
loco, tenía que ahorrar algo, lo último que quería era irse y después tener que
volver.
Pero no veía salida por ninguna parte. No podía trabajar a jornada
completa porque tenía que asistir a las clases, si no suspendía. Las prácticas,
eran como una media jornada pero sin cobrar, y no sabía por dónde tirar.
Se asfixiaba, había andado durante dos horas sin detenerse, con unas botas
de tacón medio. Le dolían los pies, el pecho y tenía unas ganas de llorar
tremendas.
Su cabeza no dejaba de hacer cuentas. No podría irse de su casa hasta que
no acabara la carrera. Trabajaría hasta que le avisaran de las prácticas, para
pagarse el transporte y los materiales de la carrera.
Su madre a escondida de Paco le había recargado el bono del metro. Le
dijo que le ayudaría en lo que pudiese, pero Blanca sabía que Paco lo mediría
todo para que eso ocurriera lo menor posible. Él hacía la compra del mes, su
madre no tenía acceso a bancos ni a tarjetas. Ella estaba en una situación no
muy distinta a la de Blanca.
Tomó aire con fuerza.
Ni siquiera tendría que haber venido aquí. No estoy en condiciones.
Estaba muerta de hambre después de la caminata, pero necesitaba andar y
que le diera el aire. Se miró en el cristal de un escaparate, tenía frío, pero tenía
las mejillas encendidas. Se veía horrible, sus ondas un poco encrespadas, muy
lejos de cómo solía salir de casa siempre. Y su cara, con colores muy
difuminados.
Demasiado para los dos brochazos que me he dado.
Se apoyó en una valla de hierro que separaba la acera con la carretera. Su
móvil sonó.
“Te veo” le había puesto él.
Blanca se giró. Estaba muy lejos, pero le dio alegría de verlo a pesar de la
tarde de locos que llevaba.
Ahora a representar el papel.
Respiraba profundo, intentaba tranquilizarse, olvidar sus problemas por
un rato y disfrutar de lo que pudiera junto a Àngel. Era lo bueno de
mantenerlo apartado de su vida real. Era como si él perteneciera a ese otro
mundo imaginario. Era una ventaja que él no supiera nada de sus problemas,
de otro modo, perdería la noche desahogándose. Sin embargo, al ignorarlo era
como si sus problemas quedaran en el limbo ese fragmento de tiempo.
Nunca se lo contaré. El tiempo que dure esto, que no creo que sea mucho,
nunca le hablaré de mis preocupaciones.
Llegó hasta él y lo cogió por las solapas de la chaqueta y lo besó. Gesto
que sorprendió a Àngel y del que ella se lamentó en seguida.
Pero qué haces loca. Distancia, joder, que no note que tenías ganas de
verlo, que va a pensar otra cosa y nada más lejos.
—¿Cómo ha ido esa cena? —le preguntó, él no la soltaba y Blanca sintió
un hormigueo entre sus pulmones que al fin se habían calmado.
Prefería la ansiedad a esto.
El reencuentro, lo que se dice de amigos, no parecía. Más bien al
contrario. Pero a Àngel no pareció importarle en absoluto aquél saludo.
Volvió a besarla y la apretó a él. Ahí Blanca se incomodó.
Y la culpa es mía, he empezado yo demasiado efusiva.
Ni siquiera sabía por qué lo había hecho. Quizás en una acción
desesperada, lo estaba. Necesitaba calor, comprensión, cualquier cosa que la
sacara de la oscuridad. Y si era sincera con sí misma. Tenía ganas de ver a
Àngel, a quién quería engañar.
—Estás guapísima hoy —le dijo él y ella bajó la cabeza.
Pues que dios te conserve el oído, porque lo que la vista… Vengo hecha
un desastre.
Le levantó la cara con la mano.
—Guapísima —repitió.
Y tú sí que estás guapo, hoy.
Pasó la mano por la cara de Àngel, no se habría afeitado en unos días y
estaba tal y como en la playa. Le gustaba más así.
—Vamos, vivo cerca de aquí —le cogió de la mano y Blanca se tensó.
No sabía la razón, pero le incomodaba ir de la mano de él por la calle.
—La cena ha sido un aburrimiento —ahora le respondió él a la
pregunta¾, tal y como esperaba.
—Ha sido corta al menos.
—He querido que para mí fuera corta —le dijo¾. Ni siquiera he
terminado de comer, ¿te apetece algo?
Joder si me apetece algo, son las once y llevo sin comer desde la una de
la tarde.
—Lo que tú quieras, no necesito nada.
—Aquí cerca ponen una tarta de chocolate y galleta…pero con tu dieta no
sé si…¾la miraba de reojo.
Al diablo la dieta. Tarta está genial.
—Eso suena bien —respondió sonriendo.
Entraron en una pastelería y se sentaron en una pequeña mesa redonda de
rayas rosa y blanca. No tardarían mucho en cerrar, ya recogían las mesas del
velador, pero dentro aún había gente.
El camarero en seguida trajo las tartas y dos tés.
—Pruébala, es la mejor tarta que he probado —le decía él.
Blanca se metió la primera cucharada en la boca, aquello era como un
bombón Ferrero con galleta.
Se me van a saltar hasta las lágrimas.
—¿Desde cuñando no comes chocolate? —preguntó con curiosidad.
Blanca tragó.
—No te creas que hace mucho, suelo comer helado los fines de semana —
se apresuró a una segunda cucharada¾. Y bombones y crema de cacao. No
soy tan estricta…bueno, lo soy. Pero tengo mis affaires con la comida.
Àngel rió.
—Soñaré con esta tarta durante días, qué pasada —le decía ella.
Joder si está bueno esto. Me comería cuatro.
—¿Quieres otra? —preguntó él al ver la rapidez con la que se lo comió
blanca.
No queda elegante comer como un orco de Mordor delante de tu ligue.
Pero hoy paso del glamour.
—Quieren cerrar, nos van a matar si pides más —respondió Blanca.
—Son de confianza, no te preocupes. Desayuno aquí todas las mañanas.
Con una señal, indicó al camero que trajera otra porción más de tarta. En
segundos, Blanca tuvo frente a ella un segundo trozo. Àngel iba por la mitad
del suyo. Se entretenía más mirándola comer, que comiendo él.
—Tienes unas pestañas enormes —le dijo.
Y a este, ¿qué le pasa hoy? Parece que es el primer día que me ve.
—Como las de una jirafa —respondió ella con ironía y él rió¾. Me
molesta mucho la claridad, creo que es defensa natural del cuerpo.
Y sigue mirándome. Chiquillo, come.
Acabó su tarta y se bebió le té. Àngel no se acabó la suya. Blanca pensó
que era una pena dejarla allí, pero se limpió la boca.
—Esto lo pago yo —se adelantó él¾. Por favor.
Sí, por favor, hoy te permito que seas el caballero.
El portal de Àngel estaba justo al lado de la pastelería. Una entrada de
mármol con portero. Una manzana de bloques con jardines en medio, que no
llegó a ver con claridad porque en seguida llegaron al ascensor.
Pararon en la cuarta planta y Àngel salió y giró a la izquierda. Blanca lo
siguió. Se paró frente a la primera puerta, ya llevaba las llaves en la mano,
abrió la puerta.
Entró y encendió la luz, invitó a Blanca a entrar. El olor le era familiar, un
perfume de alguna tienda de ropa, supuso que sería el mismo ambientador.
El suelo era de madera gris y los muebles blanco. A la derecha tenía la
cocina y tras una puerta doble, el salón.
Muebles bajos, nada recargados. Una alfombra y un sofá en ele, tipo
chaiselonge. Y una mesa comedor con cuatro sillas. Un par de cuadros y
algunos jarrones plateados en forma de concha de caracol.
Todo completamente despejado, impecable.
Igual que mi dormitorio, igualito. Yo aquí no podría escribir.
—Mi reino —le dijo él adelantándose y cogiéndole la mano para que
entrara en el salón.
—¿Tú solo mantienes este orden? —se sorprendió ella.
—No, solo no. Viene una señora días alternos y él también colabora —
señaló al suelo, en una esquina. Un aspirador de esos tipo OVNI que andan
solos por el suelo. Ven —apartó las cortinas que estaban cerca del sofá¾ la
terraza era amplia y tenía unas vistas estupendas.
Àngel le enseñó el resto del piso. Dormitorio principal con baño, una
especie de estudio llena de estanterías repletas de libros y una habitación de
invitados. Un baño más en el pasillo.
Todo estaba combinado en colores, hasta los azulejos del baño, la cocina.
Todo es perfecta armonía.
Joder, hasta los tapetes de la encimera. Qué agobio. Yo sería incapaz de
conjuntar tanto.
—Tienes muy buen gusto —le dijo Blanca.
—No lo he hecho solo —confesó él¾.Tengo un primo que dedica a esto.
Ël me dirigió la reforma y la decoración. Yo solo tuve que decirle más o
menos lo que quería y él se encargó de todo.
—Pues hizo buen trabajo.
Àngel sonrió. Estaba claro que estaba orgulloso de su piso de soltero.
Para no estarlo.
—Es tu casa cuando quieras —le ofreció.
La vida está llena de ironías. Para llorar.
—Puedes venir cada vez que quieras —insistió.
Blanca sonrió, aunque en su mente volvieron a rondar sus demonios, lo
que solía llevar atados a su espalda.
—Gracias —le respondió soltando el bolso en una silla del salón.
Àngel se dirigió al sofá.
—Ponte cómoda, ¿quieres ver algo? —cogió el mando de la televisión¾.
Ya está la nueva temporada entera de Los caballeros de la mesa redonda.
Ostias, nooo.
—¿No te gusta?
Me encanta esa serie. Oliver estaba obsesionado con ella. Prometí no
volver a verla.
No quería saber nada de la última temporada.
—¿Sabes que para la cuarta temporada grabarán a las afueras de
Barcelona? —le dijo él.
Anda qué bien. Tendremos al rey Arturo, Lacelot y compañía por aquí.
—No lo sabía. La empecé a ver, pero…me aburrió la mitad de la tercera,
ni siquiera la acabé.
—Pero si la tercera temporada es buenísima.
Buenísimo está el Lancelot. Pero que no, que no la pienso ver más.
En la tele estaba la presentación de la serie, con las temporadas
enumeradas. El cartel de la última era espectacular. Era una serie de alto
presupuesto y las ropas eran un espectáculo. Lady Ginebra y Arturo en
primera fila, y los caballeros tras ellos. Lady Ginebra era bellísima, con una
melena que le llegaba hasta las rodillas y vestía en terciopelo azulina.
Lancelot estaba justo tras la reina, fuerte, enorme, con una armadura
espectacular. Tenía el pelo largo y rizado en unas ondas grandes similares a
las de Oliver, aunque no se parecían en absoluto. Con barbas de varios días y
una mirada profunda, Blanca pensaba que el papel le venía de maravilla. Si
ella misma tuviera que escribir sobre Lancelot lo imaginaría a él.
—Ni siquiera acabé la temporada tres —repitió a Àngel para que no la
pusiera.
—Vale —apagó la tele—. Pero si decides retomarla, podemos verla
juntos. No me importaría verla de nuevo.
Blanca estaba de pie.
—Me alegra mucho que hayas venido —le dijo él.
Si el caso es que se nota. Y eso me va a poner más difícil la cosa.
La rodeó por la cintura y la besó. Blanca se abrazó a su cuello
intensificando el beso y empujó a Àngel hacia la pared. Este la arrastró con él
y la apretó contra él de nuevo.
Pues sí que tenía ganas de que viniera.
Estaban ya en el pasillo y Blanca pensó que si tardaban mucho en llegar
hasta el dormitorio, con los apretones y roces acabarían por romper las
medias. La reacción de Àngel le estaba sorprendiendo. Estaba tomando la
iniciativa de forma más firme que en la playa. Aunque en la playa no dudaba
en desnudarla, ahora habría tomado más confianza, porque hasta la levantaba.
Por un momento creyó que la empotraría allí mismo contra la pared.
Llegaron hasta la cama. Se saltaron algunos preliminares, se notaba que
no querían perder el tiempo. Blanca no supo ni dónde cayeron sus bragas,
supuso que junto a las botas y el vestido, en el pasillo.
Àngel se montó sobre ella, le levantó una pierna y se la pasó al espalda y
empujó. No dejaba de besarla y de embestirla, y al contrario que las veces
anteriores. Blanca se dejó hacer, le gustaba aquella nueva versión de Àngel,
más seguro, más alfa, quizás era lo que ella necesitaba en aquél momento. En
eso consentía el sexo, en cambiar los papeles de cuando en cuando.
Gemía en cada embestida, agarrada a él, no tardaría en llegar el primero.
Lo miró a los ojos. Le gustaba lo que veía en ellos, deseo, decisión, placer.
Volviño a gemir. Sintió temblar su vagina, aquello llegaba y explotó. Pero el
placer no se acababa en ella con solo un orgasmo, eso solo era el preámbulo
de algunos más, tantos como pudiera tener el tiempo que durara.
Àngel le rodeó la cintura y se puso de rodillas tirando de ella y
colocándosela encima. Blanca se agarró a él. Supuso que aquello no duraría
mucho más, pero se equivocaba, Àngel continuaba mientras la apretaba
contra él, mientras pegaba su frente a la de ella, mirándola a los ojos. Aqullo
le sobrevino otra vez, poniéndole la piel erizada. Gimiño tan fuerte que temió
que Àngel tuviera vecinos. Esta vez él la acompañó, no tan fuerte, pero
tampoco se quedó muy atrás.
Blanca quedó inmóvil, mirando a Àngel, jadeando.
Me lo vas a poner tan difícil como puedas.
Él pareció estar satisfecho con la hazaña, se lo vio en su expresión.
La besó en la mejilla antes de retirarse de ella.
Blanca se fue baño, allí coincidieron los dos. Àngel se metió en la ducha
directamente.
—Ven —le dijo antes de cerrar la mampara.
Regresó a casa de madrugada, Àngel la llevaba. No tenía ganas de volver,
si por ella hubiera sido se hubiese quedado en casa de Àngel a dormir. Pero
no quería darle tal disgusto a su madre. Se dispuso a bajar del coche.
—Llámame esta semana —le dijo él.
Blanca se giró hacia él.
—Has dicho antes que no tenías lías libres…
—Pero tampoco trabajo todo el día, salvo las guardias, tengo turnos —
sonrió.
Blanca le acarició el brazo.
Me encantaría…
—No sé si voy a poder, pero… te llamaré y hablamos, ¿vale?
Àngel le cogió la cara y la besó, una vez y otra.
—Deja que me vaya —rió ella.
Salió del coche. Àngel esperó a que entrara en el portal.
Blanca entró en su casa sin hacer ruido. Llegó al dormitorio y cerró la
puerta.
Tengo que para esto. Muy mal, fatal, tengo que parar esto ahora.
20

Acababa de acabar el almuerzo, se levantó para recoger los platos. Lina, la


muchacha del servicio acudió en seguida y le quitó a Àngel el plato de las
manos.
—Ya la costumbre de vivir solo¾le sonrió a Luna.
Albert susurró algo a su padre, pudo verlo de reojo. Su madre había
recibido una llamada y estaba al teléfono.
Andreu se acercó a su hijo mayor.
—¿Hoy no trabajabas por la tarde? Creo recordar que vi tu cuadrante esta
semana —le dijo su padre.
—Se lo he cambiado a Luis, me ha hecho el favor —se apoyó en la
encimera.
Su padre asintió.
—Yo le he cambiado muchos turnos, para una vez que lo necesito yo.
—¿Tan importante es a dónde vas? —su padre arqueó las cejas.
—No podía faltar, vamos a dejarlo así.
Andreu miró un momento a Albert, que permanecía en la mesa, mirando
su móvil.
—Me ha dicho tu hermano que te andas viendo con una chica —
demasiado había tardado en decirle algo. Supuso que al principio, su padre
pensó que pasaría, pero hacía más de un mes desde que habían vuelto de la
playa y seguía viendo a Blanca.
—Es solo una amiga —aclaró él.
Su padre asintió.
—Àngel, nunca me meto en nada de tus relaciones. Pero esta vez…
Àngel miró a su padre.
—Ella es diferente a nosotros y por mucho que haga por aceptarlo no me
hace ninguna gracia.
Àngel se sobresaltó. Su padre, su referente en casa y profesional, estaba
diciendo algo incomprensible.
—¿Diferente en qué?
En todo, empezando que es demasiado joven para ti.
Àngel apartó la mirada de él.
—Eso es una tontería.
—Es de la Barceloneta.
—¿Y qué importa?
—Ni siquiera es de aquí. Gaditana, ¿no?
Àngel abrió la boca para replicar, pero aquello le cogió tan desprevenido
que no supo ni qué responder.
—Espectacular, no te lo voy a negar, pero no te dejes llevar por eso.
Es más que eso, no la conoces.
—No quería preocuparme, esperaba que te cansaras, pero…Albert llevas
razón. Si fuera solo una amiga no estarías ahora mismo tan molesto.
—Claro que estoy molesto —replicó él¾. Estás siendo injusto.
Andreu negó con la cabeza.
—Si te gusta, adelante, diviértete con ella, pero nada más.
Àngel se apartó de la encimera, iba a decirle a su padre a dónde
precisamente iba aquélla tarde. Pero tal y como lo veía no merecía la pena.
Salió a toda prisa de la cocina, besó a su madre antes de irse, a Albert ni lo
miró. Se fue de la casa.
Era el día de la presentación de su novela. Al fin había llegado el día. Iba
en el metro camino a la librería donde había quedado con su editora, hora y
media antes de que empezara.
No sabía cómo vestirse, no tenía ropa “de escritora” ni dinero para
comprarse. Así que se puso un pantalón corto negro con bordes blancos de
talle alto y una camisa de raso, color blanco. Con las medias, la chaqueta y un
tacón alto, no quedaba mal, parecía un traje de chaqueta moderno.
Una escritora un tanto diferente.
Pero si había escritores hippies y de otros estilos, no creyó que nadie fuera
a criticarla por ser diferente.
El Cari y el resto de sus amigas estarían allí a la hora de la presentación,
junto a sus compañeras de facultad, de la escuela de narrativa y a su madre y
padrastro.
Àngel prometió que iría, había cambiado el turno del trabajo para poder
asistir. Por una parte no quería tenerlo cerca de su familia, por la otra quería
que fuera y la apoyara. Desde el día que estuvo en su casa se había prometido
no verlo más que de cuando en cuando, pero no lo estaba cumpliendo muy
bien. Las últimas dos semanas se habían vito al menos seis o siete veces, lo
que se traducía casi en un día sí y otro no y tenía que pararlo de alguna forma.
No lo iba a tener difícil, había comenzado a trabajar en una tienda de ropa
por las tardes, de lunes a sábado. Y ya la habían llamado de la agencia de
azafatas para el primer fin de semana, aunque había tenido que negarse
porque justo ese fin de semana estaba en Madrid en una convención de
escritores.
Cogió aire, su editora le había dicho que era muy fácil presentar una
novela, pero dudaba si iba a ser capaz de hablar en público. Aunque ese
público lo conociera.
Estaba agotada, las clases, el trabajo, el entrenamiento, la escritura la
dejaban exhausta.
Llegó a la parada donde tenía que bajarse. La librería no estaba lejos, se
detuvo en la puerta. En el escaparate, en un pequeño rincón, había tres
ejemplares de su novela. Sacó el móvil e hizo la foto.
Tomó aire, los ojos le brillaban.
Se puede, estoy en el camino.
Entró decidida. Su editora estaba allí, hablando con uno de los libreros.
—Ella es —le dijo.
El librero se giró hacia ella.
—Qué joven —dijo el hombre dándole la mano¾. Enhorabuena.
Blanca agradeció. Su editora le presentó a un par de personas del personal
y la llevó hacia la sala donde harían la presentación.
Estaban colocadas las sillas, una mesa con un cartel, con varias pilas de
Metálica, su primera novela publicada.
Estaba también, sobre un escalón, preparada una mesa, focos, dos
micrófonos y dos botellas de agua. Su respiración se aceleró.
Si estuve preparada para escribirla, también lo estoy para esto. Esto es
una profesión, nací para ella. Al cirujano no le tiembla el pulso al usar el
bisturí, a mí tampoco puede temblarme. Es mi trabajo, mi vida.
Habló con su editora de cómo harían la presentación y se hicieron varias
fotos.
—Te viene bien esto, así te estrenas y no te será imponente lo de la
semana que viene en Madrid.
La pantalla que ocupaba la pared tras la mesa, se encendió y apareció la
portada de Metálica y su foto. El corazón de Blanca comenzó a latir rápido.
La primera vez, tranquila, solo es la primera vez.
Los primeros asistentes comenzaron a llegar. Alga, Regina, Noelia y El
Cari fueron los primeros y traían cada uno una bolsa de la librería, en su
interior un ejemplar de Metálica. Llegaron sus compañeros de la facultad y
algunos aspirantes escritores. También vio sentarse a algún desconocido.
Hablaba con su editora cerca de la mesa. Estaba de perfil a la entrada,
pero vio a Àngel entrar con un acompañante. No era Héctor, no tenía ni idea
de quién demonios era, pero también había comprado su libro, porque venía
con una bolsa en la bolsa.
Por último entró su madre con Paco. Blanca había insistido en que no
fueran, no por su madre, sino por él, pero no hubo manera.
Raquel
Su psicóloga no pudo faltar. Casualmente tomó asiento junto a Àngel.
Blanca se giró dándoles la espalda para sonreír.
Testigo de mi locura. La que forja las armas con las que combato a mis
demonios.
Varios de ellos estaban en aquélla sala. El que portaba la inseguridad, el
miedo, la debilidad, la ansiedad, la angustia y la oscuridad. Paco era culpable
de gran parte de ellos, era consciente. Raquel también lo era, por esa razón
saludó a la madre de Blanca pero ni siquiera miró a Paco. Las miradas de
Raquel y Blanca se cruzaron.
Sé que puedo hacerlo.
Blanca asintió con la cabeza. Raquel la había estado preparando para el
momento, y aún más para el de Madrid, que sería más numeroso.
Pero saber que podía hacerlo no significaba no hacerlo con miedo.
Recorrió con la mirada las sillas, estaban ya todas ocupadas. Carmen la cogió
del brazo indicándole que se sentaran.
Aquello empezó. La introducción de Carmen fue tan profesional que
Blanca temía la hora de que le tocara hablar a ella. Alabó la novela, la
juventud de la autora, la originalidad del estilo y la forma de escribir de
Blanca.
“Escribe como los grandes, y tiene poco más de veinte años” decía.
Blanca sonrió, estaba abochornada, el mismo bochorno que cuando le
decían comentarios inesperados alabando cualquier parte de ella.
Al fin y al cabo, la escritura es parte de mí.
Estaba acostumbrada a que la alabaran, por sus ojos, por su pelo, su forma
de vestir, su cuerpo. Por todo lo banal y pasajero. Sin embargo, estas
alabanzas referente a sus escritos iban más allá. Atravesaban la pared frágil de
su pequeña autoestima y la hacía ensanchar unos milímetros. Su interior
crecía.
Llegó su turno. Habló del día en que comenzó a escribir la novela, de sus
personajes, de recursos que le gustaba utilizar y de otras novelas del mismo
género que le habían influido. De sus autores referentes, de su pasión por lo
que hacía y lo feliz que era con la oportunidad que la editorial le había dado
para ver publicada su novela.
Cuando acabó de hablar, miró el reloj del ipad de Carmen que tenían
sobre la mesa. Había estado hablando durante más de treinta minutos, le
habían parecido segundos, segundos en los que no tenía miedo, ni angustia,
no estaba nerviosa, respiraba bien y estaba feliz. Le brillaron los ojos al ser
consciente.
He nacido para esto.
Carmen invitó a los asistentes a preguntar. El Cari, no podía ser otro,
levantó la mano.
La madre que te parió.
Blanca sonreía.
—¿En qué novelas estás trabajando ahora? —fue su pregunta.
Pedazo de cabrón, ya lo sabes, la estás leyendo. Sabes que no quiero
hablar de Azael y menos aquí.
—En una novela que no sabría encajar en ningún género. Una novela que
no tiene nombre porque la suelo llamar con el nombre de uno de sus
personajes —sus pupilas se dilataron. La imagen del público se veía
borrosa¾. Una novela que combina la luz y la oscuridad, el mundo real con
la fantasía, el cielo, los vivos, los muertos y el inframundo. Es atrevida,
misteriosa, demoniaca, romántica, simbólica —hizo una pausa¾, inmoral…
Se hizo el silencio. Habían sido consciente que la voz con la que Blanca
había respondido a la pregunta de El Cari era muy diferente a la que usó para
dar la charla. No había sido algo intencionado.
El Cari sonrió satisfecho con la respuesta.
Qué cabronazo estás hecho.
No hubo más preguntas. Blanca miró con desesperación a Raquel, esta no
le indicó nada. Ya lo hablarían en consulta. Llegó el momento del postureo y
las firmas.
Fue divertido formar a sus amigos y las cientos de fotos que se hicieron
con las pilas de libros.
Blanca estaba sentada en la mesa, firmando ejemplares. Estaba deseosa de
que llegara el turno de Raquel. Al fin la psicóloga llegó hasta ella.
Se inclinó hacia la mesa.
—Toda una profesional —le dijo¾. Ya hablamos esta semana.
Blanca la miró seria.
—Voy a matar al Cari —le susurró y Raquel rió.
—Quiero que veas el video de la presentación antes de ir a la consulta,
porque de eso mismo quiero hablar contigo. Quiero que te veas cuando hablas
de…
—Estaba a tu lado —la cortó ella.
—Lo sé, me lo imaginé. El más guapo, como siempre —ambas rieron¾.
Te veo el miércoles.
Àngel esperaba tras el escalón con su amigo. Pero fue él solo el que se
acercó. Blanca se levantó para saludarlo. Un beso rápido en la mejilla y le dio
las gracias por venir.
—Cómo no iba a venir —sonrió mientras la miraba escribir la
dedicatoria¾. Has estado genial, por un momento…
—Me alegro que te haya gustado, espero que Metálica también te guste.
Àngel entornó los ojos.
Estoy deseando ver el video. A ver qué coño he hecho que están todos tan
sorprendidos.
Se puso en pie para la foto con Àngel. Era la primera foto que se hacían
juntos, fue el amigo de Àngel el que se encargó. Luego se acercó con su libro.
—Él es Rubén, un compañero del trabajo —Blanca le sonrió.
Me alegra que no hayas traído a “Héctor y los imbéciles de Tres Torres”.
Blanca le dio las gracias y le firmó el libro.
—Espero que te guste —Rubén bajó del escalón y Blanca quedó de nuevo
a solas con Àngel.
—Hoy supongo que estarás ocupada, pero mañana…
—Hablamos mañana —sonrió.
Àngel se alejó de ella mientras Blanca siguió con las fotos y las firmas
con el resto. Àngel se giró para mirarla antes de salir del salón.
—¿Dónde quieres cenar? —le preguntó Rubén. Àngel no salía del salón,
contemplaba a Blanca —. Guapa, inteligente, con talento y parece que
dispuesta a comerse el difícil mundo del libro. Tú verás dónde te metes.
—¿Tú también? —le reprochó Àngel. Rubén negó con la cabeza. Salieron
del salón y de la librería.
—Te digo lo que veo, sin los prejuicios de los que tienes alrededor. Tus
padres, Héctor, tus amigos… han oído, La Barceloneta, veintiún años, han
visto cuatro fotos en biquini en su instagram y le han hecho la cruz. No saben
del verdadero peligro de esta mujer.
—¿Qué peligro? —preguntó Àngel y Rubén rió.
—Tus padres piensan que ella puede ver en ti una subida en su clase
social —aclaró¾. Después de oírla estoy completamente seguro de que tu
posición o tu familia le importan una mierda.
—Vaya, gracias —rió Àngel.
—Lo tiene completamente claro, quiere la gloria literaria —miró a
Àngel¾. Nunca estarás delante de eso. Ese es el peligro, ¿lo entiendes?
—Más o menos —ladeó la cabeza.
—Aún así, te deseo que disfrutes de lo que puedas —le puso la mano en
el hombro.
—La veo mañana —respondió él.
—Lleváis una racha muy bien, ¿no?
—Eso parece…
—¿Tú como la ves? —se detuvieron en un restaurante italiano.
—No lo sé. Parece que está bien, cada vez con más confianza, pero…hay
algo por lo que no se termina de abrir.
—Es escritora, esa gente debe de tener una bomba interior. Es normal que
actúen de manera diferente.
Tomaron asiento en una mesa para dos. Àngel negaba con la cabeza.
—Le cuesta quedar conmigo, es como si tuviera que convencerla. Sin
embargo, una vez conmigo está bien. Hablamos mucho y se muestra cariñosa
y…
Rubén sonrió.
—Pero luego se va y vuelta a empezar. Empieza con las excusas.
—Pero si quedáis día sí y dos no, tiene que hacer más cosas a parte de
verte a ti —reía¾. A ver si el problema no lo tiene ella, lo tienes tú que eres
un plasta.
Àngel tuvo que reírse.
—Antes de irse, me pone excusas para no quedar. La llamo y las vuelve a
poner, insisto y queda conmigo.
—Lo dicho, eres un plasta.
Àngel cogió la carta sin dejar de reír.
—Te estás enganchando —le dijo Rubén¾. Mala cosa.
Àngel miraba la carta, no respondía.
—Mira que te dije que no te enamoraras.
—Y eso, ¿cómo se hace? —preguntó sin mirarlo.
—Yo no tengo ni idea, a mí me enganchan siempre. Así me va.
Àngel volvió a reír.
—¿Se lo has dicho? ¿Le has dicho lo que sientes?
Àngel negó con la cabeza.
—Para qué. Yo le importo los mismo que tú dices que le importa la
posición de mi familia.
—¿Y por qué sigue quedando contigo? Algo tendrá.
—No quiere compromisos. A ver, es pronto, ni dos meses. Pero…si se
estuviera enamorando, ya pensaría de otra manera, ¿no? Y sigue pensando
que no quiere una relación, solo esto que tenemos. Quedar de cuando en
cuando, sin más explicaciones y sin más compromiso. Es decir, que si yo
quiero, puedo llamar a Daniela y pasar el fin de semana con ella y Blanca no
se molestaría. En teoría es eso lo que tenemos. Si estuviera enamorada ¿de
verdad que permitiría eso?
—Pero tú no llamas a nadie —Àngel negó con la cabeza.
—Pero ella eso no lo sabe. No indaga, no me pregunta, no quiere saber.
Le da igual lo que yo haga cuando no estoy con ella.
—¿Y qué hace ella?
Àngel se encogió de hombros.
—Tampoco yo lo sé. Queda con sus amigos a veces, no sé si lo hará con
alguien más.
Soltó la carta del menú en la mesa.
—No quiero estar así, ya no. En cuanto se va, estoy deseando volver a
verla o de hablar con ella, y ella…sigue con su vida como si yo no existiera.
No hablo de quedar, es que no me manda ni un solo mensaje.
—Te lo he dicho, no eres su prioridad, su prioridad es otra.
—Tampoco exijo ser su prioridad, pero al menos no ser el último escalón.
Llegó el camarero y tomó nota de la comida y bebida.
—En parte es normal que estés en el escalafón más bajo. Has sido el
último en llegar a su ajetreada vida.
—Con su novio no era así, todo lo contrario. Ella lo reconoce, él era su
prioridad. Eso lo confirma, cuando se enamora es diferente.
—Puede ser cualquier cosa, vete a saber. Pero te veo demasiado
preocupado para ser tan pronto —lo miró sonriendo¾. Estás muy
enganchado. Lo tienes mal, eh.
—A veces pienso, vale, Blanca, ya no te llamo más, ahora vas a llamarme
tú si quieres verme.
—¿Lo has llegado a probar?
—No, al final la llamo yo —ambos rieron¾. Héctor dice que estoy
demasiado manejable.
—¿Quién iba a decirlo? —respondió Rubén con ironía¾. Después de lo
harto que acabaste la última vez. Decías que ibas a estar solo un tiempo. Ya
veo que un verano ha sido suficiente.
—No, el verano no —Àngel sacó su móvil y lo dejó sobre la mesa¾. Ha
sido ella.
El camarero llegó con las bebidas.
—Me ha cogido tan desprevenido todo. Le hago un favor a mis padres,
vigilar a mi hermano y a sus amigos en la casa de la playa. Héctor, y el resto
estaban por allí, y también Lidia —hizo una mueca¾. Parecía fácil. Pero
estoy en la puerta y veo entrar a Blanca. Ya me habían dicho que en aquél
grupo había una chica muy guapa, pero aún así… me esperaba eso, una
guapa. Yo pensaba que era inmune a chicas guapas demasiado jóvenes. Qué
demonios, además estaba con Lidia, no era nada serio, pero bueno. Y Blanca
andaba por la casa con esos shorts…Recuerdo que me acercaba a ella
teniendo una idea preconcebida de su carácter, pero era muy diferente a lo que
esperaba y… la verdad es que no sé en qué momento…el caso es que la
primera noche ella me besó y me dejó como un imbécil.
Rubén se comenzó a reír.
—¿Cuándo se lo dijiste a Lidia? —preguntó y Àngel miró hacia otro lado.
—Lidia…la primera noche, en cuanto la vi. Luego se dio cuenta que yo
no dejaba de mirar a Blanca.
—Qué mal te veo, amigo. Yo desconocía que estabas tan pringado. Estás
hasta arriba de mierda, ¿lo sabes? Porque si esto va a más, ¿qué vas a hacer
con tus padres?
—No pienso decirles nada. Esto no va a ir hacia delante.
—Ni hacia atrás por lo que veo. Porque si ni tu padre ni Héctor te ha
hecho cambiar de opinión.
—Sin injustos con ella —Àngel miró la hora en su movil¾. Injustos.
Hasta mi hermano, que la conoce, actúa igual.
—A ver si a tu hermano le gustaba y está celoso.
—Claro que le gustaba, pero no lo hace por eso.
—No digo que esté celoso por ella, sino por ti. Tú estás con ella y él sigue
soñando. Sigues superándolo en todo.
—Pero ahora mis padres, muy felices conmigo no están, como sabes.
Ruben suspiró.
—Tu vida perfecta se desmorona. Qué te gusta meterte en líos, con lo bien
que estabas. Tenías a tus amigas,¿para qué te metes en esto?
—Eso me pregunto yo —rieron.
El móvil de Àngel sonó.
“¿Mañana por la tarde a las 6?”
Sonrió, le enseñó el móvil a Rubén.
—Esto para que no te vengas abajo —le dio una palmada en el hombro.
—Es la primera vez que lo hace —le aclaró.
—Leeré el libro, a ver si al menos es bueno —le advirtió.
—Yo también tengo curiosidad por conocer qué escribe.
La cena llegó.
21

Estaba nerviosa. En instagram había recibido mensajes con fotos de sus


novelas en algunas librerías.
Al final va a ser verdad que las redes sirven para algo.
Había estado una hora hablando con El Cari de Azael. No le estaba
gustando, le estaba encantado. Decía que lo veía por las esquinas.
“Es real, nena, ese personaje es real”.
Tomó aire. Había visto, una veintena de veces el video de la presentación.
Estaba muy satisfecha y casi no dudó de que en Madrid lo haría bien. Se le
veía segura, con un tono de voz correcto, agradable. Muy decidida, quizás
demasiado decidida. Y algo causó en ella la pregunta de El Cari. Se notó su
cambio, su expresión se tornó diferente, su voz. Algo distinto. No era parte de
la presentación, fue solo un comentario, breve, unos segundos. Unos
segundos que parecía que ella estuviera a años luz de ser una autora novata.
Ella misma no logró reconocerse. Se le erizaba el vello cuando llegaba ese
momento. Esa novela removía su interior y de algún modo hablar de ella la
hacía crecer. Y ni sus demonios podían impedirlo. Parecía imposible, que solo
un manuscrito, un puñado de hojas anilladas, pudieran hacer que una
veinteañera novata en la literatura, por un momento pareciera arrasar una
librería y al mundo editorial con ella. A eso sonó su respuesta. A un tsunami
editorial.
Pero no me dejan de llegar mails de negativas hacia ella.
Suspiró. Eran las cuatro. A las seis la esperaría Àngel abajo. Sabía que ya
había comenzado a leer Metálica y quería ver su reacción.
Seguro que pensaba que yo escribiría idioteces.
Oyó voces en el salón.
El capullo de Paco.
Se quedó oyendo lo que decían.
Ostras.
Se levantó y salió corriendo. Su madre le había dado cincuenta euros,
Paco los había echado en falta. Gritaba sin parar.
—Dámelos ahora —le gritó a Blanca¾. Ahora.
Le indicó con la mirada a su madre que se quitara de en medio.
—Te voy a dar los cuarenta que quedan —le dijo.
—Ya estás trabajando, ¿no? —le dijo mientras ella iba a su dormitorio¾.
No tiene por qué darte nada.
—Se lo di para el metro —se defendió su madre.
—Que vaya andando, tanto que le gusta hacer deporte, que corra, como el
de la película.
Blanca le dio dos billetes de veinte.
—Yo no pienso mantenerte, si necesitas dinero, te metes a puta.
Blanca abrió los ojos como platos.
—Eres un miserable —le dijo.
—¿Encima? Si no fuera por mí estarías en la calle. Tu madre es una inútil.
No tienes padre. No tienes nada. ¡Desagradecida! ¡Desgraciada!
Blanca le dio la espalda y regresaba a su habitación.
—Tú sí que eres un inútil —le respondió ella.
Paco corrió a través del pasillo hacia ella y la empujó con fuerza. Blanca
se chocó con el marco de la puerta de su dormitorio.
—¡No vuelvas a insultarme! ¡Fuera de aquí! ¡Fuera de mi casa!
Le dolía la cara, pero Paco se interponía en su puerta.
—Fuera —gritaba¾. Fueraaaaaa.
Blanca cogió sus cosas y salió corriendo. Recibió otro empujón cerca del
salón. Paco corría tras ella, dándole empujones hasta que cruzó la puerta
principal.
Echó a correr, atravesando una calle y otra, no podía parar. A pesar de
llevar el bolso colgado, de no llevar los zapatos adecuados, no podía dejar de
correr. Tenía los pulmones a punto de estallar y notaba la cara ardiendo. La
gente la miraba al pasar. Era evidente que algo le había pasado. Se miró en el
reflejo de un escaparate.
Dios mío.
No sabía a dónde ir. Era sábado, gracias a dios había trabajado en turno de
mañana en la tienda. Así no podía presentarse al trabajo, ni en ninguna parte.
Se apoyó en la pared mientras pensaba.
Cari, espero que estés en casa.
Al medio segundo de llamar, El Cari abrió y se abrazaron.
—Nena —le miraba la cara¾. Nena, pero cómo. Denúncialo de una puta
de vez. La ley os protegerá siempre.
Blanca apartó la mirada de él. Entró en su casa. El calor del hogar del Cari
siempre le había gustado. El menos de tres hermanos, la niña esperada, resultó
ser aún mejor regalo que una niña.
La madre del Cari estaba en el salón, pero las puertas estaban cerradas. Él
la metió en su cuarto. Salió y volvió al rato.
—Esto es lo que le pone mi madre a mi sobri cuando se da un golpe—le
explicaba.
Era un tubo color lila, una barra de ungüento que olía a mentol.
—Te va a terminar matando —le dijo mientras se la ponía en la mejilla y
frente.
—Tiene que denunciarlo mi madre, y no quiere. Dice que el día que me
independice, volverá a Cádiz.
El Cari entornó los ojos.
—¿Es el miedo que tiene? ¿Quedarse sola con una carga? Si ya eres
mayor. Además hay ayudas, ¿no?
—Cari, lo he hablado muchas veces con Raquel. Está anulada,
transparente. Es una inútil, porque él se lo dice y ella le obedece. Se comporta
en consecuencia a cada insulto, Paco ha ido borrando cada parte de la
personalidad de mi madre, con un borrador, poco a poco. Hasta que la ha
dejado completamente transparente. No es ella, no está viva. Simplemente ve
la vida pasar. Lo único que quiere es que yo salga de allí. Porque a ella solo la
insulta, a mí me pega.
—¿Y por qué no coges un palo?
—Le he dado ya alguna vez, sí —le respondió y rieron.
—¿Has venido hasta aquí andando?
—Corriendo más bien, estoy sudando.
—Si quieres ducharte…estás en casa.
Blanca negó con la cabeza. Se acordó de Àngel.
Joder.
—¿Qué hora es? _le preguntó al Cari.
—Las cinco y poco serán.
Blanca se puso la mano en la frente.
—Había quedado con Àngel a las 6, joder.
—Cari, ¿y qué vas a decirle cuando te vea así?
Blanca se apartó las manos de la cara.
—¿Verme así? No puede verme, Cari.
—¿Le vas a decir que no quedas con él, a poco más de media hora? Tá,
eso es una putada.
—Pues dime tú qué hago.
El Cari le inspeccionó de nuevo la cara.
—Se está poniendo morado, pero eso con maquillaje se tapa, el problema
es que está hinchado, contra eso no puedes hacer nada.
—Voy a mandarle un mensaje.
El Cari negaba con la cabeza.
—Cuéntaselo Blanca, dile lo que te pasa.
Blanca entornó los ojos.
—Vive en una burbuja, no pienso meterlo en mi mierda. ¿Y para qué?
Para que de diga que lo denuncie, que me vaya, bla, bla bla.
—Podría ayudarte.
—Ayudarme a qué. Solo yo puedo salvarme, lo sabes. No quiero repetir lo
de Oliver. No quiero a Àngel cerca de mi vida real, ¿lo entiendes? No quiero
que se entere de ni uno de mis problemas.
Acabó de teclear.
—Ya está.
—¿Qué le has dicho?
—Que me ha salido un imprevisto.
—¿Solo eso? ¿Sin más explicaciones?
—No tenemos nada, no necesitamos explicaciones.
El Cari negaba con la cabeza.
—Llevas viéndolo casi dos meses y sigues pensando igual. ¿No te has
enamorado ni un poco?
Blanca bajó la cabeza.
—Eso no cambia nada.
—¿No cambia nada? Tú no estás bien, cari. ¿Te da igual que llame a la
rubia de la playa y se la tire?
Blanca apartó la mirada hacia un lado.
—No sé lo que hace y trato de no pensarlo.
—No entiendo esa relación absurda, que no va con tu forma de ser ni de
pensar. Tú no eres así.
—No se trata cómo sea yo. No quiero interferir en su vida. Yo no puedo
verlo mucho, no quiero nada serio, y no quiero hacerle perder el tiempo
conmigo. Por eso la relación es así. Su vida sigue siendo la misma de antes de
conocerme solo que a veces me ve. ¿Qué quieres que haga? Que le diga, oye
que no puedo tener nada serio contigo, que ni vida personal ni psicológica me
lo permite. Pero tú quédate en tu casa de mientras, ¿vale?
El Cari resopló.
—Es una pena, Blanca —le dijo El Cari¾. Es fantástico para ti. Lo vi
ayer en la presentación y…me encanta.
—Desde primera hora te encanta para mí —Blanca le dio en el brazo.
—Es que es perfecto para ti —El Cari se tumbó en la cama y miró al
techo.
—Oliver también era perfecto para mí, según tú —le respondió ella y él
rió.
—Si es que tienes una suerte tremenda —añadió¾. Ayer en la
presentación cuando se acercó para que le firmaras, me encantó. Elegante,
educado, qué más quieres.
—Estar sola, Cari —le dijo¾.Ahora mismo, en mis circunstancias, no
puedo manchar con mi mierda a nadie más. Ya Oliver se llevó lo suyo. No
volverá a pasar.
—Pues me da mucha pena.
—¿Pena? Si sus amigos ya no les gusto, imagínate a su familia. Y si se
enteraran del percal, de mis problemas y de que sigo un tratamiento
psicológico. En serio, Cari, su tuvieras un hijo perfecto, ¿me querrías para él?
Solo puedo darle disgustos.
—A ti te querría siempre, porque eres una gran persona, una gran mujer,
con una belleza extraordinaria por fuera y aún más por dentro y porque tienes
un talento que supera todo lo demás. Y vas a triunfar en la vida, ayer lo vimos
todos. Esa mirada hablando de Azael…
—Eres un c…
Él rió.
—Quería verlo. Nena, has hecho una obra de arte. Esas páginas…no es
solo la historia, es lo que significan, el trasfondo, lo que transmite. No hay
quien suelte el dichoso libro y no es solo por la rama, es que no quieres salir
de él, quieres permanecer allí, con ellos. Y si salgo del libro, ya te lo he dicho,
veo a Azael por las esquinas. ¿Cómo has hecho eso?
Se encogió de hombros.
—Cuando escribo, entro en una especie de trance, siempre me pasó, entro
en la historia y vuelan las teclas y el tiempo, pero es verdad que desde el
verano a aquí, esos trances son más profundos.
Se puso una mano en la sien.
—Dice Raquel que es porque rechazo la realidad. Sea lo que sea, está
dando resultado.
—Mira a ver si el pobre Àngel te ha respondido.
—No lo habrá visto quizás. Había quedado con su amigo Héctor.
El Cari sontió.
—Héctor y los imbéciles de Tres Torres.
—Esos mismos.
—Ya tienes título para escribir una si te joden mucho.
Blanca rió.
—Con lo de buena gente que hay en ese barrio, que mis padres tienen
amigos allí y lo sé, has dado con los toca narices de turno.
—Àngel no me cuenta nada de lo que le dicen sus amigos. Realmente no
lo sé.
—No, pero yo sí lo sé. Por a Albert se le va la lengua con Joan, a Joan se
le va con Alba y a Alba con nosotros.
Blanca entornó los ojos.
—¿En serio?
—En serio.
Se tumbó junto a él.
—Pues ahora a ti se te va a ir la lengua conmigo.
—Pero yo no te he dicho nada, ¿vale?
—La rubia se llama Lidia y…
22

La película había acabado. Héctor aceptó el café antes de irse. Àngel miró
su móvil, quedaba media hora para recoger a Blanca. Tenía un mensaje suyo.
—No puede quedar hoy¾se sentó junto a Héctor, en el sofá.
—¿Blanca? ¿Y te avisa ahora? —Àngel asintió.
Héctor negó con la cabeza.
—No la llames más, que le den.
—Fue ella la que me dijo de quedar hoy —soltó el móvil sobre la mesa.
—¿Y por qué no puede? —preguntó Héctor.
—Un imprevisto, dice. Que me llama otro día.
—¿Un imprevisto con polla? —Àngel se sobresaltó.
Àngel no quiso responderle. Se estaba hartando de los ataques hacia
Blanca, pero en la situación en la que lo había dejado aquella tarde, no le
apetecía debatir con Héctor.
—Pues no seas imbécil y llama Lidia, que está deseando de quedar
contigo —le dijo.
—No —apartó las manos de Héctor del móvil.
—¿Daniela? Hace tiempo que no la ves, a ver si te devuelve la cordura.
Negó con la cabeza.
—No te pensarás quedar en casa, vente conmigo.
—No me apetece salir, tengo mucho trabajo esta semana.
—Pero si ibas a salir con ella…
—Es diferente.
—No seas imbécil, está claro que no vas a conseguir nada con ella. No
hagas más el imbécil y diviértete. Fóllatela cuando te apetezca pero sigue
divirtiéndote. ¿Qué cambiaría si hoy salimos? ¿Cambiaría algo?
—Sí y no —respondió Àngel. No tenía nada con Blanca, no le debía nada,
sin embargo, se negaba a tener relación con otra mujer mientras estuviera ella.
Y no quería ni pensar que ella pudiera estar con otro hombre—. No me
apetece salir, Héctor. Otro día, hoy no.
Héctor se fue y Àngel decidió darse una ducha. Sentía curiosidad por
saber lo que le pasaba a Blanca. Aquello de no tener que dar explicaciones
empezaba a no gustarle. Dudaba si le habría dejado tirado por otro plan mejor
y si le había ocurrido algo. Sabía que Blanca no tenía confianza en él, por
muy cariñosa que pudiera mostrarse. No le profundizaba sobre su trabajo, ni
sobre sus estudios, como si el resto del tiempo que no pasaba con él
desapareciera. No solía hablar de su familia, jamás. Eso le era un tanto
peculiar, él solía hablarle de sus padres a menudo.
Cogió su móvil y respondió a Blanca.
“¿Te ha pasado algo? ¿Estás bien?“ preguntó.
”Estoy bien” le respondió ella.
“Es que me has avisado tan tarde”.
“Lo siento, ha sido a última hora”.
La conversación no solo no le estaba aclarando nada, sino que además le
estaba poniendo peor.
“Mira Blanca. No sé si quizás te estás agobiando. Por mi parte no voy a
llamarte más. Cuando tengas un hueco y quieras verme, me llamas a ver si
puedo yo”.
Le dio a enviar.
—La cagué —dijo en voz alta¾. Pero mejor así.
“Vale”
Frunció el ceño.
—¿Vale? Es que te da igual todo, Blanca.
Negó con la cabeza, dejó el móvil encima de Metálica.
“Héctor acaba de irse, pero he quedado con él y el resto en un rato”.
Esperaba con impaciencia la respuesta de Blanca.
“Estupendo. Me alegra al menos no haberte fastidiado el sábado. Pásalo
bien. Un besote”.
Se sintió imbécil de pensar que el hecho de que él saliera le importara a
ella. Blanca sabía que Lidia era del grupo de Héctor, si sintiera lo más mínimo
por él, tendría que afectarle.
“No, desde aquél día de la cena no los he visto a ninguno entre el trabajo y
otras cosas”.
Le respondió con un emoticono, pulgar arriba. Sintió que nada de lo que
le dijera iba a importarle en absoluto. Estuvo a punto de llamar a Héctor, pero
tenía que pensarlo bien. Realmente no le apetecía salir. El plan de quedarse en
el sofá leyendo le gustaba más.
23

La hinchazón le había bajado al segundo día y dos capas de maquillaje


eran suficientes para tapar los morados. Así que podía hacer vida normal,
trabajar, ir a clase…
Àngel había cumplido lo que le dijo. Comprendía que estuviera así por
haberlo dejado tirado a media hora de salir, pero no tenía más opciones.
En el trabajo le ponían pegas por los cambios de turno y aún más cuando
le pidió que necesitaba librar el sábado completo, puesto que cogía el primer
ave de la mañana hacia Madrid y no regresaría hasta el domingo.
Su encargada era una estúpida, Blanca sabía que al ser la última en llegar
no podía exigir nada, pero el sábado tenía que estar en Madrid. Así que
cuando la llamaron para que acudiera al despacho del jefe de tienda y vio a la
encargada de su sección junto a él, supo lo que pasaría después.
No había superado el periodo de prueba, supuestamente. Así que cogió
sus cosas y se largó de allí.
Necesitaba el trabajo. Pero entre los libros y esto, tengo claro que está
por encima los libros.
La única buena noticia de la semana la recibió en su instagram. Una
diseñadora que estaba empezando, le había ofrecido una colaboración. Ella
pillaría un conjunto al mes gratis, a cambio de subir alguna foto a instagram.
Le pareció fenomenal, la ropa era una pasada, tenía estilos más casuales, otros
más elegantes, vestidos de fiesta, muy variado. Ropa que ella no podría
permitirse, porque costaba cinco veces más que uno de tienda normal.
Había corrido hacia el showroom el primer día y se trajo un mono negro
para lo del sábado. Era espectacular y a pesar de tener medidas
descompensadas, se lo pudieron arreglar a tiempo. A partir de ese momento,
el modelo que le enviaran, era hecho a medida. No los podía escoger ella, era
la diseñadora la que le indicaba qué quería que promocionara, pero le daba
igual. Solo tenía que subir fotos y mencionarla.
Y me sacará de los apuros como el del sábado.
Ya conocía todo lo que decían los amigos de Àngel sobre ella. Y lo que
también pensaban sus padres.
No tienen ni idea.
Pero no merecía la pena enfrentarse a ellos.
Para qué, si esto no va ninguna parte.
Lo único que le alegraba su día a día eran las buenas críticas que estaba
teniendo Metálica, la editora estaba muy satisfecha aunque las ventas eran las
que esperaba, muy normalitas.
Cogió su móvil y miró la hora. Regresaba de entrenar. Tenía la maleta
preparada para el día siguiente, y el tiempo justo de ducharse y salir. Le había
prometido a sus amigos una copa esa noche de viernes, para celebrar la
novela y darle ánimos para el congreso.
Escribió a Àngel.
“No sé si estás esta noche de guardia. Pero he quedado con mis amigos
esta noche. Si vas a salir llámame a ver por dónde estás”.
Llegó a su casa, se duchó y se vistió. Un vestido, de los que solía salir por
la noche, entallado, color arena. Ya no tenía el bronceado del verano, pero su
`piel era oscura y hasta en invierno le iban bien aquéllos colores.
Estaba terminando de pasarse el rizador por el pelo cuando oyó su móvil
sonar.
“También había quedado. Sé a dónde vais, coincidiremos”
Pues sí que estás molesto todavía.
“Ok”
No estaba acostumbrada a salir por la noche últimamente. La música y el
ruido le martilleaba la cabeza. Bebió junto a sus amigos en una mesa, bailó un
rato y volvió a la mesa. Ya había llegado Joan, y el estúpido de Albert. Desde
que El Cari la puso al día, lo tenía atravesado. Aún así, tuvo que darle dos
besos.
—Quiero hablar contigo —le dijo él con tono autoritario.
¿Conmigo? Ya me va a tocar los cojones.
—Después —le dijo ella sentándose. La agarró del brazo.
—¿No puede ser ahora? —insistió él.
Blanca miró a Regina.
—Estoy en mitad de una conversación, así que espera un momento.
A mí me vas a venir tú con esas formas y esos aires. Niño caprichoso, lo
quiero, lo tengo. Pues te vas a esperar hasta que yo quiera.
Albert se apartó de ellas.
—¿Y qué quiere ese ahora? —preguntó Regina.
—Tocarme los cojones con el hermano, qué te crees.
—Pues a ve a ver —la animó ella.
Blanca resopló.
—Me salen imbéciles debajo de las piedras —protestó¾. Estoy hasta el
mismísimo ya de todos estos. No puedo ni celebrar tranquila lo único que me
alegra la vida.
—Anda ve, váyase que venga el hermano y se líe si lo ve reprochándote
cosas.
Blanca negó con la cabeza.
—El hermano está molesto —entornó nos ojos hacia Regina¾. Por lo del
otro día.
—Dice El Cari que estabas fatal, que imposible taparlo¾le decía Regina
tocándole la cara¾. Ya no se te ve nada. Deberías contárselo, estoy segura de
que te ayudaría y entendería tus rarezas.
Blanca negó con la cabeza.
Si vieras su burbuja ideal, tampoco se lo contarías.
—¿Le contarías a un niño muy pequeño los horrores del mundo? —
Blanca no obtuvo respuesta.
—Me da pena por ti, porque lo debes de estar pasando mal.
Yo ya ni siento, Regi. Si no tengo por dónde coger mi vida.
—Voy a ver qué quiere el idiota este, ahora vengo.
Albert estaba de pie cerca de la barra. Cuando Blanca llegó hasta él, le
pidió que la acompañara hasta una parte del local más tranquila. Lo miraba de
reojo. Sabía que la gente los miraban. Blanca era llamativa y solían mirarla a
ella y despertar interés quién la acompañaba.
Va orgulloso porque los tíos lo están mirando, será gilipollas.
Albert se detuvo y Blanca se cruzó de brazos.
—Dime —cuanto más rápido empezaran, mejor.
—¿Qué pasa contigo y mi hermano?
—¿Cómo?
A ti te voy a dar yo explicaciones.
—¿Te gusta o solo es un juego?
Blanca abrió la boca para replicar pero la cerró ante tanta estupidez.
—No sé lo que le pasa a mi hermano contigo. Lo estás enredando, con lo
bien que estaba…
—¿Qué yo qué?
—Y mi hermano es imbécil y se deja llevar y hace lo que quieres tú. —se
inclinó hacia ella¾. Qué haces cuando no estás con él, ¿andas con otros?
Blanca le puso la mano en el pecho, firme.
—Tu hermano no es imbécil. El imbécil lo eres tú. Y no pienso darte
explicaciones de lo que hago.
—No quieres nada serio con él, pero sigues con él.
—Pero que no soy yo, que es un acuerdo que tenemos.
Joder, con echarme la culpa de todo.
—¿Has vuelto a hablarlo con él?
No
—Yo solo te advierto que mi hermano se está enamorando.
Y me lo tienes que decir tú y no él. Bueno, realmente es mejor que me lo
digas tú que él.
—Eso no entraba en el trato —se giró para darle la espalda y se alejó de
Albert.
Si esto lo sabía yo. Que esto iba a salir como el culo. Ahora tendré que
dejarlo. Joder.
Llegó hasta sus amigos. Allí estaban esperando los cuatro a que les
contara. Fue escueta.
—¿Y qué vas a hacer? —preguntó Noelia.
Blanca tomó aire.
—Si eso es así tienes que ser justa —le dijo Regina¾. Si tienes claro que
no vas a tener nada con él, díselo y lo dejáis.
Blanca asintió.
—¿Tú te estás enamorando? —le preguntó Alba.
Regina sonrió.
—No va a responderte —le dijo Regina.
—Pensaba que sería fácil —dijo Blanca¾.No compromiso, solo amistad,
pero llegados a este punto…pensaba que no me tomaría en serio.
—Pobre mía —dijo Regina echándole el brazo por encima.
Blanca dirigió sus ojos enormes hacia El Cari.
—La que me has liao, Cari —rieron.
Noelia giró la cabeza hacia el sofá.
—Ha llegado y viene con toda la patulea.
—Alaaaa —El Cari parecía divertido¾. Venga Blanca, tú puedes.
Àngel se acercó a ellos para saludarlos, uno por uno. Llegó hasta Blanca
esperando su reacción, pero fue la misma que en la presentación, un único
beso en la mejilla.
Àngel habló con ellos unos instantes y se alejó con los suyos para pedir
algo de beber.
Miraron a Blanca.
—Venga, valiente. Es lo correcto —le dijo Noelia.
Blanca miró a Àngel de lejos, volvió a mirar a sus amigos.
—Pero puedo hacerlo otro día, ¿verdad? —dijo con media sonrisa y
rieron.
—Si es que…¾El Cari le dio un cate en la pierna.
Si es que me encanta.
—Bueno, venga, vamos a darte margen —decía Noelia¾.Pero ahora
sabes lo que hay. Él va a querer pronto otra cosa y si tú te mantienes en tus
pensamientos, se acabó.
Blanca asintió.
—La del vestido rojo ha venido, pero hoy lo trae negro —dijo Alba.
—Se llama Lidia, estuvieron juntos nada, un par de semanas.
—¿Y él puede tirársela según vuestro trato? —se sorprendió Regina.
—Puede hacer lo que quiera. Yo no hago preguntas.
—Pero ese te digo yo que no se tira a nadie —comentaba a Noelia¾. Está
loco por nuestra Blanquita.
—Ahora por lo menos sabes lo que hay —le dijo El Cari¾. Para que no
te pille de sorpresa.
Si no me ha cogido de sorpresa. Lo esperaba, de hecho. Esas cosas se
notan, él también lo nota.
Blanca se levantó.
—Voy a comprobar en qué “grado mosqueo” se encuentra —les dijo y
rieron.
Se acercó a Àngel, hablaba con uno de sus amigos, Blanca no recordaba el
nombre. Pero el chaval se alejó con disimulo en cuanto la vio acercarse.
Blanca se colocó muy cerca, le dio un toque en la barbilla y sonrió. Pero
Àngel miró hacia un lado.
Del 0 al 5, grado 3.
—Siento lo del otro día —se disculpó.
Àngel la miró.
—No pasa nada¾le respondió.
Mosqueo grado dos y medio.
—He tenido una semana…rara.
—No, si en parte lo entiendo. Las clases, el trabajo y preparar lo del
sábado, pero…casi me pillas camino a tu casa.
Blanca bajó la cabeza.
Si llevas razón, es una putada lo que te hice.
—Bueno, el trabajo…ya no es un impedimento de nada —hizo una
mueca.
—¿Qué te ha pasado? —preguntó con curiosidad.
—Dije lo del sábado y les llevé el resto de días que necesitaba libre y no
les intereso. En parte es normal.
—Vaya, lo siento.
—No lo sientas, aguantar a esa encargada no está pagado, te lo aseguro.
Aunque yo la hubiese aguantado sin rechistar.
—Por cierto, acabé la novela —le dijo él.
Y ni me llamaste para decírmelo.
—Gratamente sorprendido —la miró con interés¾. Es difícil leer y
pensar que…
Que yo pudiera haberlo escrito. Grado mosqueo uno y medio. Bajando
considerablemente.
—No, no se me da mal —comentó ella con ironía¾Y hay más, muchas
más.
Àngel sonrió. Blanca se dejó caer en él y Àngel la rodeo con los brazos.
Mosqueo desaparecido.
—En serio, es genial —le repitió¾. Y a Rubén le ha encantado también.
La estamos recomendando, que lo sepas.
Blanca rió. Àngel aprovechó para besarla.
Ya estabas tardando.
Puso la mano en la nuca de él y alargo el beso.
La lidia esa tiene que estar que le va a dar algo. Vamos, yo ni pienso
mirar a los pijgentuza estos, con todo lo que dicen de mí.
Dejó de besarlo, pero mantenía su cara pegada a la de Àngel. Tenía que
reconocer que tenía ganas de verlo, sobre todo así, el día de la presentación no
contaba. Apenas habían estado cerca unos minutos.
—¿Qué haces el domingo? —le preguntó ella.
—Quería comer con mis padres —le respondió él.
—Mi tren llega a las cuatro —le dijo ella rodeándole el cuello con los
brazos.
—Estaré en la estación a las cuatro —volvió a besarla.
Pensó en su conversación con Albert, Àngel se estaba enamorando, y para
su propio asombro, lejos de asustarse o de salir huyendo, aquella cosa que
mariposeaba por el pechoo cuando él aparecía, se hizo intensa. No salía
huyendo, al contrario, so pensaba soltarlo.
Si hasta lo he echado de menos.
Sus amigas y ella misma, sabían que tarde o temprano, si había
sentimientos en medio, tendría que dejarlo. Pero no quería que fueran en
aquél momento. Ni siquiera quería pensar en eso.
Apretó a Àngel y volvió a besarlo. Él se extrañó del comportamiento de
Blanca pero pensó que era debido a su indiferencia los últimos días. Estaba
muy pegada a él, y notó cómo su pantalón se tensaba contra ella.
Blanca pegó su frente a la de Àngel.
—¿Tienes mucho interés en permanecer aquí? —le preguntó ella.
Àngel la rodeó con más fuerza.
—Solo tengo un interés ahora mismo —respondió él y Blanca sonrió.
Àngel se inclino hacia su oído¾. Nos vamos¾ le susurró.
24

Entró en Congreso, había mesas de editores, agencias y editoriales.


Carteles con los distintos debates que sucederían y mucha gente.
La hura del suyo era por la tarde, a las cinco. Sin embargo, en cuanto
llegó al hotel, soltó la maleta y salió corriendo para llegar temprano por la
mañana, escuchar las otras charlas de autores, y acudir al almuerzo cocktail
que había de editores, agentes y escritores.
El mono de Elisa, la chica con la que había empezado a colaborar en
instagram, era moderno y elegante. Había sido un golpe de suerte encontrarse
con ellos en unos momentos de difíciles comienzos. Era tan bonito que le
daba pena taparlo con una chaqueta, pero entraba el invierno y ya no hacía
tiempo de ir al aire.
Como novata que era, no conocía a nadie ni cómo funcionaba aquello. Le
dieron una pequeña bolsa de tela con algunos regalos, marcapáginas y
similares, tarjetas, publicidad para servicios a autores y todo lo que iba
recaudando.
Allí no estaba Carmen pero sí estaba el director de su editorial. Este le
presento a varias personas, alguno de ellos autores, un editor de otra editorial
y algún agente. Le iban dando tarjetas que iba guardando en el bolso.
Pues sí que merece la pena venir a estos sitios.
Por la tarde comenzaba lo más interesante. Autores a los que admiraba,
superventas, todo lo que ella aspiraba a ser estaría delante de sus ojos. Estaba
deseando verlos en persona, aprender de ellos.
Llegó la hora del almuerzo. Pasaron a una sala donde un cáterin tenía
preparado mesas con gran variedad de comida.
A ver qué cómo yo aquí.
No le vio más remedio que saltarse la dieta. Observó a un grupo sentado
en un sofá. Pudo reconocer a algunos autores y comenzó a ponerse nerviosa.
El director de su editorial se acercó a ella.
—Ven conmigo —le dijo.
La metió en un grupo y la presentó, luego a otro. Mientras ella continuaba
guardando tarjetas en su bolso. No recordaba caras ni nombres, pero ya leería
las tarjetas con más detenimiento. Y conocer a sus autores españoles más
admirados, sin hacer cola en una feria, pues superaba todo lo que había
soñado.
No actuó, no fue más de lo que ella sabía ser. Habló con todos,
preguntaba, intentaba aprender cómo funcionaba aquél mundo desde dentro,
simplemente observando a los que llevaban años en él.
Fue al servicio, alguien la confundió con una azafata, regresó del baño y
volvió a observar. Se dirigió hacia donde estaban las infusiones.
La elite, los editores hacen la ola a los superventas. Son los que mantienen
el groso de este mundo. El resto somos relleno, ni entre cien como yo cubre
lo que tan solo uno de ellos.

Palmeros, los hay en todas partes, los que empiezan como yo y piensan
que peloteando a los que están arriba, van a conseguir ser mejores
escritores.

Los raros, los que se apartan y no hablan con nadie.

Los que son superventas y sin embargo te hablan como lo haría cualquier
vecino.

Lo que venden una mierda pero creen merecedores del próximo nobel.
Los que están empezando pero piensan que son ellos y no tú los que van a
arrasar.

Los que venden pero no hay quien les tosa. Saben que son la élite y
piensan que están ahí porque son mejores que tú. Cuando todos sabemos
que aquí la suerte, es un valor decisivo.
Es extraño, hay algunos autores que acabo de conocer que ya publicaron
su primera novela o su segunda, con una gran editorial y una promoción
de cojones y se mueven por aquí como si hubiesen nacido en este mundo.
Sin embargo, una autora me acaba de contar las penuria, durante casi la
edad que yo tengo, que ha tenido que soportar para llegar a conseguir un
buen contrato.

Me miran, muchos de ellos, con curiosidad. La mayoría de autores y


autoras me duplican la edad tirando por lo bajo, porque la edad media son
los cincuenta. Algunos son más jóvenes, me preguntan si comencé con un
blog o con redes sociales. Los pocos que hay aquí de mi edad han sido de
todo menos escritores. Y me deprime comprobar que de todos los que están
aquí, realmente vivir de los libros, solo lo hacen unos cuantos.
Tomó aire.
No sé si lo conseguiré, pero el camino va a ser una tortura, eso es seguro.
La suerte nunca está conmigo en nada.
Se tomó la infusión.
Soy tan diferente a ellos…
Tenía que volver a unirse a algún grupo, pero no supo a dónde acudir. Los
editores, ni le prestaban atención, lo de las tarjetas era pura cortesía. Los
autores y sus egos, no la hacían estar cómoda. Se sintió que estaba de más,
como un estorbo. Las pocas veces que había intentado conversar, nadie la
había continuado. Solo lograba hablar con alguien si esta consistía en
enumerar los logros del que hablaba.
Me pregunto que si yo ahora mismo hubiese vendido cinco millones de
libros, si estaría aquí sola tomándome la infusión.
La respuesta era clara, no. Volvió a mirar los grupos de autores.
No me siento inferior a ellos. Tengo menos experiencia, pero he
comenzado con un nivel muy bueno. Cuando pasen veinte años quién sabe
dónde estaré.
Miró hacia los grupos de agentes y editores.
Las grandes promociones están reservadas solo para unos cuantos. No soy
presentadora de televisión, ni actriz ni nada parecido. No tengo contactos,
amistad, ni pertenezco a una familia influyente. Nadie dará un duro por mi
trabajo por bueno que sea.
Bajó la cabeza.
Soy muy diferente al resto de autores.
Recordó su última novela, tampoco pertenecía a ninguna parte.
Entonces es porque soy una autora de una nueva generación.
Levantó la cabeza. Nadie de su edad, era imposible que nadie con menos
de treinta escribiera, solo ella. No había oportunidad para los nuevos.
No tiene lógica, cuando todos estos no estén, solo quedaremos nosotros,
los nuevos autores de hoy.
La tarde pasó demasiado rápida. En la charla habló cuando el moderador
le propuso, el resto de autores, cuatro hombres que escribían novela negra,
tampoco le dieron mucho margen de promoción. Pero haciendo una
valoración general, en ningún momento se mostró con complejos, al
contrario, todo lo que había estado considerando durante el almuerzo de la
juventud y las pocas puertas, y el envejecimiento de los que siempre ocupan
las mesas de novedades, lo expuso.
Se había hecho el silencio.
—No hay en este salón ningún autor de mi edad —había dicho¾. Es
imposible que nadie de mi edad escriba bien.
Ni siquiera sus charlatanes compañeros de mesa supieron decir nada.
—¿Qué opción tenemos? —añadió¾, ¿Seguir apilando novelas en una
mesa esperando que algún día alguien las publique? ¿Cuántas tendré yo
cuando tenga la edad de mis compañeros?
Se había quitado la chaqueta para la charla. A pesar de ser invierno, tenía
calor con sola una fina manga.
—En los club de Fútbol dicen que es bueno que hayan muchos niños
socios, porque son los que mantendrán el club en un futuro. Y en este mundo
literario, se dice una y otra vez que hay que animar a los niños y a los jóvenes
para que lean. Que el porcentaje de juventud que lee es muy bajo. Quizás el
porcentaje de gente que publica tenga una edad media demasiado alta.
Siendo su debate en concreto “Los inicios de un escritor” pudo decir todo
lo que pensaba. Pero tuvo que callarse muchas otras cosas porque si no, la
vetarían de por vida en el mundillo.
Se bajó de la tarima. Aquello terminaría en unas horas. Una mujer de unos
cuarenta, se acercó a ella.
—Mi nombre es Eva y soy agente literaria —se presentó. Blanca la
miró¾. Tienes algo acabado que se pueda ver.
Blanca arqueó las cejas.
—Sí, pero…no te va a gustar —le advirtió.
La agente Eva rió con la respuesta.
—Te vendes realmente mal —le dijo Eva.
—Tengo el mail una cincuentena de correos diciéndome que no les
interesa. Pero si quieres echarle un ojo, yo te la doy.
—Quizás no haya llegado al sitio adecuado, déjame verla y te digo si
puedo hacer algo, ¿de qué trata?
25

Había enviado el manuscrito aquella misma noche, desde el móvil,


reenviando el correo con el archivo que le había enviado al Cari.
Ya estaba maleta de vuelta en tren. Había un absurdo por parte de la
editorial tenerla en Madrid una noche. La mañana y despedida del congreso
había sido un aburrimiento. Temas sin interés, ningún autor que le gustara en
absoluto. Pero bueno, tenía tarjetas en el bolso y muchas fotos de postureo,
que eso siempre viene bien en las redes. Además Elisa estaría bien contenta
de la promo que le estaba dando al mono, ya que había vídeos de su mesa de
debate y numerosas fotos.
El tren al fin se detuvo. Subió las escaleras mecánicas y arriba en el
pasillo de las cafeterías estaba Àngel.
Blanca lo miró. Estaba cayendo sin remedio en las redes de aquélla buena
persona y no quería. Por nada del mundo quería.
No quería darle más que un beso de amigos, pero Àngel se adelantó y le
dio uno en los labios.
—He visto el video —fue lo primero que dijo¾. Fantástica.
Se dice por ahí de todo. Ya me han salido trolls, pero contaba con ellos.
Y los tenía, comentarios de algunos que se molestaron con sus palabras.
Diciendo que si esa “Autorcilla” pensaba que habría que llenar los debates
literarios de niñatos con gomina y tetas de silicona.
Siempre salta algún capullo. No importa.
—Cuando triunfes…
¿Ahora piensas que voy a triunfar? Vaya cambio.
—No es fácil, lo he visto claro. Solo unos pocos son los privilegiados y es
muy difícil…
No quiero hablar de esto contigo.
—Pero, ¿qué tienes que envidiarle tú a todos esos?
Blanca frunció el ceño.
—Leo de todo, hasta las bazofias —Àngel rió¾. Lo tuyo es talento real.
Tienes una forma de escribir diferente, un estilo propio. Eso no se enseña ni
se aprende.
Le estaban subiendo los colores.
—Escribes como los grandes, aunque tengas veintiún años.
Metálica es buena, pero puedo hacerlo mejor, de hecho, ya he hecho algo
mucho mejor.
Se sentaron en la terraza de una cafetería.
—¿Y ese cambio? —preguntó ella¾.El otro día me dijiste que pensara
mejor en otro trabajo.
Àngel abrió la boca para responder pero volvió a cerrarla.
Ahí te he pillao.
Él se irguió en la silla.
—Porque no te había leído —le admitió¾. Y…esperaba encontrarme con
otra cosa.
Blanca se apoyó en el respaldo de la silla.
—¿Por qué esperabas otra cosa?
Prejuicios: juventud, gusto excesivo por el cuidado personal, gusto por las
redes sociales, por salir a divertirme. No soy diferente al resto de chicas de
mi edad.
—La imagen que todos tenemos de los escritores es diferente. Los autores
son…ese tipo de la foto en blanco y negro de la solapa. La foto que hay en la
solapa de tu portada, parece sacada del Vogue. No te molestes.
Agua del mar, eso es lo que estoy comprobando. Si cojo una gota de agua
del mar, es la misma agua de todo el mar. Eso es lo que piensan todos
cuando ven a la autora de Metálica.
—No te molestes, de verdad —se disculpó Àngel¾. Pero no esperaba que
lo hicieras tan bien.
Soy un genio, sí, eso dicen unos pocos. Pero lejos de todo lo que rodea a la
élite literaria, mi vida es una reverendísima mierda.
—¿Qué planes tienes para esta semana? —le preguntó él.
Blanca negó con la cabeza.
—La verdad es que ahora mismo…no tengo ni idea.
—Mañana trabajo por la tarde, salgo a las diez, pero si quieres puedo
pasar por ti.
Blanca miraba hacia un lado, casi no lo escuchaba, Àngel era consciente.
No esperó respuesta.
La acompañó hasta casa, no muy tarde. Blanca no había querodo hacer
más paradas, quería llegar a casa aunque esta fuera un infierno. Cerrada en
sus pensamientos, apenas era capaz de mantener una conversación. Àngel
tampoco insistió mucho.
—Ya hablamos —fueron las palabras de ella antes de bajarse del coche—.
Gracias por recogerme.
26

Àngel estaba en la consulta. Rubén entró con unos papeles.


—Falta una hora para que salgas, es viernes y encima no vuelves a
trabajar hasta el martes.
—Miércoles —le corrigió Àngel.
—¿Y por qué tienes esa cara? Yo no descanso hasta el miércoles.
Àngel le enseñó el móvil con un mensaje de Blanca.
“Qué haces hoy”
—Dos semanas y media sin aparecer.
Rubén se encogió de hombros.
—¿No estaba de promoción?
—Solo un día estuvo fuera —negaba con la cabeza¾. No la excuses. Pasa
de mí. Y yo tengo que empezar a pasar de ella.
—Pasar de ella. Pues yo te veo dudando si responderle que sí o que no.
Àngel tuvo que reírse con las palabras de Rubén.
—Pero me da coraje que esto no solo no avance, sino que va a peor. ¿Qué
la he visto en el último mes? Dos veces.
—Es que no es tu novia, es una amiga. No sé qué parte no entiendes¾le
aclaró Rubén¾. Hablar con Héctor no te viene bien.
Àngel lo miró.
—Él intenta que te la quites de la cabeza, pero no lo hace bien —explicó
Rubén¾.El otro día cuando salimos, te habla de ella como si fuera tu pareja y
te estuviera dando de lado para que te enfades. Y eso no es así. Es una amiga.
Te has enamorado, vale, tienes un problema. Así de sencillo.
Àngel lo miró pensativo, negó con la cabeza.
—Tengo que salir de esto, porque al final será peor.
—Realmente qué te apetece, ¿verla o no? Sé sincero.
Àngel se tomó un instante para responder.
—Si pudieras elegir, quitando el pasa demí, tengo que pasar de ella y toda
esa mierda. ¿Qué desearías hacer?
Àngel sonrió.
—Invitarla a mi casa todo el fin de semana…y que dijera que sí.
Rubén empujó el móvil, que estaba en la mesa, hacia Àngel.
—Pues hazlo.
—¿Qué dices? No va a querer. Si le cuesta dedicarme un rato, ¿tres días?
Y después otras dos o tres semanas sin saber de ella.
—Prueba —volvió a empujar el móvil.
Àngel respondió.
“Lo tengo libre, ¿quieres venir a casa el fin de semana?”
Dejó el móvil encima de la mesa.
—Ya está. Si encima es lo que dice mi hermano. Soy su perrito faldero.
Rubén hizo una mueca. El móvil sonó.
“Vale”
Àngel frunció el ceño.
—Ha dicho que sí —dijo y Rubén sonrió.
—¿Has visto qué fácil? —se dirigía hacia la puerta¾. Y ahora el perrito
faldero va a pasar el fin de semana con un pivón, y Héctor y tu hermano, la
única compañía que tendrán será la del vaso de whisky.
Rubén hizo una mueca antes de cerrar la puerta.
27

Había encontrado el portal abierto, alguien salía. Llegó con su trolley


hasta la puerta de Àngel, llamó. Él, no tardó en abrir.
—Pasa —se apartó de la puerta para que ella entrara y la besó a la par que
cerraba.
Era media tarde, pero ya había anochecido. Desde el cristal de la terraza
podían verse ya las luces encendidas. Hacía frío en la calle, pero la
calefacción mantenía una temperatura agradable dentro.
—Ven a la cocina un momento —le pidió¾. Después sacas tus cosas de
la maleta.
Llevaba a Blanca de la mano. Tenía bolsas sobre la encimera.
—He comprado todo esto, dime si necesitas algo más y voy en un
momento¾le dijo.
Blanca se asomó a las bolsas y luego lo miró.
No me lo puedo creer. Has comprado todo lo que puedo comer.
Se sentía abochornada.
—Mañana sí me gustaría que saliéramos a cenar, vamos, si quieres,
también salimos hoy. Realmente me da igual.
Blanca lo miró y sonrió. Entornó los ojos hacia él.
—¿Qué planes tenías para el fin de semana? Antes de mí.
Àngel negó con la cabeza.
—No importan —dijo colocando las cosas en el frigorífico. Blanca se
acercó a él.
—¿Qué pensabas hacer? —insistió dándole un pequeño empujón.
Àngel sonrió.
—Porque puedes hacer todo lo que tenías pensado, pero conmigo —
sonrió con ironía¾.Espero que no me digas que tenías pensado limpiar la
cocina ni nada parecido. Tampoco ir a casa de tus padres. Las compras las
admito si no eres muy dudoso con la ropa.
Àngel rió.
—Tampoco que tuvieras pensado salir con otra, porque ahí sí que no me
sumo.
Él arqueó las cejas.
—¿De verdad crees que quedo con otras? —le rodeó la cintura y la acercó
a él.
—Eres libre, puedes hacer lo que quieras —le respondió ella¾. Salvo este
fin de semana.
Aquéllas últimas palabras de Blanca y de la forma que le rodeó el cuello,
parecieron gustarle.
No sé si ha sido buena idea venir. Pero era lo que más deseaba. No te
imaginas lo que te he echado de menos. Cada vez esto es peor. Y cada vez
veo más cerca el final.
—Salvo este fin de semana —repitió él.
La besó y el beso se alargó tanto que Blanca pensó que lo harían allí
mismo.
—Pensaba que dirías que no —le dijo Àngel.
Blanca entornó los ojos.
—Si no consigues entretenerme dos días y medio sin que escriba una sola
letra, la próxima vez diré que no.
Él sonrió.
—¿Te he estropeado algún plan? Ahora en serio —no lo soltaba, seguían
besándose entre frases.
Àngel negó con la cabeza.
—Hoy iba a ver alguna serie, y mañana había quedado para almorzar en
casa de mis padres, pero les va a dar igual si no aparezco. Por la noche sí que
había quedado con mis amigos para salir.
Vaya.
—Pero les digo que no voy y ya está —añadió.
Sabe que no me caen bien, ni yo a ellos.
—Mañana cenamos solos —le propuso ella¾, pero podemos verlos
luego.
Contaba con ello y vengo con armas. Tengo para todos.
A Àngel pareció gustarle la idea porque la besó con fuerza sin mediar
palabra. Blanca notó que también él tenía ganas de verla, estaba demasiado
efusivo, se le veía feliz, diferente.
Ni siquiera salieron de la cocina. Allí mismo cayó el primero del fin de
semana.
28

Eran más de las doce. Habían visto la tele un rato, pero tuvieron que
apagarla porque preferían aprovechar el tiempo hablando. Sus encuentros
siempre habían sido más cortos en los que ocupaban su tiempo en sexo, más
que en hablar.
Sin embargo, Blanca, notó que desde que había puesto un pie aquella
tarde en casa de Àngel la relación se había tornado diferente. Dudaba si en
parte había sido por el tiempo que llevaban sin verse, casi tres semanas. O si
era porque iban a pasar juntos y solos, más tiempo del que acostumbraban.
Àngel estaba recostado en el sofá y Blanca estaba echada sobre él. Lo
había hecho sin ser consciente quizás. Prefiriendo su calor que la comodidad
de los cojines.
Esto no solo está cambiando dentro de mí.
Era evidente que su relación con Àngel estaba cambiando. Aunque no lo
viera durante semanas, no importaba, eso no lo alejaba de ella.
Se acurrucó y cerró los ojos, notó la mano de él acariciarle el pelo a la
altura de la sien.
Encontrar a alguien maravilloso en un momento en el que no puedo
disfrutarlo como debería.
Por eso había aceptado la invitación. Un paréntesis, un escape a sus
pensamientos, a su miedo, a todo de lo que huía. Tomarse esos días libres de
su prisión invisible. Salir de su armadura. Disfrutar de los maravillosos
sentimientos que él le producía.
Allí, en el sofá, dormitando, se hubiese pasado horas sin inmutarse. La
respiración de Àngel era tranquila, su personalidad serena la contagiaba.
—Puedes venir cada vez que quieras —le dijo él.
Blanca entre abrió los ojos hacia él. Àngel los miraba, primero a uno y
luego a otro.
—Tiene ojos de gata —Blanca sonrió al escucharlo¾.Eso me dijeron.
Volvió a cerrarlos. Que le mirara los ojos de aquella manera, estando tan
cerca, la incomodaba un poco.
—No me los imaginaba así —reconoció¾. No te imaginaba así.
Aún con los ojos cerrados sabía que Àngel la seguía inspeccionando
mientras la acariciaba.
—Me gustaría pasar más tiempo contigo¾reconoció él.
Esto lo veía yo venir.
Abrió los ojos hacia él.
—Si esto lo hiciéramos más veces…no sería lo mismo. Nos cansaríamos.
No me cansaría, pero entonces no sería esto, sería una relación normal.
Algo que no puede ser ahora mismo.
—¿Cansarme? —Àngel arqueó las cejas y negó con la cabeza. Luego le
cogió la cara¾. Me encanta hablar contigo, estar contigo, como estamos
ahora, aunque no estemos haciendo nada. Y me encantaría hacer las cosas que
hago cada día, en tu compañía.
—Te cansarías —replicó ella con ironía, esperando que con la broma, la
conversación se tornara a otra cosa.
—Pues me encantaría probar a ver si llevas razón.
Madre mía, que me lo está diciendo. Lo que yo no quería escuchar.
Àngel se incorporó y ayudó a Blanca para que se sentara también, junto a
él. Se giró para tenerla cara a cara.
No, por favor.
—Quiero que seas sincera conmigo —le dijo¾. Necesito saberlo.
No sigas.
Quería salir corriendo de allí.
—Blanca, sé lo que hablamos en la playa aquel día —le cogió la cara, la
miraba a los ojos¾. Pero mis sentimientos han cambiado.
Y de la forma que me estás mirando quién te dice ahora que no.
—Me estoy enamorando —le mantuvo la mirada. Blanca sintió el arrebato
de bajar la cabeza. Pero no lo hizo. Sus ojos, su voz, lo que le decía, sonaba
tan cercano, tan sincero, tan bonito, que los cimientos de su cordura cayeron
al suelo.
Ahora a ver cómo salgo yo de esta. Me acaba de derretir el alma.
—Y necesito saber qué sientes tú —le preguntó.
Qué mujer sería capaz de mentirte ahora mismo.
Bajó al fin la cabeza. Estaba abochornada, derretida y sentía ardiendo las
mejillas.
Le cogió la cara a Àngel.
—Lo que yo sienta no cambia nada —le dijo y él sonrió.
—Para mí sí lo cambia —respondió él. Lo notó decepcionado. Quizás
quería escucharlo más claro.
Me estoy enamorando de ti, muy a mi pesar, me estoy enamorando.
—Qué mujer no se enamoraría de ti —le dijo¾. Estoy esperando a ver si
empiezo a encontrarte defectos para salir huyendo.
Àngel rió.
—Pero no cambia nada —le repitió¾.
Él frunció el ceño. Blanca levantó una pierna y la colocó al otro lado de
Àngel, quedando de rodillas frente a él.
—O quizás sí ha cambiado algo —le rodeó el cuello¾. Ahora estoy mejor
el tiempo que paso contigo. Y me encantaría que esto siguiera así, que no
cambiara absolutamente nada.
—Puede cambiar a mejor.
No sabes lo que dices. Solo traigo problemas.
Blanca negó con la cabeza.
—Tienes una vida maravillosa, disfrútala.
Àngel asentía irónicamente con la cabeza.
—No me importaría compartirla —añadió él poniendo una mano a la lado
de la cintura de Blanca.
—No lo hagas, sé egoísta —le respondió ella.
Àngel miró hacia un lado.
—Es que no lo entiendo —el tono de voz era muy bajo¾. Lo normal, es
que las personas, cuando se enamoran, quieran estar juntas, tener una relación
seria.
—Yo soy diferente —Blanca bajó la cabeza¾Piénsatelo bien. No habrá
nada más conmigo.
Àngel se sobresaltó.
—¿Qué te da miedo? —le cogió de la barbilla para que lo mirara.
No quieras saber sobre mis miedos.
—No es miedo. Àngel, no quiero una relación. No quiero… compromiso.
Ni una boda, ni hijos. No quiero nada de eso. Quiero aislamiento y soledad.
Por eso te digo que lo pienses bien. Por eso te digo que cuando no estás
conmigo puedes hacer lo que quieras. Porque conmigo no habrá nada más que
esto.
Lo siento. Te mereces algo mucho mejor que lo que te ofrezco. Te
mereces otra mujer, una futura esposa, madre. Te mereces una familia, yo
no voy a darte nada de eso. No pierdas el tiempo conmigo.
—Si piensas así es porque no has conocido al amor de verdad —le replicó
él.
Blanca lo miró con atención.
—Para mí ese tipo de amor no existe más que en mis libros.
Àngel frunció el ceño.
—Has tenido dos relaciones —le dijo ella¾. ¿Las dos fueron amor
verdadero?
—Ahora ya no lo sé —respondió él.
—¿Pensaste en casarte con alguna de ellas?
Àngel asintió.
—No en ese momento, pero… más adelante, claro.
—A eso me refiero —añadió Blanca¾. El amor parece verdadero hasta
que se acaba, luego dudas de lo que era. No existe. Dios, lo inventaron los
escritores para vender novelas. Es ficción, no existe.
—¿Qué te hizo tu ex para que digas esas cosas? —preguntó él.
Anda ya, no es por eso. No me hizo nada.
—Él es un ejemplo claro. El centro de mi universo, quería vivir con él,
casarme, una familia. Y ahora él y todo eso que planeé, es humo, ficción
pasada. Un cuento que escribí, que acabé y que cerré.
—¿Ya no hay nada?
—Lo que quedaba de él lo empujaste —Miró la expresión de Àngel.
Te acabas de derretir. Pues no iba con esa intención.
Él reaccionó de nuevo.
—Es que si seguimos así, llegará el momento en que no…
—Cuando llegue el momento, me lo dices y se acabará.
La miró con curiosidad. Blanca se irguió y se pegó a él.
—¿Ese momento va a ser ahora? —le dijo pegando su frente a la de
Àngel.
—No, ahora no¾comenzaron los besos.
Blanca abrió más las piernas para dejarse caer sobre la entrepierna de él.
En unos instantes, comenzó a sentirlo a través de la fina tela del pantalón del
pijama. Se incorporó de nuevo y se quitó la camiseta, Àngel se lanzó a besar
su pecho. Blanca lo empujó para atrás para que se apoyara de nuevo en el
sofá. Tiró de su camiseta hacia arriba para que él también se la quitara. El
contacto con la piel cálida de Àngel le encantaba. No quería ni pensar el
momento en que aquello se acabara. Ella no quería que se acabara. Sabía que
ella no podría tomar la decisión, finalmente lo haría él.
Lo besó sin despegar su cuerpo del pecho de Àngel mientras se rozaba por
su entrepierna. Cogió el elástico del pantalón de él y tiró. Àngel la sujetó por
la cadera y también se los bajó. Blanca se tuvo que incorporar del todo para
quitárselos y volver a colocarse. Lo besó de nuevo, Àngel le acariciaba el
glúteo hacia abajo, hasta llegar al extremo de atrás de la vagina. Luego la
sujetó por la cadera y la separó suavemente de él.
—Los tengo en el dormitorio —le dijo.
—Pues corre a por ellos —le respondió ella riendo.
Àngel no se movía.
—He visto en tu neceser una caja de anticonceptivos —le dijo.
Blanca hizo una mueca.
—Los tomo hace tiempo —respondió ella¾. Tengo unas reglas horribles
y con esas, no tengo reglas nunca. Hace más de dos años que no la veo. Como
si tuviera la menopausia, igual.
Àngel sonrió. Le puso la mano en la nuca y la acercó a él.
—Podemos dejar de usarlos —la miró a los ojos¾. Si confías en mí.
Blanca, ¿ves como sí que está cambiando la relación?
Àngel aún tenía la mano en su cuello. Blanca no dejaba de mirarlo. Bajó
sus caderas buscando el pene de Àngel. En cuanto lo sintió, movió la cadera y
este entró sin frenarse hasta que ella acabó apoyada en él.
Los dos exhalaron el aire a la vez al sentirse el uno al otro sin nada de por
medio. Àngel soltó un gemido. La sujetó por la cadera para moverla de
nuevo. Esta vez fue Blanca la que gimió. Àngel no dejaba de mirarla.
—Esto…¾le decía entre los gemidos de ella¾. Nunca lo he sentido con
nadie.
Blanca lo miró desconcertada. Él volvió a moverla, pero esta vez Blanca
contribuyó al movimiento y fue él el que gimió.
—Nunca así —le dijo.
Verlo disfrutar activaba en Blanca en un “modo diosa sexual” que hacía
que sintiera micro orgasmos en cada movimiento, cualquiera de ellos, de un
momento a otro, podrían convertirse en el definitivo. Àngel había aprendido a
adaptarse a ella, y cada vez su primer orgasmo tardaba menos y el de él
tardaba más, permitiéndole más de uno en cada relación.
Pero aquella vez, era la primera vez diferente, así que no suponía que no
iba a durar mucho. Pero no le importaban, acababan de abrir una puerta que le
fascinaba explorar con Àngel. Las ideas se le multiplicaban en la cabeza, sexo
oral y más cosas que acostumbraba hacer con Oliver, ahora las podría hacer
con Àngel. Pensar en aquello aumentó el placer. Oía a Àngel respirar
profundo y gemir en cuanto se movía apretando los músculos de su vagina.
Lo apretó contra ella y gritó sin poder remediarlo y sin pensar si en el silencio
de la noche, sus gritos se escucharían en el resto de pisos. Pero fue un alivio
para ella que él la acompañara, no fue tan escandaloso, pero se hizo notar más
que las otras veces.
Blanca apoyó su frente contra la de él, con la respiración acelerada. Fue
consciente de que a pesar de poner todo de su parte para mantener las
distancias con Àngel, no estaba siendo posible y estaba cayendo a sus pies en
todos los sentidos.
Lo miraba a los ojos, en silencio. Claro que su relación había cambiado.
Lo vio con la intención de decir algo. La misma que tenía ella. Ambos
callaron lo que sintieron. Pero era evidente y no cabía dudas, era mutuo.
29

“Qué, cómo va” Ruben le había dejado un mensaje. Àngel esperaba a que
Blanca terminara de arreglarse.
“Demasiado bien” le respondió, “mejor de lo que esperaba. Ella está
diferente, más cercana, más normal. Anoche estuvimos hablando y sigue
pensando lo mismo que al principio. Pero como actúa no se corresponde con
nada de lo que me dijo”.
“Es muy joven, lo mismo teme, que si te dice otra cosa, la lleves a París y
le pidas matrimonio”.
Àngel sonrió al leerlo.
“Llevo veinticuatro horas sin separarme de ella y si esto siempre fuera así,
sí es para llevarla a París y pedirle matrimonio”.
“Lo que te he dicho. Te tiene miedo, jajaja”.
“No es eso. Ahora vamos a ir a cenar y luego vamos con Héctor un rato”
“Pasadlo bien”.
Escuchó la puerta del baño y los tacones de Blanca por el pasillo. Llegó
hasta el salón.
—¿Puedes acabar de subirme la cremallera? —le pidió.
Àngel se tomó un instante para contemplarla. Llevaba un vestido negro
que le llegaba hasta la rodilla. No era un vestido de verano, pero dejaba al
descubierto los hombros, el escote era recto, como un palabra de honor del
que salían las mangas al codo.
El cuerpo de Blanca era un espectáculo vestido y desnudo, pero había
trajes que lo hacían aún más increíble.
—¿Subírtelo? Lo que te la voy es a bajar —bromeó mientras Blanca se
daba la vuelta.
Subió la cremallera despacio con cuidado de no pillarle la piel, cintura
arriba. El vestido se fue ajustando a su cuerpo y el escote tomó la forma del
pecho. Una vez abrochado, Blanca se dio la vuelta para ponerse frente a él.
Nunca la había visto tan elegante.
—Estás espectacular —y no lo decía por agradarla.
Blanca sonrió. Los vestidos de Elisa eran realmente espectaculares, para
llenar el armario sin cansarte. A parte los hacía de forma que estilizaban el
cuerpo. Aquel mismo vestido Blanca lo había visto en otra clienta, en una
talla grande, y supuso que por las ballenas que llevaba desde la cintura al
pecho, reducían considerablemente la cintura. Si lo hacía aún en tallas
grandes, a la suya la dejaba en unos cincuenta y siete centímetros, sumado a
la anchura de pecho y espalda, la hacían parecer una versión morena de la
mujer de Roger Rabitt.
—Voy a ser un hombre muy envidiado hoy.
—Anda ya —lo empujó ella.
—Y hablando de envidiado, ¿vendrías a la cena de Navidad de mi trabajo
con ese vestido?
Blanca se giró hacia él.
¿A la qué? Este se cree que soy su novia o algo. Ya estamos otra vez.
—¿Vendrías?
Que encima no lo está diciendo de broma.
—Claro que no iría —le respondió ella cogiendo su abrigo.
—Me harías un gran favor —añadió él riendo.
—Te llevas genial con tus compañeros, por lo que veo, ¿no?
Àngel no respondió.
—Ven —le pidió Blanca cogiendo su móvil. Àngel se colocó a su lado¾
sonríeeee.
Como suponía que Àngel no estaba tan hecho a los selfies, hizo varias.
—Estoy seguro que a tus cinco mil seguidores no les gusta que te hagas
fotos con un hombre.
—No seas tonto —le pasó un filtro a la foto y la recortó un poco¾. Lo
hago por ti, así no tendré que ir a esa cena.
—Subida a mi insta —le guiñó un ojo¾. Súbela tú también.
30

Se bajaron del taxi, llegaban tarde, los amigos de Àngel ya llevaban allí
un buen rato. Pero Blanca no tampoco tenía mucha prisa en llegar.
En cuanto llegaron al Pub, se quitó el abrigo.
Así habláis con conocimiento de causa, reverendísimos gilipollas.
Àngel los vio en los sofás del fondo. Se detuvo y miró a Blanca- Le
acarició la cara.
—No hace falta que estemos mucho tiempo —le dijo¾. En cuanto me
digas, nos vamos.
—No te preocupes por mí, seguro que he aguantado peores —le respondió
ella y Àngel se sorprendió de la respuesta.
Sí, sé lo que tus amigos dicen de mí y sé lo que tus padres piensan de
que me veas, aunque nunca lo haya hablado contigo. Tú no tienes culpa ni
eres responsable de lo que dicen otros. Tú eres maravilloso conmigo.
Àngel entornó los ojos, Blanca lo notó abochornado, no sabía qué decir.
—Venga vamos —le dijo ella¾. No pasa nada.
Él la sujetó del brazo.
—Si te dicen algo que te moleste, me lo dices y nos vamos.
Ya quisieran estos molestarme.
Había personas que no conocía, aparte de Lidia, Héctor y los que
estuvieron en la playa. Àngel se los presentó uno por uno. Se sentó junto a
Àngel en el sofá. Vio que Lidia, se levantó al instante seguida por una de sus
amigas.
Adiós, guapísima.
Era curioso observarlos de cerca. Héctor estaba algo abochornado, supuso
que Blanca sabía que solía disuadir a Àngel sobre ella. Sin embargo Lidia, no
estaba abochornada para nada, todo lo contrario, su disgusto por la presencia
de Blanca era evidente.
Es un alfa, como yo.
Blanca la miró de reojo, estaba en un banco cerca de la barra, sin parar de
hablar con la amiga.
Blanca miró la mesa, la botella de agua de cristal estaba casi vacía. La
copiosa cena le había dado demasiadas ganas de beber y ahora su vejiga hacía
acto de presencia.
Àngel hablaba con Héctor de algo sobre su trabajo. Héctor era arquitecto
y al parecer le habían encargado una reforma cerca de dónde ambos vivían.
Blanca se levantó para ir al baño y mientras se levantaba, su mirada se
cruzó con la de Lidia.
Héctor y el resto de hombres no van a tener huevos de decirme nada a
la cara. Pero tú sí. En cuanto tengas oportunidad.
Pasó junto a ellas y entró en el WC.
Si la culpa la tengo yo. Que al final soy imbécil y entro en todos los
juegos. No tengo nada con Àngel, pero aquí estoy él y sus amigos. A ver
qué pinto yo aquí.
Tomó aire. Salió del baño. Lidia ya no estaba en el banco. Ahora estaba en
el sofá, junto a Àngel, en el sitio que ella había dejado libre.
No te digo yo que manda cojones el asunto. A ver qué necesidad tengo
yo ahora, que ni es mi novio ni nada, de ponerme a mear los sitios para
marcar territorio. Como si fuéramos bestias. Pues quédate ahí, que ya me
siento yo donde pueda.
Àngel estaba tan metido en la conversación con Héctor que ni se había
dado cuenta de que Lidia estaba sentada a su lado. Blanca se sentó en la otra
parte del sofá, frente a ellos, al lado de otra de las chicas, uno de los amigos
de Àngel le había dejado hueco en medio de ambos. Blanca le dio las gracias.
Àngel por fin vio a Blanca al otro lado y miró a quién tenía a su lado.
Lidia en seguida reaccionó.
—He visto la foto de instagram —dijo ella con ironía¾, ¿Significa que ya
es oficial?
Àngel miró a Blanca en seguida, intentando leer algo en su expresión.
Pero Blanca estaba tranquila.
—No, es solo una foto —le respondió él.
Lidia se echó hacia delante.
—No sé, como vi la foto, lo que pusiste y que estabais en tu casa, pensé
que…
Ya sé que has estado en su casa alguna vez, tranquila.
Àngel miró a su amigo, el que estaba junto a Blanca, y le indicó que le
cambiara el sitio. Al sentarse al lado de Blanca entrelazó la mano derecha con
la izquierda de Blanca.
—Va bien —les dijo Àngel mirando a Blanca¾, pero todo con
tranquilidad.
Lidia los miró. Héctor se giró con disimulo haciendo como el que había
reconocido a alguien.
—Pero entonces…¾añadió la chica que estaba junto a ella, Inés
recordaba Blanca que se llamaba¾. Ya eso de relación abierta…ha acabado,
¿no?
¿En serio hay que dar explicaciones aquí? No se las doy a mi madre y
se las tengo que dar a los pijgentuza estos. Esta lo que quiere saber es si
Lidia puede todavía acostarse con él, si lo está deseando.
—¿Ahora es algo más serio? —intervino Lidia.
Sí, ahora lo hacemos sin condón.
No pudo aguantar la sonrisa al imaginar las reacciones si lo hubiese dicho
en voz alta. Su sonrisa se confundió con otra cosa. A Àngel pareció gustarle,
le pasó el brazo por detrás de la espalda sin soltarle la mano. Miró a Blanca.
—Es…diferente —respondió y besó a Blanca en la sien mientras la
estrechaba con el brazo.
—Y Albert, ¿lo lleva mejor? —añadió Inés.
Joder, con la Inés de los cojones, si al final resulta que a lo callado, es
aún más zorrona que la Lidia esta. Se están asegurando bien que me
entere de toda la mierda que intentan meter a Àngel sobre mí.
—Hace tiempo que no lo veo —dijo Blanca mirando a Àngel para que
respondiera él.
—¿Al final habló contigo? —le preguntó Inés¾. Nos dijo que iba a
hablar contigo, hará un par de semanas de eso.
Àngel frunció el ceño.
Si yo lo veía venir. En cuanto han comprobado que yo lo sé todo, y no
me alteran lo más mínimo, lo intentan a la inversa. Y Àngel no sabe nada
de que su hermano habló conmigo. Bronca. Lo consiguieron.

Un whisky, por favor, bien cargao.


—¿De qué quería hablar mi hermano contigo? —le preguntó inclinándose
sobre Blanca ignorando la satisfacción de las otras dos.
—De ti —susurró ella.
Àngel miró hacia otro lado. Inés y Lidia intentaban enterarse de la
conversación. Héctor ya no disimulada no estar pendiente de la conversación.
Incluso se sentó en el sofá, interesado.
—Yo mato a mi hermano, ¿y qué te dijo?
Blanca guardó silencio.
—¿Por qué no me lo dijiste? —le reprochó.
—¿Para qué? No tiene importancia.
Su cabreo aumenta por momentos. No sé si es por su hermano, porque
no se lo he contado o por las dos cosas.
—Para mí si la tiene —respondió él¾. No sé por qué se tiene que meter
mi hermano.
La cara de satisfacción de Lidia no tenía desperdicio. Blanca tampoco
sabía ese detalle, pero no le sorprendió tampoco.
Àngel apoyó el codo en su propia rodilla y se colocó la mano en la frente.
Blanca lo miraba de reojo, notando cómo Inés, Lidia, Héctor y el resto no
dejaban de observarlos.
Àngel giró su rostro hacia Blanca.
—Mi hermano te dijo sabe dios qué cosas, ¿y tú no me lo cuentas?
Estamos dando bien el espectáculo que querían estas dos. Tienen que
estar tocando palmas hasta con el chocho.
—Ibas a discutir con él por un arrebato estúpido que tuvo. No tiene
importancia —intentaba salir del paso como fuera. Al mejor tener margen
para hablarlo fuera y no delante de todos.
—No fue un arrebato estúpido. Tu hermano lo hizo porque se lo pidió tu
padre —intervino Inés.
Jooooodeeeer. Esta entra a matar, directamente.
Àngel negaba con la cabeza, no daba crédito. Se incorporó para sacar su
móvil del bolsillo y volvió a sentarse.
Blanca puso su mano sobre el móvil de Àngel.
—Ahora mismo voy a hablar con ellos —le dijo él quitándole la mano a
Blanca.
—¿Sabes la hora que es? —le dijo ella.
—No tienen que meterse en mi vida, y menos decirte a ti nada.
Nunca lo había visto tan enfadado. Ni se me pasaba por la cabeza que
con lo tranquilo que es, pudiera enfadarse así.
Blanca volvió a poner la mano sobre el móvil sin embargo. Ya la llamada
“papá” había comenzado. Blanca metió el dedo en la pantalla con rapidez
para cortársela.
—Mírame —le pidió¾. Àngel, mírame.
La miró al fin.
—Respira, piensa, y mañana, cuando estés tranquilo, vas y lo hablas con
ellos. No despiertes a tus padres para hablar a gritos por teléfono.
Àngel frunció el ceño mirándola. El móvil comenzó a vibrar, su padre le
devolvía la llamada. Blanca negaba con la cabeza.
—Ahora pensará que te ha ocurrido algo —añadió ella.
Àngel no cogía la llamada.
—Dile que te has confundido. Invéntate algo —le dio en el hombro con el
suyo.
Àngel cogió la llamada.
—¿Papá? —respondió¾. Le he dado sin querer, perdona. Sí, sí todo bien.
Por cierto, mañana voy a cenar. Un beso. Hasta mañana.
Àngel cogió el móvil con ambas manos y se quedó mirándolo , pensativo.
Blanca no le decía nada más. No quería ni mirar a su alrededor, las arpías y
los buitres andarían la mar de divertidos.
—Pero que haya sido idea de mi padre, no disculpa a mi hermano —le
dijo él.
—Ni a mí, supongo —añadió con ironía, sonrió tranquila, sabía que su
tranquilidad jodía a las arpías.
Se levantó.
—Te voy a pedir otra copa¾le dijo¾. Yo necesito otra botella de agua.
¿Agua? Qué coño agua después de esto. Un cubata me voy a tomar.
Cogió su bolso.
Ahí te dejo un rato con los leones.
Fue a pedir. Una de las escasas ventajas de ser agraciada por fuera, en
aquélla vida, era el no tener que esperar para que algún camarero la atendiera
por mucha gente que hubiera en la barra.
Pidió la misma bebida que Àngel para ella, aunque no le agradara por
completo, por no pensar qué otra cosa tomar. Pagó al camarero con parte del
finiquito de su escasa experiencia laboral. Le cobraron más de lo que
esperaba, pero pagó sin rechistar, qué remedio.
El camarero puso unas tarjetas en la mesa.
—Son invitaciones para la semana que viene. Tenemos una fiesta de
Navidad.
Joder, si estamos a primeros de diciembre. Qué ganas tiene la gente de
fiestas navideñas.
—Estamos dando un por copa, pero por ser tú, si necesitas más —le
enseñó un taco de tarjetas.
¿Por ser yo? Claro, porque me conoces de toda la vida, ¿verdad?
Pensó en El Cari y sus amigas, y en Joan y los suyos.
—Sí, dame unas cuantas —le dijo.
—Sí todas tus amigas son como tú —le dijo sonriendo, mientras sacaba
otras doradas del bolsillo de su camisa¾. Toma estas.
Blanca las cogió, le agradeció el gesto. Cogió las copas y se dirigió a la
mesa. Tal y como suponía, hablaban con Àngel, Inés estaba ahora al lado de
él, le tenía una mano en el hombro.
Blanca soltó las copas en la mesa y se sentó entre Àngel e Inés, esta se
había apartado en cuanto ella llegó.
Como si estuvieras haciendo algo malo. Y se creerá que me molesto o
algo. Qué poco me conocen.
Cogió sus tarjetas.
—Esta para ti —le dio una a Àngel mientras el resto la miraba. Blanca
contó cuatro más¾. Estas se las das a tu hermano.
Contó cinco más y las sujetó con una mano. El resto las puso en la mesa.
—Y estas me sobran —los mirço¾Servidse.
Héctor cogió una.
—Estas no son como las que nos han dado —dijo¾. Primera
consumición gratis, segunda consumición, cincuenta por ciento de descuento
—rió —la mía tiene solo un veinte en la primera.
Miraron a Blanca.
—La ventaja de ser guapa —le dijo otro de los amigos de Àngel.
—¿Le has guiñado un ojo o algo? —preguntó Lidia con ironía.
No eres más imbécil porque no se puede.
—Le he pedido, le pagado, pero ha sido muy amable —respondió
mirándola.
Lidia sonrió con falsedad mirando los ojos de Blanca.
Algunos le dieron las gracias al coger las tarjetas, otros las guardaron sin
decir nada.
—Pues vendremos —dijo Héctor.
Blanca miró de reojo a Àngel.
—Vendré con los míos —le susurró.
Àngel intentó sonreír, pero se veía malhumorado. Sintió la mano de Àngel
en su cadera. El sofá formaba una u y ellos estaban a un extremo, en la parte
central Inés y Lidia, y al frente tenían a Héctor y un muchacho más. El resto
se habían marchado a bailar en cuanto vieron que el espectáculo se había
acabado. Àngel tiró de ella y la arrimó a él. Blanca se vio obligada a girarse
dándole la espalda a Inés para mirar a Àngel de frente.
—¿Desde cuándo sabes eso? —le preguntó él.
—Desde que empezaron a decirlo —respondió ella.
Àngel miró de reojo a sus amigos, aunque parecía que estaban hablando
entre ellos, sabía que intentaban escuchar lo que hablaban ellos dos.
Àngel se puso de pie y Blanca con él. Se retiraron del sofá y se pusieron
en una mesa alta que había al lado.
—¿Y por qué…¾Àngel no daba crédito.
—¿Qué por qué no me enfado? —acabó ella. Se encogió de hombros¾.
Jode, claro. Pero ya está.
Àngel frunció el ceño sin dejar de mirarla.
—No me has dicho nada nunca. Y hoy —miró hacia la mesa¾, has
aceptado venir aquí sabiendo que…
Que piensan lo mismo que tu padre pero son aún más bordes cuando
hablan de mí.
—No te puedo hacer responsable de lo que digan los demás —respondió
ella¾. Si te lo hubiese dicho, la vergüenza la hubiese pasado tú.
Algo notó en el rostro de Àngel, por un momento se relajó. Le gustaba lo
que acababa de decir.
—Siempre te he defendido, ¿lo sabes?
—Lo sé —Blanca sonrió levemente.
Àngel negó con la cabeza.
—Pero que no me contaras lo de mi hermano…eso es diferente. Lo otro
no te lo dicen directamente. Pero mi hermano…¿qué te dijo?
—Ya te lo imaginas y déjalo ya. No lo pienses más. No tiene importancia.
—Y no me has dejado llamarlos. Tendría que haber hablado con mi padre
antes.
—¿Con el cabreo que tenías? —Blanca negó con la cabeza¾. Eso no es
hablar.
—O discutir, qué más da. No está bien lo que han hecho. Y tú encima…no
dejas que me enfade con ellos.
Blanca le puso una mano en el hombro y se lo apretó.
—Es tu padre —le respondió ella.
—Y pensarás que es…un miserable.
Conmigo lo está siendo. Porque él no sabe mis pensamientos, pero
también podría estar ilusionada en tener una relación formal contigo y me
estaría perjudicando. Pero solo es daño moral, y la moral tampoco la
tengo yo muy allá, así que tampoco te preocupes.
Blanca negó con la cabeza.
—Estoy segura de que es un buen padre y que te quiere —añadió ella y
Àngel miró hacia otro lado.
—No se merece que lo defiendas.
—No lo estoy defendiendo —Blanca resbaló su mano desde el hombro de
Àngel hasta el pecho. Le cogió de las solapas de la chaqueta, pero él seguía
sin mirarla¾. No merece la pena discutir con él por eso.
Blanca se inclinó hacia él sin soltarle las solapas.
—Yo no he tenido padre nunca —añadió y Àngel ahora sí dirigió sus ojos
hacia ella¾. Las personas que tenéis a vuestro padre todos los días, quizás no
os dais cuenta realmente del valor que tienen. Y de lo que es que te falten.
Àngel le acarició la cara. Blanca reconoció su expresión. Pena,
compasión, instinto macho de protección, no quería eso de él.
Si le da pena esto, madre mía si se enterara de lo de Paco.
—Mañana cenas con ellos y hablas. Hablar, sin enfados, sin discusión —
sonrió con ironía¾. Busca el verbo “hablar” en la RAE, evita todo lo que no
aparezca en la descripción.
Àngel rió sin dejar de acariciarla, la mejilla, la barbilla, el pelo.
Se está enamorando, dice. Yo creo que está enamorao del todo.
Blanca sonrió y Àngel la besó en la frente, deteniéndose un instante en el
beso, antes de apartarse.
Esto es lo que yo digo, si en vez de darme un morreo hace esto, malo.
Le estoy despertando algún instinto varonil que no corresponde. No me
hace falta ningún padre, ni ningún protector, no te confundas.
Blanca lo besó. No fue excesivamente largo. Se retiró de él. Àngel no le
soltaba la cara.
—Sé lo que piensas —le dijo él¾. ¿Pero qué tengo que hacer para que me
des una oportunidad?
¿Cómo? ¿Oportunidad de qué? No, no, esto lo hablamos ayer.
—¿Qué es lo que tengo que hacer para que cambies de opinión? —le
preguntó de nuevo.
No puedes hacer nada, Àngel. Ese es el problema. No está en tus manos
la solución. Solo está en las mías. Y tú eres demasiado maravilloso para
que yo te meta en mi agujero.
—Tienes miedo de algo —continuó¾, pero de qué.
Claro que tengo miedo. Quién no lo tendría. No tienes ni idea de mi
vida.
Bajó la cabeza.
—No voy a cambiar de opinión —le respondió.
31

Había dejado a Blanca en su casa antes de ir a cenar con sus padres. Era
temprano, estos no habían llegado aún para la cena. Subió para buscar a
Albert, había luz en su dormitorio.
Abrió la puerta sin llamar. Albert jugaba a un videojuego y se sobresaltó
al verlo.
—Llama por lo menos, vas a matarme.
—A eso vengo —le respondió su hermano mayor.
Albert lanzó el mando hacia la cama y se recostó en su silla gamer.
—¿Qué quieres? —le preguntó con una chulería que a Àngel no le
gustaba.
—¿Qué le dijiste a Blanca? —preguntó Àngel y Albert sonrió.
—Papá me dijo que hablara con ella, que le preguntara sus intenciones
contigo —cogió un vaso de plástico de la mesa del ordenador y dio un
sorbo¾. Y fue lo que hice.
—No sé qué tarea tenéis todos con ella, mis amigos, tú, papá. No ha
hecho nada.
—No nos gusta para ti, está claro, ¿no?
—Si no la conocéis…
—Qué quieres que conozcamos de ella, hermano. El otro día me encontré
con tus amigos y piensan lo mismo. Y esa relación libertina que os traéis.
Àngel negaba con la cabeza.
—Mira quién va a hablar de libertino —le dio la espalda a Albert.
—Y encima te maneja como quieres. Es lo que dice Héctor, eres su perrito
faldero.
Àngel se giró hacia él.
—Déjala ya Àngel, antes que sea tarde —añadió su hermano.
—No voy a dejarla —le respondió sentándose en la cama¾. Ni aunque os
empeñéis todos, me da igual lo que diga Héctor, lo que meta la pata Lidia, tú
o papá. Me da igual, en serio.
Albert resopló.
—Ya te han enganchado, ¿ves? Si es que no espabilas, tío.
—Es que es tan absurdo todo —Àngel tenía los antebrazos apoyado en
sus propias piernas y miraba al suelo.
—Esa relación sí que es absurda —le respondió Albert¾. ¿No lo ves? No
quiere nada más contigo por lo que me he enterado. Solo verte cuando le
conviene. Tú puedes hacer lo que quieras el resto del tiempo, pero eres
imbécil y la respetas. Y ella…vete a saber lo que hace ella.
Àngel levantó la cabeza hacia él.
—¿Nunca has visto al ex novio? —rió Albert¾. No me van los tíos, pero
reconozco que un tío así…¿y si sigue viéndose con él?
Àngel negó con la cabeza.
—A ti no te lo iba a decir, desde luego. Ni sus amigas a mí tampoco. Pero
en este tiempo, me he dado cuenta de que hay alguna razón por la que Blanca
a veces cambia de planes a última hora. Y eso sí lo has vivido tú.
Àngel seguía negando con la cabeza.
—Nunca hace planes a largo plazo. Dice que va a salir y luego se queda
en casa. Y por lo que sé, el día que te dejó tirado a ti, se quedó a dormir en
casa de el maricón ese. Raro, ¿no? ¿Pero sabes qué? Que aunque fuera así, no
puedes decirle nada, porque es parte del acuerdo que tenéis. Pero…aprovecha
tú tu tiempo por si acaso.
Àngel no quería seguir escuchando, se puso en pie para salir. Dejó las
invitaciones que Blanca le dio para Albert en la cama.
—Luego está la diferencia de clase social, ni siquiera es de aquí…no es lo
que nuestros padres quieren para ti. Yo también pienso que mereces otra cosa
mejor.
—Ella no es una cosa —antes de salir, Àngel se giró hacia Albert¾.
Blanca no tiene nada que ver. Si la conocierais como yo…
—Sí, ya nos imaginamos que la conoces muy a fondo.
Àngel se dio cuenta de que no había forma de hacerle ver algo diferente a
Albert. Y aunque parte de las cosas que decía de las rarezas de Blanca, eran
ciertas, no correspondían con la mujer que conocía.
—Quizás sea verdad y yo merezca otra mujer —respondió¾. Porque ella
es mucho mejor que todos los que me rodean.
Salió de la habitación.
32

Tal y como le había dicho a Àngel, ella iría con sus amigos. Él iría con los
suyos, y allí se verían.
Volvía a vestir de negro, pero esta vez, este tenía unos bordes color nude
que le daba un aspecto elegante. Tenía el mismo escote recto con el pico en
medio de los dos pechos como el de la semana anterior, pero esta vez no tenía
mangas. Le encantaban como le quedaban los vestidos de Elisa.
En cuanto entraron en la fiesta, Blanca notó que había muchísima más
gente que la semana anterior. Purpurina, pompas de jabón y música alta. No
parecía ni el mismo lugar.
Se quitó el abrigo y buscó a Àngel con la mirada. Estaba con sus amigos
en el mismo sofá de la semana anterior, aunque no cupéan todos y él y Héctor
estaban sentados en una banqueta. En el sofá de al lado, estaba Albert y el
resto. Alba se dirigió hacia Joan en seguida.
Àngel no tardó en verla, le sonrió de lejos.
Los sofás rodeaban la zona de baile, que ya a esa hora estaba llena. Blanca
decidió rodearla y llegar por detrás. Encontró a Àngel a medio camino.
—No me gusta este sitio con tanta gente —le dijo tras besarla.
—¿Eso me lo dices porque quieres irte temprano? —le preguntó con
ironía.
Àngel rió. Blanca dejó su abrigo en el sofá donde estaba Albert y los
suyos, que era hacia donde se dirigieron El Cari, Noelia, Alba y Regina.
Àngel fue consciente del detalle.
—Cierto, vienes con ellos —le dijo.
Blanca le sonrió. Àngel volvió a besarla.
—Fue una mala idea invitarte a mi casa —le rodeó la cintura —. Ha sido
mi peor semana desde que me independicé.
—No volveré, entonces —le respondió ella irónica.
El Cari se acercó a ella para preguntarle qué quería que le pidiera. Ella le
pidió su mezcla preferida.
Quedó de nuevo a solas con Àngel, este estaba apoyado en la parte trasera
del sofá y Blanca estaba dejada caer en él.
—Ahora en serio, ¿cuándo quieres venir otra vez? —le preguntó.
Blanca negó con la cabeza.
—Déjame pensarlo —le respondió.
—El próximo fin de semana —le propuso.
—No puedo, es el cumpleaños de El Cari el viernes —entornó los ojos. El
otro fin de semana, ¿trabajas?
Àngel asintió.
—Estás invitado a su cumpleaños. ¿lo sabes?
Àngel sonrió.
—Pues mala cosa, es el cumpleaños de Lidia también.
—Pues no vayas —Blanca rió, Àngel negó con la cabeza intentando no
reír.
—Estaré un rato en cada uno. ¿Qué le puedo a Álvaro? —le preguntó.
Blanca miró hacia un lado.
—Le encantan los pañuelos, los bolsos, lee comedia romántica…le gustan
los bombones, las boinas y…de ropa no porque es muy especial y la tiene que
elegir él.
Àngel asintió.
—Esta semana iré en un hueco, tengo que buscar también el de Lidia.
¿Qué le puedo comprar a ella? Porque soy bastante malo para eso.
Blanca se encogió de hombros.
—Un sombrero y una escoba estarían bien —dijo convencida y Àngel
comenzó a reír.
Ojú, cómo estoy hoy. Si es que El Cari ya me ha dado una copita en su
casa. Y qué mal me sienta beber.
—¿Ya tienes el regalo de Álvaro? —le preguntó y Blanca negó con la
cabeza.
—Si quieres paso esta semana a por ti vamos a por todo le propuso.
Blanca asintió. Blanca supuso que el hecho de que ella aceptara una
invitación a la primera y con total naturalidad, ponía a Àngel tremendamente
feliz, porque siempre la apretaba y la besaba con fuerza.
El Cari regresó. Se tomó con ellos la copa que traía y le dijo a Blanca que
fuera con él y con Noelia a bailar. Àngel no quiso acompañarles. Se pusieron
a pocos metros de los sofás, en la pista de baile. Entre otras cosas, para no
perder de vista los bolsos y los abrigos.
Blanca en seguida estuvo rodeadas de hombres, para no variar. Se arrimó
al Cari, pero eso nunca funcionaba.
Eminem, “8 Mile”
Levantó los ojos para mirar a Noelia. Empezó a ponerse nerviosa. Las dos
miraron a la vez hacia el DJ. Lo conocían, era uno de los amigos de Oliver y
este siempre le pedía que le pusiera “8 mile”.
Blanca miró a Noelia.
—Oliver está aquí —el corazón se le aceleró de tal forma que pensó que
le daría un infarto de un momento a otro.
—Lo veo, y él a nosotros —le respondió Noelia.
Blanca cerró los ojos.
Viene hacia nosotras.
—Hombre, qué de tiempo —El Cari fue el primero en girarse hacia él.
Quiero salir corriendo de aquí. Gírate, Blanca. Venga, gírate.
Regina le dio dos besos, cuando Blanca se giró era lo que estaba haciendo.
Y lo vio mientras besaba a Regina, tan enorme, con una camisa gris oscuro,
de una tela metalizada, y unos modernos jeans a juego, ajustados a unos
muslos que Blanca prefería no mirar. Notó una punzada en el pecho en cuanto
reconoció también su olor.
Dio un paso atrás luego otro.
No tengo que tener miedo, ya no siento nada por él. Solo lo usé de
escudo, pero ni de escudo me sirve ya.
Le tocó su turno, el último.
Cómo puede ser que estés todavía más guapo.
Con aquel tono bronceado aunque fueran vísperas de Navidad.
Blanca estaba frente a Oliver y daba la espalda al sofá donde estaba su
bolso, su abrigo y Àngel. Hizo gran esfuerzo por regular su respiración.
—Mucho tiempo —le dijo Oliver¾. ¿Cómo te va?
—Pues bien. ¿Y tú?
—Pues bien —Oliver repitió sus palabras¾. ¿Sueles venir por aquí? No
te he visto nunca.
Es la segunda maldita vez que vengo. Y entre el sábado pasado y este,
le estoy cogiendo un asco a este sitio que ni te cuento.
—No, no suelo venir —Blanca tomó aire.
Vio que Oliver miró hacia el sofá. El Cari, Noelia, Alba y Regina habían
desaparecido.
Qué cabrones, se han quitado de en medio.
Oliver a Blanca de nuevo.
—Ya sé que estás saliendo con alguien —le dijo Oliver.
Qué bien, alguien me ha ahorrado media conversación.
Blanca asintió con desconfianza, intentando no ver la expresiñon en la
cara de Oliver.
No debe de molestarte, tienes novia, imbécil
—¿Lleváis mucho tiempo? —le preguntó.
—Tres meses —respondió ella con naturalidad, pero por la expresión que
mantenía Oliver, es como si aquellos tres meses hubiesen sido tres cuchillas.
Regina, Noelia y El Cari llegaron hasta la banqueta junto al sofá donde
estaba Àngel junto a Héctor. Con la charla no estaba pendiente de Blanca. El
Cari observó a Inés acercarse con Lidia hacia Àngel.
—Oye, dile a Blanca, que cuando termine de hablar con su amigo, que
nos lo presente —le dijo Inés¾. Vaya tío.
Entonces Àngel levantó la vista hacia Blanca, ella hablada con un joven
enorme, que parecía haber salido de la portada de una revista de moda.
Regina le cogió el brazo para que la escuchara.
—Es Oliver —le dijo. Notó algo en Àngel que podría traducirse en
decepción.
—¿El ex novio? —preguntó Héctor y nadie le respondió.
—¿Ex novio? —repitió Lidia¾. Debe de ser una putada que un tío así sea
tu ex.
Inés y ella rieron y Noelia las fulminó con la mirada.
—De todas formas, dile que nos lo presente –se marcharon al sofá riendo
y mirando a Blanca y Oliver.
Blanca les daba la espalda todo el tiempo, pero sentía curiosidad por ver
dónde estaban sus amigos y sobretodo la reacción de Àngel en cuanto se
percatara de quién era quien ella tenía delante.
—¿Cuál es? —Oliver miraba hacia el sofá¾ ¿El que habla con Regina?
Blanca se giró al fin un momento, sus ojos se cruzaron con los de Àngel.
—Sí —le respondió.
—¿Ya no te gustan los músculos? —Blanca se giró hacia Oliver en
seguida.
Serás capullo.
—No, ahora me gustan más las neuronas —le replicó en seguida.
Aire tomó aire hondo, las aletillas de su nariz se movieron.
¿Pero qué te pasa? Por ahí no Oliver.
—Neuronas —repitió Oliver molesto¾¿A qué se dedica?
—Es médico —respondió ella mirando hacia un lado y luego a Oliver¾.
Traumatólogo.
—Mayor que tú, supongo —añadió Oliver y Blanca asintió.
Está enfadado porque salgo con otro. No me lo puedo creer, no tiene
vergüenza.
—¿Por qué preguntas sobre él? Qué más te da a ti —le reprendió ella.
Oliver se inclinó hacia ella y se lo vio tan cerca que estuvo a punto de dar
un paso atrás.
—Curiosidad por conocer con quién me has sustituido —respondió él.
—¿Qué dices? Ya estás diciendo tonterías —Blanca dio un paso atrás y se
giró para irse.
Oliver la sujetó del brazo.
—No pienso seguir hablando contigo así —le dijo ella quitándole la mano
de su brazo¾. ¿Qué puedes reprocharme? Tienes novia, desde hace mucho,
Oliver. A qué viene este comportamiento.
Te jode verme con otro. No lo soportas. Pedazo de idiota.
—A que me quitaste de en medio a mí, para al final…
Termina la frase, Oliver. Para al final acabar con otro y tener el mismo
problema. No Oliver, lo estoy impidiendo. Tengo el mismo problema, tú lo
sabes. Es lo que estoy intentando evitar.
Oliver se puso las manos en la cara.
—Todo fue para nada —le decía apretándose los laterales de la nariz¾.
Yo no tuve más oportunidades, pero ahora se la estás dando a otro.
—Tuviste muchas —se defendió ella.
—Pero te fuiste —Oliver alzó la voz y los que estaban cerca de ellos
miraron.
Madre mía, qué espectáculo. Las dos arpías esas que están en el sofá,
tienen diversión hoy también para rato.
—Claro que me fui, no podía estar aquí. Tenía que irme, necesitaba irme.
No puedes culparme por eso. Tú me dejaste.
—Tú me apartaste —se defendió él¾. Y cuando quise volver a por ti ya
estabas en Londres.
Oliver se inclinó hacia ella y Blanca se echó para atrás para alejarse.
—Hubiese ido a por ti a Londres —le confesó.
Blanca cerró los ojos.
—Pero no fuiste —le respondió ella.
Oliver negaba con la cabeza.
—Todo era mentira entonces. Yo era el único, el amor de tu vida, no
habría otro.
Blanca lo miró a los ojos.
—No, no era mentira —le respondió lo más serena que pudo¾. Eras el
único. Pero aquello acabó y ahora solo eres el primero.
Oliver abrió la boca para responder pero la cerró de nuevo. A pesar de los
pequeños focos Blanca pudo apreciar sus ojos. Oliver no estaba bien, a pesar
del tiempo que había pasado, Oliver no estaba bien. Estaba como ella meses
atrás.
—No tienes ni idea de lo que te quería, Blanca.
—Sí, lo sé.
—No, no lo sabes —repetía él con enfado¾. Y no sirvió para nada. No te
dejaste ayudar.
—No necesito ayuda —Blanca puso la mano en el pecho de Oliver para
apartarlo.
—Sí, sí la necesitas —le cogió la cara para inspeccionarla. Blanca sacudió
la cabeza para que la soltara¾. Sí, necesitas ayuda. ¿Cómo te ayuda él?
Blanca bajó la cabeza.
Esto no puede estar pasando.
—Blanca —le dijo Oliver¾. Me hubiese casado contigo.
—Y yo contigo —le respondió ella para sorpresa de él¾. Pero aquello
acabó. Pasé página y tú también. Esa historia acabó.
—¿Sí? Y cuándo acabó para ti, ¿cuándo lo dejamos aquella tarde?
¿cuándo lo hicimos en Navidad? ¿o cuando te empezaste a tirar a otro?
Eso último también te jode.
—No quieras saberlo, Oliver —y Blanca comprobó que aquélla respuesta
le dolió a Oliver aún más que ninguna de las opciones.
Oliver bajó la cabeza, respiraba profundo, comenzaba a tranquilizarse.
—También acabó para ti, ¿no? —añadió Blanca¾. No entiendo nada.
Oliver levantó la cabeza despacio.
—No iba bien y…hoy está aquí, pero no tenemos una relación como
antes.
Vaya hombre y la culpa será mía también. Porque ahora parece que yo
tengo la culpa de todo. Con lo bien que os veía este verano en las redes.
Todo postureo.
—Mira, Oliver —dio otro paso atrás¾. La próxima vez que nos
crucemos, es mejor que pases de largo.
Quiso girarse pero Oliver la sujetó de nuevo. Se inclinó hacia ella y
Blanca tuvo que apartarlo otra vez con la mano para alejarlo.
—¿Y qué dice él de tu problema? —se interesó¾.¿Cómo lo soluciona él?
Blanca lo miró.
—Él no lo sabe . Y ahora deja que me vaya de una vez.
—¿No se lo has dicho?¿Cómo puedes ocultar algo como eso? Las señales,
los gritos en tu casa…
No quedo con él cuando tengo señales y no lo acerco a mi casa.
Àngel no dejaba de observarlos. Noelia, El Cari y Regina no se apartaban
de él.
—No la deja que se vaya —decía Àngel¾. Voy a tener que ir.
Regina lo sujetó cuando lo vio levantarse.
—No te metas —le dijo.
—Hazle caso —intervino Héctor¾. Con esa medida que tiene ese tío,
mejor que no te metas.
—Es la tercera o la cuarta vez que la sujeta —Àngel tomó aire—. Como
lo vuelva hacer, iré.
Regina estaba más angustiada por Blanca que por Àngel. Podría
imaginarse de qué hablaban y sobre qué discutían. No había querido decirle
nada a Blanca, pero conocía la reacción de Oliver, un mes atrás, cuando supo
que Blanca estaba saliendo con otro. La presenció de lejos. Un amigo común
se lo dijo y Regina estaba con unas compañeras de la facultad no muy lejos de
él. No le cogió de sorpresa, porque tiempo antes había terminado con su
novia, por las cuentas que Regina había hecho, no distaba mucho la ruptura de
Oliver con su novia, de cuando Blanca comenzó con Àngel. Ella lo seguía en
las redes, y aunque no dijo nada en ellas al respecto, sabía que terminó
cuando las fotos de la playa. La que Blanca vio aquélla mañana que estaba tan
triste. Siempre le llamó la atención la casualidad de las cosas, porque no
dudaba de que si Oliver hubiese vuelto a ver a Blanca, no dudaba que
hubiesen estado juntos todavía. Oliver hubiese dejado a su novia, estaba
completamente segura. Oliver intentaba pasar página, pero no lo había hecho
nunca. Blanca tampoco le dio margen, Londres, volvía, Londres, regresó y
luego Cádiz. Recordaba la cafetería antes de ir al aeropuerto Cuando se
encontraron con Oliver con su novia y su hermano. Si Blanca no se hubiese
ido a Cádiz, él hubiese intentado volver con ella. La historia de Oliver con
Blanca era algo que le fascinaba. No tenía dudas de que para Oliver, Blanca
era el amor de su vida. Pero sus conjeturas eran algo que nunca le diría a
Blanca, la mataría si se lo decía. Y menos ahora que estaba con Àngel. Lo
miró de reojo. Era un hombre completamente maravilloso, y tampoco dudaba,
de que para él también Blanca podría ser el amor de su vida. Blanca, aquélla
que decía que el amor verdadero no existía, que todo era un estado mental
transitorio. Y tenía a dos hombres locos de amor por ella. Àngel volvió a
hacer el intento de levantarse. Pero ella lo detuvo de nuevo. Veía a Oliver
demasiado alterado. Oliver nunca fue agresivo, pero no podía fiarse. Las
hormonas varoniles, en ciertos momentos, podrían ser realmente primitivas. Y
ahora mismo había dos alfas y una sola hembra.
—Es que no sé si se inclina para besarla. Ella lo está apartando —decía él.
Y esa era la sensación que daba desde donde estaban ellos.
—Pero déjala sola —le dijo Noelia¾. Ella no necesita que nadie la
guarde. Ese fue el fallo de Oliver.
Àngel se sobresaltó, mirando a Noelia con el ceño fruncido. Blanca
intentaba evitar hablar sobre Oliver, no sabía nada de él. Es más, nunca decía
su nombre, conocía el nombre por los demás. Y tampoco sabía la razón clara
por la que habían terminado. Pero ahora dudaba, porque sí sabía que Blanca
había estado destrozada, y por lo que estaba viendo, Oliver estaba aún peor.
Blanca contemplaba cómo Oliver intentaba tranquilizarse.
—¿Y qué piensas hacer? —le había preguntado él sobre el tema de Àngel.
—Solucionarlo por mí misma.
—¿Cuando cualquier día te maten? —le reprochó él acercándose
demasiado a ella.
Blanca apartó la mirada de Oliver.
—Ya no es tu problema.
La sensación era extraña, ya no estaba acostumbrada a la presencia de
Oliver. No lo tenía más que en fotos y en sus pensamientos. En persona,
volvía a ser tan impresionante como los primeros días que lo conoció. Pero
era cierto, que ya había desaparecido aquel sentimiento maravilloso que le
producía. Era verdad que había terminado de escribir el libro, un libro que
disfrutó tanto como pudo.
Oliver miró a alguien tras ella. Blanca se giró en seguida, era Àngel. En
seguida, con disimulo, interpuso su cuerpo entre los dos. Ambos eran
pacíficos, pero no confiaba mucho en la testosterona. Vio con se miraron los
dos un fragmento de segundo y por un momento pensó que alguno de ellos
levantaría la pata y se le mearía encima, como hacían los perros.
—Voy a pedir, ¿quieres algo? —le preguntó Àngel ignorando a Oliver.
—Espera, voy contigo —le respondió ella sujetándole del brazo.
Oliver dirigió su mirada a la mano de Blanca, que buscaba a la de Àngel.
Blanca se giró para mirar a Oliver de nuevo.
No te puedo decir que me haya alegrado de verte.
—Que te vaya bien —le dijo y se marchó tras Àngel.
Fue tras él y subió los escalones que accedían a la zona de los sofás y la
barra. Àngel se detuvo para que ella subiera antes que él y en cuanto ella pasó
por delante suya le puso las manos a los lados de la cintira y se inclinó hacía
su oído
—¿Todo bien? —le preguntó.
—Todo bien —respondió ella.
—¿De verdad? —insistió y ella asintió. Àngel le besó el hombro desnudo.
Oliver regresaba con los suyos, pero aún se giraba para mirarlos. Noelia y
Regina pudieron ver su expresión. Las dos se miraron.
—Esta Blanca va a terminar loca entre unos y otros. Pobre —dijo Regina.
Àngel se puso a un lado con Blanca.
—Iba a ir antes, pero Regina me sujetó —le explicaba.
—¿Por qué? —se extrañó ella.
—Lo veía inclinarse y tú te apartabas y no sabía si…¾la expresiñon de
Blanca lo hizo callar.
—No intentaba besarme —no daba crédito¾, pero aún así, sé defenderme
sola.
Miró a Àngel de reojo.
—No necesito un ángel de la guarda —le advirtió.
Àngel apartó la mirada. Fue una suerte que estuviera Regina cerca y lo
sujetara antes de que metiera la pata. Luego se dio cuenta de algo.
—Ángel de la guarda —le repitió¾. Eso ha dicho Noelia, que no
necesitas que nadie te guarde, que ese fue el fallo de Oliver ¿Qué hizo,
Blanca?
Noelia que se te va la lengua y me metes en líos.
—Es una forma de hablar —le quitó importancia.
—Sí pero a qué se refería —insistió.
—Que era demasiado…protector conmigo —añadió con toda la
tranquilidad que pudo.
Àngel frunció el ceño.
—Pero es normal proteger a la persona que quieres —le dijo él.
Blanca no respondió.
—No sé por qué ha dicho Noelia que fue su fallo —miraba a Blanca de
reojo.
Blanca tomó aire y levantó la cabeza.
—Has leído Metálica. Sabes lo que quiero decir si te digo que no soy
ninguna mujer que quieren que la rescaten. Nunca.
Se oyó un jolgorio. Había un laza confeti en el centro de la pista y se
convirtió en un auténtico volcán.
—¿Pero rescatarte de qué? —Àngel se acercó más a ella. Con la música y
el ruido de tanta gente hablando apenas podía enterarse—. Nunca me cuentas
nada. No dejas que me acerque a tu vida. Siento una especie de muro en
medio de los dos, no sé qué es. Puede que sea Oliver, a veces pienso que es
otra cosa. Haces terapia en un psicólogo pero no me cuentas realmente qué te
ocurre. Te conozco y no conozco nada de ti, realmente.
Blanca entorno los ojos hacia él.
—Las razones por las que hago terapia…¾bajó la cabeza¾. En tiende
que no…
Àngel le cogió las manos.
—Olvídalo, perdona —le dijo él besándola en la frente. Sonrió¾.
Supongo que no ha sido agradable para mí que encontraras a Oliver.
Blanca levantó la mano haciendo un gesto.
—Pues no tiene importancia, créeme.
Negó con la cabeza.
—Pensaba que él lo llevaba bien, pero ya he visto que no —añadió Àngel.
Y yo también lo pensaba. Esto es surrealista.
Era consciente de que la reacción de Oliver no la esperaba y eso hacía
cambiar algo dentro de ella. Ella lo había dejado atrás, eso no tenía arreglo, ya
no estaba enamorada de él. Pero ahora sus demonios volvían a envolverla.
Oliver era el reflejo de sus problemas, los que se volcarían en Àngel si ella no
podía remedio para impedirlo.
Miró hacia Àngel. Sabía que aquello llegaría pronto a su fin de algún
modo. Y solo esperaba que lo llevara mejor que lo de Oliver, llevaban poco
tiempo, quizás no le daría mucha importancia si terminaban antes de que
finalizara el año.
Volveré a ser la mala. La mala, como siempre.
Eso hacía que sus demonios se volvieran fuertes a su alrededor. No quería
ver a Àngel como Oliver. Oliver no lo merecía, siempre se portó bien con ella,
no merecía sufrir. Àngel tampoco.
Ojalá volviera atrás. Ni me hubiese acercado a ti.
Àngel, ignorante de los pensamientos de Blanca la brazó y le besó en el
hombro.
—¿Nos vamos? —le preguntó. Blanca asintió.
34

Ya tenía los regalos del Cari y de Lidia en una bolsa. Blanca tenía otra vez
el estómago regular, parece que el ver de nuevo a Oliver había removido los
demonios de su interior, como le había dicho Raquel. Y que ahora tenía
encima una loza de culpabilidad que tampoco le correspondía del todo a ella.
Y una segunda loza, el hacerle lo mismo a Àngel le producía gran angustia.
Raquel le había dicho que tampoco era culpa suya, en parte ella había sido
sincera con él, no era una relación. Si él se había enamorado, no era su culpa.
Pero su interior le decía otra cosa. Y de lo único que estaba segura era de que
a pesar que el consejo de todos sus amigos, inclusive el de Raquel, era que
dejara a Àngel si no quería que aquello fuera a más, no estaba decidida a
hacerlo.
Soy una imbécil egoísta.
Una infusión para el estómago, era lo que removía mientras Àngel le
contaba los planes del viernes. De alguna manera, eran varias las personas
invitadas a ambos cumpleaños, así que irían al mismo sitio. Un pub tranquilo
de Sarriá, de un amigo de Héctor. Aunque serían dos grupos diferenciados,
nadie se molestaría.
Blanca le había comprado a su amigo un bolso para meter a su perro toy.
El Cari no tenía perro, pero era el regalo sorpresa que tenían para él sus
padres. Noelia, Alba y Regina le habían comprado todos los demás
accesorios. Se lo darían todo junto en su casa, antes de salir.
Àngel le había comprado un bolso y un pañuelo a juego. Y a Lidia, a
pesar de la sugerencia de la escoba por parte de Blanca, le había comprado
unos pendientes de una conocida marca. Blanca supuso que le encantaría.
—¿Y tú? —le preguntó Àngel¾¿Cuándo cumples los veintidós? Va a
acabar el año, ¿es este mes?
—Ya fue mi cumpleaños
Àngel frunció el ceño.
—¿Cuánto? —se interesó Àngel.
—Hace unas semanas —le respondió ella.
—Y no me dijiste nada…¾estaba totalmente sorprendido.
—¿Para qué? —seguía removiendo su infusión humeante.
—Una cena o una tarta, velas, un regalo…por ejemplo.
Blanca negó con la cabeza.
—Nunca he tenido una tarta de cumpleaños —respondió ella¾. No los
celebro nunca.
—¿Nunca? —se extrañó él. Ella volvió a negar con la cabeza.
—¿Perteneces a alguna religión que no celebre cumpleaños? —le
preguntó.
—No —negó rotunda.
—Aún así me hubiese gustado saberlo.
Blanca recordó algo.
—Este sábado empiezo a trabajar. A ver si esta vez no se me complica —
le dijo.
—¿Dónde?
—Azafata de imagen, por las noches y solo será de jueves, viernes o
sábado. Algún domingo suelto.
—¿Esas chicas que van a fiestas disfrazadas o vestidas…y dando
regalitos?
Blanca asintió y Àngel frunció el ceño.
—Blanca…¾no sabía cómo decirlo y cerró la boca.
Vaya hombre, no lo aprueba. Venga lúcete, a ver cómo lo dices y que no
quedes como un machito imbécil.
—Sé que no tengo derecho a opinar, pero…¾miró hacia un lado.
—Sigue —lo retó ella y su tono de voz no le gustó a Àngel.
—Si trabajas por la noche los fines de semana podré verte aún menos —
añadió él.
—Tú también trabajas algunos fines de semana —le respondió ella.
Àngel negó con la cabeza.
—Pero es diferente —continuó él¾. Además ese trabajo es…
Toda la noche rodeada de hombres, muchos de ellos borrachos. Sé lo
que es. No es muy diferente a cuando salgo con mis amigas, pero cobraré
por ello. Y trabajando menos ganaré el doble que en la tienda. Es lo que
necesito, dinero en pocas horas. No voy a hacer nada ilegal, no voy a
prostituirme ni nada parecido.
—Si necesitas trabajar, déjame ayudarte…
—No —lo cortó ella.
¿Deberte algo?
—Déjame hablar con mi padre —insistió él.
—¿En serio? ¿Tu padre? —Blanca entornó los ojos.
Si sabes que no quiere ni que me nombres. Ni loca aceptaría su ayuda.
—Ya lo hablaremos más adelante —añadió el.
¿Hablaremos?
—No tengo más nada que hablar de esto —concluyó ella y Àngel guardó
silencio un instante. Se levantó de la silla y la colocó junto a la de Blanca.
—¿Y cuando quedaremos? —preguntó él apartándole el pelo de la cara.
—Empiezo las prácticas de Navidad —le respondió ella y sonrió¾.
Tengo dos semanas y media de vacaciones.
—Puedes pasarlas en mi casa si quieres —le dijo él en seguida, en un tono
irónico.
Una navidad fuera de casa y en compañía de Àngel. Le encantaba la idea.
Pero eso conllevaba a apartarlo a él también de reuniones familiares o
similares. Ella no valía tanto como para ese sacrificio por parte de él.
—Demasiados días —negaba con la cabeza.
—La mitad —probó de nuevo esta vez con menos ironía.
Blanca lo miró fijamente.
—Ya veremos —hizo una mueca y Àngel la besó en la mejilla¾. De
todas formas, también existo entre semana —suspiró. Àngel le pasó el brazo
por detrás de la espalda y la acariciaba¾. Ahora escribo menos.
—¿Y por qué? —se interesó¾. Eres un torrente de ideas.
Blanca se encogió de hombros.
—Las ventas de Metálica no van bien —confesó a pesar de que se había
jurado no contárselo a nadie. Pero aquellos gestos tan cariñosos de Àngel le
estaban gustando cada día más. Acercó una mano a la otra mano de él y en
cuanto Àngel la notó se la agarró y la apretó.
—Es pronto, no te agobies —le dijo él.
—Si no se vende, no volverán a publicarme. Los editores necesitan
números. El caso es que las críticas son buenas. Pero…si pincho, no habrá
segunda oportunidad, ¿entiendes?
Àngel asintió con la cabeza.
—¿Y esa otra novela que habías escrito?
Azael
Blanca negó con la cabeza.
—Va a ser muy difícil que alguien la publique, casi imposible. No es…
una novela convencional.
Por desgracia.
—¿La has acabado?
Blanca ladeó la cabeza.
—Están acabadas, en parte.
—¿Cuántas son?
—Tres. Pero no quiero seguir escribiéndolas si no puedo publicar ni
siquiera la primera.
Esa era la verdadera razón por la que no escribía. Lo de las pocas ventas
le preocupaba, sabía que si pinchaba, nadie la querría publicar durante un
tiempo. Pero lo de Azael era diferente. Nadie se interesaba en ella, las
negativas se sucedían día tras día, aún omitiendo en sus cartas de presentación
los pobres números de Metálica, tenía un año entero para omitirlos, puesto
que la editorial aún no estaba obligada a dárselos y ella podía negar
conocerlos. No quería perder el tiempo con una trilogía que no llegaría a
nacer, y necesitaba un tiempo para salir mentalmente de Azael, no era capaz
de escribir otra cosa aunque tuviera más novelas en cola. Hasta que su
corazón y su alma no estuvieran preparados para escribir, no lo haría, de otra
forma nunca le saldría algo tan maravilloso como Azael.
—¿Has cambiado de idea respecto a las novelas? Tu idea de dedicarte
profesionalmente a ello.
Blanca negó con la cabeza.
Es la luz al final del camino que me hace seguir caminando. Nunca lo
haría. Si lo dejo, nunca habría esperanza.
—Harán falta muchos tropezones como este para tirarme al suelo¾ambos
rieron.
Blanca miró la hora y se la enseñó a Àngel.
—Tengo que irme —le dijo.
Àngel le cogió la cara con las manos y puso su frente contra la de ella.
—Cada vez me cuesta más soltarte —le dijo.
No me digas esas cosas, por favor.
—Si me ves pasado mañana —le respondió ella.
El beso duró más que de costumbre.
35

El Cari había estado llorando un rato cuando sopló las velas y le dieron
los regalos. No lo esperaba. Las abrazaba una y otra vez, una por una y se
comía a besos a sus padres y a Cloe, que era el nombre que le había puesto a
la mini cachorra que le habían regalado sus padres.
Tan grande había sido la sorpresa tras la cena, que echaron allí más
tiempo del debido. El teléfono del Cari sonaba sin parar, el resto de sus
amistades ya esperaban en Sarriá y Blanca supuso que Àngel estaba ya en el
cumpleaños de Lidia.
La familia del Cari era lo Blanca llamaba la familia dea, comprensiva,
cariñosa y volcada unos en otros. Es allí donde encontraba el calor de un
hogar, un hogar que ella deseaba para ella misma y no la que tenía.
El día anterior Paco había vuelto a formársela hasta el punto de haber
cogido su portátil y haberlo lanzado hasta el pasillo. Ver su portátil
completamente roto la desesperó tanto que se enfrentó a Paco de una forma
que pocas veces lo había hecho. La cosa acabó mal, sus manuscritos
imprimidos volaron por la habitación, se rompieron dos botes de perfume (los
que le quedaban) y ella volvía a estar señalada. No fue nada, solo un cardenal
en la pierna. El primer volumen de Azael había aterrizado en su tibia de canto
y podría apreciarse a través de las medias. Elisa le había dado un mono corto
de manga larga de una tela negra con algo de brillo. Le encantaban los monos
cortos, pero con el cardenal hubiese preferido uno largo. Se hubiese puesto el
largo que había llevado a Madrid, pero la condición de Elisa era que colgara
fotos de aquel sábado. Todas se las hizo Noelia del otro lado para que no se
viera el cardenal.
No estaba preocupada, era fácil poner excusa a un cardenal de esos, ella
misma se hacía mucho en el gimnasio. Àngel no sospecharía. Lo que más le
dolía no fue la pierna, sino el portátil que la salvaba de su situación cada día,
hacia un mundo infinito. Un mundo que a pesar de haberlo apartado unos
días, estaba dispuesta a retomar en breve. Ahora su paro literario sería tan
largo como lo que ella tardase en ahorrar para un portátil nuevo.
El Cari le había dicho que si le regalaban por su cumpleaños un portátil
nuevo, que le daría el antiguo para que siguiera escribiendo. Pero Blanca
sabía cuál era su flamante regalo.
Cogieron dos taxis y marcharon hacia Sarriá. Llegaron al pub y entraron.
El Cari en seguida encontró a sus amigos. Blanca miró hacia el grupo de
Àngel, allí estaba él. Entornó los ojos hacia él para observarlo mientras se
sentaba en una mesa alta con Noelia, Alba y Regina.
—¿No vas a ir? —le preguntó Noelia.
—Ahora, espera —respondió Blanca.
No la habían visto entrar y quería observarlos. Lidia ya había abierto los
regalos, allí estaban los restos de papeles sobre la mesa, reconociño el de
Àngel. Él recogía junto a Inés los papeles rotos para tirarlos a la papelera. Vio
a Lidia con la caja azul de los pendientes acercarse a él. Lidia le había dicho
algo porque el rió.
—Esa tía es una auténtica zorrona —decía Noelia.
Lidia rodeó el cuello de Àngel con los brazos y se inclinó hacia él. Se oyó
a Regina exclamar algo. Blanca tuvo el impulso de girarse y darles la espalda,
pero siguió observando. Estaba claro que Lidia había intentado besarlo.
—Se ha quitado —decía Alba, desde su silla la perspectiva era
mejor¾.Pero ella sigue encima.
Blanca empezó a sentir un pinchazo en el pecho.
¿Celos? Yo no soy celosa. Pero me está jodiendo.
Tomó consciencia de su trato con Àngel.
Puede hacer lo que quiera.
Se giró hacia sus amigas.
—¿No vas a ir? —le preguntó Regina otra vez.
—No —respondió ella bajando la cabeza.
Noelia empezó a reír.
—Se te acaba de cambiar la cara, tía. Te está sentando fatal —le dijo
Noelia y Blanca asintió.
Se puso la mano en la frente.
—Tía, ve —la animó Alba.
—Alba, no soy su novia, no puedo molestarme por esto aunque él la
hubiese besado.
—Esto es un absurdo, Blanca —intervino Regina sin dejar de observar de
reojo¾. Lo quieres, estás genial con él. Tía, lo hemos estado hablando hoy en
el grupo y lo has reconocido. Y él está deseando de hacer eso que tenéis…
más real.
—Sabes que no puedo, Regi.
—Cuéntaselo —añadió Alba¾. Àngel está en una burbuja, no sabe la
realidad. Y se pueden…malinterpretar las cosas.
Blanca la miró fijamente.
—¿De qué más te has enterado? —le pregunté.
Alba negó con la cabeza.
Ya, mejor que no lo sepa.
—Blanca, gírate —le pidió Noelia.
Noelia quería que volviera a mirar a Àngel, pero Blanca dudaba si quería
volver a hacerlo. El Cari llegó con las copas.
—¿Qué pasa? —Noelia hizo un gesto y él en seguida miró al grupo.
Blanca se giró también. No podía ver bien. Se puso de pie y dio unos
pasos. Estaban en la misma posición, uno frente al otro, ella seguía
rodeándole el cuello y se acercaba demasiado. Vio a Àngel sujetarla por la
cintura y apartarla un poco.
Blanca se acercó un poco más. Solo hablaban y había notado que Àngel
no dejaba de sujetar la cintura de Lidia para que no se acercara más aún a él.
Pero aún así, verlos hablando en aquélla postura la estaba encendiendo por
dentro.
Héctor pasó por el lado de ellos dos y dijo algo y Àngel giró su cabeza
hacia Blanca. Blanca notó cómo la cara se le cambió.
No está haciendo nada malo, pero así me habrá visto que se ha puesto
blanco.
Blanca se giró para volver a su silla. Pero Àngel llegó hasta ella y la
sujetó del brazo.
—Blanca —la llamó¾.¿Cuándo has llegado?
—Hace un momento —estaba incómoda, nerviosa, quería volver con sus
amigas. Comenzaba a ser consciente de verdad del tipo de relación que ella le
había propuesto a Àngel. Le estaba entrando fatiga.
Qué imbécil soy, dios mío.
—Blanca —Àngel sabía que algo no iba bien, que Blanca estaba molesta.
Llegó hasta la mesa para sentarse, pero la cara de sus amigos. Hacerlos
pasar por un momento incómodo por su culpa. Se giró hacia Àngel.
—Voy a estar un rato aquí ahora te veo, no te preocupes por mí —le dijo a
Àngel, necesitaba unos instantes para recuperarse del extraño arrebato que la
estaba enfadando, con ella misma en primer lugar y luego con Àngel y Lidia.
No era culpa de ellos, no tenían por qué respetarla ni uno ni otro, era ella
misma la que había pedido explícitamente que no la respetasen.
Àngel la miró con decepción.
—Ven —le dijo para apartarla de sus amigos. Pero Blanca solo dio un
paso¾. ¿Te ha molestado? No estaba…
Blanca lo miró fijamente.
Claro que me ha molestado. ¿No lo ves? Y no puedo culparte a ti. Ni
siquiera a ella, aunque tenga la cara de lona dura.
—No me he molestado —le dijo ella¾. No puedo molestarme. Tenemos
una relación abierta, ¿no?
En cuanto pronunció esas palabras se arrepintió, pero no tiempo de decir
más. A Àngel la preocupación se le tornó en enfado en un fragmento de
segundo.
—¿Me lo dices en serio? —le dijo perplejo.
En qué quedamos. ¿Prefieres queme enfade o que no me enfade?
—¿Es lo que quieres? ¿Una relación abierta? —le preguntó él.
Blanca dio un paso atrás. Estaba nerviosa, enfadada, triste.
—Te he dicho siempre que no quiero ningún tipo de relación —le
respondió.
Àngel se cruzó de brazos.
—Esperaba que con todo esto de los últimos días cambiarías de opinión.
Los dos sabían que desde el fin de semana en casa de Àngel, todo había
cambiado. Por eso ahora Blanca estaba aterrada, su reacción a las
consecuencias de su extraña relación podían hacerle tambalear su inestable
cordura.
—Para ti soy un juego, ¿no? —le preguntó¾. Albert, tiene razón.
Blanca se sobresaltó. Àngel estaba realmente enfadado.
—Héctor, mi padre. Les rebato pero me estás demostrando que llevan
razón. No sientes nada, te da lo mismo lo que pase, no tienes nada conmigo.
Ya vale.
Lidia e Inés pasaron por su lado con una sonrisa vomitiva. Llevaban las
bolsas a algún sitio pero Blanca sabía que se habían acercado para oír la
discusión.
Àngel las miró.
—Vamos a llevar esto al coche, ahora volvemos —le dijeron.
Àngel cogió a Lidia del brazo con una mano, la cara con la otra y le dio
un beso rápido en la boca. Blanca dio un paso atrás. Àngel soltó a Lidia y se
disculpó, se giró en seguida hacia a Blanca que lo miraba somo si hubiese
enloquecido.
—¿Esto es para ti una relación abierta? Te da exactamente igual lo que yo
haga porque no hay nada. El imbécil he sido yo.
Fue a girarse para darle la espalda pero se giró de nuevo hacia Blanca.
Inés y Lidia no se habían movido del lugar.
—Pues se acabó, Blanca —le dijo y se alejó de ella.
Blanca quedó inmóvil un instante.
Era cuestión de tiempo. Toda la culpa es mía.
Pero no esperaba que fuera tan pronto. Àngel era tranquilo, serio, formal,
y ese juego que ella le traía no le gustaba, se lo había dicho muchas veces.
Al fin Blanca se giró y se sentó con el resto.
—Esto lo veía venir yo —le dijo Alba¾.No dejan de decirle que eres una
manipuladora, una libertina y un montón de sandeces. Nadie sabe la verdad,
Blanca y la gente especula. Si hasta le dicen que si te ves con Oliver…
Blanca apoyó los codos en la mesa y se tapó la cara con las manos.
Necesito aire, me asfixio.
—Pues yo no voy a dejar esto así —Noelia miraba al grupo de Àngel,
estos estaban alrededor de él, incluidas Inés y Lidia. Noelia se levantó de la
silla¾.Me da igual lo que digas, Blanca. Pero voy a decírselo todo.
—No —Blanca la sujetó¾. No, Noelia, por favor.
—Nadie pone a mi amiga de lo que no es, injustamente. Tiene que
saberlo.
Regina se puso en pie.
—Y yo voy con ella —intervino.
—Y yo —del Cari no lo esperaba.
Blanca miró a una y a la otra.
—Me voy de aquí —Blanca se levantó. Cogió su móvil de encima de la
mesa y el tabaco del Cari.
Salió huyendo hacia la calle sin abrigo a pesar de ser Diciembre.
Temblaba pero no de frío. Había dejado su bolso dentro pero no quiso entrar.
Junto al pub había un callejón, se metió por él y un segundo callejón que
daba a la espalda del local. Allí había una puerta metálica, una valla, una
especie de almacén sin techo que guardaba mesas y sillas de veladores.
Cogió un cigarro y lo encendió.
La culpa es mía. Me ha pasado por imbécil. Nunca tuve que iniciar esto.
Le dio tal calada al cigarro que comenzó a toser, su fatiga aumentó. Cerró
los ojos mareada.
Encima mi bolso y mi abrigo está dentro.
Tendría que haber cogido sus cosas y haber tomado un taxi. Llevaba
dinero para llegar a casa sola.
Pero ahora no puedo entrar ahí.
Su móvil sonaba, cortó la llamada y lo silenció. Era Noelia. La estarían
buscando.
Oyó voces, alguien estaba en el primer callejón. Reconoció la voz de
Héctor.
—Àngel —lo llamaba¾¿Dónde vas?
Blanca se metió a través de la puerta metálica en el almacén de los
veladores y cerró la puerta.
Y encima me tengo que quedar aquí hasta que se vayan.
—Necesito aire —le dijo.
El corazón de Blanca se aceleró aún más si cabe. Se apoyó en la valla y
cerró los ojos.
—Pues respira —le respondía Héctor¾Si las hecho muy bien. Yo
pensaba que no tendrías huevos.
—¿Está ahí mi hermano? —se oyó la voz de Albert.
—Está aquí —se oyó a Héctor.
Blanca respiraba acelerada. Estar escuchando todo la hacía sentir aún
peor.
Encima parece que estoy espiando. Si me ven aquí, ya es que esto no me
puede salir peor.
—Estás hecho un crack —lo animó su hermano¾. A tomar por culo la tía
esa.
Blanca hizo una mueca de asco.
No lo hay más imbécil.
—Pero míralo como está —le decía Héctor a Àngel.
—Te ha dado fuerte la Blanca esta, ¿no? ¿No ves que no merece la pena?
A saber qué hace ella cuando se pega semanas que ni te llama.
—Ya está, ya se ha acabado —continuaba Héctor. A Àngel no se le
escuchaba aún.
—Yo no te he visto así ni cuando has terminado con tus novias. No me
seas maricona —se oyó unos golpes, Blanca supuso que eran en la espalda.
—¿Qué hacéis aquí escondidos? —se oyó la voz de Rubén. Blanca no lo
había visto dentro¾. Os estaba buscando y me han dicho que se había
formado y estebáis fuera. ¿Qué ha pasado?
—Que ha mandado a Blanca a plantar margaritas —le dijo Albert.
—¿En serio? —No se oía la voz de Àngel.
—Ha hecho lo que tenía que hacer —este era Hñector¾. Mucho ha
tardado, el plan que tenía ella, hombre.
—Dejadme solo, por favor —les pedía Àngel¾. Necesito estar solo n
momento.
—Venga vamos dentro nosotros. Pero que no te rayes, que es lo que tenías
que hacer.
Se hizo el silencio.
—No va a cambiar de opinión, Rubén. Estas últimas semanas han sido…
una maravilla. Yo pensaba que aunque dijera que no…ella estaba diferente.
Pero hoy ha llegado, me ha visto con Lidia y ni se ha acercado. Cuando la vi
pensaba que estaba molesta. Que si te soy sincero, en parte, hasta me gustó —
se oyó la risa de Rubén¾. Pero me dice que siga a lo mío, que nuestra
relación es abierta. Rubén, tío. Es que no le importo una mierda. Se acabó.
—Ya lo has decidido, ¿no? Pues ahora tranquilo.
—¿Tranquilo? Es que estamos tan bien juntos y de momento cambia, o
desaparece, o quedamos y media hora antes me dice que no vaya a por ella.
Que después me entero que aquella noche no durmió ni en su casa. ¿Qué
pienso, Rubén? Cuando está conmigo es perfecta, pero tiene una parte de ella
blindada a mí. Es muy raro todo. Yo no puedo estar así, porque me he
enamorado y más tiempo va a ser peor.
—Tranquilo —le decía Rubén. Àngel respiraba muy acelerado.
—Y bien enamorado —reconoció¾. Con ninguna me había pasado. Así,
no.
—Sí si ya me dijiste, para llevarla a París y pedirle matrimonio —bromeó
Rubén.
—Pero no sé qué cojones le pasa, si es verdad lo que dice esta gente y está
con otro, no sé si será el ex novio, que ya te conté como se puso el otro día
cuando la vio. No lo sé. Porque ella no me cuenta ni por qué acabaron. Por lo
visto la dejó él, pero de la forma que lo vi, no sé qué decirte. No tiene lógica
que la dejara y luego…Yo ya no sé qué pensar.
Noelia no le ha dicho nada, menos mal.
Los veía tan decididos a contarle a Àngel, pero no lo habían hecho.
—Y he sido un imbécil como se lo he dicho. Me he puesto hecho un borde
y hasta le he dado un beso a Lidia delante de ella. Una vergüenza vamos.
Como un niñato.
—Ya está, ya lo has hecho, ¿no? Pues no le des más vueltas. ¿Quieres que
vayamos a otro sitio?
Sí, por favor, que yo pueda salir de aquí, coger mis cosas e irme.
—Àngel —se oyó la voz de Noelia¾. Llevamos un rato buscándote.
—No encontramos a Blanca tampoco —era la voz de Regina.
Se oían ya cerca.
—Blanca no quiere que te digamos nada —intervino Alba¾. Pero
después de lo de hoy. Tienes que saberlo.
Joder
—Es que no es justo todo lo que están diciendo de ella. Ni que tú te
enfades.
—¿Qué pasa? —la voz de Àngel se escuchó suave, casi con curiosidad. A
Blanca le hubiese gustado ver su cara.
—Ella nunca te ha contado nada. No quiere hablar de eso —se oía la voz
de El Cari.
—No lo lleva bien —añadió Noelia —. Es la razón por la que va a Raquel
y todo eso, bueno esa historia es más larga.
Joder, lo van a liar más que aclararle nada.
—Blanca tiene un gran problema en su casa —añadió El Cari.
—A Blanca la maltratan en casa —Regina tenía la voz dulce a más no
poder¾. Su padrastro la insulta, le pega, la echa de casa. Es por eso por lo
que tuvo problemas con Oliver, el se metía y podrían tener una desgracia. Es
por eso por lo que a veces no quería quedar contigo.
Blanca comenzó a llorar. Las lágrimas caían sin remedio. Intentaba
taparse la nariz para que no se la oyese.
—Cuando te dejó tirado aquel día, durmió en mi casa —intervino El
Cari¾. Tenía la cara fatal y la habían echado de su casa.
—Su padrastro es un loco, un psicópata. Cualquier día…
—Su madre no permite que lo denuncie, no tienen donde ir. Blanca
intenta buscar trabajo, pero le es complicado con la carrera, los libros.
—Esa es otra, su padrastro no quiere mantenerla. Por eso la echa de acasa
cada dos por tres, y no le da dinero ni para el autobús.
—Le ha roto el portátil y los manuscritos, para que no vuelva a escribir.
Mírale la pierna hoy.
—Después de la mala experiencia con Oliver, no quiere volver a tener el
mismo problema¾añadió Regina¾. Pero no porque no te quiera. No quiere
que pases por lo que pasó Oliver. Dice que tu vida es perfecta, que ella no va
a ser la que te la llene de mierda.
—Entre unas cosas y otras, tiene que seguir la terapia con Raquél, esto le
afecta a muchas cosas —explicaba Alba
—Por fuera es una diva —interveía El Cari¾. Pero tiene mil demonios
dentro.
—Y por eso sus novelas son tan importantes para ella. Con ellas escapa de
la realidad.
Ellas me salvan cada día.
—Ellas me salvan cada día —Regina y ella lo dijeron a la vez. La frase
que solía repetirles.
—Ya lo sabes —sentenció Noelia.
—Madre mía, ¿qué he hecho? —se oyó la voz de Àngel con un tono
desesperado.
—Vamos a buscarla, porque por más vueltas que damos no sé donde se ha
metido. No, no intentes llamarla, no coge el teléfono.
—Vamos a dar otra vuelta a ver si la vemos.
Se hizo el silencio de nuevo.
—Pobre muchacha —era Rubén¾. Ahí tienes sus rarezas.
—¿Qué he hecho? —se oía fatal la voz de Àngel.
¿Está llorando?
—Pero no te pongas así —se oyó una palmada, supuso que en la
espalda¾. Tú no sabías nada.
—Ahora he empeorado las cosas —decía.
Está llorando.
Blanca retomó el llanto de nuevo.
Se oyó un suspiro hondo.
—Tengo que hablar con ella —el móvil de Blanca empezó a vibrar, la
estaba llamando.
—Pero tranquilo, que no pasa nada, discúlpate. Ahora ya lo sabes todo, si
te lo hubiese contado ella no llegáis a esto.
Se oyó otra respiración profunda.
—¿Qué me disculpe? Te he dicho que he besado hasta a Lidia en su cara,
que he sido un borde y…¾no pudo continuar.
—Ya está, tío. Que como salga tu hermano o Héctor y te vean llorando, se
va a liar del todo.
—La próxima vez que digan que ella es…
—Tampoco lo sabían, Àngel. Ya no lo dirán más.
—Con todo lo que ha tenido que escuchar. Qué lástima. Y yo…en vez de
ayudar. No me querrá ni ver ahora.
—¿Qué piensas hacer?
—Necesito hablar con ella. Que me perdone, por imbécil.
No eres un imbécil, no sabías nada. No hay nada qué perdonar. La culpa
la he tenido yo.
—Rubén, la quiero. Y he metido la pata hasta el fondo.
—No lo pienses más. Habla con ella.
—Vamos, a ver si la han encontrado.
Blanca se acuclilló en el suelo y se rodeó las piernas. Miró su móvil.
Llamadas de todos, mensajes.
“Estoy bien. Ahora vuelvo. Solo necesito aire” les puso.
“¿Dónde estás?” Àngel también le escribía, “Necesito que hablemos, por
favor. Me lo han contado todo. Lo siento, Blanca”
No le respondió.
Se levantó y salió del almacén. Se limpió bien debajo de los ojos con las
manos, por si le había quedado algún churrete de llorar.
Anduvo hasta el callejón y salió a la calle del pub. Estaban todos en la
puerta. Blanca le dio el tabaco al Cari.
—Estoy bien, tranquilos.
Àngel se acercó a ella y le cogió la cara con las manos.
—Necesito hablar contigo —le dijo.
Sí, creo que al menos te mereces una explicación.
Blanca comenzó a caminar hacia el callejón de nuevo, antes de adentrarse
en él miró hacia sus amigos.
Sé que habéis hecho lo que creíais mejor.
Blanca iba con los brazos cruzados. Una vez pasado el sofocón, el frío de
la noche de Diciembre, con el fino mono únicamente por arriba y unas medias
en las piernas, la tenía helada.
Siguió caminando con Àngel junto a ella, en silencio. Esta vez Blanca no
giró hacia el almacén, sino que siguió todo resco, hasta llegar a unos jardines.
Se sentó en el primer banco que encontró, que también estaba helado. Àngel
se apresuró a quitarse el abrigo y se lo echó por los hombros. No se sentó en
el banco, sino que se aculilló frente a ella.
—¿Por qué no me lo contaste? —le preguntó¾. De haberlo sabido…
—Ahora ya sabes por qué se acabó lo de Oliver, y por qué no quiero tener
nada normal contigo —tomó aire—. Tengo mil demonios dentro.
Àngel le tenía cogida una mano, y la otra se la apoyó en la rodilla. Blanca
se había dado cuenta como no dejaba de inspeccionarla buscando señales.
Tampoco es que me peguen todos los días. Pero vivo en un infierno.
Àngel le besó la mano.
—Perdóname —le dijo él mirando hacia el suelo¾. Perdóname por lo de
hoy, por favor.
—No tiene importancia —le cogió la cara¾. Demasiado has aguantado
mis rarezas.
A Blanca se le llenaron los ojos de lágrimas.
—De verdad que pensaba que…
—Es normal que lo pensaras —lo cortó. Àngel se detuvo en el cardenal de
la pierna, le pasó el dedo pulgar por él.
No tenía ni idea de lo que se le estaría pasando a él por la cabeza. Lo oyó
tomar aire profundo y después le apoyó la frente en la rodilla.
—Me he portado como un imbécil hoy —le dijo¾. No quiero que esto
acabe, Blanca —levantó la cabeza hacia ella¾. Te prometo que no voy a
presionarte. Será como tú quieres.
Blanca lo miró un instante y le cogió la cara de nuevo. Negó con la
cabeza.
—Tienes una vida perfecta —le respondió¾. Y yo vivo en un infierno.
—No me importa —le rebatió con rapidez¾. Déjame ayudarte.
—No tienes ni idea de lo que dices —apartó la mano de la cara de
Àngel¾. No pienso meterte en esto.
—Pero eso tiene que ser decisión mía —escucharle decir eso, a sus pies,
era más de lo que podía soportar.
Eres maravilloso. Mereces una mujer mejor que yo, que no te de
problemas. Si ya tus padres no me quieren, sin saber lo que tengo encima,
cuando se enteren, madre mía Àngel. ¿Cómo te voy a hacer pasar por todo
esto conmigo? No puedo invitarte al infierno, no te lo mereces.
—No —respondió Blanca.
—Blanca, una oportunidad —le pidió¾. Solo una.
Te daría cientos de oportunidades. Pero esto es algo que no puedes
arreglar. Esto es mi vida, parte de mí. Huye de mí.
Àngel se incorporó y la besó. No la soltaba, alargó el beso hasta que
Blanca se retiró de él, suavemente. Se levantó del banco y le devolvió el
abrigo a Àngel.
—No quieres ángeles de la guarda —recordó él¾. Pero los necesitas.
Blanca negó con la cabeza y emprendió el camino de vuelta al pub.
—No me voy a dar por vencido tan rápido, ¿lo sabes? —le dijo
siguiéndola. Blanca se detuvo, él aprovechó para besarla de nuevo. Blanca se
retiró de nuevo, aunque esta vez le costó más.
—Olvida esto, olvídame a mí —le dijo¾. No pierdas el tiempo. Sigue
con tu vida.
—¿Tú crees que es tan fácil? Y menos sabiendo ahora las razones —negó
con la cabeza.
—Huye —le susurró. Y se dispuso a seguir andando de vuelta. Àngel le
cogió del brazo.
—Blanca, te quiero —le dijo y ella se giró hacia él.
Y yo también te quiero.
Pero eso era algo que era mejor que Àngel no supiera. Insistiría con ella si
se lo hubiese dicho en voz alta. Y no quería que siguiese perdiendo el tiempo
con ella.
—Esto que siento contigo no lo he sentido ni con Eva, ni con Lorena, ni
con nadie —no la soltaba¾. Blanca, por favor, cómo voy a olvidarme de
esto. No me pidas eso.
No me digas esas cosas. No me lo pongas más difícil.
Sintió ganas de besarlo, pero tenía que cortar toda acción de afecto por
mucho que lo deseara. Él no se lo pensó, y esta vez Blanca se retiró antes de
que sus labios se rozaran.
Llegaron hasta la esquina. Allí estaba Alba y Noelia, en la puerta,
fumando. Tenían el bolso y el abrigo de Blanca. La vieron llegar apartada de
Àngel, con los brazos cruzados, e intuyeron la decisión tomada.
—Mañana hablamos —les dijo a sus amigas cogiendo sus cosas.
Àngel se acercó a ella.
—Deja que te acompañe —se ofreció.
—No
—Quiero volver a hablarlo contigo mañana, cuando estés más tranquila
—Noelia y Alba entraron en el pub para no seguir escuchando, aunque a
Àngel no parecía importarle que lo estuvieran escuchando.
Blanca estaba al borde de la carretera, esperando ver pasar a un taxi.
Àngel permanecía a medio metro de ella.
—Blanca —le decía pero ella evitaba mirarlo. Le sujetó del brazo¾.
Blanca, escúchame.
Piensa ponérmelo mucho más difícil. No va a dejar de insistir.
—Ven a casa mañana —le pidió.
Mañana.
Recordó que el sábado comenzaba a trabajar. Lo último que deseaba, salir
de noche a trabajar y tener que sonreír a todo el mundo.
De otro sitio que me van a echar. Al tiempo.
—Blanca, yo esto necesito que lo hablemos de nuevo. Si quieres
esperamos unos días —estaba pegado a ella, le cogía la cara. La besó de
nuevo. A blanca le estaba invadiendo un ataque de ansiedad en forma de
punzadas fuertes en el pecho, que solía recibir cuando la tormenta de
emociones pasaba y llegaba la calma.
Vio los faros de un coche blanco. Era un taxi, al fin. Alzó la mano. Miró a
Àngel mientras bajaba de la acera.
—No, Àngel. Olvida todo esto —se metió en el taxi.
No dejó de mirarlo mientras le decía al taxistas calle y número donde
debía de dejarla. Cuando perdió de vista a Àngel, en el borde de la acera, se
recostó en el respaldo del asiento trasero y cerró los ojos.
A partir de ahora seréis un demonio más.
Los ojos se le llenaron de lágrimas.
Mil y un demonios dentro, mil y uno.
Continuará…

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