Relato Liang Sheng y Lian Shu
Relato Liang Sheng y Lian Shu
Relato Liang Sheng y Lian Shu
En tiempos de la dinastía Jin de Este, la acaudalada familia Zhu tuvo una hija que creció tan
bella como inteligente. Para sus padres, Yingtai, que así se llamaba la joven, era la perla de la
familia. Pero a diferencia de otras muchachas, Yingtai, que aspiraba a un mundo más amplio,
se interesaba más en estudiar como los hombres que en bordar. Así que un buen día decidió
abandonar su hogar para ir a estudiar a Hangzhou, una gran ciudad del sur de China.
En aquel entonces, a las mujeres chinas no se les permitía salir de casa para trabajar o
estudiar. Pero nuestra protagonista, tal vez confiando en que el futuro le depararía algo
misterioso, se sentía empujada a salir de las cuatro paredes de su casa.
Cuando Yingtai expresó su deseo de estudiar junto con los chicos, sus padres se opusieron
rotundamente y le recriminaron que lo que se proponía hacer era una vergüenza para una
señorita de su posición. Además, su padre le advirtió que las escuelas no admitían a alumnas.
Pero nada de lo que le dijeron sus padre logró disuadirla. Tras disfrazarse de hombre, Yingtai
visitó a sus padres. Ninguno de los dos la reconoció y en ningún momento se les pasó por la
cabeza que aquel apuesto joven que tenían delante era su hija. Entonces, les pidió permiso
para ir a estudiar con los demás chicos y, finalmente, los dos ancianos se lo dieron.
Acompañada por una sirvienta llamada Yinxin disfrazada también de hombre, Yingtai
abandonó su hogar y se dirigió a Hangzhou para estudiar en la famosa Escuela Nishan. En el
camino se sentía muy alegre y tenía la sensación que el bello paisaje le sonreía a cada paso.
Quiso la casualidad que Yingtai conociera a Shanbo, un apuesto
muchacho que se dirigía a la misma escuela. Muy contentos, ambos se pusieron a charlar y
pronto se convirtieron en buenos amigos.
En la Escuela Nishan, los dos estaban siempre juntos. Pero Shanbo no sabía que su mejor
"amigo" en realidad era una mujer y Yingtai hacía todo lo posible por que nadie descubriese
su secreto. Un día la joven cayó enferma; su fiel amigo quería velarla toda la noche para
cuidarla, pero ella, temerosa de que descubriera su secreto, no se lo permitió.
Cuando vivía con sus padres, Yingtai no mostraba el menor interés por bordar; sin embargo,
en la Escuela Nishan siempre remendaba la ropa de su amigo. Yingtai fue enamorándose de
aquel joven pobre pero aplicado. Este, por su parte, después de tres años compartiendo la
alegrías y los sinsabores de la vida y el estudio, llegó a considerar a la joven un amigo íntimo
del que no quería separarse.
Pero al final, de forma inesperada, llegó la separación. Yingtai recibió una carta de su padre
en la que le decía que su madre, gravemente enferma, quería verla. Respondiendo a su deber
de buena hija, decidió volver. Aunque al despedirse se sintieron algo tristes, ambos confiaban
en que pronto volverían a encontrarse. En el momento de decirse adiós, Yingtai le insinuó que
no era un hombre, sino una mujer; pero Shanbo no captó la insinuación.
Quizá se pregunten por qué Yingtai no le declaró abiertamente su amor. La respuesta es que
en la antigua sociedad feudal china no se concebía que las mujeres expresaran este
sentimiento; lo único que se esperaba de ellas era que aceptaran sin rechistar el destino que
les preparaban sus padres o sus hermanos. Se comprende así que Yingtai no encontrara el
valor necesario para declararse a su amado. Pero nuestra inteligente protagonista contó la
verdad a la esposa de su maestro, una bondosa mujer que decidió ayudarla.
Postrada ante la tumba de Shanbo, Yingtai lloró amargamente y recordó los felices momentos
pasado en su compañía en la Escuela Nishan. De pronto, se desató un vendaval con truenos y
relámpago y la tierra se abrió. Sin pensárselo dos veces, la joven se arrojó a la tumba donde
descansaba su fiel amado. Cuando la tierra volvió a cerrarse, los presentes vieron a dos bellas
mariposas que levantado el vuelo desde la tumba se dirigen hacia la lejanía.