Libro Fábulas
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La liebre y la tortuga La liebre, en cambio, viendo que había dejado muy atrás a
su competidora, se echó a descansar al borde del camino.
Aburrida, de pronto se quedó dormida. Cuando despertó,
Cierto día una liebre se burlaba de una tortuga: partió nuevamente a toda carrera hacia la meta. Pero al
–Qué patas tan cortas tienes –le decía, riendo–. Qué llegar a ella, la tortuga la esperaba sonriendo.
lento caminas; ¡si apenas te mueves!
Con paciencia y constancia se logra tener éxito en lo
Sin molestarse, la tortuga le replicó:
que uno se propone.
–Tal vez tu corras más rápido que el viento. Pero a
pesar de ello, te apuesto a que te gano una carrera.
Qué más quería la liebre. Aceptó de inmediato el desafío.
Ya en sus marcas, ambas partieron al mismo tiempo.
Pacientemente, la tortuga caminaba y caminaba sin parar.
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El gato y los dos canarios
Un gato y un canario tenían la misma edad y habían
vivido juntos desde que nacieron. El gato en su canasto,
y el canario en su jaula.
Al canario le gustaba hacer rabiar al gato. Lo llamaba,
sacaba la cabecita y le daba un picotón. Era un juego, así –¿Cómo? –exclamó–. ¿Este desconocido ha venido a
es que el gato jamás sacaba sus uñas y lo perdonaba. Por provocarnos y se atreve a insultar a mi amigo?
algo eran amigos. Y furioso, atrapó y devoró al canario intruso.
Cierto día llegó hasta la jaula del canario otro canario. –¡Caramba! –recapacitó luego el gato–. ¡Qué sabrosos
Se había escapado de una casa y muy luego se hizo amigo son los canarios!
tanto del gato, como del canario cautivo. Lo pasaban muy Y tras este pensamiento, se comió también al otro canario.
bien, hasta que entre los dos pajaritos surgió de pronto
una diferencia, y ambos se pelearon. El gato no vaciló en Debemos cuidar que un tercero quiebre una buena
tomar partido: amistad.
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El león y el ratón
Cuando salía deslumbrado de su cueva, un ratoncito
cayó entre las garras de un león. El rey de los animales,
demostrando quién era, le perdonó la vida. Su acto de
generosidad no fue perdido, porque ¿quién hubiera creído
que el león pudiera deberle un favor a un simple ratoncito?
Sucedió que unos días más tarde, cuando el león salió
de caza, cayó en las redes de una trampa. Pese a sus
garras y a sus furiosos rugidos, el rey de los animales no
lograba deshacerse de las cuerdas que lo apresaban.
–¡Socorro! –rugía el león, angustiado–. ¡Ayúdenme!
El ratoncito, que oyó su llamada, acudió en su ayuda.
Trabajó y trabajó tan bien con sus dientes, que logró
debilitar las cuerdas de la trampa. Esto le permitió al león
terminar de romperlas y quedar libre.
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La cigarra y la hormiga
Una cigarra se dedicó el verano entero a cantar. Cuando
llegó el invierno, se encontró sin nada que comer: ni una
mosca, ni un grano, ni siquiera un gusanito.
Fue entonces a visitar a su vecina, la hormiga, y le pidió
que le prestara algunos granos hasta que pasara el frío.
–Entonces te pagaré –le dijo la cigarra– el doble de lo
que me has prestado.
Pero como a la hormiga no le gustó el trato, le preguntó:
–¿Qué hiciste en los meses de verano?
–Me dediqué a cantar noche y día –repuso la cigarra.
–¡Así es que cantabas! ¡Qué fresca eres! Ahora dedícate
a bailar, amiga mía.
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La tórtola y la hormiga En eso pasaba por ahí un cazador. Al ver a la tórtola,
preparó su escopeta para cazarla. Pero mientras le
apuntaba con su arma, la hormiga, que se había salvado,
Una tórtola bebía a orillas de un arroyo. De pronto sintió lo picó en un tobillo, haciéndolo que errara el tiro.
unos gritos: La tórtola pudo entonces emprender el vuelo.
–¡Auxilio, auxilio! ¡Me ahogo!
Hay que corresponder siempre a los favores
Los gritos los daba una hormiga que, arrastrada por la
que se reciben. Hay que ser agradecido.
corriente, intentaba ganar la orilla.
–¡Allá voy! –le gritó entonces la tórtola, y le arrojó una
brizna de hierba.
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El león y los tres bueyes
Había una vez tres bueyes que eran amigos y pastaban
siempre juntos. Y había también un león que quería
comérselos, pero como los bueyes nunca estaban solos,
no se atrevía a atacarlos.
–Por mucha hambre que tenga –se decía el león–, no
me siento capaz de luchar con los tres.
Después de mucho pensarlo, decidió buscar una forma
para que se pelearan entre ellos. “Con esta treta –pensó
astutamente el león– lograré que dejen de ser amigos y
se separen”.
Y así lo hizo. Con pérfidas palabras y hábiles engaños
logró indisponer a los tres amigos. Enojados, los tres
bueyes se fueran a pastar cada uno por su lado.
Entonces el león los atacó de a uno por uno, y los fue
devorando uno tras otro.
Hay que mantenerse unido a la familia y a los
amigos, y no permitir que deshagan esa unidad.
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El león y la liebre El león no pudo alcanzar al liviano y rápido cervatillo.
Cansado, decidió regresar en busca de la liebre dormida.
Pero no la encontró en parte alguna. Se tomó, entonces,
Uno de esos días un león sorprendió a una liebre la cabeza entre las patas, y rugió de rabia.
durmiendo muy tranquila. –Esto me pasa por ambicioso –rugía–. Tenía segura a
Pero cuando estaba a punto de devorarla, vio pasar a la liebre y la dejé ir, creyendo que podía conseguir una
un cervatillo. presa mucho más sabrosa.
–Este es mucho más apetitoso– se dijo el rey de la
Más vale pájaro en la mano, que cien volando.
selva, y empezó a perseguirlo.
La pesada carrera del león tras el cervatillo despertó a
la liebre. Asustada, esta exclamó:
–¡El león puede volver a buscarme!– y huyó a todo lo
que daban sus patas.
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La zorra y las uvas
Desde un parrón, las uvas colgaban en hermosos y
maduros racimos. Pasó por allí una zorra que estaba
sedienta y muerta de hambre. Al ver las uvas se detuvo,
deseosa de atraparlas.
–¡Qué jugosas y apetitosas se ven! –se dijo–. Pero,
¿cómo las agarro? Están muy altas.
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El pastor que anunciaba al lobo
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Los dos conejos “Pues, ¿qué son?”
–“Podencos”.
pillan descuidados
a mis dos conejos,
“¡Qué! ¿Podencos dices?”. los que por cuestiones
Por entre unas matas, “Sí, como mi abuelo”. de poco momento
“¿Qué ha de ser? – “Galgos y muy galgos, dejan lo que importa,
seguido de perros
responde–. bien visto los tengo”. llévense este ejemplo.
(no diré corría),
Sin aliento llego… “Son podencos; vaya
volaba un conejo.
Dos pícaros galgos que no entiendes de eso”. No hay que quedarse
De su madriguera
me vienen siguiendo”. “Son galgos, te digo”. en asuntos de poca
salió un compañero
“Sí –replica el otro–, “Digo que podencos”. importancia, olvidando
y le dijo: “Tente,
por allí los veo… En esta disputa el asunto principal.
amigo, ¿qué es esto?”.
Pero no son galgos”. llegando los perros
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La gallina de los huevos de oro
Érase una gallina que ponía
un huevo de oro al dueño cada día.
Aun con tanta ganancia descontento
quiso el avariento
descubrir de una vez la mina de oro,
y hallar en menos tiempo más tesoro.
La mató, le abrió el vientre de costado,
pero, después de haberla registrado,
¿qué sucedió? Que muerta la gallina,
perdió su huevo de oro y no halló mina.
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La ardilla y el caballo El paso detiene entonces
el buen potro y, muy formal,
Yo me afano,
mas no en vano;
en los términos siguientes sé mi oficio,
Mirando estaba una ardilla y destreza respuesta a la ardilla da: y en servicio
a un generoso alazán, no me espanto, “Tantas idas de mi dueño
que, dócil a espuela y rienda, que otro tanto y venidas, pongo empeño
se adiestraba a galopar. suelo hacer, y acaso más. tantas vueltas de lucir mi habilidad”.
Viéndolo hacer movimientos Yo soy viva, y revueltas,
tan veloces y a compás, soy activa; quiero, amiga, Algunos se esfuerzan por
de este modo le dijo me meneo, que me diga: hacer cosas inútiles,
con muy poca cortedad: me paseo; ¿son de alguna utilidad? como si fueran importantes.
“Señor mío, yo trabajo,
de este brío, subo y bajo,
ligereza no me estoy quieta jamás”.
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Los dos amigos y el oso de hallarle sin lesión alguna,
y al fin le dice: “Sepas que he notado
A dos amigos se apareció un oso: que el oso te decía algún recado.
el uno, muy miedoso, ¿Qué pudo ser?” “Te diré lo que ha sido;
en las ramas de un árbol se asegura; estas dos palabritas al oído:
el otro, abandonado a la ventura, Aparta tu amistad de la persona
se finge muerto repentinamente. que si te ve en peligro te abandona.
El oso se le acerca lentamente;
pero como este animal, según se cuenta,
de cadáveres nunca se alimenta,
sin ofenderlo lo registra y toca,
huélele las narices y la boca;
no le siente el aliento,
ni el menor movimiento;
y así, se fue diciendo sin recelo:
“Este está más muerto que mi abuelo”.
Entonces el cobarde,
de su gran amistad haciendo alarde,
del árbol se desprende muy ligero,
corre, llega y abraza al compañero,
pondera la fortuna
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El burro y el cochino
Envidiando la suerte del cochino,
un burro maldecía su destino.
“Yo, decía, trabajo y como paja;
él come harina, berza, y no trabaja;
a mí me dan de palos cada día;
a él le rascan y halagan a porfía”.
Así se lamentaba de su suerte;
pero luego que advierte
que a la pocilga una gente avanza,
con gesto de matanza,
armada de cuchillo y de caldera,
y que con maña fiera
dan al gordo cochino fin sangriento,
dijo entre sí el jumento:
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