COR IESU - Meditación - 2 - Cristo Rey
COR IESU - Meditación - 2 - Cristo Rey
COR IESU - Meditación - 2 - Cristo Rey
1. Este domingo cerramos el año litúrgico con la Solemnidad de Jesucristo, Rey del
Universo. Para toda la Iglesia, y especialmente para vosotras, consagradas de Cor
Iesu, es una fiesta importante. Sí, Jesús es Rey. Lo afirma él mismo en el
Evangelio y nosotras lo creemos firmemente: «Eres, Señor, mi Rey y mi Dios, mi
cielo, mi vida y mi todo» ¿Pero qué tipo de realeza es la tuya tan distinta a la que
nos podemos imaginar? Este tiempo de adoración eucarística se convierte en
ocasión privilegiada para contemplar su realeza, para reconocerla, para adorarla, y
que ésta, poco a poco, vaya impregnando cada vez más nuestra vida.
2. Jn 18, 33-37:
Pilato volvió a entrar en el palacio, llamó a Jesús y le preguntó: «¿Eres tú el Rey
de los judíos?» Jesús le dijo: «¿Eso lo preguntas tú de tu propia cuenta o porque
otros te lo han dicho de mí?» Le contestó Pilato: «¿Acaso yo soy judío? Los de tu
nación y los jefes de los sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?»
Jesús le contestó: «Mi reino no es de este mundo. Si lo fuese, mis servidores
habrían luchado para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi reino no es
de aquí». «¿Así que tú eres rey?» Jesús le contestó: «Tú lo has dicho: soy rey. Yo
nací y vine al mundo para decir lo que es la verdad. Y todos los que pertenecen a
la verdad, me escuchan.»
3. Pongámonos hoy a la escucha de este rey tan singular y preguntémosle: ¿Qué rey
eres tú, Jesús? ¿Qué rey quieres ser para mí? ¿Qué realeza me invitas a abrazar?
¿Qué reino inauguras en mi vida? No hay respuestas de manual para estas
preguntas… Es en el encuentro personal con Cristo donde él nos va a revelar la
verdadera naturaleza de su realeza. Quiere hacerlo, desea hacerlo, pero nos pide
nuestro consentimiento hoy: «Estoy a la puerta y llamo. Si escuchas mi voz y me
abres, entraré y cenaremos juntos.» Es un camino arduo, el del corazón, pero es el
único capaz de transformarnos por dentro. Es en ese diálogo de amor, que tiene
lugar en lo profundo del corazón, donde la realeza que recibimos en el bautismo
se renueva y actualiza. Junto a Jesús, más aún si es nuestro esposo, nosotros
recibimos también su realeza. Pero una realeza que no es de este mundo. Una
realeza que no responde a la lógica del poder y del sometimiento, sino a la lógica
del amor y del servicio. Más aún, es la realeza del amor que se da hasta el
extremo. Del amor que se da hasta la muerte. Dejémonos, pues, amar. Sin más.
Dejémonos abrazar hoy por este rey cuyas manos extendidas en la cruz buscan
una correspondencia que es fuente de felicidad y de paz para quien accede a ella.
4. Podemos, esta mañana, escoger una pasaje o una escena de la vida de Jesús y
contemplar en ella su realeza. Dos signos la acompañan siempre: humildad y
pobreza. Desde Belén hasta la Cruz. Incluso cuando realiza milagros, intenta
pasar desapercibido, huyendo del intento del pueblo de ser erigido como rey. «Mi
Reino no es de este mundo», nos dirá después. Su trono será la cruz, su corona,
las espinas, su cetro, los clavos… Todo un Dios, por quien fueron creadas todas
las cosas, soberano de todo el universo, colgado de un madero. En el escándalo de
la cruz Jesús nos revela el sentido más profundo de su realeza: el de un Dios
locamente enamorado de los hombres que se entrega totalmente por amor, para
manifestarnos su amor y nos decidamos por fin a entrar en el Reino del amor:
«Me amó y se entregó por mí.»
5. O podemos también, simplemente, sin palabras, contemplar la Eucaristía. Un rey
que se hace ofrenda, entrega, sacrificio… un rey que se hace pan. «Este es mi
Cuerpo, entregado por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los
pecados.» Realmente Jesús es un rey que no es de este mundo. En la Eucaristía
late el corazón de Jesús, pobre y humillado, amor que se da hasta el extremo y
que clama: «Tanto te he amado que me he entregado por tu amor, para que tengas
vida y vida en abundancia.»