Pacífico - Tesis

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UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES

FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS


TESIS DE LICENCIATURA EN CIENCIAS ANTROPOLÓGICAS

“Más allá del programa”. Políticas estatales, mujeres y vida cotidiana en el


Gran Buenos Aires

Tesista: Florencia Daniela Pacífico

DNI. 34.152.759.

Directora: Dra. María Inés Fernández Álvarez

Buenos Aires

Junio de 2016
Agradecimientos
Esta tesis fue posible gracias a la ayuda y el afecto de muchas personas.

No me alcanzan las palabras para expresar mi gratitud hacia “las chicas del Ellas Hacen”, sus familias,
vecinos/as y amistades. Quedo en deuda con todos/as ellos/as por la confianza y el respeto con el
cual respondieron a mis acercamientos. Agradezco especialmente el cariño y la predisposición de
Lorena, Valeria, Rebecca, Fiamma, Elías, Iara, Paola, Vanesa y las Carinas. Otro “gracias” enorme
para Claudia, Cintia, Patricia, Gabriela, Lorena, Natalia, Yamila, Luli y Haydeé. Los compañeros/as
de “la comu” me dieron el privilegio de compartir su militancia territorial. Gracias a Gonzalo, Pablo,
Alejandro y Marcelo, por cada uno de los intercambios que tuvimos, muchos de los cuales no caben
en estas páginas.

A mi directora, María Inés Fernández Álvarez por las lecturas y relecturas atentas. Por sus
comentarios y sugerencias que enriquecen día a día mi formación como antropóloga. Por
trasmitirme la confianza en que es posible hacer investigación de forma comprometida, sincera y
con voz propia.

A mis compañeros del equipo de investigación les agradezco por los intercambios y aportes en las
reuniones y por prestar siempre oído a mis inquietudes. Este trabajo es algo mucho más divertido
con ellos. Gracias a Leila Litman, Dolores Señorans, Paz Laurens, Santiago Sorroche, Victoria
Taruselli, Cecilia Espinosa y Silvana Sciortino.

Agradezco a la Universidad de Buenos Aires por permitirme formarme en una universidad pública,
gratuita y de calidad.

A los integrantes de la materia Antropología Sistemática I, Cátedra Grimberg por darme lugar a
aprender junto al equipo docente y en el intercambio con estudiantes. Un agradecimiento especial
a Sandra Wolanski, por su generosidad en compartirme los resúmenes de sus clases. Y a Estefanía
Bernardini, por ser tan compañera.

La antropología me permitió cosechar grandes amistades. Gracias a Lu Rodriguez Bustamante por


todos los trampolines. A Flor Abons que siempre estuvo dispuesta a reflexionar conmigo. A Nico
Maiello por el ánimo, la confianza y el humor.

1
Gracias a Juli Greco, por la incondicionalidad de su amistad, combinación perfecta de justicia y
pasión. No hay casi momentos de la vida en los que ella no esté presente y esta tesis no es la
excepción. A Ursu Pose y Guille Castro por el aguante de siempre, la diversión y el afecto.

A los Embelesados por el clown, por quitarle solemnidad a una buena parte de los ratos fuera de la
tesis. Gracias a Gise, Tere, Dari, Silvia, Anabel, Sergio, Javi, Martin, Rafa, Walter, Bea, Marga, Rosana
y Anita. Al maestro, Claudio Martínez Bel por compartirme su pasión por el ridículo y por su
búsqueda de la verdad.

A mi papá Oscar por la primera baldosa del próximo patio. A mi mamá Adriana por la atención con
la que escucha cada uno de mis miedos, dudas e incertidumbres. A ambos por su confianza en mí.
A mi hermana Natalia por acompañar siempre y escuchar mis inquietudes. A mi tía Luisa, por
fomentar mi interés por “lo social”.

A Andrés, por la ternura infinita, el apoyo ante cada temor y por creer siempre en mí. Por la sonrisa
enorme con la que inaugura cada uno de mis días, por el presente que construimos y las alegrías
que vendrán.

2
“Más allá del programa”. Políticas estatales, mujeres y vida cotidiana
en el Gran Buenos Aires.
“Más allá del programa”. Políticas estatales, mujeres y vida cotidiana en el Gran Buenos Aires ...... 0
Agradecimientos ................................................................................................................................. 1
Introducción ........................................................................................................................................ 5
Mujeres y políticas de “inclusión social” ....................................................................................... 15
Acerca de los referentes conceptuales y el enfoque .................................................................... 18
El trabajo de campo ...................................................................................................................... 22
Estructura de la tesis ..................................................................................................................... 24
Capítulo 1: “Los jueves tenemos cooperativa” Compartir los problemas, meterse en política. ...... 26
Introducción .................................................................................................................................. 26
Cooperativas “protegidas” ............................................................................................................ 31
“Los jueves tenemos cooperativa”: “Mujeres Valientes” en Tres de Febrero.............................. 35
“Ir más allá del plan”: Laura y Comunidad Organizada ................................................................ 43
Reflexiones finales......................................................................................................................... 52
Capítulo 2: “No todas participan igual”. Asistir, cumplir y comprometerse. .................................... 57
Introducción .................................................................................................................................. 57
“Nos da bronca que no vengan” ................................................................................................... 62
¿Somos (des)unidas?..................................................................................................................... 69
¿Y dónde están las que no están? ................................................................................................. 79
Reflexiones finales......................................................................................................................... 85
Capítulo 3: Mujeres Pulpo. Cuidar, estudiar, “participar”. ............................................................... 88
Introducción .................................................................................................................................. 88
“¡Somos pulpos!” .......................................................................................................................... 93
Entre el cuidado y el programa: ir “negociando algo” .................................................................. 98
Hacer todo por los demás, hacer algo para mí ........................................................................... 102
Reflexiones finales....................................................................................................................... 108
Reflexiones finales........................................................................................................................... 113
Del programa a las vidas cotidianas ............................................................................................ 113
La creación cotidiana de las cooperativas................................................................................... 113
Definiciones y entramados en torno a “la política” .................................................................... 116
Cuidados y relaciones de género ................................................................................................ 120

3
Bibliografía ...................................................................................................................................... 124

4
Introducción
En el año 2003 se pusieron en marcha en nuestro país un conjunto de líneas de
intervención estatales que buscaron promover la “inclusión social”1, orientándose hacia la
generación de empleo a partir del trabajo asociativo (Hopp, 2013) y el fomento de la
economía social (Hintze, 2007; Massetti, 2011). Como parte de este proceso, se diseñaron
e implementaron distintos programas sociales que estimularon la conformación de
cooperativas de trabajo, otorgando créditos y subsidios a sus integrantes. Entre estas
políticas se destacaron las iniciativas del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación-
MDSN- tales como el programa Manos a La Obra (2003) y el programa de Ingreso Social con
Trabajo “Argentina Trabaja” 2, (2009). En el marco de este último es que en el año 2013, se
lanzó el programa “Ellas Hacen”, una línea de intervención específicamente dirigida a
mujeres desocupadas que percibieran la Asignación Universal por Hijo (AUH)3, priorizando
madres de “familias numerosas”, con hijos/as discapacitados o que sufrieran violencia de
género.4 Las inscriptas en el programa conforman cooperativas de trabajo, reciben un
ingreso monetario mensual y asisten a capacitaciones y actividades de terminalidad
educativa. Según informes del MDSN el Ellas Hacen ha alcanzado luego de dos años de su
lanzamiento, unas 98.876 beneficiarias de las cuales un 56,4% se encuentran en la Provincia
de Buenos Aires.5

1 La utilización de comillas indica palabras o expresiones que corresponden a categorías sociales (Rockwel, 2009)
2 El “Argentina Trabaja” fue lanzado en 2009 con el objetivo de fomentar el consumo popular y el mercado interno
mediante la conformación de cooperativas de trabajo que realizaron trabajos vinculados a la obra pública, la construcción
de viviendas y el mejoramiento de espacios públicos. El Programa Manos a la obra había sido implementado previamente
y consistió en la entrega de subsidios para la compra de insumos y equipamiento a cooperativas, emprendimientos
individuales y familiares y asociaciones que desarrollen proyectos productivos.
3 La Asignación universal por hijo para la protección social consiste en la transferencia mensual de un ingreso monetario

según cantidad de hijos/as menores a cargo. Está destinada a niños/as cuyos padres o madres estén desocupados/as,
trabajen en la economía informal con ingresos iguales o inferiores al Salario Mínimo, Vital y Móvil, sean monotributistas
sociales, o beneficiarios/as de algún programa social entre los que se encuentran el Argentina Trabaja, Ellas Hacen, Plan
Manos a la obra y Plan Jóvenes por más y mejor trabajo. Para acceder a la totalidad de este beneficio, se requiere la
acreditación anual de la escolarización y los controles de salud de los/as menores (Fuente: www.anses.gob.ar. Fecha de
consulta: 23 de noviembre de 2015). Si bien este beneficio puede ser percibido por la madre o el padre, diversos estudios
han resaltado la presencia mayoritariamente femenina en su titularidad (Goren, 2012; Cena, 2014; Pautassi, Arcidiacono,
Straschnoy, 2012, Grassi, 2013, Gómez Martin, Del Rio Fortuna y Pais Andrade, 2013)
4 Mediante la resolución 2176 del año 2013, el MDSN define a “familias numerosas” como aquellas que tengan tres o más

hijos a cargo.
5 “Fuente: Situación actualizada de titulares de la línea Ellas Hacen, perfil de los titulares y aspectos evaluativos al primer

semestre 2015. Disponible en http://www.desarrollosocial.gob.ar Fecha de consulta: 23 de Noviembre de 2015

5
Entre noviembre y diciembre de 2014 inicié mi trabajo de campo con mujeres
inscriptas en el programa Ellas Hacen en dos distritos del conurbano bonaerense. Cabe
destacar que mi vínculo con el programa de Ingreso Social con Trabajo había comenzado
dos años antes, cuando ingresé como trabajadora “territorial” en el Instituto Nacional de
Asociativismo y Economía Social (INAES), experiencia laboral que se prolongó hasta
septiembre de 2014. Como “tutora” y “facilitadora territorial” había participado de algunas
actividades concretas relacionadas con el programa, tales como reuniones informativas con
personas inscriptas en él y la formalización de las cooperativas de trabajo.6 Si bien mis
funciones en el INAES no estaban específicamente ligadas al Ellas Hacen, gracias a esta
experiencia laboral conocí algunos aspectos de cómo el programa era concebido y puesto
en práctica por funcionarios estatales. Mi tránsito por el INAES me permitió conocer no sólo
parte del “discurso oficial” y los fundamentos de las políticas promovidas por el Ministerio,
sino también algunas especificidades que hacían a la cotidianidad de una agencia estatal.
Me llamó especialmente la atención el modo en que el trabajo en el Estado era pensado
como una forma de militancia, categoría a la que se le adjudicaban sentidos y prácticas
diversas y que de algún modo permeaba las interacciones entre funcionarios estatales y
“beneficiarias” de los programas sociales. Estas inquietudes me motivaron a formular
algunas preguntas iniciales acerca de los diversos modos en que las políticas orientadas
hacia el fomento de “la economía social”, se definían y reinventaban en el marco de las
interacciones cotidianas que quienes trabajaban en el Estado entablaban con las personas
definidas como sus “destinatarias”. Mi trabajo de campo- centrado en las experiencias
cotidianas de las “destinatarias”- me permitió profundizar en algunos de estos
interrogantes surgidos a partir de dicha experiencia laboral.

Mis reflexiones se nutrieron también del diálogo con los avances realizados por el
equipo de investigación que integro desde comienzos del 2013 y que ha venido analizando

6Las cooperativas conformadas en el marco del programa Ellas Hacen y el programa Argentina Trabaja son formalizadas
mediante la resolución 3026/09, que estableces la rápida salida administrativa para las entidades creadas en el marco de
programas sociales. Para concretar esta formalización, se realizaron asambleas constitutivas en las que, luego de que
capacitadores del INAES coordinasen una charla acerca de algunos aspectos del funcionamiento de las cooperativas, los
socios votaban a las autoridades del consejo administrativo. Funcionarios estatales del INAES y del MDSN colaboramos
en la realización de formularios y estatutos que los/as integrantes de las cooperativas debían firmar. Volveré sobre este
asunto en el capítulo 1.

6
las dinámicas políticas de sectores subalternos y sus modos de relación con formas de
dominación y gobierno en las que intervienen agencias estatales, ONGs, empresas privadas
y organismos de cooperación internacional.7 En septiembre del 2014, en el marco de este
proyecto de investigación más amplio, obtuve una Beca Ubacyt de doctorado y, tras
renunciar a mi trabajo en el INAES, me contacté con las presidentas de dos cooperativas
conformadas en el marco del programa Ellas Hacen en los distritos de Tres de Febrero y
Moreno. El proyecto que guiaba mi acercamiento tenía como objetivo conocer las prácticas
cotidianas de estas mujeres en espacios de formación y trabajo propuestos por un
programa social. Mi interés se orientaba a comprender la forma en que estas prácticas
permeaban las experiencias cotidianas de estas mujeres, poniendo el foco en sus relaciones
con representantes de agencias estatales y entes ejecutores. Antes de contactarme con las
presidentas de las cooperativas, mantuve una reunión con un funcionario del MDSN y
accedí a documentos, cuadernillos de formación e informes de avance elaborados por la
gestión del programa. A partir de los datos que obtuve en esta exploración preliminar,
formulé preguntas de investigación iniciales. Una cuestión que había captado mi atención
era que, desde la perspectiva del MDSN, la incorporación de las “beneficiarias” en distintos
espacios de capacitación era formulada con el propósito de fomentar el desarrollo de una
formación integral en “ciudadanía urbana”, en pos del “empoderamiento” de las mujeres e
incorporando una perspectiva de género como eje transversal.8 Me pregunté entonces
cómo se reconstruían las categorías de “mujer” y “ciudadanía” en los espacios de formación
y trabajo en que participaban las beneficiarias. Mi interés apuntaba hacia analizar el modo
en que el contenido y la formulación del programa se actualizaban y redefinían en las
prácticas cotidianas, poniendo el foco en los sentidos y prácticas de las integrantes de las
cooperativas y en sus formas de vinculación con funcionarios estatales.

7Se trata de los proyectos UBACYT “Etnografía de procesos de organización colectiva del trabajo en sectores subalternos:
entre lógicas racionales, prácticas creativas y dinámicas políticas” Programación 2014-2017 y PIP “Estado, sectores
subalternos y vida cotidiana. Etnografía de procesos políticos colectivos vinculados al trabajo, la tierra y la vivienda”.
Ambos dirigidos por la Dra. María Inés Fernández Álvarez.
8 1er informe, antecedentes, evaluación y primera etapa de Ellas Hacen”, página 52. Disponible en

http://www.desarrollosocial.gob.ar . Fecha de consulta 03/07/2015

7
Con estas inquietudes en mente me contacté con las presidentas de las cooperativas
“Mujeres Valientes”, en Tres de febrero y “Nuevos Rumbos”9 en Moreno. Ambas
cooperativas estaban conformadas por un promedio de 30 mujeres de entre 23 y 55 años,
que en su mayoría eran habitantes de barrios cercanos y venían cursando capacitaciones y
estudios formales en el marco del programa. Compartir su cotidianidad me fue llevando a
reformular mi problema inicial.

En primer lugar, fui reconstruyendo las modalidades de ingreso al programa a partir


de lo que me comentaron las mujeres en conversaciones informales. Según ellas
reconstruyeron, “se anotaron” en el programa porque lo escucharon de algún conocido,
recibieron un volante por debajo de sus puertas o fueron avisadas en las escuelas a las que
asistían sus hijos/as. En este sentido, era frecuente que ellas remarquen que su inscripción
en el programa, no se había dado a partir de vínculos previos que ellas considerasen
“políticos” ni en el marco de su involucramiento en alguna organización social.
Casi la totalidad de estas mujeres se encontraban cobrando la AUH y en algunos casos, eran
también “beneficiarias” de otros programas sociales como el Plan Más Vida y el Plan
Nacional de Seguridad Alimentaria. Era frecuente que intercambiasen información acerca
del cobro de estos programas, interrogándose mutuamente acerca de si ya habían
“cargado” la tarjeta bancaria correspondiente.10 Según funcionarias del MDSN con las que
había tenido oportunidad de conversar, la selección de “beneficiarias” del programa Ellas
Hacen se había realizado en dos etapas: una pre inscripción, en la que se tomaron datos y
documentación de quienes solicitaran ingresar y una segunda etapa en la que, a partir de
criterios de selección establecidos previamente, se definieron quienes serían las
“beneficiarias”, considerando quienes se encontrasen en una situación de “mayor
vulnerabilidad social”. Para establecer este parámetro se tuvieron en cuenta los casos de

9
Los nombres de las cooperativas y de las personas que aparecen en esta tesis han sido modificados para preservar su identidad,
siguiendo los acuerdos establecidos durante el trabajo de campo.
10
Una de las particularidades de las políticas implementadas en la última década ha sido que la transferencia de ingresos se realiza
mayoritariamente a partir de tarjetas bancarias. En muchos casos, como en el pasaje del Plan Vida al Plan Más Vida, la entrega de
mercadería ha sido suplantada por la transferencia de dinero equivalente al monto necesario para comprar dichos insumos.

8
“violencia de género”11, la cantidad de hijos, situación de salud, educación y habitacional.
Esta metodología de selección de las beneficiarias fue presentada por los funcionarios/as
como muestra de la “transparencia” en el manejo del programa.

En segundo lugar, fui registrando que durante el periodo que realicé mi trabajo de
campo, las integrantes de las cooperativas se encontraban participando de distintas
actividades de formación que incluían tanto la terminalidad de los estudios primarios y/o
secundarios como otras capacitaciones en oficios y reflexión temática. Percibí que, además
de los estudios formales, existía una gran variedad de instancias formativas propuestas para
las inscriptas en el programa, las cuales variaban de distrito en distrito y muchas veces
implicaban la existencia de convenios con universidades, sindicatos y otros organismos del
Estado nacional.12 La asistencia a la mayoría de estas capacitaciones era de carácter
obligatorio y las presidentas de cada cooperativa se encargaban de dejarla asentada en
planillas que eran entregadas al Centro de Atención Local (CAL)13. Así, las integrantes de las
cooperativas debían cumplir con distintas actividades orientadas a su formación como
requisito para acceder al ingreso monetario mensual. Una de estas capacitaciones llevaba
el nombre de “Género y proyectos de país” y consistía en encuentros semanales de entre
dos y tres horas, coordinados por un/a tallerista del MDSN, en los que se llevaba a cabo la
reflexión temática en torno a tres módulos: Género, Economía Social y Comunicación.

11 Desde la perspectiva de los funcionarios del MDSN, se entendía violencia de género mayormente a las situaciones de violencia física,

psicológica o económica al interior de la pareja. Se daba constancia de estar sufriendo esta situación mediante la presentación de
certificados psicológicos o entregando copia de denuncias realizadas.
12 Entre estas capacitaciones se incluían distintas instancias de formación destinadas a la promoción de aspectos básicos
del derecho y acceso a la educación y salud, oficios tales como prevención de adicciones en convenio con SEDRONAR,
cursos de plomería e instalación de agua dictados por el Ente Nacional de Obras Hídricas y Saneamiento, talleres de
cooperativismo y trabajo grupal a traés de la Universidad de Buenos Aires, talleres de “Seguridad en el Hogar” dictados
por la UOCRA, una Diplomatura en Género y Prevención de Violencia que estaba a cargo del Consejo Provincial de la
Mujer, una Diplomatura en Agroecología, Urbanismo y Hábitat popular desarrollada por el INTA y una capacitación en
promoción de la salud. Además, se desarrollaron un conjunto de talleres artísticos y de oficios en áreas como el cine, el
teatro, la serigrafía, encuadernación, armado de muñecos, herrería, entre otros. Fuente: Situación actualizada de titulares
de la línea Ellas Hacen, perfil de los titulares y aspectos evaluativos al primer semestre 2015. Disponible en
http://www.desarrollosocial.gob.ar Fecha de consulta: 23 de Noviembre de 2015. La terminalidad de los estudios formales
primarios y secundarios se desarrollaba en el marco del programa de Finalización de Estudios Secundarios (FinEs). Este
programa fue creado en 2010 y está dirigido a jóvenes y adultos que no hayan terminado sus estudios formales y consiste
en un Bachiller de 3 años de duración con una regularidad de tres veces semanales.
13 13 Los Centro de Atención Locales (CAL) son dependencias del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación que están ubicadas en los

Municipios. Sus funcionarios son comúnmente el principal representante del Estado Nacional que los y las inscriptos/as en los programas
sociales que dependen del Ministerio tienen como interlocutor cotidiano. Allí se dirigen, entre otras cosas, a realizar preguntas acerca de
los cobros, trámites para justificar inasistencias o pedir licencias.

9
Según un informe realizado por el MDSN, a dos años del lanzamiento del programa, el 44%
de las mujeres inscriptas en él en la Provincia de Buenos Aires había participado de estos
talleres, representando el segundo taller de mayor cobertura entre las distintas
capacitaciones.14 Fui registrando que durante las capacitaciones, los/as talleristas
proponían actividades que promovieran la reflexión en torno a roles de género y derechos
de las mujeres. Muchas veces, esta propuesta propiciaba que se compartieran experiencias
personales relacionadas con la crianza de sus hijos/as, vínculos de pareja, trayectorias
laborales o situaciones acontecidas en instituciones de salud y educación. Estos talleres
promovían un espacio de encuentro e intercambio de problemas y consejos, el cual muchas
veces se prolongaba por fuera del taller. Sin embargo, era frecuente que “cumplir” y
“participar” de las actividades requeridas por el programa presentase un desafío difícil de
alcanzar, atravesado por situaciones de la vida cotidiana vinculadas al cuidado de los hijos.
Estas dificultades para asistir a las capacitaciones y reuniones solían generar desacuerdos
entre las integrantes de las cooperativas, desembocando en debates recurrentes sobre qué
significaba “cumplir” con las actividades del programa y qué situaciones ameritaban
“justificar” las inasistencias.

En tercer lugar fui observando que para las mujeres, “estar en el Ellas Hacen” era
más que dar el presente en las actividades y capacitaciones. Las experiencias de vida
modelaban no sólo el sentido que adquiría el programa, sino también la forma en que se
desarrollaban los espacios de capacitación y actividades propuestas a partir de esta política.
En muchos casos, el programa había significado la realización de actividades por fuera del
ámbito doméstico y era resaltado de forma recurrente que éste representaba “un espacio
y un tiempo propio”. Resultó frecuente que ellas encontraran en la cooperativa, un lugar
desde dónde construir arreglos para resolver asuntos personales como situaciones de
violencia en sus vínculos de pareja. Por último, fui percibiendo que en muchos casos, los

14 Los talleres de plomería e instalación de agua fría implementados por ENOHSA, al cual accedieron el 53,8% de las
mujeres, representan la capacitación de mayor cobertura en la provincia de Buenos Aires. En tercer lugar se ubican los
talleres de “Cooperativismo y trabajo grupal”, que han sido cursados por el 23, 8% de las mujeres inscriptas en el programa
en Buenos Aires. Fuente “Situación actualizada de titulares de la línea Ellas Hacen, perfil de los titulares y aspectos
evaluativos al primer semestre 2015” Disponible en www.desarrollosocial.gob.ar Fecha de consulta: 23 de noviembre de
2015

10
vínculos establecidos a partir de ingresar al Ellas Hacen promovieron el involucramiento en
otras actividades que iban “más allá” de lo que proponía el programa. En algunos casos, las
mujeres habían comenzado a militar en agrupaciones políticas, proyectar nuevos horizontes
laborales o valorizar la importancia de participar de un momento de encuentro con otras
mujeres. Analizar las prácticas cotidianas de quienes estaban inscriptas en el programa Ellas
Hacen me fue llevando fuera de los talleres y capacitaciones que fueron mi primera
aproximación. Comencé a considerar a los hogares y barrios en los que vivían como un
aspecto fundamental para mi análisis y me interesé por reconstruir la trama más amplia de
relaciones en la que “estar en el programa” se inscribía.
Las mujeres utilizaban muchas veces la expresión “estar en el Ellas Hacen”, para referirse a
su inscripción en el programa. Siguiendo a Quirós (2011) esta expresión invita a pensar el
carácter relacional y situacional de las experiencias de las personas, lo que implica atender
a la trama de vínculos por los que las personas transitan. Mi trabajo de campo me ha
revelado la productividad de esta advertencia, permitiéndome en este caso desplazar la
mirada de “el programa” o “la cooperativa” hacia las vidas y relaciones que se construyen
cotidianamente.

Este desplazamiento de la mirada desde el programa- las capacitaciones, reuniones,


interacciones con funcionarios- hacia las vidas- los vínculos familiares, trayectorias
educativas y laborales, el involucramiento político- me permitió atender a las formas
particulares en que las mujeres construían sus experiencias cotidianas en el programa en
los dos distritos en los que realicé mi trabajo de campo. Descentrar la atención del programa
constituyó un desplazamiento no sólo metodológico, sino también teórico, ya que me
permitió retomar las contribuciones de un conjunto de estudios que han venido
desarrollando aportes para estudiar etnográficamente al Estado. Específicamente, fui
percibiendo que un aspecto significativo de estas particularidades giraba en torno al modo
en que las mujeres definían su acercamiento o distanciamiento a actividades y prácticas
consideradas “políticas”.

Para las integrantes de la cooperativa “Mujeres Valientes” del distrito de Tres de


Febrero los espacios de formación constituían especialmente un momento de encuentro
11
con otras mujeres, en el que se ponían en común experiencias de vida. Las mujeres solían
referirse a las capacitaciones como “la cooperativa”. Decían “Los jueves hay cooperativa” y
si se encontraban por el barrio durante la semana, se saludaban diciendo “nos vemos en la
coope”. Durante los talleres, las integrantes de “Mujeres Valientes” se contaban sus
problemas, intercambiaban consejos y ayudas. Este espacio de encuentro a veces se
prolongaba por fuera del taller, tomando mates en alguna casa o simplemente “paseando”
por el barrio y “haciendo tiempo” hasta que se hiciera la hora de retirar a sus hijos del
colegio. Para las integrantes de esta cooperativa, la “política” era definida como algo
externo a sus vidas, a lo que preferían no vincularse. Incluso ellas manifestaban cierta
reticencia a que, durante los talleres y capacitaciones se “hablase de política”.

En Moreno, en cambio, mi acercamiento a las mujeres inscriptas en el programa me


puso enseguida en relación con diversas agrupaciones consideradas “políticas”. Si bien las
modalidades de ingreso al programa habían sido similares y la mayor parte de las mujeres
no estaba previamente vinculada a agrupaciones “políticas” en el momento de su
inscripción, para muchas de ellas fue su participación en el programa lo que las motivó a
“meterse” en política. Durante todo el 2014, las presidentas de las cooperativas habían
estado manteniendo reuniones semanales con un coordinador territorial contratado por el
MDSN. Lo conocí a él por medio de un compañero de la facultad y me contó que hacía poco
tiempo habían armado junto a varias “compañeras del Ellas Hacen” una agrupación política
que se enmarcaba dentro del Frente para la Victoria y habían llamado Comunidad
Organizada15. Cuando le pregunté acerca de su trabajo y su vínculo con las presidentas de
las cooperativas, él me dijo que, de a poco, a las presidentas les comenzó a cambiar “la
visión de la política”. Según él, ellas habían pasado de pensar que la política era “mala
palabra” a ir “metiéndose en política”. Fueron primero algunas presidentas y luego
cooperativistas las que comenzaron a involucrarse en las actividades de Comunidad
Organizada. Como parte de su militancia, empezaron a asistir a jornadas de formación
política, plenarios, reuniones, organizar festivales para los chicos/as del barrio, acompañar

15
Siguiendo los acuerdos establecidos durante el trabajo de campo, se utiliza el nombre original de esta
agrupación política.

12
movilizaciones, reunirse con funcionarios y participar de actividades de campaña electoral.
Supe también que otras inscriptas en el programa habían formado otra agrupación y
estaban trabajando junto a un concejal del Frente Para la Victoria realizando talleres de
prevención de violencia de género. Incluso algunas de ellas, habían “dejado el programa”
para trabajar en el municipio.

De esta manera, tanto en Tres de Febrero como en Moreno, mi trabajo de campo


me reveló la relevancia de aprehender la trama más amplia de relaciones que las mujeres
construían cotidianamente. La forma particular en que las actividades del programa se
inscribían en las vidas de las mujeres me fue llevando a transitar por espacios diferentes en
cada caso. Si en Tres de Febrero mi trabajo de campo se fue desplazando hacia los hogares,
instituciones de salud, comercios del barrio y la puerta de las escuelas de los hijos/as de las
mujeres; en Moreno transcurrió también en locales de militancia, micros hacia
movilizaciones, oficinas del municipio. Compartir estos espacios con las mujeres
“beneficiarias”, me permitió trascender la pregunta acerca de cómo la inscripción en el
programa permeaba las prácticas cotidianas de las mujeres, para empezar a reflexionar
sobre el modo en que “estar en el ellas hacen” adquiría contenido a partir de sus
experiencias de vida.

Mi trabajo de campo y el intercambio con integrantes del equipo de investigación


del cual formo parte me fueron llevando a replantear mis preguntas de investigación
iniciales, orientándome a indagar más allá de la forma en que las mujeres “participan” en
actividades promovidas por el programa. Fui descubriendo que no existía una porción
delimitada de la vida de estas mujeres que puede recortarse como “efecto” de una política
pública. “Estar en el ellas hacen” era definido siempre en términos de relaciones con
otros/as. Así, pude poner en tensión categorías como la “cooperativa” que desde mi
experiencia a laboral en el INAES tendían a ser pensadas como entidades con una finalidad
productiva o un objeto social determinado. Tomando los aportes de Fernández Álvarez
(2015a), fui pensando a las cooperativas como categorías de la práctica que no tienen un
sentido unívoco plausible de ser definido de antemano. Esta perspectiva se enmarca en los
aportes realizados desde el equipo de investigación que integro, orientados a
13
conceptualizar las prácticas de política colectiva como un “hacer juntos(as)” que
necesariamente se desarrolla en el marco de las relaciones de hegemonía. Este enfoque,
que mi tesis retoma y al cual pretende aportar, busca contribuir a las reflexiones sobre lo
colectivo, atendiendo al modo en que estas formas de política se redefinen y negocian en
el día a día, mediante procesos a menudo contradictorios y conflictivos. Se subraya
entonces la conveniencia de capturar estos procesos desde el transcurrir, partiendo del
registro de situaciones concretas y atendiendo al carácter vívido de estas experiencias; cuyo
contenido está siendo y no queda necesariamente cristalizado (Fernández Álvarez, 2015b).
Desde esta perspectiva, propongo reflexionar acerca de la forma en que en el transcurrir de
las relaciones entre funcionarios/as y mujeres inscriptas en el programa, se reconstruyen
colectivamente modos de vivenciar el “estar en el programa”.

El objetivo de esta tesis es entonces analizar las prácticas cotidianas de mujeres


inscriptas en un programa de “inclusión social”, atendiendo a la forma en que el contenido
del programa se redefine y trasciende a partir de prácticas políticas colectivas. En este
punto, me gustaría retomar el aporte de trabajos que- partiendo de un abordaje etnográfico
de organizaciones de desocupados- han resaltado la importancia de considerar las formas
cotidianas en que los “planes sociales” son incorporados en los movimientos a partir de
politicidades singulares (Feraudi Curto y Seman, 2013) que nos invitan a reflexionar sobre
los sentidos de la política y los modos en que los movimientos sociales se imbrican en las
vidas de quienes transitan cotidianamente por ellos (Ferraudi Curto, 2011).
En muchos casos, las organizaciones de desocupados orientaron sus acciones cotidianas
hacia la demanda por trabajo y la gestión colectiva de programas estatales, dando lugar a
un proceso de producción conjunta de políticas entre sectores subalternos y Estado
(Manzano, 2013). Estos aportes me abrieron camino a profundizar en el análisis de los
modos en que las experiencias de mujeres vinculadas a programas de “inclusión social”
aparecen modeladas por otros aspectos de la vida cotidiana vinculados al cuidado y a la
forma en que se definen la “participación” y el “compromiso”, que rebasan los contenidos
existentes en la planificación de las políticas públicas. Siguiendo este objetivo, propongo los
siguientes ejes de análisis. Un primer eje se centra en las formas en que “la cooperativa” es

14
redefinida por las mujeres en sus relaciones cotidianas, valorizando los talleres y
capacitaciones como un espacio de encuentro y una oportunidad para “aprovechar” e “ir
más allá”. Un segundo eje analizará las distintas formas en que la “obligatoriedad” de asistir
a capacitaciones y reuniones es vivenciada y reconstruida en las prácticas cotidianas,
prestando especial atención a establecimiento de acuerdos y debates en torno a qué
significa “participar” en las actividades del programa y qué situaciones “justifican” las
inasistencias. Por último, un tercer eje atiende a los modos en que la distribución de tareas
vinculadas al cuidado infantil atraviesa las vidas de las mujeres no como un conjunto aislado
de tareas sino como responsabilidades que permean las modalidades de “participación”.

Mujeres y políticas de “inclusión social”


En los últimos veinte años, se han venido desarrollando en la Argentina y América
Latina, un conjunto de políticas sociales que consistieron en la transferencia de ingresos
monetarios a poblaciones consideradas “vulnerables” procurando mejorar sus condiciones
de vida. En nuestro país, este tipo de políticas hallaron su preponderancia a mediados de la
década de 1990, en un contexto de agudización de la crisis económica generada a partir de
la implementación de una serie de medidas económicas neoliberales. Estas medidas, tales
como la preponderancia del capital financiero, el endeudamiento externo y la
transformación del Estado en fuente de grandes negocios para grupos económicos locales
y transnacionales, fueron ejecutadas entre 1976 y 2003, y trajeron como consecuencia el
desempleo masivo, la caída de los salarios y la concentración económica de los ingresos,
limitando el crecimiento del consumo y generando una crisis estructural (Basualdo et al,
2002; Kulfas, 2003). Fue en el contexto de dicha crisis que comenzaron a ponerse en práctica
desde el Estado distintas políticas sociales específicamente dirigidas a las personas que no
contaban con ingresos económicos, tales como el plan Trabajar, el programa de Servicios
comunitarios y el plan de Emergencia Laboral.

A principios de 2002 y en el marco de una “emergencia económica, alimentaria y


sanitaria”, se instrumentó mediante el decreto del Poder Ejecutivo Nacional 565/02, el
“Programa Jefes y Jefas de Hogar Desocupados” (PJJHD). Gestionado por el Ministerio de
Trabajo, Empleo y Seguridad social, este programa pretendió trascender la lógica de la

15
“focalización” y tener alcance “universal” dirigiéndose a todos/as los/as jefes y jefas de
hogar con hijos/as menores o discapacitados/as a su cargo o con cohabitante en estado de
gravidez (Cross, 2012). El PJJHD pasó a tener en mayo de 2003 unos 1.975.000
beneficiarios/as (Cross, 2012) de los/as cuales el 70% eran mujeres (Zibecchi, 2013). Estos
programas fueron en muchos casos gestionados por organizaciones sociales en los que las
mujeres tuvieron una participación creciente (Cross y Freytes Frey, 2007; Partenio, 2011).

En el año 2003 la mayor parte de las mujeres inscriptas en el PJJHD fueron


consideradas “inempleables” o “vulnerables sociales” y transferidas al Programa Familias,
que otorgaba un ingreso mensual según cantidad de menores a cargo a cambio de cumplir
con controles sanitarios y la escolaridad de los menores (Zibecchi, 2013; Scarfó, Hopp y
Highton, 2009). Diversas autoras han señalado que dicho programa reforzó la
responsabilidad del cuidado infantil como un problema relativo a las mujeres que incluso
las volvía “inempleables” (Faur y Gherardi, 2005).

Un conjunto de estudios ha venido analizando la forma en que desde la planificación


y puesta en marcha de las políticas se interpela a la mujer, poniendo de relieve que un
aspecto recurrente en los programas sociales es la asociación de la mujer “beneficiaria” a
su rol de madre y cuidadora (Molyneux, 2007; Zibecchi, 2013; Anzorena, 2013; Rodriguez
Gusta, 2013; De Sena, 2014). Se ha destacado que el PJJHD ha dejado “huellas” en
organizaciones sociales y comunitarias, estimulando a que se orienten hacia la provisión de
servicios de cuidado y reforzando las relaciones asimétricas de género, sin promover
igualdad de oportunidades entre varones y mujeres (Zibecchi, 2013). En este sentido, se ha
resaltado que estos programas intervinieron sobre las mujeres naturalizando a la “carga “
del cuidado de los hijos como una situación fija que no podría modificarse y apuntando a
que su capacitación tenía el fin de lograr una mejora en el bienestar familiar y no el de
favorecer su inserción laboral (Rodriguez Gusta, 2013). Así, se ha documentado que estos
programas implicaron una sobrecarga de responsabilidades para las mujeres beneficiarias
tanto hacia adentro del hogar- como la principal encargada de lograr el bienestar de los
integrantes de la familia y agente “contenedor” de las crisis-, como hacia afuera, mediante
el fomento de su participación en tareas del ámbito comunitario (De Sena, 2014). Por
16
último, se ha destacado la incidencia de organismos internacionales en el diseño de estas
políticas mediante las cuales el Estado “usufructuó” las capacidades maternales de las
mujeres, promoviendo que se dediquen primordialmente a las tareas del cuidado
(Anzorena, 2013). En este sentido, numerosos estudios han coincidido en afirmar que si
bien los programas de transferencia de ingreso se han ido “femenizando” (Pautassi, 2007,
De Sena, 2014), esto no significa necesariamente que las mujeres sean consideradas como
sujetos de derecho (Grassi, 2013). Muchas veces, ellas son tomadas como “beneficiarias
operativas” (Rodriguez Enriquez, 2011) o “mediadoras” (Pautassi, 2009), entre sus hijos y el
Estado. Se ha señalado que las políticas han puesto el foco en ciertas aptitudes personales
de las mujeres que las convertirían en “buenas beneficiarias”, tales como el altruismo que
permite que éstas prioricen las necesidades de sus hijos por sobre las de ellas mismas
(Arcidiácono, Pautassi y Straschnoy, 2013; De Sena, 2014; Cena, 2014).

En conjunto, estos estudios han aportado a pensar la forma en que la intervención


estatal ha definido a las “destinatarias”, analizando los supuestos de género contenidos en
las políticas. Otros estudios, en cambio, han contribuido a esta discusión considerando los
significados y prácticas que la implementación de estas políticas ha implicado para las
mujeres a las que estaban dirigidas. Se ha señalado que para muchas mujeres, los
programas de transferencia de ingresos significaron una entrada estable de dinero que les
permitió proyectar trayectorias formativas, acceder a nuevos hábitos de consumo y hasta
animarse a denunciar situaciones de violencia (Goren, 2012). Así, se ha documentado que
aun cuando la normativa de las políticas naturaliza la asignación de la mujer a las tareas
reproductivas, desempeñar las actividades que son promovidas por los programas significó
para muchas mujeres entablar nuevas relaciones, romper el aislamiento social y ampliar
horizontes emocionales aumentando su confianza en sí mismas (Eguia y Ortale, 2007).

A partir de enfoque etnográfico, se ha contribuido a analizar cómo los contenidos


de las políticas son mediados e interpretados en las interacciones, abriendo camino a
problematizar la construcción esencializada y unívoca de la categoría “mujer” presente en
la formulación de los programas sociales. De este modo, el análisis de Masson (2004) sobre
la construcción de identidades de género entre “manzaneras” y “comadres” que
17
participaron de la gestión del Plan Vida, ha revelado la existencia de una imagen
esencializada de la mujer como eje de la familia y generadora de principios éticos y morales.
Según la autora, esta construcción apuntaba a la asociación de la mujer con una forma
solidaria y “despolitizada” de hacer política que fue puesta en tensión en las prácticas y
relaciones cotidianas que las manzaneras establecían con sus vecinos/as (Masson, 2004).
En una línea similiar, se ha documentado cómo, en el caso de las políticas de salud, el
esencialismo a partir del cual los programas sociales interpelan a las mujeres beneficiarias
desde su rol de “madre”, es resignificado y disputado en las prácticas cotidianas (Pozzio,
2011). Por último, la tesis de Marlene Russo ha permitido dar cuenta de la forma en que las
mujeres responsables de comedores y merenderos se apropian de las políticas sociales
implementadas por el Estado, constituyendo formas de participación política. La autora ha
destacado que si bien por un lado ocupar el lugar de “jefas de comedores” fija a las mujeres
en una identidad tradicional de género, por otro lado las habilita a salir de la frontera
doméstica para apropiarse de lo público, del barrio, transformando los roles que el Estado
impone (Russo, 2009, 2010)

Esta tesis se propone aportar a estas discusiones retomando la potencialidad del


abordaje etnográfico para analizar la relación entre mujeres de sectores populares y
políticas sociales. Mi análisis procura trascender la pregunta por cómo las “beneficiarias” se
apropian, resignifican o disputan el contenido de las políticas, para analizar el modo en que
ellas construyen cotidianamente sus experiencias en torno a un programa social. Así, se
pondrá el foco en la atención hacia los diversos modos de vivenciar el “estar en el Ellas
Hacen”, considerando las prácticas en torno al cuidado, las formas en que se construyen
modalidades de compromiso y las definiciones entre lo que es y no es político.

Acerca de los referentes conceptuales y el enfoque

Esta tesis parte de un enfoque etnográfico entendido como una forma de investigar
que se basa en la experiencia prolongada del etnógrafo en interacción con otros/as,
procurando atender al contexto global de la vida cotidiana y los múltiples sentidos
otorgados a las prácticas, para construir un trabajo conceptual sobre procesos y relaciones

18
sociales (Rockwell, 2009; Achilli, 2005). Siguiendo a Peirano (2004, 2014), la etnografía es
entonces más que un método; se trata de una forma de producir conocimiento que surge
del diálogo entre la teoría “nativa” y la teoría acumulada por la disciplina. De esta manera,
la observación participante no es pensada como una técnica de recolección de datos, sino
una forma de construir conocimiento que se sostiene en la vida que es vivida con otros y
consiste no en proposiciones acerca del mundo, sino también en habilidades de percepción,
capacidades de juicio que se desarrollan en el curso de nuestro compromiso directo y
práctico con las personas con las que interactuamos (Ingold, 2014)

Partiendo de esta forma de comprender la etnografía, se recuperan aportes de la


antropología que conceptualizan a la política no como una esfera autónoma sino como
dimensión básica de la vida cotidiana (Vincent 2002, Joseph y Nugent 2002, Grimberg
2009), volcándose al análisis de la forma en que el poder descansa en las relaciones
cotidianas y problematizando la percepción de lo político como un campo separado
(Gledhill, 2000). Así, la antropología puede aportar una mirada holística que permite
formular interrogantes sobre los aspectos “políticos” que se sitúan por fuera de su espacio
formal, trazando las relaciones con otros aspectos de la vida social (Cañedo Rodriguez,
2011).

Específicamente se retoman estudios que han aportado a cuestionar la fijeza


institucional del Estado, cuestionando su conceptualización como una entidad con límites
claros. En dirección a desreificar al Estado, se han realizado significativos aportes que han
procurado atender a los procesos culturales que entran en juego en su formación (Joseph y
Nugent, 2002; Corrigan y Sayer, 2007) y puesto el foco en las formas en que la gente lo
percibe y experimenta (Ferguson y Gupta, 2002). Cuestionar la objetificación del Estado
implica también repensar sus fronteras e indagar en las formas en que las poblaciones se
vinculan con dinámicas y lógicas estatales. En esta dirección, resultan significativos los
aportes que un conjunto de estudios antropológicos han realizado para pensar las
transformaciones de los órdenes estatales atendiendo a la dinámica de relación con los
sectores subalternos (Lagos y Calla, 2007; Barragan y Wanderley, 2009; Grimberg, 2009;
Fernández Álvarez, 2007a; Manzano, 2013; Lazar, 2013). La categoría de “encuentro”
19
adquirió centralidad para profundizar en el análisis de las interacciones concretas entre
representantes del Estado y las poblaciones (Wanderley, 2009) y a la ciudadanía como un
conjunto de prácticas y procesos (Lazar, 2013). Retomando dicha categoría, Fernández
Álvarez (2014) ha propuesto reconstruir la especificidad de las relaciones entre Estado y
poblaciones, cuando éstas consisten no en ciudadanos (individuales), sino como parte de
organizaciones colectivas (Fernández Álvarez, 2014). En conjunto, estos trabajos me
permitieron pensar a las prácticas cotidianas mujeres en un programa social, poniendo el
foco en los modos diversos en que estas interacciones se actualizan en la cotidianidad y en
la multiplicidad de experiencias que se producen en el marco de las políticas estatales.

Por último, esta tesis retoma los aportes que la antropología feminista ha venido
realizando desde mediados de la década del 70. A partir de la obra fundacional “Women,
culture and society”, comenzó un proceso que tendió a cuestionar el sesgo androcéntrico
de la propia disciplina (Stolcke, 1996), destacando, entre otras cosas, el lugar de las mujeres
como actores políticos con estrategias y objetivos propios (Collier, 1974). Posteriormente,
gracias a la introducción del enfoque de género, se colocó a la distinción entre sexos en el
terreno simbólico, interrogando acerca de cómo dicha diferencia deviene desigualdad
(Lamas, 1986). El género fue pensado como construcción producto de relaciones sociales
concretas, sosteniendo que las “jerarquías sexuales”, así sean universales, no pueden
explicarse recurriendo a la biología (Rosaldo, 1995). Tomando distancia de las primeras
formulaciones que buscaban conocer el origen de la subordinación femenina, desde la base
de dicotomías- como la de público/privado (Rosaldo, 1974) o naturaleza/cultura (Ortner,
1974)- se ha sostenido que la situación de las mujeres es producto de la acción humana en
sociedades concretas y debe ser abordada atendiendo a las relaciones entre ellas y con los
hombres (Rosaldo, 1995, Lamphere; 2000):

“el lugar de la mujer en la vida social humana, no es directamente producto de aquello que
ella hace (y menos aún función de lo que biológicamente es), pero sí del sentido que sus
actividades adquieren en la interacción social concreta. Y los significados que las mujeres
atribuyen a sus actividades, son cosas que solo podemos comprender a través del análisis
de las relaciones que las mujeres establecen, de los contextos sociales que ellas, junto con
los hombres crean y dentro de los cuales ellas son definidas” (Rosaldo, 1995:22)

20
El género ha sido conceptualizado como forma primaria de relaciones significantes de poder
(Scott, 1996) y como estructura de relaciones que provee una metáfora de todas las formas
de subordinación, permitiéndonos referirnos a otras disposiciones jerárquicas de la
sociedad (Segato, 2003). En este sentido, uno de los aportes fundamentales de la
antropología feminista ha sido, no sólo reconocer que no existe una única y universal
categoría “mujer”, sino también subrayar que las diferencias fundamentales entre mujeres
– basadas en clase, raza, cultura, historia- se experimentan conjuntamente y requieren de
atención teórica (Moore, 1991). La tarea de la antropología feminista es entonces encontrar
medios para teorizar las intersecciones entre sexo, raza, género y clase (Moore, 1991) o, en
palabras de Narotsky (1995) recuperar la dinámica “holista” que la segmentación en
campos de estudios había perturbado. El enfoque de la antropología feminista me ha
resultado muy enriquecedor ya que entre otras cosas me permitió repensar categorías,
como la de mujer, que suelen aparecer cristalizadas en la planificación y fundamentación
de las políticas sociales.

Desde estas aportaciones teóricas y a la luz del trabajo de campo realizado, me


propongo aportar al análisis de las vidas cotidianas de mujeres inscriptas en programas de
“inclusión social” desde una mirada que trascienda la visión dicotómica que analiza a las
prácticas de intervención estatal como en oposición a las prácticas cotidianas de las
personas que se definen como “destinatarias” de las políticas. Mi objetivo es entonces
descentrar la mirada del programa y sus “efectos” en las vidas de las personas, para atender
al modo en que las experiencias de vida modelan el contenido de las políticas. En esta tesis,
se sostiene entonces que en el marco de un programa de “inclusión social”, las mujeres
entablan relaciones entre ellas y con funcionarios estatales. A partir de estas relaciones,
se producen prácticas colectivas orientadas a ir “más allá” de lo que propone el programa,
renegociando la forma en que se realizan tareas de cuidado infantil y redefiniendo
modalidades de participación y compromiso.

21
El trabajo de campo
La elaboración de esta tesis se basa en el trabajo de campo realizado con integrantes
de las cooperativas del programa Ellas Hacen de los distritos de Tres de Febrero y Moreno
entre noviembre de 2014 y noviembre de 2015. Con anterioridad al inicio formal de mi
trabajo de campo, ya había tenido la oportunidad de compartir ciertas instancias de la
implementación cotidiana del programa, gracias a mi experiencia laboral en una oficina del
Estado vinculada al mismo. Fueron en principio los contactos que mi trabajo anterior me
había permitido establecer los que posibilitaron el comienzo de mi trabajo de campo. Por
un lado, pude acceder a reunirme con un funcionario del MDSN, que me proveyó de
materiales de difusión, cuadernillos de formación y algunos datos de las actividades que
estaban llevando a cabo quienes estaban inscriptas en el Ellas Hacen.
Luego, nuevamente gracias a una ex compañera de trabajo, me comuniqué con la
presidenta de la cooperativa “Mujeres Valientes”, del distrito de Tres de Febrero. Me reuní
con ella en Noviembre de 2014 y me invitó a una de las capacitaciones a las que ellas
estaban asistiendo. A partir de esa invitación, compartí dicho espacio de capacitaciones
durante unos 8 meses, desde noviembre de 2014 hasta agosto de 2015. Además, me
permitieron compartir tiempo en sus hogares y sus barrios.
Me comenzaron a invitar a “tomar mate” a sus casas y quisieron saber acerca de mis
amistades, trabajos y relaciones de amistad o pareja. Recibí y di saludos por el día del amigo,
asistí a baby showers y participé de conversaciones en las que se compartían aspectos más
“íntimos”, vinculados muchas veces a la vida familiar, las relaciones de pareja y las
amistades.

Por otro lado, en diciembre de 2014 recibí la invitación por parte de un compañero
de la facultad, a una jornada que se realizaría en la Universidad de Moreno y a la que
asistirían “mujeres del ellas hacen”. La jornada había estado anunciada como la “Primera
Cátedra Popular Ellas Hacen, Ellas Dicen” y en la invitación se describía al encuentro como
“un espacio de construcción colectiva de nuestra tarea diaria dentro del programa, (…) para
la democratización de la palabra de cada compañera, y el aporte de sus experiencias de

22
vida”.16 La invitación capturó mi atención y me contacté con mi compañero de la facultad
para poder asistir. A partir de ese día, quedé en contacto con Marcos, un coordinador
territorial del programa que luego me presentó a varias mujeres inscriptas en el programa
que se encontraban militando en la misma agrupación política que él. Fue así que en
Moreno pude compartir con algunas mujeres del programa Ellas Hacen, ciertas actividades
vinculadas a su militancia política. Más que centrarme en una cooperativa, fue esta vez la
agrupación política “Comunidad Organizada”, el punto de partida que me permitió
reconstruir los vínculos y prácticas de quienes participaban cotidianamente del programa.
Los/as integrantes de la agrupación me otorgaron el grato lugar de “una compañera que
está haciendo su tesis” y me invitaron a dar mi opinión en las reuniones, asistir a
movilizaciones y festivales barriales. En algunos casos, me pidieron que saque fotos,
escribiera comunicados y redactara proyectos. Me invitaron a reuniones con funcionarios
estatales donde era presentada como “la antropóloga de la agrupación”. Mantuve también,
con algunas de las mujeres que eran “beneficiarias” del programa una relación de cercanía
que me permitió compartir espacios domésticos y familiares, así como intercambiar
visiones y experiencias de vida.

El trabajo de campo en ambos espacios se sostuvo desde noviembre de 2014 hasta


noviembre de 2015 y consistió en acompañar distintas actividades cotidianas que
realizaban las mujeres, con una periodicidad que variaba de entre dos y tres veces
semanales. En una primera etapa me concentré en el acompañamiento de los espacios de
formación y jornadas propuestas por el programa, centrándome específicamente en los
talleres de “Género y proyectos de país”. Luego, fui desplazando mi atención hacia aspectos
más generales de las vidas de las mujeres, atendiendo a actividades que ellas realizaban en
espacios domésticos y a su involucramiento en agrupaciones políticas. La observación
participante me permitió conocer la trama de relaciones construidas cotidianamente por
las mujeres, así como los sentidos que ellas otorgaban a sus prácticas cotidianas.

16
Fuente: Facebook Ellas Hacen Moreno. Fecha de consulta: 04 de diciembre de 2014

23
Estructura de la tesis
Esta tesis se estructura en tres capítulos a partir de los que desarrollo el desplazamiento de
una mirada centrada mayormente en la cooperativa o el programa, hacia la atención puesta
en las vidas de las mujeres definidas como “beneficiarias”, atendiendo a cómo se producen
prácticas colectivas que redefinen y trascienden el contenido del programa.
En el primer capítulo, me pregunto por la forma en que la cooperativa se actualiza y cobra
contenido en las experiencias cotidianas de las mujeres. En primer lugar, reconstruyo
algunos aspectos de cómo la legislación que regula las regula es puesta en tensión desde
las prácticas de algunos funcionarios estatales. A partir del desplazamiento de mi mirada
desde las experiencias cotidianas de las mujeres en los espacios de capacitación promovidos
por el programa hacia aspectos más generales de sus vidas, intento mostrar que la
cooperativa es vivida por sus integrantes como un espacio de encuentro, en el cual
intercambiar problemas, información, consejos. Por último, destaco la construcción que las
mujeres hacen de su experiencia en la cooperativa como una oportunidad para
“aprovechar” e ir “más allá”, estableciendo vínculos que dinamizan la proyección de
horizontes de formación, de trabajo e involucramiento político

En el segundo capítulo, me centro en la forma en que estas mujeres reconstruyen la


obligatoriedad de asistencia a las capacitaciones, movilizando formas de entender el
“compromiso” y la “participación”. En un primer apartado, me detengo sobre los
desencuentros y “enojos” que se generan entre las mujeres a partir de las inasistencias de
sus compañeras, atendiendo a la forma en que se producen debates y se construyen
acuerdos acerca de qué situaciones “justifican” las faltas. Por último, pongo el foco en la
forma en que las mujeres que asisten regularmente a los talleres y actividades dan sentido
a su “participación” como un espacio que al mismo tiempo que es obligatorio, implica la
afirmación de un espacio propio por fuera del hogar. Desarrollaré la forma en que estos
debates en torno a la “participación” derivaron para muchas mujeres en reflexiones acerca
de las relaciones de género en la vida familiar.

24
En el tercer capítulo, analizo el modo en que “cumplir” con las actividades del programa se
entrecruza con las responsabilidades que estas mujeres tienen como madres y cuidadoras.
En un primer momento, desarrollo la forma en que los esfuerzos cotidianos vinculados a
estudiar, asistir a reuniones y participar de capacitaciones implican la realización en
simultáneo de otras actividades vinculadas al cuidado. Luego, me detengo en el análisis de
la forma en que las mujeres se replantean las modalidades en que se distribuyen las tareas
en el hogar, las imágenes de género que se reproducen mediante la educación y las
decisiones en torno a la reproducción.

25
Capítulo 1: “Los jueves tenemos cooperativa” Compartir los problemas,
meterse en política.
Introducción
En septiembre de 2014, Pablo, un funcionario del MDSN, me recibió en su oficina. Llegué
a él por medio de Carolina, una ex compañera de trabajo del INAES. Yo
estaba por comenzar mi trabajo de campo y ella me había dicho que Pablo podía ayudarme
a conocer más sobre el programa Ellas Hacen ya que tenía a su cargo la coordinación de una
parte de las capacitaciones llevadas adelante en el marco de dicha política.
Eran alrededor de las 14 Hs. y, luego de anunciarme en la recepción, Pablo me hizo pasar a
una oficina pequeña situada en un piso alto del edificio que el Ministerio ocupa en la calle
Belgrano de la Ciudad de Buenos Aires. Era un espacio reducido que contaba apenas con un
escritorio donde había una computadora portátil y una biblioteca con carpetas y
cuadernillos de formación. Sobre las paredes colgaban fotos de Eva Duarte, Juan Domingo
Perón, Cristina Fernández y Néstor Kirchner. Conversamos durante alrededor de una hora.
Pablo me manifestó su interés en la producción de conocimiento “sobre las políticas”. Quiso
saber, no sólo cuáles eran mis preguntas de investigación, sino también cuáles consideraba
yo que eran los debates que en las ciencias sociales se estaban dando alrededor de las
políticas destinadas a la “economía social”. Él era graduado de la carrera en Ciencias
Políticas en la Universidad de Buenos Aires y estaba cursando una maestría en Investigación
social en la misma universidad. De este modo, si bien se consideraba “un poco alejado del
mundo académico”, las discusiones de las Ciencias Sociales no le eran ajenas.
Cuando le pregunté en qué consistía su trabajo, me dijo que en ese momento estaban
ocupándose, entre otras cosas, de formar a “las compañeras que están en el programa” en
oficios y distintas temáticas vinculadas a “la ciudadanía, los derechos y la organización
popular”. Entre marzo y julio de 2014 habían llevado adelante en La Plata y General
Rodríguez una especie de experiencia piloto de ciclos de formación que luego se replicaron
en todo el conurbano bonaerense y algunas provincias del interior, bajo el nombre de
“Género y Proyectos de País”. Las capacitaciones constituían un paso previo a que las

26
cooperativas tengan tareas asignadas como un equipo de trabajo. Entre otras cosas, me
dijo, se trataba de “que las compañeras se sintieran escuchadas, incluidas”:

- Trabajamos con la cuestión de la grupalidad. Encaramos el cooperativismo, pero no


desde lo legal y técnico, sino desde los valores y como una forma de organización.
También trabajamos con la historia de las mujeres, pero nos interesaba, no poner el
foco el foco en las Grandes Mujeres, sino en experiencias de organización de
mujeres.
Me fui de la oficina con un conjunto de cuadernillos de formación que habían inspirado la
planificación de algunas de las capacitaciones. Para Pablo y para muchos de los funcionarios
estatales con los que tuve la oportunidad de hablar, las cooperativas creadas en el marco
de programas sociales eran importantes en tanto promovían “una forma de inclusión”. El
fomento de la “grupalidad” parecía ser un aspecto central en la construcción de dicha
“inclusión”. Más allá del trabajo, de la formación en oficios e incluso del ingreso monetario
mensual que recibían las integrantes de las cooperativas, dichas entidades parecían cobrar
relevancia en tanto buscaban fomentar en “una forma de organización” y de ciudadanía
que era vista como un aspecto clave a la hora de “incluir poblaciones vulnerables”.

Tanto durante mi trabajo de campo como cuando trabajaba como funcionaria del
INAES, escuché muchas veces a distintas personas vinculadas a la implementación del
Argentina Trabaja y el Ellas Hacen establecer distinciones entre las cooperativas
“tradicionales” y las “de los programas sociales”. Entre las primeras, se encontraban las
entidades que se habían conformado debido a la “asociación autónoma de personas que se
unían para afrontar una necesidad”. En contraposición, en el caso de las segundas, su
creación había sido fomentada por la implementación de políticas estatales. Desde el
lenguaje de las políticas del MDSN, dichas cooperativas eran definidas como “cooperativas
protegidas”, para las cuales se diseñaron un conjunto de líneas de intervención específicas.17

17 Dentro de la estructura interna del MDSN se crearon dos direcciones destinadas específicamente a estas cooperativas:
la Dirección Nacional de Gestión de Cooperativas Protegidas y la Dirección Nacional de Formación de Cooperativas
Protegidas. Además, durante el año 2015, se estuvieron desarrollando distintos Foros para debatir un proyecto de Ley

27
Los procesos de conformación de cooperativas de trabajo en el marco de políticas
sociales han sido objeto de análisis de diversos estudios provenientes de las ciencias
sociales. Un conjunto de trabajos ha abordado dichas formas de intervención del Estado
señalando rupturas y continuidades con décadas previas, destacando que a partir del 2003
se diseñaron políticas sociales contrapuestas a las políticas “asistencialistas” o
“compensatorias” de los años 90 (Hintze, 2007; Vuotto, 2008; Grassi, 2012) que
pusieron el foco en la generación de empleo a través del fomento de proyectos socio
productivos y la “economía social” (Hopp, 2013). Desde estos interrogantes, se han
analizado las tensiones entre dinámicas de ruptura y continuidad con las lógicas
neoliberales (Guimenez y Hopp, 2011), señalando algunos obstáculos que el programa de
Ingreso Social con trabajo enfrentó para la consolidación de alternativas de trabajo
sostenibles, como la falta de instancias de auto organización del trabajo, la dependencia
económica del Estado (Hopp y Frega, 2012, Hopp, 2015) y la imposibilidad de habilitar la
emergencia de una identidad colectiva vinculada al trabajo asociativo (Hopp, 2013). Desde
un enfoque crítico hacia dichas políticas, se ha señalado que éstas confirman la existencia
de una forma estática de regulación de la cuestión social en Argentina (Lo Vuolo, 2010) que
distorsiona la figura y prácticas de la cooperativa de trabajo (Arcidiacono, Kalpschtrej,
Bermúdez, 2014), presenta continuidades con el enfoque de la empleabilidad que guiaba
las políticas de empleo transitorio durante la década de los 90 (Levy y Bermúdez, 2012) y
acaba emparentando las prácticas de autogestión con el “emprendedorismo” que
incentiva la responsabilidad individual de los sujetos frente a situaciones de vulnerabilidad
(Rodriguez y Ciolli, 2011). Estos trabajos han permitido pensar los límites y potencialidades

Federal de Economía Solidaria. En el ante proyecto propuesto por el INAES, se preveían regímenes especiales de
beneficios previsionales, fiscales, crediticios, y de ingreso al mercado para estas “entidades protegidas”, creadas con el
apoyo de programas estatales y realizan actividades de “promoción del empleo digno” en base a la “inclusión social
solidaria”. Fuente: http://www.leyeconomiasocialysolidaria.info/#!/-el-pre-proyecto Fecha de consulta: 11 de agosto de
2015
La creación de estas entidades fue posible gracias a la resolución 3026/06 que considera la necesidad de “instrumentar
un procedimiento especial para el rápido despacho interno de los expedientes de constitución de cooperativas de
trabajo en el marco de programas sociales”. Sólo es posible inscribir en el Registro Nacional de Cooperativas por medio
de dicha resolución, a aquellas entidades que tengan asegurada la fuente de financiación a partir de los organismos
ejecutores de los programas sociales

28
de estas políticas, analizando rupturas y continuidades con aquellas desarrolladas durante
la década del 90 y evaluando sus alcances

Los procesos de diseño y puesta en práctica de políticas públicas han merecido el


interés de distintos estudios antropológicos. Estas contribuciones permitieron pensar los
modos en que las políticas crean identidades, configurando problemas y subjetividades
(Shore y Wright, 1997; Gil Araujo, 2010). Se ha puesto el foco en las formas- a menudo
ambiguas y disputadas- en que éstas son recibidas y experimentadas por quienes se ven
afectados por ellas (Shore, 2010), subrayando la importancia de atender a las relaciones
que se establecen entre gobernantes y gobernados (Franzé Mundano, 2013). La atención a
las interacciones cotidianas entre ciudadanos y funcionarios estatales ha permitido resaltar
que en la gestión estatal, se ponen en juego no solo dimensiones técnicas y políticas, sino
también relaciones de afecto y sociabilidad (Lynch Cisneros 2012).

En este capítulo, intentaré aportar a estos interrogantes, recuperando una serie de


estudios que han contribuido en abordar a las políticas del Estado atendiendo a las prácticas
cotidianas de quienes participan en ellas y discutiendo enfoques normativos sobre las
relaciones entre Estado y sectores populares (Grimberg, Fernández Álvarez, Carvalho Rosa,
2009). Se ha prestado especial atención a los modos en que programas estatales se
gestionan colectivamente, poniendo el foco en las iniciativas que se desarrollan dentro de
los marcos que éstos imponen y en la operatoria de mecanismos de control, apropiación y
niveles de autonomía (Manzano, 2013). Desde esta perspectiva, se ha focalizado en las
interacciones establecidas entre acciones estatales y prácticas de movilización social
(Fernández Álvarez y Manzano, 2007), destacando que si las acciones estatales configuran
los límites posibles dentro de los cuales las personas demandan y se movilizan, los procesos
de movilización también promueven la apertura de espacios de disputa desde los cuales se
reorientan las políticas estatales (Fernández Álvarez, 2010). En relación específica a estas
políticas, Fernández Álvarez (2014) ha propuesto trascender las miradas que oponen entre
experiencias impulsadas por programas sociales– vistas como “desde arriba”- a otras que
corresponden a prácticas definidas como “de base” cuyo surgimiento suele ser entendido

29
a partir de la búsqueda voluntaria de asociatividad de quienes las integran. La propuesta
invita a reconstruir las formas concretas en que el Estado se encuentra con las poblaciones,
específicamente cuando estas forman parte de organizaciones colectivas (Fernández
Álvarez, 2014). La autora propone problematizar esta dicotomía entre prácticas “desde
arriba” y “desde abajo”, advirtiendo que construir dicha contraposición suele habilitar
lecturas valorativas de estos procesos. En pos de tomar distancia de ciertos enfoques
normativos puestos en juego a la hora de analizar prácticas de política colectiva, Fernández
Álvarez ha propuesto interrogar a las cooperativas como categorías de la práctica, evitando
su conceptualización en tanto objetos con contornos fijos, definidas a partir de una serie de
principios abstractos como la horizontalidad, la solidaridad y la igualdad. Desde esta
perspectiva, la cooperativa es más bien “un horizonte, un proyecto a menudo conflictivo
que se define, negocia y tensiona en el día a día” (2015b: 12). Por último, en este capítulo
recupero una propuesta analítica que invita a pensar a las leyes de Estado como
pronunciamientos que posibilitan la formación de espacios abiertos donde los actores
sociales logran avanzar sus propios proyectos locales (Poole, 2012). Según la autora, la
fuerza de la ley radica en que ésta regula pero no sanciona la manera en que la gente
implementa o interpreta el contenido específico de las formas jurídicas, llamando la
atención hacia la creatividad con que los actores sociales manejan los lenguajes técnicos
con que el estado busca imponer sus visiones.

Siguiendo estas propuestas analíticas, en este capítulo me propongo explorar las


distintas formas en que la categoría de “cooperativa” se actualiza en las prácticas cotidianas
de “beneficiarias” del Programa Ellas Hacen. Por un lado, reconstruiré la forma en que
durante la constitución de estas cooperativas, funcionarios/as y “beneficiarias” interpretan
creativamente (Poole, 2012) algunos aspectos que se incluyen en la legislación vigente. Por
otro, reflexionaré acerca del modo en que las mujeres inscriptas en el programa movilizan
esta categoría, asociándola a un momento de encuentro con otras mujeres en el contexto
de los espacios de formación que promueve el programa. Para concluir, reconstruiré la
forma en que para algunas de sus integrantes, las experiencias cotidianas en las

30
cooperativas promovieron el involucramiento en actividades consideradas “políticas” que
pasaron a adquirir un lugar central en sus vidas cotidianas.

Cooperativas “protegidas”
Una de las condiciones que deben cumplir las mujeres para mantenerse como
“beneficiarias” del programa Ellas Hacen es conformar cooperativas de trabajo compuestas
por aproximadamente 30 integrantes. Para concretar la constitución de las entidades, se
realizaron “operativos ” en los que participaron funcionarios del INAES y del MDSN. En estos
“operativos”, los “capacitadores” del INAES explicaban qué era una cooperativa de trabajo,
cuáles eran los derechos de los asociados y qué rol ocupaba cada puesto dentro del consejo
de administración y la sindicatura.18 Se trataba de una capacitación que introducía a la
“asamblea constitutiva”19 y cuyos contenidos serían luego profundizados en otras instancias
de formación previstas para las integrantes de las cooperativas. Como “facilitadora
territorial” del INAES, tuve la oportunidad de acompañar algunas de estas jornadas, que se
realizaron entre Marzo y Diciembre de 2014 y tuvieron lugar en clubes de barrio, sociedades
de fomento o centros comunitarios.

La mayoría de las veces eran espacios amplios como canchas o salones en donde se
convocaba a un gran número de “beneficiarias” que se dividían según barrios o comisión en
la que cursaban sus estudios secundarios. Es así que era frecuente que las cooperativas se
conformasen por personas que ya se conocían por ser “compañeras de comisión” y/o
vecinas del barrio. En la mayor parte de las veces, la inscripción al programa se había
realizado aproximadamente un año antes cuando, luego de que éste sea anunciado en

18
Según dispone la ley N° 20.337, la estructura interna de las cooperativas debe estar conformada por tres
órganos: la asamblea (en donde se expresan los votos de todos los asociados), el consejo de administración
(que ejerce la función de administrar y dirigir las operaciones de la cooperativa y está compuesto por
presidente, secretario/a, tesorero/a y dos vocales suplentes) y la sindicatura (que fiscaliza las actividades dl
consejo de administración y está compuesto por un síndico/a titular y un/a suplente). Estos dos últimos
órganos son elegidos por todos los asociados durante la asamblea.
19
La asamblea constituía es el “acto fundacional” de las cooperativas. En ella, los socios fundadores eligen,
entre otras cosas a los miembros del consejo de administración y la sindicatura. Fuente: Ley 20.337. Artículo
7.

31
cadena nacional20, se llevaron a cabo campañas de difusión que informaban acerca del
mismo. Según me relataron, en estas campañas participaron no sólo funcionarios del
MDSN, sino también, militantes de distintas agrupaciones políticas, que se ocuparon de
repartir volantes e informar acerca del periodo de inscripción y las características del
programa. Para realizar este paso, se debían elegir, mediante el voto a mano alzada a
quiénes ocuparían los cargos del consejo de administración y la sindicatura. En las
capacitaciones previas a la asamblea constitutiva se le daba especial importancia a la figura
de la presidenta quien constituiría la “cara visible” de la cooperativa o el “vínculo” entre el
resto de las asociadas y el MDSN: “Si hay que firmar un papel o hacer algún trámite, no
pueden estar yendo todas ustedes a firmar cada vez, sino que va a ir la presidenta o la
secretaria”, solíamos decir a modo de ejemplo.

Fue durante una de estas jornadas de trabajo que me relataron una situación que había
ocurrido semanas previas, también en otro “operativo de conformación de cooperativas”.
Ya se habían elegido las autoridades del Consejo y la Sindicatura y Martín, quien
reconstruyó lo acontecido, estaba esperando que se imprimieran las actas constitutivas y
estatutos que debían ser firmados. Un par de mujeres se le acercaron para preguntarle si
faltaba mucho, porque la presidenta se tenía que retirar.

- Es necesario que ella se quede hasta el final, porque tiene que firmar las actas y
deben firmarlas todas, presidenta, secretaria y tesorera, al mismo tiempo. Falta un
poquito nomás.
- Ella se tiene que ir, está con salidas transitorias. Tiene que volver al penal.
- ¿Cómo? Mirá, tengo entendido que si está en esa situación, no puede ocupar un
cargo. Dejame que averiguo- respondió Martín con cautela.
Martín recordó con alivio la precaución que lo llevó a relativizar su negativa y decir
“tengo entendido que no”, en vez de un tajante “no”. Sus compañeras reaccionaron con

20
El 13 de marzo de 2013, la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner anunció en cadena
nacional y durante un acto en Tecnópolis, el lanzamiento del programa “Ellas Hacen”, destinado a la
“capacitación y empleo” de 100.000 mujeres.

32
decisión, ellas estaban convencidas de que habían elegido como presidenta a la persona
más capacitada para el puesto y argumentaban que no dejarla ocupar el cargo sería
discriminación. Martín me trasmitió que se trató de un momento de mucha tensión. Si, por
un lado debía considerar lo que disponía la Ley de cooperativas, entendía también que una
de las prioridades del programa Ellas Hacen era garantizar la “inclusión social” de
“poblaciones vulnerables”. En este sentido, que lo acusaran de cometer un acto
“discriminatorio” parecía poner en duda la promoción de dicha “inclusión”. La posibilidad
de estar ejerciendo dicha discriminación era algo que le preocupaba a Martin y
probablemente lo incomodase a un nivel más personal, una disyuntiva que se le presentaba
como difícil de resolver. Cuando describió lo acontecido, él puso énfasis en que la elección
de la presidenta había sido realizada democráticamente en asamblea y se debía a que
consideraban que era “la más capacitada”. Elegir los cargos de la cooperativa y poder
ocuparlos era parte de los derechos de los asociados que, de algún modo, parecían ser
puestos en tensión por la aplicación misma de la Ley de cooperativas.

Mientras Martín hablaba por teléfono con su jefe y le pedía asesoramiento sobre
cómo proceder, una trabajadora del MDSN tomó su celular y descargó de internet la Ley de
Cooperativas N° 20.337. En la normativa, se decía que todos los asociados podían ser
elegidos como miembros del consejo, pero al mismo tiempo, el artículo Nº 64 aclaraba más
abajo:

“No pueden ser consejeros:

1º. Los fallidos por quiebra culpable o fraudulenta, hasta diez años después de su
rehabilitación; los fallidos por quiebra casual o los concursados, hasta cinco años después
de su rehabilitación; los directores o administradores de sociedad cuya conducta se calificare
de culpable o fraudulenta, hasta diez años después de su rehabilitación;

2º. Los condenados con accesoria de inhabilitación de ejercer cargos públicos; los
condenados por hurto, robo, defraudación, cohecho, emisión de cheques sin fondos, delitos
contra la fe pública; los condenados por delitos cometidos en la constitución,
funcionamiento y liquidación de sociedades. En todos los casos hasta diez años después de
cumplida la condena”

33
La mujer que había sido electa como presidenta tomó el celular y leyó ella misma el artículo
en cuestión: “¡Yo no estoy procesada por ninguno de estos motivos!”, exclamó.

Al reconstruir lo acontecido aquella mañana, Martín reconoció que en concreto él carecía


de medios para confirmar cuáles eran las causas que la habían llevado al sistema
penitenciario. Sin embargo, reflexionó, tampoco hubiera sabido que estaba en libertad
condicional sino se lo hubieran dicho. El programa no pedía certificado de antecedentes
penales ni para inscribir a sus “beneficiarias”, ni para formar la cooperativa. La lectura de la
ley logró aliviar la tensión de la jornada. Todos coincidieron en que la mujer que estaba en
libertad condicional podría ocupar su cargo como presidenta.

Esta situación me resultó de gran importancia para pensar la forma en que, en las
prácticas de funcionarios estatales y “beneficiarias”, se redefinen y negocian los alcances
de la legislación. Debora Poole (2012) ha llamado la atención acerca de la forma en que el
significado de las leyes es debatido e interpretado por la gente y cómo los actores sociales
toman el espacio abierto producido por las ambigüedades e incertidumbres de los marcos
normativos. En la situación que reconstruí más arriba, los funcionarios y las “beneficiarias”
se ocuparon de apropiarse creativamente de la legislación, interpretando su significado. El
acontecimiento nos permite visualizar que los modos en que el Estado regula la
conformación de cooperativas de trabajo no se hallan definidos de antemano, de un modo
estático y limitado a la mera aplicación de la legislación vigente. Fue preciso leer y releer las
leyes, interpretar sus ambigüedades y buscar en ellas un espacio abierto que permitiese
darle lugar a la elección que habían realizado las integrantes de la cooperativa. El acto
mismo de omitir una mayor indagación acerca de los motivos que habían llevado a la mujer
electa como presidenta a estar en libertad condicional, puede interpretarse como una de
las formas en las que los/as funcionarios/as negociaban los alcances de la legislación
vigente.

En este apartado, exploré algunos aspectos acerca de cómo la legislación que regula
a las cooperativas de trabajo es puesta en práctica en el día a día de la implementación de

34
un programa social. La reconstrucción de una situación acontecida durante un “operativo”
de conformación de cooperativas, me permitió mostrar el modo en que el alcance y
significado de la legislación se define en las prácticas cotidianas de funcionarios estatales y
“beneficiarias”. En el siguiente apartado, profundizaré en este planteo a partir de la
reconstrucción de la forma en que los alcances de la cooperativa se actualizan en un espacio
de capacitación del cual participan las mujeres inscriptas en el programa Ellas Hacen.

“Los jueves tenemos cooperativa”: “Mujeres Valientes” en Tres de Febrero

El día que asistí por primera vez a la cooperativa “Mujeres Valientes”, la vi a Carla, una de
sus integrantes, sentada en el asiento de acompañante de un auto estacionado. Ella tenía
en ese momento 25 años de edad y tres hijos de entre 6, 4 y 2 años. Su marido estaba
sentado junto a ella y discutían. Me pareció percibir que ella lloraba y se reía al mismo
tiempo. Tenía la vista puesta un poco en la calle y un poco en sus compañeras que también
la miraban desde lejos, paradas en la vereda. Un rato después, Carla bajó del auto y se unió
al resto de las chicas que conversaban. Eran casi las nueve de la mañana de un jueves de
noviembre de 2014. Cuando Carla se bajó del auto, saludó a las demás y entraron al Club
atravesando un gran salón que en ese momento estaba siendo remodelado. Todas
comentaron con entusiasmo que estaba quedando muy lindo y rememoraron
inmediatamente el estado deteriorado en el que éste se encontraba unos meses atrás.

Allí asistían semanalmente a un espacio de formación promovido por el programa. Sin


embargo, el Club no era un lugar desconocido para ellas. En ese mismo salón, se solían
celebrar baby showers, bautismos, fiestas de 15 y de 18 de jóvenes del barrio. Algunas
llevaban a sus hijos a clases de boxeo en esa misma institución. Desde agosto de ese año, a
las actividades habituales que desarrollaban el Club se le había sumado una nueva: los
jueves a la mañana “había cooperativa”.
Como comprendí un tiempo después, lo que ellas llamaban cooperativa era el momento y
lugar precisos donde se realizaban los talleres de “Género y Proyectos de País”. Esa mañana
de noviembre en que asistí por primera vez a las capacitaciones, llegué unos quince minutos

35
antes de las nueve y pude ir viendo a las mujeres reunirse en la puerta del club, conversar
de distintos temas e intercambiar opiniones, en medio de un clima amistoso y animado.
“Mujeres Valientes” es una cooperativa conformada en el marco del programa Ellas
Hacen en el distrito de Tres de Febrero. Está integrada por alrededor de 30 mujeres de entre
23 y 55 años. Al momento de conformar la cooperativa, varias de sus integrantes ya se
conocían por estar cursando juntas sus estudios secundarios. Cuando tuvieron que elegir
presidenta, votaron a quien consideraban que era la que siempre “trasmitía información y
organizaba las cosas” en la escuela. Esa persona era Mariela y fue con quien primero me
contacté para comenzar a realizar mi trabajo de campo en la cooperativa.
Había sido nuevamente una ex compañera de trabajo del INAES quién me había pasado su
contacto cuando le pedí ayuda para avanzar en la investigación de mi tesis. Mariela era la
mujer de su primo y había ingresado al programa Ellas Hacen cuando éste fue lanzado a
principios de 2013. En una cafetería cercana a la estación de trenes de Martín Coronado
conversamos por primera vez personalmente, apenas unos días antes mi primera visita a la
cooperativa.

Mariela tenía en ese momento 33 años y tres hijos de 14, 12 y 8 años. Su marido
integraba una cooperativa del “Argentina Trabaja” y, según me dijo, eso le había dado un
mayor conocimiento e interés acerca del funcionamiento del programa y de algunos
trámites administrativos vinculados a él. En nuestra primera conversación le conté en qué
consistiría mi trabajo y le manifesté interés en acompañar algunas de sus actividades. Ella
me dijo que el programa le resultaba una “linda experiencia”, principalmente porque la
había puesto en relación con muchas otras mujeres. Según ella, conocer sus vidas, sus
problemas, escucharlas e intentar ayudar, le había “cambiado la cabeza”. Además, me dijo
que si bien muchas de “las chicas” que integran la cooperativa se conocían “de vista” por
habitar barrios vecinos, era a partir del programa que habían comenzado a “llevarse”.

- Por ejemplo hay dos chicas que eran cuñadas y no se hablaban más porque el marido
de una se había peleado con el de la otra. Terminaron las dos en la misma

36
cooperativa y se empezaron a llevar bien. Se dieron cuenta que no había problema
entre ellas.
Mariela me relató las actividades que venían realizando: habían hecho un curso de
plomería, estaban finalizando sus estudios de nivel secundario en el Plan FinEs21 y tenían
“talleres de género”. Para estudiar en el FinEs, las mujeres habían sido distribuidas en 1er,
2do o 3er año, según el nivel de estudios alcanzados previamente. De esta manera, el FinEs
no representaba un espacio de reunión de todas las integrantes de la cooperativa. “El día
que nos reunimos todas es el jueves, que tenemos cooperativa”, me explicó.

Los jueves era el día en que se desarrollaban los “talleres de género”, a los que Mariela y
las demás se referían como “la cooperativa”. El nombre completo de estas capacitaciones
era “Género y proyectos de país” y se trataba del mismo ciclo de formación del cual me
había hablado Pablo al recibirme en su oficina del MDSN algunos meses atrás. Mientras
conversábamos, Mariela hizo una pausa repentina para hacerme una advertencia, como si
considerara necesario prevenirme acerca de algo importante:

- Lo que a las chicas no les gusta es hablar de política. No quieren saber nada. Porque
nos pasó en el Fines, que todas las materias se iban para el lado de la política.
Teníamos literatura, se iba para el lado de la política. Historia, se iba para la política.
Hasta matemática se iba para lo político porque era como una matemática orientada
a la economía familiar… Entonces las chicas decían “Otra vez estamos hablando de
política”
Sus palabras fueron firmes y enfáticas. Pensé que en ellas se sintetizaba algo importante,
no sólo de cómo ella pensaba a sus compañeras, sino también de lo que creía que yo podía
esperar. Luego de su aclaración, seguimos conversando y Mariela me invitó a asistir el
siguiente jueves a las capacitaciones en donde se reunían todas las integrantes de la
cooperativa. Me indicó el número de teléfono de la tallerista, quien estuvo de acuerdo en
que me acercase cuando le comuniqué mis intereses.

21
Plan de Finalización de Estudios Secundarios. Ver nota al pie número 11 (Introducción)

37
A partir de ese día, comencé a asistir todos los jueves a las capacitaciones, que la
cooperativa de Mariela compartía con otra cooperativa del programa. Durante 8 meses, me
incorporé a su ronda de mates y pude compartir la dinámica cotidiana de ese espacio.
Habitualmente, Marta sacaba de una bolsa de plástico un termo y un mate que empezaba
a circular de mano en mano. No faltaban las “cuadraditas de grasa” que Brenda compraba
en una panadería cerca de su casa. Las conversaciones se desenvolvían la mayoría de las
veces casi sin pausas, las voces de unas se superponían con las de las otras y se mezclaban
con algunas carcajadas. Parecía que algunas de ellas esperaban ese momento para
compartir experiencias y así se intercalaban chistes, informaciones sobre trámites, se
narraban discusiones familiares, “problemas con los maridos”, salidas del fin de semana,
chismes del barrio y un sinnúmero de otras cuestiones. Este intercambio, que sucedía antes
de que llegara el/la tallerista, parecía ser igual o más importante que el contenido mismo
del taller, habitualmente orientado a reflexionar sobre temáticas vinculadas al Género y la
Economía Social. Marta, que era junto a Rosa la mayor de las mujeres, solía inaugurar las
bromas subidas de tono y cuando eso sucedía, Jazmín, una de las más jóvenes, no podía
más que redoblar la apuesta. En el mismo acto, se solían compartir historias de romances
pasados y presentes y se planificaban salidas “a bailar” que muchas veces eran difíciles de
concretar.

Por un lado, asistir a los talleres era un requisito obligatorio para las “beneficiarias”
y las mujeres manifestaron su molestia al observar que algunas de sus compañeras “faltasen
sin justificativo” a las capacitaciones. Sin embargo, ellas expresaban de forma recurrente
que, además de un espacio obligatorio, los talleres de los jueves constituían un momento
de “despeje” y “diversión”. Un día, mientras estábamos tomando mate al sol de la mañana,
una de las chicas preguntó si alguien había traído galletitas o “algo para compartir”.

- Sí, yo traje, ¡¡un montón de problemas!!- respondió Sandra mientras todas reían-
¿Querés de los nuevos, los más calentitos? Tengo sino otros que ya están más viejos.

38
Fui observando que “compartir los problemas era un aspecto central en la construcción
cotidiana de la cooperativa. En el intercambio del día a día se intercalaban chistes y
anécdotas personales con pedidos de ayuda y consejos. Muchas veces, como esa primera
mañana había sucedido con Carla que ingresó al club luego de discutir con su marido, se
relataban conflictos que se habían tenido en el hogar y se compartían consejos acerca de
cómo lidiar con ellos.
Este espacio de encuentro e intercambio no se limitaba únicamente al momento y lugar de
las capacitaciones. En muchas oportunidades, se prolongaba por fuera del taller, tomando
mate en alguna casa o simplemente “paseando” por el barrio y “haciendo tiempo” hasta
que se hiciera la hora de retirar a sus hijos del colegio.
Un día, a la salida de uno de los talleres, emprendí caminata con varias mujeres hacía
el barrio en el que vivían algunas de ellas. Caminaba junto a Mónica y, para no interrumpir
una conversación que estábamos teniendo, la acompañé primero a un hospital situado a
pocas cuadras de donde se realizaban las capacitaciones. Mónica tenía entonces 36 años de
edad y estaba embarazada de su cuarta hija. Sus hijos mayores tenían 19, 16 y 9 años. Rosa
entró con nosotras. Cuando salimos del hospital, Mónica nos propuso que la
acompañásemos a una salita situada más cerca de su casa. Tenía que averiguar para hacerse
otro estudio que no estaba disponible en el Hospital. El paseo culminó tomando unos mates
en su casa. Mientras mirábamos la tele, Rosa contó que durante el fin de semana, se había
ido a dormir a la casa de unos familiares, porque había tenido “problemas con su marido”.
Dijo que la situación estaba muy complicada pero que “no se iba por sus hijos” y porque el
terreno era de él pero ella había invertido mucho para construir su casa.
A partir de ese día, se volvió común que yo me quedase “haciendo tiempo” con ellas
luego de las capacitaciones. Durante esos paseos y mientras tomábamos mates o las
acompañaba a realizar trámites, comencé a participar de conversaciones en las que se
compartían aspectos más íntimos de las vidas personales, que muchas veces se vinculaban
a las idas y vueltas de sus relaciones de pareja, situaciones de violencia o a conflictos con
sus hijos/as. Me trasmitieron preocupaciones, tristezas y alegrías y yo hice lo mismo con
algunos aspectos de mi vida: con quién vivía, cómo me llevaba con mi familia, qué

39
acostumbraba cocinar para la cena. Así, algunas cuestiones que eran mencionadas durante
las capacitaciones como al pasar, en forma de chiste y hasta con cierta ironía, fueron
abordadas en conversaciones más íntimas. De forma recurrente, estos intercambios me
llevaron a conocer con más profundidad las situaciones de violencia de género en sus
vínculos de pareja. Muchas veces se compartían los conflictos y peleas y era frecuente que
las mujeres recurran a las casas de otras compañeras de su cooperativa cuando necesitaban
irse de sus hogares.

Un día, Carla me contó que había estado albergando en su departamento a Sandra


y a sus hijas, luego de que ella había decidido irse un tiempo de su casa luego de un
comportamiento violento por parte de su marido. Mientras tomábamos mate en su casa y
su hija más chica iba y venía desparramando juguetes por la mesa en la que estábamos
sentadas, reflexionó:

- A Sandra todas las amigas que tenía ya no le dan bola, a mí me pasa lo mismo.
Porque vos pedís ayuda cuando estás mal y después no te entienden por qué volvés
[con su marido]. En cambio con Sandra nos entendimos desde el principio. Un día,
cuando no hacía mucho que habíamos empezado en la cooperativa, yo estaba re
triste porque estaba mal con mi marido y no tenía un mango. Ella casi no me conocía
y me ayudó. Me prestó plata.
Sandra y Carla se entendían. Las dos con hijos pequeños y atravesando situaciones de
violencia de género, fueron construyendo un vínculo de confianza que permitió que esa
noche fría de mayo, Sandra apareciera en la puerta de la casa de Carla con una olla de guiso
a medio hacer y su hija recién nacida cubierta en frazadas. El vínculo que permitía que sin
mediar explicaciones, Carla se apretara con sus hijos y su marido en una sola cama y le
dejara a ella los colchones de sus hijos, asegurándole que podía quedarse por el tiempo que
quería. Los vínculos establecidos en la cooperativa iban configurando redes de confianza,
lugares y personas a los que recurrir en momentos de dificultades.

40
Un sábado a la mañana amanecí con un mensaje de texto que Mónica me había
enviado el viernes a la noche: “Hola Flor disculpá la hora pero estoy medio bajón y
necesitaba hablar con alguien”. Le respondí el mensaje y luego hablamos por teléfono. En
la conversación, ella me dijo que se había angustiado mucho durante la noche, “no paraba
de pensar” y se ponía muy triste. En ese momento, Mónica estaba embarazada de tres
meses y su pareja iba y venía de su casa. Me comentó que eso “la hacía renegar mucho”. Le
molestaba no contar con su acompañamiento. La situación empeoraba porque, debido a
problemas de salud relacionados con su embarazo, había tenido que suspender su trabajo
como empleada doméstica en casas de familia. Tenía menos dinero y más tiempo libre
“para pensar”.
- Yo espero toda la semana a que sea jueves e ir a la cooperativa…Para ver a las chicas,
estar con ellas, me divierto, me desconecto. Es un momento para mí- me dijo
Mónica antes de cortar el teléfono.
Me encontré yo misma diciéndole que se concentre en la gente que tiene, en los que la
quieren y están cerca de ella que son los que valen la pena. Por un lado, esa conversación
telefónica me hizo comprender la importancia que tenían para ella los vínculos establecidos
con las compañeras de su cooperativa, especialmente en ese momento particular de su
vida. De alguna manera, Mónica me estaba dando un lugar en esos vínculos al elegirme
para hablar en un momento “de bajón”. Las palabras que ella dijo antes de cortar el
teléfono, quedaron resonando en mi cabeza. Su forma de vivenciar la cooperativa me
obligaba a poner el foco en algo que iba más allá de las posibilidades de construir
alternativas laborales o incluso formativas. Los afectos, la diversión, el despeje se ponían en
primer plano, reclamaban atención analítica. Habían pasado aproximadamente seis meses
desde el inicio de mi trabajo de campo y ese periodo de tiempo me había permitido
estrechar vínculos con algunas de las integrantes de la cooperativa. Además, el foco de mi
atención se había ido desplazado desde un énfasis inicial puesto en las actividades “del
programa”, como las capacitaciones, reuniones, jornadas; hacia un interés por compartir
otros espacios de las vidas de quienes eran definidas como sus “beneficiarias”. Así, tras
participar de algunas actividades cotidianas en sus hogares y barrios; pude comprender

41
otras aristas que me permitían comprender el modo en que la cooperativa era vivenciada
para sus integrantes. Estas consideraciones me llevaron a repensar mi propia forma de
entender a las cooperativas, que tendía a definirlas como una entidad con un objeto social
específico o una finalidad productiva.

Los jueves de 9 a 11, las integrantes de Mujeres Valientes tomaban mate con
galletitas, hablaban de sus vidas personales, se daban consejos. En ese espacio de
encuentro se construía “la cooperativa”. Se trataba de un momento y un lugar en el que
establecieron relaciones que no existían de ante mano, que se produjeron durante el
acontecer mismo de ese tiempo compartido, a partir de la puesta en común de problemas
y ayudas. Compartir, no sólo mates y galletitas, sino también problemas; era lo que le daba
contenido a la cooperativa. Pero no se trataba únicamente de lo que sucedía durante el
tiempo que las reunía para una capacitación. Como había expresado Mónica, la cooperativa
era algo que “se esperaba toda la semana”. En ese mientras tanto que mediaba entre cada
jueves, tener alguien a quien llamar, una casa que visitar, o con quien tomar mate,
resultaban aspectos de relevancia para las integrantes de las cooperativas. Estas
consideraciones me fueron movilizando a interrogarme acerca del modo en que las
experiencias en el programa Ellas Hacen se inscribían en las vidas cotidianas de sus
“beneficiarias”, atendiendo a lo que cobraba centralidad desde el punto de vista de las
integrantes de las cooperativas.

Fui comprendiendo que buena parte de lo que quienes integraban Mujeres


Valientes resaltaban como importante, se vinculaba a las posibilidades de construir un
diálogo y un momento de contención con otras mujeres, un espacio por fuera del ámbito
doméstico desde donde conversar aspectos de sus relaciones familiares, intercambiar
consejos, compartir miedos, deseos, proyecciones a futuro. Esta consideración me permite
dialogar con una serie de estudios que han venido analizando la participación de mujeres
en experiencias de política colectiva, tales como los movimientos de desocupados. Como
han señalado estos trabajos, el involucramiento en espacios de intercambio con otras
mujeres ha permitido que ellas compartan y discutan inquietudes comunes, destacando la
importancia de las vivencias subjetivas que se ponen en juego en este proceso (Cross y
42
Partenio, 2011). Se ha señalado que estos intercambios constituyen prácticas de encuentro
que promueven la visibilización de distintas formas de violencia, la resignificación de sus
trayectorias y la puesta en palabras problemas que aparecían confinados al ámbito privado
(Partenio, 2011). El desarrollo de estos espacios de intercambio promueve entonces la
construcción de una solidaridad entre mujeres que puede socavar y poner en tensión a la
ideología de la armonía y complementariedad entre hombres y mujeres (Espinosa, 2013,
2015). Las integrantes de la cooperativa conversaban recurrentemente acerca de
situaciones que acontecían “en sus casas”, intercambiaban consejos y se compartían los
porvenires de las, a menudo conflictivas, relaciones con sus maridos. Durante ese tiempo
compartido circulaban chismes, risas, anécdotas, se ponían en común temores y
aprendizajes; se iban construyendo poco a poco, vínculos en los que era posible ir
entretejiendo y comparando las propias historias. En sus relaciones cotidianas, ellas
construían la posibilidad de conversar acerca de sus problemáticas y, a partir de esas
charlas, percibir que no se trataba de asuntos aislados, vinculados únicamente al ámbito
privado e individual. Si encontrar una resolución inmediata a las situaciones de violencia
resultaba dificultoso, el acto de “hablar de los problemas” iba abriendo camino a pensar
dichas circunstancias como compartidas. La violencia empezaba a ser pensada como un
problema común, un objeto de reflexión que podía abordarse colectivamente. La
posibilidad de entablar un diálogo acerca de asuntos que eran a priori considerados
personales o íntimos constituyó algo importante para las integrantes de la cooperativa. Se
trataba de una posibilidad que no existía desde un comienzo, que era necesario crear y
recrear en los vínculos cotidianos y que hacía existir a la cooperativa como algo relevante
para el acontecer de sus vidas.

“Ir más allá del plan”: Laura y Comunidad Organizada


A Laura la conocí en febrero de 2015. Ella es presidenta de una cooperativa del Ellas
Hacen de Moreno y milita en una agrupación llamada Comunidad Organizada. Su ingreso a
la militancia sucedió un tiempo después de inscribirse como “beneficiaria” del Ellas Hacen.
Si bien se reconocía como una persona “que se movía” y desde hacía tiempo que tenía un
lugar activo en instituciones religiosas y formaba parte de la cooperadora de la escuela a la

43
que asistían sus hijos/as, fue luego de ingresar al programa que ella estuvo por primera vez
“metida en política”. En una de las primeras charlas a la que la invitaron como
“beneficiaria”, escuchó a Beatriz, una funcionaria de la Dirección de la Mujer del Municipio.
Apasionada, ella había hablado del “empoderamiento” de la mujer y había llamado a
quienes tuvieran “problemas de violencia” o complicaciones para cobrar la asignación
universal a acercarse a la Dirección. Laura, que en ese momento estaba tramitando el
embargo de la asignación que cobraba su ex esposo, fue a hablarle. Si bien se acercó a ella
principalmente para resolver “el tema de la asignación”, cuando fue a verla a la Dirección
se le despertó un nuevo interés. Le resultó admirable la forma en que Beatriz y su equipo
trabajaban asesorando a mujeres que sufrían violencia de género. La situación la tocaba de
cerca porque ella misma había sufrido violencia por parte de su ex marido. Con el tiempo,
empezó a proyectarse a sí misma trabajando en la Dirección y comenzó a afianzar el lazo
con Beatriz, colaborando con ella para llevar “talleres de género” a distintos barrios.

Además, Laura conoció a Marcos, un coordinador territorial del programa. Fue junto
a él que comenzaron a armar una agrupación política, que luego llamaron “Comunidad
Organizada”. Marcos tenía en ese entonces 24 años y estudiaba derecho. Él había
comenzado a militar cuando era adolescente y había pasado ya por varias agrupaciones
políticas kirchneristas. Con el tiempo, Marcos fue comenzando a pensar en la posibilidad de
armar, junto a otros compañeros una organización propia. Decía que hacer política no podía
ser sólo pegar afiches y repartir boletas y se entusiasmaba cuando hablaba de organización
popular. Durante 2014, Marcos trabajaba como “coordinador territorial” de las
cooperativas de Ellas Hacen en el distrito. Había sido contratado por el MDSN y, como parte
de sus funciones, se ocupaba de mantener reuniones semanales con las presidentas de las
cooperativas. Coordinaba también la gestión de las capacitaciones y actividades a las que
asistían las integrantes de las cooperativas. Su trabajo le gustaba porque consistía
mayormente en “estar en el territorio”. Cuando a fines del 2014 el proyecto de armar su
propia agrupación comenzó a tomar forma, algunas de las presidentas de las cooperativas
del Ellas Hacen fueron las primeras en sumarse. “Comunidad Organizada” estuvo entonces
integrada en un principio, por mujeres que estaban inscriptas en el Ellas Hacen y jóvenes

44
que habitaban en la zona del centro de Moreno, algunos de ellos graduados o estudiantes
universitarios.

Laura fue una de “las presidentas” que se sumaron a militar con Marcos. En poco
tiempo, ella se reconoció a sí misma como “referente” de su barrio. Su militancia y las
“articulaciones” que establecía con funcionarios/as del Municipio, le permitieron saber
“qué puerta golpear” cuando algún/a vecino/a o conocido/a necesitaba ayuda. Fue cada
vez más frecuente que la identificaran en el barrio como una persona a quien pedirle
asesoramiento ante necesidades. Gran parte de la militancia de Laura consistía en saber
relacionarse con funcionarios estatales y referentes de otras organizaciones. Durante un
año 2015 abarrotado de campañas electorales22, parte de la tarea consistía en “articular” y
estrechar vínculos con otras organizaciones y agrupaciones políticas que formaban el
amplio escenario del Frente Para la Victoria en el distrito. Dicho escenario se conformaba
por una gran cantidad de agrupaciones de incidencia local, que tenían en común su apoyo
a los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner y su identificación con los símbolos e ideas del
peronismo.
Fue a través de Marcos que tuve la oportunidad de reunirme con Laura por primera
vez. Me había acercado a él en diciembre del año anterior, luego de recibir una invitación a
una “Jornada de Debate” que se realizaba en el marco del programa en su distrito. En esa
oportunidad, le había comentado mi interés de realizar una tesis sobre las experiencias
cotidianas de mujeres inscriptas en el Ellas Hacen. En febrero volvimos a hablar y él me
invitó a una jornada de formación política organizada por su agrupación, a la que asistirían
“algunas presidentas”. Yo ya estaba en viaje hacia Moreno cuando se largó una repentina
pero intensa lluvia de verano que hizo suspender la actividad: “No importa, te llevo a la casa
de una compañera que es presidenta, para que la conozcas”, me dijo Marcos al encontrarlo
en la estación

22
En el año 2015 se sucedieron en la provincia de Buenos Aires, tres elecciones en los meses de agosto,
octubre y noviembre: las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias, las Elecciones generales y el Balotaje
para presidente.

45
Laura vivía a unas treinta cuadras de la estación de Moreno. Entre mates y charlas,
le comenté que me interesaba conocer su “día a día” en el programa. Le expliqué como
pude los alcances de la metodología del trabajo de campo antropológico y le dije que desde
hacía unos meses, tenía una beca que me permitía dedicarme durante tiempo completo a
la realización de mi tesis. Ella me pasó a relatar las actividades que venían realizando en la
cooperativa, resaltando sus pareceres acerca del mismo. Me dijo que a muchas mujeres el
programa “les había cambiado mucho” y me empezó a enumerar algunos ejemplos del
impacto que había tenido el Ellas Hacen en las vidas de sus compañeras. Entre los cambios
mencionados por Laura, se encontraban el invertir en un emprendimiento comercial o
productivo, comenzar a ir a la peluquería y hacerse un espacio para estudiar:

- Y yo digo que el plan hay que aprovecharlo. Porque ¿cuánto tiempo puede durar un
plan? Al final, es como lo que vos tenés, como una beca. Lo que te queda es el aprendizaje,
en algún momento se acaba y vos te quedás con lo que pudiste aprender.

Desde ese día, comencé a acompañar a Laura en distintas tareas cotidianas


vinculadas tanto a su lugar como presidenta de cooperativa en el programa Ellas Hacen
como a su militancia política. Fui con ella a movilizaciones, festivales para los chicos del
barrio, actos políticos, capacitaciones en el marco del programa y reuniones con
funcionarios estatales. Además, Laura me abrió con generosidad las puertas de su casa,
donde compartimos almuerzos y mates por mañanas y tardes. Muchas veces, ella acudía a
reuniones y movilizaciones acompañada por sus hijos/as, por lo cual acompañarla implicó
enseguida relacionarme con ellos. En el momento que la conocí, ella tenía 36 años y tres
hijos de 13, 11 y 9 años. Se encontraba conviviendo con René, su pareja hacía diez años y el
padre de la menor de sus hijas. Laura se transformó enseguida en una interlocutora central
para mi trabajo de campo. No tardó en interpelarme como mujer, interesarse en mis
opiniones, posicionamientos políticos y horizontes de vida.

46
- Y a vos Flor… ¿Dónde te gustaría estar en unos años? ¿Cuáles son tus sueños?- podía
preguntarme casi de la nada, con una habilidad para indagar en aspectos personales
que muchas veces me dejaba pensando.
A través de distintas conversaciones informales, Laura me fue confiando de a poco, una
parte importante de su trayectoria de vida. Ella misma se jactaba de sorprender con sus
historias y experiencias. “Yo para todo tengo una historia”, solía decir. Supe que unos años
antes de ingresar al programa, Laura había sufrido un accidente mientras colocaba el techo
de su casa y se había golpeado fuertemente en la cabeza. El golpe había afectado su
capacidad para concentrarse y su memoria y durante más de un año se había dedicado
rehabilitarse, encontrándose limitada para trabajar y/o estudiar. Su ingreso al programa
Ellas Hacen, poco tiempo después de recibir el alta en su tratamiento, le había abierto las
puertas nuevamente a realizar tareas de forma autónoma. “A mí, el programa me cambió
la vida”, sintetizó un día que hablábamos del tema.

Como me había dicho la primera vez que conversamos, el programa era para Laura una
“oportunidad a aprovechar”:

- Un programa de inclusión no es sólo que te dan plata y listo. Es para que vos
estudies, para que después pases a otra cosa. Yo les digo a las chicas [sus
compañeras de la cooperativa] que no se queden con cobrar y listo, que vayan más
allá, que aprovechen, estudien, participen, que se metan. Porque es como la
cooperadora de la escuela, está bueno participar. La portera cuando sabe que sos
de la cooperadora no te cierra la puerta si llegás tarde, te ayudan. O cuando te vas
a hacer el PAP en la salita, es gratis pero te piden que lleves un poco de lavandina,
algo para colaborar. Y no es lo mismo si lo llevás que si no, no te tratan igual.
Para Laura, “aprovechar el plan” era “no quedarse”, “participar”, “ir más allá”. Ese “más
allá” ella lo fue encontrando en un lugar que no había pensado anteriormente y que se
vinculaba a la militancia política. Tanto ingresar al programa como comenzar a militar
habían significado la posibilidad de hacer “algo para ella”. Esta voluntad explícita de
construir y sostener “un espacio propio” era relevante para ella en gran parte debido a sus

47
experiencias previas. Laura solía decir que, luego de haber pasado por una situación de
violencia con su ex marido, había reconocido la importancia de tener “sus espacios
propios”.

El interés de Laura por trascender en su vida personal las propuestas del programa
y proyectar otras perspectivas a futuro- como militar en una agrupación política y/o trabajar
en el Municipio- encontraba continuidad en su insistencia para que sus compañeras
también “aprovechen” las oportunidades. A menudo, ella expresaba que sentía la
necesidad de contagiar a sus compañeras, para que vayan “más allá del plan”. Algunas de
las integrantes de su cooperativa se habían ido sumando a acompañar actividades de la
agrupación política en la que ella estaba militando. A otras mujeres, les insistía en que
inviertan una parte de lo que cobraban por el programa y generen emprendimientos
comerciales o productivo

- Un día las agarre a un par y les dije: “no tienen que gastarse toda la plata que les
dan, la tienen que invertir”. Porque las chicas no se dan cuenta que el programa no es algo
que te dan como un regalo. A una chica que se quejaba que no tenía, que no podía hacer
mucho, le dije “vas a agarrar cuando te paguen, vas a comprar medias y las vas a revender
acá en el colegio”. Me hizo caso y ahora tiene todo un local. A otra chica que me decía “yo
no puedo trabajar, tengo bebes chiquitos”. Yo le dije “¿Tenés frízer? ¿Tenés lugar en tu
casa?”. La acompañe a que compremos unos baldes de helado y los revenda acá. Ahora
tiene un negocio re lindo.

Cuando Laura me dijo que ella le insistía a sus compañeras que vayan “más allá” del
programa, pensé que esa expresión sintetizaba parte de sus experiencias y las de otras
mujeres. Por un lado, ella estaba sosteniendo que “estar en el programa”, no era “cobrar y
listo”: había que estudiar, capacitarse, asistir a los talleres y participar de las reuniones. Sin
embargo, el punto de vista de Laura no expresaba sólo su interés por que sus compañeras
“cumplieran” los requisitos que proponía el programa. Además de las actividades que el
Ellas Hacen preveía para quienes integraban las cooperativas, Laura ponía el foco en un

48
montón de otras acciones que trascendían dichas propuestas. De algún modo, ella me
estaba invitando a mí a ir “más allá del Plan” y, de un modo similar al que había sucedido
en Tres de Febrero, redirigir mi atención hacia el modo en que “estar en el programa” se
inscribía en sus vidas

En su cotidianidad, ella recreaba y reinventaba el lugar que la cooperativa ocupaba


entre sus vivencias. Para Laura, ingresar a la cooperativa había motorizado entre otras
cosas, su vinculación con actividades de militancia política. Sin embargo, dicho
involucramiento no se había dado de un día para otro, como reacción automática de su
incorporación al programa Ellas Hacen. Al contrario, involucrarse en política, podría haberle
parecido una actividad impensada en un primer momento. Cuando ingresó al programa,
ella tenía previsto ahorrar dinero para invertirlo en un comercio propio, quería construirse
un local y vender artículos de limpieza. En el momento que la conocí el local estaba recién
construido en el frente de su casa, pero nunca había comenzado con el emprendimiento
comercial. A veces, guardaba allí mercadería que habían conseguido a través del municipio
para realizar algún festival en el barrio o se acumulaban tela y pintura para confeccionar
banderas de la agrupación. Si la cooperativa había implicado para ella, un paulatino
involucramiento en actividades consideradas “políticas”, dicho involucramiento era
vivenciado principalmente como una forma de construir un “espacio propio”. Su militancia
era una de las formas en que ella construía el “más allá del Plan”. En este sentido, el ingreso
al programa y los contactos establecidos con militantes y funcionarios estatales fueron
alterando sus propias proyecciones e ideas. Si en principio sus planes giraban en torno a
poder seguir estudiando o generar un emprendimiento comercial; con el tiempo, su
participación en la cooperativa fue promoviendo su vinculación con actividades
consideradas “políticas”. Pero si para Laura estar en la cooperativa fue volviéndose una
forma de militancia, estas actividades tenían en su vida la relevancia de constituir un espacio
de relativa autonomía frente a las tareas domésticas y podían comprenderse mejor a partir
de la reconstrucción que ella hacía de sucesos pasados de su vida, como la relación con su
ex marido o el accidente que había sufrido en su cabeza.

49
Un día, Laura me sorprendió con una nueva reflexión acerca de su involucramiento
político. Corría el mes de noviembre de 2015 y faltaban apenas dos semanas para que se
celebraran los comicios correspondientes a la segunda vuelta electoral en la cual Daniel
Scioli y Mauricio Macri se disputaban la Presidencia de la Nación. Nos habíamos juntado en
el “local de militancia” de Comunidad Organizada, para una “caminata por el barrio” con el
futuro intendente Walter Festa. El evento se había suspendido a último momento. Allí
reunidas, tomábamos mate junto a otra compañera de la agrupación y Gilda, una señora
del barrio que también integraba una cooperativa del Ellas Hacen y se había acercado a
Laura para pedirle ayuda con un emprendimiento de panadería que tenía ganas de
impulsar. Estábamos conversando acerca de los próximos pasos de campaña electoral e
intercambiando nuestras sensaciones al respecto de la coyuntura del país. Habían sido
meses muy convulsionados políticamente. En las semanas previas al balotaje, la discusión
política había ocupado espacios muy extendidos de la vida cotidiana y se había vuelto
frecuente que personas que no se auto definían como militantes asumieran funciones en la
campaña electoral. En esas discusiones que se hacían cotidianas, en el interés por ganar el
voto de un amigo o conocido, se ponía en juego una fuerte carga emocional, afectos y
pasiones encontradas, sentimientos de miedo y esperanza que a veces se combinaban de
formas contradictorias.

- Yo tengo esperanza- dijo Gilda con un tono muy tranquilo, esbozando una media
sonrisa- Porque ese cantante cristiano… ¿Montaner se llama?, dijo que creía en
Daniel.
En ese momento, supe que Laura y Gilda no sólo se conocían “del barrio” y por estar ambas
en el Ellas Hacen. Las dos concurrían a la misma iglesia evangélica. Como si el comentario
de Gilda le hubiera dado un pie que estaba necesitando, Laura reflexionó acerca del modo
en que en su vida, se vinculaban fe religiosa y militancia política:

- Y… yo milito porque Dios me puso en este lugar. Todo lo que hago es porque Dios
me puso. Yo tuve una visión de que me tenía que meter en esto porque dios me lo
estaba pidiendo. Yo me resistía.

50
Su declaración me sorprendió. Si bien sabía que su participación de la iglesia evangélica era
muy importante para su vida y que era algo que la acompañaba desde siempre- su padre
había sido pastor- era la primera vez que la escuchaba vincular directamente esto con su
motivación a participar en política.

- ¿Cómo fue que sentiste que Dios te puso en ese lugar?- pregunté
- Mirá, Marcos dice que son déjavus, pero no son dejavus, son revelaciones que una
tiene, que decís, me tengo que meter… Y yo tengo una amiga que vive en Estados
Unidos. Un día, me habla por Facebook y me dice que me tenía que decir algo, que
había tenido una revelación, que me tenía que mandar fuerzas porque Dios me iba
a cuidar. Me dijo que yo iba a trabajar con mujeres, con muchas mujeres, y que iba
a ayudarlas mucho. Que iban a cambiar mucho sus vidas y que iban a salir del
encierro, que iban a liberarse de cadenas que tenían desde hacía años. Mucha gente
se iba a enfrentar a mí por eso, pero yo tenía que ser fuerte, porque Dios estaba de
mi lado.
- ¿Pero vos ya estabas en el programa?- pregunté
- Sí… ¡pero ella no sabía nada! Yo no lo puse en Facebook ni nada, todos los grupos
que tenia del programa eran secretos, privados. Así que dije “listo, tengo que
aceptar este llamado de Dios”. Entonces cuando tenemos un dificultad o algo que
queremos conseguir, yo le pido a Dios que nos ayude… Incluso a veces, cuando tengo
miedo de meterme en problemas, le digo a Dios “Dale, che, vos me pusiste acá,
ahora me tenés que cuidar. Sino, ¡no vale!”. Porque yo tengo esa manera de hablarle
a Dios, no es que me tiro al suelo, ni nada. – Laura comenzó a reir y su risa nos
contagió casi automáticamente.
El modo en que reconstruía su forma de “hablarle a dios” estaba casi carente de toda
solemnidad y hasta a ella misma le provocaba gracia.

Lo que Laura había encontrado en la cooperativa era algo más que militancia
política. Del mismo modo, lo que ella buscaba y encontraba en la militancia, no podía
explicarse únicamente por la voluntad de acompañar a un candidato, apoyar un partido

51
político o crecer ella misma como referente barrial. En su forma de vivenciar la política
entraban en juego aspectos personales como la voluntad de construir un “espacio propio”,
las ganas de “contagiar” a sus compañeras, la creencia en que estaba cumpliendo con un
mandato divino, el gusto que le daba “ayudar a otras mujeres” y, al estar activa y encarando
diversos proyectos, ayudarse a sí misma. Para Laura, estar “metida en política” era algo que
se tejía desde diversos lugares, se sostenía desde experiencias que podrían de antemano
no considerarse “políticas”. Estas reflexiones me reenvían a considerar ciertos aportes que
se han realizado desde la etnografía y que invitaron a pensar las formas en que las personas
se involucran en experiencias de política colectiva considerando la variedad de pasiones y
afectos que se ponen en juego, no como factores motivacionales, sino como sentidos que
se actualizan en las prácticas cotidianas (Fernández Álvarez, 2016). Siguiendo a la autora, la
política está constituida por prácticas que pueden llegar a resultar impensadas para sus
propios actores, prácticas que no son completamente conscientes. La etnografía permite
entonces atender al hacer de las personas y, de esta manera, focalizar en las formas en que
las personas se producen a sí mismas haciendo (Quirós, 2011). Desde esta perspectiva, es
preciso considerar el modo en que, mediante el hacer política, se comprometen afectos,
sensaciones, sentimientos y estados de ánimo. Retomando la pregunta inicial de este
capítulo, la cooperativa- y la política- eran para Laura esa amalgama de afectos,
proyecciones, deseos y ganas de hacer cosas en la que la militancia ocupaba un lugar
central, pero no exclusivo ni plausible de ser diferenciado como esfera autónoma. Su forma
de darle sentido y desarrollar acciones vinculadas a “estar en política” se orientaba desde y
hacia lugares diversos entre los que se incluían y entramaban sus creencias religiosas, sus
relaciones de pareja, los vínculos entablados con funcionarios/as, la voluntad de “ayudar”
a sus compañeras. Era desde estos afectos que ella hacía cotidianamente a la política en su
vida.

Reflexiones finales
Hasta aquí, fui reconstruyendo algunos aspectos que, desde mi trabajo de campo,
hacen posible pensar las formas diversas en que las cooperativas conformadas en el marco
de programas sociales cobran contenido en las vidas de las personas que las integran. A

52
partir de estas reconstrucciones, resulta pertinente retomar una propuesta analítica que
sugiere pensar a dichas entidades como categorías de la práctica que no pueden ser
definidas a priori a partir de una serie de nociones teóricas o valores abstractos (Fernández
Álvarez, 2015a). Según la autora, uno de los potenciales del trabajo etnográfico consiste en
interpelar sesgos clasificatorios y normativos, desarrollando un abordaje vívido y situado
que contribuya a una reflexión teórica comprometida con la riqueza analítica de las “zonas
grises”. Esta propuesta consiste en buena medida en saber dejarnos guiar por aquello que
se presenta como relevante en nuestras investigaciones, evitando atribuirle un contenido
de antemano. Fernández Álvarez llama la atención acerca de las dificultades que
enfrentamos a la hora de deshacernos de una lectura teológica que, partiendo de un
horizonte prefigurado, suele obstaculizar el análisis de aquello que se produce en las
prácticas concretas. De esta manera, la autora propone atender a las múltiples formas de
ser, estar y hacer que nos van mostrando nuestros interlocutores de campo y las variadas
acepciones que categorías como la de “cooperativa” pueden tener en contextos concretos.

Cuando comencé mi trabajo de campo me llamó la atención el modo en que las


integrantes de “Mujeres Valiente” solían asociar la cooperativa al momento y lugar en que
se realizaban las capacitaciones de “Género y Proyectos de País”. Esta asociación se
sintetizaba en expresiones como “Los jueves hay cooperativa” o “nos vemos en la coope”.
Con el tiempo, fui comprendiendo que más allá de las capacitaciones, la cooperativa se
construía cotidianamente como un entramado de vínculos a partir de los cuales era posible
poner en común problemas e intercambiar consejos y a veces, desarrollar arreglos que
permitiesen hacerle frente a circunstancias difíciles de la vida, como las situaciones de
violencia en el núcleo de los vínculos de pareja. La cooperativa era incluso algo que “se
esperaba” toda la semana y que pasaba a ocupar un lugar relevante en las vidas de sus
integrantes. Era quizás, durante el tiempo transcurrido entre jueves y jueves, en los
mensajes de texto enviados para pedir ayuda o manifestando el deseo de compartir un rato,
que las mujeres hacían existir a la cooperativa.

53
Por otro lado, en Moreno, pude registrar el modo en que las capacitaciones y otras
tareas que realizaban las cooperativas se entrecruzaban para algunas de sus integrantes
con otras actividades asociadas a la militancia. Trascender las propuestas que el programa
tenía para las cooperativas era una preocupación concreta en las vidas cotidianas de
algunas de sus integrantes. Así, integrar la cooperativa implicaba un punto de partida que
permitía “ir más allá”. La voluntad explícita de construir experiencias que permitiesen
“aprovechar” el tránsito por el programa, se ponía muchas veces en relación con
experiencias anteriores de la vida de las personas, desde las cuales se sostenía la necesidad
de construir un espacio de autonomía.
En ambos contextos etnográficos, me fui encontrando con prácticas que, en primer lugar,
contradecían una definición restringida de las cooperativas como entidades con un objeto
social determinado o una finalidad productiva. De alguna manera las cooperativas no
estaban siendo definidas a partir de una finalidad única y preestablecida, sus objetivos eran
reconstruidos cotidianamente por sus integrantes y se ponían en relación con aspectos más
generales de las vidas de sus integrantes. Pero las personas que integraban las cooperativas
no construían sus experiencias mediante procesos individuales. Muchas veces, las mujeres
destacaban la importancia de compartir con “otras mujeres” y era a partir de esos vínculos
que se promovían acciones que no habían sido planificadas de antemano. La cooperativa
era construida cotidianamente a partir de prácticas políticas colectivas. En este punto, me
interesa retomar una perspectiva que desarrollé en la introducción a esta tesis y que invita
a analizar dichas prácticas ateniendo al transcurrir mismo de los fenómenos (Fernández
Álvarez, 2015b). A la luz de mi trabajo de campo, estos aportes me permiten sostener la
multiplicidad de procesos que entran en juego en la construcción cotidiana de cooperativas
impulsadas por programas estatales. En este sentido, procuro tomar distancia de miradas
que las describen según sus posibilidades de acercarse o alejarse a un proyecto construido
de antemano- como el de construir horizontes laborales autosustentables- para atender a
las formas concretas en que las cooperativas son construidas por sus integrantes.
Así, construir vínculos que habiliten obtener refugio ante situaciones complicadas de la vida
o simplemente alguien a quien llamar ante malos momentos; poder construir un “espacio

54
propio”, involucrarse en agrupaciones políticas, constituyeron entre otras cosas puntos
centrales a la hora de construir las experiencias cotidianas vinculadas con integrar las
cooperativas.

En segundo lugar, estas consideraciones me llevan a reflexionar acerca de los


procesos de apropiación, control y autonomía que entran en juego en la implementación
de programas estatales (Manzano, 2007, 2013). La antropología política ha realizado
interesantes aportes a la hora de pensar los modos en que las acciones estatales configuran
los límites de lo posible, desde los cuales las personas se organizan colectivamente
(Fernández Álvarez, 2010). Este abordaje ha resultado particularmente iluminador a la hora
de atender a procesos de movilización social y resistencia, poniendo el foco en las prácticas
cotidianas de quienes participan en ellos y proponiendo comprenderlos desde su doble
carácter de procesos históricos y experiencias de vida (Grimberg, 2009).
Estos aportes destacan, entre otras cosas, la importancia de no analizar separadamente a
los procesos estatales y a las prácticas políticas de sectores populares.
Retomando esta perspectiva, mi análisis ha buscado poner el foco en las prácticas de
quienes integran cooperativas conformadas en el marco de un programa social, atendiendo
no sólo a sus actividades diarias en tanto “beneficiarias”, sino también a otras situaciones
de la vida cotidiana que acontecen en sus espacios domésticos y sus barrios
De este modo, intenté reconstruir el proceso en que un programa estatal que es definido
como de “inclusión social con trabajo” se inscribe en las vidas de quienes están inscriptas
en él. Para sus “beneficiarias”, ingresar al Ellas Hacen y formar parte de las cooperativas,
implicó no sólo asistir a capacitaciones y espacios de formación. Al construir sus
experiencias cotidianas en torno a las cooperativas, se ponían en juego acciones y
sentimientos que implicaban mucho más que el cumplimiento de los requisitos que el
programa establecía- asistir a capacitaciones, terminar el secundario, participar de
reuniones- y solía movilizar reflexiones acerca de sus vidas en términos más generales.
Muchas veces, lo que se ponía en el centro como un aspecto significativo de su participación
en las cooperativas eran la construcción de vínculos afectivos. Tal como ha resaltado Lynch
Cisneros, el proceso de implementación de un programa social no involucra únicamente

55
capacidades técnicas y políticas, sino también relaciones de afecto y sociabilidad y múltiples
procesos interpersonales (Lynch Cisneros, 2012)- Es así que mi trabajo de campo me fue
llevando a compartir con mis interlocutoras, no sólo los sentidos otorgados a las actividades
del programa, sino también sus alegrías, tristezas y proyecciones a futuro, sus experiencias
de vida en términos más amplios. Sus prácticas no pueden ser analizadas por fuera de la
implementación de un programa social, pero tampoco deberían ser reducidas como efectos
o “impactos” provocados por el mismo.

56
Capítulo 2: “No todas participan igual”. Asistir, cumplir y comprometerse.
Introducción

“Porque si hay una necesidad hay un derecho… Pero si el derecho se consigue, surge
entonces… ¡también la obligación de hacerse cargo de ese derecho
y trabajar con dignidad para ganarse el pan! ¡Que nadie te regale nada! ¡Que no le debas
nada a nadie! ¡Que lo que tenés en el bolsillo sea tuyo porque lo laburaste, porque te
levantaste temprano, porque dejaste a los chicos, porque te capacitaste!”

Con estas palabras, la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner anunciaba en


Marzo de 2013 el lanzamiento de la “nueva etapa” del programa de Ingreso social con
trabajo Argentina Trabaja, el Ellas Hacen. Mientras iba diciendo frases como “trabajar con
dignidad” o “ganarse el pan”, el público presente, compuesto mayormente por militantes
de agrupaciones políticas, funcionarios estatales e integrantes de cooperativas del
“Argentina Trabaja” respondía con aplausos y muestras de apoyo.
En el discurso del programa, la relación establecida entre derechos y obligaciones
representa un aspecto central en el que se fundamenta la ruptura con políticas
“asistencialistas”. La asistencia de las “beneficiarias” a distintos espacios de
capacitaciones, es desde esta lógica la vía para lograr su “empoderamiento”. En sintonía
con estos fundamentos, los “avances” en la implementación del programa, se han ido
mostrando a partir de la cantidad de mujeres que asistieron a las capacitaciones
propuestas, puntualizando para cuántas de ellas dichos espacios formativos
representaron la adquisición de un “primer oficio”.23 El “impacto” de estas capacitaciones
también se fue plasmando en relatos de experiencia en los que el Ministerio se propuso

23
Estas cuestiones suelen resaltarse en las publicaciones emitidas por el MDSN. (Fuente “Primer Informe. Antecedentes,
creación y primera etapa del Ellas Hacen. Abril de 2014”, “Situación Actualizada de titulares de la línea Ellas Hacen. Perfil
de titulares y aspectos evaluativos al primer semestre 2015” y “Ellas Hacen Caracterización de titulares a dos años de
inclusión, provincia de Buenos Aires”. Disponibles en http://www.desarrollosocial.gob.ar/ellashacen. Fecha de consulta
23 de noviembre de 2015.

57
“recuperar las voces” de quienes integran las cooperativas, reconstruyendo la forma en
que asistir a instancias formativas había modificado sus vidas.24
Durante mi trabajo de campo, en varias oportunidades me comentaron que al
inscribirse en el programa habían firmado “un papel” en el que decían comprometerse a
dedicar cuatro horas diarias a actividades de formación, la terminalidad de sus estudios
secundarios y posteriormente a la realización de tareas de construcción de vivienda,
mejoramiento de obras públicas y otras actividades vinculadas al mantenimiento.25 En ese
momento, las tareas que tenían asignadas las mujeres consistían mayoritariamente en
asistir a las capacitaciones y terminar sus estudios primarios y/o secundarios. Las
presidentas se encargaban de dejar asentada la asistencia a las capacitaciones en planillas
que eran luego presentadas a representantes del MDSN. En el caso de quienes estaban
cursando sus estudios secundarios o primarios en el Plan Fines, se designaron “referentes
educativos/as” que se encargaban de tomar la asistencia de quienes cursaban. Los/as
referentes podían ser mujeres inscriptas en el programa que ya hubiesen terminado el
secundario o militantes que tomaban dicha responsabilidades.26
Ante situaciones de urgencia, como problemas de salud o la necesidad de realizar
trámites personales, las faltas podían “justificarse” mediante la presentación de algún
certificado que dé cuenta de la situación que había ocasionado la inasistencia. Era

24
Como ejemplo de este tipo de reconstrucciones podemos citar la publicación impresa “Ellas Hacen Historia.
Relatos de las integrantes del programa Ellas Hacen, La Plata 2013”. En esta publicación se reconstruyen
aproximadamente 50 historias de vida de mujeres inscriptas en el programa. Además, se ha producido un
abundante material audiovisual en el que se narran experiencias y testimonios de las integrantes de las
cooperativas. Fuente: Canal de Youtube “Ellas Hacen. Ellas Saben”. Disponible en
https://www.youtube.com/channel/UCeKsx1pPbLxwZDJ_sKzHDjw y Video “Ellas Hacen” en Canal de Youtube
“MDS Nación” Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=faKnwyC-ZLo Fecha de Consulta 06 de
abril de 2015
25
En los distritos donde realicé trabajo de campo, las cooperativas no tenían asignadas entre sus funciones
tareas de construcción y mejoramiento de viviendas ni otras actividades que las “beneficiarias” consideren
como “trabajo”. Sin embargo, en otras localidades como La Plata o el distrito bonaerense de General
Rodríguez, las cooperativas del Ellas Hacen se encontraban realizando tareas de construcción de viviendas en
los barrios en los que habitaban sus integrantes.
26
Una de las particularidades del Plan de Finalización de Estudios Secundarios (FinEs) ha sido que las sedes de
cursada han sido no sólo escuelas, sino también instituciones religiosas, sociedades de fomento, clubes de
barrio, viviendas particulares y casas partidarias. En muchos casos, militantes de distintas agrupaciones
políticas han cumplido con funciones de “referentes educativos” y han sido los encargados de mantener las
sedes abiertas, inscribir a los estudiantes y tomar asistencia, entre otras tareas administrativas.

58
frecuente que estas faltas figuraran en las planillas como “ausentes justificados” o “con
aviso”. Las faltas “justificadas” no comprometían el cobro del ingreso mensual que
percibían. El manejo de todo este papelerío demandaba bastante tiempo para las
integrantes de las cooperativas, tanto para las presidentas que debían completar y llevar
las planillas de asistencia al Centro de Atención Local (CAL) una vez por mes, como para
las que debían conseguir la documentación necesaria para “justificar” su falta y solían
estar pendiente de que ellas realizasen su tarea adecuadamente. Además, esta
responsabilidad colocaba a las presidentas en un lugar especialmente difícil para con el
resto de las integrantes de las cooperativas. Por un lado, eran quienes “daban la cara”
ante el ministerio y ante sus compañeras. Se encargaban de trasmitir información y debían
muchas veces comentarles a las autoridades del CAL los motivos por los que alguna mujer
estaba faltando a sus actividades. Además, era frecuente la circulación de sospechas y
acusaciones acerca de la forma en que ellas gestionaban las planillas de asistencia.

Un día, le comenté a Laura que iba a presentar algunos avances de mi tesis en un


congreso y le dije que me gustaría compartirlos también con ella. Inmediatamente, ella dijo
que le resultaba “un honor” y se ofreció a pasarme fotos de “las chicas trabajando” para mi
presentación: “¡Que alguien valore nuestro esfuerzo!”, me dijo

Corría el mes de octubre del año 2015 y estábamos cerca de las elecciones
presidenciales. Las posibilidades de continuidad de los programas sociales ante el cambio
de gobierno, rondaban las conservaciones en mi trabajo de campo. Que tal candidato va a
aumentar la Asignación pero va a sacar los planes. Que en diciembre se termina todo. Que
van a hacer planes nuevos, diferentes. Estas cuestiones solían discutirse entre mates e
ironías, sin ocultar el temor e incertidumbre por lo que se venía. En esas decisiones políticas
se jugaba una parte importante de la reproducción de la vida de las mujeres con las que
estaba interactuando. Los candidatos no hacían caso omiso de estas cuestiones y solían
incluir alguna consideración acerca del futuro “de los planes” en sus propuestas.

- Dijo que va a mantener los planes. Eso sí, para cobrar, hay que capacitarse y buscar
trabajo. Va a terminar con los punteros y los vagos- decía una joven mujer con un

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bebe en brazos, al comienzo de un spot que promocionaba la candidatura a presidente
Sergio Massa

En el discurso de este spot así como en otras declaraciones de políticos y periodistas, se


reproducía una imagen en la que los “beneficiarios” de los programas estatales eran (y
debían dejar de ser) “vagos” que “cobran sin hacer” o “tenían hijos para cobrar”. Tal vez
como una forma de responder a estas críticas, Laura me había pedido que las “mostrara
trabajando” y que colabore en la valorización de su esfuerzo. Pensé que de algún modo, ella
estaba queriendo contrastar esas imágenes negativas. No era la primera vez que sucedían
cuestiones similares. Se hacía frecuente que tanto Laura como otras integrantes de las
cooperativas, reivindicasen que “nadie les regalaba nada”, asegurando tener “voluntad de
trabajo”. Además, “no participar” o “ir sólo para cobrar” solían ser aspectos que formaban
parte de las acusaciones que se levantaban cuando había conflictos o desacuerdos entre las
mujeres.
Desde las ciencias sociales, se han realizado importantes aportes que permitieron
trascender las miradas que, al preguntarse por las motivaciones de quienes participan de
fenómenos de organización colectiva, tendieron a separar las reivindicaciones “materiales”
o guiadas por la necesidad, de otras más “políticas”. En su análisis sobre procesos de
recuperación de empresas por parte de sus trabajadores, María Inés Fernández Álvarez
(2007b) ha propuesto tomar distancia de los enfoques que separan entre acciones “por la
supervivencia”, motivadas por cuestiones materiales y otras “reivindicativas” que buscan
reconocimiento. Esta contraposición, siguiendo a la autora, establece una jerarquía que
ubica el sentido político del lado de la luchas por el reconocimiento, desatendiendo así, el
carácter político de las acciones “por la necesidad”. El análisis de Fernández Álvarez revela
que en el proceso de construcción de demandas por la fuente de trabajo se articulan
categorías morales y reivindicaciones por la supervivencia, desafiando la distinción y
jerarquía analítica que los estudios de acción colectiva solían establecer entre motivaciones
reinvidicativas y materiales. Es así que su análisis nos invita a trascender la pregunta por las
motivaciones que guían a las personas a organizarse colectivamente, para redirigir la
atención hacia las condiciones que hacen posible el desarrollo de estas prácticas (Fernández

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Álvarez, 2016). En una línea similar, Julieta Quirós ha llamado la atención acerca de la
existencia de dos imágenes morales que desde la opinión pública y el campo académico se
han construido en torno a la política que tiene como protagonistas a los sectores populares.
Por un lado, los movimientos de desocupados que se habían involucrado en movilizaciones
entre fines de los 90 y principios de los 2000 han sido asociados a la imagen ejemplar de la
resistencia. Por otro lado, en oposición a esta imagen se ha construido otro discurso, el del
clientelismo, que tendió a denunciar la forma espuria en que se distribuían las ayudas
sociales. Siguiendo a Quirós (2011) estas dos imágenes se han construido de forma
relacional, construyendo una cara- la resistencia- positiva de la política, asociada al
compromiso, la lucha y la transformación y otra negativa- el clientelismo- vinculada al
intercambio instrumental, la manipulación y la reproducción. Desde esta perspectiva, esta
dicotomía encuentra su continuidad en la separación, entre política beligerante o
contestataria y política institucionalizada o no beligerante. Otros estudios han discutido el
par clientelismo/ resistencia, a partir de etnografías que procuraron, más que señalar la
“ambivalencia” o las “tensiones” constitutivas de las organizaciones sociales, mostrar un
nudo denso donde se entramaban (jerarquizada y conflictivamente) diferentes perspectivas
prácticas (Ferraudi Curto, 2011) . El análisis de la autora, ha puesto el foco en señalar la
forma en que las organizaciones se imbrican en las vidas de quienes participan en ellas,
permitiendo vislumbrar que las definiciones acerca de qué es política resultan un eje central
en las disputas cotidianas. Esta consideración invita a atender a la politicidad popular
tomando distancia de miradas normativas y atendiendo a cómo ésta se construye singular
e históricamente, por fuera de las idealizaciones, reconociendo la agencia de los sectores
populares y a la persona como nivel analítico (Semán y Ferraudi Curto, 2013). La discusión
con la noción de clientelismo ha permitido también reflexionar acerca de la imposibilidad
de fragmentar la experiencia de los sujetos desde la división entre política y economía,
sugiriendo comprender las formas de participación política de los sectores populares
atendiendo al entramado de relaciones que crean múltiples obligaciones y derechos
(Colabella, 2013).

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En este capítulo, retomo estos aportes para reflexionar acerca de la forma en que el
carácter obligatorio de asistir a capacitaciones y actividades propuestas por el programa, es
reconstruido y procesado colectivamente. Las advertencias que Fernández Álvarez (2007,
2016); Quirós (2011); Ferraudi Curto (2011); Ferraudi Curto y Semán (2013) y Colabella
(2013) resaltan al respecto de no oponer ni valorizar diferencialmente las necesidades
(materiales), al compromiso (político), me llevaron a repensar mi trabajo de campo en una
clave particular. Mi punto de partida es entonces que el hecho de que las capacitaciones
sean un requisito obligatorio para acceder al ingreso monetario mensual y que las mujeres
necesiten dicho ingreso, no agota el análisis de la forma en que se define la “participación”
en las actividades. Las mujeres debatían recurrentemente acerca de qué significaba
“participar” y “comprometerse” y construían acuerdos entre ellas acerca de cuestiones
relativas a las inasistencias. En estas definiciones se movilizaban categorías morales y se
expresaban sentimientos como el enojo, la bronca y la desilusión. Además, las reflexiones
acerca de la participación y el compromiso fueron llevando en muchos casos a repensar la
forma en que se construían las relaciones de género en la vida familiar.
A continuación, reconstruiré etnográficamente estos acuerdos, desacuerdos y reflexiones
para analizar las formas en que en este proceso se fueron definiendo modalidades de
“participación” y “compromiso”.

“Nos da bronca que no vengan”


Las dificultades de las mujeres para cumplir con la asistencia eran tema central de
sus conversaciones informales y a veces motivo para convocar a reuniones. Estos asuntos
también solían ser trabajados durante las capacitaciones. “Como dificultad pusimos las
llegadas tardes y la asistencia y que no todos participan igual”, dijo Carla leyendo de un
papel palabras que ella había escrito.

Estábamos en una de las clases de los talleres de “Género y Proyectos de País” del distrito
de Tres de Febrero. El tallerista había propuesto hacer un análisis de las fortalezas y
debilidades de la cooperativa y, palabras más, palabras menos, de casi todos los grupos
salieron reflexiones similares: “algunas no vienen”, “no se interesan”, “no participan”.

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A Carla yo ya la había escuchado reflexionar sobre estos asuntos. En una reunión,
ella había destacado que, según su opinión, no era lo mismo “venir” que “participar” ya que
“algunas sólo dan el presente y otras estamos acá, participando en las actividades”. Lo que
estaba en juego, no era sólo, estar o no estar, asistir o no asistir, sino también la
“participación”, la predisposición, la forma en que se estaba.
- Yo no estoy estudiando para cobrar- me dijo una vez Rosa con seriedad mientras
esperábamos que Mónica retire unos estudios médicos- Yo iba a terminar la escuela
aunque no me saliera el plan, ya me había anotado antes.

Inmediatamente, bajando su tono de voz y buscando mi complicidad, agregó:

- Porque las de la otra cooperativa yo sé que ellas van por la plata, ni les importa
terminar la escuela. Eso no está bien.

Inasistencias y modos desiguales de participar a los que se referían Carla y Rosa solían
traducirse en términos de bronca y enojo.

- Nosotras veníamos con toda la bronca, de que sabemos que hay otras chicas que están
sin venir, que no vinieron nunca a nada y cobran. Y eso nos da bronca, porque entonces
nosotras podríamos estar tomando mate o en casa con los chicos y no nos quedamos
en casa tomando mate y venimos.- dijo Mariela, cuando en Diciembre de 2014 se
estaba realizando un balance del trabajo realizado hasta la fecha.
- Claro, yo las fui entendiendo- dijo Juana, la tallerista- Es que hay cosas que se piensan
desde una oficina y después venís acá y hay otra realidad. Y la verdad es que ustedes
también vienen un poco obligadas.

Juana destacó como un logro que, luego de algunos meses, “se llevaran mejor, se rían,
pudieran conocerse y relacionarse”. Sus reflexiones sugerían que, ante la obligatoriedad de
asistir, había algo que podía ser creado y recreado con el tiempo. Si bien se remarcaba que
ellas iban “un poco obligadas”, conociéndose, vinculándose, la situación inicial daba lugar a
algo más. Ese algo más estaba representado en las risas, en el “llevarse mejor”, conocerse
y constituía uno de los logros de la cooperativa. Como mostré en el capítulo anterior, la

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cooperativa era muchas veces vivida como un espacio de encuentro en el cual poner en
común experiencias personales, compartir y olvidarse de los problemas.
- Las que no vienen, cómo se la pierden!!- dijo Mónica una vez mientras se secaba
lágrimas de risa.
- La verdad que sí, una viene acá y se olvida de los problemas!- respondió Ana
- Yo me río, para no llorar!- dijo Marta, quién recientemente había sufrido grandes
pérdidas materiales a causa de una inundación.

Más allá de la obligatoriedad de asistir, había algo que las mujeres producían
conjuntamente en ese espacio y que “las que no venían” se perdían. Esta sensación iba
muchas veces acompañada por bronca y enojo hacia quienes no asistían. Fue durante el
acto de egresadas del secundario de un grupo de integrantes de la cooperativa que pude
conocer con mayor profundidad cómo se dinamizaban algunos de estos sentimientos hacia
quienes “no venían”. Era diciembre de 2014 y en una de las canchas de básquet del poli
deportivo municipal, se llevó adelante la ceremonia de entrega de 700 diplomas y 140
analíticos de egresados del Plan Fines. Las egresadas me recibieron con entusiasmo, en
medio de un clima de emoción y alegría. Entre banderas y birretes de cotillón, esperaban
para recibir orgullosamente su título secundario. Varias comentaron que ese papel
significaba el cumplimiento de una “cuenta pendiente”. Hubo lugar para que algunos
egresados dijeran algunas palabras y Mónica, visiblemente nerviosa, se paró frente al
escenario en representación de “las chicas del Ellas Hacen”. Dijo que estaba agradecida por
la oportunidad y que valoraba especialmente el apoyo de sus compañeras. Una vez que les
entregaron sus diplomas, salimos del salón y me ofrecí a fotografiar el momento. El clima
festivo, apenas era opacado por la presencia, durante el acto de entrega de diplomas, de
dos mujeres que no habían ido a la escuela.

- Yo no puedo creer que a Magda y a Estefanía, se lo entregaron!! No vinieron nunca


ellas. Me da una bronca que se lleven el diploma, una deja a los hijos, hizo el esfuerzo,
y ellas no vienen nunca e igual se lo llevan.- dijo Mónica un rato más tarde, mientras
esperábamos el colectivo

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- Sí, pero igual con el papel este no hacen nada- dijo Mariela- lo que cuenta es el a-na-
li – ti- co. Hay que pasar a buscarlo a la escuela 36.
- Sí, pero a una le da bronca…- dijo Mónica

Como suele ocurrir en los actos de finalización del secundario, lo que se entregaba allí era
un papel que tenía una función más bien simbólica, sin validez como documentación oficial.
Lo que realmente contaba era el analítico emitido por la Dirección General de Escuelas,
donde estarían listadas las materias aprobadas con sus calificaciones. La sola mención de
quienes no habían terminado entre las egresadas, provocó indignación y nerviosismo entre
las que sí habían cursado. Aún a sabiendas de que el titulo no tenía validez sin la existencia
de un analítico, su presencia generaba enojo y sensaciones de indignación.

La bronca hacia las que no asistían a capacitaciones y estudios formales era muchas
veces expresada en términos de injusticia. “Nosotras nos rompemos el lomo y las demás no
vienen”, solían decir, “siempre somos las mismas”, “no todas participamos igual”. Si Rosa
desaprobaba a quienes, supuestamente, “estudiaban sólo para cobrar”, a Mónica le había
molestado que “las que no estudien, vayan a sacarse la foto”. Ambas destacaban que ellas
habían hecho su esfuerzo- romperse el lomo, dejar a los hijos- y que tenían voluntad para
trabajar o estudiar más allá de lo que imponía el programa. De algún modo, me estaban
diciendo que su compromiso con terminar el secundario no era simplemente algo
“impuesto” por el programa, era una motivación propia, personal. Había algo en lo que ellas
se situaban más allá de la obligación y en algún punto buscaban distanciarse de “las otras”,
a quienes- supuestamente- sólo les importaba cobrar.

En estos sentimientos de bronca hacia “las que no venían”, se ponían en juego definiciones
acerca de en qué consistía el compromiso y cómo dicho compromiso las alejaba de quienes
incumplían con sus responsabilidades, o hacían las cosas por mera obligación. En los
comportamientos esperados y criticados era posible rastrear también la construcción de
imágenes en torno a lo que se suponía que la cooperativa debía ser para sus integrantes.
En este último aspecto, resulta iluminador atender a algunas tensiones que se desarrollaron
en torno al rol de Mariela como presidenta de la cooperativa. Ella había sido elegida para

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su puesto por sus compañeras que habían considerado que era “la que más se movía y
siempre estaba al tanto de las novedades”. Sin embargo, esta valorización acerca del lugar
que Mariela ocupaba en el grupo era constantemente revisada y muchas veces cuestionada
por las demás Entre febrero y mayo del 2015, ella había conseguido un nuevo trabajo y su
ocupación le imponía algunas dificultades para cumplir con sus funciones como presidenta.
Solía llegar tarde o no asistir a las capacitaciones y las mujeres se quejaban de que no
trasmitía la información que debía comunicar adecuadamente. Lo que más alteró los
ánimos de la cooperativa, fue la sospecha de que Mariela no estaba consiguiendo acercar
en tiempo las planillas de asistencia al CAL.

- ¡Yo fui al CAL y me dijeron que no tienen planillas de nosotras, que es como que no
estamos haciendo nada!- dijo Carla preocupada y luego remató- ¡Nos van a
descontar!

El jueves siguiente, Mariela se presentó en la cooperativa y, en medio de un gran revuelo,


aclaró:

- No sé de donde ustedes sacaron que iban a suspenderles el cobro. Yo la semana


pasada fui al CAL y me dijeron que nada que ver, que no las van a suspender porque
no estaban las planillas y no pueden dejar sin cobrar a una cooperativa entera. Yo
siempre tuve la mejor onda con ustedes y a ninguna se le ocurrió preguntarme qué me
pasaba, si tenía algún problema o por qué no estaba viniendo.

Mariela también estaba enojada. Se sentía sobrepasada y le molestaban los reclamos de


sus compañeras. Durante algunas semanas, amenazó con renunciar a su cargo como
presidenta y las integrantes de la cooperativa se debatieron acerca de quién querría ocupar
su lugar. Nadie quería. Era evidente que la función de presidenta demandaba un trabajo
extra, a lo que se le sumaba la posibilidad de estar sujeta a reclamos por parte de las demás.
Finalmente, Mariela no dejó su cargo, pero el clima entre las chicas permaneció algo tenso
en los meses que siguieron.

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- Es una lástima que se haya armado tanto lío, porque antes éramos un lindo grupo, más
unidas- sintetizó Ana, un día que viajábamos juntas en colectivo
- ¿Y no probaron con hablar? ¿Aclarar las cosas?- pregunté
- No… todas hablan pero por detrás… Nada de frente- me respondió.

Tuve la sensación de que Ana estaba desilusionada y yo también me sentía un poco así.
Unas semanas después, vi a Carla conversar algo con Mariela al final de una de las
capacitaciones. Como me llamó la atención ese acercamiento, me dirigí hacia donde ellas
estaban. Carla le comentaba a Mariela que había escuchado que otras mujeres del barrio
estaban entregando proyectos al Ministerio para “pedir máquinas” y constituir un
emprendimiento textil. A Carla le parecía que podían ellas también “aprovechar para pedir”
e irse asegurando un ingreso para “cuando se acabe el plan”. Mariela le respondió que era
una buena idea y que a ella la plata siempre le faltaba, pero que, dada la desunión y la falta
de solidaridad que había entre las mujeres, le parecía inviable. Sus palabras tiraron abajo la
idea de Carla, que se mostró desilusionada pero estuvo de acuerdo en que era difícil armar
un equipo de trabajo entre las mujeres, especialmente cuando habían tenido problemas
con cosas “tan simples”.

- Yo le vine a hablar directamente a Mariela porque si no se arma lío- me dijo


mientras caminábamos hacia la parada del colectivo- Pero tiene razón… así como
somos no se puede hacer nada

Se venían diciendo cosas de lo que Mariela hacía y dejaba de hacer. A quiénes les pasaba el
presente, qué faltas “justificaba”, cómo intervenía frente a sus propias ausencias. Era
evidente que algo de todo lo dicho, había llegado a oídos de Mariela y había promovido un
cambio casi abrupto en su actitud. La circulación de chismes y rumores afectaba a las
relaciones dentro de la cooperativa de un modo difícil de revertir.

Desde la antropología, se han realizado distintos aportes para pensar el lugar que el
“chisme” ocupa en las relaciones sociales. En su ya clásico “Gossip and Scandal”, Gluckman
(1963) fue pionero en señalar al chisme como un juego culturalmente controlado que posee
importantes funciones sociales vinculadas al mantenimiento de la cohesión social y unidad

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de los grupos. A partir del análisis de las relaciones entre habitantes de un pequeño poblado
del área industrial inglesa, Elías y Scotson (1994) proponen pensar al “chisme” no como un
fenómeno independiente, sino como un instrumento que contribuye tanto a reforzar la
integración o cohesión social de los grupos como a excluir personas y cortar relaciones. Es
importante resaltar que los autores no señalan al “chisme” como la causa de la integración
sino que refuerza la integración ya existente. Elías y Scotson inscriben la reflexión acerca
del “chisme” en un análisis más amplio acerca del modo en que los grupos movilizan
identificaciones recíprocas. Sostienen que “los individuos, a través de identificaciones
realizadas por ellos y por otros, pueden depender, aún en sociedades contemporáneas, del
carácter y la situación de uno de sus grupos” (Elías y Scotson 1994: 103). Desde el enfoque
analítico de los autores, estas identificaciones no son estáticas ni estables, sino que se
construyen a lo largo del tiempo de forma procesual.

Tanto el trabajo de Gluckman como el de Elías y Scotson han sido aportes


significativos para comenzar a plantear la reflexión acerca del “chisme”. Específicamente,
algunos estudios posteriores se han detenido en analizar la importancia que éste posee en
la vida cotidiana de los sectores populares. El trabajo de Claudia Fonseca (2000) titulado
Familia, fofoca e honra ha señalado que entre personas de barrios marginales, el “chisme”
es el medio privilegiado por el cual las mujeres influyen en la reputación de otras personas,
perjudicando o consolidando la imagen pública de los otros e incidiendo sobre la producción
del honor en hombres y mujeres. Partiendo de estos aportes, Patricia Fassano (2006) ha
realizado una importante contribución al estudio etnográfico del “chisme” invitándonos a
pensarlo como una de las prácticas a partir de las cuales los sujetos otorgan significación y
producen al mismo tiempo la vida social. Según la autora, a través del “chisme” las personas
no sólo interpretan la realidad social, sino que también resuelven situaciones, redefinen
alianzas y conflictos. Es así que distintos estudios han coincidido en afirmar el carácter
productivo del “chisme”, el cual incide sobre cuestiones que no pueden ser dichas
abiertamente y que involucran moralidades públicas (Fassano 2006, Eilbaum 2011;
Colabella, 2013) y generan desprestigio (Fonseca, 2000; Ferraudi Curto, 2011).

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Estos trabajos, me permitieron reflexionar acerca de las formas en que los
“chismes”, rumores e informaciones “por detrás”, promueven la producción y actualización
de las relaciones dentro de los grupos. Entre las integrantes de las cooperativas del Ellas
Hacen, mediante la circulación de “chismes”, se movilizaban imágenes de lo que se suponía
que la cooperativa debía ser y se valorizaban diferencialmente a sus miembros según
características personales. Por un lado, reconocer que se hablaba “por detrás y no de
frente”, era pensado como algo que entorpecía las posibilidades de construir una
cooperativa “unida”. La unidad, como valor moral que forma parte de las características
ideales de este tipo de entidades, era puesta en juego en las discusiones. Sin embargo, ser
o no ser unidas no era una característica que se construía de forma unívoca, de una vez y
para siempre. Era algo sobre lo que las mujeres reflexionaban recurrentemente y un ideal
a partir del cual posicionarse. Mediante el “chisme”, se procesaban preocupaciones y
desacuerdos que construían a la cooperativa cotidianamente. Además, el “chisme”
permitía, no sólo expresar tensiones y rupturas entre algunas integrantes de las
cooperativas, sino establecer alianzas entre otras mujeres, reafirmar la cercanía y fortalecer
lazos de confianza entre algunas de ellas.

¿Somos (des)unidas?
En las cooperativas con las que interactué en Moreno, las dificultades para cumplir
con las actividades del programa también fueron objeto de desacuerdos y conflictos
internos. A menudo, las mujeres expresaban sus sentimientos de bronca hacia quienes no
cumplían con las tareas asignadas. Un día, antes de comenzar con una capacitación, una
mujer que no solía venir a los talleres, se acercó a llevarle unos papeles a la tallerista. Eran
certificados médicos que “justificaban” sus inasistencias. Clara no pudo ocultar su
indignación cuando la vio llegar. Se paró y la miró desafiante. Si bien no la enfrentó
directamente, se dedicó a comentarlo con sus compañeras que enseguida se sumaron a sus
apreciaciones.

- ¡No puede ser! A mí me da bronca, me dan ganas de no venir más…- dijo Clara
elevando la voz
- Es que todo les tiene que pasar los lunes…- dijo otra de las mujeres

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- Complicaciones tenemos todas y una se arregla igual para venir- continuó Clara
- Yo los lunes siempre me ocupaba de lavar la ropa y ahora la estoy lavando los
domingos. Ayer se fueron todos de paseo y yo me tuve que quedar lavando… Y lo
hice para poder venir hoy acá- dijo Paz
- Te da bronca porque ¿siempre te tiene que pasar algo los lunes? A mí me da
bronca…- continuó Clara.

Clara estaba casi desbordada por la broca, siguió despotricando contra la mujer y calificando
a la situación de injusta. Cuando la mujer que había llegado para traer su certificado se
retiró, Clara se acercó a decirle algo a Laura, la presidenta. Ambas fueron a hablar con Paula,
que era quien estaba a cargo de las capacitaciones ese día. Decían que los certificados
médicos que traía la mujer eran falsos y que ella siempre encontraba excusas para no venir.
Laura y Clara volvieron a sentarse y la tallerista llamó la atención de todas para dar inicio a
la capacitación. Estábamos sentadas en sillas de plástico dispuestas en círculo en el salón
de una unidad básica de “Pueblos libres”, la agrupación política que conducía el entonces
intendente Mariano West. El lugar era cedido para las capacitaciones de “Género y
proyectos de país”.

- ¿Cómo andan? ¿cómo se sienten hoy?- dijo Paula


- Y… es muy lunes! Sin ganas- dijo Paz
- Sii, es verdad… Aunque cuando es Viernes no tenemos ganas de nada por ser
Viernes!- retrucó la tallerista
- No, los viernes son lindos- dijo Paz
- ¿Empezaron en la escuela? ¿cómo les fue?-
- En mi sede todavía no empezamos porque hubo un problema con las aulas,
arrancamos la semana que viene- respondió Paz
- Bueno… Vamos a hablar primero un poquito de las inasistencias, porque algunas
chicas estuvieron preguntando. La decisión de que se le empiece a descontar el
incentivo a las compañeras que tienen inasistencias, no es una decisión de nosotros
los talleristas, pasa por el Ministerio y nos la comunicaron en una reunión que
tuvimos a principio de año. Algunas compañeras se quejaban de que vienen siempre
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y otras faltan y siguen cobrando y dicen “Ah bueno, es lo mismo”. Sinceramente yo
no sé cuánto es que van a descontar.
- Es que a mí te soy sincera me dan ganas de no venir más, porque me da bronca que
las demás no vengan.- dijo Clara
- Es que para algunas siempre surge algo- dijo Laura- Y nosotras cuando nos metimos
acá, ya sabíamos cómo era, que iba a haber cosas que teníamos que cumplir. Y las
complicaciones ya la teníamos porque con eso entrábamos, no es que son cosas
nuevas- agregó Laura.
- Bueno, por eso se está comenzando a ser más estricto con esos temas- argumentó
la tallerista
- Para mí que estamos como en una meseta, como durante todo el año pasado las
chicas fueron viendo que faltaban y no se les tocaba el sueldo, entonces ahora…
¡Nos achanchamos!- dijo Laura.
- Yo lo que les puedo decir es que la asistencia al Ministerio se la paso yo. Así que si
ustedes faltan, me tienen que traer acá algún tipo de certificado que justifique por
qué faltaron. Entonces yo, en las planillas que nos bajaron del ministerio, pongo en
observaciones “Ausente justificado”. No va a dar lo mismo una persona que falta y
no trae ningún certificado que la que falta con una justificación, porque estuvo
enferma, se le enfermaron los nenes o tuvo que hacer un trámite en ANSES.27

Era el comienzo del 2015 y el año había comenzado, tanto en Tres de Febrero como en
Moreno con las advertencias de los talleristas de que este año sí se comenzaría a descontar
parte del ingreso monetario mensual a quienes tuvieran inasistencias. Escuché a uno de
ellos decir que ese año les habían pedido “sintonía fina con el tema de las faltas”. Entre
otras cosas, esta decisión se solía fundamentar en criterios de justicia que suponía dar
respuesta a las quejas que las mujeres presentaban cuando veían que otras mujeres “faltan
pero siguen cobrando”. A lo largo de 2015 los descuentos se hicieron efectivos
paulatinamente. Si las mujeres tenían faltas reiteradas que no eran justificadas se les

27
Administración Nacional de la Seguridad Social

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“suspendía” parte del cobro. Al descubrir que habían cobrado menos de lo que solían
recibir, se presentaban muchas veces en el CAL y demandaban una explicación. Cuando se
les decía que la suspensión del cobro se debía a las inasistencias, se les ofrecía firmar, junto
a la presidenta de su cooperativa “un acta de reincorporación”, en la que dejaban
constancia de que a partir de ese día se comprometían a asistir a las capacitaciones. Luego
de firmar el acta e reincorporarse a las actividades, volvían a cobrar su ingreso mensual.

Una tarde de mayo de ese mismo año, Flavia, la presidenta de otra cooperativa de
Moreno, me invitó a una reunión que ella había convocado en la casa de una de las mujeres
de su cooperativa. La había conocido a Flavia en una reunión de Comunidad Organizada.
Ella estaba militando en la agrupación y Marcos nos había presentado, diciéndole que yo
“necesitaba ayuda para mi tesis”. Flavia enseguida se mostró interesada por el tema y
aseguró que me iba a invitar a reuniones o actividades que hicieran. La invitación llegó dos
semanas después, vía mensaje de texto.

- Hola Flor, si te sirve de algo hoy hago una reunión de urgencia con la cooperativa.
Es a las 15 hs. Si podés venir, avísame.

Tres horas después nos estábamos encontrando en pleno centro de Moreno, entre el
tumulto que caminaba por la estación y los ruidos del tráfico. Flavia me propuso viajar en
remís para llegar más rápido. Ella tenía en ese momento 38 años y trabajaba como
empleada de seguridad privada en dos bares nocturnos de la Capital Federal. Estaba
apurada porque a las 17 Hs. ya tenía que estar de nuevo en la estación para tomarse el tren
e ir hacia su trabajo. Ese día le tocaba en un bar en villa crespo. “Es tranquilo, lleno de
gringos”, me dijo cuando le pregunté cómo era el lugar.

Durante el viaje, me comentó que entre otras cosas, la reunión buscaba “ajustar algunas
cosas” con respecto a las asistencias: “¡Muchas están faltando y me levantan en peso a mí!”,
me dijo.

Además, las “responsables del CAL” habían pedido que las presidentas entregasen esa
misma semana, una planilla con la “situación educativa” de las mujeres que integran las

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cooperativas. Debían dejar constancia de quiénes habían terminado el secundario y quiénes
se encontraban cursando aún sus estudios formales. La planilla debía ser acompañada con
los respectivos certificados de alumno regular o analítico según cual fuera el caso. Flavia
me comentó que la reunión la realizaban en la casa de Marcia, una mujer de unos 30 y pico
de años que sufría obesidad y tenía complicaciones para trasladarse. Marcia no podía asistir
a capacitaciones o reuniones con frecuencia debido a su estado de salud, pero colaboraba
difundiendo información de reuniones y actividades, completando planillas o llevando el
libro de actas de la cooperativa. Sus inasistencias a las capacitaciones se encontraban
“justificadas”.

Cuando llegamos a la casa de Marcia, una treintena de mujeres ya estaban reunidas


alrededor de una gran mesa rectangular. Las hijas de la anfitriona alcanzaron sillas para
nosotras y Flavia me introdujo como “una antropóloga que está haciendo su tesis”. Me pidió
a mí que dé más detalles de mi trabajo y luego a las mujeres presentes que votaran si
estaban de acuerdo en que yo me quedara en la reunión.

- No están obligadas a decir que sí eh… tienen todo su derecho a decir que no- dijo
Flavia
- Por mí no hay problema…- dijo una de las mujeres
- ¡Si no tenemos nada que ocultar!- coincidió otra.

Si bien hubo otras mujeres que permanecieron en silencio y no emitieron opinión, mi


presencia en la reunión se dio por aceptada debido a la ausencia de negativas. En ese
momento, Marcia se encontraba sentada en una silla de madera y tenía el libro de actas
abierto sobre la mesa. Estaba pasando lista de quienes se encontraban presentes en esa
reunión y también actualizando la información de las últimas actividades que se habían
realizado. A medida que mencionaba a las mujeres, iba colocando “P” al lado de los nombres
de quienes estaban presentes. El ausente se registraba mediante un punto verde para las
“ausencias con aviso” o “justificadas” y un punto rojo para las ausencias que carecían de
justificación. Un rato más tarde, cuando todas se habían retirado y solo quedamos Flavia,
Marcia y yo, la escucharía decir a Marcia que diferenciar entre falas justificadas y no

73
justificadas había “dado resultado” para llamar la atención de las mujeres. Comprendí que la
práctica de llenar el cuaderno delante de todas y mostrar públicamente la situación de cada
una, lejos de ser azarosa, permitía mostrar la transparencia en el manejo de las planillas al
mismo tiempo que indicaba frente a todas las consecuencias que venían aparejadas con las
inasistencias. Puntos rojos y verdes sintetizaban, al menos en parte, el lugar que cada una
ocupaba en la cooperativa y el cumplimiento o incumplimiento de las normas establecidas.

Antes de que Marcia empiece a explicar los detalles de la planilla de la situación


escolar, Flavia dijo que “del Ministerio” estaban queriendo saber quiénes estudiaban y
quiénes no y que cada una debía hacerse responsable por el cumplimiento o
incumplimiento

- Si a alguna le llegan a descontar, eso no es mi culpa- dijo Flavia- acá somos todas
grandes y cada una sabe lo que tiene que hacer… Porque a mí me llega que algunas
van al CAL a hablar mal de mí. Y yo no tengo la culpa ni de lo que ustedes hacen, ni
de lo que hace el Ministerio. Yo siempre comunico las cosas y conmigo ustedes
siempre se pueden comunicar. ¿O yo alguna vez no les atendí el teléfono?

Flavia comentó que las que estudiaban en el Fines pero no estaban en comisiones
compuestas exclusivamente por “beneficiarias” del programa, debían acercar ellas
mensualmente un certificado de alumno regular al CAL. En las otras comisiones había
personas encargadas específicamente de tomarles la asistencia. Marcia pasó a explicar que
entre ese día y el día siguiente estarían recibiendo los papeles para completar la planilla de
la situación escolar. Flavia pidió disculpas por el poco tiempo de anticipación en la
notificación y se excusó remarcando que “del CAL” habían avisado recién el jueves y que,
como el viernes había sido feriado, no había quedado otro margen para reunirse.

Mientras se discutían estas cuestiones, entró a la casa una mujer de la cooperativa


y vi que varias mujeres comenzaron a conversar algo por lo bajo acerca de su llegada. Flavia
no tardó en acusar recibo de su aparición:

74
- Bueno, tengo a varias chicas que se tienen que ir a buscar a los chicos y yo también
me tengo que ir rápido… Pero vamos a aprovechar este momento, en el que está
acá la señora Eliana López.- dijo anunciando su nombre con solemnidad- Yo le quiero
preguntar a ella, que nos diga qué es lo que piensa hacer, si va a participar o no de
las reuniones…
- Yo si no vine fue porque nunca me avisan y si me siento agredida y excluida, obvio
que no me voy a querer acercar.
- Disculpame- la interrumpió Cecilia con ímpetu.- ¿De cobrar todos los meses te
acordás? ¿Te enterás de que hay que ir a cobrar? Bueno entonces si estás cobrando,
me parece que podés acercarte al menos a ver qué está pasando. Acá somos un
montón de mujeres que tenemos teléfono y siempre podés llamar…
- El día ese que estábamos en la plaza, vos fuiste, nos viste y ni te acercaste a saludar
a ver qué estábamos haciendo. Así que no te vengas a quejar – dijo otra de las
mujeres refiriéndose a unas jornadas denominadas “Mujer y Memoria” que se
habían realizado en marzo de ese año.
- Y la otra vez, cuando nos cruzamos por el barrio yo estaba dispuesta a saludarte y
vos ni me miraste. Pasaste al lado mío como si yo fuera un sorete tirado ahí. Yo no
me olvido de eso. Además nos fue llegando que vos anduviste diciendo por ahí que
no ibas a venir porque nosotras somos un nido de serpientes.
- ¡Yo jamás dije eso!- se defendió Eliana.- Me parece que somos todos personas
adultas y que ustedes me podrían integrar mejor. Yo siempre me sentí agredida…
- Mirá Eliana, la que se alejó fuiste vos.- Intervino Flavia como queriendo ponerle
punto final al intercambio- Nosotras siempre seguimos acá y siempre podías venir…
yo jamás te quite el saludo. Siempre se te avisó. Como vos dijiste, somos todas
personas adultas, y sos vos la que tiene que decidir si va a seguir en la cooperativa
o no. Porque nosotras avisar, te avisamos. Ya desde el año pasado anotamos a quien
se le avisa qué cosa, día y hora. Para que quede registrado. Sino venís, tenés ausente.
Y vos te arreglarás.

75
Fue un momento de mucha tensión. Eliana no encontraba la forma de defenderse de las
acusaciones. Finalmente dijo que iba a venir a las reuniones “si le avisaban”. La sola
insinuación de que podían “no avisarle”, reavivaba el conflicto generando una gran ofensa
en sus compañeras. Flavia y Marcia se sentían especialmente agredidas ya que al ser las
encargadas de comunicar y avisar cuando había reuniones, sentían su comentario como
una acusación de que eran ellas quienes no estaban “cumpliendo” con sus tareas.
Fue llamativo que varias de las mujeres trajeran a colación como algo importante el
hecho de que Eliana no las saludase. Al invertir la ecuación y resaltar “yo no te quité el
saludo”, Flavia había aludido al mismo tema y había respondido a una acusación que no
había sido dicha pero que, quizás, estaba latente.
Presenciar esta discusión me hizo pensar que, en estos desencuentros, en estas
broncas que se hacían recurrentes, se expresaba algo más que la indignación ante el hecho
de que sus compañeras se comprometan o participen de forma desigual. Lo que le pedían
a Eliana era que se acerque, que no se aleje, que salude, que llame. La bronca de las
mujeres no se fundaba sólo en si Eliana participaba o no en las reuniones, sino en la forma
en que ella se relacionaba con las demás. No era sólo el incumplimiento de los requisitos
que establecía el programa lo que estaba en juego, sino también la imagen pública de las
personas involucradas. Las ofendía la posibilidad de que se dijera que eran “un nido de
serpientes”. Es probable que lo que enojaba a Flavia, Marcia, Cecilia y las demás, era sentir
que Eliana las despreciaba y, acusándolas de haberla agredido o de “no integrarla”,
construía una imagen desfavorable de ellas como personas. Sentirse tratadas “como a un
sorete” daba cuenta de que su bronca no se explicaba sólo porque ella esté incumpliendo
con la obligatoriedad que enunciaba el programa, o porque “no hiciera nada y cobre”, era
el tipo de trato que Eliana entablaba con ellas lo que estaba en juego. Eliana les fallaba a
ellas mismas, más que al programa. Al defenderse, Eliana también recurría a cuestiones
vinculadas al trato que recibía, decía que se sentía “agredida”, “no integrada”, “excluida”,
Si Flavia había dado inicio a la reunión pidiéndole a cada una de las mujeres que se
responsabilizara por su cumplimiento o incumplimiento, el desencuentro con Eliana trajo
otras cosas a la luz. Además del cumplimiento con las responsabilidades asumidas

76
individualmente con el programa, había otras cuestiones que se movilizaban en estas
discusiones. Probablemente, lo que le marcaban a Eliana era que esperaban que esté más
cerca, no sólo por la obligatoriedad, sino porque les dolía su alejamiento. Flavia también
había tomado distancia de la obligatoriedad cuando me introdujo en la reunión, había
remarcado que “no estaban obligadas a aceptarme”, pero que era “una forma de
ayudarme”. Separarse de la imagen de quienes hacen las cosas por obligación, parecía ser
algo clave entre ellas.
Al fin de la reunión, cuando me quedé sola con Flavia y Marcia, mientras
reanudábamos el mate y charlábamos de las tareas escolares de sus hijos, Marcia recordó
el conflicto con Eliana y, ya sin la misma exaltación que había primado durante los
intercambios con ella, con un tono reflexivo y hasta de un cierto lamento, me dijo:
- Ella dice que no viene porque el mensaje no le llegó, pero otras veces sí le llega…
Después anda diciendo en el CAL que somos desunidas. Pero no es así. Vos que
venís por primera vez, ¿Qué pensás? ¿Somos desunidas?

Le respondí que no me parecían desunidas y que consideraba que en cualquier grupo hay
conflictos, desacuerdos, pero que era valioso que se genere el espacio para hablar las cosas.
Marcia pareció contenta con mi respuesta. Fui comprendiendo que había un elemento más
que orientaba la construcción de modalidades de compromiso y participación entre las
mujeres y que de algún modo, formaba parte de un “deber ser” de las mujeres. No era sólo
tomar distancia de quienes “iban por la plata” o “no se comprometían”, sino construir un
grupo “unido”, no ser un “nido de serpientes”. Esta vez, era por medio de acusaciones
públicas que se movilizaban estas imágenes ideales de la cooperativa. Me vino a la cabeza
la imagen de Carla, cuando Mariela la desalentó de “armar un proyecto y pedir máquinas”,
recurriendo justamente a que no eran lo suficientemente unidas o solidarias como para
hacerlo. Estos valores morales- de unión y solidaridad- parecían demarcar lo que era (y no
era) posible hacer.

La pregunta de Marcia me puso en un lugar incómodo. Al interrogarme acerca de


“cómo las veía”, ella me invitaba a responder si yo creía que ellas eran o no un grupo unido.
Estuve tentada de decirle que no era mi intención posar sobre ellas juicios valorativos, pero
77
sentí que mi indefinición iba a ser tomada a mal. El silencio ante un pedido de opinión podía
colocarme demasiado por fuera y quizás hasta por encima de sus problemáticas. Percibí
que para ellas, ser o no “unidas”, resultaba una preocupación importante que yo también
debía darle relevancia. En ese momento, improvisé una respuesta en la que intentaba,
quizás no exitosamente, tomar distancia un poco de la idea esencializada de unidad,
resaltando que “en cualquier grupo hay conflictos”. Su pregunta me quedó resonando en
la cabeza. Me quedé pensando en la fuerza que tienen estos valores morales a la hora de
clasificar personas y grupos y en la forma en que las personas, al pensarse más lejos o más
cerca del cumplimiento de esos valores, construyen proyecciones acerca de lo que es y no
es posible hacer. Estas proyecciones cobran una relevancia específica al tratarse de
cooperativas de trabajo, ya que estas entidades suelen ser muchas veces definidas a partir
de una serie de “valores y principios cooperativos”, entre los que se destacan la “ayuda
mutua, la igualdad y la democracia”28.

En la introducción a A companion of moral anthropology, Didier Fassin (2012)


propone la construcción de una perspectiva antropológica que tome distancia del legado
normativo de buena parte de la filosofía moral y se ocupe de estudiar- descriptiva y
reflexivamente- los sentimientos, juicios y prácticas morales. Fassin sugiere una
Antropología moral y no una “de las moralidades”, sosteniendo que la segunda remite a la
construcción de un objeto de un modo mucho más estrecho. Las moralidades no son
entidades discretas plausibles de ser separadas de otras esferas de actividades humanas.
No alcanza con analizar códigos morales o dilemas éticos como si pudieran ser separados
de lo político. Fassin (2013) propone estudiar la forma en que los sujetos intentan actuar
moralmente. El autor sostiene que frecuentemente estos sentimientos morales trasciendan
dicotomías construidas a priori tales como lo bueno y lo malo. Uno de los aportes de esta
mirada es pensar la construcción de estos sentimientos y moralidades sin recurrir a
abordajes que priorizan la conceptualización de agentes racionales o estratégicos, que
actúan a partir del interés. Desde la perspectiva propuesta por Fassin, las personas intentan

28
Fuente: “Qué es una cooperativa? Valores y Principios” Disponible en
http://www1.inaes.gob.ar/es/articulo.asp?id=39 Fecha de consulta 28/03/2016

78
actuar moralmente y ser sujetos éticos. Sentimientos como la bronca, la indignación y la ira,
no se encuentran escindidos de aquello que es experimentado o imaginado como injusto.

Estos aportes me permitieron reflexionar acerca del modo en que la expresión de


sentimientos- bronca, enojo e indignación- sucede muchas veces de forma conjunta a la
movilización de supuestos morales. Sin embargo, no se trata de ubicar a la expresión de
dichos sentimientos como acción estratégica basada en el cálculo racional. Siguiendo la
conceptualización que hace Fassin, podemos afirmar que la bronca y el enojo que las
integrantes de la cooperativa expresaban hacia Eliana se fundaba en sensaciones de
injusticia pero no se limitaba al cálculo racional que conducía a pensar como injusto que
algunas “cumplieran” con los requisitos del programa y otras no lo hicieran. En sus
sentimientos, entraban en juego cuestiones más profundas vinculadas a la construcción de
una imagen pública aceptable tanto de la cooperativa, como de ellas mismas como
personas. De esta manera, si en el apartado anterior recorrimos el modo en que, a partir
de la circulación de chismes y rumores, las integrantes de las cooperativas expresaban
tensiones, procesaban conflictos y tejían alianzas; en esta sección reconstruimos las
modalidades en que los desacuerdos pueden desembocar en acusaciones públicas. Vimos
entonces que en la discusión abierta de las diferencias, se ponía el juego la imagen pública
de la cooperativa y de sus integrantes, cobrando centralidad la movilización de ciertos
valores morales, como el de la unidad.

¿Y dónde están las que no están?


Una mañana en Moreno, el tallerista dedicó una primer parte de la capacitación de “Género
y proyectos de país” a conversar acerca de las imágenes que, los medios de comunicación
y “la gente” se suele de quienes reciben ayuda estatal.

- Hay gente que piensa que ustedes acá vienen a no hacer nada y ustedes saben que
no es así…- dijo - Por eso es importante que mostremos lo que estamos haciendo
acá.

79
- Pero hay algunas chicas [del programa] a las que no les importa venir. Piensan que
esto es sólo por el sueldo, no aprovechan la oportunidad de aprender, de estudiar,
de hacer el taller de plomería- dijo una de las mujeres.
- Bueno, por eso nos pidieron que seamos más detallistas con el tema de la asistencia,
también porque es una demanda que surge de parte de ustedes, de parte de las que
vienen, que les resulta injusto que otras no vengan y de lo mismo. Pero… ¿por qué
creen que hay chicas a las que no les interesa venir?
- Y… piensan que es al pedo. Que mejor se quedan en la casa total cobran igual,
piensan que esto es sólo cobrar
- Es que si bien la plata es una ayuda importante para todas nosotras, el plan no es
sólo la plata, a nosotras se nos paga para que nos capacitemos, para que vengamos-
dijo Laura
- Tal vez algunas no vienen porque los maridos no las dejan- dijo Rocío.
- ¿A alguna de ustedes les pasa eso? ¿Tienen problemas con su familia para poder
venir acá?-
- Siii! Mi marido no quiere, pero yo vengo igual! Yo le digo “Tengo que ir, tengo que
ir” y me voy Él es muy machista… ¡vos no escuchés!- Rocío le tapó los oídos a su hija
que estaba sentada junto a ella para seguir hablando- Es su papá, él me dice qué vas
a ir a hacer allá, piensa que me tengo que quedar en casa, con los chicos…
- ¿A las demás también les pasa eso?- insistió el tallerista
- Sí, a mi marido tampoco le gusta mucho. Cuando hicimos el taller de plomería, él
me decía “¿¿Plomería vas a estudiar?? Si eso es cosa de hombres…- dijo Laura
- Bueno, ustedes piensen que seguro que el año pasado estuvieron trabajando con lo
que es la naturalización de esas cosas, ¿no? Como hay cosas hay que ir
desnaturalizando. Porque por ejemplo desde los medios de comunicación, desde las
publicidades de detergente, siempre muestran a una mujer lavando los platos y
nunca a un hombre. Todo ese discurso a nosotros nos llega como que lo más natural
es que la mujer se quede lavando los platos y los hombres sean los que salgan a

80
trabajar. Por eso no nos tenemos que enojar con la compañera que no viene,
tenemos que tratar de decirle que venga…
- Sí, pero nosotras le decimos una, dos veces y a la tercera ya te cansás- dijo Rocío.
- Sí, pero piensen que es un trabajo andar desnaturalizando todo lo que uno siempre
pensó que era lo que había que hacer. Además también tenemos que mostrarle a
las compañeras que las cosas que estamos haciendo acá están buenas, que vale la
pena venir, que no es que nos juntamos a boludear.

En las palabras del tallerista, la bronca y el enojo podían transformarse en algo más. En
primer lugar, lo que él proponía era interrogarse acerca de por qué las mujeres no iban. Esta
pregunta fue trayendo a colación aspectos vinculados al “lugar de la mujer en la sociedad”
y más específicamente a la forma en que los mandatos de la tradicional división sexual del
trabajo impedían a las mujeres acercarse a las capacitaciones: “Alguna no vienen porque
los maridos no las dejan”. Así, de acuerdo con su propuesta, para trascender el enojo, había
que hacer un trabajo de desnaturalización que empezaba preguntándose por los motivos
que hacían que las mujeres no vengan y desembocaba en la importancia de “mostrar” las
cosas que se hacían, para de algún modo reivindicar la importancia de los espacios de
capacitación y reafirmar que “no es que nos juntamos a boludear o a no hacer nada”. Este
ejercicio de desnaturalización de estereotipos alcanzaba entonces también a la voluntad de
discutir las imágenes que se tenían acerca de quienes cobran asistencia del Estado.

La pregunta del tallerista buscaba entonces desplazar del centro del análisis las
cuestiones personalistas e individuales acerca de “las que no vienen”, para conectarlo con
fundamentos “sociales” que se involucraban en las dificultades de algunas mujeres para
asistir. Su propuesta no tardó en traer a relucir aspectos vinculados a las relaciones de
género.

Unos meses después, estábamos reunidos en el local de militancia de Comunidad


Organizada. No era una reunión del programa, era “política”. Había allí, además de Laura y
Marcos, varias mujeres de distintas cooperativas del programa, en su mayoría presidentas.
Estábamos por entrar en campaña electoral para las elecciones generales de octubre y

81
Laura había convocado a varias mujeres “interesadas en acompañar”. La situación era
similar a muchas otras que tuve la oportunidad de compartir durante mi trabajo de campo.
Marcos les comentaba a las mujeres que Comunidad Organizada era una agrupación de
jóvenes que iban por un proyecto colectivo que buscaba “mejorarle la vida al vecino”. En
sus explicaciones, se distanciaba de la política punteril, remarcaba que ellos “no daban
[mercadería, remedios y otras ayudas] por acompañar”. Si podían, ayudaban y esperaban
que el otro decidiera acompañar. Las mujeres escucharon atentamente y varias veces
asintieron con la cabeza dando muestras de aceptación. Marcos remarcó, como tantas otras
veces, la importancia de las movilizaciones

- Si nosotros vamos al acto del intendente, o a bancar a Cristina, no es sólo porque


queremos apoyarlos, también queremos demostrar que somos muchos y si no nos dan lo
que pedimos, un día podemos estar haciendo un corte en la puerta del municipio.

Para Marcos, la agrupación debía construir “organización popular” y esto consistía


en reclamarle al Estado lo que debía hacer. Si las calles estaban rotas, dijo, no era sólo “culpa
del estado”, también era porque la gente “no se organizaba para pedir”. En ese momento,
Laura intervino recordando experiencias de su cooperativa, poniendo el foco en lo que
desde su perspectiva dificultaba la construcción de dicha organización, puesto en sus
palabras como “participación”

- Las salitas del barrio están mal, no tienen ni un litro de detergente. Nosotras
tenemos que participar en eso. A nosotras la cooperativa nos tiene que servir para hacer
algo más. No podemos quedarnos con cobrar y punto. Y para todo lo que es salud, las
mujeres somos las más capacitadas, las que más podemos colaborar… Porque le preguntás
a un hombre y ni sabe cuándo hay que darse las vacunas!

- ¡A mí no me mirés que yo no tengo hijos!- dijo Marcos descruzando brazos y alzando


las manos con una sonrisa.

- No importa, seguro que cuando los tengas se va a ocupar tu novia, es así.- continuó
Laura-

82
- Sí, para mí no nos tenemos que quedar con que hay un par que no vienen- dijo Miriam,
presidenta de otra cooperativa del barrio- porque eso nos perjudica a todas, tenemos que
avanzar más allá de eso. Sino por dos o tres que no vienen, no hacemos nada. Te quedas
pensando “es que ella falta y cobra”

- Es que son la mayoría te digo- Opinó Melina- yo soy presidenta de una cooperativa
y ahora empezamos con los cursos de cloacas y de 34 que hay en mi cooperativa, vinieron
14. Entonces vos decís, ¿Qué pasa con las otras 20? ¿Dónde están? A mí no me parece bien.
Es verdad que se trata de incluir, de un programa de inclusión social, pero tampoco puede
ser así.

- Sí, es que yo opino- dijo Marcos- Que más que estigmatizar a la compañera que no
viene, hay que pensar en por qué no viene esta compañera, averiguar, preguntarle, ver
cómo la podemos ayudar. Eso es algo que tienen que hacer los funcionarios, porque por ahí
esa persona que no viene está teniendo un problema de salud, o está pasado por una
situación de violencia.

A las mujeres presentes en la reunión, todas inscriptas en el Programa Ellas Hacen,


los dichos de Marcos acerca de las modalidades de organización barrial, las llevaban a sus
experiencias en las cooperativas. En el marco del programa, ellas habían aprendido que
lograr que las mujeres participen, no era una tarea fácil, no estaba dado de antemano. Si
Miriam opinaba que había que ir más allá de eso y actuar a pesar de que haya quienes no
vayan, Marcos volvía a dirigir su atención a lo mismo que había dicho el tallerista: “¿por qué
no vienen?”.

A principios de septiembre de 2015, tuve la oportunidad de participar, junto a Laura,


militantes de otras agrupaciones políticas y funcionarias de la Dirección de la mujer, del
primer “Encuentro local de mujeres en Moreno”. El encuentro replicaba la organización de
los encuentros nacionales y regionales, estaba organizando en 10 talleres de debate y
reflexión29. A pesar del esfuerzo que todas las integrantes de la comisión organizadora

29
El Primer Encuentro Local de Mujeres fue promovido en el distrito de Moreno por iniciativa de la Dirección
de la Mujer del municipio, respondiendo a la demanda surgida a partir de la movilización nacional “Ni una

83
pusimos en difundir la actividad, la convocatoria fue menor de la que esperábamos. La
situación traía sobre la mesa, otra vez, la misma pregunta:

- Difusión hubo- dijo una funcionaria de la Dirección de la Mujer cuando estábamos


por dar inicio a uno de los talleres- pero tengan en cuenta que este es el primer
encuentro de mujeres de acá de Moreno. Y a veces cuesta que las mujeres se
acerquen, nos cuesta porque muchas veces los sábados se tienen que quedar
haciendo cosas en la casa, cuidando a los hijos. Hay que ir construyendo eso. En el
primer encuentro nacional de mujeres había 100 y pico de personas y ahora van
muchísimas más…
- Además- intervino una militante de SUTEBA30 que participaba como asistente-
Ustedes dicen “¡qué poca gente!” y tal vez nos tenemos que preguntar: “Las mujeres
que no están acá, ¿dónde están? ¿Están en sus casas limpiando? ¿Con sus maridos?
¿No tienen con quien dejar a los hijos? ¿Por qué no vinieron?”

La intervención de la militante de SUTEBA fue efectiva para redirigir el centro del debate. El
taller que estábamos a punto de comenzar a coordinar se llama “Mujeres, participación,
poder y decisión”. Su propuesta de imaginar dónde estaban las que no estaban nos dio el
puntapié para comenzar a pensar algunos de los ejes que habíamos previsto para el taller.
Específicamente, su sugerencia colocaba el asunto de la “participación” de las mujeres en
un terreno concreto.

Si la pregunta sobre las prácticas cotidianas de las mujeres inscriptas en el programa


Ellas Hacen me había llevado a interrogarme sobre las formas de “participación”, esta
indagación me había llevado recurrentemente hacia las relaciones de género. Era necesario

menos”, que había acontecido el 3 de junio de 2015. A partir de dicha movilización fue que las funcionarias
de la Dirección de la Mujer recibieron distintos llamados de mujeres que manifestaron el interés de “hacer
algo a nivel local”. La dirección convocó entonces a distintas organizaciones sociales, agrupaciones políticas y
sindicatos a que participen de la “Comisión organizadora” para convocar a un Encuentro Local de Mujeres.
Durante el mismo, se replicó en parte el funcionamiento de los Encuentros Nacionales. Hubo 10 talleres de
discusión que se realizaron en forma simultánea y en los que se trabajó con la siguientes temáticas: Educación,
Parto Respetado, Diversidad Sexual, Tierra, vivienda y Hábitat, Trabajo y Sindicato, Cultura, Arte y Recreación,
Violencia de Género, Comunicación, Adicciones y Poder, participación y decisión.

30
Sindicato Unificado de Trabajadores de Educación de Buenos Aires.

84
preguntarse por qué no venían las mujeres, dónde estaban las que no estaban en las
reuniones, capacitaciones, los encuentros. Quizás, las que no estaban, estaban dedicándose
al cuidado de los hijos o al trabajo doméstico. Quizás tenían maridos que no les permitían
abandonar esas tareas para participar de esos espacios. Detenerse sobre estas cuestiones
le permitió a algunas mujeres trascender los sentimientos de bronca y enojo hacia las que
no venían. Desde este lugar, era posible desafiar las visiones iniciales que sentenciaban “no
les importa”, “no les interesa”. Después de todo, se trataba de algo similar a lo que la misma
Mariela le había reclamado a sus compañeras cuando se enojaron con ella: “nunca me
preguntaron por qué no estaba viniendo”.

Reflexiones finales.
Comencé este capítulo preguntándome por la forma en que el carácter obligatorio
de la asistencia a capacitaciones y reuniones del programa era reconstruido y procesado
colectivamente por las mujeres inscriptas en él. Mi pregunta tenía como punto de partida,
retomando estudios que han etnografiado distintas prácticas políticas de sectores
populares (Fernández Álvarez, 2007b; Quirós, 2011; Ferraudi Curto, 2011; Semán y Ferraudi
Curto, 2013; Colabella, 2013) la afirmación de que el hecho de que estas actividades sean
obligatorias, no agota el análisis de cómo se produce la participación entre las mujeres.
Este abordaje se ancla en la intención de tomar distancia, teniendo en cuenta los aportes
que dichas etnografías han hecho al respecto, del análisis de la política popular que da por
sentada imágenes morales contrapuestas acerca de lo que es y no es política.
Entre mis interlocutoras del trabajo de campo, la existencia de un requisito que establecía
la obligatoriedad de asistir a distintas capacitaciones no agotaba la forma en que ellas
vivenciaban su inscripción en dichos espacios.
De este modo, desarrollé la forma en que tener “voluntad de trabajo” y “no ir obligadas” o
“por la plata” fue una forma recurrente en la cual las mujeres tomaban distancia de miradas
estigmatizantes acerca de quienes reciben ayudas del Estado. Argumentos similares eran
movilizados cuando surgían desacuerdos entre las integrantes de las cooperativas, al
respecto de la forma desigual en que las mujeres “participaban” o “se comprometían” con
las actividades. Las mujeres debatían acerca de qué significaba “participar” y qué

85
situaciones “justificaban” una inasistencia. El modo en que ellas reivindicaban su
compromiso con la cooperativa, no respondía a un modelo moral externo e impuesto desde
afuera; constituía una parte central de las formas en que sus integrantes se evaluaban y
clasificaban a sí mismas y a sus compañeras.

Muchas veces, estos desacuerdos involucraban la expresión de bronca y enojo por


parte de quienes asistían regularmente a las capacitaciones y argumentaban que era injusto
que sus compañeras no asistan. El seguimiento de distintos desacuerdos y conflictos entre
las integrantes de las cooperativas me permitió reflexionar acerca de qué estaba en juego
en la expresión de la bronca o el enojo, más allá del incumplimiento de los requisitos
establecidos por el programa. Así, retomando los aportes de Fassin (2012, 2013) podemos
abordar a dichas sensaciones en las que se movilizan juicios morales o definiciones acerca
de lo justo e injusto, tomando distancia de miradas que ponen el foco en la estrategia y el
cálculo racional. No sólo la inasistencia provocaba tensiones entre las mujeres. No era sólo
el (in)cumplimiento de un contrato que establecía la obligatoriedad de asistir a ciertas
actividades lo que se ponía en juego en estos desacuerdos. Entre asistir o no asistir, cumplir
o no cumplir, se ubicaban un sinnúmero de otros matices y era allí donde entraban en
consideración aspectos que no formaban parte de los requisitos establecidos en el
programa y que involucraban tanto la forma en que se “participaba” como el trato personal
(saludar, llamar, acercarse). Las formas en que las mujeres se involucraban en las
actividades y los modos de relacionarse también resultaron centrales a la hora de definir
qué se entendía por participación.

Por último, desarrollé la forma en que estas tensiones fueron derivando en


reflexiones acerca de las relaciones de género en la vida familiar. Fue en principio a partir
de las propuestas de reflexión y debate que tenían lugar durante las capacitaciones que se
abrió camino a reflexionar acerca de los posibles fundamentos sociales que impedían a
algunas mujeres de participar de las capacitaciones. Al interrogarse ¿dónde están las que
no están?, o ¿por qué no vienen?, las mujeres reflexionaron acerca de los mandatos sociales
asociados al género femenino. Esta consideración permitió ir más allá de los sentimientos
de bronca e indignación para repensar las desigualdades entre hombres y mujeres,
86
poniendo el foco en el modo en que se distribuyen las tareas.
En el siguiente capítulo, profundizaré en algunos análisis al respecto de las relaciones de
género entre mujeres del Ellas Hacen, prestando especial atención a la forma en que ellas
lidian con las múltiples responsabilidades que surgen de su lugar como madres o cuidadoras
y su inscripción en un programa de “inclusión social”.

87
Capítulo 3: Mujeres Pulpo. Cuidar, estudiar, “participar”.

Introducción
Una mañana de noviembre de 2014, estábamos junto a las integrantes de la
cooperativa “Mujeres Valientes” sentadas en el club donde solían realizarse las
capacitaciones de “Género y proyectos de país”. El tallerista llegó con un papel afiche y un
pilón de hojas A4 y empezó a llamar la atención de las mujeres en pos de dar inicio a la
actividad que tenían prevista para ese día. Cuando finalmente logró que lo escuchen, les
preguntó a las presentes cómo andaban y en qué situación estaban sus hogares luego de
las inundaciones que habían ocurrido poco tiempo atrás. A continuación, comenzó a
repasar los contenidos que se habían trabajado en el taller anterior. De repente, Carla lo
interrumpió: “Profe, yo ahora en 10 minutos me tengo que ir porque tengo que ir a
empadronarme”.

El “empadronamiento” era un trámite personal que requería el programa, se


realizaba anualmente y consistía en responder una encuesta de “actualización de datos”
sobre su situación educativa, familiar, habitacional y sanitaria. También incluía una serie de
preguntas que pedían su opinión acerca de las capacitaciones y otras actividades realizadas
en el marco del programa. Para cumplir con este requerimiento, se las había citado en
distintas fechas según el último número de su DNI.

- Bien… Por eso yo les preguntaba si había algo más para aclarar, para charlar.- retomó
el tallerista- Yo les preguntaba para discutirlo al principio. Entonces hay chicas que se tienen
que ir para empadronarse. Esas chicas se van a tener que retirar. ¿Cuántas son?

Carla y Mariela alzaron sus manos

- Bueno, ellas dos se tienen que ir a empadronar

- Disculpe profe. El horario para empadronarse es de 9 a 15, así que tranquilamente pueden
quedarse en el taller e ir después de que termina- opinó la presidenta de la otra cooperativa
con la que compartían el taller.

88
Esta intervención desató una polémica acerca de si se justificaba o no que quienes
debían “empadronarse” se retirasen del taller para realizar el trámite.
Ante las críticas, Carla expuso sus argumentos acerca de por qué no podía realizar el
“empadronamiento” luego del taller:

- Yo no puedo ir a empadronarme después de clase porque tengo que ir a buscar a


los chicos a la escuela, por eso iba a ir ahora.
- Acá todas somos madres. Todas tenemos hijos y tenemos mil problemas con eso.
Entonces tenemos que ponernos de acuerdo porque si vamos a tomar como que
una no viene porque tiene que buscar a los chicos, a todas nos pasa eso…- opinó con
firmeza una de sus compañeras.

Finalmente, el tallerista propuso que quienes se retiraban iban a tener en la planilla de


asistencia un “ausente justificado” porque se habían ido a realizar una actividad en el marco
del programa. Sin embargo, las dos chicas que habían levantado la mano decidieron
quedarse e ir a empadronarse luego del taller. Carla habló por teléfono con su madre y le
pidió que retire a sus hijos por ella.

Durante mi trabajo de campo, tanto en Tres de Febrero como en Moreno escuché


varias veces respuestas similares a la que recibió Carla ese día. Flavia había usado casi las
mismas palabras cuando, una tarde de Mayo de 2015, me explicó los temas que se iban a
tratar en la reunión de su cooperativa, a la que estábamos por asistir

- Hay muchas que están faltando a la escuela y hay casos que yo sé que están muy
complicadas o tienen muchos hijos, pero no se puede justificar a todo el mundo.
Todas tenemos hijos y cuando nos inscribimos al programa, sabíamos para lo que
era, sabíamos que ibas a tener que asistir a las capacitaciones y estudiar

Su asociación con prácticas de cuidado infantil aparecía como una situación común a todas
las mujeres, de la cual muchas veces se desprendían “complicaciones” para poder asistir a
las capacitaciones. “No tener con quien dejar a los chicos” era uno de los obstáculos más
frecuentes que dificultaba su participación en las actividades del programa. Algunas

89
sorteaban esta situación llevándolos/as con ellas, dejando a los/as hijos/as menores a cargo
de los/as mayores o al cuidado de algún familiar. Además, era frecuente que el horario de
las capacitaciones coincidiera con turnos médicos, trámites, actos del colegio de sus hijos/as
o se cruzara con otras situaciones imprevistas como problemas de salud de ellas o de sus
familiares. En la mayoría de los casos, eran las únicas responsables de llevar y traer hijos/as
a la escuela y al médico/a, alimentarlos/as cuidarlos/as y ayudarlos/as con actividades
escolares. A estas actividades se les sumó su propia escolarización, la realización de trabajos
prácticos, diversas capacitaciones y, en el caso de las presidentas, el manejo de planillas y
de la comunicación interna de la cooperativa.

Diversos estudios han señalado que la forma en que una sociedad encara la
provisión de cuidados tiene implicancias significativas para el logro de la equidad de género,
ya que las responsabilidades que surgen de dicha provisión suele estar desigualmente
distribuida entre varones y mujeres (Esquivel, Faur y Jelin, 2012). Se ha sostenido que los
trabajos de cuidado permanecen asociados a lo femenino y, como otras tareas vinculadas
al género, es frecuente su invisibilización y escaso reconocimiento (Arango Gaviria, 2011;
Carrasco, 2011). A pesar del aumento de la tasa de actividad femenina y el mayor acceso a
la educación, el desequilibrio de género persiste debido a que las mujeres continúan
haciéndose cargo de las tareas del hogar (Arango Gaviria, 2011) resultando excluidas del
goce pleno de derechos ciudadanos (Aguirre Cuns, 2008). Se ha destacado que las políticas
públicas han intervenido sobre esta tensión entre trabajo y cuidado en términos de
“estrategias de conciliación” que se han centrado en las mujeres empleadas en el sector
formal (Faur, 2006; Findling et al 2011) adscribiendo a una noción de masculinidad
desvinculada del cuidado (Pautassi, Gherardi y Faur, 2006). En este sentido, las mujeres de
sectores populares, muchas veces excluidas del empleo formal han encontrado mayores
dificultades para resolver esta tensión entre trabajo y cuidado, situación que empeora en
las familias donde las madres trabajadoras no reciben ayudas de sus parejas (Aguirre Cuns,
2014). Asimismo, por causa de la insuficiencia en la provisión pública del cuidado (Rodriguez
Enriquez, 2007; Faur 2010) los hogares de menos ingresos, con posibilidades limitadas de
acceder a servicios mercantilizados del cuidado, y a veces con mayor cantidad de

90
integrantes “dependientes”, registran más dificultades para la inserción laboral de las
mujeres, cuyas trayectorias tienden a ser intermitentes y precarias (Cerruti 2003; Zibecchi,
2010). Se ha señalado que esta tendencia de las mujeres de sectores populares a ocuparse
del cuidado de personas dependientes postergando el cuidado de sí mismas, responde a un
“mandato moral” configurado por relaciones de parentesco que determina deberes y
obligaciones (Findling, Mario y Champalbert, 2012). Por otro lado, diversos estudios han
sostenido la persistencia de visiones familísticas y maternalistas del cuidado en nuestra
sociedad, las cuales sostienen que un buen cuidado es aquel no remunerado y proveniente
específicamente del amor maternal (Esquivel, Faur, Jelin, 2012). Es así que esta “ideología
maternalista” y las dificultades para acceder a servicios del cuidado en el mercado, incurren
en un “círculo vicioso” (Pautassi, 2013; Zibecchi 2013, Faur, 2012) que crea y reproduce
desigualdades (Aguirre Cuns, 2014). En conjunto, estos trabajos han aportado a pensar el
cuidado como relación social y a problematizar su asociación con la maternidad y las
responsabilidades femeninas. Asimismo se han realizado considerables aportes en
dirección a pensar horizontes posibles en las políticas sociales, señalando la insuficiencia en
la provisión pública del cuidado y cómo ésta incide sobre los hogares de menores ingresos.

La antropología ha contribuido significativamente a la reflexión en torno a


fenómenos como el cuidado y la maternidad. Uno de los mayores aportes en este sentido
ha consistido en documentar una variedad de formas en que las nociones de “madre” y
“mujer” se actualizan en contextos etnográficos disímiles (Palomar Verea, 2005). Los
significados vinculados a la categoría mujer han sido analizados como una construcción
histórica que no puede darse por sabida de antemano (Moore, 1991). A partir de la
introducción del concepto de género, fue posible problematizar las explicaciones
biologicistas de las diferencias entre hombres y mujeres, para pensar a la desigualdad entre
ambos como una construcción social (Lamas, 1986).31

31 Cabe señalar que en estudios posteriores, se ha destacado que a medida que el concepto de género se fue
popularizando, éste fue apareciendo como equivalente a “sexo” o como forma más neutral de referirse a la mujer (Lamas,
1999). En este sentido, distintos trabajos han discutido la separación entre femenino y masculino como dos categorías
binarias presentes en toda cultura, problematizado la conceptualización dicotómica entre sexo (biológico) y género
(cultura) y proponiendo que género y parentesco se influyen mutuamente (Yanagisako y Collier, 1994).

91
Más recientemente, se han realizado desde la antropología feminista importantes
contribuciones en pos de profundizar en la reflexión acerca de la relación entre mujeres y
maternidad o cuidados. Comas D’argemir (2014) aportó a estos debates destacando la
dimensión social, política y colectiva del cuidado, entendiéndolo como una necesidad
universal que se extiende durante todo el ciclo vital. Según la autora, las políticas públicas
de provisión de los cuidados tienden a reproducir un imaginario social que, fruto de la
articulación entre estructuras de producción y reproducción capitalistas, lo restringe al
ámbito familiar y de las mujeres y lo asocia a dimensiones morales y afectivas. Otros
estudios han abordado al cuidado como una tarea femenina invisibilizada que implica
afectos, relaciones y el soporte emocional necesarios para el desarrollo humano (Koldorf,
2014). Diversos trabajos provenientes de la antropología feminista han realizado
interesantes aportes para pensar a los cuidados de forma multidimensional, atendiendo a
cómo la maternidad es entendida a partir de concepciones diversas en relación a contextos
históricos específicos, sin pasar por alto la atención hacia las desigualdades y relaciones de
dominación (Tarducci, 2011; Cernadas Fonsalías, 2012, Tabbush y Gentile, 2014).

En este capítulo me propongo analizar la forma en que en las experiencias cotidianas


de mujeres inscriptas en el Ellas Hacen las posibilidades de “cumplir” con las actividades
propuestas por el programa, se entrecruzan con las responsabilidades como “madres” y
“cuidadoras”. De esta manera, en los siguientes apartados busco analizar la forma en que
las prácticas vinculadas a “cuidar” y a “estar en el ellas hacen” se desarrollan de forma
conjunta. Por un lado, me detendré en el modo en que las responsabilidades del cuidado
plantearon de forma recurrente desafíos a la hora de poder asistir a capacitaciones y otras
actividades previstas por el programa, aspecto que incurrió en una sobrecarga de trabajo y
que permite sostener la persistencia de ciertos aspectos naturalizados de la tradicional
división sexual del trabajo, como la asociación entre mujer y maternidad. En segundo lugar,
pondré el foco en el modo en que, en el marco de lo trabajado durante los espacios de
capacitación, se promovió que las integrantes de las cooperativas reflexionen acerca del
modo en que se distribuyen las tareas “en el hogar”, problematizando la desvinculación de
los hombres en las actividades consideradas domésticas. Por último, incluiré algunas

92
reflexiones acerca del lugar que tienen las decisiones en torno a la reproducción,
procurando movilizar una perspectiva que permita abrir la categoría de madre y repensar
los límites entre “lo doméstico” y “lo político”.

“¡Somos pulpos!”
En marzo de 2015 se llevaron adelante en los distintos distritos donde se
implementa el programa Ellas Hacen, unas jornadas tituladas “Mujer y memoria”. Éstas se
realizaron en plazas céntricas del conurbano bonaerense y el interior del país. Los talleristas
y funcionarios/as del MDSN les propusieron a las integrantes de las cooperativas que, con
motivo de conmemorar el día de la mujer y el día de la memoria, se realizaran diversas
intervenciones en el espacio público. Dichas intervenciones habían sido antes trabajadas en
los talleres de “Género y proyectos de país”. En general, las actividades consistieron en
repartir volantes con campañas de prevención de la violencia de género, la realización de
radios abiertas, ferias donde se expusieron emprendimientos y la escenificación de obras
de teatro.

En la jornada a la que asistí en Moreno, las integrantes de una cooperativa


montaron una obra de teatro que dramatizaba un día en la vida de una mujer inscripta en
el programa. Desde un micrófono, una de ellas leía los diálogos de la obra que habían escrito
mientras las demás interpretaban los personajes de la mujer, sus hijos, su marido, sus
compañeras de la cooperativa. La protagonista lidiaba con múltiples actividades
superpuestas vinculadas a su participación en el programa y sus responsabilidades como
“madre” y “esposa”. Al comenzar su día, ella despertaba a su marido y a sus hijos, planchaba
una camisa y preparaba el desayuno. Luego, llevaba a sus hijos al colegio. Mientras ellos
estudiaban, ella también asistía a la escuela; al salir, retiraba a los hijos y en el mismo acto
su marido le pedía por teléfono que prepare el almuerzo. Mientras caminaba hacia su casa,
compraba milanesas y mientras almorzaban, mediaba entre las peleas de sus hijos y les
insistía en que “la ayuden con la mesa”, a lo que ellos se negaban rotundamente. Luego del
almuerzo, respondía a los llamados de la presidenta de su cooperativa, que le recordaba
que a las 14 hs. se veían en un club de barrio, donde se habían comprometido a realizar la
instalación de agua aplicando los contenidos aprendidos en las capacitaciones de plomería

93
que habían tenido anteriormente. Su día terminaba cuando, al llegar a casa y luego de
ayudar a sus hijos con las tareas de la escuela, preparar la cena y lavar los platos, se quedaba
dormida en la mesa mientras intentaba realizar sus tareas del secundario. Sobre el final, se
escuchaba la voz de su marido desde la cama, persuadiéndola para que dejase de estudiar
y se acueste con él. Una catarata de aplausos sobrevino al finalizar la obra de teatro.
Quienes estaban presentes expresaron que se sentían identificadas con la puesta en escena.

Un par de semanas antes de estas jornadas, en los talleres de “Género y proyectos


de país” se había estado trabajando con el reconocimiento del trabajo productivo y
reproductivo. A partir de distintas actividades, la tallerista les había propuesto que
identifiquen las tareas que ellas realizan en sus hogares, pensándolas como un trabajo que
suele estar “invisibilizado”. Esta actividad se enmarcaba en una reflexión ya promovida
desde clases previas, orientada hacia a “desnaturalización de los roles de género”. La
tallerista trayendo distintos argumentos con el interés de que piensen que el simple hecho
de asociar a la mujer con las tareas domésticas o con la maternidad era una construcción
social, histórica. A partir de un ejercicio comparativo, se buscaba reflexionar acerca de cómo
las relaciones de género fueron cambiando a lo largo de la historia en pos de entender que
“las cosas” se podían cambiar y que esto se podía hacer principalmente mediante la
educación:

- Tengan en cuenta, por ejemplo, todo el trabajo que hacen ustedes en las casas,
¿qué cosas hacen?- dijo.
- Limpiamos, llevamos a los chicos a la escuela- respondió una de las mujeres
- Cocinamos, ¡todo!- agregó otra.
- A veces los hombres ni lavar la ropa quieren y eso que hoy en día, es apretar un
botón, no como antes que tenías que lavar a mano- dijo Laura- Yo el año pasado, me
iba todo el día una vez por semana que tenía los talleres de plomería y René [su
marido] se quedaba con los chicos. Cuando yo volvía estaban los tres sentaditos,
quietos. Les preguntaba “¿tomaron la leche?" y me decían que papá no se las había
hecho para no ensuciar. Mate y arroz hervido les daba, así sólo tenía que lavar una
olla. “No te vayas más mami” me decían los chicos.
94
- Todo ese trabajo que ustedes hacen en sus casas- retomó la tallerista- Es lo que se
llama trabajo reproductivo, que no deja una ganancia económica directa, pero es
necesario. Es el trabajo que comúnmente hacen las mujeres, siempre fue
invisibilizado, ¡pero es un trabajo! Piensen que ahora con la jubilación de las amas
de casa y otras cosas, se va reconociendo que eso también es un trabajo.
Luego de traer algunos ejemplos sobre ambos tipos de trabajo, la tallerista reflexionó:
- El otro día estaba en la plaza tomando mate con una amiga y escuchaba que una
mujer decía que las mujeres somos como un pulpo, que podemos hacer mil cosas a
la vez.
- Sí!- asintió Laura- yo el domingo llegué tarde a casa. Y lo dejé a René que estaba
arreglando el piso. Cuando llegué, todos los teléfonos tenían llamadas perdidas.
“¿Qué no podías atender?” Le pregunté. Y me dijo “No, estaba trabajando.”. Bien
que cuando yo estoy en casa me dice “¿¿Cómo no atendés el teléfono?”. Pero él no
puede hacer dos cosas a la vez!!
- Nosotras estamos limpiando la casa, haciendo la comida, ayudando a los chicos con
la tarea, todo al mismo tiempo!- insistió otra.
Esta idea de que las mujeres tienen una especie de capacidad especial para “hacer
muchas cosas a la vez” fue apareciendo también, en otro intercambio entre una tallerista
y mujeres integrantes de otra cooperativa en el distrito de Tres de Febrero. Al final de
uno de los talleres, Mariela, la presidenta, contó que se estaba por separar. Unas
semanas antes, venía quejándose de que, mientras ella sostenía las actividades del
programa, sus responsabilidades como presidenta y tenía varios trabajos para generar
ingresos extra, su marido sólo aportaba económicamente a la casa mediante el ingreso
que percibía por ser parte del “Argentina Trabaja”. La tallerista, que se había separado
recientemente, compartió su experiencia:
- Yo [en el momento de la separación] no tenía tiempo de ponerme triste, tenía que
pagar el alquiler. Agarré la bicicleta y salí a vender panes, para hacer unos mangos
extra

95
- A mí lo que preocupa [de separarse] – dijo Mariela- es que los chicos se queden solos
a la noche, porque yo trabajo de noche.
- ¿De qué trabajás?
- Atiendo la cafetería de una sala de juegos- respondió Mariela- Uy y hoy aparte tengo
que hacer un catering de mesa dulce para un casamiento. Somos así, no paramos.
Vos fíjate que acá, la mayoría están separadas, y no vuelven…

Las situaciones que acabo reconstruir dan cuenta de la forma en que los esfuerzos
cotidianos realizados para “cumplir” con las actividades propuestas por el programa están
atravesados por otras tareas vinculadas al trabajo en el hogar y fuera de él. A partir de su
ingreso al Ellas Hacen, las mujeres comenzaron a asistir a instancias de formación que
demandaban un tiempo fuera de los hogares. Las posibilidades de alcanzar la asistencia a
estas actividades dependieron en muchos casos de cómo se lograba atender a otras
tareas, entra las cuales el cuidado de los hijos representaba uno de los aspectos de mayor
complejidad. Estas mujeres se encontraron con dificultades para compartir sus
quehaceres asignados en tanto su rol de “madre” y “cuidadora” con otros integrantes de
la familia. Se ha destacado que esta situación se encuentra atravesada por profundas
marcas de clase que restringen el acceso a la provisión mercantilizada del cuidado
(Pautassi, 2013; Faur, 2012).
Como se ha señalado en otros estudios al respecto de programas de Transferencia
Condicionada de ingresos (Pautassi, 2009; Zibecchi, 2013; Anzorena, 2013), para las
mujeres inscriptas en el “Ellas Hacen”, estudiar, asistir a reuniones y capacitaciones y
continuar realizando tareas de cuidado, incurrió en una sobrecarga en las actividades
cotidianas. Tuvieron que hacer “muchas cosas al mismo tiempo” y esta capacidad para
lidiar con distintas tareas en simultáneo apareció como presentado como una
característica propia del género femenino. Ellas, en tanto mujeres, pueden “ser pulpos”.
Sus maridos, en cambio, no poseerían la misma capacidad de hacer “muchas cosas a la
vez”.

96
La antropología feminista ha realidad interesantes aportes en dirección a señalar
que no existe una forma única o universal de ser mujer, resaltando la importancia de
atender a las mujeres como situadas en contextos históricos y sociales, atendiendo a las
diferencias concretas que hay entre ellas y examinando el complejo entramado de
relaciones de género, raza y clase (Moore, 1991). En el contexto que vengo analizando, la
categoría mujer era frecuentemente asociada a esta capacidad de realizar diversas tareas
en simultáneo, facultad que la metáfora del pulpo ilustraba con claridad. Sin embargo, es
importante señalar que esta forma de construir sentidos en torno al género femenino no
es universal, ni la única posible; debe ser analizada considerando el contexto
socioeconómico al que pertenece. Si las mujeres del Ellas Hacen desarrollaban- y al mismo
tiempo resaltaban- esta capacidad de “ser pulpos”, esta cualidad no consiste en una
característica intrínseca a lo femenino. Se trata sin embargo de una imagen relevante para
ilustrar los costos que tiene en la vida de las mujeres su asociación con las tareas de
cuidado y la maternidad. La analogía de la mujer pulpo, además de dar cuenta de la
sobrecarga de trabajo en la que se ven inmersas, nos permite reflexionar acerca de la
persistencia de ciertas imágenes esencializadas de la mujer. Su incorporación en espacios
formativos y reuniones en el marco del programa, implicó muchas veces, la adición de
nuevas actividades y responsabilidades; sin que se modificase sustancialmente su
asociación con las prácticas de cuidado. Un conjunto amplio de tareas, tales como el
acompañamiento cotidiano de sus hijos/as, el seguimiento de situaciones de salud y de la
escolaridad, permanecían en la vida diaria adosadas a su condición de mujeres y madres,
resultando por lo tanto difíciles de delegar.
Sin embargo, mi trabajo de campo me permitió también reconstruir los modos en
que, en el marco de sus interacciones cotidianas con talleristas y funcionarios/as del
programa, las “beneficiarias” fueron problematizando algunos otros aspectos de la
tradicional división sexual del trabajo. Vale la pena recordar que desde el discurso oficial,
el programa se autodefine como una política que incorpora “una perspectiva de género”

97
como eje transversal en sus espacios de formación.32 Dicho enfoque, se vincula
especialmente al tipo de capacitaciones previstas para las beneficiarias. Por un lado, se
busca formar a las mujeres en oficios considerados “masculinos”, como una forma de
“ruptura de estereotipos laborales”. 33 Por otro lado, en las capacitaciones que apuntan
hacia la reflexión temática, como las de “Género y Proyectos de País”, se promueven
distintos ejercicios de “desnaturalización” en torno a las tareas y trabajos asociados a los
géneros. El material que guiaba a estos espacios formativos retomaba muchas veces
debates movilizados por corrientes teóricas feministas, introduciendo conceptos como el
de “patriarcado”, “opresión de la mujer”, “micromachismos” o, como ya anticipe “trabajo
productivo y reproductivo”. 34 El involucramiento en estas actividades formativas implicó
cambios en la forma en que estas mujeres se relacionaban con las tareas del cuidado,
promoviendo además de un espacio para “estar fuera de casa”, la puesta en común de
situaciones personales y la interrogación acerca de cómo llevar adelante un ejercicio más
compartido de las tareas consideradas “domésticas”. En un espacio compartido con otras
mujeres, fue posible la reflexión en torno al modo en que a partir dela educación y la
crianza de los hijos/as, se trasmitían imágenes y estereotipos de género.

Entre el cuidado y el programa: ir “negociando algo”


La participación en los distintos espacios de formación y actividades promovidas por
el programa fue permeando las formas cotidianas en que las mujeres realizaban las tareas
domésticas y de cuidado. Por un lado, muchas mujeres comenzaron a llevar a sus hijos/as a
las capacitaciones e incluso asistieron con ellos/as a sus clases en la escuela primaria y
secundaria. Además, en relación con las cuestiones trabajadas en los distintos espacios de

32 1er informe, antecedentes, evaluación y primera etapa de Ellas Hacen”, página 52. Disponible en
http://www.desarrollosocial.gob.ar (Fecha de consulta: 21 de Diciembre de 2014)
33 1er informe, antecedentes, evaluación y primera etapa de Ellas Hacen”, página 7. Disponible en:

http://www.desarrollosocial.gob.ar (Fecha de Consulta 21 de Diciembre de 2015)


34
En estas capacitaciones, se solían discutir fragmentos de textos de autoras feministas, se introducían
algunas de sus corrientes y se utilizaba como material de apoyo algunos documentos relizados por ONU
mujeres, los cuales proveían datos acerca de las desigualdades de género en el mundo. Además, se
realizaban actividades tendientes a interrogar los sentidos de género presentes en letras de canciones
populares, chistes y publicidades.

98
formación, manifestaron replantearse ciertas cuestiones de la forma en que se distribuían
las tareas al interior del hogar:

- ¿Y los hombres? ¿pueden realizar las tareas de la casa?- preguntó la tallerista


cuando estaban repasando la distinción entre trabajo productivo y reproductivo.
- Noo!- respondió Paz, una de las mujeres “beneficiarias”, entre risas
- Poder pueden, el tema es que no quieren- dijo Laura- Se armó un debate con ese
tema en casa después. Porque estábamos yo y René, llegamos los dos al mismo
horario. Yo me puse a descolgar la ropa del ténder y él… ¿Podés creer que se sentaba
a esperar que yo ponga la pava para el mate? Entonces le dije “no querido, esto lo
estuvimos viendo en el curso, ¡la pava te la ponés vos! Y sino, ponete a descolgar la
ropa que sino ya es medianoche y sigue la ropa colgada ahí”. Porque él después dice
“Está la ropa colgada, está la toalla en el piso”. Él avisar, avisa. Pero no lo levanta.
Entonces yo digo “¿Por qué, ya que estás así diciendo, no lo levantás?”. Así que
bueno… por lo menos se puso la pava para el mate.
- Bueno, muy bien- dijo la tallerista
- Algo negociaste.- dijo Paz- A mí mi suegra me caga a pedos, porque yo a mi hijo de
16 años lo hago lavar los platos. Entonces ella no lo puede entender, me dice que
cómo voy a hacer qué él lave los platos. Claro, porque ella a sus hijos no les hacía
hacer nada y así salieron.

Si bien muchas de estas mujeres continuaron siendo las principales encargadas de las tareas
del cuidado incurriendo en una sobrecarga de trabajo, esta situación no impidió que se
desarrollaran reflexiones tendientes a poner en cuestionamiento las relaciones de género
vigentes. En algunos casos, el trabajar sobre la “construcción social del género” fue incluso
derivando en debates en torno a la forma en que, a través de la educación de los/as hijos/as
se trasmiten ideas acerca de las tareas “apropiadas” para la mujer y el hombre. En otras
oportunidades, algunas mujeres manifestaron que estaban reconsiderando la distribución
de las tareas en el hogar, pidiendo que sus hijos varones y/o maridos se involucren en las
actividades domésticas. En palabras de Paz, se trató de ir “negociando algo”: Negociar

99
tiempo para estar fuera de la casa y negociar, al menos algunas cuestiones de la distribución
del trabajo en el hogar.

El análisis de Maxine Molyneux (2003) resulta una referencia ineludible para el


abordaje de los modos en que se construyen reivindicaciones comunes al género femenino.
La autora propuso una distinción analítica que buscaba considerar los intereses que se
ponían en juego en la participación de mujeres en los movimientos sociales. Su formulación
tenía la intención de problematizar la idea de que la diferencia sexual fuese la base que
habilitaba la construcción de propósitos comunes. Partiendo de la asunción de que los
intereses femeninos están histórica y culturalmente constituidos, la autora distinguió entre
“prácticos” y “estratégicos”. Mientras que los primeros se basaban en la resolución de
problemáticas derivadas de la tradicional división sexual del trabajo, los segundos
apuntaban a reivindicaciones transformadoras de las relaciones sociales, buscaban
potenciar la posición de las mujeres y reposicionarlas.35

Distintos trabajos posteriores han revisado esta distinción analítica, sosteniendo que
no bastaba para explicar las prácticas de las mujeres que participan de movimientos sociales
y políticos (Stephen, 1997). El análisis de Stephen (2005) ha registrado el proceso abierto a
partir de la organización de mujeres tejedoras de Teotitlán en cooperativas, dando cuenta
de las formas en que se promovieron relaciones de género más igualitarias tanto en la casa
como en la comunidad, reorientando la división de tareas en el hogar y promoviendo una
mayor participación femenina en la vida política comunitaria. Las observaciones de la
autora cuestionan entonces la separación entre motivaciones prácticas y estratégicas,
llamando la atención acerca de la diversidad de procesos de identificación que envuelven a

35
La formulación original de la autora fue publicada en el año 1985 en un artículo titulado “¿Movilization
without emancipation? Women's interests, state and revolution in Nicaragua” y se basa en un análisis de la
Revolución Nicaragüense y sus políticas en relación con la mujer. En su libro publicado en 2003, la autora
responde a algunas de las críticas que se le habían hecho a su formulación, argumentando que en su análisis,
no se basaba en la identificación de “intereses objetivos” que derivaban de una explicación generalizada de
la subordinación de la mujer. Molyneux (2003) reafirma entonces la pertinencia del análisis de los intereses a
la hora de abordar el género, considerando que los procesos por los cuales éstos se forman, se enmarcan en
la historia y están sujetos a la variación cultural. En esta revisión, la autora sostiene que si bien los intereses
prácticos pueden ser la base para una transformación política que permita impugnar las estructuras de
desigualdad, no ocurre de esta manera en la mayor parte de las veces.

100
la categoría “madre” y que a veces incluyen visiones críticas de las relaciones de género
vigentes. En una línea similar, las contribuciones de María Lagos (2008) se orientaron a
afirmar que producción y reproducción no pueden ser entendidos como fenómenos
separados, redirigiendo su atención hacia el significado de lo doméstico. Lejos de ser dos
espacios divididos, doméstico y público se entremezclan en las prácticas cotidianas, del
mismo modo que los intereses prácticos y los estratégicos se superponen y articulan.

Diversos estudios locales han analizado el modo en que el involucramiento de


mujeres en espacios colectivos como empresas recuperadas y movimientos sociales ha
incidido sobre las relaciones de género. Fernández Álvarez (2006) ha analizado la forma en
que dichas relaciones se actualizan en el marco del proceso de recuperación de una fábrica,
atendiendo a la organización del proceso del trabajo y las formas de acción colectiva. En
este sentido, la autora ha resaltado que si por un lado las mujeres trabajadoras “legitiman”
su lucha apelando a su lugar de madres o cuidadoras, su experiencia en el proceso de
recuperación produce tensiones en torno a las responsabilidades familiares, al mismo
tiempo que favorece la generación de espacios de mayor autonomía y libertad. Así, la
reproducción de ciertos aspectos de los modelos hegemónicos de género, puede incluso
estar acompañada por prácticas cuestionadoras de dicho modelo. Esta consideración
permite trascender la mirada dicotómica que suelen ponerse en juego al analizar la
participación de mujeres en espacios de movilización social y prácticas colectivas, la cual
tiende a clasificar a los movimientos según sus intereses y a reforzar la distinción
público/privado (Fernández Álvarez y Partenio, 2012). En su etnografía sobre un espacio de
mujeres en un movimiento de desocupados, Espinosa (2013) propone ir más allá del punto
de partida por el cual las mujeres se acercan a participar, para atender a cómo esta situación
inicial se va resignificando, dando lugar al cuestionamiento de la ideología de armonía entre
hombres y mujeres. A partir del análisis de un espacio de formación dentro del movimiento,
la autora destaca la importancia de la práctica de hablar como construcción corporal que
es entrenada y puede constituirse en una estrategia de género. El acto mismo de promover
que ellas “tomen la palabra” permite problematizar los lugares que “naturalmente” le son
asignados a los hombres y mujeres, abriendo camino a cuestionar las desigualdades de

101
género (Espinosa, 2015). Todos estos trabajos, coinciden en poner el foco en la forma en
que, sobre la base de necesidades concretas- como la demanda por el trabajo- se van
articulando otras negociaciones y miradas críticas de las asimetrías de género. Además, un
aporte significativo de estos estudios ha sido el de resaltar el carácter fragmentario y
contradictorio de los procesos a partir de los cuales estas asimetrías son problematizadas,
disputando algunos sentidos, al mismo tiempo que otros permanecen naturalizados.

El análisis de las experiencias cotidianas de las mujeres que están en el “Ellas hacen”
me permitió reflexionar acerca de cómo, en el mismo proceso en el cual se sostiene a las
tareas del cuidado como una responsabilidad fija asociada a lo femenino, se cuestionan
algunas modalidades de distribución de tareas en el hogar y se redefine la forma en que las
mujeres se piensan a sí mismas. Así, si por un lado las mujeres devienen “pulpos”,
haciéndose cargo simultáneamente de las tareas del hogar, el cuidado de los niños, el
trabajo, el estudio y, a veces, la militancia política, ellas también “negociaron algo” con los
hombres con los que convivían y apostaron a la forma en que educaban a sus hijos como
medio para modificar estas relaciones en las próximas generaciones.

Hacer todo por los demás, hacer algo para mí

- René me pidió un bebé- me dijo Laura una mañana de mayo de 2015, mientras
viajábamos en micro rumbo a una movilización

- ¿Y qué le dijiste? ¿Vos querés?- pregunté

- Ah nooooo!... Yo le dije “René vos estás loco” ¿Sabés cómo me quedaron a mí los
ovarios? Ya el último embarazo fue muy complicado. El médico me dijo que tengo el útero
con una piel fina como la de una cebolla. El cuerpo de la mujer se debilita mucho con cada
embarazo. Y ya con Luna [su hija más chica] fue muy complicado. Yo me hice estudios y salió
como que seguía así de mal, que no cambió nada. El tema es que él no quiere que yo trabaje.
Quiere que me quede en casa.

- Uh, claro.

102
- Y yo no quiero. Yo le dije “esta es la oportunidad de hacer algo por mí” ¿Sabés que
pasa Flor? Yo siempre les dediqué todo a mis hijos, a mi ex marido, después a René, nunca
hice algo para mí y esto es mío. Yo le dije “Son meses de mucho trabajo. Bancame en esta,
a ver si yo puedo conseguir algo”. Él está muy celoso, no quiere que yo ande tanto. Y yo le
dije “Que a vos todas las mujeres de tu vida te hayan cagado no significa que yo te vaya a
fallar, a mí me importás vos, nada más. No hay otro hombre” Esto yo lo hago para mí, para
poder hacer algo, yo quiero crecer en esto. A mí me gustaría poder irme a trabajar en la
Dirección de la Mujer.

Eran los meses previos a las Elecciones Primarias de agosto de 2015 y Laura estaba
dedicada casi por tiempo completo a las tareas de campaña electoral que incluían
reuniones, jornadas de formación política, mesas de difusión, movilizaciones. A eso se
refería Laura cuando decía “son meses de mucho trabajo” o “esto es mío”. Para ella, las
tareas que realizaba en la agrupación política eran su trabajo y así me solía presentar ante
vecinos y conocidos:

- Ella es Flor, una compañera de trabajo- solía decir

Durante esos meses, mientras lavábamos los platos, viajábamos en colectivo, o hacíamos la
fila para realizar un trámite, hablamos muchas veces de “los celos de René”. Me daba la
sensación de que Laura estaba un poco preocupada. Le interesaba demostrarle a su marido
que aunque ella estuviese “metida en política”, no había “otro hombre”. Sus negociaciones
apuntaban a establecer un difícil equilibrio entre cuidar- el matrimonio, los hijos- y crecer –
en su trabajo, su trayectoria de militancia-

Después de haber tenido un ex marido golpeador o, en sus palabras, un


“sinvergüenza”, René significaba mucho para ella en términos afectivos. Lo había conocido
hacía diez años cuando su padre, que era mecánico, los había presentado luego de
conocerlo como cliente de su taller.

103
- Yo pensé que ya nadie iba a querer estar conmigo, que nadie me iba a querer con
toda la piel caída, con mis hijos. Hasta que apareció René y él me quiso así, con mis hijos,
con mi cuerpo como lo tengo

Cada vez que recordaba los comienzos de su relación, Laura contaba una historia
muy emotiva. Con René, ella “había vuelto a confiar en los hombres”. Ahora, diez años
después, le estaba por salir el divorcio con “el sinvergüenza” y ella y René querían casarse.
Parecía ser un momento feliz en su relación, apenas opacado por “los celos”. Si bien su
marido no se oponía directamente a sus actividades y aceptaba que era algo que a ella “le
hacía bien”, no ocultaba su deseo de que ella “esté más en casa”. “René está en crisis, tiene
40 años, quiere un bebé. Yo no. Se siente vacío”, reflexionaba Laura.

Mientras hacíamos alguna actividad durante el día, René la llamaba por teléfono repetidas
veces, se contaban lo que hacían, hablaban de lo que iban a cenar.

- El tema es que antes estaba todo bien porque eran todas mujeres, pero ahora hay
hombres!- Opinó Renata, su hija mayor un día que Laura se había retirado del almuerzo
para hablar por teléfono.

Renata tenía en ese momento 13 años y así explicaba el tránsito que su madre había hecho
desde su ingreso como presidenta en una cooperativa del Ellas Hacen - un ámbito
preponderantemente femenino- hacia la militancia política- donde se vinculaba ya tanto
con mujeres como hombres. Renata compartía con su madre el interés por la política. Nos
acompañaba muy a gusto a todas las movilizaciones, capacitaciones y actividades de
campaña electoral que pudiera. Un día, Laura me contó que el profesor de “construcción
de ciudadanía” le había llamado la atención acerca de “lo informada que estaba su hija”. A
pesar de que alguna vez, una amiga había condenado a Laura por “meter a sus hijos en la
política”, ella consideraba que era una forma en que ellos aprendían y la enorgullecía sentir
que compartía eso con sus tres hijos/as.

Poco más de dos semanas después de aquella charla en el micro, estábamos con
Laura en su casa y habíamos terminado de almorzar junto sus hijos/as. Yo estaba levantando

104
la mesa mientras ella lavaba los platos y Luna, su hija de nueve años, me seguía para
mostrarme las actividades que realizaba en su cuaderno de la escuela y en el de catecismo.
Al observarme conversando con su hija, Laura me sorprendió con una pregunta:

- Flor, ¿vos pensás tener hijos?

- Sí, pero no ya, más adelante

- Ah, sí. Porque cuando tenés hijos… ¡Olividate de seguir estudiando!-

- Y… es más complicado- opiné con cierta incomodidad

La pregunta de Laura fue el preludio para que ella me contase algunos aspectos
cruciales de su vida, cómo había sido su trayectoria laboral y de estudios y cuándo había
decidido ser madre. En pocas palabras, ella compartió conmigo una parte íntima de su
biografía, un relato que luego escucharía algunas otras veces en distintas reuniones:

- Yo antes estudiaba administración de empresas, ¿sabías? En la universidad de los


polvorines, la General Sarmiento. En ese momento yo trabajaba como maestra particular,
daba clases de apoyo a los chicos del barrio y con lo que ganaba me pagaba el boleto del
colectivo, los apuntes, nada más porque todavía vivía con mis papás. A los 19 años vi en un
documental en la tele que decía que después de los 25, el cuerpo de la mujer se ponía más
duro y era más difícil el trabajo de parto. Encima yo había tenido una tía que le había
costado mucho parir. Entonces yo hice cuentas. Me faltaban cinco años para terminar la
carrera y yo quería ser madre. Entre que conocía a alguien y me casaba, pasarían dos años
más, después me iba a embarazar y ya no iba a terminar la carrera. Decidí dejarla… No sabés
cómo se puso mi papá, me quería matar.

- ¿Y te gustaba lo que estudiabas? ¿O no te convencía?- pregunté, quizás buscando


una explicación alternativa para su abandono de los estudios

- Me gustaba, sí. Pero más me gustaba ser madre. Encima mi papá me dijo “Pero…
¿Con quien vas a tener un hijo vos si no tenés ni novio?” y yo le dije, “No sé, tal vez
inseminación artificial”. Porque a mí no me gustaba mucho eso del sexo- Laura se

105
interrumpió a sí misma con risas y continuó tras una pausa - Después una se va
acostumbrando y te empieza a gustar. Y ahí fue que conocí al sinvergüenza del papá de
Renata.

El relato de Laura me causó un gran impacto, no sólo por la forma inesperada en que
interpeló mis deseos y proyecciones, sino también por el modo en que fue reconstruyendo
aspectos claves de su trayectoria de vida. Si en un presente convulsionado por sus
posibilidades de crecimiento laboral y político, Laura decidía no tener un bebé para no
poner en riesgo su salud; en el pasado había sido el deseo de ser madre lo que la había
llevado a interrumpir sus estudios universitarios. Tener o no tener hijos aparecía como una
definición crucial en cada momento de su vida y, según Laura proyectaba con lucidez,
también de la mía. Tener hijos complicaba las posibilidades de estudiar. No tenerlos o que
ya estén grandes, abría camino a la posibilidad de “crecer” o “hacer algo para ella”. En
paralelo a la reconstrucción de su vida, Laura hacía un análisis de la mía. Mis posibilidades
de seguir estudiando dependían en buena medida de tener o no hijos/as a quienes cuidar.
La pregunta de Laura no sólo me interpelaba y aludía a n preocupaciones que
compartíamos, también nos hermanaba en tanto mujeres y madres (presentes o
potenciales). A partir de ese día, se hizo recurrente que Laura se remitiera indirectamente
a aquella conversación

- ¡Ya vas a ver vos cuándo tengas chicos!- me solía decir cuando sus hijos se peleaban
o tenía que salir corriendo a retirarlos del colegio

La forma en que se llevan a cabo prácticas en torno a la reproducción ha sido objeto de


análisis antropológico. En su análisis sobre las adopciones directas en Misiones, la
antropóloga Mónica Tarducci ha interrogado acerca de por qué se suele suponer que la
condición económica es el único motivo por el cual una mujer daría a su hijo en adopción.
La autora propone trascender la mirada de la maternidad como anhelo universal para
pensar a la reproducción como un espacio de lucha. “Las decisiones sobre la reproducción
no se toman en un vacío donde sólo reina el amor, sino en un contexto donde lo emocional
y lo material no se pueden separar” (2011: 209). Siguiendo a Browner (2000), Tarducci

106
destaca que en la reproducción interactúan, no sólo personas, sino también factores
estructurales que son experimentados e interpretados a través de ideologías de género. Lo
que Browner destaca en su análisis de las actividades reproductivas femeninas, es la forma
en que los comportamientos reproductivos son puestos en juegos en el contexto de los
significados generizados que las mujeres dan a sus experiencias personales.

Al narrarme sus experiencias en torno a la maternidad, Laura ponía el foco


especialmente en lo que tener un hijo significaba en cada momento de su vida. Estos
significados se ponían en juego no sólo en función de constreñimientos- no poder estudiar
o tener problemas de salud- sino también en función de anhelos personales- querer ser
madre y querer crecer en su trabajo. En la decisión de ser (o no) madre, se ponen en juego
sentidos en torno al género pero también se articulan anhelos en torno a otras cuestiones
como el trabajo y el estudio, que ocupan un lugar diferente en cada momento de la vida.

Me tocó compartir con Laura un momento de su vida en el cual su involucramiento


en actividades consideradas “políticas” era relativamente reciente. Sus hijos/as “ya eran
grandes” y eso, ella decía, le resultaba una ventaja para poder llevar adelante su militancia.
Sin embargo, sus tareas vinculadas al cuidado y sus actividades “en política” no estaban
completamente escindidas. Ellos asistían junto a ella a una buena parte de sus actividades
cotidianas, la acompañaban en reuniones y movilizaciones y, tal como había comentado el
profesor de Renata, comenzaron a “interesarse en la política”. A su manera, pedían
información acerca del posicionamiento de algunos candidatos e incluso se involucraban
emotivamente con los resultados de las elecciones. Laura reivindicaba que existía un
carácter pedagógico en la forma en que sus hijos se relacionaban con su militancia: había
algo que “ellos aprendían”. Específicamente, cuando en junio de 2015 asistimos a la
movilización convocada bajo la consigna “ni una menos”, en repudio a los femicidios que
habían ocurrido en el último tiempo, Laura destacó que para ella era importante
compartirlo con sus hijos/as. Marchando, conmemoraba junto a ellos la situación de
violencia que ella misma había vivenciado y se permitía reafirmar que no debería volverle a
suceder nada similar. Además, muchas veces, las gestiones que Laura iba realizando a partir
de su militancia política, permitían mejorar, por ejemplo, las instalaciones de la institución
107
educativa a la que sus hijos/as asistían. En oportunidad de la consecución de un subsidio
que permitiese reformar los baños de la escuela, ella solía presentarse al mismo tiempo
como “militante de Comunidad Organizada” y como “mamá del barrio”. Participar en
política era entonces, al mismo tiempo que una forma de “ocuparse de ella misma”, una
modalidad a través de la cual se concretaban prácticas de cuidado hacia sus hijos/as. La
maternidad no era solamente vivida como una limitante de su desarrollo en espacios de
construcción política. “Ser mamá” era muchas veces una condición que complementaba y
hasta potenciaba la construcción de sí misma como militante. Al mismo tiempo, “estar en
política” constituía una de las modalidades a través de las cuales, se realizaban las tareas
del cuidado.

Reflexiones finales

En este capítulo, procuré mostrar la forma en que en las vidas cotidianas de las
mujeres que integran las cooperativas, las actividades vinculadas al programa- estudiar,
asistir a reuniones, capacitarse- se entrecruzaban con un conjunto de otras tareas que en
muchos casos eran consideradas “domésticas”, entra las cuales el cuidado de los/as hijos/as
apareció como la más recurrente. Como han señalado numerosos estudios, un aspecto
destacable de las políticas destinadas a mujeres de sectores populares ha sido que éstas
han sido interpeladas mayormente desde su lugar de madres o cuidadoras (Molyneux,
2007; Pautassi, 2009; Anzorena, 2013; Zibecchi, 2013; Rodriguez Gusta, 2013; De Sena,
2014). El programa Ellas Hacen puede ser visto como parte de este conjunto de políticas en
tanto prioriza para la selección de destinatarias a madres de “familias numerosas”.

A lo largo de mi trabajo de campo, fui registrando que para estas mujeres, las
responsabilidades vinculadas al cuidado representan tareas difíciles de compartir, situación
que a veces generó complicaciones a la hora de asistir a las capacitaciones y otras
actividades, derivando en una intensificación del esfuerzo e incurriendo en la realización
simultánea de diversas actividades. Este aspecto aparecía gráficamente ilustrado en la
imágenes de las mujeres que, al mismo tiempo que participaban de debates y/o

108
reflexionaban acerca de la desnaturalización de los roles de género, atendían a sus hijos/as
más chicos con los que asistían a las capacitaciones si éstas no coincidían con el horario
escolar. Así, entre muchas de las inscriptas en el Ellas Hacen, la capacidad para realizar
varias tareas en simultáneo fue resaltada como una cualidad propiamente femenina que
se expresaba claramente en la metáfora de “mujeres pulpos”. Esta idea de que la habilidad
para realizar diversas actividades al mismo tiempo es un atributo generizado, puede ser
pensada como una de las implicancias de lo que los estudios sociales han definido como
visiones “familísticas” o maternalistas del cuidado (Esquivel, Faur y Jelin, 2012). Desde la
antropología feminista se realziaron aportes que permitieron sostener la inexistencia de
una forma única o universal de ser mujer, destacando la importancia de analizar los modos
en que dicha categoría es construida históricamente (Moore, 1991; Palomar Verea, 2005).
Retomando las contribuciones de un conjunto de estudios que han analizado la inscripción
de mujeres en espacios de organización colectiva (Stephen, 1997; Lagos, 2008; Fernández
Álvarez, 2006; Fernández Álvarez y Partenio, 2010; Espinosa, 2013, 2015), podemos afirmar
que el cuestionamiento de las asimetrías de género no se desarrolla a partir de un proceso
lineal y uniforme, sino que involucra prácticas y sentidos a menudo fragmentarios y
contradictorios.

Las “beneficiarias” del Ellas Hacen movilizaban recurrentemente su condición de


madres al reconstruir sus experiencias cotidianas o incluso como algo que les permitía
plantear vivencias comunes y compartidas: “todas nosotras somos madres”, solían decir. El
ejercicio de la maternidad no era sólo un requisito del programa o criterio para la selección
de sus destinatarias, era una categoría a la que ellas recurrían como un elemento de
relevancia para sus vidas. “Seguir adelante” o “pelearla por los hijos” eran expresiones que
solían utilizar al reflexionar acerca de situaciones difíciles de la vida. Esta centralidad de la
maternidad era a veces ilustrada en los nombres elegidos para sus cooperativas, que, en
algunos casos incluían la palabra madres junto a un adjetivo como “emprendedoras” o
“unidas” o incorporando la referencia al barrio que habitaban. Sin embargo, estas
identificaciones no impidieron la construcción de miradas y prácticas críticas hacia las
desigualdades de género. En sintonía con la propuesta “desnaturalizadora” de los talleres

109
de Género y Proyectos de País, las “beneficiarias” comenzaron a interrogarse acerca de
cómo era posible transformar dichas asimetrías. Por un lado, durante la puesta en común
de pareceres y experiencias en el espacio de capacitación algunas comentaron que estaban
comenzando a realizar “negociaciones” al respecto de la forma en que distribuían el trabajo
en el hogar, solicitando el involucramiento de los varones en las “tareas de la casa”. Fue
preciso también que ellas se hicieran de un tiempo propio por fuera del hogar,
especialmente cuando, además de las capacitaciones, comenzaban a vincularse a
actividades de militancia política. La construcción de dicho espacio fue muchas veces
reivindicada por las “beneficiarias” como una forma de poner en tensión el lugar
comúnmente asociado en tanto mujeres. En palabras de Laura, se trataba de desarrollar
prácticas vinculadas a “ocuparse” de sí mismas, después de haberse dedicado mucho
tiempo a “los demás” (los maridos, los hijos).

Por último, la indagación acerca de la forma en que “estar en el Ellas Hacen” se


entrecruzaba con prácticas vinculadas al cuidado, me llevó a considerar también las
decisiones y prácticas vinculadas a la reproducción. Laura me compartió sus reflexiones
acerca de en qué momentos había resuelto tener (o no) hijos y cómo en dichas resoluciones
se ponían en juego límites y posibilidades para su desarrollo personal. Sus inquietudes me
hablaban de algo que nos era común en tanto mujeres, pero que podía al mismo tiempo
ser atravesado de las formas más diversas en momentos concretos de la vida. Las decisiones
en torno a la reproducción se ponían en el centro como un aspecto relevante para el análisis
de las relaciones de género y colocaban a la maternidad en un lugar más abierto y múltiple
de lo que lo había pensado en un principio. No sólo se ponían en juego diversidad de
trayectorias individuales y sentidos otorgados a la categoría de madre. En el marco de las
capacitaciones y a partir del tiempo compartido con otras mujeres, la forma en que se vivían
las responsabilidades cotidianas en tanto cuidadoras comenzó a ser objeto de reflexión
colectiva. Se trataba de una condición que, si bien imponía restricciones para la disposición
del tiempo fuera del hogar o el ingreso al mercado laboral, también promovía la adquisición
de aptitudes específicas, como la de realizar distintas actividades en simultáneo. La
interrogación cotidiana y recurrente acerca de qué suponía ser madres y la consideración

110
de las múltiples formas en que se podían atravesar dicha experiencia, fue permeando las
formas en que se realizaban las tareas de cuidado de los hijos/as, promoviendo la reflexión
acerca de los sentidos de género que se trasmitían en la crianza. El ejercicio de la
maternidad sobrepasaba entonces los límites del espacio doméstico y empezaba a ser
objeto de posicionamiento político. La condición de madres, es entonces más que un factor
limitante que impone restricciones al ejercicio de otras actividades.

Desde una mirada antropológica, es posible abordar las prácticas de cuidado evitando
definirlas de antemano como un conjunto de tareas que restringen o limita las posibilidades
de participación política de las mujeres. La propuesta de Clara Han (2012) de desarrollar
una antropología del care puede aportar algunas claves en esta dirección. La autora invita
a no pensar al cuidado como una categoría con bordes definidos, interrogando en cambio
lo que en cada contexto es definido de ese modo. Desde esta conceptualización, el cuidado
no es algo dado ni definido de una sola forma. Consiste en una problemática general de la
vida cotidiana que toma forma a partir de vínculos concretos y se inserta en una amplia red
de relaciones de parentesco en constante construcción.
Siguiendo esta red de relaciones en las que el cuidado se inserta, es posible construir un
abordaje que no lo restrinja previamente al ámbito específico del hogar o de “lo
doméstico”.
Nuestra disciplina posee un interesante potencial analítico a la hora de problematizar los
límites entre lo doméstico y lo político. Específicamente, la antropología política, ha
desarrollado desde sus inicios una mirada atenta a la política como una dimensión de la vida
cotidiana (Vincent, 2002). Vale la pena destacar que si bien su fundación como subdisciplina
estuvo marcada por el intento de delinear un espacio de lo político como separado, su
mirada holística ha permitido trazar las relaciones con otros aspectos de la vida social y
formular interrogantes sobre los aspectos “políticos” que se sitúan por fuera de su espacio
formal (Cañedo Rodriguez, 2011), problematizando su percepción como un campo
separado (Gledhill, 2000).
Recuperando estos aportes y a la luz de los datos construidos durante el trabajo de
campo, sostengo que la maternidad misma y el ejercicio de tareas de cuidado pueden

111
adquirir un carácter “político” impensado. Entre las mujeres del “Ellas Hacen”, las
responsabilidades asociadas al cuidado si bien restringían por momentos las posibilidades
de asistir a capacitaciones y otras actividades vinculadas al programa, también eran el lugar
desde el cual se planteaban críticas y cuestionamientos a las relaciones de género. Desde
este punto de vista, el lugar de cuidadoras no es ni un mero punto de partida ni una simple
limitación para que las mujeres se involucren en espacios de formación y organización
colectiva. La propia metáfora de las mujeres como pulpos puede resultar esclarecedora
para advertirnos acerca de la potencialidad de pensar los modos en que el cuidado se
concretiza en la vida cotidiana, interrogando acerca de cómo se entrama en una variedad
de prácticas y relaciones. Si con dicha analogía se hace referencia a la necesidad y capacidad
de realizar diversas tareas de forma simultánea, resulta pertinente desarrollar un enfoque
que lo aborde desde sus imbricaciones con situaciones más amplias de la vida, sin escindirlo
del análisis de las formas de construcción política.

112
Reflexiones finales
Del programa a las vidas cotidianas
En esta tesis me propuse analizar las prácticas cotidianas de mujeres que participan
de un programa de “inclusión social”, atendiendo a cómo el contenido de dicho programa
se reformula y desborda a partir de sus experiencias de vida. Mi análisis puso en primer
plano a las vidas cotidianas de quienes son definidas como “destinarias” de las políticas, lo
cual supuso replantear algunas cuestiones que estaban en la base de mis conocimientos
iniciales y primeros acercamientos al programa. Al consultar documentos o conversar con
funcionarios estatales, el Ellas Hacen era descripto a partir de una serie de actividades- que
constituían principalmente espacios de formación- y sus “beneficiarias” eran definidas
según una conjunto de requisitos o prioridades que darían cuenta de una situación de
“vulnerabilidad”. En contraste con lo que me sugerían estas formulaciones, mis primeros
acercamientos con las integrantes de las cooperativas pusieron de relieve aspectos que no
estaban necesariamente contemplados en la planificación del programa. Se remarcaba la
centralidad de conocer a otras mujeres, ayudarse, construir acuerdos y procesar conflictos,
proyectar nuevos horizontes laborales, vincularse a agrupaciones “políticas” y hasta la
superación de circunstancias específicas de la vida como problemas de salud o situaciones
de violencia. Acompañando sus vivencias cotidianas, comencé a reconstruir no tanto cómo
su vinculación con un programa estatal permeaba sus vidas, sino lo que ellas hacían en el
día a día. A continuación, presentaré los principales resultados analíticos que se desprenden
de este trabajo y algunas líneas de indagación que me permitieron abrir.

La creación cotidiana de las cooperativas


En muchas oportunidades, los funcionarios públicos y talleristas con los que interactué, se
encargaron de remarcarme que el proceso que iba desde la planificación hacia la
implementación “territorial” de los programas sociales no se desarrollaba de forma lineal o
directa: “Una cosa es cómo esto se piensa desde una oficina y otra es cómo se implementa
en el territorio”, solían decirme palabras más, palabras menos, de forma recurrente. La
advertencia no me era del todo ajena; era una idea que ya había escuchado durante el
tiempo que trabajé como “facilitadora territorial” en un organismo estatal vinculado a la

113
gestión de políticas en torno a la “economía social”. Inclusive era posible que yo misma
hubiera enunciado formulaciones de este estilo en alguna oportunidad. La advertencia
hacía referencia a una cierta oposición entre oficina y territorio, planificación e
implementación que me interesaba poner en tensión mediante el análisis de las
experiencias cotidianas de las “beneficiarias”. A lo largo de esta tesis, busqué desplegar lo
que hacen las integrantes de las cooperativas en el día a día, evitando pensar dichas
prácticas únicamente como resultado de la “bajada” de una política social.

Fernández Álvarez (2014) ha identificado la existencia de una forma contrapuesta


de pensar a las iniciativas de gestión colectiva de trabajo que suele distinguir entre aquellas
que surgen “desde arriba”- refiriéndose a las experiencias promovidas en el marco de los
programas estatales, a otras que se producen “desde abajo” o “desde las bases”. Siguiendo
a la autora, esta dicotomía suele habilitar lecturas valorativas de estos procesos. En lo que
refiere específicamente a las cooperativas promovidas por políticas sociales, esta
contraposición las suele definir como “armados políticos” o “meros planes”, puntualizando
en el hecho de que no son experiencias surgidas de la búsqueda voluntaria de asociativismo.
Procurando salir de este enfoque normativo, Fernández Álvarez propone reconstruir los
“encuentros” entre organizaciones colectivas y el Estado, destacando la forma en que los
requisitos que regulan la circulación de recursos y el acceso a subsidios- como el de la
sustentabilidad económica- no constituyen un lenguaje estatal impuesto a las
organizaciones, suponen más bien desafíos vívidos y categorías en disputa.

Mi tesis pretendió aportar a estos avances, señalando el modo en que estos desafíos
y disputas se actualizan en las prácticas cotidianas de cooperativas promovidas por un
programa estatal. La conceptualización de estas cooperativas como “armadas” o creadas
“desde arriba” de la cual la autora propone tomar distancia, suele opacar la especificidad
que estas experiencias pueden adquirir en sus contextos concretos, obstaculizando la
atención al modo en que éstas entidades se construyen a partir de las particulares
experiencias de vida de sus integrantes. En pos de aprehender estas especificidades,
propuso un abordaje de las cooperativas como categorías de la práctica, que involucran una
multiplicidad de formas de ser y estar (Fernández Álvarez, 2015a). Aún en el marco de la
114
puesta en marcha de un programa estatal, las cooperativas eran algo que debía ser
producido, creado y recreado en las relaciones cotidianas. Era preciso, por un lado, crear
las condiciones para que las “beneficiarias” pudieran asistir a reuniones y capacitaciones,
negociando y reorganizando parte de los tiempos que eran dedicados al cuidado infantil.
Por otro lado, en el día a día, se generaban debates acerca de qué significaba participar y
qué situaciones “justificaban” las inasistencias. En muchas oportunidades, las
“beneficiarias” destacaron la relevancia que tenía para ellas la posibilidad de construir un
grupo “unido”. Así y tal como desarrollé en el segundo capítulo, ciertos valores morales
tradicionalmente asociados al cooperativismo, como la unión y la solidaridad, eran
retomados como un horizonte hacia el cual se orientaban las prácticas cotidianas. La
construcción de una cooperativa “unida” era un desafío del día a día, que sólo puede ser
aprehendido si renunciamos a analizar estas experiencias enfatizando en el hecho de que
fueron “creadas” o “conformadas” desde una política estatal. Estas entidades no se
conformaron a partir de individuos aislados, que el Estado se encargó de “unir”, de una vez
y para siempre, cooperativizándolos. Resultó frecuente que las cooperativas pasaran a
formar parte de un entramado más amplio de relaciones previas- que incluían vínculos
familiares, laborales, de amistad, vecindad, entre otros. Estas relaciones se actualizaban en
la cooperativa, modelando la forma en que era vivenciado el espacio. La “unión”, la
constitución de un grupo, la producción de un espacio de encuentro, intercambio y hasta
de contención, eran cuestiones a ser trabajadas cotidianamente, algo que lejos de estar
dado, debía hacerse movilizando trayectorias y experiencias de vida diversas. Estas
prácticas no se desarrollaban únicamente como la “bajada” territorial del programa.
Constituían las modalidades a partir de las cuales las mujeres construían sus experiencias
en las cooperativas, al mismo tiempo que creaban las condiciones para su participación en
ellas.

De esta manera, mi trabajo contribuyó a reflexionar acerca de los modos en que los
espacios colectivos son producidos cotidianamente a partir de vivencias particulares,
atendiendo a las especificidades que este proceso adquiere en el marco de un programa
estatal. Procuré reconstruir las formas en que las cooperativas son creadas y recreadas en

115
el día a día, más allá del momento de su conformación y registro como entidades ante el
Estado. En su análisis sobre las experiencias cotidianas de ciudadanía en El Alto, Bolivia, Sian
Lazar (2013) ha desarrollado una mirada centrada en los procesos y prácticas que
convierten a alguien en miembro de una comunidad. El análisis de la autora apunta a
aprehender cómo la ciudadanía es experimentada a través de sus formas locales,
conceptualizándola más allá de un estatus legal individual. Desde esta perspectiva, es
preciso analizar los modos en que se realiza cotidianamente un trabajo considerable para
mantener y construir un “sentido de pertenencia” a la comunidad. Lazar destaca que no es
necesariamente el intercambio de obligaciones y derechos lo que hace a las personas
miembros de los grupos. Una lectura similar podría ponerse en juego para analizar las
experiencias cotidianas de las mujeres “beneficiarias” del Ellas Hacen. En las cooperativas
con las que interactué, sus integrantes ponían un marcado énfasis en la importancia de
construir acuerdos internos al respecto de las llegadas tarde e inasistencias, era necesario
“hacer que las chicas participen”, generar arreglos familiares que les permitan involucrarse
en reuniones y espacios de capacitación. De esta manera, no es únicamente un conjunto
de derechos y obligaciones adquiridas en tanto miembros de las cooperativas lo que define
a las experiencias cotidianas en estos espacios. Volviendo a la dicotomía planteada al
principio de este apartado, salir de la contraposición entre prácticas surgidas “desde arriba”
y “desde abajo”, supone evitar definir estas experiencias poniendo el foco en lo que es
obligatorio o voluntario, puntualizando en los requisitos establecidos por el Estado. Estas
cooperativas fueron construidas a partir de un proceso dinámico que involucró tanto la
interacción con el Estado, como un cúmulo de otras relaciones y acciones diversas; en las
que sus integrantes movilizaron valores morales y pusieron en juego sus trayectorias de
vida.

Definiciones y entramados en torno a “la política”


Un aspecto significativo que permeaba la construcción de experiencias cotidianas de
las “beneficiarias” del “Ellas Hacen”, consistía en el modo en que ellas definían su relación
con prácticas que definían como “políticas”. Así, una línea de indagación abierta a partir de
mi análisis consitió en el abordaje acerca de cómo se construyen cotidianamente los límites

116
de esta categoría. Durante mi trabajo de campo, las mujeres reflexionaban y se
interrogaban cotidianamente acerca de cómo era su vínculo con lo que consideraban
“político”. Su ingreso al programa, me decían, no había tenido motivos “políticos”. La
“política” era algo en lo que podían “meterse”, era algo que interesaba o no interesaba. El
inicio de mi vínculo en el campo estuvo marcado por dos formas diferentes en que mis
interlocutoras definieron su posicionamiento en relación a este asunto. Mariela, la
presidenta de una cooperativa del distrito de Tres de Febrero me advirtió con énfasis
cuando nos encontramos por primera vez que sus compañeras “no querían saber nada con
la política”. Mi trabajo de campo estuvo permeado por esta advertencia de que lo que allí
iba a encontrar no era “político”. En el día a día de la cooperativa, solían intercambiarse
consejos y ayudas y era en el centro de esos vínculos donde muchas de ellas encontraban
“un lugar de despeje” y un momento que se esperaba durante toda la semana. A veces, se
trasmitían en esos encuentros informaciones sobre trámites vinculados a programas
sociales o se intercambiaban datos acerca de cómo efectuar denuncias ante situaciones de
violencia de género. En el distrito de Moreno, en cambio, la “política” ocupaba a primera
vista un lugar bastante diferente. Allí conocí a Laura y sus formas diversas de reconstruir
cómo era que ella se había “metido en política”. Distintas mujeres inscriptas en el programa
habían comenzado a involucrarse en actividades de militancia y formaban parte de
agrupaciones “políticas”. La “política” era en este contexto etnográfico asumida como más
cercana, sin por eso quedar restricta a sus espacios más formales o institucionales. Allí
donde las personas asumían explícitamente estar “haciendo política”, este hacer no remitía
sólo a acciones que formaban parte de lo que es convencionalmente definido como tal. La
“política” se hacía entusiasmándose con un proyecto que era también un modo de vida.
“Meterse en política” era construir un espacio considerado propio: “esto es mío”, había
dicho Laura. Pero si era necesario crear un espacio para “la política” en las vivencias
cotidianas, ese espacio no poseía bordes definidos, constantemente rebasaba sus límites.
La “política” se entramaba con creencias religiosas, con reflexiones y formas de posicionarse
al respecto de relaciones de pareja, implicaba tener “ganas de ayudar” y de ayudarse,
proyectar horizontes laborales y construir formas de ejercer el trabajo de cuidado.

117
La forma en que las mujeres vivían su “estar en el programa” y le daban sentido a
sus prácticas me obligaba a poner el foco en algo que iba más allá de las definiciones
dicotómicas entre lo que era o no considerado “político”. Resultó productivo atender al
modo en que esta pregunta sobre los bordes de “la política” se planteaba en cada contexto
etnográfico, indagando acerca de cómo mis interlocutoras construían experiencias más
amplias en torno a ella, involucrando afectos, deseos, creencias y vínculos diversos. El
objetivo fue entonces aprehender las experiencias cotidianas de los sujetos sin definirlas
según su carácter político o no; para reflexionar acerca de los procesos de producción de
prácticas colectivas, tal como nos sugiere la conceptualización de dichas prácticas como un
“hacer juntos (as)” (Fernández Álvarez, 2015b). Este abordaje supuso desplazar la atención
de las construcciones establecidas a priori y suspender la pregunta por los resultados, para
“explorar el objeto mismo de la política mientras se está haciendo” (p. 28). Este enfoque se
hizo eco de una propuesta analítica desarrollada por Didier Fassin (2014), la cual invita a ir
más allá de la forma de la política, o de la organización y funcionamiento de las instituciones,
para aprehender su substancia, su materia. Según el antropólogo francés, una de las
potencialidades de la antropología para el estudio de la política consiste en su capacidad de
llevar adelante un estudio descriptivo y no prescriptivo, preguntándose por lo que la política
es y no lo que debería ser. El autor propone poner en el centro del análisis a la vida misma,
considerando los efectos en los cuerpos y la puesta en movimiento de la moral. Su
propuesta analítica- sintetizada como el desarrollo de una antropología política de la vida-
consiste en reorientar el foco de la investigación etnográfica hacia la vida, el cuerpo y la
moral, antes que los partidos, las instituciones o las elecciones. Es importante destacar que
si bien Fassin define a la moral como el principio de la política, ésta no es construida como
un objeto autónomo. Moral y política deben ser pensadas en forma conjunta. Este planteo
invita entonces a poner en el centro del interés antropológico el contenido mismo de la
política, evitando circunscribir de antemano su funcionamiento a ciertos espacios o
actividades determinadas. Los avances incluidos en esta tesis pueden ser leídos en esta
clave, procurando abrir la categoría de política, explorando sus intersecciones con la moral

118
y el modo en que ésta adquiere una materialidad específica a través de las vidas
cotidianas.36

A lo largo de estas páginas, recorrimos junto a “las chicas del Ellas Hacen” el
desarrollo de experiencias diversas en el marco de la puesta en marcha de un programa
social. Reconstruí la forma en que ellas ponían en común problemáticas personales, se
brindaban ayuda ante situaciones difíciles, hacían circular chismes, expresaban
sentimientos de bronca e indignación, procesaban conflictos mediante acusaciones
públicas, reflexionaban en torno a su condición de madres y las decisiones vinculadas a la
reproducción. En algunos casos, estas experiencias tuvieron como telón de fondo la
circulación por lugares comúnmente asociados a “la política” (micros hacia movilizaciones,
unidades básicas, oficinas del municipio o el concejo deliberante). En otras oportunidades,
la “política” aparecía como algo extraño, ajeno, lejano, algo con lo que “no se quería saber
nada”, que no lograba “interesar”. La reconstrucción de las experiencias cotidianas me fue
revelando el carácter difuso de los señalamientos acerca de lo que era – y no- considerado
“política”. Las personas transitaban a través de estos límites de forma dinámica. Llevar
adelante, siguiendo a Fassin (2014) un análisis de la política desde su materia, más allá de
la forma, permitió atender a los modos específicos en que ésta asoma en espacios y
actividades que podrían resultar menos pensados, como los hogares, las instituciones
educativas, las conversaciones en los comercios del barrio, los viajes en colectivo, los modos
de ejercer actividades del cuidado. Este resulta sin dudas un aspecto sobre el cual me
gustaría seguir indagando.

36
La relación entre moral y política ha sido un eje de indagación en la antropología. Específicamente en
Argentina, cabe mencionar los trabajos de Frederic (2004) y Balbi (2007) que han contribuido en señalar la
forma en que ambas categorías aparecen imbricadas. El análisis de Frederic (2011) ha puesto de relieve la
existencia de modos diferenciales de evaluar el trabajo político, revelando que el proceso de
profesionalización de los políticos adquiere un sentido moral. Por su parte, Balbi (2007) ha realizado un
análisis del proceso formativo de los valores morales, atendiendo específicamente al lugar que adquiere la
lealtad en la práctica política peronista. El autor ha resaltado los modos en que los valores morales estructuran
comportamientos a partir de su interacción con procesos sociales específicos, iluminando así las formas en
que se superponen valores e intereses.

119
Cuidados y relaciones de género
Las prácticas de cuidado y experiencias construidas en torno a la maternidad fueron
adquiriendo centralidad en mi análisis de las vivencias cotidianas de mujeres en programas
sociales. Tal como desarrollé en el capítulo tres, considero pertinente movilizar una forma
de pensar al cuidado que no lo tome como algo dado ni como una categoría con bordes
definidos (Han, 2012). Resultó entonces de suma importancia indagar en las formas
concretas en que los cuidados se actualizan en las prácticas y relaciones de las personas, en
pos de problematizar concepciones estáticas que lo restringen a un grupo de tareas
realizadas mayormente en el ámbito privado. Un conjunto de estudios ha desarrollado
aportes orientados a pensar al cuidado trascendiendo ciertas dicotomías como la de esferas
públicas y privadas o seres dependientes e independientes (Del Río, 2003; Cerri y Alamillo
Martinez, 2012). Estos aportes suponen por un lado, atender a la vulnerabilidad y la
interdependencia como elementos constitutivos de la vida humana que atraviesan todo el
ciclo vital (Comas de Argemir, 2014). El cuidado no se restringe a un conjunto de prácticas
unidireccionales que los más fuertes realizan por los más débiles. Si bien ciertas etapas de
la vida, como la niñez y la vejez, requieren mayores cuidados, no existen personas que sean
totalmente independientes, es la interdependencia lo que caracteriza a los seres humanos
a largo de toda su existencia (Cerri y Alamillo Martinez, 2012). Por otro lado, si el cuidado
es un derecho y una responsabilidad del conjunto de la sociedad (Del Rio, 2003; Del Río y
Perez Orozco, 2004; Cerri y Alamillo Martinez, 2012), su resolución puede llevarse a cabo a
través de redes de relaciones que muchas veces tienen lugar por fuera del ámbito
doméstico y/o familiar. Como hemos puntualizado en otro trabajo, entre las “beneficiarias”
el Ellas Hacen, las tareas de cuidado eran muchas veces ejercidas a partir de redes
colectivas; resolver “qué hacer con los chicos” constituía así un asunto a ser abordado y
procesado colectivamente (Fernández Álvarez y Pacífico, 2016).
Tomando los aportes de Susana Narotzky (2004) es necesario tener en cuenta la
importancia de la circulación de recursos a través de vínculos de parentesco, vecindad y
amistad, trascendiendo la definición de hogar como unidad de consumo aislada,
homogénea y con bordes precisos. La autora remarca que en estos vínculos circulan no sólo
bienes materiales, sino también servicios y ayudas, entre los cuales el cuidado de los hijos

120
posee una importancia significativa. Este abordaje da lugar a revisar la asociación ente
mujer y tareas de cuidado que muchas veces aparece naturalizada en el diseño de los
programas sociales (Anzorena, 2013, Pautassi, 2009; De Sena, 2013; Cena, 2013; Rodriguez
Gusta, 2012; Zibecchi, 2013).

En un sentido más amplio, estas reflexiones pueden enmarcarse en una serie de


discusiones de gran relevancia en el desarrollo de las distintas corrientes del feminismo,
que han apuntado a revisar la construcción de sentidos en torno a lo femenino y lo
masculino. En el diseño de los programas sociales, la categoría mujer suele aparecer como
si aludiera a un contenido unívoco, fácilmente identificable. Mi propio análisis corrió a
veces el riesgo de naturalizar esta definición, presentándome dificultades a la hora de
buscar modos de nombrar a las protagonistas de este trabajo que no reproduzcan los
modos de clasificar propias de las políticas públicas. Así, fui descubriendo que mi forma de
presentar a mis interlocutoras como “las mujeres” podía llevar a simplificar las formas
variadas de experimentar el género. Un aspecto que podría enriquecer futuros análisis
consiste en aprehender los modos en que se construyen prácticas y sentidos acerca de lo
femenino y lo masculino en las propuestas y planteos del programa Ellas Hacen, retomando
las acciones y puntos de vista de talleristas, funcionarios estatales y “beneficiarias”. Me
permito arriesgar algunas consideraciones y sostener que tanto en los supuestos incluidos
en la planificación como en el día a día de la gestión del programa Ellas Hacen, se combinan
aspectos del feminismo de la igualdad y otros del feminismo de la diferencia. La primera
perspectiva se podría ejemplificar con la propuesta de realización de tareas consideradas
“masculinas” por parte de mujeres, apuntando a la negación de la diferencia biológica como
determinante de las desigualdades entre géneros. Este enfoque permite desafiar los
argumentos que naturalizan la subordinación femenina, pero no cuestiona lo masculino
como medida de excelencia o jerarquía (Maffía, 2007). La segunda perspectiva, la del
feminismo de la diferencia, se podría identificar en las actividades y debates que buscan la
exaltación y valorización de tareas consideradas femeninas, tales como el cuidado y/o el
trabajo reproductivo. En este sentido, las capacitaciones apuntaban a visibilizar el trabajo
reproductivo y resaltar que se trata de tareas con escaso reconocimiento pero de gran

121
importancia. Resulta necesario retomar las advertencias que se han desarrollado desde las
distintas corrientes englobadas en el llamado “feminismo de la diversidad”, al respecto de
la importancia de considerar la forma en que raza, clase y sexualidad alteran el estatus de
género, pluralizando el significado de las “mujeres” (Dietz, 2003).

La antropología feminista tiene mucho que aportar en esta dirección. Un aspecto


saliente de la contribución que Henrietta Moore (1991) ha desarrollado en su célebre
trabajo “Antropología y feminismo” consiste en advertir que la diferencia de género no se
experimenta independientemente de otras formas de diferencia. Desde este enfoque, una
de las potencialidades de la antropología feminista consiste en no dar por sentada la
existencia de “la mujer” en tanto cuerpo unitario con intereses comunes. Siguiendo a
Moore, un análisis antropológico con perspectiva de género consiste en “reconciliarse con
las diferencias reales entre las mujeres” (p. 24), indagando en sus experiencias desde una
mirada situada que contemple las especificidades surgidas de los contextos sociales e
históricos. Estudios etnográficos más recientes han retomado la propuesta de Moore de
pensar a la noción de mujer como categoría empírica y han desarrollado aportes en
dirección a pensar la construcción de identidades de género en el marco de políticas sociales
(Masson, 2004; Pozzio, 2011). Específicamente, Pozzio ha destacado la importancia de
enriquecer el análisis de género considerando la fuerza que adquieren otros principios
organizadores de la diferencia como la clase social.

Retomando estos aportes, resulta pertinente analizar las implicancias de la


asociación entre mujeres y cuidados poniendo en juego una perspectiva que contemple el
entrecruzamiento del género con otras dimensiones tales como la clase social, la edad, la
raza y la orientación sexual. En el caso que vengo analizando, me gustaría señalar que las
desigualdades de género constituyeron una de las asimetrías que atravesaban la vida de las
“beneficiarias”, resultando necesario analizarla en conjunto con otras desigualdades, como
las que surgen a partir de las clases sociales, edades y las nacionalidades. En reiteradas
oportunidades, las beneficiarias del “Ellas Hacen” se veían en la complicación de tener que
cumplir con actividades demandadas por el programa y ejercer al mismo tiempo tareas
vinculadas al cuidado. Las capacitaciones y clases de la escuela secundaria solían llenarse
122
de niños/as de todas las edades que jugaban, corrían y demandaban atención. Como ya ha
puntualizado Faur (2012) las formas en que se resuelve el cuidado infantil resultan un claro
indicador de las desigualdades de clase entre mujeres. Retomar la centralidad de la clase
social para analizar el modo en que se resuelven los cuidados resulta de suma importancia
ya que la asociación entre mujeres y cuidados es a menudo reforzada ante las dificultades
de acceder a servicios de cuidado en el mercado (Pautassi, 2009; Faur, 2012; Pautassi y
Rodriguez Enriquez, 2014; Zibecchi y Paura, 2014). La presencia mayoritaria de mujeres
jóvenes entre las integrantes de las cooperativas nos permite anticipar la importancia de la
dimensión generacional como otro aspecto significativo a ser indagado. Por último, las
trayectorias de migración interna y de países limítrofes resultaron otro aspecto que
otorgaba especificidad a las experiencias cotidianas. Un análisis más pormenorizado de las
trayectorias de vida de las “beneficiarias” permitirá enriquecer estos avances. Resulta de
suma relevancia continuar indagando en estas intersecciones en pos de contribuir a un
análisis crítico de las desigualdades que atraviesan las vidas de las mujeres de sectores
populares.

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