Eies8 Erich Przywara - Una Teología de Los EE (I)
Eies8 Erich Przywara - Una Teología de Los EE (I)
Eies8 Erich Przywara - Una Teología de Los EE (I)
Sumario
0. Presentación
1. Alma de Cristo
1. Anotaciones-Titulo-Presupuesto
2. Principio y Fundamento
3. Primera Semana
4. Segunda Semana
5. Tercera Semana
6. Cuarta Semana
0.PRESENTACION
El teólogo de origen polaco Erich Przywara (1889-1972) escribió una obra voluminosa
acerca de los Ejercicios Espirituales (EE) a lo largo de cinco años (1933-38), titulada Deus
semper maior. Una teología de los Ejercicios'. Él mismo confesó en la presentación del libro
que había concebido ese trabajo como una continuación de su obra filosófico-teológica
Analogia entis, publicada en 1932. Todo su pensamiento gira en torno a la idea de
"discontinuidad en la semejanza entre Dios y las criaturas", o dicho de otro modo, responde a
la tensión agustiniana de un Dios que está a la vez en nosotros y muy por encima de nosotros.
ese Dios que es "semper maior", siempre mayor, auténtico Logos de los EE. La
influencia agustiniana la encontramos en esta misma expresión, "Deus semper maior": "por
más que crezcamos nosotros, Él es siempre mayor... Debemos acogernos como polluelos
debajo de Él, que es siempre mayor" (San Agustín, Comentarios a los Salmos, 62,16).
2. La presentación de cada una de las Cuatro Semanas, precedidas por unas breves
consideraciones sobre las Anotaciones y Principio y Fundamento.
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El segundo cuaderno (que aparecerá próximamente) está dedicado al orden de lo
metodológico, es decir, a los elementos formales fundamentales que constituyen la dinámica
de los EE. La aportación de Przywara consiste en mostrar el trasfondo teológico de tales
elementos, que aparentemente son sólo formales o funcionales.
Si estos dos cuadernos han podido salir a la luz es gracias a una traducción manuscrita
que se encontró entre los papeles del P. José de C. Sola, sj. hace unos treinta años. El P
Ramón Puig Massana, sj. la ha corregido y actualizado con una paciencia encomiable. La idea
de sacarlos ahora a la luz, la selección de textos y la edición de los dos cuadernos ha sido obra
de Javier Melloni Ribas, sj.
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1. “ALMA DE CRISTO”
Esta antigua oración de autor desconocido, que precede al texto autógrafo de los
Ejercicios, nos da una vista panorámica de éstos. Las tres partes que constituyen el Anima
Christi son:
2. Pero precisamente por esto debe atravesar totalmente el río de sangre de la pasión
de Cristo: Pasión de Cristo, confórtame.
3. Y esto, de tal manera que todo su vivir, actuar, sufrir y morir, sea un progresivo salir
de sí, hasta que llegue a entonar el canto perenne de alabanza a Dios: Y mándame ir a Ti, para
que con tus santos te alabe.
-como un grito dirigido hacia Él: Primera Semana-, hasta la Iglesia como su plenitud -
Reglas para sentir con la Iglesia
Pero al mismo tiempo, contiene asimismo el método esencial de los EE, desde la
consideración a la meditación, la contemplación y la aplicación de sentidos ("traer los
sentidos"). Desde lo interior, para sentir y gustar de las cosas internamente [2], de Cristo; para
ver con sus ojos, sentir con su corazón, respirar con Él,...
Y en cuanto al modo, desde salir del propio amor, querer e interés -elección [189]-,
pidiendo conocimiento interno del Señor -de la Segunda a la Cuarta Semana [104]-, hasta la
más radical desapropiación del Yo -memoria, entendimiento y voluntad-, como
correspondencia al infinito amor con que el mismo Señor desea dárseme en sus dones -
Contemplación para Alcanzar Amor [234]-.
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EL "ALMA DE CRISTO", PASO A PASO
1. Alma de Cristo
Por esto: santifícame, sepárame, segrégame, como el templo y sus vasos, que de tal
manera están separados y consagrados que, o sólo sirven al templo, o deben ser destruidos; y
que en el servicio del templo, sirven al altar mismo, es decir, al sacrificio.
"Santo" significa "perteneciente a Dios", pero también "maldito" -algo que hay que
separar, alejar de todo lo demás-. Concepto que se desliza por la angosta línea que hay entre la
bendición y la maldición,
La vida de Cristo en mí es vida del Dios que se hizo cuerpo, y cuyo cuerpo es ahora la
Iglesia visible. No se trata de la divinidad invisible, ni de una interioridad escondida, ni de
una espiritualidad incorpórea, ni de un mero animismo; sino de Dios hecho hombre, de la
interioridad que se exterioriza en acción, de una espiritualidad que se expresa en la carne, del
alma sólo visible como cuerpo. Cristo en la Iglesia visible, en su obra visible en el mundo
visible. Porque Él debe serlo todo, todo en mí, todo en el mundo gracias a mí.
Por esto: sálvame, sáname. Es precisamente el cuerpo de Cristo el que nos da la salud:
porque es visibilidad, hombre, carne; por la humildad de esta impotencia, sáname,
devuélveme la salud, cicatriza la herida del pecado, cierra el sangrar del sacrificio. El pecado
se cura por el sacrificio: santifícame. Pero el sacrificio no es lo último, pues es la herida más
abierta. El pecado se cura en el sacrificio que nos introduce en el cuerpo de Cristo. Es el
Cuerpo de Cristo quien nos salva: Cuerpo de Cristo, sálvame. Y sanado lo es todo: espíritu y
carne, Dios y la criatura unidos, "cabeza y cuerpo, un solo Cristo" (Ef 4, 15), en cada uno de
sus miembros, en el vivir y en el actuar de cada uno de estos miembros.
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el amor, que en su altura, amplitud o profundidad, excede toda medida (Ef 3, 18s).
¡Embriágame!
Sangre de Cristo, que se derrama hasta la última gota, hasta el agua que brota de su
costado, saciando todo vacío. Corriente de agua viva que no se amedrenta ante el fin vacío, ni
ante el desencanto del final definitivo: ¡al fin sólo agua!
Pero precisamente por esto: lávame. La purificación por el agua clara como madurez
de la santa embriaguez. Sangre y agua, embriaguez y lucidez. Embriaguez del derroche, en la
que los ojos quedan limpios para ver a Dios de claridad en claridad. Embriaguez sobria, que
no siente la ausencia de Dios, sino que recobra la razón mirando a Dios: cada vez más sobria
para conocer qué es Dios y qué la criatura. Embriaguez transformada en sobria adoración.
2. Pasión de Cristo
Por esto: confórtame. No hay criatura que pueda soportar la inasequible profundidad
divina: ¡fortaléceme, para que tenga la fuerza de no ser incrédulo sino fiel! No hay criatura
capaz por sí misma de ver el rostro de Dios, y menos aún el rostro interior de su amor:
¡fortaléceme, para que no me aleje de Ti, sino que en Ti me adentre!, ¡confórtame, dame la
madurez de la fuerza en la minoría de la impotencia!, ¡hónrame con la valentía en la
vergüenza de la derrota! ¡Confórtame!: ¡no como capacidad mía, sino como asumido por ti!
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Dentro de tus llagas escóndeme
Por esto: escóndeme. Tal vida de dolor necesita permanecer oculta. Necesita el velo
que cubra de misterio las heridas sangrantes. Pero también oculto, porque son Tus heridas: el
misterio de tu amor, que debe restar encubierto; la infinita profundidad del misterio de la
Divinidad, que nunca llega al fondo, de modo que todo se hunde y desaparece en Él.
Escóndeme, porque la Pasión de Cristo en el cristiano y del cristiano en Cristo no es un
heroísmo terreno, sino fracaso, como el grano de trigo que se hunde en tierra y pasa
desapercibido. Y no puede mostrarse de ningún modo, porque es el sufrimiento del menor de
edad, que solamente puede refugiarse en el seno del cual salió un día. ¡Escóndeme en Ti!
3. Llámame y mándame ir a Ti
Se-pararse de Ti. El hombre parece un Dios en este mundo. Sin embargo está en
medio de él, viendo impotente el abismo de las potencias agitarse a sus pies y por encima de
su cabeza como en campo de batalla: la infinidad del espíritu, la incomprensibilidad de la
naturaleza. En el fondo de todo actuar humano encontramos el parar¡, el estar preparado,
como un instrumento bien armonizado, o encontramos el desentonar. Esta verdad se muestra
en el sufrimiento: en la cruz impotente entre el cielo y la tierra, entre el cielo y el infierno. Por
tanto, que no esté tentado a apartarme de Ti, lejos de Ti, ¡se-parar¡ a Te! Que en la armonía o
en la desarmonía no consienta ni disienta lejos de Ti. ¡Que mi actitud, en la consolación o en
la desolación, me disponga a adentrarme cada vez más profundamente desde Ti hacia Ti!
¡Que todo me oriente a Ti, en Ti y por Ti!
La vida del hombre no es sólo impotencia entre potencias, sino ante el enemigo y la
maldad, muerte e infierno: el maligno enemigo, la hora de mi muerte. Venir a Ti no es sólo
sintonizar contigo, en Ti, por Ti, sino también ser arrancado a la astucia del enemigo, ser
resucitado de la voracidad de los gusanos y de la putrefacción. Es el "Cristo vive en mí" (Gal
2, 20) y por ende: "Si Dios está a favor nuestro, ¿quién estará contra nosotros?" (Rm 8, 31);
pero precisamente por esto, estamos situados como la Cruz: sobre el abismo del infierno, del
infierno ya triunfante, a la vista del sepulcro.
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Así pues: defiéndeme, llámame, mándame. Ven en mi ayuda, que el enemigo ya me
alcanza. Llámame, porque los muros de mi sepulcro son de granito, mi mortaja espesa y
estrecha, mis oídos comida de gusanos. Manda, pues hace falta fuerza, porque el mundo, la
muerte, el infierno y aun mi alma se han sublevado. Pero para venir a Ti.
"Caminarás sobre el áspid y la víbora" (Sal 90, 13). El mándame ir a T¡, el "llámame...
a T" es desde toda la eternidad, antes de que existiera cualquier enemigo, cualquier maldad y
cualquier muerte. Por eso el enemigo, la maldad y la muerte se convierten en camino hacia Ti,
en llegada hasta Ti. Este es el majestuoso silencio de tu llamada.
Para que con tus santos te alabe por los siglos de los siglos. Amén.
Por esto no hay más que un solo camino y una sola entrada al reino de tus santos y a tu
eternidad. Todo lleva a Ti: no sólo los reinos de este mundo, sino también el reino de tu
Iglesia; no sólo el tiempo de la tierra, sino también el ayer, el hoy y el mañana de Cristo. Todo
es un paso hacia Ti, tal como eres desde el principio: santidad, eternidad, majestad. Tú
asumes a tus santos en tu santidad, a los marginados y desterrados, en tu separación absoluta
de cuanto no eres Tú. Tú absorbes el tiempo en tu eternidad: el no ser de un abrir y cerrar de
ojos en tu ahora sin fin. Tú conviertes la resignación de Getsemaní (Mt 26, 42 y pp.) en el sea
de tu Majestad; el amén de la obediencia en el amén de tu insoslayable voluntad, que eres Tú
mismo.
Y por todo esto, y de una vez por siempre, te alabe. Alabanza, súplica, aspiración,
acción de gracias, que confluyen en lo mismo: en el cántico gozoso de alabanza, que
enmudece también, porque Tú eres siempre mayor que cualquier canto de alabanza, por
grande que sea. Todo cobra sentido al alabarte. Toda alabanza alcanza su plenitud al dirigirse
a Ti, a Ti sólo. A Ti, que lo eres Todo.
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2. PRESENTACIÓN DE LAS PIEZAS FUNDAMENTALES DE LOS EE
EE
Al Alma de Cristo le siguen las Anotaciones [1-20], el Título de los EE [21] y las
líneas del Presupuesto [22]. Por una parte, estas tres cosas, internamente relacionadas entre sí,
constituyen como un comentario o Directorio -como se le llamó más tarde- del texto de los
EE. Bajo este punto de vista, forman una unidad sistemática: una fórmula de los EE.
Pero por otra parte, ofrecen, por su carácter de algo experimentado en la vida, una
disposición totalmente asistemática, como el árbol que produce nuevos brotes por todas
partes. Bajo este punto de vista, reflejan la movilidad de los EE vividos. En consecuencia, el
título de las Anotaciones [1] dice dos cosas:
1. Anotaciones para tomar alguna inteligencia en los EE que se siguen. Esto connota el
aspecto intemporal de la idea de los EE. Pero después sigue:
2. Y para ayudarse, así el que los ha de dar como el que los ha de recibir, clara
referencia a la movilidad del tiempo interno de los EE, progresivamente vividos. Y esto
incluye otro valor intemporal, y es la ayuda que brota del texto de las Anotaciones para su
comprensión y así alcanzar la inteligencia de ellos.
Con toda intención dice para ayudarse, pues no son prescripciones o mandatos. En el
recíproco "ayudarse" se expresa, de algún modo, la movilidad siempre nueva de la relación
vital entre el director que los ha de dar y el dirigido que los ha de recibir. No debe darse una
amplia explicación de una pauta puesta para ayudar, sino que ha de ser más bien el mismo
texto el que oriente en esta incesante movilidad. Y dentro de esta movilidad, no se trata
simplemente de una ayuda sólo para el director, de modo que el dirigido haya de estar
totalmente sometido a él, sin que tenga una relación personal, inmediata, con el texto. Ni
tampoco se trata de que con esta ayuda el director pueda seguir por su cuenta un método
propio, al margen de los continuos cambios de espíritu del dirigido. No, sino que tanto el
director como el dirigido tienen el mismo acceso inmediato al texto y al uso de estas ayudas:
para ayudarse así el que... como el que... [1].
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objetivas en grado máximo, las Anotaciones son vivencias subjetivas en su máximo
exponente.
Se trata de una eclesialidad peculiar, que encontramos tanto en las Reglas para sentir
con la Iglesia del final de los EE [352-370], como también en la Contemplación para alcanzar
Amor [230-237], que se arriesga ante la eterna novedad del sorprendente amor de Dios,
manifestado en cada vida particular.
2. PRINCIPIO Y FUNDAMENTO
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abarca todo y contiene en germen todo el edificio que, a diferencia de lo demás, se levantará
sobre él.
Así, el hombre se refiere, por una parte, a la vivencia que no sólo implica desde el
principio de los Ejercicios al ser humano que los da y al ser humano que los recibe, sino que
constituye asimismo la base del texto de los EE: el enigma hombre. Palabra que, por otra
parte, avanza todo el contenido del Fundamento: [El hombre] es criado para... Al ser el
hombre una pregunta, se deduce que es creado y de ahí que es totalmente para: Dios, alma, las
otras cosas sobre la haz de la tierra, es decir, su destino.
3. PRIMERA SEMANA
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Lo primero que propone la anotación 19 para la primera parte de los Ejercicios es el
para qué es el hombre criado, es decir el Principio y Fundamento; a lo que sigue la meditación
del 1', 2', y 3°- pecado; luego la del proceso de los pecados, y finalmente recomienda que se
haga de las penas que corresponden a los pecados [19]. Y las anotaciones 8 y 9 encargan al
director que, según la necesidad que sintiere en el que los recibe, le platique las reglas para
conocer varios espíritus, propias de la primera semana [8,9]. De esta forma se recopilan los
diversos elementos de la Primera Semana; tan sólo se añadirá, al fin del examen general, la
observación sobre la confesión general y que ésta se hará mejor inmediate después de los
ejercicios de la primera semana [44].
Así, esta semana es de vía purgativa en diversos sentidos. Primero: en cuanto que el
para qué es el hombre criado ilumina con su luz inexorable al hombre real, tal cual es. En este
sentido se aplican las consideraciones del Principio y Fundamento ante todo a los ejercicios
del examen [24-44]; dando gracias a Dios nuestro Señor por los beneficios recibidos y
pidiendo gracia para conocer los pecados y lanzallos [43];
o para acordarse cuántas veces ha caído en aquel pecado particular o defecto, y para se
emendar adelante [25].
En el dar gracias... por los beneficios recibidos y en el pedir gracia y esto a Dios
nuestro Señor, hallamos toda la fuerza del "hacia Dios, para obtener su salvación, en el
mundo" con el que contrasta la vida real del hombre, que de esta manera queda en verdad
examinado y mejorado: "en tu luz vemos la luz" (Sal 35, 10).
Así pues, las meditaciones esenciales de la Primera Semana --y de todos los
Ejercicios- se desarrollan teniendo muy en cuenta el Principio y Fundamento: como
transparencia de la tensión salvífica que va desde el pecado original a la redención a través del
misterio radical entre Dios y la criatura, produciéndose así una purificación luminosa.
En primer lugar están los ejercicios del examen [24-44], en los cuales el hombre aspira
no sólo a entrar dentro de sí -examen particular- saliendo del torbellino del mundo, sino en la
forma peculiar que toma ese examen de conciencia en el examen [particular] [24-31], que se
extiende al examen general [32-43] y luego a la confesión general [44]: no se trata sólo de
recapacitar para gozar de cierta paz de espíritu, sino para conocerse a la vez como alguien a
quien se le ha concedido todavía tiempo para salir de sí mismo [189], purificando su mirada
en la meditación y contemplación de Dios y de su Reino. En este sentido, la Primera Semana
es lógicamente la semana de ordenarse en la oración, y eso tanto porque el primer ejercicio es
algo así como un paradigma [46-54] de la forma de meditar, cuanto porque incluye una
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especie de esquema no solamente para orar bien, sino también para una vida de unión con
Dios (Adiciones 73-90).
En el camino que va desde el examen para ordenarse en la oración hasta los coloquios
de los cinco ejercicios se lleva a cabo una cosa: el esfuerzo propio para purificarse como
disposición [1], de suerte que el hombre, precisamente en los puntos culminantes de su auto-
purificación, abrumado por la experiencia de sus tinieblas, se entregue sin reservas a la única
purificación, que consiste en hundirse en el abismo de la libérrima misericordia de Dios y,
con eso, ponerse incondicionalmente a su disposición.
La luz del Principio y Fundamento irradia de tal suerte, que llama ciertamente al
hombre para que "camine en su luz" (1Jn 1, 7), pero durante el camino se va intensificando
cada vez con más fuerza esta luz ante los ojos del hombre, hasta el punto de que ningún
caminar del hombre se le puede comparar, y no queda ya más que sumergirse en ella:
ofreciéndole todo su querer y libertad, para que su divina Majestad... se sirva conforme a su
santísima voluntad [5]. Una purificación avasalladora. Por tanto, no para que cesen el examen
y el orden en la oración, sino para que ambos se purifiquen cada vez más, pasando de cierto
carácter de magia misteriosa -que forzaría al "bondadoso Dios"- a su auténtico carácter de
servicio tranquilo y reverencial a la divina Majestad [75], instrumento en su mano, para que
Dios use y utilice a su voluntad [5].
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4. SEGUNDA SEMANA
Por eso empieza esta semana expresamente con un sentirse arrebatado, al anteponerse
a la vida propiamente tal del Señor, el llamamiento... para contemplar la vida [91-99].
Por eso no se dirige cada uno de los ejercicios siguientes sobre la vida del Señor a
conseguir determinados efectos éticos, considerando las virtudes, etc., o a fines particulares,
aunque sean de índole religiosa; sino que su sentido hay que buscarlo en la finalidad de "la luz
para mí y yo para la luz" como contemplación del ver, oír y participar, hasta la resonancia de
todos los sentidos en el traer los cinco sentidos, única y simplemente orientado a la petición
de conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le
siga [104].
Por eso también, se halla en el centro la meditación del más íntimo misterio de esta
vida, tal como la vi resplandecer en el ejercicio del llamamiento para contemplar la vida, es
decir como misterio regio del rey eternal [91], puesto que al sentir como propia la sublime
soledad del niño en el Templo, a los 12 años [134], me esclarece la mirada para la gran
resolución de la elección [147, 157, 168-189] delante de Dios nuestro Señor [151], para
servicio y alabanza de su divina majestad [155].
Conocimiento interno, amor y seguimiento [104] de la vida de Cristo nuestro Señor [4]
caminando en su luz -vía iluminativa [10]- será pues la consigna de la Segunda Semana:
transformar nuestra vida, incorporarla y convivir en la "vida eterna, que estaba en el Padre y
que se nos manifestó" (lJn 1, 2); la totalidad y abandono de ese "entrar de nuevo el anciano en
el seno de su madre" (Jn 3, 4) para renacer en una vida de luz: discípulos del Maestro, que es
el camino y la verdad, convirtiéndose en luz del mundo (Jn 14, 6; 8, 12), en la medida en que
el "sabio" y el "prudente" es un niño menor de edad (Mt 11, 25; 1Co 1, 18-30).
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Y por la misma razón también es la más larga de las semanas. Mientras que la Primera
Semana se articula explícitamente para un solo día, la Segunda Semana dura catorce días -sin
tener en cuenta los ejercicios del Llamamiento [90-99] y de los Tres Grados de Humildad
[164-168]-, si no se omite ninguno de los misterios de la vida del Señor [262 ss] y se guarda
el orden del día establecido, el cual prevé dos ejercicios de contenido diverso, a los que siguen
la repetición y la aplicación de sentidos. El plan optativo que propone el librito de los
Ejercicios comprende ciertamente sólo doce días, distribuidos de manera que los cuatro
primeros tienen dos ejercicios de tema diverso cada uno, y los otros ocho, sólo uno. Pero en
las contemplaciones desta segunda semana, según que cada uno quiere poner tiempo a según
que se aprovechare, puede alongar o abreviar. Si alongar, tomando los misterios de la
visitación de nuestra Señora a santa Elisabet, los pastores, la circuncisión del niño Jesús, y los
tres reyes, y así de otros; y si abreviar, aun quitar de los que están puestos. Porque esto es dar
una introducción y modo para después mejor y más complidamente contemplar [162].
El Llamamiento
Antes del primer día genuino de la Segunda Semana se debe hacer dos veces al día, es
a saber, a la mañana en levantándose, y a una hora antes de comer o de cenar [991, el ejercicio
que lleva por título: el llamamiento del rey temporal ayuda a contemplar la vida del rey
eternal [911.
Este plan destaca ese día introductorio de los demás, que contienen cinco ejercicios.
Está en la línea del Principio y Fundamento, las Tres Maneras de Humildad y la
contemplación del Amor, ejercicios que, aunque sólo se explicite en las tres maneras de
humildad [1641, deben ocupar cada uno un día entero. Si pensamos en que la consideración
de las Tres Maneras de Humildad se presenta como un ejercicio para antes de entrar en las
elecciones y para hombre afectarse a la verdadera doctrina de Cristo nuestro Señor [1641,
vemos que los días de estos cuatro ejercicios, tomando el Principio y Fundamento como un
ejercicio y dedicando a las Tres Maneras de Humildad un día entero, son los días de las
grandes perspectivas de los Ejercicios. Siguen un ritmo peculiar: la objetividad lógica
delPrincipio y Fundamento se transforma en la vivencia personal del Llamamiento del Rey,
para desembocar, pasando una vez más por la objetividad lógica de las Tres Maneras de
Humildad, en la vitalidad sin límites de la Contemplación para alcanzar Amor.
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5. TERCERA SEMANA
Vía unitiva sólo podrá por tanto decirse de la Tercera Semana, en cuanto consiga en
grado máximo su objetivo, Dios y su reino, saliendo de su propio amor, querer y interese
[189]. En consecuencia, esta Tercera Semana no contendrá, del principio al fin, más que
ejercicios de contemplación, y no de meditación. Y los tres primeros puntos que dan forma a
sus ejercicios serán a su vez los mismos que en las contemplaciones de la Segunda Semana:
El primer punto es ver las personas... y reflitiendo en mí mismo, procurar de sacar algún
provecho dellas. El segundo: oír lo que hablan y asimismo sacar algún provecho dello. El
tercero: mirar lo que hacen y sacar algún provecho [1941.
La unión se realiza así con la más tajante objetividad: en cuanto es el íntimo amor
selectivo con el que Dios revela el incomprensible secreto de su intimidad: unión con Dios en
lo más
esencial de su Ser. Haciendo pedazos aun las comparaciones positivas que nos
remontan a Él: omnipotencia que es impotencia, gloria que es ignominia, amor que deja sufrir
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crudelísimamente. Por tanto, se trata de una unión que arranca irrevocablemente del mundo y
del hombre al aparecer este Dios ante el mundo y los hombres como un no-Dios, como un
Dios muerto, como una parodia de Dios. Unión precisamente en cuanto instrumentalidad sin
vida en la obra de este Dios "muerto" y "negación de Dios". Ala manera como el relato de la
Pasión sigue en los Evangelios una forma litúrgica casi estereotipada al estilo de opus
operatum, con tono y gestos fijos, tal y como se representa en Semana Santa la Pasión.
Pero, por otra parte, en los mismos puntos, actitudes y peticiones existe una vitalidad
tal que sólo puede ser comparada con la de la Primera Semana. Si en ésta se trataba de un
auténtico anonadamiento interior en vergüenza y confusión [48,74], con crecido y intenso
dolor y lágrimas [55] e interno sentimiento de la pena que padecen los dañados [65], mucho
más aquí. La petición del primer ejercicio de la Tercera Semana demanda dolor, sentimiento y
confusión [193]. El cuarto punto -lo que Cristo padece en la humanidad- apunta hacia un
comenzar con mucha fuerza y esforzarme a doler, tristar y llorar; y así trabajando por los otros
puntos que se siguen [195]. En el sexto punto debo considerar... qué debo yo hacer y padecer
por él [197]. Lo propio de demandar en la pasión, se dice, es dolor con Cristo doloroso,
quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas, pena interna de tanta pena que Cristo pasó por
mí [2031, demandar pena, lágrimas y tormento con Cristo atormentado [481.
Esforzarme con mucha fuerza [195] no significa suplantar de ningún modo aquel con
tal que sea servicio [157] de la divina majestad -al pedir que el Señor le quiera elegir [168], le
elija [157]-, propio de la Tercera Manera de Humildad, sino que está íntimamente relacionado
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con la fuerza con que el ejercitante de la Primera Semana, quebrantado por el peso de sus
pecados, se entregaba incondicionalmente a Dios, avergonzado de haber pretendido rivalizar
contra Él. Del mismo modo debe quedar quebrantado, en la Tercera Semana, hasta la entrega
perfecta, quien ose disputar con Él su "muerte" o su "crueldad", puesto que no sólo tiene ante
los ojos el estar quebrantado y en tormento de Dios [203,206,48] -al "esconderse" la divinidad
[196] y dejar padecer la sacratísima humanidad tan crudelísimamente [196], junto al querer
padecer de Dios [195]-, sino que debe considerar en todo ello cómo el Señor padece por mis
pecados [193,197], pasando tanta pena por mí [203].
Y esto es lo que distingue, clara y radicalmente, la verdadera unión del orgullo de una
identidad de sufrimiento con el Dios paciente, de la arrogancia de expiación -la mayor de
todas las soberbias- de aquel que, al pretender sufrir con el inmaculado Cordero de Dios, se
distancia de la humanidad pecadora.
El librito de los Ejercicios da un giro total a esta situación, llevando hasta sus últimas
consecuencias la gran ley evangélica de la primacía de los "pecadores" (Mt 9, 13),
"publicanos" y "meretrices" (Mt 21, 31): la unión con el Crucificado sólo se realiza en el tanto
cuanto [23] del quedar quebrantado y en tormento por mis pecados, que han sido la causa de
la crucifixión; porque precisamente ahí se me abre, de la manera más asequible, la inasequible
profundidad del amor de Dios (Ef 3, 18s). Y de este modo, el aspecto subjetivo del esfuerzo
por sufrir, se decanta sin reservas hacia el objetivo de la contemplación de la Pasión, al
convertirse ésta en el camino, cubierto o despejado, en que se me revela el maravilloso
derroche del amor de Dios, para que no sólo me anegue en su crecida, sino que sea arrastrado
por su torrente arrebatador. Así pues, la unión objetiva es también subjetiva, en la medida en
que la creciente conciencia de mi insondable pecaminosidad se ve superada por la creciente
infinitud del amor divino.
En los títulos de la Tercera Semana, las características concretas derivan hacia una
relación dinámica: desde (la cena) hasta (el huerto) inclusive [290]. Los temas de la Tercera
Semana se llaman pues misterios, en cuanto explicitan este movimiento del desde-hasta. El
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misterio fundamental único de la Pasión consiste -como hemos indicado antesen destrozar,
desviar, hacer desaparecer, toda autosuficiencia terrena, reduciéndola al dinamismo
meramente formal de un nuevo desde-hasta: porque, por un lado, el dejar padecer
crudelísimamente la sacratísima Humanidad [196] devora como un torrente de lava todas las
disposiciones terrenas, mientras que por otro, el ocultarse de la divinidad que se esconde
[196] abandona lo terreno a su propio ritmo, al ritmo decadente del tender a la nada (San
Agustín). Y el mismo misterio fundamental y único de la Pasión es como "misterio" sin más -
precisamente en el destrozar, desviar, hacer desaparecer lo terreno-, un quedar encerrado sin
más, en lo más absolutamente cerrado: en el misterio del amor divino, que se entrega a sí
mismo en la Pasión, al ser "destrozado" desde-hasta [195], y todo esto... por mis pecados
[197].
Por esta razón, la última Cena [289] no lleva ni el título de misterio ni la formulación
desde-hasta, ya que el "ir a la Pasión" [193] todavía es en realidad un hecho estático al borde
exterior de la Segunda Semana y, por otra parte, en los dientes "roedores" que devoran (Jn 6,
54) su cuerpo entregado (Le 22, 19) o en la sangre derramada (Le 22, 20) se representa ya la
iniciación al misterio desgarrante que expresa el desde-hasta de la Pasión. De manera
semejante, tampoco la contemplación de la muerte en cruz [297] va encabezada por el desde-
hasta, porque es el único misterio estático de la Redención, que tiene su signo sacramental en
el pan partido y en el vino derramado de la última Cena.
6. CUARTA SEMANA
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dejaba padecer tan crudelísimamente la sacratísima humanidad [196]. Y precisamente esta
santísima voluntad es también el misterio del oficio de consolar [224], tal como menciona el
quinto punto. Del mismo modo, en la vida intradivina, el Espíritu Santo es la "voluntad", y en
el orden salvífico, el "Consolador".
Esta sobriedad queda compensada por el hecho de que casi todos los textos que tan
lacónica y difusamente hablan de la Cuarta Semana, hacen referencia a la Tercera. Esta mutua
implicación la encontramos también en los Evangelios: en sus palabras de despedida (Jn 13-
17), el Señor habla sin distinción de su ida a la pasión y de la ascensión como de una misma
ida. No deja de ser significativo que la liturgia del tiempo de Pascua hasta Pentecostés escoja
preferentemente ese discurso de despedida como tema. De este modo, se unifica el contenido
de la historia del primer ejercicio del primer día con la hora de la muerte y la sepultura del
Señor, destacando aún más esta situación con el descenso al infierno [219], que se echa de
menos en la temática de la Tercera Semana. Los tres primeros puntos (ver, oír, hacer) remiten
también á la Tercera Semana [194]: sean los mismos sólitos que tuvimos en la cena de Cristo
nuestro Señor [222]; mientras que el cuarto invita a considerar cómo la Divinidad, que parecía
esconderse en la Pasión, parece y se muestra agora [223], es decir, que la divinidad que
parecía... en la Pasión, ¡es precisamente la divinidad que [a]parece... en la santísima
Resurrección! O sea que precisamente "la divinidad de la Pasión" que, al esconderse, dejó
sufrir la sacratísima humanidad tan crudelísimamente [196], es la divinidad de la santísima
Resurrección que se muestra agora tan miraculosamente [223]. Y de manera semejante, el
quinto punto hace referencia manifiesta a las palabras de despedida del Señor, pues el oficio
de consolar que Cristo nuestro Señor trae [224] evoca al "Consolador" prometido al
despedirse en la Pasión (Jn 14, 16.26; 15, 26; 16, 7); y el comparando cómo unos amigos
suelen consolar a otros [224] recuerda cómo Cristo, al entrar en la Pasión, llamó "amigos"
suyos a los apóstoles (Jn 15, 14-15).
Por tanto, la "vía que mejor conduce" [15] a la santísima voluntad en la Cuarta
Semana queda precisamente determinada por esa referencia global a la Tercera Semana. La
Cuarta Semana supone un mostrar [223] lo que en la Tercera era un esconderse [1961. Lo
objetivo de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor [221] es la forma de mostrarse de
aquella realidad objetiva que en la forma de esconderse era el padecer la sacratísima
humanidad tan crudelísimamente [196]. Lo subjetivo del me alegrar y gozar intensamente (de
tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor) [221] es la forma paralela de mostrarse aquella
vivencia subjetiva que en la forma del esconderse era dolor, sentimiento y confusión, porque
por mis pecados va el Señor a la Pasión [193] y dolor con Cristo doloroso, quebranto con
Cristo quebrantado, lágrimas, pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí [203].
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"serán arrebatados en nubes, hacia el aire, al encuentro del Señor" (1Tes 4, 17). La Cuarta
Semana no implica supresión de sufrimiento, cruz, muerte o sepulcro, para volver a "esta"
vida, y por tanto, a una gloria de este mundo, sino que es sufrimiento, cruz, muerte y sepulcro
en este mundo, que se muestra como gloria.
Por tanto, todo el ambiente de la Cuarta Semana se dirigirá a que uno se alce y se
entregue a este servicio de alabanza. El despertar por la mañana se ha de efectuar ya
queriéndome afectar y alegrar
de tanto gozo y alegría de Cristo nuestro Señor [229, v.221]. Durante todo el día, se
debe traer a la memoria y pensar cosas motivas a placer, alegría y gozo espiritual, así como la
gloria [229]. Y como medio para lograrlo se han de usar asimismo las alegrías propias de la
naturaleza, así como en el verano de frescura y en el invierno de sol o calor, en una palabra,
todo "cuanto el ánima piensa o coniecta que la puede ayudar, para se gozar en su Criador y
Redentor" [229]. No basta con hacer callar decididamente el estado de sufrimiento hasta
llegar al servicio de alabanza; se exige además que incluso el contenido de este acallar se
eleve y se subordine a un auténtico alegrarse y gozarse.
Pero por otra parte, este elemento subjetivo de la Cuarta Semana no viene determinado
por ninguna gloria y gozo del sujeto, como si se tratara de algo que dependiera de él mismo,
sino que viene exigido por el como yo [93] y conmigo [95] de Cristo, el único Objeto que
sustituyó al sujeto en el misterio del estar "concrucificado": ya no yo, sino que Cristo vive en
mí (Gal 2, 19s). Por tanto, de lo que debo alegrarme y gozarme es de tanta gloria y gozo de
Cristo nuestro Señor, como se dice en todos los ejercicios de la Cuarta Semana: pedir gracia
para me alegrar y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor [221].
A ese salto incondicional a buscar en todo y por todo, mayor alabanza y gloria de Dios
nuestro Señor [189], corresponde el mantenerse firme ante la aparición del Crucificado
resucitado.
El primero de los dos puntos propios de la Cuarta Semana (el cuarto punto general)
invita a considerar cómo la divinidad, que parecía esconderse en la pasión, parece y se
muestra agora tan miraculosamente en la santísima resurrección, por los verdaderos y
santísimos efectos della [223]. Y de acuerdo con esto, las contemplaciones de la Cuarta
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Semana llevan generalmente el título de Apariciones, sin especificar su contenido, a
excepción del principio, donde se dice: De la resurrección de Cristo nuestro Señor. De la
primera aparición suya (a la Virgen María) [299], y cómo Cristo nuestro Señor, apareció a
nuestra Señora [218]; y del foral (De la Ascensión de Cristo nuestro Señor [312]), cerrando de
manera lógica el proceso de las tres semanas de la vida de Cristo nuestro Señor [261].
En la Segunda Semana, el título exponía el simple contenido terrenal (de los pastores...
[265]). Los títulos de la Tercera Semana, eclosión del misterio de la cruz, indicaban todavía
contenidos terrenos, pero con la explicitación del misterio y de aquellos desde-hasta. En la
Cuarta Semana desaparece del título toda alusión a un contenido terreno, limitándose a la
mera secuencia numerada de las apariciones (primera, segunda, tercera, etc.), como un
momento repetido del mismo y único tema de la Resurrección y Ascensión [4], o sea del
renovado "aparecerse y mostrarse" de la divinidad, que parecía esconderse en la Pasión [223].
Todo ello provoca que esta semana de la Resurrección y Ascensión [4] lleve desde el
principio el sello de Pentecostés: quedar llenos del Espíritu Consolador y verse apresados y
arrebatados por el vendaval de la misión (Hch 2, 1-40). Así, el segundo punto propio (quinto
general [224]), dirige la mirada hacia ese único oficio de consolador del Espíritu, del cual no
sabes de dónde viene ni adónde va (Jn 3, 8); en el ir y venir de Cristo aparecido, y en el ir y
venir en el que sitúa a sus amigos, al comunicarles la fluctuante consolación de ese
"EspírituConsolador" que va y viene sin cesar. Por eso, debo mirar el oficio de consolar que
Cristo nuestro Señor trae, y comparando cómo unos amigos suelen consolar a otros [224]. Y
nótese que en las diversas apariciones se da el mismo proceso: porque casi en el mismo
momento en que el Señor consuela a uno o a algunos de los suyos, los envía a consolar a
otros, mientras Él desaparece.
Con eso se da el paso a la manera del amor, que cierra los Ejercicios [230-2371: como
los rayos y el agua reciben y comunican a la vez el sol y la fuente; más aún, pues no sólo los
reciben para comunicarlos, sino que comunicando es como reciben.
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Así pues, según estos tres aspectos que hemos visto -salir de sí, vivir en el ahora de la
resurrección y la misión que otorga el Espíritupodemos delimitar el sentido peculiar con que
cabe aplicar la expresión tradicional de vía unitiva a la Cuarta Semana. La Tercera Semana
podía llamarse "unión" en cuanto que en ella la noche abismal de mi pecado [197] queda
absorbida por el abismo sin fin de la noche de amor divino [196]. Al ser la "misión" la palabra
determinante de la Cuarta Semana, la "unión" aparecerá aquí en dirección claramente opuesta,
es decir: partiendo de Dios, con Dios y en Dios, como rayos y agua de su consolación para el
mundo. Porque la Cuarta Semana es asimismo, y precisamente, el "salto" desde la íntima
sacralidad del padecer a la profanidad de la misión, hasta tal punto que el "instante" de la
iluminación y desbordamiento de la divinidad escondida en la Pasión [223] supone
precisamente el recibir y proyectar la luz divina, el brotar e irrumpir del torrente, como sus
rayos y agua de vida. Unión es misión.
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