El Negocio de La Guerra

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Para Facilitar la Lectura en Diferentes Ebooks, un Saludo jose1958anto &
JAPC2000 Espero que lo disfruten.
Dario Azzellini

El negocio de la guerra
Edición: Editorial Txalaparta s.l. Navaz y Vides 1-2 Apdo. 78 31300 Tafalla NAFARROA Tfno. 948
703934 Fax 948 704072 [email protected] http://www.txalaparta.com Primera edición Berlín,
2003 Primera edición de Txalaparta Tafalla, octubre de 2005
Copyright © Txalaparta para la presente edición © Dario Azzellini
Fotocomposición Nabarreria gestión editorial Impresión Gráficas Lizarra
I.S.B.N. 84-8136-314-6 Depósito legal NA-1345-05 Título: El negocio de la guerra
Título original: Das Unternehmen Krieg Autor:
Dario Azzellini
Recopilación: Dario Azzellini y Boris Kanzleiter Portada y diseño colección: Esteban Montorio

Prólogo a la presente edición


Las formas de conducción de las guerras están cambiando. Al lado de los
ejércitos estatales surgen cada vez más compañías militares privadas (en inglés
Private Military Contractors, PMC), paramilitares, Señores de la Guerra,
ejércitos privados y mercenarios como nuevos actores de guerra. Actualmente,
las guerras se llevan a cabo con menor frecuencia entre Estados nacionales, y
con mayor frecuencia en el interior de éstos entre tropas regulares e irregulares y,
en todos los casos, contra la población civil. Mientras a lo largo de mucho
tiempo estos fenómenos fueron ignorados, últimamente se han hecho visibles
con mayor fuerza. Bajo la denominación de “nuevas guerras” se da origen
incluso a un término particular para el debate en las ciencias sociales y en los
mass media. Generalmente, se considera a la creciente aparición de empresas
privadas de violencia como síntoma del «debilitamiento del Estado», «caos», y
«anarquía»; así como una pérdida del «monopolio de la violencia estatal» en
“Estados fallidos” frente a los cuales Occidente se encuentra más o menos
impotente. Con este trabajo queremos analizar estos fenómenos desde otra
perspectiva. Queremos demostrar cómo es precisamente la globalización del
capitalismo neoliberal impulsada por Occidente la que está llevando a nuevas
guerras en las periferias de este sistema.
Esto no sólo en un sentido abstracto, ya que la creciente crisis de la deuda
produce fragmentaciones sociales que se manifiestan en estallidos violentos, en
las cuales los Señores de la Guerra compiten por la gestión de la ayuda
humanitaria, los recursos naturales o el control del narcotráfico en las ruinas
estatales que dejan tras de sí los programas del Banco Mundial.
Mediante este estudio pretendemos demostrar que el uso de violencia
privatizada como síntoma inherente del supuesto “debilitamiento del Estado”,
está siendo impulsado en gran medida por Occidente. Esto queda
particularmente patente en el desarrollo que presenta el ejército estadounidense,
el cual crea en su mismo seno elementos de privatización que integran la
conducción de guerras a la economía de mercado. Las llamadas compañías
militares privadas –generalmente fundadas por antiguos soldados de carrera–
asumen hoy ya no sólo la construcción de campamentos militares, sino cada vez
más (también) misiones de combate. Ha transcurrido ya mucho tiempo desde
que la declaración de la independencia de Estados Unidos calificó el uso de
mercenarios por el rey de Inglaterra como «totalmente indigno de una nación
civilizada». En la actualidad se privatizan incluso las misiones de las Naciones
Unidas.
Analizando las nuevas guerras en Latinoamérica, África, los Balcanes y
Asia, no encontramos ningún tipo de «anarquía», «estallidos de violencia
irracionales» y «conflictos étnicos», como se sugiere en innumerables medios de
comunicación. Hemos llegado más bien a descifrar un nuevo orden de guerra,
donde los actores militares privados de los Estados y las elites son usados para
asegurar su dominio. Tal como hemos venido investigando desde hace unos
años, en casos concretos esos actores pueden ser paramilitares para la lucha
contrainsurgente en Colombia1 y México2 como también compañías militares
privadas que reclutan antiguos policías para patrullar en los protectorados de los
Balcanes, Afganistán e Iraq.
Mientras tanto, la misma conducción de la guerra se ha convertido en
algunos casos en el objetivo principal de los actores con el fin de lograr
ganancias en el capitalismo global. Esto es válido, por ejemplo, para los aparatos
militares africanos, que se transforman en empresas de la industria minera y
llevan a cabo luchas armadas entre ellas por el dominio de las minas, dejando
tras de sí no sólo un inmenso número de víctimas (sólo la guerra del Congo le ha
costado la vida desde 1994 a un número de personas que oscila entre los 2,5 y
3,5 millones, siendo el 90% civiles), sino también sociedades que tienen que
reabrir otra vez sus caminos hacia la emancipación.
Las “nuevas guerras” no constituyen un fenómeno que pueda ser considerado
como homogéneo. La guerra de las compañías mineras-militares en el Congo
difícilmente puede ser comparada con el programa paramilitar de lucha
contrainsurgente colombiana, que sigue la doctrina del Low intensity warfare
(Operación militar de baja intensidad) del ejército de Estados Unidos, enseñada
en el centro de formación para los militares latinoamericanos (ex Escuela de las
Américas) ubicado en Fort Benning en el Estado de Georgia.
Un cuerpo de guardaespaldas reclutado entre mercenarios en Estados Unidos
para el presidente afgano Abdul Hamid Karzai es algo diferente a los antiguos
militares del ejército del apartheid sudafricano, quienes protegen hoy los
oleoductos en Nigeria al servicio de consorcios transnacionales. Antiguos
generales altamente condecorados del ejército estadounidense –quienes prestan
ayuda militar privada en la creación del ejército croata y permitieron que éste
realizara una de las mayores “limpiezas” étnicas de la guerra de Yugoslavia–,
tienen poco en común con los narcotraficantes en el Kosovo o Macedonia. Éstos
libran batallas competitivas bajo la apariencia de representantes armados de
«grupos étnicos», hasta ser integrados por parte de la “comunidad internacional”,
bajo un control de protectorado en las funciones gubernamentales. De allí que el
análisis de casos específicos sirva para la diferenciación entre ellos y, al mismo
tiempo, sea requisito indispensable para generalizaciones.
1. Azzellini, Dario; Zelik, Raul: Kolumbien – Grosse Geschäfte, staatlicher Terror und Aufstandsbewegung, Editorial Neuer ISP,
Frankfurt, 1999.
2. Kanzleiter, Boris; Dirk, Pesara: Die Rebellion der Habenichtse. Der Kampf für Land und Freiheit gegen deutsche Kaffeebarone in
Chiapas, Edition ID-Archiv, Berlín, 1997.
En un texto introductorio, Thomas Seibert critica al discurso mismo sobre las
“nuevas guerras”. Seibert afirma por una parte que los diversos fenómenos
atribuidos a las “nuevas guerras” como, por ejemplo, el surgimiento de ejércitos
no estatales, no son tan novedosos aunque sí se estén transformando. Por otra
parte, el autor también asevera que con el cambio del contexto global desde
finales de los ochenta, se forman estructuras sociales y políticas que promueven
la expansión de las economías de guerra. Bajo esta perspectiva, formas de
transformación de la conducción de guerras en una parte de la economía de
mercado, el creciente surgimiento de paramilitares, ejércitos de mercenarios y de
compañías militares privadas, representan una consecuencia directa del
capitalismo neoliberal.
En un texto relativo a Colombia, Dario Azzellini señala de forma detallada
cómo se crearon grupos paramilitares por parte de las elites locales y se
contrataron compañías militares privadas, todo ello bajo auspicio financiero y
político proveniente principalmente de Estados Unidos. En Colombia son
asesinadas anualmente por motivos políticos más personas que durante los 16
años de la dictadura de Pinochet en Chile. Las víctimas son generalmente
sindicalistas, activistas de los derechos humanos o miembros de movimientos
campesinos, quienes son calificados por los paramilitares como simpatizantes de
la guerrilla.
Un modelo parecido al colombiano ha sido descubierto por el especialista en
Kurdistán y Turquía, Knut Rauchfuss. Él mismo explica cómo una alianza entre
políticos, militares y narcomafia dirige la paramilitarización del conflicto kurdo
en Turquía, y cómo existen al mismo tiempo nexos que llevan hacia Alemania.
En otra parte del libro referente a México, Dario Azzellini estudia cómo la
paramilitarización más allá del uso de tropas en la lucha contrainsurgente, ha
sido transformada en nuevas formas de organización social, las cuales incluyen
comunidades rurales enteras. Este modelo se observa también en la guerra en
Guatemala, analizada en este mismo trabajo por Matilde Gonzáles y Stefanie
Kron. Estas autoras se concentran en la relación existente entre paramilitarismo,
violencia y género. Durante los años ochenta, el conflicto con la guerrilla en este
pequeño país centroamericano dejó un saldo de decenas de miles de víctimas, y
aún años después de su fin continúa existiendo en las comunidades un cierto
orden de género producido por violaciones masivas.
Boris Kanzleiter parte de los ejemplos de Serbia, Bosnia Herzegovina y
Kosovo para analizar cómo se ocasionaron “diferencias étnicas” durante la
guerra de Yugoslavia como resultado del paramilitarismo. Los paramilitares
formados desde los aparatos de seguridad de Estados llevaron a cabo campañas
de robo y despojo contra la población civil, que se vio obligada a posicionarse
dentro de “límites étnicos”. Al mismo tiempo, los paramilitares se transformaron
a través de una especie de “acumulación originaria” en protagonistas del proceso
de privatización ya que poseían un buen capital y pudieron establecer
“complejos criminales-institucionales” que actúan más allá del término de la
guerra.
En una entrevista realizada por Boris Kanzleiter, el especialista Matin Baraki
explica cómo en Afganistán por medio de la “guerra contra el terror”, se impuso
una reorganización del sistema de los Señores de la Guerra tras la caída de los
talibanes. Dicho sistema reubicó al país en el primer lugar de la producción
internacional de heroína desde el año 2002. Matin Baraki afirma que tanto las
posibilidades de emancipación política y social como las capacidades de
articulación de la oposición fueron obstruidas por la institución de los Señores de
la Guerra convertidos en pilares de la administración internacional.
Henri Myrttinen evidencia cómo la violencia en Indonesia, generalmente
reseñada en los medios como conflictos «étnicos» y «religiosos», se suscribe de
manera clara a intereses de poder económico y habitualmente es dirigida o
aprovechada por el Estado. Las raíces del conflicto y la manera como él mismo
se ha llevado a cabo datan de los años de la dictadura de Suharto y con ello
representan una “vieja” nueva guerra.
Boris Kanzleiter y Dario Azzellini realizan en dos capítulos unos apuntes
generales sobre compañías militares privadas (CMPs), fenómeno hasta ahora
bastante desconocido pero que adquiere una importancia cada vez mayor. Éstas
representan la forma moderna de los mercenarios, y desempeñan un importante
papel en cada uno de los ejemplos regionales descritos. Las CMPs
–fundadas a menudo por antiguos militares de alto rango– reclutan personal
cualificado y lo ofrecen como servicio a misiones bélicas para asesoramiento
militar, labores de reconocimiento e inteligencia y formación militar. Dieter
Drüssel en otro capítulo describirá el funcionamiento de la CMP DynCorp, la
cual no sólo realiza actividades en los Balcanes, Afganistán, Iraq y Colombia,
sino que también ejerce labores de seguridad externalizadas en el aparato estatal
de Estados Unidos.
El especialista en África, Björn Aust, analizará por su parte la economía de
la guerra del Congo que se ha convertido desde mediados de los años noventa,
en la causa de la “primera guerra mundial del África”. Después de los fracasados
intentos de un desarrollo recuperador y casi totalmente olvidado por la opinión
pública occidental –incluyendo a sus representantes críticos–, en el corazón del
África se extiende en la actualidad una economía de libre mercado radical y
desregulada. En esta economía, aparatos militares, milicias y paramilitares libran
batallas armadas compitiendo por la explotación de materias primas que son
exportadas por compañías transnacionales hacia Europa, Japón o Estados
Unidos. Lisa Rimli llega a una conclusión similar en una aportación a este
estudio, refiriéndose a la economía de guerra en Angola, que encuentra incluso
continuación después de la firma de un acuerdo de paz. La autora observa cómo
las convenciones de las Naciones Unidas y la Organización de la Unidad
Africana (OUA) para la proscripción de actividades de mercenarios acepta de
manera implícita el uso de mercenarios por parte de gobiernos reconocidos.
En un último capítulo Dario Azzellini presentará el caso de Iraq, donde nos
encontramos ya con que una de cada ocho personas trabajando en tareas
militares o de seguridad –que en un contexto de guerra también son militares– es
un empleado de una CMP.
Cuando este libro fue publicado en Alemania, en junio del 2003, el tema de
las compañías militares privadas era casi una novedad que había sido ignorada y
descuidada durante mucho tiempo. Sólo después de los ataques de milicianos
iraquíes en Fallujah el 31 de marzo de 2004 empezaron a ser publicadas más
informaciones al respecto. A pesar de que en un primer momento se trató de
convencer al mundo de que los estadounidenses asesinados eran civiles, con el
paso del tiempo no se pudo ocultar que éstos eran empleados de la compañía
militar privada Blackwater USA. Aunque supuestamente son civiles y no
militares, los empleados de ese tipo de compañías asumen plenamente tareas
militares. En el caso de la Blackwater los “empleados” como guerreros privados
–personal militar altamente cualificado y entrenado–, asumen hasta tareas de
más riesgo que el ejército mismo. En Iraq, por ejemplo, estaban encargados de
llevar a cabo los combates detrás de las líneas enemigas, es decir, se introducían
sin ser observados a la ciudad de Fallujah para llevar a cabo acciones militares,
cuando ésta estaba controlada por fuerzas rebeldes iraquíes. Naturalmente este
trabajo altamente peligroso fue muy bien pagado (hasta 1.500 dólares al día).
Incluso existen varias fotos que muestran a los “empleados civiles” de
Blackwater USA en Iraq con armas de guerra actuando sin uniforme y
disparando desde los tejados junto a soldados estadounidenses. Ejércitos
privados, expertos militares e informáticos al servicio de las tropas
estadounidenses, radares del ejército de Estados Unidos manejados por
compañías privadas, aparecen como elementos de ciencia ficción. Sin embargo,
la realidad a veces va más allá y es más es más increíble que cualquier película
de este género. El negocio mundial de las compañías militares privadas alcanza,
según estimaciones, unos 200 millardos de dólares anuales.
La presente edición del libro llega a nuestras manos con diversas
modificaciones respecto a la edición alemana, así como también a ediciones en
otros países (Venezuela, Cono Sur). Por un lado, esta edición no incluye un
capítulo sobre las empresas de seguridad y vigilancia en Alemania. Por el otro
lado, incluye un capítulo sobre Iraq –que por razones evidentes no podía estar
incluido en la edición alemana dado que la invasión de Iraq empezó cuando el
libro llegó a la imprenta. Del mismo modo, el capítulo sobre las diferentes
clasificaciones de CMPs es totalmente nuevo. Además, esta edición cuenta con
capítulos actualizados y ampliados como los referentes a Colombia y México.
Con la basta información que presenta esta recopilación, reunida por
expertas y expertos en los diferentes contextos específicos, no queremos
atemorizar ni hacer perder esperanzas a nadie. Al contrario, estamos
convencidos de que es necesario conocer adecuadamente el funcionamiento y los
actores del nuevo orden de guerra para poder oponerse a él. Nos parece
particularmente importante reconocer que los límites entre guerra y paz se
desdibujan cada vez más. Tal como lo muestran las líneas de desarrollo
presentadas en este libro, los bombardeos de Bagdad o los de Belgrado no
constituyen en absoluto la corta interrupción de una “paz” imaginada, donde la
“guerra” aparece sólo como un estado de excepción. En realidad lo que hoy se
expande por regiones cada vez más amplias del globo es un estado de guerra
permanente de diferente intensidad que necesita respuestas mucho más
complejas que la simple demanda de un cese a los bombardeos. Lo que requiere
la situación actual es una crítica estructural a la “guerra”, como un nuevo orden
de expresión de las tendencias actuales de desarrollo del capitalismo.
Los autores, agosto 2005

I El nuevo orden de la guerra


El capitalismo global y su salvaje cara oculta
Thomas Seibert
Para el año 2002, el «barómetro de conflicto» que publica anualmente el
Instituto de Investigación sobre Conflictos Internacionales de Heidelberg
(Alemania) dio cuenta de 43 conflictos políticos o sociales conducidos
militarmente, de los cuales 13 son calificados como guerras con extensión
territorial. Sin embargo, realmente una de ellas, igual que en el año anterior, se
llevó a cabo entre Estados soberanos: la guerra de Estados Unidos y sus aliados
contra Afganistán.6 No obstante, mirando con más detalle, sólo en el sentido
formal de la palabra se puede considerar esta guerra como «clásica», es decir,
entendida como una guerra interestatal, ya que la misma no se conduce en contra
del ejército regular de un Estado, sino contra los Señores de la Guerra talibanes y
la red de Al Qaeda, e incluso con la ayuda de otros Señores de la Guerra.
Además, la guerra en Afganistán forma parte de la Operación Libertad Duradera
(Opera
6. Referencia: www.hiik.de
tion Enduring Freedom ) que no tiene límites temporales ni territoriales y
que lucha contra una serie indefinida de posibles enemigos. Esta operación
alcanzó su apogeo más reciente con el asalto a Iraq durante la primavera del año
2003, en clara violación de los principios del Derecho Internacional público, y
que, evidentemente, no puede considerarse como una guerra en el sentido clásico
de la palabra.
Cambio en los paradigmas del orden de la guerra
Esta afirmación parece comprobar el discurso iniciado por autores como
François Jean, Jean-Christophe Rufin, Michel Ignatief, Mary Kaldor, Herfried
Munkler y Erhard Eppler entre otros, según el cual el lugar de las “viejas
guerras” conducidas por Estados nacionales soberanos y reguladas por el
Derecho Internacional público está siendo ocupado por las “nuevas guerras”, que
son conducidas por diversos actores muchas veces no estatales y sin ningún tipo
de regulación legal.4 Aunque este discurso apunta a modificaciones históricas
indiscutibles, no analiza aquello que desea explicar,5 lo que puede ser apreciado
incluso desde el concepto de la guerra sobre el que se sustenta. Esto se debe a
que la diferencia entre las guerras “nuevas” o “pos clásicas” por una parte, y las
“viejas” o “clásicas” por la otra, se reduce al mismo nivel de la diferencia entre
guerras “correctas» e “incorrectas” en un cambio normativo. Así, el discurso de
las “nuevas guerras” legitimiza las “guerras correctas” –que son reguladas por el
Derecho Internacional público y conducidas por estados nacionales soberanos–
como ultima ratio del intento de eliminar de la faz de la tierra el horror causado
por las “guerras incorrectas”.
4. François Jean, Jean-Christophe Rufin, Ökonomie der Bürgerkriege, Munich, 1995; Mary Kaldor, Neue und alte Kriege.
Organisierte Gewalt im Zeitalter der Globalisierung, Francoforte en el Meno; Michel Ignatief, Die Zivilisierung des Krieges,
Hamburgo, 2000; Herfried Münkler, Die neuen Kriege, Reinbek, 2002; Erhard Eppler, Vom Gewaltmonopol zum Gewaltmark? Die
Privatisierung und Kommerzialisierung der Gewalt, Francoforte en el Meno, 2002; Ulrich K. Preuss, Krieg, Verbrechen, Blasphemie.
Zum Wandel der bewaffneten Gewalt, Berlín, 2002.
5. El presente ensayo critica el concepto de las “nuevas guerras” desde una perspectiva materialista histórica, que coloca a las
guerras y al orden de las mismas en el contexto de la reproducción del dominio capitalista. Se abren accesos a este tipo de perspectivas,
por una parte con Michael Hardt / Toni Negri, Imperio El nuevo orden mundial, Buenos Aires, 2002; y por otra con Robert Kurtz
Weltordnungskrieg. Das Ende der Souveränität und die. Wandlungen des Imperialismus im Zeitalter der Globalisierung, Bad Honnef,
2003.
El argumento central para ello radica en su clasificación de «guerras de
desintegración del Estado», como consecuencia del fracaso de una «estatalidad
robusta».6 La pacificación sólo podría alcanzarse entonces mediante el
restablecimiento de un monopolio de poder estatal, si es necesario por la vía de
una intervención militar y la implantación de una estructura de protectorado.
Precisamente para eso, los Estados dominantes del sistema mundial capitalista
ya se auto-apoderaron (y es aquí donde se evidencian los intereses políticos que
rigen el discurso), intentando ejercer un dominio sobre la incontrolada y quizás
incontrolable violencia en las periferias desde la segunda Guerra del Golfo a
través de una serie de «guerras de ordenamiento mundial» (R. Kurz).
Aquí también se trata, aparte del cálculo dirigido hacia el control y la
limitación, del acceso a los recursos y las fuerzas laborales, cuyo
aprovechamiento todavía despierta un interés específico.
En contra de la diferenciación entre “viejas” y «nuevas» guerras, tan
manejable como conforme al Estado, antes de nada se puede constatar que la
construcción de una sucesión lineal de órdenes de guerra históricos, desde los
ejércitos nómadas de la Edad Media hasta los ejércitos regulares del Estado
nacional moderno, idealiza la realidad desde siempre.7 Ya en tiempos anteriores,
las guerras eran simultáneamente más y diferentes a supuestos conflictos
armados regulados por el Derecho Internacional público entre los ejércitos
regulares de Estados separados territorialmente y siguiendo cálculos racionales.
Para empezar, los ejércitos regulares no pueden ser concebidos en su génesis
histórica como una institución del Estado nacional moderno, pues constituyen
uno de los elementos de los cuales el Estado se origina en primera instancia.
Incluso más adelante, las guerras conducidas por este tipo de ejércitos no podían
ser analizadas sobre la base del cálculo racional de la soberanía en guerra. En
este sentido, ya Marx hacía referencia al hecho de que la función de la guerra en
el capitalismo no sólo se reduce a la conquista o a la usurpación de territorios
extranjeros y de sus mercados, sus materias primas y su fuerza laboral, sino
también comprende precisamente la destrucción sistemática y a menudo
involuntaria de capital, con la cual de hecho se resolvieron las crisis de
sobreproducción.
6. Herfried Münkler en entrevista con Eberhard Sens, Lettre International 14, Winter 2002,. p. 14ss.
7. Phase 2 berlin, Wer vom Kriege für sich redet, sollte vom Krieg an sich schweigen. En: Phase 2 Nro. 07/03, p. 14ss.
Por ello, los fenómenos atribuidos a las “nuevas guerras” pueden ser
observados incluso en la mayor parte de las «viejas guerras»: el desacato a las
diferencias entre combatientes y civiles y la amplia destrucción de la
infraestructura económica, la cooperación de actores estatales y no estatales,
asimetrías extremas entre las partes en guerra, la acción en espacios
desestatalizados, la desaparición de los límites de toda codificación jurídica y
política, y la sobredeterminación a través de etnicismo, racismo o
“fundamentalismo”. Esto es válido también, y particularmente, para las dos
Guerras Mundiales, específicamente en la guerra de conquista nacionalsocialista.
En ella, el antisemitismo eliminatorio del imperio nacionalsocialista redujo en
forma masiva los cálculos racionales planteados. La diferencia entre las “viejas”
y las “nuevas” guerras tampoco se puede sostener respecto a las guerras de
liberación anti y post-coloniales, en las cuales se encuentran también todos los
fenómenos que, en primera instancia, deberían fundamentar la diferencia.
Las guerras calientes en la Guerra Fría y Mayo del 68
En el discurso de las “nuevas guerras”, el fin de la confrontación de bloques
termina la transición que va de las guerras clásicas a las posclásicas. Sin
embargo, en realidad con la ruptura de cambio de época de 1989 termina, ante
todo, una guerra que no fue ni clásica ni posclásica: la Guerra Fría entre Estados
Unidos, la Unión Soviética y sus aliados. Empezando inmediatamente con el fin
de la Segunda Guerra mundial, subordinó la competencia multipolar de
diferentes estados nacionales, hasta entonces medida también militarmente, a
una competencia bipolar a escala mundial entre dos bloques de Estados
dominados uno por Estados Unidos y el otro por la URSS. Con ello, las guerras
clásicas interestatales se habían imposibilitado de facto, tanto dentro de los
bloques como entre ellos; y en lo sucesivo se limitaron a aquellos Estados que no
pertenecían a ninguno de los bloques. Zonas de influencia nacional-estatal o
interés de ocupación, colonialización o expansión ya no eran tanto el objeto de la
competencia, más bien lo eran las mismas formas de reproducción capitalista
que había en ambos bloques: la pax americana con su capitalismo monopolista o
la pax soviética con su capitalismo monopolista de Estado, que eran órdenes de
paz y de guerra al mismo tiempo.
Mientras no se tratase de remanentes conflictos coloniales (como por
ejemplo, la guerra franco-argelina o la franco-vietnamita, o las guerras de
Portugal en Angola, Guinea y Mozambique), los conflictos armados durante la
época de la competencia de sistemas estaban dirigidos ante todo hacia la
(re)integración o la expansión de ambos bloques. Se trataba de guerras “hacia
adentro” (Hungría 1956, la República Socialista Checoslovaca 1968, diversas
intervenciones estadounidenses principalmente en América Latina), o como
«guerras de suplentes» conducidas por movimientos guerrilleros anti o
poscolonialistas. Si el bloque dominado por los soviéticos hizo de la guerrilla un
elemento funcional, el Occidente se apoyó en las dictaduras coloniales y
poscoloniales que la guerrilla combatía, y en una contraguerrilla a menudo
formada por mercenarios, cuyo proceder ya desde entonces se asimilaba al de los
«movimientos rebeldes» de las “nuevas guerras”.
Y aunque tanto la guerrilla como la contraguerrilla, así como los regímenes
establecidos por ambas, dependían estructuralmente de la alimentación de los
bloques que había tras ellos, las guerras que conducían no cumplían en su
funcionalidad para la confrontación de bloques.
En cualquier lugar donde tanto las revueltas propulsadas militarmente por la
guerrilla, como los gobiernos que las originaban, superaban la propia
instrumentalización e iban más allá, se abrieron posibilidades para el
establecimiento de una fuerza que se liberase de la lógica de la competencia de
sistemas y fuese por lo menos tendencialmente antagónica a la reproducción del
dominio capitalista (bien sea monopólico o de Estado). Y en los casos en los
cuales las tendencias que no habían desarrollado todavía su potencialidad
fallaban frente a la prepotencia de la confrontación entre bloques, se les imponía
la reproducción del capitalismo, que pasaba por encima de ellas, no sólo en el
marco de la confrontación de bloques, si no también por medio de ella.
Naturalmente, lo anterior era válido también en el interior de cada uno de los
bloques, donde la Guerra Fría se utilizó para solidificar la hegemonía ideológica
y la reintegración de ámbitos opositores al sistema respectivo.
Durante los años sesenta, sin embargo, la funcionalidad de la competencia de
sistemas para la reproducción del dominio capitalista fue disminuyendo
continuamente. Entraron en crisis no sólo formas singulares de regulación y de
representación del socialismo real o bien de la democracia liberal, sino las
mismas formaciones de socialización fordista, fundamentadas en la producción
industrial a gran escala, base de ambos sistemas. Al vislumbrarse alrededor de
mayo de 1968 la posibilidad de un reforzamiento y una penetración mutua de las
guerras de liberación anti y poscoloniales con el surgimiento vertiginoso de
revueltas sociales y culturales en los países occidentales y orientales, la
continuidad del dominio capitalista monopólico o de Estado estaba bajo serios
riesgos.
El capital occidental respondió a la continua agudización de las crisis con una
transformación de sus formas de socialización, que estuvo apoyada en la
utilización sistemática de fuerzas productivas de tecnología de información. Al
mismo tiempo, la intensificación de la competencia de sistemas promovida ante
todo por el complejo militar-industrial de Estados Unidos y acompañada por un
rearme masivo aumentó la presión sobre el bloque soviético, y llevó finalmente a
la bancarrota de los países capitalistas de Estado, fortalecida también por el
éxodo masivo, un movimiento migratorio que contó millones de personas. Al
derrocamiento de sus aliados en el Oriente de Europa le siguió la disolución de
la URSS, el desplome de los Estados en vías de desarrollo que dependían de ella
en el Sur global y la derrota total de los últimos movimientos de emancipación
anti o poscolonial. La Guerra Fría había terminado, y las guerras calientes que se
habían llevado a cabo bajo sus condiciones empezaron a convertirse en otras,
“nuevas guerras”: guerras cuyo contexto lo forma actualmente el capitalismo
posfordista transformado.
La transición posfordista y el «Nuevo Orden Mundial» A principio de la
década de los noventa, los países
antes dominados por el bloque soviético y los Estados del Sur en vías de
desarrollo que seguían su modelo fueron incorporados por primera vez a un
capitalismo realmente extendido a un nivel global, en el cual las corrientes de
finanzas, mercancías y saberes tienden a estar libres de todas las limitaciones de
los Estados nacionales y, a su vez, son sujetas a la regulación de una red de
instituciones supranacionales (OTAN, OCDE, FMI, Banco Mundial). Con la
creación de cadenas mundiales de valor se llegó a una reestructuración global de
la división del trabajo, en la que el sector primario de la agricultura y la
obtención de materias primas, y el sector secundario de la producción industrial
fordista, que hasta ahora había sido el sector líder, cayeron bajo el dominio del
sector terciario de los servicios «inmateriales» (en el sentido más amplio de la
palabra).8
Con la desvalorización sistemática de la fuerza laboral en la agricultura, la
obtención de materias primas e industrial, que acompaña al fenómeno antes
expuesto, se echó abajo el mito del «desarrollo recuperador», que ya era obsoleto
desde el principio de la crisis de la deuda a comienzos de los años ochenta. Éste
había prometido a los países con un sistema capitalista de Estado del segundo
mundo «adelantar», y a los países en desarrollo del Tercer Mundo la futura
incorporación al fordismo del Primer Mundo capitalista monopólico.
De hecho, la inclusión en el sistema mundial posfordista excluyó
sistemáticamente de cualquier perspectiva de desarrollo a una «población
sobrante» que se cuenta por millones y crece diariamente. Al cabo de pocos años
se llegó a la amplia pauperización de sociedades completas tanto en el Sur como
en el Este, a la desintegración de su sistema político y económico y a una
migración masiva de aproximadamente 150 millones de personas (3% de la
población mundial y 30 millones más que en 1990).9 Según estimaciones de la
Cumbre Social de Ginebra de la Naciones Unidas del año 2000, más de 1,2
millardos de personas deben sobrevivir con menos de un dólar al día. El poder
adquisitivo de un sueldo promedio en América Latina ha llegado a ser hoy 27%
menor que en 1980, mientras que el 40% del producto social bruto se concentra
en manos del 1% de la población, con tendencia a un aumento drástico.
En parte, la situación en África y Asia es hasta más dramática. En total, la
participación del 20% más pobre de la población mundial en la producción,
inversiones extranjeras, exportación y comunicación se coloca debajo del 1%,
mientras que la participación del 20% más rico de la población mundial se
encuentra entre el 70% y el 90%. El 70% de las inversiones a nivel global y el
comercio mundial son controlados por las 200 compañías transnacionales más
grandes. Este desarrollo encuentra su concreción estadística final en el promedio
de la expectativa de vida: mientras ha aumentado en los 31 países más ricos del
mundo entre 1975 y 1997, ha disminuido en 18 países del mundo durante el
mismo período, específicamente en 10 países de África y 8 países de la antigua
Unión Soviética o de Europa del Este. Los ejemplos más drásticos se encuentran
en África donde el promedio de expectativa de vida decayó en Botswana de 52 a
47, en Zimbabwe de 51 a 44 y en Zambia de 47 a 40 años.10
8. En aras de evitar un recurrente malentendido, quiero aclarar específicamente que el dominio del sector terciario determinado por
el posfordismo es cualitativo y no cuantitativo: mientras el alcance del trabajo «material» (en la producción de bienes y la obtención de
materias primas) ejecutado en el sector primario y secundario excede todavía el trabajo «inmaterial» (en la prestación de servicios) del
sector terciario, este último, sin embargo, construye el marco en el cual el primero se da y es aprovechado.
9. World Migration Report 2000, www.iom.int
La asimetría en la estructura de poder global se regula ante todo a través del
endeudamiento de los países en desarrollo con respecto a actores estatales o no
estatales del Norte. También aquí la dinámica de la pauperización se puede
comprobar estadísticamente: mientras la deuda total de los países en vía de
desarrollo del Sur se situaba bajo los 100 millardos de dólares para el año 1970,
para 1998 había aumentado a 2.465 millardos de dólares. Considerando que sólo
el servicio de la deuda generalmente devora entre un 30% y un 50% de su
presupuesto de Estado, los países en desarrollo dependen continuamente de
nuevos créditos, si desean mantener un mínimo de soberanía en actuación y
planificación. Sin embargo, el bloque dominante de Estados y el Fondo
Monetario Internacional controlado por el mismo, condicionan los nuevos
créditos a «programas de ajuste estructural» que obligan a los Estados en
desarrollo al desmantelamiento progresivo de sus estructuras de estado social, ya
marginales de todas maneras, y al mismo tiempo, a la venta de los mejores
sectores de sus economías nacionales a las compañías transnacionales.
10. El dramático descenso en la expectativa de vida en el Sur africano se debe en gran parte a la propagación del SIDA, que sólo
puede ser analizada indirectamente como resultado de la globalización del posfordismo. A pesar de esta relevante salvedad, las cifras
siguen siendo claras; a lo que habría que agregar además, que se ha registrado una disminución semejante del promedio de la
expectativa de vida en los barrios de las grandes ciudades de Estados Unidos.
En el marco de la división del trabajo globalizada y posfordista, la
desvalorización o la subvaluación sistemática de la fuerza laboral alcanza
finalmente también las metrópolis del Norte. Con ello, la diferencia entre
metrópolis y periferias se desprende tendencialmente de la escisión territorial
Norte-Sur o Este-Oeste, y se reproduce en forma desterritorializada entre los
Estados y, dentro de ellos, entre las regiones estatales y supraestatales, entre la
ciudad y el campo, en las ciudades mismas y finalmente entre los mismos
individuos: en un apartheid social y mundial, que es a la vez menos claro y más
pronunciado que nunca. El Cuarto Mundo de los totalmente marginados, una
frontera que se encuentra en cualquiera de las regiones mundiales, sin embargo
no representa algo exterior al capitalismo global sino que es, en efecto, su otro
lado bárbaro. Al mismo tiempo es el espacio –que hay que entender como
territorial solamente en forma limitada– en el cual realmente se puede hablar de
“nuevas guerras”.
Economía de la guerra social
Debido a que el derrumbe de los países en vías de desarrollo en ningún otro
lugar del mundo ha sido tan drástico como en África, la situación de sus países
sirve como referencia central del discurso de las “nuevas guerras” y del
periodismo vinculado al mismo. Los medios de comunicación masiva informan
una y otra vez sobre inmensas limpiezas étnicas y masacres aparentemente sin
motivos u objetivos en el marco de innumerables conflictos como en Angola,
Etiopía, Eritrea, el Congo, Ruanda, Somalia, Sudán y Sierra Leona.
Estos hechos se explican con un modelo de análisis etnicista e incluso racista
ampliamente difundido , según el cual diferentes grupos étnicos no «podían»
unos con otros dentro de la estrechez de un mismo Estado nacional, y por ello
tarde o temprano deberían enfrentarse.
En realidad, la crisis africana no resultó de una violencia etnicista llegando a
una explosión casi natural y del «desmoronamiento del Estado» causado por la
misma: ambos fenómenos son, en sí mismos, más bien consecuencias de la
historia particular de la descolonización de África, que nunca pudo cumplir en la
realidad con su orientación ideológica de «desarrollo recuperador». Por ello, los
países en desarrollo de África en ningún momento alcanzaron la soberanía de los
países latinoamericanos. Por ejemplo, el ejército y la Policía desde un principio
eran su esencia, y sus cuerpos oficiales procedían en gran parte de los aparatos
coloniales de poder.
Alcanzada una independencia formal, la política de las elites estatales apuntó
hacia la apropiación privada de los ingresos de la economía de exportación.
También lograban ganancias extra a través del aprovechamiento metódico de las
rivalidades estratégicas de la confrontación de bloques; los recursos así
conseguidos beneficiaban a sus cuentas privadas y al aparato militar y de la
Policía. Para crear un mínimo de legitimación política, establecieron un sistema
clientelista basado en la pertenencia a clanes. Dado que casi no se implantaron
otras instituciones estatales, las estructuras locales de la sociedad de clanes se
mantenían como el único recurso fiable de confianza, justicia y seguridad social.
En la medida que el Estado africano en desarrollo se mantuvo enfrente de la
población propia como un partido que actuara sólo según los intereses
particulares de las elites, que casi no podía sustentar en una lealtad de las masas
establecida por instituciones del Estado social y de la sociedad civil.
Con el fin de la confrontación entre bloques y con la reestructuración
posfordista de la división global del trabajo, este modelo de desarrollo se
desplomó en sí mismo. En la lucha por los recursos restantes de sus países
económicamente destruidos, las elites dominantes se dividieron y tomaron a los
propios pueblos como rehenes y a la vez como infantería de su competencia por
la supervivencia. Cuando el Estado en desarrollo, en bancarrota, suspende el
pago de sueldos a los militares y la Policía, las tropas se abastecen merodeando a
la población por medio de ataques, mientras algunos Señores de la Guerra
establecen en sus regiones, en parte de manera abierta, regímenes de producción
esclavista. Debido a que en muchos países africanos más de la mitad de los
jóvenes no tienen sustento, ni las tropas regulares ni las irregulares necesitan
preocuparse por la afluencia, el servicio en el ejército o en las bandas de los
Señores de la Guerra constituye la única fuente de ingresos para gran parte de la
población masculina, independientemente de si el sustento proviene del pago de
sueldo o directamente del robo. Entre estos frentes más que complejos, los
ejércitos privados de mercenarios pasan a desempeñar un papel cada vez más
importante como un bando que opera por su propia cuenta.
Con la destrucción progresiva de las condiciones previas a la guerra, la
usurpación rapaz de los medios de supervivencia, y con ello la de las mujeres, se
convierte en la base de la reproducción social. Sin embargo, esto significa que en
muchas sociedades africanas, la guerra ya no es una interrupción irregular de la
reproducción más o menos pacífica de la vida social, sino que se ha convertido
más bien en un economía regulada según sus propias leyes y orientada hacia su
propia reproducción. A pesar de todas las diferencias –a menudo relevantes–
entre los casos singulares, las economías de la guerra social son la verdad
material de las “nuevas guerras” también en Asia y América Latina, en los
“Estados en transformación” que una vez estuvieron dominados por el bloque
soviético y –por último, pero no en menor grado de importancia– en las regiones
en derrumbamiento de las metrópolis.
Su dinámica no está siempre determinada por enfrentamientos militares
manifiestos; en muchos casos su forma violenta se mantiene en el nivel de
bandas o de sistemas de gángsteres. Aquí se encuentran también enlaces con la
economía del crimen organizado y, naturalmente, con las diversas expresiones de
la economía informal y de la economía de migración. El hecho de que estas
economías no constituyan una excepción al capitalismo actual, que no estén
“fuera” de él –sino que representen su lado bárbaro– se concreta en sus
innumerables nexos con la economía mundial regular, y representa una variación
del hecho válido para el capitalismo en general, de una combinación
históricamente variante en forma continua de formas de producción capitalistas y
no capitalistas.
El monopolio de poder imperial
Mientras el posfordismo del Sur globalizado culmina en las economías de la
guerra social, el del Norte globalizado culmina en la actual Operación Libertad
Duradera, llevada a cabo actualmente en Iraq. La interpretación generalizada de
todos los bandos por medio de ideologías racistas, nacionalistas, etnicistas o
incluso «fundamentalistas», no resulta tanto de lazos étnicos o religiosos
obsoletos, si no más bien de la desvalorización profunda de ideologías socialistas
en su sentido más amplio y de la debilidad simultánea de las ideologías liberales
y democráticas en la transición del fordismo al posfordismo. Los
desplazamientos del campo ideológico reflejan el fin del mito del «desarrollo
recuperador» y, al mismo tiempo, la disolución de los compromisos de clases
metropolitanos.
Por lo tanto, los Estados del Norte actúan como poderes hegemónicos más
que dominantes del sistema mundial: si la hegemonía está basada en una lealtad
de masas construida a través de la integración ideológica, la dominación se
fundamenta sólo en la superioridad violenta, actualmente en la cualidad de ser
invencibles, estructural de Estados Unidos.
A esto equivale que el proyecto ideológico de los poderes dominantes del
posfordismo mire exclusivamente y de forma inmediata a la implantación e
imposición de un monopolio imperial de violencia, es decir, un monopolio de
violencia que recurre a un amplio «orden mundial». Este sistema está basado
ante todo en los escenarios amenazantes de la «prevención de crisis», del
«management de conflicto» y del antiterrorismo; y ya casi nada en las promesas
de desarrollo, progreso y participación.
La Carta de este monopolio de violencia se encuentra en el «nuevo concepto
estratégico» que fue elevado por la OTAN a estatuto de la Alianza, con motivo
de su quincuagésimo aniversario en abril de 1999. En este concepto, los poderes
dominantes parten de «riesgos militares y no militares muy diversos, que
proceden de diversas direcciones y a menudo son difíciles de prever».
A éstos pertenecen «la incertidumbre y la inestabilidad en la región euro
atlántica y sus aledaños, y la posibilidad de que se produzcan en la periferia de la
Alianza crisis regionales (...). Las rivalidades étnicas y religiosas, los conflictos
territoriales, la insuficiencia o el fracaso de los esfuerzos de reforma, los abusos
contra los derechos humanos y la disolución de Estados (...). Los intereses de
seguridad de la Alianza pueden verse afectados por riesgos distintos de carácter
más general, en particular por actos de terrorismo, de sabotaje o de delincuencia
organizada y por la perturbación del flujo de recursos vitales.
Asimismo, pueden plantear problemas para la seguridad y la estabilidad que
afecten a la Alianza los grandes movimientos incontrolados de población, en
particular los resultantes de los conflictos armados». En consecuencia, este
escenario global amenazante demanda «capacidades militares eficaces en todas
las circunstancias previsibles».11 Con ello, el artículo 5 del Tratado del Atlántico
Norte –que limitaba la Alianza a la asistencia recíproca en el caso de un ataque
militar en contra de una de las partes que conforman la Alianza– es nulo.
Actualmente, las llamadas non-article 5 missions (Misiones no artículo 5) tienen
el mismo rango que las misiones para la «defensa de la alianza», eso
explícitamente también sin el apoyo de la ONU o la OSCE.
11. El concepto estratégico de la OTAN, aprobado por los Jefes de Estado y de Gobierno que participaron en la reunión del
Consejo del Atlántico Norte celebrada en Washington los días 23 y 24 de abril de 1999, www.mde.es/mde/docs/tratados/concepto.pdf.
Así como esta amplia auto habilitación no puede ser interpretada en base a su
propia explicación –como un deber de «intervención humanitaria» en nombre de
los derechos humanos–, tampoco puede ser analizada solamente siguiendo la
teoría clásica del imperialismo.
La Operación Libertad Duradera sigue como objetivo guía primario, aunque
no como fin único, a un «imperialismo exclusionista de la seguridad». Su misión
está resumida por Robert Kurz de la manera siguiente: «No se mira a la
conquista y la incorporación para adueñarse de ciertos recursos (mucho menos
humanos). Por el contrario, la orientación estratégica está dirigida a mantener a
distancia del sistema la enorme y amenazante masificación de “supérfluos” en
las periferias. Las catástrofes causadas por la misma economía universal de
mercado deben permanecer “fuera”. Desde este punto de vista, las corrientes de
refugiados tienen que ser detenidas antes de las fronteras orientales, y las
regiones de derrumbe “pacificadas” en un nivel de miseria.
El objetivo implícito sólo puede consistir en una jerarquía de exclusión
escalonada por continentes, que se extiende desde unos pocos países asociados a
la OTAN y la Unión Europea (del tipo de Hungría), pasando por un cinturón de
Estados sátrapas y de fachada (del tipo de Croacia), llegando hasta
“protectorados” o homelands totalmente dependientes, administrados por
organizaciones internacionales o guerras de bandas (por ejemplo, Kosovo); que a
su vez conforman una jerarquía de pauperización».12
12. Robert Kurz, Jungle World 19 / 1999.
A eso corresponde en seguida la forma más policíaca que clásica militar de
las guerras de ordenamiento mundial que siguieron a la Segunda Guerra del
Golfo (1991) hasta la emprendida Tercera Guerra del Golfo, que se llevaron a
cabo más bien siguiendo el ejemplo de un blitz, con el cual la Policía “reordena”
un barrio dominado por gánsteres.
En una acción de este tipo no se trata de limpiar para siempre la zona
afectada de los gánsteres, con el fin de llevar a sus habitantes orden, seguridad y
civilidad a largo plazo. El objetivo consiste, ante todo, en contener a la población
pauperizada en sus propios barrios, o sea el aislamiento territorial de las zonas
residenciales de la clase media y alta –visto en el nivel mundial– de las regiones
mundiales todavía prósperas. Al mismo tiempo, se trata de aclarar de forma
manifiesta, quién es un ciudadano decente y quién un villano, así cómo
determinar los límites entre lo que será tolerado y lo que no.
Que como consecuencia de las guerras extremadamente asimétricas la figura
de los Señores de la Guerra se haya intensificado y que éstos estén directamente
vinculados con el control imperial (como ha sucedido recientemente en
Afganistán) no constituye una contradicción a lo anteriormente dicho: el
monopolio imperial de la violencia sigue con el modelo de la funcionalización
de la contraguerrilla en uso en las “guerras de suplentes”.
Lo mismo pasa en la paramilitarización intencional de los conflictos sociales
como es el caso de Colombia, donde los “para” que actúan como Señores de la
Guerra debieron, antes que todo, ser construidos por las elites locales y
nacionales en cooperación con Estados Unidos, para poder manejar la rebelión
social. La continuidad incontrolable en el tiempo, en casos particulares incluso el
aumento de la pauperización, la privación de derechos y la violencia extrema son
conscientemente aceptados porque se trata cada vez menos de eliminar en forma
planificada el “subdesarrollo”, si no principalmente del control de una población
“excedente”, a la cual el sistema mundial ya no le tiene nada más que ofrecer.
Los Planes Marshall, que fueron creados igualmente para África, los
Balcanes o el Mediano y Cercano Oriente, también están determinados por
cálculos económicos concretos. Sin embargo, estos cálculos siguen solamente a
los imperativos de aprovechamiento de un capital desterritorializado, que ya no
puede frenar la dinámica posfordista de pauperización y exclusión, pues tiene a
ésta como precondición estructural.
Ahora bien, la geopolítica global está ciertamente amenazada por escisiones
internas, debido a las cuales se desmorona la unidad imperial de los poderes
dominantes en una tríada conformada por Estados Unidos, la Unión Europea y
Japón. Aunque Estados metrópolis dependen uno del otro para asegurar el
dominio que sólo pueden imponer en conjunto, su interdependencia no anula su
competencia interna. Pero ya no puede ser analizada sólo como una competencia
inter-imperialista, sino al mismo tiempo y más específicamente como una
competencia en el imperio. Si el primer concepto define las relaciones entre los
diferentes aliados, en el último se disputa la forma de la implantación,
imposición y ejecución del mismo monopolio imperial de violencia.
La discusión es sólo alrededor de si este tipo de intervenciones deben ser
aprobadas multilateralmente o si también pueden ser implementadas
unilateralmente por el líder, Estados Unidos, sin la aprobación de los aliados. Y
también está en discusión hasta qué punto y qué elites árabes son integradas en
la estructura imperial, y cómo deberá ser enfrentado el peligro objetivo de una
revuelta panarábica-islamista de masas, que crecerá en la medida que se les
escape de las manos a estas elites. Dejando por un lado los sucesos catastróficos
posibles en cualquier momento –por ejemplo una guerra dentro del imperio,–
todo indica que la administración de Bush fracasará a pesar de su superioridad
militar; y que Estados Unidos y la Unión Europea acordarán una política que
cumpla más con las exigencias estructurales del imperio conjunto.
Los límites del imperio
Previo a la incursión de la maquinaria militar angloamericana en Iraq se
sucedieron protestas antibélicas en formas y dimensiones nunca antes vistas,
donde participaron más de once millones de personas sólo durante el día de
acción a nivel mundial (15 de febrero de 2003). Con ello pudo comprobarse, una
vez más, que la oposición creciente desde mediados de los años noventa contra
el posfordismo global no pudo ser doblegada por la demostración de poder
imperial, que se había convertido en violencia material en el inmenso despliegue
de tropas en el golfo. En cuanto la movilización para el Día Global Antiguerra
tuvo sus orígenes en el Foro Social Europeo realizado en Florencia en noviembre
de 2002, la alianza allí iniciada del llamado «movimiento crítico a la
globalización» con el movimiento pacifista se manifestó realmente como una
fuerza social de relevancia mundial. En este contexto, los y las manifestantes del
15 de febrero utilizaron el poder del que hoy disponen de ser el primer
movimiento social de la historia que no tiene en la forma política de la
Internacional su fin, sino su punto de partida.
A pesar de ello, el «movimiento de los movimientos» está muy lejos de
poder cuestionar materialmente el orden mundial dominante. Esto se debe por un
lado a que está enfrentado a una formación del capitalismo, que surgió de una
amplia deslegitimación de todas las fuerzas de oposición anticapitalistas previas
a ella y, por lo tanto, se ha fundamentado ideológicamente desde sus inicios
sobre el mito de un «fin de la historia». El movimiento crítico a la globalización
está esbozado en consecuencia por una extraña pérdida de experiencia, luego de
que es familiar con la propia historia sólo según la interpretación de los
supuestos vencedores. Éstos aprovechan la ventaja en la lucha ideológica
confrontando de improvisto el autoproclamado «fin de la historia» al «choque de
las civilizaciones», apoyándose justo en las condiciones que ellos mismos
crearon.13
En una forma ideológicamente transformada, ambas metáforas, sin embargo,
contienen el segundo y decisivo problema del movimiento antibélico crítico a la
globalización. Este problema consiste en que la oposición contra la violenta
«multiplicación y fragmentación» del sistema mundial sólo podrá convertirse en
una lucha de liberación universal cuando ésta sea apoyada también y
especialmente por la «población sobrante» pauperizada, que lucha dentro de las
economías de la guerra social por su mera supervivencia. Por ello, la
Internacional que se está creando actualmente encuentra su piedra de toque en la
capacidad de poner en comunicación subjetividades políticas, que se forman
dentro de realidades de vida extremadamente diferentes e incluso
tendencialmente opuestas. Serán las resistencias del Sur global (como ya lo ha
ejemplificado la irrompible autonomía de la migración) que determinan en
mayor medida los objetivos y las formas de la lucha. La tarea para los
movimientos sociales y las izquierdas políticas en los Estados de la tríada
consiste en romper el consenso racista de las metrópolis que fue reforzado con el
discurso de las “nuevas guerras”, según el cual el Norte global debe ocuparse de
la implementación de la democracia, los derechos humanos y el civismo. La
descolonización es y seguirá siendo una condición estructural previa a toda
emancipación.
13. La obra de Francis Fukuyama El fin de la Historia y el Último hombre (México, 1992) exprime la autoestima de los
vencedores frente al derrumbe de las izquierdas políticas del siglo XX; Samuel P. Huntington, El choque de civilizaciones y la
reconfiguración del orden mundial (Barcelona 1997) marca la línea cómo este fin debe mantenerse en pie en contra de ellos, que no lo
quieren aceptar. Ambos libros delimitan el horizonte ideológico del posfordismo y forman así –con o sin proponérselo– el subtexto del
discurso de las “nuevas guerras”.
II Colombia
Laboratorio experimental para el manejo privado de
la guerra
Dario Azzellini
El surgimiento de actores no estatales armados y la creciente externalización
de tareas estatales militares y represivas a empresarios de violencia privados es
casi siempre considerado como debilitamiento del Estado. Colombia es una
muestra ejemplar de que éste no debe ser necesariamente el caso. La imposición
de los intereses estatales y del capital privado es transferida en forma controlada
a las Corporaciones Militares Privadas (CMP) y a los paramilitares. Con ello no
podría calificarse de ninguna manera a Colombia como un “Estado fallido”.
El país de cuarenta millones de personas fue considerado durante décadas
como consejo confidencial para inversiones que traerían ganancias, y ha tenido
las tasas de crecimiento más altas del continente latinoamericano hasta 1998.
Colombia es rica en recursos naturales como petróleo, carbón, oro, esmeraldas,
agua y biodiversidad (hoy en día interesante en el ámbito del aprovechamiento
biotecnológico). Cuatrocientas de las quinientas empresas estadounidenses más
grandes han invertido en este país. A esto se agrega el narcotráfico, el factor de
crecimiento más dinámico.14 Los grandes bancos perciben ganancias del lavado
de dinero, y los consorcios químicos ganan de los productos base para la
producción de cocaína.
Luego de una recesión entre 1998-1999 siguió rápidamente la recuperación.
Una fuerte desvalorización del peso, la liberalización del tipo de cambio, un duro
programa de austeridad y el ataque frontal a la legislación laboral permitieron un
nuevo aumento de las exportaciones en un 13% en el año 2000. El nuevo
presidente Álvaro Uribe Vélez intensificó la orientación neoliberal y así el New
York Times destacó a Colombia a principios del año 2003 como uno de los seis
«mercados emergentes» más interesantes a nivel mundial. Sin embargo, esta
política precisa también una intensificación de la guerra.
Colombia constituye desde hace 20 años un laboratorio para la conducción
privatizada de la guerra. Política, ejército, Policía, narcotráfico, ganaderos,
paramilitares, ejército estadounidense, la agencia antidrogas norteamericana
DEA, compañías transnacionales y CMP cooperan en constelaciones cambiantes
para imponer sus intereses comunes en contra de las organizaciones campesinas,
sindicatos, movimientos sociales y, ante todo, contra los continuamente
crecientes movimientos insurgentes armados.15 La guerra se dirige en su mayor
parte en contra de la población. Según la organización para los derechos
humanos Codhes, 412.553 personas (20% más que en el año 2001) fueron
desplazadas en Colombia durante el año 2002.16
En total se calculan más de 2,5 millones de desplazados dentro del país. En el
año 2002 se registraron 544 masacres con 2.447 muertos, 4.512 asesinatos
políticos, 744 desaparecidos y 734 arrestos arbitrarios.17 No obstante, la mayor
parte de la responsabilidad con respecto a las graves violaciones de los derechos
humanos ya no se adjudica (como se hacía aún en los años ochenta) al ejército y
los órganos de represión estatal, sino a los paramilitares.
14. Constituye, según la mayoría de las estimaciones, alrededor del 6% del Producto Interno Bruto (PIB) y un porcentaje
igualmente alto de la ocupación. Mucho menos que en Bolivia o Perú, aunque la riqueza acaparada durante los años se sitúa alrededor
del 40% del patrimonio total en Colombia.
15. Las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) como la guerrilla más grande tiene alrededor de 20.000
combatientes armados, el ELN (Ejército de Liberación Nacional), que es más pequeño, tiene cerca de 12.000. A ellos se agregan
algunas pequeñas agrupaciones con pocos centenares de armados.
16. El Tiempo, 28 de abril de 2003.
En Colombia hay guerra desde hace más de cien años. Desde los años
sesenta, ésta se disputa entre las guerrillas y los aparatos de poder de las elites, y
ha sido particularmente intensiva en los últimos 12 años, en los que se ha
internacionalizado el conflicto.
Más allá del Plan Colombia18 y otras medidas, desde el 2000 se inyectaron
en el país más de 2,5 millardos de dólares en apoyo militar estadounidense para
la presunta lucha contra el narcotráfico. Asimismo, las fuerzas de combate de
Estados Unidos asumen un papel cada vez más activo in situ. Exploradores
Awacs (Sistema Aerotransportado de Alerta y Control Tempranos) de la Fuerza
Aérea estadounidense y estaciones de radar de dicho país en Colombia –que
deberían servir para luchar contra el narcotráfico– transmiten informaciones
sobre movimientos de la guerrilla desde marzo de 1999. Desde finales de 2001,
el control se utiliza de manera oficial para la «lucha contra el terror». Al mismo
tiempo, se anuló la restricción de la utilización de material bélico estadounidense
en la lucha contra el narcotráfico. Desde entonces se pueden encontrar
instructores del ejército de Estados Unidos cada vez con mayor frecuencia. A
esto se agrega unas 14 CMP, como mínimo, comisionadas por el Pentágono y
por empresas privadas.
17. CPDH (Comité Permanente por la Defensa de los Derechos Humanos), “Décimo Foro Nacional de Derechos Humanos. Política
de guerra al banquillo”, Voz, Nro. 2185, 12 al 18 de marzo de 2003.
18. Un plan de más de 7,5 millones de dólares decretado a comienzos del año 2000 por el gobierno de Pastrana, 90% del cual
consiste en ayuda militar o policíaca. Colombia pretendía reunir una gran parte por sí sola, y obtener otros fondos procedentes de
países de la UE, ante todo para presuntos «componentes sociales».
Corporaciones militares privadas
El sector de los servicios de seguridad privados en Colombia debe contar
aproximadamente19 con 160.000 empleados Estas empresas están cada vez más
integradas en las operaciones de guerra. Entre ellas se encuentran también
empresas internacionales como las británicas Control Risk (consultas de
prevención de riesgos, ex militares para la conducción de negociaciones, intentos
de liberación en secuestros) y Global Risk (entrenamiento para liberación de
rehenes, guardaespaldas, control técnico y armado). En el ámbito militar
altamente calificado se encuentran empleados extranjeros in situ de las empresas
Bell Helicopter Textron Inc., así como Sikorski Aircraft Corp (ambas de
helicópteros de combate) y Lockheed-Martin (aviones militares). Estas empresas
brindan apoyo al ejército en el cuidado, mantenimiento y manejo de las
herramientas adquiridas.
Los empleados de las CMP ejercen de igual forma funciones de instructores,
expertos en control, pilotos y grupos especiales para la Policía y los militares
colombianos; y trabajan también para la DEA, los servicios secretos
estadounidenses. En general se trata de antiguos miembros de unidades elite de
Estados Unidos y ex militares de otros países, veteranos de guerra o militares
activos norteamericanos que asumen misiones temporalmente limitadas durante
sus vacaciones.
La utilización de CMP ofrece numerosas ventajas. Ya que éstas son
delegadas y financiadas generalmente en forma directa desde Estados Unidos
(por el Pentágono o los servicios secretos), instituciones gubernamentales
colombianas declaran no estar informadas sobre sus actividades. Por otra parte,
Estados Unidos tiene acceso directo a la zona de operaciones por medio de las
CMP. A su vez, las instancias de control y una crítica opinión pública son
mantenidas a distancia tanto en Colombia, como en Estados Unidos. De ese
modo se puede eludir el tope establecido por el Congreso de Estados Unidos
para las fuerzas de acción en Colombia que anteriormente estaba en 400 civiles y
400 militares, cantidad que aumentó el 9 de octubre de 2004 a 600 y 800, ya que
las CMP sencillamente contratan personal proveniente de otros países.20
Algunos analistas calculaban ya hace unos años que la cantidad de empleados
extranjeros de las CMP en Colombia es más de 1.000.21 Actualmente son
alrededor de 2.000.
19. Restrepo Escobar, Orland, “Auge del negocio legal e ilegal de la seguridad privada en Colombia”, El Tiempo, 15 de julio de 2002.
California Microwave Inc.
La California Microwave Inc. ofrece servicios militares y de espionaje en el
ámbito de la telecomunicación y el control aéreo. Constituye una filial de la
Northrop Grumman Inc. que dirige cinco estaciones de radar para el control del
espacio aéreo con una cantidad desconocida de empleados de Estados Unidos en
el oriente y el sur de Colombia.
El 13 de febrero de 2003, unidades de las FARC derribaron una avioneta
Cessna 208 en el departamento de Florencia, región de Caquetá, que realizó
vuelos de inspección en la zona de la guerrilla para dar cuenta a los militares de
los movimientos y paradero del Frente 15 de las FARC y sus comandantes. A la
tripulación pertenecía un miembro colombiano del servicio secreto y cuatro
empleados estadounidenses de la CMP California Microwave Inc., reclutados
por la Oficina de Administración Regional (Office of Regional Administration)
de la Embajada de Estados Unidos en Bogotá, una dirección fingida de la CIA.
Tanto el colombiano como uno de los norteamericanos fueron encontrados
asesinados, los tres norteamericanos restantes se encuentran en manos de las
FARC.
20. El tope máximo de los militares de Estados Unidos ha sido aumentado a 500 en mayo de 2004, mientras se está discutiendo
eliminar totalmente el tope máximo de civiles contratados por CMP.
21. Flórez, Sandra Bibiana, “Mercenarios en Colombia: una guerra ajena”, en Proceso Nro. 1291, 29 de julio de 2001.
En vista de lo anterior, el gobierno estadounidense envió 50 soldados elite a
Colombia que deben prestar apoyo en la investigación y logística al ejército
colombiano en la búsqueda de «los secuestrados y sus secuestradores». Ante la
interpelación del Washington Post en cuanto a su posible participación en las
acciones de liberación, un portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores
contestó: «tendríamos la capacidad de hacerlo». Eso rompería el límite del
congreso, que incluye que las tropas estadounidenses no deben participar en
operaciones militares.
Con el envío se transgredió de igual forma el tope antes mencionado.
Aunque según las declaraciones de George Bush en total son sólo realmente 208,
el mismo Washington Post habla de 411 soldados norteamericanos.22 Sin
embargo, hasta finales de octubre de 2004 el gobierno de Estados Unidos no
tenía ninguna pista de los prisioneros.
DynCorp23
La CMP con más personal en la guerra colombiana es la DynCorp, que
también participa en las fumigaciones de cultivos de droga. Para ello tienen a su
disposición 88 helicópteros y avionetas del gobierno estadounidense. La misma
empresa estadounidense oculta la cifra total de sus empleados en el país. Otras
fuentes mencionan la cifra de 100 hasta 355, de los cuales menos que un tercio
serían ciudadanos norteamericanos. Un ex empleado declaró: «cuando yo
trabajaba allí, nuestra cifra aumentó de 120 a 450».24 Los ingresos de la
DynCorp aumentaron de 6,6 millones de dólares en 1996 a 30-40 millones
anuales a partir del 1999. Desde 1991, la empresa ha obtenido más de 300
millones de dólares en el marco de la campaña militar de Estados Unidos contra
el narcotráfico en Latinoamérica.
22. La cantidad total es probablemente mucho mayor. Así, desde enero de 2003 existen de manera oficial 70 soldados
norteamericanos de los Green Berrets en la región petrolera de Arauca. No obstante, según lo expresado por Jaime Caicedo (presidente
del PC colombiano) en entrevista personal de fecha abril de 2003, se contabilizaron unos 400 soldados norteamericanos uniformados
en el lugar.
23. Como referencia, véase el artículo de D. Drüssel incluido en este libro.
La sede principal de las operaciones andinas de la DynCorp se encuentra en
la Patrick Air Force Base (base de la fuerza aérea Patrick) en Florida. Allí se
pone a prueba a aquellos aspirantes que se hayan presentado por los anuncios en
la prensa y se distribuye el programa Colar (Colombian Army o Ejército
Colombiano) y Helas (Helicopter AssimilationUH-IN o Asimilación de
Helicópteros UH-IN). No son pocos los que se postulan; después de todo, un
piloto en la guerra de Colombia gana entre 75.000 y 90.000 dólares anuales.25
La sede principal de la DynCorp en Colombia se encuentra en el aeropuerto
El Dorado de Bogotá, otras ocho bases militares hacen las veces de «Puntos
Operativos de Protección Delantera» (FOL en inglés). Según el contrato, la
DynCorp emplaza pilotos y mecánicos, y lleva a cabo entrenamiento de pilotos,
vuelos de inspección y transporte de tropas para la destrucción de áreas de
cultivo y laboratorios de droga. Miembros de la DynCorp se hallan en los
aviones de inspección OV-10 D (Broncos) en Colombia, vuelan las aeronaves de
fumigación T-65 y acompañan las operaciones mixtas con la Policía colombiana
con grupos especiales en helicópteros. Estos Grupos de Búsqueda y Rescate
(Search and Rescue Teams, SAR) están compuestos a menudo por ex soldados
de elite del ejército estadounidense y se les encomienda la evacuación de
personal militar en situaciones de peligro, oficialmente sólo en la «guerra
antidroga». No obstante, un veterano de la DynCorp informó que son empleados
de igual forma en misiones de combate contra la guerrilla.26 Un piloto de
nacionalidad peruana de la DynCorp declaró: «Yo fui mercenario en Colombia,
porque era un trabajo a sueldo, para librar una guerra que no es mía (...). Se
trataba de una operación típica militar (...) normalmente nos contratan para
operaciones comerciales, pero cuando trabajamos para el ejército de Colombia,
la cosa es otra».27
24. Vest, Jasón, “States Outsources Secret War”, en The Nation, 4 de junio de 2002. 25. En EE UU en los riegos en la agricultura ganan
sólo 40.000 dólares.
En las fumigaciones de cultivos de droga los límites con las operaciones
militares son mas bien fluidos. Para protección, se dispara la zona con
ametralladoras desde el helicóptero en avanzadas que, acto seguido, acompañan
a las misiones con piezas armadas de artillería,28 ya que la guerrilla busca
proteger a los pequeños agricultores de coca de las fumigaciones, pues éstas son
parte de la guerra. Las fumigaciones destruyen todo tipo de cultivos y causan
daños severos y enfermedades, llegando hasta la muerte de campesinos y su
ganado. Incluso se fumigaron regiones sin cultivos de coca.
La DynCorp niega una participación en operaciones de combate, pese a que
ésta se hizo evidente cuando, el 18 de febrero de 2001, las FARC derribaron a
balazos un helicóptero de la Policía que acompañaba a una fumigación en
Caquetá, al Suroeste de Colombia. Después de un aterrizaje de emergencia, un
grupo SAR de la DynCorp evacuó al piloto y a sus acompañantes. Los cuatro
salvadores estadounidenses armados con ametralladoras M-16 libraron combates
con la guerrilla, y otros dos helicópteros con personal estadounidense dieron
fuego de cobertura. El piloto de la DynCorp evacuado del helicóptero de la
Policía derribado –que tampoco era colombiano– y otro miembro de la
tripulación usaron pistolas y un lanzagranadas. Por lo menos ocho
«evacuaciones calientes» fueron supuestamente efectuadas por los grupos SAR
en los últimos seis años.
26. Jason 2002.
27. Flórez 2001.
28. Ídem.
Violencia privatizada al servicio de las compañías transnacionales
Ya que las Compañías Transnacionales (CTNs) necesitan «seguridad de
inversión», éstas trabajan (en situaciones de guerra) en conjunto con las Fuerzas
Armadas para proteger sus plantas e intervenir directamente en la guerra.
Además, la utilización de grupos paramilitares al servicio de intereses
capitalistas particulares es también común en Colombia. Más de 2.000
sindicalistas han sido asesinados durante los últimos 15 años. El jefe paramilitar
Carlos Castaño admite francamente: «Asesinamos a los sindicalistas porque no
dejan trabajar a la gente».
El primer caso conocido es el de la participación de la empresa petrolera
Texaco en la organización de grupos paramilitares en la zona de Puerto Boyacá a
partir de 1983. Las empresas bananeras multinacionales en la región de Urabá
lograron acabar con todo el trabajo sindical en las plantaciones asesinando a más
de 400 sindicalistas por medio de paramilitares entre fines de los ochenta hasta
mediados de los noventa. A principio de la década de los noventa, los sindicatos
acusaron a la CTN suiza Nestlé de haberse servido de paramilitares para liquidar
a sus representantes en las negociaciones por el contrato colectivo. La misma
acusación fue levantada también en contra de Drummond Coal (la más grande
compañía minera activa en el país) que en el año 2003 exportó 14 millones de
toneladas de carbón.29 Se acusa a la multinacional estadounidense de «haber
suministrado dinero, víveres, combustible, armamento y tierras para cuarteles a
los paramilitares de las AUC (Autodefensas Unidas de Colombia). A cambio de
ello, la AUC ejerce una violencia extrema, tortura y asesina a sindicalistas para
evitar que éstos operen en estas empresas».30 El 14 de abril de 2003 se admitió
una demanda presentada por la Fundación Internacional para los Derechos
Laborales (International Labour Rights Foundation) en nombre del sindicato de
mineros y familiares de los asesinados ante una corte laboral en Alabama,
Estados Unidos. La corte se refirió a los paramilitares como «actores
estatales».31
29. Colombia es el cuarto exportador mundial de carbón y exporta entre 30 a 40 millones de toneladas anuales, con un valor total
de 990 millones de dólares en el año 2002.
30. En una carta del senador estadounidense Patrick Leahy al secretario general de justicia John Ashcroft en marzo de 2003.
Oxy, AirScan y el ejército de Estados Unidos
Siendo el quinto proveedor de petróleo más grande de Estados Unidos,
Colombia adquiere un papel importante en la política exterior de Washington. La
corporación privada estadounidense de servicios secretos Stratfor afirmó a fines
de 2002 «que la mayor prioridad para el gobierno de Bush es la protección de las
regiones petroleras de Colombia (...) y la seguridad de otras regiones rurales en
donde se presuma la existencia de yacimientos de crudo, para que así las
empresas estadounidenses puedan iniciar sus perforaciones de exploración bajo
condiciones seguras».32
Un 20% del petróleo colombiano es extraído en el campo petrolero Caño
Limón ubicado en el departamento de Arauca, al nororiente en la frontera con
Venezuela, y es bombeado a través de un oleoducto cientos de kilómetros hacia
el puerto caribeño de Coveñas. La mitad de esta cantidad va hacia Estados
Unidos. Las empresas que manejan los pozos y el oleoducto son la multinacional
estadounidense Oxy y la colombiana Ecopetrol. Allí se encuentra también el
territorio reconocido de los indígenas U’Wa que se han resistido durante una
década a las perforaciones exploradoras de la Oxy, quien los oprime por medio
del ejército colombiano y los paramilitares.
31. La demanda es por «conspiración con paramilitares» relativa al asesinato en marzo de 2001 del presidente y el vicepresidente
del sindicato, y seis meses después del nuevo presidente.
32. El petróleo es el principal objetivo de Estados Unidos en Colombia, según agencia de información en El Tiempo, 30 de octubre de
2002.
Debido a que el oleoducto durante los últimos años ha sido saboteado por
medio de cientos de atentados de la guerrilla, el gobierno estadounidense
concedió 88 millones de dólares para su protección militar en el año 2003: más
helicópteros de guerra para la XIII Brigada del ejército, construcciones de
búnkeres y la capacitación de tropas colombianas por parte del ejército de
Estados Unidos. Para el año 2004 se tienen previstos 110 millones de dólares en
apoyo militar para la protección. Una subvención de casi tres dólares por cada
barril de petróleo-Oxy.
La vigilancia de los campos de extracción y del oleoducto le corresponde a la
CMP AirScan de Florida. Sus equipos de trabajo vuelan Cessnas 337
(Skymaster) con cámaras de vigilancia de video y de infrarrojo, e informan al
ejército sobre presencia y movimientos guerrilleros. Pilotos que han trabajado en
eso informan que han «operado frecuentemente como apoyo secreto a las
patrullas antiguerrilla y han seleccionado objetivos militares, incluso celebraban
muertes si un piloto de la aviación militar volaba exitosamente una unidad de la
guerrilla».33 El 18 de diciembre de 1998, varios helicópteros de la aviación
colombiana atacaron a presuntas unidades de las FARC, ubicadas en Santo
Domingo a unos 50 kilómetros de distancia del oleoducto. Dieciocho habitantes
del pueblo, entre ellos siete niños, murieron bajo el fuego de las ametralladoras o
fueron acribillados por las bombas-racimo. El ejercitó responsabilizó a las FARC
por este hecho.
En mayo de 2000, una investigación del FBI confirmó la utilización de una
bomba racimo estadounidense y la tripulación del helicóptero fue inculpada por
múltiple asesinato. El piloto colombiano y su copiloto reconocieron haber
lanzado las bombas, sin embargo, los objetivos habrían sido establecidos por
AirScan.34
33. Miller, Y. Christian “A Colombian Village Caught in a Cross-Fire”, en Los Angeles Times, 17 de marzo de 2002.
34. Penhaul, Karl “Colombia: Americans Blamed in Raid”, en San Francisco Chronicle, 15 de julio de 2001.
A causa de que en el video de la misión faltaba la pista sonora y los
paramilitares asesinaron al testigo más importante (que estaba dispuesto a
declarar en contra del ejército), las investigaciones casi no avanzaron. E incluso
cuando el diario colombiano El Tiempo publicó el 25 de enero de 2003 una
trascripción de la reaparecida banda sonora que ratificaba las declaraciones de
los pilotos colombianos, no se interrogó ni a los tres pilotos estadounidenses ni a
los empleados de AirScan.
La Oxy apoyó la operación de manera decisiva en la medida en que «facilitó
el transporte de tropas, la cooperación en la planificación y el combustible para
la aviación colombiana, e inclusive para la tripulación del helicóptero inculpada
en el bombardeo».35 Los aviones de AirScan y los helicópteros de combate
despegan y aterrizan en el campo petrolero de Caño Limón. Allí se encuentra
también la base de acción equipada técnicamente por la Oxy, en la cual los
pilotos de la AirScan en la respectiva mañana mostraron a los militares la
grabación en video del primer vuelo de reconocimiento.36
También en otras ocasiones el apoyo de la Oxy al ejército resultó generoso.
La Oxy y sus filiales pusieron a disposición de la XVIII Brigada militar
helicópteros para el transporte de tropas, combustible, uniformes, autos y
motocicletas. Esa brigada es tristemente célebre por ajusticiamientos
extralegales, graves violaciones de los derechos humanos e indolencia con
respecto a los paramilitares.
La Oxy financia incluso un mejor abastecimiento de la unidad para reforzar
la moral de la tropa. También dinero en efectivo, casi 150.000 dólares anuales,
en total un apoyo de más de 750.000 dólares al año. No obstante, la Oxy declara
que en el momento del bombardeo «no tenía nexos contractuales con los pilotos
o el avión». Esto es cierto en el sentido formal, pues aunque Oxy financia el
avión Skymaster, la CMP ya no lo costea directamente. Ahora la compañía
asociada Ecopetrol paga a la aviación militar colombiana, que a su vez cancela a
AirScan.37
35. Miller, 2002. 36. Ídem.
British Petroleum y DSL
La British Petroleum (BP) explota los campos petroleros de Cusiana en el
oriente de Colombia, y tiene participación determinante en el consorcio Ocensa
que maneja el oleoducto de 800 kilómetros de largo que va desde Cusiana hasta
el puerto de Coveñas. La BP y Ocensa comisionaron a comienzos de los años
noventa la Defense System Colombia (DSC - Sistema de defensa Colombia),
una empresa –hija de la británica Defense System Ltd (DSL)–, con la seguridad
de los campos de extracción y del oleoducto durante la construcción y posterior
a ella. La BP se preocupaba tanto por los atentados del ELN como también por la
central obrera izquierdista y fuerte Unión Sindical Obrera (USO).
Para el DSC, el ex oficial del servicio secreto británico Roger Brown, asumió
el lineamiento de las medidas de seguridad. Brown adquirió en 1997 armas para
el ejército –financiadas por Ocensa– a través de la empresa de seguridad israelí
Silver Shadow, que también participó en la elaboración del concepto de
seguridad. Se trató de equipo sofisticado para la guerra antiguerrilla, entre otros
tecnología de vigilancia y vehículos aéreos no tripulados para inspección. Aparte
de lo anterior, se entrenaron unidades policíacas y del ejército en tácticas de la
lucha contrainsurgente y guerra psicológica.
Amnistía Internacional manifiesta lo siguiente: «Lo que es especialmente
alarmante es que DSC/Ocensa haya comprado material militar para la XIV
Brigada del ejército colombiano, que tiene un historial atroz de violaciones de
derechos humanos». En ese momento había una investigación en contra de la
brigada del ejército
37. Penhaul, 2001.
por complicidad en una masacre de 15 civiles y conexiones con los
paramilitares. Amnistía también calificó como preocupante la relación con
empresas de seguridad israelíes, «dado que en el pasado esas empresas han
proporcionado mercenarios de nacionalidad israelí, británica y alemana para
adiestrar a organizaciones paramilitares que actúan bajo el control de la XIV
Brigada». Los mismos paramilitares eran responsables ya durante la
construcción del oleoducto de la muerte de 140 personas sólo en la región
alrededor de Segovia. Este hecho afectó principalmente a activistas de
organizaciones sociales, políticas y sindicales, así como también a comité local
para los derechos humanos en su conjunto.
Amnistía tiene una explicación para eso, pues la estrategia para la seguridad
del DSC se apoya «en informantes muy bien pagados cuya misión es reunir de
forma encubierta “información secreta” sobre las actividades de la población
local de las comunidades por las que pasa el oleoducto e identificar a posibles
“subversivos” dentro de esa comunidades», afirmó Amnistía Internacional. Aún
más preocupante es que esta información secreta es, según informes, trasmitida
después por Ocensa a los militares colombianos que, junto con sus aliados
paramilitares, han elegido frecuentemente a los considerados subversivos como
víctimas de ejecución extrajudicial y «desaparición».38
Cuando el negocio de las armas salió a la luz pública en 1997, la Ocensa no
extendió el contrato con el DSC, y Brown tuvo que renunciar a su cargo en la
DSC. Sin embargo, en su lugar llegó el general colombiano inactivo Hernán
Guzmán Rodríguez, que supuestamente fue responsable de un grupo paramilitar
que perpetró 149 asesinatos entre 1987 y 1990. Asimismo, la BP extendió el
contrato con el DSC.
38. Amnesty International, “Amnesty International Renews calls to Oil Companies operating in Colombia to respect human
rights”, AI Index: AMR 23/79/98, 19 de octubre de 1998.
En octubre de 1998 el Parlamento de la UE aprobó una resolución en la que
se condenaba el financiamiento de escuadrones de la muerte por parte de la BP.
El sindicato USO, que es regularmente objetivo de asesinatos paramilitares y de
acusaciones jurídicas, sigue denunciando acciones de espionaje en su contra.
Coca-Cola y las AUC
«En Coca Cola una y otra vez durante los últimos
años ha habido abusos contra trabajadores organizados
sindicalmente. Los métodos van desde intimidaciones,
secuestros y torturas hasta la muerte. En una celebración
donde había mucho alcohol en 1996, Mario Mosquera,
gerente de la empresa Panamco (la embotelladora colombiana de la Coca Cola)
en Carepa anunció a voz en
grito que acabaría con el sindicato con ayuda de los paramilitares. Desde
entonces se han asesinado en Carepa
a varios activistas sindicales y los paramilitares se movi
lizan sin ser molestados por las áreas de la empresa»,39 según las
afirmaciones de un activista del Sindicato Nacional de Trabajadores de la
Industria de Alimentos, Sinaltrainal.
Asimismo, los paramilitares de la AUC entran y salen de la empresa
embotelladora de Panamco en Bancabermeja, y dejan cartas amenazadoras a
sindicalistas activos. Esto sucede bajo el encubrimiento de la gerencia local.
Cuando la AUC protestó en el año 2001 contra la desmilitarización de la región
y las conversaciones con el ELN por medio de bloqueos de carreteras, Coca Cola
suministró las bebidas a los manifestantes.
Con ayuda de los paramilitares se agilizaron también los procesos de
desregulación, como describe en forma impresionante un miembro de
Sinaltrainal: «A principios de los años noventa trabajaban en las sucursales de la
Coca Cola de Colombia más de 10.000 trabajadores aproximadamente, todos
disponían de contratos ilimitados y de un ingreso promedio de 600 a 700 dólares.
Actualmente, luego de una reestructuración fundamental de la empresa, sólo
unos 2.500 trabajadores mantienen contratos con Coca Cola y apenas 500 de
esos contratos son fijos, los 7.500 restantes son empleados por las filiales. Su
ingreso mensual promedio es de sólo unos 150 dólares. Las anteriormente
buenas condiciones laborales de Coca Cola en comparación con otras empresas
colombianas, en sólo 10 años cambiaron todas a peor. Para imponer esto debió
ser desmantelado el movimiento sindicalista, entre otros, que combatía esas
condiciones y la reestructuración planteada. Durante dos huelgas en 1995 y 1996
fueron asesinados siete de nuestros líderes sindicales de la Coca Cola en
Colombia, más de 50 debieron abandonar sus regiones y más de 6.000 de los
10.000 empleados totales han sido intercambiados en el transcurso de la década
pasada. El número de nuestros miembros en Coca Cola disminuyó de los 2.500
anteriores a unos 500».40
39. Azzellini, Dario, “Kolumbien: 150 Dollar Monatslohn statt 600”, Interview mit einem Coca Cola Gewerkschafter, Mai 2002,
http://www.labournet.de/internationales/co/ccdario.html.
El 31 de agosto de 2002, fue asesinado un sindicalista de la Coca Cola:
Adolfo de Jesús Múnera López vicepresidente de la Central Unitaria de
Trabajadores de Colombia (CUT) en la región del Atlántico y que ejercía
funciones de suplencia en Sinaltrainal. Durante años, fue vejado y amenazado.
En 1997, el ejército derribó su casa, tuvo que huir y fue despedido por no
presentarse a su lugar de trabajo. Tras un procedimiento judicial con varias
instancias, el Tribunal Supremo de Justicia se pronunció por un deber de
readmisión. Diez días después Múnera fue asesinado a tiros por los
paramilitares.
El 30 de marzo de 2003 fue admitida una demanda de Sinaltrainal contra la
empresa embotelladora latinoamericana Panamericana Beverages Inc. y la
colombiana
40. Azzellini, 2002.
Panamco y Bebidas y Alimentos ante una corte federal estadounidense en
Miami. El sindicato quiere ahora extender la demanda a la empresa madre Coca
Cola. Ésta y sus empresas embotelladoras, según la demanda, utilizan grupos
paramilitares para evitar el trabajo sindical y desmantelar los sindicatos.
Paracos, mercenarios y empresas de armas
Entre los paramilitares se encuentran igualmente numerosas conexiones con
empresas de mercenarios y de armas. En abril de 2002 se conoció que GIR S.A,
una empresa filial de la estatal Israel Military Industries Ltd. (IMI) con sede en
Guatemala, había proporcionado 3.117 fusiles de asalto AK-47 (Kalashnikov) y
2,5 millones de cartuchos a los paramilitares a fines de 2001.41
Ya en 1988 la IMI había suministrado 500 fusiles automáticos al cartel de
Medellín, que entonces participaba en la construcción de grupos paramilitares.
El papel central lo desempeñaba el mercenario israelí y comerciante de armas
Yair Klein (y su empresa Spearhead Ltd.), quien formó también a la contra
nicaragüense en Honduras en los años ochenta. Klein, reservista del ejército
israelí, fue condenado en Israel por exportación ilegal de armas hacia Colombia
en 1991. Klein llegó a este país en 1986 por iniciativa de la asociación
empresarial Uniban (Unión de Bananeros). Según la fiscalía colombiana Uniban
contactó con Ytzhak Maerot Shoshani, que vendía armas al Ministerio de la
Defensa colombiano como representante de una empresa israelí de armamento.
Shoshani se puso en contacto con Yair Klein, que entró a Colombia con ayuda
estatal y su paso de frontera no fue registrado en el aeropuerto. Klein formó
entre otros a los paramilitares que cometieron varias masacres en plantaciones de
bananos en marzo de 1988. Un testigo declaró que los mercenarios alrededor de
Klein habían recibido por parte de Uniban y algunos narcotraficantes 800.000
dólares por su trabajo.
41. Tercero, Eduardo Marenco, “Militares incas en radar antiterrorista de Estados Unidos”, en La Prensa, Managua, 23 de enero de
2003.
Paramilitares como brazo armado de las elites
Los paramilitares están organizados a nivel nacional en su mayoría en la
organización central AUC y comprenden más de 13.000 armados. Este ejército
ilegal, cuyos y cuyas combatientes cobran un salario mensual de ensueño para
Colombia, 500 dólares, es financiado en un 70% por el narcotráfico,42 y a ello se
agregan pagos de diversas compañías. El objetivo primario de los paramilitares
es la destrucción física de cualquier oposición. Así la Unión Patriótica (alianza
electoral socialista fundada con la participación del Partido Comunista) perdió
en casi 13 años unos 4.000 miembros o asesinados por los paramilitares.
Los paramilitares evitan combates directos con la guerrilla. Sus ataques son
dirigidos principalmente a civiles desarmados, campesinos, sindicalistas,
activistas de los derechos humanos, miembros de partidos y organizaciones de
izquierda, en fin, todas las iniciativas de autoorganización y bajo el concepto
sintomático de «limpieza social» también atacan a pequeños criminales,
indigentes, niños de la calle, homosexuales, trabajadoras del sexo y artistas
callejeros entre otros. Para sembrar el terror, los paramilitares actúan con la
violencia más extrema, torturan a sus víctimas y muchas veces las descuartizan
vivas con motosierras. Al mismo tiempo obligan al resto de la comunidad a
observar estos atropellos y prohíben bajo amenaza de muerte enterrar los
cuerpos.
42. La guerrilla también es inculpada de narcotráfico, aunque esto obedece básicamente a la legitimación de la guerra. El ELN
rehúsa cualquier conexión con el narcotráfico. Las FARC se han «involucrado» en la producción de coca y grava la compra de ésta y
de su pasta en las zonas bajo su control. Incluso el jefe de la DEA Donnie Marshall debió admitir en octubre de 2001: «No existen
pruebas de que alguna unidad de las FARC o del ELN haya establecido redes internacionales para el transporte, para la preparación de
grandes cantidades de drogas, o sistemas de lavado de dinero por el narcotráfico en Estados Unidos o Europa» Sánchez, Álvaro,
“Kolumbien: Gewalt Drogen und Paramilitärs”, Manuscrito, sin año».
Los paramilitares son el comodín en la imposición de los intereses de la
oligarquía, militares, gobierno, narcotráfico y compañías transnacionales,
quienes no existirían sin su protección. Los paramilitares no poseen un programa
político a excepción de la defensa de las estructuras de poder existentes y los
intereses de la economía privada. O como lo expresó el dirigente paramilitar
Carlos Castaño en una entrevista con Radio Caracol el 4 de febrero de 2003:
«Nosotros respetamos la propiedad privada, respetamos las inversiones
extranjeras, respetamos la economía nacional».
El terror a los paramilitares y la necesidad de los narco empresarios del
lavado de dinero –luego de la apertura de mercados– han promovido la
agroindustria orientada hacia la exportación y otras florecientes ramas
económicas. Una verdadera contrarreforma agraria fue encauzada por el
desplazamiento y el robo. La oficina de Naciones Unidas para el control de las
drogas y la prevención del crimen estima que los narco empresarios se han
apropiado de 44.000 kilómetros de tierras, casi el 40% de las áreas cultivables de
Colombia.
Frecuentemente la población es expulsada de las regiones donde se han
planificado sus mega proyectos. Por una parte eso facilita los trabajos previstos,
y por otra, las tierras robadas ofrecen ganancias especulativas de ensueño. De
esta forma, la familia Castaño es propietaria de unos 1,2 millones de hectáreas
de tierras en el municipio de Valencia, a unos 30 kilómetros donde empezó la
construcción de la hidroeléctrica del Urrá en 1997 y donde eventualmente se
hará una conexión interoceánica para unir con una vía de transporte el Pacífico y
el Atlántico.
Los orígenes de los paramilitares se remontan a mucho tiempo atrás. En
algunas regiones funcionaron desde los años cincuenta como brazo armado de
las elites locales y regionales.
A partir del comienzo de los años sesenta, se formó a la Policía y al ejército
en conformidad con la doctrina de seguridad nacional de Estados Unidos y la
conducción de la guerra de baja intensidad. En esta estrategia, con el
«comunismo» y la «subversión», el «enemigo interno» está en el centro de
interés. Así durante los años sesenta se promulgaron decretos y leyes que le
dieron una base legal al establecimiento de «grupos de autodefensa». El ejército
y la Policía comenzaron a entrenar y a armar grupos en las zonas de conflicto
con la intención de involucrar más a la población en los enfrentamientos y
apoyar a los órganos de seguridad del Estado.
A mediados de los años setenta se originaron los escuadrones de la muerte
dirigidos directamente por el ejército, así como la Alianza Anticomunista
Americana (AAA), que llevó a cabo atentados con bombas, secuestros y
asesinatos de representantes de izquierda. La AAA fue fundada por el ex
comandante general del ejército Harold Bedoya Pizarro. Bedoya, exagregado
militar de la Embajada colombiana en Estados Unidos, alumno de la escuela
militar estadounidense School of Americas en Fort Benning (Georgia) y más
tarde empleado en la misma como instructor, estuvo envuelto durante toda su
carrera en actividades paramilitares y graves violaciones de los derechos
humanos, sin haber sido nunca demandado por ello. Junto a él participaba
también Iván Ramírez, quien investigaba a fines de los noventa una división de
la fiscalía general por sus conexiones con los paramilitares y con la CIA.
Los grupos de la región Valle del Cauca formaron la base sobre la cual se
crearon los escuadrones de la muerte en Puerto Boyacá desde 1980-1981, que
velaban por los intereses del poder político local, algunos empresarios del
Magdalena Medio, de la Texas Petroleum Company y los narcotraficantes de
Medellín. Uno de los primeros grupos es el MAS (Muerte a los Secuestradores).
59 de sus 163 integrantes eran militares, según declaraciones del fiscal general
Carlos Jiménez Gómez. El narcotraficante Gonzalo Rodríguez Gacha cooptó
finalmente al MAS y exportó el modelo a otras regiones.
«En su anticomunismo galopante y con el apoyo de sectores de la Fuerza
Pública y del narcotráfico, Gonzalo Rodríguez Gacha y Jairo Correa, extienden
el dominio del grupo de Boyacá a otros municipios principalmente, durante el
período 1985 a 1987. A partir de ahí la expansión se dará hacia el Nordeste
antioqueño: Córdoba, Urabá, Bajo Cauca antioqueño con el apoyo de Fidel
Castaño, con el beneplácito y la colaboración de múltiples ganaderos, así como
de industriales del narcotráfico», según describe el proceso la organización de
derechos humanos Indepaz.43
El paramilitarismo siguió extendiéndose hasta 1990. La muerte de Rodríguez
Gacha en 1989 y los conflictos internos en el cartel de Medellín entre Pablo
Escobar y Fidel Castaño (apoyado por otros capos) debilitaron estos esfuerzos
entre 1990 y 1993. Sin embargo, los paramilitares y los narcotraficantes
encontraron nuevos aliados: la DEA, la CIA, y la NSA (National Security
Agency o Agencia de Seguridad Nacional)
Estados Unidos comenzó en 1992 a cooperar en una operación de 15 meses
por parte de la Policía colombiana para el apresamiento de Pablo Escobar,44 que
culminó en diciembre de 1993 con su muerte. Y contribuyeron con la formación,
capacitación y apoyo de una unidad especial de la Policía, el Bloque de
Búsqueda, que sostuvo estrechas relaciones con el grupo paramilitar «Los
Pepes» (perseguidos por Pablo Escobar), que apareció a partir de febrero de
1993. Fue fundado por miembros del cartel de Cali y los adversarios de Escobar,
entre ellos Alberto Uribe Sierra, padre del actual presidente, para luchar contra
Escobar.45
43. Centro de Documentación de Indepaz, “Antecedentes de las Autodefensas Unidas de Colombia”, en: Boletín de Indepaz, Nr.
13, febrero de 2003. Fidel es el hermano de Carlos Castaño y presuntamente resultó muerto hace unos años.
44. P. Escobar no estaba aliado con la oligarquía colombiana y no quería someterse a la estrategia estadounidense. El contexto
general no puede ser ilustrado con mayor precisión aquí.
Ya desde 1993 el fiscal general Gustavo de Greiff presentó pruebas a Estados
Unidos de que diferentes altos oficiales del Bloque de Búsqueda trabajaban
estrechamente en conjunto con Los Pepes. La pruebas hubieran sido suficientes
para acusarlos por corrupción, narcotráfico, tortura, secuestro y quizá también
asesinato, sin embargo no fue así. Joe Toft, entonces jefe de la DEA en Bogotá,
se expresó muy claramente en un documento del 3 de agosto de 1993: «El
testimonio de los testigos indica que algunos miembros del Bloque y de Los
Pepes, no sólo estaban llevando a cabo operaciones conjuntas, algunas de las
cuales resultaron en secuestros y posibles asesinatos, sino que eran más bien los
jefes de Los Pepes los que ordenaban los disparos y no la Policía». En otro
informe de la DEA de 22 de febrero de 1993, el agente Javier Peña describe una
redada del Bloque de Búsqueda guiada por Fidel Castaño.46 Peña, entonces
enlace de la DEA con Los Pepes, pertenece hoy a la dirección de la DEA en
Bogotá.
Después de la muerte de Escobar, Los Pepes se convirtieron en el pilar
central de la organización paramilitar de los hermanos Castaño. A partir de 1994
entraron de nuevo en la ofensiva. Carlos Castaño fundó las ACCU como fuerza
regional en Córdoba y Urabá. En la segunda mitad de los años noventa se siguió
expandiendo el modelo, y finalmente todos los grupos confluyeron bajo la
organización central única AUC.
La cooperación con el ejército es extensa, así lo demuestran innumerables
ejemplos como la masacre de Mapiripán. En la mañana del 15 de julio de 1997,
300 paramilitares de las AUC de Urabá alcanzaron la pobla
45. Castillo, Fabio, Los jinetes de la Cocaína, Centros de Estudio del Espectador, 1988, p. 72.
46. Serrano, Pascual, Se confirma la financiación y apoyo de Estados Unidos a grupos paramilitares colombianos, 5 de diciembre de
2000, www.rebelion.org.
ción en el departamento del Meta. En seis días asesinaron a 48 personas de
forma bestial, las decapitaron, las descuartizaron y las arrojaron al Río Guaviare.
El ejército llegó a Mapiripán justo cuando ellos ya se habían retirado. Al mismo
tiempo a unos pocos kilómetros de distancia en el campo Barrancón del ejército,
finalizaba un entrenamiento de fuerzas especiales. Estaba presente toda la cúpula
del ejército colombiano y algunos oficiales estadounidenses. Anteriormente en
ese lugar47 unidades especiales de Estados Unidos habían entrenado durante
meses a la II Brigada Móvil y a los paramilitares. Declaraciones y documentos
demuestran que un oficial del servicio secreto de la esa brigada coordinó la
llegada de los paramilitares y que otros dos militares fletaron los aviones en los
que viajaron más de 100 paramilitares hasta el aeropuerto –controlado por el
ejército– San José de Guaviare.48 El general que en ese entonces dirigía la VII.
Brigada del ejército fue informado por vía escrita y telefónica del ataque, sin
hacer nada al respecto.
El Plan Colombia cuadruplicó finalmente el número de soldados
profesionales y multiplicó por veinte los helicópteros del ejército, aviones de
inspección y consejeros militares mientras que el número total de los
paramilitares que acogían satisfactoriamente al plan aumentó de 5.000 a 12.500.
En los territorios definidos por el Plan Colombia como zonas prioritarias los
paramilitares están también particularmente activos.49 Según un paramilitar
entrevistado por el Boston Globe, el Plan no hubiese sido viable sin los
paramilitares. La estrategia conjunta fue acordada entre ellos y el ejército. De
igual forma, el ex defensor del pueblo para los Derechos Humanos de la ciudad
de Puerto Asís, Germán Martínez, observa este hecho en forma similar: «El
fenómeno paramilitar en Putumayo es la punta de lanza del Plan Colombia para
hacerse con el control territorial de las áreas que han de ser fumigadas».50
47. Alvan: Denuncia Luis Guillermo Pérez, del colectivo de Abogados, en: ANN, 31 de marzo de 2000.
48. Forero, Juan: Colombia Massacre’s Strange Fallout, en: New York Times, 23 de febrero de 2001.
49. Rütsche, Bruno (Grupo de trabajo: Suiza-Colombia): Kolumbien – am Abgrund eines offenen Krieges, September 2001.
Los paramilitares se han apropiado simultáneamente de la mayor parte del
negocio de la droga, controlan las rutas claves del narcotráfico, el lavado de
dinero y con ello el 70% de las exportaciones de droga.51
En el año 2001 los paramilitares comenzaron a colocar progresivamente en
la mira a centros urbanos. Asimismo la ciudad Barrancabermeja, al norte de
Colombia, de 400.000 habitantes, es ocupada de facto por las AUC luego de
varias masacres posibilitadas por el ejército. Las AUC patrullan las calles libre y
abiertamente e imponen sus reglas. La organización política y social es casi
imposible, cientos de activistas cayeron como víctimas de las «limpiezas».
Los grupos paramilitares se componen también en parte, por militares. Las
FARC y el ELN presentaron, luego de un ataque a cinco campos paramilitares en
el sur de Bolívar en el año 2001, varios documentos de identificación de
soldados de carrera activos que fueron encontrados entre los paramilitares
muertos, entre ellos un líder.52
En los últimos años, los paramilitares han operado igualmente de forma
creciente en Ecuador, Panamá y Venezuela. Ellos atacan, amenazan, asesinan y
desplazan a la población en las zonas fronterizas. Esto cumple con el interés del
gobierno estadounidense de ejercer presión a los países vecinos para militarizar
sus fronteras.
50. Serrano, Pascual: Los paramilitares colombianos reconocen que operan en coordinación con las fuerzas del Plan Colombia,
17 de mayo de 2001,www.rebelion.org.
51. Zelik, Raul: Ursachen der Gewalt, en: Zelik, R. / Azzellini, D.: Kolumbien - Große Geschäfte, staatlicher Terror und
Aufstandsbewegung, 1999.
52. Emanuelsson, Dick: «La trinchera se convirtió en tumba de los paracos», en: Voz Nr. 2079, 31 de enero al 6 de febrero de 2001.
El 10 de septiembre de 2001 el gobierno de Estados Unidos colocó a la AUC
en su «lista de grupos terroristas».53 Sin embargo, este hecho no tuvo
consecuencias directas. No se buscó ni se persiguió a Castaño, pues él representa
una figura igualmente clave para Estados Unidos, quien ofreció repetidas veces
en años anteriores hacer que los narcotraficantes colombianos se sometan, y
éstos se encontraron varias veces por su iniciativa. En marzo de 2000 fue
capturado el ex fotógrafo de moda e informante de la DEA, Baruch Vega, que
había organizado numerosos encuentros entre la DEA y narcotraficantes
colombianos para negociar su reintegración a cambio de pagos millonarios y el
abandono del negocio de la droga.54 Según el ELN son ya más de un centenar de
sometidos los que han pagado fianzas individuales que oscilan entre 10 y 20
millones de dólares, a cambio reciben varias docenas de visas de residente para
vivir e invertir sus capitales en Estados Unidos».55
Durante la primavera de 2001, Carlos Castaño renunció a ser el líder militar
de las AUC y se convirtió poco después en su “líder político”. Salvatore
Mancuso fue nombrado nuevo líder militar de las AUC y se instituyó un Estado
Mayor de 10 personas (incluyendo a Mancuso). A mediados de 2002 las AUC
fueron disueltas formalmente y presuntamente reorganizadas sin la participación
de los bloques implicados en el narcotráfico y graves violaciones a los derechos
humanos. Un paso para posibilitar una imagen limpia en las negociaciones con
el gobierno.
53. En cuanto a las razones que tuvo Estados Unidos para hacerlo existen algunas especulaciones: estrategia de relaciones públicas,
presionar más la legalización, etc., ante todo se considera seguro que eso no hubiera sucedido un día más tarde.
54. Valencia, Alirio Bustos: Alta traición de la DEA, en: El Tiempo 13 de septiembre de 2000.

55. Beltrán, Pablo: Los secretos mejor guardados de la guerra civil colombiana, sin año apróx. Octubre 2000, http://www.eln-
voces.com/.

El Para-Narco-Estado
Luego de las elecciones para el congreso en marzo de 2002, Salvatore
Mancuso anunció que las AUC habían alcanzado su primer «éxito», ya que más
del 35% de los 268 diputados que ingresaron por diferentes partidos o como
candidatos regionales serían sus representantes. En abril ganó las elecciones a la
presidencia el candidato de extrema derecha y formalmente independiente
Álvaro Uribe Vélez. Una de las primeras felicitaciones que recibió provino de
las AUC. Es un «presidente digno» dijo Mancuso, conocido personal de Uribe.
Ya desde antes, los paramilitares habían condecorado a Uribe como «su
candidato», sus oficinas de campaña electoral se encontraban incluso en los
campamentos de las AUC. Luego de cinco décadas, el ala más sanguinaria de la
oligarquía de la extrema derecha consiguió conquistar el poder estatal y colocar
al presidente.56
Álvaro Uribe mantuvo, por lo menos desde 1981, contactos intensivos con
narcotraficantes y paramilitares. Su padre era inclusive narcotraficante. Uribe
hijo entró en el negocio a principios de los años ochenta como Alcalde de
Medellín, durante el tiempo de Pablo Escobar (en esa época compañero de
partido de Uribe y hasta obtuvo para entonces un puesto de diputado para los
liberales). A principios de los años noventa, como director de la administración
de aviación civilorepartió con ahínco licencias y autorizaciones de vuelo a
colaboradores del cartel de Medellín. En su periodo como senador de la
república pertenecía al bloque de los diputados leales a los barones de la droga,
que impedían cualquier ley en su perjuicio.57
56. Los resultados electorales no dicen mucho. En las elecciones del congreso de 23,9 millones de electores sólo participaron 10
millones. 1,4 millones de votos eran inválidos, en blanco o abstenciones. Muchos de los votos para Uribe en las regiones rurales fueron
conseguidos a la fuerza por los militares. En 248 casos se investigó por fraude electoral, y fiscales y autoridades electorales dieron a
conocer la existencia de cuatro millones de credenciales electorales de fallecidos.
57. Contreras, Joseph: Biografía no autorizada de Álvaro Uribe Vélez, 2002.
Entre el 1995 y 1997, como gobernador de Antioquía, Uribe fomentó los
paramilitares legales fuertemente armados, semi-privados pero formados por el
servicio secreto militar Convivir. Durante el mandato de Uribe, los Convivir
desplazaron a más de 200.000 personas y asesinaron a miles.58 Cuando
posteriormente fueron prohibidas a fines de 1997, se fusionaron con las AUC.
Cínicamente, Uribe se jacta hasta hoy de haber logrado la tranquilidad en «su
región».
Uribe apuntó desde un primer momento a una intensificación de la guerra.
Cinco días después de la toma de posesión, decretó un estado de excepción que
ha permanecido en vigor ininterrumpidamente. Esto encomienda competencias
civiles al ejército y suprime derechos civiles vigentes formales de manera
fáctica. 26 departamentos al norte del país y tres en el Arauca fueron colocados
bajo el control directo del ejército como áreas especiales de seguridad
denominadas «Zonas de Rehabilitación y Consolidación». El gobierno inició a lo
largo de todo el país la construcción de una red de informantes que debe incluir a
un millón de personas (parte de ellas provistas de armas de guerra) en las
estructuras de información del ejército. Adicionalmente, el gobierno amplió el
ejército de 168.000 soldados con 30.000 nuevos soldados de carrera, y empezó a
capacitar entre 20.000 y 30.000 «soldados campesinos», un tipo de «protectores
de aldeas», paramilitares legales que viven en sus comunidades de origen. El
servicio militar obligatorio fue extendido a seis meses y anunció que 10.000
reservistas del ejército y 20.000 policías pensionados iban a ser reintegrados a
las estructuras de defensa.
El 1 de diciembre de 2002, gran parte de los frentes de la AUC anunció un
alto el fuego para entrar en negociaciones con el gobierno.59 A cambio de su
desmovilización exigieron su reconocimiento como actores políticos en el
conflicto, salvoconductos para sus dirigentes incriminados de narcotráfico, la
puesta en libertad de sus más de 1.000 compañeros detenidos, una condonación
de la pena para los activos y el pago de un sustento mensual de casi 550 dólares
por persona. Al mismo tiempo, la AUC se reservó el derecho de «reaccionar en
legítima defensa». La oferta se dio con la ayuda de altos representantes de la
Iglesia católica, tradicionalmente de derecha, estrechamente vinculados con la
oligarquía. De hecho, Uribe y otros tres ministros pertenecen también a la orden
católica de extrema derecha Opus Dei.
58. Contreras 2002: p. 111ss.
59. A pesar de ello, asesinaron a casi 200 personas sólo en los primeros dos meses.
Antes de fin de año, el gobierno cambió la legislación que no permitía
negociar con grupos armados sin estatus político reconocido para así evitar el
reconocimiento oficial de las AUC. En enero de 2003, la ley competente a la
guerrilla para la condonación y disminución de la pena para aquellos que
colaborasen con la justicia fue extendida hacia los paramilitares. La impunidad
para las AUC es también significativa para la oligarquía y el gobierno. Nadie
puede permitirse que altos paramilitares declaren sus conexiones ante un
juzgado.
Los frentes más importantes y poderosos de los paramilitares sin embargo no
participan en las negociaciones. El Bloque Metro con 1.500 armados en
Medellín rechazó desde un principio cualquier conversación, y el Bloque Élmer
Cárdenas con 1.500 armados en Antioquía y Chocó, que controla el contrabando
de armas desde Panamá para el resto de los frentes paramilitares, se retiró de las
negociaciones en enero de 2003. En abril se retiraron igualmente de la mesa de
negociaciones las ACC de Casanare, presuntamente con 3.500 armados. Las
conversaciones con el gobierno comenzaron a pesar de ello el 22 de enero de
2003. Así el gobierno de Uribe emprendió un paso que, hasta entonces, ningún
gobierno había dado: el reconocimiento fáctico de los paramilitares como actores
políticos independientes. En realidad se trata de la amnistía de los paramilitares
y de su integración al aparato represivo oficial.60 Así anunciaron las AUC:
«Mientras la amenaza terrorista se mantenga sobre Colombia y el Estado no
pueda contenerla, nos mantendremos activos así sea en ámbitos de
organizaciones de defensa legales con las cuales estamos listos para cooperar».
La integración podría desarrollarse a través de la red de informantes iniciada por
Uribe o del “Programa de soldados campesinos”. Estos procedimientos fueron
propuestos por la conservadora Rand Corporation ya desde el año 2001: «... sería
valioso recapacitar hasta qué medida la política de desalentar la organización
legal de comunidades de autodefensa es sabia. Una red de organizaciones de
autodefensa supervisada conforme con el modelo peruano podría ser una
alternativa a los grupos ilegales».61 Entonces Estados Unidos podría aumentar la
ayuda militar para Colombia, sin exponerse a las críticas cada vez más fuertes a
causa de la cooperación entre el ejército y los paramilitares.
El 13 de mayo de 2004 el gobierno firmó con diez comandantes de las AUC,
que dicen representar a 90% de los paramilitares, un acuerdo sobre la instalación
de una «Zona de Ubicación» de 368 kilómetros en Córdoba, en la cual se reúnen
con 400 hombres armados de su guardia personal y gozan de inmunidad frente a
las órdenes de captura, para así seguir negociando. Al mismo tiempo sus
combatientes quedan distribuidos por todo el país. Cínicamente los paramilitares
en el pasado han desplazado o asesinado gran parte de la población que vivía en
la zona.
Y aunque exista un supuesto alto al fuego desde el 1 de diciembre de 2002,
Amnistía Internacional declara en el informe anual 2004 sobre Colombia que
«los paramilitares siguieron siendo responsables de matanzas, homicidios
selectivos, “desapariciones”, torturas, secuestros y amenazas. Durante 2003 se
les atribuyó la responsabilidad de la muerte o “desaparición” de al menos 1.300
personas, más del 70% de todos los homicidios y “desapariciones” de los que se
conoce la autoría por motivos políticos no relacionados con los combates.62 En
2003 fueron desplazados 250.000 colombianos, 20.000 pidieron asilo político en
el exterior. El número total de desplazados subió así a 2,96 millones, a nivel
mundial el número más alto después de Sudan y el Congo».
60. Eso no sería un paso novedoso. En el pasado, se integraron por ejemplo los combatientes desmovilizados de la guerrilla maoísta
EPL a unidades rurales de la Policía política DAS y cometieron numerosos asesinatos y masacres.
61. Rand Corporation 2001: Columbian Labyrinth, Internet Edition www.rand.org, p. 60.
Sin embargo, el gobierno empezó a negociar en enero de 2003 para declarar
sorpresivamente en julio que los paramilitares no entregarán todas sus armas
hasta el 2005. El concepto de «conversaciones de paz» se encuentra realmente
fuera de lugar. Sus relaciones con los centros del poder son tas estrechas que los
líderes paramilitares Salvatore Mancuso y Diego Murillo Bejarano, alias Don
Berna, lo evidenciaron recientemente cuando nuevamente reclamaban
salvoconductos y la no aceptación de cualquier demanda de extradición de
Estados Unidos: «Existimos bajo la responsabilidad del Estado y los gobiernos
que nos llevaron a velar por la justicia y la seguridad con nuestros propios puños
y por nuestros propios medios. Si hablan de cárcel por lo que hicimos, todos
ellos deben ir con nosotros».
Desde el comienzo de las negociaciones, no ha llegado a la luz pública casi
nada acerca de sus contenidos y su evolución. En los acuerdos firmados hasta
ahora no se menciona cómo se van a tratar los casos de graves violaciones a los
derechos humanos y faltas al Derecho Internacional humanitario, juicios penales
en curso y paramilitares encarcelados. Las organizaciones de base de la alianza
de paz Planeta Paz afirman que «la propuesta “Ley de Justicia y Rehabilitación”
sirve a los paramilita
62. http://web.amnesty.org/report2004/col-summary-esl.
res para su integración en las instituciones políticas del país».
La primera “desmovilización” constata los temores. El 25 de noviembre de
2003, 855 miembros de las AUC (del Bloque Cacique Nutibara, BCN, de
Medellín) entregaron unos 110 fusiles de asalto Kalashnikov, varias pistolas
automáticas, revólveres, rifles y armas de fabricación casera, porque
supuestamente actuaban en turnos y por eso no todos tenían armas. José Miguel
Vivanco, director de la división de las Américas de la organización para los
derechos humanos Human Rights Watch, calificó el acto como «espectáculo de
la impunidad». Luego de una “resocialización” de sólo tres semanas, los
paramilitares retornaron con créditos y empleos a las barriadas que habían
aterrorizado anteriormente. De ellos, 698 fueron empleados por las autoridades
comunales y 200 para patrullar una empresa de vigilancia en las barriadas. Diez
días antes Amnistía Internacional ya había informado que los paramilitares eran
paulatinamente “reciclados” por servicios de vigilancia o habrían recibido armas
y uniformes como “soldados campesinos”. Desde octubre de 2004 se sabe que
gran parte de los desmovilizados del BCN conforman hoy el Bloque Héroes de
Granada que tiene actividad en la misma zona de Medellín.
La noticia de que se habría perpetrado un atentado mortal el 16 de abril
contra Castaño trajo mayor confusión. Su esposa notificó que, de hecho, él había
sobrevivido aunque desde entonces nadie lo ha visto. Su profundo conocimiento,
asociado con la persistente y abierta disposición a hacer declaraciones, hace
pensar que fue víctima de las luchas internas. Aunque una noticia no oficial del 1
de junio afirma que Castaño habría sido llevado a Israel por representantes de
Estados Unidos o estaría en el camino hacia allá. En el diario El Tiempo
simpatizante del gobierno, Castaño fue retratado como la parte moderada de los
paramilitares sin el cual las negociaciones podrían fracasar. Poco tiempo después
se firmó el acuerdo sobre las «zonas de ubicación».
La verdadera crisis del proceso de negociación parece estar en las luchas internas
por el control de los narco-negocios valorados en millones y el poder regional.
Seguramente, los líderes paramilitares tampoco aceptan porqué, como antiguos
aliados de la política estadounidense, ahora deberían sentirse amenazados por la
extradición hacia Estados Unidos. Una solución podría radicar en la
transferencia de una parte de los paramilitares en otro proyecto. Así, por lo
menos pueden interpretarse las palabras de Uribe, cuando afirma que la
extradición de diversos jefes paramilitares hacia Estados Unidos, entre ellos
también Castaño y Mancuso, no es negociable siempre y cuando se lo ganaran.
Una posibilidad para ello sería Venezuela. La administración estadounidense le
tiene manía al gobierno local y las AUC advirtieron que desde hace un año allí
organizaban paramilitares. En mayo de 2004 detuvieron en la finca de un cubano
exilado a unos 100 paramilitares colombianos que debían llevar a cabo
operaciones in situ.
En Colombia por lo menos ya no se necesitan a los paramilitares,
exceptuando algunos grupos en regiones especificas. Los claros nexos entre el
ejército y los paramilitares deterioran la imagen del gobierno. Además casi siete
millardos de dólares de ayuda militar a través del Plan Colombia le dieron la
soberanía aérea al ejército. Simultáneamente, las misiones militares son
progresivamente asumidas por Corporaciones Militares Privadas.
La externalización u outsourcing de la guerra sucia ha tenido ventajas
significativas para el gobierno. Debido a que los paramilitares son considerados
actores no estatales, Colombia apareció como un Estado amenazado por muchas
partes, un poder neutral colocado bajo presión de la izquierda y de la derecha.
Así, Colombia es una democracia reconocida internacionalmente, a pesar de que
detrás de la fachada se erige un Estado paramilitar en el cual son asesinadas
anualmente más personas que durante los 17 años de la dictadura militar chilena.
El ejército “limpio” puede contar con un reforzado apoyo internacional.
También desde el punto de vista de la política interna el escenario descrito le
sirve al gobierno. La presencia de innumerables actores armados aparentemente
poco distinguibles y la violencia extrema han conducido a una despolitización,
que en algunos sectores se convierte en una tendencia abierta de derecha: lo
único que importa es la tranquilidad, sin tener en cuenta cuál sea su precio. Ésta
es también la causa de la victoria electoral de Uribe.
Las CMP sirven para misiones no oficiales de contrainsurgencia. Así, María
Salazar, secretaria de Estado suplente para la política antidrogas en el Ministerio
de Relaciones Exteriores de Estados Unidos, puede sostener ante una
subcomisión del Congreso: «El Ministerio de la Defensa no violará el
lineamiento que separa la lucha antidroga de la lucha contrainsurgente»63 –para
las CMP no vale esta limitación–. Cuando llega a la luz pública que estos
(presuntos) límites fueron transgredidos, el gobierno estadounidense rechaza
toda culpa al respecto, pues se trata de empresas privadas. Y si un empleado de
una CMP muere en acción, eso llama mucho menos la atención que cuando se
produce la muerte de un soldado estadounidense. Desde 1997 han muerto en
Colombia por lo menos 16 ciudadanos americanos miembros del ejército, de la
DEA o de las CMP, todos fueron declarados como civiles aunque fueron
enterrados con honores militares.64
El gobierno de Bush gasta mucho en esta guerra. Sólo en el primer trimestre
del año 2003 se presentaron para su aprobación al Congreso 105 millones de
dólares en ayuda militar adicional, y 50 soldados de unidades especiales
estadounidenses fueron enviados para la búsqueda de los tres miembros de CMP
secuestrados. El 25 de mazo de 2003 fue derribado nuevamente un vuelo de
inspección y los tres pasajeros perdieron la vida. Estados Unidos se ve cada vez
más profundamente envuelto en la guerra de Colombia. Ciudadanos
norteamericanos y miembros de las CMP de otras nacionalidades están
involucrados en forma activa, estructural y sistemática en la guerra. Es sólo
cuestión de tiempo que los primeros soldados estadounidenses entren en
enfrentamientos armados con la guerrilla, lo que podría servir como pretexto
para un compromiso directo de las tropas estadounidenses en Colombia. Ante el
desarrollo político de desventaja para Estados Unidos (triunfos electorales de
Chávez en Venezuela, Lula en Brasil, la política de Kirchner en Argentina y un
fuerte movimiento en Bolivia), tienen un gran interés en una fuerte presencia
militar. En ese contexto son preocupantes las incursiones de paramilitares en
territorio venezolano. Estados Unidos podría estar interesado en provocar una
circunstancia para justificar el envío de contingentes de mayores tropas hacia
Colombia.
63. Mcdermott, Jeremy: U.S. crews involved in Colombian battle, en The Scotsman, 23 de febrero de 2001.
64. La agencia de noticias Anncol presentó en agosto de 2002 una lista de doce personas con sus nombres. Algunos de ellos fueron
disparados, la mayoría perdió la vida por derrumbes de aviones de inspección y de fumigación, en algunos casos se presume que
fueron derribados por la guerrilla. Desde entonces han muerto por lo menos otros cuatro ciudadanos estadounidenses en incidentes
similares.

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