Joe Dispenza Capitulo 6

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Capítulo 6 Neuroplasticidad: cómo el conocimiento y la experiencia cambian y

desarrollan el cerebro
Toda mutación producida mediante una nueva combinación
de factores genéticos que otorga al organismo una nueva
oportunidad de adaptarse a las condiciones del medio significa,
ni más ni menos, que la información sobre ese entorno se ha introducido
en ese sistema orgánico. La adaptación es básicamente un proceso
cognitivo.
KONRAD LORENZ, LA DECADENCIA DE LO HUMANO

A lo largo de la historia, tanto los filósofos como los psicólogos y los


neurólogos han intentado formular teorías sobre el aprendizaje, el comportamiento y el
desarrollo de la personalidad. Desde la tabula rasa de Aristóteles, pasando por la
modificación de la conducta de Skinner, hasta las recientes investigaciones que utilizan
exploraciones cerebrales funcionales para estudiar el cerebro vivo, nuestro
conocimiento del cerebro y de los procesos fundamentales que colaboran en su
desarrollo han progresado muchísimo. NO hace mucho, la gente trataba de comprender
mejor el funcionamiento del cerebro comparándolo con un microprocesador. No obs-
tante, este modelo se queda corto a la hora de reflejar la realidad del cerebro en un
punto crucial: no muestra lo cambiantes y maleables que son el encéfalo y sus
conexiones sinápticas.Durante muchos años, los científicos han trabajado bajo la falsa
creencia de que el cerebro está ya totalmente estructurado (completo en su desarrollo)
cuando alcanzamos cierta edad. Aunque nadie podía ponerle un punto final exacto al
desarrollo de los circuitos neuronales se creía que la estructuración se completaba entre
los treinta y los treinta y cinco años.Por consiguiente, los médicos creían que si los
circuitos cerebrales se dañaban a causa de un golpe, de una enfermedad o de un
accidente, los tejidos afectados jamás llegarían a repararse. Sin embargo, si una persona
sufría una lesión cerebral a una edad temprana, cuando el cerebro aún se encuentra en
fase de desarrollo, los doctores albergaban ciertas esperanzas de que pudiese llegar a
recuperar alguna de las funciones perdidas. Obsérvese que eran las funciones, y no las
estructuras, lo que consideraban hasta cierto punto recuperables.

Incluso hoy en día, los términos que usamos para describir el cerebro y su
funcionamiento (estructuras, circuitos, redes, compartimentos, etcétera) reflejan esa
persistente idea de que el cerebro es algo así como un instrumento rígido. En muchos
aspectos, nuestra limitada capacidad para idear analogías y metáforas nos hace un flaco
favor a la hora de comprender lo maleable, flexible y adaptable que es el cerebro en
realidad.

A menudo utilizamos la expresión «cambiar de mentalidad». Hasta hace poco,


la ciencia no había encontrado argumentos que apoyaran que este cambio era una
posibilidad literalmente factible. Tan sólo en los últimos treinta años, las
investigaciones han dado pruebas suficientes de que el cerebro adulto continúa
creciendo y cambiando, creando nuevas conexiones sinápticas y eliminando otras.
Ahora sabemos que esta capacidad para crear nuevas conexiones se la debemos a la
plasticidad cerebral. En los últimos cinco años, las investigaciones en este campo de
estudio se han incrementado de manera explosiva. No hemos hecho más que empezar a
conocer la capacidad que tiene el cerebro para cambiar, tanto funcional como
estructuralmente. Ahora sabemos que somos capaces de cambiar no sólo nuestra
mentalidad, sino también el cerebro. Y podemos hacerlo a lo largo de toda nuestra vida,
siempre que queramos.

Evidencias de la neuroplasticidad cerebral

En los capítulos anteriores hemos introducido el concepto de neuroplasticidad y


parte de su terminología. Hemos hablado de las células gliales y de un tipo particular
de célula glial llamada astrocito. Volvamos a estas células por un momento para
descubrir cómo la ciencia ha resuelto uno de los misterios acerca del cerebro: la
preponderancia de la materia blanca cerebral. Sabemos que las células gliales se
encuentran en la materia blanca, pero ¿por qué su volumen es alrededor de diez veces
superior que el de la materia gris? Las investigaciones han demostrado que las células
gliales no sólo aumentan la velocidad de la transmisión neurológica, sino que también
colaboran en la creación de conexiones sinápticas. Este proceso es crucial en el
aprendizaje, la modificación de la conducta y en el almacenamiento de la memoria a
largo plazo. Por esa razón, los atrocitos están llamando la atención de todos los que se
dedican a la neurología. Al parecer, los atrocitos, que constituyen casi la mitad del total
de células cerebrales, incrementan el número de sinapsis funcionales entre las neuronas
en todo el cerebro y el sistema nervioso central.

En la investigación publicada en la revista Science en 2001, el doctor Ben


Barres y sus colegas de la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford, en
California, cultivaron y analizaron neuronas con y sin la presencia de células gliales.
Estos científicos demostraron que sin las células gliales se establecían escasas sinapsis
entre las neuronas normales. Más aún, las conexiones establecidas parecían ser
funcionalmente inmaduras. Sin embargo, el número de sinapsis creadas se multiplicaba
por siete cuando los astrocitos estaban presentes. Este análisis evidenció sin lugar a
dudas que los astrocitos son absolutamente necesarios para el mantenimiento de las
conexiones sinápticas y demostró que cuando las células gliales están presentes, las
conexiones neuronales están casi garantizadas.Los investigadores concluyeron: «La
glía puede jugar un papel importante e inesperado en la plasticidad neurológica de los
adultos, esencial para el aprendizaje y la memoria». Esta investigación, al igual que
ciertos estudios realizados por otros científicos, está comenzando a demostrar que los
astrocitos facilitan las conexiones sinápticas durante el aprendizaje.

El aprendizaje y la memoria consisten en realidad en la creación de nuevas


conexiones sinápticas. Puesto que hay muchas más conexiones posibles entre neuronas
que neuronas en sí, y puesto que los astrocitos siempre están presentes cuando creamos
nuevos circuitos, es lógico pensar que la naturaleza nos ha otorgado tal abundancia de
astrocitos para que podamos aprender a un ritmo acelerado. En esencia, lo que somos
en términos del «yo» no es más que la suma total de nuestras conexiones sinápticas.
Por tanto, cuando añadimos nuevos circuitos sinápticos al «yo» mediante el
aprendizaje, cambiamos lo que somos literalmente.

Ver con la lengua

Lo que los neurólogos están descubriendo sobre el aprendizaje y su relación con


la neuroplasticidad podría considerarse material de ciencia ficción. Por ejemplo, el
doctor Paul Bach-y-Rita, neurólogo de la Universidad de Wisconsin, en Madison, está
a punto de demostrar que la compartimentación cerebral puede reestructurarse por
completo. Según el doctor Bach-y-Rita, nuestros sentidos son literalmente
intercambiables. En su laboratorio de investigación de Milwaukee está enseñando a la
gente a ver con la lengua mediante aparatos de retroalimentación sensitiva. Nosotros no
vemos con los ojos, sino con el cerebro, afirma el doctor. Así pues, los sentidos no son
más que sistemas de captación de datos que proporcionan información a nuestro
cerebro. Bach-y-Rita cree que podemos modificar las conexiones de estro cerebro hasta
tal punto que podríamos empezar a intercambiar los órganos sensoriales que procesan
la experiencia que se vive en el cerebro.i

La lengua tiene más receptores nerviosos táctiles que ninguna otra parte del
cuerpo, a excepción de los labios; de ahí que se la denomine en ocasiones el órgano
curioso. (Nuestra experiencia con los problemas dentales muestra cuánto le gusta a la
lengua indagar en sus territorios). En su trabajo con voluntarios con los ojos vendados,
el doctor Bach-y-Rita conecta una videocámara a la cabeza de un sujeto. Los cables de
datos de la cámara se derivan a un ordenador portátil que reduce las imágenes a 144
píxeles y envía la información mediante unos electrodos hasta una cuadrícula colocada
en la lengua. Mientras las imágenes visuales se transmiten hasta la lengua de esta
forma, el individuo con los ojos vendados comienza a procesar estos datos y le
proporciona a su cerebro información sobre dónde están colocados los objetos de su
entorno. Mediante esfuerzos repetidos y concentración, por ejemplo, la mayoría de los
sujetos puede atrapar con éxito una pelota que rueda sobre la mesa hacia ellos en nueve
de cada diez ocasiones. No está mal.

Cuando se daña un área del cerebro, afirma el doctor Bach-y-Rita, se puede


enseñar a otras zonas a procesar los estímulos provenientes del órgano sensorial
afectado. Uno de los sujetos, una chica de dieciséis años ciega desde el nacimiento, es
una de las cantantes principales en el coro de su instituto. Comenzó a utilizar este
aparato a fin de seguir los movimientos del director y poder seguir el compás de su
cadencia. La muchacha aprendió los gestos en menos de media hora y al final llegó a
«ver» sus movimientos desde el otro lado de la estancia. Tal vez esto no pueda
compararse con la visón verdadera, pero de todas formas, ella comenzó a percibir o
procesar lo que sentía con su lengua como imágenes sensitivas/visuales en su cerebro.

En otro experimento en el que trabajaba con pacientes de lepra que habían


perdido toda sensibilidad táctil en sus extremidades, el doctor Bach-y-Rita fabricó
guantes que tenían transductores en cada dedo que se conectaban con cinco puntos de la
frente. Cuando estos sujetos tocaban algo, comenzaban a sentir la presión relativa en la
frente. En cuestión de momentos, los sujetos fueron capaces de distinguir entre los
distintos tipos de superficies y olvidaron que era su frente lo que percibía la sensación.

Tanto si el cerebro se reestructura por sí mismo para reparar una ruta neural
dañada, para modificar circuitos existentes o para desarrollar nuevas redes neurales, la
investigación pone de manifiesto su increíble capacidad de reajustarse y readaptarse.

Lo más importante para nosotros es lo siguiente: no nos hace falta sufrir una
apoplejía, participar en un experimento en el que se compartimenta la lengua, tener
dedos fusionados o pasar diez mil horas meditando para poder emplear la
neuroplasticidad de nuestro cerebro. De hecho, lo único que tenemos que hacer es
aprender y experimentar.

Por supuesto, «aprender y experimentar» no es más que el principio. A medida


que avancemos, examinaremos el papel que tienen la focalización de la atención y la
práctica repetida en el desarrollo de nuevas conexiones neuronales que cambian la
estructura cerebral. Por ahora, no obstante, nos concentraremos en cómo utilizar el
conocimiento y la experiencia para desarrollar nuestro cerebro.

Un comienzo Hebb en el aprendizaje

Los científicos le han dado muchos enfoques al tema del aprendizaje. Nosotros
nos concentraremos primero en los impulsos electroquímicos responsables de la
adquisición de nuevos conocimientos y experiencias y de su almacenamiento en el
cerebro. Para decirlo de forma sencilla, cuando almacenamos información en nuestro
cerebro para recuperarla más tarde, creamos un recuerdo. Cómo tiene lugar este proceso
es algo que ha sido objeto de muchas discusiones, pero uno de los teóricos del tema nos
ha presentado la explicación más plausible hasta la fecha.

En la década de los setenta, el doctor Donald Hebb, un neuropsicólogo


canadiense, presentó una teoría sobre el aprendizaje y la memoria basada en la
naturaleza de las transmisiones sinápticas del sistema nervioso central (ver Capítulo 2).
De acuerdo con Hebb, aprendemos nueva información mediante la creación de nuevas
conexiones sinápticas entre las neuronas.

Imagina dos neuronas vecinas inactivas (también podrían ser dos agrupaciones
de neuronas) que no están relacionadas de ninguna otra manera que no sea su
localización. Cuando la neurona A se activa, una respuesta electroquímica recorre el
cerebro (piensa en una tormenta que genera relámpagos difusos). Esto afecta a la
neurona B inactiva, con lo que resulta más fácil crear una nueva conexión sináptica
entre ellas. Cuando dos neuronas adyacentes se activan al unísono en varias ocasiones,
las células y las sinapsis que existen entre ellas sufren un cambio químico. Ese estado
químico alterado significa que cuando una se activa, se producirá una activación más
fuerte en la otra. Con el tiempo, la conexión entre ellas se hace tan fuerte que se activan
de manera simultánea en una respuesta conjunta, en lugar de en una secuencia o al azar.
Tienden a unirse en una relación más firme y duradera y, en el futuro, se dispararán
conjuntamente con mucha más facilidad que antes. Al final, las neuronas que se activan
juntas, se estructuran juntas. La Figura 6.1 muestra el modelo de Hebb.

Para que esto ocurra, hace falta activar una neurona, o grupo neuronal, que ya
está estructurada sinápticamente en el cerebro. Así, si una neurona está aislada e
inactiva, para ella será más fácil crear una nueva conexión sináptica con el grupo de
neuronas de al lado que ya están excitadas.

Imagina que quieres aprender a conducir una motocicleta. Si has llevado alguna
vez una bicicleta, ya tienes grupos neuronales que se estructuraron en una época anterior
de tu vida, cuando aprendiste a mantener el equilibrio sobre dos ruedas. Cuando
empiezas a conducir la moto, esas agrupaciones preestructuradas que aún conservan tus
experiencias con el equilibrio comienzan a activarse y te hacen recordar cómo mantener
el equilibrio y la dirección hacia la que debes inclinarte para girar en las esquinas.
Aunque para montar en moto tendrás que aprender cómo se cambia de velocidad, cómo
se frena y todas las cosas que son distintas que en la bicicleta, descubrirás que te resulta
mucho más sencillo dominar la conducción que si nunca hubieras montado en bici, ya
que la parte más importante de la nueva experiencia ya te resulta familiar.

El principio de «cuando se activan juntas, se estructuran juntas» explica cómo


podemos integrar nuevos conocimientos y experiencias en nuestro cerebro y, en
esencia, eso es el aprendizaje. El aprendizaje es la creación de nuevas relaciones entre
neuronas, y la memorización no es más que el mantenimiento activo de esas relaciones.
Nos resulta más sencillo recordar, o generar un nivel mental equivalente al que
teníamos cuando aprendimos, porque la próxima vez que se active la red neuronal de
sinapsis se incluirán las nuevas conexiones y se dispararán juntas con más fuerza y
facilidad. Los circuitos neuronales se desarrollan como resultado de la activación
neuronal continua.

Si la teoría de Hebb es cierta, es necesario poseer un conocimiento (señal


fuerte) ya establecido a fin de aprender algo que nos resulta desconocido (señal débil).
Debemos utilizar circuitos existentes que representan lo que nos es familiar (lo que ya
hemos aprendido y estructurado sinápticamente) para aprender algo con lo que no
estamos familiarizados. El aprendizaje hebbiano establece que es más fácil crear una
nueva conexión en el cerebro mediante la activación de unos cuantos circuitos
existentes, ya que una vez que éstos se han activado, podremos añadir una nueva
puntada al tapiz viviente de las conexiones.

Lo que nos permite llevar a cabo este proceso es la asociación. Cuando aprendemos
algo por asociación, recurrimos a lo que ya hemos aprendido, recordado y estructurado
en el cerebro para poder añadir una nueva conexión. Cuando activamos circuitos
existentes, esos circuitos estarán más estrechamente relacionados con la nueva
información que intentamos aprender.Al nacer, pues, necesitamos circuitos
preestructurados en nuestro cerebro para poder crear otros nuevos. De modo que, en
contra de lo que afirmaba Aristóteles, no somos una tábula rasa o una tablilla en blanco
sobre la que el entorno deja su huella. Ahora sabemos que las conexiones sinápticas se
forman a un ritmo formidable mientras el embrión se desarrolla en el útero. Nacemos
con conexiones sinápticas que encierran memorias existentes y que sirven como
cimientos sobre los cuales comenzaremos a edificar nuestra vida. Pero ¿dónde se
generan los recuerdos que nos permiten comenzar a aprender inmediatamente después
de nacer?

El factor genético, tanto a largo como a corto plazo

Como ya vimos en el Capítulo 5, son las conexiones sinápticas que heredamos


genéticamente, pero que se activan a través de la selección y la instrucción, las que nos
permiten operar en nuestro entorno. Por ejemplo, llegamos a este mundo con una
tendencia a llorar ante cualquier situación de estrés, tanto si ese estrés se debe al
hambre, a la sed, al frío, al calor excesivo o a cualquier otra experiencia sensorial que
tengamos. Todos los miembros sanos de nuestra especie nacen con compartimentos
relativamente parecidos en el neocórtex y nuestros cerebros contienen información
sobre rasgos específicos y comportamientos que todos compartimos. Estos son los
rasgos genéticos universales a largo plazo, y son comunes a toda la raza humana.Otra
fuente de esas conexiones neuronales con las que nacemos es, por supuesto, la herencia
genética de nuestros ancestros más recientes, nuestros padres y abuelos. En
consecuencia, nacemos con patrones únicos de conexiones sinápticas que se evidencian
mediante ciertas predisposiciones genéticas a corto plazo que no sólo consisten en la
altura, el peso o el color de los ojos y el cabello, sino también en comportamientos y
actitudes. Llevamos con nosotros parte del bagaje emocional y los atributos de nuestros
antecesores. A menudo, los rasgos les dieron problemas a nuestros padres se transmiten
a la siguiente generación, y a la siguiente... Esto puede darle un nuevo significado a la
expresión: «Los pecados del padre recaerán sobre los hijos».

No nos sirve de nada, sin embargo, pensar en nuestro linaje como un círculo
vicioso de malos hábitos perpetuados y cosas así. Es cierto que la manzana nunca cae
muy lejos del árbol, pero eso no significa que no podamos rodar hacia otro lugar. Ésa es
la premisa básica de este libro, después de todo. Es cierto que nuestra memoria genética
proporciona las bases para nuestra nueva vida. Tanto si se activa gracias al entorno
como si es debido a algún programa genético, esta memora comienza a construir la
identidad del niño en desarrollo; es la materia prima del «yo». No obstante, la ciencia
sabe ahora que nuestros genes no tienen por qué convertirse en nuestro destino.
Heredamos alrededor del 50 por ciento de nuestros circuitos neuronales, pero el otro 50
por ciento lo conseguimos a través de nuestros conocimientos y experiencias.

A pesar de las similitudes a largo plazo, todos somos individuos únicos. Cuando
observamos el cerebro a nivel celular, más allá de los lóbulos y los compartimentos,
vemos que es allí donde la neuroplasticidad nos ayuda a convertirnos en seres
individuales con distintas identidades. La forma en que se estructuran estas
agrupaciones neuronales y las conexiones sinápticas específicas que las constituyen son
lo que nos hace verdaderamente únicos. La teoría de Hebb nos dice que el número de
conexiones, el patrón que siguen estas conexiones e incluso la fuerza de esas
conexiones de los circuitos neuronales son lo que explican cómo llegaremos a expresar
la mente en el neocórtex de manera individual.

Nuestra individualidad tan sólo está conformada en parte por aquellos que
contribuyeron a crearnos con su ADN. No eres sólo un clon que sale de una cadena de
montaje, ni siquiera una versión compleja de todos y cada uno de los parientes que te
antecedieron en el árbol genealógico. Aunque puede que compartas algunos rasgos con
tus primeros ancestros, la mayor parte de los que has heredado procede de tus padres, y
fue creada, después de su nacimiento, por las experiencias que vivieron durante su vida.
Además, no olvides que eres una combinación de la genética de dos personas. Tal vez
el pesimismo de tu padre quede anulado por el optimismo de tu madre.

Probablemente, todos nos hemos visto haciendo o diciendo algo y hemos


pensado: «Empiezo a actuar igual que mi padre/madre». No sé a ti, pero a mí me puso
los pelos de punta darme cuenta de eso. ¿Qué posibilidades hay de que a la larga acabes
actuando igual que tus padres? Es una pregunta legítima e importante.

Si nuestra percepción consciente sólo activara los circuitos neuronales de


conexiones sinápticas genéticamente predeterminados, es probable que acabáramos
pensando los mismos pensamientos, sintiendo los mismos sentimientos y actuando de
las mismas formas que nuestros padres en las distintas etapas de nuestra vida. Esos
circuitos sinópticos heredados se harían tan fuertes a causa de la activación repetida que
estaríamos predispuestos por nuestras inclinaciones genéticas a tener la misma opinión
que nuestro padre y nuestra madre. Si hemos heredado de nuestros ancestros la
tendencia a la furia, al victimismo o a la inseguridad (porque nuestros padres han
recordado, practicado y perfeccionado todos esos circuitos para producir las mismas
experiencias repetidas), si esas células siguen activándose juntas, llegarán a desarrollar
conexiones sinápticas más fuertes e intrincadas.

Nuestra conciencia tiende a vivir en la parte del cerebro en la que esos circuitos
familiares llevan las riendas. La gente opera a menudo como si sólo pudiera elegir un
modo de comportarse. Todos hemos oído decir: «Oye, así soy yo. Eso es lo que soy».
Para decirlo correctamente, según lo que sabemos ahora sobre el papel que juega la
genética, deberían decir: «Oye, soy yo quien ha elegido activar los circuitos que heredé
de mi madre y de mi padre. Como mi cerebro tiene cualidades neuroplasticas, he
desarrollado mis propias redes neurales. Pero por ahora, elijo seguir con lo que estaba
ahí desde el principio. Eso es lo que soy».

Después de estudiar este fenómeno, comencé a darme cuenta de en teoría, si no


creamos conexiones sinápticas nuevas durante nuestra vida, sólo podremos utilizar las
que heredamos, y eso sería expresar tan sólo nuestras predisposiciones genéticas.

¿Cómo podemos aumentar lo que nos dieron? ¿Cómo podemos aumentar los
billones de posibles combinaciones, secuencias y patrones de conexiones sinápticas para
actualizar el hardware de nuestro cerebro? Matemáticamente, en base a las
combinaciones y permutaciones potenciales, el hecho de añadir unas cuantas
conexiones sinápticas a la matriz existente implicaría la creación de muchísimos
patrones y secuencias nuevas de activación.

Nuestra herencia genética no es nuestro destino, tan sólo el depósito inicial de


nuestro capital neurológico. A fin de desarrollarnos (y de colaborar en el desarrollo de
la especie), debemos incrementar y modificar lo que recibimos en un principio. La
capacidad para expresar nuestra individualidad proviene de la creación de conexiones
sinápticas en respuesta al entorno y de la utilización de la plasticidad cerebral. Ambas
cosas juegan un papel crucial en la creación de estas conexiones.

La salida de la trampa genética

Si elegimos contar únicamente con los circuitos que heredamos, caeremos en la


costumbre de ser nuestros genes. ¿Qué alternativa hay? Existen dos formas de crear
nuevas conexiones sinápticas en el cerebro. La primera es aprender cosas nuevas; la
segunda, vivir nuevas experiencias. Cada vez que aprendemos nuevos
conocimientos, creamos una nueva conexión sináptica. Cuando vivimos una
experiencia nueva, el cerebro también la registra como un patrón de circuitos
neurológicos nuevo. Aprender es crear conexiones sinápticas, recordar es mantener
o fortalecer esas nuevas conexiones.

Por tanto, si no aprendemos cosas y no experimentamos nada nuevo en nuestra


vida, fabricaremos muy pocas conexiones sinápticas. En su mayor parte, nuestra
percepción consciente se verá limitada a utilizar los circuitos neuronales iniciales
procedentes de la herencia genética para generar la mente. Según el modelo de Hebb,
cuando activamos una y otra vez los circuitos heredados, nos estructuramos para vivir
nuestro destino genético predeterminado. Dicho de otra forma, si repetimos acciones,
pensamientos, hábitos y comportamientos que nos resultan familiares, predecibles,
rutinarios y automáticos, nuestro cerebro se quedará como estaba. Y si aceptamos el
teorema de «se activan juntas, se estructuran juntas», lo lógico es que esas conexiones
se hagan mucho más fuertes mediante la activación repetida. No desarrollaremos
nuestro cerebro en ningún aspecto.

La vía de salida que nos permitirá escapar de nuestras inclinaciones genéticas


es aprender información nueva y vivir nuevas experiencias continuamente. Así es
como podemos actualizar nuestro cerebro.

Evolucionar, aprender nuevos conocimientos

Es muy común que cuando adquirimos nuevos conocimientos digamos algo


como: «Hoy he aprendido algo nuevo». ¿Qué queremos decir en realidad cuando
afirmamos que sabemos o que hemos aprendido algo? Por lo general, esto significa que
nos hemos visto expuestos a datos fácticos, que hemos almacenado esos datos en
nuestra memoria y que podemos recuperarlos cuando sea necesario. Lo que significa a
nivel neurológico es que hemos creado una serie de conexiones sinápticas en un
circuito neuronal que almacena ese concepto. El mero proceso de aprender una nueva
idea y almacenarla como un recuerdo deja una huella de ese pensamiento en el tejido
neurológico del cerebro.

A principio de la década de los setenta, el psicólogo Endel Tulving denominó


memoria semántica al almacenamiento de conocimientos en el cerebro.ii La memoria
semántica está formada por información que llegamos a conocer intelectualmente pero
que no hemos experimentado. En otras palabras, podemos comprender la nueva
información como concepto, pero todavía no la hemos experimentado con los sentidos.
Lo que hemos aprendido ha sido vivido sólo por nuestro cerebro, no por nuestro cuerpo.
Yo lo llamo método textual de crear conexiones, ya que carece de experiencias. Los
recuerdos semánticos no son más que hechos registrados en el cerebro, información
almacenada en forma de datos intelectuales o filosóficos. El conocimiento existe como
posibilidad, no como realidad.Así pues, piensa en el aprendizaje de nuevos
conocimientos como la aceptación filosófica de las experiencias aprendidas por alguna
otra persona. Es la información que otro individuo ha aprendido o experimentado, pero
nosotros todavía no la hemos aplicado en nuestra propia vida. La memoria semántica no
es más que algo que podemos recordar.

Por ejemplo, podemos leer algo sobre el concepto del deja vu. Entendemos que
es la sensación que experimenta la gente cuando cree que está experimentando un
suceso o un lapso de tiempo que ya han vivido. Si almacenamos esa información en la
memoria mediante la creación de los circuitos neuronales que nos permiten asimilarla y
recordarla, tendremos un recuerdo semántico de ese concepto. Sin embargo, cuando
experimentamos esa sensación de deja vu, la definición se nos queda corta, como si no
fuera una verdadera representación de la experiencia.
Todos conocemos a gente que es una «enciclopedia», lo que quiere decir que
guarda un montón de recuerdos semánticos almacenados en su neocórtex. Sin embargo,
no todos los recuerdos semánticos contienen la clase de información que podría ayudar
a un concursante del programa Jeopardy. Toma como ejemplo los números de teléfono.
Si dos personas intercambian el número de teléfono pero ninguna de ellas tiene un
papel donde apuntarlo, tendrán que almacenarlo como un recuerdo semántico al
instante. No podemos experimentar un número de teléfono, así que el acto de
memorizar ese número se encuentra por completo en los dominios de la memoria
semántica.

No obstante, confiar exclusivamente en la memoria semántica puede ponernos


en peligro. A muchos de nosotros nos resulta difícil retener recuerdos semánticos
durante mucho tiempo; y ésa es la razón por la que este tipo de memoria se denomina
memoria a corto plazo. No hemos llegado a experimentar por completo este tipo de
información. Cuando alguien nos dice su número de teléfono, utilizamos nuestro
sentido del oído para escuchar los dígitos, pero eso es lo único que hacemos (escuchar y
después repetir); confiamos en ese único sentido. A menudo fracasamos a la hora de
crear un circuito neuronal que nos haga fácil recordar ese número minutos, horas o días
después.

La mayoría de los recuerdos que adquirimos de manera intelectual en forma de


conocimiento se almacenan en la memoria a corto plazo; nos sirven durante cierto
tiempo, pero después se desvanecen a menos que algo o alguien nos recuerde lo que
aprendimos.

Clasificar lo que aprendemos

Cuando concentramos nuestra atención en nuevas ideas y retenemos en la mente


los fragmentos de información el tiempo suficiente, codificamos sinápticamente ese
conocimiento en el neocórtex. El objetivo de esta acción es que podamos aplicar,
analizar y comprender nuevos conceptos. Todo conocimiento que se aprende y se
memoriza modifica los circuitos cerebrales existentes y queda catalogado en las
estructuras del cerebro.

Cuando leemos un libro o escuchamos una conferencia, aprendemos mediante la


asociación de los nuevos datos con la información conocida. Cuando integramos este
conocimiento como un nuevo pensamiento, dejamos una especie de mapa
tridimensional en el cerebro. Las nuevas conexiones dendríticas creadas para procesar y
almacenar el conocimiento que acabamos de aprender sirven como rutas trazadas por
nuestra percepción consciente, de manera que podamos recordar esos datos en un
futuro. Las redes neurales asociadas con esa información se activarán ahora en la
secuencia, la combinación y el orden adecuados para recordarnos lo aprendido.
Recordar es traer a la memoria, a la mente, y es nuestra percepción consciente la que
incitará a esos circuitos recién formados a producir un estado mental equivalente. La
plasticidad fundamental de nuestro cerebro es la que hace que todo esto sea posible.

De acuerdo con el principio de «se activan juntas, se estructuran juntas», se


necesita rememorar para crear un recuerdo semántico. Para lograr que una nueva
conexión sináptica sea más duradera hace falta una activación repetida. Una vez que
memorizamos la información, ésta toma un lugar determinado en nuestro cerebro para
que la percepción consciente lo active y lo visite cuando queramos utilizar lo que hemos
aprendido intelectualmente. Así, el cerebro queda estructurado geográficamente o
«mapeado» para el registro de un pensamiento.

Por ejemplo, digamos que nunca hemos tenido un perro pero estamos
considerando la idea de tener un cachorro. Si leemos un libro sobre la cría de los cocker
spaniel, podemos aprender cosas sobre la raza, su origen genético, la personalidad del
perro, su esperanza de vida y cosas por el estilo. Cuando observamos las imágenes del
libro, nuestros patrones sinápticos también graban esas imágenes como recueros
asociados con nuestros nuevos conocimientos sobre los cocker.

Mientras sigamos deseando memorizar información, cada vez que prendamos


algo nuevo sobre los cocker spaniel se crearán nuevos patrones de conexión en las
neuronas adyacentes. Estas neuronas adyacentes pueden tener una memoria asociada
limitada en cuestión de perros (ya que nunca hemos tenido ninguno), pero el cerebro
se basará en cualquier experiencia o conocimiento relacionado con los perros que
existan en los patrones sinápticos. En términos hebbianos, las señales fuertes activan
las conexiones sinápticas de lo que ya sabemos acerca de los perros a fin de
prepararnos para la experiencia de tener uno. Ahora ya tenemos un concepto integrado,
una red neural sobre los cocker spaniel. (Las experiencias posteriores como dueños del
perro no harán más que enriquecer aún más estos circuitos neuronales).

Como ya sabemos, un circuito neuronal está compuesto por millones de


neuronas que se activan juntas en distintos compartimentos, módulos, sectores y
regiones del cerebro. Todos ellas se asocian para formar comunidades de células
nerviosas que actúan al unísono como si se tratara de un solo grupo de neuronas
adyacentes asociadas a un concepto, una idea, un recuerdo, una habilidad o una
costumbre en particular. Los circuitos neuronales dispersos por el cerebro se conectan a
través del proceso de aprendizaje para crear un único estado mental.

Desarrollando el cerebro

Nuestra capacidad para adquirir conocimientos hace crecer el cerebro mediante


la creación de conexiones sinápticas adicionales. En un reciente artículo publicado en el
New York Times, el doctor Anders Ericsson, un profesor de psicología de la Universidad
del Estado de Florida, hablaba de sus esfuerzos por descubrir qué factores determinaban
si una persona era buena para una determinada tarea. Les pidió a los participantes en el
estudio que escucharan una serie de números al azar, que los memorizaran y que los
repitieran en el mismo orden en el que los habían oído. Tras veinte horas de
entrenamiento, uno de los participantes en la prueba había mejorado su capacidad de
memorización desde siete a veinte dígitos. Después de doscientas horas de
entrenamiento, el sujeto era capaz de escuchar y recordar... ¡ochenta dígitos! iii Ericsson
se sorprendió al descubrir que la memoria era más un ejercicio cognitivo (de
pensamiento) que intuitivo. Suponía que la genética jugaba un papel mucho más
importante en la capacidad de memorización de una persona que otros factores. Las
diferencias iniciales en la habilidad para memorizar que demostraron los participantes
en el estudio, sin embargo, se vieron superadas por la eficacia con que cada persona
codificaba la información. La práctica deliberada a la que sometió a los individuos
implicaba el establecimiento de objetivos, que obtenían una recompensa inmediata, y la
concentración en la técnica. Memorizar esos números era una tarea de aprendizaje
puramente semántico, y la práctica (el resultado de activar de manera repetida las
secuencias neurales utilizadas para almacenar los números) obtenía como resultado la
mejora del rendimiento de estos individuos.

El poder de la atención

El ingrediente clave a la hora de crear estas conexiones neurológicas para los


datos semánticos, y para recordar esos datos, es la atención focalizada. Cuando
atendemos mentalmente a aquello que estamos aprendiendo, el cerebro puede mapear
la información en la que estamos concentrados. En cambio, cuando no prestamos una
total atención a lo que estamos haciendo en el momento presente, nuestro cerebro
activa una multitud de circuitos sinápticos que pueden distraernos de nuestro objetivo
original. Sin una concentración focalizada, no se crean conexiones y no se almacenan
recuerdos. En otras palabras, no creamos conexiones sinápticas a largo plazo.

Incluso hay más, cuanto mayor sea la concentración de una persona más fuertes
serán las señales que se envían a las neuronas asociadas, lo que lleva a un mayor nivel
de activación. La atención origina una estimulación más elevada, que supera el umbral
normal de la activación neuronal e incita a unirse a nuevos grupos de neuronas.

El doctor y profesor Michael Merzenich, de San Francisco, el investigador más


destacado del mundo en lo que a la plasticidad cerebral se refiere, ha observado que la
creación de conexiones neurológicas en el cerebro sólo tiene lugar cuando se presta
atención a un estímulo.iv Cualquier tipo de estímulo debería crear nuevos circuitos en el
cerebro, pero si no prestamos atención o no atendemos a dicho estímulo, las neuronas
jamás crearán conexiones fuertes y duraderas. Es necesario cierto grado de aplomo y
prestar atención a lo que estamos haciendo para concentrar el cerebro en los datos
deseados a fin de activar por completo los circuitos apropiados.

Pongamos que en este mismo instante, mientas lees este capítulo, tu atención
está completamente ocupada. Ahora, deja de leer por un momento y escucha los
sonidos que te rodean. Mientras leías, tu atención excluía cualquier otro estímulo
externo y tal vez no te dieras cuenta del zumbido del ordenador o del tictac del reloj.
Puesto que no escuchaba ninguno de los ruidos que se oyen a nuestro alrededor, nuestro
cerebro no necesitaba establecer más conexiones sinápticas que las que la atención
mantenía activas. El hecho de prestar atención, o de utilizar la concentración
focalizada, nos permite crear recuerdos a largo plazo. Y así, creamos un aprendizaje
más efectivo.

Evolucionar, vivir nuevas experiencias

Además del aprendizaje, otra manera de crear circuitos sinápticos en el


neocórtex es experimentar. Las experiencias enriquecen el cerebro y, por esa misma
razón, fortalecen las conexiones sinápticas y las hacen más duraderas.

Es posible que hayas escuchado eso de que «la experiencia es el mejor de los
maestros». Lo más probable es que quienquiera que acuñase esta frase no tuviera los
mismos conocimientos sobre fisiología y química cerebral de los que disponemos
ahora, pero la expresión tiene más de cierto de lo que parece a primera vista. Si el
objetivo del aprendizaje es poder recordar la información tiempo después, entonces la
experiencia (mediante la formación de recuerdos episódicos asociados con la
información conocida y asimilada en el neocórtex), consigue ese objetivo por nosotros.

El psicólogo de la Universidad de Toronto Endel Tulving ha denominado a este


tipo de aprendizaje memoria episódica, ya que este tipo de memoria se basa en nuestras
experiencias personales. Según este psicólogo, es más probable que los sucesos que
experimentamos en relación con gente y cosas situadas en lugares y momentos
específicos, se almacenen como recuerdos a largo plazo. Afirma que, al contrario que
los hechos o la información intelectuales, la memoria episódica involucra tanto el
cuerpo y los sentidos como la mente. Requiere nuestra participación total.

Los recuerdos episódicos son nuestra forma de aprender de las experiencias. Por
ejemplo, podemos asociar conscientemente el recuerdo de un momento y un lugar con
una persona o una cosa, o cualquier combinación de los mismos. Estos patrones de
experiencia están por tanto grabados en el marco neurológico del neocórtex. El cerebro
almacena estos recuerdos episódicos de forma diferente, a través de un proceso
neurológico distinto que el de los recuerdos semánticos.

Nos resulta mucho más fácil almacenar nuestras experiencias sensoriales en la


memoria a largo plazo que los recuerdos semánticos. No me hace falta más que un
mínimo estímulo para recordar a Brian M, que se sentaba a mi lado en la clase de
química, y su manía de retorcerse ese cabello rubio y rizado con el lápiz. Recuerdo
también el suave olor sulfuroso, vestigio de algún experimento y los modelos atómicos
(fabricados con palillos y bolas de poliestireno) que colgaban de los tubos
fluorescentes. Y cómo iba a olvidar esa vez en la que la puntuación de Bobby O en uno
de esos test de Scantron no logró «derribar al mono» (el número de la curva graduada
que nuestro malévolo y cruel profesor de química, el señor A, le asignaba
arbitrariamente a un mono pintado dentro de un círculo). Cómo odiaba esos agonizantes
momentos en los que esperaba, sentado en aquel taburete de madera y metal, a que el
señor A anunciara mi puntuación en voz alta.

Como podrás suponer por este ejemplo, aun cuando han pasado muchos años
desde que abandoné la clase de química del instituto, todavía recuerdo muchas de las
cosas que ocurrían allí (he acortado los nombres para proteger a los inocentes y a los no
tan inocentes). ¿A qué se debe esto? La clave está en ese miedo, que me retorcía las
entrañas y me hacía apretar los dientes, que experimentaba cada vez que el señor A leía
los resultados de las pruebas. Cuando asociamos un recuerdo con una emoción fuerte,
creamos un recuerdo a más largo plazo que si nos limitamos a estudiar un hecho y lo
almacenamos semánticamente. En realidad, la química (la bioquímica de la función
neuronal) es en parte responsable de aquellos recuerdos que están almacenados a largo
plazo.

Gracias a nuestros cinco sentidos, registramos todos los datos procedentes de


nuestras experiencias en el entramado sináptico del cerebro. Los sentidos proporcionan
la materia prima que nos permite formar recuerdos episódicos. Si el conocimiento
alimenta a la mente a través del cerebro, entonces la experiencia alimenta a la mente a
través del cuerpo. Cuando estamos inmersos en una nueva experiencia, todos nuestros
sentidos se involucran en el suceso. Lo que vemos, olemos, oímos, saboreamos,
tocamos o sentimos envía hasta el cerebro estímulos sensoriales sincronizados a través
de las cinco rutas diferentes a la vez. Cuando esos datos llegan al cerebro, la jungla de
neuronas se activa y se reorganiza, y se produce una enorme liberación de
neurotransmisores, tanto en el espacio sináptico como en otras regiones cerebrales. Los
nuevos patrones sinápticos neurológicos comienzan a moldear el cerebro para mapear
esa experiencia como nuevos recuerdos en forma de redes neuronales.

La liberación de las distintas sustancias químicas provoca sentimientos


específicos y, en consecuencia, el resultado final de cada experiencia es un sentimiento
o una emoción. Los sentimientos son recuerdos químicos. Por tanto, podemos recordar
mejor las experiencias porque recordamos cómo nos sentíamos. Así pues, tanto si recor-
damos el pesar que nos provocaba esperar a que nuestro padre llegara del trabajo porque
habíamos tenido problemas en el colegio, como el placer de la merienda donde
conocimos a la que se convertiría en nuestra pareja, esas sensaciones y emociones
asociadas a los sucesos pasados son las que otorgan al recuerdo un sello químico
particular que llamamos sentimiento.

La combinación de lo que experimentamos con lo que sentimos origina de


forma natural recuerdos duraderos que se graban en nuestro interior. Esa es la razón por
la que la mayoría de nosotros recordamos con exactitud dónde estábamos cuando nos
enteramos de los ataques del 11 de septiembre en Nueva York y en el Pentágono.
Recordamos muchas cosas sobre ese día porque recordamos cómo nos sentimos. La
experiencia trae consigo una impactante batería de sentimientos asociados al recuerdo
de personas, cosas, ese momento de nuestra vida, y el lugar en particular donde vimos o
escuchamos las noticias.

Los sentimientos son lo que nos permite grabar nuestras experiencias sensoriales
a través de nuestro sistema de circuitos neurológicos y la química cerebral. Cuando
recordamos una experiencia, sentimos exactamente lo mismo que sentimos en aquel
momento. Cuando activamos, ya sea consciente o inconscientemente, los circuitos
neuronales asociados a una experiencia (o recuerdo), esos circuitos que activamos crean
las mismas sustancias químicas en el cerebro. Y estas sustancias químicas generan una
respuesta en el cuerpo. Como consecuencia cuando recreamos un recuerdo,
reproducimos el mismo sentimiento corporal asociado con el suceso inicial. Así pues, el
cuerpo experimentará lo que quedó grabado neuroquímicamente en el cerebro como un
sentimiento. Los recuerdos episódicos se rememoran como sentimientos, y los
sentimientos siempre están relacionados con experiencias.

Los recuerdos episódicos tienen un sentimiento correspondiente que está


asociado a todo lo que nuestros sentidos puedan captar en nuestro entorno. Tulving
afirmó que sólo hay un puñado de elementos conocidos en nuestro mundo exterior. Y
puesto que nuestras experiencias sensoriales involucran todo aquello conocido
(«nombres» u «objetos», como los llamó él) que nos resulta familiar, incluyen sucesos
relacionados con gente y con cosas, en lugares y épocas específicos. Los recuerdos
episódicos siempre relacionan a una persona con un lugar, una cosa con un suceso
acaecido en un momento específico, o a una persona con una etapa de nuestra vida, por
citar unos cuantos. Tulving resaltó que esos recuerdos autobiográficos están basados en
nuestra experiencia perceptiva y sensorial del entorno, y que se almacenan y se
recuperan de forma diferente que los recuerdos semánticos.

Casi todo lo que aprendemos, experimentamos y recordamos está asociado a una


multitud de datos y sentimientos almacenados en nuestro neocórtex. A ver si la
siguiente experiencia te resulta familiar. Vas conduciendo y cuando comienza a sonar
una canción en la radio, recuerdas la letra y comienzas a cantar en voz alta-Después
empiezas a pensar en un antiguo amor con el que pasaste cierta época de tu vida. Y más
tarde te echas a reír cuando recuerdas las discusiones medio en broma que manteníais
sobre si tu grupo favorito era genial o sólo pretencioso en extremo. Después te hechas a
llorar al pensar en el gato abandonado que adoptasteis y en romo su súbita desaparición
pareció pronosticar el fin de vuestra relación. Otras emociones y experiencias empiezan
a rondarte la cabeza y se te viene a la mente el recuerdo de sucesos relacionados con
otra gente y otras cosas, en lugares y momentos específicos, y todo por una canción que
ha despertado un recuerdo de una experiencia anterior.

Demos un paso más allá para ilustrar cómo los recuerdos episódicos consiguen
crear tan intrincados patrones neuronales. Imagina que ves a una chica por primera vez
en una fiesta, mientras visitas a una amiga en Nueva York. La mujer de ojos verdes se
acerca a ti con ese bonito cabello rizado, una sonrisa radiante y unos dientes blanquísi-
mos. Tu cerebro comienza a registrar esa información visual porque prestas atención a
todos esos estímulos. Después te das cuenta de que se parece a una amiga del instituto
y, de inmediato, asocias el recuerdo de esa amiga con la imagen de esta persona a la
que acabas de conocer. A continuación, ella te dice con una voz melodiosa que se llama
Diana y que es cantante en Broadway.

Como resultado de este simple encuentro, tu cerebro asocia lo que ves (la
apariencia física de Diana) con lo que oyes (la hermosa voz y el nombre de Diana). Al
mismo tiempo, tu cerebro relaciona la imagen visual de Diana con el recuerdo de tu
antigua compañera de clase. Acto seguido, la mujer te ofrece la mano. Su piel es suave,
pero te estrecha a mano con fuerza y decisión. En esta ocasión, las rutas sensoriales de
tu cerebro se involucran más aún con la experiencia. El firme apretón de manos conecta
con el recuerdo de tu amiga del instituto, lo que a su vez conecta con el nombre Diana,
que ahora conecta con el sonido de su voz.

Sin embargo, lo que sucede a continuación asegura que la experiencia será


memorable. Cuando ella sonríe y te mira a los ojos, tu corazón empieza a latir a toda
prisa. Sientes algo. Cuando se inclina hacia a ti para preguntarte si te encuentras bien, te
das cuenta de que huele a jazmín, tu perfume favorito. Mientras tratas de recuperar la
compostura y te aclaras la garganta, ella estira el brazo para coger una copa de champán
de la bandeja de un camarero que pasa por allí a fin de ayudarte. También coge una
copa para ella y brinda a tu salud. Tú das un buen trago del peor champán que has pro-
bado en tu vida. Ahora, todos tus sentidos están involucrados en la experiencia.

La nueva experiencia con esta persona está comenzando a estructurar una nueva
y memorable red neuronal. Todos tus sentidos han reunido la materia prima suficiente
para asociar lo que has visto, con lo que has oído, con lo que has tocado, con lo que has
sentido a nivel sensual, con el olor agradable que has percibido y con el insoportable
sabor del champán. Y todos estos estímulos sensoriales se han conectado a un circuito
neuronal que ya estaba estructurado en tu red sináptica: los recuerdos episódicos de
alguien de tu pasado. En consecuencia, tienes sentimientos memorables relacionados
con este suceso.

Ahora pongamos que pasa un año. No has vuelto a ver a Diana después de aquel
encuentro y no sabes nada de ella desde entonces. Tu amiga de Nueva York te llama
por teléfono y mientras habláis, menciona a Diana. Tú haces una pausa y piensas en voz
alta: «Diana, Diana...» y tu amiga dice: «Ya sabes, pelo rizado, sonrisa bonita...». Lo
recuerdas todo de golpe. «Sí, en la fiesta de Manhattan de 1999, ojos verdes, firme
apretón de manos, alta y esbelta, con perfume de jazmín, voz dulce y champán
asqueroso... la recuerdo». No has necesitado más que unos cuantos estímulos
asociativos para activar las conexiones neurológicas anteriores y, una vez activadas,
eres capaz de recordar la experiencia.

Cerrar el trato con una emoción

En un experimento, se les pidió a dos grupos no relacionados de personas


que vieran una serie de películas. Al grupo control se le permitió ver las funciones
sin restricciones. Al segundo grupo se le pidió que observaran las películas sin
responder emocional o sensorialmente. Al final del experimento, se les solicitó a
ambos grupos que respondieran una serie de preguntas destinadas a evaluar su
memoria.

Todos los miembros del grupo control, que habían experimentado emociones
en respuesta a los estímulos de las películas, recordaban muchos de los detalles de
los largometrajes. El otro grupo, al que se le había pedido que observara las
películas de manera distante, demostró que sus recuerdos de los sucesos acaecidos
eran mucho menores.

Estos descubrimientos sugieren que en el primer grupo, los estímulos


procedentes del entorno (la película) reforzaron las conexiones de los circuitos
neuronales del encéfalo, como si las experiencias sensoriales hubiesen captado la
completa atención del cerebro. Al parecer, los neurotransmisores adicionales que
fabricó el cerebro en respuesta a la reacción emocional activaron y estimularon aún
más dichos circuitos para que se dispararan con mayor intensidad. Un incremento en
la capacidad de activar circuitos sinápticos logra una mejor memoria.v

La importancia de la memoria episódica

Nuestro éxito evolutivo está basado en nuestra capacidad para aprender de las
experiencias y para adaptar, cambiar o modificar nuestro comportamiento cuando se nos
presenta de nuevo una oportunidad similar. Lo que aprendemos a través de la
experiencia moldea el suave tejido neuroplástico del cerebro. Por ejemplo, los
científicos aislaron ratas de laboratorio en tres entornos diferentes. En el primer entorno,
la rata estaba en una estancia incomunicada, sin interactuar con otras ratas, con
estímulos limitados y escasez de comida y agua. En el segundo entorno, la rata se
encontraba en una jaula de laboratorio normal, con una rueda y otras dos ratas. El tercer
entorno era un medio enriquecido, donde las ratas estaban con algunos hermanos y parte
de su descendencia, y donde tenían acceso a muchos juegos. Los tres grupos vivieron en
estos entornos durante meses. Al final del experimento, se extirpó quirúrgicamente el
cerebro a las ratas para examinarlo en el microscopio.

Cuando los científicos evaluaron a las ratas del medio enriquecido, descubrieron
que el cerebro de estos roedores era de un tamaño bastante mayor que el de las ratas de
los grupos control y que mostraba un incremento cuantificable en la cantidad de
neurotransmisores, que era directamente proporcional al número de conexiones
sinápticas.vi Por tanto, los medios enriquecidos hacen exactamente eso: enriquecen el
desarrollo de las neuronas y de sus conexiones en la corteza cerebral a través del
aumento de las experiencias cerebrales. Curiosamente, las ratas del medio enriquecido
también tenían menos grasa corporal y vivieron durante más tiempo. En un examen más
a fondo de los cerebros de las ratas del medio enriquecido, los científicos observaron
que había un incremento en el número de espinas dendríticas, los puntos de conexión
con otras células nerviosas. La Figura 6.2 muestra las espinas dendríticas de una
neurona.

Lo mismo puede aplicarse a los seres humanos que creamos conexiones


sinápticas adicionales en respuesta a nuevos estímulos del entorno. De hecho, mientras
creamos sinapsis mediante estas experiencias nuevas y mejoradas, el potencial de
crecimiento cerebral aumenta de manera exponencial, ya que comenzamos con una base
de corteza cerebral mucho mayor. El mayor volumen cerebral permite tener un número
de neuronas mucho mayor, lo que equivale a un mayor número potencial de conexiones
y a una mayor capacidad para aprender. Las experiencias nuevas crean nuevas rutas en
el mapa de la corteza cerebral que darán lugar a recuerdos más fuertes y duraderos. Y
cuanto más rica sea la nueva experiencia, o más experto se haga el cerebro en una única
cosa, más circuitos neuronales se interconectarán, modificarán y desarrollarán.

El conocimiento y la experiencia unidos

6,022 x 1023. Éste es el número de Avogadro. Ni siquiera he tenido que mirarlo.


Sé incluso que su nombre, «número de Avogadro», no es más que el nombre honorífico
que se le da al número de átomos o moléculas que hay en un mol de cualquier sustancia
química. Además de aprenderlo en la clase de química del señor A, también lo estudié
en las clases de química de la facultad y del doctorado. No utilizo ese número todos los
días (a decir verdad, no he vuelto a utilizarlo nunca), pero está grabado en un circuito
neuronal junto al señor A, Brian M, Bobby O y ese maldito test del mono. Sin embargo,
hay algo más que la emoción ligada a esta información. Utilicé el número 6,022 x 10 23
en unas cuantas ocasiones durante mi época de estudiante. La combinación de la
experiencia con las emociones relacionadas y la repetición fue crucial a la hora de fijar
este concepto en el blando tejido de mi cerebro.

Así pues, el conocimiento es a menudo el precursor de la experiencia. Ésta es la


verdadera base de la educación formal. Muchas veces pasamos de las enseñanzas
impartidas en las aulas al campo de experiencia, tanto si estudiamos para ser
enfermeros, instaladores de aire acondicionado o sistemas de calefacción, mecánicos
así como para cualquier otro trabajo.

Esta idea sobre la instrucción y la práctica está avalada por sólidos principios
pedagógicos. Tenemos que leer y estudiar un montón de información para poder
transformar el conocimiento en memoria habitual que nos permita saber cómo y por qué
llevaremos a cabo ciertos procedimientos. La forma en que aplicamos este conocimiento
es cosa de la memoria semántica, que nos permite prepararnos para reforzarlo como
memoria episódica.

Los datos intelectuales aprendidos que hemos almacenado a lo largo del tiempo,
en forma de centenares de miles de circuitos neuronales, pueden activarse de otra
manera. Personalizar y poner en práctica lo que aprendemos intelectualmente refuerza
esos circuitos semánticos y crea recuerdos a largo plazo a partir de nuestras nuevas
experiencias. Los circuitos cerebrales semánticos están en su lugar, esperando a que los
utilicemos. Podemos apoyarnos en la información almacenada en nuestro cerebro
porque ya sabemos lo que debemos hacer para obtener resultados específicos. Si no
hubiera circuitos presentes para ninguna de las capacidades mencionadas, es posible
que no supiéramos qué hacer en ciertas ocasiones.

Aprendemos conocimientos para poder demostrar lo que hemos aprendido.


Adquirir nuevos conocimientos nos prepara para nuevas experiencias, y cuantos más
conocimientos tengamos, mejor preparados estaremos. El conocimiento y la
experiencia trabajan de la mano para crear mejores y más perfeccionadas conexiones
en nuestro cerebro. Aunque un sistema externo podría añadir nuevos circuitos a
nuestra computadora, sólo el cerebro puede crear patrones de estructuración nuevos
para sí mismo.

Toda esa información que aprendemos y memorizamos es absolutamente


necesaria para prepararnos para la experiencia de ser enfermeros o instaladores. El
paso siguiente es dedicarse a la experiencia práctica; necesitamos aplicar, demostrar y
personalizar la información a fin de que nuestro cerebro pueda procesar lo que hemos
aprendido y crear conexiones sinápticas más completas. Así es como desarrollamos
nuestro intelecto y nuestro cerebro. Cuando involucramos nuestro cuerpo en estas
nuevas experiencias de aplicación práctica, las cinco rutas de nuestros sentidos envían
respuestas que refuerzan los circuitos cerebrales iniciales, creados a base de memorizar
un montón de datos intelectuales. De esta forma, los recuerdos episódicos comienzan a
diseñar la estructura de nuevas conexiones neurológicas.

Los recuerdos que creamos están asociados con lo que experimentamos a


través de nuestros sentidos mediante la interacción con distintas personas y cosas en
lugares y momentos diferentes. Cuando recordamos cómo hacer ciertas cosas,
podremos hacerlas mejor o incluso de forma diferente la próxima vez que nos
encontremos en una situación similar.

Por ejemplo, recuerdas el tratamiento de la úlcera duodenal porque te acuerdas


de ese hombre (persona) de Norway (lugar) a quien conociste en las Navidades de 1999
(momento), y él parecía sufrir tanto que nunca olvidarás la medicación específica (cosa)
que lo aliviaba. Así pues, tu experiencia enriqueció lo que habías aprendido en clase. El
conocimiento sin experiencia es filosofía, y la experiencia sin conocimiento es
ignorancia. La interacción entre los dos genera la sabiduría.

Montar en bicicleta: aprender cómo se hace

Imagina que el año pasado te sentaste en el sofá masticando barritas


energéticas mientras contemplabas a los ciclistas del Tour de Francia. Se trata de una
carrera agotadora, de manera que todas esas calorías extra te parecían necesarias; sin
embargo, al final de los veintidós días que dura la carrera, comenzaste a notar que la
ropa te quedaba demasiado ajustada. Te decides a practicar ese deporte. El problema
es que jamás aprendiste a montar en bicicleta. ¿Qué hacer en una situación así?

Lees un libro sobre ciclismo. Mediante este procedimiento, aprendes


información semántica sobre los distintos tipos de bicicleta, las técnicas de pedaleo,
de mantenimiento y reparación. Aprendes incluso lo que es ese extraño concepto del
equilibrio. Si estudias con diligencia la información, ésta se almacenará como
memoria intelectual en el cerebro y creará nuevas conexiones sinápticas en forma de
recuerdos semánticos.

Después comienzas a ver vídeos de Lance Armstrong. Al final, le pides


consejo a tu hermano. Mientras observas la demostración de sus capacidades, tu
cerebro concentra toda su atención a fin de que puedas recordar sus enseñanzas
cuando te llegue el turno de probar suerte. Todos estos datos diferentes se almacenan
ahora en forma de patrones sinápticos de ideas comprendidas.

La información que has aprendido sobre el arte de montar en bicicleta todavía


se basa en la experiencia de otra persona y, por tanto, todo lo que has aprendido hasta
ahora no es más que filosofía para ti. No obstante, tu cerebro ya está cartografíado y
preparado para esta nueva experiencia. Cuantos más conocimientos hayas adquirido,
más preparado estarás.

La experiencia de montar en bicicleta:


aplicar lo que has aprendido

Cuando te subes a la bicicleta y comienzas a conducirla, tienes nuevas


experiencias. Puedes experimentar lo que es caerse, mantener el equilibrio, pedalear,
cambiar de marcha e incluso ir sin manos. Puedes notar el dolor cuando te caes y te
despellejas la rodilla o cuando pedaleas cuesta arriba durante treinta minutos. Puedes
experimentar la sensación de alivio que se siente cuando llegas a la cima de la colina
y comienzas a acelerar en la bajada. Durante todas estas experiencias, tus sentidos
envían enormes cantidades de información procedente de tu cuerpo y del medio hasta
el cerebro, que registra esas nuevas experiencias como recuerdos episódicos. Todas
estas vivencias son codificadas neurológica y químicamente por los sentidos, y ahora
tienes sentimientos asociados con el acto de montar en bici. La cascada creciente de
sustancias químicas liberada por la experiencia sensorial de montar en bicicleta por
primera vez crea una nueva emoción, y ese sentimiento refuerza el recuerdo.

En cada situación, cada vez que se presente la oportunidad, confiarás en lo


que has aprendido semánticamente y cartografiado en tu neocórtex durante el período
de estudio como fuente de conocimiento para situaciones nuevas o desconocidas.

El proceso de interactuar tridimensionalmente con tu cuerpo en el entorno


integra todo tu conocimiento textual con una experiencia sensorial y emocional.
Cuanto más practiques el ciclismo con tu cuerpo, más sinapsis se reforzarán, ya que
habrá una multitud de neurotransmisores que activarán con más fuerza esas
conexiones.

Tu percepción consciente ya puede activar todos los circuitos neuronales de


conexiones sinápticas asociados con el pedaleo de vehículos de dos ruedas, generar el
recuerdo y comprender cómo se conduce una bicicleta. Todo lo que has aprendido y
registrado como nuevos conocimientos, además de las nuevas experiencias, ya está
disponible. Has desarrollado tu cerebro. Si quieres pedalear de nuevo, recordar cómo
se hace sólo requerirá la reactivación de esos circuitos neuronales del conocimiento y
la experiencia.
De la experiencia y el conocimiento a la sabiduría

El intelecto es el conocimiento aprendido, y la sabiduría el conocimiento


experimentado. Sólo podemos comprender el concepto de sabiduría cuando conectamos
una experiencia sensorial con un recuerdo episódico. La sabiduría se consigue cuando
vivimos una experiencia que podemos comprender en su más amplio significado, ya que
la hemos vivido y hemos aprendido de la novedad de esa experiencia. Es una de las
cosas más importantes que aprendí de las enseñanzas de Ramtha (ver Capítulo 1). Él
siempre insta a sus alumnos a aplicar la filosofía a la experiencia para conseguir la
sabiduría a partir de esta última. Esta idea es la que podemos atribuir a la evolución. La
Figura 6.3 muestra la progresión desde el conocimiento a la evolución.

El conocimiento, pues, puede describirse como las experiencias conocidas de


alguien y la sabiduría que esa persona es capaz de comunicar. Cuando tomamos los
conocimientos semánticos que alguien ha comprendido y comunicado y los
interiorizamos por medio del análisis, la reflexión, la contemplación y la valoración pro-
pia, comenzamos a crear conexiones sinápticas en el cerebro. Estas conexiones recién
estructuradas formarán una red de tejidos neurológicos que sólo esperan ser activados
mediante la experiencia de vivir con ese nuevo conocimiento. Una vez que seamos
capaces de tomar esa información intelectual y personalizarla mediante la demostración
en nuestro entorno de lo que hemos aprendido, mediante la modificación de nuestro
comportamiento, tendremos un verdadero ejemplo de lo que es una nueva experiencia
que genera nuevas emociones y una nueva sabiduría.

La experiencia como maestra

No siempre podemos aprender primero y experimentar después. Recuerdo que


de niño traté de convencer a mi hermano de que no necesitábamos recibir lecciones
antes de esquiar por primera vez. Le dije que lo único que debíamos hacer era mantener
los esquís juntos e impulsarnos con los bastones lo más rápido que pudiéramos y tantas
veces como nos fuera posible para poder bajar la montaña sin torcernos. Mis
instrucciones no duraron más de dos minutos, y le dije que se asegurara de permanecer
agachado hasta que llegáramos al final. Como podrás imaginar, el día estuvo lleno de
sorpresas desagradables. En cuestión de momentos, mientras bajábamos la pendiente
para expertos (hasta donde sabíamos, un black diamond sólo significaba algo en el
póquer), nos dimos cuenta de que no teníamos ni idea de cómo parar. Y eso sólo fue el
principio. No temamos ni idea de que había detalles que debíamos haber considerado
antes de empezar... detalles como los giros rápidos, los precipicios, los árboles, las
zonas de hielo, los telesquíes para subir y bajar, la ropa apropiada, las condiciones
climáticas y los demás esquiadores. Estábamos inmersos en una nueva experiencia
sobre la que no teníamos ningún conocimiento en absoluto Carecíamos de toda la
arquitectura neurológica y de las conexiones sinápticas que otros esquiadores habían
creado mediante la instrucción y el aprendizaje adecuados.

Todas las lecciones que aprendimos ese día fueron a través de la experiencia,
pero la mayoría se vieron facilitadas por las rutas sensoriales del dolor, el frío y el
cansancio extenuante. Al día siguiente, empezamos a tomar lecciones de esquí.

Aprendizaje: la Ley de la Asociación

Por suerte para mi hermano y para mí, el instructor que nos enseñó el segundo
día era sabio. Nos preguntó si sabíamos cómo montar en bicicleta, si sabíamos montar
en monopatín y si habíamos esquiado sobre agua alguna vez. Aunque en aquel entonces
no me di cuenta de ello, él estaba utilizando la Ley de la Asociación para ayudarnos a
aprender una nueva habilidad.

Yo ya he utilizado esta ley para ayudarte a aprender. Cuando dije que una célula
nerviosa se parece a un roble, hice referencia a algo familiar. De inmediato, tu cerebro
buscó entre todos los conocimientos y experiencias almacenados para elegir la
información que encajara. Nuestro cerebro hace esto tan bien y tan a menudo que deja
el motor de búsqueda de Google a la altura de un viejo fichero de la biblioteca de la
facultad o la búsqueda en una de las estanterías. Bueno, acabo de hacerlo otra vez. He
asociado algo que tal vez hayas experimentado una búsqueda a la antigua usanza en una
biblioteca) con otra cosa (el cerebro) mientras hacía referencia a una tercera (una
búsqueda en Google).

La forma en la que aprendemos y memorizamos la información mediante la Ley


de la Asociación vincula las neuronas entre sí para crear conexiones más fuertes. La
teoría de Hebb explica cómo tiene lugar el aprendizaje asociativo. Cuando las entradas
débiles (información nueva que tratamos de aprender) y las entradas fuertes (infor-
mación conocida y familiar que ya está estructurada en forma de red neural) se activan
a un mismo tiempo, la conexión más débil se verá fortalecida por la activación de la
conexión fuerte.

Cuando aprendemos, utilizamos recuerdos pasados y experiencias previas, cosas


que ya sabemos (conexiones sinápticas estructuradas), a fin de construir o extrapolar un
nuevo concepto. Si estamos aprendiendo cierta información nueva pero no tenemos la
menor idea de qué significa una palabra es porque no la hemos aprendido; no tenemos
un circuito sináptico relacionado con esa información. Sin embargo, podemos asociar
otra información relativa a esa nueva palabra por medio de otras redes neurales y, al
hacerlo, activaremos los suficientes circuitos vecinos como para conseguir que un buen
grupo de neuronas se disparen eléctricamente. Una vez que están excitadas, podemos
añadir esa nueva palabra mediante la creación de una conexión sináptica adicional en el
conjunto de circuitos que ya se han disparado. Recuerda que es más fácil crear una
nueva conexión en los circuitos que ya están excitados.

Por ejemplo, si yo menciono la palabra «martillo», es posible que tú generes una


señal débil de activación sináptica, ya que no sabes a qué me refiero. Pero ¿qué ocurriría
si te digo que con «martillo» me refiero al huesecillo del oído que tiene forma de palillo
de tambor? ¿Qué pasaría si te explico que cuando las ondas sonoras hacen vibrar el
tímpano a la manera de las ondas creadas por un guijarro que se arroja a un lago, el
tambor vibra y mueve el palillo, que a su vez transmite el impulso de las ondas hasta el
cerebro para que éste lo interprete? Según el modelo de Hebb, esas explicaciones no
harían más que activar los circuitos existentes de tu cerebro. Los conceptos de martillo,
hueso, tambor, ondas y oído son señales fuertes, porque ya están estructurados y, por
tanto, tu cerebro puede disparar esos circuitos neuronales. He creado un nivel mental
relacionado con toda esa información cartografiada, lo que te permite crear una nueva
conexión en ese circuito neuronal activado, por decirlo de manera simple, gracias a la
Ley de la Asociación, utilizamos lo que ya sabemos para comprender lo que no
sabemos. Utilizamos circuitos cerebrales existentes para establecer nuevos circuitos.
Echa un vistazo a la Figura 6.4 a fin de entender mejor cómo aprendemos mediante la
asociación para crear un nuevo estado mental.

Un concepto que nos resulta por completo desconocido puede integrarse con
facilidad en nuestros circuitos neuronales preexistentes si utilizamos la Ley de la
Asociación. He aquí un ejemplo de la vida real: con sesenta y muchos años, Joe M tuvo
que aprender a utilizar un ordenador por primera vez. Como voluntario en su programa
local de protección de menores, debía ejercer como abogado defensor para niños que
sufrían abusos y negligencias. Cada seis meses, debía enviar un correo electrónico para
informar al tribunal acerca de cómo les iba a los niños con su familia de acogida y en el
colegio, e incluir sus propias recomendaciones acerca de lo que el niño podría necesitar.
Joe debía guardar todos los informes previos para futuras referencias. Su esposa Elaine
también se hizo voluntaria en el mismo programa, y tenía sus propios clientes y su
propio grupo de archivos en el ordenador.

El problema era que la pareja no sabía nada en absoluto sobre cómo se crean y
se manejan archivos en el ordenador. No lograban entender cómo se grababan los
informes originales como plantillas ni cómo utilizar el comando «Guardar como» para
duplicar informes que podrían actualizar de forma segura. Ni siquiera sabían cómo
mantener los archivos de él separados de los de ella. Consultaron muchos manuales
prácticos de informática y probaron muchas veces para tratar de entender estos
procedimientos, pero siguieron bloqueados. En otras palabras, no fueron capaces de
activar un hardware existente en su cerebro con el que relacionar los nuevos datos.

Cuando Joe y Elaine pidieron ayuda a una experta en informática, mi amiga


Sara, ella utilizó la Ley de la Asociación y unos cuantos materiales de oficina para
explicarles el concepto de la administración de archivos en el ordenador con palabras
que estos antiguos empresarios pudieran entender. Comenzó comparando el explorador
de Windows con un archivador de oficina y la carpeta de «Mis documentos» con un
cajón de ese archivador. Creó carpetas de archivos que llamó «Archivos de Joe» y
«Archivos de Elaine», y le dijo a la pareja que pensaran en ellos como carpetas
colgantes para cada uno de ellos. Dentro de los «Archivos de Joe», creó una carpeta con
el nombre de cada uno de los jóvenes clientes de Joe y las comparó con los
archivadores de papel de estraza. Después, puesto que el conocimiento combinado con
la experiencia es la mejor forma de aprender, le pidió a Elaine que llevara a cabo el
mismo procedimiento en el ordenador con sus clientes.

Lo más importante es que Sara utilizó la asociación para demostrar las


diferencias entre los comandos «Guardar» y «Guardar como». Escribió en una hoja de
papel «plantilla de informes para Joe» (con unas líneas para el nombre del niño y la
fecha) y después la «guardó» mediante el simple hecho de introducirla en una carpeta
colgante de verdad. Rotuló unos cuantos archivadores de papel de estraza con los
nombres de pila de los clientes de Joe. A continuación, cogió la página de plantilla, la
fotocopió mientras decía: «Guardar como», y le pidió a Joe que cogiera la copia y la
etiquetara con el nombre de un niño antes de guardarla en el archivador de estraza
correspondiente. Después, hizo que Joe «guardara» la plantilla original de nuevo en la
carpeta colgante.Fue entonces cuando Joe y Elaine vieron por fin la luz. Por turnos,
realizaron los mismos procedimientos en el ordenador. Ni siquiera necesitaron una
demostración física del manejo de «cortar y pegar» para separar los archivos mezclados
de cada uno y colocarlos en las carpetas adecuadas. La asociación del misterioso
funcionamiento de su ordenador con procedimientos de oficina corrientes y rutinarios
que ya estaban estructurados como redes neurales hizo que lo desconocido se
convirtiera en conocido. Mediante la práctica diligente y con la motivación del
bienestar de los niños, Joe y Elaine han continuado construyendo el sistema de archivos
de su red neuronal. Sin lugar a dudas, su experiencia demuestra que nuestro cerebro
neuroplástico puede aprender nuevas habilidades a cualquier edad.

Sin embargo, la asociación no es la única manera de crear nuevas redes


neurales o de reforzar las existentes.
Memorización: la Ley de la Repetición

Si aprendemos mediante la asociación, memorizamos mediante la repetición. Al


principio, supone un tremendo esfuerzo por parte de la percepción consciente focalizar
la concentración para reencauzar el pensamiento rutinario. Pero a medida que lo
hacemos una y otra vez las neuronas comienzan a vincularse unas con otras. Si
podemos pensar, actuar, probar o experimentar de manera repetida cualquier cosa sin
que nuestra mente comience a merodear por otros pensamientos, nuestro cerebro creará
conexiones sinápticas más fuertes e intrincadas para facilitarnos ese nuevo estado
mental.

Los atletas profesionales practican sus movimientos miles de veces, día tras día,
semana tras semana, bajo la tutela de sus entrenadores. No quieren tener que pensar en
la compleja secuencia de movimientos necesarios para golpear una pelota de tenis, de
golf o de béisbol; de hecho, pretenden justo lo contrario. Mediante la práctica constante,
enseñan a sus músculos, o mejor dicho, crean una memoria muscular, hasta que
encuentran esa escurridiza zona en la que se puede dejar a un lado a la mente y permitir
que el cuerpo lleve a cabo el trabajo. Ésta es la Ley de la Repetición en acción.

Como muchos padres saben, los niños son máquinas de aprender. En algunas
ocasiones aprenden demasiado bien. Por ejemplo, cuando nuestro hijo aprende a
caminar, nos emocionamos muchísimo, pero también nos preocupamos. De repente, su
movilidad lo expone a un montón de peligros potenciales. ¿No da la impresión de que el
vocabulario de los padres disminuye a medida que la movilidad del niño aumenta? La
palabra «no» parece surgir mucho más a menudo. «No, no toques eso». «No, aléjate de
esas escaleras». «No, vuelve aquí»-Imagina la sorpresa de mamá o de papá cuando,
pocas semanas después de la aparición de este nuevo mundo del «no», la pequeña Sarah
dice «no» cuando le piden que suelte el mando a distancia de la televisión.

¿Dónde puede haberlo aprendido? ¿Cuántas repeticiones ha escucharlo en tan


corto espacio de tiempo para asociar la palabra dicha en un tono específico con el
concepto y el poder asociado a esa palabra en su entorno?

Mientras estoy sentado aquí escribiendo esto, me viene a la cabeza lo torpe que
me sentí cuando intenté escribir a máquina por primera vez. El simple hecho de
encontrar la fila de teclas de apoyo y colocar los dedos me resultaba extraño. Aprender
la localización de cada tecla fue una experiencia lenta y, a menudo, frustrante. Sin
embargo, cuanto más practicaba, más fácil me resultaba. Seguro que se te ocurren una
docena de habilidades que has aprendido a lo largo del tiempo y que ahora te resultan
tan naturales como respirar. Y con «naturales» no me refiero a sencillas. Una nueva
habilidad se convierte primero en automática, después en subconsciente y, por último,
cuando dominamos de verdad esta habilidad en particular, en inconsciente (es decir, no
pensamos en ella en absoluto).

Una vez que ocupamos nuestra percepción consciente en un pensamiento o en


una experiencia y la meditamos de forma repetida, la probamos continuamente y la
ponemos en práctica sin cesar, las neuronas de nuestro cerebro comienzan a activarse y
tratan de unirse con otras en un intento por establecer una relación más duradera y
firme. Tras una activación continua, las neuronas comienzan a liberar sustancias
químicas a nivel sináptico, lo que las permite agruparse y crear conexiones más fuertes.
Estas sustancias químicas neurotróficas (en particular una que se denomina
factor de crecimiento neuronal) posibilitan que las sinapsis entre neuronas establezcan
relaciones a largo plazo. Al igual que el fertilizante de un jardinero, estas sustancias
químicas estimulan el florecimiento, el desarrollo y el enriquecimiento de las
conexiones dendríticas, con lo que las neuronas establecen conexiones más duraderas y
vínculos más firmes entre ellas. A medida que las células nerviosas se estructuran, el
procedimiento que aprendemos se vuelve más automático, más común, más natural y
sencillo y más inconciente. Tanto si estamos conduciendo un coche, como escribiendo
máquina, montando en bicicleta, haciendo punto o realizando cual quier otra actividad,
cuanto más repitamos esa acción, y cuanto más reforcemos el pensamiento, más fuertes
se volverán las conexiones neurológicas.

La atención es crucial en este proceso. Siempre que prestemos atención al


procedimiento que estamos aprendiendo y que después repitamos mentalmente una y
otra vez lo que hemos hecho, el neocórtex podrá comenzar a crear nuevas conexiones
en nuevos circuitos neuronales, de manera que podamos contar con un mapa duradero y
accesible en el futuro. Sin embargo, si trasladamos nuestra mente a otra cosa en el
momento en que tratamos de desarrollar nuevas conexiones, el cerebro no podrá mapear
ni estructurar nuestros esfuerzos, ya que la mente ha abandonado la escena y se ha
trasladado a un escenario neural diferente.

Al igual que en cualquier tipo de relación, en un principio las neuronas necesitan


comunicarse (o activarse juntas) muchas veces para poder establecer una relación más
prolongada. Al final, podrán activarse por el simple hecho de estar la una junto a la otra.
Ahora estamos fortaleciendo un circuito neuronal que se ha estructurado en relación con
ese pensamiento, acción, habilidad, idea o concepto. Sea cual sea el tema que nos atañe,
la atención consciente comienza a resultar más sencilla, más fácil, más natural, más
familiar, más rutinaria, menos costosa, más automática y más subconsciente, hasta que
por fin se convierte en inconsciente.

Si somos capaces de imaginarnos la creación pictórica de Miguel Ángel en la


que la mano de Dios se estira hacia la de Adán en un esfuerzo por tocarla, podremos
empezar a entender que las células nerviosas hacen justo lo mismo: cuando nos
esforzamos por aprenden nuevo, por convertir en conocido algo que todavía no lo es, las
neuronas vecinas se estirarán para establecer una unión duradera. Cuando activamos
estas conexiones sinápticas una y otra vez, llega un momento en el que las células se
«enganchan». Si la teoría de Hebb sobre el aprendizaje puede resumirse en la frase:
«Las células nerviosas que se activan juntas se estructuran juntas», la Ley de la
Repetición añade un elemento adicional: «Las neuronas que se activan juntas
repetidamente se estructuran juntas con mucha más firmeza». Nuestro cerebro cambia
sin cesar. Sus estructuras se abandonan y recuperan con nuevas secuencias y patrones.
Nuestro cerebro en desarrollo cambia con cada nuevo conocimiento y cada nueva
experiencia, que se procesan mediante la asociación y se refuerzan a través de la
repetición.

Los circuitos neuronales, pues, no son más que pandillas de neuronas que se
activan juntas y que después se estructuran juntas cuando aprendemos nueva
información mediante la asociación y recordamos lo aprendido mediante la repetición.
El resultado final de la asociación con los datos conocidos y la posterior repetición de
un nuevo concepto, idea, proceso mental, recuerdo, habilidad, comportamiento o acción
será una nueva comunidad de conexiones sinápticas relacionadas o una nueva red
neural en el cerebro.

Cada vez que activamos ese circuito neuronal generamos en esencia un nuevo
estado mental. Si la mente es el cerebro en acción o el cerebro activado, entonces los
circuitos neuronales son los creadores de los estados mentales. Y lo más importante,
una red neural al completo Puede examinar cientos de kilómetros de territorio
neurológico para conectar diferentes compartimentos, módulos, regiones,
subestructuras e incluso lóbulos a fin de activar un número infinito de combinaciones
posibles.

Procesamiento cerebral dual o cómo la nueva información se convierte en rutina

El cerebro está estructurado para aprender nuevas cosas, tanto a nivel


microscópico y de conexiones sinápticas (aprendizaje hebbiano) como a nivel
macroscópico, como veremos después, cuando hablemos sobre cómo se procesa la
información nueva en las dos mitades cerebrales y cómo se almacena en forma de
memoria rutinaria.

Los hemisferios del neocórtex no son imágenes especulares el uno del otro. El
lóbulo frontal derecho es más ancho que el izquierdo. El lóbulo occipital izquierdo es
más amplio que el derecho. Esta asimetría es ampliamente conocida como torsión de
Yakovlev, en honor a su descubridor, el doctor Paul I. Yakovlev, un neuroanatomista
de Harvard. También existe una asimetría en la bioquímica de ambos hemisferios. Por
ejemplo, el hemisferio izquierdo posee dopamina en abundancia, mientras que en el
hemisferio derecho, el neurotransmisor más abundante es la norepinefrina (o
noradrenalina). El hemisferio derecho también tiene más receptores para las
neurohormonas estrogénicas.

Tal vez pienses a estas alturas que si ambos neocórtex difieren en estructura y
química, deben de tener funciones diferentes. Y así es.

Al hemisferio izquierdo (al que abreviaremos como HI) se le considera


dominante en comparación con el hemisferio derecho (HD). El HI no sólo parece ser
más activo, sino que algunos neurólogos lo consideran superior basándose en su
mayor capacidad para procesar el lenguaje, para razonar utilizando el pensamiento
analítico y para participar en la lógica simbólica lineal. En cambio, en un principio se
creyó que el HD carecía de funciones específicas.

Además, las lesiones del HD a menudo parecen triviales. La mayoría de los


pacientes adultos con lesiones o afectación del HD (es decir, aquellos que han
perdido la capacidad de controlar la parte izquierda del cuerpo), presentan una
pérdida escasa o nula de las capacidades cognitivas. En un principio, esto llevó a
algunos neurólogos a asignar papel menor al HD. No obstante, a medida que la
investigación continuaba, resultó evidente que las lesiones del HD provocaban cam-
bios cuantificables tanto en el cerebro como en el cuerpo. Por ejemplo, muchos
sujetos con derrames en el HD parecían ser completamente ajenos a que tenían
problemas corporales, aun cuando estaban paralizados hasta el punto de arrastrar una
pierna. Esto se denomina negligencia unilateral, y es el estado en el que una persona
es perceptivamente inconsciente de una de las mitades de su cuerpo.
Una situación desconcertante nos ha conducido a muchos nuevos
descubrimientos sobre el papel que juegan nuestros dos hemisferios. Cuando un niño
pequeño sufre una lesión en el HD, ésta se considera extremadamente grave, en tanto
que las lesiones del HI se consideran menos críticas por lo general. Esto es justo lo
contrario de lo que ocurre en los adultos.

En los pacientes adultos, muchos cirujanos se lo piensan dos veces antes de


intervenir el HI, ya que es aquí donde se encuentra el centro del lenguaje y muchas
otras funciones específicas. Los cirujanos se sienten mucho más cómodos operando el
HD, ya que al parecer permite un margen de error mucho más amplio.

Puesto que los niños aún se encuentran en un nivel básico del aprendizaje del
lenguaje, podría ser lógico que esa lesión de su hemisferio izquierdo pudiera
considerarse benigna, ya que no existirían muchas conexiones sinápticas todavía. Sin
embargo, esto no explica por qué una lesión del HD resulta tan devastadora en los
niños. ¿Es posible que el HD sea más activo en los niños y que, a medida que nos
hacemos adultos, el izquierdo se convierta en el más activo? Si esto es cierto, ¿qué es lo
que origina esta transferencia y qué objetivo tiene? Estos planteamientos fueron
formulados por el neuropsicólogo Elkhonon Goldberg.vii

¿Puede intercambiarse el papel de los hemisferios a medida que los niños se


convierten en adultos?

Goldberg señaló que cuando somos niños recibimos enormes cantidades de


información nueva, mientras que cuando somos adultos, realizamos tareas rutinarias y
manejamos información que ya nos resulta familiar durante la mayor parte del tiempo.
Se preguntó si la transición desde la infancia a la edad adulta implicaba una
transferencia de las funciones y la información desde el HD al HI. En 1981, Goldberg
publicó una teoría que vinculaba el HD con las novedades cognitivas y el HI con la
rutina cognitiva. Postuló que el lado derecho del neocórtex es más activo a la hora de
procesar conceptos nuevos y desconocidos, y que el lado izquierdo procesa con más
rapidez las características conocidas y familiares. Cuando un individuo pasa de la
adolescencia a la edad adulta, los nuevos estímulos podrían procesarse en el lado dere-
cho de la corteza y después transferirse y almacenarse en el lado izquierdo. Esto
explicaría por qué las lesiones del HD son tan graves en los niños y por qué las del lado
izquierdo resultan más devastadoras en los adultos. En ambos casos, la localización de
la lesión se encuentra en la región más activa del cerebro.

En realidad, la hipótesis de Goldberg no era más que una sencilla reflexión


sobre nuestra forma de aprender como especie evolucionada. Es decir, al igual que en el
modelo microscópico de Hebb del aprendizaje entre neuronas, estamos también
estructurados a una escala mayor a fin de poder recurrir a patrones de información para
comprender mejor la información nueva y desconocida. Lo lógico sería que
estuviésemos equipados con un gran cerebro compuesto por un hemisferio derecho
experto en el procesamiento de la información nueva y por un HI igualmente experto en
el procesamiento de los patrones de información y comportamiento rutinarios,
familiares y automáticos. Nuestra relación con los estímulos familiares crea un almacén
de habilidades rutinarias que actúa como una plataforma para nuestra capacidad de
aprender conceptos nuevos. La plasticidad que nos distingue como especie es nuestra
habilidad para utilizar conceptos familares y estructurarlos junto a conceptos
desconocidos.

También sabemos, gracias al modelo de Hebb, que cuando nos topamos con
información o experiencias novedosas, aprendemos mediante la asociación de los
nuevos estímulos con los recuerdos almacenados (datos conocidos, familiares) en
forma de patrones sinápticos preexistentes. De esta forma, creamos nuevos circuitos
sinápticos mejorados que nos permiten construir modelos superiores de entendimiento.

En las primeras etapas del aprendizaje, nos enfrentamos con las novedades. El
aprendizaje continúa en función de nuestra capacidad de observar y de prestar atención
a la nueva información. Después, revisamos e interiorizamos los nuevos estímulos y
comenzamos a convertirlos en familiares o conocidos. Al final del proceso de
aprendizaje, la información adquirida se ha convertido en conocida y familiar; y las
conductas o cometidos aprendidos pueden llegar a ser rutinarios, incluso automáticos.
Nuestra capacidad para convertir lo desconocido en conocido, lo extraño en familiar, lo
novedoso en rutinario es la forma de progresar en nuestra evolución individual.

Si la mente se basa en representaciones familiares internas (ideas conocidas)


para reconocer y crear nuevas representaciones internas (ideas desconocidas), ¿podría
ser el HD el lugar donde procesamos las experiencias novedosas, la plataforma desde
la que inventamos nuevas ideas para experiencias futuras? ¿Podría ser el HI nuestro
almacén de información y de actos que han llegado a resultarnos familiares?

De ser cierto, este paradigma comenzaría a redefinir nuestro modelo de los


hemisferios cerebrales, cuyas funciones se consideran completamente distintas en
muchos textos científicos. Por ejemplo, ahora tendría sentido el por qué durante tanto
tiempo se ha mantenido la creencia de que el centro del lenguaje se encontraba en el
HI. Puesto que el lenguaje es una función rutinaria y automática para la mayoría de
nosotros, es dominante principalmente en el HI. La idea de que el HD es el responsable
de las relaciones espaciales también se entiende ahora. Cuando los sujetos sometidos a
pruebas aprenden representaciones espaciales mediante la exposición a estos nuevos
rompecabezas que utilizan los neurólogos cognitivos, en un principio estos individuos
procesan las experiencias espaciales en el HD porque son nuevas.

El procesamiento cerebral dual, es decir, el cambio del procesamiento de la


información novedosa en el HD hasta su organización como rutina en el HI, es
compatible con todos los tipos de aprendizaje, según el estudio realizado por el doctor
Alex Martin y sus asociados en el Instituto Nacional de Salud Mental. Estos
investigadores utilizaron la tomografía por emisión de positrones para estudiar el flujo
sanguíneo en el cerebro humano vivo durante la realización de cometidos nuevos que
involucraban palabras y objetos. Cada vez que a los sujetos se les presentaba un nuevo
cometido, se activaba un área específica del HD. A medida que los participantes
aprendían cierto tipo de información que les permitía clasificar la materia como familiar
o rutinaria, la activación del HD disminuía. Cuando la tarea se practicaba mediante la
exposición repetida a la nueva palabra u objeto, se activaba una región específica del
HI. En todos los participantes se produjo un cambio evidente mediante el cual la
información novedosa comenzaba a procesarse como rutinaria.viii

De hecho, numerosos estudios han demostrado que los humanos aprendemos a


través de un procesamiento cerebral dual.ix En experimentos que someten a los
participantes a situaciones nuevas que requieren la resolución de problemas complejos
se apreció un incremento de la actividad cerebral en el lóbulo frontal derecho. A medida
que los individuos aprendían las soluciones a los problemas, su lóbulo frontal izquierdo
comenzaba a mostrar actividad neurológica incrementada.

El HD procesa la información novedosa y la transmite al HI, donde transforma


en rutinaria; y, al parecer, este proceso tiene lugar independientemente del tipo de
información que se esté aprendiendo. Los circuitos neurológicos localizados en el HD
están especialmente dotados para aprender nuevas tareas de manera rápida, mientras
que las redes sinápticas del HI son más hábiles a la hora de perfeccionar una tarea
(siempre que existan una práctica diligente y la motivación suficiente).

Convertir lo desconocido en conocido

Es importante comprender que estamos hablando de grados de actividad en los


circuitos neuronales. La actividad general de los hemisferios izquierdo y derecho que se
observan en el modelo de información novedosa-rutinaria, muestra patrones evidentes
que se relacionan con una mente activa. En este punto, podemos comenzar a entender
que cada individuo posee una capacidad propia para procesar la información y aprender
basada en lo difícil que le parezca una determinada tarea. Ésa es la razón de que el
movimiento de la actividad desde la corteza derecha a la corteza izquierda en el proce-
samiento novedad-rutina pueda ocurrir en minutos, horas o años, dependiendo de la
complejidad de la tarea y de la capacidad de la Persona.

En un principio, los científicos conjeturaron que las funciones dirigidas por el


hemisferio derecho tenían un carácter más creativo, intuitivo, no lineal, intencionado,
emocional y abstracto que las actividades del lóbulo izquierdo. Según nuestro modelo
de procesamiento cerebral dual, esto es correcto. Cuando somos creativos, nos
dedicamos a la novedad. Cuando somos intuitivos, concebimos posibilidades
desconocidas. Cuando utilizamos conceptos no lineales o abstractos, no trabajamos de
manera rutinaria o con patrones familiares. Cuando intentamos darle un significado a
nuestra propia identidad proyectamos nuevas ideas en relación con antiguos conceptos
para progresar en la sabiduría del ser. Así es como funciona el cerebro.

Por ejemplo, el mito de que la música se procesa en el HD sólo es cierto para


aquellas personas que no están dedicadas a la música. La mayoría de nosotros no somos
músicos y, a causa de su carácter novedoso, procesaremos la información musical en el
lado derecho del cerebro. Las exploraciones funcionales del cerebro muestran que los
músicos avezados procesan la música en el lado izquierdo debido a que ya han
estructurado los circuitos neuronales a base de aprender y experimentar.x

Dada la naturaleza de nuestra dualidad anatómica, ahora podemos decir que el


HD es en esencia equivalente al izquierdo. Poseemos un cerebro diseñado para aprender
nuevas tareas y perfeccionarlas. Convertir en conocido lo que nos resulta desconocido
es una orden preprogramada en la estructura tanto microscópica como macroscópica del
cerebro humano.

Antes de seguir avanzando, me gustaría hacer un breve resumen de lo que


hemos aprendido hasta ahora:
1. Mediante el aprendizaje de nueva información (memoria semántica) y la
vivencia de nuevas experiencias (memoria episódica), creamos nuevas
conexiones sinápticas y desarrollamos el hardware de nuestro cerebro.
2. Aprendemos por asociación. Utilizamos lo que ya sabemos para comprender
lo que desconocemos. Cuando activamos circuitos neurológicos que se han
desarrollado gracias a nuestros conocimientos y experiencias, esa parte del
cerebro se vuelve mas receptiva a establecer nuevas conexiones sinápticas
destinadas una mejor comprensión. En esto se basa el modelo de aprendizaje
de Hebb: «Las que se activan juntas, se estructuran juntas».
3. Memorizamos por repetición. Cuando ponemos toda nuestra atención en lo
que estamos aprendiendo y lo practicamos de forma repetida, activando esas
conexiones sinápticas una y otra vez, se liberan sustancias químicas
neurotróficas que logran que las neuronas formen entre sí conexiones
duraderas. «Las neuronas que se activan juntas repetidamente, se estructuran
juntas con más firmeza».
4. Poseemos estructuras en nuestro cerebro que nos permiten aprender
(convertir lo desconocido en conocido) tanto al nivel neuronal de Hebb
(microscópico) como a nivel de procesamiento cerebral dual
(macroscópico).
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