Joe Dispenza Capitulo 6
Joe Dispenza Capitulo 6
Joe Dispenza Capitulo 6
desarrollan el cerebro
Toda mutación producida mediante una nueva combinación
de factores genéticos que otorga al organismo una nueva
oportunidad de adaptarse a las condiciones del medio significa,
ni más ni menos, que la información sobre ese entorno se ha introducido
en ese sistema orgánico. La adaptación es básicamente un proceso
cognitivo.
KONRAD LORENZ, LA DECADENCIA DE LO HUMANO
Incluso hoy en día, los términos que usamos para describir el cerebro y su
funcionamiento (estructuras, circuitos, redes, compartimentos, etcétera) reflejan esa
persistente idea de que el cerebro es algo así como un instrumento rígido. En muchos
aspectos, nuestra limitada capacidad para idear analogías y metáforas nos hace un flaco
favor a la hora de comprender lo maleable, flexible y adaptable que es el cerebro en
realidad.
La lengua tiene más receptores nerviosos táctiles que ninguna otra parte del
cuerpo, a excepción de los labios; de ahí que se la denomine en ocasiones el órgano
curioso. (Nuestra experiencia con los problemas dentales muestra cuánto le gusta a la
lengua indagar en sus territorios). En su trabajo con voluntarios con los ojos vendados,
el doctor Bach-y-Rita conecta una videocámara a la cabeza de un sujeto. Los cables de
datos de la cámara se derivan a un ordenador portátil que reduce las imágenes a 144
píxeles y envía la información mediante unos electrodos hasta una cuadrícula colocada
en la lengua. Mientras las imágenes visuales se transmiten hasta la lengua de esta
forma, el individuo con los ojos vendados comienza a procesar estos datos y le
proporciona a su cerebro información sobre dónde están colocados los objetos de su
entorno. Mediante esfuerzos repetidos y concentración, por ejemplo, la mayoría de los
sujetos puede atrapar con éxito una pelota que rueda sobre la mesa hacia ellos en nueve
de cada diez ocasiones. No está mal.
Tanto si el cerebro se reestructura por sí mismo para reparar una ruta neural
dañada, para modificar circuitos existentes o para desarrollar nuevas redes neurales, la
investigación pone de manifiesto su increíble capacidad de reajustarse y readaptarse.
Lo más importante para nosotros es lo siguiente: no nos hace falta sufrir una
apoplejía, participar en un experimento en el que se compartimenta la lengua, tener
dedos fusionados o pasar diez mil horas meditando para poder emplear la
neuroplasticidad de nuestro cerebro. De hecho, lo único que tenemos que hacer es
aprender y experimentar.
Los científicos le han dado muchos enfoques al tema del aprendizaje. Nosotros
nos concentraremos primero en los impulsos electroquímicos responsables de la
adquisición de nuevos conocimientos y experiencias y de su almacenamiento en el
cerebro. Para decirlo de forma sencilla, cuando almacenamos información en nuestro
cerebro para recuperarla más tarde, creamos un recuerdo. Cómo tiene lugar este proceso
es algo que ha sido objeto de muchas discusiones, pero uno de los teóricos del tema nos
ha presentado la explicación más plausible hasta la fecha.
Imagina dos neuronas vecinas inactivas (también podrían ser dos agrupaciones
de neuronas) que no están relacionadas de ninguna otra manera que no sea su
localización. Cuando la neurona A se activa, una respuesta electroquímica recorre el
cerebro (piensa en una tormenta que genera relámpagos difusos). Esto afecta a la
neurona B inactiva, con lo que resulta más fácil crear una nueva conexión sináptica
entre ellas. Cuando dos neuronas adyacentes se activan al unísono en varias ocasiones,
las células y las sinapsis que existen entre ellas sufren un cambio químico. Ese estado
químico alterado significa que cuando una se activa, se producirá una activación más
fuerte en la otra. Con el tiempo, la conexión entre ellas se hace tan fuerte que se activan
de manera simultánea en una respuesta conjunta, en lugar de en una secuencia o al azar.
Tienden a unirse en una relación más firme y duradera y, en el futuro, se dispararán
conjuntamente con mucha más facilidad que antes. Al final, las neuronas que se activan
juntas, se estructuran juntas. La Figura 6.1 muestra el modelo de Hebb.
Para que esto ocurra, hace falta activar una neurona, o grupo neuronal, que ya
está estructurada sinápticamente en el cerebro. Así, si una neurona está aislada e
inactiva, para ella será más fácil crear una nueva conexión sináptica con el grupo de
neuronas de al lado que ya están excitadas.
Imagina que quieres aprender a conducir una motocicleta. Si has llevado alguna
vez una bicicleta, ya tienes grupos neuronales que se estructuraron en una época anterior
de tu vida, cuando aprendiste a mantener el equilibrio sobre dos ruedas. Cuando
empiezas a conducir la moto, esas agrupaciones preestructuradas que aún conservan tus
experiencias con el equilibrio comienzan a activarse y te hacen recordar cómo mantener
el equilibrio y la dirección hacia la que debes inclinarte para girar en las esquinas.
Aunque para montar en moto tendrás que aprender cómo se cambia de velocidad, cómo
se frena y todas las cosas que son distintas que en la bicicleta, descubrirás que te resulta
mucho más sencillo dominar la conducción que si nunca hubieras montado en bici, ya
que la parte más importante de la nueva experiencia ya te resulta familiar.
Lo que nos permite llevar a cabo este proceso es la asociación. Cuando aprendemos
algo por asociación, recurrimos a lo que ya hemos aprendido, recordado y estructurado
en el cerebro para poder añadir una nueva conexión. Cuando activamos circuitos
existentes, esos circuitos estarán más estrechamente relacionados con la nueva
información que intentamos aprender.Al nacer, pues, necesitamos circuitos
preestructurados en nuestro cerebro para poder crear otros nuevos. De modo que, en
contra de lo que afirmaba Aristóteles, no somos una tábula rasa o una tablilla en blanco
sobre la que el entorno deja su huella. Ahora sabemos que las conexiones sinápticas se
forman a un ritmo formidable mientras el embrión se desarrolla en el útero. Nacemos
con conexiones sinápticas que encierran memorias existentes y que sirven como
cimientos sobre los cuales comenzaremos a edificar nuestra vida. Pero ¿dónde se
generan los recuerdos que nos permiten comenzar a aprender inmediatamente después
de nacer?
No nos sirve de nada, sin embargo, pensar en nuestro linaje como un círculo
vicioso de malos hábitos perpetuados y cosas así. Es cierto que la manzana nunca cae
muy lejos del árbol, pero eso no significa que no podamos rodar hacia otro lugar. Ésa es
la premisa básica de este libro, después de todo. Es cierto que nuestra memoria genética
proporciona las bases para nuestra nueva vida. Tanto si se activa gracias al entorno
como si es debido a algún programa genético, esta memora comienza a construir la
identidad del niño en desarrollo; es la materia prima del «yo». No obstante, la ciencia
sabe ahora que nuestros genes no tienen por qué convertirse en nuestro destino.
Heredamos alrededor del 50 por ciento de nuestros circuitos neuronales, pero el otro 50
por ciento lo conseguimos a través de nuestros conocimientos y experiencias.
A pesar de las similitudes a largo plazo, todos somos individuos únicos. Cuando
observamos el cerebro a nivel celular, más allá de los lóbulos y los compartimentos,
vemos que es allí donde la neuroplasticidad nos ayuda a convertirnos en seres
individuales con distintas identidades. La forma en que se estructuran estas
agrupaciones neuronales y las conexiones sinápticas específicas que las constituyen son
lo que nos hace verdaderamente únicos. La teoría de Hebb nos dice que el número de
conexiones, el patrón que siguen estas conexiones e incluso la fuerza de esas
conexiones de los circuitos neuronales son lo que explican cómo llegaremos a expresar
la mente en el neocórtex de manera individual.
Nuestra individualidad tan sólo está conformada en parte por aquellos que
contribuyeron a crearnos con su ADN. No eres sólo un clon que sale de una cadena de
montaje, ni siquiera una versión compleja de todos y cada uno de los parientes que te
antecedieron en el árbol genealógico. Aunque puede que compartas algunos rasgos con
tus primeros ancestros, la mayor parte de los que has heredado procede de tus padres, y
fue creada, después de su nacimiento, por las experiencias que vivieron durante su vida.
Además, no olvides que eres una combinación de la genética de dos personas. Tal vez
el pesimismo de tu padre quede anulado por el optimismo de tu madre.
Nuestra conciencia tiende a vivir en la parte del cerebro en la que esos circuitos
familiares llevan las riendas. La gente opera a menudo como si sólo pudiera elegir un
modo de comportarse. Todos hemos oído decir: «Oye, así soy yo. Eso es lo que soy».
Para decirlo correctamente, según lo que sabemos ahora sobre el papel que juega la
genética, deberían decir: «Oye, soy yo quien ha elegido activar los circuitos que heredé
de mi madre y de mi padre. Como mi cerebro tiene cualidades neuroplasticas, he
desarrollado mis propias redes neurales. Pero por ahora, elijo seguir con lo que estaba
ahí desde el principio. Eso es lo que soy».
¿Cómo podemos aumentar lo que nos dieron? ¿Cómo podemos aumentar los
billones de posibles combinaciones, secuencias y patrones de conexiones sinápticas para
actualizar el hardware de nuestro cerebro? Matemáticamente, en base a las
combinaciones y permutaciones potenciales, el hecho de añadir unas cuantas
conexiones sinápticas a la matriz existente implicaría la creación de muchísimos
patrones y secuencias nuevas de activación.
Por ejemplo, podemos leer algo sobre el concepto del deja vu. Entendemos que
es la sensación que experimenta la gente cuando cree que está experimentando un
suceso o un lapso de tiempo que ya han vivido. Si almacenamos esa información en la
memoria mediante la creación de los circuitos neuronales que nos permiten asimilarla y
recordarla, tendremos un recuerdo semántico de ese concepto. Sin embargo, cuando
experimentamos esa sensación de deja vu, la definición se nos queda corta, como si no
fuera una verdadera representación de la experiencia.
Todos conocemos a gente que es una «enciclopedia», lo que quiere decir que
guarda un montón de recuerdos semánticos almacenados en su neocórtex. Sin embargo,
no todos los recuerdos semánticos contienen la clase de información que podría ayudar
a un concursante del programa Jeopardy. Toma como ejemplo los números de teléfono.
Si dos personas intercambian el número de teléfono pero ninguna de ellas tiene un
papel donde apuntarlo, tendrán que almacenarlo como un recuerdo semántico al
instante. No podemos experimentar un número de teléfono, así que el acto de
memorizar ese número se encuentra por completo en los dominios de la memoria
semántica.
Por ejemplo, digamos que nunca hemos tenido un perro pero estamos
considerando la idea de tener un cachorro. Si leemos un libro sobre la cría de los cocker
spaniel, podemos aprender cosas sobre la raza, su origen genético, la personalidad del
perro, su esperanza de vida y cosas por el estilo. Cuando observamos las imágenes del
libro, nuestros patrones sinápticos también graban esas imágenes como recueros
asociados con nuestros nuevos conocimientos sobre los cocker.
Desarrollando el cerebro
El poder de la atención
Incluso hay más, cuanto mayor sea la concentración de una persona más fuertes
serán las señales que se envían a las neuronas asociadas, lo que lleva a un mayor nivel
de activación. La atención origina una estimulación más elevada, que supera el umbral
normal de la activación neuronal e incita a unirse a nuevos grupos de neuronas.
Pongamos que en este mismo instante, mientas lees este capítulo, tu atención
está completamente ocupada. Ahora, deja de leer por un momento y escucha los
sonidos que te rodean. Mientras leías, tu atención excluía cualquier otro estímulo
externo y tal vez no te dieras cuenta del zumbido del ordenador o del tictac del reloj.
Puesto que no escuchaba ninguno de los ruidos que se oyen a nuestro alrededor, nuestro
cerebro no necesitaba establecer más conexiones sinápticas que las que la atención
mantenía activas. El hecho de prestar atención, o de utilizar la concentración
focalizada, nos permite crear recuerdos a largo plazo. Y así, creamos un aprendizaje
más efectivo.
Es posible que hayas escuchado eso de que «la experiencia es el mejor de los
maestros». Lo más probable es que quienquiera que acuñase esta frase no tuviera los
mismos conocimientos sobre fisiología y química cerebral de los que disponemos
ahora, pero la expresión tiene más de cierto de lo que parece a primera vista. Si el
objetivo del aprendizaje es poder recordar la información tiempo después, entonces la
experiencia (mediante la formación de recuerdos episódicos asociados con la
información conocida y asimilada en el neocórtex), consigue ese objetivo por nosotros.
Los recuerdos episódicos son nuestra forma de aprender de las experiencias. Por
ejemplo, podemos asociar conscientemente el recuerdo de un momento y un lugar con
una persona o una cosa, o cualquier combinación de los mismos. Estos patrones de
experiencia están por tanto grabados en el marco neurológico del neocórtex. El cerebro
almacena estos recuerdos episódicos de forma diferente, a través de un proceso
neurológico distinto que el de los recuerdos semánticos.
Como podrás suponer por este ejemplo, aun cuando han pasado muchos años
desde que abandoné la clase de química del instituto, todavía recuerdo muchas de las
cosas que ocurrían allí (he acortado los nombres para proteger a los inocentes y a los no
tan inocentes). ¿A qué se debe esto? La clave está en ese miedo, que me retorcía las
entrañas y me hacía apretar los dientes, que experimentaba cada vez que el señor A leía
los resultados de las pruebas. Cuando asociamos un recuerdo con una emoción fuerte,
creamos un recuerdo a más largo plazo que si nos limitamos a estudiar un hecho y lo
almacenamos semánticamente. En realidad, la química (la bioquímica de la función
neuronal) es en parte responsable de aquellos recuerdos que están almacenados a largo
plazo.
Los sentimientos son lo que nos permite grabar nuestras experiencias sensoriales
a través de nuestro sistema de circuitos neurológicos y la química cerebral. Cuando
recordamos una experiencia, sentimos exactamente lo mismo que sentimos en aquel
momento. Cuando activamos, ya sea consciente o inconscientemente, los circuitos
neuronales asociados a una experiencia (o recuerdo), esos circuitos que activamos crean
las mismas sustancias químicas en el cerebro. Y estas sustancias químicas generan una
respuesta en el cuerpo. Como consecuencia cuando recreamos un recuerdo,
reproducimos el mismo sentimiento corporal asociado con el suceso inicial. Así pues, el
cuerpo experimentará lo que quedó grabado neuroquímicamente en el cerebro como un
sentimiento. Los recuerdos episódicos se rememoran como sentimientos, y los
sentimientos siempre están relacionados con experiencias.
Demos un paso más allá para ilustrar cómo los recuerdos episódicos consiguen
crear tan intrincados patrones neuronales. Imagina que ves a una chica por primera vez
en una fiesta, mientras visitas a una amiga en Nueva York. La mujer de ojos verdes se
acerca a ti con ese bonito cabello rizado, una sonrisa radiante y unos dientes blanquísi-
mos. Tu cerebro comienza a registrar esa información visual porque prestas atención a
todos esos estímulos. Después te das cuenta de que se parece a una amiga del instituto
y, de inmediato, asocias el recuerdo de esa amiga con la imagen de esta persona a la
que acabas de conocer. A continuación, ella te dice con una voz melodiosa que se llama
Diana y que es cantante en Broadway.
Como resultado de este simple encuentro, tu cerebro asocia lo que ves (la
apariencia física de Diana) con lo que oyes (la hermosa voz y el nombre de Diana). Al
mismo tiempo, tu cerebro relaciona la imagen visual de Diana con el recuerdo de tu
antigua compañera de clase. Acto seguido, la mujer te ofrece la mano. Su piel es suave,
pero te estrecha a mano con fuerza y decisión. En esta ocasión, las rutas sensoriales de
tu cerebro se involucran más aún con la experiencia. El firme apretón de manos conecta
con el recuerdo de tu amiga del instituto, lo que a su vez conecta con el nombre Diana,
que ahora conecta con el sonido de su voz.
La nueva experiencia con esta persona está comenzando a estructurar una nueva
y memorable red neuronal. Todos tus sentidos han reunido la materia prima suficiente
para asociar lo que has visto, con lo que has oído, con lo que has tocado, con lo que has
sentido a nivel sensual, con el olor agradable que has percibido y con el insoportable
sabor del champán. Y todos estos estímulos sensoriales se han conectado a un circuito
neuronal que ya estaba estructurado en tu red sináptica: los recuerdos episódicos de
alguien de tu pasado. En consecuencia, tienes sentimientos memorables relacionados
con este suceso.
Ahora pongamos que pasa un año. No has vuelto a ver a Diana después de aquel
encuentro y no sabes nada de ella desde entonces. Tu amiga de Nueva York te llama
por teléfono y mientras habláis, menciona a Diana. Tú haces una pausa y piensas en voz
alta: «Diana, Diana...» y tu amiga dice: «Ya sabes, pelo rizado, sonrisa bonita...». Lo
recuerdas todo de golpe. «Sí, en la fiesta de Manhattan de 1999, ojos verdes, firme
apretón de manos, alta y esbelta, con perfume de jazmín, voz dulce y champán
asqueroso... la recuerdo». No has necesitado más que unos cuantos estímulos
asociativos para activar las conexiones neurológicas anteriores y, una vez activadas,
eres capaz de recordar la experiencia.
Todos los miembros del grupo control, que habían experimentado emociones
en respuesta a los estímulos de las películas, recordaban muchos de los detalles de
los largometrajes. El otro grupo, al que se le había pedido que observara las
películas de manera distante, demostró que sus recuerdos de los sucesos acaecidos
eran mucho menores.
Nuestro éxito evolutivo está basado en nuestra capacidad para aprender de las
experiencias y para adaptar, cambiar o modificar nuestro comportamiento cuando se nos
presenta de nuevo una oportunidad similar. Lo que aprendemos a través de la
experiencia moldea el suave tejido neuroplástico del cerebro. Por ejemplo, los
científicos aislaron ratas de laboratorio en tres entornos diferentes. En el primer entorno,
la rata estaba en una estancia incomunicada, sin interactuar con otras ratas, con
estímulos limitados y escasez de comida y agua. En el segundo entorno, la rata se
encontraba en una jaula de laboratorio normal, con una rueda y otras dos ratas. El tercer
entorno era un medio enriquecido, donde las ratas estaban con algunos hermanos y parte
de su descendencia, y donde tenían acceso a muchos juegos. Los tres grupos vivieron en
estos entornos durante meses. Al final del experimento, se extirpó quirúrgicamente el
cerebro a las ratas para examinarlo en el microscopio.
Cuando los científicos evaluaron a las ratas del medio enriquecido, descubrieron
que el cerebro de estos roedores era de un tamaño bastante mayor que el de las ratas de
los grupos control y que mostraba un incremento cuantificable en la cantidad de
neurotransmisores, que era directamente proporcional al número de conexiones
sinápticas.vi Por tanto, los medios enriquecidos hacen exactamente eso: enriquecen el
desarrollo de las neuronas y de sus conexiones en la corteza cerebral a través del
aumento de las experiencias cerebrales. Curiosamente, las ratas del medio enriquecido
también tenían menos grasa corporal y vivieron durante más tiempo. En un examen más
a fondo de los cerebros de las ratas del medio enriquecido, los científicos observaron
que había un incremento en el número de espinas dendríticas, los puntos de conexión
con otras células nerviosas. La Figura 6.2 muestra las espinas dendríticas de una
neurona.
Esta idea sobre la instrucción y la práctica está avalada por sólidos principios
pedagógicos. Tenemos que leer y estudiar un montón de información para poder
transformar el conocimiento en memoria habitual que nos permita saber cómo y por qué
llevaremos a cabo ciertos procedimientos. La forma en que aplicamos este conocimiento
es cosa de la memoria semántica, que nos permite prepararnos para reforzarlo como
memoria episódica.
Los datos intelectuales aprendidos que hemos almacenado a lo largo del tiempo,
en forma de centenares de miles de circuitos neuronales, pueden activarse de otra
manera. Personalizar y poner en práctica lo que aprendemos intelectualmente refuerza
esos circuitos semánticos y crea recuerdos a largo plazo a partir de nuestras nuevas
experiencias. Los circuitos cerebrales semánticos están en su lugar, esperando a que los
utilicemos. Podemos apoyarnos en la información almacenada en nuestro cerebro
porque ya sabemos lo que debemos hacer para obtener resultados específicos. Si no
hubiera circuitos presentes para ninguna de las capacidades mencionadas, es posible
que no supiéramos qué hacer en ciertas ocasiones.
Todas las lecciones que aprendimos ese día fueron a través de la experiencia,
pero la mayoría se vieron facilitadas por las rutas sensoriales del dolor, el frío y el
cansancio extenuante. Al día siguiente, empezamos a tomar lecciones de esquí.
Por suerte para mi hermano y para mí, el instructor que nos enseñó el segundo
día era sabio. Nos preguntó si sabíamos cómo montar en bicicleta, si sabíamos montar
en monopatín y si habíamos esquiado sobre agua alguna vez. Aunque en aquel entonces
no me di cuenta de ello, él estaba utilizando la Ley de la Asociación para ayudarnos a
aprender una nueva habilidad.
Yo ya he utilizado esta ley para ayudarte a aprender. Cuando dije que una célula
nerviosa se parece a un roble, hice referencia a algo familiar. De inmediato, tu cerebro
buscó entre todos los conocimientos y experiencias almacenados para elegir la
información que encajara. Nuestro cerebro hace esto tan bien y tan a menudo que deja
el motor de búsqueda de Google a la altura de un viejo fichero de la biblioteca de la
facultad o la búsqueda en una de las estanterías. Bueno, acabo de hacerlo otra vez. He
asociado algo que tal vez hayas experimentado una búsqueda a la antigua usanza en una
biblioteca) con otra cosa (el cerebro) mientras hacía referencia a una tercera (una
búsqueda en Google).
Un concepto que nos resulta por completo desconocido puede integrarse con
facilidad en nuestros circuitos neuronales preexistentes si utilizamos la Ley de la
Asociación. He aquí un ejemplo de la vida real: con sesenta y muchos años, Joe M tuvo
que aprender a utilizar un ordenador por primera vez. Como voluntario en su programa
local de protección de menores, debía ejercer como abogado defensor para niños que
sufrían abusos y negligencias. Cada seis meses, debía enviar un correo electrónico para
informar al tribunal acerca de cómo les iba a los niños con su familia de acogida y en el
colegio, e incluir sus propias recomendaciones acerca de lo que el niño podría necesitar.
Joe debía guardar todos los informes previos para futuras referencias. Su esposa Elaine
también se hizo voluntaria en el mismo programa, y tenía sus propios clientes y su
propio grupo de archivos en el ordenador.
El problema era que la pareja no sabía nada en absoluto sobre cómo se crean y
se manejan archivos en el ordenador. No lograban entender cómo se grababan los
informes originales como plantillas ni cómo utilizar el comando «Guardar como» para
duplicar informes que podrían actualizar de forma segura. Ni siquiera sabían cómo
mantener los archivos de él separados de los de ella. Consultaron muchos manuales
prácticos de informática y probaron muchas veces para tratar de entender estos
procedimientos, pero siguieron bloqueados. En otras palabras, no fueron capaces de
activar un hardware existente en su cerebro con el que relacionar los nuevos datos.
Los atletas profesionales practican sus movimientos miles de veces, día tras día,
semana tras semana, bajo la tutela de sus entrenadores. No quieren tener que pensar en
la compleja secuencia de movimientos necesarios para golpear una pelota de tenis, de
golf o de béisbol; de hecho, pretenden justo lo contrario. Mediante la práctica constante,
enseñan a sus músculos, o mejor dicho, crean una memoria muscular, hasta que
encuentran esa escurridiza zona en la que se puede dejar a un lado a la mente y permitir
que el cuerpo lleve a cabo el trabajo. Ésta es la Ley de la Repetición en acción.
Como muchos padres saben, los niños son máquinas de aprender. En algunas
ocasiones aprenden demasiado bien. Por ejemplo, cuando nuestro hijo aprende a
caminar, nos emocionamos muchísimo, pero también nos preocupamos. De repente, su
movilidad lo expone a un montón de peligros potenciales. ¿No da la impresión de que el
vocabulario de los padres disminuye a medida que la movilidad del niño aumenta? La
palabra «no» parece surgir mucho más a menudo. «No, no toques eso». «No, aléjate de
esas escaleras». «No, vuelve aquí»-Imagina la sorpresa de mamá o de papá cuando,
pocas semanas después de la aparición de este nuevo mundo del «no», la pequeña Sarah
dice «no» cuando le piden que suelte el mando a distancia de la televisión.
Mientras estoy sentado aquí escribiendo esto, me viene a la cabeza lo torpe que
me sentí cuando intenté escribir a máquina por primera vez. El simple hecho de
encontrar la fila de teclas de apoyo y colocar los dedos me resultaba extraño. Aprender
la localización de cada tecla fue una experiencia lenta y, a menudo, frustrante. Sin
embargo, cuanto más practicaba, más fácil me resultaba. Seguro que se te ocurren una
docena de habilidades que has aprendido a lo largo del tiempo y que ahora te resultan
tan naturales como respirar. Y con «naturales» no me refiero a sencillas. Una nueva
habilidad se convierte primero en automática, después en subconsciente y, por último,
cuando dominamos de verdad esta habilidad en particular, en inconsciente (es decir, no
pensamos en ella en absoluto).
Los circuitos neuronales, pues, no son más que pandillas de neuronas que se
activan juntas y que después se estructuran juntas cuando aprendemos nueva
información mediante la asociación y recordamos lo aprendido mediante la repetición.
El resultado final de la asociación con los datos conocidos y la posterior repetición de
un nuevo concepto, idea, proceso mental, recuerdo, habilidad, comportamiento o acción
será una nueva comunidad de conexiones sinápticas relacionadas o una nueva red
neural en el cerebro.
Cada vez que activamos ese circuito neuronal generamos en esencia un nuevo
estado mental. Si la mente es el cerebro en acción o el cerebro activado, entonces los
circuitos neuronales son los creadores de los estados mentales. Y lo más importante,
una red neural al completo Puede examinar cientos de kilómetros de territorio
neurológico para conectar diferentes compartimentos, módulos, regiones,
subestructuras e incluso lóbulos a fin de activar un número infinito de combinaciones
posibles.
Los hemisferios del neocórtex no son imágenes especulares el uno del otro. El
lóbulo frontal derecho es más ancho que el izquierdo. El lóbulo occipital izquierdo es
más amplio que el derecho. Esta asimetría es ampliamente conocida como torsión de
Yakovlev, en honor a su descubridor, el doctor Paul I. Yakovlev, un neuroanatomista
de Harvard. También existe una asimetría en la bioquímica de ambos hemisferios. Por
ejemplo, el hemisferio izquierdo posee dopamina en abundancia, mientras que en el
hemisferio derecho, el neurotransmisor más abundante es la norepinefrina (o
noradrenalina). El hemisferio derecho también tiene más receptores para las
neurohormonas estrogénicas.
Tal vez pienses a estas alturas que si ambos neocórtex difieren en estructura y
química, deben de tener funciones diferentes. Y así es.
Puesto que los niños aún se encuentran en un nivel básico del aprendizaje del
lenguaje, podría ser lógico que esa lesión de su hemisferio izquierdo pudiera
considerarse benigna, ya que no existirían muchas conexiones sinápticas todavía. Sin
embargo, esto no explica por qué una lesión del HD resulta tan devastadora en los
niños. ¿Es posible que el HD sea más activo en los niños y que, a medida que nos
hacemos adultos, el izquierdo se convierta en el más activo? Si esto es cierto, ¿qué es lo
que origina esta transferencia y qué objetivo tiene? Estos planteamientos fueron
formulados por el neuropsicólogo Elkhonon Goldberg.vii
También sabemos, gracias al modelo de Hebb, que cuando nos topamos con
información o experiencias novedosas, aprendemos mediante la asociación de los
nuevos estímulos con los recuerdos almacenados (datos conocidos, familiares) en
forma de patrones sinápticos preexistentes. De esta forma, creamos nuevos circuitos
sinápticos mejorados que nos permiten construir modelos superiores de entendimiento.
En las primeras etapas del aprendizaje, nos enfrentamos con las novedades. El
aprendizaje continúa en función de nuestra capacidad de observar y de prestar atención
a la nueva información. Después, revisamos e interiorizamos los nuevos estímulos y
comenzamos a convertirlos en familiares o conocidos. Al final del proceso de
aprendizaje, la información adquirida se ha convertido en conocida y familiar; y las
conductas o cometidos aprendidos pueden llegar a ser rutinarios, incluso automáticos.
Nuestra capacidad para convertir lo desconocido en conocido, lo extraño en familiar, lo
novedoso en rutinario es la forma de progresar en nuestra evolución individual.
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