Freud - 1896 - Las Neuropsicosis de Defensa PDF
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Ediciones en alemán
Traducciones en castellano*
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Freud terminó de redactar el presente artículo en enero
de 1894. Había pasado un año desde la aparición de su
último trabajo de psicopatología, la «Comunicación preli-
minar» (1893a) escrita en colaboración con Breuer —no
tomamos en cuenta el trabajo acerca de las parálisis histé-
ricas (1893c), planeado y bosquejado años antes, ni la nota
necrológica sobre Charcot (1893/)—, y aún habría de tras-
currir otro antes de que publicase algo nuevo. Pese a ello,
1893 y 1894 no fueron años ociosos; en 1893, Freud estaba
produciendo todavía una cantidad de trabajos neurológicos,
y en 1894 comenzó a preparar sus contribuciones para Estu-
dios sobre la histeria (1895J). Y, como lo demuestran sus
cartas a Fliess, en todo este período estuvo intensamente
dedicado a investigar lo que ya por entonces había desalo-
jado por completo a la neurología del centro de su interés:
los problemas de las neurosis.
Estos problemas se dividían en dos grupos bastante bien
diferenciados: los concernientes a lo que más tarde dio en
llamar «neurosis actuales» (neurastenia y estados de angus-
tia) —cf. «La sexualidad en la etiología de las neurosis»
(1898a), infra, pág. 271— y los vinculados con las «psico-
neurosis» (histeria y obsesiones). Debió pasar un año hasta
que, a comienzos de 1895, Freud estuvo en condiciones de
publicar algo sobre las primeras, mientras que de las segun-
das ya podía trazar el mapa del terreno abarcado, conse-
cuencia de lo cual es el presente trabajo.^
Por supuesto, aún es profunda en él su deuda con Char-
cot y Breuer; empero, es posible detectar también un primer
afloramiento de gran parte de lo que más tarde sería esen-
cial en sus propias concepciones. Por ejemplo, la teoría de
la defensa, que había sido brevemente mencionada en la
«Comunicación preliminar», recibe por primera vez un am-
plio tratamiento. El término «defensa», en sí, es inaugural-
mente utilizado aquí (pág. 49), lo mismo que «conversión»
(pág. 50) y «refugio en la psicosis» (pág. 60).- Comienza
a esbozarse el significativo papel de la sexualidad (pág. 53);
se roza la cuestión de la naturaleza de lo «inconciente»
(pág. 54); y, lo más importante quizá, se plantea (en la
sección II) toda la teoría fundamental de las investiduras
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psíquicas y su desplazamiento, y se enuncia claramente (en
el penúltimo párrafo) la hipótesis sobre la cual descansa-
ba el esquema freudiano.
En un «Apéndice» (págs. 62-8) examinamos con mayor
detenimiento cómo fueron surgiendo las concepciones teó-
ricas fundamentales de Freud.
James Strachey
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Iras detenido estudio de muchos neuróticos aquejados de
fobias y de representaciones obsesivas, se me impuso cierto
ensayo explicativo de estos síntomas, que luego me permi-
tió colegir con éxito el origen de tales representaciones pato-
lógicas en otros casos, nuevos, y por eso lo he considerado
merecedor de ser comunicado y sometido a reexamen. Junto
a esta «teoría psicológica de las fobias y representaciones
obsesivas», por medio de la observación de los enfermos se
dilucidó un aporte a la teoría de la histeria o, más bien, su
modificación, que parece dar cuenta de un importante carác-
ter común a la histeria y a las mencionadas neurosis. Ade-
más, tuve oportunidad de inteligir algo sobre el mecanismo
psicológico de una forina de afección indudablemente psí-
quica, y a raíz de ello descubrí que el modo de abordaje
por mí intentado establece un enlace inteligible entre estas
psicosis y las dos neurosis ya indicadas. Como conclusión
de este opúsculo, pondré de relieve una hipótesis auxiliar de
que me he valido en los tres casos.
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tras los brillantes trabajos de P. Janet, J. Breuer y otros.
Menos claras están las opiniones sobre el origen de esa esci-
sión de la conciencia y sobre el papel que ese carácter desem-
peña en la ensambladura de la neurosis histérica.
Según la doctrina de Janet, ^ la escisión de conciencia es
un rasgo primario de la alteración histérica. Tiene por ba-
se una endeblez innata de la aptitud para la síntesis psíqui-
ca, un estrechamiento del «campo de conciencia» {«champ
de conscience»), que como estigma psíquico testimonia la
degeneración de los individuos histéricos.
En oposición al punto de vista de Janet, que me parece
expuesto a muchísimas objeciones, se sitúa el sustentado por
Breuer en nuestra «Comunicación».* Según Breuer, «base
y condición» de la histeria es el advenimiento de unos esta-
dos de conciencia peculiarmente oníricos, con una aptitud
limitada para la asociación, a los que propone denominar «es-
tados hipnoides». La escisión de conciencia es, pues, secun-
daria, adquirida; se produce en virtud de que las representa-
ciones que afloran en estados hipnoides están segregadas del
comercio asociativo con el restante contenido de conciencia.''
Ahora puedo aportar la prueba de otras dos formas ex-
tremas de histeria en que la escisión de conciencia en modo
alguno puede interpretarse como primaria en el sentido de
Janet. Para la primera de esas formas conseguí demostrar
repetidas veces que la escisión del contenido de conciencia
es la consecuencia de un acto voluntario del enfermo, vale
decir, es introducida por un empeño voluntario cuyo motivo
es posible indicar. Desde luego, no sostengo que el enfermo
se proponga producir una escisión de su conciencia; su pro-
pósito es otro, pero él no alcanza su meta, sino que genera
una escisión de conciencia.
En la tercera forma de histeria, que hemos comprobado
mediante el análisis psíquico * de enfermos inteligentes, la
escisión de conciencia desempeña un papel mínimo, cpuizá
ninguno. Son aquellos casos en que meramente se inter-
aparentemente con el mismo sentido, el término «complejo». Doy
algunas referencias sobre la historia de estos términos en mi «Nota in-
troductoria» a «La indagatoria forense y el psicoanálisis» {1906c),
AE, 9, págs. 84-5.1
3 Janet, 1892-94 y 1893.
•* Breuer y Freud, 1893.
•"' VAE, 3, págs. 37-8.]
" [El verbo «analizar» ya había sido utilizado en la «Comunica-
ción preliminar» (1893a), AE, 2, pág, 33. Aquí encontramos por pri-
mera vez «análisis psíquico»; en pág. 54, «análisis clínico-psicoló-
gico»; en pág. 60, «análisis hipnótico», y en pág. 76, «análisis psi-
cológico». La palabra «psicoanálisis» hizo su primera aparición en
«La herencia y la etiología de las neurosis» (1896a), injra, pág. 151.]
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ceptó la reacción frente al estímulo traumático, y que luego
serán'tramitados y curados por «abreacción»:'' las histerias
de retención puras.
Con miras al anudamiento con las fobias y representa-
ciones obsesivas, sólo he de considerar aquí la segunda forma
de la histeria, que, por ra2ones que enseguida se harán
evidentes, yo designaré como histeria de defensa, separán-
dola así de la histeria hipnoide y de la histeria de retención}
También puedo designar provisionalmente como de histeria
«adquirida» mis casos de histeria de defensa; en efecto, en
ellos no cabía hablar de una tara hereditaria grave ni una
atrofia degenerativa en sentido estricto.
Pues bien; esos pacientes por mí analizados gozaron de
salud psíquica hasta el momento en que sobrevino un caso
de inconciliabilidad en su vida de representaciones, es decir,
hasta que se presentó a su yo una vivencia, una representa-
ción, una sensación que despertó un afecto tan penoso que
la persona decidió olvidarla, no confiando en poder solucio-
nar con su yo, mediante un trabajo de pensamiento, la con-
tradicción que esa representación inconciliable le oponía.
En personas del sexo femenino, tales representaciones in-
conciliables nacen las más de las veces sobre el suelo del
vivenciar y el sentir sexuales, y las afectadas se acuerdan
con toda la precisión deseable de sus empeños defensivos,
de su propósito de «ahuyentar» {fortschiehen, «empujar le-
jos») la cosa, de no pensar en ella, de sofocarla. He aquí
unos ejemplos pertinentes, tomados de mi experiencia, que
por otra parte podría multiplicar sin dificultad: El caso de
una joven señorita que se echa en cara, mientras cuida a su
padre enfermo, pensar en el joven que le ha dejado una leve
impresión erótica; el caso de una gobernanta que se había
enamorado de su patrón, y resolvió quitarse de la cabeza
esa simpatía por parecerle inconciliable con su orgullo, etc.''
No puedo aseverar, pot cierto, que el empeño voluntario
por esforzar a apartarse de los propios pensamientos algo
de este tipo constituya un acto patológico; tampoco sé decir
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si ese olvido deliberado se logra, o de qué manera se logra,
en aquellas personas que permanecen sanas ante las mismas
influencias psíquicas. Sólo sé que en los pacientes por mí
analizados ese «olvido» no se logró, sino que llevó a diver-
sas reacciones patológicas que provocaron una histeria, o
una representación obsesiva, o una psicosis alucinatoria. En
la aptitud para provocar mediante aquel empeño voluntario
uno de estos estados, todos los cuales se conectan con una
escisión de conciencia, ha de verse la expresión de una pre-
disposición patológica, que, empero, no necesariamente es
idéntica a una «degeneración» personal o hereditaria.
Acerca del camino que desde el empeño voluntario del
paciente lleva a la génesis del síntoma neurótico, me he
formado una opinión que acaso en las abstracciones psico-
lógicas usuales se podría expresar así: La tarea que el yo
defensor se impone, tratar como «non arrivée» {«no acon-
tecida») la representación inconciliable, es directamente in-
soluble para él; una vez que la huella mnémica y el afecto
adherido a la representación están ahí, ya no se los puede
extirpar. Por eso equivale a una solución aproximada de
esta tarea lograr convertir esta representación intensa en
una débil, arrancarle el afecto, la suma de excitación que
sobre ella gravita.^" Entonces esa representación débil de-
jará de plantear totalmente exigencias al trabajo asociativo;
empero, la suma de excitación divorciada de ella tiene que
ser aplicada a otro empleo.
Hasta aquí son iguales los procesos en la histeria y en
las fobias y representaciones obsesivas; desde este punto,
los caminos se separan. En la histeria, el modo de volver
inocua la representación inconciliable es trasponer {umset-
zen) a lo corporal la suma de excitación, para lo cual yo
propondría el nombre de conversión}11
50
La conversión puede ser total o parcial, y sobrevendrá
en aquella inervaciónr'- motriz o sensorial que mantenga un
nexo, más íntimo o más laxo, con la vivencia traumática.
El yo ha conseguido así quedar exento de contradicción,
pero, a cambio, ha echado sobre sí el lastre de un símbolo
mnémico^'' que habita la conciencia al modo de un parásito,
sea como una inervación motriz irresoluble o como una
sensación alucinatoria que de continuo retorna, y que per-
manecerá ahí hasta que sobrevenga una conversión en la
dirección inversa. En tales condiciones, la huella mnémica de
la representación reprimida {esforzada al desalojo)^'' no ha
sido sepultada {untergeben}, sino que forma en lo sucesivo
el núcleo de un grupo psíquico segundo.
Sólo añadiré unas pocas palabras para explicitar esta vi-
sión sobre los procesos psicofísicos que ocurren en la his-
teria: Una vez formado en un «momento traumático» ese
núcleo para una escisión histérica, su engrosamiento se pro-
duce en otros momentos que se podrían llamar «traumáticos
auxiliares», toda vez que una impresión de la misma clase,
recién advenida, consiga perforar la barrera que la voluntad
había establecido, aportar nuevo afecto a la representación
debilitada e imponer por un momento el enlace asociativo
de ambos grupos psíquicos, hasta que una nueva conversión
ofrezca defensa. En la histeria, el estado así alcanzado con
respecto a la distribución de la excitación prueba luego,
las más de las veces, ser lábil; la excitación esforzada por una
vía falsa (hacia la inervación corporal) consigue de tiempo
en tiempo volver hasta la representación de la que fue desa-
sida, y entonces constriñe a ¡a persona a su procesamiento
asociativo o a su trámite en ataques histéricos, como lo de-
muestra la notoria oposición entre los ataques y los síntomas
permanentes. El efecto del método catártico de Breuer con-
siste en volver a guiar la excitación, con conciencia de la
meta, de lo corporal a lo psíquico, para forzar luego a re-
cquilibrar la contradicción mediante un trabajo de pensa-
miento y a descargar la excitación por medio del habla.
Si la escisión de conciencia de la histeria adquirida des-
12 [<dn!iervalion»; a partir de 1911, en todas las ediciones en
alemán figura erróneamente «Inlerveniion».]
1'' [Esta expresión, introducida aquí por primera vez, fue emplea-
da con frecuencia por Freud en sus primeros escritos, aunque el
mejor esclarecimiento que hizo de ella se encuentra en una obra
pr.sicrior, Cinco conferencias sobre psicoanálisis (1910Í?), AE, 11,
;>.if.s. IV4.I
' ' lT;inU) el término «represión» como el concepto correspondien-
ii: csialian presentes ya en la «Comunicación preliminar» (1893fl),
Al:, '1. p;ig. í().J
51
cansa en un acto voluntario, se explica con sorprendente
facilidad el asombroso hecho de que la hipnosis por regla
general ensanche la conciencia estrechada de los histéricos
y vuelva asequible el grupo psíquico escindido. En efecto,
tenemos noticia de una propiedad de todos los estados seme-
jantes al dormir, y es que ellos cancelan aquella distribución
de la excitación sobre la que descansa la «voluntad» de la
personalidad concien te.
Según lo expuesto, no discernimos el factor característico
de la histeria en la escisión de conciencia, sino en la aptitud
para la conversión; y tenemos derecho a citar como una
pieza importante de la predisposición histérica, que por
otra parte nos es desconocida, la capacidad psicofísica para
trasladar a la inervación corporal unas sumas tan grandes
de excitación.
En sí y por sí, esta capacidad no excluye la salud psí-
quica, y sólo lleva a la histeria en el caso de una inconci-
liabilidad psíquica o de un almacenamiento de la excitación.
Con este giro nos aproximamos, Breuer y yo, a las consabidas
definiciones que de la histeria dieron Oppenheim'-^ y Strüm-
pell,^" y nos apartamos de Janet, quien asignad la escisión
de conciencia un papel desmedido en la característica de la
histeria." La exposición aquí ofrecida puede aducir en su
favor que permite comprender el nexo de la conversión con
la escisión histérica de conciencia.
52
Si en una persona predispuesta [a la neurosis] no está
presente la capacidad convertidora y, no obstante, para
(Iclcnderse de una representación inconciliable^^ se emprende
el divorcio entre ella y su afecto, es fuerza que ese afecto
¡)crmanezca en el ámbito psíquico. La representación ahora
debilitada queda segregada de toda asociación dentro de la
conciencia, pero su afecto, liberado, se adhiere a otras repre-
sentaciones, en sí no inconciliables, que en virtud de este
«enlace falso» devienen representaciones obsesivas}'' He
ahí, en pocas palabras, la teoría psicológica de las represen-
taciones obsesivas y fobias, de que hablé ai comienzo.
Ahora indicaré, entre las piezas que esa teoría requiere,
cuáles admiten demostración directa y cuáles he completado
yo. Directamente demostrable es, además del punto final del
proceso —la representación obsesiva misma—, ante todo la
fuente de la que proviene el afecto que se encuentra dentro
de un enlace falso. En todos los casos por mí analizados era
la vida sexual la que había proporcionado un afecto penoso
de la misma índole, exactamente, que el afecto endosado a
la representación obsesiva. En teoría no se excluye que en
algún caso ese afecto nazca en otro ámbito; yo me limito
a comunicar que hasta ahora no se me ha revelado un origen
53
diferente. Por otra parte, con facilidad se comprende que
justamente la vida sexual conlleve las más abundantes oca-
siones para la emergencia de representaciones inconciliables.
Es demostrable, además, por las más inequívocas mani-
festaciones de los enfermos, el empeño voluntario, el intento
defensivo a que la teoría atribuye gravitación; y al menos
en una serie de casos los enfermos mismos anotician que la
fobia o la representación obsesiva sólo aparecieron después
que el empeño voluntario hubo alcanzado en apariencia su
propósito. «Cierta vez me pasó algo muy desagradable; puse
empeño en ahuyentarlo, en no pensar más en eso. Al fin
lo conseguí, y entonces me sobrevino lo otro, de lo cual
desde entonces no he podido desprenderme». Con estas pa-
labras me corroboró una paciente los puntos capitales de la
teoría aquí desarrollada.
No todos los que padecen de representaciones obsesivas
tienen tan en claro el origen de estas. Por lo general, cuando
se les señala a los enfermos la representación originaria de
naturaleza sexual se obtiene esta respuesta: «De ahí, sin
embargo, no puede venirme. No me he ocupado mucho de
ello. Por un momento me causó espanto, pero luego me
distraje de eso y desde entonces me dejó tranquilo». En esta
objeción, tan frecuente, tenemos una prueba de que la re-
presentación obsesiva figura un sustituto o un subrogado de
la representación sexual inconciliable y la ha relevado dentro
de la conciencia.
Entre el empeño voluntario del paciente, que logra repri-
mir la representación sexual desagradable, y la emergencia
de la representación obsesiva, que, poco intensa en sí mis-
ma, está dotada [cf. pág. 50, n. 10] ahora con un afecto
inconcebiblemente intenso, se abre la laguna que la teoría
aquí desarrollada pretende llenar. El divorcio entre la re-
presentación sexual y su afecto, y el enlace de este último
con otra representación, adecuada pero no inconciliable: he
ahí unos procesos que acontecen sin conciencia, que sólo
es posible suponer, y ningún análisis clínico-psicológico [cf.
pág. 48, n. 6] es capaz de demostrar. Quizá sería más co-
rrecto decir: Estos en modo alguno son procesos de natu-
raleza psíquica, sino procesos físicos cuya consecuencia se
figura como si real v efectivamente hubiera acontecido lo
expresado mediante los giros «divorcio entre la representa-
ción y su afecto», y «enlace falso» de este último.^"
54
Junto a los casos en que se comprueba la presencia suce-
siva tic la representación sexual inconciliable y de la repre-
scnlación obsesiva, hallamos una serie de otros casos de
simultaneidad entre representaciones obsesivas y representa-
ciones sexuales de tinte penoso. No es muy adecuado llamar
a estas últimas «representaciones obsesivas sexuales»; les
falta un rasgo esencial de las representaciones obsesivas;
demuestran estar plenamente justificadas, mientras que lo
[lenoso de las representaciones obsesivas ordinarias consti-
tuye un problema para el médico y el enfermo. Hasta donde
pude inteligir los casos de este tipo, se trataba de una
defensa continua frente a representaciones sexuales que lle-
;;iiban en forma permanente, vale decir, de un trabajo que
aún no había alcanzado su acabamiento.
Los enfermos suelen mantener en secreto sus represen-
taciones obsesivas toda vez que son concientes de su ori-
gen sexual. Y cuando se quejan de ellas, las más de las veces
expresan su asombro por sucumbir al afecto en cuestión,
por angustiarse, tener determinados impulsos, etc. Al mé-
dico experto, en cambio, ese afecto le aparece justificado e
inteligible; para ello llamativo es sólo el enlace de ese afecto
con una representación que no es digna de él. En otras pala-
bras, el afecto de la representación obsesiva le aparece como
dislocado [dislozieren], trasportado {transponieren}¡^^ y en
caso de haber aceptado las puntualizaciones aquí consignadas,
el médico puede ensayar la retraducción a lo sexual en una
serie de casos de representación obsesiva.
Para el enlace secundario del afecto liberado se puede
aprovechar cualquier representación que por su naturaleza
sea compatible con un afecto de esa cualidad, o bien tenga
con la representación inconciliable ciertos vínculos a raíz
de los cuales parezca utilizable como su subrogado. Por ejem-
plo, una angustia liberada, cuyo origen sexual no se debe
recordar, se vuelca sobre las fobias primarias comunes del
ser humano ante ciertos animales, la tormenta, la oscuridad,
etc., o sobre cosas que inequívocamente están asociadas con
lo sexual de alguna manera, como el orinar, la defecación,
el ensuciarse y el contagio en general.
La ventaja obtenida por el yo tras emprender para la
defensa el camino del trasporte del afecto es mucho menor
que en el caso de la conversión de una excitación psíquica
35
en una inervación somática. El afecto bajo el cual el yo
padecía permanece como antes, sin cambio y sin disminu-
ción; sólo la representación inconciliable ha sido sofrenada,
excluida del recordar.^^ Las representaciones reprimidas
constituyen también aquí el núcleo de un grupo psíquico
segundo, que, a mi parecer, es asequible aun sin el auxilio
de la hipnosis. Si en las fobias y representaciones obsesivas
están ausentes los síntomas más llamativos que en la histe-
ria acompañan a la formación de un grupo psíquico indepen-
diente, ello se debe, sin duda, a que en el, primer caso la
alteración íntegra ha permanecido en el ámbito psíquico, y
el vínculo entre excitación psíquica e inervación somática no
ha experimentado cambio alguno.
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y los auiorreproches más violentos, pero, como es habitual,
inútiles. Un exceso tras asistir a un baile había provocado
el acrecentamiento hasta la psicosis. La muchacha curó tras
unos meses de tratamiento y de una vigilancia muy severa.^*
2. Otra muchacha sufría bajo el miedo de que le asaltaran
las ganas y entonces se orinaría; ello después que una urgen-
cia así la constriñó realmente cierta vez a abandonar una sala
de conciertos durante la ejecución. Esta fobia le había qui-
tado poco a poco toda capacidad de goce y de trato social.
Sólo se sentía bien si se sabía próxima a un baño al que
pudiera ir sin ser advertida. Estaba excluida cualquier afec-
ción orgánica del gobierno sobre la vejiga que justificara
esc malestar. Las ganas de orinar no le venían en su casa,
en condiciones de tranquilidad, ni durante la noche. Un
examen ahondado demostró que la presión en la vejiga le
sobrevino la primera vez en las siguientes condiciones: En
la sala de conciertos, no lejos de ella se había sentado
cierto señor que no era indiferente a su sentir. Empezó a
pensar en él y a pintarse cómo se sentaría a su lado siendo
su esposa. Estando en esta ensoñación erótica, le sobrevino
aquella sensación corporal que es preciso comparar con la
erección del varón y que en ella —no sé si así ocurre en
general— concluía con una ligera presión de vejiga. De esta
sensación sexual, con la que ya estaba habituada, se espantó
mucho ahora, porque entre sí había resuelto combatir esa
inclinación y cualquier otra semejante; y un instante des-
pués este afecto se le trasfirió sobre las ganas de orinar
concomitantes, constriñéndola a abandonar la sala tras una
lucha martirizadora. En su vida ordinaria era tan mojigata
que todo lo sexual le causaba intenso horror, y no podía
concebir la idea de que se casaría alguna vez; por otra parte,
era sexualmente tan hiperestésica que aquella sensación vo-
luptuosa le aparecía con cualquier ensoñación erótica que se
permitiese. Las ganas de orinar habían acompañado siem-
pre a la erección, pero sin que ello la impresionara hasta
aquella escena en la sala de conciertos. El tratamiento per-
mitió dominar la fobia casi por completo."'"'
57
3. Una joven señora que tras cinco años de matrimonio
tenía un solo hijo, se me quejó de su impulso obsesivo de
arrojarse por la ventana o el balcón, y del miedo que la asal-
taba, a la vista de cualquier cuchillo filoso, de acuchillar a
su hijo. El comercio conyugal, confesó, se había vuelto raro
y se lo practicaba sólo con cautelas anticonceptivas; pero
—afirmó— no le hacía falta, pues no era de naturaleza sen-
sual. Me atreví a decirle que a la vista de un hombre le
acudían representaciones eróticas, que por eso había perdido
la confianza en sí misma y se le antojaba que ella era una
persona abyecta, capaz de cualquier fechoría. Esa retraduc-
ción de la representación obsesiva a lo sexual fue certera;
confesó enseguida, llorando, su miseria conyugal por largo
tiempo ocultada, y luego comunicó también unas represen-
taciones penosas de carácter sexual inmodificado, como la
sensación, que le retornaba a menudo, de pujarle algo de-
bajo del vestido.
58
vas, y sostendría que estas neurosis, a las que con igual fre-
cuencia hallamos aisladas o combinadas con una histeria o
una neurastenia, no pueden situarse en un mismo grupo
con la neurastenia común, para cuyos síntomas básicos no
cabe suponer un mecanismo psíquico.
III
En los dos casos considerados hasta ahora, la defensa
frente a la representación inconciliable acontecía mediante
el divorcio entre ella y su afecto. Pero la representación, si
bien debilitada y aislada {isolieren}, permanecía dentro de
la conciencia. Ahora bien, existe una modalidad defensiva
mucho más enérgica y exitosa, cjue consiste en que el yo
desestima {verwerfen} la representación insoportable^'' jun-
to con su afecto y se comporta como si la representación
nunca hubiera comparecido. Sólo que en el momento en
que se ha conseguido esto, la persona se encuentra en una
psicosis que no admite otra clasificación que «confusión alu-
cinatoria». Un único ejemplo elucidará esta tesis:
Una joven ha regalado a cierto hombre una primera in-
clinación impulsiva, y cree {glauhen] firmemente ser corres-
pontlida. Está, de hecho, en un error; el joven tiene otro
motivo para frecuentar la casa. Los desengaños no tardan
en llegar; primero se defiende de ellos mediante la conver-
sión histérica de las experiencias correspondientes, y así
conserva su creencia en que él vendrá un día a pedir su
mano; no obstante, se siente desdichada y enferma, a conse-
cuencia de que la conversión es incompleta y de los perma-
nentes asaltos de nuevas impresiones adoloridas. Por fin,
con la máxima tensión, lo espera para un día prefijado, el
día de un festejo famihar. Y trascurre ese día sin que él
acuda, l-'asados ya todos los trenes en que podía haber lle-
gado, ella se vuelca de pronto a una confusión alucinatoria.
El ha llegado, oye su voz en el jardín, se apresura a bajar,
con su vestido de noche, para recibirlo. Desde entonces, y
por dos meses, vive un dichoso sueño cuyo contenido es;
el está ahí, anda en derredor de ella, todo está como antes
(a ni es de los desengaños de los que laboriosamente se de-
(ciulía). Histeria y desazón están superadas; mientras dura
1,1 riili'iüudad, ni se habla de sus dudas y padecimientos
60
de la defensa aquí descritas, y, por tanto, las tres formas de
enfermar a que esa defensa lleva, pueden estar reunidas en
una misma persona. La aparición simultánea de fobias y
síntomas histéricos, que tan a menudo se observa in praxi,
es justamente uno de los factores que dificultan una sepa-
ración tajante de la histeria respecto de otras neurosis, y
fuerzan a postular las «neurosis mixtas». Es cierto que la
confusión alucinatoria no suele ser compatible con la per-
sistencia de la histeria, y por regla general tampoco con la
de las representaciones obsesivas. En cambio, no es raro que
una psicosis de defensa interrumpa episódicamente la tra-
yectoria de una neurosis histérica o mixta.
Por último, expondré en pocas palabras la representación
auxiliar de la que me he servido en esta exposición de las
neurosis de defensa. Hela aquí: en las funciones psíquicas
cabe distinguir algo (monto de afecto, suma de excitación)
que tiene todas las propiedades de una cantidad •—aunque
no poseamos medio alguno para medirla—; algo que es sus-
ceptible de aumento, disminución, desplazamiento y descar-
ga, y se difunde por las huellas mnémicas de las represen-
taciones como lo haría una carga eléctrica por la superficie
tic los cuerpos.''^
Es posible utilizar esta hipótesis, que por lo demás ya
está en la base de nuestra teoría de la «abreacción»,^^ en
el mismo sentido en que el físico emplea el supuesto del
fluido eléctrico que corre. Provisionalmente está justificada
por su utilidad para resumir y explicar múltiples estados
psíquicos.
62
lialiían sido dedicadas una o dos oraciones en la «Comuni-
cación preliminar» {AE, 2, pág. 36) y en la conferencia
.sobre el mismo tema {supra, pág. 39).^
Sin embargo, esta hipótesis clínica de la defensa estaba,
a su vez, forzosamente basada en supuestos más generales,
uno de los cuales es explicitado en el pemíltimo párrafo (pág.
61). A este supuesto conviene denominarlo teoría de la
«investidura» {«Besetzung»), si bien este nombre le fue
aplicado en una fecha algo posterior." No hay quizá ningún
otro pasaje de las publicaciones de Freud en que reconozca
tan manifiestamente la necesidad de esta, la más fundamental
de sus hipótesis: «en las funciones psíquicas cabe distinguir
algo (monto de afecto, suma de excitación) que tiene todas
las propiedades de una cantidad [ . . . ] ; algo que es sus-
ceptible de aumento, disminución, desplazamiento y descar-
g a . . . » . La noción de una «cantidad desplazable» estaba
implícita, desde luego, en todas sus elucidaciones teóricas
previas. Como él mismo lo señala en algún pasaje, era el
sustrato de la doctrina de la abreacción, la base indispensa-
ble del principio de constancia (que enseguida examinare-
mos ), y estaba en juego cada vez que Freud empleaba frases
tales como «la suma de excitación que sobre ella {la repre-
sentación) gravita»* {supra, pág. 50), «provisto de cierto
valor afectivo» (1893c), AE, 1, pág. 209, «grupo de re-
presentación sexual dotado de energía» {1895^), infra, pig.
108, expresiones antecesoras todas ellas de lo que luego
sería el término canónico: «investir», «investidura». Ya en
su prólogo a su primera traducción de Bernheim (Freud
(1888-89), AE, 1, pág. 90, había hablado de «alteracio-
nes en la excitabilidad» del sistema nervioso.
Este último ejemplo nos recuerda, empero, que existe
otra complicación. Unos dieciocho meses después de escribir
este trabajo, Freud envió a Fliess el notable escrito frag-
' Puede rastrearse una liuella aún anterior de esta doctrina en
un bosquejo inédito de la «Comunicación preliminar» fechado «a
fines de noviembre de 1892» (Freud, 1 9 4 0 Í / ) , AE, 1, págs. 189-90.
- Aparentemente, Freud utilizó por primera vez el término con
este sentido en Estudios sobre la histeria (1895i¿), AE, 2, págs. 108 .
y 166, obra publicada más o menos un año después que el presente
artículo. Se trata de una palabra alemana corriente que tiene, entre
otros varios significados, el de «ocupar» o «llenar» un lugar. A
Freud le disgustaban los tecnicismos innecesarios, y no se mostró
muy feliz cuando quien esto escribe introdujo en 1922, para su tra-
ducción al inglés, el neologismo «cathexis» (del griego «xaréxeiv»,
«ocupar»). Quizá Freud se haya avenido.al término con el correr
del tiempo, ya que él mismo lo empleó en su artículo «Psicoanálisis»
para la Encyclopaedia Britannica (Freud, 1926/), AE, 30, pág. 253.
* {Las bastardillas son nuestras,}
63
mentario conocido como «Proyecto de psicología», antes
citado. Allí se halla por primera y última vez un examen
cabal de la hipótesis de la investidura, y ese examen trae a
luz claramente algo que se olvida con excesiva facilidad;
durante todo este período, Freud parece haber considerado
esos procesos de investidura psíquica como sucesos mate-
riales. En el «Proyecto» se establecen dos supuestos básicos;
el primero es el de la validez de un reciente descubrimiento
de la histología: que el sistema nervioso consiste en cade-
nas de neuronas; el segundo estipula que la excitación de las
neuronas debía concebirse como «una cantidad sometida a
la ley general del movimiento» {AE, 1, pág. 339). Combi-
nándolos a ambos, se obtiene «la representación de una
neurona investida, que está llena con cierta cantidad, y otras
veces puede estar vacía» {AE, 1, pág. 342). Pero si bien
así se definía a la investidura primordialmente como un
fenómeno neurológico, la situación no era del todo simple.
Hasta poco tiempo atrás, Freud había centrado su interés
en la neurología, y ahora, cuando sus pensamientos se iban
apartando más y más hacia la psicología, su primer empeño
se cifró, como es natural, en conciliar sus dos intereses.
Freud creía posible enunciar los hechos de la psicología en
términos neurológicos, y sus esfuerzos en tal sentido cul-
minaron precisamente en el «Proyecto». La tentativa fra-
casó; el «Proyecto» fue abandonado, y en los años siguien-
tes haría escasa referencia a la base neurológica de los sucesos
psicológicos, salvo en relación con el problema de las «neu-
rosis actuales», en su primer trabajo sobre la neurosis de
angustia (1895¿), injra, págs. 108-9. No obstante, esta
desestimación de la neurología no entrañó una total revo-
lución. Sin duda, al construir sus formulaciones e hipótesis
en términos neurológicos, Freud lo había hecho con la mi-
rada a medias puesta en los sucesos psicológicos, y cuando
llegó el momento de desprenderse de la neurología resultó
que la mayor parte del material teórico era aplicable (y, en
verdad, con má? coherencia) a fenómenos puramente psí-
quicos.
Estas consideraciones incumben al concepto de «investi-
dura», que en todos los escritos posteriores de Freud —in-
cluso en el capítulo VII, teórico, de La interpretación de
los sueños (1900tí)—'' tuvo un significado por completo ex-
64
traño a lo físico. También incumben a una hipótesis ulterior,
c]uc apela al concepto de investidura y que dio en llamarse
«principio de constancia». También esta fue aparentemente,
en su origen, una hipótesis fisiológica; en el «Proyecto» {AE,
1, pág. 340) se la llama «el principio de la inercia neuro-
nal», según el cual «las neuronas procuran aliviarse de la
cantidad». Veinticinco años más tarde el principio es enun-
ciado en términos psicológicos en Más allá del principio de
placer (1920g): «el aparato anímico se afana por mantener
lo más baja posible, o al menos constante, la cantidad de
excitación presente en él» (AE, 18, págs. 8-9). En el trabajo
que nos ocupa no se lo formula expresamente, aunque está
tácito en varios puntos. Ya lo había insinuado en la confe-
rencia sobre los mecanismos psíquicos de los fenómenos
histéricos (1893/'), supra, pág. 37 —aunque no en la «Co-
municación preliminar» (1893íi)— y en el trabajo en fran-
cés sobre las parálisis histéricas (1893c), AE, 1, pág. 209.
Asimismo, lo expuso con toda claridad en un bosquejo
postumo de la «Comunicación preliminar» intitulado «Sobre
la teoría del ataque histérico» (1940ii), que lleva por fecha
«fines de noviembre de 1892»; con anterioridad, Freud se
había referido a él en una carta a Breuer datada el 29 de
junio de 1892 (1941a) e, implícitamente, en una nota al
pie de su traducción de Legons du mardi, de Charcot (Freud,
1892-94), AE, 1, págs. 171-2). Más tarde, el principio fue
expuesto en varias oportunidades; Breuer lo hizo, verbigra-
cia, en su contribución teórica a Estudios sobre la histeria
(1895J), AE, 2, págs. 208-9, y Freud en «Pulsiones y des-
tinos de pulsión» (1915c), AE, 14, págs. 114-7, y en Mái
allá del principio de placer (1920g), AE, 18, págs. 9, 26
y sigs. y 54, donde lo bautiza por primera vez como «prin-
cipio de Nirvana».
En el presente trabajo se hallará también —aunque, una
vez más, de manera implícita— otro principio no menos
fundamental que el de constancia en el arsenal psicológico de
Freud: el principio de placer. Al comienzo, pensó que ambos
estaban íntimamente ligados y eran quizás idénticos. En el
«Proyecto» se lee: «Siendo consabida para nosotros una ten-
dencia de la vida psíquica, la de evitar displacer, estamos
65
tentados a identificarla con la tendencia primaria a la iner-
cia. Entonces, displacer se coordinaría con una elevación del
nivel de la cantidad [ . . . ] . Placer sería la sensación de
descarga» {AE, 1, pág. 386). No fue sino mucho después,
en «El problema económico del masoquismo» (1924c), AE,
19, págs. 165-7, cuando Freud demostró la necesidad de
distinguir entre los dos principios. El curso que siguieron
sus cambiantes opiniones sobre este asunto se sigue en deta-
lle en una nota al pie que agregué en «Pulsiones y destinos
dg. pulsión» (1915c), AE, 14, págs. 116-7."
Otro interrogante que podría plantearse es hasta qué
punto estas hipótesis fundamentales eran originales de Freud
y hasta qué punto derivaban de pensadores que influyeron
en él. Muchas posibles fuentes se han sugerido: Helmholtz,
Herbart, Fechner, Meynert, entre otros. Pero este no es el
lugar para abordar un problema de tan vastos alcances.
Baste decir que ha sido examinado en forma exhaustiva por
Ernest Jones en su biografía de Freud (Jones, 1953, págs.
405-15).
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frase «suma de excitación» en sí se remonta a su mención
del principio de constancia en su carta a Breuer de junio de
1892 (1941«), AE, 1, pág. 184. Así pues, parecería que las
dos expresiones no son sinónimas. Lo confirma un párrafo de
Breuer en Estudios sobre la histeria en el cual alega que hay
razones para afirmar que los afectos «van acompañados de
un acrecentamiento de excitación» {AE, 2, pág. 212), con
lo cual está diciendo que se trata de dos cosas distintas.
Nada habría de irregular en esto, si no fuese por un pasaje
de «La represión» {••Í9l5d), donde Freud muestra que la
agencia representante de pulsión consta de dos elementos
que sufren, por obra de la represión, destinos muy diferen-
tes. Uno de ellos es la representación o grupo de represen-
taciones investidas; el otro, la energía pulsional que las in-
viste. «Para este otro elemento de la agencia representante
psíquica ha adquirido carta de ciudadanía el nombre de mon-
to de afecto» {AE, 14, pág. 147).''' Más adelante, en ese
mismo artículo, denomina a ese elemento «el factor cuanti-
tativo», pero luego vuelve a llamarlo «monto de afecto». A
primera vista, se diría que para él afecto y energía psíquica
son equivalentes; no puede ser así, empero, puesto que en
ese mismo pasaje sostiene que un posible destino de pul-
sión es «la trasposición de las energías psíquicas de las
pulsiones en afectos» {ibid., pág. 148).
La explicación de esta aparente ambigüedad radicaría en
la concepción básica de Freud sobre la naturaleza de los
afectos, enunciada tal vez con máxima claridad en «Lo in-
conciente» (1915e), donde afirma que «los afectos y senti-
mientos corresponden a procesos de descarga cuyas exte-
riorizaciones últimas se perciben como sensaciones» {AE,
14, pág. 174). Análogamente, en la 25^? de las Conferencias
de introducción se pregunta: «¿Qué es, en sentido dinámico,
un afecto?», y responde: «Un afecto incluye, en primer
lugar, determinadas inervaciones motrices o descargas; en
segundo lugar, ciertas sensaciones, que son, además, de dos
clases: las percepciones de las acciones motrices ocurridas, y
las sensaciones directas de placer y displacer que prestan al
afecto, como se dice, su tono dominante» {AE, 16, pág. 360).
Finalmente, en el trabajo que fue nuestro punto de partida,
«La represión», escribe que el monto de afecto «corresponde
a la pulsión en la medida en que esta se ha desasido de la
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.representación y ha encontrado una expresión proporcionada
a su cantidad en procesos que devienen registrables para la
sensación como afectos» {AE, 14, pág. 147).
Probablemente sea acertado conjeturar, pues, que para
Freud el «monto de afecto» era una manifestación particu-
lar de la «suma de excitación». Sin duda, en los casos de
histeria y neurosis" obsesiva que más lo preocupaban en
sus primeras épocas era el afecto lo que estaba habitualmente
en juego, razón por la cual tendía en esa época a describir
la ^cantidad desplazable» como monto de afecto y no, en
términos más generales, como excitación; y este hábito per-
sistió aparentemente aun en los trabajos metapsicológicos,
donde una diferenciación más precisa habría contribuido a
la claridad de su argumentación.]
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