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X.

LO QUE HAY E N T R E LOS MATORRALES

Q U É CAMBIAR

HASTA ahora, el movimiento de terapia familiar se ha desempeñado en el


terreno de "cómo cambiar" mejor que en el de "qué cambiar". Las descrip-
ciones del ser que los terapeutas familiares están buscando han resultado
notablemente insatisfactorias. Los clínicos saben que hay algo allá oculto en
los matorrales, pero nadie ha hecho una buena labor para encontrarlo y
explicar lo que es. Ha eludido todos los esfuerzos hechos por ponerlo en
términos de pautas de comunicación (por ejemplo, la doble atadura) así
como los intentos por hacer algo más global y atarlo a un tipo de estructura
familiar (la familia "enredada" de Minuchin; la "masa indiferenciada del
ego familiar" de Bowen). Cualidades o rasgos que indican una familia ga-
rantizada para producir disfunción como la "seudomutualidad" de Wynne y
la "fusión" de Bowen resultan sugestivas pero poco apegadas a cualquier
particular configuración sintomática.
Al continuar la investigación, los conceptos triádicos de la teoría de la
coalición parecieron indicar una unidad más útil y más general que el inter-
cambio, pero más pequeña que la familia. Constructos como la coalición
intergeneracional de Haley, o la descripción hecha por Minuchin de las
"tríadas rígidas" parecían ir en la dirección correcta, pero eran estáticas.
Por otra parte, el hincapié de Watzlawick, Weakland y Fisch en Palo Alto, en
seguir los comportamientos en torno del problema, aunque orientados hacia
los procesos no estaban suficientemente vinculados con el contexto general.
El grupo de Palo Alto, al adoptar la analogía cibernética, pareció estar
avanzando en la dirección correcta. Un síntoma o problema considerado
"como si" estuviera controlando o supervisando los comportamientos en
una relación de cara a cara, de tal modo que no rebasase ciertos límites. A la
inversa, parecía "como si" el problema estuviese siendo apoyado y controlado
por el contexto en que aparecía. Pero el contexto es, en realidad, un campo
ecológico formado por más de un nivel de sistemas, y el problema actúa
como presencia contraria, que impone los cambios mismos que aparentemen-
te previene, y considera ambiguamente el nivel en que puede ocurrir el cam-
bio, en caso de que ocurriese. Bateson lo ha expresado muy bien:

Puede lograrse u n a "estabilidad", sea p o r rigidez o p o r c o n t i n u a repetición de


a l g ú n c i c l o de c a m b i o s m á s pequeños, q u e r e t o r n a r á a un status quo ante después
d e c a d a p e r t u r b a c i ó n . L a naturaleza evita " t e m p o r a l m e n t e " l o q u e parece c a m b i o
irreversible, a c e p t a n d o c a m b i o s efímeros. " E l b a m b ú se dobla a n t e el viento",

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según la metáfora japonesa: y la muerte misma se evita mediante un rápido


cambio, del sujeto individual a una clase. La naturaleza, para personificar el
sistema, permite a la vieja Muerte (también personificada) quedarse con sus vícti-
mas individuales, mientras sustituye esa entidad más abstracta, la entidad taxonó-
mica para matar a la cual la Muerte debe trabajar con más rapidez que los sis-
temas reproductivos de las criaturas. Por último, si la Muerte obtiene la victo-
ria sobre la especie, la Naturaleza dirá: "Exactamente lo que yo necesitaba para
1
mi ecosistema."

Este argumento nos permite salir de una trampa lineal. A cada nivel de
estructura, la estabilidad y el cambio tienen implicaciones distintas: si deci-
dimos subrayar una implicación por encima de otra, estaremos "haciendo
tajadas de la ecología", empleando, una vez más, el término batesoniano. No
obstante, para ver con mayor claridad, a veces hemos de rodear un fenómeno
con un pequeño círculo, como subrayaríamos un área del abdomen para
esterilizarla y prepararla antes de una operación quirúrgica, olvidando tem-
poralmente que el órgano que vamos a tocar o a extraer está unido a un ser
humano vivo, en una familia y en un mundo. Así, este capítulo será un
ejercicio de "hacer tajadas de la ecología". Estaremos contemplando un
problema en un contexto triádico aunque esto no haga justicia a la riqueza
de los círculos concéntricos y niveles dentro de los que se encuentra empotra-
do todo comportamiento.

EL MISTERIO DE LA VARIABLE ESENCIAL

No existe un valor o factor en la familia del que pueda decirse que con él está
asociado un síntoma. La prueba concreta más íntima de que existen tales
variables ha sido ofrecida por Minuchin en su experimento que vinculó la
reducción del estrés en los padres con un intento triunfal por arrastrar a su
discusión al hijo sintomático. Aquí, una variable sería "el conflicto entre los
padres", y la suposición es que no se le debe permitir salir a la superficie, por
cualesquiera razones misteriosas. Las familias de Minuchin formaban una
muestra psicosomática, sin embargo, y existe un poderoso vínculo entre la
somatización del estrés y la evitación del conflicto. Esta variable sólo se
aplica, al parecer, a las familias en que el conflicto abierto es tóxico.
Hay otras familias con constantes disputas entre los padres u otros miem-
bros de la familia y extrema sintomatología en el hijo. En muchos de tales
casos, las disputas sólo ocurren en torno del comportamiento sintomático. Y,
a la inversa, parece que se pueden evitar o desviar las batallas incipientes
entre los padres por obra del comportamiento sintomático. Ya sea abierto u
oculto el conflicto, el síntoma sigue pareciendo parte de un ciclo recurrente,
1
Bateson, G., Mind and Nature, Nueva York: Holt, Rinehart and Winston, 1979, p. 103.
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o un conjunto de muchos de tales ciclos, que parecen rondar la posibilidad


del cambio.
Las tensiones en la familia que parecen desencadenar los síntomas del hijo
no siempre (o no sólo) son entre la pareja conyugal. Pueden abarcar a una
madre y una abuela, o una madre y un hijo del padre, o una esposa y su
suegra. Las partes opuestas parecen clanes en competencia, como en Romeo
y Julieta, o pueden estar fuera de la familia, como cuando dos terapeutas no
se ponen de acuerdo sobre el tratamiento del caso. Sin embargo, en todos
estos ejemplos parece haber un rasgo común: el síntoma surge en una parte
más prescindible cuando se ve amenazada la relación entre al menos otras
dos partes, que a menudo constituyen una unidad ejecutiva o que de alguna
otra manera son de extrema importancia para el grupo. Es posible responder
a la naturaleza de la amenaza si sabemos cuáles pueden ser las posibles
consecuencias de la desaparición del síntoma, pero esto no es algo que se
pueda predecir. Hay que tratar de adivinar. En el caso de los Capuleto y los
Montesco, podríamos argüir que si los amantes no hubiesen muerto, los dos
clanes habrían podido entablar una guerra destructiva; en cambio, se unie-
ron pacíficamente. Si se recupera el marido cuya úlcera parece unir a su
esposa y a su madre, el matrimonio puede verse amenazado al salir a la
superficie el conflicto entre esposa y madre (o potencialmente, entre cual-
quier otra pareja). No importa si el peligro parece real o no.
Cuando sólo hay uno de los padres, encontramos que la abdicación o
depresión de uno de los padres es una variable que parece necesitar mante-
nerse dentro de ciertos límites. A veces, gran parte de la educación del hijo se
deja a un hijo parental. En tales casos, un niño "malo" (que causa perturba-
ciones agudas, creando dificultades en la escuela, quemando cosas, etc.)
probablemente se comporta de esta manera cada vez que su madre abandona
sus responsabilidades o se muestra demasiado deprimida. El comportamien-
to perturbador no sólo parece volver a meter a la madre en el cuadro, sino
que une a la madre y al hijo parental contra el culpable. El ciclo es claro, ya
que esta coalición inspira al niño "malo" a causar nuevas dificultades en
cuanto la madre una vez más quiere abdicar, dejando de nuevo al hijo
parental en posición vulnerable.
La Abuela que Interfiere, rasgo común en las familias con un solo padre y
en que la madre joven es muy dependiente de su propia madre, nos ofrece
una variante. Aquí, una variable es el mantenimiento de la relación entre las
dos mujeres. A menudo, un niño que es "consentido" por la abuela se
convierte en el factor estabilizante. Su difícil comportamiento ayuda a man-
tener a la madre joven dependiente de su propia madre, mientras que el
favoritismo mostrado por la abuela hacia el hijo, mete una cuña entre ellas.
Intimidad y distancia quedan supervisadas en este acuerdo particular. Si la
madre se muestra demasiado independiente, el niño la desafía, obligándola a
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depender de la abuela para mantener al niño a raya; esto a su vez funciona


para hacer que la madre desee "apartarse", y así continúa el ciclo.

EL SUBIBAJA HOMEOSTÁTICO

En aras de la simplicidad, limitémonos a un ejemplo típico: el caso del niño


cuyos síntomas o problemas parecen estar dominando una relación entre
madre y padre. En una gran proporción de estos casos, los padres presentan
el que parece un matrimonio muy desigual. Uno de los cónyuges parece la
parte "fuerte", mientras que el otro es más dependiente. Investigadores de la
familia como Robert Ravich han observado que la pareja "complementaria"
o "uno arriba, uno abajo" forma uno de los grupos más numerosos de su
2
población clínica. Atributos de esta estructura parecen ser: 1) una intensa
adhesión; la pareja puede ser profundamente infeliz, pero soportará todo
antes que separarse; 2) en muchos casos, una igualmente intensa evitación de
todo conflicto o comportamiento que pueda poner en peligro la relación y 3)
una proporción desordenadamente alta de niños perturbados. El matrimo-
nio puede parecer muy feliz, ambas partes estar aparentemente contentas, y
sin embargo tener un hijo psicótico. Pero su aparente contentamiento a veces
desaparece si el hijo deja de ser un problema. En tales casos, casi diríase que
cuanto más grave el problema del niño, más grave será el "trueque" en
términos de enfermedad somática o psicológica en uno de los cónyuges u
otro pariente, o el surgimiento de dificultades conyugales.
Contemplando la pareja supuestamente feliz con un hijo perturbado, bien
podemos preguntar: "¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo puede haber un conflic-
to que no aparece y que los participantes no experimentan?" La respuesta
nos la ofrece un fascinador estudio hecho por Cynthia Wild y sus colabora-
dores, que enfoca los desórdenes de la comunicación en familias con un
3
miembro sintomático. En un proyecto de investigación que comparaba los
estilos de comunicación familiar con varones esquizofrénicos hospitalizados
con los de un grupo de control de varones hospitalizados con desórdenes de
carácter, los autores descubrieron entre otras cosas que el comportamiento de
un número insólito de los padres con hijos esquizofrénicos podría describirse
como "sobrecontrolador", mientras que las comunicaciones de las madres
fueron clasificadas como "amorfas".
Esta combinación permitía que un cónyuge, el padre, pareciera dominan-
te, pero una mayor atención a las conversaciones mostró que las madres,
mediante el empleo de frases incoherentes, distribuían pensamientos, cam-
2
Ravich, R., Predictable Pairing, Nueva York: Peter H. Wyden, 1974, p. 269.
3
Wild, C, L. Shapiro y L. Goldenberg, "Transactional Disturbances in Families of Male
Schizophrenics", Family Process 14 (1975), pp. 131-160.
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biaban de temas y cosas similares, con lo que podían anular toda decisión
que los padres trataran de tomar. Los autores señalan que este comporta-
miento tiene un factor causal mutuo: "La vaguedad de las madres aumenta
la probabilidad de que los padres se adueñen de la situación, y el estilo
arbitrario y frecuentemente irracional del control por los padres aumenta la
vaguedad de las madres." Podemos ver cómo estos comportamientos relacio-
nadosjninimizan toda aparición de desacuerdo entre los padres, mientras en
realidad están fomentando una intensa lucha. Wild especula que esta dispo-
sición bien puede explicar algunos de los pensamientos confusos de sus
hijos.
Como hemos observado antes, esta clase de disparejo acuerdo marital pare-
ce producir un número desproporcionado de hijos perturbados. Podemos
pensar en un hijo atrapado en la situación que describe Wild, no tanto como
víctima de un medio confuso, sino como parte de un acto de equilibrio de
toda una familia. Si nos apegamos a nuestra analogía cibernética y conside-
ramos la relación entre los padres como gobernada por límites fijos, como un
subibaja que sólo puede subir y bajar hasta cierto punto, veremos cómo
puede influir sobre el equilibrio. Si se pone del lado de uno de los padres
contra el otro, o causa dificultades a uno de ellos con el apoyo encubierto del
otro, este comportamiento influirá sobre el equilibrio del poder entre ambos.
Supóngase que la madre, en el subsistema marital, adopta la posición de
abajo. Añádase el niño como secreto aliado del que está abajo, y también
añádase un comportamiento que parece garantizado para provocar al padre
que se encuentra arriba. Por mucho que el padre que se encuentra arriba
truene y se enfurezca, no podrá hacer nada con el hijo, y su autoridad queda-
rá reducida a nada. El subibaja cambia. Pero llegará demasiado alto, y enton-
ces el cónyuge autoritario probablemente empezará a empujar hacia abajo,
de nuevo, a su pareja, sólo para que el hijo intervenga antes de que el
subibaja llegue demasiado abajo. El ciclo ya no es diádico, como en el
estudio de Wild, sino que incluye un triángulo. A la vez, hemos de estar en
guardia contra la suposición lineal de que la conducta del hijo estabiliza el
matrimonio. Estamos ante cadenas circulares en que ningún elemento con-
trola o sirve a otro.
Cuando la pugna en una pareja es abierta, el despliegue sintomático del
hijo parece bloquear la lucha. Semejante pareja sólo puede empezar a dispu-
tar, y el niño intervendrá con su recurso habitual, un ataque de asma, un
comportamiento ridículo o algo por el estilo. Si el problema es somático lo
más probable es que los padres se unan en angustiosa preocupación. Si se
trata de un comportamiento perturbador, podrán unirse para regañar al
hijo. Pero ráspese la superficie y surgirá el desacuerdo de imagen en espejo
acerca del problema, o al menos acerca de la administración del problema.
Tras la apariencia de unidad, se verá que uno de los padres es más protector,
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menos perturbado; el otro está más perturbado, o se muestra punitivo. Sin


embargo, es importante notar que la pugna de los padres no pone estos
asuntos en duda, pues simplemente están en desacuerdo acerca del problema
del hijo.
Este "subibaja homeostático" puede considerarse como un desequilibrio
mutuamente sostenido que mantiene unidos a los padres. Las parejas simé-
tricas parecen tener pocas dificultades para pelear —en realidad, ello es lo
que habitualmente las lleva a tratamiento, más que un síntoma somático o
problemas con un hijo—, y también tienen menos problemas para decidirse
por el divorcio. Las parejas complementarias o "uno arriba, uno abajo"
están mucho más entrelazadas, y en ellas el cónyuge supuestamente más
poderoso en realidad es tan frágil y tan dependiente como el otro. Visto tan
sólo en una dimensión lineal, el comportamiento del hijo mantiene este
subibaja dentro de confines seguros. Si se volviera demasiado desigual, el
cónyuge que se encuentra abajo podría mostrarse deprimido o desarrollar un
síntoma. En cambio, si llegara a ser demasiado igualitaria, la pareja sería
más simétrica y habría el peligro de escisión, o podría surgir violencia (como
en el caso de los cónyuges que se insultan), lo que pondría a uno de ellos en
peligro. De manera bastante extraña, si desaparece el síntoma del hijo, es el
cónyuge que se encuentra arriba el que muestra mayor riesgo de un síntoma
como si, en ausencia del niño, su labor consistiera en impedir que el subibaja
diera vuelta, a la inversa, poniendo en peligro al otro cónyuge.
Aquí hemos de plantear una condición. Las familias en que periódica-
mente ocurren graves estallidos entre los padres no necesariamente presentan
relaciones conyugales "simétricas". En particular, la presencia de un niño
severamente sintomático señala lo contrario. Si miramos con atención, des-
cubriremos que la "seudohostilidad" de las familias es parte de la secuencia
que cubre un síntoma. Probablemente esté en operación un subibaja oculto,
y el niño "conoce" la clave que indica cuándo es tiempo de que intervenga
para interrumpir la disputa entre sus padres u otros miembros de la familia.
El artículo ya clásico de Lidz, "Cisma marital y tendencia marital", descri-
be las relaciones conyugales en ocho familias con hijos esquizofrénicos hos-
4
pitalizados. En algunos casos, el conflicto se volvió "clandestino" ya que
uno de los padres cedía ante el otro; en otros casos, los padres luchaban
abiertamente. Pero aun en casos de "cisma" se describió a uno de los cónyu-
ges como más dominante, y al otro como más complaciente. Si nuestro
modelo es correcto, un resultado del síntoma del niño fue que nunca surgió
una posibilidad realista de separación.
Un ejemplo simplificado de semejante ciclo puede ser algo como esto:
Tomasito, de seis años, hace berrinches y es difícil de controlar. Una investi-
4
Lidz, T. et al, "The Intrafamilial Environment of Schizophrenic Patients: II. Marital
Schism and Marital Skew", American Journal of Psychiatry 114 (1957), pp. 241-248.
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gación minuciosa del contexto de los berrinches revela que suelen ser peores
a la hora de cenar. El padre, anticuado paterfamilias, trabaja largas horas y
llega a casa bastante tarde. La madre, persona doméstica, complaciente,
atribuye gran importancia a la cena familiar, y así hace aguardar a Tomasito
hasta que la familia esté lista. También pone gran cuidado en que la cena sea
sabrosa. Nos enteramos de que el viernes anterior ella preparó un plato que
agrada especialmente a su esposo. Aquella noche, al llegar la hora de la cena,
llama a la familia a la mesa. Como de costumbre, el padre está tan embebido
en el periódico que hay que llamarlo más de una vez (nos enteramos después
de que ésta es una reacción frecuente del padre a toda petición que le haga su
esposa). Tomás se sienta con la madre, y ella empieza a servir. Ella está
irritada porque el padre no ha llegado a la mesa, y así reacciona violenta-
mente cuando Tomás se queja, "No me gusta eso". " L o siento, Tomasito",
dice ella, "es todo lo que tenemos para cenar". Tomás se niega a comer. El
padre deja el periódico, acude a la mesa y dice: "¡Tomás, cómete eso!"
Tomás mira al padre y empuja el plato. El padre dice: "Bueno, te quedas sin
postre."
Tomasito entonces se tira al suelo y empieza a patear y chillar. El padre
torna a Tomás del brazo y lo arrastra escaleras arriba. Lo encierra en su
habitación y sale dando un portazo; baja entonces a ocupar su lugar ante la
mesa. En lugar de servirle, su esposa está de pie, con una mirada de dolor.
"¿Qué pasa, por Dios?", pregunta el padre. Ella responde preguntándole:
"¿Por qué has de ser siempre tan severo con el niño?" El padre, furioso, se va
de la casa y pasa la velada en el bar de la esquina. La madre prepara un plato
de helados y sube para calmar a Tomasito. Cuando vuelve el padre, ya
entrada la noche, ella está en cama, dormida, y durante dos días se muestra
muy fría con él. El padre simula no notar nada, pero empieza a modificar sus
costumbres para mostrarse amable con su mujer y su hijo, y así se restaura la
calma hasta el próximo berrinche.
Si consideramos este episodio como hecho dramático ocurrente, probable-
mente preguntaremos: "¿Cuál es el significado del comportamiento de T o -
masito para los distintos miembros de la familia?" Pueden hacerse algunas
conjeturas. La madre parece sentir que tiene muy pocos derechos con respec-
to a su marido, y hemos de suponer que ocupa la posición inferior en el
matrimonio. Sin embargo, al crecer las tensiones, suponemos que habrá una
mayor tendencia a que surjan las claves que desencadenan un berrinche. La
madre, al ponerse del lado del hijo, hace que su marido no sólo se sienta
incompetente, sino criticado y excluido. Diríase que el subibaja vuelve al
equilibrio con la adición del niño y su problema. En el subsistema parental,
la madre "gana" temporalmente. Al mismo tiempo, el mal comportamiento
de Tomás es reforzado, tanto por el apoyo extra de la madre como por una
muy obvia reducción de la tensión en general. Si salimos de esta descripción
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muy artificial de un triángulo padres/hijo e incluimos a otros miembros de la


familia o personas importantes, como la abuela materna o una hermana
mayor, tendremos un conjunto mucho más complicado de cadenas de retroa-
limentación entrelazadas, pero el principio general seguirá siendo el mismo.
Una intimidad insólita entre el padre y su madre, o el comienzo de una
pugna entre la madre y la hija que siempre ha sido su principal ayuda,
pueden ser aspectos de un dilema familiar del cual el síntoma del muchacho
no es sino la señal más visible.

Los CICLOS CONYUGALES

Como una pieza de la secuencia sintomática total es, a menudo, un acuerdo


regulador entre los cónyuges, debe prestarse cierta atención a la investiga-
ción en este campo. Probablemente debiera hacerse un argumento en favor
de no tratar a las parejas como un universo separado. Es muy posible que no
exista un ciclo puramente diádico independientemente de terceras partes.
Por consiguiente, estos párrafos sólo constituyen una sección separada por-
que a menudo se han estudiado las parejas (y se ha trabajado con ellas en
terapia) como entidades independientes, y no como piezas de actos de equili-
brio más complejos. Debemos recordar aquí que algunos de los estudios más
interesantes efectuados por el grupo de Bateson sobre secuencias comple-
mentarias y simétricas se basaban en observaciones de las interacciones con-
yugales.
En particular, Jackson tuvo genio para describir la interacción de la pareja
en su relación con matrimonios viables, no viables o difíciles. Como la
semblanza de la pareja puede determinar el diseño de las intervenciones
terapéuticas, vale la pena extendernos aquí un poco sobre su tipología de la
pareja. En Mirages of Marriage, Jackson dispone los tipos de pareja, del
mejor al peor. En la cumbre se encuentra el matrimonio "estable-satisfac-
torio", con sus dos subgrupos: los "gemelos celestiales" y los "genios colabo-
radores". El matrimonio "estable-insatisfactorio" condene a los "combatien-
tes a ratos libres" y a los "prestamistas". El matrimonio "inestable-insatis-
factorio" queda caracterizado por dos parejas infelices: los "luchadores fati-
gados" y los que "evitan lo psicosomático". En la parte baja de la escala se
encuentran dos matrimonios de amor hechos en el infierno, la "pareja terrorí-
5
fica" y los "predadores paranoides"
El interés de este conjunto un tanto general de categorías es que no presu-
pone un conjunto rígido de atributos, sino que asigna a estas parejas lo que
hemos llegado a ver como una "cosmovisión" o "paradigma". Jackson puso
en claro que ninguna pareja es, nunca, una representación pura de alguna de
5
Lederer, W. y D. D. Jackson, Mirages of Marriage, Nueva York: W. W. Norton, 1968.
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estas formas. En realidad, tuvo una pasmosa capacidad para advertir elemen-
tos positivos aun en los matrimonios infelices. Por ejemplo, reconoce que los
"combatientes a ratos libres" habitualmente no buscan ayuda de los profe-
sionales; pueden luchar, pero ya tienen bastante de los aspectos familiares
del matrimonio para seguir adelante, y son los que menos frecuentemente
tienen problemas sexuales. "Los prestamistas" son los encubiertos matrimo-
nios de conveniencia, que la gente soportará como un mal menor a quedarse
solos. "Los luchadores fatigados" son mucho más patógenos, y probable-
mente aparecerían en la categoría del "cisma marital" de Lidz, que éste
asoció a la psicosis en el niño. Jackson conviene en que estas parejas suelen
tener a un hijo que sufre patología grave. Los que "evitan lo psicosomático"
son una versión oculta de los luchadores; son incapaces de expresar ira
abiertamente, y a menudo uno de los cónyuges, o ambos, tienen una queja
psicosomática relacionada con el estrés. Las dificultades sexuales y proble-
mas de alcoholismo son otra forma en que estas parejas expresan sus descon-
tentos. Los "evitadores" a menudo se presentan en una formación "enfer-
mo/bien", o adoptan la familiar posición "uno arriba, uno abajo", de
aparente víctima y aparente victimario. Yo añadiré que estas parejas pueden
tener hijos sumamente perturbados si uno de los cónyuges no adopta el
papel sintomático.
Pero las parejas más perturbadas, en opinión de Jackson, no se consideran
a sí mismas como perturbadas. La categoría más mistificante es la "pareja
terrorífica", verdaderos pichoncitos que no se han dicho una palabra fuerte
en veinte años y que sólo se presentan a terapia por causa de un niño
sintomático, las más de las veces psicótico. El último grupo, los "predadores
paranoides", mantienen su unidad en oposición a un mundo supuestamente
hostil, y asimismo su relación, aunque ellos la consideran feliz, puede ser
extremadamente tóxica para sus hijos.
Jackson establece otro punto importante acerca de estas categorías: las
parejas pueden subir o bajar esta escala conforme avanzan en la vida. Por
ejemplo, la pareja "estable-insatisfactoria" puede caer a la categoría de "ines-
table-insatisfactoria" si uno de los cónyuges encuentra un nuevo compañero
y comprende que hay más en la vida de lo que había supuesto. Y en terapia,
aun cuando ciertas categorías parecen prometer menos esperanza de alivio
que otras, siempre hay la posibilidad de poder ayudar a una pareja a ocupar
un lugar menos estresante en la escala del descontento. Desde luego, con una
condición. Los matrimonios aparentemente satisfechos, de las dos últimas
categorías, si acuden a terapia con un hijo perturbado, pueden estar menos
contentos si la terapia funciona bien. El trueque a cambio de no tener un
niño sintomático puede ser que uno de los cónyuges se sienta emocional-
mente perturbado o médicamente enfermo, o que la pareja se disuelva. Pero
tal vez ésta sea una solución humana mejor que la anterior.
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Un intento más reciente por vincular la terapia con una tipología de


parejas casadas surge del Test del Juego del Comportamiento Interpersonal,
6
o Juego del Tren, de Roben Ravich. El juego está dispuesto de modo que
los dos cónyuges tienen trenecitos de juguete que avanzan en direcciones
opuestas, con una sección de las vías en que sólo puede pasar un tren a la vez.
Hay otra ruta, más larga, pero ninguna de las dos personas puede ver la parte
del tablero de la otra; y cada jugador puede hacer bajar una barrera para que
la otra persona tenga acceso a la ruta directa. Como resultado, frecuentemen-
te ocurren choques. El resultado se basa en el tiempo que los jugadores
necesitan para llevar sus trenes a la posición final. Obviamente, se trata de un
juego en que la cooperación y la comunicación valen más que el espíritu de
competencia. Ravich ha aislado tres pautas principales. La pauta "competi-
tiva" se parece a una guerra de precios, en que cada jugador trata de causar el
mayor daño posible al otro, para obtener más. Desde luego, en este caso la
calificación de la pareja será sumamente baja. La segunda pauta es la "do-
minante-sumisa" en que un cónyuge habitualmente deja al otro tomar la vía
directa, ya sea tomando la otra para sí o aguardando hasta que la vía directa
queda libre. La tercera pauta es una "cooperativa" en que la pareja se turna,
empleando la vía directa con toda cortesía. Las parejas que emplean las dos
últimas pautas a menudo obtienen altas calificaciones.
Ravich hace una entrevista a estas parejas después de que se han sometido
a la prueba, y descubre que su comportamiento con los trenecitos refleja la
forma en que se enfrentan a los problemas en otros terrenos de su vida. Sin
embargo, ninguna de estas pautas parece buena predicción en favor o en
contra de la felicidad matrimonial. La pauta competitiva, que parece ser la
más destructiva, puede no serlo, pues al menos estas parejas se encuentran en
contacto entre sí y hay cierto equilibrio en sus respectivas fuerzas. La pareja
dispareja puede llegar mejor a las decisiones, pero el cónyuge sumiso a
menudo paga caro, en forma de depresión o de otros síntomas. La pareja
cooperativa parece presentar el estado ideal, pero aun aquí puede surgir un
inconveniente. Ravich ha descubierto que tales parejas están, a menudo,
empleando esta pauta para evitarse mutuamente, y que uno de los cónyuges
puede llevar una aventura por su cuenta. En un estudio de un pequeño
grupo de parejas que se turnaban empleando la ruta directa o la vía indirec-
ta, asegurando así el contacto mínimo, descubrió que todas ellas habían
terminado en divorcio. La opinión terapéutica de Ravich es que, sea cual
fuere la pauta que esté empleando una pareja, el terapeuta debe ayudarla a
añadir otras pautas a su repertorio; variedad y flexibilidad son las metas, y no
alguna forma particular de toma de decisiones.
La investigación de Ravich no le condujo a un modelo sobre lineamientos
clínicos, aun cuando a menudo anotó ciertas regularidades de secuencia. Por
6
Ravich, Predictable Pairing, cap. VII.
L O QUE HAY E N T R E LOS M A T O R R A L E S 181

ejemplo, hay una versión de la pauta "dominante-sumisa", que Ravich


llamó el Fenómeno de Flipflop. Habitualmente, uno de los cónyuges toma-
ría la ruta directa mientras el otro le seguía obedientemente, pero después de
cierto número de vueltas se intercambiaban los papeles, tomando entonces el
cónyuge sumiso la ruta directa. Este Flipflop habitualmente ocurre, como
era predecible, comenta Ravich, en pauta cíclica, como la variación de la
marea. Considera Ravich que éste es un mecanismo antiestresante que miti-
ga el desequilibrio de esos matrimonios de "uno arriba, uno abajo" y puede
explicar la longevidad de estas uniones, aun cuando constituyan el grupo
más infeliz en el aspecto clínico. De manera interesante descubre Ravich que
las parejas con problemas relacionados con abuso de drogas o de alcohol
suelen caer en la categoría "dominante-sumiso", y también, hemos de supo-
ner, usan esta pauta de Flipflop en busca de alivio.
Esto nos lleva a otra observación. La mayor parte de los estudios sobre la
pareja y problemas maritales han subrayado los problemas de un miembro o
los dos de la pareja, y no la secuencia de comportamientos en que se encuen-
tran empotrados estos problemas. Tal vez porque esta secuencia es tan obvia
en las parejas alcohólicas, la bibliografía sobre este problema ha sido la
primera, fuera del campo familiar, en enfocar el contexto de la interacción.
Ha habido un notable cambio de ideas sobre cómo tratar el alcoholismo: de
trabajar con el individuo a trabajar con el cónyuge abstemio, y a trabajar con
el marco de las personas encargadas del "mantenimiento", incluso los poten-
ciales salvadores que sólo espolean al alcohólico a un alcoholismo más
heroico.
Un reciente estudio de parejas alcohólicas, efectuado por Steinglass y cola-
boradores indica que su ciclo tiene un periodo "húmedo" y un periodo
"seco" así como el clima tropical tiene temporadas secas y temporadas hú-
7
medas. Ambos son esenciales para la ecología de la pareja. Ciertos compor-
tamientos sólo pueden ocurrir durante la temporada "húmeda" (como sexo,
o peleas) y están prohibidos durante la temporada "seca". También se puede
notar que el cambio incluye una supervisión de las posiciones relativas de
poder, casi como el subibaja entre padres e hijos descrito antes. La aparente
posición superior del cónyuge responsable "seco" es desafiada durante la
temporada "húmeda" aun cuando quede reinstalado, con creces, a la maña-
na siguiente. Y como cualquier otro síntoma, la medida une más a los
esposos, ya que el bebedor queda automáticamente definido como el débil y
necesitado de atención.
Hay pruebas cada vez mayores de que el insulto entre cónyuges también es
un fenómeno cíclico. Berman, Pittman y Ratliffe sugieren que también aquí
encontramos a un cónyuge "superadecuado" (el que recibe los insultos) y
7
Steinglass, P., I. D. Davis y D. Berenson, "Observations of Conjointly Hospitalized 'Alcoho-
lic Couples' During Sobriety and Intoxication", Family Process 16 (1977), pp. 1-16.
182 L O Q U E HAY E N T R E LOS M A T O R R A L E S

8
uno "subadecuado" (el insultador). El insultador es frecuentemente un hom-
bre que se siente o que es social, cultural y financieramente inferior a su
mujer. Pero la esposa también se siente muy insegura, y al parecer necesita
un hombre que dependa mucho de ella. El comportamiento desencadenador
parece ocurrir cuando el cónyuge que ocupa la posición inferior se siente
demasiado bajo (cuando la esposa ha conseguido un aumento, cuando ha
salido demasiado a ver a sus amigas, o simplemente, cuando empieza a
actuar con demasiada independencia). Sigue a esto un episodio de agresión
física que restablece el equilibrio de la relación y en cierto modo es aceptado
por la víctima. La secuela de la paliza puede ser de remordimientos, perdón y
renovada ternura en el mejor de los casos; en el peor, el cónyuge "superior"
sentirá intimidación e impotencia, que sin embargo actuarán como nexo de
seguridad para la relación. Prueba de esta curiosa premisa es el extraordina-
rio apego que estos cónyuges sienten entre sí. Si la esposa se va, el marido la
buscará por todo el mundo; y ella, aunque seguramente protegida en un
refugio, a menudo se las arreglará para dejar alguna pista que permita a su
marido encontrarla. Si la esposa escapa, hay pruebas de que semejante hom-
bre simplemente se buscará otra mujer para llenar el nicho vacante.
Lo que hemos estado viendo aquí puede no ser sino una relación tenden-
ciosa in extremis; una esquismogénesis complementaria que siempre se está
inclinando en uno u otro sentido: hacia la aniquilación de la víctima por el
abusador o hacia el abandono del abusador por la víctima, en interminable
oscilación. A diferencia del ciclo de la pareja alcohólica, éste aún no se ha
"descubierto", y así el habitual plan de tratamiento pide que supongamos
que la mujer es una víctima y cooperará en los esfuerzos que se hagan para
abandonar esta relación insatisfactoria. Esta suposición pasa por alto el
profundo significado que su establecimiento como pareja puede tener para
ambos cónyuges y las consecuencias potencial mente devastadoras del cam-
bio. Aún está por hacer una historia natural de este ciclo que conduzca a
estrategias más inteligentes para romperlo.
Otra fascinante clase de ciclos de parejas cae en los dominios de los médi-
cos que tratan problemas somáticos: úlcera, dolores de cabeza, artritis, pro-
blemas cardiacos y otra veintena de males que están lejos de ser insignifi-
cantes. Suman legión los matrimonios que se mantienen unidos por una
enfermedad somática. Sin embargo, más extraños son los casos en que ambos
cónyuges están en una competencia de sufrimiento, para ver quién está más
enfermo. Aquí, el competidor es el cónyuge "inferior" y sin embargo la
competencia misma es simétrica. Algunas parejas sombrías literalmente com-
petirán entre sí hasta la muerte, de ser necesario.
Por último, he ahí las parejas cuyo nexo parece basado en síntomas psi-
8
Berman, E., C. Pittman y V. Ratliffe, "A Relational Approach to Spouse Abuse", manuscri-
to inédito.
LO QUE HAY E N T R E LOS M A T O R R A L E S 183

quiátricos —depresiones, episodios psicóticos periódicos, obsesiones, fobias,


accesos de angustia—, el precio que muchas personas pagarán por la seguri-
dad de nunca quedarse solas. No se ha prestado atención suficiente a la
naturaleza clíclica de estos problemas en la vida de una pareja y a los compor-
tamientos entrelazados del cónyuge que presuntamente se encuentra "bien";
¿cuáles son los beneficios que obtiene de esta disposición, y a qué precio?
Uno de los pocos estudios serios de parejas en que la esposa quedaba periódi-
camente hospitalizada por episodios psicóticos es el de H. Sampson, S. L.
9
Messinger y R. D. Towne. Su documentación de la naturaleza cíclica de
estos episodios y el papel que desempeñaban en el cuadro de la relación
familiar merece nuestra atención. Del mayor interés es su clásica descripción
de un grupo de esposas cuya periódica hospitalización permitía entrar en el
hogar a la madre del esposo. El nexo esposo-madre parece gobernado por las
hospitalizaciones y recuperaciones de la esposa, así como el nexo entre mari-
do y mujer era supervisado por la disposición de la anciana, en un buen
ejemplo de un ciclo de relación adulta entre dos generaciones. Sea como
fuere, los problemas de las parejas a menudo envuelven a otros miembros de
la familia o terceras partes, en funciones que son cruciales para mantener el
problema, y esto es verdadero hasta un grado que no se ha comprendido
suficientemente.
Algunos otros libros y artículos sobre la terapia de pareja, que no deben
olvidarse, incluyen la muy original obra de Carlos Sluzki, "Couples The-
rapy: Prescription for a Systems Experience", que expresa un marco concep-
tual estratégico por medio del uso de viñetas clínicas; la inventiva obra "The
Use of Fantasy in a Couples Group", de Peggy Papp, A Marital Puzzle, de
Norman y Betty Paul, que enfoca el luto no resuelto; y Marriage Contracts
10
and Couple Therapy, de Clifford Sager, texto muy apreciado en este campo.

EL PODER COMO CUESTIÓN FAMILIAR

Un análisis de lo que produce depresión en un sistema familiar nos conduce


directamente a una crítica de las suposiciones básicas que algunos investiga-
dores han hecho acerca de la interacción familiar. Gran parte de las obras

9
Sampson, H., S. L. Messinger y R. D. Towne, "Family Processes and Becoming a Mental
Patient", American Journal of Sociology 68 (1962), pp. 88-96.
10
Sluzki, C, "Marital Therapy from a Systems Therapy Perspective", en Paolino, T. J.
y B. S. McCrady (comps.), Marriage and Marital Therapy, Nueva York: Brunner/Mazel, 1978;
Papp, P., "The Use of Fantasy in a Couples Group", en Andolfi, M. e I. Zwerting (comps.),
Dimensions of Family Therapy, Nueva York: Guilford Press, 1980; Paul, N. y B. Paul, A
Marital Puzzle, Nueva York: W. W. Norton, 1975; Sager, C, Marriage Contracts and Couple
Therapy, Nueva York: Brunner/Mazel, 1976.
184 LO QUE HAY E N T R E LOS M A T O R R A L E S

que hemos analizado en este libro parecen plantear cuestiones de poder como
base de las dificultades familiares, ya expresadas en discordia abierta, ya
ocultas por descalificaciones. No obstante, el poder nunca es cuestión abso-
luta; siempre tiene que ser "¿poder para qué?" En una monarquía absoluta
la respuesta es sencilla: "poder para hacer que mis subditos hagan lo que yo
digo." En una guerra entre países es el "poder de someter, si no de aplastar, a
mi adversario". En un juego es "poder para ganar".
Pero en una familia, hasta en una patriarquía autoritaria de la vieja escue-
la, las cuestiones no son tan sencillas, porque los objetivos de una familia,
aun tomando en cuenta las diferencias culturales, no son como los de Jas
partes que no tienen interés en el bienestar del otro. Hemos de suponer que
las familias sí tienen un "bien" particular del que todos quieren ser parte, o
un "producto" que ninguna otra institución puede remplazar. Pero ¿cuáles
son estos bienes o productos? ¿Qué puede hacer una familia que no puede
hacer el Estado o algún otro grupo? Una familia puede existir sin ser una
unidad económica; una familia puede existir sin ser una unidad de crianza
de niños; estas y otras muchas funciones pueden ser desempeñadas por otras
partes u organizaciones. Sólo hay una tarea invisible pero importante que
otras pocas instituciones pueden desempeñar con la misma eficacia. Esto se
refiere a un acceso ordenado a la intimidad. También puede estar relaciona-
do con una invisible sístole y diástole de conectar y retirar, que comparten
todos los animales sociales. Esta disposición inconsciente pero ordenada
puede ser función de la familia nuclear, pero también se puede extender
hasta los límites de la comunidad cara a cara en que vive la familia, o incluir
conexiones con el parentesco extendido.
Es posible que esta "envoltura social", para citar a Kai T. Erikson, sea tan
importante para la supervivencia del individuo como lo es el líquido amnió-
11
tico para el niño nonato. En un estudio magistral y conmovedor de los
efectos posteriores de un desastre comunal, la inundación de Buffalo Creek
que devastó toda una comunidad minera en la Virginia occidental, Erikson
establece el argumento de que los supervivientes fueron incapaces de superar
el impacto de este acontecimiento, no sólo por la destrucción de casas y
personas, sino porque quedó arruinada, fuera de toda reparación posible, la
urdimbre de la comunidad, arraigada en la historia, la proximidad y el
tiempo. Hasta donde yo sé, ésta es la primera vez que un sociólogo ha hecho
tan enérgica afirmación, apoyado por tan ineluctable evidencia, de que los
individuos necesitan una red de personas, obligaciones, costumbres, mue-
bles, objetos de referencia, obras espaciales, obras temporales, todo lo cual
interviene para formar la "envoltura social" de cada persona. Sin los alrede-
dores a los que está acostumbrado, el individuo puede seguir viviendo, pero

11
Erikson, Kai T, Everything in Its Path, Nueva York: Harper & Row, 1978.
LO QUE HAY E N T R E LOS M A T O R R A L E S 185

tal vez no su voluntad de vivir. Hasta el último hombre y la última mujer, los
sobrevivientes de esta inundación continuaron experimentando la vida como
algo descoyuntado, sin sentido ni esperanza mucho después del aconteci-
miento. Parecieron tener una neurosis de masa.
Pero Erikson indica que esto sólo parece una neurosis si examinamos cada
queja por separado. Tomados en conjunto, los descubrimientos señalan una
realidad, no una neurosis. Las personas que sobrevivieron a la inundación
fueron reubicadas, pero en míseros campamentos de remolques, sin referen-
cia con antiguos vecinos o antiguos vecindarios. Se pasaron por alto los
vínculos que habían quedado para reconstruir. Y Erikson duda de que queda-
ran suficientes puntos de referencia para haber permitido que este grupo de
personas en particular, que habían estado arraigadas en una disposición
comunal, sobrevivieran de alguna manera funcional.
Pasando de lo particular a lo general, parece probable que una "envoltura
social" como la familia se distinga de todas las demás formas de organiza-
ción social al menos en un aspecto: la regularidad del ritmo que arrastra a los
individuos, para unirlos y luego separarlos. La persona que ha escrito de
manera más convincente sobre la integración de este flujo y reflujo interaccio-
nal es Eliot D. Chapple. En un libro intitulado Culture and Biological Man,
Chapple describe los ritmos de interacción en las relaciones como análogos a
12
ritmos circadianos y conectados con ellos en los procesos fisiológicos. Si en
realidad ambos están conectados, una perturbación de los ritmos biológicos
puede coincidir con una perturbación de los ritmos sociales, y viceversa.
Ambos tipos de ritmos requieren un alto grado de calibración interna, y hay
aquí frecuencias e intensidades óptimas.
Chapple plantea la hipótesis de que en la interacción social hasta puede
haber una diaria "cuota de interacción" para cada individuo. Si una perso-
na no recibe cierto grado —hasta ahora no definido— de este requerimiento,
ello puede causar efectos deletéreos indefinidos sobre los ritmos fisiológicos
de su organismo, afectando el azúcar de la sangre, las pautas de sueño y
similares, lo que a su vez puede causar fallas mutuas.
Sea como fuere, parece razonable la hipótesis de que cualquier tipo de
interacción satisfactoria entre personas en una familia debe incluir un equi-
librio de dar y recibir, de ser tocado y ser dejado en paz. Chapple llega a decir:

Cada persona necesita i n t e r a c t u a r d u r a n t e t a n t o t i e m p o , c o n tantas personas, así


c o m o e x p e r i m e n t a r intervalos c u a n d o está solo y no i n t e r a c t u a n d o . . . Aun si cada
p e r s o n a recibe la c u o t a de i n t e r a c c i ó n q u e requiere su r i t m o diario, también está
b u s c a n d o interacción c o n sus c o m p l e m e n t o s . No bastará c u a l q u i e r a n t i g u a inte-
r a c c i ó n ; necesitará utilizar sus r i t m o s e n d ó g e n o s de a c c i ó n e i n a c c i ó n , a un ritmo

12
Chapple, E. D., Culture and Biological Man, Nueva York: Holt Rinehart and Winston,
1970.
186 LO QUE HAY E N T R E LOS M A T O R R A L E S

q u e esté d e n t r o de los límites n a t u r a l e s de su r e p e r t o r i o , e x p e r i m e n t a n d o así un


13
g r a d o m á x i m o de sincronización por la o t r a p e r s o n a .

Sería difícil probar que haya una cuota de interacción sobre una base
individual, pero es fácil ver que sí existe una secuencia sumamente estereoti-
pada y una frecuencia de contacto para cada díada o cluster en una familia.
Una vez que ha evolucionado la maquinaria de las frecuencias de interacción
dentro de una familia, necesariamente habrá un premio por mantener en
acción esa regularidad en particular. La necesidad de las personas de unirse
para ciertas tareas necesarias y efectuar importantes negocios diarios crea,
por sí misma, una necesidad de contacto programado. El simple hecho de
que los pueblos "primitivos" no empleen relojes para calibrar sus contactos
no significa que no se valgan de otros mecanismos; antes bien, estos mecanis-
mos operan bajo el nivel de la conciencia y se encuentran edificados en las
rutinas periódicas de la vida cotidiana.
Y así como los procesos fisiológicos parecen construir sus ritmos basándo-
se en claves geofísicas, como los ciclos diurno y lunar, o el cambio de las
estaciones, así también las interacciones sociales parecen seguir periodicida-
des internas a sí mismas. La intimidad entre parejas a menudo sigue altas y
bajas de acuerdo con el ciclo menstrual de la mujer; las mujeres de una
misma familia tienden a sincronizar sus periodos; y la aparente superstición
de quienes trabajan en los pabellones de hospitales para enfermos mentales,
de que los pacientes se muestran más agitados cuando toca luna llena, puede
tener una explicación similar en la pleamar y bajamar de la tensión social,
siguiendo un reloj lunar mensual. La utilidad adaptativa de cierto tipo de
calibración hace innecesario suponer una "necesidad" de ritmo en una per-
sona, o una "cuota" individual para la interacción.
Así, la capacidad de controlar las rutas de acceso a otras personas —a la vez,
obtener interacción suficiente, y bloquearla cuando sea necesario— puede ser
de importancia mucho mayor de lo que se ha supuesto. Si no hubiese dificul-
tad en la distribución equitativa de abastos, entonces no estarían en duda las
rutas de abastecimiento. Pero si los abastos no están en cuestión, la angustia
por los medios de recibirlo puede volverse intensa.
Consideremos la posibilidad siguiente. Una madre excesivamente preocu-
pada por su bebé, varón, tal vez porque su padre le presta a ella muy poca
atención, puede empezar a levantar al niño cuando él quiere dormir, a ha-
blarle cuando desea estar solo, a agitar cosas ante él, a pellizcarlo, a vestirlo y
desvestirlo innecesariamente, y cosas similares. Según el tipo de tempera-
mento con que el niño haya nacido, podrá crear conductas para bloquearla:
evitar su mirada, ponerse rígido al ser levantado, resistirse a que lo vistan.
Más adelante podrá refinar estos comportamientos hasta que lleguen a ser
13
Ibid., p. 48.
L O QUE HAY E N T R E LOS M A T O R R A L E S 187

maneras de rodearse de un muro (y rodear a otros), volverse una persona


terca, introvertida, tal vez "alcohólica del trabajo" o un "profesor distraído",
o abrazar una carrera en que haya poco contacto con la gente. Sin embargo, a
alguna mujer incauta que, por contraste, haya sido desdeñada por los adul-
tos en su vida temprana, y que haya aprendido a aferrarse a la menor muestra
de afecto, como si fuera un premio, aquél podría parecerle un "tipo fuerte,
silencioso". ¡Qué bien se complementará esta p a r e j a . . . al principio! ¡Y qué
inevitablemente la lucha por el "control al acceso" pesará sobre su vida
posterior! A mí me parece que la mayor parte de las llamadas luchas por el
poder que los investigadores han notado en las familias perturbadas son de
este tipo y por esta clase de problemas. Y también parece claro que, por la
naturaleza interdependiente de los "bienes" por los que compiten, no hay
manera de ganar unilateralmente.
Un experimento con recién casados, inventado por Harold Rausch y un
14
grupo de colegas suyos, viene en apoyo de esta tesis. La investigación fue
planeada para estudiar el comportamiento de maridos y mujeres al enfren-
tarse con un conflicto interpersonal. Con este fin, se prepararon ciertas esce-
nas casi naturalistas, y se pidió actuarlas a las parejas que tomaban parte en
el experimento. Dos escenas dramatizaron un conflicto de planes o intereses
sobre cuestiones muy específicas (si salir a cenar o quedarse en casa, por
ejemplo). Pero la tercera y la cuarta escenas representaron precisamente este
terreno de las vías de acceso, del que hemos estado hablando. La tercera
escena fue llamada el "marido distante". El instructor diría al marido que
imaginara que deseaba quedarse solo aquella noche y que haría cualquier
cosa por lograrlo, mientras se indicaba a la mujer que trataría de acaparar a
su marido de cualquier manera posible. En la escena cuarta había de ocurrir
lo inverso: la "esposa distante". Además del resultado de estas escenas, las
tácticas de que los cónyuges se valieron durante ellas también se anotaron:
evitación, coacción, reconciliación, apoyo, etcétera.
A un pequeño grupo de estas parejas recién casadas se le dio el nombre de
"discordante" porque mostró un alto grado de conflicto e insatisfacción
conyugal. En las escenas orientadas hacia estos problemas, las mujeres se
mostraron muy dominantes y se valieron de tácticas coercitivas en mucho
mayor grado que las esposas en los otros grupos. Por contraste, los maridos
se comportaron muy mansamente, y fácilmente cedieron ante sus mujeres.
Pero durante las escenas de mantenimiento de distancia, los maridos se con-
virtieron de corderos en tigres. No sólo se aferraron a sus instrucciones de
mantenerse alejados a toda costa, valiéndose de coacción y otras tácticas
agresivas que antes no habían mostrado, sino que siguieron empleando estas
tácticas cuando llegó el turno de mostrarse distantes a las esposas. Las espo-
14
Raush, H. et. al., Communication, Conflict and Marriage, San Francisco, Calif.: Jossey-
Bass, 1974.
188 L O QUE HAY E N T R E LOS M A T O R R A L E S

sas, en cambio, se mostraron mucho menos coercitivas en respuesta a los


recién autoafirmativos maridos que sus compañeras de los otros grupos. Y
cuando les llegó el turno de mantener la distancia, la fuerza del ataque de sus
maridos a sus fortalezas produjo batallas de intensificación y recriminacio-
nes mutuas.
Este pequeño experimento ilustra la diferencia entre salirse con la suya (el
poder, y la toma de decisiones) y tener el control de las vías de acceso (poder
al buscar o bloquear toda intimidad). También muestra que el que parece
dominante puede mantener intacta su propia fortaleza, pero acaso tenga que
empeñar una lucha por conquistar la fortaleza de la otra persona. El juego
del tren, de Ravich, muestra claramente este rasgo. Aunque uno de los cón-
yuges deje pasar primero al otro por la vía directa, siempre podrá bajar una
barrera de modo que el tren no pueda llegar a su destino. En el experimento
de Ravich pudo verse que las esposas en el grupo "discordante" sólo en
apariencia eran predominantes. En cuestión del asunto crucial, el acceso a la
intimidad, eran impotentes, salvo por la posibilidad de jugar al "esto por lo
otro". Esto no es más que un pequeño ejemplo de cómo las luchas por
cuestiones de intimidad pueden afectar desde el principio a una familia
joven. Es posible que todas las grandes luchas en las familias con perturba-
ciones psiquiátricas se relacionen con este problema, que se encuentra en el
meollo mismo de la ecología de la vida familiar.
Habiendo llegado a este punto, podemos considerar el presente capítulo
como una especie de separación, o División Continental. Es tiempo de hacer
alto en esta exploración abstracta de problemas de cambio y blancos del
cambio, y pasar a una consideración de los modelos de intervención. De aquí
en adelante nos concentraremos en cuestiones de terapia; en realidad, el
cómo atrapar a "lo que hay entre los matorrales".

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