Lo Que Hay Entre...
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Q U É CAMBIAR
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172 LO QUE HAY E N T R E LOS M A T O R R A L E S
Este argumento nos permite salir de una trampa lineal. A cada nivel de
estructura, la estabilidad y el cambio tienen implicaciones distintas: si deci-
dimos subrayar una implicación por encima de otra, estaremos "haciendo
tajadas de la ecología", empleando, una vez más, el término batesoniano. No
obstante, para ver con mayor claridad, a veces hemos de rodear un fenómeno
con un pequeño círculo, como subrayaríamos un área del abdomen para
esterilizarla y prepararla antes de una operación quirúrgica, olvidando tem-
poralmente que el órgano que vamos a tocar o a extraer está unido a un ser
humano vivo, en una familia y en un mundo. Así, este capítulo será un
ejercicio de "hacer tajadas de la ecología". Estaremos contemplando un
problema en un contexto triádico aunque esto no haga justicia a la riqueza
de los círculos concéntricos y niveles dentro de los que se encuentra empotra-
do todo comportamiento.
No existe un valor o factor en la familia del que pueda decirse que con él está
asociado un síntoma. La prueba concreta más íntima de que existen tales
variables ha sido ofrecida por Minuchin en su experimento que vinculó la
reducción del estrés en los padres con un intento triunfal por arrastrar a su
discusión al hijo sintomático. Aquí, una variable sería "el conflicto entre los
padres", y la suposición es que no se le debe permitir salir a la superficie, por
cualesquiera razones misteriosas. Las familias de Minuchin formaban una
muestra psicosomática, sin embargo, y existe un poderoso vínculo entre la
somatización del estrés y la evitación del conflicto. Esta variable sólo se
aplica, al parecer, a las familias en que el conflicto abierto es tóxico.
Hay otras familias con constantes disputas entre los padres u otros miem-
bros de la familia y extrema sintomatología en el hijo. En muchos de tales
casos, las disputas sólo ocurren en torno del comportamiento sintomático. Y,
a la inversa, parece que se pueden evitar o desviar las batallas incipientes
entre los padres por obra del comportamiento sintomático. Ya sea abierto u
oculto el conflicto, el síntoma sigue pareciendo parte de un ciclo recurrente,
1
Bateson, G., Mind and Nature, Nueva York: Holt, Rinehart and Winston, 1979, p. 103.
L O QUE HAY E N T R E LOS M A T O R R A L E S 173
EL SUBIBAJA HOMEOSTÁTICO
biaban de temas y cosas similares, con lo que podían anular toda decisión
que los padres trataran de tomar. Los autores señalan que este comporta-
miento tiene un factor causal mutuo: "La vaguedad de las madres aumenta
la probabilidad de que los padres se adueñen de la situación, y el estilo
arbitrario y frecuentemente irracional del control por los padres aumenta la
vaguedad de las madres." Podemos ver cómo estos comportamientos relacio-
nadosjninimizan toda aparición de desacuerdo entre los padres, mientras en
realidad están fomentando una intensa lucha. Wild especula que esta dispo-
sición bien puede explicar algunos de los pensamientos confusos de sus
hijos.
Como hemos observado antes, esta clase de disparejo acuerdo marital pare-
ce producir un número desproporcionado de hijos perturbados. Podemos
pensar en un hijo atrapado en la situación que describe Wild, no tanto como
víctima de un medio confuso, sino como parte de un acto de equilibrio de
toda una familia. Si nos apegamos a nuestra analogía cibernética y conside-
ramos la relación entre los padres como gobernada por límites fijos, como un
subibaja que sólo puede subir y bajar hasta cierto punto, veremos cómo
puede influir sobre el equilibrio. Si se pone del lado de uno de los padres
contra el otro, o causa dificultades a uno de ellos con el apoyo encubierto del
otro, este comportamiento influirá sobre el equilibrio del poder entre ambos.
Supóngase que la madre, en el subsistema marital, adopta la posición de
abajo. Añádase el niño como secreto aliado del que está abajo, y también
añádase un comportamiento que parece garantizado para provocar al padre
que se encuentra arriba. Por mucho que el padre que se encuentra arriba
truene y se enfurezca, no podrá hacer nada con el hijo, y su autoridad queda-
rá reducida a nada. El subibaja cambia. Pero llegará demasiado alto, y enton-
ces el cónyuge autoritario probablemente empezará a empujar hacia abajo,
de nuevo, a su pareja, sólo para que el hijo intervenga antes de que el
subibaja llegue demasiado abajo. El ciclo ya no es diádico, como en el
estudio de Wild, sino que incluye un triángulo. A la vez, hemos de estar en
guardia contra la suposición lineal de que la conducta del hijo estabiliza el
matrimonio. Estamos ante cadenas circulares en que ningún elemento con-
trola o sirve a otro.
Cuando la pugna en una pareja es abierta, el despliegue sintomático del
hijo parece bloquear la lucha. Semejante pareja sólo puede empezar a dispu-
tar, y el niño intervendrá con su recurso habitual, un ataque de asma, un
comportamiento ridículo o algo por el estilo. Si el problema es somático lo
más probable es que los padres se unan en angustiosa preocupación. Si se
trata de un comportamiento perturbador, podrán unirse para regañar al
hijo. Pero ráspese la superficie y surgirá el desacuerdo de imagen en espejo
acerca del problema, o al menos acerca de la administración del problema.
Tras la apariencia de unidad, se verá que uno de los padres es más protector,
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gación minuciosa del contexto de los berrinches revela que suelen ser peores
a la hora de cenar. El padre, anticuado paterfamilias, trabaja largas horas y
llega a casa bastante tarde. La madre, persona doméstica, complaciente,
atribuye gran importancia a la cena familiar, y así hace aguardar a Tomasito
hasta que la familia esté lista. También pone gran cuidado en que la cena sea
sabrosa. Nos enteramos de que el viernes anterior ella preparó un plato que
agrada especialmente a su esposo. Aquella noche, al llegar la hora de la cena,
llama a la familia a la mesa. Como de costumbre, el padre está tan embebido
en el periódico que hay que llamarlo más de una vez (nos enteramos después
de que ésta es una reacción frecuente del padre a toda petición que le haga su
esposa). Tomás se sienta con la madre, y ella empieza a servir. Ella está
irritada porque el padre no ha llegado a la mesa, y así reacciona violenta-
mente cuando Tomás se queja, "No me gusta eso". " L o siento, Tomasito",
dice ella, "es todo lo que tenemos para cenar". Tomás se niega a comer. El
padre deja el periódico, acude a la mesa y dice: "¡Tomás, cómete eso!"
Tomás mira al padre y empuja el plato. El padre dice: "Bueno, te quedas sin
postre."
Tomasito entonces se tira al suelo y empieza a patear y chillar. El padre
torna a Tomás del brazo y lo arrastra escaleras arriba. Lo encierra en su
habitación y sale dando un portazo; baja entonces a ocupar su lugar ante la
mesa. En lugar de servirle, su esposa está de pie, con una mirada de dolor.
"¿Qué pasa, por Dios?", pregunta el padre. Ella responde preguntándole:
"¿Por qué has de ser siempre tan severo con el niño?" El padre, furioso, se va
de la casa y pasa la velada en el bar de la esquina. La madre prepara un plato
de helados y sube para calmar a Tomasito. Cuando vuelve el padre, ya
entrada la noche, ella está en cama, dormida, y durante dos días se muestra
muy fría con él. El padre simula no notar nada, pero empieza a modificar sus
costumbres para mostrarse amable con su mujer y su hijo, y así se restaura la
calma hasta el próximo berrinche.
Si consideramos este episodio como hecho dramático ocurrente, probable-
mente preguntaremos: "¿Cuál es el significado del comportamiento de T o -
masito para los distintos miembros de la familia?" Pueden hacerse algunas
conjeturas. La madre parece sentir que tiene muy pocos derechos con respec-
to a su marido, y hemos de suponer que ocupa la posición inferior en el
matrimonio. Sin embargo, al crecer las tensiones, suponemos que habrá una
mayor tendencia a que surjan las claves que desencadenan un berrinche. La
madre, al ponerse del lado del hijo, hace que su marido no sólo se sienta
incompetente, sino criticado y excluido. Diríase que el subibaja vuelve al
equilibrio con la adición del niño y su problema. En el subsistema parental,
la madre "gana" temporalmente. Al mismo tiempo, el mal comportamiento
de Tomás es reforzado, tanto por el apoyo extra de la madre como por una
muy obvia reducción de la tensión en general. Si salimos de esta descripción
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estas formas. En realidad, tuvo una pasmosa capacidad para advertir elemen-
tos positivos aun en los matrimonios infelices. Por ejemplo, reconoce que los
"combatientes a ratos libres" habitualmente no buscan ayuda de los profe-
sionales; pueden luchar, pero ya tienen bastante de los aspectos familiares
del matrimonio para seguir adelante, y son los que menos frecuentemente
tienen problemas sexuales. "Los prestamistas" son los encubiertos matrimo-
nios de conveniencia, que la gente soportará como un mal menor a quedarse
solos. "Los luchadores fatigados" son mucho más patógenos, y probable-
mente aparecerían en la categoría del "cisma marital" de Lidz, que éste
asoció a la psicosis en el niño. Jackson conviene en que estas parejas suelen
tener a un hijo que sufre patología grave. Los que "evitan lo psicosomático"
son una versión oculta de los luchadores; son incapaces de expresar ira
abiertamente, y a menudo uno de los cónyuges, o ambos, tienen una queja
psicosomática relacionada con el estrés. Las dificultades sexuales y proble-
mas de alcoholismo son otra forma en que estas parejas expresan sus descon-
tentos. Los "evitadores" a menudo se presentan en una formación "enfer-
mo/bien", o adoptan la familiar posición "uno arriba, uno abajo", de
aparente víctima y aparente victimario. Yo añadiré que estas parejas pueden
tener hijos sumamente perturbados si uno de los cónyuges no adopta el
papel sintomático.
Pero las parejas más perturbadas, en opinión de Jackson, no se consideran
a sí mismas como perturbadas. La categoría más mistificante es la "pareja
terrorífica", verdaderos pichoncitos que no se han dicho una palabra fuerte
en veinte años y que sólo se presentan a terapia por causa de un niño
sintomático, las más de las veces psicótico. El último grupo, los "predadores
paranoides", mantienen su unidad en oposición a un mundo supuestamente
hostil, y asimismo su relación, aunque ellos la consideran feliz, puede ser
extremadamente tóxica para sus hijos.
Jackson establece otro punto importante acerca de estas categorías: las
parejas pueden subir o bajar esta escala conforme avanzan en la vida. Por
ejemplo, la pareja "estable-insatisfactoria" puede caer a la categoría de "ines-
table-insatisfactoria" si uno de los cónyuges encuentra un nuevo compañero
y comprende que hay más en la vida de lo que había supuesto. Y en terapia,
aun cuando ciertas categorías parecen prometer menos esperanza de alivio
que otras, siempre hay la posibilidad de poder ayudar a una pareja a ocupar
un lugar menos estresante en la escala del descontento. Desde luego, con una
condición. Los matrimonios aparentemente satisfechos, de las dos últimas
categorías, si acuden a terapia con un hijo perturbado, pueden estar menos
contentos si la terapia funciona bien. El trueque a cambio de no tener un
niño sintomático puede ser que uno de los cónyuges se sienta emocional-
mente perturbado o médicamente enfermo, o que la pareja se disuelva. Pero
tal vez ésta sea una solución humana mejor que la anterior.
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8
uno "subadecuado" (el insultador). El insultador es frecuentemente un hom-
bre que se siente o que es social, cultural y financieramente inferior a su
mujer. Pero la esposa también se siente muy insegura, y al parecer necesita
un hombre que dependa mucho de ella. El comportamiento desencadenador
parece ocurrir cuando el cónyuge que ocupa la posición inferior se siente
demasiado bajo (cuando la esposa ha conseguido un aumento, cuando ha
salido demasiado a ver a sus amigas, o simplemente, cuando empieza a
actuar con demasiada independencia). Sigue a esto un episodio de agresión
física que restablece el equilibrio de la relación y en cierto modo es aceptado
por la víctima. La secuela de la paliza puede ser de remordimientos, perdón y
renovada ternura en el mejor de los casos; en el peor, el cónyuge "superior"
sentirá intimidación e impotencia, que sin embargo actuarán como nexo de
seguridad para la relación. Prueba de esta curiosa premisa es el extraordina-
rio apego que estos cónyuges sienten entre sí. Si la esposa se va, el marido la
buscará por todo el mundo; y ella, aunque seguramente protegida en un
refugio, a menudo se las arreglará para dejar alguna pista que permita a su
marido encontrarla. Si la esposa escapa, hay pruebas de que semejante hom-
bre simplemente se buscará otra mujer para llenar el nicho vacante.
Lo que hemos estado viendo aquí puede no ser sino una relación tenden-
ciosa in extremis; una esquismogénesis complementaria que siempre se está
inclinando en uno u otro sentido: hacia la aniquilación de la víctima por el
abusador o hacia el abandono del abusador por la víctima, en interminable
oscilación. A diferencia del ciclo de la pareja alcohólica, éste aún no se ha
"descubierto", y así el habitual plan de tratamiento pide que supongamos
que la mujer es una víctima y cooperará en los esfuerzos que se hagan para
abandonar esta relación insatisfactoria. Esta suposición pasa por alto el
profundo significado que su establecimiento como pareja puede tener para
ambos cónyuges y las consecuencias potencial mente devastadoras del cam-
bio. Aún está por hacer una historia natural de este ciclo que conduzca a
estrategias más inteligentes para romperlo.
Otra fascinante clase de ciclos de parejas cae en los dominios de los médi-
cos que tratan problemas somáticos: úlcera, dolores de cabeza, artritis, pro-
blemas cardiacos y otra veintena de males que están lejos de ser insignifi-
cantes. Suman legión los matrimonios que se mantienen unidos por una
enfermedad somática. Sin embargo, más extraños son los casos en que ambos
cónyuges están en una competencia de sufrimiento, para ver quién está más
enfermo. Aquí, el competidor es el cónyuge "inferior" y sin embargo la
competencia misma es simétrica. Algunas parejas sombrías literalmente com-
petirán entre sí hasta la muerte, de ser necesario.
Por último, he ahí las parejas cuyo nexo parece basado en síntomas psi-
8
Berman, E., C. Pittman y V. Ratliffe, "A Relational Approach to Spouse Abuse", manuscri-
to inédito.
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9
Sampson, H., S. L. Messinger y R. D. Towne, "Family Processes and Becoming a Mental
Patient", American Journal of Sociology 68 (1962), pp. 88-96.
10
Sluzki, C, "Marital Therapy from a Systems Therapy Perspective", en Paolino, T. J.
y B. S. McCrady (comps.), Marriage and Marital Therapy, Nueva York: Brunner/Mazel, 1978;
Papp, P., "The Use of Fantasy in a Couples Group", en Andolfi, M. e I. Zwerting (comps.),
Dimensions of Family Therapy, Nueva York: Guilford Press, 1980; Paul, N. y B. Paul, A
Marital Puzzle, Nueva York: W. W. Norton, 1975; Sager, C, Marriage Contracts and Couple
Therapy, Nueva York: Brunner/Mazel, 1976.
184 LO QUE HAY E N T R E LOS M A T O R R A L E S
que hemos analizado en este libro parecen plantear cuestiones de poder como
base de las dificultades familiares, ya expresadas en discordia abierta, ya
ocultas por descalificaciones. No obstante, el poder nunca es cuestión abso-
luta; siempre tiene que ser "¿poder para qué?" En una monarquía absoluta
la respuesta es sencilla: "poder para hacer que mis subditos hagan lo que yo
digo." En una guerra entre países es el "poder de someter, si no de aplastar, a
mi adversario". En un juego es "poder para ganar".
Pero en una familia, hasta en una patriarquía autoritaria de la vieja escue-
la, las cuestiones no son tan sencillas, porque los objetivos de una familia,
aun tomando en cuenta las diferencias culturales, no son como los de Jas
partes que no tienen interés en el bienestar del otro. Hemos de suponer que
las familias sí tienen un "bien" particular del que todos quieren ser parte, o
un "producto" que ninguna otra institución puede remplazar. Pero ¿cuáles
son estos bienes o productos? ¿Qué puede hacer una familia que no puede
hacer el Estado o algún otro grupo? Una familia puede existir sin ser una
unidad económica; una familia puede existir sin ser una unidad de crianza
de niños; estas y otras muchas funciones pueden ser desempeñadas por otras
partes u organizaciones. Sólo hay una tarea invisible pero importante que
otras pocas instituciones pueden desempeñar con la misma eficacia. Esto se
refiere a un acceso ordenado a la intimidad. También puede estar relaciona-
do con una invisible sístole y diástole de conectar y retirar, que comparten
todos los animales sociales. Esta disposición inconsciente pero ordenada
puede ser función de la familia nuclear, pero también se puede extender
hasta los límites de la comunidad cara a cara en que vive la familia, o incluir
conexiones con el parentesco extendido.
Es posible que esta "envoltura social", para citar a Kai T. Erikson, sea tan
importante para la supervivencia del individuo como lo es el líquido amnió-
11
tico para el niño nonato. En un estudio magistral y conmovedor de los
efectos posteriores de un desastre comunal, la inundación de Buffalo Creek
que devastó toda una comunidad minera en la Virginia occidental, Erikson
establece el argumento de que los supervivientes fueron incapaces de superar
el impacto de este acontecimiento, no sólo por la destrucción de casas y
personas, sino porque quedó arruinada, fuera de toda reparación posible, la
urdimbre de la comunidad, arraigada en la historia, la proximidad y el
tiempo. Hasta donde yo sé, ésta es la primera vez que un sociólogo ha hecho
tan enérgica afirmación, apoyado por tan ineluctable evidencia, de que los
individuos necesitan una red de personas, obligaciones, costumbres, mue-
bles, objetos de referencia, obras espaciales, obras temporales, todo lo cual
interviene para formar la "envoltura social" de cada persona. Sin los alrede-
dores a los que está acostumbrado, el individuo puede seguir viviendo, pero
11
Erikson, Kai T, Everything in Its Path, Nueva York: Harper & Row, 1978.
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tal vez no su voluntad de vivir. Hasta el último hombre y la última mujer, los
sobrevivientes de esta inundación continuaron experimentando la vida como
algo descoyuntado, sin sentido ni esperanza mucho después del aconteci-
miento. Parecieron tener una neurosis de masa.
Pero Erikson indica que esto sólo parece una neurosis si examinamos cada
queja por separado. Tomados en conjunto, los descubrimientos señalan una
realidad, no una neurosis. Las personas que sobrevivieron a la inundación
fueron reubicadas, pero en míseros campamentos de remolques, sin referen-
cia con antiguos vecinos o antiguos vecindarios. Se pasaron por alto los
vínculos que habían quedado para reconstruir. Y Erikson duda de que queda-
ran suficientes puntos de referencia para haber permitido que este grupo de
personas en particular, que habían estado arraigadas en una disposición
comunal, sobrevivieran de alguna manera funcional.
Pasando de lo particular a lo general, parece probable que una "envoltura
social" como la familia se distinga de todas las demás formas de organiza-
ción social al menos en un aspecto: la regularidad del ritmo que arrastra a los
individuos, para unirlos y luego separarlos. La persona que ha escrito de
manera más convincente sobre la integración de este flujo y reflujo interaccio-
nal es Eliot D. Chapple. En un libro intitulado Culture and Biological Man,
Chapple describe los ritmos de interacción en las relaciones como análogos a
12
ritmos circadianos y conectados con ellos en los procesos fisiológicos. Si en
realidad ambos están conectados, una perturbación de los ritmos biológicos
puede coincidir con una perturbación de los ritmos sociales, y viceversa.
Ambos tipos de ritmos requieren un alto grado de calibración interna, y hay
aquí frecuencias e intensidades óptimas.
Chapple plantea la hipótesis de que en la interacción social hasta puede
haber una diaria "cuota de interacción" para cada individuo. Si una perso-
na no recibe cierto grado —hasta ahora no definido— de este requerimiento,
ello puede causar efectos deletéreos indefinidos sobre los ritmos fisiológicos
de su organismo, afectando el azúcar de la sangre, las pautas de sueño y
similares, lo que a su vez puede causar fallas mutuas.
Sea como fuere, parece razonable la hipótesis de que cualquier tipo de
interacción satisfactoria entre personas en una familia debe incluir un equi-
librio de dar y recibir, de ser tocado y ser dejado en paz. Chapple llega a decir:
12
Chapple, E. D., Culture and Biological Man, Nueva York: Holt Rinehart and Winston,
1970.
186 LO QUE HAY E N T R E LOS M A T O R R A L E S
Sería difícil probar que haya una cuota de interacción sobre una base
individual, pero es fácil ver que sí existe una secuencia sumamente estereoti-
pada y una frecuencia de contacto para cada díada o cluster en una familia.
Una vez que ha evolucionado la maquinaria de las frecuencias de interacción
dentro de una familia, necesariamente habrá un premio por mantener en
acción esa regularidad en particular. La necesidad de las personas de unirse
para ciertas tareas necesarias y efectuar importantes negocios diarios crea,
por sí misma, una necesidad de contacto programado. El simple hecho de
que los pueblos "primitivos" no empleen relojes para calibrar sus contactos
no significa que no se valgan de otros mecanismos; antes bien, estos mecanis-
mos operan bajo el nivel de la conciencia y se encuentran edificados en las
rutinas periódicas de la vida cotidiana.
Y así como los procesos fisiológicos parecen construir sus ritmos basándo-
se en claves geofísicas, como los ciclos diurno y lunar, o el cambio de las
estaciones, así también las interacciones sociales parecen seguir periodicida-
des internas a sí mismas. La intimidad entre parejas a menudo sigue altas y
bajas de acuerdo con el ciclo menstrual de la mujer; las mujeres de una
misma familia tienden a sincronizar sus periodos; y la aparente superstición
de quienes trabajan en los pabellones de hospitales para enfermos mentales,
de que los pacientes se muestran más agitados cuando toca luna llena, puede
tener una explicación similar en la pleamar y bajamar de la tensión social,
siguiendo un reloj lunar mensual. La utilidad adaptativa de cierto tipo de
calibración hace innecesario suponer una "necesidad" de ritmo en una per-
sona, o una "cuota" individual para la interacción.
Así, la capacidad de controlar las rutas de acceso a otras personas —a la vez,
obtener interacción suficiente, y bloquearla cuando sea necesario— puede ser
de importancia mucho mayor de lo que se ha supuesto. Si no hubiese dificul-
tad en la distribución equitativa de abastos, entonces no estarían en duda las
rutas de abastecimiento. Pero si los abastos no están en cuestión, la angustia
por los medios de recibirlo puede volverse intensa.
Consideremos la posibilidad siguiente. Una madre excesivamente preocu-
pada por su bebé, varón, tal vez porque su padre le presta a ella muy poca
atención, puede empezar a levantar al niño cuando él quiere dormir, a ha-
blarle cuando desea estar solo, a agitar cosas ante él, a pellizcarlo, a vestirlo y
desvestirlo innecesariamente, y cosas similares. Según el tipo de tempera-
mento con que el niño haya nacido, podrá crear conductas para bloquearla:
evitar su mirada, ponerse rígido al ser levantado, resistirse a que lo vistan.
Más adelante podrá refinar estos comportamientos hasta que lleguen a ser
13
Ibid., p. 48.
L O QUE HAY E N T R E LOS M A T O R R A L E S 187