Armando Tejada Gomez
Armando Tejada Gomez
Armando Tejada Gomez
Poemas y canciones
Nota Biobibliográfica y Selección de Textos
A los quince años se compró un ejemplar del libro Martín Fierro que le despertó la
pasión por la lectura, la poesía y la inquietud por las injusticias sociales, volviéndose un
activista político.
En 1950 obtiene un empleo como locutor en LV10 Radio de Cuyo, que alternó con su
trabajo como obrero de la construcción. Comenzó a componer canciones junto al
músico mendocino Oscar Matus, quien luego sería el esposo de la cantante Mercedes
Sosa, en lo que sería una larga sociedad y con quien escribiría canciones como "Los
hombres del río", "Coplera del viento", "Tropero padre" (inspirada en su padre), entre
muchas otras.
Fue perseguido en la última etapa del gobierno peronista (1946-1955). Tejada Gómez se
oponía a las tendencias autoritarias del peronismo y, si bien admiraba a Eva Perón, se
había negado a aceptar la orden de usar luto al momento de su muerte en 1952. Fue
despedido de la radio y se prohibió mencionar su nombre cuando se emitían sus
canciones.
Luego del derrocamiento de Perón en 1955, Tejada Gómez da un giro tanto en su arte
como en su posición política. El elemento detonante para el cambio en su manera de
escribir fue un comentario crítico de su hermano, obrero de la construcción, que le
mencionó que sus compañeros de trabajo decían que "escribía cosas que nadie entendía"
En 1963 junto a Manuel Matus, Mercedes Sosa y otros artistas, crean el Movimiento del
Nuevo Cancionero, allí sostienen la necesidad de un cancionero integrado común: "Hay
país para todo el cancionero. Sólo falta integrar un cancionero para todo el país."Ese
mismo año publica "Ahí va Lucas Romero."
En 1969 gana el Primer Premio Ciudad de Buenos Aires, en el Primer Festival Ibero-
Americano de la Canción y la Danza con Canción del Centauro, música de Ivan
Cosentino.
En 1971 publica Amanecer bajo los puentes, donde relata su infancia como canillita y
sus comienzos con la poesía.
En 1972 gana el Premio Festival de la Patagonia en Punta Arenas, Chile, por Fuego en
Animaná, con música de César Isella. Gran Premio Sadaic, por su canción Elogio del
Viento, con música de Gustavo "Cuchi" Leguizamón, y es finalista en el Festival
Agustín Lara de México.
En 1974 gana el Premio Poesía "Casa de las Américas", La Habana, Cuba, con su libro
Canto popular de las comidas.
En 1983 viaja a Managua, Nicaragua, para participar del Festival por La Paz, junto a
Mercedes Sosa, el Quinteto Tiempo, y el compositor Naldo Labrín. Participa del
Festival de La Canción Bolivariana en Venezuela. Viaja al Festival de Baradero, Cuba.
Junto con el advenimiento de la democracia vuelve a presentarse en festivales,
actuaciones unipersonales y a montar espectáculos con diversos artistas.
En 1984 participa del Encuentro Internacional de Escritores por la Paz, Sofía, Bulgaria.
Publica el cancionero Toda la Piel de América.
En 1985 es nominado para el Premio Konex, entre las cinco mejores figuras de la
Historia de la Música Popular Argentina en La disciplina Autor de Folklore. Ese mismo
año publica Historia de tu ausencia.
En 1986 publica Bajo estado de sangre poemas escritos entre 1974 y 1983. Ese mismo
año gana el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para La Poesía, en su 20º
Aniversario.
Sus raíces humildes lo llevaron a militar en la política para estar del lado de los
desprotegidos:
...Creo que mi militancia era insoslayable, no pude evitarlo dado las condiciones en que
crecí, los trabajos en que he ocupado en mi vida me dieron un concepto de la
solidaridad desde muy niño. La primera militancia fue en el gremialismo y de ahí a la
conciencia política del hombre de trabajo hay menos que un paso. Uno advierte que esta
lucha de clases está establecida en términos políticos y eso te va llevando a ubicarte en
los movimientos sociales de un modo natural...
...tengo el corazón clavado en cada trabajador, en cada compañera que lucha por la
fertilidad de sus hijos y no tengo otra ambición que ayudarlos por esa simple
interrelación que existe entre el poeta y su pueblo. Yo sin ellos no existo y somos socios
en esto de marchar hacia una patria liberada. Es la función del poeta, luchar junto a su
pueblo pero cargando la vanidad que alguna vez al pasar, una mujer diga, ahí va el
poeta...
Esa misma vanidad es la que lo lleva a buscar un sentido de la expresión estética ligada
a su pueblo:
...El sentido de la expresión estética es el prójimo; el objeto es el prójimo. ¿Quién esta
del otro lado? Vos, el prójimo. Toda predicación tiene un prójimo como destinatario.
Toda obra de arte, es una apelación al otro. Y esto es así, y será así cuando ninguno de
nosotros, ni nuestros nietos, queden en la tierra. El arte tiene esa finalidad, el sentido
estricto de la palabra final. El destino final de la obra de arte, es el otro...
...Un integrante de la Real Academia Española, dijo: ¡Está haciendo un idioma dentro
del idioma! Se creen que lo estoy haciendo yo. ¡Los latinoamericanos lo están haciendo!
Lo que yo hago, no es nada más que traducir, lo que el pueblo habla...
...Porque el arte como la vida, están en permanente transformación a través de los siglos. Nunca
se podrá evitar que las nuevas generaciones pidan la palabra y la guitarra...
OBRA LITERARIA
1955- Tonadas De La Piel, con Prólogo de Jaime Dávalos; Premio Juan Carlos
D’Accurzio, patrocinado por La Sociedad Mendocina de Escritores.
1974- Canto Popular De Las Comidas; Premio Poesía Casa de las Américas, La
Habana, Cuba, 1974.
1965- Testimonial Del Nuevo Cancionero, su voz, con Oscar Matus. Edit. El Grillo-
Juglaría.
1965- Poemas Y Canciones En Direccion Del Viento, su voz, con Ramón Ayala. Edit.
Estudio.
1967- Los Oficios Del Pedro Changa, su voz con Los Trovadores. Edit. CBS Columbia.
1972- Los Poetas Que Cantan En Cosquin, con H.L Quintana y otros, Azur.
FRAGMENTO FINAL
Estar.
Permanecer.
Vertical.
Estar para el amor, simplemente,
creando
el camino del hombre que estamos aguardando.
Estoy en la esperanza.
Despertarás conmigo.
Geografía de la tonada
Mi canción es un libro
que se escribe con el viento
y una imprenta indeleble
-la guitarra del pueblo-,
a lo largo de América
lo imprime a cielo abierto.
Mi canción no le teme
al tumulto ni al fuego.
Todos pueden cantarla
y llevársela lejos.
Yo sé que cuando vuelva
tendrá un sonido nuevo.
Y si a veces estalla
en un grito violento
es porque al pueblo acallan
¡y duele ese silencio!
COPLERA DEL CANTOR
Materia paternal,
siempre amanece
pisando en lo robusto de la sangre.
Su estatura rotunda se sostiene
en la sombra floral de la mañana.
De una orilla a otra de la vida,
sujetando el origen por sus márgenes,
entra a lo geográfico del día
la filiación terrestre del compadre.
Él siempre estuvo aquí. Sobre esta tierra
su boca ha sido náufrago y testigo.
Por donde fuera el viento iba su rostro
buscando semillar y hacerse sitio.
Él siempre estuvo aquí. Tuvo sus hembras,
sus parientes de luto, sus vecinos.
La costumbre rural de su alegría
anda diseminada por el vino.
TIEMPO AL TIEMPO
Ischigualasto, caen,
los siglos a la arena.
quedan ahí. Ya tienen
la soledad de piedra.
Pero no,
déjenlos.
No tricen esto.
De algún modo vital ellos lo saben.
Por algo él busca firmas por las noches
y es vocal titular del sindicato.
Y ya lo ve;
silbando y sin apuro
cruza la ceja azul de la mañana,
el sombrero hacia atrás,
la frente en vilo,
¡caudillo de la luz y de los gallos!
No hagas caso.
Poeta de la legua
La gente de mi pueblo
apenas gana un peso.
Un peso. Un sol
mondo y lirondo de metal.
Sabe que poco y nada
puede comprar con eso:
ni un fósforo
ni un barco
ni una espiga
ni un pan.
Sin embargo mi gente,
la gente de mi pueblo,
con todo el sol delante
se ha puesto a caminar...!
El bienaventurado
Mas luego,
seriamente,
como quien suelta pájaros,
a construir la alegría,
a vivir con lo puesto,
a vivir, simplemente,
simplemente,
a vivir!
De Profeta en su tierra (1968)
Escritura en la sangre
Ando con el sol lejos y de paloma herida, en tanto el día náufrago transcurre en la
memoria, golpeado por las cosas que mueren despacito detrás de las palabra y demuelen
las penas y juntan soledad a manos llenas.
Un aire de sudeste humedece el silencio, pasa y no vuelve, cruza violando las ventanas
y agita las polleras de las oficinistas por ausencia de flor sobre los muros y en los fríos
despachos donde la muerte suma discretos memorandums, facturas, porcentajes,
números temporales como cualquier olvido.
Así, con un regazo de luz a medio luto, camino, reconstruyo el cereal del tiempo, uno
por sus mitades la mañana y el río, para que tenga el cielo su debido horizonte y los
niños no caigan al sueño sin paisaje.
He asumido este oficio casi sin darme cuenta: soy el que desentierra las cosas
perdurables. y es que la ciudad olvida que necesita un duende que ordene la alegría y
suelte las abejas y mire, todo un siglo, la antigüedad del pájaro.
(Han omitido el grillo en medio del tumulto, La soledad, sin puertas, vive y muere de
espaldas. No advierten el peligro de sus breves prisiones y corren a su prisa sin verse los
candados. No sé. Yo no recuerdo cuándo ocurrió el olvido. Nadie puede saberlo: son
siglos de olvidarme.)
Algún rey, un remoto señor de aleves ojos, traspapeló el infolio entre el polvo canalla.
Después, cuando vinieron los barcos por el río, cuando el hierro entró al viento, cuando
creció la sombra del primer cabildante, un día tras del otro, entre mercaderías, entre
hombres y relojes, entre tasajo y pan, cuando entre sal y cuero se fundaba el olvido, mi
voz bajó a a la tierra junto al encomendero, y el soldado y el loco abuelo Trapalanda:
traían las espadas, caballos, herrerías y la palabra siempre y todas las palabras, para
hacer un idioma de dura maravilla y construirnos leyendas de asible eternidad.
Es difícil saber en qué memoria vine, cómo me fui cayendo de la copla hacia el aire, qué
corazón nombraba la nostalgia por dentro, qué mano inmemorial me escondió la
guitarra.
¿De dónde podía haber tenido yo su hermano, un caballo que se llamaba Marcial y que
tenía una estrella entre los ojos de enorme lucidez como dos noches? ¿De dónde podía
tener yo la casa, de puro y pleno sol que no teníamos? Pero nos gustaba a morir tener un
caballo que se llamaba Marcial con una estrella y una casa de sol grandote, tamañazo,
revés más bien violento de la madriguera de abajo del puente donde dormíamos con el
solo calor de nuestros cuerpos y el pedazo de trapo o arpillera que habíamos robado
andá a saber adónde, porque hacía ya rato que andábamos alzados, huyendo a la ternura
furiosa con que la Mamá nos azotaba, a manotones con la miseria que llegó con cuatro
velas y sin sopa el día que se llevaron al Papá, totalmente dormido como lo recuerdo,
los cuatro peones de la Municipalidad, porque no había cómo ni quién entre nosotros.
Desde entonces -o de antes, según la versión de mis hermanos mayores- para comer
había que aviarse o procurarse o como se dijera al modo nuestro, toda vez que no había
nada que comer de una manera absolutamente seria y definitiva. Por lo que cada cual,
allí donde estuviera, se las tenía que arreglar con las dos manos, las diez uñas, los dos
pies, las rodillas, los codos o la mismísima madre querida que nos trajo al mundo, sólo
para verse sola con nosotros delante, ocho que quedábamos de los veintitrés que parió,
sin contar a Manuel y Nazario que eran, fueron, asuntos de mi padre que debe haber
tenido también su mediodía en medio de la cueca o acaso, si cantaba, su caliente
abriboca para después del vino como siempre sucede cuando uno es disponible.
Así es que yo, penúltimo, número veintidós, casual, inevitable como cualquier resfrío,
debía procurarme. Y el Toto, como yo, casual, inevitable, a patas por la calle, procuraba
conmigo. Pero a él le encantaba acortar el camino, escuchándome hablar. Así es que
conveníamos lo que yo le contaba. Era un pacto de honor. Jamás se le ocurrió hacerme
zancadillas ni exigirme las pruebas de los hechos contados. Me dejaba mentir en su
provecho. Y yo inventaba cosas: milagros, maravillas, le contaba películas partiendo del
afiche aunque los dos sabíamos que ninguno sabía y ferozmente menos que existiera un
caballo Marcial con una estrella y una casa solar con jamones y sol, como decía. Pero
quiero jurar que nos hacía bien. Pero puedo llorar por estas cosas. Fueron años enteros:
de los seis a los doce o algo así. Toda nuestra inocencia supongo que sería.
El Toto me llevaba un año y medio. Raúl, un poco más. Lucas, toda una vida. Lucas fue
de linyera y volvió proletario, condición que aprendimos por el cuarenta y cinco,
después, cuando Perón prendió fuego en nosotros y llamó a los bomberos. Caso que ahí
quedamos: del trabajo a la casa, de la casa al trabajo, pero esta es otra roncha como dijo
el mosquito. Cuento que yo contaba, que le contaba al Toto historias con caballos, que
íbamos a la Imprenta, que sacábamos diarios con la muerte del Papa, creo que Pío X,
creo que Pío XI. Entonces ardió España de su luz y su sombra, pero ganó la sombra, es
decir la ceniza, según me fui enterando por Pablo y por Vallejos. Un día de esos días
deben haber sitiado de muerte a Federico. El sería noticia en ese entonces. ¿Habré
voceado yo su muerte enorme? No recuerdo en mi voz esa agonía. Juro que no recuerdo
y que me duele, como suele pasar en las peleas: después viene el dolor, después se
hincha. Después puedo gritar: ¡Y fue en Granada! ¡Carajo, fue en Granada! ¡Qué sabía...
Ay, don Antonio, abajo del ciruelo; ay, padre de mi voz, puedo jurarle que yo recuerdo
que tenía frío, que no recuerdo si grité esa muerte, que no puedo acordarme del olvido!
Pero todo era así: feroz y hermoso, vital, canalla, límpido, grosero; alucinante, duro,
sustancioso; soez, maligno, espeso, miserable; todo era iniquidad, nazi, jocundo;
asesino, Guernica, Alcazar, canto; miedo, trepidación, zarpa en la sangre; concentración,
Ejército del Ebro; era la chispa, el grito que no vuelve, París, aliados Londres,
bombardeos; tremaba el Rider Digest por manteca y supe Praga, Maginot, Dunkerke;
todo quemaba como Stalingrado y dije Partisanos o Salernos, un fuego súbito en el que
todo ardía en tanto yo tenía un hambre ciego, particular, insomne, permanente, un
hambre mío en medio del infierno, un hambre de siete años cabalgando sobre un
Marcial caballo y sobre un cuento, que al Toto le gustaba que contara, aunque supiéramos que no era
cierto.
***
De: Canto popular de las comidas (1974)
1
El lunes se despierta labrador, metalúrgico,
ferroviario, bracero, pintor, oficinista;
avanza tumultuoso con todos los oficios
y simple, como un silbo, va a buscarse la vida.
Dicen que el lunes es padre. Pero también es madre.
Yo canto que también es muchacho y muchacha.
Madruga en las azules brújulas del planeta
y anda de campanero por los gallos del alba.
2
Si uno ríe los martes, debe llorar los viernes
y mirarse las manos a la luz de una vela,
porque el martes, desnudo, como un niño, padece
de las admoniciones de la luna perversa.
Los martes tiene ruidos en todos los rincones
y suelen nominarse con un trece tridente,
por lo que el martes es ese muchacho de catástrofe
que rompe las ventanas de los adolescentes.
Don Cleto
Don Anacleto Aznar entró a la sala aún bufando y dio orden de cerrar -tapiar, dijo- todas
las puertas y ventanas -y cualquier otro resquicio, agregó- de su mansión solariega de la
calle de la Catedral y bufó fulmíneo, tonante, ante toda su familia y la servidumbre
atónitas:
-Ni el aire. ¡Que no entre ni salga ni el aire de esta casa, nunca más!
Y sus hermanas solteras se llevaron, como siempre, las manos a la cara y la servidumbre
inclinó su impasible reverencia y la Lela, su Ama de Llaves, chancleteó hasta la
poltrona donde don Cleto se había dejado caer y comenzó a sacarle las polainas y a
desabrocharle los botines de capellada alta de charol, mientras una de su hijas, también
soltera, lo abanicaba para que no fuera darle un soponcio.
Como tantas veces había salido esa mañana con don Bartolomé Mitre de la casa del
general, discutiendo ese asunto de la guerra con el Paraguay y cuando ya iba a hacerle
una seña a su cochero, quedó clavado en la palabra: inconcebible -que venía diciendo-,
al oír un como trueno de todo el averno y ver venir desde el fondo de la calle de la
Florida un tronco de percherones arrastrando una carrindanga monstruosa y el toque a
rebato de una corneta estridente de sonido grotesco, admirado de cómo la gente se
apartaba presurosa y de que hasta algunas damas tuviera que saltar a la vereda para
ponerse a salvo del paso irresoluto de esa guarangada que pasó ante su asombro
levantando una nube de polvo. A su confusión la terminó de confundir la carcajada del
general que, además había dicho:
-Es el Tranway, don Cleto. ¡Es el progreso que avanza!
Furibundo, don Cleto había mirado al general y con un ademán olímpico, ordenado a su
cochero que se acercara a la acera para partir empacado en su dignidad herida, con
apenas una leve inclinación de cabeza a Mitre, que se quedó riendo ya moderadamente,
despidiéndolo divertido porque, al fin, esta no era más que otra manía del maduro
patriarca, pero sin sospechar hasta dónde llegaría la ofensa del tranvía a caballos,
verdaderamente atronador, que había incorporado a la ciudad un ritmo que, raudamente,
la alejaba de la Gran Aldea para siempre.
Ahí iba don Cleto, en el recinto recoleto de su carroza, sabiendo que ese era su último
paseo por las calles ya atestadas de un Buenos Aires procaz, insolente, infestado de
gringos que parloteaban una jerigonza bárbara, donde ya no se podía vivir. De ahí que
parentela y servidumbre, tardarían mucho tiempo en comprender qué quiso decir cuando
dijo, ordenó, decretó:
-¡Ni el aire!
***
Pago Lejos (Los desterrados)
1
Por años, los escasos años suyos que ya servían para algún recuerdo, el tren había sido
el único suceso de Pago Lejos, como le llamaban los lugareños a Coronel Cevallos,
como rezaba el cartel de la Estación, o las guías o remitos a los lejanos consignatorios
-Bunge y Born-, a cuyo destino iba el grano embolsado o la leña o el algodón, según
fuera la siembra del año; nombre éste del oscuro coronel que ganara estas tierras en un
tiempo ya tapado por los polvaderales y que algunos, ya muy viejos para saber a qué se
referían, llamaban la Campaña del Desierto, una como guerra que alguna vez hubo o
debió haber, no precisamente en esta desolación sino que vaya a saber dónde, pero el
caso es que aunque ya no quedaran ni cenizas del coronel se seguía llamando así,
Coronel Cevallos, para fijar un punto de partida a los Bunje y Borges, como les
llamaban los lugareños, que, al parecer, eran los únicos cristianos que aún recordaban a
Pago Lejos o tenían algo que ver con este confín algunas veces al año. Ni ellos. Porque
como decía el tío Benito: este es un pueblo de irse. El único que vuelve aquí, cuando se
va, es el sol.
El Panza, todavía andaba muy borracho de chicharras a los diez años, la honda colgada
al cuello, los bolsillos negros de moras, agujereados de piedras, las alpargatas
reventadas en los dedos gordos de los pies, bigotudas, deshilachadas, para ponerse a
entender otra cosa que ese portento de pitadas lejanas, ese renovada acontecimiento de
ver pasar, aunque más no fuera, a ese toro negro con un penacho de humo grueso sobre
la testuz que arrastraba tras de sí quince, veinte vagones, haciendo temblar el aire quieto
de los atardeceres con sus terribles bufidos que lo precedían desde mucho tiempo antes
de que se lo divisara y la gente volviera a jugar a la eterna adivinanza: ¿parará? ¿no
parará? Que para, te digo; cuánto de jugás. Hasta que, parara o no, el tren seguía
arrastrando su misterio, interrumpiendo el bostezo de aquella monotonía de la que,
claro, nadie se daba cuenta, si no pasaba el tren por Pago Lejos.
De nuevo, nada. Que el turco vino como todas las veces que hacía lo que él llamaba la
travesía y paró el carro frente al rancho, pero de nuevo, nada. Las muchachas
alborotadas, también como siempre, ante los cortes de telas estampadas que les hacían
relampaguear los ojos y palparlas en el tacto áspero de sus dedos hechos a las duras
tareas del campo y de la casa, plegarlas contra sus cuerpos, imaginando cómo les
quedarían ya cortadas y cosidas, hablar y reír, chanceando con el Turco, que no era
turco sino italiano, pero que le decían el Turco, como a cualquiera que recorriera el
campo vendiendo baratijas, ropas, espejos, jabones, toscos zapatos, botas, alpargatas y
el módico tendal de objetos que los campesinos renovaban después de cada cosecha y
que, si acaso había sido un poco más abundante que otros años, les hacía llegar hasta el
derroche de un frasco de perfume para las mujeres y otro de agua de colonia para los
graves hombres silenciosos que compraban de lejos, a cierta distancia de las alharacas
del hembraje y el regateo tenaz de las curtidas madrazas insobornables a la palabrería
del Turco que, fuera turco, alemán o escandinavo, desplegaba un mismo oficio de
seducción por la palabra a fin de despertar el entusiasmo que facilitara la venta y los
precios verdaderamente falaces con los que, a la larga, cerraban los tratos.
Todo venía igual, tal cual había sucedido temporada tras temporada y el Panza, aún lejos
de la edad de presumir, alternaba su curiosidad con los juegos del perro, excitado por el
revuelo del color de los trapos y pensando que de todo ese jaleo él saldría favorecido
con algún par de alpargatas nuevas, como siempre, o alguna tricota, porque el resto de
sus ropas las heredaba siempre, también de su padre, aunque esa vez, la rueda de los
hechos iguales se le empantanó en un: vení, muchacho, de su padre; probate estos
zapatos y, súbitamente, se encontró sorprendido por toda una sucesión de medias,
pantalones, camisa y una chaqueta que lo sujetó por los hombros y lo ató de los brazos,
mientras su madre se la tiraba de atrás y le ordenaba: enderezate y fue ahí, en medio de
su embarazo, cuando vio la guitarra colgada del techo de la carrindanga del Turco y se
dejó hacer y deshacer, totalmente absorto ante el milagro.
***
De: Historia de tu ausencia (1985)
HISTORIA DE TU AUSENCIA
Alguien.
Mi voz. Tu pelo. Las cosas que no dije.
La flor de tu vestido.
Se nos ha muerto el año donde dejé tu nombre
para que recobrara su condición de estío.
Ya no sé,
nunca entiendo estas precarias sílabas
cosas que no recuerdo de pronto me dominan:
¿te dije que tenías la piel como de humo?
¿que de estarme en tus ojos me conozco el origen?
¿te he enseñado el misterio de los árboles solos?
¿sabes ya que tus manos son dos siestas dormidas?
No sé,
nunca recuerdo tanta distancia,
tanta canción que no he cantado cuando anduvimos juntos.
Me dolería mucho no haberte dicho todo
lo que llevo en la boca casi como otra risa.
LA BARCA
A imagen de mí,
a semejanza
de cuánto y tanto sueño desvelado,
te vi llegar,
atravesar la ausencia
con la proa lunada de tu barca.
Y a imagen de ti,
a semejanza
de un antiguo profeta destinado,
salí a nombrarte niños,
a fundarte,
a ser tu territorio y tu habitante.
Destino tu lugar.
Este es el sitio
donde fui diariamente solitario.
Siembro una estrella aquí para que crezca
su luz enamorada por tu sangre.
Empezamos de nuevo.
Cantó la cacerola
y la escoba barrió
el silencio del piso.
Huyó el moho. Abrimos
el sol de las ventanas
y entró, otra vez, la voz
del niño del vecino.
A poco, mi guitarra,
recuperó el sonido.
ORACIÓN A LA BANDERA
Déjanos a nosotros,
los humildes,
los que nunca te usamos
ni abusamos de tu inmenso
silencio planetario,
que cuidemos la altura
donde habitas,
celestemente hermosa,
como el aire.
Déjanos a nosotros.
De los otros,
es piadoso no hablarte.
Descubrimiento de las cosas
Es increíble: he muerto
y ando por mi casa.
Vienen amigos. Beben
y, minuciosamente,
se acuerdan del pasado.
Insepulto, le agrego
más brasas al asado.
Pienso en ustedes.
Echo más leña al fuego.
Digo: el humo bombero
me ha mojado esta lágrima.
Pienso a lo lejos. Sé
que no debo llorarlos.
Aunque esté muerto
y ande como Juan por su casa
De: Telares del sol (1994)
El oro encegueció
la búsqueda de Especias
y comenzó la muerte
su lóbrega tarea,
la conquista, el incendio
de las depredaciones,
pero el telar urdía
la vida que no cesa.
La identidad es un emprendimiento
de vasta, de una desmesurada dimensión.
Las raíces, de hondas, se vuelven inasibles.
Uno se ve brumoso a la luz del paisaje
y tiene una memoria que en realidad no tiene.
¿por qué perdura, entonces? ¿Por qué insiste?
Y más: ¿por qué nos busca en las vidas remotas,
en estas vidas breves, con la misma obcecada,
obstinada obsesión?
¿Por qué yo leo el aire? ¿Por qué la sed de hondura?
Siempre creo que estuve ya en la luz de este valle,
que he mirado esos rostros y esos silencios altos
donde mis dioses mudos ya no son ni oración
¿Quién soy si soy? ¿Soy el que está durando?
Soy el que ha partido o el que está llegando
a su ser, a su uso infinito de estar de sólo estar?
¿Cuánto polvo me habita? Y aún ¿cuánto barro?
¿Qué de mí está enterrado? ¿Hasta qué edad de olvido?
¿Quién me dejó olvidado en esta eternidad?
Digo el lugar: América, por señalar un ámbito
o dar de cielo a cielos señal de identidad.
Yo soy el enterrado, el poema de abajo
Hecho añicos, disperso, esparcido en el viento
que la arena ha escondido
y que yo busco en vano entre el polvaredal.
TELAR DE LA CULTURA
LAS RAICES
GUITARRA Y CANTO
Tenía seis años cuando empecé a trabajar vendiendo diarios, una de las tantas tareas que
hacen los niños desposeídos, los chicos de la intemperie. Cuando volvía de mis oficios
de la calle, solía hacerlo por la orilla del Canal Guaymallén y, sobre todo en invierno,
me quedaba a calentar el cuerpo en los umbrales de los boliches.
En Mendoza, como en todo el Noroeste argentino, se canta mucho. La memoria popular
guarda coplas deslumbrantes y allí, en esos boliches y patios, sorprendí por primera vez
la tonada, la cueca, el canto de nuestra tierra con toda su influencia hispana, de boca de
los peones cantores: braceros, cosechadores, desocupados... El alma de Quevedo y
Garcilaso, el espíritu popular, flotaba en el aire de los patios:
O esta otra:
“Mirála cómo se va
y dijo que me quería
si se habrá olvidado ya
del amor que me tenía”
De repente, el cantor dejaba su guitarra por ahí, y uno empezaba a travesear con ella: iba
imitándole los acordes, los acompañamientos, y luego recordando lo que él cantaba:
Siempre soñé que alguien, en algún lugar, cantera o silbara una canción mía sin saber el
nombre de su autor. Intuí desde el principio, aunque no con claridad suficiente, cuánto
significaba la canción.
Así, lo que en un primer momento fue entretenimiento y juego, luego enriqueció su
sentido: necesitábamos valorizar todos los rasgos de identidad nacional que nos hacían
sentirnos nosotros mismos, que nos daban sitio en la tierra. Por eso empezamos por el
folklore, por lo que ya traíamos como una honda memoria, como la memoria de fondo.
Luego vino el estudio, las lecturas renovadas, el conocimiento de la gran poesía del
mundo, y con ello la búsqueda de un lenguaje poético propio. Yo ya sabía qué cosas
quería comunicar: mi solidaridad, mi amor por la gente, por la justicia, por el amor.
También sabía que con sólo la poesía escrita no podría llegar a muchísimas personas
que por ser analfabetas no tendrían acceso a mis libros. Me hacía falta el veredicto de
tantísima gente que sólo lee con el oído y a través de su propia cosmovisión. La
canción, como medio de comunicación inmediata, al segundo, se me reveló como el
instrumento más idóneo para expresarme: los cantores imprimen a cielo abierto. Entendí
entonces por qué con cada canción nueva nace un Gutenberg nuevo en América, por qué
la canción es la Nueva Imprenta.
Pero la palabra para cantar no es la misma que se destina a la lectura. El éxito de una
canción popular depende del grado en que refleje la noción que el prójimo tiene de la
vida, de que los giros, las inflexiones y la respiración del texto sean los giros,
inflexiones y respiración del habla de la gente. Basado en estos principios, quise y
quiero expresar a mi país región por región, con los colores, acentos, experiencias y
paisajes propios de cada una. Desde Salta hasta la Patagonia, desde la Cordillera hasta el
Río de la Plata, pasando por los esdrújulos riojanos y los sincopados santiagueños,
nuestro mapa musical es tan variado que no resulta fácil transitarlo sin perderse en él.
En lo que a mí respecta, el tango es un buen ejemplo de esto. He recorrido con mayor o
menor suerte aquel mapa musical que mencionaba antes, pero el acercamiento al sentir
ciudadano, porteño para ser más preciso, la aprehensión de las cuerdas más vitales del
cantor de la dudad, suponen un lento trabajo de aproximación y convivencia con el
hombre urbano, para que la obra que pretenda expresarlo no termine vulnerándolo. Yo
quiero llegar al tango naturalmente, y todavía no he escrito ninguno que se haya ganado,
con el corazón de la gente, el derecho a coexistir con otras obras mías que el pueblo ya
ha hecho suyas. Por esta razón, en este cancionero no se incluyen tangos.
No obstante, la milonga es un buen comienzo: nació campesina y, un día, cambió la bota
por un buen par de timbos para entrar en la ciudad, cuna y residencia del tango. Creo
que voy por el camino indicado...
El elemento unificador de tanta variedad de formas, estilos y mensajes es, a mi entender,
que
todos ellos trasunten fiel y naturalmente al sentir y el decir popular. Porque la canción es
patrimonio del pueblo: él la inventó y él la canta sin mentir, sin adornar porque sí. Por
eso me duele que los “fabricantes de estrellas” la utilicen como un bien mostrenco,
vaciándola de su contenido más hondo y con ello privándola totalmente de sentido. Con
la llamada “música disco”, por ejemplo, se atenta contra el acervo espiritual de los
pueblos: no olvidemos que en este siglo, gracias al desarrollo de los medios de
comunicación de masas (radio, televisión, disco, etc.), la canción puede transportar la
identidad de un pueblo a otro con pasmosa facilidad, llevando y trayendo
padecimientos, alegrías, esperanzas, en fin, intercambiando signos de existencia. De
este modo, ha quedado convertida en un formidable vehículo de cultura, tanto dentro de
cada país como hacia afuera. Si se distorsiona éste, su sentido moral, se traiciona el
espíritu mismo de la canción y, repito, se atenta contra el acervo cultural de todos los
pueblos.
Sin duda, uno de los fenómenos culturales más relevantes de este siglo es la canción.
Estamos asistiendo, asombrados, no sólo al auge de los movimientos renovadores
nacionales como el Bossa Nova, la Nueva Troya cubana, la Nueva Canción chilena y
uruguaya, sino también a otro hecho muy auspicioso: la canción está entrando al libro
sin ningún desmedro, y esta colección da testimonio de ello.
Hace veinticinco o treinta años, los grandes poetas de nuestra patria miraban con recelo
y hasta con desprecio nuestro intento de transformar en canción una poesía. Había en
ellos una actitud de rechazo, por temor a que las guitarras pervirtiesen a la palabra
poética. Pasó el tiempo y hoy, en algunas Universidades, se estudia a Celedonio Flores,
a Homero Manzi, a Enrique 5. Discépolo.
Grandes estudiosos de nuestro idioma como Menéndez Pidal o Menéndez y Pelayo,
tuvieron que recurrir al cantar popular para encontrar el origen y las motivaciones
hondas de la poesía en nuestra lengua.
Yo no tengo ningún reparo en afirmar que me llega más la poesía de Homero Expósito
que la de muchos poetas muy empinados y académicos de nuestro país, cuya obra no me
conmueve lo más mínimo. En cambio, ese verso de Marino para “El Ciruja” donde dice
que (el círuja) está “campaneando un cacho de sol en la vereda” me parece un hallazgo
genial. Para esto tenemos un idioma, y si queremos que siga viviendo, debemos
subvertirlo, crear imágenes completamente nuevas. En esta tarea corren parejas la nueva
literatura y la nueva canción hispanoamericanas, ya que recogen el habla de los 300
millones: el idioma dentro del idioma que se está plasmando aquí, de este lado del mar.
La canción es, pues, un fenómeno nuevo, y por tal motivo se la considera subversiva.
Las “instituciones” no están preparadas para recibirlas, y reaccionan a veces como aquel
que nunca había visto un rinoceronte hasta que un día, de visita en un zoológico y ante
ese animal que no se parecía a nada que él conociese, afirmó muy tranquila y
orondamente: “ese animal no existe”. Pero a pesar de las negaciones, de la irritación y
hasta del miedo que produce en determinada gente, la canción subsistirá, porque es
vehículo de intercambio entre los pueblos, y también porque rescata las mejores
tradiciones de cada uno de ellos.
COLOFON
Susurra el viento y se va
enloqueciendo el color
y es la nostalgia un adiós
de amapola y torcaz, mariposa y gorrión.
Salgo a caminar
por la cintura cósmica del sur.
Piso en la región
más vegetal del viento y de la luz.
Siento al caminar
toda la piel de América en mi piel
y anda en mi sangre un río
que libera en mi voz su caudal.
(Ciñe el Ecuador
de luz Colombia al valle cafetal.
Cuba de alto son
nombra en el viento a México ancestral.
Continente azul
que en Nicaragua busca su raíz
para que luche el hombre
de país en país
por la paz.)
Canción de la ternura
El cielo de mi niñez
tuvo un aroma de albahaca y pan,
un sol de candor bajo el sol.
Mi madre andaba en la luz
de una provincia de eternidad
y era un regazo el verdor
y era verano el color
del amor.
Me voy, amor.
Si soy motivo para el olvido
decime adiós, decímelo;
que la paloma de tu pañuelo
me diga no, me diga adiós.
Me dices no,
pero tus ojos se van conmigo
por donde voy; huellita soy
que va y que vuelve como dos veces
del río a mí, del cielo a vos.
Humito azul
que sube y sube desde la leña
quemándose, quemándome
como la luna que con tu ausencia
me sale a ver: quemándome.
Ausente soy,
como paloma herida en un ala
penando estoy. Me suelen ver
a medio vuelo de tu pañuelo
buscándote, buscándome...
Canción del centauro
No se me vaya a dormir,
Juanito del sueño-pan,
que al sueño del niño pobre
lo vela la soledad.
Arrorró, que no hay harina
y si te duermes, vendrá
el diablo de la laguna
a morder, a quemar
la asombrada ternura del pan.
Aquel atardecer
sentí el rumor del río y tú.
La canción del agua
aprendió tu voz
y el corazón de la lluvia
la trajo a mi corazón.
Grega y horizonte
violenta piel solar
viene el viento duende
por el arenal.
Por Agosto va
la luna invernal
vamos, viento vamos
siempre habrá una flor por ahí.
Incansable duende
que por la noche va
despertando el grillo
de la soledad.
El río apacible
te sabe ver pasar
rodeado de aromas
del aire he de andar.
El vino triste
Un corazón de camino
desde su canto regresa
a despertar el destino
que el pueblo en su pecho lleva.
La gran guerra
Al parecer Abel
no quiso ser guerrero,
Caín, según se sabe,
lo desnucó por eso.
Por el Guaymallén
el duende del agua va
llevando una flor
de greda y dulzor
que despertará en el riego
la voz vegetal
del huarpe que está
dormido en su paz mineral.
Se va tu caudal
por el valle labrador
y al amanecer
se oye, padecer
la pena del surco ajeno
verano y rigor
va de sol a sol
la sombra del vendimiador.
Solar regador
tonada del totoral
la luna rural
te ha visto regar
el sueño de mis abuelos
y luego entonar
con el regador
el vino sufrido del peón.
Canal fundador
algún día bajarás
trayendo en tu voz
de menta y cedrón,
tonadas de vino nuevo
y entonces te irás
conmigo a cantar
cogollos de amor y de paz.
Los hombres del río
No somos héroes
porque quedamos
ni hay héroes
que regresan de otro lado
solo hombres
y mujeres
que han padecido
la patria afuera
por ese asunto
de las verdes cosas
por fundar la primavera.
Resurrección de la alegría,
estoy de fiesta con mi sangre.
Porque el que nace a la ternura
vence a la muerte cotidiana,
abre las puertas de la vida
y lleva un niño en la mirada.
Selva sola
* Alfredo Zitarrosa dice “Hay que dar vuelta el tiempo como la taba”.
** Mercedes Sosa dice “que si la tierra es fértil”.
Tropero padre
Padre tropero,
vuelvo buscando
la huella de tu huella
bajo los soles del año,
detrás de qué galope
tu sombra se fue apagando...
La misma tierra
que canto y ando
te vio fundar caminos
hacia los vientos de Arauco,
tropero de mi sangre,
padre de greda y quebracho.
Ya volviste a la tierra
desde donde venías,
galopando el silencio,
a templarme la voz.
Y hoy regresas conmigo,
vuelves cantando...
Tantos caminos,
tropero padre,
encendieron mis ojos
de lejanía y distancia,
hechura de tus sueños,
apenas soy pueblo que anda...
Rumbo en tu nombre,
Lucas Tejada,
tu tropa abrió el camino
pa' que pasara la patria,
galope en las leyendas
te contarán las guitarras.
Volveré siempre a San Juan
Volveré, volveré
a tus tardes San Juan,
cuando junte el otoño
melescas de soles allá en el parral...
Volveré siempre
a San Juan a cantar.
Siempre te recordaré
Junto a tu paisaje azul
Sombra que no olvido
Silueta del río
Vestida de trigo y luz
Como se dormía
La tarde en tu pelo
Con un sueño
Inmensamente azul.
La distancia va conmigo
como un largo andar,
duro horizonte de Zonda y cielo,
rumbo de piedra y arenal.
¿Dónde iré, dónde irá
conmigo a penar...?
Nadie se va de Mendoza
aunque piense que se va.
Madre es la tierra y el hombre raíz
árbol que crece en la paz estival
quedó durando en tu sangre porque yo soy
guitarra que volverá.
Zamba de los humildes (o La de los humildes)
Un corazón de camino
desde su canto regresa
a despertar el destino
que el pueblo en su pecho lleva.
Zamba del laurel
Déjame en lo verde
Celebrar el día
Porque por lo verde
Regreso a la vida:
Yo muero para volver
Juntando rocío en la flor del laurel
Mendoza - 1955
Al publicar Pachamama, el teatro independiente La Avispa, cumple con otro de los propósitos de su
declaración de principios: estimular la labor de los creadores en Cuyo. Para ello ha sido necesario recurrir
de nuevo a la audacia de los integrantes de este grupo, que en su corta vida, ya ha probado con creces, el
valor de la voluntad puesta al servicio de la cultura popular.
Armando Tejada Gómez, el autor de Pachamama, es un hombre joven, que de golpe -y por su sola valía-
se incorpora al núcleo de grandes poetas americanos. Su poesía es un acontecimiento que casi nos
asombra. Y nos asombra en Cuyo -tierra de poetas- porque por sobre el tono intimista de algunos, la
cuerda erótica en otros y el trabajado arabesco de los más, la poesía de Tejada surge desnuda, densa de
pensamiento, tremendamente lógica en su ambición de abarcarlo todo, para resumirlo y darlo con un
sentido, con una ideología.
Un orden dramático perfecto preside todo su poema; no obstante ello, un lirismo masculino, civil
-diríamos- lo desborda, dando la medida de la futura obra del artista.
En Tejada, todo es grande; desde el tema -el hombre en su lucha, a través de la historia, por tomar
conciencia del mundo donde se realiza, hasta el mecanismo conceptual que le sirve para plasmarlo. La
fuerza y la belleza de su lenguaje, reside en su facilidad para desarticular, exhibir y reconstruir su visión
particular del mundo concreto. Porque Tejada define definitivamente -diríamos- no dejando lugar ni para
la imaginación ni para la sugestión. Poesía que explica, que enseña, poesía llena de tal madurez
-pensemos en sus 25 años- que parece como si el poeta se limitara a recoger, por privilegio de su oficio,
un salto espiritual colectivo; el paso de una a otra categoría de conciencia, en la comunidad, por imperio
de la amenaza de aniquilación que hoy se cierne sobre el mundo.
Armando Tejada Gómez viene cantando hacia nosotros con los brazos abiertos. Trae en un puño la
infancia de la humanidad; en el otro, su enorme fe en el destino material del hombre; destino de libertad,
destino de paz.
TONADAS DE LA PIEL
A mi padre Tropero,
fundador de caminos.
A mi gente.
Descripción de la Tonada
detrás de la copla.
Jaime Dávalos
Denso es el vino del cantor. Un aire áspero le roza los labios donde la risa estalla espaciosa, anárquica,
desmesurada: toda llena de un vigor escondido, parecido a la furia. Tapa su situación con vino. Se olvida
de acordarse. Canta. Ahora es Sábado, se desalquila del salario, se exime del sudor por esta noche y
mañana: la miseria se le olvida en la miseria. Es libre.
Manosea su libertad el peón, el empleado público, la mujer nativa. Todos los agregado al silencio. El
Pueblo. Exceden su imposibilidad cantando, dispuestos a descoser la noche, confabulados con lo
fabuloso, gigantescos. De pronto adquieren el tamaño de su sombra, altamente se agitan y gesticulan,
ejercitan su grandeza porque no caben en la noche. Son enormes.
Ahora la tonada les zumba en las orejas su moscardón nocturno, va y viene en el aire: la respiran. La
condición espesa de la copla los anega, su contorno carnal, lo imponderable; hay la atmósfera lenta, el
ruido del milagro, ciertas crepitaciones pegajosas, en fin, la circunstancia del presagio. Es cuando se le ve
el sexo a la alegría, se desnuda en los rostros, desciende de las bocas, cae al suelo. Y se va levantando un
polvo bárbaro, casi un viento exclusivo, un humo dulce, ese anillo de fuego en la garganta.
Como del cielo baja la guitarra, pobrecita y afónica. La humilde. Baja de un mueble viejo donde estuvo
dormida, cadáver semanal, luna reseca, con el vientre repleto de canciones terrestres, con una antigua
euforia en esa sombra, que aprisiona en la caja de sudada madera. Trae el diapasón prisionero, atado con
un lápiz mocho y un piolín, porque está ronca de rozarse en los hombres y hay que levantarle el grito,
porque la garganta traspasa su sonido hay que levantarle el grito, hasta que alcance, hasta que vaya con el
cantor, arriba, donde el poema espera desde siglos.
Entonces el cantor la pone entre las piernas, la abraza ciegamente con su sangre, busca su tono arisco,
hunde la cara en el pecho, ausculta el alma y se ponen a conversar mientras se afinan, dulces cosas se
dicen, se alejan y se encuentran: van penetrando el canto con el tacto desnudo. Es cuando hasta las
moscas se caen al silencio y la noche, ahí afuera, espera, espera tercamente que le rajen la panza:
y adiós...
y dejarte
Cada uno se va para adentro, a contra sangre van, a contra olvido, porque la distancia es un grave
caminante vacío, es un dios sin espaldas, porque la distancia no vuelve jamás de la distancia.
pudiera...
olvidarte
Es como remontar un río turbio. Como ir de hombre en hombre preguntando, averiguando fechas de
dolor enterrado; penetrarse sin asco, mirar hondo, tocarse el territorio con un clavo. Hasta encontrar el
otro, el que ya estuvo, el que salió semilla y volvió árbol.
He vivido tolerando
martirios
Porque a veces queda sólo la muerte necesaria, la incomprendida oscura, la remota. Queda casi raíz,
parece un puño, viene dentro del hombre, lo rescata. Ah, este largo naufragio, atisbo apenas, esta razón de
estar, quedar durando. ¡Cómo saber a fondo la tristeza! ¡Cómo encontrarle el dorso y derrotarla!
ni tierra,
aunque tarde...
Siente que el tiempo se ha quedado quieto, se ha dejado de andar ensimismado. Ahora el hombre lo
palpa, lo contempla, lo tutea de igual, le ata las manos. Le mira el corazón con un latido. Lo tutea, lo ata,
lo desata.
Pero el cantor ha venido por dentro de la tonada, le conoce las llagas por sus nombres, sus parientes: los
pájaros. Vecino en su país, profeta ardido, el cantor es un hijo de su canto; sabe la soledad de cada uno, es
un sabio ancestral vuelto palabra, río total del hombre, cauce loco: nace con cada copla a la esperanza. Y
La Tupungatina lo ha parido, lúcido como un sol de turbia llama! Ahora, ya al final, busca el cogollo,
demora el corazón de la guitarra, hurga en la concurrencia ese par de ojos, donde resido yo como una
lámpara. Y se enciende de amor, de puro instinto y va armando la copla y desgranándola:
ay que dice,
nú ay nadie,
ay que dice,
Entonces, precipito los latidos en el corazón de mi madre, me anuncio en su sonrisa, ya soy beso y el
último pedacito de tonada se disuelve en la noche. Va a encontrarse conmigo en lo lejano...
INDICE
Pórtico
Descripción de la tonada
América ancestral
Geografía de la tonada
Tonada de tu piel
Copla continental
Interior de la Tonada
Existencia de la arena
Resurrección de la ceniza
Sal terrestre
Hueso fundamental
ANTOLOGÍA DE JUAN
Dedicatoria:
Al Toto
A Raúl y a Lucas,
mientras avanzamos,
Dicho y Hecho
En 1956 comencé a escribir esta Antología de Juan, del anónimo e innumerable Juan de todas partes del
país que al fin es uno mismo, inspirado en los dichos y hechos de su vida y era mi intención ir
agregándole poemas cada año con los testimonios recogidos a lo largo del país que recorro
incansablemente por pasión y por oficio de andar diciendo la poesía, devolviéndosela al pueblo de cuya
formidable aventura histórica me nutro: pero no era una tarea de testigo sino también de protagonista, por
eso estos poemas no han sido escritos desde afuera sino desde adentro de la pelea y contienen sin
retaceos el ruido del tumulto, porque como alguien dijo, el poeta es, también, un legislador permanente
de su pueblo. Sería doloroso ser sólo un tonto aparte, dolido solamente del rocío, como sería triste ser
sólo un combatiente que no viera el rocío. De esa madera está hecha la guitarra que aquí canta.
La Cancionera, 25/4/87
INDICE
Coplera de Juan
Antiguo labrador
Muchacha
La canción el muro
Petróleo y poesía
El río
Muchacho de septiembre
Proclama
Peatón diga no
El barco
Oficio de la luz
Geografía de la rosa
Agustín cordobazo
La sílaba
La Catedral
Personalmente
Coral Bolívar
Falta envido
Golpe de timón
El desarmado
La tarea
Vivirse todo
Tiempo al tiempo
Ranchera de Adelita
Salmo vivo
Manual de la palabra
LOS COMPADRES DEL HORIZONTE
Dedicatoria:
A Benito Marianetti
y Angel Bustelo,
FUNDAMENTO
José Hernández
Canto final del Martín Fierro
INDICE
1. Los Compadres
1 (Retomemos...)
2 (Inevitables...)
3 (Salirse...)
4 (La muerte...)
5 (Sobre ceniza...)
6 (Así, pues...)
El Porfiao
7 (Había galerías...)
8 (De repente...)
9 (-qué fue?...)
1 (Aquí la gente...)
2 (A esta hora...)
3 (El compadre...)
AHÍ VA LUCAS ROMERO
Ludovico Marani
y de nuestros abuelos,
INDICE
El verde coraje
Luna de marzo
Los profetas
Sol a destajo
Los duendes
Furia
Candil de la asamblea
Míster mandamiento
Plenario de la noche
Las puertas del día
TONADAS PARA USAR
Dedicatoria:
A Gloriana,
INDICE
Las tonadas
-Tonada 1
-Poeta de la legua
-Tonada 2
-La flor
-Tonada 3
-Tonada 4
-Discurso del fuego
-Tonada 5
-Tonada 6
-Tonada 7
-Canción de un peso
-Tonada 8
-Tonada 9
-Tonada 10
-Tonada 11
-Tonada 12
-Algo se mueve
-Tonada 13
-Tonada 14
-El aquelarre
-Tonada 15
-El rostro
-Tonada 16
-Tonada 17
-Gustavo, el preceptivo
-Tonada 18
-Tonada 19
-Tonada 20
-Tonada 21
-El bienaventurado
-Tonada 22
-Tonada 23
-Tonada 24
-Trapalanda
-Tonada 25
-Sí, camarada
-Tonada 26
-Salmo de un grito
-Tonada 27
-La lucha
-Tonada 28
-Feliz Navidad
-Tonada 29
-Tonada 30
-¿Qué hay detrás de un Colorado?
-Tonada 31
-La chispa
-Tonada 32
-Tonada 33
-Ritual de la sangre
-Tonada 34
-Tonada 35
-El subversivo
-Tonada 36
-Tonada 37
-Tonada 38
-La eternidad
-Tonada 39
-Tonada 40
-Tonada 41
-Tonada 42
-Tonada 43
-Los trapios al sol
-Tonada 44
-Prohibido prohibir
-Tonada 45
-Ejecutivo junior
-Tonada 46
-El huso
-Tonada 47
-Tonada 48
-Tonada 49
-Tonada 50
-Tonada 51
-Tonada 52
-Tonada 53
A Domingo, Glorianita
y Paula,
por delante.
Ilustraciones por
Como el cantor no tiene otra biografía que su canción, esta selección de mis poemas y mis libros, son mi
breve historia. Es que la poesía no se hace con esto ni con aquello sino con toda la vida. Así pues, hay
aquí, fragmentados, los ocho principales libros que he escrito. Falta uno: Creciente Cuba que es
imposible fragmentar y cuya extensión lo obliga a esperar su propia edición. No es que yo piense que los
poemas escogidos de cada libro sean los mejores. Es que había necesidad de no abultar más este libro.
Nada de lo que escribí niego. Por el contrario, asumo una por una todas las palabras adonde fui dejando
el júbilo y la furia, el testimonio áspero y caliente de ser poeta desde el carozo mismo de mi Patria y
América.
Argentina, 1968.
INDICE
Escritura en la sangre
Pachamama
Tonadas de la piel
Existencia de la arena
Resurrección de la ceniza
Sal terrestre
Hueso fundamental
Antología de Juan
Coplera de Juan
Antiguo labrador
Muchacha
Petróleo y poesía
Muchacho de septiembre
El barco
Luz de entonces
Primera soledad
Noción de septiembre
El aprendiz de brujo
El espejo en la acequia
El tábano
Historia de tu ausencia
Historia de tu ausencia
Adolescente desocupado
La barca
El porfiao
El verde coraje
Los profetas
Furia
Candil de al asamblea
Míster mandamiento
Plenario de la noche
Canción de un peso
La gran guerra
La lucha
Prohibido prohibir
El bienaventurado
Muerte en lo verde
Algo se mueve
El aquelarre
El subversivo
Ejecutivo junior
La veleta y el viento
El vino triste
Sí, camarada
El sembrador de vientos
Poeta de la legua
Dedicatoria:
A mis amigos
INDICE
Mi hermano golondrina
Los jotes
El trufa
Este tranvía...
La huelga
Mamá metáfora
Raúl marinero
Papá Galope
La noche
La dinastía
El miedo
El boliche
El cantor
La salamanca
La lluvia
La creciente
Dedicatoria:
A Josué de Castro,
porque su memoria
Fe de búsquedas
El primer deslumbramiento que tuve con el tema de las comidas en la poesía, fue en mi niñez leyendo
nuestro poema nacional Martín Fierro:
la sabrosa carbonada,
Me inoculó cierta nostalgia esa sentencia, nostalgia por un menú que creí irrecuperable y que, creciendo,
rescató la mano del pueblo, pues ninguno de esos platos habían caído al olvido como creía don José
Hernández. Más acá y ya lector infatigable, advertí en mis andanzas de cantor de ranchos y boliches, las
innumerables referencias a los alimentos, su preparación y sus bondades que hay dispersas tanto en la
copla popular anónima como también en el cancionero folclórico no sólo de nuestro país, sino también en
el de España y la América Latina.
Allá por 1950, conocí fragmentos de la chilenísima Epopeya de las comidas y bebidas de Chile del gran
Pablo de Rokha, precursor colosal -como a él le gustaba decir- de la poesía latinoamericana de masas.
Luego, en cientos de libros perseguí las ocasionales alusiones a las comidas y celebré largamente el
abordaje del tema por el otro Pablo inmenso, Neruda, en sus sensuales y bellísimas odas al caldillo de
congrio, al ajo, a la cebolla. También me deslumbré de encontrar el olor a cocina en algunos textos
sagrados de distintas religiones y, fundamentalmente, en esa catedral de conocimiento antropológico que
es La rama dorada de Sir James Frazer.
No obstante, y como todos saben, la literatura sobre el tema es por demás exigua, y mis búsquedas, sobre
todo históricas, han sido mayormente infructuosas. Tan es así, que al disponerme a escribir un
Cancionero nacional de las comidas, origen de esta obra, con el músico salteño Gustavo Leguizamón,
me encontré con un territorio inexplorado en nuestro país desde el punto de vista de la poesía. Todo lo
que pude hallar está en la literatura de investigación folclórica, y los textos, casi siempre antiguas
ediciones, son muy difíciles de consultar.
Tema tan subestimado por nuestro interés cultural ha provocado el asombro de la mayoría cuando se supo
que yo estaba escribiendo sobre un asunto aparentemente tan distante de la poesía, según esta es
entendida por nuestras costumbres mentales. Durante los dos últimos años he amolado la paciencia de
amigos y desconocidos urgiéndoles datos, comentarios, alusiones, notas y cualquier material escrito,
literario o no, que me ayudara a penetrar el cerrado mutismo en que hemos mantenido un hecho de tal
categoría vital y tan lleno de connotaciones subyugantes.
En la tarea he descubierto cosas tan sorprendentes como que la comida regional es el único elemento
folclórico vivo, pues nadie puede preparar plato alguno partiendo de los habituales recetarios de cocina,
sino por la tradición oral y la práctica directa. En fin, que, como siempre, no sólo he ido escribiendo el
poema, sino también aprendiendo, a medida que entraba en el tema.
Se advertirá claramente que, al contrario de los gigantes que me preceden -De Rokha, Neruda-, yo he
dado menos materia poética al mundo de las sensaciones del paladar, porque me ha importado mas
expresar la relación dialéctica que las comidas tienen en la vida del hombre y de los pueblos,
ajustándome a una geografía necesariamente limitada: lo que podemos definir como civilización de
Tiahuanaco, esa zona de influencia cultural que va desde el alto Perú al Río de la Plata, acentuando el
contenido nacional de que se nutre mi poesía y a insoslayable regionalidad argentina de mi palabra.
Por último, y ya con la obra terminada delante, estoy cierto de que este poema no es sino un punto de
partida. Me he preguntado también si en lugar de un poema a las comidas, no he escrito una especie de
geopoética del hambre en nuestro continente, y se me ha impuesto la obligación de dedicarlo al brasileño
Josué de Castro, cuyos libros han dado a este poema ese estado de conciencia de lucha contra el
subdesarrollo en nuestro Continente, vértebra de una lucha política y cultural contra el imperialismo
donde la epopeya no se cuente sólo por los héroes, sino por la presencia de las masas populares en la
transformación de la vida histórica.
INDICE
Fe de búsquedas
El canto popular de las comidas
La fiesta del pobre
Salmos de piedra
Crónica de Indias
La sudestada
El día que llegaron las gaviotas
Buen día, Patria
El hombre del ají
La mujer de la albahaca
La gente del laurel
Menú del día
Milonga de los asados
Recetario del viento
Lugar de origen
Marian Buenos Aires
Oficio del ausente
Carta de vinos
Canto muchedumbre
Vocabulario
DIOS ERA OLVIDO
Dedicatoria:
Es cierto, Agustín,
la muerte puede
Dios era olvido es la primera novela de Armando Tejada Gómez, escritor y poeta nacido en Mendoza,
cuya vasta obra literaria se ha encauzado hasta hoy por los caminos de la poesía y de la canción popular.
En la primera línea destaca su Canto Popular de las Comidas, galardonado con el primer premio de
poesía de Casa de las Américas, de La Habana, en 1974. Como folklorista fundó en 1963 el movimiento
Nuevo Cancionero que dio origen a la nueva canción argentina. Sus composiciones las cantan los más
egregios representantes del folklore sudamericano.
En la novela Dios era olvido, premio Villa de Bilbao 1978, desarrolla una estremecedora historia sobre el
origen social de la violencia, en un medio primario y sobrecogedor como es la vida de los marginados
que habitan las Villas Miseria de Argentina. A través de un lenguaje de riquísima originalidad, plantea
una inquietante interrogación sobre qué es la realidad en realidad; los seres vivos y palpitantes de la
narración hacen brillar de vez en cuando el amor, la ternura y la alegría de vivir, como diamantes brutales
en medio de la ciénaga que los circunda. La novela ofrece además otro fenómeno tan inquietante como su
trama: el ensanchamiento continental del idioma castellano hasta el límete de crear un idioma dentro del
propio idioma.
La novela que presenta Ediciones Albia, supone la aparición en todo el mundo de habla hispana de un
nuevo hito de la narrativa en nuestra lengua.
INDICE
LAS RAICES
(continua...)
INDICE
La de los humildes
Zamba de la distancia
Tierno nogal
Luna de Córdoba
Cosa de todos
Zamba de Chilecito
Regreso a la tonada
Paloma y laurel
La Rioja verde
Flor de la leña
Canción de la ternura
Balada de marzo
Canción de lejos
Fuego en Anymaná
Zamba azul
Triunfo agrario
La Pancha Alfaro
Resurrección de la alegría
Apéndice
HISTORIA DE TU AUSENCIA
continua...
Acaso, también, porque entonces pensara que el amor que las mujeres aludidas aquí dejaron en mi vida,
era cosa estrictamente mía -y de ellas, claro- y no lograba vencer la absurda resistencia a ventilar estos
estremecimientos, dolores, deslumbramientos que han pasado, como un viento dulce o terrible, por mi
corazón. Absurda resistencia porque, precisamente, los libros de poesía son en general testimonios de este
asunto inextinguible del hombre y la mujer de todos los tiempos. A salvo ya de ese largo pudor por mis
asuntos personales, los doy a la luz con el mismo título del original, si bien que engrosados con los
poemas que sobre el tema he ido pergeñando en distintos momentos y lugares, durante estos últimos 22
años. Muchos de estos últimos han circulado como canciones en la última década y más de uno ha
alcanzado enorme popularidad gracias a los modernos medios de difusión y al auge de la canción popular
tanto en nuestro país como en el exterior.
En verdad, pienso que entrego a los lectores que siguen mi obra -salvadas sean las prohibiciones de mis
libros y canciones- un costado novedoso de mi escritura y de mi ser interior. Apenas asoma aquí el poeta
rebelde, entregado en cuerpo y alma a la lucha por el destino de los desposeídos, las fracturas históricas
de mi patria y el destino de los pueblos de América Latina y el mundo, que protagonizan de un modo
insoslayable el contenido de mi obra total, ya extensa, discutible -¡y vaya cuanto!-, controvertida, como
toda obra humana.
Serán transparentes al lector los desniveles de lenguaje, estilo, tono, tratamiento temático y actitudes
espirituales ante las mujeres que he amando sin olvido durante estas casi tres décadas de mi vida. Debo a
ellas la mitad más hermosa del hombre que soy. Ellas, todas, han compartido todos los riesgos de mi
lucha por el pan, la tierra y la libertad. En homenaje a ellas, este libro ve luz del día.
La Cancionera, Guernica,
El 13 de julio de 1982.
INDICE
A Alberto Burnichón
y Lucho Torres Agüero
que quisieron para mí
una palabra sin olvido.
A Pablo y Gabriel,
porque por ellos veo
el día de mañana.
A cada uno.
Armando
Cuestionario en la Legua
La Juglaría que he ejercido y ejerzo en todos los rincones de mi país, América y el mundo exterior que he
podido recorrer -desde -China al Estrecho de Magallanes-, ha sido y es un intento de convertir a mi
poesía en un género popular, en un pan cotidiano del espíritu de los seres humanos. He buscado
conseguirle espacio junto al canto, del que es fundadora; el teatro, el cine, la danza, todos los géneros, en
fin, de participación colectiva. Por eso, hace como treinta años ya, renuncié a cantar. Tomé la palabra y
me fui con ella por la legua. La metí en las canciones sin desmedro de ella. Escribí libros de danzas para
los bailarines de nuestro folklore. La tramé en espectáculos y cantatas. La puse a caminar todas las calles,
las aldeas y los pueblos de la vida. Usted dirá si lo he conseguido.
Le advierto que no sólo las canciones me siguen en el canto de otras voces: recitales, emisoras de radio y
TV, socavones donde se macera la Nueva Canción. Con la misma frecuencia, mis poemas salen a
encontrarme en la voz de la gente en sitios inimaginables. Ya sabe usted que el pueblo tiene más memoria
que uno. Con y por mis poemas y canciones he entrado y salido de las prisiones. Han sido mi premio y
mi castigo. Todas las dictaduras nos han prohibido. De ahí que yo tenga como evidencia -y acepto su
opinión en contrario- de que esto ha sido así, porque encarnaron en mi prójimo, al punto de que, a las
puertas de este nuevo libro, voy a dialogar con él, es decir con usted, tratando de recordar el cuestionario
de la legua, ese reportaje sin fin que el pueblo me hace, sin agua va, allí donde me encuentra.
-¿Qué quiere decir: BAJO ESTADO DE SANGRE?
-Hasta diciembre de 1973 -y desde 1930- habíamos vivido bajo Estado de Sitio; a partir de ahí
comenzamos a vivir bajo Estado de Sangre.
-Siempre hubo matanzas: la Semana Trágica, la represión sangrienta en la Patagonia, los
asesinatos políticos aquí y allá, los fusilamientos de José León Suárez, la masacre de Ezeiza...
-Cierto. Pero eran horrores aislados. Dolorosas anécdotas del espanto. Es a partir del golpe militar de
1976, que el Estado de Sitio ya no basta. Ahí comienza el Estado de Sangre. La Doctrina de Seguridad
Nacional del Pentágono. El terrorismo de estado. La guerrilla, lo que llamaron «la subversión» estaba ya
en dispersión en lo rural y lo urbano. Fue el gran pretexto para imponer por el terror una economía de
total dependencia al imperialismo yanqui. El otro objetivo fue el vaciamiento cultural: exilios,
prohibiciones, muertes. Pensar y escribir el pensamiento fue un delito. El otro, ser joven.
-¿Este libro es una especie de reflexión sobre lo que pasó?
-No. Estos poemas fueron escritos bajo Estado de Sangre en su mayoría, durante la Resistencia. Son
hojas de la clandestinidad. Hacía montones de copias y las distribuía en las casas del pueblo, por si me
llevaban o me mataban. Donde podía los grababa. Fueron difundidos uno por uno, por debajo. Dispersos,
claro. En todo el país alguien tenía uno dicho o escrito.
-¿Usted no se exilió?
-No. Siempre quise tener una hendidura, un resquicio para volver a entrar al país. Si me asilaba ya no
podía volver. A todo riesgo, yo volvía.
-¿Muchas veces?
-Dos fundamentales: cuando el conflicto del Beagle, 5 de enero del 79, y el 7 de abril del 82, cuando la
Guerra de las Malvinas. Esta vez, desde México.
-¿Por qué no publicó este libro antes?
-Porque entonces estaba prohibida hasta la mención de mi nombre. Era un muerto en vida dentro de mi
patria. Todos lo saben. Es obvio. Sólo aparecieron dos libros bajo el Estado de Sangre, no, tres: mi
biografía de Horacio Guaranv, en Gijón, Asturias; Dios era olvido, en Madrid, en editorial Albia,
subsidiaria de Espasa Calpe que presentó en la Feria del Libro esa novela y Toda la piel de América,
gracias al coraje de Lucho Torres Agüero.
-¿Qué hay de su obra anterior?
-Está agotada. Ahora irá reeditándose.
-Hay una generación entera que no lo conoce, o conoce alguna de sus canciones.
-Cierto. Para ellos soy un poeta nuevo. Es una propuesta hermosa del surrealismo latinoamericano.
-¿Cuántos libros ha publicado?
-Más de veinte.
-¿Cuántas canciones ha escrito?
-Ni idea. Como mil.
INDICE
Mirar y ver
Cuestionario en la legua
Tonada del humo
El desfile
El día del halcón
Días de osario
Teoría de la mano menos
Oración a la bandera
La vida es un peligro
Soneto y medio
Canción de los amigos
Estar y andar
El exterminador
Conocimiento de las cosas
Ronda en las viejas ciudades
Estética de la señora
Introducción a la mentira
Silbo del tímido
El viejo luchador
Siesta
Pueblo chico
Descubrimiento de las cosas
La frontera
Carta de Bodas
Cuando Dios descansa
Canción del venidero
Cuento con ausencia
Réquiem por Beverly Hill
El día que llovió ceniza
Chacarera del aparecido
El mundo es un pañuelo
Un cielo para Ramona
Informe para ausentes
Segundo informe para ausentes
Tercer informe para ausentes
Elogio de la culpa
Fogatas sobre Babel
El taller del cielo
Yaraví del metro de París
El castillo de naipes
Balada del nadie
Sinfonía coral a las Madres de Plaza de Mayo
EL RÍO DE LA LEGUA
A Dorita,
que caminó conmigo
esta legua de sueños
INDICE
Mester de fundaciones / 1
Don Cleto
Los Desterrados / Pago Lejos
Mester de Fundaciones / 2
Don Cleto / 2
Los Desterrados / Ué, Paesano...!
Mester de Fundaciones / 3
Don Cleto / 3
Los Desterrados / El Río Verde
Mester de Fundaciones / 4
Los Desterrados / El Sol viene del Este
Don Cleto / 4
Los Desterrados / Clave de Sol
Don Cleto / 5
Mester de Fundaciones / 5
Los Desterrados / Un grito de Muy Lejos
COSAS DE NIÑOS Estas Cosas de niños que les entrego ahora son las reincidencias
intermitentes a un paraíso que siempre intento recuperar y que siempre,
en mágicos lugares, sorprendo en los niños. No tengo más que pensarme
para saber que el hombre es el hijo del niño que fue, como leí en un
artículo del mexicano Carlos Fuentes.
El material que les brindo es casi inédito, salvo Cita en la misma
Esquina, Hay un niño en la calle, autobiográfico y La Vida Dos Veces,
que por la popularidad que alcanzaron y tienen, van en letra cursiva,
expresamente.
Es obvio que este es un libro para adultos, para que hacia adentro, no
sigan adulterándose y terminemos adúlteros de ese patrimonio único y
último que no conoce la traición, la mentira ni la desesperanza, porque
está y estará siempre disponible para empezar la vida.
Salgo siempre con el niño que fui y suelo preguntarle si aún me le
parezco.
Armando Tejada Gómez ....
Colección Letas / Poesía
Ediciones Letra Buena Ilustraciones
INDICE
INDICE
Prólogo
Telar del Almirante
El Telar del Sol
Telar de los Andinios
El Telar
El Telar de los Mapas
Telar de la Sangre
Telar de los Otros
El Telar de la Vida
El Telar del Enterrado
El Telar del Aire
Telar del Otro
Telar de la Cebolla
Telar de la Luz
Telar de Dos
Telar de los Nombres
Telar de las Palabras
Telar de Vespucio
Cantar de Travesías
Telar del Humo
Telar del Jugo Verde
Telar de la Maldición
Telar del Amauta
Telar de la Cultura/1
Telar de la Cultura/2