Ejemplos de Autobiografías
Ejemplos de Autobiografías
Ejemplos de Autobiografías
Rodolfo Walsh
Me llaman Rodolfo Walsh. Cuando chico, ese nombre no terminaba de
convencerme: pensaba que no me serviría, por ejemplo, para ser
presidente de la República. Mucho después descubrí que podía
pronunciarse como dos yambos aliterados, y eso me gustó.
En 1964 decidí que de todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor
era el que más me convenía. Pero no veo en eso una determinación mística. En
realidad, he sido traído y llevado por los tiempos; podría haber sido cualquier
cosa, aun ahora hay momentos en que me siento disponible para cualquier
aventura, para empezar de nuevo, como tantas veces.
Me llamo Roberto Christophersen Arlt, y nací en una noche del año 1900,
bajo la conjunción de los planetas Saturno y Mercurio. Me he hecho solo. Mis
valores intelectuales son relativos, porque no tuve tiempo para formarme. Tuve
siempre que trabajar y en consecuencia soy un improvisado o advenedizo de la
literatura. Esta improvisación es la que hace tan interesante la figura de todos los
ambiciosos que de una forma u otra tienen la necesidad instintiva de afirmar su
yo.
Creo que la vida es hermosa. Solo hay que afrontarla con sinceridad,
desentendiéndose en absoluto de todo lo que no nos hace mejores, pero no por
amor a la virtud, sino por egoísmo, por orgullo y porque los mejores son los que
mejores cosas dan.
Actualmente trabajo una novela que se titulará Los siete locos, un índice
psicológico de caracteres fuertes, crueles y torcidos por el desequilibrio del siglo.
Mis ideas políticas son sencillas. Creo que los hombres necesitan tiranos. Lo
lamentable es que no existan tiranos geniales. Quizá se deba a que para ser tirano
hay que ser político y para ser político, un solemne burro o un estupendo cínico.
En literatura leo solo a Flaubert y a Dostoyevski, y socialmente me interesa
más el trato de los canallas y los charlatanes que el de las personas decentes.
José Saramago
Tal vez por haber participado en la Guerra Mundial, en Francia, como soldado
de artillería, he conocido otros ambientes, diferentes a vivir en una aldea, mi
padre decidió, en 1924, dejar el trabajo del campo y trasladarse con la familia a
Lisboa, donde comenzó a ejercer la profesión de policía de seguridad pública,
para el cual no se exigían más “habilidades literarias” (expresión común
entonces…) que leer, escribir y contar. Pocos meses después de habernos
instalado en la capital, moriría mi hermano Francisco, que era dos años más viejo
que yo. Aunque las condiciones en que vivíamos hubiesen mejorado un poco con
la mudanza, nunca llegaríamos a conocer el verdadero desahogo económico. Ya
tenía 13 ó 14 años cuando pasamos, al fin, a vivir en una casa (pequeñísima) sólo
para nosotros: hasta ahora siempre habíamos vivido en partes de casas, con otras
familias. Durante todo este tiempo, y hasta la mayoría de edad, fueron muchos,
y frecuentemente prolongados, los periodos en que viví en un pueblo con mis
abuelos maternos, Jerónimo Melrinho y Josefa Caixinha.