Una Iglesia Santa - Jeren Rowell

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UNA IGLESIA SANTA

Jeren Rowell

Gran parte de mi niñez la pasé en la primera banca de la Iglesia del Nazareno en un pequeño
pueblo de aserradero del oeste del estado de Oregon. Desde mi punto de ventaja en la
primera fila vi frecuentemente a mis padres que dirigían la adoración de varias maneras. Una
de mis claras memorias es de ellos cantando un duo, un canto evangelístico, popular a
mediados del siglo veinte en norteamérica, titulado “Solo Jesús y Yo en el Camino de
Jericó.” No se me ocurrió nunca, de niño, que era incongruo no solo que se presentara ese
canto como duo pero también que la idea total de ¨Solo Jesús y Yo” era antitética al
discipulado del Nuevo Testamento.

Por lo menos parte de la razón que el error de esa idea no se me ocurrió fue que tampoco se
le ocurrió a nadie que me enseñaba el camino cristiano. Mi familia y la congregación que
nutrían a mi mente y corazón en la vida de Jesús hasta que yo llegara a ser joven, me
enseñaron que la cosa principal era mi relación personal con Jesucristo. Emergí de mi niñez
siendo cristiano dedicado pero uno que pensaba que el discipulado era mayormente “Solo
Jesús y Yo.”

Desde entonces he aprendido que la vida cristiana es, en su corazón, una vida comunitaria.
Yo comprendo que no camino esta jornada cristiana solo. Yo soy un miembro entre
muchos miembros del cuerpo de Cristo. En verdad, quisiera declarar ahora que mi
preocupación suprema no es por mi relación personal con Jesucristo, sino que yo pueda vivir
como un cristiano verdadero dentro de la comunidad de fe de modo que juntos podamos
llegar a ser una expresión auténtica del reino de Dios en este mundo.

Sin embargo, dieciocho años de ministerio pastoral en la Iglesia del Nazareno me han
convencido que la mayoría de las personas en nuestras iglesias todavía creen que el
discipulado es un asunto personal y aún privado. Esto se ilustra en maneras numerosas en la
iglesia contemporánea. Hay una falta común de intimidad entre el pueblo de Dios. El valor
cultural de la supremidad de los derechos personales se refleja a menudo en la iglesia. Hay
una clase de teología, de ayudarse a sí mismo, vigente por la cual la gente cree que ser
reconciliados con Dios se logra mayormente por su propio trabajo. Una falta general de
autorrevelación y responsabilidad mutua ha causado parecer repulsiva la idea de disciplina en
la iglesia y casi ha causado desaparecer la práctica.

Este fuerte individualismo hace impacto en toda dimensión de la cristianidad aplicada.


Dentro de nuestro movimiento hace impacto ciertamente en la manera en que pensamos de
la doctrina de santidad y la expresamos. Yo sugiero que nosotros en la Iglesia del Nazareno
hemos comprendido y enseñado la doctrina de santidad mayormente en términos de piedad
personal. Sí que enseñamos que la idea entera de la santidad cristiana está arraigada en la
santidad de Dios. Poco, sin embargo se predica acerca de la santidad de la iglesia.
Parecemos estar sumamente ansiosos de movernos por asuntos de ¿cómo es que la posesión
del santo amor de Dios causa que sea diferente yo? Y estas diferencias se trazan lo más
facilmente en las cualidades de carácter y comportamiento personales.
Ciertamente la gracia de la entera santificación es netamente personal. Una vida marcada por
el mismo carácter y espíritu de Jesús es personal. Pero no es privada. La visión de la
santidad en el Nuevo Testamento encuentra su significado entero solamente cuando las
personas santificadas se ven como esencialmente una parte de una iglesia santificada. La
oración de Jesús por nosotros es oración corporal (por el cuerpo entero) “Santifícalos en la
verdad” (Juan 17:17). (1) En todas las citas el Nuevo Testamento mete la idea del
discipulado santificado precisamente dentro del contexto de la comunidad de fe. Aun
cuando Jesús continúa su oración dice, “…para que todos sean uno…así como tú estás en
mí y yo en tí” (Juan 17: 21-22). Jesús espera que la comunidad de la divinidad perfecta será
reflejada en la comunidad de los santos. Las epístolas de Pablo están repletas de
exhortaciones hacia la santidad, llamando a la gente a que vivieran juntos bajo el señorío de
Jesucristo y en el poder del Espíritu Santo. (Romanos 13: 8-10; 15: 5-7; I Corintios 1:2;
12:12-13; Gálatas 5: 16-26; Efesios 1: 1-14; 2:19-22; 4:1-5; Colosenses 3: 12-17). Nuestras
expresiones sobre la doctrina de la santidad deben llevar testimonio del hecho que el pueblo
entero de Dios está llamado a ser santo tanto por mandamiento como por provisión. Esto
es más que la totalidad de las partes. Las Escrituras parecen tener en mente más que una
colección simple de personas santas. Hay también un llamamiento a la comunidad de la fe
para que su vida en comunión sea caracterizada por la santidad.

Confesamos juntos que creemos en “la santa iglesia católica.” (2) Pero, ¿en qué sentido es
santa la iglesia? La mayoría de nosotros nos damos cuenta agudamente de lo que H. Ray
Dunning llama “la no santidad de la iglesia empírica.” (3) Gran parte del trabajo pastoral
diario surge del fracaso de la comunidad de fe al no reflejar el carácter de una nación santa (I
Pedro 2: 9). Sin embargo, yo estoy persuadido que Dios no solo está llamando a que los
individuos seamos santos sino que también está llamando a que su iglesia sea santa. La
pregunta es: ¿En qué sentidos es corporal la santidad bíblica y no solo individual? Como
catalizador para nuestra conversación ofrezco cuatro observaciones sobre cómo pueden las
congregaciones locales crecer en el entendimiento, la experiencia, y la práctica de la santidad
corporal: la adoración, el perdón, la unidad y el servicio.

Primero, la adoración en las congregaciones locales debe estar firmemente arraigada en la fe


cristiana histórica. Desgraciadamente, muchos pastores están ordenando la adoración para la
comunidad de la fe alrededor de asuntos pragmáticos, o dicho simplemente, lo que va atraer
al gentío. Estoy de acuerdo con la profesora Marva Dawn cuando dice, “…tantas decisiones
se están basando en criterio diferente de lo más esencial, es decir, que Dios sea el tema y el
objeto…de nuestra adoración.” (4) La santidad no es nada si no es el cambio del enfoque
vital del ser, a Dios. Los actos de la comunidad que celebra la adoración son esenciales en
este entendimiento y experiencia.

Aquí hay algunos puntos en la adoración que piden atención. Necesitamos adoración que da
alta prioridad a la Eucaristía, de modo que podamos recibir regularmente (sí, aún
semanalmente) la gracia para convivir como pueblo del Reino. Necesitamos adoración que
esté organizada alrededor de temas más profundos que los días feriados nacionales para
fomentar nuestro interés propio, sino, que sea adoración que celebre la historia de la
redención. Necesitamos recobrar lo apropiado y la importancia de hacer confesión
corporal. ¿Cómo se cambiaría la iglesia por medio de orar juntos semanalmente la Colecta
por la Pureza u otras oraciones confesionales? “Las oraciones y las formas de adoración
tradicionales de la iglesia están plenas de peticiones por aquella santidad sin la cual, declara
en todas partes la Escritura, nadie verá al Señor.” (5)

El segundo enfoque que se necesita es el perdón cristiano. Por supuesto la cuestión mayor es
el amor, lo cual es central a la idea total de la santidad, pero yo lo expreso de esta manera
porque lo que más daña a la auténtica santidad del cuerpo es el no perdonar. Las relaciones
cristianas nos brindan amplias oportunidades para experimentar verdaderamente el amor
abnegado, la esencia de la santidad. En la narrativa de Juan sobre el evento del Pentecostés,
Jesús resucitado dice a sus discípulos, habiendo respirado sobre ellos, “Reciban el Espíritu
Santo” (Juan 20: 22). Entonces inmediatamente (textualmente) El les habla de la necesidad
del perdón mutuo entre ellos. El perdón yace en el mismo corazón del evangelio y en el
corazón de la santidad cristiana. Si nosotros verdaderamente, creemos lo que decimos que
creemos acerca de la santidad, entonces nuestras relaciones como hermanos y hermanas en
Cristo no debieran de quedar fracturadas tan a menudo por la falta del perdón.

El tercer componente crítico para la santidad del cuerpo es la unidad. La unidad cristiana es
el signo indisputable que el pueblo de Dios ha rendido los intereses propios al interés del
Reino en servir a Dios y al prójimo. Esta clase de unidad es una parte importante de la
santidad no solo dentro de la congregación pero también en términos de la unidad que
atraviesa las barreras institucionales, nacionales, económicas, raciales, y sexuales. Donde es
activa la santidad, los prejuicios, las discriminaciones y las sospechas entre la gente pierden el
poder.

El elemento cuarto es el servicio. La santidad del cuerpo es mucho más que un grupo de
cristianos portándose píos. Es la comunidad de la fe sirviéndose uno a otro activamente e
involucrando a un mundo quebrantado con actos de amor y servicio abnegados. Este es el
retrato que se pinta comunmente de los primeros cristianos en Los Actos. “Estaban unidos”
y se servían unos a otros como expresión básica de su fe (Actos 2:44). La santidad del
cuerpo se ve en la iglesia cuando da su vida por los de afuera, es decir, por sus prójimos.
Aquí es dónde la ética de la santidad, el “amor perfecto,” (I Juan 4:18) se desarrolla.

Hay otros modos de desafiar a la iglesia en cuanto a su comprendimiento, su experiencia, y la


práctica de la santidad del cuerpo. Yo ofrezco estos pensamientos como base de nuestra
reflección y discusión como “la santa iglesia católica.”

1. Todas las citas bíblicas (en inglés) son de la NIV. (En Español se usa la NVI).

2. El Credo de los Apóstoles.

3. H. Ray Dunning, Grace, Faith, and Holiness, 532.

4. Marva J. Dawn, A Royal ´Waste´ of Time: The Splendor of Worshiping God and Being Church
for the World, 8.

5. Donna Fletcher-Crow, Seasons of Prayer: Rediscovering Classic Prayers Through the Christian
Calendar, 88.

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