La película cuenta la historia de Frankie Dunn, un entrenador de boxeo amargado que rechaza entrenar a Maggie Fitzgerald, una joven que busca mejorar su vida a través del boxeo. Tras insistir, Maggie convence a Frankie para que sea su entrenador. Ambos desarrollan una relación padre-hija mientras Maggie tiene éxito en el ring. Sin embargo, en su pelea por el título mundial, Maggie sufre una lesión en la médula espinal que la deja paralizada. La película explora la relación entre
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La película cuenta la historia de Frankie Dunn, un entrenador de boxeo amargado que rechaza entrenar a Maggie Fitzgerald, una joven que busca mejorar su vida a través del boxeo. Tras insistir, Maggie convence a Frankie para que sea su entrenador. Ambos desarrollan una relación padre-hija mientras Maggie tiene éxito en el ring. Sin embargo, en su pelea por el título mundial, Maggie sufre una lesión en la médula espinal que la deja paralizada. La película explora la relación entre
La película cuenta la historia de Frankie Dunn, un entrenador de boxeo amargado que rechaza entrenar a Maggie Fitzgerald, una joven que busca mejorar su vida a través del boxeo. Tras insistir, Maggie convence a Frankie para que sea su entrenador. Ambos desarrollan una relación padre-hija mientras Maggie tiene éxito en el ring. Sin embargo, en su pelea por el título mundial, Maggie sufre una lesión en la médula espinal que la deja paralizada. La película explora la relación entre
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Million dolar baby
Clint Eastwood
Hay ocasiones en que el espectador se queda sin respuesta al concluir
la proyección, incapaz de dar crédito a lo que acaba de ver, literalmente noqueado por la fuerza del relato que le acaban de contar, conmovido por la profundidad de sus personajes, sobrecogido por la intensidad de drama que se ha desarrollado ante sus ojos. Ésta es una de esas ocasiones. Frankie Dunn es entrenador de boxeo; dueño de un gimnasio, es un tipo poco comunicativo, arisco en el trato y cruel en ocasiones. Vive solo y soporta el rechazo de su hija, que lo ha alejado definitivamente de su vida por algo que desconocemos; él le sigue enviando cartas pero todas son puntualmente devueltas intactas. Frankie es un hombre atormentado, amargado, que alivia su dolor con la lectura de Yeats, el aprendizaje del gaélico (se agarra como a un clavo ardiendo a sus raíces irlandesas), la asistencia diaria a misa (que ha mantenido durante veintitrés años), y las conversaciones teológicas con un paciente sacerdote. Todo ello conforma un personaje duro (cuya evolución se puede seguir en el rostro de Clint Eastwood y su magistral interpretación), seco, sobrio, de expresión lapidaria y cortante, justo lo que necesita para sobrevivir, para sobrellevar su sufrimiento. Un personaje necesitado de redención que ha levantado una verdadera muralla que cierra todo acceso a su mundo interior; sin embargo, esa barrera empezará a tambalearse con la llegada de Maggie Fitzgerald. Eddie Scrap es un antiguo boxeador que tuvo que retirarse tras perder un ojo en un combate (Frankie no intervino). Ahora se ocupa del gimnasio de su amigo, que también se ha convertido en su casa. Eddie es la voz en off que cuenta la historia. Solo al final sabremos a quién se la cuenta y por qué. En ese ambiente opresivo y asfixiante irrumpe un día Maggie Fitzgerald, una joven que trabaja como camarera desde los trece años y que no duda en recoger las sobras de los clientes para mantenerse. Humilde, pero luchadora y obstinada, sonríe en lugar de llorar y soporta las reiteradas negativas de Frankie a entrenarla. Siendo niña, Maggie perdió a la única persona que la trataba con afecto, su padre; después se convirtió en una joven desarraigada cuya familia recurre a la mentira y al delito (su hermano está preso y su hermana engaña a la seguridad social). A pesar de considerarse “basura” y de saber que es algo mayor para iniciarse en el boxeo, vuelca en él sus ahorros y sus esperanzas de salir de la miseria. Maggie, mujer de pocas ideas aunque claras y firmes, confía en que el boxeo la sacará del oscuro presente y del negro futuro que la aguarda. Solo le falta encontrar a alguien que crea en ella. El boxeo, el gimnasio, es el marco donde tiene lugar el encuentro entre estos tres seres heridos, desgarrados emocionalmente, que han soportado golpes más duros y dolorosos que los que se reciben en el cuadrilátero. El boxeo es el contexto, es la excusa, un subgénero cinematográfico que hace posible el encuentro y el comienzo de unas relaciones humanas que llevarán al espectador a unos territorios que no imagina. Más allá de la relación entre maestro y pupilo, entre entrenador y boxeadora; al margen de la mirada omnipresente del antiguo boxeador que ha visto posibilidades en Maggie, la película plantea cuestiones mucho más profundas, aunque presentes en otras obras de Eastwood, como el sentimiento de culpa por los pecados o los errores del pasado (una hemorragia imposible de contener, que condiciona y oscurece el presente), el valor de la amistad forjada a lo largo de años de fracasos y sinsabores, el mismo fracaso que conduce al reconocimiento de la propia madurez, y la conciencia de la orfandad, de la pérdida del padre, que lleva a la angustia. La primera parte de la película presenta a los personajes, el ambiente del gimnasio de Frankie y el rechazo de éste a las peticiones de Maggie. Conocemos entonces su tenacidad (ella es la única chica en el gimnasio y tendrá que soportar algunas provocaciones). “La magia del boxeo –dice la voz en off- es presentar batalla más allá de la resistencia, arriesgarlo todo por un sueño que no ve nadie excepto tú”). La escena central de esta parte tiene lugar la noche en que Maggie cumple treinta y dos años. Se encuentra entrenando sola, y hasta ella se acerca un sorprendido Fankie (que ha sido abandonado por el único púgil prometedor que tenía con el argumento de que no podía aprender nada más de él). Maggie se desahoga: celebra que se ha pasado otro año trabajando de camarera, recuerda el penoso estado de su familia, asegura que solo se siente bien allí, entrenando, y reitera que no pide caridad ni favores, sino un entrenador. Eastwood cuenta todo esto en planos progresivamente más cortos, que muestran la crudeza de la situación pero con contención y sobriedad, sin cargar las tintas. La escena concluye con un primer acuerdo y un apretón de manos. Siguen las enseñanzas del entrenador (“Protégete en todo momento”, le dirá una y otra vez) y el proceso de aprendizaje de Maggie, contado magistralmente a través de una prolongada elipsis a partir del movimiento de sus pies: entrenando, en su casa, practicando en el trabajo; y concluye con el propio Frankie, agachado, colocándoselos correctamente mientras escuchamos a Eddie, la voz en off: “Para formar boxeadores tienes que decaparles hasta llegar a la madera”. Concluido el aprendizaje, ella, impaciente, pregunta: “¿Puedo pelear?”, aunque también se ha atrevido a preguntar a su entrenador si tiene familia. Por toda respuesta, y ante la desolación de la chica, Frankie la deja en manos de otro preparador. Sin embargo, en el primer combate, se da cuenta de su error, vuelve a hacerse cargo de Maggie, y le promete no abandonarla. Tras el aprendizaje comienza la carrera boxística de Maggie, plagada de triunfos por KO. Sin rival, Frankie la sube de categoría y en el primer combate se rompe la nariz, pero ella insiste a su entrenador para que detenga la hemorragia y le coloque el tabique nasal. Después, en el hospital, tras dejar KO a su contrincante y mientras los médicos la atienden, Eddie comenta: “Hay heridas demasiado profundas o cercanas al hueso, y por mucho que lo intentes no eres capaz de parar la hemorragia”. Y el sacerdote, tras la misa diaria de Frankie, reflexiona en voz alta: “No tengo ni idea de por qué vienes a misa”. Poco después, ante la sugerencia de Eddie de que cambie de entrenador, Maggie, que a pesar de sus triunfos sigue trabajando como camarera, reacciona afirmando que jamás abandonará a Frankie. La voz en off añade: “A Maggie siempre le gustaba noquearlos en el primer asalto”. La carrera de Maggie seguirá imparable: triunfa en Europa, donde es conocida como Mo cuishle, expresión procedente del gaélico (lengua originaria de Irlanda), acuñada por Frankie, que el público corea en los combates. Esta segunda parte de la película no solo muestra el ascenso de Maggie en su carrera como boxeadora, también, y sobre todo, presenta el crecimiento de la relación de carácter paterno-filial que se establece entre Frankie y ella. El entrenador empieza a convertirse en el amado padre que Maggie perdió siendo niña y ella, a su vez, en la hija que viene a llenar el vacío y la soledad de aquél. Las viejas heridas de ambos parecen empezar a restañarse. Vemos las cartas devueltas sin abrir por Katie, la hija de Frankie, entramos en la humilde vivienda de Maggie (no tiene vídeo ni televisión); lo vemos regalarle un batín antes de pelear en Londres y escuchamos sus consejos (“cómprate una casa sin hipoteca”), recomendación que ella seguirá al pie de la letra: comprará una casa para su madre e invitará a Frankie a que la acompañe a conocerla y entregarle las llaves. El resultado no puede ser más desalentador: su familia rechaza ásperamente el regalo con el argumento de que al ser propietarios de una vivienda pueden perder las ayudas del gobierno. En lugar de la casa, “¿Por qué no me diste el dinero?”, le espeta su madre. Y Maggie acusa este inesperado golpe. En el camino de vuelta confiesa a Frankie: “Solo te tengo a ti”. “Sí, pero me tienes”, responde él. Después se detienen a tomar tarta de limón en el mismo bar donde ella la tomaba con su padre. La complicidad es absoluta: “Ahora ya puedo morirme e ir al cielo”, dice Frankie. Esta escena, filmada también en planos cortos y en intensos y contenidos primeros planos, se revelará premonitoria, anticipatorio del drama final en el recuerdo que Maggie hace de su perro. El momento cumbre de la carrera de Maggie, la pelea en Las Vegas por el título mundial, se convierte en el comienzo de la tragedia. Su rival, apodada “la osa azul”, es conocida por su juego sucio, y una de esas acciones antirreglamentarias provoca un insospechado y repentino giro de guión: golpeada por la espalda, Maggie se desploma sin que Frankie pueda retirar a tiempo la banqueta. El drama se apodera del escenario, de la pantalla, de los espectadores. Eastwood muestra la tragedia con varios recursos: un primer plano de Eddie (está viendo el combate por televisión) cuyo rostro indica que ha comprendido el alcance de lo sucedido, un plano cenital del cuadrilátero y otros desde el suelo, desde la perspectiva de la propia Maggie. El siguiente plano nos la presenta ya en el hospital, intubada. Conocemos el diagnóstico (médula espinal fracturada) y escuchamos el lamento de la joven: “No debí bajar la guardia”, no debió haberse girado. Por un momento olvidó la máxima de su entrenador, protegerse en todo momento. La enfermedad y la muerte de Maggie ocupan la parte final de la película. Frankie, al tiempo que se entrega en cuerpo y alma a la enferma (la cuida, limpia sus úlceras), se resiste a aceptar la realidad y consulta a los mejores especialistas sin que ninguno le dé esperanzas. También volvemos a verlo en la iglesia, rezando. Maggie ingresa en un centro de rehabilitación. Allí, con la ayuda de un poema de Yeats, ambos imaginan un futuro que todos sabemos que nunca llegará. Éste es el texto: Me levantaré y partiré ahora, partiré hacia Innisfree, y construiré allí una pequeña cabaña, hecha de arcilla y zarzas: nueve surcos de judías tendré allí, y un enjambre de abejas, y solitario viviré en el claro rumoroso. Y algo de paz allí encontraré, pues la paz gotea lentamente, gotea desde los velos de la mañana hacia donde el grillo canta; allí la medianoche es toda un tenue brillo, y el mediodía un fulgor púrpura, y lleno está el atardecer de las alas del pardillo. Me levantaré y partiré ahora; pues siempre, día y noche, escucho, junto a la orilla, el suave chapotear del agua del lago, y mientras permanezco sobre la calzada, o sobre la gris acera, lo escucho en lo más profundo de mi corazón.
(La isla del lago de Innisfree, William Butler Yeats)
A partir de aquí los hechos se precipitan: Maggie rompe con su familia
(ya lo había hecho antes cuando confesó a Frankie que solo lo tenía a él), las úlceras empeoran y el doctor avisa de que es posible que pierda la pierna (noticia que hunde a ambos), y ella insiste en saber qué significa Mo cuishle, la expresión que tantas veces ha escuchado en sus peleas. De paso, dice a Frankie que le recuerda a su padre (una sincera declaración de cuáles son las relaciones entre ambos), al tiempo que le pide que no la obligue a leer más a Yeats. Frankie le hace una nueva propuesta: ir a la universidad, en silla de ruedas, pero Maggie recuerda a su perro y le anuncia, en un largo y conmovedor monólogo acompañado por el sonido inquietante del respirador, del tubo de oxígeno, que ya no desea seguir viviendo. Ahora el que queda noqueado es Frankie. No hay palabras para ponderar la interpretación de Eastwood en el conjunto de la obra y singularmente en esta parte final en que se desencadena el drama: sereno y sobrio pero sin sentimentalismos, elegante y contenido para mostrar el dolor, moderado incluso cuando llora. Narrado en claroscuros (una penumbra que sugiere las sombras interiores de los personajes), con interminables silencios, con un ritmo pausado (con el ritmo pausado con que crecen las relaciones humanas), todo en el relato parece verdad y desprende sinceridad, no hay artificiosidad en el tratamiento de las emociones, en el manejo de los sentimientos. Eastwood narra una terrible tragedia con una admirable contención, y hace que el espectador haga suyo el drama de los personajes obligándolo a sufrir con ellos su intensa y dolorosa experiencia. El tiempo se acaba (Maggie ha intentado suicidarse mordiéndose la lengua) y un angustiado Frankie consulta al sacerdote (“Ella quiere morir y yo quiero que se queda conmigo. Manteniéndola viva la estoy matando”), pero quien lo convence para que acceda a los deseos de la joven es Eddie (“Yo te encontré una boxeadora y tú la convertiste en la mejor que podía ser”). Finalmente, en una escena memorable, Frankie mantiene una última conversación con Maggie, en la que le desvela el significado de "Mo Cuishle" (“mi amor, mi sangre”). Un emotivo primer plano de ella expresa su agradecimiento y sirve como despedida. Después, Frankie desconecta el respirador y le inyecta adrenalina. Ya muerta, el rostro de Maggie recobra la serenidad. Frankie no vuelve al gimnasio (sí vemos un plano del bar donde tomó tarta de limón junto a Maggie) y Eddie (asombroso Morgan Freeman en su creación de un personaje hecho de bondad, tristeza y conformismo) cierra el relato afirmando que escribe esta carta a la hija de Frankie para que sepa cómo era su padre en realidad. Million Dolar Baby es mucho más que una película sobre el boxeo. Convierte al boxeo en una metáfora de la vida. Los personajes se ven enfrentados al dolor y a la muerte (realidades tratadas con enorme respeto y sensibilidad), sometidos a dudas y dilemas morales, asomados al abismo que separa la realidad de sus deseos. Con todo ello, Clint Eastwood sacude la conciencia del espectador, obligado a mirar de frente, quizá con un nudo en la garganta, encogido, semejante drama de amor y dolor.