Biografìa de Santos

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SAN ANTONIO ABAD

San Antón o San Antonio Abad (Heracleópolis Magna, Egipto, 251; – †Monte
Colzim, Egipto, 17 de enero del año 356), fue un monje cristiano fundador del
movimiento eremítico. El relato de su vida, transmitido principalmente por la
obra de San Atanasio, presenta la figura de un hombre que crece en santidad y
lo convierte en modelo de cristianos. Tiene elementos históricos y otros de
carácter legendario; se sabe que abandonó sus bienes para llevar una
existencia de ermitaño y que atendía varias comunidades monacales en Egipto,
permaneciendo eremita. Se dice que alcanzó los 105 años de edad.

El nombre de Antonio puede significar: "Fluoresciente" (de "Antos", flor) o


"Invencible" (de "Anteos", el que se enfrenta victorioso a los enemigos). La vida
de este santo la escribió San Atanasio, su gran amigo. Se le llama "Abad" que
significaba "padre", porque él fue el padre o fundador de los monasterios de
monjes. 

De pequeño no le enseñaron a leer ni escribir, pero sí lo supieron educar


cristianamente. A los veinte años quedó huérfano de padre y madre, y al entrar
a una iglesia oyó leer aquellas palabras de Jesús: "Si quieres ser perfecto,
vende lo que tienes, y dalo a los pobres". Se fue entonces y vendió las 300
fanegas de buenas tierras que sus padres le habían dejado en herencia, y
repartió el dinero a los necesitados. Lo mismo hizo con sus casas y mobiliario.
Sólo dejó una pequeña cantidad para vivir él y su hermana. 

Pero luego oyó leer en un templo aquella frase de Cristo: "No os preocupéis
por el día de mañana", y vendió el resto de los bienes que le quedaban, y
asegurando en un convento de monjas la educación y el futuro de su hermana,
repartió todo lo demás entre la gente más pobre, y él se quedó en absoluta
pobreza, confiado sólo en Dios. Se retiró a las afueras de la ciudad a vivir en
soledad y oración. Vivía cerca de algunos monjes que habitaban por allí, y de
ellos fue aprendiendo a orar y a meditar. Le enseñaron a leer y su memoria era
tal que lo que leía lo aprendía de memoria. Esto le va a servir mucho para el
futuro, cuando no tendrá libros para leer, pero sí recordará maravillosamente lo
leído anteriormente. 

Recordando la frase de San Pablo: "El que no trabaja que no coma" aprendió a
tejer canastos, y con el trabajo de sus manos conseguía su sustento y aún le
quedaba para ayudar a los pobres. 

Su fervor era tan grande que de pronto oía hablar de algún monje o ermitaño
muy santo, y se iba hacia donde él a escuchar sus consejos y tratar de
aprender cómo se llega a la santidad. Y así pronto fue también él un ermitaño
admirablemente santo. Pero el demonio empezó a traerle temibles tentaciones.
Le presentaba en la mente todo el gran bien que él podría haber hecho si en
vez de repartir sus riquezas a los pobres las hubiera conservado para extender
la religión. Y le mostraba lo antipática y fea que sería su futura vida de monje
ermitaño. Trataba de que se sintiera descontento de la vocación a la cual Dios
lo había llamado. Como no lograba desanimarlo, entonces el demonio le trajo
las más desesperantes tentaciones contra la pureza. Le presentaba en la
imaginación toda clase de imágenes impuras. Pero él recordando aquella frase
de Jesús: "Vigilad y orad para no caer en la tentación", "Ciertos malos espíritus
no se alejan sino con ayuno y oración", se puso a vigilar sus sentidos: ojos,
oídos, etc., para que ninguna mala imagen o atracción lo sedujeran. Y luego
empezó a orar mucho y a ayunar fuertemente. 

Pasaba muchas horas del día y de la noche orando. No comía ni bebía nada
jamás antes de que se ocultara el sol. Y su alimento era un poco de pan o de
dátiles, un poco de sal, y agua de una cisterna. 

Un día el demonio enfurecido porque no lograba vencerlo le dio un golpe tan


violento que el santo quedó como muerto. Vino un amigo y creyéndolo ya
cadáver se lo llevó a enterrar, pero cuando ya estaban disponiendo los
funerales, él recobró el sentido y se volvió a su choza a orar y meditar. Allí le
dijo a Nuestro Señor: ¿Adónde te habías ido mi buen Dios cuando el enemigo
me atacaba tan duramente? Y una voz del cielo le respondió: "Yo estaba
presenciando tus combates y concediéndote fuerzas para resistir. Yo te
protegeré siempre y en todas partes".

Se cuenta también que en una ocasión se le acercó una jabalina con sus
jabatos (que estaban ciegos), en actitud de súplica. Antonio curó la ceguera de
los animales y desde entonces la madre no se separó de él y le defendió de
cualquier alimaña que se acercara. Pero con el tiempo y por la idea de que el
cerdo era un animal impuro se hizo costumbre de representarlo dominando la
impureza y por esto le colocaban un cerdo domado a los pies, porque era
vencedor de la impureza. Además, en la Edad Media para mantener los
hospitales soltaban los animales y para que la gente no se los apropiara los
pusieron bajo el patrocinio del famoso San Antonio, por lo que corría su fama.
En la teología el colocar los animales junto a la figura de un cristiano era decir
que esa persona había entrado en la vida bienaventurada, esto es, en el cielo,
puesto que dominaba la creación.

A los 35 años de edad siente una voz interior que lo invita a dedicarse a la
soledad absoluta. Hasta entonces había vivido en una celda, no muy lejos de la
ciudad y cerca de otros ascetas. La palabra "asceta" significa "el que lucha por
dominarse a sí mismo". La gente llamaba ascetas a los cristianos fervorosos
que se dedicaban con la oración, el sacrificio y la meditación a conseguir la
santidad. Cerca de un grupo de ellos había vivido ya varios años Antonio y
había aprendido cuanto ellos podían enseñarle para ser santo. Ahora se sentía
capaz de alejarse a tratar de entenderse a solas con Dios.

Se fue lejos al otro lado del río Nilo. Encontró un cementerio abandonado y allí
se quedó a vivir. Las gentes antiguas creían que las almas en penas venían a
espantar en los cementerios. Para convencerse de que tal creencia era cuento
y mentiras, se quedó a vivir en aquel cementerio y ningún alma de difunto vino
a espantarlo. Aquel terreno estaba infectado de serpientes venenosas. Les dio
una bendición y ellas se alejaron. Solamente un amigo suyo venía muy de vez
en cuando a traerle un poco de pan. Levantó un muro para hacer el sacrificio
de no ver a nadie, y hasta el que le traía el pan tenía que lanzárselo por encima
del muro. Muchas gentes venían a consultarlo y les hablaba a través del muro.

Pero la fama de que sus consejos hacían mucho bien se extendió tanto que al
fin los peregrinos no pudieron contenerse y derribaron aquella pared. Allí
estaba Antonio que desde hacía 20 años no veía rostro humano alguno, y no
comía carne, y sólo se alimentaba de un poco de pan y un poco de agua cada
día. Pero en su rostro no se notaba ningún mal efecto de estos sacrificios, sino
que aparecía amable y lleno de alegría. 

A los 55 años, para satisfacer la petición de muchos hombres que le pedían les
ayudara a vivir vida de ermitaños como él, organizó una serie de chozas
individuales, donde se practicaba una pobreza heroica. En cada una de estas
chozas vivía un ermitaño dedicado a orar, a trabajar y a hacer sacrificios.
Constantemente se oían cantar por allí las alabanzas de Dios.

Antonio los fue formando en la santidad con sus sabios consejos. San Atanasio
narra que les aconsejaba lo siguiente: "No vivir tan preocupados por el cuerpo
sino por la salvación del alma. Cada mañana pensad que éste puede ser el
último día de nuestra vida, y vivid tan santamente como si en verdad lo fuera.
Ejecutad cada acción como si fuera la última de la vida. Recordad que los
enemigos del alma son vencidos con la oración, la mortificación, la humildad y
las buenas obras y se alejan cuando hacemos bien la señal de la cruz.” Les
contaba que muchas veces había hecho salir huyendo al demonio con sólo
pronunciar con toda fe el santo nombre de Jesús. Les decía que para combatir
la impureza hay que pensar frecuentemente en lo que nos espera al final de la
vida: Muerte, Juicio, Infierno o Gloria. Les insistía que se esforzaran por llegar a
ser mansos y amables; que no buscaran ser alabados o muy estimados; que lo
que obtuvieran con el trabajo de sus manos (se dedicaban a tejer esteras y
canastos) lo dedicaran a los pobres y que su preocupación fuera siempre ir
apreciando y amando cada día más a Jesucristo. Así con San Antonio nació en
la Iglesia la primera comunidad de religiosos.

Cuando estalló la persecución contra los cristianos, el santo se fue con algunos
de sus monjes a la ciudad de Alejandría a animar a los cristianos para que
prefirieran perder todos sus bienes y hasta la misma vida con tal de no renegar
de Cristo y de su santa religión. Los paganos no se atrevieron a hacerle daño
porque la gente lo veneraba como un hombre de Dios. "Ahí va el santo",
exclamaban hasta los paganos al verlo pasar.

Luego se fue a vivir más lejos todavía y estuvo 18 años sin ver a nadie, sólo
meditando, haciendo penitencias y hablando con Dios. En los terribilísimos
calores del desierto (44 grados) hizo el sacrificio de no bañarse ni una vez, ni
cambiarse de ropa. Era un sacrificio tremendo para esos calores sofocantes.
No bebía ni una gota de agua antes de que se ocultara el sol. 

Pero apareció luego una terrible herejía que decía que Cristo no era Dios. La
propagaba un tal Arrio. San Antonio contempló en una visión que el mundo se
llenaba de serpientes venenosas, y oyó una voz que decía: "Son los que
niegan que Jesucristo es Dios". Inmediatamente hizo expulsar de sus
monasterios a todos los arrianos que negaban la Divinidad de Jesucristo y se
fue otra vez a Alejandría a apoyar a San Atanasio que era el gran orador que
atacaba a los arrianos. Allá San Antonio hizo milagros portentosos para probar
que Cristo sí es Dios. Al famoso sabio Dídimo el ciego le dijo que no
entristeciera por ser ciego, sino que se alegrara porque con la fe podía ver a
Dios en su alma.

En los últimos años de su vida era muy visitado por peregrinos que iban a
pedirle consejos. El hacía que sus monjes más santos y más sabios los
aconsejaran y luego reuniendo al atardecer a todos los peregrinos les hacía
algún pequeño sermón. Murió con más de cien años pero conservaba buena la
vista y el cerebro. Y aparecía siempre tan alegre y amable, que cuando llegaba
un peregrino y preguntaba por él, le decían: "Busque entre los monjes, y el más
alegre de todos, ese es Antonio". Y aunque el peregrino jamás lo había visto
antes en su vida, pasaba por entre los monjes y al ver a uno más amable y
risueño y alegre que los demás, preguntaba: ¿Es este Antonio? Y le
respondían que si era él.

Antes de morir hizo jurar a sus discípulos que no contarían dónde estaba
enterrado, para que las gentes no tuvieran el peligro de dedicarse a rendirle
cultos desproporcionados. Sin embargo, alrededor de 561 sus reliquias fueron
llevadas a Alejandría, donde fueron veneradas hasta alrededor del siglo XII,
cuando fueron trasladadas a Constantinopla. La Orden de los Caballeros del
Hospital de San Antonio, conocidos como Hospitalarios, fundada por esas
fechas, se puso bajo su advocación. La iconografía lo refleja, representando
con frecuencia a Antonio con el hábito negro de los Hospitalarios y la tau o la
cruz egipcia que vino a ser el emblema como era conocido.

Tras la caída de Constantinopla, las reliquias de Antonio fueron llevadas a la


provincia francesa del Delfinado, a una abadía que años después se hizo
célebre bajo el nombre de Saint Antoine en Viennois. La devoción por este
santo llegó también a tierras valencianas, difundida por el obispo de Tortosa a
principios del siglo XIV.

Los antiguos le tenían mucha fe para que alejara de sus campos las pestes que
atacan a los animales. Por ese lo pintan con un cerdo, un perro y un gallo.
Había también la costumbre de que varios campesinos engordaban entre todos
cada año un cerdo y el día de San Antonio, el 17 de enero, lo mataban y lo
repartían entre los pobres.

SAN BENITO
Primer Fundador de Religiosos
Año 517

Benito significa: "Bendecido".


En 1980 el Santo Padre Juan Pablo II nombró a San Benito como patrono de
toda Europa, en el XV Centenario de su nacimiento, porque ha sido el santo
que más in- fluencia ha tenido quizás en ese continente, por medio de la
Comunidad religiosa que fundó, y por medio de sus maravillosos escritos y
sabias enseñanzas.

SU VIDA Y OBRA

San Benito nació en Nursia (Italia, cerca de Roma) en el año 480. De padres
acomodados, fue enviado a Roma a estudiar filosofía y letras, y se nota que
aprendió muy bien el idioma nacional (que era el latín) porque sus escritos
están redactados en muy buen estilo.

Todos los datos de su biografía los tomamos de la Vida de San Benito, escrita
por San Gregorio Magno, que fue monje de su comunidad benedictina.

SU PRIMERA HUIDA. La ciudad de Roma estaba habitada por una mezcla de


cristianos fervorosos, cristianos relajados, paganos, ateos, bárbaros y toda
clase de gentes de diversos países y de variadas creencias, y el ambiente,
especialmente el de la juventud, era espantosamente relajado. Así que Benito
se dio cuenta de que si permanecía allá en medio de esa sociedad tan dañada,
iba a llegar a ser un tremendo corrompido. Y sabía muy bien que en la lucha
contra el pecado y la corrupción resultan vencedores los que en apariencia son
"cobardes", o sea, los que huyen de las ocasiones y se alejan de las personas
malvadas. Por eso huyó de la ciudad y se fue a un pueblecito alejado, a rezar,
meditar y hacer penitencia.

PEQUEÑO PERCANCE. Segunda huida. Pero sucedió que en el pueblo a


donde llegó, obtuvo un milagro sin quererlo. Vio a una pobre mujer llorando
porque se le había partido un precioso jarrón que era ajeno. Benito rezó y le dio
la bendición, y el jarrón volvió a quedar como si nada le hubiera pasado. Esto
conmovió mucho a las gentes del pueblo y empezaron a venerarlo como un
santo. Entonces tuvo que salir huyendo hacia más lejos.

SUBIACO. Principios heroicos. Se fue hacia una región totalmente deshabitada


y en un sitio llamado "Subiaco"(que significa: debajo del lago, porque había allí
cuevas debajo del agua) se retiró a vivir en una roca, rodeada de malezas y de
espinos, y a donde era dificilísimo subir. Un monje que vivía por los alrededores
lo instruyó acerca de cómo ser un buen religioso y le llevaba un pan cada día,
el cual amarraba a un cable, que Benito tiraba desde arriba. Su barba y su
cabellera crecieron de tal manera y su piel se volvió tan morena en aquella
roca, que un día unos pastores que buscaban unas cabras, al encontrarlo,
creyeron que era una fiera. Más luego al oírle hablar, se quedaron maravillados
de los buenos consejos que sabía dar. Contaron la noticia y mucha gente
empezó a visitarlo para pedirle que les aconsejara y enseñara.

SUPERIOR CONTRA SU VOLUNTAD. Y sucedió que otros hombres,


cansados de la corrupción de la ciudad, se fueron a estos sitios deshabitados a
rezar y a hacer penitencia, y al darse cuenta de la gran santidad de Benito,
aunque él era más joven que los otros, le rogaron que se hiciera superior de
todos ellos. El santo no quería porque sabía que varios de ellos eran gente
difícil de gobernar y porque personalmente era muy exigente con los que
querían llegar a la santidad y sospechaba que no le iban a hacer caso. Pero
tanto le rogaron que al fin aceptó el cargo de superior. Con todos ellos fundó
allí 12 pequeños conventos de religiosos, cada uno con un superior o abad. El
tenía la dirección general de todo.

PRIMER ATENTADO.  Cuando algunos de aquellos hombres se dieron cuenta


de que Benito como superior era exigente y no permitía "vivir prendiéndole una
vela a Dios y otra al diablo", que no permitía vivir en esa vida de retiro tan
viciosamente como si se viviera en el mundo, dispusieron deshacerse de él y
matarlo. Y echaron un fuerte veneno en la copa de vino que él se iba a tomar.
Pero el santo dio una bendición a la copa, y esta saltó por los aires hecha mil
pedazos. Entonces se dio cuenta de que su vida corría peligro entre aquellos
hombres, y renunció a su cargo, se alejó de allí.

TERRIBLES TENTACIONES. Al joven Benito le llegaron


espantosas tentaciones impuras. A su imaginación se le
presentaban escenas más corruptas y le llegaba el recuerdo de
cierta mujer que él había visto hacía tiempo y sentía toda la
fuerza de la pasión. Rezaba y pedía ayudas al cielo, y al fin
cuando sintió que ya iba a consentir, se lanzó contra un matorral
lleno de punzantes espinas y se revolcó allí hasta que todo su
cuerpo quedó herido y lastimado. Así, mediante esas heridas corporales logró
curar las heridas de su alma, y la tentación impura se alejó de él.

SU FUNDACIÓN MÁS FAMOSA. Con unos discípulos que le habían sido


siempre fieles (San Mauro, San Plácido y otros) se dirigió hacia un monte
escarpado, llamado Monte Casino. Allá iba a fundar su famosísima Comunidad
de Benedictinos. Su monasterio de Monte Casino ha sido famoso durante
muchos siglos.

En el año 530, después de ayunar y rezar por 40 días, empezó la construcción


del convento, en la cima del Monte. En ese sitio había un templo pagano,
dedicado a Apolo; lo hizo derribar y en su lugar construyó una capilla católica.
Luego con sus discípulos fue evangelizando a todos los paganos que vivían en
los alrededores, y enseguida sí empezó a levantar el edificio, del cual por
tantos siglos han salido santos misioneros a llevar la santidad a pueblos y
naciones.

MILAGROS A MONTÓN. San Gregorio en su biografía de San Benito, narra


muchos hechos interesantes de entre los cuales vamos a recordar algunos.

EL MUCHACHO QUE NO SABÍA NADAR. El joven Plácido cayó en un


profundo lago y se estaba ahogando. San Benito mandó a su discípulo
preferido Mauro: "Láncese al agua y sálvelo". Mauro se lanzó enseguida y logró
sacarlo sano y salvo hasta la orilla. Y al salir del profundo lago se acordó de
que había logrado atravesar esas aguas sin saber nadar. La obediencia al
santo le había permitido hacer aquel salvamento milagroso.

EL EDIFICIO QUE SE CAE. Estando construyendo el monasterio, se vino


abajo una enorme pared y sepultó a uno de los discípulos de San Benito. Este
se puso a rezar y mandó a los otros monjes que removieran los escombros, y
debajo de todo apareció el monje sepultado, sano y sin heridas, como si
hubiera simplemente despertado de un sueño.

LA PIEDRA QUE NO SE MOVÍA. Estaban sus religiosos constructores


tratando de quitar una inmensa piedra, pero esta no se dejaba ni siquiera
mover un centímetro. Entonces el santo le envió una bendición, y enseguida la
pudieron mover de allí como si no pesara nada. Por eso desde hace siglos
cuando la gente tiene algún grave problema en su casa que no logra alejar,
consigue una medalla de San Benito y le reza con fe, y obtiene prodigios. Es
que este varón de Dios tiene mucho influjo ante Nuestro Señor.

EL DISFRAZADO. El terrible rey Totila, pagano, estaba invadiendo a Italia, y


oyó ponderar la santidad del famoso fundador. Entonces mandó al jefe de su
guardia que se vistiera de rey y fuera con los ministros, a presentarse ante el
santo, como si él fuera Totila. San Benito, apenas lo vio le dijo: "Quítate esos
vestidos de rey que no son los tuyos". El otro volvió a contarle al rey lo
sucedido y este se fue a visitarlo con gran respeto. El venerable anciano le
anunció que lograría apoderarse de Roma y de Sicilia, pero que poco después
de llegar a esa isla moriría. Y así le sucedió, tal cual.

PANES QUE SE MULTIPLICAN. Hubo una gran escasez en esa región y San


Benito mandó repartir entre los pobres todo el pan que había en el convento.
Solamente dejó cinco panes, y los monjes eran muchos. Al verlos aterrados
ante este atrevimiento les dijo: "Ya verán que el Señor nos devolverá con la
misma generosidad con la que hemos repartido". A la mañana siguiente,
llegaron a las puertas del monasterio 200 bultos de harina, y nunca se supo
quién los envió.

MUERTES ANUNCIADAS. Un día exclamó: "Se murió mi amigo el obispo de


Cápua, porque vi que subía al cielo un bello globo luminoso". Al día siguiente
vinieron a traer la noticia de la muerte del obispo. Otro día vio que salía volando
hacia el cielo una blanquísima paloma y exclamó: "Seguramente se murió mi
hermana Escolástica". Los monjes fueron a averiguar, y sí, en efecto acababa
de morir tan santa mujer. El, que había anunciado la muerte de otros, supo
también que se aproximaba su propia muerte y mandó a unos religiosos a
excavar en el suelo su sepultura. Duraron seis días haciéndola, y apenas la
terminaron, empezó él a sentir las altísimas fiebres, y poco después murió.

UN DÍA EN LA VIDA DE SAN BENITO. Se levantaba a las dos


de la madrugada a rezar los salmos. Pasaba horas y horas
rezando y meditando. Jamás comía carne. Dedicaba bastantes
horas al trabajo manual, y logró que sus seguidores se
convencieran de que el trabajo no es un rebajarse, sino un ser
útil para la sociedad y un modo de imitar a Jesucristo que fue un
gran trabajador, y hasta un método muy bueno para alejar
tentaciones. Ayunaba cada día, y su desayuno lo tomaba en las
horas de la tarde. La mañana la pasaba sin comer ni beber.
Atendía a todos los que le iban a hacer consultas espirituales,
que eran muchos, y de vez en cuando se iba por los pueblos de los
alrededores, con sus monjes a predicar y a tratar de convertir a los pecadores.
Su trato con todos era extremadamente amable y bien educado. Su presencia
era venerable.

SU FAMOSO REGLAMENTO: LA SANTA REGLA. Inspirado por Dios,


escribió nuestro santo un Reglamento para sus monjes que llamó "Santa
Regla". Es un documento que se ha hecho famoso en todo el mundo, y en el
cual se han basado los Reglamentos de todas las demás Comunidades
religiosas en la Iglesia Católica. Allí recomienda ciertos detalles como estos:

 La primera virtud que necesita un religioso (después de la caridad) es la


humildad.
 La casa de Dios es para rezar y no para charlar.
 Todo superior debe esforzarse por ser amable como un padre
bondadoso.
 El ecónomo o el que administra el dinero no debe humillar a nadie.
 Nuestro lema debe ser: Trabajar y rezar.
 Cada uno debe esforzarse por ser exquisito y agradable en su trato.
 Cada comunidad debe ser como una buena familia donde todos se
aman.
 Evite cada individuo todo lo que sea rústico y vulgar. Recuerde lo que
decía San Ambrosio: "Portarse con nobleza es una gran virtud".

Y los que vivieron con él afirmaban que todo lo bueno que recomienda en su
Santa Regla, lo practicaba él en su vida diaria. Con estos principios, su
Comunidad de Benedictinos ha hecho inmenso bien en todo el mundo en 15
siglos.

MORIR DE PIE, COMO LOS ROBLES. El 21 de marzo del año 543, estaba el
santo en la Ceremonia del Jueves Santo, cuando se sintió morir. Se apoyó en
los brazos de dos de sus discípulos, y elevando sus ojos hacia el cielo cumplió
una vez más lo que tanto recomendaba a los que lo escuchaban: "Hay que
tener un deseo inmenso de ir al cielo", y lanzando un suspiro como de quien
obtiene aquello que tanto había anhelado, quedó muerto.

Dos de sus monjes estaban lejos de allí rezando, y de pronto vieron una luz
esplendorosa que subía hacia los cielos y exclamaron: "Seguramente es
nuestro Padre Benito, que ha volado a la eternidad". Era el momento preciso
en el que moría el santo.

San Benito de Nursia 


 480-547
 Abad, Patrón de Europa y Patriarca del  monasticismo occidental.
 Lema: "Ora y Labora", representado emblemáticamente por el arado y
la cruz.
 Fiesta: 11 de julio
 Etimología: Benito: "bendecido"

No antepongan nada absolutamente a Cristo -de su regla de vida

Benito de Nursia, San -benedictinos. 


 Sbenito.org.ar

San Benito nació de familia rica en Nursia, región de Umbría, Italia, en el año
480. Su hermana gemela, Escolástica, también alcanzó la santidad.

Después de haber recibido en Roma una adecuada formación, estudiando la


retórica y la filosofía.

Se retiró de la ciudad a Enfide (la actual Affile), para dedicarse al estudio y


practicar una vida de rigurosa disciplina ascética. No satisfecho de esa relativa
soledad, a los 20 años se fue al monte Subiaco bajo la guía de un ermitaño y
viviendo en una cueva.

Tres años después se fue con los monjes de Vicovaro. No duró allí mucho ya
que lo eligieron prior pero después trataron de envenenarlo por la disciplina que
les exigía.

Con un grupo de jóvenes, entre ellos Plácido y Mauro, fundo su primer


monasterio en en la montaña de Cassino en 529 y escribió la Regla, cuya
difusión le valió el título de patriarca del monaquismo occidental. Fundó
numerosos monasterios, centros de formación y cultura capaces de propagar la
fe en tiempos de crisis.

Vida de oración disciplina y trabajo

Se levantaba a las dos de la madrugada a rezar los salmos. Pasaba horas


rezando y meditando. Hacia también horas de trabajo manual, imitando a
Jesucristo. Veía el trabajo como algo honroso. Su dieta era vegetariana y
ayunaba diariamente, sin comer nada hasta la tarde. Recibía a muchos para
dirección espiritual. Algunas veces acudía a los pueblos con sus monjes a
predicar. Era famoso por su trato amable con todos.

Su gran amor y su fuerza fueron la Santa Cruz con la que hizo muchos
milagros. Fue un poderoso exorcista. Este don para someter a los espíritus
malignos lo ejerció utilizando como sacramental la famosa Cruz de San Benito.

San Benito predijo el día de su propia muerte, que ocurrió el 21 de marzo del
547, pocos días después de la muerte de su hermana, santa
Escolástica. Desde finales del siglo VIII muchos lugares comenzaron a celebrar
su fiesta el 11 de julio.

BIOGRAFÍA DE SAN BENITO


Adaptada de "Vidas de los Santos" de Butler.

Si atendemos a la enorme influencia ejercida en Europa


por los seguidores de San Benito, es desalentador
comprobar que no tenemos biografías contemporáneas
del padre del monasticismo occidental. Lo poco que
conocemos acerca de sus primeros años, proviene de los
"Diálogos" de San Gregorio, quien no proporciona una
historia completa, sino solamente una serie de escenas
para ilustrar los milagrosos incidentes de su carrera.

Benito nació y creció en la noble familia Anicia, en el


antiguo pueblo de Sabino en Nurcia, en la Umbría en el
año 480. Esta región de Italia es quizás la que mas santos
ha dado a la Iglesia. Cuatro años antes de su nacimiento,
el bárbaro rey de los Hérculos mató al último emperador romano poniendo fin a
siglos de dominio de Roma sobre todo el mundo civilizado. Ante aquella crisis,
Dios tenía planes para que la fe cristiana y la cultura no se apagasen ante
aquella crisis. San Benito sería el que comienza el monasticismo en occidente. 
Los monasterios se convertirán en centros de fe y cultura.

De su hermana gemela, Escolástica, leemos que desde su infancia se había


consagrado a Dios, pero no volvemos a saber nada de ella hasta el final de la
vida de su hermano.  El fue enviado a Roma para su "educación liberal",
acompañado de una "nodriza", que había de ser, probablemente, su ama de
casa.  Tenía entonces entre 13 y 15 años, o quizá un poco más.  Invadido por
los paganos de las tribus arias, el mundo civilizado parecía declinar
rápidamente hacia la barbarie, durante los últimos años del siglo V: la Iglesia
estaba agrietada por los cismas, ciudades y países desolados por la guerra y el
pillaje, vergonzosos pecados campeaban tanto entre cristianos como entre
gentiles y  se ha hecho notar que no existía un solo soberano o legislador que
no fuera ateo, pagano o hereje.  En las escuelas y en los colegios, los jóvenes
imitaban los vicios de sus mayores y Benito, asqueado por la vida licenciosa de
sus compañeros y temiendo llegar a contaminarse con su ejemplo, decidió
abandonar Roma.  Se fugó, sin que nadie lo supiera, excepto su nodriza, que lo
acompañó.  Existe una considerable diferencia de opinión en lo que respecta a
la edad en que abandonó la ciudad, pero puede haber sido aproximadamente a
los veinte años.  Se dirigieron al poblado de Enfide, en las montañas, a treinta
millas de Roma.  No sabemos cuanto duró su estancia, pero fue suficiente para
capacitarlo a determinar su siguiente paso.  Pronto se dio cuenta de que no era
suficiente haberse retirado de las tentaciones de Roma;  Dios lo llamaba para
ser un ermitaño y para abandonar el mundo y, en el pueblo lo mismo que en la
ciudad, el joven no podía llevar una vida escondida, especialmente después de
haber restaurado milagrosamente un objeto de barro que su nodriza había
pedido prestado y accidentalmente roto.

En busca de completa soledad, Benito partió una vez más, solo, para remontar
las colinas hasta que llegó a un lugar conocido como Subiaco (llamado así por
el lago artificial formado en tiempos de Claudio, gracias a la represión de las
aguas del Anio).  En esta región rocosa y agreste se encontró con un monje
llamado Romano, al que abrió su corazón, explicándole su intención de llevar la
vida de un ermitaño.  Romano mismo vivía en un monasterio a corta distancia
de ahí; con gran celo sirvió al joven, vistiéndolo con un hábito de piel y
conduciéndolo a una cueva en una montaña rematada por una roca alta de la
que no podía descenderse y cuyo ascenso era peligroso, tanto por los
precipicios como por los tupidos bosques y malezas que la circundaban.  En la
desolada caverna, Benito pasó los siguientes tres años de su vida, ignorado
por todos, menos por Romano, quien guardó su secreto y diariamente llevaba
pan al joven recluso, quien lo subía en un canastillo que izaba mediante una
cuerda.  San Gregorio dice que el primer forastero que encontró el camino
hacia la cueva fue un sacerdote quien, mientras preparaba su comida un
domingo de Resurrección, oyó una voz que le decía: "Estás preparándote un
delicioso platillo, mientras mi siervo Benito padece hambre".  El sacerdote,
inmediatamente, se puso a buscar al ermitaño, al que encontró al fin con gran
dificultad.  Después de haber conversado durante un tiempo sobre Dios y las
cosas celestiales, el sacerdote lo invitó a comer, diciéndole que era el día de
Pascua, en el que no hay razón para ayunar.  Benito, quien sin duda había
perdido el sentido del tiempo y ciertamente no tenía medios de calcular los
ciclos lunares, repuso que no sabía que era el día de tan grande
solemnidad.  Comieron juntos y el sacerdote volvió a casa.  Poco tiempo
después, el santo fue descubierto por algunos pastores, quienes al principio lo
tomaron por un animal salvaje, porque estaba cubierto con una piel 9de bestia
y porque no se imaginaban que un ser humano viviera entre las rocas.  Cuando
descubrieron que se trataba de un siervo de Dios, quedaron gratamente
impresionados y sacaron algún fruto de sus enseñanzas.  A partir de ese
momento, empezó a ser conocido y mucha gente lo visitaba, proveyéndolo de
alimentos y recibiendo de él instrucciones y consejos.

Aunque vivía apartado del mundo, San Benito, como los padres del desierto,
tuvo que padecer las tentaciones de la carne y del demonio, algunas de las
cuales han sido descritas por San Gregorio.  "Cierto día, cuando estaba solo,
se presentó el tentador.  Un pequeño pájaro negro, vulgarmente llamado mirlo,
empezó a volar alrededor de su cabeza y se le acercó tanto que, si hubiese
querido, habría podido cogerlo con la mano, pero al hacer la señal de la cruz el
pájaro se alejó.  Una violenta tentación carnal, como nunca antes había
experimentado, siguió después.  El espíritu maligno le puso ante su
imaginación el recuerdo de cierta mujer que él había visto hacía tiempo, e
inflamó su corazón con un deseo tan vehemente, que tuvo una gran dificultad
para reprimirlo.  Casi vencido, pensó en abandonar la soledad; de repente, sin
embargo, ayudado por la gracia divina, encontró la fuerza que necesitaba y,
viendo cerca de ahí un tupido matorral de espinas y zarzas, se quitó sus
vestiduras y se arrojó entre ellos.  Ahí se revolcó hasta que todo su cuerpo
quedó lastimado.  Así, mediante aquellas heridas corporales, curó las heridas
de su alma", y nunca volvió a verse turbado en aquella forma.

En Vicovaro, en Tívoli y en Subiaco, sobre la cumbre de un farallón que domina


Anio, residía por aquel tiempo una comunidad de monjes, cuyo abad había
muerto y por lo tanto decidieron pedir a San Benito que tomara su lugar.  Al
principio rehusó, asegurando a la delegación que había venido a visitarle que
sus modos de vida no coincidían --quizá él había oído hablar de ellos--.  Sin
embargo, los monjes le importunaron tanto, que acabó por ceder y regresó con
ellos para hacerse cargo del gobierno.  Pronto se puso en evidencia que sus
estrictas nociones de disciplina monástica no se ajustaban a ellos, porque
quería que todos vivieran en celdas horadadas en las rocas y, a fin de
deshacerse de él, llegaron hasta poner veneno en su vino.  Cuando hizo el
signo de la cruz sobre el vaso, como era su costumbre, éste se rompió en
pedazos como si una piedra hubiera caído sobre él.  "Dios os perdone,
hermanos", dijo el abad con tristeza.  "¿Por qué habéis maquinado esta
perversa acción contra mí?  ¿No os dije que mis costumbres no estaban de
acuerdo con las vuestras?  Id y encontrad un abad a vuestro gusto, porque
después de esto yo no puedo quedarme por más tiempo entre vosotros".  El
mismo día retornó a Subiaco, no para llevar por más tiempo una vida de retiro,
sino con el propósito de empezar la gran obra para la que Dios lo había
preparado durante estos años de vida oculta.
Empezaron a reunirse a su alrededor los discípulos atraídos por su santidad y
por sus poderes milagrosos, tanto seglares que huían del mundo, como
solitarios que vivían en las montañas.  San Benito se encontró en posición de
empezar aquel gran plan, quizás revelado a él en la retirada cueva, de "reunir
en aquel lugar, como en un aprisco del Señor, a muchas y diferentes familias
de santos monjes dispersos en varios monasterios y regiones, a fin de hacer de
ellos un sólo rebaño según su propio corazón, para unirlos más y ligarlos con
los fraternales lazos, en una casa de Dios bajo una observancia regular y en
permanente alabanza al nombre de Dios".  Por lo tanto, colocó a todos los que
querían obedecerle en los doce monasterios hechos de madera, cada uno con
su prior.  El tenía la suprema dirección sobre todos, desde donde vivía con
algunos monjes escogidos, a los que deseaba formar con especial
cuidado.  Hasta ahí, no tenía escrita una regla propia, pero según un antiguo
documento, los monjes de los doce monasterios aprendieron la vida religiosa,
"siguiendo no una regla escrita, sino solamente el ejemplo de los actos de San
Benito".  Romanos y bárbaros, ricos y pobres, se ponían a disposición del
santo, quien no hacía distinción de categoría social o nacionalidad.  Después
de un tiempo, los padres venían para confiarles a sus hijos a fin de que fueran
educados y preparados para la vida monástica.  San Gregorio nos habla de dos
nobles romanos, Tértulo, el patricio y Equitius, quienes trajeron a sus hijos,
Plácido, de siete años y Mauro de doce, y dedica varias páginas a estos
jóvenes novicios.  (Véase San Mauro, 15 de enero y San Plácido, 5 de
octubre).

En contraste con estos aristocráticos jóvenes romanos, San Gregorio habla de


un rudo e inculto godo que acudió a San Benito, fue recibido con alegría y vistió
el hábito monástico.  Enviado con una hoz para que quitara las tupidas malezas
del terreno desde donde se dominaba el lago, trabajó tan vigorosamente, que
la cuchilla de la hoz se salió del mango y desapareció en el lago.  El pobre
hombre estaba abrumado de tristeza, pero tan pronto como San Benito tuvo
conocimiento del accidente, condujo al culpable a la orilla de las aguas, le
arrebató el mango y lo arrojó al lago.  Inmediatamente, desde el fondo, surgió
la cuchilla de hierro y se ajustó automáticamente al mango.  El abad devolvió la
herramienta, diciendo: "¡Toma!  Prosigue tu trabajo y no te preocupes".  No fue
el menor de los milagros que San Benito hizo para acabar con el arraigado
prejuicio contra el trabajo manual, considerado como degradante y
servil.  Creía que el trabajo no solamente dignificaba, sino que conducía a la
santidad y, por lo tanto, lo hizo obligatorio para todos los que ingresaban a su
comunidad, nobles y plebeyos por igual.  No sabemos cuanto tiempo
permaneció el santo en Subiaco, pero fue lo suficiente para establecer su
monasterio sobre una base firme y fuerte.  Su partida fue repentina y parece
haber sido impremeditada.  Vivía en las cercanías un indigno sacerdote
llamado Florencio quien, viendo el éxito que alcanzaba San Benito y la gran
cantidad de gente que se reunía en torno suyo, sintió envidia y trató de
arruinarlo.  Pero como fracasó en todas sus tentativas para desprestigiarlo
mediante la calumnia y para matarlo con un pastel envenenado que le envió
(que según San Gregorio fue arrebatado milagrosamente por un cuervo), trató
de seducir a sus monjes, introduciendo una mujer de mala vida en el
convento.  El abad, dándose perfecta cuenta de que los malvados planes de
Florencio estaban dirigidos contra él personalmente, resolvió abandonar
Subiaco por miedo de que las almas de sus hijos espirituales continuaran
siendo asaltadas y puestas en peligro.  Dejando todas sus cosas en orden, se
encaminó desde Subiaco al territorio de Monte Cassino.  Es esta una colina
solitaria en los límites de Campania, que domina por tres lados estrechos valles
que corren hacia las montañas y, por el cuarto, hasta el Mediterráneo, una
planicie ondulante que fue alguna vez rica y fértil, pero que, carente de cultivos
por las repetidas irrupciones de los bárbaros, se había convertido en pantanosa
y malsana.  La población de Monte Cassino, en otro tiempo lugar importante,
había sido aniquilada por los godos y los pocos habitantes que quedaban,
habían vuelto al paganismo o mejor dicho, nunca lo habían dejado.  Estaban
acostumbrados a ofrecer sacrificios en un templo dedicado a Apolo, sobre la
cuesta del monte.  Después de cuarenta días de ayuno, el santo se dedicó, en
primer lugar, a predicar a la gente y a llevarla a Cristo.  Sus curaciones y
milagros obtuvieron muchos conversos, con cuya ayuda procedió a destruir el
templo, su ídolo y su bosque sagrado.  Sobre las ruinas del templo, construyó
dos capillas y alrededor de estos santuarios se levantó, poco a poco, el gran
edificio que estaba destinado a convertirse en la más famosa abadía que el
mundo haya conocido.  Los cimientos de este edificio parecen haber sido
echados por San Benito, alrededor del año 530.  De ahí partió la influencia que
iba a jugar un papel tan importante en la cristianización y civilización de la
Europa post-romana.  No fue solamente un museo eclesiástico lo que se
destruyó durante la segunda Guerra Mundial, cuando se bombardeó Monte
Cassino.

Es probable que Benito, de edad madura, en aquel entonces, pasara


nuevamente algún tiempo como ermitaño; pero sus discípulos pronto acudieron
también a Monte Cassino.  Aleccionado sin duda por su experiencia en
Sabiaco, no los mandó a casas separadas, sino que los colocó juntos en un
edificio gobernado por un prior y decanos, bajo su supervisión general.  Casi
inmediatamente después, se hizo necesario añadir cuartos para huéspedes,
porque Monte Cassino, a diferencia de Subiaco, era fácilmente accesible desde
Roma y Cápua.  No solamente los laicos, sino también los dignatarios de la
Iglesia iban para cambiar impresiones con el fundador, cuya reputación de
santidad, sabiduría y milagros habíase extendido por todas partes.  Tal vez fue
durante ese período cuando comenzó su "Regla", de la que San Gregorio dice
que da a entender "todo su método de vida y disciplina, porque no es posible
que el santo hombre pudiera enseñar algo distinto de lo que
practicaba".  Aunque primordialmente la regla está dirigida a los monjes de
Monte Cassino, como señala el abad Chapman, parece que hay alguna razón
para creer que fue escrita para todos los monjes del occidente, según deseos
del Papa San Hormisdas.  Está dirigida a todos aquellos que, renunciando a su
propia voluntad, tomen sobre sí "la fuerte y brillante armadura de la obediencia
para luchar bajo las banderas de Cristo, nuestro verdadero Rey", y prescribe
una vida de oración litúrgica, estudio, ("lectura sacra") y trabajo llevado
socialmente, en una comunidad y bajo un padre común.  Entonces y durante
mucho tiempo después, sólo en raras ocasiones un monje recibía las órdenes
sagradas y no existe evidencia de que el mismo San Benito haya sido alguna
vez sacerdote.  Pensó en proporcionar "una escuela para el servicio del Señor",
proyectada para principiantes, por lo que el ascetismo de la regla es
notablemente moderado.  No se alentaban austeridades anormales ni
escogidas por uno mismo y, cuando un ermitaño que ocupaba una cueva cerca
de Monte Cassino encadenó sus pies a la roca, San Benito le envió un mensaje
que decía:  "Si eres verdaderamente un siervo de Dios, no te encadenes con
hierro, sino con la cadena de Cristo".  La gran visión en la que Benito
contempló, como en un rayo de sol, a todo el mundo alumbrado por la luz de
Dios, resume la inspiración de su vida y de su regla.  El santo abad, lejos de
limitar sus servicios a los que querían seguir su regla, extendió sus cuidados a
la población de las regiones vecinas: curaba a los enfermos, consolaba a los
tristes, distribuía limosnas y alimentó a los pobres y se dice que en más de una
ocasión resucitó a los muertos.  Cuando la Campania sufría un hambre terrible,
donó todas las provisiones de la abadía, con excepción de cinco panes.  "No
tenéis bastante ahora", dijo a sus monjes, notando su consternación, "pero
mañana tendréis de sobra".  A la mañana siguiente, doscientos sacos de harina
fueron depositados por manos desconocidas en la puerta del
monasterio.  Otros ejemplos se han proporcionado para ilustrar el poder
profético de San Benito, al que se añadía el don de leer los pensamientos de
los hombres.  Un noble al que convirtió, lo encontró cierta vez llorando e
inquirió la causa de su pena.  El abad repuso: "este monasterio que yo he
construido y todo lo que he preparado para mis hermanos, ha sido entregado a
los gentiles por un designio del Todopoderoso.  Con dificultad he logrado
obtener misericordia para sus vidas".  La profecía se cumplió cuarenta años
después, cuando la abadía de Monte Cassino fue destruida por los lombardos.

Cuando el godo Totila avanzaba trinfante a través del centro de Italia, concibió
el deseo de visitar a San Benito, porque había oído hablar mucho de él.   Por lo
tanto, envió aviso de su llegada al abad, quien accedió a verlo.  Para descubrir
si en realidad el santo poseía los poderes que se le atribuían, Totila ordenó que
se le dieran a Riggo, capitán de su guardia, sus propias ropas de púrpura y lo
envió a Monte Cassino con tres condes que acostumbraban asistirlo.  La
suplantación no engañó a San Benito, quien saludó a Riggo con estas
palabras: "hijo mío, quítate las ropas que vistes; no son tuyas".  Su visitante se
apresuró a partir para informar a su amo que había sido
descubierto.  Entonces, Totila, fue en persona hacia el hombre de Dios y, se
dice que se atemorizó tanto, que cayó postrado.  Pero Benito lo levantó del
suelo, le recriminó por sus malas acciones y le predijo, en pocas palabras,
todas las cosas que le sucederían.  Al punto, el rey imploró sus oraciones y
partió, pero desde aquella ocasión fue menos cruel.  Esta entrevista tuvo lugar
en 542 y San Benito difícilmente pudo vivir lo suficiente para ver el
cumplimiento total de su propia profecía.

Anuncia su muerte

El santo que había vaticinado tantas cosas a otros, fue advertido con
anterioridad acerca de su próxima muerte.  Lo notificó a sus discípulos y, seis
días antes del fin, les pidió que cavaran su tumba.  Tan pronto como estuvo
hecha fue atacado por la fiebre.  El 21 de marzo del año 543, durante las
ceremonias del Jueves Santo, recibió la Eucaristía.  Después, junto a sus
monjes, murmuró unas pocas palabras de oración y murió de pie en la capilla,
con las manos levantadas al cielo. Sus últimas palabras fueron: "Hay que tener
un deseo inmenso de ir al cielo".  Fue enterrado junto a Santa Escolástica, su
hermana, en el sitio donde antes se levantaba el altar de Apolo, que él había
destruido.

Dos de sus monjes estaban lejos de allí rezando, y de pronto vieron una luz
esplendorosa que subía hacia los cielos y exclamaron: "Seguramente es
nuestro Padre Benito, que ha volado a la eternidad".  Era el momento preciso
en el que moría el santo.

Que Dios nos envíe muchos maestros como San Benito, y que nosotros
también amemos con todo el corazón a Jesús.

En 1964 Pablo VI declara a san Benito patrono principal de Europa.

QUE DE TAL MANERA BRILLE ANTE LOS DEMAS LA LUZ DE VUESTRO


BUEN EJEMPLO, QUE ELLOS AL VER VUESTRAS BUENAS OBRAS,
GLORIFIQUEN AL PADRE CELESTIAL. (S. Mateo 5)

LA SANTA REGLA

Inspirado por Dios, San Benito escribió un Reglamento para sus monjes que
llamó "La Santa Regla" y que ha sido inspiración para los reglamentos de
muchas comunidades religiosas monásticas.  Muchos laicos también se
comprometen a vivir los aspectos esenciales de esta regla, adaptada a las
condiciones de la vocación laica.

La síntesis de la Regla es la frase "Ora et labora" (reza y trabaja), es decir, la


vida del monje ha de ser de contemplación y de acción, como nos enseña el
Evangelio.

Algunas recomendaciones de San Benito:

 La primera virtud que necesita un religioso (después de la caridad) es


la humildad.
 La casa de Dios es para rezar y no para charlar.
 Todo superior debe esforzarse por ser amable como un padre
bondadoso.
 El ecónomo o el que administra el dinero no debe humillar a nadie.
 Cada uno debe esforzarse por ser exquisito y agradable en su trato
 Cada comunidad debe ser como una buena familia donde todos se
aman
 Evite cada individuo todo lo que sea vulgar.  Recuerde lo que decía
San Ambrosio: "Portarse con nobleza es una gran virtud".
 El verdadero monje debía ser "no soberbio, no violento, no comilón,
no dormilón, no perezoso, no murmurador, no denigrador… sino
casto, manso, celoso, humilde, obediente".

MILAGROS DE SAN BENITO.

He aquí algunos de los muchos milagros relatados por San Gregorio, en su


biografía de San Benito

El muchacho que no sabía nadar.  El joven Plácido cayó en un profundo lago


y se estaba ahogando. San Benito mandó a su discípulo preferido Mauro:
"Láncese al agua y sálvelo".  Mauro se lanzó enseguida y logró sacarlo sano y
salvo hasta la orilla.  Y al salir del profundo lago se acordó de que había
logrado atravesar esas aguas sin saber nadar.  La obediencia al santo le había
permitido hacer aquel salvamento milagroso.

El edificio que se cae.  Estando construyendo el monasterio, se vino abajo


una enorme pared y sepultó a uno de los discípulos de San Benito.  Este se
puso a rezar y mandó a los otros monjes que removieran los escombros, y
debajo de todo apareció el monje sepultado, sano y sin heridas, como si
hubiera simplemente despertado de un sueño.

La piedra que no se movía.  Estaban sus religiosos constructores tratando de


quitar una inmensa piedra, pero esta no se dejaba ni siquiera mover un
centímetro.  Entonces el santo le envió una bendición, y enseguida la pudieron
remover de allí como si no pesara nada.  Por eso desde hace siglos cuando la
gente tiene algún grave problema en su casa que no logra alejar, consigue una
medalla de San Benito y le reza con fe, y obtiene prodigios.  Es que este varó
de Dios tiene mucho influjo ante Nuestro Señor.

Panes que se multiplican.

Muertes anunciadas.  Un día exclamó: "Se murió mi amigo el obispo de


Cápua, porque vi que subía al cielo un bello globo luminoso".  Al día siguiente
vinieron a traer la noticia de la muerte del obispo.  Otro día vió que salía
volando hacia el cielo una blanquísima paloma y exclamó: :Seguramente se
murió mi hermana Escolástica".  Los monjes fueron a averiguar, y sí, en efecto
acababa de morir tan santa mujer.  El, que había anunciado la muerte de otros,
supo también que se aproximaba su propia muerte y mandó a unos religiosos a
excavar……..

BIBLIOGRAFIA

Butler; Vida de los Santos


Sálesman, P. Eliécer, "Vidas de los Santos" 
Sgarbossa, Mario; Giovannini, Luigi, "Un santo para cada día"
LA MEDALLA DE SAN BENITO

La medalla de San Benito es un sacramental reconocido por la Iglesia con gran


poder de exorcismo.  Como todo sacramental, su poder está no en si misma
sino en Cristo quien lo otorga a la Iglesia y por la fervorosa disposición de quién
usa la medalla.

Descripción de la medalla:

En el frente de la medalla aparece San Benito con la Cruz en una mano y el


libro de las Reglas en la otra mano, con la oración: "A la hora de nuestra
muerte seamos protegidos por su presencia".  (Oración de la Buena Muerte).

El reverso muestra la cruz de San Benito con las letras:

C.S.P.B.:      "Santa Cruz del Padre Benito"


C.S.S.M.L. : "La santa Cruz sea mi luz" (crucero vertical de la cruz)
N.D.S.M.D.:  "y que el Dragón no sea mi guía." (crucero horizontal)

En círculo, comenzando por arriba hacia la derecha:


V.R.S.      "Abajo contigo Satanás"  
N.S.M.V.  "para de atraerme con tus mentiras"
S.M.Q.L.  "Venenosa es tu carnada"
I.V.B.        "Trágatela tu mismo".
PAX          "Paz"

Bendición de la medalla de San Benito


(deber ser por hecha por un sacerdote)

Exorcismo de la medalla
-Nuestra ayuda nos viene del Señor
-Que hizo el cielo y la tierra.
Te ordeno, espíritu del mal, que abandones esta medalla, en el nombre de Dios
Padre Omnipotente, que hizo el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos se
contiene.
Que desaparezcan y se alejen de esta medalla toda la fuerza del adversario,
todo el poder del diablo, todos los ataques e ilusiones de satanás, a fin de que
todos los que la usaren gocen de la salud de alma y cuerpo.
En el nombre del Padre Omnipotente y de su Hijo, nuestro Señor, y del Espíritu
Santo Paráclito, y por la caridad de Jesucristo, que ha de venir a juzgar a los
vivos y a los muertos y al mundo por el fuego.

Bendición
-Señor, escucha mi oración
-Y llegue a tí mi clamor

Oremos:
Dios omnipotente, dador de todos los bienes, te suplicamos humildemente que
por la intercesión de nuestro Padre San Benito, infundas tu bendición sobre
esta sagrada medalla, a fin de que quien la lleve, dedicándose a las buenas
obras, merezca conseguir la salud del alma y del cuerpo, la gracia de la
santificación, y todas la indulgencias que se nos otorgan, y que por la ayuda de
tu misericordia se esfuerce en evitar la acechanzas y engaños del diablo, y
merezca aparecer santo y limpio en tu presencia.

Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor.


Amén

Indulgencias
El 12 de marzo de 1742 el Papa Benedicto XIV otorgó indulgencia plenaria a
la medalla de San Benito si la persona se confiesa, recibe la Eucaristía, ora por
el Santo Padre en las grandes fiestas y durante esa semana reza el santo
rosario, visita a los enfermos, ayuda a los pobres, enseña la Fe o participa en la
Santa Misa.  Las grandes fiestas son Navidad, Epifanía, Pascua de
Resurrección, Ascensión, Pentecostés, la Santísima Trinidad, Corpus Christi,
La Asunción, La Inmaculada Concepción, el nacimiento de María, todos los
Santos y fiesta de San Benito.

Número de indulgencias parciales: por ejemplo: 1) 200 días de indulgencia,


si uno visita una semana a los enfermos o visita la Iglesia o enseña a los niños
la Fe. 2) 7 años de indulgencia , si uno celebra la Santa Misa o esta presente, y
ora por el bienestar de los cristianos, o reza por sus gobernantes. 3) 7 años si
uno acompaña a los enfermos en el día de todos los Santos. 4) 100 días si uno
hace una oración antes de la Santa Misa o antes de recibir la sagrada
Comunión. 5) Cualquiera que por cuenta propia por su consejo o ejemplo
convierta a un pecador, obtiene la remisión de la tercera parte de sus
pecados. 6) Cualquiera que el Jueves Santo o el día de Resurrección, después
de una buena confesión y de recibir la Eucaristía, rece por la exaltación de la
Iglesia, por las necesidades del Santo Padre, ganará las indulgencias que
necesita. 7) Cualquiera que rece por la exaltación de la Orden Benedictina,
recibirá una porción de todas la buenas obras que realiza esta Orden.

Quienes lleven la medalla de San Benito a la hora de la muerte serán


protegidos siempre que se encomienden al Padre, se confiesen y reciban la
comunión o al menos invoquen el nombre de Jesús con profundo
arrepentimiento.
El Crucifijo con medalla de San Benito

El Crucifijo de la Buena Muerte y la Medalla de San Benito


han sido reconocidos por la Iglesia como una ayuda para el
cristiano en la hora de tentación, peligro, mal, principalmente
en la hora de la muerte. Le ha dado al Crucifijo con la
medalla Indulgencia Plenaria.

La indulgencia plenaria de la Cruz de la Buena Muerte, quien


realmente crea en la santa Cruz, no será apartado de El,
ganará indulgencia plenaria en la hora de la muerte. Si este
se confiesa, recibe la Comunión o por lo menos con el
arrepentimiento previo de sus pecados, llamando el Santo
nombre de Jesús con devoción y aceptando resignadamente
la muerte como venida de las manos de Dios. Para la
indulgencia no basta la Cruz, debe representarse a Cristo
crucificado. Esta cruz también ayuda a los enfermos para unir nuestros
sufrimientos a los de Nuestro Salvador.

Pacomio nació en Latópolis (Esneh) en torno al año 290, de padres paganos.


Fue un soldado romano del siglo IV que luchó en el bando de Majencio en la
Segunda Tetrarquía, frente al futuro emperador Constantino. Conoció el
cristianismo hacia el año 313, en el transcurso de un viaje a
Alejandría, fuertemente impresionado por las cualidades que pudo ver entre los
cristianos de aquellas tierras, en especial la caridad. Pacomio había
descubierto la vida cristiana como amor y como servicio a los hombres pero
después de su bautismo se orientó hacia la vida anacorética. Por ello se pone
bajo la dirección espiritual del anciano Palamón que le inicia en dicha vida.

Tras una crisis vocacional, al ver la desorientación de muchos anacoretas y los


peligros que encerraba la vida solitaria sin ningún aliciente humano, entiende
que: "La voluntad de Dios es que te pongas al servicio de los hombres para
reconciliarlos con Él". Ensanchó su celda, reunió en torno suyo gran número de
discípulos, y con ellos organizó el primer cenobio con todas las características
de la vida monástica de comunidad. El primer monasterio pacomiano se fundó
alrededor del año 320 en Tabenesia, localidad de  la Tebaida. Todos vivían en
un lugar cercado y bajo una misma regla, obligándose a obedecer a un superior
y observando una distribución y regla determinada, escrita por el propio San
Pacomio. Se entregaban al trabajo manual y al estudio de  la Sagrada
Escritura. Solo había una puerta que era vigilada por el portero designado por
el superior. Celebraban la eucaristía con los laicos. La obediencia es el
principio fundamental de la orden. El trabajo era fundamental así como la
oración. Todo lo que debía hacer el monje estaba escrito en la regla.

El cenobitismo pacomiano se desarrolló rápidamente. Los monjes acudían en


gran número al monasterio de Tabenesia. Muy pronto se construyeron otros
monasterios que formaron, con la casa madre de la que dependían, lo
equivalente a lo que se llamará más tarde una orden religiosa. El propio San
Pacomio dirigió ocho monasterios de los cuales era el abad. En vida del santo
llegó a contar esta congregación unos 7.000 monjes.

En sus 192 preceptos, la regla de San Pacomio daba las normas prácticas de
vida monástica, que sirvieron luego de pauta para otras reglas posteriores.
Existía un abad general y otro que se hallaba al frente de cada cenobio y era
designado como Pater monasterii. Se procuraba con esmero la debida
instrucción espiritual y el progreso ascético de los monjes, para lo cual se
establecía la más estricta puntualidad, riguroso silencio, determinadas preces,
etc. Todo ello estaba basado sobre la guarda perfecta de la castidad, de la
pobreza y de la obediencia a los superiores, así como también sobre el
ejercicio de una rigurosa penitencia.

San Pacomio fundó también monasterios de monjas, a petición de su hermana


María, que quiso consagrarse por entero al Señor. Hacia el año 340 se levantó
el primer cenobio para albergar a las vírgenes consagradas a Dios. Fue
construido cerca del monasterio masculino de Tabenesia, pero entre ambas
construcciones se deslizaba la anchurosa corriente del río Nilo, que a ningún
monje era lícito atravesar, a excepción de un sacerdote y un diácono que en los
días festivos iban a celebrar ante las vírgenes los divinos oficios.

En el año 346 se declaró una gran peste en  la Tebaida, y diezmó a los monjes
pacomianos. También Pacomio enfermó y murió el 9 de mayo de 346.

Abad
Martirologio Romano: En la región de Tebaida, en Egipto, san Pacomio,
abad, que, cuando aún era pagano, se sintió impresionado por el testimonio de
caridad cristiana para con los soldados detenidos en la cárcel común y,
después de abrazar el cristianismo, recibió el hábito monástico de manos del
anacoreta Palamón. Al cabo de siete años, por inspiración divina fue abriendo
numerosos monasterios con el fin de recibir a los monjes en régimen de vida
común, y escribió para ellos una célebre Regla († 347/348).
Breve Biografía
La extraordinaria vida de los ermitaños, con sus mortificaciones a veces
exageradas y con aquella especie de encarnizamiento en sobrecargarse de
abstinencias, ayunos, vigilias, era verdaderamente la traducción práctica del
Evangelio. Su soledad podía de hecho tapar el engaño de sus extravagancias y
de su orgullo.

Para eliminar este peligro un monje egipcio del siglo IV, San Pacomio, tuvo la
idea de una nueva forma de monaquismo: el cenobitismo, o la vida en común,
donde la disciplina y la autoridad reemplazaba la anarquía de los anacoretas.

Educó a sus monjes a la vida en común, constituyendo, poco lejos de las


riberas del Nilo, la primera “koinonía”, una comunidad cristiana, a imitación de
la fundada por los apóstoles en Jerusalén, basada en la comunión en la
oración, en el trabajo y en el alimento y concretada en el servicio recíproco. El
documento fundamental que regulaba esta vida era la Sagrada Escritura, que
el monje aprendía de memoria y recitaba en voz baja durante el trabajo
manual. Esta era también la forma principal de oración: un contacto con Dios
mediante el sacramento de la Palabra.

San Pacomio nació en el Alto Egipto el año 287, de padres paganos. Enrolado
a la fuerza en el ejército Imperial a la edad de 20 años, acabó en prisión en
Tebas con todos los reclutas. Protegidos por la oscuridad, por la noche los
cristianos les llevaban un poco de alimento. El gesto de los desconocidos
conmovió a Pacomio, quien preguntó quién los incitaría a traer esto. “El Dios de
los cielos” fue la respuesta de los cristianos. Aquella noche Pacomio rezó al
Dios de los cristianos que lo liberara de las cadenas, prometiéndole a cambio
dedicar su propia vida a su servicio.

Tan pronto recobró su libertad cumplió el voto uniéndose a una comunidad


cristiana de una aldea del sur, la actual Kasr-es-Sayad en donde tuvo
instrucción necesaria para recibir el bautismo.

Por algún tiempo llevó una vida de asceta entregándose al servicio de la gente
del lugar, después se puso por siete años bajo la guía de un monje anciano,
Palamone. Durante un paréntesis de soledad en el desierto una voz misteriosa
lo invitó a establecer su residencia en aquel lugar, al cual después habrían
llegado numerosos discípulos. A la muerte de Pacomio, los monasterios
masculinos eran nueve, más uno femenino.

Del santo se desconoce el lugar de la sepultura, pues en su lecho de muerte


dijo al discípulo Teodoro que escondiera sus restos para evitar que sobre su
tumba edificaran una iglesia, a imitación de los “martyrion” o capillas
construidas en las tumbas de los mártires.

San Pacomio

San Pacomio murió alrededor del año 346 d.C. Los hechos principales de
su vida se encuentran en el artículo Monacato Oriental antes del Concilio
de Calcedonia. Habiendo permanecido algún tiempo con Palemón, se
marchó a un poblado abandonado llamado Tabennisi, no necesariamente
con la intención de quedarse allí para siempre. Era frecuente que
un ermitaño se retirara por un tiempo a un lugar remoto en el desierto y
que regresara luego a su antigua casa. Pero Pacomio no regresó nunca;
una visión le pidió que se quedara y construyera un monasterio, "muchos,
ansiosos de abrazar la vida monástica, vendrán a buscarte aquí". Aunque
parece que, desde el principio, Pacomio se dio cuenta de su misión de
sustituir la vida eremítica por la cenobítica, paso algún tiempo antes de
que pudiera hacer realidad esa idea.

En primer lugar, se le unió su hermano mayor, luego vinieron otros, pero


todos inclinados a perseguir la vida eremítica con algunas modificaciones
propuestas por Pacomio (por ejemplo, las comidas en común). No
obstante, pronto comenzaron a llegar discípulos capaces de acogerse a
sus planes. Pacomio demostró gran sabiduría en su forma de tratar a
estos primeros reclutas. Se dio cuenta de que los hombres, familiarizados
sólo con la vida eremítica, podrían sentirse pronto disgustados si se les
imponían abruptamente las obligaciones de la vida cenobítica. Por lo
tanto, les permitió dedicar todo su tiempo a ejercicios espirituales,
mientras él se encargaba de los trabajos pesados que exige la vida en
comunidad. Aunque se amplió en varias oportunidades, el monasterio de
Tabennisi pronto resultó pequeño, y se fundó otro en Pabau (Faou). Al
poco tiempo, un monasterio en Chenoboskion (Schenisit) se unió a la
orden y, antes de la muerte de Pacomio, había nueve monasterios de su
orden para hombres y dos para mujeres.

¿De dónde le vino a Pacomio la idea de la vida cenobítica? Weingarten


(Der Ursprung des Möncthums, Gotha, 1877) sostenía que Pacomio había
sido antes un monje pagano, y se basaba en el hecho de que, después de
su bautismo, Pacomio se fue a vivir a una estructura abandonada que los
ancianos decían había sido anteriormente un templo de Serapis. En 1898,
Ladeuze (Le Cénobitisme pakhomien, 156) declaró que
tanto católicos como protestantes rechazaban esta teoría. En 1903
Preuschen publicó una monografía (Möncthum und Serapiskult, Giessen,
1903), que su revisor en el "Theologische Literaturzeitung" (1904, col. 79),
y el abad Cuthbert Butler, en el "Journal of Theological Studies" (V, 152),
esperaban que pusiera fin a esta teoría. Preuschen demostró que los
supuestos monjes de Serapis no eran monjes en ningún sentido. Eran
habitantes en un templo que practicaban la "incubación"; es decir,
dormían en el templo para tener sueños oraculares. Sin embargo, estas
teorías son difíciles de erradicar. El señor Flinders Petrie en su obra
"Egypt in Israel" (Egipto en Israel) (publicada por the Soc. for the Prop. of
Christ. Knowl., 1911) sostiene que Pacomio era simplemente un monje de
Serapis. (Vea artículo Interpretación de los Sueños.

Otra teoría dice que las relaciones de Pacomio con los ermitaños se


tornaron tensas y que él rechazaba sus extremas austeridades. Esta
teoría se derrumba también al confrontarla con los hechos. Pacomio
siempre tuvo una relación muy afectuosa con el anciano ermitaño
Palemón, quien le ayudó a construir su monasterio. Nunca hubo rivalidad
entre los ermitaños y los cenobitas. Pacomio quería que
sus monjesemularan las costumbres austeras de los ermitaños; redactó
una regla que facilitaba las cosas para los menos aptos, pero no
eliminaba el ascetismo extremo de los más capaces. Las comidas se
servían en común, pero quienes lo desearan podían ausentarse de ellas y
se les animaba a que lo hicieran y se les dejaba en sus celdas una ración
de pan, sal y agua. Parece que Pacomio consideraba la soledad de la
vida eremítica como un obstáculo para las vocaciones y consideraba que
la vida cenobítica era superior en sí misma (Ladeuze, op. cit., 168).

En al artículo ya mencionado al principio se describen las principales


características de la regla de Pacomio, pero caben aquí unas pocas
palabras acerca de la regla, que le fue dictada supuestamente por
un ángel (Paladio, "Hist. Lausiaca", ed. Butler, pp. 88 ss.), la cual suele
utilizarse a menudo para describir un monasterio pacomiano. Según
Ladeuze (263 ss.), todos los relatos de esta regla se remontan a Paladio;
y, en algunos de sus puntos más importantes se puede demostrar que
nunca la siguieron ni Pacomio ni sus monjes. No es necesario analizar
aquí los cargos presentados por Amelineau, sobre las más débiles bases,
contra la moralidad de los monjes pacomianos. Dichos cargos ya han sido
ampliamente refutados por Ladeuze y Schiwietz (ver también Leipoldt,
"Schneute von Atripe", 147).

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