Krause (2007) 245-258 PDF

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TRAYECTORIA CONCEPTUAL DE LA PSICOLOGÍA COMUNITARIA EN CHILE DESDE LOS AÑOS 90 A LOS 2000 245

Hacia una redefinición del concepto de


comunidad: cuatro ejes para un análisis crítico
y una propuesta1
Mariane Krause J.

Resumen

Uno de los problemas actuales en Psicología Comunitaria es la definición de comunidad.


Tradicionalmente, la Psicología Comunitaria se ha inspirado en un concepto de comunidad
fuertemente ligado a la noción de territorio (en el sentido de localidad geográfica). Sin
embargo, en la era histórica que se encuentra actualmente en inicio, se va desvaneciendo la
noción de territorio físico de las comunidades, estableciéndose redes y agrupaciones de
personas que no comparten una ubicación geográfica común; es más, algunas de las cuales
ni siquiera tienen contacto cara a cara. Ante esta realidad cabe plantearse la necesidad de
redefinición del concepto de comunidad. Sin embargo, un nuevo concepto, si bien podrá
prescindir de la noción de territorio, deberá incluir algunos elementos que permitan
distinguir una comunidad de otro tipo de asociaciones humanas.
Se propone, en este trabajo, un concepto de comunidad caracterizado por la
inclusión de tres elementos: pertenencia, entendida desde la subjetividad como «sentirse
parte de», e «identificado con»; interrelación, es decir, comunicación, interdependencia
e influencia mutua de sus miembros; y cultura común, vale decir, la existencia de
significados compartidos.
La comunidad es el «objeto» más propio, la esencia misma de la Psicología
Comunitaria. Es su objeto de estudio, de teorización y de intervención. Es su razón de
existencia. Sin comunidades, carece de sentido la Psicología Comunitaria.
Estamos, sin embargo, en un momento histórico, la transición de la modernidad
tardía hacia la postmodernidad, en el cual, sostienen algunos, las comunidades están en
peligro de extinción o, al menos, sujetas a un grave deterioro (García González, 1993;
Sarason, 1974; Sánchez Vidal, 1996; Beck, 1986)2.

1. Artículo publicado el año 2001 en Revista de Psicología de la Universidad de Chile, Volumen X,


páginas 49-60.
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Ante este hecho, vale preguntarse, sin embargo: ¿son las comunidades las que están en
extinción, o es nuestro concepto de comunidad el que se está transformando en anacrónico,
ante nuevas formas de comunidad de las que no es capaz de dar cuenta teóricamente?
Es ésta la discusión que desarrollaré en el presente trabajo, buscando la reflexión
crítica del concepto mismo y presentando una propuesta alternativa, más apropiada para
el nuevo milenio.
Pregunta preliminar: La vida en comunidad ¿Es una necesidad humana esencial?
Las Ciencias Sociales sostienen que sí lo es, o al menos lo es el grupo humano, la
relación con otros. Es más, el ser humano sólo puede ser comprendido como ser
social. Como señala Amalio Blanco (1993), citando a Carlo Sganzini, «el individuo
aisladamente considerado es una pura abstracción» (p. 12).
Además de esta noción teórica del ser humano como ser social, se ha apelado a la
evidencia empírica acerca de los efectos negativos que la desintegración social (en el
sentido de la ruptura de agrupaciones sociales tradicionales y la consecuente
individualización) tiene sobre la salud mental, para apoyar la necesidad de vida en
comunidad. Alipio SánchezVidal (1988) destaca, en este sentido, la presencia de trastornos
depresivos y ansiosos, los cuales atribuye a la anomia, soledad y desarraigo. También en
mi propio país, Chile, los estudios epidemiológicos muestran el aumento de la ansiedad
y la depresión a nivel poblacional (Ministerio de Salud, 1999).
Detrás de esta realidad epidemiológica estaría el «hambre de comunidad» (Yankelovich,
1981, citado en Sánchez Vidal, 1996), «de sentir solidaridad y pertenencia, integración,
influencia y conexión emocional». Una respuesta a esta necesidad sería la proliferación de
sectas y agrupaciones de todo tipo (Sánchez Vidal, 1988).También el aumento de los grupos
de autoayuda señala esta dirección. Con relación a estos, existe evidencia empírica que muestra
una relación entre redes sociales y participación en grupos de autoayuda, en el sentido de que
el empobrecimiento de las redes sociales es uno de los elementos motivantes de la
participación personal en este tipo de grupos (Krause Jacob, 1997).
Sin embargo, una cosa es reconocer el vínculo con otros como necesidad humana
básica y otra, muy diferente, es definir las características que debiera tener este vínculo.
Con ello estamos ante el primero de los ejes de discusión que resultan relevantes a la
hora de construir un concepto de comunidad, el cual desarrollaré a continuación.

Primer eje de análisis:


la distinción entre el concepto y su valoración
Cuando los psicólogos comunitarios nos referimos al concepto de comunidad, con frecuencia
mezclamos el «deber ser» de las comunidades con el concepto mismo, en su sentido teórico,
lo cual nos lleva a una dificultad inescapable, porque, si definimos las comunidades en
función de su estado «ideal», nos quedamos sin comunidad, toda vez que enfrentamos
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agregados humanos que no cumplen con dicho estado.Y como con cierta frecuencia trabajamos,
justamente, con comunidades problemáticas, es decir, que están lejos de su estado ideal,
estamos trabajando más con «no-comunidades» que con comunidades.
La inclusión del «estado ideal» en la definición de comunidad tiene raíces históricas
antiguas. De hecho, Tönnies (1979), en su publicación originaria de 1887, hace la
distinción entre comunidad y asociación (Gemeinshchaft und Gessellschfat). Define la
primera en función de características «ideales», tales como trabajo en común, apoyo
social, participación, consenso, cooperación, vida colectiva y sentimiento de fraternidad,
entre otros, incluyendo la posesión y el goce de bienes comunes y el placer mutuo. En
cambio, en la segunda, la asociación, no existiría tal unidad entre las personas, primaría
el goce y la posesión individual, la competencia y el intercambio.
También en Emile Durkheim (1898, 1964), a propósito de la solidaridad, y en Max
Weber (1964), existe esta idea de comunidad como unión de intereses, que conlleva
cooperación y solidaridad.Weber, quien enfatiza la dimensión subjetiva del concepto, mantiene
la dicotomía entre comunidad y asociación, relacionando el sentimiento subjetivo de
pertenencia, el compromiso con el otro, la camaradería y el afecto con la primera y el interés
motivado racionalmente, en relación a una finalidad, con la segunda. En la definición «ideal»
de comunidad están también presentes: «la amistad, la lealtad, el amor, la gratitud, la confianza»
como señala Blanco (1993, p. 13), criticando esta acepción del concepto como «nostálgica».
Muchos psicólogos comunitarios contemporáneos continúan incluyendo este
componente «ideal» en su definición de comunidad, así como también en la del sentido de
comunidad, su expresión subjetiva principal. Así, por ejemplo, McMillan & Chavis (1986)
definen este último como sensación o sentimiento de pertenencia, de seguridad,
interdependencia y confianza mutua, incluyendo el compromiso de satisfacción de las
necesidades entre los miembros de una comunidad.También las definiciones de comunidad
de la vida cotidiana, es decir, las de los propios integrantes de las comunidades, resultan ser
del tipo «ideal».Así, por ejemplo, una de las entrevistadas del estudio de EstherWiesenfeld
(1994) responde a la pregunta «qué es para ti la comunidad» lo siguiente: «Es oír a los
niños correr, es sentir las voces conocidas, es sentirte segura en tu terreno, es sentir que
caminas sin miedo, que conoces a todo el que te mira que va por ahí (...). Segura de que si
yo grito me van a ayudar, segura, plenamente segura» (Wiesenfeld, 1994, p. 89).
El problema con las definiciones que incluyen este componente de valoración de
lo que sería una comunidad ideal es que pierden su utilidad como herramienta teórica
para delimitar nuestro objeto de estudio e intervención, el cual, con frecuencia, dista de
tal estado ideal. Por ejemplo, si trabajamos en una comunidad caracterizada por
desintegración social y temor, este tipo de definición no nos permite sostener que se
trata de una «intervención en comunidad»
El punto es que, como de todos modos trabajamos cotidianamente con este tipo
de comunidades «no ideales», debemos aceptar que: o bien estamos construyendo
comunidades donde no las hay, o bien requerimos de una definición menos exigente, en
la cual tengan cabida también las comunidades que se encuentran en un «estado
imperfecto» (que son sin duda la mayoría).
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Requerimos, por lo tanto, de un concepto teórico, el cual, ojalá en términos sencillos


y sin la carga valórica incluida en los conceptos «ideales», contenga los elementos mínimos
necesarios para que podamos distinguir lo que es comunidad de lo que no lo es; para que
podamos decir que, en justicia, tal intervención es una intervención comunitaria, en tanto
tal otra, es una intervención con personas que no pertenecen a una misma comunidad.
Blanco (1993), es uno de los autores que propone conceptualizar comunidad en
forma más «aséptica» como «pluralidad de individuos que se congregan en torno a una
estructura normativa, valorativa e incluso comparten algunos modelos de conducta
formando una serie de grupos más o menos extensos» (p. 14). Agrega a su definición la
frecuencia de los contactos, la proximidad (siendo la más habitual la geográfica) o la
semejanza por razones biológicas y sociales y el sentimiento de pertenencia (op. cit.).
Como se verá más adelante en esta presentación, coincido más con la primera
parte de su definición que con la segunda, aunque por ahora solamente sostendré que
necesitamos de un concepto de comunidad que, si bien no podrá excluir del todo una
cierta direccionalidad hacia el «estado ideal de comunidad», sea lo suficientemente
flexible como para no excluir agrupaciones humanas menos desarrolladas.
Paralelamente propongo que mantengamos el conjunto de elementos presentes en
nuestras definiciones «ideales» de comunidad y las reconozcamos en su valor esencial,
cual es el de ser nuestro norte en las intervenciones comunitarias y nuestro elemento de
contraste para la investigación en comunidades.Todo el conjunto de adjetivos que componen
las definiciones ideales de comunidad, nos resulta imprescindible a la hora de decidir
«hacia dónde» vamos a dirigir nuestro trabajo, o cuando pretendemos evaluar una
comunidad determinada en relación con su distancia respecto de una condición ideal. Así,
por ejemplo, cada vez que señalamos que en una comunidad las redes sociales se encuentran
deterioradas, tenemos en mente la noción de unión de individuos que se apoyan
mutuamente y se ayudan en caso de necesidad; sin embargo, no es necesario que las redes
sociales de una comunidad cumplan su función para que la podamos llamar comunidad.

Segundo eje de análisis: la relativización


del enraizamiento territorial de las comunidades
En un trabajo previo (Krause, 1999) destaqué y critiqué la definición tradicional de
comunidad, fuertemente ligada a la noción de territorio (en el sentido de localidad
geográfica). La noción de territorio como elemento básico de la definición de comunidad
está ampliamente difundida (Blanco, 1993; Rozas, 1999;Wiesenfeld, 1994, entre otros).
Señalé entonces que «en la era histórica que se encuentra actualmente en inicio, se va
desvaneciendo la noción de territorio físico de las comunidades, estableciéndose redes
y agrupaciones de personas que no comparten una ubicación geográfica común, es más,
algunas de las cuales ni siquiera tiene contacto cara a cara» (p. 44), afirmación que me
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llevó a la necesidad de proponer un concepto de comunidad que prescindiera de la


noción de territorio.
Con ello no deseo desconocer la influencia que pueda tener sobre una comunidad
el hecho de compartir un determinado territorio geográfico. Es más, probablemente,
como lo demuestran estudios de colegas, el territorio compartido es de gran importancia
para la construcción del sentido de comunidad (Wiesenfeld, 1994), o bien, para la
planificación de intervenciones concretas (Rozas, 1999). Sin embargo, excluyo el
territorio como ingrediente imprescindible para un concepto teórico de comunidad.

Tercer eje de análisis: la necesidad de enfatizar la dimensión


subjetiva (e intersubjetiva) en el concepto de comunidad
Está en juego aquí la distinción entre una visión externa para el concepto de comunidad
versus una interna. Blanco (1993), en su definición ya citada, prioriza la externa (aunque
deja un espacio a la dimensión subjetiva). Esta visión externa se puede ejemplificar en un
aspecto adicional de su definición, cuando a propósito de la distinción de diferentes
niveles en ésta, señala como uno de los factores necesarios para una definición de
comunidad «un factor macrosocial, cual es la existencia de una estructura y organización
social de alguna manera compartida en ámbitos decisivos (ayuntamiento, organizaciones
y política sanitaria, etc.)» (p. 14).
Si bien sostengo que este tipo de visión externa es hasta cierto punto necesaria (en
particular ante intervenciones de gran envergadura), también deseo enfatizar que entre
los elementos mínimos para definir comunidad deben primar conceptos que apunten a
la dimensión subjetiva e intersubjetiva (lo que aunque parezca paradoja no quiere decir
que ésta no pueda ser estudiada por un evaluador externo).
Como señalé previamente, la dimensión subjetiva ha estado presente en la historia
del concepto de comunidad (por ejemplo, en Weber, 1964) y, en cuanto a su inclusión en
la definición de comunidad, podemos considerarla: un elemento más, un elemento esencial
de la definición (mi propia propuesta) o, incluso, definir comunidad a partir de las
verbalizaciones de sus integrantes, como lo haceWiesenfeld (1997) en uno de sus trabajos.
La dimensión subjetiva ha sido tratada en la literatura pertinente bajo el concepto
«sentido de comunidad» o «sentimiento de comunidad» (Sarason, 1974; Sánchez Vidal,
1996; Wiesenfeld, 1994; García González, 1993). El sentido de comunidad es el
sentimiento de que uno es parte de una red de relaciones de apoyo mutuo, en las que se
puede confiar, el sentimiento de pertenecer a una colectividad mayor (Sánchez Vidal,
1996). Incluye la percepción de similitud de uno mismo en relación con otros integrantes,
la interdependencia de ellos, la voluntad de mantener esa interdependencia (sobre la
base de la reciprocidad) y el «sentimiento de formar parte de una estructura social
mayor estable y fiable (sentido de pertenencia o integración social)» (op. cit., p. 45).
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McMillan y Chavis (1986), por su parte, distinguen cinco componentes del sentido
de comunidad: membresía (incluyendo seguridad emocional, pertenencia e identificación,
inversión personal en términos de aporte y un sistema de símbolos compartidos); influencia
bidireccional, que implica participación; integración y satisfacción de necesidades, tanto
personales como colectivas; y conexión emocional compartida, que tiene que ver con la
frecuencia y calidad de la interacción y la historia compartida.
Resulta evidente, por una parte, que la noción de sentido de comunidad combina
elementos conceptuales con otros afectivos y valóricos y, por otra, que parece no distinguirse
muy nítidamente del concepto de comunidad. De hecho, existe una superposición entre
las definiciones de comunidad y los componentes del sentido de comunidad.
Propongo, entonces, una distinción similar a la señalada en relación con el concepto
de comunidad, es decir, la distinción entre elementos definitorios e ideales. Muchos de
los elementos subjetivos que aporta el concepto de sentido de comunidad me parecen,
de hecho, necesarios para una definición teórica de comunidad: por ejemplo, la
pertenencia, la interdependencia, los símbolos compartidos; y los retomaré más adelante.
Otros, en tanto, como la satisfacción de necesidades, la seguridad emocional y confianza
y el apoyo mutuo, me parecen más pertinentes para una definición de «meta ideal» que
para un punto de partida teórico.

Cuarto eje de análisis: la relativización de las nociones de


continuidad y permanencia y de adscripción exclusiva
a una comunidad
Si bien parece obvia conceptualmente, como señala Blanco (1993), la existencia de una
relación social entre los integrantes de una comunidad, considero que ésta, a diferencia de
lo señalado por el autor, hoy en día debería entenderse con flexibilidad en cuanto a su
dimensión temporal, con el fin de poder incorporar manifestaciones humanas (grupales)
de menor continuidad y permanencia en el tiempo que las tradicionalmente incluidas.
La tendencia actual, también en la participación social y política, parece ser la de
agrupaciones menos estables en el tiempo, más centradas en alguna finalidad común
específica, que en la tradición. La pertenencia a una comunidad no necesariamente es de
por vida, y mucho menos aún se traspasa de generación en generación.
A este fenómeno actual deberá adaptarse la definición de comunidad del futuro,
cambiando sus coordenadas temporales. Ello tiene consecuencias para las intervenciones
que buscan fortalecer comunidades, ya que obliga a generar metodologías y criterios de
éxito que puedan ser aplicados en el marco de una temporalidad más reducida. Para
esto es de ayuda lo propuesto en el segundo eje: la prescindencia de la necesaria inclusión
de la coordenada espacial. Ambas relativizaciones, la temporal y la espacial, incorporan
planteamientos construccionistas como el de Kenneth Gergen (1992, 1994), quien
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enfatiza lo relacional en la construcción de conceptos psicológicos y psicosociales y


cuestiona la adhesión a las dimensiones temporal y espacial.
Por su parte, en cuanto a la adscripción a comunidades, y siguiendo los desarrollos
psicosociales del mundo actual, en particular el hecho de la pertenencia a (e identificación
con) grupos sociales múltiples, debemos entender la pertenencia a comunidades en
forma no exclusiva. Es decir, es habitual que una persona pertenezca, simultáneamente,
a más de una comunidad; se identifique con más de un grupo. Ello, por cierto, tiene
importantes efectos, no solamente sobre la identidad social, sino también sobre la
identidad individual (Gergen, 1992).
Por otra parte, ya en el terreno de lo ético, que se verá al final del punto siguiente,
la no-exclusividad de la pertenencia puede proteger de desarrollos segregacionistas

La Propuesta. Componentes mínimos necesarios


para un concepto de comunidad
Siguiendo la línea de un trabajo anterior (Krause, 1999), propongo un concepto de
comunidad que incluya solamente los elementos mínimos necesarios para distinguir
una comunidad de otro tipo de conglomerados humanos y que se separe de la dimensión
valórica, «ideal», presente en muchas otras definiciones. Esta dimensión valórica deberá
pasar a formar parte de una definición «ideal», orientadora y de una reflexión ética,
temas que serán tratados en el próximo apartado.
Tal concepto de comunidad estaría basado en la inclusión de tres elementos
imprescindibles: pertenencia, interrelación y cultura común. Con ello propongo
enfatizar la dimensión subjetiva (incluyendo parte de la acepción del «sentido de
comunidad» de Sarason, (1974)), minimizar el componente valorativo y eliminar la
necesariedad de la incorporación del territorio. Asimismo, propongo entender la
pertenencia en su dimensión subjetiva y no centrarla en el tiempo. La Tabla 1 sintetiza
estos tres elementos del concepto de comunidad.

Tabla 1:
Elementos del concepto de comunidad y sus significados
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Pertenencia

En cuanto a la pertenencia, si bien pudiera ser definida externamente, enfatizo su dimensión


subjetiva, la cual incluye tanto el sentirse «parte de», como «identificado con».
Es, entonces, un sentimiento de pertenencia, que se relaciona estrechamente con
el sentido de comunidad acuñado por Sarason (1974) y enfatizado por él como eje
esencial para toda la Psicología Comunitaria.
En cuanto al «sentirse identificado con», estoy haciendo referencia a la similitud
(Sánchez Vidal, 1996), eligiendo, sin embargo, sólo su dimensión subjetiva, es decir, que
el miembro de la comunidad sienta que comparte con otros miembros ciertos valores,
ideas o problemáticas, o bien los propósitos o metas de la comunidad, si los hubiere, y
no que, visto desde fuera, tenga alguna semejanza con ellos.
Esta identificación individual con los otros y con la comunidad redunda en una
identidad grupal. Como señala Sawaia (1999), comunidad e identidad son dos conceptos
inseparables, en el sentido que se requiere del segundo para poder definir el primero

Interrelación

En cuanto a la interrelación, lo importante a señalar es que elimino la necesariedad de un


territorio físico compartido. Por lo tanto, uno de sus componentes, la comunicación, no se
reduce a contactos cara a cara, pudiendo existir comunidades basadas entera, o fuertemente,
en una comunicación basada en medios artificiales (p. ej. la comunicación electrónica). Ello
no incluye un juicio de valor respecto de lo positivo o negativo que esta forma de comunicación
pueda ser para una comunidad .un tema que deberá ser investigado, sino que abre la posibilidad
de concebir conceptualmente comunidades que se vinculen a través de estos medios.
Otros aspectos de la interrelación son la mutua dependencia e influencia. Conceptualmente
hablando, cada participante de una comunidad depende de los otros participantes para formar,
en conjunto con ellos, la comunidad. Es entonces la forma más esencial de interdependencia, la
que se incluye en este concepto de comunidad. En cuanto a la influencia mutua, la entiendo
básicamente como coordinación de significados, y es por lo tanto prerrequisito para mantener
el tercer elemento definitorio, la cultura común, el cual veré a continuación.

Cultura común

En cuanto a «cultura común», elemento que es mencionado también como «sistema de


símbolos compartidos» (Wiesenfeld, 1994, p. 82), cabe señalar que me refiero a un
concepto de cultura como el de Clifford Geertz (1987), vale decir, uno que entiende
cultura como red de significados compartidos.
Esto equivale a decir que una comunidad, para ser llamada tal, deberá compartir, al
menos en cierto grado, una visión de mundo, una interpretación de la vida cotidiana. Esta
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cultura común es construida y reconstruida permanentemente a través de la comunicación.


Puede o no incluir la existencia de determinados ritos, conductas o incluso objetos de
significado cultural. Lo esencial es que contenga representaciones sociales propias (Krause
Jacob, 1999) y, por lo tanto, interpretaciones compartidas de las experiencias que se vivan
comunitariamente.

El contenido «ideal», o la comunidad saludable


El tema de las características ideales de las comunidades, es decir, de la creación de un
modelo de comunidad saludable escapa con creces a las posibilidades de este trabajo,
constituyendo un tema para ser desarrollado separadamente. Además, probablemente
tenga que analizarse distinguiendo entre diferentes tipos de comunidades. Por lo tanto,
en este espacio solamente me limitaré a presentar algunos contenidos de las definiciones
de comunidad antes mencionadas, aquéllos que quedaron excluidos del concepto teórico
de comunidad, con el fin de mostrar la utilidad y potencia que puede tener el trabajar
estos contenidos separadamente.
Haciendo entonces caso omiso de la necesaria distinción entre tipos de
comunidades, y estando consciente del carácter incompleto de la información, presentaré
algunas características asociadas al buen funcionamiento de comunidades, distinguiendo
entre aspectos estructurales (internos y relativos al medio externo) y otros, de tipo
funcional (Wiesenfeld, 1994).

Aspectos estructurales de una comunidad saludable


Wiesenfeld (1994), cuando desarrolla los aspectos estructurales se centra
particularmente en la noción de asociación o vínculo entre los integrantes de una
comunidad y en el ambiente físico; yo incluiré, además, algunos contenidos referidos a
la estructura social interna de las comunidades.
En cuanto al primer aspecto, resulta de utilidad el concepto de red social (en su
aspecto estructural), pudiendo establecerse que una comunidad será saludable en la medida
en que existan múltiples conexiones entre los individuos y sub agrupaciones que la integran.
Asimismo, una comunidad será más saludable en tanto tenga una estructura interna
consensuada (sea ésta más jerárquica o más horizontal) y en tanto exista claridad,
transparencia y consenso sobre la distribución de roles o funciones, si los hubiere.
En tercer lugar, es parte importante de la estructura de una comunidad el hecho
que disponga de un ambiente físico apropiado a su funcionamiento; por ejemplo, si se
tratase de una comunidad de residentes de un determinado barrio, que el ambiente
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físico cuente con espacios privados, semipúblicos y públicos (Wiesenfeld, 1994). Aquí
se incluye, además, la infraestructura necesaria para una satisfacción apropiada de las
necesidades básicas.
Tomando alguno de los aportes más antiguos al concepto de comunidad, podemos
incluir aquí también la posesión (y el goce) de bienes comunes (Tönnies, 1979).
Por último, también es de relevancia la inserción de una comunidad en el ambiente
externo, que en éste existan los medios para su satisfacción de necesidades y que sean
accesibles. Me refiero, por ejemplo, a que una comunidad de residentes tenga la
posibilidad de hacer uso del sistema de asistencia sanitaria, porque éste está efectivamente
a su disposición (Sánchez Vidal, 1996). Aquí se incluyen, además, los medios económicos
y otro tipo de recursos materiales necesarios para una vida saludable.

Aspectos funcionales de una comunidad saludable


Los aspectos funcionales pueden, a su vez, ser subdivididos en aquellos que dicen
relación con la interacción, aquéllos que pertenecen a la esfera representacional (con
contenidos tanto cognitivos como afectivos) y aquéllos vinculados a la efectividad de
una comunidad, tanto para sí misma como en el ambiente externo.

Aspectos funcionales de interacción

Un aspecto que se destaca en la comunidad ideal es el apoyo mutuo (Sarason, 1974),


por algunos también entendido como solidaridad (Yankelovich, 1981, citado en Sánchez
Vidal, 1996), entre los integrantes, mencionándose también: el trabajo común, la
cooperación (Tönnies, 1979;Weber, 1964), la voluntad de mantener la interdependencia
(sobre la base de la reciprocidad) (Sánchez Vidal, 1996). Además, se destaca la influencia
que los integrantes puedan ejercer sobre el conjunto y éste sobre ellos (entendiendo
influencia no solamente en su dimensión intersubjetiva, como fue tratada en el apartado
anterior) y su disposición a invertir personalmente en la comunidad (Wiesenfeld, 1994).
De importancia resulta la vida colectiva (Tönnies, 1979) (o comunitaria), es decir,
la existencia de actividades conjuntas que faciliten la integración social. Ello
evidentemente se vincula también con la frecuencia y calidad de la interacción (McMillan
y Chavis, 1986). Dichos autores señalan, asimismo, el compromiso de satisfacción de
las necesidades entre los miembros de una comunidad. Weber, 1964), la voluntad de
mantener la interdependencia (sobre la base de la reciprocidad) (Sánchez Vidal, 1996).
Además, se destaca la influencia que los integrantes puedan ejercer sobre el conjunto y
éste sobre ellos (entendiendo influencia no solamente en su dimensión intersubjetiva,
como fue tratada en el apartado anterior) y su disposición a invertir personalmente en
la comunidad (Wiesenfeld, 1994).
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De importancia resulta la vida colectiva (Tönnies, 1979) (o comunitaria), es decir,


la existencia de actividades conjuntas que faciliten la integración social. Ello
evidentemente se vincula también con la frecuencia y calidad de la interacción (McMillan
y Chavis, 1986). Dichos autores señalan, asimismo, el compromiso de satisfacción de
las necesidades entre los miembros de una comunidad.

Aspectos funcionales representacionales

En cuanto a la esfera representacional, que incluye aspectos tanto cognitivos como afectivos,
destaca no sólo el sentirse perteneciente a una comunidad (McMillan & Chavis, 1986;
Sánchez Vidal, 1996), sino el ser una persona de valor, significativa (Sarason, 1974) para
ella. En este sentido, la pertenencia es un sentimiento de integración social (Yankelovich,
1981, citado en SánchezVidal, 1996; SánchezVidal, 1996).También se destacan la conexión
y la seguridad emocional (Wiesenfeld, 1994; McMillan, 1976), el consenso y el sentimiento
de fraternidad y el placer mutuos (Tönnies, 1979). En el plano afectivo se mencionan,
asimismo, la amistad, la lealtad, el amor, la gratitud y la confianza (Blanco, 1993).
Por último, se destaca la importancia de tener y mantener una historia común
(Wiesenfeld, 1994).

Aspectos vinculados a la efectividad

En relación con la efectividad de las comunidades, es sabido que los componentes de


mayor relevancia son el empoderamiento (Rappaport, 1984; Gyarmati, 1992) y, junto
con él, la competencia social (Sánchez Vidal, 1988) y la participación social (Gyarmati,
1992; Krause Jacob, 1997). La unión de intereses (Weber, 1964) también resulta de
relevancia en relación con la efectividad, ya que en ella se sostienen las acciones colectivas
dirigidas a metas comunes. La efectividad finalmente se traduce en satisfacción de
necesidades, tanto personales como colectivas, lo cual constituye otro de los elementos
de una comunidad saludable (McMillan y Chavis, 1986).

Reflexión ética sobre el concepto de comunidad


De relevancia particular para la práctica de la intervención comunitaria, en tanto también
aporta a la conceptualización acerca de una meta «ideal» a la cual dirigirse, es la reflexión
ética en torno a la noción de comunidad.
Como señala Bader B. Sawaia (1999): «El debilitamiento de las fronteras clásicas
de comunicación entre los seres humanos, junto con la aparición de nuevas organizaciones
256 TRAYECTORIA DE LA PSICOLOGÍA COMUNITARIA EN CHILE

fundamentalistas, imponen la revisión del concepto de comunidad y de sus correlatos


éticos, como la relación entre la felicidad universal y personal, y entre el derecho a la
igualdad y a la diferencia, a fin de enfrentar la manipulación demagógica de la comunidad
como estratagema de segregación, tanto en el discurso contra el individualismo como
contra la globalización masificadora. Esta manipulación es reforzada por su asociación a
la idea de identidad, glorificada, en la globalización, como el fundamento de organizaciones
comunitarias y nacionales» (Sawaia, 1999, p. 19).
Sawaia, en su trabajo, coloca una señal de alerta «en relación al riesgo de alimentar
los sesgos fundamentalistas, basados en la lógica identitaria, en la praxis de la Psicología
Social Comunitaria» (op. cit.). Para enfrentar este peligro, ella propone entender la
comunidad, como «buenos encuentros», que se alimentan de la diversidad, sin temer a
lo extraño, caracterizándose la relación con el otro «por la mutualidad en vez del poder
desigual, como arte de dar y recibir placer» (Sawaia, 1999, p. 24).
La fusión entre lo propio y lo diverso no sería sólo racional, sino que «ella es
emocional y es vivenciada por la experiencia, pero con plena conciencia de que las
emociones son determinadas socialmente» (op. cit.). La comunidad debiera acoger «la
multiplicidad, en un movimiento de recreación permanente de la existencia colectiva,
en un fluir de experiencias sociales vividas como realidad propia, pero compartida
intersubjetivamente» (op. cit.).
Chavis y Newbrough (1986) proponen la inclusión de sentimientos de pertenencia,
conexión y apoyo, por un lado, y de aceptación, libertad y tolerancia, por otro, a fin de
favorecer tanto las necesidades vinculadas a la cohesión grupal como las de respeto a la
diversidad individual. Newbrough (1991) toma los conceptos de Igualdad, Libertad y
Fraternidad de la Revolución Francesa y los lleva a la teoría de la comunidad para
emplearlos como guías para la acción social y las políticas sociales.
Por último, en relación con la identidad, que fue mencionada como contenido de
uno de los tres elementos esenciales para el concepto de comunidad, Sawaia (1999)
advierte sobre los peligros que encierra el vínculo entre identidad y comunidad,
señalando que, para escapar del peligro fundamentalista que conlleva esta unión, «al
incorporar la identidad como categoría orientadora, la comunidad debe enfatizar la
dialéctica que la constituye: ser igual a sí misma y ser diferente de sí, ser permanencia y
ser metamorfosis (constante devenir). Esta lógica impide el uso político de la idea de
comunidad identitaria para discriminar (...) a otro» (p. 23).
En conclusión, cuando enfrentamos la dimensión ética, debemos equilibrar igualdad
con diversidad, pertenencia con apertura hacia el medio externo, identidad con tolerancia,
y conexión y apoyo con libertad, lo cual sin duda constituye un importante reto para
quienes trabajamos en el fortalecimiento de comunidades.
TRAYECTORIA CONCEPTUAL DE LA PSICOLOGÍA COMUNITARIA EN CHILE DESDE LOS AÑOS 90 A LOS 2000 257

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Nota

2. De hecho, Sánchez Vidal (1996) sostiene que “esa destrucción sería un problema
capital de las sociedades industriales contemporáneas y su reconstrucción la clave
del desarrollo de la PC” (p.45).

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