Tema 10 Confirmados en La Fe para Ser Testigos
Tema 10 Confirmados en La Fe para Ser Testigos
Tema 10 Confirmados en La Fe para Ser Testigos
Oración:
Dios nuestro, dame la fuerza de tu Espíritu que me permita ser testigo de tu Hijo y su fiel servidor
en dondequiera que vaya. Fortalece mi fe y aumenta mi deseo de alcanzar la santidad. Fortalece mi
voluntad para rechazar la tentación y me comprometa con la misión poniendo mi vida a tu
disposición. Por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor. Amén.
Canto:
Somos Testigos
El Señor resucitó venciendo la muerte en la Él está aquí, Su espíritu nos mueve para
cruz, nuestra esperanza está en Él; Él es nuestro amar.
Salvador. Atrás quedó el temor, la duda y la
poca fe, hagamos ya realidad un Reino nuevo de
amor.
Tú nos reúnes, Señor, en torno al cáliz y al pan
Somos testigos de la resurrección. Él está y nos invitas a ser la Luz del mundo y la sal.
aquí, está presente, es Vida y es Verdad. Donde haya odio y dolor haremos presente tu
Somos testigos de la resurrección, paz, en cada gesto de amor, María Madre estará.
La idea de un proceso temporal debe eliminarse de nuestra mente, ya que la confirmación marca el
inicio de una vida de testimonio, de entrega y participación en la vida de la Iglesia. Una persona se
confirma para ser mejor cristiano con una mayor pertenencia a la Iglesia. Es más, la Iglesia es
nuestra fuente de vida cristiana que marca nuestro caminar en todo momento.
La Resurrección es el acontecimiento decisivo e inicial que culmina en Pentecostés, que es, por
decirlo así, su expansión propia. Ciertamente, el Bautismo es ya un Bautismo en el Espíritu, pero la
Confirmación celebra esa plenitud que hace del cristiano un testigo de su fe, un enviado. Por el
Bautismo nacemos a la" fe; por la Confirmación, somos testigos de ella. “Con el sacramento de la
Confirmación los renacidos en el Bautismo reciben el Don inefable, el mismo Espíritu Santo, por el
cual son enriquecidos con una fuerza especial y, marcados por el carácter del mismo sacramento,
quedan vinculados más perfectamente a la Iglesia, mientras son más estrictamente obligados a
difundir y defender con la palabra y las obras la propia fe como auténticos testigos de Cristo”.
El Nuevo Testamento deja bien claro en qué modo el Espíritu Santo asistía a Cristo en el
cumplimiento de su misión. Jesús, en efecto, después de haber recibido el bautismo de Juan, vio
descender sobre sí el Espíritu Santo (Mc 1, 10), que permaneció sobre El (Jn 1, 32). Este es un
pasaje importante de los Evangelios que guarda estrecha relación con la iniciación cristiana. El
evangelio considera este descenso del Espíritu como una unción. Así lo proclama Pedro ante
Cornelio y sus familiares: “Conocen lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba
el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con
la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo;
porque Dios estaba con él” (Hch 10, 37-38).
Lo mismo proclama Jesús en la sinagoga de Nazaret: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él
me ha ungido...” (Lc 4, 18). Jesús, confortado con su presencia y ayuda, fue impulsado por el mismo
Espíritu a dar comienzo públicamente a su ministerio mesiánico.
Jesús prometió, además, a sus discípulos que el Espíritu Santo les ayudaría también a ellos,
infundiéndoles aliento para dar testimonio de la fe, incluso delante de sus perseguidores. La víspera
de su pasión aseguró a los Apóstoles que enviaría de parte del Padre, el Espíritu de verdad (Jn 15,
26), el cual permanecería con ellos para siempre (Jn 14, 16) y les ayudaría eficazmente a dar
testimonio de sí mismo (Jn 15, 27). Finalmente, una vez resucitado, Cristo anunció la inminente
venida del Espíritu y la misión evangelizadora de los apóstoles: “Cuando el Espíritu Santo descienda
sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en Samaría y hasta en los
confines del mundo” (Hch 1, 8).
“Como el Padre me envió, así los envío a ustedes” (Jn. 20, 21). “Serán mis testigos en Jerusalén,
en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» (Hch.1, 8).
San Pablo nos presenta el mundo como un lugar público, en el cual somos expuestos para servir de
espectáculo a los hombres, ante los cuales por lo mismo debemos dar testimonio de nuestra
condición (1 Cor 4, 9; cf. 2 Cor 4, 8-12).
Entre los testigos de Cristo ocupan un lugar privilegiado los mártires, cuyo nombre mismo quiere
decir testigo, los cuales han dado testimonio de Cristo no sólo con sus palabras, sino, con lo que es
de más valor para el hombre: la propia vida. La Iglesia es el gran testigo le Cristo ante las naciones
de la Tierra. Su misión es dar testimonio de la salvación de Cristo y hacerla presente en medio de los
hombres. Dentro de la Iglesia, el cristiano debe dar testimonio de lo que ha visto y oído acerca de
Cristo. Testimonio de palabra, de obra y, si es preciso también, con su vida. Porque también en
nuestro tiempo la Iglesia cuenta con mártires entre sus hijos, en diferentes partes del mundo,
víctimas de leyes injustas en países ateos o enemigos del nombre cristiano.
Ser cristiano católico, no consiste únicamente en no matar, en no robar. Cristo nos propuso un ideal
más perfecto, que esas cosas meramente negativas; y nos puso a nosotros, a mí, cristiano, para dar
testimonio de ese ideal. Y para dar testimonio en mi vida privada y en mi vida social, sin
contradicciones entre lo que creo y lo que hago.
1. De lo que ha visto y oído: es decir, del amor que Dios ha tenido para con los hombres y de
la salvación que Él nos ha manifestado en Cristo.
3. De lo que espera. Porque es parte del Pueblo de Dios, que va ya en marcha hacia la plena
posesión de los bienes prometidos. Vive en una comunidad de esperanza y por lo mismo
sabe que “las tribulaciones del tiempo presente no guardan proporción con la gloria que se ha
de manifestar en nosotros” (Rm 8, 18).
El cristiano, sin embargo, no está solo en este esfuerzo de testimonio. Para ello recibe la fuerza del
mismo Espíritu Santo, cuya tarea propia es dar a cada uno las gracias que le son necesarias, para
cumplir con su misión de testigo en el puesto que ocupa entre los hombres y en la sociedad (1 Cor
12, 4-11). La escucha de la Palabra de Dios en estos días es un llamamiento a nuestra entrega a
Cristo, una invitación a asumir nuestro deber de ser testigos suyos, a hacer presente en el mundo el
testimonio mismo de Dios.
Nivel Personal: La experiencia de encuentro con Cristo vivo es la que marca la capacidad de ser
testigos y dicho encuentro está marcado por la acción del Espíritu Santo.
Nivel Eclesial: El testimonio de Cristo tiene su centralidad de la que se nutre en la Iglesia, cuerpo
místico de Cristo. Es en la vida eclesial en donde se nos alimenta con la Palabra de Dios y los
sacramentos, orientando a seguir la conformación de la comunidad de discípulos-testigos.
Nivel Social: Hoy más que nunca la sociedad necesita testigos, más que personas que sólo enseñen
teoría. Los testimonios son los que mueven a la gente a un encuentro con Jesucristo, y no tanto las
palabras.
Para la Reflexión:
Finalizar con la oración de las Santa Misiones Populares de la Diócesis de Santa Rosa de Lima.