Inmanuel Kant - Filosofia para Arquitectos - Mitrovic
Inmanuel Kant - Filosofia para Arquitectos - Mitrovic
Inmanuel Kant - Filosofia para Arquitectos - Mitrovic
Kant
Tomado de Mitrovic, B. (2011). Philosophy for Architects. Nueva York: Princeton Architectural Press
Teoría Superior. Escuela de Arquitectura y Diseño. UNAH
Immanuel Kant, cuya definición de la Ilustración se discutió en el capítulo anterior, es posiblemente
el filósofo más influyente de la Era Moderna. Sus ideas constituyen un planteamiento
excepcionalmente exhaustivo sobre las implicaciones de las diversas posturas intelectuales vigentes
durante la Ilustración. El impacto de sus puntos de vista, ya sea por adopción o por rechazo, se ha
hecho sentir y ha sido extremadamente profundo en todos los campos de la filosofía.
Kant nació y se crio en la ciudad alemana de Königsberg en el este de Prusia (hoy en día, esto es
Kaliningrado en la Rusia moderna). Pasó su vida allí y enseñó a numerosos temas en la universidad
local y, además de su trabajo en la filosofía, hizo importantes contribuciones a las ciencias. Por
ejemplo, contribuyó activamente a los debates astrofísicos sobre el origen del Sistema Solar. Las
obras filosóficas más importantes de Kant son la Crítica de la Razón Pura (1781), la Crítica de la
Razón Práctica (1788), y la Crítica del Juicio (1790). El primero de estos tres libros discute la teoría
del conocimiento, el segundo la ética, y el tercero la estética. Para lograr una perspectiva más
amplia de las ideas de Kant y de las implicaciones de su filosofía, es especialmente importante tener
en cuenta el primer libro. El tercer libro es importante por su impacto en la estética como disciplina
filosófica y por lo tanto en la teoría arquitectónica.
Los temas centrales de la primera crítica de Kant son los límites del conocimiento humano y la
tendencia de la razón humana para tratar de resolver las cuestiones que están fuera de su alcance ‐
en particular, la existencia de Dios, la inmortalidad del alma, y la infinidad del universo. Pero Kant
llega a estas interrogantes después de un extenso examen de las capacidades cognitivas humanas,
comenzando con una serie de observaciones simples sobre el conocimiento humano para ir
gradualmente construyendo las preguntas más difíciles.
Se mencionó en el capítulo anterior que los filósofos de la Ilustración debatieron ampliamente la
cuestión de si una parte del conocimiento puede ser innato en la mente humana, o si todo el
conocimiento proviene de la experiencia. La posición de Kant es que todo conocimiento comienza
con la experiencia, pero que no todo se deriva de la experiencia. Él llama a priori a la clase de
conocimiento que no deriva de la experiencia. Tal conocimiento se caracteriza por la certeza y se
refiere a algo es necesario (por lo general las cosas que simplemente no podrían ser diferentes). Por
ejemplo, uno podría no haber contado tantos números como para saber que 23,765 + 475,869 =
499,634, por lo que no se puede saber por la experiencia que es cierto. Sin embargo, es
matemáticamente imposible que no lo sea. Del mismo modo, una persona puede nunca haya visto
un polígono regular con veinte lados, pero él o ella pueden saber que en geometría un polígono tal
no puede tener una suma de ángulos internos de mayor o menor que treinta y seis ángulos rectos.
Sin embargo, el conocimiento a posteriori, es conocimiento derivado de la experiencia, y se refiere
a cosas que podrían ser diferentes. La casa frente a mí es verde, pero podría haber sido azul si
hubiera sido pintada de forma diferente.
El conocimiento a posteriori, es conocimiento derivado de la experiencia, el conocimiento a
priori es independiente de la experiencia
En la introducción a este libro, vimos que una proposición es aquello que afirmamos como
verdadero o falso. Kant opera con los juicios como proposiciones. Un juicio es una proposición que
alguien sabe o cree que es verdad. La comprensión platónica de las proposiciones es que existen y
pueden ser verdaderas o falsas, independientemente que si alguien les cree; 2 +3 = 5 es verdadero
incluso si todos los humanos mueren. Pero lo que Kant llama juicio siempre pertenecerá a un sujeto
pensante.
Kant distingue entre juicios analíticos y sintéticos. Ambos tipos de juicios afirman que un objeto
posee una propiedad determinada. Los juicios analíticos son verdaderos porque esta propiedad se
incluye en la definición de ese mismo objeto. Por ejemplo, las expresión "todos los solteros son
hombres no casados" es verdadera porque el concepto de soltero incluye la propiedad de no estar
casado. Con los juicios sintéticos, no es este el caso.
Por ejemplo, en "este puente es de color amarillo," el concepto de "este puente" no implicz
necesariamente que sea de color amarillo. Todos los juicios cuya verdad se conoce a posteriori, por
lo tanto, tienen que ser sintéticos: conocemos su verdad de la experiencia y no por tener en cuenta
los conceptos que incluyen. Viceversa, todos los juicios analíticamente verdaderos son conocidos a
priori: no necesitamos que la experiencia nos diga que todos los solteros son hombres no casados,
ya que una persona casada simplemente no cuenta como soltero. El simple análisis del concepto
soltero es suficiente para indicarnos que el juicio es verdadero.
Sin embargo, Kant sostiene, que sabemos que algunos juicios son verdaderos independientemente
de cualquier experiencia, al mismo tiempo, ningún análisis de los conceptos que estos contienen
nos ayudaría a establecer que son verdaderos. Para el caso, en el ejemplo anterior, podemos tener
el concepto de los números 23,765 y 475,869, pero ninguno de ellos incluye el concepto de
499,634. Así que este juicio es sintético, y también se sabe a priori que es verdadero. Los teoremas
matemáticos y leyes físicas tienden a ser juicios sintéticos y verdades a priori. Por ejemplo, es un
juicio sintético que cada evento tiene una causa, no puedo saber acerca de las causas más que a
través del análisis del concepto de un evento. Pero también es algo que yo no sé más que por
experiencia‐ si tuviera que saber que es verdad por la experiencia, tendría que revisar todos los
eventos que han pasado y ver que cada uno de ellos tenía una causa. Más bien, lo sé porque es
inconcebible para un evento que no tiene una causa.
El siguiente paso de Kant es preguntar cómo puede ser posible tal conocimiento. Si no obtenemos
por la experiencia el conocimiento de que tales juicios son verdaderos (ya que son a priori), ni
simplemente por su contenido (por ser sintéticos), entonces ¿de dónde viene este conocimiento?
La pregunta puede parecer una sutileza filosófica, pero resulta ser muy importante. Un astrónomo
puede calcular la posición de los planetas de antemano, pero ¿por qué en la realidad éstos siguen
los caminos y se mueven con la velocidad que el astrónomo ha calculado? El astrónomo conoce su
posición futura sobre la base de su propio razonamiento y cálculos matemáticos. Pero ¿cómo es
posible que los planetas realmente se comporten de acuerdo con esos cálculos? La misma pregunta
se puede, hacer casi cualquier evento físico cuyo resultado se prevé por adelantado sobre la base
de las leyes físicas conocidas y los cálculos matemáticos. Un cálculo matemático es en última
instancia un proceso mental, pero ¿cómo puede ser al mismo tiempo la regla según las cuales se
comportan los cuerpos? No podemos concebir que dos cuerpos físicos estén en el mismo lugar a la
vez o imaginar un evento sin una causa. Del mismo modo, no podemos imaginar más de una línea
recta entre dos puntos en el espacio. Es así como funciona la mente humana, pero ¿cómo es
posible que estos límites de la imaginación humana sean también las regularidades del mundo
material? Kant formula esta pregunta de una forma más general al cuestionarse cómo es posible
que existan regularidades en la naturaleza: por qué no está la naturaleza en un desorden absoluto
o, en una rapsodia, como él diría.
Su respuesta es que tales regularidades no son propiedad de las cosas‐en‐sí, sino que se imprimen
en nuestra experiencia por nuestro propio aparato cognitivo. Esas regularidades, sin las cuales no
podríamos imaginar el mundo son el resultado de los procesos que nos hacen conocer las cosas. No
podemos saber lo que las cosas son en sí mismas independientemente de nuestros procesos
cognitivos. Todo nuestro conocimiento sobre el mundo es adquirido sobre la base de los procesos
mentales que convierten nuestra interacción con las cosas‐en‐sí en nuestra experiencia. (Por cosas‐
en‐sí mismas, Kant quiere decir "las cosas‐como‐son‐ellas‐mismos"). Por este motivo, todo el
conocimiento que adquirimos a priori está destinado a ser el resultado de nuestro aparato
cognitivo, no es una propiedad de las cosas como son. Todo lo que podemos saber se basa en
nuestra experiencia, la cual se constituye a través de nuestro aparato cognitivo. Una manera de
entender cómo llegamos a conocer las cosas sería decir, por ejemplo, que los objetos externos que
reflejan la luz provocan procesos físicos en el ojo humano, que a su vez provoca otros procesos en
los nervios, y así sucesivamente. Pero para Kant, una explicación de este tipo implica una causalidad
física que es en sí misma simplemente un aspecto de la matriz que nuestro aparato cognitivo
impone en nuestra cognición. El argumenta que no hay certeza que los objetos externos no causen
algo. Por el contrario, nuestra mente organiza nuestra experiencia de acuerdo a ciertos principios, y
uno de estos principios es la organización necesaria de eventos en causas y efectos.
Un astrónomo puede calcular la posición de los planetas de antemano, pero ¿cómo es posible
que los planetas se comporten realmente de acuerdo con esos cálculos? Un cálculo matemático
es en última instancia un proceso mental, pero ¿cómo puede ser al mismo tiempo la regla según
las cuales se comportan los cuerpos?
Alrededor de la mitad de la obra más importante de Kant, la Crítica de la Razón Pura, se dedica a
catalogar los procesos cognitivos que convierten la interacción humana con las cosas‐en‐sí en
experiencia. Kant comienza con los sentidos. No podemos observar las cosas fuera del espacio y el
tiempo ‐no podemos percibir las cosas materiales sin concebir su ser en el tiempo y el espacio. Esto
significa que el espacio y el tiempo no son propiedades del mundo sino matrices que nuestro
aparato cognitivo utiliza para organizar nuestras percepciones. Las cosas no están realmente en el
espacio y tiempo, más bien nuestro aparato cognitivo organiza nuestra experiencia del mundo de
acuerdo al espacio y al tiempo. Nos proporciona conocimiento de los objetos como conocimiento
de las formas en el tiempo. Kant emplea la palabra alemana Anschauung para denominar esta
sección de nuestro aparato cognitivos, algunas traducciones al inglés utilizan de forma imprecisa el
término intuición. En cualquier caso, Anschauung es la parte del aparato cognitivo humano que
forma nuestro conocimiento acerca de las cosas que nos rodean como formas en el tiempo. El
conocimiento que adquirimos a través de los sentidos es posteriormente procesado por nuestro
entendimiento, que es la capacidad para emitir juicios. No podemos emitir juicios sobre algo que no
sean juicios referentes a una cosa, a varias cosas o a todas las cosas. Kant nuevamente concluye
que el hecho que nuestro conocimiento sólo pueda referirse a solo una de esas tres opciones (no
hay cuarta opción) no es una propiedad de las cosas en sí mismas, sino de la forma en que nuestra
experiencia se organiza de acuerdo a los conceptos de singular, múltiple, o total. Él llama a tales
conceptos categorías.
Para Kant las cosas no están realmente en el espacio y tiempo, más bien nuestro aparato
cognitivo organiza nuestra experiencia del mundo de acuerdo al espacio y al tiempo.
Los principios también estructuran nuestra experiencia. Por ejemplo, nada puede tener
propiedades contradictorias: una cosa que sea de color rojo y no rojo al mismo tiempo es imposible
de imaginar, no puede existir. Además, todas las cosas existen solo una vez. Es imposible concebir
una situación en la que habría más de una vez o en la que las cosas existiesen más de una vez. Para
el caso, es imposible imaginar e imposible de experimentar eventos que no sean consecutivos o
concurrentes con el otro, sino simplemente en dos órdenes temporales paralelos y diferentes. Del
mismo modo, todo lo que viene debe tener algo de donde procede por alguna regla. Es
inconcebible, y de hecho no es así, que las cosas surjan de la nada.
Para Kant, estos principios no son lo que las cosas en sí son, sino que es más bien la forma en que
nuestro aparato cognitivo organiza nuestra experiencia de las cosas. Tales principios del
entendimiento son los principios del raciocinio humano sobre las cosas y determinan los límites de
lo que puede ser experimentado en nuestra interacción con el mundo. Son las condiciones
necesarias de cualquier experiencia posible.
Kant, por consiguiente puede dar una nueva respuesta a la pregunta acerca de la existencia del
mundo fuera de la mente humana. No tiene sentido hacer esa pregunta, responderá, porque
simplemente no podemos conocer cómo son las cosas en sí. No podemos llegar a conocerlas
independientemente de nuestro aparato cognitivo, que determina cuál es nuestra posible
experiencia del mundo. No puede haber un conocimiento independiente de nuestra capacidad de
conocer.
No puede haber un conocimiento independiente de nuestra capacidad de conocer.
Kant pasa luego a analizar la tendencia de la razón (a la que concibe como una sección superior al
entendimiento, en la mente humana) de aplicar tales principios de entendimiento a las preguntas
sobre la existencia de Dios, la inmortalidad del alma, y el infinito frente a la finitud del universo, Al
sistematizar diversos argumentos y sus contra‐argumentos, Kant muestra que estas preguntas son
irresolubles mediante el razonamiento lógico y sobre la base de los principios a priori de nuestra
comprensión.
Comenzando en el próximo capítulo, veremos la gran variedad de respuestas dadas a la filosofía de
Kant y cómo la reacción (crítica o defensa) ha formado el pensamiento filosófico durante los dos
últimos siglos. Una línea particularmente persistente de las críticas ha sido que Kant, al describir los
procesos cognitivos humanos y suponiendo que algunos de ellos son, a priori, asume su carácter
universal, es decir, que él creía que eran los mismos para todos. En línea con la ideología de la
Ilustración y su confianza en la racionalidad humana, Kant no consideraba las capacidades de
razonamiento humanas que él catalogó como dependientes del grupo (cultura), al que pertenecen
los individuos. Supuso que eran universales y que las condiciones necesarias de cualquier
experiencia posible eran las mismas para todos los individuos, independientemente de su origen
cultural, étnico o racial. Desde el surgimiento del relativismo cultural en el siglo XIX, este aspecto de
su filosofía ha sido a menudo criticado. Al mismo tiempo, no es fácil de hacer una crítica específica e
indicar de cuáles capacidades cognitivas carecen de los miembros de ciertos grupos culturales. Los
principios de la cognición humana que Kant catalogó son tan fundamentales que es difícil imaginar
cómo sería la cognición sin ellos. No existe una cultura conocida cuyos miembros puedan percibir
cosas fuera del espacio y del tiempo, o en la que la experiencia de sus miembros se organice en más
de un orden temporal completamente independiente. Si hubiera culturas que organicen su
experiencia en formas radicalmente diferentes de la nuestra, no podríamos comunicarnos con ellos
ni los comprenderíamos. No podrían transmitimos su experiencia, y nosotros no sabríamos de ella.
Kant no consideraba las capacidades de razonamiento humanas que él catalogó como
dependientes del grupo (cultura), al que pertenecen los individuos. Supuso que eran universales
y que las condiciones necesarias de cualquier experiencia posible eran las mismas para todos los
individuos, independientemente de su origen cultural, étnico o racial.
Las culturas en sí son grupos de individuos, y uno sabe acerca de ellas sobre la base del propio
aparato cognitivo. No se puede simplemente decir que dichos grupos existen y que la pertenencia
a dichos grupos determina la cognición de un individuo sin explicar cómo la cognición humana
proporciona conocimiento sobre esos grupos. Si intentáramos hablar simplemente de otros grupos
(culturas) sin explicar cómo sabemos que existe, enfrentaríamos el problema de probar su
existencia. Los críticos de Kant dicen que existen cosas como las culturas y que las culturas hacen
que nuestra cognición trabaje de cierta manera1. Sin embargo, la noción de que todo conocimiento
es derivado de la cultura hace a sus proponentes vulnerables al cuestionamiento de cómo saben
ellos que hay culturas. Cuando ellos hablan de culturas asumen la existencia de un mundo externo.
En otras palabras, regresamos al viejo problema de Descartes en su forma prekantiana. La crítica a
las tendencias iluministas kantianas resulta simplemente en el retorno a las posiciones filosóficas
anteriores a la Ilustración. Kant no vivió lo suficiente para leer el trabajo de sus críticos, pero es fácil
ver que desde su posición que éstos están emitiendo cheques filosóficos que finalmente no podrían
canjear.
Belleza
Kant desarrolló sus puntos de vista sobre la estética en su Crítica del Juicio, que fue su última obra.
En vez de proponer una única teoría estética, Kant ofrece una serie de diferentes teorías estéticas y
reflexiones profundas que a menudo son mejor consideradas por separado, sin tener que buscar un
sistema estético coherente. La primera sección del libro es la parte que más nos interesa por su
impacto, directo e indirecto en los debates arquitectónicos durante los dos siglos siguientes.
1
Este punto de vista implica que los individuos que pertenecen a diferentes grupos, como las culturas, tienen
aparatos cognitivos distintos y que, consecuentemente, estructuran su experiencia del mundo de manera
radicalmente diferente. Durante el siglo XX, estuvo de moda afirmar que la gente de distintas culturas habita
realidades distintas porque su experiencia del mundo es diferente. No ayuda afirmar que este punto de vista
no es científico y que, por ejemplo, la ciencia ha demostrado que las personas tienen cerebros, ojos, etc., que
funcionan de forma similar. Los críticos de Kant rechazaron a menudo a la ciencia como una simple forma de
comprender el mundo típicamente occidental (de las sociedades europeas y norteamericanas).
El aspecto importante del juicio de lo belleza, escribe Kant en la introducción, es que es
independiente de cualquier concepto que uno pudiera asociar con las cosas que uno considera
bellas. Al lidiar con las cosas que nos rodean, generalmente las subsumimos bajo conceptos, por
ejemplo, yo percibo algo y entonces reconozco que es de color verde y una silla. En otras palabras
lo subsumo bajo el concepto de algo verde y el concepto de silla. Yo también podría subsumirlo bajo
el concepto de pieza de mobiliario o de algo en el que puedo sentarme o bajo muchos otros
conceptos. Hemos visto que el entendimiento involucra conceptos y ya que para Kant los conceptos
no contribuyen a la belleza de las cosas, esto significa (dentro de su esquema de capacidades
cognitivas) que el juicio de lo bello es puramente un juicio de los productos de la Anschauung –la
parte del aparato cognitivo que trata con las formas en el tiempo y el espacio.
De acuerdo a Kant, el juicio de lo bello es desinteresado, subjetivo e independiente de los
conceptos que uno puede asociar con las cosas que uno juzga como bellas.
Puede parecer sorprendente que Kant sostiene que la belleza es independiente del concepto como
silla y verde. El punto es que el objeto ha de ser juzgado puramente hermoso sobre la base
propiedades percibidas (por ejemplo, forma o color) y no porque nosotros lo subsumimos
(clasificamos) bajo el concepto de un objeto que tiene una determinada forma y color. El color
verde de una cosa que va a contribuir a la belleza de esa cosa porque se encuentra en una relación
particular con otras propiedades de esa cosa (sus otros colores, su forma) y no porque clasificamos
dicha cosa como verde (es decir, que tomamos conciencia que tiene el mismo color que otras cosas
verdes).
Lo que Kant logra con el argumento de los juicios estéticos no conceptuales es constituir la base
desde la cual puede afirmar que estos juicios pueden ser imparciales. Si he de juzgar algo
independiente de cualquier concepto, entonces no voy a ser capaz de favorecer un cierto trabajo
sobre la base de mi apego personal al mismo (por ejemplo, porque me recuerda a mi infancia o
porque fue hecho por mi compatriota); esos tipos de apegos son siempre conceptuales. El punto
importante de Kant es que el juicio de lo bello en un objeto debe ser desinteresado. Obviamente,
cualquier interés que puedo tener en un objeto tendrá que ser conceptual, y la no conceptualidad
del juicio de lo bello implica desinterés.
Esto quiere decir que la belleza no es una propiedad objetiva de una cosa hermosa. Objetivo aquí
significa una propiedad que pertenece a la cosa, como "ser duro" o "ser rápido." Más bien la belleza
es subjetiva, dice Kant. Subjetivo aquí no quiere decir, como se emplea cotidianamente, “en
relación con los individuos." Más bien, significa que el juicio de lo bello es el resultado de los
procesos mentales cognitivos del sujeto. A veces se dice que la belleza está en el ojo del que mira, la
posición de Kant podría ser descrita como la noción que la belleza está en la mente del espectador.
Al mismo tiempo, Kant no dice que los juicios de belleza sean generalmente universales o válidos
para todo el mundo. Sin embargo, hace hincapié que cuando la gente emite juicios que son
genuinamente no conceptuales y desinteresados, se espera que todos los demás emitan también el
mismo tipo de juicios. Ellos no pueden esperar que alguien piense distinto sin ser parcial. Lo que la
gente espera es que todos tengan la misma capacidad para el juicio; si las mismas cosas son
juzgadas por personas con las mismas capacidades de juicio y sus sentencias son imparciales,
juzgarán las cosas de la misma manera. De lo que dice Kant, estaríamos a solo un paso de la idea
que cuando los seres humanos basan sus juicios en la forma de un objeto, sus similares (o iguales)
capacidades cognitivas deberían proporcionar juicios estéticos similares (o iguales). Esta posición
fue efectivamente tomada más tarde por algunos seguidores formalistas de Kant.
Cuando la gente emite juicios que son genuinamente no conceptuales y desinteresados, se
espera que todos los demás emitan también el mismo tipo de juicios.
Ya que los juicios de belleza no son conceptuales, Kant también infiere que es imposible establecer
una regla que determinen qué objetos son hermosos y cuales no lo son. Su punto es que las reglas
siempre tienen que trabajar con conceptos: uno no puede saber que una determinada regla se
aplica a un objeto determinado, sin subsumir ese objeto bajo el concepto correspondiente. Por
ejemplo, si veo una cosa, contemplo su forma, obtengo placer visual de la misma, y formulo el juicio
de que es hermosa, he hecho un auténtico juicio estético. Puede entonces subsumir esa cosa bajo
el concepto de una rosa y afirmar "esta rosa es bella." Podría haber sido consciente de que la cosa
era una rosa desde el principio. Lo que importa es que he basado mi juicio sobre la contemplación
de su forma y no en el concepto con el que la asocio. Si trato de aplicar y seguir una regla y se basa
en el argumento de que "todas las rosas son hermosas, esta es una rosa, por lo que es hermosa",
entonces con el fin de aplicar esta regla, tengo que empezar por subsumir la cosa delante mi de
bajo el concepto de una rosa. En ese caso, ya no estoy haciendo un juicio estético, sino un
argumento lógico.
La sección introductoria de la Crítica del Juicio de Kant por tanto formula una teoría estética que fue
concisa en su razonamiento y convincente en sus supuestos. ¿Cuál es, después de todo, el fin de
hablar sobre lo bello si uno no dice cómo el juicio de la belleza puede ser imparcial? Suponer que el
juicio de la belleza es siempre parcial dificulta afirmar que cuando decimos que algo es bello sea
más que una alabanza vacía y sin sentido. Pero al basar la belleza en la no conceptualidad Kant
reduce la gama de artes cuyos productos pueda decirse que son bellos. A la arquitectura y la música
les va bien (aunque Kant no era aficionado de la música). En el caso de la pintura y la escultura, el
disfrute que se origina en los aspectos representativos de la obra –lo que expresa, representa, imita
o significa‐ deberá ser considerado independiente de su belleza. De esta manera, podría decirse
que Kant estaba defendiendo el arte no representativo y abstracto más de un siglo antes de su
tiempo. En cuanto a la poesía y la literatura, no está claro cómo podrían considerarse bellas por
cuenta de Kant, ya que dependen completamente en conceptos. Como es de esperar, los críticos
más vehementes de Kant provendrán del campo literario.
Formalismo
La idea de que algunas cosas se juzgan como bellas (o que se les puede atribuir alguna otra
propiedad estética) independientemente de los conceptos, ideas o significados que asociamos con
ellas se llama formalismo. La idea es que algunos objetos pueden ser disfrutados como son,
independientemente de nuestro conocimiento previo, prejuicios o el contenido conceptual que
aportamos cuando pensamos en ellos. Nuestras asociaciones son siempre nuestras, pero algunas
cosas están disponibles para nuestro disfrute, independientemente de lo que podemos pensar
conceptualmente de ellas. Ya Aristóteles había dicho que hay cosas que pueden ser disfrutadas por
sí mismas, y Alberti había expresado ideas similares, pero el sistema formalista que Kant articuló a
principios de esta tercera crítica es comúnmente considerado como el nacimiento de la estética
formalista.
El formalismo en estética asume que algunos objetos pueden ser disfrutados por lo que son
independientemente de nuestro conocimiento previo, prejuicios o el contenido conceptual que
aportamos cuando pensamos en ellos.
Muchas reacciones tempranas a las ideas estéticas de Kant fueron fuertemente negativas. Estas
críticas fueron una consecuencia del surgimiento del romanticismo y el rechazo a los valores de la
Ilustración, y vinieron principalmente de las posiciones expresadas en el mundo de la literatura. En
1854, el teórico musical Eduard Hanslick (1825‐1904) publicó su libro, De lo Bello en la Música, que
promovió la postura formalista. El libro tuvo una amplia circulación y marcó el inicio el renacimiento
de la estética kantiana‐formalista. Hanslick, quien en gran medida se basó en la terminología de
Kant, describió el disfrute de la música como una de las funciones de la Anschauung. Hanslick
argumentó en contra de la noción de que lo que importante en la música es conducir y expresar
emociones o provocarlas en el oyente. Ese tipo de disfrute es patológico en su opinión. Un oyente
educado no prestará atención a su reacción emocional a una pieza musical sino que se concentrará,
más bien, en los aspectos musicales específicos de la composición, la relación entre tonos y ritmo.
Lo que interesa es la obra musical en sí, no nuestro conocimiento respecto a las circunstancias
externas en las que dicha obra fue creada. Hanslick discute acerca de un problema similar en las
artes visuales, donde los historiadores de arte se concentran a menudo en conocer lo más que se
pueda sobre la vida de los artistas en particular y muestran poco interés en las obras de arte en sí.
Conrad Fiedler (1841‐1895) explica en detalle ideas similares en el ámbito de las artes visuales en su
libro “Sobre el Juicio de las Obras de Arte Visual (1876). Fiedler define el gusto como la sensibilidad
estética en la que nos basamos para juzgar las obras artes visuales. El gusto educado es rápido y
definitivo en sus juicios, dice. Fiedler dedicó mucha de su atención a enfrentar el enfoque que juzga
las obras de arte visuales en base a sus propiedades no artísticas. El interés en los valores artísticos
inicia donde termina el interés en el contenido intelectual de la obra. Incluso si el artista pretende
que la obra exprese algún pensamiento, la fuerza artística de la obra no dependerá de este
pensamiento. Es también importante dejar a un lado las diferentes formas de conocimientos
adquiridos sobre las artes que se concentran en los aspectos no artísticos de las obras. Si nos
concentramos en los aspectos artísticos de una obra, entonces su perspectiva histórica (en la que se
interesan los historiadores de arte) o las ideas abstractas que la obra podría expresar (que serían de
interés del filósofo) serían irrelevantes. Fiedler también adoptó la visión kantiana que lo que
importa en las artes visuales son juicios no conceptuales. Él dice que para alcanzar la plenitud de la
experiencia una persona debe abstenerse de subsumir la obra de arte bajo algún concepto. Se
quejó, sin embargo, que los sistemas educativos modernos insisten en desarrollar la capacidad de
subsumir las obras bajo conceptos, lo que tiene efectos negativos en la capacidad del público de
disfrutar de las obras de arte.
El interés en los valores artísticos inicia donde termina el interés en el contenido intelectual de
la obra.
El siglo XIX vio el surgimiento de la historia del arte como disciplina. El hecho de que dicha disciplina
fuera originalmente parte de los departamentos de arte significó que las obras artísticas se vieran
cada vez más como documentos históricos de su época o período. Para los historiadores, las obras
de arte no son interesantes por sus méritos artísticos, sino como ilustraciones o documentos de
ciertas tendencias históricas de su tiempo. Tanto Fiedler como Hanslick se percataron y se quejaron
por la persistencia de dicha tendencia entre los historiadores.
En la historia de la arquitectura esto condujo también a un dramático cambio de intereses. Dese el
Renacimiento los arquitectos habían estudiado, levantado sistemáticamente y analizando las obras
arquitectónicas del pasado para poder aprender de ellas. Obviamente, la selección sobre lo que
interesaba, lo que debía ser estudiado o examinado, se basó en preferencias estéticas e intereses
arquitectónicos. Palladio levantó extensivamente los templos romanos para que los arquitectos
pudieran aprender de ellos; de manera similar, Antoine Desgodetz produjo dibujos acotados de los
templos romanos para que fueran estudiados por los arquitectos. Pero en el siglo XIX, surgió otro
punto de vista, motivado por la necesidad que tenían los historiadores de estudiar los edificios
como documentos históricos, que sería crucial en la forma en que los historiadores de arte
abordarían la historia de la arquitectura.
Geoffrey Scott (1884‐1929) desarrolló el enfoque formalista en la arquitectura en su libro La
Arquitectura del Humanismo (1914). El libro fue ampliamente leído y apreciado a lo largo del siglo
XX, a pesar que sus puntos principales se oponen directamente a la teoría de la arquitectura
modernista que fue la dominante durante todo ese período. Scott insiste con vehemencia en la no
conceptualidad y desinterés cuando se juzga una obra arquitectónica. Por tanto, una parte
importante de su libro describirá los cuatro tipos de falacias en las que se incurre cuando la
arquitectura es juzgada en base a los conceptos o ideas asociadas con ella. La falacia romántica,
como él la califica, es la tendencia de ver en la arquitectura el símbolo de algo más y suprimir los
juicios basados exclusivamente en sus propiedades visuales. En su lugar, nos dice, la arquitectura es
juzgada en base a una idea que se le ha atribuido arbitrariamente. Scott dedica bastante tiempo en
mostrar la aleatoriedad de los distintos significados atribuidos, por ejemplo a la arquitectura
renacentista y gótica. La falacia mecánica es la tendencia de juzgar las obras arquitectónicas como
logros técnicos y la falacia técnica es la tendencia que confunde los juicios éticos y estéticos de las
obras arquitectónicas. La falacia biológica juzga las obras de acuerdo a su posición en una línea de
desarrollo: Un trabajo de Bramante no es apreciado en base a sus cualidades inherentes, sino como
precursor de la obra de Palladio. Pero, subraya Scott, la obra de Bramante tiene valores intrínsecos,
sin importar cómo contribuyó a cualquier desarrollo posterior.
Las falacias que Scott describe consisten en sustituir los juicios basados en las propiedades
visuales de la arquitectura por juicios basados en las distintas ideas o “significados “atribuidos
arbitrariamente a las obras arquitectónicas
En su análisis de estas cuatro falacias, Scott describe cuidadosamente cómo estas no toman en
consideración las cualidades visuales y espaciales de la arquitectura para basar la evaluación de la
obra arquitectónica en las distintas nociones que uno tiene sobre el edificio. Es ciertamente
procedente condenar una obra si ofende la moral propia, nos dice, pero no se debe confundir el
juicio ético con el estético. De manera similar, las obras de arquitectura son, en muchas ocasiones,
logros magníficos de la tecnología de edificación, pero la evaluación estética de la arquitectura no
equivale a la evaluación del logro tecnológico. Scott tenía una alta estima por la arquitectura
renacentista y barroca. Hemos visto cómo después del colapso de la Gran Teoría, los teóricos de la
Ilustración intentaban explicar o defender la relevancia de las viejas teorías y prácticas del diseño
renacentistas y barrocas. Si no existe un orden en el mundo en el que ciertas proporciones
impregnan el universo y aparecen en el movimiento de los planetas, el cuerpo humano o en la
música, entonces ¿cómo puede explicarse la preferencia por ciertas proporciones en el diseño?
¿Por qué debe uno diseñar los edificios con los órdenes clásicos (dórico, jónico o corintio)
proporcionados de cierta manera? La repuesta de Scott es que ciertas formas (especialmente las de
los órdenes clásicos) han sido trabajadas por varias generaciones de arquitectos. Los mejores
arquitectos del mundo dedicaron sus vidas a mejorarlas y adaptarlas, intentando encontrar las
relaciones adecuadas entre las partes. Las innovaciones exitosas fueron adoptadas y después
mejoradas por generaciones subsecuentes, las no exitosas no fueron tomadas en cuenta. La
arquitectura clásica, según el punto de vista de Scott, se convierte en una ciencia experimental,
como cualquier otra.