Introducción Verbi Sponsa

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Introducción Verbi Sponsa

VERBI SPONSA
Instrucción sobre la clausura de las Monjas

INTRODUCCIÓN
1. La Iglesia, Esposa del Verbo, lleva a cabo el misterio de su unión
exclusiva con Dios, de modo ejemplar, en los que se entregan a la vida
íntegramente contemplativa. Por este motivo la Exhortación apostólica
postsinodal Vita consecrata presenta la vocación y misión de las monjas de
clausura como « signo de la unión exclusiva de la Iglesia-Esposa con su
Señor, profundamente amado », (1) poniendo de relieve la gracia singular
y el don precioso en el misterio de santidad de la Iglesia.

Las monjas de clausura, en la escucha unánime y en la acogida amorosa de


la palabra del Padre: « Éste es mi Hijo predilecto, en el cual me complazco
» (cf. Mt 3, 17), permanecen siempre « con Él en el monte santo » (2 Pe 1,
17-18) y, fijando la mirada en Jesucristo, envueltas por la nube de la
presencia divina, se adhieren plenamente al Señor. (2)

Se reconocen de modo especial en María, (3) virgen, esposa y madre,


figura de la Iglesia, (4) y, participando de la bienaventuranza de quien
cree (cf. Lc 1, 45; 11, 28), perpetúan el « sí » y el amor de adoración a la
Palabra de vida, convirtiéndose, junto con Ella, en memoria del corazón
esponsal (cf. Lc 2, 19.51) de la Iglesia. (5)

La estima con la que la comunidad cristiana rodea desde siempre a las


monjas ha crecido paralelamente al descubrimiento de la naturaleza
contemplativa de la Iglesia y de la llamada de cada uno al misterioso
encuentro con Dios en la oración. Las monjas, en efecto, viviendo
continuamente « escondidas con Cristo en Dios » (cf. Col 3, 3), llevan a
cabo en grado sumo la vocación contemplativa de todo el pueblo
cristiano,6 convirtiéndose así en fúlgido testimonio del Reino de Dios (cf.
Rm 14, 17) « gloria de la Iglesia y manantial de gracias celestes ». (7)

2. A partir del Concilio Ecuménico Vaticano II, varios documentos del


Magisterio han profundizado el significado y el valor de este género de
vida, promoviendo la dimensión contemplativa de las comunidades de
clausura y su papel específico en la vida de la Iglesia, (8) especialmente el
Decreto conciliar Perfectae caritatis (n. 7 y n. 16) y la Instrucción Venite
seorsum, que ha presentado de modo admirable los fundamentos
evangélicos, teológicos, espirituales y ascéticos de la separación del
mundo con vistas a una dedicación total y exclusiva a Dios en la
contemplación.

El Santo Padre Juan Pablo II ha animado frecuentemente a las monjas a


permanecer fieles a la vida de clausura según el propio carisma y, en la
Exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, ha dispuesto que se
dieran ulteriormente normas específicas relativas a la disciplina concreta
de la clausura, en línea con el camino de renovación ya llevado a cabo,
para que responda mejor a la variedad de los Institutos contemplativos y a
las tradiciones de los monasterios, de modo que las contemplativas
claustrales, regeneradas por el Espíritu Santo y fieles a la propia índole y
misión, caminen hacia el futuro con auténtico impulso y nuevo vigor. (9)

La presente Instrucción, a la vez que reafirma los fundamentos doctrinales


de la clausura propuestos por la Instrucción Venite Seorsum (I-IV) y por la
Exhortación Vita consecrata (n. 59), establece las normas que deben
regular la clausura papal de las monjas, dedicadas a la vida íntegramente
contemplativa.

NOTAS
(1) Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata, sobre la vida
consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo (25 de marzo de 1996),
59.
(2) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina
Revelación, 8; Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata, sobre
la vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo (25 de marzo de
1996), 14; 32; Catecismo de la Iglesia Católica, 555; S. Tomás de Aquino,
Summa Theologiae, III, 45, 4, ad 2: « Apareció toda la Trinidad: el Padre
en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa »; Casiano,
Conferencia 10, 6: PL 49, 827: « Se retiró solo a la montaña a orar para
enseñarnos, dándonos de ese modo ejemplo de retiro, para que también
nosotros, si queremos interpelar a Dios con afecto de corazón puro e
íntegro, del mismo modo nos alejemos de toda inquietud y confusión de la
gente »; Guillermo de San Thierry, A los hermanos del Monte de Dios, I, 1:
PL 184, 310: « La vida solitaria fue practicada familiarmente por el mismo
Señor mientras estaba junto con los discípulos; cuando se transfiguró en el
Monte santo, provocando en ellos un deseo tal que Pedro dijo
inmediatamente: ¡Qué feliz sería permaneciendo aquí para siempre! ».
(3) Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata, sobre la vida
consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo (25 de marzo de 1996),
28; 112.
(4) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia,
63.
(5) Cf. Juan Pablo II, Enc. Redemptoris Mater (25 de marzo de 1987), 43;
Discurso a las monjas de clausura (Loreto, 10 de septiembre de 1995), 2:
« ?Qué es la vida claustral si no una continua renovación de un “sí” que
abre las puertas del propio ser a la acogida del Salvador? Vosotras
pronunciáis este “sí” en la diaria aceptación de la obra divina y en la
asidua contemplación de los misterios de la salvación ».
(6) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosantum Concilium, sobre la
sagrada liturgia, 2; Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los
Obispos de la Iglesia católica sobre algunos aspectos de la meditación
cristiana Orationis Formas (15 de octubre de 1989), 1; Catecismo de la
Iglesia católica, 2566-2567.
(7) Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Perfectae Caritatis, sobre la adecuada
renovación de la vida religiosa, 7; cf. Juan Pablo II, Ángelus (17 de
noviembre de 1996): « ¡Qué tesoro tan inestimable para la Iglesia y la
sociedad son las comunidades de vida contemplativa! ».
(8) Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 46;
Pablo VI, Motu proprio Ecclesiae sanctae (6 de agosto de 1966), II, 30-31;
Sagrada Congregación para los Religiosos y los Institutos seculares, La
dimensión contemplativa de la vida religiosa (12 de agosto de 1980), 24-
29; Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de
vida apostólica, Instr. Potissimum institutioni, sobre la formación en los
Institutos religiosos (2 de febrero de 1990), IV, 72-85; Juan Pablo II,
Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata, sobre la vida consagrada y su
misión en la Iglesia y en el mundo (25 de marzo de 1996), 8; 59.
(9) Cf. Pablo VI, Exhort. ap.Gaudete in Domino (9 de mayo de 1975), VI: «
La Iglesia, en efecto, regenerada por el Espíritu Santo, en cuanto que
permanece fiel a su tarea y a su misión, ha de ser considerada como la
verdadera “juventud del mundo” ».

Verbi Sponsa
Autor: Vaticano

Capítulo 1: Significado y valor de la clausura de monjas

En el misterio del Hijo que vive la comunión de amor con el Padre

3. Las contemplativas claustrales, de modo específico y radical, se


conforman a Jesucristo en oración sobre la montaña y a su misterio
pascual, que es una muerte para la resurrección.(10)

La antigua tradición espiritual de la Iglesia, seguida por el Concilio


Vaticano II, une expresamente la vida contemplativa a la oración de Jesús
« en la montaña », (11) o en cualquier caso, en un sitio solitario, no
accesible a todos, sino sólo a aquellos a los que Él llama consigo, en un
lugar apartado (cf. Mt 7, 1-9; Lc 6, 12-13; Mc 6, 30-31; 2 Pe 1, 16-18).

El Hijo está siempre unido al Padre (cf. Jn 10, 30; 17, 11), pero en su vida
hay un espacio, constituido por momentos particulares de soledad y
oración, de encuentro y comunión, en el júbilo de la filiación divina. Así
manifiesta Él la amorosa tensión y el perenne movimiento de su Persona de
Hijo hacia Aquel que lo engendra desde la eternidad.

Este asociar la vida contemplativa a la oración de Jesús en un lugar


solitario denota un modo especial de participar en la relación de Cristo con
el Padre. El Espíritu Santo, que condujo a Jesús al desierto (cf. Lc 4, 1),
invita a la monja a compartir la soledad de Jesucristo, que por medio del «
Espíritu eterno » (Hb 9, 14) se ofreció al Padre. La celda solitaria y el
claustro cerrado son el lugar donde la monja, esposa del Verbo Encarnado,
vive plenamente recogida con Cristo en Dios. El misterio de esta comunión
se le manifiesta en la medida en que, dócil al Espíritu Santo y vivificada
por sus dones, escucha al Hijo (cf. Mt 17, 5), fija la mirada en su rostro
(cf. 2 Co 3, 18), y se deja conformar con su vida, hasta la suprema
oblación al Padre (cf. Flp 2, 5ss) como expresa alabanza de gloria.

La clausura, incluso en su aspecto concreto, es, por eso mismo, un modo


particular de estar con el Señor, de compartir « el anonadamiento de
Cristo mediante una pobreza radical que se manifiesta en la renuncia no
sólo de las cosas, sino también del « espacio », de los contactos externos,
de tantos bienes de la creación », (12) uniéndose al silencio fecundo del
Verbo en la cruz. Se comprende entonces que « el retirarse del mundo
para dedicarse en la soledad a una vida más intensa de oración non es otra
cosa que una manera particular de vivir y expresar el misterio pascual de
Cristo », (13) un verdadero encuentro con el Señor Resucitado, en un
camino de continua ascensión hacia la morada del Padre.

En la espera vigilante de la venida del Señor, la clausura se convierte así


en una respuesta al amor absoluto de Dios por su criatura y el
cumplimiento de su eterno deseo de acogerla en el misterio de intimidad
con el Verbo, que se ha hecho don esponsal en la Eucaristía (14) y
permanece en el sagrario como centro de la plena comunión de amor con
Él, recogiendo toda la vida de la monja para ofrecerla continuamente al
Padre (cf. Hb 7, 25). Al don de Cristo-Esposo, que en la Cruz ofreció todo
su cuerpo, la monja responde de igual modo con el don del « cuerpo »,
ofreciéndose con Jesucristo al Padre y colaborando en la obra de la
Redención. De esta forma, la separación del mundo da a toda la vida de
clausura un valor eucarístico, « además del aspecto de sacrificio y de
expiación, adquiere la dimensión de la acción de gracias al Padre,
participando de la acción de gracias del Hijo predilecto ». (15)

En el misterio de la Iglesia que vive su unión exclusiva con Cristo


Esposo

4. La historia de Dios con la humanidad es una historia de amor esponsal,


preparado en el Antiguo Testamento y celebrado en la plenitud de los
tiempos.

La Divina Revelación describe con la imagen nupcial la relación íntima e


indisoluble entre Dios y su pueblo (Os 1-2; Is 54, 4-8; Jr 2, 2; Ez 16; 2 Co
11, 2; Rm 11, 29).

El Hijo de Dios se presenta como el Esposo-Mesías (cf. Mt 9, 15; 25, 1),


venido para llevar a cabo las bodas de Dios con la humanidad, (16) en un
admirable intercambio de amor, que comienza en la Encarnación, alcanza
la cumbre oblativa en la Pasión y se perpetua como don en la Eucaristía.

El Señor Jesús, derramando en el corazón de los hombres su amor y el del


Padre, los hace capaces de responder totalmente, mediante el don del
Espíritu Santo, que siempre implora con la Esposa: « Ven » (Ap 22, 17).

Esta perfección de gracia y santidad se realiza en la « Esposa del


Cordero... que baja del cielo, de Dios, resplandeciente de la gloria de Dios
» (Ap 21, 9-10).
La dimensión esponsal es característica de toda la Iglesia, pero la vida
consagrada es imagen viva de la misma, manifestando más profundamente
la tensión hacia el único Esposo. (17)

De modo aún más significativo y radical, el misterio de la unión exclusiva


de la Iglesia-Esposa con el Señor se expresa en la vocación de las monjas
de clausura, precisamente porque su vida está totalmente dedicada a Dios,
sumamente amado, en la constante tensión hacia la Jerusalén celeste y en
la anticipación de la Iglesia escatológica; fija en la posesión y en la
contemplación de Dios, (18) es una llamada para todo el pueblo cristiano a
la fundamental vocación de cada uno al encuentro con Dios, (19)
representación de la meta hacia la cual camina toda la comunidad eclesial,
(20) que vivirá siempre como Esposa del Cordero.

Por medio de la clausura, las monjas llevan a cabo el éxodo del mundo
para encontrar a Dios en la soledad del « desierto claustral », que
comprende también la soledad interior, las pruebas del espíritu y la
dificultad cotidiana de la vida común (cf. Ef 4, 15-16), compartiendo de
modo esponsal la soledad de Jesús en el Getsemaní y su sufrimiento
redentor en la cruz (cf. Ga 6, 14).

Además, las monjas, por su misma naturaleza femenina, manifiestan más


eficazmente el misterio de la Iglesia « Esposa Inmaculada del Cordero
Inmaculado », reconociéndose a sí mismas de manera singular en la
dimensión esponsal de la vocación íntegramente contemplativa. (21)

La vida monástica femenina tiene, pues, una capacidad especial para


realizar el carácter esponsal de la relación con Cristo y para ser signo vivo
de ella: ¿No es acaso en una mujer, la Virgen María, donde se cumple el
misterio de la Iglesia? (22)

A la luz de esto, las monjas reviven y continúan en la Iglesia la obra de


María. Acogiendo al Verbo en la fe y en el silencio de adoración, se ponen
al servicio del misterio de la Encarnación y, unidas a Jesucristo en su
ofrenda al Padre, se convierten en colaboradoras del misterio de la
Redención. Así como María, con su presencia orante en el Cenáculo,
custodió en su corazón los orígenes de la Iglesia, así al corazón amante y a
las manos juntas de las monjas se confía el camino de la Iglesia.

La clausura en su dimensión ascética

5. La clausura, medio ascético de inmenso valor, (23) es muy adecuada


para la vida enteramente dedicada a la contemplación. Es un signo de la
santa protección de Dios hacia su criatura y es, por otra parte, una forma
especial de pertenecer sólo a Él, porque la totalidad caracteriza la
absoluta entrega a Dios. Se trata de una modalidad típica y adecuada de
vivir la relación esponsal con Dios en la unicidad del amor y sin
interferencias indebidas de personas o de cosas, de modo que la criatura,
dirigida y absorta en Dios, pueda vivir únicamente para alabanza de su
gloria (cf. Ef 1, 6.10-12.14).

La monja de clausura cumple en grado sumo el primer mandamiento del


Señor: « Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma,
con todas tus fuerzas y con toda tu mente » (Lc 10, 27), haciendo de ello
el sentido pleno de su vida y amando en Dios a todos los hermanos y
hermanas. Ella tiende a la perfección de la caridad, acogiendo a Dios como
el « único necesario » (cf. Lc 10, 42), amándolo exclusivamente como el
Todo de todas las cosas, llevando a cabo con amor incondicional hacia Él,
en el espíritu de renuncia propuesto por el Evangelio (24) (cf. Mt 13, 45;
Lc 9, 23), el sacrificio de todo bien, es decir, « haciendo sagrado » a Dios
solo todo bien, (25) para que sólo Él habite en el silencio absoluto del
claustro, llenándolo con su Palabra y su Presencia, y la Esposa pueda
verdaderamente dedicarse al Único, « en continua oración e intensa
penitencia » (26) en el misterio de un amor total y exclusivo.

Por eso, la tradición espiritual más antigua ha asociado espontáneamente


al retiro completo del mundo (27) y de cualquier actividad apostólica este
tipo de vida que se hace irradiación silenciosa de amor y de gracia
sobreabundante en el corazón palpitante de la Iglesia-Esposa. El
monasterio, situado en un lugar apartado o en el centro de la ciudad, con
su particular estructura arquitectónica, tiene precisamente por objeto
crear un espacio de separación, de soledad y de silencio, donde poder
buscar más libremente a Dios y donde vivir no sólo para Él y con Él, sino
también sólo de Él.

Es pues necesario que la persona, libre de todo apego, inquietud o


distracción, interior y exterior, unifique sus facultades dirigiéndolas a Dios
para acoger su presencia en la alegría de la adoración y la alabanza.

La contemplación llega a ser la bienaventuranza de los puros de corazón


(Mt 5, 8). El corazón puro es el espejo límpido de la interioridad de la
persona, purificada y unificada en el amor, en cuyo interior se refleja la
imagen de Dios que allí mora; (28) es como un cristal terso, que iluminado
por la luz de Dios emana su mismo esplendor. (29)

A la luz de la contemplación como comunión de amor con Dios, la pureza


del corazón tiene su máxima expresión en la virginidad del espíritu, porque
exige la integridad de un corazón no sólo purificado del pecado, sino
unificado en la tensión hacia Dios y que, por consiguiente, ama totalmente
y sin división, a imagen del amor purísimo de la Santísima Trinidad, que ha
sido llamada por los Padres « la primera Virgen ». (30)

El desierto claustral es una gran ayuda para conseguir la pureza de corazón


entendida en este sentido, porque limita a lo esencial las ocasiones de
contacto con el mundo exterior, para que éste no irrumpa con sus variadas
modalidades en el monasterio, turbando su clima de paz y de santa unidad
con el único Señor y con las hermanas. De este modo la clausura elimina en
gran medida la dispersión, proveniente de tantos contactos innecesarios,
de una multitud de imágenes, que con frecuencia dan origen a ideas
profanas y deseos vanos, y de informaciones y emociones que distraen de
lo único necesario y disipan la unidad interior. « En el monasterio, todo se
orienta a la búsqueda del rostro de Dios; todo tiende a lo esencial, porque
es importante sólo lo que acerca a Él. El recogimiento monástico significa
atención a la presencia de Dios: si uno se distrae en muchas cosas, se
afloja el paso y se pierde de vista la meta ». (31)

La monja, apartada de las cosas externas en la intimidad de su ser,


purificando el corazón y la mente mediante un serio camino de oración, de
renuncia, de vida fraterna, de escucha de la Palabra de Dios y de ejercicio
de las virtudes teologales, está llamada a conversar con el Esposo divino,
meditando su Ley día y noche para recibir el don de la Sabiduría del Verbo
y, bajo el impulso del Espíritu Santo, hacerse con Él una sola cosa. (32)

Este anhelo de plena realización en Dios, en una ininterrumpida nostalgia


del corazón que con deseo incesante se dirige a la contemplación del
Esposo, alimenta el compromiso ascético de la monja. Embargada
completamente de su belleza, encuentra en la clausura su morada de
gracia y la bienaventuranza anticipada de la visión del Señor. Acrisolada
por la llama purificadora de la presencia divina, se prepara a la
bienaventuranza plena entonando en su corazón el canto nuevo de los
salvados, sobre el Monte del sacrificio y del ofrecimiento, del templo y de
la contemplación de Dios.

Por consiguiente, también la disciplina de la clausura, en su aspecto


práctico, debe ser tal que permita la realización de este sublime ideal
contemplativo, que implica la totalidad de la entrega, la integridad de la
atención, la unidad de los sentimientos y la coherencia de los
comportamientos.

Participación de las monjas de vida íntegramente contemplativa


en la comunión y misión de la Iglesia

En la comunión de la Iglesia
6. Las monjas de clausura, por su llamada específica a la unión con Dios en
la contemplación, se insertan plenamente en la comunión eclesial,
haciéndose signo singular de la unión íntima con Dios de toda la comunidad
cristiana. Mediante la oración, particularmente con la celebración de la
liturgia y su ofrecimiento cotidiano, interceden por todo el pueblo de Dios
y se unen a la acción de gracias de Jesucristo al Padre (cf. 2 Co 1, 20; Ef 5,
19-20).

La misma vida contemplativa es, pues, su modo característico de ser


Iglesia, de realizar en ella la comunión, de cumplir una misión en beneficio
de toda la Iglesia. (33) A las contemplativas de clausura no se les pide por
tanto que hagan comunión participando en nuevas formas de presencia
activa, sino más bien que permanezcan en la fuente de la comunión
trinitaria, viviendo en el corazón de la Iglesia. (34)
La comunidad de clausura es además una óptima escuela de vida fraterna,
expresión de auténtica comunión y fuerza que lleva a la comunión. (35)

Gracias al amor recíproco, la vida fraterna es el espacio teologal en el que


se experimenta la presencia mística del Señor resucitado: (36) en espíritu
de comunión, las monjas comparten la gracia de la misma vocación con los
miembros de su propia comunidad, ayudándose recíprocamente para
caminar unidas y avanzar juntas, concordes y unánimes, hacia el Señor.

Las monjas comparten con los monasterios de la misma Orden el empeño


de crecer en la fidelidad al carisma específico y al propio patrimonio
espiritual, colaborando para ello, si es necesario, en los modos previstos
por las Constituciones.

En virtud de su misma vocación, que las sitúa en el corazón de la Iglesia,


las monjas se comprometerán de modo particular a « sentir con la Iglesia
», con la adhesión sincera al Magisterio y la obediencia incondicional al
Papa.

En la misión de la Iglesia
7. « La Iglesia peregrinante es, por su propia naturaleza, misionera »; (37)
por ello, la misión es esencial también para los Institutos de vida
contemplativa. (38) Las monjas de clausura la viven permaneciendo en el
corazón misionero de la Iglesia mediante la oración continua, la oblación
de sí mismas y el ofrecimiento del sacrificio de alabanza.

De este modo, su vida se convierte en una misteriosa fuente de fecundidad


apostólica (39) y de bendición para la comunidad cristiana y para el mundo
entero.

La caridad, infundida en los corazones por el Espíritu Santo (cf. Rm 5, 5),


convierte a las monjas de clausura en cooperadoras de la verdad (cf. Jn 3,
8), partícipes de la obra de la Redención de Cristo (cf. Col 1, 24) y,
uniéndolas vitalmente a los demás miembros del Cuerpo Místico, hace
fecunda su vida, ordenada enteramente a la consecución de la caridad, en
beneficio de todos. (40) San Juan de la Cruz escribe que, « es más precioso
delante de Dios y del alma un poquito de este puro amor y más provecho
hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas esas cosas ».
(41) En el asombro de su espléndida intuición, S. Teresa del Niño Jesús
afirma: « ... entendí que la Iglesia tiene un corazón y que este corazón
está ardiendo en amor. Entendí que sólo el amor es el que impulsa a obrar
a los miembros de la Iglesia... Sí, he hallado mi propio lugar en la Iglesia...
en el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor ». (42)

La convicción de la santa de Lisieux es la misma de la Iglesia, expresada


repetidamente por el Magisterio: « La Iglesia está firmemente convencida,
y lo proclama con fuerza y sin vacilar, de que hay una relación íntima
entre oración y difusión del Reino de Dios, entre oración y conversión de
los corazones, entre oración y aceptación fructuosa del mensaje salvador y
sublime del Evangelio ». (43)

La aportación concreta de las monjas a la evangelización, al ecumenismo,


a la extensión del Reino de Dios en las diversas culturas, es
eminentemente espiritual, como alma y fermento de las iniciativas
apostólicas, dejando la participación activa en las mismas a quienes
corresponde por vocación. (44)

Además, quien llega a ser absoluta propiedad de Dios se convierte en don


de Dios para todos, por esto su vida « es verdaderamente un don que se
coloca en el centro del misterio de la comunión eclesial, acompañando la
misión apostólica de cuantos trabajan para anunciar el Evangelio ». (45)

Como reflejo e irradiación de su vida contemplativa, las monjas ofrecen a


la Comunidad cristiana y al mundo de hoy, necesitado más que nunca de
auténticos valores espirituales, un anuncio silencioso y un testimonio
humilde del misterio de Dios, manteniendo viva de este modo la profecía
en el corazón esponsal de la Iglesia. (46)

Su existencia, totalmente entregada al servicio de la alabanza divina en la


gratuidad plena (cf. Jn 12, 1-8), proclama y difunde por sí misma la
primacía de Dios y la trascendencia de la persona humana, creada a su
imagen y semejanza. Es, pues, una invitación para todos a « aquella celda
del corazón en la que cada uno está llamado a vivir la unión con el Señor
». (47)
Viviendo en la presencia y de la presencia del Señor, las monjas significan
una especial anticipación de la Iglesia escatológica, pues, fijas en la
posesión y en la contemplación de Dios, « prefiguran visiblemente la meta
hacia la cual se dirige la entera comunidad eclesial que, entregada a la
acción y dada a la contemplación, se encamina por las sendas del tiempo
con la mirada fija en la futura recapitulación de todo en Cristo ». (48)

El monasterio en la Iglesia local


8. El monasterio es el lugar que Dios custodia (cf. Za 2, 9); es la morada de
su presencia singular, a imagen de la tienda de la Alianza, en la que se
realiza el encuentro cotidiano con Él, donde el Dios tres veces Santo ocupa
todo el espacio y es reconocido y honrado como el único Señor.
Un monasterio contemplativo es un don también para la Iglesia local, a la
que pertenece. Representando su rostro orante, hace más plena y más
significativa su presencia de Iglesia. (49) Se puede parangonar una
comunidad monástica con Moisés, que en la oración determina la suerte de
las batallas de Israel (cf. Ex 17, 11), y con el centinela que vigila en la
noche esperando el amanecer (cf. Is 21, 6).

El monasterio representa la intimidad misma de una Iglesia, el corazón,


donde el Espíritu siempre gime y suplica por las necesidades de toda la
comunidad y donde se eleva sin descanso la acción de gracias por la Vida
que cada día Él nos regala (cf. Col 3, 17).

Es importante que los fieles aprendan a reconocer el carisma y el papel


específico de los contemplativos, su presencia discreta pero vital, su
testimonio silencioso que constituye una llamada a la oración y a la verdad
de la existencia de Dios.

Los Obispos, como pastores y guías de todo el rebaño de Dios, (50) son los
primeros custodios del carisma contemplativo. Por tanto, deben alimentar
la Comunidad contemplativa con el pan de la Palabra y de la Eucaristía,
proporcionando también, si es necesario, una asistencia espiritual
adecuada por medio de sacerdotes preparados para ello. Al mismo tiempo,
han de compartir con la Comunidad misma la responsabilidad de vigilar
para que, en la sociedad actual inclinada a la dispersión, a la falta de
silencio y a los valores aparentes, la vida de los monasterios, sostenida por
el Espíritu Santo, permanezca auténtica y enteramente orientada a la
contemplación de Dios.

Solamente en la perspectiva de la verdadera y fundamental misión


apostólica que les es propia, que consiste en el « ocuparse sólo de Dios »,
los monasterios pueden acoger, en la medida y según las modalidades que
convengan a su espíritu y a las tradiciones de la propia familia religiosa, a
cuantos desean beber de su experiencia espiritual o participar en la
oración de la Comunidad. Se ha de mantener, sin embargo, la separación
material de modo que sea una llamada al significado de la vida
contemplativa y una custodia de sus exigencias, en conformidad con las
Normas sobre la clausura del presente Documento. (51)

Con ánimo libre y acogedor, « en las entrañas de Cristo », (52) las monjas
llevan en el corazón los sufrimientos y las ansias de cuantos recurren a su
ayuda y de todos los hombres y mujeres. Profundamente solidarias con las
vicisitudes de la Iglesia y del hombre de hoy, colaboran espiritualmente en
la edificación del Reino de Cristo para que « Dios sea todo en todo » (1 Co
15, 28).

NOTAS
(10) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia,
46; Código de Derecho Canónico, can. 577; Sagrada Congregación para los
Religiosos y los Institutos seculares, Instr. Venite seorsum, sobre la vida
contemplativa y la clausura de las monjas (15 de agosto de 1969), I; Juan
Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata, sobre la vida consagrada
y su misión en la Iglesia y en el mundo (25 de marzo de 1996), 59; Discurso
a las monjas de clausura (Nairobi, 7 de mayo de 1980), 3: « En vuestra vida
de oración se continúa la alabanza de Cristo a su Eterno Padre. La
totalidad de su amor al Padre y de su obediencia a la voluntad del Padre,
se refleja en vuestra consagración radical por amor. Su inmolación
abnegada en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia, se expresa en el
ofrecimiento de vuestra vida unida a su sacrificio ».
(11) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia,
46; Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata, sobre la vida
consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo (25 de marzo de 1996),
14.
(12) Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata, sobre la vida
consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo (25 de marzo de 1996),
59.
(13) Sagrada Congregación para los Religiosos y los Institutos seculares,
Instr. Venite seorsum, sobre la vida contemplativa y la clausura de las
monjas (15 de agosto de 1969), I.
(14) Cf. Juan Pablo II, Carta ap. Mulieris dignitatem (15 de agosto de
1988), 26: « Nos encontramos en el centro mismo del Misterio pascual, que
revela hasta el fondo el amor esponsal de Dios. Cristo es el Esposo porque
“se ha entregado a sí mismo”: su cuerpo ha sido “dado”, su sangre ha sido
“derramada” (cf. Lc 22, 19-20). De este modo “amó hasta el extremo” (Jn
13, 1). El “don sincero” contenido en el sacrificio de la Cruz, hace resaltar
de manera definitiva el sentido esponsal del amor de Dios. Cristo es el
Esposo de la Iglesia, como Redentor del mundo. La Eucaristía es el
sacramento del Esposo, de la Esposa ».
(15) Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata, sobre la vida
consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo (25 de marzo de 1996),
59. Cf. Carta a las Monjas Clarisas, con ocasión del VIII Centenario del
nacimiento de Santa Clara de Asís (11 de agosto de 1993), 7: « En realidad,
toda la vida de Clara era una eucaristía, porque —al igual que Francisco—
elevaba desde su clausura una continua acción de gracias a Dios con la
oración, la alabanza, la súplica, la intercesión, el llanto, el ofrecimiento y
el sacrificio. Acogía y ofrecía todo al Padre en unión con la infinita acción
de gracias del Hijo Unigénito »; B. Isabel de la Trinidad, Escritos, Retiro
10, 2: « Una alabanza de gloria está siempre ocupada en la acción de
gracias. Cada uno de sus actos, de sus movimientos, cada pensamiento
suyo y cada aspiración, al mismo tiempo que la radican más
profundamente en el amor, son como un eco del eterno Sanctus ».
(16) Cf. S. Gregorio Magno, Homilías sobre los Evangelios, homilía 38, 3:
PL 76, 1283: « Entonces, en efecto, Dios Padre celebró las nupcias de Dios
su Hijo, cuando en el seno de la Virgen lo unió a la naturaleza humana,
cuando quiso que el que era Dios antes del tiempo, se convirtiese en
hombre al final de los tiempos »; S. Antonio de Padua, Sermones, Domingo
20 después de Pentecostés, I, 4: « La Sabiduría, el Hijo de Dios, ha
construido la casa de su humanidad en el seno de la beata Virgen, casa
sostenida por siete columnas, esto es, de los dones de la gracia
septiforme. Esto es lo mismo que decir: Celebraré las nupcias de su Hijo »;
Juan Pablo II, Carta ap. Dies Domini (31 de mayo de 1988), 12: « Dios se
manifiesta como el esposo ante su esposa (cf. Os 2, 16-24: Jr 2, 2; Is 54, 4-
8). [...] Conviene destacar la intensidad esponsal que caracteriza, desde el
Antiguo al Nuevo Testamento, la relación de Dios con su pueblo. Así lo
expresa, por ejemplo, esta maravillosa página de Oseas: “Yo te desposaré
conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en
amor y en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás al
Señor” (2, 22) ».
(17) Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Perfectae Caritatis, sobre la adecuada
renovación de la vida religiosa, 12: « evocan ante todos los cristianos aquel
maravilloso matrimonio, fundado por Dios y que se ha de manifestar
plenamente en el siglo futuro, por el que la Iglesia tiene como único
esposo a Cristo »; Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata,
sobre la vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo (25 de
marzo de 1996), 3; 34.
(18) Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata, sobre la
vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo (25 de marzo de
1996), 59.
(19) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia
en el mundo actual, 19: « La razón más alta de la dignidad humana
consiste en la vocación del hombre a la comunión con Dios ».
(20) Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata, sobre la
vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo (25 de marzo de
1996), 59; Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosantum Concilium, sobre la
sagrada liturgia, 2.
(21) Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata, sobre la
vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo (25 de marzo de
1996), 59; Carta ap. Mulieris dignitatem (15 de agosto de 1988), 20;
Sagrada Congregación para los Religiosos y los Institutos seculares, Instr.
Venite seorsum, sobre la vida contemplativa y la clausura de las monjas
(15 de agosto de 1969), IV.
(22) Cf. S. Ambrosio, Formación de la virgen, 24: PL 16, 326-327.
(23) Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata, sobre la
vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo (25 de marzo de
1996), 59.
(24) Cf. S. Benito, Regla, 72, 11: « No anteponer absolutamente nada a
Cristo »: CSEL 75, 5.163; Máximo el Confesor, Libro ascético, n. 43: PG 90,
953 B: « Démonos al Señor con todo el corazón para poder acogerlo
enteramente »; Juan Pablo II, Carta a las Carmelitas Descalzas con ocasión
del IV centenario de la muerte de Santa Teresa (31 de mayo de 1982), 5: «
No dudo que las Carmelitas de hoy, no menos de las de ayer, tenderán
alegremente a la meta de este absoluto, para responder adecuadamente a
las instancias profundas que brotan de un amor total hacia Cristo y de una
entrega sin reservas a la misión de la Iglesia ».
(25) S. Gregorio Magno, Homilías sobre Ezequiel, libro 2, homilía 8, 16:
CCL 142, 348: « Cuando una persona ofrece al Dios omnipotente todo lo
que tiene, su vida, todo lo que posee, es un holocausto ... Y es esto lo que
hacen los que dejan el tiempo presente ».
(26) Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Perfectae Caritatis, sobre la adecuada
renovación de la vida religiosa, 7.
(27) Cf. S. Agustín, Sermón 339, 4: PL 38,1481: « Nadie me superaría en
ansias de vivir en esa seguridad plena de la contemplación; nada hay
mejor, nada más dulce y buena que escrutar el divino tesoro sin ruido
alguno; es cosa dulce y buena »; Guido I, « Elogio de la vida solitaria »,
Costumbres, 80, 11: PL 153, 757-758: « Nada mejor que la soledad para
favorecer la suavidad de la salmodia, la aplicación a la lectura, los
fervores de la oración, la meditación penetrante, el éxtasis de la
contemplación y el bautismo de las lágrimas »; S. Euquerio de Lyon, «
Alabanza del eremo », Cartas a Hilario, 3: PL 50, 702-703: « Con razón
llamo al eremo templo incircunscrito de nuestro Dios... Sin duda se debe
creer que Dios está más inmediatamente allí, donde más fácilmente se
deja encontrar ».
(28) Cf. S. Basilio, La verdadera integridad de la virginidad, 49: PG 30, 765
C: « El alma de la virgen, esposa de Cristo, es como una fuente
purísima...; no debe ser perturbada por palabras que provienen del
exterior y se comunican al oído, ni distraída de su serena tranquilidad por
imágenes que distraen la vista, de modo que, contemplando como en un
espejo purísimo su imagen y la belleza del Esposo, se colme cada vez más
de su verdadero amor ».
(29) Cf. S. Juan de la Cruz, Subida al Monte Carmelo, 2, 5, 6.
(30) S. Gregorio Nacianceno, Poemas, I, 2, 1, v. 20: PG 37, 523.
(31) Juan Pablo II, Discurso a las monjas de clausura (Loreto, 10 de
septiembre de 1995), 3.
(32) Cf. S. Buenaventura, En honor de S. Inés V. y M., Serm. 1: Opera
Omnia, IX, 504 b: «Cuando una persona gusta cuán es suave el Señor, se
aparta de todas las ocupaciones exteriores; entra entonces en su corazón y
se dispone plenamente a la contemplación de Dios dirigida enteramente a
los esplendores eternos; se hace radiante y es poseída por el esplendor
eterno. Si el alma viera este Bellísimo incomparable, todos los vínculos de
este mundo no podrían ya separarla de Él ».
(33) Sagrada Congregación para los Religiosos y los Institutos seculares, La
dimensión contemplativa de la vida religiosa (12 de agosto de 1980), 26;
Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de
vida apostólica, Instr. La vida fraterna en Comunidad (2 de febrero de
1994), 59: « La comunidad de tipo contemplativo (que presenta a Cristo en
el montaña) está centrada en la doble comunión con Dios y con sus
miembros. Tiene un proyección apostólica eficacísima que, sin embargo,
permanece en gran parte escondida en el misterio »; Juan Pablo II,
Discurso al clero, a los consagrados y a las monjas de clausura (Chiavari,
18 de septiembre de 1998), 4: « Ahora deseo dirigiros unas palabras en
particular a vosotras, queridas monjas de clausura, que constituís el signo
de la unión exclusiva de la Iglesia-Esposa con su Señor, sumamente amado.
Os impulsa un irresistible atractivo que os arrastra hacia Dios, meta
exclusiva de todos vuestros sentimientos y de todas vuestras acciones. La
contemplación de la belleza de Dios ha llegado a ser vuestra herencia,
vuestro programa de vida, vuestro modo de estar presentes en la Iglesia ».
(34) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia,
4: « Así toda la Iglesia aparece como el pueblo unido “por la unidad del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” »; S. Cipriano, La oración del Señor,
23: PL 4, 536.
(35) Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata, sobre la
vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo (25 de marzo de
1996), 46; Congregación para los Institutos de vida consagrada y las
Sociedades de vida apostólica, Instr. La vida fraterna en Comunidad (2 de
febrero de 1994), 10: « La vida fraterna en común, en un monasterio, está
llamada a ser signo vivo del misterio de la Iglesia ».
(36) Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata, sobre la
vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo (25 de marzo de
1996), 42.
(37) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera
de la Iglesia, 2.
(38) Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata, sobre la
vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo (25 de marzo de
1996), 72; Carta Enc. Redemptoris Missio (7 de diciembre de 1990), 23.
(39) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Perfectae Caritatis, sobre la adecuada
renovación de la vida religiosa, 7; Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal
Vita consecrata, sobre la vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el
mundo (25 de marzo de 1996), 8; 59.
(40) Cf. Catecismo de la Iglesia católica, 953; S. Clara de Asís, 3 Carta a
Inés de Praga, 8; Escritos: SC 325, 102: « Y, valiéndome de las palabras
mismas del Apóstol, te considero colaboradora de Dios mismo y sostén de
los miembros débiles y vacilantes de su inefable cuerpo ».
(41) Cántico Espiritual 29, 2; cf. Juan Pablo II, Homilía en la Basílica
Vaticana (30 de noviembre de 1997), 5: « A las religiosas de vida
contemplativa les pido que se sitúen en el corazón mismo de la misión con
su constante oración de adoración y de contemplación del misterio de la
cruz y de la resurrección ».
(42) Ms B, 3vo.
(43) Juan Pablo II, Discurso a las monjas de clausura (Nairobi, 7 de mayo
de 1980), 2; cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad
misionera de la Iglesia, 40: « Los Institutos de vida contemplativa, por sus
oraciones, obras de penitencia y tribulaciones, tienen importancia máxima
en la conversión de las almas, siendo Dios mismo quien, por la oración,
envía obreros a su mies (cf. Mt 9, 38), abre las mentes de los no cristianos
para escuchar el Evangelio (cf. Hch 16, 14) y fecunda la palabra de
salvación en sus corazones (cf. 1 Co 3, 7) ».
(44) Cf. B. Jordán de Sajonia, Carta IV a la B. Diana d´Andalò: « Lo que tú
cumples en tu quietud, yo lo cumplo caminando de lugar en lugar: todo
esto lo hacemos por su amor. Él es nuestro único fin ».
(45) Juan Pablo II, Discurso a las monjas de clausura (Loreto, 10 de
septiembre de 1995), 4.
(46) Cf. S. Ireneo, Contra las herejías, 4, 20, 8ss: PG 7, 1037: « No sólo
hablando profetizaban los profetas, sino también contemplando y
conversando con Dios y con todas las acciones que realizaban, realizando
cuanto les sugería el Espíritu ».
(47) Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata, sobre la vida
consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo (25 de marzo de 1996),
59.
(48) Ibíd.
(49) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera
de la Iglesia, 18.
(50) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia,
45; Decr. Christus Dominus, sobre el oficio pastoral de los Obispos, 15;
Código de Derecho Canónico, can. 586, 2.
(51) Cf. Sagrada Congregación para los Religiosos y los Institutos seculares
y Sagrada Congregación para los Obispos, Notas directivas Mutuae
relationes (14 de mayo de 1978), 25; Sagrada Congregación para los
Religiosos y los Institutos seculares, La dimensión contemplativa de la vida
religiosa (12 de agosto de 1980), 26.
(52) Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia,
46.

Capítulo 2: La clausura de las monjas

9. Los monasterios dedicados a la vida contemplativa han reconocido en la


clausura, desde el comienzo y de manera particularísima, una ayuda bien
probada para realizar su vocación. (53) Las especiales exigencias de la
separación del mundo han sido, pues, acogidas por la Iglesia y ordenadas
canónicamente para el bien de la vida contemplativa misma. Por tanto, la
disciplina de la clausura es un don, puesto que tutela el carisma
fundacional de los monasterios.

Cada Instituto contemplativo debe mantener fielmente su forma de


separación del mundo. Esta fidelidad es fundamental para la existencia de
un Instituto, el cual, en realidad, sólo subsiste mientras mantiene la
adhesión a los pilares del carisma original. (54) Por eso, la renovación vital
de los monasterios está esencialmente vinculada con la autenticidad de la
búsqueda de Dios en la contemplación y de los medios para conseguirla, y
se debe considerar genuina cuando recupera su primitivo esplendor.

El cometido, la responsabilidad y el gozo de las monjas consiste en


comprender, custodiar y defender con firmeza e inteligencia su especial
vocación, salvaguardando la identidad del carisma específico frente a
cualquier presión interna o externa.

La clausura papal

10. « Los monasterios de monjas de vida íntegramente contemplativa


deben observar la clausura papal, es decir, según las normas dadas por la
Sede Apostólica ». (55)
Puesto que una entrega a Dios, estable y vinculante, expresa más
adecuadamente la unión de Cristo con la Iglesia, su Esposa, la clausura
papal, con su forma de separación particularmente rigurosa, manifiesta y
realiza mejor la completa dedicación de las monjas a Jesucristo. Es el
signo, la protección y la forma (56) de la vida íntegramente contemplativa,
vivida en la totalidad del don, que comprende la integridad no sólo
intencional, sino real, de manera que Jesús sea verdaderamente el Señor,
la única nostalgia y la única bienaventuranza de la monja, exultante en la
espera y radiante en la contemplación anticipada de su rostro.

Para las monjas, la clausura papal significa un reconocimiento específico


de vida íntegramente contemplativa femenina, que desarrollando dentro
del monacato la espiritualidad de las nupcias con Cristo, se hace signo y
realización de la unión exclusiva de la Iglesia Esposa con su Señor. (57)

Una separación real del mundo, el silencio y la soledad, expresan y


salvaguardan la integridad e identidad de la vida únicamente
contemplativa, para que sea fiel a su carisma específico y a las sanas
tradiciones del Instituto.

El Magisterio de la Iglesia ha reiterado varias veces la necesidad de


mantener fielmente este género de vida, que es para la Iglesia una fuente
de gracia y de santidad. (58)

11. La vida íntegramente contemplativa, para ser considerada como


clausura papal, debe estar ordenada única y totalmente a conseguir la
unión con Dios en la contemplación.

Un Instituto es considerado de vida íntegramente contemplativa si:

a) sus miembros orientan toda su actividad interior y exterior a la


constante e intensa búsqueda de la unión con Dios;

b) excluye compromisos externos y directos de apostolado, aunque sea de


manera limitada, y la participación física en acontecimientos y ministerios
de la comunidad eclesial, (59) que, consiguientemente, no ha ser
solicitada, puesto que representaría un antitestimonio de la verdadera
participación de las monjas en la vida de la Iglesia y de su auténtica
misión;

c) pone en práctica la separación del mundo de manera concreta y eficaz,


(60) no simplemente simbólica. Cualquier adaptación de las formas de
separación del exterior debe hacerse de modo que « se mantenga la
separación material » (61) y debe ser sometida a la aprobación de la Santa
Sede.

Clausura según las Constituciones

12. Los monasterios de monjas que profesan la vida contemplativa, pero


asocian a la función primordial del culto divino alguna obra apostólica o
caritativa, no siguen la clausura papal.

Estos monasterios mantienen con todo cuidado su fisonomía principal o


predominantemente contemplativa, empeñándose sobre todo en la
oración, la ascesis y el ardiente progreso espiritual, así como en la
esmerada celebración de la liturgia, la observancia regular y la disciplina
de la separación del mundo. En sus Constituciones establecen una clausura
adecuada a su propia índole y según las sanas tradiciones. (62)

La Superiora puede autorizar las entradas y salidas según las normas del
derecho propio.

Los monasterios de monjas de antigua tradición monástica

13. Los monasterios de monjas de venerable tradición monástica, (63) que


se manifiesta en varias formas de vida contemplativa, cuando se dedican
íntegramente al culto divino con una vida escondida dentro de los muros
del monasterio, observan la clausura papal; si asocian a la vida
contemplativa alguna actividad en favor del pueblo de Dios o practican
formas más amplias de hospitalidad de acuerdo con la tradición de la
Orden, definen su clausura en las Constituciones. (64)

Respetando su propia identidad, cada monasterio o Congregación


monástica sigue la clausura papal o la define en las Constituciones.

NORMAS SOBRE LA CLAUSURA PAPAL


DE LAS MONJAS

Principios generales

14. § 1. La clausura reservada a las monjas de vida únicamente


contemplativa se llama papal porque las normas que la regulan deben ser
confirmadas por la Santa Sede, aún cuando se trate de normas que han de
fijarse en las Constituciones y los otros Códigos del Instituto (Estatutos,
Directorio, etc.). (65)

Dada la variedad de los Institutos dedicados a una vida íntegramente


contemplativa y de sus tradiciones, algunas modalidades de separación del
mundo se dejan al derecho particular y han de ser aprobadas por la Sede
Apostólica.

El derecho propio puede establecer también normas más severas sobre la


clausura.

Extensión de la clausura

§ 2. La ley de la clausura papal se extiende al edificio y a todos los


espacios, internos y externos, reservados a las monjas.

La separación del exterior del edificio monástico, del coro, de los


locutorios y de todo el espacio reservado a las monjas, debe ser material y
efectiva, no sólo simbólica o según la modalidad llamada « neutra »; ha de
estar establecida en las Constituciones y en los reglamentos adicionales,
teniendo siempre en cuenta tanto las diversas tradiciones de cada Instituto
o monasterio como las circunstancias del lugar.

La participación de los fieles en las celebraciones litúrgicas no consiente la


salida de las monjas de la clausura ni la entrada de los fieles en el coro de
las monjas; si hubiera huéspedes, éstos no pueden ser introducidos en la
clausura del monasterio.

Obligatoriedad de la clausura

§ 3. a) En virtud de la ley de la clausura, las monjas, las novicias y las


postulantes han de vivir dentro de la clausura del monasterio, y no les es
lícito salir de ella, salvo en los casos previstos por el derecho; ni está
permitido a nadie entrar en el ámbito de la clausura del monasterio,
excepto en los casos previstos.

§ 3. b) Las normas sobre la separación del mundo de las Hermanas externas


ha de ser definida por el derecho propio.

§ 3. c) La ley de la clausura comporta obligación grave de conciencia,


tanto para las monjas como para los extraños.

Salidas y entradas

15. La concesión de permisos para entrar o salir requiere siempre una


causa justa y grave, (66) es decir, dictada por una verdadera necesidad de
alguna de las monjas o del monasterio. Así lo exige la tutela de las
condiciones requeridas para la vida íntegramente contemplativa y, por
parte de las monjas, de coherencia con su opción vocacional. De por sí,
pues, cada salida o entrada ha de ser una excepción.

La costumbre de anotar en un libro las entradas y salidas puede


conservarse, a discreción del Capítulo conventual, contribuyendo así
también a un mejor conocimiento de la vida y la historia del monasterio.

16. § 1. Corresponde a la Superiora del monasterio la custodia directa de la


clausura, garantizar las condiciones concretas de la separación y
promover, dentro del monasterio, el amor por el silencio, el recogimiento
y la oración.

Ella es la que juzga la oportunidad de las entradas y salidas de la clausura,


valorando con prudencia y discreción su necesidad, a la luz de la vocación
íntegramente contemplativa, según las normas del presente documento y
de las Constituciones.

§ 2. Toda la comunidad tiene la obligación moral de tutelar, promover y


observar la clausura papal, de manera que no prevalezcan motivaciones
secundarias o subjetivas sobre el fin que se propone la separación.

17. § 1. La salida de la clausura, salvo indultos particulares de la Santa


Sede o en caso de peligro inminente y gravísimo, es autorizada por la
Superiora en los casos ordinarios que se refieren a la salud de las monjas,
la asistencia a las monjas enfermas, el ejercicio de los derechos civiles y
aquellas otras necesidades del monasterio que no pueden ser atendidas de
otro modo.

§ 2. Por otras causas justas y graves, la Superiora, con el consentimiento


de su Consejo o del Capítulo conventual, según lo dispongan las
Constituciones, puede autorizar la salida por el tiempo necesario, pero no
más de una semana. Si la permanencia fuera del monasterio se debiera
prorrogar por más tiempo, hasta un máximo de tres meses, la Superiora
pedirá permiso al Obispo diocesano (67) o al Superior regular, si existe. Si
la ausencia supera los tres meses, salvo en los casos de cuidados de la
propia salud, se ha de pedir autorización a la Santa Sede.

La Superiora aplicará estas normas también en la autorización de salidas


para participar, cuando sea necesario, en cursos de formación religiosa
organizados por los monasterios. (68)

Téngase presente que la norma del c. 665, § 1 sobre la permanencia fuera


del Instituto, no se refiere a las monjas de clausura.
§ 3. Para enviar novicias o profesas, cuando fuere necesario, (69) a realizar
parte de la formación en otro monasterio de la Orden, así como para hacer
traslados temporales o definitivos (70) a otros monasterios de la Orden, la
Superiora expresará su consentimiento, haciendo intervenir el Consejo o el
Capítulo conventual, según la norma de las Constituciones.

18. § 1. La entrada en clausura se permite, salvo indultos particulares de la


Santa Sede:
– a los Cardenales, los cuales pueden llevar consigo algún acompañante; a
los Nuncios y Delegados Apostólicos en los lugares sujetos a su jurisdicción;
al Visitador durante la Visita canónica, al Obispo diocesano o al Superior
Regular, por causa justa.

§ 2. Con permiso de la Superiora:

– al Sacerdote para administrar los sacramentos a las enfermas, para asistir


a las que padecen graves o prolongadas dolencias y, si fuera el caso, para
celebrar alguna vez para ellas la Santa Misa.

Eventualmente, para las procesiones litúrgicas y los ritos de exequias;

– a quienes cuyo trabajo o competencia son necesarios para atender la


salud de las monjas y proveer a las necesidades del monasterio;

– a las propias aspirantes y a las monjas de paso, si así está previsto en el


derecho propio.

Reuniones de monjas

19. Se pueden organizar, previa autorización de la Santa Sede, aquellas


reuniones de monjas del mismo Instituto contemplativo, en el ámbito de la
misma nación o región, que estén motivadas por una verdadera necesidad
de reflexión común, siempre que las monjas lo acepten libremente y no
suceda con demasiada frecuencia. Ténganse dichas reuniones
preferentemente en un monasterio de la Orden.

Los monasterios que están reunidos en Federaciones establecen la


periodicidad y la modalidad de las propias asambleas federales en sus
Estatutos, respetando el espíritu y las exigencias de la vida íntegramente
contemplativa.

Los medios de comunicación social

20. La normativa sobre los medios de comunicación social, en toda la


variedad de sus formas actuales, tiende a salvaguardar el recogimiento. En
efecto, el silencio contemplativo puede vaciarse si la clausura se llena de
ruidos, noticias y palabras.

Por tanto, estos medios han de usarse con sobriedad y discreción, (71) no
solamente en lo que se refiere a su contenido, sino también a la cantidad
de las informaciones y al tipo de comunicación. Téngase presente que,
para quienes están habituados al silencio interior, todo esto incide con
mayor fuerza en la sensibilidad y en la emotividad, haciendo más difícil el
recogimiento.

El uso de la radio y de la televisión puede permitirse en circunstancias


particulares de carácter religioso.
Se puede consentir al monasterio el eventual uso de otros medios
modernos de comunicación, como fax, teléfono celular, Internet, por
razones de información o de trabajo, con prudente discernimiento y para
utilidad común, según las disposiciones del Capítulo conventual.

Las monjas han de procurar tener la debida información sobre la Iglesia y


el mundo, no con multitud de noticias, sino sabiendo escoger las que son
esenciales a la luz de Dios, para llevarlas a la oración, en sintonía con el
corazón de Cristo.

La vigilancia de la clausura

21. El Obispo diocesano, o el Superior regular, vigilen la observancia de la


clausura en los monasterios a ellos confiados y la defiendan de acuerdo
con sus competencias, ayudando a la Superiora, a la cual compete la
custodia inmediata.

El Obispo diocesano o el Superior regular no intervienen ordinariamente en


la concesión de las dispensas de la clausura, sino sólo en casos
particulares, según las normas de la presente Instrucción.

Durante la Visita canónica, el Visitador debe verificar la observancia de las


normas de la clausura y del espíritu de separación del mundo.

La Iglesia, por el inmenso aprecio que tiene por su vocación, anima a las
monjas a permanecer fieles a la vida claustral, viviendo con sentido de
responsabilidad el espíritu y la disciplina claustrales para promover en la
comunidad una provechosa y completa orientación hacia la contemplación
del Dios Uno y Trino.

NOTAS
(53) Cf. Sagrada Congregación para los Religiosos y los Institutos seculares,
Instr. Venite seorsum, sobre la vida contemplativa y la clausura de las
monjas (15 de agosto de 1969), VII.
(54) Cf. Juan Pablo II, Discurso a la sesión Plenaria de la Congregación
para los Religiosos e Institutos seculares (7 de marzo de 1980), 3: «
Efectivamente, el abandono de la clausura significaría fallar en lo
específico de una de las formas de vida religiosa, con las cuales la Iglesia
manifiesta frente al mundo la preeminencia de la contemplación sobre la
acción, de lo que es eterno sobre lo que es temporal ».
(55) Código de Derecho Canónico, can. 667 § 3; cf. Sagrada Congregación
para los Religiosos y los Institutos seculares, Instr. Venite seorsum, sobre la
vida contemplativa y la clausura de las monjas (15 de agosto de 1969),
Normae, 1.
(56) Cf. Pablo VI, Motu proprio Ecclesiae sanctae (6 de agosto de 1966), II,
30.
(57) Cf. Sagrada Congregación para los Religiosos y los Institutos seculares,
Instr. Venite seorsum, sobre la vida contemplativa y la clausura de las
monjas (15 de agosto de 1969), IV.
(58) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Perfectae Caritatis, sobre la adecuada
renovación de la vida religiosa, 7; Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal
Vita consecrata, sobre la vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el
mundo (25 de marzo de 1996), 8; Alocución a las religiosas contemplativas
en el Carmelo de Lisieux (2 de junio de 1980), 4: « amad vuestra
separación del mundo, comparable en todo al desierto bíblico.
Paradójicamente, este desierto no es el vacío. Allí habla el Señor a vuestro
corazón y os asocia estrechamente a su obra de salvación »; Sagrada
Congregación para los Religiosos y los Institutos seculares, La dimensión
contemplativa de la vida religiosa (12 de agosto de 1980), 29.
(59) Cf. Código de Derecho Canónico, can. 674.
(60) Cf. Juan Pablo II, Discurso a las monjas de clausura (Bolonia, 28 de
septiembre de 1997), 4: « Vuestra vida, que con su apartamiento del
mundo, manifestado de forma concreta y eficaz, proclama la primacía de
Dios, constituye una llamada constante a la preeminencia de la
contemplación sobre la acción, de lo eterno sobre lo temporal ».
(61) Cf. Pablo VI, Motu Proprio Ecclesiae sanctae (6 de agosto de 1966), II,
31.
(62) Cf. Código de Derecho Canónico, can. 667, § 3.
(63) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Perfectae Caritatis, sobre la adecuada
renovación de la vida religiosa, 9; Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal
Vita consecrata, sobre la vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el
mundo (25 de marzo de 1996), 6.
(64) Cf. Código de Derecho Canónico, can. 667, § 3.
(65) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Perfectae Caritatis, sobre la adecuada
renovación de la vida religiosa, 16; Sagrada Congregación para los
Religiosos y los Institutos seculares, Instr. Venite seorsum, sobre la vida
contemplativa y la clausura de las monjas (15 de agosto de 1969), Normae
1; 9.
(66) Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata, sobre la
vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo (25 de marzo de
1996), 59.
(67) Cf. Código de Derecho Canónico, can. 667, § 4.
(68) Cf. Congregación para los Institutos de vida consagrada y Sociedades
de vida apostólica, Instr. Potissimum institutioni, sobre la formación en los
Institutos religiosos (2 de febrero de 1990), IV, 81; 82.
(69) Cf. ibíd.
(70) Cuando se trata de traslados definitivos de Monjas de votos perpetuos
o solemnes, se han de seguir las prescripciones del can. 684, § 3.
(71) Cf. Código de Derecho Canónico, can. 666: « Debe observarse la
necesario discreción en el uso de los medios de comunicación ».

Capítulo 3: Perseverancia de la fidelidad

La formación

22. La formación de las claustrales trata de preparar a la persona para su


consagración total a Dios en el seguimiento de Cristo, según la forma de
vida ordenada únicamente a la contemplación, propia de su peculiar
misión en la Iglesia. (72)

La formación debe entrar profundamente en la persona, tratando de


unificarla en un itinerario progresivo de conformación a Jesucristo y a su
ofrenda total al Padre. El método propio para ello debe asumir y expresar,
pues, la característica de la totalidad, (73) educando en la sabiduría del
corazón.(74) Está claro que esta formación, precisamente porque tiende a
la transformación de toda la persona, no termina nunca.

Las exigencias particulares de la formación de quienes son llamadas a la


vida totalmente contemplativa han sido expuestas en la Instrucción
Potissimum institutioni (Parte IV, 72-85).

La formación de las contemplativas es ante todo formación en la fe, «


fundamento y primicia de una auténtica contemplación ». (75) En efecto,
mediante la fe se aprende a descubrir la presencia constante de Dios para
adherirse en la caridad a su misterio de comunión.

La renovación de la vida contemplativa se confía, en gran parte, a la


formación de cada monja y de toda la comunidad, para que puedan
alcanzar la realización del proyecto divino mediante la asimilación del
propio carisma.

23. A este respecto tiene una importancia particular el programa


formativo, inspirado en el carisma específico, que debe abarcar, bien
diferenciados, los primeros años hasta la profesión solemne o perpetua y
los sucesivos, los cuales deben asegurar la perseverancia en la fidelidad
durante toda la vida. Para ello las comunidades claustrales deberán tener
una adecuada ratio formationis, (76) que formará parte del propio
derecho, después de haber sido sometida a la Santa Sede y previo voto
deliberativo del Capítulo conventual.

El contexto de las culturas de nuestro tiempo comporta para los Institutos


de vida contemplativa un nivel de preparación adecuada a la dignidad y a
las exigencias de este estado de vida consagrada. Por lo cual, los
monasterios exijan a las candidatas, antes de su admisión al noviciado, un
grado de madurez personal y afectiva, humana y espiritual, que las haga
idóneas para la fidelidad y la comprensión de la naturaleza de la vida
ordenada enteramente a la contemplación en clausura. Las obligaciones
propias de la vida claustral deben ser bien conocidas y aceptadas por cada
candidata en el primer período de formación y, en cualquier caso, antes de
la emisión de los votos solemnes o perpetuos. (77)

El estudio de la Palabra de Dios, de la tradición de los Padres, de los


documentos del Magisterio, de la liturgia, de la espiritualidad y de la
teología, debe ser la base doctrinal de la formación, tratando de ofrecer
los fundamentos del conocimiento del misterio de Dios que hay en la
Revelación cristiana, « penetrando a la luz de la fe la verdad escondida en
el misterio de Cristo ». (78)

La vida contemplativa debe alimentarse continuamente en el misterio de


Dios; por esto es esencial dar a las monjas las bases y el método para una
formación personal y comunitaria que sean constantes y no limitadas a
experiencias periódicas.

24. La norma general es que todo el ciclo de la formación inicial y


permanente se desarrolle dentro del monasterio. La ausencia de
actividades externas y la estabilidad de los miembros permite seguir
gradualmente y con mayor participación las diversas etapas de la
formación. En el propio monasterio, la monja crece y madura en la vida
espiritual y alcanza la gracia de la contemplación. La formación en el
propio monasterio tiene también la ventaja de favorecer la armonía de
toda la comunidad.

Además, el monasterio, con su característico ambiente y ritmo de vida, es


el lugar más conveniente para realizar el camino formativo, (79) ya que el
alimento diario de la Eucaristía, la liturgia, la lectio divina, la devoción
mariana, la ascesis y el trabajo, el ejercicio de la caridad fraterna y la
experiencia de la soledad y del silencio, son momentos y factores
esenciales de la formación para la vida contemplativa.

La Superiora de un monasterio, como primera responsable de la formación,


(80) favorezca un adecuado camino formativo inicial de las candidatas.
Promueva también la formación permanente de las monjas enseñando a
alimentarse del misterio de Dios que se da continuamente en la liturgia y
en los diversos momentos de la vida monástica, ofreciendo los medios
adecuados para la formación espiritual y doctrinal y, finalmente,
estimulando hacia un continuo crecimiento como exigencia de fidelidad al
don siempre nuevo de la llamada divina.

La formación es un derecho y un deber de cada monasterio, que puede


servirse incluso de la colaboración de personas externas, sobre todo del
Instituto al que eventualmente estuviese asociado. Si es necesario, la
Superiora podrá permitir que se sigan los cursos por correspondencia
relativos a las materias del programa formativo del monasterio.

Cuando un monasterio no es autosuficiente, algunos servicios de enseñanza


comunes se pueden organizar en uno de los monasterios del mismo
Instituto, y por lo general, en la misma área geográfica. Los monasterios
interesados determinarán las modalidades, la frecuencia y la duración, de
modo que se respeten las exigencias fundamentales de la vocación
contemplativa en la clausura y las indicaciones de la propia ratio
formationis. La normativa de la clausura rige también las salidas por
motivos de formación. (81)

De todas formas, la frecuencia de los cursos de formación no puede


sustituir la formación sistemática y gradual en la propia comunidad.
Cada monasterio ha de poder ser, de hecho, artífice de la propia vitalidad
y de su futuro; por tanto, es necesario que sea autosuficiente sobre todo
en el campo de la formación, que no puede ser dirigida sólo a algunos de
sus miembros, sino que debe abarcar a toda la comunidad, para que sea
lugar de progreso dinámico y crecimiento espiritual.

Autonomía del monasterio

25. La Iglesia reconoce a cada monasterio sui iuris una justa autonomía
jurídica, de vida y de gobierno, para que con ella pueda gozar de su propia
disciplina y conservar íntegro el propio patrimonio.(82)

La autonomía favorece la estabilidad de vida y la unidad interna de cada


comunidad, garantizando las mejores condiciones para el ejercicio de la
contemplación.
Esta autonomía es un derecho del monasterio, que por su naturaleza es
autónomo; por esto no puede limitarse o disminuirse por intervenciones
externas. Sin embargo, la autonomía no equivale a independencia de la
autoridad eclesiástica, sino que es justa, conveniente y oportuna para
tutelar la índole e identidad propia de un monasterio de vida íntegramente
contemplativa.

Es cometido del Ordinario del lugar conservar y defender esta autonomía.


(83)
El Obispo diocesano, en los monasterios encomendados a su vigilancia (84)
o el Superior regular, cuando exista, desempeñan su encargo según las
leyes de la Iglesia y las Constituciones. Éstas deben indicar lo que les
compete, de modo particular lo relativo a la presidencia de las elecciones,
la visita canónica y la administración de los bienes.

Desde el momento en que los monasterios son autónomos y


recíprocamente independientes, cualquier forma de coordinación entre sí,
de cara al bien común, necesita la libre adhesión de los monasterios
mismos y la aprobación de la Sede Apostólica.

Relaciones con los Institutos masculinos

26. A lo largo de los siglos el Espíritu Santo ha suscitado en la Iglesia


familias religiosas compuestas por varias ramas, unidas vitalmente por la
misma espiritualidad pero distintas entre sí y a menudo diversificadas en la
forma de vida.
Los monasterios de monjas han tenido con los respectivos Institutos
masculinos vínculos diferentes, que se han concretado en modos diversos.

Una relación entre los monasterios y el respectivo Instituto masculino,


salva la disciplina claustral, puede favorecer el crecimiento en la
espiritualidad común. Bajo esta óptica la asociación de los monasterios al
Instituto masculino, respetando la autonomía jurídica propia de cada uno,
trata de conservar en los monasterios mismos el espíritu genuino de la
familia religiosa para encarnarlo en una dimensión únicamente
contemplativa.

El monasterio asociado a un Instituto masculino mantiene su propio


ordenamiento y su propio gobierno. (85) Por tanto, la delimitación de los
recíprocos derechos y obligaciones, orientados hacia el bien espiritual,
debe salvaguardar la autonomía efectiva del monasterio.
En la nueva visión y en la perspectiva con que la Iglesia considera hoy el
papel y la presencia de la mujer, es preciso superar, cuando exista,
aquella forma de tutela jurídica, por parte de las Órdenes masculinas y de
los Superiores regulares, que puede limitar de hecho la autonomía de los
monasterios de monjas.

Los Superiores masculinos deben desempeñar su cometido con espíritu de


colaboración y de humilde servicio, evitando crear cualquier subordinación
indebida hacia las monjas, a fin de que ellas decidan con libertad de
espíritu y sentido de responsabilidad en lo relativo a su vida religiosa.

NOTAS
(72) Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata, sobre la
vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo (25 de marzo de
1996), 65.
(73) Cf. ibíd.
(74) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Optatam totius, sobre la formación
sacerdotal, 16, nota 32; S. Buenaventura, Itinerario de la mente en Dios,
Pról. n. 4: Opera omnia V, 296 a: « Nadie crea que le basta la lectura sin la
unción, la especulación sin la devoción, la investigación sin la admiración,
la circunspección sin la exultación, la industria sin la piedad, la ciencia sin
la caridad, la inteligencia sin la humildad, el estudio sin la gracia, el
espejo sin la sabiduría divinamente inspirada ».
(75) Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades
de vida apostólica, Instr. Potissimum institutioni, sobre la formación en los
Institutos religiosos (2 de febrero de 1990), 74.
(76) Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata, sobre la
vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo (25 de marzo de
1996), 68; Congregación para los Institutos de vida consagrada y las
Sociedades de vida apostólica, Instr. Potissimum institutioni, sobre la
formación en los Institutos religiosos (2 de febrero de 1990), 85.
(77) Cf. Juan Pablo II, Catequesis en la audiencia general (4 de enero de
1995), 8: « Los contemplativos se dedican ... a un estado de oblación
personal tan elevada que exige una vocación especial, que es preciso
verificar antes de la admisión o de la profesión definitiva ».
(78) Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina
Revelación, 24; cf. Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el
mundo actual, 22: « Realmente, el misterio del hombre sólo se esclarece
en el misterio del Verbo encarnado. Pues Adán, el primer hombre, era
figura del que había de venir (cf. Rm 5, 14), es decir, de Cristo, el Señor.
Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de
su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre
la grandeza de su vocación ».
(79) Cf. Congregación para los Institutos de vida consagrada y las
Sociedades de vida apostólica, Instr. Potissimum institutioni, sobre la
formación en los Institutos religiosos (2 de febrero de 1990), 81. Juan
Pablo II, Discurso a las monjas de clausura (Bolonia, 28 de septiembre de
1997), 5: « Vuestras comunidades de clausura, con su propio ritmo de
oración y ejercicio de la caridad fraterna, en donde la soledad se colma
con la suave presencia del Señor y el silencio prepara el espíritu para la
escucha de sus sugerencias interiores, son el lugar donde cada día os
formáis en este conocimiento amoroso del Padre ».
(80) Cf. Código de Derecho Canónico, can. 619; 641; 661.
(81) Cf. Congregación para los Institutos de vida consagrada y las
Sociedades de vida apostólica, Instr. Potissimum institutioni, sobre la
formación en los Institutos religiosos (2 de febrero de 1990), 82.
(82) Cf. Código de Derecho Canónico, can. 586, § 1.
(83) Cf. ibíd., can. 586. § 2.
(84) Cf. ibíd., can. 615.
(85) Cf. ibíd., can. 614.

Capítulo 4: Asociaciones y federaciones

27. Las Asociaciones y las Federaciones son órganos de ayuda y


coordinación entre los monasterios, para que puedan realizar
adecuadamente su vocación en la Iglesia. Su fin principal es, pues,
custodiar y promover los valores de la vida contemplativa de los
monasterios que forman parte las mismas. (86)

Se han de favorecer estos organismos sobre todo donde, no habiendo otras


formas eficaces de coordinación y de ayuda, las Comunidades podrían
encontrarse en la imposibilidad de responder a las necesidades
fundamentales de diverso tipo.

Las normas que en este documento se refieren a las Federaciones son


válidas igualmente para las Asociaciones, teniendo en cuenta su estructura
jurídica y sus propios Estatutos.
La constitución de cualquier forma de Asociación, Federación o
Confederación de monasterios de monjas está reservada a la Sede
Apostólica, a la cual compete también aprobar sus Estatutos, ejercer sobre
las mismas la vigilancia y autoridad necesarias, (87) inscribir o separar de
ellas a los monasterios.

La opción de adherirse o no depende de cada Comunidad, cuya libertad


debe respetarse.
28. La Federación, por estar al servicio del monasterio, debe respetar su
autonomía jurídica y no tiene sobre el mismo autoridad de gobierno, por lo
cual no puede decidir sobre todo lo relativo al monasterio ni tiene un
cometido de representación de la Orden.

Los monasterios federados viven la comunión fraterna entre sí de manera


coherente con su vocación claustral, no con la multiplicidad de reuniones y
de experiencias comunes, sino con al apoyo mutuo y la solícita
colaboración en las peticiones de ayuda, contribuyendo en la medida de
sus posibilidades y respetando su autonomía.

Las Federaciones, con espíritu evangélico de servicio, procuren responder


a las necesidades concretas y reales de las Comunidades, promoviendo su
dedicación solamente a la búsqueda de Dios, la observancia regular y la
dinámica de la unidad interna.

Las ayudas que las Federaciones pueden ofrecer para resolver problemas
comunes son principalmente: la conveniente renovación y también la
reorganización de los monasterios, la formación tanto inicial como
permanente y el mutuo apoyo económico. (88)

Las modalidades de colaboración de los monasterios con la Federación son


ofrecidas y determinadas por la Asamblea de Superioras de los monasterios
que, según los Estatutos aprobados, precisan los cometidos que dicha
Federación debe desempeñar en beneficio y ayuda de sus monasterios.

Ordinariamente la Santa Sede nombra un Asistente religioso, al cual podrá


delegar, para lo que considere necesario o en casos particulares, algunas
facultades o encargos. Es cometido del Asistente: procurar que en la
Federación se conserve o acreciente el espíritu genuino de la vida
enteramente contemplativa de la propia Orden; colaborar con espíritu de
servicio fraterno en la guía de la Federación y en los problemas
económicos de mayor importancia y contribuir a una sólida formación de
las novicias y de las profesas.

La formación

29. El servicio de formación que puede ofrecer la Federación es


subsidiario. (89) Los monasterios federados deben elaborar una ratio
formationis, que contenga normas concretas de aplicación (90) y que
formará parte del derecho propio de un monasterio, previa conformidad
del Capítulo conventual del monasterio mismo y después de ser sometida,
sucesivamente, a la Santa Sede.
Cada monasterio tiene por derecho su Noviciado. Sin embargo la
Federación, aun evitando el centralismo, puede instituir un Noviciado y
otros servicios de enseñanza para los monasterios que, por falta de
candidatas, de docentes o demás, no son autosuficientes y desean
libremente servirse de ellos; estos servicios formativos, que serán
determinados en la ratio formationis, se han de desarrollar en un
monasterio, ordinariamente de la Federación, (91) respetando las
exigencias fundamentales de la vida contemplativa en clausura.

Las Federaciones procuren que las Comunidades vayan siendo


gradualmente autosuficientes en lo relativo a su formación permanente, lo
cual comporta un esfuerzo espiritual y de estudio no intermitente sino
continuado, favoreciendo en los monasterios el desarrollo de una cultura y
de una mentalidad contemplativas.

Renovación y ayuda a los monasterios

30. Las Federaciones pueden cooperar validamente en dar nuevo vigor a


los monasterios, renovando su impulso vocacional en torno a los elementos
esenciales de la propia espiritualidad, en la dimensión íntegramente
contemplativa de la forma de vida y estimulando la fervorosa observancia
de la Regla y de las Constituciones.
Los monasterios de una Federación deben ayudarse mutuamente, incluso,
cuando fuese verdaderamente necesario y evitando la inestabilidad, con el
intercambio de monjas. (92)

De todos modos corresponde a cada Comunidad decidir sobre la petición y


la respuesta, en la medida de sus posibilidades.

Los monasterios que no pueden garantizar la vida regular o que se


encuentran en circunstancias particularmente graves, pueden dirigirse a la
Presidenta con su Consejo, para buscar una adecuada solución.

Cuando hubiese una Comunidad que ya no cuenta con las condiciones para
funcionar de manera libre, autónoma y responsable, la Presidenta debe
avisar al Obispo diocesano y al Superior regular, donde exista, y someter el
caso a la Santa Sede. (93)

NOTAS
(86) Cf. Pío XII, Const. ap. Sponsa Christi (21 de noviembre de 1950), VII, §
2, 2; Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata, sobre la vida
consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo (25 de marzo de 1996),
59.
(87) Cf. Pío XII, Const. ap. Sponsa Christi (21 de noviembre de 1950), VII, §
3; § 4; § 6.
(88) Cf. Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata, sobre la
vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo (25 de marzo de
1996), 59.
(89) Cf. Congregación para los Institutos de vida consagrada y las
Sociedades de vida apostólica, Instr. Potissimum institutioni, sobre la
formación en los Institutos religiosos (2 de febrero de 1990), 81; 82.
(90) Cf. ibíd., 85.
(91) Cf. Congregación para los Institutos de vida consagrada y las
Sociedades de vida apostólica, Instr. Potissimum institutioni, sobre la
formación en los Institutos religiosos (2 de febrero de 1990), 82.
(92) Cf. Pío XII, Const. ap. Sponsa Christi (21 de noviembre de 1950), VII, §
8, 3.
(93) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Perfectae Caritatis, sobre la adecuada
renovación de la vida religiosa, 21; Código de Derecho Canónico, can. 616,
§ 4.

Capítulo 5: Conclusión Verbi Sponsa

31. Con esta Instrucción se quiere confirmar el gran aprecio de la Iglesia


por la vida íntegramente contemplativa de las monjas de clausura y su
solicitud por salvaguardar su autenticidad, « para que no falte un rayo de
la divina belleza que ilumine el camino de la existencia humana ». (94)

Que sostengan y animen a todas las contemplativas las palabras


alentadoras del Santo Padre Juan Pablo II: « Al igual que los Apóstoles,
reunidos en oración con María y otras mujeres en el cenáculo, quedaron
llenos del Espíritu Santo (cf. Hch 1, 14), la comunidad de los creyentes
espera hoy poder experimentar, también gracias a vuestra oración, un
nuevo Pentecostés, para dar testimonio evangélico más eficaz en el umbral
del nuevo milenio. Queridas hermanas, encomiendo a María, Virgen fiel y
morada consagrada a Dios, vuestras comunidades y a cada una de vosotras,
así como a cuantas aspiran a compartir vuestra misma experiencia
espiritual. La Madre del Señor obtenga que desde Loreto, a través de los
jóvenes que han llegado aquí en peregrinación, se irradie nuevamente a
Europa un haz de esa luz que envolvió al mundo cuando el Verbo se hizo
carne y puso su morada entre nosotros ». (95)

El 1 de mayo de 1999, el Santo Padre ha aprobado el presente documento


de la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las Sociedades
de vida apostólica, autorizando su publicación.
Vaticano, 13 de mayo de 1999, solemnidad de la Ascensión del Señor.

Eduardo Card. Martínez Somalo


Prefecto

Piergiorgio Silvano Nesti


Secretario

NOTAS
(94) Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata, sobre la vida
consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo (25 de marzo de 1996),
109.
(95) Discurso a las monjas de clausura (Loreto, 10 de septiembre de 1995),
4.

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