Vale La Pena Enseñar Historia
Vale La Pena Enseñar Historia
Vale La Pena Enseñar Historia
Con estas reflexiones se quiere abrir un espacio para pensar acerca de la historia, hoy. Partiendo de
las distintas concepciones acerca de la historia en la antigüedad clásica y discurriendo luego acerca
de si la historia es una ciencia o un arte, se termina reflexionando sobre su significado último. Las
consideraciones finales están dirigidas a los protagonistas de la historia: los hombres y mujeres de
todos los tiempos.
I. INTRODUCCIÓN
Recuerdo que hace ya algunos años, cuando daba mis primeros pasos en la docencia, me
había tocado iniciar un curso de Historia Nacional en Montevideo, Uruguay, en un
Bachillerato Humanístico. Mis alumnos tenían unos diecisiete años. Al presentarme, el
primer día de clases, y como notaran mi acento argentino, una alumna me preguntó: ‘Y
vos, ¿vas a enseñar la historia de aquí, o la de allá?’. En medio de la sorpresa por la
intempestividad de la pregunta, contesté: ‘Pero, cómo, ¿hay dos historias?’. Se
planteaba aquí la cuestión de que el mismo hecho histórico puede ser leído desde
distintos lugares. He reflexionado desde entonces mucho tiempo sobre el hecho de
¿‘quién tiene que escribir la historia’, los ‘de adentro’ o ‘los de afuera’? Y de allí surgen
otras preguntas: ‘¿para qué tiene que escribirse?’, ‘¿quién tiene que leerla?’, ‘¿cómo
debe escribirse?’, ‘¿qué debe escribirse’’, ¿es posible la objetividad en la narración
histórica?, ¿es deseable la objetividad en la narración histórica?...
Sin duda, una cosa es escribir la Historia, y otra es ser protagonista de ella. Según la
Escuela de los Anales, la historia, según suele ser escrita, es muy distinta de la historia
según es vivida. El historiador suele consignar lo excepcional porque es interesante,
porque es excepcional. Si narráramos la historia de todos los hombres y mujeres,
tendríamos una historia muy aburrida, pero, quizá, más cerca de la verdad, si es que la
verdad puede alcanzarse desde la Historia. Todos coincidimos, además, en que la
Historia no es la narración de la sucesión de los hombres y mujeres que detentan el
poder político. Entonces, ¿qué es la Historia? ¿Quiénes son los protagonistas de la
Historia?, en el fondo, ¿para qué sirve?
Sin embargo, para leer la Historia hay que saber leerla, es necesario tener tiempo y
fuerzas para hacerlo, un poco de silencio y tranquilidad: hay que tener las necesidades
básicas satisfechas. Para ‘meterse’ en el pasado hay que tener solucionado el presente.
Todo ello no siempre se encuentra en estos tiempos, donde los hombres y mujeres viven
de prisa y estrechamente. Esta situación ha contribuido a que escribieran la historia un
grupo de privilegiados. Por ello el reto que se plantea hoy a los historiadores es ver la
Historia y escribir acerca de los hechos del pasado desde la estrechez del presente,
1
Licenciado en historia latinoamericana, por la Universidad Nacional de Buenos Aires, Argentina, profesor
de Antropología filosófica, en la Universidad Don Bosco (UDB).
hacer Historia desde las limitaciones, desde los que nunca han sido tomados en cuenta
en las historias oficiales.
Desde hace muchos años ya, en nuestro país, los estudios acerca de la Historia son
pocos: los historiadores son ‘una especie en extinción’. En estos tiempos, sólo dos
universidades en el país ofrecen la carrera de Licenciatura en Historia: la Universidad
Nacional y la Universidad Tecnológica. Por otra parte, la reforma educativa ha dejado
de lado, en los programas de enseñanza de la Educación General Básica, y de los
distintos bachilleratos, disciplinas como Historia, Filosofía, Antropología y Ética. Y como
la Historia ‘es cosa del pasado’, es ‘cosa superada’. Sin embargo, pretendemos aquí
reflexionar acerca de si la Historia tiene todavía cabida en el ámbito del pensamiento y
de las ciencias, y si tiene aún algo que decir a los hombres y mujeres de este tiempo.
II. ANTECEDENTES
En el siglo I a.C., Cicerón decía que la historia es la maestra de la vida, porque enseña a
vivir el presente, aprendiendo del pasado. Este concepto pervivió por mucho tiempo y
se propagó en los siglos, otorgándole a la Historia un cierto carácter de ‘nobleza’. La
Historia era considerada una ciencia noble: como una noble matrona que podía dirigir la
casa, enseñando cómo son las cosas de la vida, o como una caja de Pandora, de donde
podían sacarse nuevas enseñanzas cada vez. A ella se recurría cuando querían
interpretarse situaciones nuevas, hechos cambiantes, o cada vez que se cambiaban los
paradigmas culturales, obligando a buscar nuevas orientaciones, para poner las
relaciones bajo otros parámetros.
Los primeros hombres y mujeres dibujaron en las paredes de las cuevas las figuras de
animales en escenas de caza. Los animales aparecían con flechas o lanzas clavadas en su
cuerpo, en vivas imágenes de colores intensos y bordes remarcados. Así, los cazadores
de animales estaban seguros de que cuando se verifique la caza, ésta se iba a verificar
como estaba ya plasmada en el dibujo. De esta manera, los primeros hombres y mujeres
relataban a sus contemporáneos su forma de pensar y de vivir, y sin proponérselo, a los
que vendrían después. Son los primeros signos de la Historia: los hombres y mujeres
relataban acerca de sus hechos.
Más adelante, los signos escritos comenzaron a narrar los hechos con mayor precisión: la
escritura ‘nace’ alrededor de 5.000 a,C., seguramente en las civilizaciones del Cercano
Oriente. Cuando la expedición de Napoleón encontró una estela de piedra con escritura
y jeroglíficos antiguos en griego, se pudo comenzar a conocer algo más acerca de qué
habían dejado escrito los egipcios para los que vendrían después de ellos. Son los
primeros relatos de Historia.
Luego, desde el s. VII a.C., los griegos comenzaron a contar por escrito lo que había
pasado, ordenándolo según el tiempo y el lugar donde había acaecido el hecho. Pero
además, le dieron a sus relatos interpretaciones desde su mirada particular o ciudadana.
Las interpretaciones de la Historia comenzaron a llenarse de subjetividad humana: al fin
de cuentas, eran hombres y mujeres que narraban hechos protagonizados por hombres y
mujeres.
Los romanos, herederos culturales de los griegos, participaron de esta forma de pensar,
llevando esto a horizontes imperiales: todo el ‘mundo del Mediterráneo’ llegó a conocer
y a verse influenciado por esta mentalidad. La ciudadanía romana era una meta a
alcanzar para los habitantes del Imperio, y signo de privilegios. La Historia pasó a ser
parte de un universo mayor: de los límites de la polis, alcanzó los límites del mundo
enmarcado en el Mediterráneo. Los sucesos que se narraban ya no eran los sucesos
ciudadanos, conocidos y narrados de generación en generación, sino más bien, sucesos
de culturas lejanas, muchas veces desconocidos. Ello implicaba una concepción más
amplia de la persona: ‘hombre’ y ‘mujer’ eran seres semejantes, dispersos por todo un
ámbito que abarcaba culturas diversas, razas y geografías distintas, y distintas formas de
relacionarse con la naturaleza, con los otros hombres, con las otras mujeres o con lo
trascendente. El concepto de humanidad trascendió los límites que imponía una cultura
determinada, una raza o una forma de encarar las relaciones sociales. La Historia podía
alcanzar ahora los límites de la humanidad: el mundo.
Con el correr de los siglos, la individualidad de las personas fue quedando guarecida en
el seno de las nacientes naciones. La voluntad y la religión del señor pasaron a ser la
voluntad y la religión de todos. Los hechos individuales se perdieron en la colectividad
medieval, y sólo sobresalieron los hechos de los señores que decidían por los otros. La
Historia se fue trasladando de la comuna imperial romana a la nación absorbente, y la
individualidad de los hombres y mujeres quedó absorbida por la omnipresencia del
estado. Los hechos históricos servían sólo si servían para la grandeza del estado, y la
Historia pasó a ser la historia de los grupos que detentaban el poder nacional.
Con el paso del tiempo, la Historia sirvió para justificar revoluciones y revueltas: toda
vez que algún grupo se consideró con la suficiente autoridad como para interpretar los
hechos del pasado, y juzgar acerca de sus interpretaciones, echó mano de la Historia
para dar razón de la toma del poder, y de los nuevos modelos de relaciones sociales que
se proponían desde éste. La Historia pasó a ser interpretada desde el poder político, y
fue usada para explicar el surgimiento de regímenes provenientes de sectores
privilegiados, originando interpretaciones mesiánicas y milenaristas de los hechos,
proponiendo nuevos patrones culturales y nuevos modelos antropológicos.
Muchos buscaban en los hechos del pasado una luz para interpretar los del presente,
usándolos a veces en interpretaciones subjetivas forzadas, y así la Historia quedó
circunscripta en un reducido número de aquéllos que la conocían, y por ende, que sabían
interpretarla, así como los augures en la Roma clásica interpretaban el vuelo de las aves
o los hígados de los animales sacrificados. Se buscaron constantes que dieran sentido al
devenir de los hechos. Especialmente en las disciplinas que estudiaron la evolución de
los hechos económicos a través de los tiempos, las ‘historias económicas’, se
determinaron ciclos que condicionaban la recurrencia periódica de crisis y progresos, de
variabilidad de precios y mercados, de sequías e inundaciones. El auge y la declinación
de sistemas económicos se explicaron por razones cíclicas, y así, la cultura y la Historia
se volvieron ciclos que debían repetirse fatalmente y que estaban determinados por
grupos de personas que conocían estos ciclos y los interpretaban desde sus espacios
culturales.
En este caso, la Historia era la narración de los hechos ‘notables’, aquellos hechos que
merecían, por su repercusión en la vida de las otras personas, ser tenidos como motores
de la evolución histórica. Los hechos de los ‘principales’ fueron los únicos que merecían
ser narrados, y así, la Historia fue la Historia de los que detentaban el poder.
Según Hegel, la Historia no enseña nada, porque nunca se repite. Su postura representó
una clara superación de las concepciones cíclicas. Hacía alusión a que los hechos de los
hombres y mujeres, que son el objeto del estudio de la Historia, nunca son
comprobables científicamente por completo; esto, sumado al hecho que las personas
pueden reaccionar en forma distinta frente a los mismos estímulos, tornaba a la
disciplina histórica en algo difícilmente comprobable y, sobre todo, en una disciplina en
la cual es muy difícil fijar parámetros precisos.
Algunos historiadores creyeron ver causales que condicionaban en forma absoluta, o casi
absoluta, los hechos históricos. Para algunos de ellos, el azar, los grandes personajes y
la herencia cultural, determinaban el carácter de un pueblo, lo que lo llevaba a realizar
determinadas cosas y no otras, forjando así su carácter. Otros se cuestionaron acerca de
si es posible llegar a certezas en la Historia, y si es posible, por lo tanto, llegar a la
verdad por medio de la Historia.
La certeza de que los hechos que tenían por protagonistas a personas podían obedecer o
no a leyes preconcebidas, ponía a los científicos en situación de no poder demostrar la
veracidad de sus afirmaciones con los argumentos requeridos. Las afirmaciones de los
historiadores no siempre podían ser fundamentadas con pruebas irrefutables. Se
comenzó a dudar acerca de la cientificidad de la disciplina histórica. Así, la Historia se
tornaba incontrolable, para desesperación del ordenado positivismo del siglo. La Historia
sería una ciencia sólo en la medida en que pudiera demostrar científicamente sus
afirmaciones.
Nuevamente, la Historia era la historia de los que detentaban el poder: los vencedores
de las guerras, los detentadores de situaciones de privilegio, los que podían demostrar
capacidad de acceso al consumo en mayor medida que las mayorías. Sólo lo que se salía
de lo común, los hechos extraordinarios, eran dignos de figurar en los libros de Historia.
Por lo tanto, la Historia se fue llenando de cosas extraordinarias que se apartaban de la
vida cotidiana. Se fueron creando estereotipos heroicos y de grandes hazañas
protagonizadas por grandes personajes que habían nacido para ello. Figuraban en los
libros solamente los que habían nacido para ello.
Pero entonces, a la par que la Historia abarcaba horizontes nunca antes alcanzados,
adoptaba nuevas posturas ante las ciencias, especialmente ante aquellas que tenían a la
persona humana como su objeto de estudio. Todo ello obligaba a considerar cada vez
más la posibilidad de que la metodología de aproximación a los hechos históricos
recibiera aportes desde otros lugares: los enfoques comenzaban a hacerse por primera
vez interdisciplinarios. La Historia fue el campo donde comenzaban a realizarse los
primeros diálogos entre las ciencias humanas.
La Historia sirve para trabajar como profesor de Historia, y enseñarla a los estudiantes;
en algunos casos, porque forma parte de la currícula de la enseñanza formal; en otros,
porque los estudiantes están interesados en conocerla. La Historia sirve para enseñar a
otros los hechos del pasado, y estos estudiantes deberán, a su vez, enseñarla a otros.
Este círculo, sin embargo, se convierte también en la transmisión sistemática de los
hechos del pasado, con toda su carga de consecuencias: las generaciones pueden
conocer acerca de su pasado, algo que creemos que es esencial para la supervivencia de
toda cultura.
La falta transmisión de los hechos del pasado pone a los hechos del presente en una
situación de orfandad: no se conoce su origen. Le falta al presente, por lo tanto, la
perspectiva histórica. Es muy probable que, así como no se conoce la proveniencia, no
se conozca tampoco el destino, el horizonte.
El trabajo de ‘leer’ los hechos del pasado, el trabajar en la Historia, implica una triple
tarea: primeramente, el ser protagonista de los hechos, el generar los hechos que van a
constituir la Historia. Luego, en un segundo momento, descubrir esos hechos, indagar en
ellos, determinarlos, ponerlos en un contexto de tiempo y espacio necesarios para su
lectura; por consiguiente, darlos a conocer. Luego, en un tercer momento, la lectura o
‘escucha’ de la narración de los hechos. Todos los pasos son necesarios para que la
Historia exista como disciplina.
Entonces, hay diferencias entre un ’profesor de Historia’ y un ‘historiador’: el profesor
enseña la Historia a los otros, generalmente sus estudiantes; el historiador investiga los
hechos y los escribe: escribe la Historia. El trabajo del historiador precede al del
profesor, pero el de este último completa al del primero. Ambos se necesitan: el
profesor no tiene nada que relatar si previamente el historiador no ha descubierto los
hechos; pero el trabajo del historiador culmina en el del profesor: sin la comunicación
del hecho histórico, el trabajo del historiador se quedaría en mera erudición. Luego, en
un tercer momento, el alumno, o quien escucha, o quien lee los relatos de los hechos,
completa la tarea para que tenga sentido.
Sabemos que, desde épocas remotas, los hombres y mujeres han comunicado
conscientemente, de generación en generación, todo un acervo de experiencias, reglas,
ritos, interpretaciones del presente. De esa manera, poner en común las experiencias
individuales o grupales se transformó en un medio esencial para la supervivencia de la
especie humana, especialmente en los primeros tiempos de las civilizaciones
sedentarias.
Un hecho similar ocurre cuando los abuelos cuentan a los nietos las historias de la
familia. Los nietos se van empapando de los hechos que los han precedido, que les
permiten interpretar los del presente. Pero a veces los abuelos no tienen tiempo de
contar historias porque tienen que salir a trabajar, o porque se mueren antes de
haberlas contado; los nietos se quedan sin historias, se quedan sin Historia. De ese
modo, a veces ‘lo urgente no da lugar a lo importante’. La necesidad de atender a
necesidades más urgentes, no permite a algunas culturas indagar en sus raíces, por eso
se quedan sin perspectiva histórica; saben para dónde van, pero no saben de dónde
vienen. La Historia sería, en ese caso, la tradición que va pasando de una generación a
otra. Creemos que la historia sirve para ser contada.
El afán de conocer cosas nuevas, propias del ser humano, esta natural ‘curiosidad’ de los
hombres y mujeres que no cesan de ‘asombrarse’ ante todo lo que sucede, trasciende el
ámbito de lo natural, abarcando también el campo de los hechos humanos. Éstos se
transforman, así, en un elemento esencial de la vida de las personas. La transmisión de
los hallazgos de esta curiosidad es, entonces, un elemento importante en las relaciones
humanas. La narración de los hechos del pasado se torna entonces en un elemento
aglutinador de las sociedades. En la película de Jaime Uys “Y los dioses deben estar
locos”, la tribu de nómades del desierto de Kalahari se reúne todos los días a la caída
del sol para contar ‘historias’: los ancianos son escuchados atentamente, y este
momento es el espacio en el que se exterioriza la unidad del grupo. Salen a relucir
anécdotas, relatos y reflexiones del día y del pasado, mezclados con interpretaciones,
risas y comentarios. En el intercambio de los relatos se fortifica la unión del grupo. La
narración de los hechos se convierte así en el lugar de encuentro de las generaciones; en
el ‘racconto’ de las historias del grupo se encuentra el pasado con el presente.
Con alguna frecuencia, solemos encontrarnos con personas que citan fechas, nombres y
datos con facilidad pasmosa. Se las escucha interferir una conversación para aportar
hechos que, si bien tienen que ver con lo que se platica, no hace a la esencia de la
conversación. Otras veces, se citan datos estadísticos con una abundancia abrumadora.
Esto es frecuente en los escritos de ‘Historia Económica’. A veces, es tan grande la cita
de datos numéricos, que resulta imposible aferrarlos, y más aún, comprobar su
veracidad. El objeto de esta disciplina, así planteada, no es más la persona, sino el
hecho económico: creemos que los hechos son cuantificables, pero las personas no lo
son.
El hecho que la Historia sea una disciplina esencialmente humana implica que el objeto
de estudio es la misma persona humana: los hombres y mujeres. Es característica de
esta disciplina, lo que le da su esencia y le hace tener la categoría de ciencia o
disciplina con sus propias categorías de análisis y metodología de investigación, tomar a
la persona humana a través de los hechos del pasado que la han tenido por protagonista.
Pero si bien el acercamiento a la persona se hace a través del hecho histórico, ello no
tiene que hacer confundir el horizonte: el objeto de estudio es siempre la persona
humana. La ‘puerta’ a través de la cual se logra la aproximación al objetivo es el hecho
histórico, pero el objetivo siguen siendo los hombres y mujeres de todos los tiempos y de
todos los lugares.
La Historia, entonces, sirve para algo. En los casos anteriores, la razón de la utilidad de
la Historia está fuera de ella misma: su utilidad la da algo extrínseco a ella misma. Su
utilidad se justifica ‘desde afuera’ de la misma Historia. Pero, ¿hay algo en la Historia
que justifique su existencia ‘desde adentro’ de ella misma? ¿Se justifica la existencia de
la Historia porque hay algo esencial en ella que la haga de utilidad a las personas de
este tiempo? O sea: ¿tiene sentido, hoy, la Historia?
Llegados a este punto, creo que tenemos que acordar qué entendemos por Historia.
Dejando de lado las odiosas definiciones de la Historia que ya se han dado en muchos
libros de texto, y que -además de encerrarla en cajones estrechos que sólo han marcado
límites y limitado los horizontes- le han hecho perder su poesía, la Historia es una
ciencia inmensamente humana. Omitimos aquí la discusión acerca del concepto de
ciencia, para adentrarnos en lo que nos parece esencial en este caso: en el hecho de que
la Historia es ‘inmensamente humana’.
Una primera consideración podemos hacer aquí, poniendo a la naturaleza como punto de
referencia. Creemos poder afirmar que la naturaleza, y los animales particularmente, no
tienen historia. No hay pasado en ellos, como no hay futuro. Para ellos todo es presente.
La muerte, por ejemplo, se presenta ante ellos como una circunstancia del presente
inmediato, y las necesidades físicas, como algo que hay que satisfacer de inmediato. No
hay conciencia del pasado, sino como un cúmulo de experiencias. Por el contrario, las
personas tienen ambiciones, recuerdos y aprendizajes; el pasado se presenta ante ellos
como algo que los influye en el tiempo presente y los condiciona. La suma de
experiencias colectivas humanas condiciona el presente de las sociedades, haciéndolas
tomar un camino u otro, y dándoles la maravillosa oportunidad de elegir. La Historia de
los pueblos tiene como resultado inmediato su presente: son lo que la sucesión de
hechos del pasado ha provocado que sean.
La Historia ofrece un lugar privilegiado para otear el futuro; se puede vislumbrar, desde
el presente, el futuro de los pueblos, si se tiene en cuenta el pasado, como el vigía de
un barco, que subido al mástil, puede mirar hacia delante y anunciar el derrotero; pero
le basta con girar la cabeza para mirar hacia atrás y saber el curso que ha llevado. Los
animales no tienen esta perspectiva porque para ellos sólo existe el presente. Podemos
concluir que el poseer Historia es una cualidad intrínsecamente humana.
Sin embargo, la Historia parte de la esencia de la persona. Los hombres y mujeres nacen
y mueren en un determinado lugar y en un determinado tiempo. Nadie nace ‘en todas
partes’, ni vive ‘en todos los tiempos’, siempre. El tiempo es algo constitutivo de la
persona. La Historia trata de personas: trata de hombres y mujeres que nacen y
mueren, que ríen y lloran, que sufren, trabajan, juegan, caminan, aman, que tienen
pasiones y que razonan, que crean su cultura y viven según sus propios paradigmas. La
Historia trata sobre actores humanos; por ello resulta útil siempre que se trabaja con
ellos. Trata sobre los afectados por la cultura: trata sobre los creadores de la cultura, y
sobre las criaturas de esa misma cultura. Los hombres y mujeres, que crean sus propios
estereotipos culturales, y luego viven condicionados por ellos, para después cambiarlos,
lentamente o bruscamente, son los protagonistas de esta novela que se desarrolla en el
tiempo: la Historia.
La Historia consiste en hombres y mujeres que escriben acerca de los hechos de otros
hombres y mujeres: por lo tanto, la mirada sobre estos hechos será siempre subjetiva.
Hay tantas ‘Historias’ cuantos hombres y mujeres hay en el mundo; todas ellas
contienen gotas de verdad, y ninguna de ellas la agota. En el fondo, cada persona es
potencialmente un historiador, desde el momento en que es protagonista de los hechos
humanos y tiene la capacidad de narrarlos. Así, la Historia se transforma en un continuo
diálogo entre personas que protagonizan hechos humanos y personas que los narran.
Pero hay ahora un nuevo interlocutor: quien ‘escucha’ la narración, quien ‘lee’ lo que
está escrito, que puede convertirse en juez sin que nadie le adjudique la tarea.
Creemos que las relaciones humanas pueden dar lugar a un sinnúmero de ‘historias’,
todas las cuales pueden acercarse a la Historia. Así, puede haber una ‘Historia de las
masas populares’, una ‘Historia de los trabajadores’, una ‘Historia de las formas de
producción’, etc. Pero creemos que es necesario hacer hincapié en que el objetivo de la
Historia son las personas, como actores de hechos humanos, y no el hecho económico,
por ejemplo.
Los cambios que se producen en las estructuras sociales, provocados por las relaciones
entre las personas, repercuten en las mismas relaciones humanas que les dieron origen.
O sea, la Historia puede considerarse como la historia de las relaciones de producción:
entre explotadores y explotados, por ejemplo, pero siempre, es relación entre personas.
Hobbes sostenía que el hombre es un lobo para los otros hombres, y Sartre decía que la
relación entre las personas coarta la libertad individual, tornando la vida un infierno,
gracias a los otros. Pero, de cualquier manera, como ‘infierno’ o como algo constitutivo
de la persona, las relaciones humanas constituyen la posibilidad de la vida social. Así, la
Historia puede ser la Historia de las relaciones humanas.
Hay Historia porque hay personas que se relacionan entre sí, que crean cultura, que se
adaptan a ella, que encaran la relación con la naturaleza de una forma determinada,
que crean leyes y expresiones culturales, que producen, trabajan, emigran, nacen y
mueren… que van haciendo la Historia con su vida.
Pero, llegados a este punto, creemos que la evolución de los pueblos, cada vez más,
depende del trabajo colectivo, y, cada vez menos, de los grandes líderes. Éstos ya no
son tiempos de héroes ni de santos, sino tiempos del hombre y la mujer cotidianos, que
cada día van construyendo con fatiga la convivencia social: la Historia es, cada vez más,
la narración de la trabajosa y dura evolución de la convivencia social. La santidad y la
heroicidad han pasado a formar parte de la vida cotidiana, es ‘cosa de todos’, y la
Historia se ha bajado de su pedestal y ha pasado a formar parte de la cotidianeidad
humana.
Con el correr de los tiempos, las civilizaciones fueron adoptando creencias que
satisfacían sus propios enigmas, en la medida en que éstas correspondían a sus
estereotipos. Así, los dioses comenzaron a formar parte del sistema, justificando
paradigmas y privilegios y ensayando explicaciones que hicieran posible su permanencia.
Es significativo el cambio que experimentó el cristianismo después del año 312, cuando
la conversión del emperador romano convirtió una religión perseguida en religión
oficial. El nuevo sistema, ahora con nuevos elementos que lo justificasen, dio lugar a
nuevas relaciones. El sistema feudal es hijo directo de este nuevo estado de las cosas.
Creemos que en el fondo de cada hombre y mujer hay implícita una inmensa sed de
infinito, que nace precisamente de las limitaciones humanas. Esta recurrencia a lo que
lo trasciende, al formar parte de la esencia humana, obliga a que el hecho religioso sea
una parte importante de la Historia de los hombres y mujeres. Creemos que esta sed de
infinito, que ha caracterizado a los protagonistas de la Historia desde sus comienzos,
está más viva que nunca.
V. CONCLUSIONES.
Queremos concluir estas reflexiones –¡ya demasiado largas!- diciendo que, si los
protagonistas de la Historia son los hombres y mujeres, quizá éstos son sus tiempos, más
que nunca: el tiempo de los hombres y mujeres de hoy. El historiador ya no es solamente
un ‘lector de libros’, o una ‘rata de archivo’ que se pasa horas enteras leyendo cosas
viejas para descubrir hechos que estaban ocultos, que tienen que ver con pocos y que
interesan cada vez a menos personas: interesan sólo a unos pocos entendidos y aburridos
que se apasionan en el tema. Hoy, más que nunca, es un ‘lector de la realidad’: lee la
realidad presente desde los hechos del pasado. Desde el privilegiado lugar de
observación que significan los hechos del pasado, mira el presente, su gente, su cultura,
sus relaciones, y lo da a conocer. Su campo ya no son sólo los archivos o las bibliotecas,
sino que su horizonte son ahora los grupos culturales y microculturales, los grupos
urbanos, los campesinos, los trabajadores de los puertos y de las fábricas, los migrantes,
los vendedores de las calles, los niños y los ancianos… Tanto los individuos como los
grupos son ahora objeto de su estudio. Los desclasados de la sociedad moderna son
ahora los protagonistas de la Historia.
La Historia tiene ahora otro sentido, más amplio que aquél en el cual estuvo encerrada
por siglos. Por mucho tiempo estuvo circunscripta a los estudios, los museos, las
bibliotecas, los archivos o los claustros académicos. Ahora su lugar es la calle, las
esquinas, los mercados, los cafetales, las oficinas, las escuelas, los buses... En cualquier
lugar en que los hombres y mujeres se mueven y dejan su huella, es reclamada la
presencia de la Historia, para dar fe de los hechos, interpretándolos desde su subjetiva
humanidad. Ya no es la Historia limpia y perfecta, que da cuenta objetiva desde su
pedestal sin mancha de los hechos del pasado que han marcado el progreso de la
humanidad. Ahora aparece manchada del lodo de los hechos de los hombres y mujeres
que se han enlodado en su paso por la Historia. Ya no se trata de un progreso indefinido
e irremediable; ahora se trata de errores, de marchas y contramarchas, de logros
inconclusos y fracasos, de dudas, de hechos grandes que son la suma de pequeñas
hechos, de hombres y mujeres que son grandes en su pequeñez, que se benefician, sin
embargo, de la inmensa grandeza de la humanidad.
Pero hay otro elemento que considerar: es acerca de los protagonistas de la Historia.
Cuando Dalton escribe sus ‘historias prohibidas’, y cita a los emigrantes y a las
prostitutas, lo hace para hacer ver que también ellos son protagonistas de la Historia.
Podemos inducir que no hay nada que sea realmente humano, en lo cual los hombres y
mujeres no estén implicados. Y todo lo que construyen las relaciones de las personas
humanas entre sí, constituye parte esencial de su Historia. No hay ‘hechos grandes’ o
‘hechos pequeños’, y con ello, ‘hechos que merezcan formar parte de la Historia’, y
hechos que no lo merezcan. Todo lo que es esencialmente humano forma parte de la
Historia. Podemos definir la Historia, entonces, como la Historia de la vida de los
hombres y mujeres en el tiempo.
Es esta persona común lo que la Historia tiene que rescatar hoy y elevarla a sus altares:
su tarea es rescatar del anonimato a los hombres y mujeres que de verdad han sido sus
protagonistas oscuros. Los grandes olvidados de los eruditos de la Historia, de los
detentadores del poder político, de los que tomaban decisiones por los otros, de los que
quedaban en los archivos y en las estatuas, los que han hecho la Historia, son ahora los
protagonistas: porque sin duda una cosa es ser protagonistas de la Historia, y otra es
escribir de ella. Es necesario que la Historia hurgue dentro de sí misma para encontrar
aquello que por mucho tiempo estuvo guardado y lo saque a la luz.
Creemos que ocuparse de los grandes olvidados de la Historia implica narrar el conjunto
de hechos que ha dado lugar a las situaciones de marginación, alienando la persona
humana en el sistema. Esta narración debe llevar a la revisión de los sistemas de
distribución de la riqueza, debe iluminar acerca de las relaciones sociales, acerca del
acceso a la cultura, acerca del trabajo y de las formas de producir, acerca de las formas
de asociación y de emplear el tiempo libre, acerca de las migraciones, de las
asociaciones urbanas y de las formas de relacionarse con la naturaleza, acerca de la
música y el transporte, acerca del traslado de mercaderías y de personas, acerca de
cómo los hombres y mujeres se deshacen de los desperdicios… El campo de la Historia es
ahora inmensamente amplio.
La tarea que le está reservada a la Historia ahora la obliga a mirar hacia nuevos
horizontes, con una renovada visión acerca de su metodología, con una nueva carga de
apasionamiento, y con una nueva carga de relaciones con otras ciencias. En el inmenso
campo de estudio de la persona humana, la mirada desde la perspectiva del pasado
puede otorgarle a la Historia un campo de acción renovado. Es que la persona humana
no puede abordarse sólo desde el estrecho horizonte de los hechos comprobables por
pruebas directas; el horizonte humano trasciende los límites en que los mismos hombres
y mujeres quieren encerrarla con demasiada frecuencia. Cada vez más se necesitan
metodologías capaces de abarcar los hechos con su contexto, con sus relaciones y con
sus consecuencias.
Estas nuevas exigencias de la disciplina histórica han dado lugar a nuevas metodologías.
El método histórico puro ya no basta para dar respuesta a los interrogantes que plantea
el hecho humano. Y precisamente con el surgimiento, en los siglos XIX y XX, de una
variada gama de ciencias que se acercan a la cuestión de la persona desde diversos
ángulos, como la Antropología Filosófica, la Antropología Cultural, la Sociología, la
Arqueología, la Sicología, etc., fue cada vez más evidente que afrontar la tarea de
acercarse a la persona humana como objeto de estudio podía ofrecer elementos
impensados: cada vez más se fue haciendo evidente que esta aproximación debe hacerse
desde lugares diversos. Los enfoques multidisciplinarios comenzaron entonces a hacerse
comunes y necesarios.
Es claro, además, que hoy, más que nunca, si bien son cada vez más oscuros los límites
entre las diversas ciencias de la persona humana y la Historia, también los hechos de los
hombres y mujeres necesitan un abordaje multidisciplinario. El historiador y el
antropólogo se necesitan mutuamente. Los hechos de las personas son demasiado
complejos para ser comprendidos desde un sólo lugar. Ya no basta el sólo método
histórico para el abordaje de los hechos humanos, ni el sólo método de la Antropología.
Se debe trabajar junto a la Sociología, a la Arqueología, a la Geografía, para
comprender este complejo entramado de las relaciones humanas. En este contexto, la
Historia puede ofrecer un lugar común, donde el diálogo entre las ciencias que estudian
a los hombres y mujeres sea posible.
Es que si la Historia tiene sentido todavía, es porque todavía existen hombres y mujeres
que viven.
Bibliografía
6. Will y Ariel Durant, Las lecciones de la Historia, Ed. Sudamericana, Buenos Aires,
1969. Este texto consiste en una serie de ensayos sobre la Historia, que contienen en
general los puntos de vista de la Escuela de los Anales.
7. Julio Domínguez Sosa, Las tribus nonualcas y su caudillo Anastasio Aquino, Ed.
Universitaria Centroamericana, EDUCA, Centroamérica, 1984.
8. P. Ivanoff, El tiempo de los mayas, Ed. Abril, Buenos Aires, 1987. Este ensayo del
autor contiene una novedosa interpretación acerca de la causa del derrumbe de la
primera etapa de la cultura maya, la etapa localizada en general en el Petén,
Guatemala, y en Honduras y la parte mexicana del río Usumacinta. No valdría, por lo
tanto, para la cultura maya tardía de la península del Yucatán.
11. Jaime Barylko, Aprendizaje de la libertad, Ed. Sur, Buenos Aires, 1994.
13. J. P. Sartre, A puerta cerrada, Ed. Roxsil, San Salvador, 1996. Hay numerosas
ediciones en El Salvador.
15. Roque Dalton, Las historias prohibidas del Pulgarcito, UCA Editores, San Salvador,
1997. Este ensayo histórico no tradicional ha sido estudiado también desde la
Antropología; puede catalogarse como un texto de la escuela de la ‘Historia desde
abajo’.
16. Jurgen Moltmann, El hombre, Ed. Sígueme, Salamanca, 1986. Original en alemán.