Vale La Pena Enseñar Historia

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¿Tiene sentido estudiar historia, hoy?

(Algunas reflexiones acerca del estudio de la historia)


Héctor Grenni1

Con estas reflexiones se quiere abrir un espacio para pensar acerca de la historia, hoy. Partiendo de
las distintas concepciones acerca de la historia en la antigüedad clásica y discurriendo luego acerca
de si la historia es una ciencia o un arte, se termina reflexionando sobre su significado último. Las
consideraciones finales están dirigidas a los protagonistas de la historia: los hombres y mujeres de
todos los tiempos.

I. INTRODUCCIÓN

Recuerdo que hace ya algunos años, cuando daba mis primeros pasos en la docencia, me
había tocado iniciar un curso de Historia Nacional en Montevideo, Uruguay, en un
Bachillerato Humanístico. Mis alumnos tenían unos diecisiete años. Al presentarme, el
primer día de clases, y como notaran mi acento argentino, una alumna me preguntó: ‘Y
vos, ¿vas a enseñar la historia de aquí, o la de allá?’. En medio de la sorpresa por la
intempestividad de la pregunta, contesté: ‘Pero, cómo, ¿hay dos historias?’. Se
planteaba aquí la cuestión de que el mismo hecho histórico puede ser leído desde
distintos lugares. He reflexionado desde entonces mucho tiempo sobre el hecho de
¿‘quién tiene que escribir la historia’, los ‘de adentro’ o ‘los de afuera’? Y de allí surgen
otras preguntas: ‘¿para qué tiene que escribirse?’, ‘¿quién tiene que leerla?’, ‘¿cómo
debe escribirse?’, ‘¿qué debe escribirse’’, ¿es posible la objetividad en la narración
histórica?, ¿es deseable la objetividad en la narración histórica?...

Sin duda, una cosa es escribir la Historia, y otra es ser protagonista de ella. Según la
Escuela de los Anales, la historia, según suele ser escrita, es muy distinta de la historia
según es vivida. El historiador suele consignar lo excepcional porque es interesante,
porque es excepcional. Si narráramos la historia de todos los hombres y mujeres,
tendríamos una historia muy aburrida, pero, quizá, más cerca de la verdad, si es que la
verdad puede alcanzarse desde la Historia. Todos coincidimos, además, en que la
Historia no es la narración de la sucesión de los hombres y mujeres que detentan el
poder político. Entonces, ¿qué es la Historia? ¿Quiénes son los protagonistas de la
Historia?, en el fondo, ¿para qué sirve?

Sin embargo, para leer la Historia hay que saber leerla, es necesario tener tiempo y
fuerzas para hacerlo, un poco de silencio y tranquilidad: hay que tener las necesidades
básicas satisfechas. Para ‘meterse’ en el pasado hay que tener solucionado el presente.
Todo ello no siempre se encuentra en estos tiempos, donde los hombres y mujeres viven
de prisa y estrechamente. Esta situación ha contribuido a que escribieran la historia un
grupo de privilegiados. Por ello el reto que se plantea hoy a los historiadores es ver la
Historia y escribir acerca de los hechos del pasado desde la estrechez del presente,

1
Licenciado en historia latinoamericana, por la Universidad Nacional de Buenos Aires, Argentina, profesor
de Antropología filosófica, en la Universidad Don Bosco (UDB).
hacer Historia desde las limitaciones, desde los que nunca han sido tomados en cuenta
en las historias oficiales.

Desde hace muchos años ya, en nuestro país, los estudios acerca de la Historia son
pocos: los historiadores son ‘una especie en extinción’. En estos tiempos, sólo dos
universidades en el país ofrecen la carrera de Licenciatura en Historia: la Universidad
Nacional y la Universidad Tecnológica. Por otra parte, la reforma educativa ha dejado
de lado, en los programas de enseñanza de la Educación General Básica, y de los
distintos bachilleratos, disciplinas como Historia, Filosofía, Antropología y Ética. Y como
la Historia ‘es cosa del pasado’, es ‘cosa superada’. Sin embargo, pretendemos aquí
reflexionar acerca de si la Historia tiene todavía cabida en el ámbito del pensamiento y
de las ciencias, y si tiene aún algo que decir a los hombres y mujeres de este tiempo.

II. ANTECEDENTES

A. La Historia como ‘maestra de la vida’.

En el siglo I a.C., Cicerón decía que la historia es la maestra de la vida, porque enseña a
vivir el presente, aprendiendo del pasado. Este concepto pervivió por mucho tiempo y
se propagó en los siglos, otorgándole a la Historia un cierto carácter de ‘nobleza’. La
Historia era considerada una ciencia noble: como una noble matrona que podía dirigir la
casa, enseñando cómo son las cosas de la vida, o como una caja de Pandora, de donde
podían sacarse nuevas enseñanzas cada vez. A ella se recurría cuando querían
interpretarse situaciones nuevas, hechos cambiantes, o cada vez que se cambiaban los
paradigmas culturales, obligando a buscar nuevas orientaciones, para poner las
relaciones bajo otros parámetros.

Desde los tiempos de los primeros hombres y mujeres se recurrió a la transmisión de


conocimientos entre los seres humanos, obligados por el hecho mismo de la convivencia
en grupos. El lenguaje, el habla humana, se constituyó en un elemento indispensable en
la relación entre los seres humanos. Así, la transmisión de ‘los hechos que han enseñado
algo’, en el decir de Leroi-Gurham, se convirtió en el primer relato histórico, y en un
elemento indispensable en la relación entre las personas y en la transmisión de la
cultura.

Los primeros hombres y mujeres dibujaron en las paredes de las cuevas las figuras de
animales en escenas de caza. Los animales aparecían con flechas o lanzas clavadas en su
cuerpo, en vivas imágenes de colores intensos y bordes remarcados. Así, los cazadores
de animales estaban seguros de que cuando se verifique la caza, ésta se iba a verificar
como estaba ya plasmada en el dibujo. De esta manera, los primeros hombres y mujeres
relataban a sus contemporáneos su forma de pensar y de vivir, y sin proponérselo, a los
que vendrían después. Son los primeros signos de la Historia: los hombres y mujeres
relataban acerca de sus hechos.

Más adelante, los signos escritos comenzaron a narrar los hechos con mayor precisión: la
escritura ‘nace’ alrededor de 5.000 a,C., seguramente en las civilizaciones del Cercano
Oriente. Cuando la expedición de Napoleón encontró una estela de piedra con escritura
y jeroglíficos antiguos en griego, se pudo comenzar a conocer algo más acerca de qué
habían dejado escrito los egipcios para los que vendrían después de ellos. Son los
primeros relatos de Historia.

Luego, desde el s. VII a.C., los griegos comenzaron a contar por escrito lo que había
pasado, ordenándolo según el tiempo y el lugar donde había acaecido el hecho. Pero
además, le dieron a sus relatos interpretaciones desde su mirada particular o ciudadana.
Las interpretaciones de la Historia comenzaron a llenarse de subjetividad humana: al fin
de cuentas, eran hombres y mujeres que narraban hechos protagonizados por hombres y
mujeres.

En las polis griegas, el conocimiento de la Historia de la ciudad llegó a ser un elemento


importante para conocer la cultura, para participar de la vida cívica y, en el fondo, para
ser un verdadero ciudadano. Los funcionarios eran conocedores de la literatura, de las
finanzas, de la producción económica y de la Historia de la ciudad. Se mostraban
orgullosamente conocedores de los hechos del pasado que habían contribuido a la
grandeza de la ciudad. El conocimiento de la Historia formaba parte de la paideia o
proceso de educación e instrucción de los niños y jóvenes de las familias que constituían
la aristocracia. La areté, el patrimonio cultural de la aristocracia, incluía el
conocimiento del pasado de la ciudad, y hacía posible que participaran en su grandeza.
Eran ciudadanos que tenían sus necesidades básicas satisfechas. Era una sociedad que, al
menos para algunos, ofrecía la posibilidad de discutir las cosas de la ciudad, y la Historia
era una de ellas. La democracia griega, que si bien no llegaba a todos, estaba abierta a
la participación de un buen número de ciudadanos, tornaba la vida más humana, al
posibilitar que los hombres se ocuparan de las cosas del pasado, que implicaban a todos.

Los romanos, herederos culturales de los griegos, participaron de esta forma de pensar,
llevando esto a horizontes imperiales: todo el ‘mundo del Mediterráneo’ llegó a conocer
y a verse influenciado por esta mentalidad. La ciudadanía romana era una meta a
alcanzar para los habitantes del Imperio, y signo de privilegios. La Historia pasó a ser
parte de un universo mayor: de los límites de la polis, alcanzó los límites del mundo
enmarcado en el Mediterráneo. Los sucesos que se narraban ya no eran los sucesos
ciudadanos, conocidos y narrados de generación en generación, sino más bien, sucesos
de culturas lejanas, muchas veces desconocidos. Ello implicaba una concepción más
amplia de la persona: ‘hombre’ y ‘mujer’ eran seres semejantes, dispersos por todo un
ámbito que abarcaba culturas diversas, razas y geografías distintas, y distintas formas de
relacionarse con la naturaleza, con los otros hombres, con las otras mujeres o con lo
trascendente. El concepto de humanidad trascendió los límites que imponía una cultura
determinada, una raza o una forma de encarar las relaciones sociales. La Historia podía
alcanzar ahora los límites de la humanidad: el mundo.

Con el correr de los siglos, la individualidad de las personas fue quedando guarecida en
el seno de las nacientes naciones. La voluntad y la religión del señor pasaron a ser la
voluntad y la religión de todos. Los hechos individuales se perdieron en la colectividad
medieval, y sólo sobresalieron los hechos de los señores que decidían por los otros. La
Historia se fue trasladando de la comuna imperial romana a la nación absorbente, y la
individualidad de los hombres y mujeres quedó absorbida por la omnipresencia del
estado. Los hechos históricos servían sólo si servían para la grandeza del estado, y la
Historia pasó a ser la historia de los grupos que detentaban el poder nacional.
Con el paso del tiempo, la Historia sirvió para justificar revoluciones y revueltas: toda
vez que algún grupo se consideró con la suficiente autoridad como para interpretar los
hechos del pasado, y juzgar acerca de sus interpretaciones, echó mano de la Historia
para dar razón de la toma del poder, y de los nuevos modelos de relaciones sociales que
se proponían desde éste. La Historia pasó a ser interpretada desde el poder político, y
fue usada para explicar el surgimiento de regímenes provenientes de sectores
privilegiados, originando interpretaciones mesiánicas y milenaristas de los hechos,
proponiendo nuevos patrones culturales y nuevos modelos antropológicos.

Sirvió también para justificar regímenes de poder, situaciones de privilegio, expresiones


de desigualdades, injusticias, guerras, fiestas y ritos. La herencia cultural se confundió
con la Historia, y ‘ciudadano’ era quien conocía la Historia de la ciudad y vivía conforme
a ella. ‘Historia’ fue sinónimo de ‘cultura’, y sólo pocas personas tenían acceso a ella.

Muchos buscaban en los hechos del pasado una luz para interpretar los del presente,
usándolos a veces en interpretaciones subjetivas forzadas, y así la Historia quedó
circunscripta en un reducido número de aquéllos que la conocían, y por ende, que sabían
interpretarla, así como los augures en la Roma clásica interpretaban el vuelo de las aves
o los hígados de los animales sacrificados. Se buscaron constantes que dieran sentido al
devenir de los hechos. Especialmente en las disciplinas que estudiaron la evolución de
los hechos económicos a través de los tiempos, las ‘historias económicas’, se
determinaron ciclos que condicionaban la recurrencia periódica de crisis y progresos, de
variabilidad de precios y mercados, de sequías e inundaciones. El auge y la declinación
de sistemas económicos se explicaron por razones cíclicas, y así, la cultura y la Historia
se volvieron ciclos que debían repetirse fatalmente y que estaban determinados por
grupos de personas que conocían estos ciclos y los interpretaban desde sus espacios
culturales.

En este caso, la Historia era la narración de los hechos ‘notables’, aquellos hechos que
merecían, por su repercusión en la vida de las otras personas, ser tenidos como motores
de la evolución histórica. Los hechos de los ‘principales’ fueron los únicos que merecían
ser narrados, y así, la Historia fue la Historia de los que detentaban el poder.

B. ¿Es la Historia una ciencia?

Según Hegel, la Historia no enseña nada, porque nunca se repite. Su postura representó
una clara superación de las concepciones cíclicas. Hacía alusión a que los hechos de los
hombres y mujeres, que son el objeto del estudio de la Historia, nunca son
comprobables científicamente por completo; esto, sumado al hecho que las personas
pueden reaccionar en forma distinta frente a los mismos estímulos, tornaba a la
disciplina histórica en algo difícilmente comprobable y, sobre todo, en una disciplina en
la cual es muy difícil fijar parámetros precisos.

Algunos historiadores creyeron ver causales que condicionaban en forma absoluta, o casi
absoluta, los hechos históricos. Para algunos de ellos, el azar, los grandes personajes y
la herencia cultural, determinaban el carácter de un pueblo, lo que lo llevaba a realizar
determinadas cosas y no otras, forjando así su carácter. Otros se cuestionaron acerca de
si es posible llegar a certezas en la Historia, y si es posible, por lo tanto, llegar a la
verdad por medio de la Historia.
La certeza de que los hechos que tenían por protagonistas a personas podían obedecer o
no a leyes preconcebidas, ponía a los científicos en situación de no poder demostrar la
veracidad de sus afirmaciones con los argumentos requeridos. Las afirmaciones de los
historiadores no siempre podían ser fundamentadas con pruebas irrefutables. Se
comenzó a dudar acerca de la cientificidad de la disciplina histórica. Así, la Historia se
tornaba incontrolable, para desesperación del ordenado positivismo del siglo. La Historia
sería una ciencia sólo en la medida en que pudiera demostrar científicamente sus
afirmaciones.

Paradójicamente, el siglo XIX es el ‘siglo de la Historia’, el siglo donde esta disciplina


‘despierta’ y adquiere las características de ciencia. El ’despertar’ del mundo de las
ciencias en este tiempo hizo posible el nacimiento de una corriente de pensamiento que
quería fundar todo sobre bases científicamente demostrables. Paralelamente, el
descubrimiento de restos arqueológicos, que permitían también fundamentar
científicamente las ideas acerca de la evolución, en la cual estaba implicada la especie
humana, prolongó inmensamente la ‘duración’ de la Historia: se trataba ahora de narrar
los hechos de los hombres y mujeres de un período histórico que podía llegar a millones
de años... La Historia ‘despertaba’ como ciencia, y se ponía a la par de las otras
ciencias. Su universo, el universo de los hechos de los hombres y mujeres del pasado,
pasaba a ser algo “aferrable”, susceptible de ser sujeto a los cánones del siglo. Perdía su
horizonte inmenso de la factibilidad humana, para ser aceptada en el grupo selecto de
las ciencias demostrables. Se volvía algo mensurable, comparable, comprobable.

El mismo pensamiento positivista de la época, de acuerdo a su tiempo, hizo de la


Historia una ciencia en extremo precisa: ‘Historia’ era sólo aquello científicamente
comprobable. Así, los archivos y los escritos se transformaron en el soporte esencial de
la Historia, y los hechos de los ‘principales’, otra vez, los principales protagonistas de la
Historia. Sólo era Historia aquello que figuraba en algún archivo, y sólo los hechos de las
personas ‘importantes’ eran dignos de figurar en ellos.

Nuevamente, la Historia era la historia de los que detentaban el poder: los vencedores
de las guerras, los detentadores de situaciones de privilegio, los que podían demostrar
capacidad de acceso al consumo en mayor medida que las mayorías. Sólo lo que se salía
de lo común, los hechos extraordinarios, eran dignos de figurar en los libros de Historia.
Por lo tanto, la Historia se fue llenando de cosas extraordinarias que se apartaban de la
vida cotidiana. Se fueron creando estereotipos heroicos y de grandes hazañas
protagonizadas por grandes personajes que habían nacido para ello. Figuraban en los
libros solamente los que habían nacido para ello.

Los hombres y mujeres que merecían ser protagonistas de la Historia adquirían la


categoría de personas que estaban por sobre los demás: sus hechos y acciones eran
‘públicos’, no sólo porque podían ser conocidos por los otros, sino porque debían serlo.
Nacían como con un halo de predestinación que los habilitaba para ser protagonistas -
¡los únicos!- de la Historia.

De estos tiempos es, precisamente, la discusión acerca de si la Historia es ‘una ciencia’


o más bien ‘un arte’. No obstante el pensamiento elitista de la época, existía la
conciencia de que hay hechos humanos que no pueden ser comprobados por fuentes
directas, pero que son indudablemente históricos, en cuanto que son hechos humanos.
La idea de que la Historia podía abarcar un horizonte que trascendiera los estrechos
límites de las ciencias comprobables, abrió inmensamente el estrecho horizonte en que
se pretendía sumir a la disciplina histórica. Algunos historiadores comenzaron a hablar
del’arte de hacer Historia’. La certeza de que el objeto del estudio de la Historia son los
hechos de todos los hombres y mujeres del pasado, sacó a esta disciplina de la ‘camisa
de fuerza’ en que estaba cayendo.

Dos elementos constitutivos de la Historia fueron ganando terreno como cuestiones


afirmadas: el que no todos los hechos históricos son demostrables a cabalidad, y el que
los hechos de todos los hombres y mujeres del pasado son susceptibles de formar parte
de la disciplina. Se hizo evidente entonces que la Historia no se ajustaba a los rígidos
cánones establecidos para las ciencias de ese tiempo y, por lo tanto, no podía medirse
con las mismas categorías de análisis. En lugar de ‘ciencia histórica’, se prefería hablar
de ‘disciplina histórica’. Con frecuencia, el término ‘arte’ se aplicaba más fielmente a
las concepciones históricas.

Pero entonces, a la par que la Historia abarcaba horizontes nunca antes alcanzados,
adoptaba nuevas posturas ante las ciencias, especialmente ante aquellas que tenían a la
persona humana como su objeto de estudio. Todo ello obligaba a considerar cada vez
más la posibilidad de que la metodología de aproximación a los hechos históricos
recibiera aportes desde otros lugares: los enfoques comenzaban a hacerse por primera
vez interdisciplinarios. La Historia fue el campo donde comenzaban a realizarse los
primeros diálogos entre las ciencias humanas.

III. ¿ PARA QUÉ SIRVE LA HISTORIA?

A. La Historia como narración.

La Historia sirve para trabajar como profesor de Historia, y enseñarla a los estudiantes;
en algunos casos, porque forma parte de la currícula de la enseñanza formal; en otros,
porque los estudiantes están interesados en conocerla. La Historia sirve para enseñar a
otros los hechos del pasado, y estos estudiantes deberán, a su vez, enseñarla a otros.
Este círculo, sin embargo, se convierte también en la transmisión sistemática de los
hechos del pasado, con toda su carga de consecuencias: las generaciones pueden
conocer acerca de su pasado, algo que creemos que es esencial para la supervivencia de
toda cultura.

La falta transmisión de los hechos del pasado pone a los hechos del presente en una
situación de orfandad: no se conoce su origen. Le falta al presente, por lo tanto, la
perspectiva histórica. Es muy probable que, así como no se conoce la proveniencia, no
se conozca tampoco el destino, el horizonte.

El trabajo de ‘leer’ los hechos del pasado, el trabajar en la Historia, implica una triple
tarea: primeramente, el ser protagonista de los hechos, el generar los hechos que van a
constituir la Historia. Luego, en un segundo momento, descubrir esos hechos, indagar en
ellos, determinarlos, ponerlos en un contexto de tiempo y espacio necesarios para su
lectura; por consiguiente, darlos a conocer. Luego, en un tercer momento, la lectura o
‘escucha’ de la narración de los hechos. Todos los pasos son necesarios para que la
Historia exista como disciplina.
Entonces, hay diferencias entre un ’profesor de Historia’ y un ‘historiador’: el profesor
enseña la Historia a los otros, generalmente sus estudiantes; el historiador investiga los
hechos y los escribe: escribe la Historia. El trabajo del historiador precede al del
profesor, pero el de este último completa al del primero. Ambos se necesitan: el
profesor no tiene nada que relatar si previamente el historiador no ha descubierto los
hechos; pero el trabajo del historiador culmina en el del profesor: sin la comunicación
del hecho histórico, el trabajo del historiador se quedaría en mera erudición. Luego, en
un tercer momento, el alumno, o quien escucha, o quien lee los relatos de los hechos,
completa la tarea para que tenga sentido.

Sabemos que, desde épocas remotas, los hombres y mujeres han comunicado
conscientemente, de generación en generación, todo un acervo de experiencias, reglas,
ritos, interpretaciones del presente. De esa manera, poner en común las experiencias
individuales o grupales se transformó en un medio esencial para la supervivencia de la
especie humana, especialmente en los primeros tiempos de las civilizaciones
sedentarias.

Un hecho similar ocurre cuando los abuelos cuentan a los nietos las historias de la
familia. Los nietos se van empapando de los hechos que los han precedido, que les
permiten interpretar los del presente. Pero a veces los abuelos no tienen tiempo de
contar historias porque tienen que salir a trabajar, o porque se mueren antes de
haberlas contado; los nietos se quedan sin historias, se quedan sin Historia. De ese
modo, a veces ‘lo urgente no da lugar a lo importante’. La necesidad de atender a
necesidades más urgentes, no permite a algunas culturas indagar en sus raíces, por eso
se quedan sin perspectiva histórica; saben para dónde van, pero no saben de dónde
vienen. La Historia sería, en ese caso, la tradición que va pasando de una generación a
otra. Creemos que la historia sirve para ser contada.

B. La Historia como conocimiento.

El afán de conocer cosas nuevas, propias del ser humano, esta natural ‘curiosidad’ de los
hombres y mujeres que no cesan de ‘asombrarse’ ante todo lo que sucede, trasciende el
ámbito de lo natural, abarcando también el campo de los hechos humanos. Éstos se
transforman, así, en un elemento esencial de la vida de las personas. La transmisión de
los hallazgos de esta curiosidad es, entonces, un elemento importante en las relaciones
humanas. La narración de los hechos del pasado se torna entonces en un elemento
aglutinador de las sociedades. En la película de Jaime Uys “Y los dioses deben estar
locos”, la tribu de nómades del desierto de Kalahari se reúne todos los días a la caída
del sol para contar ‘historias’: los ancianos son escuchados atentamente, y este
momento es el espacio en el que se exterioriza la unidad del grupo. Salen a relucir
anécdotas, relatos y reflexiones del día y del pasado, mezclados con interpretaciones,
risas y comentarios. En el intercambio de los relatos se fortifica la unión del grupo. La
narración de los hechos se convierte así en el lugar de encuentro de las generaciones; en
el ‘racconto’ de las historias del grupo se encuentra el pasado con el presente.

La Historia sirve para investigar en archivos o documentos, descubriendo hechos


nuevos, o logrando nuevas interpretaciones de hechos conocidos; pero de cualquier
manera, hechos humanos que han influido en el devenir histórico de una sociedad. A
veces, el descubrimiento de un documento desconocido nos obliga a cambiar nuestro
modo de pensar acerca de un determinado momento histórico. Por ejemplo, el
descubrimiento de la partida de bautismo de Anastasio Aquino, que demostró que era
efectivamente indio e hijo de padre y madre indios, obligó a dejar de lado la idea de
que era un español ladino resentido, que buscaba remediar su situación personal.

Cuando se descubre un hecho nuevo o un elemento nuevo que obliga a encauzar la


reflexión en un determinado sentido descartando otros, debe hacerse conocer por los
interesados: debe ponerse en común lo que se ha conocido, para que también otros lo
conozcan. Así, la Historia va generándose, poco a poco. Pero lo mismo sucede cuando se
relatan hechos ya conocidos por otros: la puesta en común de los mismos permite
conocer nuevos aspectos de lo ya conocido. Pero es la misma práctica de poner en
común lo que permite que se agrande el horizonte. Así, se logran ampliaciones sobre
contextos históricos conocidos, que pueden clarificar la visión global de contextos
presentes relacionados de alguna manera con aquél: porque son resultante de aquéllos,
o porque han sufrido su influencia directa. Situaciones nuevas salen a la luz,
permitiéndonos ver facetas desconocidas de situaciones anteriores que han influido de
alguna manera para que el presente sea como es. Creemos que la Historia sirve para ser
conocida.

C. La Historia como saber erudito.

Con alguna frecuencia, solemos encontrarnos con personas que citan fechas, nombres y
datos con facilidad pasmosa. Se las escucha interferir una conversación para aportar
hechos que, si bien tienen que ver con lo que se platica, no hace a la esencia de la
conversación. Otras veces, se citan datos estadísticos con una abundancia abrumadora.
Esto es frecuente en los escritos de ‘Historia Económica’. A veces, es tan grande la cita
de datos numéricos, que resulta imposible aferrarlos, y más aún, comprobar su
veracidad. El objeto de esta disciplina, así planteada, no es más la persona, sino el
hecho económico: creemos que los hechos son cuantificables, pero las personas no lo
son.

El hecho que la Historia sea una disciplina esencialmente humana implica que el objeto
de estudio es la misma persona humana: los hombres y mujeres. Es característica de
esta disciplina, lo que le da su esencia y le hace tener la categoría de ciencia o
disciplina con sus propias categorías de análisis y metodología de investigación, tomar a
la persona humana a través de los hechos del pasado que la han tenido por protagonista.
Pero si bien el acercamiento a la persona se hace a través del hecho histórico, ello no
tiene que hacer confundir el horizonte: el objeto de estudio es siempre la persona
humana. La ‘puerta’ a través de la cual se logra la aproximación al objetivo es el hecho
histórico, pero el objetivo siguen siendo los hombres y mujeres de todos los tiempos y de
todos los lugares.

Asistimos a una manifestación de erudición no siempre necesaria, pero que enriquece el


diálogo, tornándolo susceptible de variaciones y capaz de ahondar por lugares
impensados. Se pueden aportar elementos nuevos que, si bien no hacen a la esencia del
relato, completan su panorama. Creemos que la Historia sirve para adornar el presente.

D. La Historia como interpretación del presente.


Se suele escuchar, con frecuencia, en ámbitos políticos, que los pueblos que olvidan su
historia están condenados a repetirla. Se da por sentado que el presente es superior al
pasado y que ‘todo tiempo pasado fue peor’. Sin duda, este pensamiento sirve para
sostener las posiciones de aquéllos que ‘están bien’ en el presente, y disfrutan de
privilegios. Aquellos que se niegan a revisar el pasado porque podría cuestionar
situaciones presentes, sin ver que esta revisión podría también aportar elementos para
una comprensión más amplia de las cosas comunes, definiendo espacios, aclarando
proveniencias y ampliando el espectro de participación. Ello implica mirar el presente
desde el mismo tiempo, desde el mismo presente. También pierden la perspectiva que
puede darle a conocer el origen de las situaciones que marcan ese presente. El renunciar
a considerar la proveniencia de los hechos del presente hace que se pierda la dimensión
de profundidad que tienen. Esa dimensión podría vislumbrarse conociendo el pasado en
el cual se generaron los hechos.

El cúmulo de situaciones que dan lugar a las relaciones humanas no carecen de


perspectiva, desde el momento en que son el resultado de situaciones anteriores.
Perderlas de vista implica absolutizar el presente, minimizando su dimensión. Se reduce
la dimensión de los hechos, reduciendo así la dimensión de sus protagonistas, los
hombres y mujeres.

El hecho de tomar en consideración el pasado permite, además, evitar que se repitan


situaciones que ya antes han demostrado que no conducen al bien común, sino que más
bien llevan a situaciones que implican un ‘paso atrás’ en la evolución de la convivencia
social. Se puede llegar a perder de vista, así, la dimensión de la socialidad que lleva
implícito todo acto humano. Creemos, por ello, que es necesario conocer el pasado para
interpretar con claridad el presente. La Historia sirve para interpretar con claridad el
presente.

La Historia, entonces, sirve para algo. En los casos anteriores, la razón de la utilidad de
la Historia está fuera de ella misma: su utilidad la da algo extrínseco a ella misma. Su
utilidad se justifica ‘desde afuera’ de la misma Historia. Pero, ¿hay algo en la Historia
que justifique su existencia ‘desde adentro’ de ella misma? ¿Se justifica la existencia de
la Historia porque hay algo esencial en ella que la haga de utilidad a las personas de
este tiempo? O sea: ¿tiene sentido, hoy, la Historia?

IV. ¿QUÉ ES LA HISTORIA?

Llegados a este punto, creo que tenemos que acordar qué entendemos por Historia.
Dejando de lado las odiosas definiciones de la Historia que ya se han dado en muchos
libros de texto, y que -además de encerrarla en cajones estrechos que sólo han marcado
límites y limitado los horizontes- le han hecho perder su poesía, la Historia es una
ciencia inmensamente humana. Omitimos aquí la discusión acerca del concepto de
ciencia, para adentrarnos en lo que nos parece esencial en este caso: en el hecho de que
la Historia es ‘inmensamente humana’.

Creemos que en la Historia pueden identificarse tres elementos esenciales, como


objetivos de su análisis: qué pasó, cómo sucedió, y por qué sucedió. Es probable, si se
aplica el método histórico en forma correcta, sin prejuicios o subjetivismos, determinar
cuáles hechos fueron los que sucedieron, y narrarlos con una cierta objetividad. Es
posible, aunque no tenemos la certeza, que nos acerquemos al cómo sucedieron las
cosas, determinando su contexto y posiblemente sus causas y sus consecuencias. Pero
quizá es muy difícil aseverar el por qué sucedieron los hechos. Sin embargo, los tres
elementos forman parte esencial de la Historia, y ésta no puede limitarse a la sola
narración de los hechos: es necesario aventurarse en el cómo y en los por qués.

A. El hombre, la naturaleza y la Historia.

Una primera consideración podemos hacer aquí, poniendo a la naturaleza como punto de
referencia. Creemos poder afirmar que la naturaleza, y los animales particularmente, no
tienen historia. No hay pasado en ellos, como no hay futuro. Para ellos todo es presente.
La muerte, por ejemplo, se presenta ante ellos como una circunstancia del presente
inmediato, y las necesidades físicas, como algo que hay que satisfacer de inmediato. No
hay conciencia del pasado, sino como un cúmulo de experiencias. Por el contrario, las
personas tienen ambiciones, recuerdos y aprendizajes; el pasado se presenta ante ellos
como algo que los influye en el tiempo presente y los condiciona. La suma de
experiencias colectivas humanas condiciona el presente de las sociedades, haciéndolas
tomar un camino u otro, y dándoles la maravillosa oportunidad de elegir. La Historia de
los pueblos tiene como resultado inmediato su presente: son lo que la sucesión de
hechos del pasado ha provocado que sean.

La conciencia de la historicidad del ser humano ha ido creciendo con el tiempo. De


hecho, desde los restos humanos más antiguos se tiene noticia ya de esta conciencia. La
conciencia de que las personas viven en el tiempo ha acompañado siempre a los hombres
y mujeres, y el afán de medirlo ha hecho que las distintas culturas creasen sus propios
calendarios. Es significativo, al respecto, el respeto lindante con lo religioso con que los
mayas del Antiguo Imperio consideraban el tiempo. Se puede decir que los mayas de
este período cultural dejaron su cultura y emigraron hacia otras tierras, porque ‘se les
acabó el tiempo’, y las personas se quedaban sin forma de medirlo; ante esto, sin saber
cómo seguir viviendo sin tiempo, prefirieron emigrar y empezar de nuevo la Historia, en
otros lugares. Otras culturas también estuvieron atados de la misma forma a su manera
de medir el tiempo, que ellos mismos habían creado, y su Historia se contó por ciclos
recurrentes que se sucedían en períodos previsibles.

La Historia ofrece un lugar privilegiado para otear el futuro; se puede vislumbrar, desde
el presente, el futuro de los pueblos, si se tiene en cuenta el pasado, como el vigía de
un barco, que subido al mástil, puede mirar hacia delante y anunciar el derrotero; pero
le basta con girar la cabeza para mirar hacia atrás y saber el curso que ha llevado. Los
animales no tienen esta perspectiva porque para ellos sólo existe el presente. Podemos
concluir que el poseer Historia es una cualidad intrínsecamente humana.

Esta esencialidad humana puede vislumbrarse desde los inicios de la Historia. En la


tradición de los pueblos antiguos, en los pueblos de la Mesopotamia del Cercano Oriente,
por ejemplo, se pueden encontrar con frecuencia mitos y leyendas acerca de la
inmortalidad: la idea de trascender en el tiempo, yendo más allá de los límites que éste
impone, enriqueció la literatura, los mitos y la cultura de los pueblos antiguos. El pueblo
sumerio conservó por mucho siglos la leyenda de un hombre que emprende un viaje a
países lejanos para buscar el secreto de la inmortalidad, y cuando logra encontrarlo,
deambula por la Historia de los pueblos, permaneciendo siempre: las culturas pasan y
este hombre sigue viviendo en la Historia. El reciente hallazgo de momias del pueblo
inca, congelados a más de 6.000 metros de altura, sobre los Andes, revela la creencia de
ese pueblo en la inmortalidad. Incluso en estos tiempos modernos, en algunos lugares
que conservan fielmente la tradición quechua, se suele sacar a ‘pasear’ al difunto por
los lugares que ha conocido en vida, en la fiesta del ‘Aya markay quilla’. La creencia en
una vida que trascienda a la muerte es algo característico de las personas humanas. Los
animales, en cambio, no tienen conciencia de su propia finitud como tampoco de su
trascendencia.

B. El hombre, los otros hombres y la Historia.

Es difícil, sin embargo, encontrarle un lugar ‘útil’ a la Historia en estos tiempos


modernos, urbanos y eficientes. El mundo moderno ha entrado en conflicto con la
Historia, arrasando con ella. Ya no es una carrera de asistencia masiva en las
universidades, porque no tiene un resultado económico inmediato.

Sin embargo, la Historia parte de la esencia de la persona. Los hombres y mujeres nacen
y mueren en un determinado lugar y en un determinado tiempo. Nadie nace ‘en todas
partes’, ni vive ‘en todos los tiempos’, siempre. El tiempo es algo constitutivo de la
persona. La Historia trata de personas: trata de hombres y mujeres que nacen y
mueren, que ríen y lloran, que sufren, trabajan, juegan, caminan, aman, que tienen
pasiones y que razonan, que crean su cultura y viven según sus propios paradigmas. La
Historia trata sobre actores humanos; por ello resulta útil siempre que se trabaja con
ellos. Trata sobre los afectados por la cultura: trata sobre los creadores de la cultura, y
sobre las criaturas de esa misma cultura. Los hombres y mujeres, que crean sus propios
estereotipos culturales, y luego viven condicionados por ellos, para después cambiarlos,
lentamente o bruscamente, son los protagonistas de esta novela que se desarrolla en el
tiempo: la Historia.

La Historia consiste en hombres y mujeres que escriben acerca de los hechos de otros
hombres y mujeres: por lo tanto, la mirada sobre estos hechos será siempre subjetiva.
Hay tantas ‘Historias’ cuantos hombres y mujeres hay en el mundo; todas ellas
contienen gotas de verdad, y ninguna de ellas la agota. En el fondo, cada persona es
potencialmente un historiador, desde el momento en que es protagonista de los hechos
humanos y tiene la capacidad de narrarlos. Así, la Historia se transforma en un continuo
diálogo entre personas que protagonizan hechos humanos y personas que los narran.
Pero hay ahora un nuevo interlocutor: quien ‘escucha’ la narración, quien ‘lee’ lo que
está escrito, que puede convertirse en juez sin que nadie le adjudique la tarea.

La tarea de jueces de la Historia es también algo inherente al ‘lector’ de la Historia. No


se puede tomar contacto con los hechos sin emitir un juicio acerca de su bondad. Con
frecuencia ese juicio es callado, no se da a conocer, pero por el sólo hecho de ser
hombres o mujeres, llevan implícita esta tarea. Es algo esencialmente humano, poder
dar un juicio acerca de los hechos de los otros hombres y mujeres. Esta tarea es
necesaria, forma parte esencial del ‘diálogo’ que caracteriza a las personas. Este juicio
sólo puede verificarse en el seno de la Historia.
La existencia de los hombres y mujeres no se concibe sin la presencia de otros hombres y
mujeres que no sólo posibilitan sus relaciones, sino que hacen posible su existencia
misma. No es posible, especialmente en nuestros tiempos, concebir una persona sola.
Incluso los restos humanos más antiguos, -por ejemplo, y sin pretender decir que son los
más antiguos, los restos arqueológicos de los Australopitecus- aparecen asociados a otros
restos humanos. La relación con las otras personas es algo constitutivo del ser humano,
para el fallecido pensador Jaime Barylko, la vida es relación, entendiendo el término
‘relacion’ como situación humana dinámica. La Historia podría definirse, de esta
manera, como ‘la Historia de la relación entre las personas’. Para Marx, la Historia es la
Historia de cómo los hombres se han relacionado entre sí para producir. Los hombres y
mujeres, a lo largo de la Historia, siempre han ocupado uno de los dos lugares posibles
de la producción: el de los explotados, o el de los explotadores.

Los hechos humanos, sin embargo, no son producto de la casualidad, ni de la


ineluctabilidad de los condicionantes. Los cambios tienen su origen en la compleja trama
de las relaciones humanas. Pero no estaría equivocado aseverar que los cambios
operados en la estructura de la sociedad –las revoluciones, por ejemplo- no fueron
sucesos casuales, ni provocados por la voluntad de pocas personas, sino el resultado de
causas económicas profundas, especialmente en los modos de producción. Quizá las
causas principales de los cambios sociales haya que buscarlas en los cambios en los
modos de producción, o sea, en los cambios operados en las relaciones entre las
personas en su tarea productiva. Los cambios del régimen social, de las ideas y de las
instituciones políticas y jurídicas, obedecen a estos cambios previos. Así, ‘la historia de
la humanidad’ no puede reducirse a una ‘historia de las ideas’, o a una ‘historia de las
instituciones políticas’, aunque reconocemos que éstas últimas forman parte de aquélla,
y que muy probablemente, en aquélla tengan su origen. La ‘historia del desarrollo de la
producción’ y la ‘historia de los modos de producción’, bien pueden ponerse como
origen de los cambios sociales, aunque reconocemos que asegurar que este pensamiento
es absoluto sería parcializar la verdad.

Creemos que las relaciones humanas pueden dar lugar a un sinnúmero de ‘historias’,
todas las cuales pueden acercarse a la Historia. Así, puede haber una ‘Historia de las
masas populares’, una ‘Historia de los trabajadores’, una ‘Historia de las formas de
producción’, etc. Pero creemos que es necesario hacer hincapié en que el objetivo de la
Historia son las personas, como actores de hechos humanos, y no el hecho económico,
por ejemplo.

Los cambios que se producen en las estructuras sociales, provocados por las relaciones
entre las personas, repercuten en las mismas relaciones humanas que les dieron origen.
O sea, la Historia puede considerarse como la historia de las relaciones de producción:
entre explotadores y explotados, por ejemplo, pero siempre, es relación entre personas.

Hobbes sostenía que el hombre es un lobo para los otros hombres, y Sartre decía que la
relación entre las personas coarta la libertad individual, tornando la vida un infierno,
gracias a los otros. Pero, de cualquier manera, como ‘infierno’ o como algo constitutivo
de la persona, las relaciones humanas constituyen la posibilidad de la vida social. Así, la
Historia puede ser la Historia de las relaciones humanas.

Hay Historia porque hay personas que se relacionan entre sí, que crean cultura, que se
adaptan a ella, que encaran la relación con la naturaleza de una forma determinada,
que crean leyes y expresiones culturales, que producen, trabajan, emigran, nacen y
mueren… que van haciendo la Historia con su vida.

Pero, llegados a este punto, creemos que la evolución de los pueblos, cada vez más,
depende del trabajo colectivo, y, cada vez menos, de los grandes líderes. Éstos ya no
son tiempos de héroes ni de santos, sino tiempos del hombre y la mujer cotidianos, que
cada día van construyendo con fatiga la convivencia social: la Historia es, cada vez más,
la narración de la trabajosa y dura evolución de la convivencia social. La santidad y la
heroicidad han pasado a formar parte de la vida cotidiana, es ‘cosa de todos’, y la
Historia se ha bajado de su pedestal y ha pasado a formar parte de la cotidianeidad
humana.

C. El hombre, lo trascendente y la Historia.

Pero no podemos dejar de lado un tercer elemento en la esencia humana: lo que


trasciende a la persona. Los hombres y mujeres, a lo largo de la Historia, siempre han
querido mirar ‘más allá’ de lo que alcanzaban a entender desde su cultura. En las
primeras civilizaciones, la afirmación de la existencia de lo divino explicaba
inundaciones, cosechas perdidas, batallas ganadas y triunfos, nacimiento de los hijos y
del ganado, lluvias y amores… La divinidad se presentaba a veces como opuesta a las
personas, como dioses opresores a los cuales rendir tributo para mantenerlos alejados y
evitar así sus iras; otras veces se presentaba cercana, y a ella se podía recurrir para
obtener beneficios, a veces a cambio de dones o incluso de sacrificios humanos.

Con el correr de los tiempos, las civilizaciones fueron adoptando creencias que
satisfacían sus propios enigmas, en la medida en que éstas correspondían a sus
estereotipos. Así, los dioses comenzaron a formar parte del sistema, justificando
paradigmas y privilegios y ensayando explicaciones que hicieran posible su permanencia.
Es significativo el cambio que experimentó el cristianismo después del año 312, cuando
la conversión del emperador romano convirtió una religión perseguida en religión
oficial. El nuevo sistema, ahora con nuevos elementos que lo justificasen, dio lugar a
nuevas relaciones. El sistema feudal es hijo directo de este nuevo estado de las cosas.

Cuando Marx explicaba la tendencia humana a recurrir a lo trascendente como una


necesidad de las sociedades incompletas que dilata el tiempo de la revolución social, y
justificaba así el mote de ‘opio de los pueblos’ que definía su mirada sobre la
religiosidad en la Historia, reconocía, sin embargo, que la recurrencia a lo trascendente
es algo intrínsecamente humano. Los animales no tienen conciencia de ello, y esta
aspiración propicia que los hombres y mujeres busquen, en lo que los trasciende como
tales, respuestas que no alcanzan a satisfacer en su quehacer cotidiano. La tendencia a
mirar más allá de lo que le deja su raciocinio, ha hecho que los hombres y mujeres
aactuaran de una forma y no de otra.

Creemos que en el fondo de cada hombre y mujer hay implícita una inmensa sed de
infinito, que nace precisamente de las limitaciones humanas. Esta recurrencia a lo que
lo trasciende, al formar parte de la esencia humana, obliga a que el hecho religioso sea
una parte importante de la Historia de los hombres y mujeres. Creemos que esta sed de
infinito, que ha caracterizado a los protagonistas de la Historia desde sus comienzos,
está más viva que nunca.
V. CONCLUSIONES.

Queremos concluir estas reflexiones –¡ya demasiado largas!- diciendo que, si los
protagonistas de la Historia son los hombres y mujeres, quizá éstos son sus tiempos, más
que nunca: el tiempo de los hombres y mujeres de hoy. El historiador ya no es solamente
un ‘lector de libros’, o una ‘rata de archivo’ que se pasa horas enteras leyendo cosas
viejas para descubrir hechos que estaban ocultos, que tienen que ver con pocos y que
interesan cada vez a menos personas: interesan sólo a unos pocos entendidos y aburridos
que se apasionan en el tema. Hoy, más que nunca, es un ‘lector de la realidad’: lee la
realidad presente desde los hechos del pasado. Desde el privilegiado lugar de
observación que significan los hechos del pasado, mira el presente, su gente, su cultura,
sus relaciones, y lo da a conocer. Su campo ya no son sólo los archivos o las bibliotecas,
sino que su horizonte son ahora los grupos culturales y microculturales, los grupos
urbanos, los campesinos, los trabajadores de los puertos y de las fábricas, los migrantes,
los vendedores de las calles, los niños y los ancianos… Tanto los individuos como los
grupos son ahora objeto de su estudio. Los desclasados de la sociedad moderna son
ahora los protagonistas de la Historia.

La Historia tiene ahora otro sentido, más amplio que aquél en el cual estuvo encerrada
por siglos. Por mucho tiempo estuvo circunscripta a los estudios, los museos, las
bibliotecas, los archivos o los claustros académicos. Ahora su lugar es la calle, las
esquinas, los mercados, los cafetales, las oficinas, las escuelas, los buses... En cualquier
lugar en que los hombres y mujeres se mueven y dejan su huella, es reclamada la
presencia de la Historia, para dar fe de los hechos, interpretándolos desde su subjetiva
humanidad. Ya no es la Historia limpia y perfecta, que da cuenta objetiva desde su
pedestal sin mancha de los hechos del pasado que han marcado el progreso de la
humanidad. Ahora aparece manchada del lodo de los hechos de los hombres y mujeres
que se han enlodado en su paso por la Historia. Ya no se trata de un progreso indefinido
e irremediable; ahora se trata de errores, de marchas y contramarchas, de logros
inconclusos y fracasos, de dudas, de hechos grandes que son la suma de pequeñas
hechos, de hombres y mujeres que son grandes en su pequeñez, que se benefician, sin
embargo, de la inmensa grandeza de la humanidad.

El conocimiento de la Historia no es un trabajo de mera erudición o de círculos


académicos altruistas o idealistas. Conocer la Historia implica conocer la realidad del
presente. Porque se toma en serio el futuro es necesario tomar en serio el pasado, pues
en él puede (y suele) haber un potencial que ilumina e inspira la historia y que, a veces,
se hace imprescindible para afrontar el futuro. Si queremos afrontar la realidad del
presente con seriedad, es necesario conocer los hechos del pasado.

Pero hay otro elemento que considerar: es acerca de los protagonistas de la Historia.
Cuando Dalton escribe sus ‘historias prohibidas’, y cita a los emigrantes y a las
prostitutas, lo hace para hacer ver que también ellos son protagonistas de la Historia.
Podemos inducir que no hay nada que sea realmente humano, en lo cual los hombres y
mujeres no estén implicados. Y todo lo que construyen las relaciones de las personas
humanas entre sí, constituye parte esencial de su Historia. No hay ‘hechos grandes’ o
‘hechos pequeños’, y con ello, ‘hechos que merezcan formar parte de la Historia’, y
hechos que no lo merezcan. Todo lo que es esencialmente humano forma parte de la
Historia. Podemos definir la Historia, entonces, como la Historia de la vida de los
hombres y mujeres en el tiempo.

Quizá sea ésto, precisamente, lo que quería decirnos Dalton: el protagonismo de la


Historia ya no está reservado a los ‘principales’ y a los detentadores del poder político o
económico, sino que también el hombre común tiene algo que decir. Como en la
escultura de G. Sagan ‘Hora punta’, o en el “Uno, ninguno, cien mil” de Pirandello,
donde los hombres y mujeres se apiñan, sin rostro porque todos los rostros de la
escultura son similares, y sin características de individualidad porque son todas
similares en Pirandello, cada hombre o mujer de este tiempo está ensimismado, metido
en sí mismo. Y sin embargo, los protagonistas de los hechos son esos hombres y mujeres,
cada uno individualmente, y todos juntos.

Es esta persona común lo que la Historia tiene que rescatar hoy y elevarla a sus altares:
su tarea es rescatar del anonimato a los hombres y mujeres que de verdad han sido sus
protagonistas oscuros. Los grandes olvidados de los eruditos de la Historia, de los
detentadores del poder político, de los que tomaban decisiones por los otros, de los que
quedaban en los archivos y en las estatuas, los que han hecho la Historia, son ahora los
protagonistas: porque sin duda una cosa es ser protagonistas de la Historia, y otra es
escribir de ella. Es necesario que la Historia hurgue dentro de sí misma para encontrar
aquello que por mucho tiempo estuvo guardado y lo saque a la luz.

Si la Historia es la narración de los hechos de los hombres y mujeres, bastará saber


quiénes son éstos, para saber qué es la Historia. Y si, como afirma Moltmann, hombres
son todos los que tienen rostro humano, la Historia debe narrar los hechos de todos
ellos. Debe salir de su encierro elitista de antaño, donde tenía sus necesidades
satisfechas porque no eran cuestionados sus paradigmas, para abarcar verdaderamente
aquello que le da sentido a su existir: todos los hombres y todas las mujeres son su
campo de trabajo, y sus hechos son los que le dan sentido a la Historia.

Creemos que ocuparse de los grandes olvidados de la Historia implica narrar el conjunto
de hechos que ha dado lugar a las situaciones de marginación, alienando la persona
humana en el sistema. Esta narración debe llevar a la revisión de los sistemas de
distribución de la riqueza, debe iluminar acerca de las relaciones sociales, acerca del
acceso a la cultura, acerca del trabajo y de las formas de producir, acerca de las formas
de asociación y de emplear el tiempo libre, acerca de las migraciones, de las
asociaciones urbanas y de las formas de relacionarse con la naturaleza, acerca de la
música y el transporte, acerca del traslado de mercaderías y de personas, acerca de
cómo los hombres y mujeres se deshacen de los desperdicios… El campo de la Historia es
ahora inmensamente amplio.

La tarea que le está reservada a la Historia ahora la obliga a mirar hacia nuevos
horizontes, con una renovada visión acerca de su metodología, con una nueva carga de
apasionamiento, y con una nueva carga de relaciones con otras ciencias. En el inmenso
campo de estudio de la persona humana, la mirada desde la perspectiva del pasado
puede otorgarle a la Historia un campo de acción renovado. Es que la persona humana
no puede abordarse sólo desde el estrecho horizonte de los hechos comprobables por
pruebas directas; el horizonte humano trasciende los límites en que los mismos hombres
y mujeres quieren encerrarla con demasiada frecuencia. Cada vez más se necesitan
metodologías capaces de abarcar los hechos con su contexto, con sus relaciones y con
sus consecuencias.

Estas nuevas exigencias de la disciplina histórica han dado lugar a nuevas metodologías.
El método histórico puro ya no basta para dar respuesta a los interrogantes que plantea
el hecho humano. Y precisamente con el surgimiento, en los siglos XIX y XX, de una
variada gama de ciencias que se acercan a la cuestión de la persona desde diversos
ángulos, como la Antropología Filosófica, la Antropología Cultural, la Sociología, la
Arqueología, la Sicología, etc., fue cada vez más evidente que afrontar la tarea de
acercarse a la persona humana como objeto de estudio podía ofrecer elementos
impensados: cada vez más se fue haciendo evidente que esta aproximación debe hacerse
desde lugares diversos. Los enfoques multidisciplinarios comenzaron entonces a hacerse
comunes y necesarios.

Es claro, además, que hoy, más que nunca, si bien son cada vez más oscuros los límites
entre las diversas ciencias de la persona humana y la Historia, también los hechos de los
hombres y mujeres necesitan un abordaje multidisciplinario. El historiador y el
antropólogo se necesitan mutuamente. Los hechos de las personas son demasiado
complejos para ser comprendidos desde un sólo lugar. Ya no basta el sólo método
histórico para el abordaje de los hechos humanos, ni el sólo método de la Antropología.
Se debe trabajar junto a la Sociología, a la Arqueología, a la Geografía, para
comprender este complejo entramado de las relaciones humanas. En este contexto, la
Historia puede ofrecer un lugar común, donde el diálogo entre las ciencias que estudian
a los hombres y mujeres sea posible.

Es que si la Historia tiene sentido todavía, es porque todavía existen hombres y mujeres
que viven.

Bibliografía

1. Leroi-Gurham, La Prehistoria, Fondo de Cultura Económica, México, 1985. El original


en francés es siempre un clásico en la materia.

2. Arnold Hauser, Historia Social de la Literatura y el Arte, 3º edición, Guadarrama,


Madrid, 1985, Tomo I. Esta novedosa interpretación de los hechos históricos ha
tenido numerosos seguidores. Con todo, hay otras interpretaciones acerca de las
pinturas rupestres del Paleolítico.

3. Werner Jaeger, Paideia. Los ideales de la cultura griega, Fondo de Cultura


Económica, México, 1º edición, 1957. Este texto se ha hecho clásico para la lectura,
no sólo de la Historia de la educación, sino también de los hechos históricos en
general, especialmente, para una ‘Historia de la cultura griega’.

4. Al respecto, proponemos la lectura de la novela “La fiesta del Chivo”, de Mario


Vargas Llosa, como un ejemplo claro de lo que decimos. La novela tiene bases
históricas. Asimismo, muchos grupos milenaristas, a lo largo de la Historia, desde
Túpac Amaru en el Virreinato del Perú en el siglo XVIII, hasta los movimientos
Montoneros y Tupamaros en Argentina y Uruguay, respectivamente, en la década de
1970, por ejemplo, se presentaron como grupos predestinados para cumplir encargos
históricos, instaurando regímenes que implicaran un cambio sustancial en las
relaciones humanas y en la distribución de la riqueza económica. Esta restauración
debía hacerse desde el poder político. Por ello, la acción tenía como primer objetivo
la toma del poder, para implantar un ‘nuevo orden’ desde allí.

5. A. Sánchez Albornoz, Comentarios acerca de la Historia de España, Ed.


Sudamericana, Buenos Aires, 1982. El autor cita al azar, a las circunstancias y las
personalidades como condicionantes de los hechos históricos, haciendo hincapié en
los rasgos colectivos de la personalidad.

6. Will y Ariel Durant, Las lecciones de la Historia, Ed. Sudamericana, Buenos Aires,
1969. Este texto consiste en una serie de ensayos sobre la Historia, que contienen en
general los puntos de vista de la Escuela de los Anales.

7. Julio Domínguez Sosa, Las tribus nonualcas y su caudillo Anastasio Aquino, Ed.
Universitaria Centroamericana, EDUCA, Centroamérica, 1984.

8. P. Ivanoff, El tiempo de los mayas, Ed. Abril, Buenos Aires, 1987. Este ensayo del
autor contiene una novedosa interpretación acerca de la causa del derrumbe de la
primera etapa de la cultura maya, la etapa localizada en general en el Petén,
Guatemala, y en Honduras y la parte mexicana del río Usumacinta. No valdría, por lo
tanto, para la cultura maya tardía de la península del Yucatán.

9. J. A. Blake y A. R. Green, Dioses, demonios y símbolos de la antigua Mesopotamia,


Ed. UNAM, México, 1992.

10. M .Rostworsky, Historia del Tahuantinsuyu, Ed. Instituto de Estudios Peruanos,


Perú, 1992, 4ª edición.

11. Jaime Barylko, Aprendizaje de la libertad, Ed. Sur, Buenos Aires, 1994.

12. F. V. Konstantinov, El materialismo histórico, Ed. Universitaria, San Salvador, 1984.


Hay traducciones mejores en Ed. UNAM, México.

13. J. P. Sartre, A puerta cerrada, Ed. Roxsil, San Salvador, 1996. Hay numerosas
ediciones en El Salvador.

14. H. Pirenne, Historia económica y social de la Edad Media, Fondo de Cultura


Económica, México, 1979. Este clásico histórico es uno de los más fieles exponentes
de la Escuela de los Anales.

15. Roque Dalton, Las historias prohibidas del Pulgarcito, UCA Editores, San Salvador,
1997. Este ensayo histórico no tradicional ha sido estudiado también desde la
Antropología; puede catalogarse como un texto de la escuela de la ‘Historia desde
abajo’.

16. Jurgen Moltmann, El hombre, Ed. Sígueme, Salamanca, 1986. Original en alemán.

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