Paul Ekman y Paul Rozin
Paul Ekman y Paul Rozin
Paul Ekman y Paul Rozin
Paul Ekman no solo es uno de los psicólogos más mediáticos (ha participado en el desarrollo de la
serie Míénteme y la película Inside Out), también es uno de los pioneros en uno de los ámbitos más interesantes de
la ciencia del comportamiento: el estudio del lenguaje no verbal y, más concretamente, de las microexpresiones.
Saber más acerca de ellas podría ser de gran utilidad para mejorar nuestra comprensión sobre la comunicación y
sobre la naturaleza de las emociones básicas y universales, si realmente existen.
Según las ideas de Ekman y de otros investigadores, las microexpresiones son universales, ya que son fruto de la
expresión de ciertos genes que hacen que ciertos grupos musculares de la cara se contraigan a la vez siguiendo un
patrón cada vez que aparece un estado emocional básico. De esto se derivan otras dos ideas: que las
microexpresiones aparecen siempre de la misma forma en todas las personas de la especie humana
independientemente de su cultura, y que también existe un grupo de emociones universales ligadas a estos breves
gestos de la cara.
A través del estudio de las microexpresiones, Paul Ekman ha tratado de ver mecanismos psicológicos y fisiológicos
básicos que teóricamente se expresan del mismo modo en todas las sociedades humanas y que, por consiguiente,
tendrían un alto grado de heredabilidad genética.
La vinculación entre las microexpresiones faciales y las 5 emociones básicas propuestas por Paul Ekman se basa en
la idea de potencial adaptativo: si existen una serie de emociones bien definidas y un modo predefinido de
expresarlas, eso significa que otros miembros de la especie pueden reconocerlas y utilizar esta información para el
bien de su comunidad.
De este modo, las situaciones de peligro o aquellas en las que la importancia de un elemento del entorno hace
que los individuos pasen a estar emocionalmente muy activados, otros podrán saber al instante que algo está
pasando, y se pondrán a buscar claves para conocer con mayor detalle lo que ocurre. Esta idea no es
novedosa; Charles Darwin ya la adelantó en sus escritos acerca de las emociones en humanos y animales. Sin
embargo, investigadores más recientes se han especializado en este campo de estudio, dedicando buena parte de su
tiempo y esfuerzo a analizar esta pequeña parcela de la psicología y la fisiología.
Cuando este joven psicólogo inició sus estudios en el campo de las expresiones faciales, las ideas antropológicas
dominantes de la época, defendían la postura de la determinación cultural de las emociones. Lideraba esta postura
Margaret Mead, antropóloga de prestigio mundial y principal exponente de esta corriente u el mundo académico
aceptaba esta idea como verdad absoluta.
Basándose en las teorías de Darwin, Ekman analizó diferentes culturas,concluyendo con sus investigaciones, que en
todas ellas la expresión facial de determinadas emociones, no están determinadas culturalmente sino que son
universales y poseen un origen biológico. A estas las denomino Emociones Básicas. Estableció que eran seis:
alegría, ira, asco, sorpresa, miedo y tristeza.
Desde la aparición de estos primeros estudios en este ámbito, se han desarrollado más de 30 investigaciones que
replican las conclusiones sobre la universalidad del reconocimiento facial de la emoción (Matsumoto, 2001). Se han
publicado más de 75 estudios, realizados por diferentes investigadores de todo el mundo, que han demostrado que,
cuando las emociones se elicitan espontáneamente, se producen las mismas expresiones faciales (Matsumoto,
Keltner, Shiota, Frank, & O’Sullivan, 2008).
Postula que existe un Facial Affect Program localizado en el sistema nervioso de todos los humanos y que une los
movimientos de un determinado músculo facial con emociones concretas (16). Esta postura según Ekman (17),
apuntaría hacia la reconciliación de las visiones de Klineberg, LaBarre y Birdwhistell con las de Darwin, al
mantener que la expresión facial de la emoción básica será la misma entre diferentes culturas, pero que los hechos
que desatan esa emoción variarán normalmente de una cultura a otra, es decir, que la situación determinada que ha
producido la emoción será lo particular de cada cultura.
Teoría de las microexpresiones
Desde sus primeros trabajos con psicoterapeuta con enfermos mentales, ya grababa las entrevistas y descubrió que
algunos de ellos simulaban emociones para conseguir permisos de fin de semana o para obtener más libertad con
intención de suicidarse.Al revisar las grabaciones con su colaborador Friesen veían expresiones faciales de muy
corta duración, que revelaron fuertes sentimientos negativos que el paciente estaba tratando de ocultar Desde
entonces siguió investigando en cómo se pueden camuflar las emociones con la intención de engañar.
Hay dos fuentes principales por las que se escapan expresiones afectivas reprimidas: expresiones sutiles y micro
expresiones. En las expresiones faciales sutiles la persona muestra fragmentos de una emoción oculta utilizando sólo
una parte de la musculatura de la que normalmente se utilizaría en caso de que la emoción no se ocultase.
Posiblemente, esto es debido a la existencia de un grupo de músculos faciales infalibles que son muy difíciles de
controlar, especialmente aquellos que se sitúan alrededor de la frente y las cejas. De manera que estos músculos no
están presentes en las expresiones emocionales fingidas, ni se pueden reprimir ni enmascarar, lo que proporciona
valiosos indicios en la detección del engaño (Ekman y Friesen, 1975). Sin embargo, es importante tener en cuenta
que no todas las expresiones contienen estos grupos de músculos infalibles (Ekman, 2001). Y por otra parte, hay
personas que pueden manipular estos músculos.
Otra forma de fuga de expresiones faciales de emociones reprimidas son las micro-expresiones, son expresiones
faciales en las que se utilizan los grupos musculares completos pero que se producen sólo durante un breve instante,
por lo general alrededor de una cuarta parte de un segundo (Ekman y Friesen, 1969; Frank y Ekman 1997). Tal es su
brevedad que la mayoría de los observadores no las perciben, aunque su identificación se puede mejorar con el
entrenamiento y la práctica (Ekman y Friesen, 1975).
Debido a la dificultad que supone suprimir tanto las microexpresiones como las expresiones sutiles, se han estudiado
a fondo para proporcionar indicaciones valiosas para descubrir el engaño. De hecho, dos estudios han demostrado
que los estudiantes universitarios y los profesionales que necesitan detectar mentiras, tienen una mayor capacidad de
identificar las microexpresiones y por tanto su precisión en la detección de engaño es mayor (Ekman y O’Sullivan,
1991; Frank y Ekman, 1997).
Ekman señala que saber detectar las microexpresiones ayuda a mejorar la inteligencia emocional, a generar la
capacidad de empatía, descubrir emociones ocultas, fortalecer las relaciones interpersonales, entender al otro,
reconocer y manejar tus propias emociones y a desarrollar habilidades sociales.
Ekman ha contribuido al estudio de los aspectos sociales de la mentira, por qué mentimos y por qué a menudo no
nos preocupa detectar mentiras. En un principio se interesó en detectar mentiras mientras completaba su trabajo
clínico. Como se detalla en Ekman’s Telling Lies, una paciente que estuvo con él en tratamiento, negó que ella fuera
suicida para salir del hospital. Ekman comenzó a revisar entrevistas grabadas en video para estudiar las expresiones
faciales de las personas mientras mentía. En un proyecto de investigación junto con Maureen O’Sullivan,
llamado Proyecto Wizards (anteriormente denominado Proyecto Diogene ), Ekman informó sobre
“microexpresiones» faciales que podrían utilizarse para ayudar en la detección de mentiras.
Después de probar un total de 20,000 personas de todos los ámbitos de la vida, encontró solo 50 personas que tenían
la capacidad de detectar el engaño sin ningún entrenamiento formal. Estos productos naturales también se conocen
como «Magos de la Verdad», o magos de la detección del engaño por el comportamiento.
También ha trabajado en busca signos orales de mentira. Cuando lo entrevistaron sobre el escándalo de Mónica
Lewinsky, mencionó que podía detectar que el ex presidente Bill Clinton estaba mintiendo porque usaba lenguaje de
distanciamiento.
Actualmente, Paul está trabajando con un investigador informático para diseñar un detector visual de mentiras. Sus
trabajos sobre mentiras han inspirado la serie de televisión Lie to Me. En su profesión, a veces usa signos orales de
mentira.
En 1972 Paul Ekam definió las 6 emociones básicas: ira, asco, miedo, alegría, tristeza y
sorpresa. Debido a su universalidad y a su presencia en distintas culturas, llegó a la conclusión
de que debían ser importantes para la construcción de nuestro psiquismo.
Paul Rozin
Cuando estamos ante algo con mal olor o en mal estado se produce una emoción conocida como aversión. No
obstante, este sentimiento no solo surge ante cosas que pueden parecer putrefactas o perjudiciales, sino también
frente a la presencia de ciertas personas, conductas y situaciones.
La aversión (o asco) es considerada una emoción primaria. Éstas son aquellas con las que nacemos, cumplen con
una función adaptativa y se prolongan lo indispensable como para ejercer su misión de cuidar nuestra
supervivencia.
Entre las clasificaciones más conocidas de las emociones primarias se encuentran las de Robert Plutchik, quien fue
profesor de la Escuela de Medicina Albert Einstein, Estados Unidos, y las del psicólogo Paul Ekman, pionero en el
estudio de las emociones y la expresión facial de las mismas, considerado como uno de los cien psicólogos más
destacados del siglo XX.
Como toda emoción, la aversión produce un impulso para la acción, en este caso de separase de la situación, persona
u objeto que la ocasiona.
Las expresiones faciales que acompañan esta emoción han sido ampliamente estudiadas por Ekman, quien considera
que son universales y por ello se manifiestan en todas las culturas de la misma forma: nariz arrugada, labios
superiores elevados y comisuras de la boca hacia abajo. Cuando la sensación de asco es muy fuerte, la lengua se
asoma entre los labios.
Para Paul Rozin, catedrático de Psicología de la Universidad de Pensilvania, Estados Unidos, esta emoción no solo
nos protege de los alimentos en mal estado o venenosos, sino que también nos aleja de otros peligros como, por
ejemplo, enfermedades infecciosas. Este es el motivo, según el especialista, por el cual nos producen repulsión
aquellas cosas que consideramos posibles transmisores de enfermedades: cucarachas, ratas, excrementos, gusanos,
etc. Incluso tal vez con solo leer lo anterior ya el asco esté algo presente.
Esta emoción, además, se produce ante la visión de personas que vemos con poco aseo o descuidadas en su
vestimenta y presencia general, y aún llega más lejos y se manifiesta ante individuos con los cuales discrepamos
moralmente.
Los dos primeros niveles pueden entenderse claramente desde un punto de vista evolucionista. En el caso del
tercero, se observa cómo los factores culturales intervienen y modulan la expresión de esta emoción primaria.
Cuando alguien realiza acciones inaceptables en lo personal o social, solemos decir “me da asco”, “no lo trago”, “me
da náuseas”, etc.
Las investigaciones en neurociencias presentan que un área cerebral, la ínsula, participa muy activamente ante esta
emoción. Uno de los primeros trabajos fue realizado en el año 1997 por Mary Philips y su equipo del Instituto de
Psiquiatría de Londres, Inglaterra. Para efectuarlo le presentaron a un grupo de voluntarios, mientras escaneaban sus
cerebros, rostros de personas con expresión neutra, de miedo y de asco. Lo que pudieron advertir los científicos es
que ante las caras de miedo se activaba la amígdala cerebral y, frente a las de asco, la ínsula anterior.
Es interesante destacar, referenciando el trabajo anterior, cómo la expresión emocional de otros produce en nosotros
una activación cerebral similar, lo que nos permite ser empáticos y también contagiarnos de las emociones de las
demás personas, en una clara muestra de lo social que es nuestro cerebro.
Otro estudio más reciente sobre la aversión es el de Bruno Wicker, del Instituto de Neurociencias de la Timone,
Francia, quien encontró que actuar la expresión asco, como el sentirlo realmente al oler, por ejemplo, ácido butírico,
pone en acción la ínsula.
La estimulación a través de electrodos de esta área hace que la sensación de asco también se produzca, hecho que la
posiciona como el centro de la aversión.
El reconocido neurocientífico Antonio Damasio realizó una investigación en donde pidió a los participantes que
pensaran en momentos de sus vidas en los que hubieran sentido miedo, asco y alegría, y más allá del valor y nivel
emocional que despertó cada tipo de recuerdo la ínsula siempre presentó actividad.
Damasio, en ese momento, la consideró un área en donde converge la información sobre los estados interiores del
organismo, un tema de su interés ya que parte de su trabajo se centra en la percepción de los marcadores somáticos
de las emociones.
Sin embargo, para otros neurocientíficos la insulaínsula es una corteza de integración que conecta las reacciones de
distintos estímulos del interior y del exterior de nuestro cuerpo. Es decir, es un área multifuncional.
Sin lugar a dudas juega un papel preponderante en la aversión, pero siguiendo los nuevos avances en neurociencia,
ningún área del cerebro funciona de forma aislada, sino como parte de una red cerebral interconectada. La
maravillosa complejidad del cerebro humano debe por ello comprenderse como un gran sistema.
Lo que resulta interesante es cómo esta estructura que compone nuestro bagaje evolutivo y de un circuito de
protección al producirnos repulsión ante alimentos en mal estado o animales que podrían ser un contagio de
enfermedades, también forme parte de nuestra conducta social.
Respecto a este punto hay trabajos que muestran cómo la aversión influye en nuestros prejuicios y modos de evaluar
a las demás personas.
Para William I. Miller, autor de The Anatomy of Disgust (la anatomía del disgusto), el asco se fue convirtiendo en
una emoción de la civilización, cuyo cometido fue la protección y preservación de los valores culturales del
momento.
Dentro de las investigaciones sobre la relación con nuestros prejuicios se encuentran las de E. J. Masicampo,
psicólogo social de la Universidad Wake Forest, Estados Unidos, estudioso de las funciones más complejas de
nuestro cerebro y su relación con las emociones y respuestas viscerales. Este científico consideró, luego de varios de
sus trabajos, que ser distinto a lo que se acepta culturalmente para cada uno de nosotros despierta aversión y
discriminación.
Sin embargo, estos sesgos que son inconscientes pierden su efecto si se toma consciencia de ellos.
La ínsula forma parte también de los sistemas cerebrales que nos permiten ser empáticos. Es por ello que cuanto más
ampliamos nuestra visión del mundo de otras culturas, modos de vida o realidades expandimos nuestra toma de
perspectiva y nos volvemos más comprensivos y respetuosos.
La aversión nos lleva a mantener una distancia prudente para no ser dañados. Nos alejamos o evitamos un
encuentro, un contacto, o una situación de manera instintiva. Pero cuando se despierta, al igual que en otras
emociones, es bueno preguntarnos si ese rechazo está justificado o si, por el contrario, lo correcto es modificar
nuestra actitud.