Rosario Castellanos - La Corrupción Intelectual
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La corrupción intelectual
Rosario Castellanos
De allí que el lenguaje tenga que ser tratado con un respeto máximo.
Nadie cree ya en los principios de la antigua retórica según los cuales
todo contenido había de estar supeditado a una agradable eufonía. No.
Ahora sostenemos que lo que proporciona licitud a la enunciación de un
discurso es que sea preciso, exacto, directo. Aún en el genero lírico
(al que tan ligeramente se le atribuye un libertinaje del que por
fortuna está exento) no cabe sino el adjetivo insustituible, la metáfora
en que los términos que se ligan son términos a los que ha aproximado la
semejanza entre los objetos, no el parentesco de los vocablos ni su
alianza feliz.
Es dentro de los límites clara y escrupulosamente definidos y no en el
seno de la anarquía donde surge la invención fructífera, el espíritu de
aventura y de búsqueda, el ansia de los nuevo, la posibilidad de la
sorpresa. Ya lo afirmaba Paul Valery: “del mayor rigor nace la mayor
libertad.”
Con los puntos que acabamos de enumerar hemos delineado, aunque no sea
más que de un modo muy esquemático, que no permite mayor profundización
dada la índole de este escrito, un perfil del intelectual. Examinemos
ahora los campos en los que opera y cómo sus operaciones pueden ser
desvirtuadas o corrompidas. Vamos a referirnos, en primer lugar, al
magisterio y a sus más obvias deformaciones y degeneraciones.
¿Por qué este rechazo, escaldalizado, horrorizado ante una variante, una
innovación, una alteración? Porque la negligencia ha impedido a quienes
así usurpan el oficio de maestros estar al tanto de las nuevas
corrientes de pensamiento, de las críticas demoledoras a los sistemas
bajo cuyas alas se cobijan y en cuya perenidad confían, a la teorías
revolucionarias en la técnica y en la sustancia de la materia que se
enseña.
¿De que lenguaje se vale este tipo de maestro para expresarse ante sus
alumnos? Desde luego será un lenguaje al que no se le exija el más
mínimo requisito para que sea un apto portador de la verdad o de la duda
o de la objeción. Será el lenguaje del retórico: la ornamentación
esconderá el vacío, las argumentaciones se sucederán con una ligereza de
prestidigitador, pero no por ello serán más sólidas, y si parecen
deslumbrantes no logran, a la larga, haber tenido éxito como
convincentes.
La sirena más estentórea es, ay, la riqueza. Usa otros nombres: éxito,
fama. Las tres gracias que se conceden, por un público de indoctos, a
quien tiene el cinismo de asediarlas.
El sabio distraído es cada vez más una figura legendaria, y el aura que
lo rodea es más bien cómica. Un profesor Curie que atraviesa la calle,
tan absorto en sus meditaciones que no se da cuenta de los riesgos del
tránsito y sucumbe en un accidente, es cada vez más raro. Un sabio
encerrado en su laboratorio es una excepción difícil de hallar, porque
lo ha suplantado el joven ambicioso, provisto de un eficaz agente de
relaciones públicas y que no vacila en poner en peligro la salud y aun
las vidas humanas, el equilibrio político del mundo, con tal de anunciar
y llevar a efecto un experimento cuya espectacularidad fascina a las
multitudes, suscita ecos en los más remotos rincones de la tierra (hasta
donde llegan las agencias de noticias) y atrae la atención mundial y la
concentra sobre la eminencia que ha consumado una hazaña memorable.
La creación estética.
El artista, a pesar de su obvia inutilidad, de su aparente falta de
función dentro de una sociedad en la que el valor supremo es la técnica,
sobrevive.
También nos deja atónitos la vaguedad con que los mismos hechos son
aludidos cuando se pretende ocultarlos o darlos a conocer sólo a medias.
"Un grupo de inconformes" cometiendo "actos vandálicos" es la
denominación en clave para hablar de una sublevación popular; "unas
cuantas decenas de miles" son los componentes de una manifestación de
protesta contra cualquier gobierno constituido al que se quiere mostrar
simpatía y apoyo; "una enorme multitud" si el gobierno es enemigo de los
intereses periodísticos y de los otros medios de confusión, más que de
difusión. "Una partida de abigeos" se traduce como guerrilla rural, y
los "rebeldes sin causa" en muchas ocasiones encubren a las guerrillas
urbanas.
Pero este paso no vamos a darlo sin antes cortar todas las cabezas a la
hidra del evasionismo. A los espíritus burdos el aparato publicitario
les propone alcohol, un vicio socialmente admitido. Y la ración
necesaria de violencia, que compensa nuestras represiones, y de sexo que
compensa nuestras frustaciones. Violencia y sexo que son, naturalmente,
imaginarios. Los ingerimos por medio de la lectura, vicio impune. O por
la contemplación de espectáculos que si se nos brindan es porque otorgan
un voto de confianza a la madurez de nuestro criterio, a la firmeza de
nuestras convicciones y la invariabilidad de nuestro carácter.