Un Cuento Escrito Sin La Letra A

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Un cuento escrito sin la letra A

El diario El Magallanes (Punta Arenas), publicó en su edición del 16 de septiembre de 1914 este curioso
cuento sin A que reproducimos.

Celedonio, lo mismo que Emeterio, fueron dos confidentes de esos que en ningún momento creen
que el hombre, prescindiendo del sexo femenino, puede ser feliz. No sé en qué se funden y
sostienen eso como tesis. Yo sostengo que ese veredicto que ellos proponen es del todo y sobre
todo un espejismo y diré que en ningún momento quiero oponerme ni pretendo que se ilusione, ni
interior ni exteriormente, sujeto ninguno, porque yo no esté convenido con el modo de discernir
de ellos.
No, señores, pero los lustros que me entretienen, que no son unos meros cuentos, que si no llego
pronto y completo el siglo no es mucho lo que disto, me comprometen e inducen en sostener que
los que creen con ellos o como ellos, son espíritus empedernidos que si no se entretienen con
coqueteos y disturbios con el sexo débil, o mejor con el sexo bello, no diz que viven o viven unos
pocos eneros, febreros, junios, julios, setiembres, octubres, noviembres y diciembres en purísimo
desconcierto, como si el hombre no se supiere sobreponer e imponerse, si posible fuere, en medio
de los disturbios sociológicos.
Penoso es decirlo, existen hombres que por instinto se vuelven ridículos, que se envilecen y
destruyen su eminente poderío sobre el sexo bello, por el simple desdén de un ser en quien se
retuvieron viéndole y logró conmoverles el entendimiento por pocos minutos.
Entre los hombres, que somos en lo común seres fuertes, no debiéremos convenir en que se
ejecuten e imiten efectos femeninos, como si creyéremos que el hombre no tiene el
imprescindible numen de sobreponerse indefectiblemente de modo decoroso en todos los
terrenos que le quiere sugerir el opuesto sexo.
El hombre puede vivir muy bien solo, si se quiere sin entretenimientos femeninos que son, en
síntesis, el móvil y su embrutecimiento. De modo pues que tenemos que convenir en que
Celedonio y Emeterio no viven en lo cierto, sosteniendo que el sexo feo no puede ser feliz sin el
complemento del sexo hermoso, porque del mismo modo que yo prescindo del signo preferido en
el léxico y he producido este escrito eufónico, de idéntico modo se puede y debe muy bien
prescindir, en los terribles eclipses del tiempo, del elemento que creen preferentemente elegible,
por no decir… inconveniente.
No quiero decir con esto que el sexo bello no posee sus dones y virtudes indiscutibles, correctos y
procederes beneficiosos: es evidentemente cierto que el hombre se enloquece, se embrutece, se
estremece en frente de mujer de cuerpo esbelto y hechicero, porque es evidentemente verídico
que Dios creó el sexo femenino o bien el sujeto mujer con el propósito de ser el consuelo del
hombre, pero ni reconociendo de ese modo científico sus méritos intrínsecos estoy en lo mínimo
en idéntico modo de entender con Celedonio y Emeterio en que el hombre no puede ser feliz sin
tener como lenitivo el sexo femenino, pues son muchos los hombres célebres que sostienen que el
hombre es muy dichoso sobreponiéndose entre los torbellinos enérgicos del bello sexo.
Un lirismo efímero producido por un coqueteo de uno de esos seres inquietos que tienen
expedición y pretensiones de hundir y envilecer el hombre recluyéndole por los medios seductores
de sus gestos hechiceros, bien puede ejercer sugestión sobre su elegido o sobre sus pretendientes,
pues no debemos convertirnos en miopes desconociendo ese poder que el sexo femenino o bien
mujer, posee y que ejerce indefectiblemente sobre el hombre.
No debemos ser desconocidos, no podemos obscurecer o esconder el poderío que ejerce el bello
sexo sobre el sexo feo, pero eso no quiere decir que el hombre esté comprometido y debe
envilecerse, reconociendo que él no puede vivir sin sus consorte y mucho menos si se viene en
conocimiento de que el sexo femenino es quien debe responder de muchos suicidios que se
suceden frecuentemente por motivo de sus procedimientos criminosos.
Tenemos el recuerdo del fin del inocente Gilberto, joven, modelo de virtudes, pundonoroso en sus
compromisos, quien orgulloso fue por mucho tiempo, el sostén del ente que lo produjo. En ningún
momento gustó de diversiones. Fue conducido sin su entero y decidido gusto por su confidente
como en hombros de su destino horrible en un enérgico entretenimiento surtido de sílfides, que
uno de esos seres lo enloqueció y el joven se dejó envilecer por él y le motivó luego su muerte y
fin violento y súbito.
Este ser o mujer, homónimo de Julio, contemporizó con Gilberto en extremo y le hizo creer que él
y no otro poseyere los efervescentes movimientos de sus pechos y después… después le
proporcionó, con sus procedimientos desdorosos, el suicidio. ¡Pobre Gilberto! Por este estilo son,
en lo común, los seres femeninos. ¿Me equivoco en esto? No, por cierto.

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