La Historiografia en La Baja Edad Media

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Consejo de Formación en Educación Curso de Historia de la Historiografía I

Instituto de Profesores Artigas Prof. Ma. Guadalupe López Filardo

La historiografía en la baja edad media (siglos XI-XIV)

Contexto histórico

A partir del siglo XI, con la llamada Revolución Feudal – que como afirma Fontana (1982), puso
en peligro la posición de la Iglesia – se produjo un gran cambio no sólo en el pensamiento
social cristiano, sino también, en el afianzamiento y la consolidación de un régimen
monárquico de gobierno surgido a partir de una economía política basada, como señala Duby
(1994), en la teoría de las “tres órdenes, tres categorías estables, tres divisiones jerarquizadas,
/…/ tres funciones pues todas ellas estarán contundentemente conjugadas: los oratores,
belatores y laboratores” (pp. 15-16).

Estas categorías servirán de fundamentación ideológica a la nueva sociedad feudal, construida


en base a la división social del trabajo, que hizo que el pensamiento cristiano, encarnado
institucionalmente en la figura de la Iglesia, asumiera una clara función social. Sin embargo,
tras la separación de Roma del Papado, esa categorización ideológica, social y política no fue
unánimemente aceptada por toda la comunidad cristiana, por lo que surgirán posiciones
contrarias al orden feudal y particularmente opuestas a los postulados doctrinarios de la
misma, por su laxitud respecto de los principios teológicos.

Esas nuevas visiones, inspiradas en la utopía de una sociedad más justa, emanaron de la
necesidad de renovar y revitalizar el pensamiento cristiano. Sustentadas en la reinterpretación
de los textos bíblicos y proféticos, ellas habrían de significar un cambio sustancial en relación al
esquema trazado hasta entonces por el providencialismo agustiniano. Como dice Suárez
(1987), “para comprender con claridad lo que representó dicho movimiento es importante
tener en cuenta dos hechos como ser: la esperanza muchas veces expresada de un próximo fin
del mundo y la gran crisis espiritual que sufrió la Cristiandad a fines del siglo XI” (p. 56).

Características de la historiografía del período

Desde el punto de vista historiográfico la transformación de Europa a raíz de las Cruzadas


proporcionó “una temática singular y llena de posibilidades narrativas, que adquirió, desde la
primera expedición, plena actualidad entre quienes vieron partir a los caballeros hacia el
Oriente para rescatar los Santos Lugares y desearon estar al corriente de sus hazañas
exaltándolas y rodeándolas de contenido épico” (Aurell, 2013, p. 127).

Las Cruzadas
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(1107-1192)

Ese proceso de transformación que se observa en la producción historiografía medieval clásica


se produjo en forma gradual, viéndose cristalizado en el siglo XIII mediante los nuevos
enfoques que se darán debido a una serie de factores: i) las crónicas, que hasta entonces eran
locales, adoptaron carácter internacional; ii) la secularización de la historia, pues resultaba
más importante la acción humana que el plan divino, vale decir que existirá un mayor interés
por los asuntos terrenales que por los celestiales y lo humano estará más presente que lo
divino en el espíritu de los historiadores; iii) los escritores laicos aumentarán su bagaje cultural
respecto a la época feudal, desplazando en muchos aspectos a los eclesiásticos que hasta
entonces habían acaparado el quehacer historiográfico casi en exclusividad.

En cuanto al método, la historiografía experimentó un sensible progreso dado que la crítica se


tornó más exigente, pues si bien subsistieron géneros histórico-literarios como la hagiografía,
las crónicas y los anales, estas obras serían escritas con mayor rigurosidad en cuanto al
tratamiento de las fuentes, por lo que se abandonan (o al menos se ponen en duda), los
hechos míticos, milagrosos y legendarios.

Por otra parte, con el aumento del poder real habrá un mayor interés en la historia, que se
verá reflejado en la aparición de las crónicas reales, como la del Rey Alfonso X de Castilla
apodado el Sabio (por la incesante promoción cultural que caracterizó todo su reinado), autor
de la Primera Crónica General de España (1260-1284), escrita en lengua romance castellana y
que constituye un antecedente de historia nacional.

Su contenido aborda cronológicamente desde los orígenes bíblicos y legendarios de España,


incluyendo leyendas greco-romanas, hasta la historia de Castilla bajo el reinado de Fernando III
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(padre del rey Alfonso). Posteriormente apareció una compilación inconclusa bajo el título
Grande e General Estoria, con la que se iniciará el género de historia universal.

Alfonso X el Sabio Grande e General Estoria

(1221-1284) (1272)

El principal propósito de la obra – concebida como una unidad que engloba a todos los reinos
de la Península – procura vincular la monarquía castellana con la historia desde los orígenes de
los tiempos (siguiendo la tradición isidoriana que comenzaba con la dominación visigoda)
hasta el reinado presente. Sanz (1995) sostiene que “el deseo de incluir todo el pasado hizo
que se diera cabida a toda clase de fábulas sobre los tiempos primitivos. Sin embargo, en la
parte romana se muestra un notable conocimiento que tipifica el renacimiento español” (p.
213).

La historia de los hechos narrados persigue asimismo un propósito ético-moralizante y


providencialista, que se aprecia a lo largo de toda su producción, al recoger datos del pasado,
completando y cotejando fuentes, discutiendo las opiniones de los exégetas bíblicos, haciendo
afirmaciones y contrastando puntos de vista respecto de los escritores árabes “porque la
buena razón, por muchos testigos atestiguada, es más usada” (Gral. Hist., Libro I).

Es así que entre sus principales fuentes se destacan los libros históricos de las Sagradas
Escrituras, crónicas contemporáneas y autores clásicos, con la intención de justificar y legitimar
la posición de Castilla por encima de los demás reinos peninsulares cristianos. Además, al
momento de confeccionar la segunda parte de la Grande e General Estoria, se recurre al
empleo de fuentes poéticas y legendarias, quedando reconstruida la crónica a través de las
mismas. Ello, al tiempo de otorgarle importancia a la mitología pagana, interpretándola con un
sentido racionalista, refleja el grado de implicancia del rey al momento de concebir el plan de
la obra y su realización, para lo cual daba instrucciones precisas sobre su estructura y
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contenido, e incluso supervisaba ciertos detalles como el tipo de dibujos e ilustraciones debían
acompañar los textos y su escritura.

Solemos decir que él hace un libro no porque él lo escriba con sus manos, sino más bien porque
compone las razones de él, y las enmienda y las corrige y las endereza, y muestra la manera
como las deben hacer y escribirlas a los que él manda. Así decimos por esta razón que el rey
hace el libro. Así, cuando decimos que el rey hace un palacio o alguna obra, no lo decimos
porque él lo haya hecho con sus manos, sino porque él lo mandó hacer y dio instrucciones que
fueron necesarias para ello. (Ibid)

El legado del rey Alfonso, conocido como ciclo historiográfico alfonsí por el acervo documental
que contiene, dispone de una gran variedad de géneros que versan sobre temas jurídicos,
literarios, matemáticos, astronómicos y musicales, como las famosas Cantigas de Santa María,
escritas entre 1270-1282 en idioma galaico-portugués, con notación musical monofónica.

Por otra parte, ese creciente interés por la historia se apreciará además en el empleo de las
lenguas vernáculas, lo que contribuyó a aumentar el número de lectores. No obstante, el latín
continuó usándose especialmente en obras de carácter teológico y científico, y también
continuaron escribiéndose en latín los anales monásticos y algunas crónicas tradicionales.

Al mismo tiempo, con la creación de las universidades se intensificaron los estudios, surgiendo
una élite intelectual representada por una comunidad de maestros y estudiantes con carácter
autónomo asociada al poder, que contribuyó a dar madurez y equilibrio a la historiografía del
período. La Escuela Episcopal bajo la autoridad del obispo y canciller, giraba en torno a la
catedral y el claustro, lo cual dispensó un tipo de enseñanza orientada hacia las
preocupaciones religiosas. Las más célebres, como la de París, serán prolongación y
transformación de las escuelas catedralicias del siglo XII.

A ello debemos sumar el surgimiento de las órdenes mendicantes, nacidas como expresión del
ideal evangélico, con su regla de austeridad y pobreza absoluta, que respondían a las
necesidades de la Iglesia y de la sociedad del momento. Franciscanos y Dominicos serán un
reflejo las transformaciones de la sensibilidad religiosa de la época, lo que imprimirá a la
historiografía, un nuevo carácter y un renovado impulso.

La Escolástica
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El universalismo intelectual en ámbitos escolares durante la temprana Edad Media, fue


producto, en buena medida, de los cambios producidos durante el período, los que vinieron
acompañados del desarrollo de las universidades y de la Escolástica, ejercicio y método
medieval por excelencia.

En un principio el nombre de scolastici estaba referido al maestro y ocasionalmente a algunos


alumnos, pero con el tiempo el término fue empleado para designar a todos los que se
dedicaban escolarmente a la enseñanza de la teología y la filosofía, teniendo en cuenta que
esta última acaparaba el saber; por lo tanto, el escolástico era quien enseñaba las artes
liberales y cuyo título oficial de magister lo habilitaba para dictar lecciones en la escuela del
claustro, luego en la catedral y finalmente en la universidad.

Las artes liberales, estaban agrupadas en dos grandes ramas que eran el trivium y el
quadruivium y abarcaban todo el saber de la época.

Trivium Quadrivium

 los números: aritmética


 la gramática: construcción del lenguaje
 las medidas: geometría
 la dialéctica: arte de razonar utilizando la lógica
 las melodías: música
 la retórica: arte del discurso
 el estudio de los astros: astronomía

El propósito fundamental de la Escolástica era conducir al hombre a la comprensión de las


verdades reveladas contenidas en los libros sacros y las definiciones dogmáticas de la Iglesia.
Aunque no se proponía formular doctrinas ni conceptos, era un movimiento de escuelas donde
se trataba de encontrar la verdad contenida en la revelación, conciliando fe y razón, y para eso
se utilizaban instrumentos y materiales provenientes de la tradición filosófica, en particular de
la filosofía griega, basada en el método aristotélico experimental-acumulativo de las ciencias
naturales, enriquecido por el agustinismo y el platonismo. En este sentido, Gilson (1949)
observa que desde el siglo XIII en adelante, “la solidaridad entre el aristotelismo y el
cristianismo es tal, que la filosofía peripatética participa, por así decirlo, de la estabilidad e
inmutabilidad del dogma” (131).

El movimiento de renovación espiritual que se produjo durante la segunda mitad del siglo XII,
alcanzó su máxima expresión bajo la figura del gran místico, exegeta, teólogo y filósofo de la
historia, Joaquín de Fiore (113-1202), a quien le tocó vivir probablemente una de las época
más interesantes del Occidente medieval, por ser el tiempo de Enrique II Plantagenet (1113-
1189) Rey de Inglaterra, Leonor de Aquitana dama de los trovadores y bardos bretones, de la
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tumultuosa vida Federico I Barbaroja (1122-1190) Emperador del Imperio Romano Germánico;
tiempo asimismo del desarrollo de la tercera Cruzada, el florecimiento del mundo urbano, la
creación de las escuelas catedralicias, los orígenes del ciclo artúrico y de los grandes poemas
épicos nacionales, como el Cantar del Mío Cid, y el declive del feudalismo, en su momento de
máximo esplendor.

Gioacchino da Fiore Liber figurarum (1222-1239?) - Tabla XLB

(1135-1202) Círculos trinitarios (Biblioteca Universidad de Oxford)

Biografía

Joaquín de Fiore nació en Cosenza, en la región de Calabria dentro del seno de una familia
acomodada de la Italia meridional. Durante su juventud se desempeñó como notario en la
corte al servicio de Roller II de Sicilia al igual que lo hiciera su padre, y en 1145 tras viajar como
misionero a Palestina y Siria enfermó, retomando por un tiempo su cargo en la cancillería real
hasta que en 1159, producto de una crisis espiritual, participó en Constantinopla de la segunda
Cruzada y emprendió un viaje de peregrinación a Tierra Santa.

Según sus antiguos hagiógrafos, en esa época tuvo una intensa experiencia mística que
reorientaría su existencia. Decidió entonces entregarse a Dios como ermitaño y afiliándose a la
Orden Cisterciense ingresó en el Convento Benedictino de Corazzo, próximo al valle del Etna,
en el que los monjes practicaban una vida eremítica y penitencial, consagrada en soledad a la
contemplación, meditación y oración.

Unos años más tarde, luego un breve retiro en Pietra Lata (Roma), fundó su propia Orden en
Fiore (Calabria), cerca de Cosenza, aprobada por el papa Celestino III en 1195,
convirtiéndose de esa manera en abad del Monasterio de San Juan de Dios. Allí vivirá hasta su
muerte, en los albores del siglo XIII.
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Concepción histórica

La concepción histórica de Joaquín de Fiore parte del presupuesto que la historia de la


humanidad es un progreso lineal, finalista, acumulativo, irreversible, ininterrumpido y
teleológico, hacia un estadio superior signado por el cumplimiento de la promesa hecha por
Cristo a sus apóstoles: el envío del Espíritu Santo. Esto revela que su lectura sobre la historia
fue de carácter profético y estuvo consagrada al advenimiento de una nueva etapa de plenitud
espiritual de la cristiandad.

En este sentido, el Evangelio como dice Lowith (1958), es el eje central de los acontecimientos
del mundo (p. 186) y la historia es concebida como una historia de salvación, cuya
comprensión religiosa parte del estudio de las Sagradas Escrituras. Joaquín de Fiore “llegó a
extraer de las mismas un entendimiento estrictamente religioso de la Historia y por otra parte,
descubrió en la historia real la oculta presencia de categorías puramente religiosas /…/
intentando explicar religiosamente la historia y explicar históricamente las profecías de San
Juan” (Ibid), de forma que “se abandona la doctrina agustiniana de las dos líneas paralelas,
sagrada y profana, para fundirlas en una sola” (Suárez, 1987, p. 59).

El esquema tradicional de la historia estaba estructurado en dos períodos: antes y después de


la venida de Jesucristo. Joaquín en cambio, pensaba que el curso de la historia era tripartito;
de acuerdo con su concepción, la historia de la humanidad se desenvuelve en tres épocas o
etapas sucesivas, que se corresponden con cada una de las tres personas de la Santísima
Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ello implica un proceso progresivo de desarrollo
espiritual que atraviesa tres fases o estados: (i) el primero, representado en el Antiguo
Testamento (en la Ley de Moisés), es revelación de Dios anunciada y prefiguraba en la persona
de su hijo, Jesucristo; (ii) el Nuevo Testamento, en que el Evangelio de Jesucristo se extiende
hasta el siglo XIII; (iii) el tercer estado, el del Espíritu, es el del Evangelio eterno, en que la
Iglesia será renovada y pasará a ser una comunidad monástica de santos.

En efecto, si juzgamos correctamente, hay dos significantes y un significado,


manifestándosenos a nosotros que creemos en el Dios Vivo que uno es el Padre al cual
pertenece especialmente el Antiguo Testamento; uno el Hijo de Dios al cual pertenece
especialmente el Nuevo; uno el Espíritu Santo que procede de otro, al cual especialmente
se orienta el entendimiento místico que como fue dicho, procede de ambos. (LC II.2.2, 1-13)1

1 Las referencias en este caso presentan abreviado el título de la obra (ejemplo LC significa Liber de Concordia),
seguida del libro (en números romanos), la parte, el capítulo y las líneas de que se trata. Así: LC II.2.1,1-10 refiere
al libro segundo, segunda parte, capítulo dos, líneas 1 a 13.
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Mientras que para la representación histórica del cristianismo la meta estaba más allá del
mundo, el mensaje del joaquinismo plantea la idea de que el reino del Espíritu podía edificarse
en este mundo. Como señala De Lubac (1989) “la teología de la historia es el desarrollo más
notable por lo que sorprende cómo un ser esencialmente conservador y que miraba hacía atrás
apuntara a un progreso espiritual y renovación de la vida monástica (p. 16).

Producción escrita

Según afirma Aurell (2013), la obra “encaja en un contexto en el que reviven las teorías
escatológicas que proclaman cercano el fin del mundo” (p. 134), las cuales se ven reflejadas en
el uso de fuentes semejantes a las aportadas en el libro de Daniel, para elaborar una teoría
dentro de la cual el hombre experimenta un proceso ascendente hacia una meta que será la
salvación luego de atravesar una etapa de degradación.

En 1183 elabora gran parte de una obra, la Concordia Novi ac Veteris Testamenti, e inicia el
Expositio in Apocalipsim, así como el Exhortatorium Iudeorum, y Tractatus in expositionem
vitae et regulae beati Benedicti. Entre sus obras de carácter auténtico, cabe destacar los
comentarios sobre Jeremías e Isaías (1527), editados en forma conjunta en el siglo XVI, bajo el
título de Expositio in Apocalypsim (1199); mientras que El Liber Figurarum (1239?), que forma
parte integral su producción escrita, es un libro apócrifo, escrito posiblemente por un grupo de
discípulos pertenecientes a la primera generación luego de producida su muerte, donde se
describen sus principales ideas. Por su conceptualización simbólica es calificado como manual
visual de referencia.

Árbol de la vida
Liber figurarun – Arzobispado Episcopal- Reggio Emilia (Italia)
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La revelación

Las representaciones alegóricas contenidas en el Apocalipsis de San Juan, le serán reveladas


entre los años 1190 y 1195, celebrando el día de Pentecontés, permitiéndole comprender el
significado que estas tienen en el Antiguo y Nuevo Testamento, otorgándole sentido de esta
forma al curso del acaecer histórico. Al respecto Lubac (1989) explica que:

… otra esperanza se preparaba para invadir la Europa Cristiana: la de un reino del Espíritu, que,
incluso pronto en el tiempo se habría de establecer /…/ Esta nueva esperanza literal se funda en
dos textos /…/ uno, la exégesis de San Pablo (Cor., 13, 12) y el otro, el de San Juan (16, 13). Esta
venida del Espíritu, de la verdad para un tiempo por venir, largo tiempo después de los
Apóstoles de Jesús así, un texto anunciaba la vida terrena y el otro la iluminación que
comenzaba en Pentecostés, que se encontrarán en un tiempo intermedio, el de la tercera edad
/…/ y llegará un tiempo en que Cristo desaparecerá ente la revelación del Espíritu. (p. 65)

El Apocalipsis (3ª trompeta) Visión de San Juan

Douco (1265) Lembert (1260)

“Vi un ángel que bajaba del cielo, con la llave del abismo y una gran cadena en la mano. Apresé al
dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo encadenó por mil años. Lo arrojó al
abismo, lo cerró y puso un sello en él, para que no seduzca más a las naciones hasta que pasen los mil
años. Después debe ser soltado por poco tiempo. Vi también unos tronos; a los que se sentaron en
ellos se les dio potestad de juzgar; y vi las almas de los degollados por dar testimonio de Jesús y de la
palabra de Dios, y vi a los que no adoraron la bestia ni su imagen ni recibieron la marca en su frente
ni en su mano. Revivieron y reinaron con Cristo mil años. Los demás muertos no revivieron hasta que
se cumplieron los mil años. Esta [aquella] es la resurrección primera.
Bienaventurado y santo el que tiene parte en la resurrección primera. Sobre estos la muerte segunda
no tiene poder, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con Él mil años. Cuando se
hayan cumplido los mil años, Satanás será soltado de su prisión, y saldrá a seducir a las naciones que
hay en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y Magog, y a reunirlos para la guerra, siendo
innumerables como la arena del mar.” (Apoc., 20, pp. 1-8)
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Introductorius ad Evangelium aeternum

El propósito fundamental de la obra de Joaquín es producto de sus meditaciones, lo que ha


llevado a los historiadores a estudiar su personalidad desde varios ángulos, algunos como
hereje, otros como un gran teólogo y otros tan solo como un profeta de la historia. Joaquín
dedicó casi un tercio de su vida a la elaboración de su obra mediante un trabajo gradual y
laborioso, basado en la reinterpretación de la revelación contenida en el Apocalipsis de San
Juan, tratando de establecer una especie de teología de la historia que depende de su método
exegético.

“Cuando me desperté con la aurora del día – escribe Joaquín- me ocupé de la revelación de San
Juan. He aquí que los ojos de mi espíritu se enceguecieron por el resplandor del conocimiento y su me
reveló el cumplimiento de este libro y la concordancia del Antiguo con el Nuevo testamento”

Ese esfuerzo se vio materializado en el Evangelio Eterno (1254), en el cual expone una doctrina
que, además de contener un sistema de ideas, encierra un programa de reformas profundas
de la Iglesia. Como sostiene Suárez (1987), “es un producto histórico, no perenne, destinado
por tanto a desaparecer para que pueda crearse una nueva Iglesia de santos” (p .60).

Si la historia consistía en historia de la salvación, entonces la clave para su interpretación


habría de ser la escritura pues creía tener una herramienta para el proceso histórico donde
creía reconocer ciertos patrones. Sólo quedaba por realizar una labor: la de “….difundir el
Evangelio de Jesucristo como suprema norma que duraría hasta el final del mundo” (Dujovne,
1958 p. 218).

Método exegético concordísitco

Lo novedoso y revolucionario en su interpretación acerca de la historia de la salvación


vinculado a su vivencia espiritual, es que a través de su metodología encontró la forma de
entender la ciencia teológica, lo que según Lowith (1958), corresponde a su método histórico-
profético de la interpretación alegórica, al plantear la comprensión dinámica de la revelación,
mediante la correlación esencial de Escritura e Historia y sus respectivas interpretaciones”
(pp.185-186).

Lo propio de Joaquín fue trazar un plan de épocas o dispensaciones de la historia en


correspondencia (concordia) con las personas de la Trinidad y con personajes, figuras y
animales de la Biblia, de la que hará una interpretación “espiritual” haciendo uso de la
alegoría. Su teología de la historia depende, pues, de su método exegético y, al mismo tiempo,
como señalan Zindars y West (1986), lo importante es que “para él, lo investigación de la
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historia era otra senda al conocimiento de Dios. Sentía que la investigación proporcionaba la
llave para abrir significados secretos a la comprensión de las Escrituras, y no sólo para
comprender el pasado, sino interpretar el futuro” (p. 12).

Periodización de la obra

A diferencia de San Agustín que priorizaba como base el número seis en correspondencia con
las etapas evolutivas de la humanidad, Joaquín proponía tres estados histórico-religiosos
siguiendo el esquema trinitario, los cuales tenían sus correspondencias (o concordancia) en
múltiples paralelismos, que establecían una línea de progreso de la humanidad. Zindars y West
(1986) sostienen que “el Antiguo y Nuevo testamento eran mirados en paralelo que, coincidían
en detalles importantes, de modo que un observador y un lector astuto podía ampliar dichos
paralelismos y correspondencias desde la Resurrección hasta el siglo XII y penetrar en el futuro”
(p. 12).

Por parte, Lowith (1958) sostiene que “las tres etapas se sobreponen, pues la aparición de la
segunda se produce antes de la desaparición de la primera, y lo mismo ocurre con al tercera
con respecto a la segunda. Al mismo tiempo, existen períodos espirituales de diferente nivel y
significación” (p.167).

El principio de concordia desarrollado en capítulo II del Liber Concordia, admitía una duración
igual a las genealogías del Antiguo y Nuevo Testamento. La primera etapa estaba conformada
por esos tres estados, siendo que los dos primeros permitían fijarlas en cuarenta y dos
generaciones, y el segundo definido por los siete sellos del Apocalipsis. Asimismo, cada época
tenía una initiato, un comienzo perceptible en la edad precedente, después un esplendor, o
sea, una fructificatio que finaliza en una época de crisis, anunciando el fin de los tiempos
clásicos de la literatura profética y apocalíptica, pues el tiempo del Espíritu Santo comienza con
la revelación espiritual del Evangelio, donde el sistema simbólico permitía fijar los rasgos
morales y espirituales de cada uno de los períodos.

“El primero de los tres estados de los que vamos a hablar se desarrolló en tiempos de la ley, cuando el
pueblo del Señor era aún pequeño y permanecía sometido a las servidumbres de este mundo, sin
poder atender a la libertad del Espíritu /…/. El segundo estado nació bajo el régimen del Evangelio y
permanece hasta hoy. Hay más de libertad que el pasado pero no tanta como en el futuro.
En el tercer estado vendrá el fin del mundo, no oculto bajo el velo de la letra, sino en la plena libertad
del Espíritu. Entonces será destruido el falso evangelio de los hijo de la perdición y de sus profetas /…/
El primer estado que vivió bajo el régimen de la Ley y la circuncisión comenzó con Adán. El segundo,
que vio la luz bajo el régimen del Evangelio, empezó con Ozías. El tercero, en tanto, pueda
comprenderse el cómputo de las generaciones, se inició en tiempos de San Benito, cuya cautivadora
gloria podrá ser completada en su momento, en la época se revelará Elías y en la que el incrédulo
pueblo judío volverá al Señor de tal forma que el espíritu clamará por su propia voz siguiendo la
Escritura.” (Expositio in Apocalypsim, Libro I)
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“El primer estado se atribuye al padre, el segundo al Hijo y el tercero al Espíritu Santo, aunque de una
u otra manera, el estado del mundo se reputa único, y el único pueblo de los elegidos, y todas las
cosas en conjunto son muestra del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo” (Ibid.)

1ª época 2ª época 3ª época


(Padre) (Hijo) (Espíritu Santo)
ANTIGUO TESTAMENTO NUEVO TESTAMENTO
Comienzo de la
Se halla escrito en: Desde la creación hasta la Desde la encarnación hasta
revelación del Evangelio
encarnación de Cristo la decadencia de la Iglesia

Se ubica
Desde Adán a Jesucristo Desde Isaías a San Juan A partir de San Benito
temporalmente

Corresponde a Los hombres casados Los clérigos Los monjes

La laboriosidad y el La contemplación y la
Se identifica con El estudio y la disciplina
trabajo alabanza

La plenitud del
Se caracteriza por La ciencia La sabiduría
conocimiento

La sumisión de los La servidumbre de los


Se advierte en La libertad
esclavos hijos

Se expresa mediante El temor La fe El amor

Algo sustancial según esta afirmación: desde San Benito existen dos Iglesias, la de los clérigos,
destinada a desaparecer y la de los monjes que se encuentra aún en un proceso de formación,
lo que pone de manifiesto un progreso consecuente con la acción creadora del reino de Dios
en esas tres etapas durante las cuales, en la primera el hombre habría logrado con su trabajo,
la ciencia; en la segunda, con el estudio, la sabiduría; y sólo durante la tercera lograría, por
contemplación, la plenitud o intelecto, sobreviniendo una era de amor, quietud y paz.
Tales serían los rasgos de la vida en este tercer estado de la humanidad.

Dicho estado se asigna en su periodización de la historia al Espíritu Santo y tiene dos orígenes:
Elías y Benito de Nursia, alcanzando su madurez en el crecimiento de la orden cisterciense. Su
florecimiento pleno debería esperarse para después del final del segundo estado. Entonces ya
no serían necesarias las mediaciones propias de la segunda época. Ese tiempo de plenitud
espiritual partía de la creencia de un reino de Dios que podía edificarse con justicia en este
mundo. Por lo tanto esta doctrina establece que el sistema engloba la historia del mundo, por
estar asentada en la libertad racional del hombre y su capacidad de progreso espiritual, en la
que la del Espíritu Santo será la última de las épocas históricas, con la venida de Jesucristo y la
proximidad del fin del mundo.
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El Joaquinismo o posteridad espiritual

Durante la celebración del IV Concilio de Letrán (1215), varias de las ideas de Joaquín fueron
desaprobadas por la Iglesia, entre ellas la referente a su doctrina trinitaria (Damnamus ergo
Damnamus ergo), la que más tarde sería comentada por el filósofo Santo Tomás de Aquino
(1260). También recibió críticas del teólogo y Obispo de París, Pedro Lombardo (1095-1060),
en oposición a su teoría acerca del dogma cristiano basado en el núcleo trinitario formulado en
las Sentencias (1230), donde rechaza en De unitate seu essentia Trinitatis la idea de que en
Dios existen tres personas y una esencia, retomada en su conjunto en un manual que circuló
por distintas universidades. Sin embargo, a pesar de estas objeciones, no se le considera
hereje y en 1220 el Papa Honorio III lo reconoce como verdadero cristiano.

A través del tiempo el joaquinismo ha sido considerado una corriente contestataria y


profética, por lo que partiendo de esta concepción y al momento de analizar los aspectos de
quienes han defendido sus ideas por sentirse más identificados con las mismas, podría
señalarse que el aporte fundamental radica en el hecho de haber trazado un nuevo sistema de
periodización de la historia, que vino a sustituir el esquema tradicional de progreso religioso
contenido en el Nuevo Testamento.

Desde su inicio se percibe la influencia que éste ha tenido en figuras importantes de la


literatura como Dante Alighieri en la Divina Comedia (1265-1321), quien lo ubica en cuatro
estrofas dentro del Paraíso, después de San Buenaventura, alabando su espíritu profético,
citando parágrafos enteros y copias literarias de sus obras, así como Petrarca y otros escritores
franciscanos de siglos posteriores que buscaban la renovación clerical. Al mismo tiempo, sus
ideas estarán presentes en obras artísticas como la del Greco quien en una de sus pinturas lo
identifica con el sexto sello, es decir con San Francisco de Asís.

La obra de Joaquín de Fiore ha sido recogida además con entusiasmo por órdenes mendicantes
como la de los Dominicos, pero en lo espiritual fundamentalmente la corriente franciscana,
que tuvo en el primer cuarto del siglo XVI en el franciscanismo español, una poderosa
renovación a partir de 1523 en su proceso de evangelización en Méjico, así como la reforma
en Extremadura, al intentar renovar la imagen imperfecta de la iglesia europea de entonces, a
través de los pueblos nuevos por descubrir.

En el siglo XVII será beatificado con honores litúrgicos por la Iglesia y en 1688 los Bolandistas la
ratifican en el Acta Sanctorum, por lo que a partir de entonces aparecen una serie de
biografías acerca de su vida.
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La Escolástica filosófica especulativa y racionalista en el siglo XIV

En el siglo XII la escolástica filosófica cobra sentido y significado en la latinidad europea, en la


medida que ésta será aplicada al currículum medieval de enseñanza, consolidándose a partir
del siglo XIII y cuyo centro puede fijarse en la Facultad de Artes, donde surgen nuevos
mecanismos de pensamiento que producen una forma diferente de concebir el mundo y de
expresar los conocimientos. La filosofía escolástica experimental posee una verdad objetiva
que estudia a la humanidad en sus relaciones, tratando resolver los problemas que le aquejan
y por ende, es eminentemente religiosa y profunda, constituyendo así la antesala de la
teología dogmática.

El método escolástico

En pleno florecimiento de la Escolástica, hacia fines del siglo XIII y principios del XIV, se admitía
la posibilidad de que la razón llegase a resultados independientes y aun hasta opuestos a la
enseñanza de la fe, a través de la disputatio, producción y trasmisión usada en las facultades
de arte, derecho y medicina.

Este conjunto de operaciones metodológicas se complementaba con otro género igualmente


importante, una dimensión constitutiva que era el comentario en donde se organizaban las
cuestiones teóricas disputadas a partir de las fuentes comentadas, en forma sintética y
gradual, donde el texto era ordenado según las tesis y sus derivados. Estas operaciones
variaban en sus formas tradicionales grecolatinas y la exposición predominaba sobre la
justificación, crítica y disputa entre escuelas, bajo la autoridad del maestro.

Las sumas expositivas por su parte, se construían en base a una concepción demostrativa y
jerarquizada del saber, como ser la asunción de los campos epistémicos y la lógica de
veracidad bivalente como instrumento científico. Estaba a su vez la demostración, basada en la
lógica aristotélica y la matemática de Euclides, como continuación y mediación árabe y
abarcaba en seis ramas o ejes: el analítico aristotélico, lógica estoica y la crítica escéptica.

En esta etapa, veinte años después de que Joaquín de Fiore escribiese el Evangelio Eterno, se
ubica el teólogo Santo Tomás de Aquino considerado símbolo del racionalismo especulativo,
cuyo sistema fundamenta, de manera rigurosa, las relaciones entre fe y razón, síntesis
armónica del aristotelismo y del pensamiento cristiano.
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Tomso d´Aquino Summa Theologiae

(1225?-1272) (1258-1265)

Tomás nació en Roccaseca, Provincia de Frosinone en el Lacio (Italia), dentro del seno de una
familia perteneciente a la nobleza. Su padre, el Conde Landolfo de Aquino estaba casado con
Teodora, condesa de Teano, emparentados a su vez con Enrique VI, Federico II y los Reyes de
Aragón, Castilla y Francia. Desde niño fue formado con los monjes Benedictinos de Monte
Casino, donde por mucho tiempo permaneció dedicado a la meditación y la oración.

En 1236 ingresó en la Universidad de Nápoles, donde estudió gramática, lógica y ciencias


naturales. Entre 1240 y 1243 recibió el hábito de la Orden de Santo Domingo y dos años
después se trasladó a la ciudad de París para realizar cursos de teología bajo la dirección del
maestro y teólogo dominico Alberto Magno, gran organizador del saber, con quien en 1248
viajó a Colonia en Alemania, para su ordernación como sacerdote. Entre 1251 y 1255 se recibió
de Bachiller en el Studium Dominico en París y a partir de ese momento inicia la vida pública.

Entre sus enseñanzas se encuentran las explicaciones sobre las Sentencias del filósofo y
teólogo Pedro Lombardo y comentarios de textos teológicos que le permiten obtener el
material necesario para trazar un esbozo de lo que sería su obra magistral, la Summa
Theologiae (Suma Teológica), tema que inicialmente apareció en su tesis doctoral La Magesta
de Cristo (1257), con la que obtuvo el título de Doctor de Teología. No obstante, en 1265
rechaza la titularidad del arzobispado de Nápoles y muere en 1272 producto de un éxtasis
prolongado.

Producción escrita

Entre sus principales obras destacan De ente Essentia escrita en 1256 y Sententia Super de
Ánima en 1270, donde presenta una teoría del conocimiento basada en la filosofía aristotélica
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y expone su visión espiritualista, oponiéndose a las escuelas agustiniana y franciscana, en


cuanto a sus ideas acerca de que el alma está compuesta por materia y forma y de que existe
más de un compuesto humano. En el apartado VI de esta obra expresa que en cada época los
hombres deben hacer suyas las ideas de sus antecesores. “Las opiniones de los antiguos – dice
– deben acogerse, ya sea para asimilar las verdades que conocieron o para descubrir los
errores que se deben corregir, y las lagunas que en su pensamiento han de llenarse” (I, 3).

La Summa contra gentiles (1264), obra de carácter filosófico-apologético en la que expone una
visión amplia, integral y humanista acerca de de la realidad, consiste en un manual destinado a
la evangelización del mundo Islámico y de los judíos de las tierras conquistadas. Es una obra de
predicación, disputa y refutación contra gentiles e infieles, donde no se establecen puntos de
contacto. El único campo común es la razón, con sus leyes universales que permiten la
comunicación humana y la argumentación en un nivel que sobrepasa la misma, y donde se
resuelven racionalmente las objeciones contrarias y se impugnan acciones directas.

La obra fue escrita a lo largo de cinco años y conserva su estructura original, dividida en cuatro
libros y veinticuatro capítulos que versan sobre la existencia de Dios Creador, la ley y gracia
divina, iniciándose cada uno de ellos con una salutación del Ave maría, confirmando en esa
forma la confianza en la eficacia de las oraciones de la Orden de Predicadores Dominica.
Tiempo antes su fundador, el presbítero castellano Domingo de Guzmán (1170-1221), había
mandado confeccionar a petición de la Virgen, el rosario como forma primitiva de oración,
utilizado en la peregrinación a la Cruzada albigense.

La acción concordística se hace explícita a través de la fe y la razón, no existiendo


contradicción pues la verdad es una sola y el método de exposición será la verdad mediante la
razón considerada como ámbito apologético, exponiendo y defendiendo verdades naturales
basadas el la religión cristiana y la revelación divina.

En cuanto a la Suma teológica, es producto de su actividad como maestro de teología en la


Universidad de París. La aparición del hombre y por consiguiente de la materia, dice Gilsón
(1946), “marca un grado característico. Por su alma, el hombre pertenece todavía a los seres
inmateriales, pero por su alma no es una Inteligencia pura /…/ intelecto porque todavía es
principio de intelección y puede conocer un cierto inteligible, pero no una inteligencia, por ser
esencialmente componible con un cuerpo” (p. 149).
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Doctrina

En esta obra Tomás intenta presentar la teología según el orden propio de esta disciplina en su
organización interna. El alma intelectiva conoce las cosas materiales en las razones externas,
precolonizado el conocimiento a través de los sentidos. El conocimiento se reduce a la
participación de las ideas tal como lo había hecho Platón (a las formas de las cosas,
independientes de la materia y dotadas de una cierta actividad creadora, contraria a la fe
cristiana y al agustinismo que preconizaba razones de todas las características del Espíritu
Divino, por lo que el alma humana conoce toda causa.

Ante la interrogante acerca de si el alma humana puede conocer todas las cosas en las razones
eternas, Tomás responde que “una cosa puede ser conocida en otra de doble manera: por
conocimiento explícito e inmediato, como en un objetivo ya conocido y aunque el alma no
puede ver las cosas durante la vida presente puede conocer una cosa en otra” (Suma, I, p. 84).

“Agustín que siguió a Platón cuando se le permitió la fe católica, no admitió que las esencias de las
cosas sustenten por sí mismas y en su lugar puso las razones en las cosas en la mente divina, y estimó
que nosotros juzgamos todas las cosas gracias a ellas tanto que nuestro intelecto es iluminado por la
luz divina, y estimó que nosotros juzgamos todos las cosas gracias a ellas en tanto que nuestro
intelecto es iluminada por la luz divina /…/ en el sentido de que esas razones supremas imprimen su
sello en nuestro espíritu” (Ibid., II, p. 36).

De acuerdo con su pensamiento existe un orden establecido por Dios que equivale a una ley y
dentro de ese orden el hombre, compuesto por un cuerpo (que es materia) y un alma (que es
inmaterial), busca durante su vida terrenal, el Sumo Bien, que sólo ha de alcanzar después de
su muerte.

“El destino del hombre se anuncia en esta vida por la inquietud permanente y fecunda de un más
allá. El hombre en su vida terrenal ha de moverse en vista de un bien soberano, que la moral le hace
conocer y el acceso al cual le facilita. Aquí, en este mundo el hombre puede aspirar a una beatitud
real aunque imperfecta. Pero, el alma, sabiéndose inmortal por su inmaterialidad, ubica en un
porvenir ultraterreno el término de sus deseo y de su soberano Bien” (Ibid., I-II, pp. 3-6).

Relación con el conocimiento

Apartándose del idealismo apriorístico agustiniano Tomás hace suya la tesis principal de la
gnoseología aristotélica. Afirma la inmaterialidad del alma vinculando el entendimiento
humano a los sentidos a través de la unión alma y cuerpo. El hombre como ser humano tiene
por objeto realidades sensibles, lo que le impone un conocimiento intelectual que se inicia con
el conocimiento sensible; por lo tanto este no es a priori como en el caso del agustinismo sino
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a posteriori partiendo de la experiencia confirmada por la introspección psicológica. En este


sentido el entendimiento humano deberá volver a la imaginación para poder especular sobre
realidades espirituales y abstractas, y es en su capacidad universal donde deben convertirse las
imágenes sensibles en ideas universales.

Por otra parte, todo concepto es abstracción de la forma o esencia de un ser, es decir, una
desmaterialización por lo que lo universal es lo real en lo que representa y el conocimiento
humano solo alcanza lo real, ayuda a captar la realidad que se encuentra fuera de nosotros y
explica el movimiento, la esencia del ser.

La libertad humana está basada en el conocimiento intelectual y la virtud es concebida como la


perfección de la vida moral, hábito o disposición estable de la facultad del alma gracias a la
cual se alcanzan los fines que le son propios. La disposición consiste en obrar bien, ya que las
facultades intelectuales son hábitos o buenas disposiciones del entendimiento, consecuencia
del ejercicio y la instrucción, gracias a las cuales la especulación tiene como virtud la
inteligencia, la ciencia, la sabiduría, mientras que el entendimiento práctico, el arte y la
prudencia.

Metodología y análisis documental

Del punto de vista metodológico se considera a Santo Tomás como uno de los mejores
exponentes en la aplicación rigurosa del método escolático, en cuanto a la forma disputativa
(La cuestio) y a la organización sistemática del material teórico. En su obra incluye de manera
sistemática los comentarios de Aristóteles que forman parte de su producción teológico-
filosófica, así como la exposición dividida en partes, tratados, cuestiones y artículos, de manera
ordenada, presentando el problema de forma alternativa, a través de objeciones y argumentos
contrarios a las soluciones. La doctrina expuesta se caracteriza por el rigor científico en cuanto
a las autoridades se refiere, con un realismo equilibrado y claridad en su forma de exposición.

Concepción histórica e idea de progreso

En función de este postulado cabría preguntarnos ¿cómo consideraba Santo Tomás la historia
de las sociedades humanas y cuál era para él el sentido de esa historia?

En primer lugar cabe señalar que de acuerdo a su concepción el hombre es ante todo un ser
social y cívico que debe hacer su vida conviviendo con los demás “corresponde a la naturaleza
del hombre el ser un ser social y político, que no vive aislado. Sino que vive en medio de sus
semejantes formando una comunidad; tanto así que la misma necesidad natural que afecta al
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hombre, nos revela que precisa vivir en sociedad, mucho más de lo que necesitan vivir juntos
otros animales” (Ibid., II, p. 58), necesidad que para el autor es tanto física como espiritual, y
solo en ella puede alcanzarse el desarrollo.

El concepto de saber histórico en la Escolástica, parte de una noción de historia que - como
señala – “envuelve como contenido material el pasado humano en su realidad perfectamente
independiente de nosotros.” Por medio del conocimiento se logra la organización del pasado,
es decir, la forma de la historia, cuya materia es la serie de hechos humanos que se
desenvuelve en el tiempo y en espacios reales. Esto significa que la historia es lo real en el
devenir social; se basa en el conocimiento de la vida de las sociedades humanas.

Este planteo lleva implícita la idea de progreso, porque tal como lo presenta Santo Tomás, la
historia demuestra el progreso de los hombres en su marcha hacia una vida mejor. A través del
tiempo las sociedades evolucionan en busca de un bien temporal, o sea que progresan.

Desde el siglo XIII, tanto Tomás como su maestro San Alberto, introdujeron el aristotelismo en
el pensamiento cristiano. En Aristóteles encontramos precisamente, un antecedente de la
concepción de progreso en la cultura, como un proceso de adopción y perfeccionamiento
continuo de los conocimientos, que van corrigiéndose a medida que se acumulan. Tomás
pensaba por ejemplo, en un acrecentamiento de los conocimientos a través de las
generaciones, como resultado de la contribución de miles de individuos. Difiere no obstante,
de Aristóteles, al no admitir ninguna referencia derivada de la concepción cíclica de la historia.

El tiempo es siempre factor de progreso, por ser el espacio de desenvolvimiento de la actividad


humana. A unos descubrimientos se suman otros, de modo que con el transcurso del tiempo
se despliega el desarrollo de la cultura. Pero el tiempo por sí solo no es suficiente para que
haya progreso; se requiere la deliberada y acumulativa acción humana.

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PRÓXIMO TEMA: Historiografía musulmana. El realismo de Ibn Jaldún

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