Adoptemos El Parecer de Cristo Sobre La Grandeza

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Adoptemos el parecer de Cristo sobre la grandeza

“El que quiera llegar a ser grande entre ustedes tiene que ser ministro de ustedes.”
(MATEO 20:26.)

CERCA de la antigua ciudad egipcia de Tebas (actualmente Karnak), a unos 500 kilómetros al


sur de El Cairo, se eleva una inmensa estatua de 18 metros en honor del faraón Amenhotep III.
El visitante no puede menos que sentirse diminuto al contemplarla. Este monumento, concebido
evidentemente para inspirar la veneración al rey, ejemplifica el concepto sobre la grandeza que
tiene el mundo, esto es, el de proyectar una imagen lo más grandiosa posible que haga sentir
insignificantes a los demás.
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Comparemos el punto de vista antedicho con el que enseñó Jesucristo. Si bien él era “Señor y
Maestro” de sus seguidores, Jesús les hizo ver que la grandeza proviene de servir a los demás.
El último día de su vida en la Tierra demostró lo que significaba esta enseñanza al lavar los pies de
los apóstoles, ciertamente un humilde gesto de servicio (Juan 13:4, 5, 14). Por ello, hemos de
preguntarnos: “¿Qué prefiero: servir o que me sirvan? ¿Me incita el ejemplo de Cristo a ser tan
humilde como él?”. Examinemos el contraste que hay entre el parecer de Cristo sobre la grandeza
y el del mundo.
Rechacemos el concepto del mundo sobre la grandeza
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En la Biblia abundan los ejemplos que indican que el concepto del mundo sobre la grandeza
lleva al desastre. Pensemos en el influyente Hamán —hombre encumbrado de la corte real persa
en los días de Ester y Mardoqueo—, cuyas ansias de gloria le acarrearon la humillación y la muerte
(Ester 3:5; 6:10-12; 7:9, 10). ¿Qué diremos del orgulloso Nabucodonosor, de quien se apoderó la
demencia cuando estaba en la cima de su poder? La siguiente reflexión demuestra el concepto tan
distorsionado que tenía sobre la grandeza: “¿No es esta Babilonia la Grande, la cual yo mismo he
construido para la casa real con la fortaleza de mi poder y para la dignidad de mi majestad?”
(Daniel 4:30). Conviene recordar además el caso del orgulloso Herodes Agripa I, quien “llegó a
estar comido de gusanos, y expiró” por haber aceptado una gloria inmerecida que solo
correspondía a Dios (Hechos 12:21-23). Todos aquellos personajes sufrieron un amargo fracaso
por no adoptar el criterio de Jehová sobre la grandeza.
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Es lógico que deseemos usar nuestra vida de tal manera que nos reporte honra y respeto.
Lo malo es que el Diablo explota dicho deseo para fomentar una actitud orgullosa, reflejo de sus
propias ambiciones (Mateo 4:8, 9). No olvidemos nunca que él es “el dios de este sistema de
cosas” y está resuelto a difundir su forma de pensar en la Tierra (2 Corintios 4:4; Efesios 2:2;
Revelación [Apocalipsis] 12:9). Dado que los cristianos conocen la raíz de tales actitudes, rechazan
el punto de vista del mundo sobre la grandeza.
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Una idea que el Diablo fomenta es que para lograr felicidad hay que hacerse un buen nombre
en el mundo, recibir el aplauso de los demás y tener mucho dinero. ¿Será cierto que el éxito, el
reconocimiento y las riquezas garantizan satisfacción en la vida? La Biblia nos advierte que no nos
dejemos engañar por esa forma de pensar. El sabio rey Salomón escribió: “Yo mismo he visto todo
el duro trabajo y toda la pericia sobresaliente en el trabajo, que significa la rivalidad de uno para
con otro; esto también es vanidad y un esforzarse tras el viento” (Eclesiastés 4:4). Muchas
personas que han dedicado su vida a ser importantes en el mundo dan fe de la veracidad de estas
palabras inspiradas. Sirva de ejemplo la reflexión de alguien que colaboró en el diseño, la
fabricación y las pruebas de la nave que llevó al hombre a la Luna: “Había trabajado duro y había
logrado gran pericia en lo que hacía. No obstante, había sido vano, o sin valor, en cuanto a
[reportarme] felicidad duradera y tranquilidad”. El concepto que impera en el mundo sobre la
grandeza, sea en el ámbito profesional, deportivo o del entretenimiento, no garantiza satisfacción
duradera.
La grandeza se deriva de servir al prójimo por amor
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Un suceso de la vida de Jesús revela en qué consiste la verdadera grandeza. Él y sus
discípulos iban de camino a Jerusalén para celebrar la Pascua del año 33 E.C., cuando quedó
patente que Santiago y Juan —dos primos de Jesús— tenían un concepto erróneo sobre la
grandeza. Por intermedio de su madre le pidieron a Jesús: ‘Di la palabra para que nos sentemos a
tu derecha y a tu izquierda, en tu reino’ (Mateo 20:21). Entre los judíos, sentarse a la derecha o a la
izquierda del anfitrión se consideraba un gran honor (1 Reyes 2:19). Ambiciosamente, Santiago y
Juan trataron de obtener los lugares más distinguidos. Querían dejar claro que deseaban estos
puestos de autoridad. Jesús, consciente de lo que pensaban, aprovechó la oportunidad para
corregir aquel concepto erróneo.
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Jesús sabía que en este mundo en el que impera el orgullo se considera importante a la
persona que domina a los demás y que puede conseguir lo que quiera con solo dar una orden.
Pero entre los seguidores de Jesús, es el servicio humilde lo que determina la grandeza. Cristo
aseguró: “El que quiera llegar a ser grande entre ustedes tiene que ser ministro de ustedes, y el
que quiera ser el primero entre ustedes tiene que ser esclavo de ustedes” (Mateo 20:26, 27).
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La palabra griega que se traduce “ministro” en la Biblia define a la persona que procura servir
a los demás con diligencia y constancia. Jesús estaba enseñando a sus discípulos una valiosa
lección: dar órdenes no es lo que hace grande a uno, sino servir al prójimo por amor.
Preguntémonos, pues: “¿Cómo habría reaccionado yo, si hubiera sido Santiago o Juan? ¿Habría
captado que la verdadera grandeza se deriva de servir a los demás por amor?” (1 Corintios 13:3).
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Jesús mostró a sus seguidores que el concepto del mundo sobre la grandeza difiere del suyo.
Nunca adoptó una actitud de superioridad ni tampoco hizo sentirse inferiores a aquellos a quienes
servía. Todo tipo de personas se sentían a gusto con él, ya fueran hombres, mujeres o niños, ricos,
pobres o figuras influyentes, así como pecadores conocidos (Marcos 10:13-16; Lucas 7:37-50). Los
seres humanos solemos impacientarnos con los que tienen limitaciones, pero ese no fue el caso de
Jesús. Aunque sus discípulos en ocasiones discutían y eran impetuosos, los instruyó con paciencia
y les demostró que él era verdaderamente humilde y de genio apacible (Zacarías 9:9; Mateo 11:29;
Lucas 22:24-27).
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El ejemplo de entrega total que dio el Hijo más importante de Dios demostró lo que entraña la
verdadera grandeza. Jesús no vino a la Tierra para que se le sirviera, sino para servir, razón por la
que curó “diversas enfermedades” y liberó a la gente de la opresión de los demonios. A pesar de
que a veces sintió cansancio y tuvo que reposar, siempre antepuso las necesidades de los demás
a las suyas propias, desviviéndose por consolarlos (Marcos 1:32-34; 6:30-34; Juan 11:11, 17, 33).
Su amor lo movió a ayudar a la gente en sentido espiritual y a viajar cientos de kilómetros por
caminos polvorientos para predicar las buenas nuevas del Reino (Marcos 1:38, 39). Sin duda,
Jesús se preocupó por servir a otros.
Imitemos la humildad de Cristo
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A finales del siglo XIX, cuando se escogieron representantes viajantes para atender las
necesidades del pueblo de Dios, se puso de relieve cuál era la actitud que los superintendentes
cristianos deberían cultivar. Según la revista Zion’s Watch Tower (La Torre del Vigía de Sión) del
1 de septiembre de 1894, se buscaban hombres “mansos, que no se hicieran engreídos [...], que
fueran humildes, que no trataran de hablar de sí mismos, sino del Cristo, que no exhibieran su
propio conocimiento, sino Su Palabra con toda su sencillez y poder”. Es patente que los verdaderos
cristianos nunca deberían procurar puestos de responsabilidad con el fin de satisfacer su ambición
personal ni de obtener prominencia, poder o dominio sobre los demás. El superintendente humilde
tiene presente que sus responsabilidades constituyen “una obra excelente”, no un puesto elevado
que le sirva para glorificarse (1 Timoteo 3:1, 2). Por tanto, los ancianos y siervos ministeriales
deben esforzarse al máximo por servir con humildad a favor de los demás y por llevar la delantera
en el servicio sagrado, poniendo así un ejemplo digno de imitación (1 Corintios 9:19; Gálatas 5:13;
2 Timoteo 4:5).
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Todo hermano que procure alcanzar privilegios hará bien en preguntarse: “¿Busco ocasiones
para servir a los demás, o quiero que me sirvan a mí? ¿Estoy dispuesto a realizar tareas útiles que
pasan desapercibidas?”. Por ejemplo, un joven quizás esté dispuesto a dar discursos en la
congregación cristiana, pero no sea tan solícito a la hora de prestar ayuda a los mayores. Puede
que le guste estar en compañía de los hombres que tienen responsabilidades en la congregación,
pero le cueste salir a predicar. Sería conveniente que se preguntara: “¿Me centro principalmente
en los aspectos del servicio a Dios que me reportan reconocimiento y elogios? ¿Me estoy
esforzando por brillar entre los demás?”. Buscar la gloria de los hombres no es, desde luego, un
proceder cristiano (Juan 5:41).
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Cuando nos esforzamos por imitar la humildad de Cristo, sentimos el impulso de servir a los
demás. Fijémonos en el ejemplo de un superintendente de zona que revisaba el funcionamiento de
una de las sucursales de los testigos de Jehová. A pesar de tener una agenda apretada y múltiples
responsabilidades, este hermano se detuvo para ayudar a un muchacho que tenía problemas para
ajustar una máquina encuadernadora. El joven contó más tarde: “No me lo podía creer. Me dijo que
de joven trabajaba con una máquina como esta en Betel, y que recordaba lo difícil que era ajustarla
bien. Se quedó un buen rato conmigo arreglando la máquina, y eso que tenía muchos asuntos
importantes que atender. Aquello de veras me impresionó”. Aquel joven ahora es superintendente
en una sucursal de los testigos de Jehová y todavía recuerda ese acto de humildad. Nunca nos
creamos tan importantes que no podamos hacer tareas humildes o de menor importancia; más
bien, debemos vestirnos de “humildad mental”. No se trata de algo opcional, pues forma parte de
“la nueva personalidad” que tenemos que adoptar los cristianos (Filipenses 2:3; Colosenses
3:10, 12; Romanos 12:16).
Cómo adoptar el parecer de Cristo sobre la grandeza
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¿Cómo podemos adoptar el criterio correcto sobre la grandeza? Una forma es meditando en
nuestra relación con Jehová Dios. Su majestuosidad, poder y sabiduría lo elevan muy por encima
del ámbito de los insignificantes humanos (Isaías 40:22). También podemos cultivar humildad
mental si meditamos en nuestra relación con el semejante. Por ejemplo, tal vez superemos a
nuestros hermanos en algunos campos, pero es posible que seamos inferiores en aspectos de la
vida mucho más importantes, o quizás carezcamos de ciertas cualidades que ellos sí tengan.
De hecho, muchas personas que son preciosas a los ojos de Jehová no sobresalen, ya que son
mansas y humildes (Proverbios 3:34; Santiago 4:6).
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Corrobora lo antedicho el sufrimiento que han soportado muchos testigos de Jehová a causa
de su fe. Una y otra vez, personas a las que el mundo consideraría comunes y corrientes han sido
íntegras ante Dios bajo pruebas muy intensas. Por ello, meditar en tales ejemplos nos ayudará a
ser humildes y a ‘no pensar más de nosotros mismos de lo que es necesario pensar’ (Romanos
12:3).
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Seamos jóvenes o mayores, todos los cristianos debemos adoptar el mismo parecer que
Cristo sobre la grandeza. En la congregación hay multitud de tareas que efectuar. Nunca nos
ofendamos si se nos pide que hagamos algo que parezca humilde (1 Samuel 25:41; 2 Reyes 3:11).
Padres, ¿animan a sus hijos pequeños y adolescentes a trabajar con alegría en cualquier
asignación que se les dé, ya sea en el Salón del Reino o en el lugar de asamblea? ¿Ven sus hijos
que ustedes realizan tareas humildes? Un hermano que sirve en la sede mundial de los testigos de
Jehová recuerda con claridad el ejemplo de sus padres y cuenta: “La manera como participaban en
la limpieza del Salón del Reino y el local de las asambleas me enseñó que eso era importante para
ellos. Se ofrecían a menudo para efectuar trabajos a favor de la congregación o de la hermandad
sin importar lo serviles que pudieran parecer. Su actitud me ha ayudado a aceptar de buena gana
las asignaciones de trabajo que recibo en Betel”.
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Cuando se trata de anteponer los intereses de los demás a los nuestros, encontramos un
excelente ejemplo en Ester, reina del Imperio persa en el siglo V a.E.C. A pesar de que vivía en un
palacio, estuvo dispuesta a arriesgar la vida por el pueblo de Dios y obró en armonía con la
voluntad divina (Ester 1:5, 6; 4:14-16). Las cristianas de la actualidad, sin importar su posición
económica, pueden manifestar una disposición como la de Ester animando a los deprimidos,
visitando a los enfermos, participando en la predicación y colaborando con los ancianos. Las
hermanas humildes son de gran valor en la congregación.
Los beneficios de manifestar la grandeza cristiana
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Cuando se tiene el punto de vista cristiano sobre la grandeza, se consiguen muchos
beneficios. El servicio altruista produce felicidad tanto al que lo da como al que lo recibe (Hechos
20:35). Al ofrecernos de buena gana y con presteza en favor de los hermanos, nos ganamos su
cariño (Hechos 20:37). Y lo que es más importante, Jehová ve nuestro interés por el bien ajeno
como un sacrificio de alabanza a él (Filipenses 2:17).
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Todos deberíamos examinarnos y preguntarnos: “¿Voy a limitarme a dar comentarios sobre
cuál es el parecer de Cristo sobre la grandeza, o voy a esforzarme por vivir a la altura de lo que
implica?”. La opinión de Jehová acerca de los altivos está clara (Proverbios 16:5; 1 Pedro 5:5). Por
tanto, demostremos que nos complace adoptar el concepto cristiano sobre la grandeza —ya sea en
la congregación, en la familia o en el trato diario con nuestros semejantes— haciendo todas las
cosas para la gloria y alabanza de Dios (1 Corintios 10:31).
[Notas]
Véase el artículo titulado “En busca del éxito”, de La Atalaya del 1 de agosto de 1982, págs. 3-6.
Pueden hallarse ejemplos en el Anuario de los testigos de Jehová 1992, págs. 181, 182, y en
La Atalaya del 1 de septiembre de 1993, págs. 27-31.
¿Podemos explicarlo?
• ¿Por qué debemos rechazar el concepto que tiene el mundo sobre la grandeza?
• ¿Cómo medía Jesús la grandeza?
• ¿Cómo pueden los superintendentes imitar la humildad de Cristo?
• ¿Qué puede ayudarnos a adoptar el parecer de Cristo sobre la grandeza?
[Preguntas del estudio]
1. ¿Cuál es el concepto del mundo sobre la grandeza?
2. ¿Qué ejemplo dio Jesús a sus seguidores, y qué preguntas hemos de plantearnos?
3. ¿Qué ejemplos bíblicos ilustran las tristes consecuencias de ansiar la gloria de los hombres?
4. ¿Quién está detrás de la actitud orgullosa que manifiesta el mundo?
5. ¿Por qué no garantizan satisfacción duradera el éxito, el reconocimiento o las riquezas?
6. ¿Qué indica que Santiago y Juan tenían un concepto erróneo sobre la grandeza?
7. ¿Qué dijo Jesús sobre lo que determina la verdadera grandeza cristiana?
8. ¿Qué significa ser ministro, y qué preguntas haríamos bien en plantearnos?
9. ¿Qué ejemplo dio Jesús al tratar con los demás?
10. ¿Qué indica que la vida de Jesús estuvo marcada por un servicio abnegado?
11. ¿Qué cualidades se buscan en los hermanos a quienes se nombra para ser superintendentes
de congregación?
12. ¿Qué preguntas deberían hacerse quienes procuran alcanzar privilegios en la congregación?
13. a) ¿Cómo puede influir en los demás el ejemplo humilde de los superintendentes? b) ¿Por qué
puede decirse que la humildad mental no es opcional para el cristiano?
14. ¿Cómo puede ayudarnos a adoptar el criterio correcto sobre la grandeza meditar en nuestra
relación con Dios y con el semejante?
15. ¿Cómo muestra la integridad del pueblo de Dios que nadie tiene motivo para sentirse superior
a los demás?
16. ¿Cómo podemos todos en la congregación imitar el ejemplo de grandeza que manifestó Jesús?
17. ¿De qué formas pueden las mujeres humildes ser de gran valor en la congregación?
18. ¿Qué beneficios se consiguen de manifestar la grandeza cristiana?
19. ¿Cuál debe ser nuestra resolución tocante al concepto cristiano sobre la grandeza?
[Recuadro de la página 17]
¿Quién manifiesta la grandeza cristiana?
¿El que espera que se le sirva, o el que está dispuesto a servir?
¿El que quiere ser el centro de atención, o el que acepta tareas humildes?
¿El que se cree superior, o el que ensalza a los demás?
[Ilustración de la página 14]
La inmensa estatua del faraón Amenhotep III
[Ilustración de la página 15]
¿Conoce los motivos que precipitaron el fracaso de Hamán?
[Ilustraciones de la página 16]
¿Busca usted oportunidades de servir a los demás?

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