Retiro Comunitario de Renovación de Votos
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ABANDONO FINAL
¿Por qué te confundes y agitas? Deja que Yo me encargue de tus asuntos y todo se calmará.
En verdad te digo que cada acto verdadero, ciego y pleno abandono en Mí produce el efecto
que deseas y resuelve las situaciones difíciles. Entregarse a MI no significa atormentarse,
agitarse y desesperarse, dirigiéndome luego una oración inquieta para que Yo te siga; eso es
transformar la agitación en plegaria. Entregarse significa cerrar plácidamente los ojos del
alma, alejar las preocupaciones y recurrir a Mí para que Yo te conduzca, como un niño
dormido en el regazo materno, a la otra orilla.
Lo que te desespera y te hace un Inmenso mal es tu razonamiento, tu pensamiento, tu
preocupación y tu obstinación en resolver por si mismo los problemas que te afligen.
¡Cuántas cosas puedo obrar cuando el alma, tanto en sus necesidades espirituales como
materiales, recurre a Mí, me contempla y diciendo “Ocúpate Tú” cierra los ojos y descansa!
Obtendrás pocas gracias cuando te atormentas para producirlas; en cambio, obtendrás
muchísimas cuando, en oración, te pones plenamente en Mis manos. tu ora en el dolor para
que Yo lo alivie, pero para que lo alivie según mis deseos… Te diriges a Mí, pero quieres
que Yo me adapte a tus propósitos; sois como los enfermos que, en lugar de pedir la
curación al médico, le sugieren lo que debe hacer.
No te comportes así, ora como Yo te he enseñado en el Padre Nuestro: “SANTIFICADO
SEA TU NOMBRE” (es decir que seas glorificado en esta necesidad que tengo) “VENGA
A NOSOTROS TU REINO” (es decir que todo lo que nos sucede a nosotros y al mundo
concurra a Tu reino). “HAGASE TU VOLUNTAD” (o sea ocúpate tú). Yo intervengo con
toda Mi omnipotencia y resuelvo las situaciones más difíciles. Por ejemplo, ¿la enfermedad
se agudiza en lugar de aliviarse? No te desanimes, cierra los ojos y pídeme con fe: “Hágase
tu voluntad, ocúpate Tú”. Te digo que Yo me ocupo, intervengo como médico y realizo un
milagro cuando es necesario. ¿Ves que el enfermo empeora? No desesperes, cierra los ojos
y ora: “OCÚPATE TÚ”. Te digo que Yo me ocupo.
Al abandono se opone la preocupación, la agitación y la obstinación en prever las
consecuencias de un hecho. Es como la confusión que tienen los niños cuando pretenden
que su madre se ocupe de sus necesidades, pero al mismo tiempo quieren imponerse,
entorpeciendo el trabajo de ella con sus ideas y caprichos infantiles.
Cierra los ojos y déjate llevar por la corriente de mi gracia, cierra los ojos y déjame obrar,
cierra los ojos y no pienses en el momento presente, aleja el pensamiento del futuro como si
fuera una tentación.
Reposa en Mí. Confiando en mi bondad y te juro por mi amor que, diciéndome con entrega:
“OCUPATE TÚ”, yo me ocupo plenamente, te consuelo, te libero y te oriento. Y cuando
debo conducirte por un camino diferente del que tu vislumbras, Yo te preparo, te llevo en
mis brazos, porque no hay medicina más potente que Mi intervención de amor. Yo me
ocupo sólo cuando cierras los ojos, pero tu permaneces insomne, quieres evaluarlo todo,
analizarlo todo, pensar en todo y así te entregas a las fuerzas humanas o, peor aún, a los
hombres, confiando en su intervención. Esto es lo que obstaculiza mis Palabras y mis
Proyectos. ¡Oh, como me duele verte agitado!
Satanás desea justamente esto: agitarte para alejarte de mi acción e impulsarte hacia las
iniciativas humanas. Por eso debes confiar sólo en Mí, descansar en Mí, entregarte
plenamente a Mí. Yo hago milagros en proporción al pleno abandono en Mí y a tu
despreocupación: ¡distribuyo tesoros de gracias cuando tú te hayas en extrema pobreza!
Si cuentas con tus recursos, aunque sean pocos, o si los persigues, los hayas en el campo
natural, siguiendo el curso natural de las cosas, que a menudo está obstaculizado por
Satanás.
Ningún pensador o analista ha obrado milagros, ni siquiera los santos.
Quien se entrega a Dios obra conforme a la voluntad Divina. Cuando veas que las cosas se
complican, ruega cerrando los ojos del alma “JESÚS, OCÚPATE TÚ”. Y distráete, porque
tu mente se agudiza… Y para ti es difícil distinguir el mal. Confía en Mí a menudo,
distrayéndote de ti mismo. Compórtate así con todas tus necesidades. Obra así todo y veras
milagros inmensos, continuos y silenciosos. te lo juro por mi Amor: yo me ocuparé, te lo
aseguro.
Ora siempre con esta predisposición de entrega y obtendrás una gran paz y grandes frutos,
incluso cuando Yo hago la gracia de la inmolación de reparación y de amor que impone el
sufrimiento. ¿Te parece imposible? Cierra los ojos y ruega con toda tu alma: “Jesús,
ocúpate TÚ”. No temas, Yo me ocupo. Y tú bendecirás tu nombre humillándote. Tus
oraciones no equivalen a un pacto de entrega plena; recuérdalo bien. No hay novena más
eficaz que ésta:
“OH JESÚS. EN TI ME ABANDONO, OCÚPATE TÚ”. ENTRÉGATE A MI CORAZÓN
Y…VERÁS.
Quiero que creas en mi omnipotencia y no en tu acción, que trates de ponerme a Mi en
acción y no a ti a través de los demás.
Busca mi intimidad, cumple mi deseo de tenerte, enriquecerte y amarte como Yo quiero.
Déjate llevar, deja que pueda reposar en ti, manifestar en ti toda mi omnipotencia. Si
permaneces cerca de Mí sin obstinarte en actuar por tu cuenta, en correr para salir o para
decir que has cumplido, me demostrarás que crees en mi omnipotencia y Yo “obraré
intensamente junto a ti cuando hables, camines, trabajes, ores o duermas, porque “a mis
amados doy todo lo necesario, incluso mientras duermen” (salmo 126).
Si estás conmigo sin tratar de afanarte, sin preocuparte por tus necesidades sino pidiéndome
con plena fe, Yo te daré todo lo que necesites, según mi Diseño eterno. Te daré los
sentimientos que quiero ver en ti, te daré una gran compasión hacia tu prójimo y te haré
decir y hacer lo que Yo quiera. Entonces tu acción provendrá de mi Amor. Yo solo, no tú
con tu actividad, podré hacer hijos nuevos, que nacen de Mí. Podré hacer más hijos en la
medida en que tú quieras ser un verdadero hijo, al igual que mi Unigénito, porque bien
sabes que “si haces mi Voluntad serás mi hermano, hermana y madre” para que yo nazca en
los demás; Yo haré nuevos hijos sirviéndome de los verdaderos hijos. Lo que tú hagas para
logrado no es nada en comparación con lo que Yo hago en la intimidad de los corazones de
aquéllos que aman.
“Permaneced en Mi amor… Si permanecéis en Mí, y mis palabras permanecen en vosotros,
pedid todo lo que queráis… y os será dado” (Jn 15)
De la autobiografía del Pbro. Dolindo Ruotolo (1882-1970), terciario franciscano
CHARLA: VIDA EUCARÍSTICA, ADORACIÓN, OBLACIÓN.
Monseñor Trinidad González Rodríguez, obispo Auxiliar de Guadalajara, nos regala una
meditación, en el marco del 48 Congreso Eucarístico Internacional, donde toca esas dos
bellas realidades de la Iglesia, sosteniendo su discurso en los escritos del R.P. Rafael
Salazar M. Sp.S. Aprovechando el tesoro de tan grandes doctores, tomaremos algunos
destellos de dicha meditación para ayudarnos hoy en nuestro retiro.
Iglesia dotada de dones y carismas, a lo largo del tiempo, siendo una de esas riquezas la
vida consagrada.
Una de las notas que han caracterizado la vida consagrada en América Latina en los últimos
decenios, ha sido la búsqueda de una auténtica experiencia de Dios, que es como un nuevo
nombre de contemplación (JP II, mulieris dignitatem 25#)
El Espíritu asume nuestra oblación, lo que somos y tenemos; incluso nuestra fragilidad y
nuestra pobreza, para asociarlos a los signos del Reino de Dios: Pan de vida eterna y Cáliz
de nueva alianza.
La profesión en la vida consagrada no es otra cosa que la expresión y el inicio de una vida
que, imbuida plenamente por la alianza bautismal, trata de convertirse ella misma en
Eucaristía, no sólo celebrada, sino, sobre todo, vivida; o en una vida bautismal que deviene
en plenamente eucarística.
El mismo Concilio establece una estrecha relación entre esta dimensión esponsalicia y la
promesa de castidad, por la que los religiosos «evocan ante el mundo, aquel admirable
desposorio establecido por Dios y que ha de revelarse plenamente en el siglo futuro, por el
que la Iglesia tiene a Cristo como único esposo» (PC, 12).
La Eucaristía nos evoca el ámbito litúrgico como lugar propio de su celebración. Más aún,
es tal la importancia de su celebración que a veces designamos a la parte (Eucaristía)
por el todo (la Liturgia), y así decimos que la Eucaristía construye la Iglesia. Por eso, no es
exagerado afirmar que la Eucaristía constituye y construye, día a día, a la Iglesia y a las
comunidades religiosas. La Liturgia y la Eucaristía son la base de la espiritualidad, en la
vida de los miembros de la Vida Consagrada.
Después de haber participado en la Misa, cada uno debe ser solícito en hacer obras buenas,
agradar a Dios y vivir rectamente su consagración de vida; entregado a la Iglesia,
practicante de lo que ha aprendido y progresando en el servicio de Dios; trabajando por
impregnar el mundo del espíritu cristiano y, también, constituyéndose en testigo de Cristo
en toda circunstancia y en el corazón mismo de la convivencia cristiana (cfr. Pablo VI,
Eucharisticum Mysterium, 13).
La vida de los religiosos, con tal de que responda piadosa, fiel y constantemente a esa
vocación, al igual que la de los que se dedican a la contemplación y a la actividad
apostólica, aparece como una señal que puede y debe atraer eficazmente a los miembros de
la Iglesia.
Estamos absolutamente persuadidos de que la Iglesia necesita, hoy como ayer,
de quienes adoren al Santísimo Sacramento «en espíritu y en verdad».
«De este modo, por la adoración no se satisface en primer lugar al afecto de la piedad de
cada uno, sino que el espíritu es movido a cultivar el amor social, por el cual se antepone el
bien común al bien particular, hacemos nuestra la causa de la comunidad, de la parroquia y
de la Iglesia, y extendemos la caridad a todo el mundo, porque sabemos que en todas
partes hay miembros de Cristo» (alocución del 31-X-1982).
AMOR ENTREGADO A LOS HERMANOS
Como Salvador y Señor resucitado, quiere que los miembros permanezcan «unidos a la
vid» (Jn 15, 1) y que quienes creen en Él «sean uno, como nosotros» (Jn 17, 11),
de modo que siendo «uno, como tú, Padre en mí, y yo en ti, el mundo crea que tú me has
enviado» (Jn 17, 20-22), y puedan un día participar de la unidad de la Trinidad.
Es justamente esta unidad por la que luchan tantos hombres consagrados, para expresarla,
celebrarla y vivirla en la Eucaristía, donde la unidad con Cristo y entre los miembros llega a
su máxima realización terrena. Lo afirma San Pablo, cuando dice: «Porque aun siendo
muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan»
(1Cor 10, 16).
Y es que el Cuerpo eucarístico y el Cuerpo eclesial aparecen unidos y como exigidos; la
comunión del Cuerpo de Cristo no puede sino implicar la unión del Cuerpo de la Iglesia.
Por eso, la Eucaristía y la comunión eclesial se exigen mutuamente. Donde se construye la
unidad, allí está presente la verdadera evangelización que realizan muchos miembros de las
Sociedades de Vida Apostólica.
EXTENDER EL CONOCIMIENTO, EL AMOR Y EL REINADO DE LA
EUCARISTÍA (EJERCICIO DE LA VIDA DIARIA)
En el proyecto educativo de la Escuela Católica, Cristo es el fundamento: El revela y
promueve el sentido nuevo de la existencia y la transforma capacitando al hombre a vivir
de manera divina, es decir, a pensar, querer y actuar según el Evangelio, haciendo de las
bienaventuranzas la norma de su vida.
De este modo la Escuela Católica adquiere conciencia de su empeño por promover al
hombre integral porque en Cristo, el Hombre perfecto, todos los valores humanos
encuentran su plena realización y, de ahí, su unidad.
Si la Escuela Católica, como todas las demás escuelas, tiene por fin la comunicación crítica
y sistemática de la cultura para la formación integral de la persona, persigue este fin dentro
de una visión cristiana de la realidad «mediante la cual, la cultura humana, adquiere su
puesto privilegiado en la vocación integral del hombre».
El patrimonio cultural de la humanidad comprende otros valores que están más allá del
ámbito específico de lo verdadero. Cuando el maestro cristiano ayuda al alumno a captar,
apreciar y asimilar tales valores, lo orienta progresivamente hacia las realidades eternas. Tal
dinamismo hacia su fuente increada explica la importancia de la enseñanza para el
crecimiento de la fe.
La Escuela Católica asume como misión específica -y con mayor razón hoy frente a las
deficiencias de la familia y de la sociedad en este campo- la formación integral de la
personalidad cristiana. Para lograr la síntesis entre fe y vida en la persona del alumno, la
Iglesia sabe que el hombre necesita ser formado en un proceso de continua conversión para
que llegue a ser aquello que Dios quiere que sea.
La Escuela Católica enseña a los jóvenes a interpretar la voz del universo que les revela al
Creador y, a través de las conquistas de la ciencia, a conocer mejor a Dios y al hombre.
Consciente de que no basta ser regenerados por el bautismo, para ser cristianos, sino que es
necesario vivir y obrar conforme al Evangelio, la Escuela Católica se esfuerza por crear en
el ámbito de la comunidad escolar un clima que ayude al alumno a vivir su fe de una
manera cada día más madura, y a adquirir gradualmente una actitud pronta para asumir las
responsabilidades de su bautismo. Por tanto, el centro de la acción educativa es Cristo,
modelo según el cual el cristiano debe configurar la propia vida.
Las escuelas católicas deben convertirse en «lugares de encuentro de aquéllos que quieren
testimoniar los valores cristianos en toda la educación». La Escuela Católica debe
constituirse en comunidad que tienda a la trasmisión de valores de vida. Porque su
proyecto, como se ha visto, tiende a la adhesión a Cristo, medida de todos los valores, en la
fe. Pero la fe se asimila, sobre todo, a través del contacto con personas que viven
cotidianamente la realidad: la fe cristiana nace y crece en el seno de una comunidad.
La Escuela Católica, movida por el ideal cristiano, es particularmente sensible al grito que
se lanza de todas partes por un mundo más justo, y se esfuerza por responder a él
contribuyendo a la instauración de la justicia. No se limita, pues, a enseñar valientemente
cuáles sean las exigencias de la justicia, aun cuando eso implique una oposición a la
mentalidad local, sino que trata de hacer operativas tales exigencias en la propia
comunidad, especialmente en la vida escolar de cada día.
Se corre el riesgo de dar un contratestimonio, porque se ve obligada a autofinanciarse
aceptando principalmente a los hijos de familias acomodadas. Esta situación preocupa
profundamente a los responsables de la Escuela Católica, porque la Iglesia ofrece su
servicio educativo en primer lugar a «aquellos que están desprovistos de los bienes de
fortuna, a los que se ven privados de la ayuda y del afecto de la familia, o que están lejos
del don de la fe».
La Escuela Católica forma una comunidad auténtica y verdadera que, cumpliendo su tarea
específica de trasmisión cultural, ayuda a cada uno de sus miembros a comprometerse en
un estilo de vida típicamente cristiano. De hecho en una comunidad semejante, el respeto al
prójimo es servicio a la persona de Cristo, la colaboración se realiza bajo el signo de la
fraternidad; el compromiso político por el bien común es asumido con plena
responsabilidad, como una misión para la construcción del reino de Dios.
Así es como ella desarrolla un «auténtico apostolado». Dedicarse, pues, a este apostolado
«significa cumplir una tarea eclesial insustituible y urgente».
Toda la vida de la Virgen María podría sintetizarse así: tuvo fe en la palabra de Dios y la
siguió con fidelidad. Desde que el ángel le anunció que sería madre hasta el día de la
resurrección de Cristo María ejercitó la fe heroicamente. A la llamada de Dios dio una
respuesta afirmativa, personal, libre y generosa: «Se haga en mí según tu palabra» (Lc.
1,38), y esta fue la consigna que dio sentido a toda su vida.
Cuando utilizaba esa imagen, quizá María pensaba en las palabras del salmo: «Como están
los ojos de la esclava fijos en las manos de su señora, así están nuestros ojos fijos en el
Señor, esperando su misericordia». Ella esperaba confiadamente en la misericordia de Dios,
ha escuchado su palabra y la ha puesto en práctica. «Bienaventurados más bien los que
escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica», dirá Jesús a alguien que estaba
alabando a su madre.
Después del anuncio se puso en camino a la casa de Isabel que necesitaba sus cuidados; y
así, una vez más, la madre se hace sierva y su prima le dirá «Bienaventurada la que ha
creído» (Lc.1,45). Solo la fe nos hace felices. «En su vida, María ha realizado la
peregrinación de la fe, siguiendo a su Hijo… y está íntimamente asociada, por su unión con
Cristo a lo que creemos» (LD.50-59) Es modelo de creyentes y, por tanto, de los discípulos
y seguidores de Jesús. Al lado de Juan, discípulo predilecto del Señor, expresa su fidelidad
inquebrantable a los pies del Crucificado, manifestando su entrega y amor. Es aquí donde
culmina su fidelidad al «si» de la anunciación. Cuando en otros pudo más el miedo que la
fe, Ella estaba junto a su hijo agonizante como la mujer fuerte que no desfallece porque su
amor es más fuerte que el dolor. La fe ilumina siempre el sufrimiento.
Siguió a Jesús y se mantuvo en pie hasta el final porque había descubierto, con profunda fe
y esperanza, que aquella vida entregada desembocaría en resurrección y sería fuente de
salvación para muchos hombres y mujeres que a lo largo de la historia serían seguidores de
Jesús.
La fidelidad de alguien a una persona o a una causa en la que se cree no se manifiesta tanto
cuando se da un camino de rosas sino en los trances más duros. Desde esta unión estrecha
con su Hijo, vencedor de la muerte, Salvador de los hombres, confesamos a María
glorificada con él, protectora nuestra, madre de aquellos a quienes su Hijo se ha dignado
llamar hermanos y los que desde la cruz le entregó para que los recibiera como sus hijos.
Desde la cruz «su maternidad se extenderá a todos los discípulos de su hijo. También estará
presente en el Cenáculo, después de la resurrección y de la ascensión, para implorar el don
del Espíritu con los Apóstoles» (LD.59).
Llamada y respuesta de María que son prototipo para la persona consagrada. La iniciativa
de la llamada a la vida consagrada es de Dios. La persona consagrada ve en María el
modelo de su respuesta.
María vive una especial comunión con el Hijo por la plenitud de gracia que la une
íntimamente a Cristo y por su misión maternal que comporta comunión en el cuerpo y la
sangre. Por ello, María vive una total dedicación al misterio y a la misión del Hijo.
La persona consagrada aprende de María a vivir sólo para Cristo, a su servicio. Ésta es su
razón de ser. Aprende, igualmente, a vivir el estilo de vida de Cristo obediente, pobre y
casto.
María pide a los consagrados que sean portadores de los sentimientos de Cristo en la
evangelización, en el sacramento de la Reconciliación, en la acogida a los pobres de alma y
de cuerpo, a los enfermos, a los abandonados, a los pecadores… según el carisma recibido.
El Espíritu Santo invade, cubre y protege a la Virgen María (Cf. Lc.1,34-35). La conduce a
la intimidad de la oración y le enseña a guardarlo todo en el corazón (Cf. Lc.2, 19. 51).
María enseña al consagrado a ser fiel a la acción del Espíritu Santo y a vivir en su intimidad
perseverando en la oración como la primera y más urgente necesidad y alma de todo
apostolado.
La vida María.
La vida de María es espejo en el que resplandece el carisma de la vida consagrada: los
votos, las observancias regulares, la oración litúrgica y personal, la vida común, las
virtudes, la ascesis, el apostolado… Imitar a María es "regla de conducta", "proyecto de
vida" para el consagrado.
La relación filial del consagrado con María es camino privilegiado de fidelidad a la
vocación. María nos ofrece el verdadero amor y nos anima a ofrecer nuestra vida por
Cristo, en la Iglesia, para la salvación de las almas.