Retiro Comunitario de Renovación de Votos

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 19

Retiro comunitario de Renovación de votos

Instituto de Adoratrices Perpetuas Guadalupanas


San Luis Potosí, 19 de septiembre de 2020

Cita bíblica: (Os. 2,16)


…voy a seducirla, la llevaré al desierto y le hablare a su corazón
Lema: Seducidas y restauradas reavivamos el fuego esponsal.
Objetivo: A la luz, del profeta Oseas, redescubramos la belleza de nuestro carisma de
modo que, desde las aptitudes y tareas de cada una, fortalezcamos la unidad institucional
para dar testimonio del reinado y amor de Dios en el mundo.
Orden del día
 11:00am Breve exposición del desarrollo del retiro
 11:05am Lectio Divina
 11:50am Descanso
 12:00md Ángelus
 12:05pm Charla “Vida Eucarística, adoración, oblación”
 12:45pm Eco interior
 1:00pm Charla “Amor entregado a los hermanos”
 1:45pm Eco interior
 2:00pm Comida
 3:00pm Descanso
 4:00pm Charla extender el conocimiento, el amor y el reinado de la
Eucaristía (ejercicio de la vida diaria)
 4:45pm Eco interior
 5:00pm Esbozo sobre María
 5:30pm Abandono final
Impartido por Pbro. Juan Francisco Rodriguez Zavala
LECTIO DIVINA con OSEAS
1. INVOCA
 Adopta una actitud adecuada para este rato de diálogo con el Señor. Él te va a
dirigir su Palabra por medio de la Palabra humanizada, que se llama Jesús.
 Evita las distracciones. Entra en el silencio y en la soledad. Es el desierto propio
para escuchar la voz del Señor.
 Ruega al Espíritu que te ilumine para comprender el deseo y la voluntad del Padre,
manifestada en la acción del Hijo Jesús.
 Únete a la invocación:
I. Ven, Espíritu Santo, Tengo las respuestas rutinarias,
te abro la puerta, mecánicas, aprendidas.
entra en la celda pequeña
de mi propio corazón, IV. Tú que eres viento,
llena de luz y de fuego mis entrañas, enciende la llama que engendra la luz.
como un rayo láser opérame Tú que eres viento, empuja mi barquilla
de cataratas, en esta aventura apasionante
quema la escoria de mis ojos de leer tu Palabra,
que no me deja ver tu luz. de encontrar a Dios en la Palabra,
de encontrarme a mí mismo
II. Ven. Jesús prometió en la lectura.
que no nos dejaría huérfanos.
No me dejes solo en esta aventura, V. Oxigena mi sangre
por este sendero. al ritmo de la Palabra
Quiero que tú seas mi guía y mi aliento, para que no me muera de aburrimiento.
mi fuego y mi viento, mi fuerza y mi luz. Sopla fuerte, limpia el polvo,
Te necesito en mi noche llévate lejos todas las hojas secas
como una gran tea luminosa y ardiente y todas las flores marchitas
que me ayude a escudriñar las de mi propio corazón.
Escrituras.
VI. Ven, Espíritu Santo,
III. Tú que eres viento, acompáñame en esta aventura
sopla el rescoldo y enciende el fuego. y que se renueve la cara de mi vida
Que arda la lumbre sin llamas ni calor. ante el espejo de tu Palabra.
Tengo la vida acostumbrada y aburrida. Agua, fuego, viento, luz.
Ven, Espíritu Santo. Amén. (A. Somoza)

2. LEE LA PALABRA DE DIOS Oseas 2, 16-22


Qué dice la Palabra de Dios
Partiendo del Oráculo de Oseas, entendemos que es Dios el que está dirigiendo el mensaje,
con el texto respondamos…
 ¿A quién va a seducir?
 ¿A dónde le conducirá?
 ¿A dónde le hablará?
 ¿A quién hará puerta de esperanza?
 ¿Cómo le responderá y bajo qué recuerdo?
 ¿Ella cómo le llamará y cómo no le llamará?
 ¿Qué quitará de su boca?
 ¿Con quién hará un pacto?
 ¿Qué hará con su pueblo?
Iluminación del texto
Oseas nos habla del desierto y… de alguna manera, lo mismo que Jesús fue conducido al
desierto, nosotros somos conducidos también al desierto.
Yo querría que consideráramos el desierto como nos lo presenta aquí Oseas: no con esa
connotación negativa que solemos darle, de pura ascesis, de pura peregrinación, de puro
despojo… - ¡también el desierto es eso! - pero no sólo es eso y no siempre es eso.
El desierto lo tenemos que mirar como lo presenta Oseas. El desierto es un ideal… ¡un
ideal perdido! Así nos lo presenta la Palabra de Dios en el Éxodo.
¿Por qué es un ideal perdido? Porque Israel, cuando acaba de salir de Egipto y va
peregrinando en su éxodo por el desierto, recién recibida la Ley en el Sinaí, recién liberado
de Egipto, recién vivida la Pascua, recién atravesado el Mar Rojo… Israel era entonces
joven y aún no se había corrompido ni prostituido con los dioses extranjeros. Israel era fiel
a Yahweh durante el éxodo por el desierto, sobre todo al principio… No conocía dioses
extranjeros -aún no era adúltero- y los israelitas le seguían a través del desierto fielmente,
teniéndole siempre presente y visible en la columna de fuego o en la columna de nube.
Por eso el desierto es el ideal de vida que el pueblo ha perdido: ese caminar con Yahweh,
en la presencia de Yahweh, en la fidelidad a Yahweh, con la novedad de su Ley… recién
comida la Pascua, recién vivida la Pascua, recién estrenada la libertad.
Y Oseas, cuando nos habla aquí de cómo quiere cortejar a la mujer de la que está locamente
enamorado y que le ha sido infiel, que es adúltera, presenta ese ideal: “yo voy a seducirla,
la llevaré al desierto y hablaré a su corazón”.
Llevarnos al desierto es el lugar ideal, el lugar óptimo, donde Dios nos va encontrar, nos va
a cortejar, nos va a seducir, nos va a enamorar… ¡El desierto es el lugar donde Él nos habla
al corazón!
Hoy es un tiempo de misericordia: de que, a pesar de nuestra infidelidad, ¡Él va a volver a
cotejarnos!, ¡va a volver a enamorarnos!, ¡va a volver a llevarnos al desierto, para recobrar
el ideal de aquel amor primero, de aquel amor de antes de nuestro adulterio, anterior
a nuestra infidelidad! Y allí, en el desierto, nos va a hablar al corazón.
Oseas sigue diciendo: “allí le daré sus viñas, el valle de Acor lo haré puerta de
Esperanza”. El valle de Acor es el lugar de un acto de infidelidad duramente castigado por
Yahweh. Lo podemos leer en el libro de Josué 7, 24-26. En el valle de Acor, el pueblo fue
tremendamente infiel y duramente castigado. Y ahora nos dice que ese “valle de Acor”
-signo y símbolo de la infidelidad- va a ser transformado en “Puerta de esperanza.”
Cuando nos lleve al desierto y hable a nuestro corazón, y nos corteje como al principio,
nuestra infidelidad y nuestro pecado van a ser transformados en esperanza, en posibilidad
de volver a comenzar. “Y ella me responderá allí como en los días de su juventud, como el
día en que subía de Egipto…”
Lo más grande de la Misericordia de Dios es su capacidad de infinita regeneración. No
simplemente nos cura, sino que nos regenera de tal manera que borra nuestra infidelidad y
vuelve al principio, vuelve a amarnos con la misma confianza, con la misma ilusión, con la
misma alegría… sin tener para nada en cuenta nuestra infidelidad.
¡¡Éste es Dios!! ¡¡Y esta es su Misericordia!! Y esto nos posibilita responder allí como en
los días de nuestra juventud, como en los días de nuestro amor primero, como cuando
empezamos por primera vez a seguir al Señor: sin prejuicios, sin miedos, sin el peso de
nuestra culpa, sin complejos… todo eso que a veces recordamos con nostalgia. ¡¡Está mal
recordado así!!
En la vida espiritual no cabe esa máxima de que “cualquier tiempo pasado fue mejor… que
ya aquello no puede ser como era…” Todas esas expresiones nostálgicas que utilizamos
muchas veces, en la vida espiritual no sirven; no tienen objeto, porque en la vida del
espíritu, en la historia de amor de cada una de nosotros con Dios, siempre hay un volver a
empezar… Borrón y cuenta nueva, pero… ¡literalmente!
No vale decir: “ya no puede ser como aquello, cuando yo respondía al principio, inocente,
sin culpa… Ahora eso yo ya lo he perdido…” ¡¡No!! En el amor humano sí es así, pero con
Dios no es así. ¡Cabe la inocencia primera! ¡Cabe el amor primero! ¡Cabe la ilusión
primera, porque Él hace nuevo todo! “He aquí que Yo vengo y hago nuevas todas las
cosas”.
Jesús nos renueva hasta el punto de poder empezar de nuevo, con todo nuevo, con
esperanza nueva, con ilusión nueva. Y no es un decir: ¡¡¡¡es verdad!!! ¡¡¡Es realidad!!! ¡¡¡Es
nuevo!!!… ¡Ahora empiezo! ¡Ahora me enamoro por primera vez!… ¡Sin pesos de un
pasado errado!
Si acarreamos -en nuestra vivencia de amor con el Señor- el peso de nuestros pecados
pasados y de nuestros errores pasados, sabed que el defecto es nuestro, ¡no de Él! Él me
sale al encuentro cada día. Y me sale al encuentro esta Cuaresma con amor nuevo, con
amor recién nacido, con ilusión nueva, con confianza absoluta en mí.
¡¡Él es así!! No cometamos el error de medir a Dios conforme a nuestra mezquindad.
3. MEDITA
Analizando nuestra vida, nuestro ser de consagradas, profundiza en las siguientes
preguntas… no lo hagas mecánicamente, date la oportunidad de dejar que Él hable a tu
corazón.
¿Con qué sentimientos recuerdo, a la distancia, mi llamado, mi decisión de ingresar al
instituto, mi formación, mi consagración temporal, mi consagración perpetua?
¿los sentimientos de aquél entonces, siguen siendo los mismo hoy, con los años de vida
consagrada que poseo?
¿En qué momentos de mi vida deje qué el desierto se convirtiera en un ideal perdido?
¿Cuáles son los baales (poder, tener placer) que me han desviado del amado?
¿Cuáles son esas resistencias que me impiden dejarme seducir por el Señor?
¿Cuáles son los atisbos de esperanza que descubro que puedo ofrecer en mi comunidad
religiosa, en el apostolado que realizo, en el instituto y en la Iglesia?
¿Hoy, cuáles son las idolatrías que necesito abandonar y que es aquello que se ha
avejentado en mi vida y no me permite descubrir la primavera de mi primer Amor?
5. CONTEMPLA
Te Invito a que te detengas en una frase, actitud, gesto del texto bíblico y desde allí dejes
que el Señor te hable a tu corazón descubriendo las mociones que el Espíritu te provoca.
6. ORA
A raíz de la Palabra, acción, gesto o actitud que contemplaste en el texto, realiza esa
oración que el la Sabiduría Divina infunde en tu interior.
_________________________________________________________________________
PUNTOS PARA REFLEXIONAR A LA LUZ DE LAS MEDITACIONES

CHARLA: VIDA EUCARÍSTICA, ADORACIÓN, OBLACIÓN.


 ¿Cómo vivo mi hora de Adoración Eucarística?
 ¿Cómo me preparo para mi hora de Adoración?
 ¿Qué sentimientos experimento ante la presencia de Jesús Eucaristía?
 ¿Siento que mi ardor Eucarístico se ha apagado, descubro que la rutina forma parte
de mi adoración?
 ¿Es la Eucaristía el centro de mi vida consagrada o se ha convertido en una
actividad más, que sentimientos me provoca esto?
 ¿La Distracción es frecuente en mi en los momentos de oración?
 A la luz de la meditación ¿Qué me nace decirle a Jesús?
CHARLA “AMOR ENTREGADO A LOS HERMANOS”
 ¿Descubro la Eucaristía como una invitación a vivirla en la vida de comunidad?
 ¿Cuál es mi actitud ante las hermanas con las que vivo mi fe?
 ¿Me falta caridad para con las hermanas, así como con el personal que labora?
 ¿Me doy cuenta que he perdido la alegría de mi vocación?
 ¿Vivo como una consagrada o como una persona frustrada ante la soledad que
implica mi consagración?
 ¿De qué tengo que pedir perdón a Dios respecto a mi vida comunitaria?
 A la luz de la meditación ¿Qué me nace decirle a Jesús?
CHARLA EXTENDER EL CONOCIMIENTO, EL AMOR Y EL REINADO DE LA
EUCARISTÍA (EJERCICIO DE LA VIDA DIARIA)
 Si mi consagración implica la Adoración perpetua y la Educación ¿de verdad les
doy el valor que se merecen como elementos de santificación en la vida
consagrada?
 ¿Veo la adoración cómo un requisito a realizar al pertenecer al Instituto de las
APG?
 ¿he visto la educación más como un trabajo que como un apostolado? ¿En qué lo
descubro?
 ¿La educación se ha convertido, para nuestro instituto, más en una empresa para la
manutención de la comunidad que en un verdadero espacio de Evangelización?
¿Qué elementos descubro de esto?
 ¿De qué manera fomento u obstaculizo la caridad y la justicia en la educación?
 ¿Qué acciones tomo para que la comunidad educativa de verdad sea una comunidad
de fe y donde el centro sea la persona de Cristo?
 ¿He permitido que otros baales se antepongan ante el Dios verdadero en la vida
educativa?
 A la luz de la meditación ¿Qué me nace decirle a Jesús?

ABANDONO FINAL
¿Por qué te confundes y agitas? Deja que Yo me encargue de tus asuntos y todo se calmará.
En verdad te digo que cada acto verdadero, ciego y pleno abandono en Mí produce el efecto
que deseas y resuelve las situaciones difíciles. Entregarse a MI no significa atormentarse,
agitarse y desesperarse, dirigiéndome luego una oración inquieta para que Yo te siga; eso es
transformar la agitación en plegaria. Entregarse significa cerrar plácidamente los ojos del
alma, alejar las preocupaciones y recurrir a Mí para que Yo te conduzca, como un niño
dormido en el regazo materno, a la otra orilla.
Lo que te desespera y te hace un Inmenso mal es tu razonamiento, tu pensamiento, tu
preocupación y tu obstinación en resolver por si mismo los problemas que te afligen.
¡Cuántas cosas puedo obrar cuando el alma, tanto en sus necesidades espirituales como
materiales, recurre a Mí, me contempla y diciendo “Ocúpate Tú” cierra los ojos y descansa!
Obtendrás pocas gracias cuando te atormentas para producirlas; en cambio, obtendrás
muchísimas cuando, en oración, te pones plenamente en Mis manos. tu ora en el dolor para
que Yo lo alivie, pero para que lo alivie según mis deseos… Te diriges a Mí, pero quieres
que Yo me adapte a tus propósitos; sois como los enfermos que, en lugar de pedir la
curación al médico, le sugieren lo que debe hacer.
No te comportes así, ora como Yo te he enseñado en el Padre Nuestro: “SANTIFICADO
SEA TU NOMBRE” (es decir que seas glorificado en esta necesidad que tengo) “VENGA
A NOSOTROS TU REINO” (es decir que todo lo que nos sucede a nosotros y al mundo
concurra a Tu reino). “HAGASE TU VOLUNTAD” (o sea ocúpate tú). Yo intervengo con
toda Mi omnipotencia y resuelvo las situaciones más difíciles. Por ejemplo, ¿la enfermedad
se agudiza en lugar de aliviarse? No te desanimes, cierra los ojos y pídeme con fe: “Hágase
tu voluntad, ocúpate Tú”. Te digo que Yo me ocupo, intervengo como médico y realizo un
milagro cuando es necesario. ¿Ves que el enfermo empeora? No desesperes, cierra los ojos
y ora: “OCÚPATE TÚ”. Te digo que Yo me ocupo.
Al abandono se opone la preocupación, la agitación y la obstinación en prever las
consecuencias de un hecho. Es como la confusión que tienen los niños cuando pretenden
que su madre se ocupe de sus necesidades, pero al mismo tiempo quieren imponerse,
entorpeciendo el trabajo de ella con sus ideas y caprichos infantiles.
Cierra los ojos y déjate llevar por la corriente de mi gracia, cierra los ojos y déjame obrar,
cierra los ojos y no pienses en el momento presente, aleja el pensamiento del futuro como si
fuera una tentación.
Reposa en Mí. Confiando en mi bondad y te juro por mi amor que, diciéndome con entrega:
“OCUPATE TÚ”, yo me ocupo plenamente, te consuelo, te libero y te oriento. Y cuando
debo conducirte por un camino diferente del que tu vislumbras, Yo te preparo, te llevo en
mis brazos, porque no hay medicina más potente que Mi intervención de amor. Yo me
ocupo sólo cuando cierras los ojos, pero tu permaneces insomne, quieres evaluarlo todo,
analizarlo todo, pensar en todo y así te entregas a las fuerzas humanas o, peor aún, a los
hombres, confiando en su intervención. Esto es lo que obstaculiza mis Palabras y mis
Proyectos. ¡Oh, como me duele verte agitado!
Satanás desea justamente esto: agitarte para alejarte de mi acción e impulsarte hacia las
iniciativas humanas. Por eso debes confiar sólo en Mí, descansar en Mí, entregarte
plenamente a Mí. Yo hago milagros en proporción al pleno abandono en Mí y a tu
despreocupación: ¡distribuyo tesoros de gracias cuando tú te hayas en extrema pobreza!
Si cuentas con tus recursos, aunque sean pocos, o si los persigues, los hayas en el campo
natural, siguiendo el curso natural de las cosas, que a menudo está obstaculizado por
Satanás.
Ningún pensador o analista ha obrado milagros, ni siquiera los santos.
Quien se entrega a Dios obra conforme a la voluntad Divina. Cuando veas que las cosas se
complican, ruega cerrando los ojos del alma “JESÚS, OCÚPATE TÚ”. Y distráete, porque
tu mente se agudiza… Y para ti es difícil distinguir el mal. Confía en Mí a menudo,
distrayéndote de ti mismo. Compórtate así con todas tus necesidades. Obra así todo y veras
milagros inmensos, continuos y silenciosos. te lo juro por mi Amor: yo me ocuparé, te lo
aseguro.
Ora siempre con esta predisposición de entrega y obtendrás una gran paz y grandes frutos,
incluso cuando Yo hago la gracia de la inmolación de reparación y de amor que impone el
sufrimiento. ¿Te parece imposible? Cierra los ojos y ruega con toda tu alma: “Jesús,
ocúpate TÚ”. No temas, Yo me ocupo. Y tú bendecirás tu nombre humillándote. Tus
oraciones no equivalen a un pacto de entrega plena; recuérdalo bien. No hay novena más
eficaz que ésta:
“OH JESÚS. EN TI ME ABANDONO, OCÚPATE TÚ”. ENTRÉGATE A MI CORAZÓN
Y…VERÁS.
Quiero que creas en mi omnipotencia y no en tu acción, que trates de ponerme a Mi en
acción y no a ti a través de los demás.
Busca mi intimidad, cumple mi deseo de tenerte, enriquecerte y amarte como Yo quiero.
Déjate llevar, deja que pueda reposar en ti, manifestar en ti toda mi omnipotencia. Si
permaneces cerca de Mí sin obstinarte en actuar por tu cuenta, en correr para salir o para
decir que has cumplido, me demostrarás que crees en mi omnipotencia y Yo “obraré
intensamente junto a ti cuando hables, camines, trabajes, ores o duermas, porque “a mis
amados doy todo lo necesario, incluso mientras duermen” (salmo 126).
Si estás conmigo sin tratar de afanarte, sin preocuparte por tus necesidades sino pidiéndome
con plena fe, Yo te daré todo lo que necesites, según mi Diseño eterno. Te daré los
sentimientos que quiero ver en ti, te daré una gran compasión hacia tu prójimo y te haré
decir y hacer lo que Yo quiera. Entonces tu acción provendrá de mi Amor. Yo solo, no tú
con tu actividad, podré hacer hijos nuevos, que nacen de Mí. Podré hacer más hijos en la
medida en que tú quieras ser un verdadero hijo, al igual que mi Unigénito, porque bien
sabes que “si haces mi Voluntad serás mi hermano, hermana y madre” para que yo nazca en
los demás; Yo haré nuevos hijos sirviéndome de los verdaderos hijos. Lo que tú hagas para
logrado no es nada en comparación con lo que Yo hago en la intimidad de los corazones de
aquéllos que aman.
“Permaneced en Mi amor… Si permanecéis en Mí, y mis palabras permanecen en vosotros,
pedid todo lo que queráis… y os será dado” (Jn 15)
De la autobiografía del Pbro. Dolindo Ruotolo (1882-1970), terciario franciscano
CHARLA: VIDA EUCARÍSTICA, ADORACIÓN, OBLACIÓN.

Monseñor Trinidad González Rodríguez, obispo Auxiliar de Guadalajara, nos regala una
meditación, en el marco del 48 Congreso Eucarístico Internacional, donde toca esas dos
bellas realidades de la Iglesia, sosteniendo su discurso en los escritos del R.P. Rafael
Salazar M. Sp.S. Aprovechando el tesoro de tan grandes doctores, tomaremos algunos
destellos de dicha meditación para ayudarnos hoy en nuestro retiro.
Iglesia dotada de dones y carismas, a lo largo del tiempo, siendo una de esas riquezas la
vida consagrada.
Una de las notas que han caracterizado la vida consagrada en América Latina en los últimos
decenios, ha sido la búsqueda de una auténtica experiencia de Dios, que es como un nuevo
nombre de contemplación (JP II, mulieris dignitatem 25#)

La oración y adoración ante el Santísimo, es tarea evangelizadora insustituible y de


incalculable valor para que la Iglesia lleve a cabo su misión. Todos saben que sin Eucaristía
no hay Vida Consagrada ni misión que dé fruto.
El Concilio Vaticano II insiste varias veces en la dimensión de la «consagración» que
implica la vida consagrada; una consagración que comienza en el Bautismo y encuentra su
plenitud en la Eucaristía. La vida religiosa implica, en efecto, «una consagración peculiar
que profundiza la realizada por el Bautismo» (Paulo VI: Perfectae Caritatis C, 5)
«Consagrado ya a Dios por el Bautismo, el religioso, por la profesión de los consejos
evangélicos, se consagra de forma aún más íntima al servicio de Dios» (LG, 44). Por
eso, la Iglesia no se limita a elevar la profesión religiosa a la situación puramente jurídica,
sino que, a través de una acción litúrgica, la presenta como un estado consagrado a Dios
(cfr. LG, 45).

La consagración de la vida es obra y fruto del Espíritu, que santifica y transforma. La


Eucaristía nos recuerda sin cesar que no hay consagración más que por la potencia del
Espíritu, que se manifiesta en el corazón del memorial y de la acción de gracias.

El Espíritu asume nuestra oblación, lo que somos y tenemos; incluso nuestra fragilidad y
nuestra pobreza, para asociarlos a los signos del Reino de Dios: Pan de vida eterna y Cáliz
de nueva alianza.

La profesión en la vida consagrada no es otra cosa que la expresión y el inicio de una vida
que, imbuida plenamente por la alianza bautismal, trata de convertirse ella misma en
Eucaristía, no sólo celebrada, sino, sobre todo, vivida; o en una vida bautismal que deviene
en plenamente eucarística.

Si nuestra vida no es una verdadera comunión, si no somos capaces de compartir lo que


somos y tenemos en nuestra existencia cotidiana; si no convertimos nuestra vida en un
banquete y una invitación constante para los otros, al que aportamos lo mejor de nosotros
mismos, es muy difícil que podamos celebrar realmente la Eucaristía como una auténtica
comunión. Porque, en último término, celebramos también lo que vivimos.

La Celebración Eucarística debe ser construida también comunitariamente, con la


aportación, vital y efectiva, de todos los miembros de la comunidad, y no como algo que se
nos da ya hecho y fijado totalmente de antemano. La Celebración surge de un camino, que
es, en primer lugar, el de Jesús; pero es también el nuestro junto con Él, y por ello brota
también de la «memoria», que es, por deseo expreso del Señor, memoria de Él, pero que es
también memoria de nuestro estar con Él.

Hay una vinculación entre la vida consagrada y la Eucaristía, en cuanto es banquete de la


alianza y festín de la sabiduría. Alianza que en el Pueblo de Israel es vista como unión
matrimonial (Is 54, 6; Jer 3; Ez 16)
Así mismo, la alianza iba vinculada a un banquete. En el Sinaí, en el contexto del pacto,
Moisés y los ancianos «vieron al Dios de Israel»; lo «vieron, y comieron y bebieron» (cfr.
Ex 24, 8-11). Esta dimensión de la alianza se reproduce en las comidas de Jesús. Sobre
todo, en el cuarto Evangelio, la comunidad de Jesús con sus discípulos se abre con el
banquete de las Bodas de Caná, y se cierra con la Última Cena.

La tradición cristiana puso en estrecha relación a la Eucaristía con el pasaje de Ef 5, 22-32,


que concibe la relación matrimonial desde la unión esponsal entre Cristo y su Iglesia. Esta
imagen de esposa es aplicable, de manera especial, a la vida consagrada y a su relación con
la Eucaristía. La alianza matrimonial nueva y eterna que es toda Eucaristía, se hace una
realidad más profunda y más íntima en la profesión religiosa. «cuanto por vínculos
más firmes y estables, represente mejor a Cristo unido a su esposa, la Iglesia, con vínculo
indisoluble» (LG, 44).

El mismo Concilio establece una estrecha relación entre esta dimensión esponsalicia y la
promesa de castidad, por la que los religiosos «evocan ante el mundo, aquel admirable
desposorio establecido por Dios y que ha de revelarse plenamente en el siglo futuro, por el
que la Iglesia tiene a Cristo como único esposo» (PC, 12).

La Eucaristía nos evoca el ámbito litúrgico como lugar propio de su celebración. Más aún,
es tal la importancia de su celebración que a veces designamos a la parte (Eucaristía)
por el todo (la Liturgia), y así decimos que la Eucaristía construye la Iglesia. Por eso, no es
exagerado afirmar que la Eucaristía constituye y construye, día a día, a la Iglesia y a las
comunidades religiosas. La Liturgia y la Eucaristía son la base de la espiritualidad, en la
vida de los miembros de la Vida Consagrada.

La participación en la Eucaristía se fundamenta en nuestro sacerdocio común o en el


ministerial, y comprende al hombre en su completa unidad: como exterioridad e
interioridad; como conocimiento, sentimiento y deseo; como persona individual y miembro
de la comunidad eclesial.

Después de haber participado en la Misa, cada uno debe ser solícito en hacer obras buenas,
agradar a Dios y vivir rectamente su consagración de vida; entregado a la Iglesia,
practicante de lo que ha aprendido y progresando en el servicio de Dios; trabajando por
impregnar el mundo del espíritu cristiano y, también, constituyéndose en testigo de Cristo
en toda circunstancia y en el corazón mismo de la convivencia cristiana (cfr. Pablo VI,
Eucharisticum Mysterium, 13).

El religioso y todo consagrado no sólo vive su relación con la Eucaristía en el momento de


la celebración y de la adoración, sino también a lo largo de toda su vida; La Eucaristía,
verdadero corazón de la Liturgia, es por excelencia el lugar donde, a partir de la oblación
infinita y la voluntad soberana del mismo Cristo, confluyen de modo armónico y como
remitente, la celebración, la adoración y la vida.

Cada uno de los miembros de la Vida Consagrada asume la tarea de la evangelización


conforme a su propia vocación: integrantes de los Institutos de vida apostólica, los monjes
y monjas de los monasterios, los miembros de Institutos seculares, las vírgenes consagradas
y los eremitas. Porque cada uno de ellos ha entregado su vida a la oración y adoración,
sobre todo en la clausura, todos participan y colaboran en la tarea evangelizadora, a su
manera y desde sus medios, con su silencio y ejemplo, con su entrega radical
y su apuesta elocuente por los valores eternos; con su práctica de oración personal y
comunitaria.

De manera especial, toda la vida y el modo especial de entrega a la oración y adoración, es


también una colaboración a la obra evangelizadora. Es así, no sólo por el misterio de la
Comunión de los Santos, que a todos nos permite participar de los bienes y la santidad de
los miembros del Cuerpo Místico de Cristo; sino también por la fuerza del signo y el
testimonio que supone la vida de estas personas consagradas. Se trata de una
evangelización desde el silencio y la entrega sacrificada, desde la alegría de la vocación
asumida y la celebración gozosa compartida; desde la pobreza y la sencillez de vida; desde
el sacrificio de la renuncia y la radicalidad comunitaria.

La vida de los religiosos, con tal de que responda piadosa, fiel y constantemente a esa
vocación, al igual que la de los que se dedican a la contemplación y a la actividad
apostólica, aparece como una señal que puede y debe atraer eficazmente a los miembros de
la Iglesia.
Estamos absolutamente persuadidos de que la Iglesia necesita, hoy como ayer,
de quienes adoren al Santísimo Sacramento «en espíritu y en verdad».

La adoración bien entendida contribuye de modo privilegiado a la vida cristiana centrada en


el Evangelio, en la Eucaristía y en el cumplimiento de vida en tensión de eternidad. Como
afirmó Juan Pablo II:

«De este modo, por la adoración no se satisface en primer lugar al afecto de la piedad de
cada uno, sino que el espíritu es movido a cultivar el amor social, por el cual se antepone el
bien común al bien particular, hacemos nuestra la causa de la comunidad, de la parroquia y
de la Iglesia, y extendemos la caridad a todo el mundo, porque sabemos que en todas
partes hay miembros de Cristo» (alocución del 31-X-1982).
AMOR ENTREGADO A LOS HERMANOS

La adoración es la prolongación de la Eucaristía en la vida propia y comunitaria, mediante


un espacio y un tiempo que tienden a profundizar y desarrollar todo aquello que se ha
expresado, celebrado y vivido en la acción litúrgica.

Es preciso vivir la adoración y el culto a la Eucaristía fuera de la Misa, como una


prolongación de la misma Celebración Eucarística y en estrecha conexión con ella. La
adoración estará tanto más relacionada con la Celebración, cuanto más desarrolle y
profundice su dinámica y su sentido, si se asumen los compromisos expresados, si se
avanza sobre el sentido comunitario y participativo; si se dispone el ánimo para una mayor
sinceridad de vida cristiana.
La Iglesia ofrece, además, formas de vida estables —institucionales— que tienen en su
centro, en su esencia, el amor fraterno. Las personas que asumen estas formas de vida
pueden fallar, pero siguen estando llamadas a vivir el amor a los otros como «programa
fundamental».
Lo que caracteriza a la Vida Consagrada es el compromiso, asumido ante la Iglesia, de vivir
según los votos de pobreza, castidad y obediencia. Pero estos tres votos desembocan
necesariamente en el amor fraterno, son puertas y caminos hacia este amor. Podemos decir
que es camino necesario: nadie que diga vivir esos votos dejará de amar al hermano, como
nadie que pretenda amar al hermano podrá lograrlo sin vivir, de alguna forma, la
profundidad de esos votos.
Al mismo tiempo que los especialmente consagrados constituyen para nosotros un
testimonio vivo de amor fraterno, nos dicen que la fraternidad se ha de trabajar. El proceso
de iniciación que ellos viven —primera experiencia, postulantado, noviciado, profesión
simple, profesión solemne— no es más que un camino de iniciación al amor, al amor a
Dios y a los hermanos, vivido en la forma específica del carisma propio.
Su gran lección es hacer vida el principio de que, cuando ponemos a Dios sobre todas las
cosas, en el centro de la vida, entonces los hermanos adquieren rasgos divinos y, en
consecuencia, los podemos amar hasta dar la vida por ellos.
con esta finalidad, se expone a continuación:
a) La comunidad religiosa como don: antes de ser un proyecto humano, la vida fraterna en
común forma parte del proyecto de Dios, que quiere comunicar su vida de comunión.
b) La comunidad religiosa como lugar donde se llega a ser hermanos: los medios más
adecuados para construir la fraternidad cristiana por parte de la comunidad religiosa.
c) La comunidad religiosa como lugar y sujeto de la misión: las opciones concretas que la
comunidad religiosa está llamada a realizar en las diversas situaciones y los principales
criterios de discernimiento.
Para adentrarnos en el misterio de la comunión y de la fraternidad, y antes de emprender el
difícil y necesario discernimiento para conseguir un renovado esplendor evangélico de
nuestras comunidades, es necesario invocar humildemente al Espíritu Santo para que lleve
a cabo lo que sólo Él puede realizar: «Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu
nuevo; arrancaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne... Vosotros
seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios» (Ez 36,26-28)
Del don de la comunión proviene la tarea de la construcción de la fraternidad, es decir, de
llegar a ser hermanos y hermanas en una determinada comunidad donde han sido llamados
a vivir juntos. Aceptando con admiración y gratitud la realidad de la comunión divina,
participada por las pobres criaturas, surge la convicción de que es necesario empeñarse en
hacerla cada vez más visible por medio de la construcción de comunidades «llenas de gozo
y del Espíritu Santo» (Hech 13,52).
Para vivir como hermanos y como hermanas, es necesario un verdadero camino de
liberación interior. Al igual que Israel, liberado de Egipto, llegó a ser Pueblo de Dios
después de haber caminado largo tiempo en el desierto bajo la guía de Moisés, así también
la comunidad, dentro de la Iglesia, pueblo de Dios, está constituida por personas a las que
Cristo ha liberado y ha hecho capaces de amar como Él, mediante el don de su Amor
liberador y la aceptación cordial de aquellos que Él nos ha dado como guías.
Cristo da a la persona dos certezas fundamentales: la de ser amada infinitamente y la de
poder amar sin límites. Nada como la cruz de Cristo puede dar de un modo pleno y
definitivo estas certezas y la libertad que deriva de ellas. Gracias a ellas, la persona
consagrada se libera progresivamente de la necesidad de colocarse en el centro de todo y de
poseer al otro, y del miedo a darse a los hermanos; aprende más bien a amar como Cristo la
ha amado, con aquel mismo amor que ahora se ha derramado en su corazón y la hace capaz
de olvidarse de sí misma y de darse como ha hecho el Señor.
En virtud de este amor, nace la comunidad como un conjunto de personas libres y liberadas
por la cruz de Cristo.
Este camino de liberación, que conduce a la plena comunión y a la libertad de los hijos de
Dios, exige, sin embargo, el coraje de la renuncia a sí mismos en la aceptación y acogida
del otro, a partir de la autoridad.
De este modo, la comunidad se convierte en una «Schola Amoris» (escuela de amor) para
jóvenes y adultos; una escuela donde se aprende a amar a Dios y a los hermanos y
hermanas con quienes se vive, y a amar a la humanidad necesitada de la misericordia de
Dios y de la solidaridad fraterna.
26. El ideal comunitario no debe hacer olvidar que toda realidad cristiana se edifica sobre la
debilidad humana. La «comunidad ideal» perfecta no existe todavía. La perfecta comunión
de los santos es la meta en la Jerusalén celeste.
La Iglesia es una comunidad orante; su nombre lo ha recibido precisamente por sus
reuniones de oración: «Cuando se reúnen en ekklesia», es sobre todo la Eucaristía la que
hace de la Iglesia una Asamblea de Oración, porque la Eucaristía siempre ha sido en la
Iglesia un prodigioso fermento de oración; porque la oración es entrar en comunicación con
Dios.
La Eucaristía es creadora de contacto entre Cristo y la comunidad; de ella brotan fuerzas de
comunión. Del costado abierto del Cristo pascual, manan las aguan vivas del Espíritu Santo
(cfr. Jn 7, 37-39), el cual es comunión y fuente de toda oración (cfr. Rm 8, 15-26; Ga 4, 6).

Cuando un fiel o un miembro de la Vida Consagrada ora ante la sagrada presencia


de la Eucaristía, ni siquiera necesita recurrir a fórmulas de oración, aunque éstas tengan su
propia utilidad. Basta con dejarse atraer o introducir en esta casa orante que es Cristo,
dejarse absorber por la Presencia o, utilizando otra imagen, dejar que esta oración se
imprima en nosotros.

La devoción eucarística se convierte, así, en la mejor iniciación a la oración contemplativa.


La oración contemplativa del consagrado o consagrada, lo o la hace nacer del Padre en el
Espíritu Santo, junto con Cristo.

En la oración y la contemplación, es normal que el religioso o religiosa experimente la


presencia de Cristo Resucitado, y de ahí, la adoración. Por la adoración, confesamos
individual o colectivamente, en privado o en público, la cercanía y la presencia activa,
permanente, de Dios en medio de su pueblo, cual compañero de viaje que sale a nuestro
encuentro y nunca nos abandona, en medio de las vicisitudes de la vida. No se trata sólo de
reconocer y adorar a Cristo presente, sino también de acogerlo como Aquel que está y
permanece cercano a nosotros.

Se trata de una cercanía y un acompañamiento permanente, que nos recuerdan cómo


nuestro Dios no es un Dios lejano y ausente, sino encarnado y cercano, que cual hermano y
compañero comparte con nosotros su fuerza para vivirla en la fe, el amor y la esperanza.

La experiencia de la división es una de las más permanentes y trágicas, fuera y dentro de la


Iglesia; en diversos planos. No sólo existen rupturas y divisiones, mundos egoístas y
cerrados en la relación y convivencia social, cultural y política; también existen estas
rupturas y divisiones, estos egoísmos en el ámbito religioso, y entre los cristianos (cfr. UR,
1).

Como Salvador y Señor resucitado, quiere que los miembros permanezcan «unidos a la
vid» (Jn 15, 1) y que quienes creen en Él «sean uno, como nosotros» (Jn 17, 11),
de modo que siendo «uno, como tú, Padre en mí, y yo en ti, el mundo crea que tú me has
enviado» (Jn 17, 20-22), y puedan un día participar de la unidad de la Trinidad.

Es justamente esta unidad por la que luchan tantos hombres consagrados, para expresarla,
celebrarla y vivirla en la Eucaristía, donde la unidad con Cristo y entre los miembros llega a
su máxima realización terrena. Lo afirma San Pablo, cuando dice: «Porque aun siendo
muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan»
(1Cor 10, 16).
Y es que el Cuerpo eucarístico y el Cuerpo eclesial aparecen unidos y como exigidos; la
comunión del Cuerpo de Cristo no puede sino implicar la unión del Cuerpo de la Iglesia.
Por eso, la Eucaristía y la comunión eclesial se exigen mutuamente. Donde se construye la
unidad, allí está presente la verdadera evangelización que realizan muchos miembros de las
Sociedades de Vida Apostólica.
EXTENDER EL CONOCIMIENTO, EL AMOR Y EL REINADO DE LA
EUCARISTÍA (EJERCICIO DE LA VIDA DIARIA)
En el proyecto educativo de la Escuela Católica, Cristo es el fundamento: El revela y
promueve el sentido nuevo de la existencia y la transforma capacitando al hombre a vivir
de manera divina, es decir, a pensar, querer y actuar según el Evangelio, haciendo de las
bienaventuranzas la norma de su vida.
De este modo la Escuela Católica adquiere conciencia de su empeño por promover al
hombre integral porque en Cristo, el Hombre perfecto, todos los valores humanos
encuentran su plena realización y, de ahí, su unidad.

Si la Escuela Católica, como todas las demás escuelas, tiene por fin la comunicación crítica
y sistemática de la cultura para la formación integral de la persona, persigue este fin dentro
de una visión cristiana de la realidad «mediante la cual, la cultura humana, adquiere su
puesto privilegiado en la vocación integral del hombre».

A la luz de tal concepción global de la misión educativa de la Escuela Católica, el maestro


se encuentra en las mejores condiciones para guiar al alumno a profundizar en la fe y, al
mismo tiempo, para enriquecer e iluminar el saber humano con los datos de la fe. La
enseñanza puede formar el espíritu y el corazón del alumno y disponerlo a adherirse a
Cristo de una manera personal y con toda la plenitud de una naturaleza humana enriquecida
por la cultura.

El maestro, preparado en la propia disciplina, y dotado además de sabiduría cristiana,


trasmite al alumno el sentido profundo de lo mismo que enseña y lo conduce, trascendiendo
las palabras, al corazón de la verdad total.

El patrimonio cultural de la humanidad comprende otros valores que están más allá del
ámbito específico de lo verdadero. Cuando el maestro cristiano ayuda al alumno a captar,
apreciar y asimilar tales valores, lo orienta progresivamente hacia las realidades eternas. Tal
dinamismo hacia su fuente increada explica la importancia de la enseñanza para el
crecimiento de la fe.

La Escuela Católica asume como misión específica -y con mayor razón hoy frente a las
deficiencias de la familia y de la sociedad en este campo- la formación integral de la
personalidad cristiana. Para lograr la síntesis entre fe y vida en la persona del alumno, la
Iglesia sabe que el hombre necesita ser formado en un proceso de continua conversión para
que llegue a ser aquello que Dios quiere que sea.

La Escuela Católica enseña a los jóvenes a interpretar la voz del universo que les revela al
Creador y, a través de las conquistas de la ciencia, a conocer mejor a Dios y al hombre.

Consciente de que no basta ser regenerados por el bautismo, para ser cristianos, sino que es
necesario vivir y obrar conforme al Evangelio, la Escuela Católica se esfuerza por crear en
el ámbito de la comunidad escolar un clima que ayude al alumno a vivir su fe de una
manera cada día más madura, y a adquirir gradualmente una actitud pronta para asumir las
responsabilidades de su bautismo. Por tanto, el centro de la acción educativa es Cristo,
modelo según el cual el cristiano debe configurar la propia vida.

La Escuela Católica es consciente de la importancia que tiene la enseñanza de la doctrina


evangélica tal como es trasmitida por la Iglesia Católica. Ese es, pues, el elemento
fundamental de la acción educadora, dirigido a orientar al alumno hacia una opción
consciente, vivida con empeño y coherencia.

Las escuelas católicas deben convertirse en «lugares de encuentro de aquéllos que quieren
testimoniar los valores cristianos en toda la educación». La Escuela Católica debe
constituirse en comunidad que tienda a la trasmisión de valores de vida. Porque su
proyecto, como se ha visto, tiende a la adhesión a Cristo, medida de todos los valores, en la
fe. Pero la fe se asimila, sobre todo, a través del contacto con personas que viven
cotidianamente la realidad: la fe cristiana nace y crece en el seno de una comunidad.

La dimensión comunitaria de la Escuela Católica viene, pues, exigida no sólo por la


naturaleza del hombre por la naturaleza misma de la fe.

Sin la constante referencia a la Palabra y el encuentro siempre renovado con Cristo, la


Escuela Católica se alejaría de su fundamento. Es del contacto con Cristo, de donde la
Escuela Católica obtiene la fuerza necesaria para la realización de su propio proyecto
educativo y «crea para la comunidad escolar una atmósfera animada de un espíritu
evangélico de libertad y caridad», (20) en la cual el alumno pueda hacer la experiencia de
su propia dignidad.

La Escuela Católica, movida por el ideal cristiano, es particularmente sensible al grito que
se lanza de todas partes por un mundo más justo, y se esfuerza por responder a él
contribuyendo a la instauración de la justicia. No se limita, pues, a enseñar valientemente
cuáles sean las exigencias de la justicia, aun cuando eso implique una oposición a la
mentalidad local, sino que trata de hacer operativas tales exigencias en la propia
comunidad, especialmente en la vida escolar de cada día.
Se corre el riesgo de dar un contratestimonio, porque se ve obligada a autofinanciarse
aceptando principalmente a los hijos de familias acomodadas. Esta situación preocupa
profundamente a los responsables de la Escuela Católica, porque la Iglesia ofrece su
servicio educativo en primer lugar a «aquellos que están desprovistos de los bienes de
fortuna, a los que se ven privados de la ayuda y del afecto de la familia, o que están lejos
del don de la fe».

La Escuela Católica forma una comunidad auténtica y verdadera que, cumpliendo su tarea
específica de trasmisión cultural, ayuda a cada uno de sus miembros a comprometerse en
un estilo de vida típicamente cristiano. De hecho en una comunidad semejante, el respeto al
prójimo es servicio a la persona de Cristo, la colaboración se realiza bajo el signo de la
fraternidad; el compromiso político por el bien común es asumido con plena
responsabilidad, como una misión para la construcción del reino de Dios.

La colaboración responsable para llevar a cabo el común proyecto educativo es considerada


como un deber de conciencia por todos los miembros de la comunidad -maestros, padres de
familia, alumnos, personal administrativo- cada uno de los cuales la ejecuta según las
responsabilidades y funciones que le atañen. Esa participación, vivida con espíritu
evangélico, es por su propia naturaleza un testimonio que no sólo «edifica» a Cristo en la
comunidad, sino que lo irradia y se convierte en «signo» para todos.

La comunidad escolar presta un insustituible servicio no sólo a la persona de los alumnos y


de cuantos por diverso título la integran, sino también a la sociedad que hoy,
particularmente dividida entre aspiraciones a la solidaridad y el surgir de formas siempre
nuevas de individualismo, puede por lo menos, hacerse consciente de la posibilidad de dar
vida a auténticas comunidades, que llegan a serlo gracias a la convergente tensión hacia el
bien común. Además, la Escuela Católica asegurando institucionalmente, a la sociedad
pluralista de hoy, una presencia crítica en el mundo de la cultura y de la enseñanza, revela
con su misma existencia las riquezas de la fe, presentándola como respuesta a los grandes
problemas que oprimen a la humanidad. Sobre todo, la Escuela Católica está llamada a
prestar un humilde y amoroso servicio a la Iglesia haciéndola presente en el campo
educativo escolar en beneficio de la familia humana.

Así es como ella desarrolla un «auténtico apostolado». Dedicarse, pues, a este apostolado
«significa cumplir una tarea eclesial insustituible y urgente».

UN ESBOZO SOBRE MARÍA


MARÍA, MADRE Y MODELO DE LA VIDA CONSAGRADA

Toda la vida de la Virgen María podría sintetizarse así: tuvo fe en la palabra de Dios y la
siguió con fidelidad. Desde que el ángel le anunció que sería madre hasta el día de la
resurrección de Cristo María ejercitó la fe heroicamente. A la llamada de Dios dio una
respuesta afirmativa, personal, libre y generosa: «Se haga en mí según tu palabra» (Lc.
1,38), y esta fue la consigna que dio sentido a toda su vida.
Cuando utilizaba esa imagen, quizá María pensaba en las palabras del salmo: «Como están
los ojos de la esclava fijos en las manos de su señora, así están nuestros ojos fijos en el
Señor, esperando su misericordia». Ella esperaba confiadamente en la misericordia de Dios,
ha escuchado su palabra y la ha puesto en práctica. «Bienaventurados más bien los que
escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica», dirá Jesús a alguien que estaba
alabando a su madre.
Después del anuncio se puso en camino a la casa de Isabel que necesitaba sus cuidados; y
así, una vez más, la madre se hace sierva y su prima le dirá «Bienaventurada la que ha
creído» (Lc.1,45). Solo la fe nos hace felices. «En su vida, María ha realizado la
peregrinación de la fe, siguiendo a su Hijo… y está íntimamente asociada, por su unión con
Cristo a lo que creemos» (LD.50-59) Es modelo de creyentes y, por tanto, de los discípulos
y seguidores de Jesús. Al lado de Juan, discípulo predilecto del Señor, expresa su fidelidad
inquebrantable a los pies del Crucificado, manifestando su entrega y amor. Es aquí donde
culmina su fidelidad al «si» de la anunciación. Cuando en otros pudo más el miedo que la
fe, Ella estaba junto a su hijo agonizante como la mujer fuerte que no desfallece porque su
amor es más fuerte que el dolor. La fe ilumina siempre el sufrimiento.
Siguió a Jesús y se mantuvo en pie hasta el final porque había descubierto, con profunda fe
y esperanza, que aquella vida entregada desembocaría en resurrección y sería fuente de
salvación para muchos hombres y mujeres que a lo largo de la historia serían seguidores de
Jesús.
La fidelidad de alguien a una persona o a una causa en la que se cree no se manifiesta tanto
cuando se da un camino de rosas sino en los trances más duros. Desde esta unión estrecha
con su Hijo, vencedor de la muerte, Salvador de los hombres, confesamos a María
glorificada con él, protectora nuestra, madre de aquellos a quienes su Hijo se ha dignado
llamar hermanos y los que desde la cruz le entregó para que los recibiera como sus hijos.
Desde la cruz «su maternidad se extenderá a todos los discípulos de su hijo. También estará
presente en el Cenáculo, después de la resurrección y de la ascensión, para implorar el don
del Espíritu con los Apóstoles» (LD.59).

Porque es Madre y Modelo de comunión trinitaria.


 
María es la llena de gracia (Lc.1, 28). Esto implica una especial consagración y comunión
trinitaria que Ella recibe privilegiadamente.

Las personas consagradas están llamadas a vivir inmediatamente dedicadas a Dios,


viviendo intensamente la comunión trinitaria recibida en el Bautismo. Están llamadas a ser
en la Iglesia alabanza y gloria de la Santísima Trinidad. María es la Madre y el Modelo de
la comunión trinitaria, elemento esencial de la Vida consagrada.
 
La comunión de María con en el Padre.

La comunión privilegiada de María con el Padre nos recuerda la primacía de la iniciativa de


Dios en la vocación. El Padre la elige para ser Madre-Virgen del Hijo por obra del Espíritu
Santo. María responde con un sí total (Cf. Lc. 38).

Llamada y respuesta de María que son prototipo para la persona consagrada. La iniciativa
de la llamada a la vida consagrada es de Dios. La persona consagrada ve en María el
modelo de su respuesta.

La comunión de María con el Hijo.

María vive una especial comunión con el Hijo por la plenitud de gracia que la une
íntimamente a Cristo y por su misión maternal que comporta comunión en el cuerpo y la
sangre. Por ello, María vive una total dedicación al misterio y a la misión del Hijo.
La persona consagrada aprende de María a vivir sólo para Cristo, a su servicio. Ésta es su
razón de ser. Aprende, igualmente, a vivir el estilo de vida de Cristo obediente, pobre y
casto.
María pide a los consagrados que sean portadores de los sentimientos de Cristo en la
evangelización, en el sacramento de la Reconciliación, en la acogida a los pobres de alma y
de cuerpo, a los enfermos, a los abandonados, a los pecadores… según el carisma recibido.

La comunión de María con el Espíritu Santo.

El Espíritu Santo invade, cubre y protege a la Virgen María (Cf. Lc.1,34-35). La conduce a
la intimidad de la oración y le enseña a guardarlo todo en el corazón (Cf. Lc.2, 19. 51).
María enseña al consagrado a ser fiel a la acción del Espíritu Santo y a vivir en su intimidad
perseverando en la oración como la primera y más urgente necesidad y alma de todo
apostolado.

La vida María.
 
La vida de María es espejo en el que resplandece el carisma de la vida consagrada: los
votos, las observancias regulares, la oración litúrgica y personal, la vida común, las
virtudes, la ascesis, el apostolado… Imitar a María es "regla de conducta", "proyecto de
vida" para el consagrado.
La relación filial del consagrado con María es camino privilegiado de fidelidad a la
vocación. María nos ofrece el verdadero amor y nos anima a ofrecer nuestra vida por
Cristo, en la Iglesia, para la salvación de las almas.

El consagrado aprende de María a ser transparencia de Cristo, tratando de vivir al estilo de


María, haciendo de su vida un Sí sostenido: Sí a la comunión trinitaria, Sí a Cristo y su
Evangelio, Sí a la Iglesia, Sí al Fundador, Sí a las Constituciones. Sí a las "sanas
tradiciones".

El consagrado recorrerá el camino de su vida cantando el "Magníficat" con María,


proclamando las grandezas del amor y la misericordia del Señor, desbordando el fruto de la
contemplación sobre la Iglesia y el mundo.

El consagrado vivirá totalmente entregado a María, Madre y Maestra, Prototipo y Modelo


de la Vida consagrada. El consagrado vive totalmente convencido de que ser totalmente de
María, es la mejor manera de ser totalmente de Cristo y de su Iglesia en fidelidad a su
vocación y carisma.

También podría gustarte