La Trampa de La Amabilidad - Jacqui Marson PDF
La Trampa de La Amabilidad - Jacqui Marson PDF
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La Trampa
de la Amabilidad
Aprende a decir no y libérate
de las demandas excesivas de los demás
URANO
Argentina – Chile – Colombia – España
Estados Unidos – México – Perú – Uruguay – Venezuela
Título original: The Curse of Lovely Editor original: Piatkus, Londres
Traducción: Camila Batlles Vinn
¿Qué es la Trampa
de la Amabilidad?
EL CAMBIO ES POSIBLE
Como es natural, no todos somos igual de adorables. Hay diversos
tipos de persona adorable que se manifestarán de modos distintos
ante situaciones diferentes; pero el denominador común es que a
menudo nos sentimos agobiados por las expectativas de los demás y
no sabemos cómo comportarnos de otra forma. De hecho, la mera
idea de hacerlo, por ejemplo negándonos a algo, nos aterroriza.
Creamos expectativas, y luego, en cierto momento, nos sentimos
atrapados por ellas; las habilidades que nos han servido para crear esa
expectativa suelen ser radicalmente distintas a las que necesitamos
para cambiarla.
Indira, a quien reencontraremos en el capítulo 6, me explicó que
su familia la trataba como un establecimiento «abierto a todas
horas», que tenía que dejarlo todo para abrir la puerta al fontanero
cuando acudía a la vivienda de alquiler de un miembro de su familia,
concertar una cita con el dentista para otro y ofrecer alojamiento,
desayuno y el rostro del éxito a parientes que venían a visitarlos
desde su país de origen. Siendo como era la única hija soltera, Indira
preveía, con pavor, un futuro consistente en atender a sus padres o a
uno de ellos, que estaban delicados de salud, mientras se sentía como
«una hija mala e ingrata» por tener estos pensamientos y estaba
aterrorizada porque no le quedaba tiempo ni energía para conocer a
hombres que la salvaran de la suerte que le aguardaba por ser hija
soltera.
Como verás en este libro a través de las historias de otros clientes,
no existe una respuesta fácil de la noche a la mañana. Nuestros
patrones de pensamiento, emociones y conducta suelen permanecer
fijos durante buena parte de nuestra vida y a menudo nos han sido
muy útiles, hasta que un día dejan de serlo; el día en que podemos
decir que dejan de ser nuestros amigos para convertirse en nuestros
enemigos.
La forma de cambiar es avanzando paso a paso, lentamente,
sabiendo que se trata de una experiencia valiente y aterradora que
queremos llevar a cabo para ayudarnos. Indira experimentó con la
metáfora de que no quería seguir siendo un establecimiento abierto
cada día a todas horas, sino que a ciertas horas podía cerrar, por
ejemplo adoptando el horario de las tiendas que abren de siete de la
mañana a once de la noche. Puede parecer un horario muy amplio,
pero tratar de pasar al horario comercial habitual de nueve de la
mañana a cinco de la tarde resultaba un cambio demasiado radical
tanto para Indira como para sus amigos y parientes.
Como dice la psicoterapeuta de familia y escritora Harriet Lerner,
si uno trata de cambiar demasiadas cosas con demasiada rapidez, la
conducta de quienes le rodean gritará «¡vuelve a ser como antes!» y el
ejercicio fracasará.
RESUMEN
Este capítulo presenta la idea de que no debes sentirte atrapada por
las expectativas y comportarte siempre de forma amable y abnegada.
Puedes escapar de este patrón.
• Céntrate en realizar cambios pequeños y viables.
• Piensa que tus pensamientos, sentimientos y conducta están
interrelacionados, como muestra el diagrama (ver aquí).
• Sé compasivo contigo mismo durante este viaje y comprende
que en ocasiones tendrás que retroceder y otras avanzar.
2
P ese a lo que diga tu abuela, que siente debilidad por ti, nadie
nace siendo adorable. Quizá fueras un bebé que sonreía desde muy
pequeño, un bebé sereno y satisfecho, o bien tenías unos ojos
grandes y castaños, unas pestañas largas y oscuras y un espeso cabello
que arrancaba exclamaciones de admiración a la gente que te
contemplaba en tu cochecito. Pero el ser una persona «adorable», tal
como lo describimos aquí, no tiene nada que ver con los atributos
físicos que te haya conferido tu ADN. La Trampa de la Amabilidad
constituye una serie de creencias y conductas que se han hecho
problemáticas para ti y que deseas cambiar. Ahora bien, la buena
noticia es que esas creencias y conductas son aprendidas. Por tanto,
puesto que son aprendidas, puedes desaprenderlas; o para ser más
precisos, volver a aprenderlas de forma que te resulten más útiles y
no menoscaben tu salud, felicidad y bienestar.
CLÁUSULA DE COMPASIÓN:
DESPRÉNDETE DEL SENTIMIENTO DE
CULPA
Es importante analizar y comprender dónde se originaron nuestras
creencias y conductas perjudiciales de forma compasiva,
aceptándonos a nosotros mismos en lugar de convertirnos en otra
fuente de desaprobación, crítica y juicios de valor. Cuando
reconozcamos estos patrones, podremos empezar a realizar cambios
destinados a liberarnos de unas formas de pensar y de ser que ya no
nos son útiles. En el Capítulo 6 veremos qué ocurrió cuando Sarah
habló a su yo de quince años de forma compasiva y empoderadora.
Asimismo, creo que es importante tratar de ampliar la curiosidad
y comprensión compasivas a los adultos que a lo largo de nuestras
vidas quizá contribuyeron a crear esos patrones. La mayoría de
padres hacen lo que pueden, dadas sus circunstancias y la forma en
que sus padres les trataron a ellos. Lo que mis clientes y yo
descubrimos a menudo, tras hurgar con delicadeza en el pasado
(véase capítulo 5), es que a menudo sus madres y/o padres se sentían
agobiados y presionados por la responsabilidad de educar a niños
pequeños. Es posible que tuvieran tres hijos menores de cinco años,
poco dinero y no dispusieran de ninguna ayuda ni de pañales
desechables. Estaban agotados, de mal humor y trataban a sus hijos
con dureza. O es posible que estuvieran inmersos en un profundo
dolor por haber sufrido una grave pérdida, quizá la muerte de su
madre o su padre o un hijo nacido muerto y del que no hablaban
nunca. O que el padre trabajara fuera o tuviera una aventura
sentimental, y cuando estaba en casa se produjeran unas enconadas
discusiones, peleas y tensión. O quizás un miembro de la familia
padecía una grave enfermedad o era drogadicto. Ninguno de esos
hechos era culpa de sus hijos, puesto que ellos no los habían causado
ni podían remediarlos.
Conviene asimismo tener en cuenta que muchas de estas ideas
trascendentales sobre el desarrollo emocional y psicológico de los
niños no se han dado a conocer y han sido aceptadas hasta hace
aproximadamente una década. La popularidad de programas de
televisión como Supernanny, con su mensaje implícito de que ejercer
de padre o madre equivale a un amor incondicional además de unos
claros límites, ha tenido un gran influjo en la sociedad, pero las
generaciones anteriores no lo conocían.
RESUMEN
Éstas son las ideas esenciales que hemos examinado en este capítulo y
que más adelante aprenderemos a poner en marcha.
• Márcate el propósito de cumplir de forma adecuada.
• Analiza las «condiciones de valía» y los orígenes y el valor de
ciertas creencias y conductas.
• Refuerza tu locus de evaluación interno.
• Despréndete del sentimiento de culpa.
• Dibuja tu árbol genealógico para ayudarte a identificar de dónde
proceden tus reglas personales y creencias.
3
RESUMEN
Hemos visto que si sintonizamos a menudo con nuestro cuerpo
podremos empezar a identificar cualquier manifestación física de
nuestros sentimientos y que éstos están relacionados con lo que
pensamos y hacemos.
• Deja de ignorar los mensajes de tu cuerpo.
• Sintoniza con tu cuerpo utilizando el ejercicio indicado en(ver
aquí).
• Analiza lo que «suprimes». Cuando hayas empezado a identificar
lo que no quieres (hacer o decir), ¿eres capaz de poner de relieve
lo que deseas?
5
LA TARTA DE LA
RESPONSABILIDAD
TU DECLARACIÓN PERSONAL DE
DERECHOS
Antes de poder modificar tu conducta y actuar de forma diferente, es
imprescindible que empieces por creer que tienes derecho a hacerlo.
Los Estados Unidos de América cuentan con su Declaración de
Derechos, que garantiza una serie de libertades personales y forma
parte integrante de la ciudadanía, la enseñan en las escuelas y es
conocida por la mayoría de los habitantes de ese país. La primera vez
que comprendí que todos tenemos una Declaración de Derechos fue
al leer el libro de Anne Dickson La mujer y sus derechos, en el que
enumera once derechos humanos básicos. Pueden parecer obvios y
simplistas, pero quizá no hayas pensado nunca en ellos, y tal vez en
tu subconsciente albergues unas creencias provenientes de la infancia
o de la sociedad que se oponen a estos derechos y hacen que te
resulte más difícil creer que son aplicables a tu caso.
La Declaración Personal de Derechos comprende:
• Tengo derecho a expresar mis sentimientos, opiniones y valores.
• Tengo derecho a ser yo misma.
• Tengo derecho a decir no.
• Tengo derecho a cometer errores.
• Tengo derecho a cambiar de parecer.
• Tengo derecho a decir que no comprendo algo.
• Tengo derecho a no sentirme responsable por los problemas de
otros adultos.
• Tengo derecho a anteponer mis deseos y necesidades.
• Tengo derecho a no depender de la aprobación de los demás.
RESUMEN
En este capítulo te he ofrecido algunas ideas prácticas para ayudarte a
identificar y plantar cara a las reglas y creencias personales que
sustentan la Trampa de la Amabilidad.
• Cuestiona tus pensamientos críticos y tus «antiguas» reglas
personales.
• Desempodera a tus voces críticas.
• Prueba el ejercicio de la «Tarta de la Responsabilidad» (véase
aquí), para examinar algunas de tus creencias desde otro punto
de vista.
• Cambia tus «debería» por «podría».
• Familiarízate con tu Declaración Personal de Derechos.
6
Porque yo lo valgo:
ser adorables con nosotras mismas
EL ARCO DE REDENCIÓN
El primero que me alertó sobre esta idea fue un amigo guionista.
«Hollywood exige que cada historia contenga lo que se llama un
Arco de Redención —me explicó—. Eso significa, por ejemplo, el
clásico patrón de chico conoce a chica, chico pierde a chica,
finalmente chico recupera a chica. La parte de la redención consiste
en que uno de ellos o ambos experimentan un dramático cambio en
su personaje, por lo general un destello cegador o un momento de
revelación que les permite alcanzar un final feliz. A menudo los
espectadores lo sabemos antes que ellos, lo cual añade tensión
dramática al interrogante ¿lo conseguirán o no?». Mi amigo me dijo
que no sólo los largometrajes deben atenerse al Arco de Redención,
sino que cada episodio de una serie como la megaexitosa Friends,
por ejemplo, tiene su propio miniarco dentro de otro mayor que
abarca varios episodios, como ¿acabarán juntos Rachel y Ross, o no?
Si miras una película o la televisión teniendo esto presente, te darás
cuenta de la enorme cantidad de veces que eso, si bien es cierto que
hay notables excepciones (por lo general películas tildadas de
«oscuras» o «de arte y ensayo», que suelen ser más parecidas a la vida
real).
Lo malo del Arco de Redención es que nos crea falsas expectativas
a todos. Cuando nos convertimos en jóvenes adultos hemos tragado
tantas patrañas al respecto que, cuando amamos a una persona que
no nos corresponde como querríamos, ponemos nuestras esperanzas
en que tenga un momento de revelación o un destello cegador y, de
pronto, nos aprecie y ame como deseamos. Por supuesto, eso ocurre
en muy contadas ocasiones, porque, suponiendo que finalmente
cambien, las personas lo hacen muy lentamente. Como dijo Brad Pitt
en una entrevista reciente: «Cuando empecé a trabajar en el cine me
enseñaron que era preciso que hubiera un arco de personajes y que
tenía que producirse una revelación. Con los años, he comprobado
que es una estupidez. Lo cierto es que no cambiamos, sino que
evolucionamos de forma progresiva».
No obstante, nuestra convicción en esta idea es enorme, y a
menudo impide que cambiemos nosotros mismos (el único cambio
que podemos controlar), mientras esperamos que los demás se
conviertan en quienes deseamos que sean. He comprobado que en
muchos casos eso no se limita a la pareja sentimental, sino que tiene
un influjo muy poderoso en lo que respecta a la relación con los
padres y, en menor medida, a los hermanos y los amigos.
Cuando advierto esto en mis clientes y les pido que describan sus
expectativas con respecto a sus padres o hermanos, casi siempre
aparece la idea de que a) éstos acabarán pidiéndoles perdón por el
daño que les han causado y b) confirmarán el amor y el orgullo que
sienten por ellos. El quimérico discurso suele consistir en: «Cariño,
sé que a lo largo de los años he sido un mal padre/una mala
madre/un mal hermano/una mala pareja, que he cometido graves
errores, pero te quiero más que a nada en el mundo y me siento
orgulloso/orgullosa de ti. Te suplico que me perdones y empecemos
de cero».
Sé tu propia redención
Para parafrasear la Oración de la Serenidad utilizada por los grupos
de apoyo en los programas de recuperación: si dedicamos nuestras
energías a tratar de cambiar lo que podemos cambiar (y aceptamos lo
que no podemos cambiar, y tenemos la sabiduría de distinguir entre
una cosa y la otra), podremos empezar a propiciar nuestra propia
redención de forma progresiva y con delicadeza.
En buena medida, obtener nuestra propia redención consiste en
ofrecernos a nosotros mismos el amor y la atención que en el fondo
confiamos que nos ofrezcan los demás. Una serie de televisión de la
BBC titulada The Convent envió un grupo de mujeres a un convento
de monjas para comprobar si de alguna manera eso las ayudaba a
resolver los conflictos en su vida. En una escena memorable que
tengo grabada en la mente, una mujer se sentía muy desgraciada y no
paraba de llorar. Había contado que tuvo una infancia espantosa, con
un padre alcohólico y una madre muy severa que siempre estaba
criticándola. La mujer tenía cuatro hijos y a veces sentía deseos de
suicidarse, por lo que anhelaba encontrar la paz. Filmaron una sesión
que mantuvo a solas con una monja de unos noventa y dos años, que
se expresaba de forma sosegada e irradiaba sabiduría y compasión.
«Estoy segura de que eres una buena madre para tus hijos pequeños
—venía a decir la bondadosa monja—. Ahora debes hacer de madre
de ti misma, como haces para cada uno de tus adorados hijos.
Ofrécele consuelo cuando esté asustada, palabras de aliento, comida
sana y reposo. Posees las habilidades necesarias, debes utilizarlas
también contigo misma.» La mujer nunca había pensado en eso,
pero comprendió que podía ayudarla. Fue una escena conmovedora,
y la mujer lloró a mares y confesó que había sido una madre dura y
criticona consigo misma (como su madre), pero que le agradaba la
idea de procurar ser una madre amable y afectuosa consigo misma,
como lo era con sus hijos.
No creo que sea imprescindible que tengas hijos para desarrollar
esas habilidades y cualidades. Piensa en los niños pequeños por los
que sientes cariño (parientes o ahijados), y en cómo te comportas
con ellos, lo que les dices cuando están disgustados o asustados. El
cariño y la atención que ofreces a tus mascotas también es un buen
modelo. Básicamente, se trata de procurar ser contigo misma la
madre amable y afectuosa que deseas encontrar en otras personas.
Afirmaciones
Una de las propuestas más interesantes de Cheryl es que debemos
potenciar nuestra autoestima diciéndonos todos los días,
literalmente, que nos queremos. Mírate en el espejo cada mañana y
di: «Te quiero, (tu nombre)». ¡No te rías! Cuesta incluso leerlo, y no
digamos ya ponerlo en práctica. Me temo que, por más que yo
comprendía la utilidad de esta técnica, abandonaba al primer intento
debido a mi poderoso mecanismo de defensa. Sin embargo, una de
mis clientas intelectualmente más preparadas consiguió hacerlo. Me
dijo que fue una de las cosas más difíciles que había hecho en su vida
(y tiene licenciaturas obtenida en las mejores universidades), pero
que había sido increíblemente transformador. Había pasado una
mala época en numerosos frentes: un divorcio, una familia
profundamente disfuncional que no le apoyaba en nada, estrés en el
trabajo y la enfermedad y muerte de un pariente al que quería
mucho. Había llegado al límite de sus fuerzas. Me dijo: «Alguien me
comentó el otro día que se me veía feliz, y me di cuenta de que esa
mañana, por primera vez en un año y medio, me había despertado
sintiéndome feliz». Por supuesto, asistía a sesiones de terapia y había
realizado otros cambios en su vida y sus relaciones, pero estaba
convencida de que el hecho de decirse «te quiero, Rebecca» cada
mañana y cada noche frente al espejo había sido clave para propiciar
su bienestar.
La afirmación «te quiero» es quizá la más difícil con la que me he
topado, pero puedes crear cualquier otra afirmación y utilizarla
cuando trates de realizar cambios. En unos cursos de psicología que
impartí en la prisión de Holloway estas afirmaciones resultaron
sorprendentemente populares y eficaces. Una de las que más me
gustan, y que empleaba con mis grupos, era «estoy rompiendo viejos
patrones y avanzando». A las mujeres les encantaba porque era
positiva y edificante, y al mismo tiempo resultaba muy real para la
mayoría de ellas.
La única pauta para formular este tipo de afirmaciones es que
empieces por «yo», seguido por algo positivo y pronunciado en
tiempo presente. Así, puedes decir «yo estoy aprendiendo a ser
amable y afectuosa conmigo misma» o «yo estoy aprendiendo a
responder no a las peticiones que socavan mis energías» o
simplemente «yo soy una buena persona». También conviene
pronunciar la afirmación en voz alta o mentalmente; para conseguir
el máximo efecto, pronúnciala mirándote en el espejo, y con tanta
frecuencia como sea posible.
El Diario de Tres Cosas Buenas al Día
He mencionado ya que, cuando somos adultos, a muchos de
nosotros nos cuesta pensar en cosas positivas sobre nosotros
mismos. Ser duros con nosotros mismos y criticarnos se ha
convertido en un hábito codificado en los circuitos neuronales de
nuestro cerebro. Es la configuración por defecto en nuestro
ordenador personal del diálogo interno. Mantener un Diario de Tres
Cosas Buenas al Día (o anotarlas en tu móvil) te ayudará a desarrollar
unos hábitos de pensamiento más benevolentes y útiles. Es
importante que empieces a prestar atención a las cualidades que
tienes y te elogies y felicites por ellas. Forma parte de tu redención;
debes empezar por hacerlo contigo mismo.
Esta teoría proviene del movimiento de Psicología Positiva
creado en los años noventa por Martin Seligman, entre otros, y su
propósito es que nos centremos en prestar atención y potenciar
nuestros puntos fuertes y nuestra resiliencia, en lugar de centrarnos
en nuestras debilidades y defectos. El movimiento acumuló un gran
número de pruebas basadas en la investigación que indicaban que
cambiar el foco y centrarnos en lo positivo puede propiciar
importantes mejoras en nuestra salud mental. Al obligarnos a escribir
estos pensamientos positivos en nuestro Diario de Tres Cosas Buenas
al Día, podemos crear nuevos circuitos neuronales en nuestro
cerebro. La idea es que al cabo de un par de semanas de tomar nota
de al menos una buena cosa que hayas hecho cada día (no importa
que al principio no sean tres), podrás tener pensamientos nuevos y
útiles sobre ti mismo sin tener que anotarlos.
A buena parte de mis clientes les cuesta llevar a la práctica esta
técnica, pero los que perseveran me aseguran que tiene un efecto
muy potente sobre su sentido de la propia valía y su autoestima. No
es tan difícil como parece cuando comprendes que puedes incluir
todo tipo de acciones y tareas a las que no solías dar importancia
(«cualquiera podría haber hecho eso») o que sueles dar por
descontado («de todos modos tenía que preparar la cena»). Es a lo
ordinario, no a lo extraordinario, a lo que se debe prestar atención.
Al consignar un «evento» en tu diario, escribe las cualidades
personales que demuestra que tienes. Por ejemplo: «He comprado
unos narcisos para decorar mi mesa. Soy creativa, considerada,
amable». Puede ayudarte a ello imaginar cómo describirías con
generosidad a una buena amiga que hubiera realizado la misma
acción. Mantén este diario en secreto para derrotar al posible coro de
voces críticas que traten de despachar todo pensamiento positivo
que tengas sobre ti misma tachándolo de trivial, ridículo, prepotente,
jactancioso, etcétera. También puedes utilizar las ideas que he
expuesto en el capítulo anterior para plantar cara a tus voces críticas
cuando aparezcan (ver aquí).
A continuación reproduzco algunas entradas de un Diario de
Tres Cosas Buenas al Día que varios clientes han tenido la
generosidad de compartir conmigo para que te sirvan de inspiración:
• Fui a trabajar aunque estaba indispuesta. Soy una persona
responsable y concienzuda.
• Traté de ayudar a mi padre cuando llamó por teléfono para
contarme sus problemas. Soy solidaria, amable, sincera y me
gusta ayudar.
• Me esforcé en un deporte cuando lo fácil hubiera sido limitarme
a participar en él. Soy una persona decidida y estimulada.
• Redacté mi programa de estudios. Soy organizada y deseo
alcanzar mis objetivos.
• Canté en una función. Soy una persona segura de mí misma,
agradecida y comprometida.
• Quedé con mi exnovio. Me mostré compasiva y dispuesta a
perdonar. Le escuché sin juzgarlo cuando me habló sobre su
relación con quien era mi mejor amiga.
• Hoy me hicieron una entrevista en el lenguaje de signos para un
trabajo que me inspira temor. Me siento orgullosa de haber
conservado la calma y de haberlo hecho. Soy valiente.
• Una vecina a quien no conocía vino a pedirme que le examinara
la garganta. Le daba vergüenza, de modo que procuré que se
sintiera cómoda y la tranquilicé diciéndole que no tenía nada
grave. Las personas extrañas me ponen nerviosa, pero me mostré
amable con ella y procuré ayudarla.
• Pedí entrevistarme con la encargada de mi sección. Le dije que
mi carga de trabajo era excesiva y le pregunté qué podíamos
hacer para resolverlo. Se mostró muy amable y dijo que ignoraba
que yo tuviera ese problema. Me comporté con valentía y
sinceridad. Me atreví a pedir ayuda.
• Preparé una nueva receta que copié del libro Jamie. A los niños
no les gustó, pero no perdí la calma. Me gusta probar cosas
nuevas y me decanto por la vida y la salud.
• Estuve viendo un programa de televisión con mi hija; nos
acurrucamos en el sofá y nos reímos juntos. Soy un buen padre y
saco tiempo para dedicarlo a mi familia.
• En el último momento, decidí no acudir al acto social que había
organizado F porque estaba demasiado cansada. Fue una
decisión acertada. Quiero cuidar de mí misma y siempre puedo
ir a la próxima fiesta. Es genial despertarse sin resaca.
• No compré un top de diseño en las rebajas porque me
incomodaba la presencia de una amiga. Hoy he llamado a la
tienda y lo he encargado por teléfono. Actué rápidamente para
corregir un error. Soy una persona dinámica, con iniciativa y
vencí mi sentimiento de que yo no lo valía.
• Contribuí a apaciguar una disputa entre T y J. Resuelvo
problemas con creatividad y soy una buena madre.
• Ayudé a una amiga a analizar las posibles opciones para alquilar
un piso. Sé escuchar, me preocupo por mis amigos y procuro
ayudarles, soy perspicaz, amable, objetiva, capaz de ofrecer
soluciones e ideas novedosas.
• Compré a mi prima un Diario de Tres Cosas Buenas al Día y
escribí las tres primeras entradas referentes a las cualidades que
he observado en ella. Soy cariñosa, solidaria, generosa, positiva,
deseosa de ayudarla a reparar en sus excelentes cualidades.
• Consolé a mi ahijada de cuatro años haciéndola saltar sobre mis
rodillas. Soy divertida, me llevo bien con los niños, soy
desinhibida, considerada, amable ¡y un poco infantil!
Califica tu jornada
Una de las ideas que me encantaron de un curso de meditación de
mindfulness al que asistí hace unos años fue un ejercicio
denominado «Califica tu jornada». Desde entonces se lo he enseñado
a muchos clientes, que lo encontraron sencillo pero muy eficaz. El
ejercicio consiste en lo siguiente:
• Haz una lista de las tareas y actividades de tu jornada y califícalas
como estresante, dominada (cuando te sientes competente) o
placentera, escribiendo la letra E, D o P junto a cada una de ellas.
• A continuación, piensa en cómo puedes modificar algunos
detalles que hacen que te sientas estresada para que sean
actividades placenteras o que domines.
SÉ TU PROPIA ANIMADORA
Consiste en resumir tus Puntos Fuertes Fiables en una simple y
alentadora máxima, apropiada para la ocasión. ¿Qué frase o eslogan
puedes decirte antes de tomar esa difícil decisión, de enfrentarte a esa
persona difícil o de hallarte en una situación compleja que requiere
una mayor asertividad por tu parte?
Uno de los participantes en mi taller propuso estas palabras para
que te las digas cuando te enfrentes a un joven proveedor de servicios
de Internet un poco borde: «¡Ánimo, tú puedes! ¡Podrías ser su
madre! Todo irá bien». Otros evocaron a la persona que les apoyaba
(como la abuela de Kirsty en el ejercicio de «Desempoderar a tus
voces críticas» ver aquí), con frases como: «¡Eres genial! ¡A por
ello!» Te será muy útil recordar la Declaración Personal de Derechos
que examinamos en el capítulo 5. Decirte algo como «tengo derecho
a anteponer mis necesidades y deseos» o «tengo derecho a decir no»
puede resultar muy empoderador en un momento crítico.
LENGUAJE CORPORAL
Los estudios de investigación han demostrado reiteradamente que
obtenemos más información unos de otros a través de la
comunicación no verbal —o lenguaje corporal— que a través de
otros medios. Uno de los pioneros en el estudio del lenguaje
corporal, Albert Mehrabian, fijaba los porcentajes en
aproximadamente un cincuenta y cinco por ciento de lenguaje
corporal, un treinta y ocho por ciento de vocal (en particular el tono
de voz) y sólo un siete por ciento de las palabras pronunciadas.
De modo que cuando se te ocurra decir algo diferente a tu estilo
habitual de comunicación, lo cual te resulta muy difícil, puede serte
útil centrarte en los mensajes que tu rostro, tu cuerpo y tu voz
transmiten antes de empezar siquiera a pensar en las palabras que
debes utilizar.
Postura
Si te sostienes bien erguida y miras a tus interlocutores a los ojos, te
sentirás más segura y transmitirás confianza a los demás. Si tienes
que hacer una llamada telefónica difícil, prueba a hacerla de pie. Esto
hará que te sientas más fuerte, lo cual se reflejará en tu voz. Del
mismo modo, si tu jefe se acerca a tu mesa y te dice algo, ponte de
pie para hablarle mirándole a los ojos y no sentirte en desventaja por
estar él de pie y tu sentada.
En mis grupos de asertividad en Holloway, hacíamos un ejercicio
consistente en caminar por la habitación en una postura de
abatimiento, con la espalda encorvada y los ojos fijos en el suelo.
Cuando les pedía que se enderezaran y me miraran a los ojos, me
decían que sentían una gran diferencia en su cuerpo: se sentían
mejor, más fuertes y seguras de sí mismas cuando caminaban
simulando sentirse así. «Se trata de fingirlo hasta convencerte tú
misma y a los demás, ¿verdad, señorita?», me preguntó una de las
presas (sin el menor atisbo de ironía, teniendo en cuenta que había
sido condenada por fraude).
En las clases para padres a las que asistí cuando mis hijos eran
pequeños nos enseñaron una idea similar con respecto a la postura
para comunicar a los niños una serena autoridad: «Imaginad que sois
un imponente árbol, o una roca —nos decía la profesora—.
Sosteneos erguidos y firmes, arraigados en tierra». La imagen del
árbol me resultó muy útil, pues significa que estás arraigada en tierra,
pero no eres del todo inflexible.
Si has tomado alguna vez clases de arte dramático, lenguaje
corporal, baile, yoga o Pilates, probablemente te habrán enseñado a
tensar los músculos del estómago (tu centro), a enderezar la espalda e
imaginar que un hilo dorado tira de tu cabeza hacia arriba para
adoptar una postura correcta. Puedes volver a utilizar este método, o,
de nuevo, el que más te convenga.
Microseñales
Son lo que gente como los interrogadores de la policía y los
jugadores de póquer buscan para averiguar si un sospechoso o un
contrincante dice la verdad. Una pequeña alteración en el rostro, en
especial los ojos, indicando una discrepancia —o contradicción—,
les permite distinguir entre lo que dice una persona y lo que piensa
en realidad.
Cuando tengas que decir algo difícil, presta atención a los
mensajes que no concuerdan con lo que dices que tu rostro y tu
cuerpo envían. Procura mirar a tu interlocutor a los ojos, sin hacer
gestos nerviosos ni tocarte la boca ni las orejas. Respirar lenta y
profundamente, te ayudará a eliminar la tensión de tu rostro, ojos y
mandíbula.
COMUNICACIÓN VERBAL
Corta el rollo
Procura ser directa: corta el rollo y ve al grano. A menudo
confundimos hablar de forma clara y directa con ser groseros.
Vivimos en una cultura en que la comunicación indirecta suele ser la
norma; en particular en el caso de las mujeres, insinuando, haciendo
que los otros se sientan culpables y seduciendo a la gente para lograr
que hagan lo que deseamos sin pedirlo. Y quizá poniendo mala cara,
quejándonos o mostrándonos sarcásticas cuando no lo hacen.
Muchas veces lo último que hacemos es decir claramente lo que
queremos.
Yo solía hacerlo a menudo cuando tenía que decir o pedir algo
peliagudo, y Jocelyn Chaplin, mi inspiradora terapeuta, fue la
primera en decírmelo sin ambages (con calma y claridad). En cierta
ocasión, cuando trataba de cambiar la fecha de mi cita con ella, pasé
unos diez minutos contándole una larga y farragosa historia sobre la
proximidad de las fiestas de mitad de curso y que tenía que
acompañar a uno de mis hijos al aeropuerto porque iba a visitar a un
amigo en España y bla, bla, bla… Mantenía la vista baja mientras
hablaba, desviaba la mirada, evitaba mirarla a los ojos, alzaba de vez
en cuando los ojos para esbozar una tímida (e implorante) sonrisa.
Al terminar mi historia, ella me miró a los ojos y dijo: «Jacqui, no sé
qué me estás pidiendo». Creo que la miré perpleja y un poco dolida,
y ella se apresuró a añadir con tono afable: «¿Qué quieres pedirme?
¿Puedes decirlo claramente?» Yo me detuve a pensar. (Ésta es una de
las grandes ventajas de la terapia; es un espacio seguro donde puedes
practicar otras formas de hacer las cosas, en particular cómo actuar y
comunicarte con otro ser humano). Comprendí que no me atrevía a
pedírselo directamente; supongo que el riesgo residía en que se
enfadara conmigo por pedirle lo que quería. Pero respiré hondo
varias veces, ensayé en mi cabeza lo que quería pedirle —con una
frase clara y concisa— y por fin dije: «Jocelyn, ¿podríamos trasladar
la cita de la semana que viene a una hora más tarde, por ejemplo a la
una?» Recuerdo que ella respondió que no, que eso era imposible,
pero que podía cancelar la cita si quería.
A continuación hablamos sobre el efecto en la otra persona
cuando nos ofuscamos y adornamos nuestra demanda o negativa con
datos irrelevantes y palabras superfluas. (Piensa en cómo te sientes
cuando alguien nos endilga una farragosa explicación para pedirnos
o negarnos algo.) Nos sentimos confundidos y desconcertados. A
menudo, al final, no sabemos exactamente qué nos piden o nos
dicen, y a veces perdemos el hilo del asunto, nos aburrimos y nos
ponemos a pensar en lo que ponen esta noche en televisión.
El tono
Esto es muy importante porque transmite numerosos signos de
metacomunicación que van más allá de las palabras que pronuncias.
Tomemos este ejemplo: tienes que decir a tu
madre/amiga/hermana/esposa que no podrás asistir a una
importante celebración. Si dices «tengo que hablar contigo sobre la
cena de cumpleaños de Joe…» en tono vacilante, implorante,
indeciso o apaciguador, abres de inmediato el camino para que tu
interlocutor te persuada, trate de hacer que te sientas culpable,
avergonzada/avergonzado o manipulada/manipulado para que
cambies de opinión. Ahora trata de decirlo con convencimiento y
seguridad en un tono claro, firme y sosegado. ¿No te sentirías tú más
proclive a aceptar lo que te están diciendo? Añade las pautas de «El
No Gentil» (véase más adelante) y lo más probable es que, con
suerte, ambos sintáis que habéis conseguido lo que queríais de forma
creativa y eficaz: de lo contrario, habrás dicho lo que tenías que decir
sin sentirte demasiado culpable.
Como en todas las estrategias de comunicación, cuanto más
practiquemos, mejor las haremos. De modo que procura ensayar de
antemano frente al espejo, o con una buena amiga o amigo por
teléfono.
El No Gentil
La mayoría de personas adorables tiene un gran problema con la idea
de decir no. Creo que se trata de una respuesta fóbica muy arraigada
que hace que temamos decir no, por lo que lo evitamos a toda costa,
de modo que nunca adquirimos la costumbre de decir no y en
consecuencia desarrollamos un temor al temor de decirlo.
Durante uno de mis talleres propuse a los participantes un
ejercicio consistente en caminar por la habitación y, cada vez que se
encontraban con alguien tenían que decir «no», sólo la palabra «no».
A medida que caminaban por la habitación se hizo evidente que
habían empezado a perder su reticencia y empezaban a disfrutar
diciendo no, al tiempo que se producía un aumento de energía en la
habitación.
Puedes probarlo sin necesidad de acudir a un taller. Ve a un lugar
privado y colócate frente a un espejo. Mírate con calma a los ojos y di
no. Pruébalo empleando distintos tonos de voz para divertirte.
Comprobarás que resulta más eficaz cuando no sonríes. Esto
empezará a romper tu tabú.
Ahora llevemos esta idea un poco más lejos y examinemos los
componentes de un «no» adecuado. Yo lo llamo «el No Gentil»,
porque pienso que la gentileza es una cualidad a la que muchos
aspiramos. Recuerdo con claridad la primera vez que observé a
alguien hacer este ejercicio, que tuvo un efecto duradero y liberador
sobre mí. Había ido a visitar a un amigo que se encargaba de
organizar el acceso de los medios de comunicación a una importante
prueba deportiva. Mientras me mostraba los estudios y las
posiciones de las cámaras, recibió una llamada en su móvil. «Muchas
gracias por pensar en nosotros —le oí decir con tono sincero—, pero
esta vez debemos rechazar vuestra propuesta. Suerte con la historia.»
«¿Quién era?», le pregunté. «El periódico The Sun —respondió mi
amigo—. Querían venir a hacer unas fotos del estadio con unas
chicas ligeras de ropa para la página tres.» Mi amigo no deseaba que
la gente asociara ese acontecimiento con chicas en topless», pero se
había negado con gentileza. «Estuviste muy cortés» —dije con tono
socarrón. «Los modales no cuestan nada —contestó él—. Y nunca
sabes cuando puedes necesitar un favor.»
He aquí algunos ejemplos de cómo puedes hacer que funcione el
No Gentil:
• Da las gracias a la persona por proponértelo (o «pensar en
ti», como dijo mi amigo). Ni más, ni menos. Si estás al teléfono,
respira hondo y di esta frase en primer lugar. Si estás con la
persona en cuestión, ten calma, mírala a los ojos, sin nervios.
• Expresa tu negativa con educación pero firmeza. Hazlo con
brevedad. Los puristas dirían «No te disculpes nunca, no des
explicaciones», pero creo que disculparse forma parte de una
respuesta gentil, de modo que es importante. Si quieres, puedes
copiar la frase de mi amigo, que es muy buena: «Esta vez
debemos rechazar vuestra propuesta». Si te sirve de ayuda,
puedes ganar tiempo absteniéndote de tomar una decisión al
instante, diciendo que tienes que consultarlo con tu agenda/tu
familia o contigo misma (por ejemplo: «Aún no lo sé; tengo que
comprobar qué voy a hacer este fin de semana/verano, etcétera»).
Si haces esto, conviene que digas a la otra persona que la llamarás
para comunicarle tu decisión y cumplas tu palabra.
• Procura terminar con una nota positiva y de buen rollo. Si
te habían pedido algún tipo de colaboración, puedes sugerir otra
persona que quizá pueda ayudarles. «Este año no puedo
encargarme del puesto de los pasteles, pero a Betty Smith quizá le
interese hacerlo.» No propongas a nadie a menos que creas en la
posibilidad de que esa persona acceda, de lo contrario te crearás
más problemas (cuando Betty Smith te llame furiosa). O puedes
sugerir otra posibilidad diciendo «me encantaría reunirme
contigo dentro de unos meses, cuando esté menos liada». De
nuevo, no lo digas si no es verdad, de lo contrario te crearás más
quebraderos de cabeza. Si realmente no existen otras opciones
(otras personas, otras fechas, etcétera), como puede ser el caso,
piensa en lo que dijo mi amigo y deséales suerte con el proyecto
o di algo agradable como: «Que te vaya muy bien con el evento».
• ¡Sé breve para no arriesgarte a que acaben convenciéndote!
Esto es tan importante que lo he escrito en cursiva y con signos
de admiración. Ya sea en persona o por teléfono, termina la
conversación con rapidez y educación antes de que tu
interlocutor advierta que te sientes culpable e incómoda y trate
de hacerte cambiar de parecer por medio de la razón o la
manipulación.
RESUMEN
En este capítulo he descrito algunas herramientas que pueden
ayudarte a comunicar mensajes que te resultan difíciles (por ejemplo
decir no, protestar, fijar límites) con más claridad y seguridad.
• Presta atención a lo que dice tu cuerpo; mantente erguida y
firme. Observa tu tono y recuerda que debes permanecer seria si
quieres que tu mensaje sea tomado en serio (esto no te convierte
en una persona antipática).
• A ser posible, planifica de antemano lo que vas a decir. Procura
que tu mensaje sea claro y conciso; elimina lo superfluo.
• Recuerda «el No Gentil», la técnica del «Disco Rayado» y el
«Sándwich de Feedback».
• Pregúntate qué modelo quieres imitar para reforzar tu
asertividad.
8
¿QUÉ ES UN EXPERIMENTO
CONDUCTUAL?
Los experimentos conductuales constituyen un vehículo de una
increíble potencia para realizar cambios. La idea se originó en la
década de los cincuenta con el movimiento de Psicología
Conductual. He mencionado ya los perros de Pavlov y la idea de una
respuesta condicionada (por la cual los perros aprendían a asociar el
que les dieran de comer con el sonido de una campana, hasta que, al
poco tiempo, el simple sonido de una campana hacía que empezaran
a salivar y a babear aunque la comida no apareciese).
Los humanos no somos distintos. Si tuviste una experiencia
angustiosa en la infancia, eso hace que tus respuestas estén
condicionadas y sientas temor por el mero hecho de asociar algo con
el traumático acontecimiento. De niña me aterrorizaban las arañas,
que me encontraba en abundancia durante nuestras vacaciones
estivales, cuando nos íbamos de camping; sobre todo las veía en los
inodoros de hormigón. En consecuencia, la mera idea de un lavabo
de hormigón de un camping o una bovedilla de hormigón me
produce angustia.
Como he contado en el capítulo 2, el comportamiento de las
personas adorables está regida de forma desproporcionada por el
temor a la ira y la desaprobación. Para evitar estos desagradables
sentimientos en nosotros, tratamos de escapar o impedir que se
produzcan situaciones que puedan provocarlos, como una
confrontación, decir no, negarnos a dar lo que nos piden, etcétera. A
menudo al mismo tiempo potenciamos las conductas que hacen que
nos sintamos seguros, procurando que la gente nos aprecie,
eliminando tensiones y conflictos, mostrándonos de acuerdo con los
demás, etcétera. Pero lo que ocurre es que la predicción del temido
resultado adquiere unas dimensiones desproporcionadas con
respecto a la probabilidad de que efectivamente ocurra, y, lo que es
más importante, con respecto al cálculo de nuestra capacidad de
afrontar el temido resultado, aunque se produzca.
La idea de un experimento conductual, por tanto, consiste en
poner a prueba tus anticuadas hipótesis de forma segura, planificada
y controlada. Por ejemplo, «si digo no a esta persona, se enfadará
conmigo/me cogerá manía y yo no soportaré su ira/desaprobación».
Cuando pones a prueba esta predicción, armada con las flamantes
herramientas y habilidades que hemos examinado en el último
capítulo, estoy segura de que te asombrará comprobar que, aunque
ocurra, eres capaz de sobrevivir al resultado negativo que habías
pronosticado.
A veces nos sentimos atrapados por nuestro miedo al temor y la
única forma de escapar es ver con claridad esas angustiosas
predicciones —a menudo el punto de vista de un niño—, y tener
luego el valor de ponerlas a prueba, empezando por la más
insignificante y menos arriesgada. Así pues, en línea con la teoría de
la Terapia Cognitivo Conductual: modifica tu conducta y podrás
modificar tus pensamientos y sentimientos. Según mi experiencia, es
el método más eficaz de abordar el proceso de cambio, aunque rara
vez nos parece el más sencillo.
Posteriormente:
• Resultado.
• ¿Cuál es tu Factor Miedo ahora?
• ¿Qué has aprendido de este experimento?
… y Liz también
En el capítulo 3 me referí ya a Liz, la amiga adorable que había
recorrido centenares de kilómetros para asistir a una sesión de
terapia de dos horas que fue «como visitar un spa» porque no estaba
habituada a hacer cosas para ella misma. Esa tarde se marchó con el
firme propósito de marcarse unos experimentos conductuales,
concretamente dirigidos a «decepcionar a los demás y cuidar más de
mí».
El primero lo llevaría a cabo esa misma noche, cuando le dijera a
una amiga que no asistiría al recital de poesía que había organizado
porque deseaba disfrutar con un relajante baño de espuma y cenar
con los niños. A Liz le parecía agobiante pero no imposible, y yo la
animé a acceder a su lado valiente, que era evidente que había
aflorado en numerosas situaciones pasadas y presentes. Al cabo de un
mes me envió un correo electrónico: «Es como si después de mi
primea sesión de terapia alguien hubiera encendido la luz —escribió
—. Me resultó muy útil explorar de dónde provenía mi temor a que
alguien se enfadara conmigo. Al recordar lo mal que reaccionó mi
padre cuando, siendo yo una adolescente, impuse mi criterio frente
al suyo, comprendí por qué hoy en día sigo esforzándome en
complacer a los demás».
Al realizar su primer experimento conductual, Liz me dijo que se
sintió fatal por ello, pero había enviado un mensaje de texto a su
amiga diciendo que lo sentía pero no podía asistir a su recital de
poesía y que ésta lo había comprendido. «Lo curioso es que mi
amiga, con la que puse a prueba mi primera cancelación, me dijo que
le parecía increíble que temiera decepcionarla porque me
consideraba una buena amiga y jamás pensaría mal de mí. Estaba
convencida de que si había rechazado su invitación debía ser por un
buen motivo, no por un capricho. Ambas nos reímos al comentar el
incidente, que estaba muy lejos de mi temida predicción de que mi
amiga se enfureciera y no quisiera volver a verme.»
Liz empezó a experimentar tratando de anteponer sus necesidades
a las de los demás, pero me contó también que en el trabajo había
tratado de modo distinto a una mujer que solía atosigarla. “Yo me
limitaba a asistir a las reuniones sin despegar los labios, tratando de
pasar inadvertida —me explicó—. Pero esta vez llegué temprano y
estuve muy amable con ella. La mujer se mostró un poco
sorprendida, pero respondió de forma positiva. Durante la reunión
sólo hablé cuando tenía algo que decir. Me sentí muy empoderada y
satisfecha de comportarme tal como soy. Durante todo el rato me
repetí: «¿Qué es lo peor que puede suceder?» y «no importa que no
le caiga bien a esa mujer; no es preciso que simpatice conmigo, sólo
necesito hallar la forma de trabajar con ella».
En el capítulo 9 sabrás cómo consiguió Liz reducir sus
compromisos sociales y disponer de más tiempo para dedicarlo a lo
que realmente era importante para ella.
LLUVIA DE IDEAS CREATIVAS SIN
JUZGARLAS
Liz trató de hacer algo distinto, lo cual le resultó sorprendentemente
eficaz. Pero a veces no se nos ocurren otras formas de hacer las cosas
porque nuestros patrones habituales de pensamiento y conducta nos
tienen atrapados.
La lluvia de ideas sin juzgarlas es una técnica que te ayudará a
liberar tu pensamiento y hará que se te ocurran nuevas ideas. Escribe
un problema en la parte superior de un papel. Luego, escribe debajo
lo que te ocurra sobre cómo resolver ese problema. Da rienda suelta a
tu creatividad y anota cada idea absteniéndote de juzgarla. Esto es
importante porque permite que unas ideas en las que no habías
pensado y unas soluciones potenciales esquiven las voces críticas,
siempre vigilantes (véase el capítulo 5). Por ejemplo, si aplicaras esto
en el caso de un niño que tuviera un problema con su profesor y se te
ocurrieran ideas como «envíalo a la luna en un cohete» o «haz que lo
secuestren unos piratas», anotaríais esas ideas con calma, las
examinaríais juntos y decidiríais qué opciones merecía la pena
probar. Puedes puntuar también las ideas de uno a diez, si eso te
ayuda a verlas con claridad.
Así es como la técnica de la lluvia de ideas creativas ayudó a Ella,
a quien conocimos en el capítulo 2.
RESUMEN
Ya tienes algunas ideas sobre cómo diseñar y estructurar tus
experimentos para plantar cara a los angustiosos pensamientos que te
tienen atrapada en una forma perjudicial de hacer (o no hacer) las
cosas:
Experimentos Conductuales
Avanzados:
atrévete a decepcionar
C ada vez que menciono esta idea a una persona, me mira con
ojos como platos, estupefacta y un poco preocupada; luego sonríe. Es
una sonrisa de alivio que viene a decir «debe de ser una broma,
porque es absurdo». Sin embargo es algo más que el germen de una
idea importante: el mero hecho de pensar en ella es genial y
contribuye a proporcionarnos más opciones.
¿Por qué aterroriza a las personas adorables? ¿Qué Regla Rígida
Personal sustenta esta negativa a probarla? JAMÁS DEBO DECEPCIONAR
A NADIE, DE LO CONTRARIO… ¿De lo contrario, qué? ¿Qué temor nos
mantiene atrapados en esta forma de vivir tan estresante y agotadora?
Eso significa que debemos apoyar siempre a nuestros amigos
asistiendo a sus cumpleaños, cenas, fiestas, reuniones, recitales de
poesía, exposiciones de arte, actos para recaudar fondos, funciones
infantiles, cumpleaños de los niños, funerales de los padres… Puedes
añadir lo que se te ocurra, la lista es interminable. Y no sólo
acudimos a los eventos organizador por nuestros amigos íntimos
pese a estar enfermos, ocupados o agotados; eso sería (en términos
generales) bastante razonable. No, uno de los pequeños secretos de
las personas adorables es que, debido a nuestra incapacidad para
decir no y a que siempre nos esforzamos en charlar con amigos
excéntricos, aliviar tensiones, reírnos de las anécdotas y bromas de
parientes que se creen muy ocurrentes o divertir al personal con
nuestras anécdotas, solemos asistir también a fiestas y eventos
organizados por personas con las que no nos une una estrecha
amistad, que a veces —dilo bajito— no nos caen demasiado bien,
nos intimidan un poco o nos compadecemos de ellas (o las tres cosas
a la vez). ¿Asientes con la cabeza? Lo suponía. Pero has de saber que,
aunque te parezca mentira, algunas personas, cuando las invitan al
cumpleaños de la recepcionista temporal, se limitan a decir: «Lo
siento, me encantaría, pero no puedo ir» con una sonrisa amable y
sin el menor sentimiento de culpa.
¿Cómo lo consiguen? Tú también puedes conseguirlo. Tendrás
que volver al capítulo 7 para adquirir algunas habilidades prácticas
que necesitas para la tarea que te aguarda, pero de entrada conviene
examinar los patrones de pensamiento que hacen que la idea de
decepcionar a los demás te aterrorice.
EMPATIZAR EN EXCESO
Existen muchas razones por las que somos incapaces de decir no a las
demandas y exigencias de los demás. Como hemos comentado en el
capítulo 2, son sobre todo versiones de la Evitación de la Ira y la
Adicción a la Aprobación; el temor al conflicto y el deseo de
mantener la paz a toda costa, el temor a la ira (la tuya y la de los
demás) y el deseo de sentirnos bien con nosotros mismos y que los
demás nos estimen.
Interviene también un componente de empatía: no queremos
decepcionar a los demás porque sabemos lo que significa sentirse
decepcionado. Por tanto, experimentamos una tremenda
culpabilidad por ser responsables de que alguien se sienta dolido.
Para evitar sentirnos culpables, a menudo decimos sí cuando en
realidad queremos decir no. Pero ¿sabemos realmente lo que sienten
otros en una determinada situación? Creemos saberlo, pero en
realidad no podemos saberlo. Sólo podemos suponerlo y hacer
conjeturas, que a menudo se basan en pensar cómo reaccionaríamos
nosotros en esa determinada situación, un concepto que los
psicoterapeutas denominan «proyección» (como proyectar nuestra
película en la pantalla de otra persona). Sin embargo, este concepto
no resulta muy preciso como indicador, porque en nuestra película
hay un montón de nuestra historia, experiencias, temores y dolor.
Así, por ejemplo, tener que despedir a alguien es una cosa que a
mí me disgustaría mucho, porque creo que es lo peor que puede
ocurrirle a alguien. Imaginaría a esas personas sentadas junto a un
cartel que dice «casa en venta», rodeadas de niños vestidos son ropas
harapientas y sosteniendo un platillo para limosnas. Por el contrario,
mi amiga la ejecutiva pensaría que les ofrecía la oportunidad de
realizar su sueño dorado de navegar alrededor del mundo o reciclarse
como artistas circenses. Ella lo vería como una oportunidad; yo lo
vería como una tragedia. ¿Quién de las dos estaría en lo cierto?
Probablemente ninguna, porque cada persona reacciona de forma
singular a un acontecimiento. Por tanto debemos poner en cuestión
lo que imaginamos acerca de la reacción que tendrá la persona a la
que le digamos no o cancelemos un compromiso con ella. ¿Qué
ocurre cuando unos amigos cancelan un compromiso que tenían con
nosotros? A menudo nos sentimos aliviados, por mucho que les
estimemos, porque ese día nos apetecía acostarnos temprano. Así
pues, ¿no podrían sentirse ellos también aliviados? Evita suponer que
conoces su reacción emocional. En última instancia, no eres
responsable de su reacción; sólo puedes ser responsable de la tuya.
Esto no significa que te conviertas en un psicópata amoral que no
siente la menor empatía hacia el prójimo. Haz un experimento
dirigido a reducir un poco tu empatía, y comprueba el resultado. Es
lo único que te sugiero.
OVERBOOKING
Sin embargo, paradójicamente, a menudo las personas adorables
fallamos a la gente porque en nuestra agenda hay overbooking,
precisamente porque somos incapaces de decir no en el momento
adecuado. Para no fallar a nadie, evitamos dar una negativa por
respuesta, por lo que a veces (o a menudo) tenemos la sensación de
estar desbordadas.
¿Te ocurre esto a ti? ¿Escribes en tu agenda entradas referentes a la
tarde del viernes, con diversos bolígrafos, semejantes a estas?:
Ayudar a servir la merienda en el colegio. Pasarme por
casa de X, que da un brindis de despedida. Preparar la
cena para la familia. Quedar con Y para ir al cine.
Procurar ir a la fiesta de cumpleaños de Z para felicitarla.
Jueves. Esta noche había quedado con Babs, una amiga en cuya
presencia siempre me siento intimidada, que ha venido por un
asunto de trabajo. A medida que transcurría el día, comprendí
que estaba hecha polvo y tenía que acostarme temprano porque
he trasnochado y bebido demasiado en un evento del trabajo, y
Max me despierta a las seis. Antes, ni se me habría ocurrido
anular un compromiso. Habría hecho algo para reanimarme,
como comer chocolate o darme una ducha antes de salir. Y, una
vez allí, no habría mencionado siquiera que estaba cansada, sino
que habría procurado mostrarme alegre y animada, o lo que
exigiese la ocasión.
Como es la semana dedicada a «decepcionar a alguien todos
los días», decidí coger el toro por los cuernos y aprovechar la
ocasión para hacer algo distinto. Mi Factor Miedo estaba por las
nubes, porque mi amiga es una persona que, tiempo atrás, nunca
vacilaba a la hora de expresar sin ambages su decepción. Es
experta en sumirse en un airado mutismo que hace que se dispare
mi sensible Barómetro del Resentimiento. Estaba tan aterrorizada
que no la llamé hasta las cinco de la tarde. Respiré hondo varias
veces y ensayé lo que iba a decirle. Sentía una opresión en el
estómago y la mano me temblaba. Sorprendentemente, me
contestó el buzón de voz. ¡Qué alivio! Dejé el mensaje. No mentí
y no inventé una excusa. Le dije que estaba demasiado cansada y
quería acostarme temprano. También le dije que esperaba que no
se sintiera decepcionada, pues sabía que había quedado en verse
con otras amigas. Esperé a que ella me llamara, presa del pánico.
No podía centrarme en el cuento que les leí a los niños antes de
acostarlos. Envié a mi amiga un mensaje de texto por si no había
recibido mi recado en el buzón de voz. Por fin, me llamó y…
¡estuvo encantadora! Dijo que no me preocupara, que me
acostara temprano y ya nos veríamos otro día. ¡Fue increíble! ¡Mi
experimento más valiente hasta la fecha! Es increíble que no lo
intentara antes. Esto me ha animado a hacer más experimentos.
Viernes. Respondí con un «No Gentil» a un agente inmobiliario
que se mostró bastante frío, pero luego le envié un correo
electrónico. Mi error fue que, para no ofenderle, había
demostrado demasiado entusiasmo por un piso. Una idiotez;
Paul no se anda con remilgos en estas ocasiones. ¿Qué me
importa no caerle bien al agente inmobiliario? Creo que en el
fondo quiero ser una de sus favoritas…
EL PROGRESO DE LIZ
Liz, la amiga adorable que conociste en el capítulo 3, llevaba más de
un año experimentando con decepcionar a los demás cuando me
puse en contacto con ella para averiguar qué tal le iba. Me envió un
correo electrónico que decía así:
OFRÉCETE MENOS:
QUÉDATE CRUZADA DE BRAZOS
¿Puedes intentar quedarte cruzada de brazos y no ofrecerte como
voluntaria cuando es preciso echar una mano (y a veces cuando ni
siquiera lo es)? ¿Cuántas Reglas Rígidas Personales romperás si
cuando crees que es necesario que te ofrezcas no lo haces? Puesto que
los demás siempre tendrán necesidades, la demanda es inagotable.
Pero ¿dónde encajan tus necesidades en esta creencia?
Hace poco yo misma me vi en esta situación. Esperaba el autobús
de la línea 46 cuando se produjo un pequeño drama. Una mujer se
acercó corriendo, con gesto angustiado, y preguntó a quienes estaban
haciendo cola adónde se dirigía el autobús y si tardaría en llegar. Al
cabo de un minuto vi que ella y otra mujer que estaba en la cola se
situaban en el centro de la calzada, agitando la mano frenéticamente
para detener a un taxi. Mientras yo permanecía sentada en un banco
de madera detrás de la parada del autobús, tomándome un café en un
vaso de cartón y gozando de la calidez del sol (raro en esta época del
año) sobre mi pálida piel (véase «Califica tu jornada», ver aquí), sentí
que la tensión invadía mi cuerpo. Sentí la ansiedad de las dos
mujeres A y B mientras trataban de parar un taxi. El lenguaje
corporal de ambas era tenso y desesperado. Empecé a forjar una
historia sobre lo que veía: la mujer A tenía que llegar a un sitio con
urgencia, y la mujer B trataba, en vano, de ayudarla. Sentí que mis
circuitos neuronales típicos de una persona adorable empezaban a
iluminarse en mi cerebro, diciéndome, ¡Ayúdalas! ¡Haz Algo! Pero
en lugar de hacerlo respiré hondo varias veces y me pregunté: «¿Qué
puedes hacer tú que no estén haciendo ellas?»
Me concentré intensamente en las sensaciones físicas de aquí y
ahora —el sabor de mi café, la calidez del sol—, para tratar de
calmarme. Cuando levanté la mirada, la mujer A se había marchado,
probablemente después de encontrar un taxi u otra solución. Fuera
lo que fuere, no necesitaba mi ayuda.
No te involucres. Quédate cruzada de brazos.
La historia de Susie
Recordarás a Susie, del primer capítulo, que fue criada junto con sus
cinco hermanos por una madre viuda que tenía tres trabajos para
redondear los ingresos. La regla tácita de la familia era: no cuentes a
nadie tus cosas ni pidas ayuda a nadie; formamos una piña y nos las
arreglaremos solos. Susie había mantenido esta regla durante su vida
adulta, y aunque no tenía reparos en pedir a sus hijos que echaran
una mano (como habían hecho ella y sus hermanos), rara vez
confiaba sus problemas a nadie y jamás pedía ayuda a los demás, a
menos que pudiera recompensarles de alguna forma.
Durante varios meses, trabajamos sobre esto en mi consulta.
Susie, una mujer muy perspicaz, no tardó en darse cuenta del vínculo
existente entre el hecho de sentirse emocionalmente aislada porque
nadie lo sabía o la comprendía y el hecho de no compartir con nadie
sus sentimientos y pensamientos acerca de que le flaqueaban las
fuerzas pero trataba de arreglárselas ella sola. «¡Todos piensan que
soy una Superwoman omnipotente!», se quejó. «Pero ¿por qué
piensan eso? —le pregunté—. Sólo tú puedes atreverte a contarles la
verdad, que eres un ser humano con problemas como todo el
mundo.» Aun así, a Susie le parecía demasiado arriesgado y no se
atrevía a hacerlo. Sabía que era porque a la niña que llevaba dentro le
aterrorizaba romper las reglas familiares; en cierto aspecto, le parecía
encontrarse entre la vida y la muerte, pero era difícil persuadir a la
niña que llevaba en su interior para que permitiera que su yo adulto
se atreviera a dar el paso.
Animada y apoyada por nuestro trabajo durante las sesiones de
terapia, Susie empezó a exponerse a estos importantes riesgos.
Entabló amistad con otras dos madres y empezó a revelar aspectos de
su verdadera personalidad que hasta entonces había mantenido
ocultos. Asimismo, les pidió que le hicieran el favor de recoger en el
colegio a sus hijos un día a la semana, para poder así seguir un
cursillo de educación para adultos que era importante para su
necesidad de expresarse.
El progreso de Jessica
La ética familiar de Jessica, la colega adorable, consistía también en
valerse por sí misma y no pedir ayuda a los demás. Se sentía
vulnerable y ridícula cuando tenía que hacer alguna pregunta en el
trabajo, porque pensaba que debía conocer la respuesta o ser capaz
de arreglárselas ella sola. Pero mientras ascendía valerosamente por
su jerarquía de temor (véase capítulo 8), un día comprendió que
tenía que pedir a su jefe que la ayudara a fijar unos límites y a decir
no a los colegas que le exigían cosas que no eran razonables. No
podía hacerlo sola. He aquí otra entrada de su diario de terapia:
RESUMEN
En este capítulo hemos examinado otros experimentos destinados a
eliminar tus viejos patrones de pensamiento y conducta propios de la
persona adorable:
• Existe una diferencia entre fallar a alguien y decepcionarle. No
eres responsable de las emociones de los demás.
• No puedes adivinar la reacción de otras personas. Quizá se
sientan aliviadas de que anules una cita porque en realidad
querían acostarse temprano.
• Prepárate para la posibilidad de que la gente, mediante una serie
de complejas comunicaciones directas e indirectas, trate de
obligarte a caer de nuevo en la Trampa de la Amabilidad.
Procura mantenerte firme y centrada en los motivos que te
indujeron a cambiar.
• No te ofrezcas siempre para ayudar a los demás, quédate de
brazos cruzados y no te apresures a presentarte voluntaria.
• Experimenta con compartir tus vulnerabilidades con personas en
quienes confías y pídeles ayuda, tanto emocional como práctica.
10
ESTRATEGIAS DE EMERGENCIA
Muchas de nuestras interacciones más difíciles en la vida son
reactivas: son totalmente espontáneas e inesperadas y estamos
obligados a reaccionar en el acto frente a otras personas, y a veces a
sus poderosas emociones. Pero incluso cuando se dan circunstancias
imprevistas, podemos utilizar unas estrategias que nos ayuden a
resolver el problema.
Empezaré por algo sencillo, pero muy eficaz. El poder de nuestra
respiración para propiciar un cambio. Puede parecer un poco
simplista, pero he podido comprobar el poder transformador de la
respiración prestándole una atención plena, y quiero compartirlo
contigo. Aquí tienes un ejemplo que ilustra el proceso.
Hace poco estuve en Holanda para dirigir un taller de formación
para personas de diversas nacionalidades. Una de las delegadas
mostraba un aspecto adusto y malhumorado, como si le fastidiara
estar allí, como si prefiriera estar en otro lugar que en esa sala sin
ventanas en uno de los últimos días soleados del verano. Me miró
con cara de pocos amigos y me informó, con tono áspero y
desabrido, que tenía que sentarse en la primera fila porque estaba un
poco sorda y que tendría que levantar la voz para que pudiera oírme
(creo recordar que yo aún no había dicho una palabra).
Después de explicarles durante diez minutos el material que
íbamos a utilizar, me detuve para pedir al grupo que me
proporcionara algún feedback al respecto. Olga, la delegada difícil,
me espetó: «No he oído una palabra de lo que has dicho». «De
acuerdo —respondí, sintiendo que el temor hacía presa en mi
cuerpo, pero esbozando una sonrisa forzada (que dudo que se
reflejara en mis ojos)—. ¿Puede alguno de vosotros resumir para
Olga lo que acabamos de hacer?» Antes de que alguien pudiera
responder, Olga soltó: «No es necesario. Ya lo sé. Mi hobby es la
psicología. No hay nada que puedas enseñarme».
Ahora, al escribir esto, me río, pero en esos momentos sentí
deseos de romper a llorar y salir corriendo. O quizá propinarle un
bofetón. La reacción de lucha, huida, inmovilidad —la respuesta
fisiológica del cuerpo al advertir una amenaza (ver aquí)— es
instantánea. Sentía una opresión en el estómago debido a la ansiedad,
los músculos de mis hombros se crisparon y tenía la boca seca. El
detector de amenazas de mi cerebro, la amígdala cerebral, se había
disparado como la alarma de un coche que no puedes pasar por alto:
«¡NAA NAA NAA! ¡Sal de aquí! ¡Abandona de inmediato el
edificio! ¡No te detengas para recoger tu bloc! ¡Esto es una amenaza!
¡Puedes morir!» (Cuando estudiaba periodismo, me enseñaron que
no debía utilizar nunca signos de admiración, pero estoy convencida
de que la amígdala cerebral nos habla en un tono apremiante.)
EL TIGRE EN LA MENTE
Temor a la ira
Como vimos en el segundo capítulo, nuestro temor a la ira suele
remontarse a la infancia, cuando estábamos relativamente inermes
frente a la ira de las personas que nos rodeaba. De niños dependemos
de los adultos que cuidan de nosotros, y si su ira nos lastima o nos
asusta, apenas podemos hacer nada al respecto. De las respuestas a
una amenaza que hemos examinado, cuando eres un niño que
depende de personas adultas la de lucha o huida no es una solución a
largo plazo, y probablemente la de inmovilidad es la defensa menos
eficaz. El carácter imprevisible de un arrebato de ira significa que la
«solución» del niño a menudo consiste en tratar de controlar lo
único que puede controlar —su propia conducta— con el fin de no
«provocar» a la persona imprevisible. Así suele iniciarse el patrón de
los niños adorables que se convierten en adultos adorables,
hipersensibles al menor signo de un arrebato de ira en los demás y
expertos en controlar —o reprimir— la suya.
Conviene recordar que en muchos casos tu respuesta al temor es
la misma que cuando eras una niña de corta edad e impotente, y que
resulta desproporcionada con respecto a la presente amenaza y a tu
capacidad como adulta de enfrentarte a ella. De nuevo, la responsable
es la amígdala cerebral: almacena viejos recuerdos de hechos
amenazadores y no tiene sentido del tiempo. De modo que, por
ejemplo, cuando vi a Olga apretar los dientes y entornar los ojos, mi
amígdala cerebral (la alarma del coche) reaccionó como si yo tuviera
tres años y fuera a recibir una bofetada. Detrás de muchas de nuestras
reacciones se oculta el Terror Infantil (ver aquí). Racionamos
«históricamente», no en el presente.
R significa respirar
La respiración no sólo puede sacarnos de la respuesta de lucha, huida
o inmovilidad, cargada de adrenalina, y permitir que accedamos a las
partes pensantes, más serenas y racionales del cerebro. También
puede minimizar los poderosos signos no verbales que emitimos
cuando estamos angustiados. Como he mencionado antes, los
estudios muestran con insistencia que sólo una pequeña parte de
nuestra comunicación es interpretada a partir de las palabras que
utilizamos, en contraposición al tono de voz y, en particular, a
nuestro lenguaje corporal (ver aquí). Eso proviene en gran medida
de la microcomunicación no verbal del rostro, en particular los ojos.
A menudo, cuando sabemos que vamos a decir algo difícil a nuestra
pareja o respondemos a ésta diciendo algo que resulta difícil oír,
mostramos una gran tensión en el rostro porque estamos ansiosos, y
nuestra pareja capta esas potentes indicaciones no verbales. Por
desgracia, muchas señales faciales indicativas de ansiedad son muy
semejantes a las que indican ira; podemos tener la mandíbula
crispada, lo cual nos da un aspecto enfurecido, el entrecejo arrugado
y las pupilas contraídas en unas pequeñas motas, dando a nuestro
semblante un aspecto duro, frío y hostil. De modo que nuestra pareja
(o amigo/jefe/hijo/padre/colega) puede pensar que estamos
enfadados y, en un nanosegundo, su amígdala cerebral habrá
provocado que su cuerpo adopte de forma subconsciente una actitud
defensiva o de ataque (lucha o huida).
Respirar de forma consciente para eliminar la tensión de nuestro
rostro antes de hablar, o responder, contribuirá a suavizar los signos
no verbales que transmitimos. Al hacerlo, procura no apretar los
dientes, mueve la mandíbula para aliviar la tensión y, a ser posible,
mírate en un espejo para ver qué mensaje transmite tu rostro. (La
mayoría de las personas se sorprenderían si pudieran verse en un
vídeo mientras sostienen una conversación difícil.)
E significa encomiar
Encomiar significa alabar con encarecimiento. La idea es que, si
decimos algo de veras elogioso a la persona difícil o en la situación
difícil, contribuimos a que se sientan seguras y no adopten una
actitud hostil, defensiva o agresiva. No se trata de manipular a nadie,
así que no es necesario decir algo que no sientes sólo para darles
coba. Intuirán tu falta de sinceridad y te saldrá el tiro por la culata.
También es útil que digas algo específico y descriptivo, en lugar de
general. Por ejemplo, es preferible que digas a tu pareja algo como
«me encanta cuando nos acurrucamos en el sofá y vemos las noticias
por la noche», en lugar de «ya sabes que te quiero».
A significa aceptar
Aceptar significa escuchar con toda tu atención, sin suspirar,
interrumpir o arquear las cejas. Cada uno sostendréis vuestra propia
verdad sobre una determinada situación, y por tentador que sea
enzarzarse en una pelea verbal —«¡procura ver mi punto de vista!»,
«¡no, procura tú ver el mío!»—, ese tipo de batallas dañan
gravemente cualquier relación, ya sea en casa o en el trabajo. Cuando
aceptes que la otra persona tiene una verdad distinta a la tuya —y que
tiene derecho a tenerla—, podrás empezar a resolver los problemas
de forma útil y respetuosa.
R significa respetar
Es increíble la falta de respeto con que hablamos a la gente que nos
rodea. Una de las más habituales es apuntar al interlocutor con el
dedo (literal o metafóricamente) y acusarle de algo empezando con la
palabra «tú» —«tú nunca haces X», «tú siempre dices Y», «tú eres un
Z»—, por lo general en un tono entre antipático y desdeñoso.
Antes de abrir la boca para decir algo, pregúntate: ¿voy a señalar,
avergonzar o culpar a esa persona? En lugar de ello, resume tus
pensamientos en una frase que exprese tus sentimientos y empiece
con la palabra «yo».
Permite que comparta contigo un ejemplo que sucedió en uno de
nuestros talleres. Una mujer nos contó que al empezar un fin de
semana que su marido y ella habían aprovechado para pasar unos
días fuera y celebrar su aniversario de bodas, abrió el regalo que éste
le hizo y se encontró con un minúsculo vestido de vinilo. Nos dijo
que le asaltaron unos intensos pensamientos y sentimientos
negativos hacia su marido: ¿cómo había sido capaz de hacerle esto?
¿Por quién la había tomado, por la golfa de su exmujer? ¿Es que no la
amaba? ¿Había cometido ella algún terrible error? Sentía una mezcla
de decepción, estupor, bochorno, ira, incompetencia y temor.
Le dijo lo que pensaba sin rodeos, él contestó gritándole y el
romántico fin de semana se fue al traste. En el taller, la mujer pensó
en lo que pudo ser distinto si hubiera utilizado la técnica REAR.
Después de respirar (Respirar) para calmar su sensación de
pánico, pensó en algo realmente elogioso que decirle (Encomiar):
«Me siento conmovida de que pensaras y te molestaras en
comprarme un regalo y entiendo (Aceptar) que te apetezca
experimentar con esto, pero yo no me sentiría cómoda con una
prenda tan atrevida (frase Respetuosa empleando el “yo”)».
EL YO FALSO Y SALUDABLE
El primer psicoterapeuta que escribió sobre el Yo Falso y Auténtico
fue el doctor D. W. Winnicott. Su idea consistía en que cada persona
tiene una capa exterior protectora, y sostenía que necesitamos un Yo
falso y saludable que nos permita comportarnos de forma correcta y
educada en público. Sólo cuando perdemos contacto con nuestro
auténtico yo interior, tenemos problemas (o no gozamos de buena
salud).
Como seres sociales que somos, no podemos ser nuestro
auténtico yo todo el tiempo; debemos tener en cuenta las necesidades
de los demás y las exigencias sociales de cada situación. Así,
podemos sentir deseos de decir a nuestro jefe dónde puede meterse
su propuesta, desnudarnos y bailar sobre la mesa durante una
aburrida reunión o poner mala cara en presencia de nuestra suegra.
Son opciones posibles para nosotros, pero si de forma consciente
pensamos en las probables consecuencias, quizás optemos por hacer
(o no) lo que resulta socialmente aceptable.
Sin embargo, hay mucha gente que no tiene un auténtico yo,
plenamente formado, esperando entre bambalinas para entrar en
escena. No hay nada malo en aferrarnos a nuestro viejo y habitual yo
falso y experimentar con algunas facetas de lo que nos parece que
puede ser nuestro yo auténtico hasta saber mejor quién es realmente
esa persona. Es como probarte trajes nuevos o prendas que
normalmente no elegirías, pero que quizá te pongas en la privacidad
de tu hogar.
Aquí propongo algunas ideas sobre cosas que puedes incorporar
al repertorio de conducta de tu yo auténtico. En cierto modo, son
como la red de seguridad que utiliza el equilibrista, que eres tú
cuando te atreves a probar algo distinto.
La cita de Penny
Penny, la directora de escuela que se había casado tres veces,
principalmente porque no quería decepcionar a los hombres que se
enamoraban de ella (ver aquí), me envió un correo electrónico para
informarme de cómo le había ido el experimento conductual que
había decidido llevar a cabo en nuestro taller. Recordarás que esa
noche tenía una cita con un hombre de quien no estaba enamorada y
quería tratar de mostrarse menos entusiasta y más «compasiva con
los límites». «Me costó mucho —me escribió—. Mi amigo había
reservado una mesa en un restaurante muy elegante y caro, lo cual
hizo que me sintiera presionada y culpable, así que decidí que debía
ser amable con él porque no podía decepcionarlo.»
No obstante, antes de su cita Penny había pulido sus
herramientas (véase capítulo 7). Era consciente de su capacidad de
mostrarse «firme pero amable» con los alumnos problemáticos y el
personal docente, que esas habilidades eran transferibles y que, una
vez hubiera puesto en cuestión su Regla Rígida Personal oculta
procedente de la infancia (de su madre) acerca de que UNA MUJER NO
DEBE DECEPCIONAR NUNCA A UN HOMBRE ENAMORADO DE ELLA, podía
utilizarlas. Así pues, durante la costosa y exquisita cena, le miró a los
ojos y dijo con sinceridad pero tratando de no ofenderle: «Eres un
hombre encantador, pero en estos momentos mi vida es un poco
complicada y no sería honesto llevar esto más lejos».
Penny me escribió: «Puedo decir con sinceridad que es la
primera vez en mi vida que he hecho una cosa así con plena
conciencia de lo que hacía. Fue como un punto de inflexión. Él se
disgustó, pero habría sido peor si yo hubiera permitido que la cosa
siguiera adelante».
India y REAR
Un año después de haber dejado de trabajar juntas, India me contó lo
siguiente:
La historia de Rebecca
He incluido esta historia porque demuestra cómo alguien que ha
utilizado una combinación de las ideas y estrategias descritas en este
libro ha podido resolver un tema situado en la parte superior de su
jerarquía de temor (ver aquí).
Rebecca, a quien conocimos antes brevemente, es una inspiración
para nosotras. Es una mujer joven e inteligente que trabaja en los
medios de comunicación y ha tenido la valentía de llevar a cabo un
cambio en los tres lados del triángulo: pensamientos, sentimientos y
conducta (ver aquí) y se ha visto recompensada con un resultado
favorable. Aún tiene muchos problemas que resolver, pero ha
empezado a planteárselos de otra forma.
Después de obtener el trabajo con que había soñado (tras derrotar
a centenares de candidatas), le complació que su jefe se tomara un
interés personal en ella y se molestara en ayudarla a integrarse, le
enseñara cómo funcionaban las cosas en la oficina y la animara a
progresar. «Supongo que debiera haber hecho caso de las señales de
alarma cuando mi jefe empezó a decirme que yo era muy especial y
tuviera numerosas atenciones conmigo, como invitarme a
almorzar», me dijo Rebecca. Como es muy comprensible, se sintió
halagada y agradecida, y no hizo caso de los rumores de inquietud
que percibía en su interior. Con todo, se sintió satisfecha y aliviada
cuando fue ascendida a un nuevo cargo y dejó de estar a las órdenes
de su antiguo jefe. Pero —¡oh, sorpresa!—, éste quería seguir
manteniendo una relación «especial» con ella y le enviaba una y otra
vez correos electrónicos proponiendo que se encontraran después del
trabajo para tomar una copa y cenar. Esto causó a Rebecca un
creciente y profundo estrés y ansiedad que le amargaba la vida. «Sin
embargo, pensaba que había sido yo quien de alguna forma había
propiciado esa fijación que tenía mi jefe en mí, que era culpa mía y
que no podía mostrarme antipática con él.» Rebecca había trabajado
con ahínco durante su terapia para potenciar su autoestima: se hacía
la afirmación «te quiero» todos los días, además de escribir el diario
de Tres Cosas Buenas al Día y «decepcionar a alguien cada día» (ver
aquí, aquí y aquí respectivamente). Aun así, su exjefe le infundía
terror y no quería decepcionarle. Hablamos sobre el No Gentil (ver
aquí) y creamos el guión de un juego de rol que pudiera utilizar.
Para empezar, tras una lluvia de ideas creativas sin emitir juicios (ver
aquí) que le dio numerosas opciones, Rebecca eligió aquella con la
que se sentía más cómoda y segura en esos momentos: trasladar su
mesa de trabajo a un lugar donde él no pudiera verla (no dejaba de
observarla a todas horas).
Un día Rebecca se presentó en mi consulta con aspecto eufórico.
Segura de sí, libre, sin muestras de ansiedad. «¡Me encontré con él!
—anunció—. Tras recibir numerosos correos electrónicos en que me
rogaba que me reuniera con él después del trabajo, por fin accedí a
ello, pero sólo cuando, después de haberme cuidado en extremo (le
había encantado el libro de Cheryl Richardson sobre el tema), me
sentí lo suficientemente fuerte. «Estupendo —dije—. ¿Qué ocurrió?»
Bueno, utilicé buena parte del material del que hablamos. Empleé el
No Gentil y le di las gracias por haberse reunido conmigo, pero le
dije con calma y claridad que era una relación impropia entre un
encargado de sección y una empleada que formaba parte de la
plantilla, y que no podía continuar. Él insistió en que yo era muy
especial y que esto no le había ocurrido nunca, pero yo empleé la
estrategia del disco rayado y seguí repitiendo la misma frase. Al cabo
de diez minutos, puse fin a la conversación y me marché. «¿Y
ahora?», le pregunté. «¡Es una sensación increíble! Estoy feliz, me
siento libre y empoderada. Lo que él sienta no es asunto mío, pero
estoy convencida de haber hecho lo correcto.»
VUELVE A DIBUJARTE
¿Recuerdas el ejercicio que se explica en el capítulo 3? Te proponía
que escribieras, en las líneas que emanan de la cabeza de la Persona
Adorable, las cualidades que deseas que vean los demás. Luego,
dentro del vestido triangular, iría lo que procuras ocultar a los
demás.
Ahora representaremos tu viaje destinado a liberarte de la Trampa
de la Amabilidad en un nuevo dibujo. Así es como te gustaría ser.
No puedes conseguirlo de la noche a la mañana; como la mayoría de
viajes cuyo fin es una recompensa, es lento y está plagado de
distracciones, obstáculos imprevistos, desvíos y rodeos. Pero poco a
poco dejarás de sentirte atrapada, y te alegrarás de poseer las
habilidades y cualidades que hacen de ti una persona adorable, no de
cara a los demás sino de cara a ti misma.
En la página siguiente verás de nuevo un dibujo que me
representa. En las líneas que emanan de la figura tengo: sincera,
honesta, divertida, vital, seria, compasiva, límites claros (pero
cuando yo quiera, sin sentirme obligada a actuar de una determinada
manera); dentro (no agitándose en mi interior, sino sutilmente
ocultos) tengo: vulnerabilidad y temores que debo compartir de
forma consciente sólo con personas «fiables».
En un mundo ideal tal vez no nos avergonzaríamos de nada ni
reprimiríamos nada, sino que nos mostraríamos plenamente
humanos y auténticos. Sin embargo, en este mundo y en esta época
que nos ha tocado vivir, este nuevo dibujo constituye el yo realista
que aspiro a ser: una combinación de mi auténtico yo, con una pizca
del «Yo Falso y Saludable» de Winnicott (ver aquí) para mayor
seguridad. Cuando consigo hacer algo diferente —como decir no a
una persona difícil—, procuro elogiarme, quizás incluso concederme
un pequeño capricho como recompensa.
Tú también conseguirás hacer algo diferente, estoy convencida de
ello. Tengo mucha fe en la increíble capacidad de los seres humanos
para atreverse a experimentar con valentía y romper viejos hábitos.
Una vez que empieces, te sentirás empoderada y animada por tus
triunfos. Comprobarás que, si avanzas paso a paso, de forma segura y
compasiva, podrás mostrar a los demás todas tus maravillosas
cualidades, peculiaridades y puntos fuertes. Tú también puedes
escapar de la Trampa de la Amabilidad y ser todo lo que estás
destinada a ser.
Referencias
Capítulo 1
Lerner, H. The Dance of Anger (Element, 1990).
Beck, A. T., Terapia cognitiva de los trastornos de la personalidad
(Ediciones Paidós Ibérica, 2012).
Capítulo 2
Greene, C., New Toddler Taming: A Parent’s Guide to the First Four
Years (Vermillion, 2001).
Bowlby, J., Child Care and the Growth of Love (Penguin, 1953).
Winnicott, D. W., Realidad y juego (Editorial Gedisa, 1982).
Rogers, C., La psicoterapia centrada en la persona: Según Carl Rogers
(Gaia Ediciones, 2011).
Capítulo 3
Dickson, A., La mujer y sus derechos (Ediciones Pirámide, 1987).
Faludi, S., Reacción: La guerra no declarada contra la mujer moderna
(Editorial Anagrama, 1993).
Hendrix, H., Conseguir el amor de su vida: Una guía práctica para
parejas (Ediciones Obelisco, S.L. 1997).
Capítulo 4
The Guardian, 7 de enero de 2012.
Capítulo 5
Desert Island Discs, BBC Radio Four, 2 de marzo de 2012.
Beck, A. T., Terapia cognitiva de los trastornos de la personalidad
(Ediciones Paidós Ibérica, 2012).
Harris, R., La trampa de la felicidad (Editorial Planeta, 2010).
Dickson, A., La mujer y sus derechos (Ediciones Pirámide, 1987).
Capítulo 6
The Guardian, 3 de febrero de 2012.
Richardson, C., The Art of Extreme Self-Care (Hay House, 2009).
Cameron, J., El camino del artista: Un curso de descubrimiento y
rescate de tu propia creatividad (Aguilar, 2011).
Capítulo 7
Kelly, G. A., Psicología de los constructos: Textos escogidos (Ediciones
Paidós Ibérica, 2001).
Mehrabian, A., Silent Messages: Implicit Communication of
Emotions and Attitudes (Wadsworth, 1971).
Dickson, A., Conversaciones difíciles: Cómo afrontar situaciones
complicadas para no arruinar las relaciones (Editorial Amat,
2007).
Capítulo 9
Lerner, H., The Dance of Anger (Element, 1990).
Capítulo 10
Sampson, V., Tantra. El libro del placer total (Ediciones Robinbook,
2003).
Capítulo 11
Winnicott, D. W., Realidad y juego (Editorial Gedisa, S.A., 1982).
Lener, H., The Dance of Anger (Element, 1990).
Ware, B., Los cinco mandamientos para tener una vida plena: ¿De
qué no deberías arrepentirte nunca? (Debolsillo, 2013).
Otras obras de consulta
Éstos son algunos libros que a mis clientes y a mí nos han parecido
útiles: Para padres Faber, A., y E. Mazlish, Cómo hablar para
que los adolescentes le escuchen y cómo escuchar para que los
adolescentes hablen (Ediciones Medici, 2006).
Faber, A; y E. Mazlish, Celos entre hermanos (Ediciones Alfaguara,
2001).
Stadlen, N., Lo que hacen las madres (Ediciones Urano, 2005).
Greene, C., New Toddler Taming: A Parent’s Guide to the First Four
Years (Vermillion, 2001).
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