Branden, Nathaniel - La Autoestima de La Mujer

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La autoestima de la mujer
Nathaniel Branden

La autoestima de la mujer

Desafíos y logros en la
búsqueda de una identidad propia

p
PAIDÓS
Buenos Aires
Barcelona
Título original: A Woman's Self. Esteem
Authorized translation from the English language edition published by Jossey-Bass Inc.
Traducción de la edición en lengua inglesa publicada con el permiso de Jossey-Bass Inc.

Traducción de Marta Sevilla

Cubierta de Víctor Viano

1% edición
en Barcelona, 1999
1% edición
en México, 1999
Reimpresión, 2002

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los propietarios del «copyrighb», bajo las sanciones
establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos
la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

D.R. O 1998 by Nathaniel Branden


D.R. O 1999 de la traducción, Marta Sevilla
D.R. O 1999 de todas las ediciones en castellano,
Ediciones Paidós Ibérica, S. A.
Mariano Cubí 92, 08021 Barcelona
y Editorial Paidós, SAICF
Defensa 599, Buenos Aires
D.R. O de esta edición,
Editorial Paidós Mexicana, S. A.
Rubén Darío 118
03510 col. Moderna
México, D. F.
Tel: 5579-5922
Fax: 5590-4361
e-mail: epaidosOpaidos.com.mx

ISBN: 84-493-0738-4 (edición española)


ISBN: 968-853-430-7 (edición mexicana)

Página web: www.paidos.com

Impreso en México e Printed in Mexico


A Asbley Victoria Zerab,
para el día en que este libro tenga significado para ti.
De tu abuelo.
Sumario

PoloLORCA E e IR O OO ORCOS le

Primera parte
LOS PASOS BÁSICOS

Tan portancia de la autos A 1


Vivir conscientemente . 2)
AUTO ACEPCIÓN A E IR CC OA CA TR A CO OO 27
Go mnprenderntestro noten o 5
Autorresponsabilidad .. II OIE E RO TC IO ORIO OO 41
Autoafirmación ....... 45
CR EC O CIO AR O AO 51
URAAAN
9 ROO ROO ORO O OO OOOO OO OA OIR OIDO Dl

Segunda parte
CUESTIONES ESPECIALES

. El amor romántico .... ORO OO ECO RO O OO MOS ORO OR OO CORO OO 65


. El miedo al egoísmo ... COCO OO AO OO OA dell
Moscoso OA O O E OOO OO AO RO ON OO el
Expresatlaira 1... O OCA TR O OO OR E IO 81
. Ponerse a la defensiva ... ORD OOO OOO CO O OOOO O O CNO 85
. La ansiedad por el éxito 8
Tercera parte
ESTRATEGIAS DE FORTALECIMIENTO

10 Probaralso detenta 5
16% Gonocermuestrasiimitaciones 105
CONS tEUR UD protein A Ae 107
SM Experimentos enla timida da A dd
¡O eleotela felicidad a ON 115

bendice. ErariynRand tenista LLO


Biblio atalía ro o o o e 191
A A EL 135
Índice analítico y de nombres .......ooococococccccioos 1355

10
Prólogo

Este libro se centra en las bases de la autoestima y la aplicación


de sus principios a los conflictos cotidianos y la lucha de las mujeres.
No se trata en modo alguno de un libro académico, sino que es-
tá más cerca de una introducción, sin centrarse en la humanidad en
general, como ocurría en mis libros anteriores, sino en las mujeres
en particular.
Las historias de luchas y triunfos de mujeres que explico para
ilustrar mis teorías están extraídas de mi experiencia como psicote-
rapeuta. Esos relatos constituyen el alma de este libro. Pero, ade-
más, contiene ejercicios destinados a facilitar el desarrollo personal
y el crecimiento de la autoestima. Se ha puesto énfasis en la acción.
En contra de lo que proclaman algunos críticos, el interés por
la cuestión de la autoestima no es un «capricho norteamericano».
Se extiende de país en país por todo el mundo, de Rusia a Suráfrica
y a Malasia. En otoño de 1997 realicé asesorías para empresas en
Singapur. Ántes de mi visita, me invitaron junto con mi esposa, De-
vers, también psicoterapeuta, a organizar una velada para el públi-
co general sobre el tema de las mujeres y la autoestima. Nadie sabía
cuántas personas acudirían. Cuando el auditorio en el que tenía-
mos que dar la charla se llenó —tenía una capacidad para seiscien-
tos invitados— otras doscientas personas fueron conducidas a una
sala adyacente donde pudieran presenciar el acto a través de un
monitor de televisión. Otras quinientas tuvieron que marcharse
porque no había lugar para ellas. La audiencia resultó ser en un no-

11
venta por ciento de mujeres y en un diez por ciento de hombres, y
estaba compuesta por personas procedentes de Singapur, China,
Japón, Malasia, Vietnam y algunos occidentales. Tenían un fervien-
te interés por el tema de la autoestima. Las preguntas más frecuen-
tes eran siempre del estilo de «¿Cómo puedo encontrar el coraje
necesario para luchar por mi propio desarrollo, en contra de las
presiones familiares y culturales?». No querían decir que se viesen
a sí mismas como víctimas ni sugerían que el hombre fuese su ene-
migo. Deseaban saber qué podían hacer en su propio interés. Á
medida que avanzaba la velada, quedó absolutamente claro que
para crecer en autoestima hay que enfrentarse al desafío que nos
impone nuestro propio coraje. Éste es uno de los temas que trataré
en este libro.
Cuando se trabaja la autoestima hay que considerar dos aspec-
tos importantes. Uno está relacionado con la curación de los trau-
mas infantiles y las heridas psíquicas que han dañado el sentido del
yo en la edad adulta. En otras palabras, la eliminación de los aspec-
tos negativos de la personalidad. El otro es la construcción de los
aspectos positivos: aprender las prácticas y maneras de comportar-
se que tienen como consecuencia un sentido fortalecido del mérito
y el valor propios. Esto último será tratado como tema central en
este libro.
Mientras que la primera cuestión suele requerir psicoterapia o
alguna otra forma de ayuda profesional, la segunda es un terreno
en el que el adulto motivado puede moverse por su propio pie, por
ejemplo, estudiando y experimentando las ideas propuestas en este
libro. Después de haber trabajado con personas durante cuatro dé-
cadas, estoy convencido de que la mayoría de nosotros infravalora-
mos nuestras capacidades de éxito. Somos algo más que nuestros
problemas.
Deseo expresar mi agradecimiento a Alan Rinzler, editor de es-
te libro, por darse cuenta de las posibilidades de este proyecto casi
desde el primer momento de nuestras conversaciones, por sus úti-
les ideas acerca de la organización de la obra y por su entusiasmo,
lo que hace que trabajar con él sea un placer.

12
Mi segunda (y feliz) deuda de gratitud es hacia mi esposa De-
vers, defensora apasionada y crítica severa, que enseña autorres-
ponsabilidad y antivictimismo a sus pacientes de psicoterapia fe-
meninas (a los masculinos también), y que es además mi caja de
resonancia favorita en las conversaciones acerca de la psicología fe-
menina.

NATHANIEL BRANDEN
Julio de 1998
Beverly Hills, California

15
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PRIMERA PARTE

LOS PASOS BÁSICOS


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RARA AA
1

La importancia de la autoestima

La autoestima es una necesidad psicológica básica. Y aunque


puede ser muy provechoso hablar hoy en día acerca de ella, el verda-
dero significado de la palabra autoestima está muy mal entendido.
En un programa de televisión escuchamos a alguien decir:
«Cuando no se presentó a nuestra cita, mi autoestima quedó hecha
pedazos». En una película sobre el amor, la seducción y la traición
entre la aristocracia francesa del siglo XVIII, un personaje le dice a
otro: «Os deseé desde el momento en que os vi por primera vez.
Lo pedía mi autoestima». Los anunciantes nos dicen que si utiliza-
mos cierta marca de jabón, nuestra autoestima se verá beneficiada.
El peligro está en que se trivialice una idea muy importante. Y
de todos los juicios que hacemos en nuestra vida, ninguno es tan
importante como juzgarnos a nosotros mismos.
Ese juicio tiene una repercusión en cada momento y cada as-
pecto de nuestra existencia. Nuestra autovaloración es el contexto
básico en el que actuamos y reaccionamos, elegimos nuestros valo-
res, fijamos nuestros objetivos y nos enfrentamos a los desafíos que
se nos presentan. Nuestra respuesta a los acontecimientos la con-
forma, en parte, la idea de quiénes somos y quiénes creemos que
somos: en otras palabras, nuestra autoestima.
La autoestima es estar dispuestos a ser conscientes de que somos
capaces de ser competentes para enfrentarnos a los desafíos básicos de
la vida y de que somos merecedores de felicidad. Esto está compues-
to por dos ideas básicas: a) autoeficacia, es decir, confianza en

dl
nuestra capacidad de pensar, aprender, elegir y tomar las decisio-
nes adecuadas, y b) autorrespeto, es decir, confianza en nuestro de-
recho a ser felices. Confianza en que los logros, el éxito, la amistad,
el respeto, el amor y la satisfacción personal son adecuados para
nOsotros.
«Los desafíos básicos de la vida» incluyen aspectos tan funda-
mentales como ser capaz de ganarse la vida y cuidar de uno mismo;
ser competente en las relaciones humanas, es decir, capaz de man-
tener relaciones mayoritariamente satisfactorias para ambas partes;
y tener la resistencia que nos permite recuperarnos de la adversi-
dad y perseverar en nuestras aspiraciones.
Decir que la autoestima es una necesidad básica del ser hu-
mano es lo mismo que decir que es esencial para el desarrollo
normal y sano. Es importante para la supervivencia. Sin autoesti-
ma positiva, el crecimiento psicológico se ve perturbado. La au-
toestima positiva actúa, en efecto, como el sistema inmunológico
del espíritu, proporcionándonos resistencia, fortaleza y capaci-
dad de regeneración. Cuando el nivel de autoestima es bajo se
reduce nuestra resistencia ante los problemas de la vida. Tende-
mos a dejarnos influenciar más por el deseo de evitar el dolor
que por el de experimentar alegría; los aspectos negativos tienen
más poder sobre nosotros que los positivos. Si no creemos en
nosotros mismos, en nuestra eficacia ni en nuestra bondad (así
como en nuestra capacidad de ser amados), el universo es un lu-
gar aterrador.
La autoestima es indispensable para las mujeres que están
abandonando los roles sexuales tradicionales, las que luchan por la
autonomía emocional e intelectual, las que trabajan para progresar
en su trabajo, creando nuevas empresas, invadiendo ámbitos tradi-
cionalmente masculinos y desafiando prejuicios milenarios. Cierta-
mente, no es todo lo que se necesita para el éxito, pero sin ella, la
batalla por la autoactualización no puede ganarse.
Tanto los hombres como las mujeres, si confiamos de forma
realista en nuestra mente y nuestro valor, si nos sentimos seguros
de nosotros mismos, solemos responder de manera adecuada a los

18
desafíos y las oportunidades. La autoestima nos fortalece, nos da
energía y nos motiva. Nos anima a tener éxito y nos permite disfru-
tar y estar orgullosos de nuestros logros.
La alta autoestima busca el desafío y el estímulo de los objeti-
vos difíciles y que merecen la pena. Alcanzar dichos objetivos nu-
tre la buena autoestima. La baja autoestima busca la seguridad de
lo conocido y lo fácil. Confinarse a lo conocido y lo fácil sirve para
debilitar la autoestima.
Cuanto más sólida sea nuestra autoestima, mejor equipados es-
taremos para enfrentarnos a los problemas que surgen en el trabajo
o en la vida personal, con más rapidez podremos recuperarnos de
una caída y más energía tendremos para empezar de nuevo. Los
contratiempos no detendrán a las mujeres que tengan más confian-
za en sí mismas, quienes, a millones, están creando sus propias em-
presas O luchan de cualquier otra forma por progresar en su carrera
profesional. Y un matrimonio o una aventura sentimental fracasa-
dos no podrán devastar el ego de una mujer que confía en sí misma
alejándola de la intimidad o evitando la posibilidad de un sufri-
miento futuro, a costa de su vitalidad.
Cuanto más alta sea nuestra autoestima, más ambiciosos sere-
mos, no sólo en sentido profesional o financiero, sino en materia de
lo que esperamos experimentar en nuestras vidas: emocional, ro-
mántica, intelectual, creativa y espiritualmente. Cuanto más baja sea
nuestra autoestima, menos aspiraciones y menos posibilidades de
éxito tendremos. Ambos caminos tienden a reforzarse y perpetuarse.
Cuanto más alta sea nuestra autoestima, mayor será el deseo de
expresarnos, reflejando nuestra riqueza interior. Cuanto más baja
sea nuestra autoestima, más urgente será la necesidad de «probar-
nos» a nosotros mismos o de olvidarnos de nuestras necesidades
viviendo de manera mecánica e inconsciente.
Cuanto más alta sea nuestra autoestima, nuestras comunicacio-
nes tendrán la posibilidad de ser más abiertas, sinceras y adecua-
das, porque creeremos que nuestros pensamientos son valiosos y
por lo tanto aceptaremos la claridad en lugar de temerla. Cuanto
más baja sea nuestra autoestima, nuestras comunicaciones tende-

19
rán a ser más turbias, evasivas e inadecuadas debido a la descon-
fianza en nuestros propios pensamientos y sentimientos, así como a
la ansiedad ante la respuesta de nuestros interlocutores.
Cuanto más alta sea nuestra autoestima, tendremos más dispo-
sición a establecer relaciones positivas en lugar de tóxicas. Esto se
debe a que los que se parecen se atraen, y la salud se siente atraída
por la salud. La vitalidad y la extroversión de los demás son, natu-
ralmente, más atractivas para las personas con buena autoestima
que la vacuidad y la dependencia. Los hombres y mujeres que con-
fían en ellos mismos se sienten atraídos unos por otros de una for-
ma natural. A la inversa, las mujeres y los hombres inseguros tam-
bién se sienten atraídos y establecen relaciones destructivas.
Si usted desea establecer una relación feliz con un hombre,
no hay ningún factor más importante que la autoestima: la suya y
la de usted. No existe una barrera mayor para el éxito romántico
que el sentimiento profundo de que no se es digno de amor. La
primera aventura amorosa que debemos consumar con éxito en
esta vida es con nosotros mismos. Sólo entonces estaremos pre-
parados para una relación. Sólo entonces seremos completamen-
te capaces de amar, y sólo entonces estaremos preparados para
dejar paso al amor, para aceptar que otra persona nos ama. Sin
esa confianza, el amor de otra persona nunca nos parecerá lo bas-
tante real ni convincente, y en nuestra ansiedad buscaremos ma-
neras de socavarlo.
Cuando una mujer tiene un buen nivel de autoestima, tiende a
tratar bien a los demás y a exigir que la traten bien a ella. Tiene cla-
ras sus limitaciones y cuándo es aceptable o no la conducta del
hombre elegido. No acepta los malos tratos simplemente por estar
enamorada. Identifica el amor con la alegría, no con el sufrimiento.
Se siente merecedora de amor, al igual que se siente merecedora de
éxito en su profesión.
La mujeres que luchan por construir un autoconcepto más po-
sitivo suelen preguntar: «¿Quieren los hombres que las mujeres
tengamos autoestima?». Yo les respondo: «Los hombres que tie-
nen un nivel aceptable de autoestima lo valoran en las mujeres: no

20
desean tener a una niña asustada por compañera. ¿Querría una
mujer con buena autoestima a un hombre inseguro al que le asusta-
se la mutua confianza?».
Deseo insistir en que la autoestima es una experiencia íntima:
reside en el centro de nuestro ser. Es lo que pienso y lo que siento
sobre mí mismo, no lo que piensa o siente alguna otra persona
acerca de mí. Mi familia, mi pareja y mis amigos pueden amarme, y
aun así puede que yo no me ame. Mis compañeros de trabajo pue-
den admirarme y aun así yo me veo como alguien insignificante.
Puedo proyectar una imagen de seguridad y aplomo que engañe a
todo el mundo y aun así temblar por mis sentimientos de insufi-
ciencia. Puedo satisfacer las expectativas de otros y aun así fracasar
en mi propia vida. Puedo ganar todos los honores y aun así sentir
que no he conseguido nada. Millones de personas pueden admirar-
me y aun así me levanto cada mañana con un doloroso sentimiento
de fraude y un vacío por dentro. Piense en la estrella de rock que,
mundialmente aclamada, no puede pasar el día sin drogas. Conse-
guir el éxito sin conseguir primero una autoestima positiva es con-
denarse a sentirse como un impostor y a sufrir esperando que la
verdad salga a la luz.
La admiración de los demás no crea nuestra autoestima, ni tam-
poco la erudición, el matrimonio o la maternidad, ni las posesiones
materiales, los actos de filantropía, las conquistas sexuales o la ciru-
gía estética. Á veces, estas cosas pueden ayudarnos a sentirnos mejor
con nosotros mismos de forma temporal, o a sentirnos más cómodos
en situaciones concretas. Pero la comodidad no es autoestima.
Después de tres décadas de estudio y de trabajar como psicote-
rapeuta con numerosos pacientes, estoy convencido de que las vir-
tudes o prácticas esenciales de las que depende la buena autoestima
son vivir conscientemente, la autoaceptación, la autorresponsabili-
dad, la autoafirmación, vivir con determinación y la integridad per-
sonal. En Los seis pilares de la autoestima,* libro que considero la
culminación de mi trabajo en este campo, analizo el significado de

* Publicado por Paidós. (N. de la 1.)

2d
cada una de estas prácticas detalladamente. En esta ocasión me li-
mitaré a las cuestiones fundamentales más generales.
Vivir conscientemente es respetar la realidad sin evadirse ni ne-
garla, estar presente en lo que hacemos mientras lo hacemos, inten-
tar comprender todo lo que concierne a nuestros intereses, nues-
tros valores y nuestros objetivos y, finalmente, ser consciente tanto
del mundo externo al yo como del mundo interior.
Autoaceptarse es comprender y experimentar, sin negarlos ni
rechazarlos, nuestros verdaderos pensamientos, emociones y ac-
ciones; ser respetuoso y compasivo con nosotros mismos, incluso
cuando creemos que nuestros sentimientos y decisiones no son
dignos de admiración ni nos gustan y, por último negarse a tener
una relación de conflicto y rechazo con nosotros mismos.
Ser autorresponsable es reconocer que somos los autores de
nuestras decisiones y nuestras acciones, que tenemos que ser la
causa última de nuestra propia realización como personas, que na-
die vive para servirnos a nosotros, que nadie va a venir a arreglar-
nos la vida, a hacernos felices o a darnos autoestima.
Tener autoafirmación es respetar nuestros deseos y necesida-
des y buscar la manera de expresarlos adecuadamente en la reali-
dad; tratarnos a nosotros mismos con decencia y respeto en nues-
tras relaciones con los demás; estar dispuestos a ser quienes somos
y hacer que los demás se den cuenta de ello; defender nuestras con-
vicciones, valores y sentimientos.
Vivir con determinación significa asumir la responsabilidad de
identificar nuestros objetivos, llevar a cabo las acciones que nos
permitan alcanzarlos y mantenernos firmes en nuestra voluntad de
llegar hasta ellos.
Vivir con integridad es tener principios de conducta a los que
nos mantengamos fieles en nuestras acciones; ser congruentes en-
tre lo que sabemos, lo que profesamos y lo que hacemos; mantener
nuestras promesas y respetar nuestros compromisos, es decir, ser
coherentes con lo que manifestamos verbalmente.
En los grupos de ayuda para la autoestima que he dirigido, he
visto a personas que transformaron sus vidas al aprender a integrar

22
estas prácticas en sus actividades cotidianas. Y, en el proceso, he
visto muchas veces cómo los «síntomas neuróticos» caían por su
propio peso, a la vez que los egos ganaban fuerza y salud.
Alo largo de la historia, la autoestima ha sido un rasgo que po-
cas culturas han valorado en las mujeres. (Raras veces lo valoraron
también en los hombres, pero ésa es otra historia.) La «feminei-
dad» se identificaba con la pasividad, no con la afirmación; con la
complacencia, no con la independencia; con la dependencia, no
la autonomía; con el autosacrificio, no la autosatisfacción. Desafiar
esta visión tradicional de la mujer y mantener una visión que honre
los esfuerzos de las mujeres y sus potenciales es en sí mismo un ac-
to de autoestima.
Si la autoestima es un factor esencial para la realización perso-
nal, ¿cómo se consigue?
En los siguientes capítulos analizaré los factores de los que de-
pende la auténtica autoestima, en qué medida dependen de nues-
tras propias acciones, y por qué. Estudiaré algunos de los concep-
tos erróneos más importantes sobre la autoestima, como la noción
de que es un don que debemos recibir de los demás. Trataré el te-
ma de lo que usted misma —como mujer adulta— puede hacer
por su propio bien y por qué su nivel de autoestima es algo de lo
que únicamente usted es responsable. Analizaré algunas de las cre-
encias y prácticas que afectan a la autoestima tanto positiva como
negativamente, haciendo que crezca o que decaiga. Hablaré sobre
las capacidades que quizá usted aún no sepa que posee. El princi-
pal objetivo de este libro es ayudarla a fortalecer su autoestima,
apoyándola para que luche por lo mejor de usted misma.

Y
2

Vivir conscientemente

Hace algunos años, Serena, una asesora de empresas, me dijo:


«Creo que cuando te casas con un hombre hay pocas cosas impor-
tantes que te puedan sorprender, si has prestado atención desde el
principio. Á través de su conducta, la mayoría de las personas ex-
presan muy claramente quiénes y qué son. El problema es que a
menudo no nos preocupamos de observar. O nos evadimos pen-
sando en lo que nos gustaría. Posiblemente estamos controlados
por nuestras necesidades o por nuestra soledad. Creamos una fan-
tasía y después nos enfadamos con nuestro marido porque no se
corresponde con lo que habíamos imaginado, cuando él nunca tu-
vo la intención de hacerlo. Pero si estamos dispuestas a observar
sin miedo, si estamos dispuestas a ver todo lo que hay por ver, y si
aun así seguimos amando apasionadamente, eso es lo que yo llamo
amor romántico maduro».
Me dio la impresión de que era una mujer con una autoestima
extraordinariamente alta, y la razón estaba en su afirmación. Era
una persona que vivía conscientemente. Mostraba respeto por la
realidad. Actuaba con un gran nivel de conciencia. No hay ninguna
práctica que potencie más a las personas, y no es difícil entender
por qué. Vivir conscientemente es tanto una causa como un efecto
de la autoestima. Cuanto más conscientemente se vive, más confian-
za se tiene en la propia mente y más respeto se profesa por el propio
valor. Cuanto más confiemos en nuestra mente y respetemos nues-
tro valor, con mayor naturalidad viviremos conscientemente.

20
Si (de hecho) tenemos relaciones, nos casamos e interactuamos
con nuestra pareja de manera inconsciente, es previsible que haya
dos víctimas: la primera será nuestra propia autoestima y la segun-
da nuestra relación.
«Pero, ¿y el romance?», me preguntó una mujer en mi consul.
ta de psicoterapia. «¿Dónde está la emoción si eres tan consciente
de todo?» «¿Quiere decir que no es emocionante saber lo que está
haciendo?», le respondí, y ella sonrió tímidamente.
La cuestión es que muchas personas actúan como si la con-
ciencia fuese indeseable. No sólo debido a que actuar consciente-
mente requiere un esfuerzo que no están dispuestas realizar, sino
también porque la claridad de la conciencia puede ponernos en
contacto con hechos a los que preferimos no enfrentarnos. Si pre-
ferimos ignorar las señales de peligro que emite un hombre que
no va a aportarnos nada positivo, podemos sufrir el drama de una
nueva aventura sentimental, a continuación la sorpresa y la desilu-
sión seguidas por la amargura y el pesar, y después la embriagado-
ra emoción de repetir la misma historia una y otra vez con otro
hombre equivocado. Mi audiencia suele reír, sorprendida, al darse
cuenta de lo que digo cuando describo esta pauta de conducta.
Una vez alguien gritó, bromeando: «¿Quién quiere dejar atrás la
emoción y el mal de amores?» La respuesta es: las mujeres que sa-
ben que el amor y la felicidad llegan mejor a través de la visión que
de la ceguera.
Á veces, nuestras inseguridades hacen que ejercitar la concien-
cia sea difícil. «Si estuviera dispuesta a admitir lo que sé y a no men-
tirme a mí misma nunca podría quedarme con Walter», me dijo una
mujer en mi consulta de terapia. «Pero tengo miedo de no ser capaz
de hacerlo mejor, así que cierro los ojos y me hago la tonta.» Otra
paciente, Elsie, que había llegado mucho más allá en su terapia, me
dijo, orgullosa: «Conocí a un hombre tremendamente atractivo en
la oficina y salimos a tomar un café. Su forma de hablar sobre las re-
laciones que ha tenido hasta ahora me hizo ver que no le gustan las
mujeres. Así que tuve que tomar una decisión: proseguir a pesar de
lo que sabía y exponerme a un futuro sufrimiento, o dejarlo justo en

26
+

ese momento. Decidí que ya había sufrido bastante en mi vida. Le


dije muy educadamente que no estaba interesada por él».
Además de mi práctica como psicoterapeuta, trabajo como
asesor de organizaciones empresariales. En todos los niveles de la
organización es fácil darse cuenta de quién actúa con plena con-
ciencia y quién no hace ningún esfuerzo mental. Se percibe por las
preguntas que hacen las personas (o que no hacen) y por sus ganas
de aumentar su nivel de competencia (o por cómo evitan cualquier
esfuerzo no obligatorio).
Cuando Marvel, de treinta y cuatro años, fue contratada para
trabajar en una compañía de seguros, hizo todo lo que pudo para
llegar a dominar las tareas que le correspondían y siguió esforzán-
dose por hacer su trabajo cada vez mejor. Además, intentó com-
prender el contexto general en el que se llevaba a cabo su trabajo a
fin de estar cualificada para ascender y no quedarse anclada indefi-
nidamente en el nivel en el que había empezado. Su deseo básico
era aprender, y por consiguiente seguir ganando confianza, pro-
ductividad y competencia.
Cuando Angie fue contratada por la misma empresa, se imagi-
naba que si memorizaba la rutina de las tareas que le habían asig-
nado y no atraía la atención con comportamientos negativos, po-
dría sentirse segura en su puesto de trabajo. No le atraían los
desafíos. Todos sus pensamientos se centraban en su deseo de tener
una vida sin molestias. Actuaba al mínimo nivel de conciencia ne-
cesario para llevar a cabo sus tareas básicas, sin contribuir a nada
por sí misma. Pensaba que sus intereses no dependían de lo que
hacía en el trabajo, sino en lo que hacía después: socializar con sus
amigos. Su visión rara vez iba más allá de su mesa de despacho. No
sentía curiosidad por la repercusión de su labor en el contexto ge-
neral de la compañía. Tenía un reloj sobre su escritorio para poder
saber con precisión cuándo eran las cinco en punto y poder irse a
casa. Cuando tuvo que enfrentarse a su supervisor por los errores
que había cometido, utilizó los típicos pretextos y se sintió furiosa
por dentro. Y cuando Marvel fue ascendida y ella no, Angie se sin-
tió traicionada y resentida.

2
Al margen de las consecuencias prácticas para sus carreras
profesionales, las formas de actuar de Marvel y de Angie tenían ne-
cesariamente consecuencias para su propia autoestima, fortalecién-
dola en el primer caso y erosionándola en el segundo.
Por supuesto, Angie representa un extremo, pero su pauta de
comportamiento básica puede encontrarse en diversos grados. Po-
demos ser mucho más conscientes en el trabajo que Ángie, pero sin
embargo estar lejos de alcanzar todo nuestro potencial. Si 10 es la
conciencia óptima y Angie es, por ejemplo, un 2, ¿dónde se situaría
usted?
Una técnica muy útil para estimular la autoconciencia, el auto-
desarrollo y la autocuración es el trabajo de completar frases. En
mi práctica terapéutica suelo encomendar trabajos para realizar en
casa en los cuales, si el objetivo es aprender a actuar con un alto ni-
vel de conciencia, pido a las personas que escriban de seis a diez fi-
nales para las siguientes frases, todas las mañanas durante una o
dos semanas: 4

Si aportara un cinco por ciento más de conciencia a mis acti-


vidades cotidianas...
Sí aportara un cinco por ciento más de conciencia a mis deci-
SIONES y MIS ACCIONES...
Sí aportara un cinco por ciento más de conciencia a mis rela-
ciones importantes...
Lo difícil de actuar conscientemente es...
Las compensaciones de actuar conscientemente pueden Se
Me estoy dando cuenta de que...

Al hacer este ejercicio no hay que detenerse a pensar (ni ensayar


ni censurar). Hay que escribir con la mayor rapidez posible. El único
requisito es escribir un final gramaticalmente correcto para la frase.
Si se queda bloqueada, invente. Escriba lo que sea, pero escriba algo.
Si decide hacer este ejercicio diariamente durante las próximas
dos semanas, quizá se sorprenda de lo mucho que puede aprender
y de las posibilidades que se abren para usted.

28
3

Autoaceptación

Sin autoaceptación, la autoestima es imposible. Nos quedamos


bloqueados en un hábito de conducta de autorrechazo, el creci-
miento personal se ve reprimido y no podemos ser felices.
Pero el significado de la autoaceptación no es en absoluto evi-
dente para nosotros mismos. Hace algunos años, cuando estaba es-
cribiendo Cómo mejorar su autoestima,* me di cuenta de que este
tema requería el capítulo más extenso. Á continuación resumiré los
puntos esenciales de esta cuestión.
«Aceptar» es experimentar la realidad de manera completa, sin
negarla ni evitarla. Es algo diferente de un simple «reconocimien-
to» O «admisión» en sentido abstracto. No tiene nada que ver con
que algo nos guste, con la admiración o la disculpa. Puedo aceptar
la realidad de aspectos de mí mismo que no me agradan, que no
son dignos de admiración o que no puedo disculpar de ninguna
manera. He aquí un ejemplo simple.
Supongamos que siento envidia de mi amiga, que posee un tra-
bajo mejor que el mío y cuya vida amorosa es más satisfactoria.
Practicar la autoaceptación no significa que nuestros sentimientos
de envidia nos tengan que gustar o nos produzcan placer. Significa
ser consciente del sentimiento y experimentarlo como algo nuestro,
sin negarlo ni rechazarlo. También comporta que conserve la con-

* Nathaniel Branden, Cómo mejorar su autoestima, Barcelona, Paidós, 1995. (N. de


la t.)

4)
ciencia de mis propios valores, aunque no me guste lo que estoy sin-
tiendo en ese momento. Respeto los hechos, y en este caso el hecho
es que siento envidia. Me doy permiso para experimentar ese senti-
miento, y después lo examino. No me preocupo de «juzgarme» a mí
mismo, sino de estar alerta. Posiblemente, entre otras cosas me daré
cuenta de que tengo deseos de conseguir algo de lo que no me había
dado cuenta, y tendré que reflexionar acerca de ello.
Con bastante frecuencia, cuando actúo con este nivel de con-
ciencia respecto a los sentimientos no deseados, como la envidia, la
rabia, el miedo, la tristeza o cualquier otra emoción que pueda des-
concertarme, estos sentimientos suelen desvanecerse y desapare-
cer. Pero aunque no sea así, el trabajo personal es el mejor punto
de partida. No podemos superar los sentimientos indeseables si no
aceptamos que los tenemos. No podemos irnos de un lugar en el
que nunca hemos estado.
De manera que hay que concentrarse en los sentimientos indese-
ables, respirar lenta y profundamente, como si nos abriésemos para
permitirles la entrada a nuestro interior, sin luchar contra ellos ni re-
sistirnos. Debe darse cuenta de que usted es más importante y más
grande que cualquiera de sus sentimientos y, por lo tanto, crear un
contexto en el que puedan producirse el cambio y el crecimiento.
O fíjese en el caso de Paula, madre de cuatro hijos. Su marido
se había llevado a los niños a pasear, de manera que ella podría dis-
frutar de algunas horas de deliciosa libertad. Durante un rato na-
die le pidió nada, y por lo tanto ella no se sintió empujada de un la-
do a otro por los demás, como solía ocurrirle. Se preguntaba si
debía sentirse culpable por estar disfrutando tanto. A Paula se le
pasó por la cabeza la idea de que si su marido y sus hijos «desapa-
recían» de una u otra manera, ella podría volver a ser libre e inde-
pendiente. Entonces se sintió horrorizada. ¿Cómo podía pensar al-
go tan terrible? Cerró de un portazo la ventana de su conciencia y
decidió no volver a pensar en ello. Paula no sabía que todas las per-
sonas tenemos pensamientos de esa clase. Así que se dijo: «¿Qué
clase de mujer debo ser? Soy una mala persona y una mala madre».
Se hundió en sus sentimientos de autorrechazo.

30
¿Qué significaría, en cambio, tener autoaceptación? Se hubiera
dado permiso a sí misma para experimentar sus pensamientos sa-
biendo que sería sólo algo temporal y que no se trataba de su verda-
dera convicción. Sin embargo, aquel momento era la expresión de
un aspecto de su ser, y hubiera sido muy bueno para ella darse cuen-
ta de esto. Podría haber investigado si ese pensamiento señalaba una
auténtica frustración que debía analizarse y tratarse. No se hubiera
preocupado por juzgar, sino por comprender. Se habría comportado
como si fuera su mejor amiga. No habría permitido que un pensa-
miento involuntario se convirtiera en el reflejo de su autoestima.
Actúe según estas directrices la próxima vez que tenga un pen-
samiento que la haga sentirse culpable.
Con las acciones se aplica el mismo principio. Estoy pensando
en una paciente, Alice, de treinta y ocho años, que decía que detes-
taba pensar en la clase de persona que había sido a los veinte por-
que tomaba drogas y se acostaba con hombres cuyo nombre no po-
día recordar y que generalmente abusaban de ella. Le pregunté si
alguna vez había intentado entrar en la conciencia de aquel yo más
joven para tratar de comprender de dónde venía, qué necesidades
quería satisfacer y cuál fue el contexto que le hizo creer que esa
conducta era la más adecuada. «¿Quiere decir que debo disculpar
mi conducta?», me preguntó indignada. «No», le respondí, «quie-
ro decir que debe intentar comprender. Ácepte que en aquel mo-
mento ese comportamiento era una expresión de su ser. Su con-
ducta era autodestructiva, atacaba a su autoestima, no había una
línea de razonamiento. ¿Significa esto que la manera de proteger
su autoestima ahora es rechazar a la joven que cometió esos erro-
res, como si fuese un padre intransigente? ¿Negándose a mirar ha-
cia ese período de su vida, a aceptar que esa chica era usted o a
ofrecerle un poco de compasión? Odiando y rechazando una parte
de sí misma, o de la persona que fue en algún otro momento de su
vida, se mantiene en una guerra interior perpetua y es imposible
que su autoestima no se vea afectada por ello.»
En fases posteriores de la terapia, cuando Alice había podido
profundizar ya más en su problema, dijo: «Cuando miro hacia

Dl
atrás y acepto a la persona que fui, me siento más fuerte y más lim-
pia porque no tengo que negar la realidad».
¿Qué ocurriría si aplicase esta práctica a su propia experien-
cia? Piense en ello.
Cuando aceptamos nuestras experiencias, sin que por ello tengan
que gustarnos necesariamente, nos convertimos en aliados de la reali-
dad y, por consiguiente, nos fortalecemos. Cuando no lo hacemos,
nos ponemos en contra de la verdad y nos volvemos más débiles.
Desgraciadamente, cuando éramos niños, a muchos de noso-
tros nos enseñaron, de formas más o menos sutiles, a fingir que no
pensábamos lo que pensábamos o que no sentíamos lo que sentía-
mos, porque lo que pensábamos o lo que sentíamos les resultaba
molesto a los adultos. Nos premiaban con «amor» y aprobación
por sacrificar partes de nosotros mismos. Negábamos tener mie-
do, evitábamos dar nuestra opinión, sepultábamos nuestra ira, re-
chazábamos nuestra sexualidad y renunciábamos a nuestras aspi-
raciones a fin de «ser buenos». Después de adquirir este hábito de
autorrechazo, continuamos llevándolo a cabo a lo largo de nuestra
vida para ganar el favor a nuestros propios ojos. Nuestro objetivo es
la autoprotección, pero el resultado es la autoalienación.
Este es el hábito que debemos perder. Debemos dejar de creer
que autorrepudiarse es una virtud. La autoestima está íntimamente
ligada al respeto implacable de los hechos, incluyendo los hechos
que tienen que ver con nosotros m1smos. Por este motivo es tan im-
portante la autoaceptación.
He visto a muchas mujeres (y hombres) sufrir por sus proble-
mas personales y progresar de un modo agonizantemente lento, o
quedarse bloqueados, porque en el nivel más profundo de su psi-
que se niegan y se rechazan profundamente a sí mismos. Si no se
enfrentan a este modo de conducta, la autocuración es casi imposi-
ble. Son personas que parecen incapaces de aprender, y sus apa-
rentes avances acaban siendo transitorios y temporales.
La autoaceptación es negarse a tener una relación de enfrenta-
miento con uno mismo. Es uno de los fundamentos indispensables
para construir una autoestima saludable.

5
He aquí un ejercicio básico de completar frases para favorecer
la autoaceptación. Cada día, durante una o dos semanas, escriba de
seis a diez finales para cada una de las siguientes oraciones:

Si tuviese un cinco por ciento más de autoaceptación...


Sí aceptase un cinco por ciento más mis pensamientos...
Sí aceptase un cinco por ciento más mis sentimientos y emo-
clones... E
Si aceptase un cinco por ciento más mis errores del pasado...
Si me tratase a mí misma de una forma más compasiva...
Cuando me trato a mí misma con rechazo...
Me estoy dando cuenta de que...

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4

Comprender nuestro potencial

«Si pudiera ejercer mi inteligencia plenamente», dijo una mu-


jer en uno de mis grupos de terapia, «mi familia me repudiaría.»
Estábamos analizando algunas de las dificultades de practicar la
autoaceptación a pesar de su importancia para la autoestima.
Otra mujer dijo: «Si experimentara y admitiera mi emoción
plenamente, debería enfrentarme a la soledad de ver que nadie
comparte mis sentimientos».
«Si admitiera plenamente mis capacidades», dijo otra, «acabaría
teniendo que asumir todavía más responsabilidades de las que tengo
ahora.»
«Si tomara plena conciencia de mi pasión», dijo otra, «debe-
ría admitir que mi matrimonio es aburrido. Y entonces, ¿qué ten-
dría que hacer?»
«Si quisiera disfrutar plenamente de mi sexualidad», dijo otra,
«mi marido se asustaría.»
«Si aceptase mi espiritualidad», dijo otra, «no sé dónde podría
acabar, porque es un territorio desconocido y me sentiría comple-
tamente aislada.»
«Si admitiera lo mucho que me gusto a mí misma en secreto»,
dijo otra, «me convertiría automáticamente en una huérfana, por-
que mi madre no podría soportarlo.»
La autoaceptación es esencial para la autoestima. «Aceptar» es
experimentar la realidad plenamente en lugar de negarla y recha-
zarla. Es fácil comprender por qué hay tantas personas a las que les

35
resulta difícil aceptar sus pensamientos, sentimientos y acciones
negativos. Pero, como hemos visto en las afirmaciones citadas, el
desafío de la autoaceptación es igualmente aplicable a los aspectos
positivos, al potencial y las virtudes que sentimos la tentación de
negar e ignorar porque provocan ansiedad y desasosiego. Para al-
gunos de nosotros, aceptar lo mejor de nosotros mismos puede ser
un desafío más difícil que aceptar nuestro «lado oscuro».
Como regla general, cualquier expresión del yo que podamos
experimentar también la podemos negar. Por ejemplo, así como
una mujer puede negarse a aceptar sus pensamientos más oscuros,
puede negarse a aceptar sus momentos de iluminación y de sabidu-
ría. Al igual que puede rechazar su materialismo excesivo, puede
rechazar su espiritualidad. Al igual que puede negar su dolor, pue-
de negar su alegría. Al igual que puede reprimir el recuerdo de ac-
ciones de las que se siente avergonzada, puede reprimir también el
recuerdo de las acciones de las que se siente orgullosa. Al igual que
puede negarse a aceptar sus limitaciones, puede negarse a aceptar
su potencial. Al igual que puede ocultar su debilidad, puede ocul-
tar su fortaleza. Al igual que puede negar sus sentimientos de odio
hacia sí misma, puede negar sus sentimientos de amor propio. Al
igual que puede rechazar su cuerpo, puede rechazar su mente.
Tal como dije en Cómo mejorar su autoestima: «Nuestro poten-
cial y nuestras virtudes pueden hacer que nos sintamos solos, alie-
nados, alejados de la manada, blanco de la envidia y la hostilidad, y
nuestro deseo de ser buenos puede sepultar cualquier deseo de me-
jorar nuestro potencial».
Si una mujer puede simular que es mejor de lo que es en reali-
dad, negando sus defectos, puede fingir también que es peor de lo
que es, negando sus aptitudes. Puede rechazar su inteligencia, su
perspicacia, su seguridad, su fortaleza, su vitalidad o su pasión.
Puede que precisamente no acepte los rasgos más dignos de valorar.
Puede que lo haga diciendo que así protege otros de sus valo-
res, como su matrimonio (con un esposo que quizá se siente ame-
nazado por su fortaleza) o su relación con sus familiares o sus amigos
(que puede que se sientan intimidados o que le tengan envidia).

36
Puede que lo haga porque aceptar plenamente sus aptitudes impli-
caría responsabilidades que la asustan. Puede que lo haga porque
el concepto limitado que tiene de sí misma no se ajusta a algunas
de sus mejores virtudes, de manera que, para proteger su equili-
brio, evita ser consciente de su propia realidad.
Podemos manifestar comprensión y compasión ante tales ac-
tos de desconocimiento de uno mismo. Podemos reconocer que la
socialización de la mujer suele provocar el desconocimiento de su
propio potencial. Y aun así, el autorrechazo es autorrechazo, y las
consecuencias para la autoestima son muy graves. Cuando recha-
zamos y sacrificamos partes de nosotros mismos, sean cuales sean
las razones, el resultado es un sentido del yo agraviado y empobre-
cido.
«Estoy empezando a darme cuenta», dice Claire, una psicote-
rapeuta casada con un hombre llamado Tim, que ejerce la misma
profesión que ella, «de que todo esto te lleva a no decir la verdad.
En las reuniones con nuestros colegas aparento ser menos culta de
lo que soy para que Tim dé una buena impresión. No hago todo lo
que podría hacer para mejorar el trabajo de nuestra oficina. Me
crié en la creencia de que demasiado cerebro o energía en una mu-
jer no son deseables. Tim no me pide que actúe así, sino que yo me
lo exijo a mí misma porque tengo miedo de descubrir qué pasaría y
si él me seguiría amando si expresase plenamente quién soy. Mien-
tras tanto, vivo en una mentira. Y esto está afectando a mi auto-
rrespeto.»
«Realmente, admitir tu propia inteligencia en todas las situa-
ciones», dice Shirley, la ayudante de una productora de cine, «es
una responsabilidad. No es que los demás esperen más de ti, sino
que tú esperas más de ti misma. Pero lo cierto es que me gusta sen-
tirme un poco desamparada. Así es como me ha visto siempre mi
familia. Mi jefe dice que no he alcanzado todo mi potencial y que
podría tener un éxito fabuloso en mi carrera. Esa idea me pone
nerviosa. No se ajusta a lo que yo pienso de mí misma. Pero aun
así, lo cierto es que sé que tiene razón. Y eso significa que mi fami-
lia está equivocada. ¿Tengo la fuerza suficiente para enfrentarme a

57
ello? Y si ahora que lo he admitido no encuentro fuerzas, ¿cómo
me enfrentaré a mí misma?»
Hace falta valor para saber quiénes somos y actuar en conse-
cuencia. Hace falta sinceridad para admitir, incluso en la privaci-
dad de nuestra mente, que «soy más inteligente que los demás
miembros de mi familia» o que «espero más de la vida que las per-
sonas que me rodean».
Cuando una persona que mantiene una relación con otra em-
pieza a cambiar, su pareja se ve obligada a realizar también un cam-
bio. El motivo es que una relación es un sistema cuyas partes están
interconectadas. Si una parte cambia y la otra no, el sistema se de-
sequilibra y empiezan a desarrollarse fricciones y tensiones.
Tras varios meses de terapia, Claire observó: «A medida que
aprendo a mostrarme tal como soy, Tim está atravesando un pe-
ríodo de adaptación igual que yo. Ha aprendido a no interrumpit-
me. Y lo que es más importante, está aprendiendo a aceptar el he-
cho de que gano tanto dinero como él y que quizá acabe ganando
aún más. Él es feliz, quizá porque se da cuenta de que yo lo soy y
también posiblemente porque ve que no le hago responsable de
que en el pasado yo fuera reservada. Asumo la responsabilidad
por lo que me he hecho a mí misma y por los cambios que tengo
que realizar».
Reflexionando acerca de sus progresos, Shirley dijo: «Al mar-
gen de una hermana que me ha apoyado de forma entusiasta, mi
familia no está contenta con mi nueva manera de ser. Hacen mu-
chas burlas y mezquinos comentarios sarcásticos insinuando que
soy demasiado ambiciosa para mis posibilidades. No los veo tan a
menudo como antes. Todavía los echo de menos algunas veces, pe-
ro me estaría traicionando a mí misma si no hubiera decidido que
ya ha llegado el momento de aceptarme tal como soy. Quizá lle-
guen a acostumbrarse o quizá no. Pero no puedo permitir que eso
me detenga».
Hace falta integridad para arriesgar las relaciones siendo sincero
respecto a lo bueno que hay en nuestro interior. Hace falta sabiduría
para saber que las relaciones positivas para nosotros se fortalecerán

38
si nos hacemos cargo de nuestro potencial, y que es preferible que
las relaciones tóxicas terminen lo antes posible.
Pero no nos permitamos autoengañarnos. El crecimiento suele
comportar riesgo y sufrimiento. La recompensa es el orgullo de ser
aquello en lo que hemos decidido convertirnos. Nunca he conoci-
do a ninguna mujer que, después de aceptar lo mejor de sí misma,
se mostrase arrepentida de haberlo hecho. Pero he conocido a mu-
chas mujeres que, después de haberse negado a tomar esta deci-
sión, se condenaron a una vida de arrepentimiento.
Éste es un ejercicio de completar frases para llevar adelante es-
te trabajo:

Si aceptase un cinco por ciento más mi inteligencia...


Sí aceptase un cinco por ciento más mi sexualidad...
Sí aceptase un cinco por ciento más mi espiritualidad...
Sí aceptase un cinco por ciento más m1 entusiasmo...
Si estuviera dispuesta a respirar profundamente y sentir mi
poder...
Me estoy dando cuenta de que...

De
5

Autorresponsabilidad

Obediencia. Conformismo. Buenos modales. Ir a la iglesia. A


principios de este siglo, éstos eran los valores que la mayoría de los
padres intentaban inculcar a sus hijos, según un estudio realizado
en aquella época. Cuando este estudio se repitió en la década de
los ochenta, ninguno de estos factores aparecía entre los más im-
portantes. En cambio, uno de los principales valores que los pa-
dres decían querer enseñar era la autosuficiencia. Esto indica una
nueva conciencia de las cualidades necesarias para adaptarse con
éxito a un mundo cada vez más complejo e imprevisible. Este cam-
bio de conciencia es importante para todos nosotros, pero espe-
cialmente para las mujeres. Ellas se están dando cuenta de que la
autosuficiencia no es patrimonio exclusivo de los hombres.
Desgraciadamente, muchas mujeres todavía tienen la sensación
de que la pasividad y el desamparo son «mejores» que tomar las
riendas del propio destino. El proceso de socialización que atravie-
san suele provocar esta creencia en ellas. Puede que sueñen con un
«príncipe azul» que venga a rescatarlas y que cambie el mundo para
ellas, que les proporcione felicidad, satisfacción y autoestima. Co-
mo una de mis pacientes observó irónicamente, «eso es exactamen-
te lo que mi madre me prometió».
Sin embargo, nadie puede regalarnos ni la autoestima ni la efica-
cia personal. Se generan en nuestro interior, y de ninguna otra forma.
Y entre las formas en que se producen, ninguna es más importante
que aprender y practicar la autorresponsabilidad. En mi consulta de

41
psicoterapia veo una y otra vez el tremendo poder que fluye de la dis-
posición de los individuos a aceptar la responsabilidad de su existen-
cia en lugar de evadirla. La autorresponsabilidad supone:

— Hacernos responsables de nuestras acciones.


— Hacernos responsables de nuestras decisiones.
— Hacernos responsables de la realización de nuestros deseos.
— Hacernos responsables de la elección de nuestras compañías.
— Hacernos responsables de cómo tratamos a los demás, en
el trabajo y en nuestra vida personal,
— Hacernos responsables de cómo tratamos nuestro cuerpo.
— Hacernos responsables de nuestra felicidad.

La práctica de la autorresponsabilidad implica hacerse cargo


adecuadamente de uno mismo en todas las situaciones que compor-
ten una decisión propia. No significa que tengamos que aceptar la
responsabilidad por lo que está fuera de nuestro control. No somos
responsables de las acciones de los demás, sino de las nuestras.
Verónica era una higienista dental que tenía un amante desde
hacía siete años. De forma repetida e incluso compulsiva, él le era
infiel. «Si por lo menos Frank viniese a la terapia...», se quejaba,
«pero no lo hará. ¿Qué pasa con los hombres?» Le pregunté cuán-
do había sido la primera vez que él había mostrado evidencias de
su infidelidad, y ella me dijo que prácticamente desde el principio
la sorprendía diciendo mentiras flagrantes sobre sus relaciones con
otras mujeres. Ella se sentía desgraciada y sufría mucho, pero nun-
ca desafió su conducta seriamente. Su constante estribillo era: «To-
do sería maravilloso si él decidiese cambiar». Fueron necesarios
varios meses de complicada terapia antes de que ella estuviera dis-
puesta a hacerse responsable de su elección de Frank como pareja y
de elegir quedarse con él y sancionar su conducta. El siguiente pa-
so en su proceso fue darle un ultimátum: o terminaba con sus aven-
turas y buscaba ayuda psicológica o su relación se acabaría. Cuan-
do ella se dio cuenta de que él no se tomaba el ultimátum en serio,
le dejó. «Es angustioso», admitió. «Todavía le echo de menos. Pero

42
los heroinómanos que se están desintoxicando echan de menos la
heroína durante ún tiempo, ¿verdad? Lo bueno es que no me sien-
to como una víctima. Me siento como una mujer adulta que lleva
las riendas de su propia vida.» El rechazo de ser una víctima en las
situaciones en que existe una verdadera posibilidad de elección es
uno de los objetivos de la autorresponsabilidad.
Henrietta era una diseñadora gráfica que cuidaba de varios
miembros de su familia, ninguno de ellos discapacitado. La llama-
ban constantemente debido a sus crisis nerviosas, y ella me con-
sultaba acerca de la depresión, quejándose de no tener una vida
propia. «¿Cómo voy a hacerme cargo de mi propia vida», me pre-
guntaba amargamente, «si todo el mundo me necesita constante-
mente?»
Le sugerí que hiciéramos varios ejercicios de completar frases y
le ofrecí el siguiente principio de oración: «Lo bueno de ser la per-
sona que cuida de todos es...». Le pedí que trabajase únicamente
con esta frase, y que escribiera diferentes finales cada vez.
Entre sus finales, escribió: «que me siento importante; que no
tengo que pensar en mí misma; que no tengo que enfrentarme a
mis sufrimientos; que no tengo que enfrentarme a mis temores;
que me siento generosa; que me puedo sentir mártir; que no ten-
go que resolver ninguno de mis problemas; que puedo sufrir y que-
jarme mucho».
Después, le di el siguiente inicio de frase: «Si me hiciese más
responsable de mi propia vida...».
Estos fueron algunos de sus finales: «necesitaría valor; diría no
cuando quisiera decirlo; mi vida me pertenecería; mi familia se sor-
prendería; tendría que mirar hacia mi interior; no intentaría evadir-
me con los problemas de los demás; podría hablar con usted sobre
mis temores; le hablaría sobre mis frustraciones; le contaría cuáles
son mis deseos pero que siempre he tenido miedo de realizarlos».
Una de las formas en que podemos evitar la autorresponsabili-
dad es asumiendo la responsabilidad que no nos corresponde, y
ocultando bajo un manto de «virtud» esa actitud de eludirnos a
nosotros mismos. «Es mucho más fácil», observó Henrietta, asom-

43
brada, «vivir para los demás que para uno mismo. Ahora, cada vez
que trato mis necesidades con respeto, me siento orgullosa.»
La mayoría de nosotros reconocemos que somos más autorres-
ponsables en algunos aspectos y menos en otros. Á veces actuamos
como adultos y a veces como niños. Pensando en un ámbito en el
que sabemos que no somos tan responsables como deberíamos, es
útil preguntarse a uno mismo: «¿Cómo sería nuestra conducta si
decidiésemos ser más responsables en esta situación?». Practicando
este comportamiento nos fortalecemos. Expandiendo el ámbito de
nuestra autorresponsabilidad, construimos la autoestima.
A fin de empezar a trabajar, he aquí un programa de dos sema-
nas que puede resultarle útil. Durante los próximos catorce días,
escriba cada mañana de seis a diez finales para estas frases, tan rá-
pidamente como le sea posible:

Si hoy actúo con un cinco por ciento más de autorresponsabi-


lidad...
Si actúo con un cinco por ciento más de autorresponsabilidad
en el trabajo...
$1 actúo con un cinco por ciento más de autorresponsabilidad
en mis relaciones...
Evito la autorresponsabilidad cuando yo...
A veces me siento desamparada cuando yo...
Sí acepto la plena responsabilidad de mi propia felicidad...
Me estoy dando cuenta de que...

No se preocupe si escribe finales repetidos en días diferentes.


Si hace el ejercicio, se le presentarán nuevas posibilidades de poder
personal.

44
6

Autoafirmación

Cuando tenemos una buena autoestima, la autoafirmación sue-


le aparecer como una consecuencia natural. Y cuando tenemos un
adecuado sentido de la autoafirmación, fortalecemos nuestra auto-
estima. La relación es recíproca. Una de las formas en que pode-
mos construir la autoestima es, pues, aprender a respetar nuestros
deseos, necesidades, valores y pensamientos, y buscar formas ade-
cuadas de expresarlos al mundo.
Autoafirmación significa estar dispuesto a defenderse a uno mis-
mo, no tener miedo a ser quien soy, tratarme con respeto a mí mismo
en mis encuentros con los demás. Significa no fingir que soy otra
persona, no desvirtuar mis valores, mis creencias o mis opiniones pa-
ra ganar la aprobación de los demás.
Esta autoafirmación no significa en absoluto tener que pisar a
los demás para poder avanzar, querer ser siempre el centro de aten-
ción, no reconocer los derechos de otros, ser indiferente a los inte-
reses de los demás o parlotear indiscriminadamente sobre nuestros
propios sentimientos, sin tener en cuenta el momento más adecua-
do para hacerlo.
Una de las mujeres con más autoafirmación que he conocido es
también una de las más amables y generosas. Pero es incapaz de vi-
vir sin manifestarse, incapaz de ocultar su inteligencia, sus convic-
ciones o sus pasiones. Trata sus necesidades y sus objetivos como
algo importante, no necesariamente para los demás pero sí para
ella misma.

45
Las mujeres suelen desconocer su potencial porque tienen
miedo de que, al expresarlo, los demás dejen de quererlas. Janine
quería mucho a su padre y se sentía muy querida por él hasta que
cumplió los doce años. Hasta ese momento, ella le había escucha-
do como si él fuese la encarnación de la sabiduría, y él se deleitaba
por la imagen que proyectaba en ella. Entonces, a medida que se
desarrollaba su capacidad de pensar, Janine empezó a hacer pre-
guntas difíciles. Adquirió más autoafirmación y, desorientado y lle-
no de temores, él empezó a distanciarse de ella, alejándose poco a
poco y, con el tiempo, volviéndose crítico y despectivo. Dejó que
ella se sintiese abandonada y desdeñada, y siendo ya una joven mu-
jer tuvo que enfrentarse a dudas como: «Para retener el amor, ¿ten-
go que negar lo que veo y lo que sé? ¿Ser demasiado consciente es
enemigo de las relaciones?».
Muchas mujeres lidian con estas cuestiones y algunas deciden
renunciar a su inteligencia, sin darse cuenta de que también renun-
cian a la autoestima. La autoafirmación empieza en el acto de ejer-
cer la conciencia, de darse cuenta de las cosas y de pensar. Si nos
retiramos ante este desafío, dañamos irremediablemente nuestra
autoestima.
Nunca establezca una relación sentimental con un hombre que
no sea amigo de su inteligencia. Si lo hace, tal vez el precio que de-
ba pagar por ese «amor» sea dejar de amarse a sí misma.
La autoafirmación toma diversas formas: pedir un aumento de
sueldo y alegar buenas razones para demostrar que lo merece; ex-
presar una convicción moral, política o estética que puede que sus
interlocutores no compartan; hacer un cumplido entusiasta que
refleje auténticamente sus valores; comunicar a una amiga que su
comportamiento abusivo es inaceptable y negarse a cooperar con
ella; recomendar una película o un libro que le haya gustado; re-
conocer sin problemas sus necesidades y su vulnerabilidad; ser
sincera cuando sienta ira; hacer preguntas directas sin necesidad
de fingir que «ya lo sabe todo»; tratar a sus propias ideas con res-
peto y luchar de forma adecuada porque los demás las acepten;
negarse a reírse de un chiste de mal gusto; expresar con naturali-

46
dad y sin agresividad sus gustos y su entusiasmo; compartir su
emoción; permitir que los demás escuchen la música que suena en
su interior.
La autoafirmación sana no es hostil, abusiva o sarcástica. Éstas
son conductas típicas de la baja autoestima y no deben confundirse
con lo que yo recomiendo. Necesitamos tener buen juicio respecto
los sentimientos que podemos expresar en cada circunstancia. Ejer-
cer este juicio no significa sacrificar la autoafirmación, sino actuar
de forma inteligente.
Recuerdo a una mujer a la que atendí en mi consulta de psico-
terapia cuya noción de la autoafirmación estaba exclusivamente li-
gada al enfrentamiento y la rebeldía. Cuando era adolescente, Car-
la tenía la sensación de que su supervivencia dependía de decir no
a los valores de sus padres, y se había quedado bloqueada en esa
postura negativa, que desde entonces constituía su respuesta al
mundo en general. Ahora, a sus treinta años, se tenía que enfrentar
al hecho de que los tejanos, las botas militares y una sucesión de
despidos en diversos trabajos y otros tantos abandonos por parte
de diversos amantes no podían ocultar el empobrecimiento de su
vida interior.
«Es importante tener la capacidad de decir no», observé. «Pero
no son las cosas de las que estamos en contra lo que pone a prueba
nuestra autoafirmación, sino aquellas de las que estamos a favor.»
«Nunca he estado a favor de nada», respondió Carla con tristeza.
Decidí que hiciésemos un ejercicio de completar frases. Pensé
en ofrecerle una frase incompleta o varias de ellas, y pedirle que las
repitiera en voz alta, cada vez con un final diferente, sin pensar,
planificar o ensayar.
Ofrecí a Carla el siguiente principio de frase: «Si dijese sí cuan-
do quiero decir sí...».
Respondió: «Si dijese sí cuando quiero decir sí, me daría cuen-
ta de cuántas oportunidades he dejado pasar; admitiría todo aquello
que siempre he negado desear; aceptaría la amistad cuando al.
guien me la ofreciera; aceptaría mi necesidad de contacto huma-
no; le tendería la mano a la vida; volvería a la escuela; sabría lo

47
mucho que deseo aprender; me permitiría expresar amor; tendría
miedo; volvería a la vida». Escuchó sus propias palabras asombra-
da y aturdida.
Le ofrecí otro principio de frase: «Si aportara más autoafirma-
ción a mis actividades diarias...».
Entre otras cosas, respondió lo siguiente: «No me escondería
tanto; no me vería a mí misma como a una víctima; no estaría siem-
pre enfadada; descubriría quién soy; sería más sincera con mis sen-
timientos; cuando alguien me hiciese daño, lo admitiría; cuando
me sintiera sola, lo admitiría; pensaría en hacer algo por mí misma;
no permanecería en un trabajo insignificante echando las culpas
“al sistema”; buscaría algo mejor; admitiría que tengo sueños y am-
biciones». Carla me miró, se rió y añadió: «No puedo creer que ha-
ya dicho todo esto». Éste fue el principio de su evolución personal.
Afrontar nuestros deseos y respetar nuestros propios valores
requiere coraje. Tenemos que salir de nuestros escondites. Necesi-
tamos participar de la vida. Al principio, puede ser difícil. Pero el
mundo pertenece a los que perseveran.
He aquí un ejercicio que la ayudará a cultivar su autoafirma-
ción. A primera hora de la mañana, antes de empezar a trabajar o a
realizar sus actividades cotidianas, escriba de seis a diez finales pa-
ra cada una de las siguientes frases inacabadas, tan rápidamente
como le sea posible:

Si aporto un nivel más alto de autoafirmación a mis activida-


des de hoy...
Si considero importantes mis pensamientos y mis senti-
mientos...
Si digo sí cuando quiero decir sí y no cuando quiero decir
0%
Sí pido lo que deseo de forma abierta y con dignidad...
Me estoy dando cuenta de que...

Realice este ejercicio de lunes a viernes durante dos semanas.


Naturalmente, habrá muchas repeticiones entre sus respuestas. No

48
se preocupe por eso. También surgirán nuevos finales para estas
frases. Al final de la primera y la segunda semana, durante el fin de
semana, relea lo que haya escrito y escriba de seis a diez finales pa-
ra esta frase inacabada:

Si algo de lo que he escrito es cierto, sería provechoso que


yo...

Este ejercicio debería empezar a abrirle puertas, a ayudarla a


vislumbrar nuevas posibilidades de autoexpresión. No existe ga-
nancia sin riesgo. La decisión de reunir el coraje necesario para
atravesar esas puertas es suya.

49
'

Vivir con determinación

La autoestima trae consigo la sensación de control sobre nues-


tra propia existencia. Tenemos una brújula interior que nos guía y
marca nuestra dirección, de manera que sentimos el centro del
control en nuestro interior, en lugar de creer que se encuentra en
cualquier lugar del mundo exterior. Por el contrario, una persona
con una autoestima baja se siente fundamentalmente bajo el con-
trol de los acontecimientos externos, es decir, las decisiones y las
acciones de los demás. Esta diferencia en la manera de vivir es un
reflejo del grado en que la mujer actúa por su propia intención
consciente.
Nuestros propósitos organizan y centran nuestras energías, y
dan significado y estructura a nuestra existencia. Á fin de financiar
mi educación, tengo que aceptar un trabajo que no me gusta; aun
así, puedo sentir que tengo el control de mi vida si soy consciente
del contexto general y del objetivo hacia el que estoy avanzando,
aunque tenga que realizar tareas poco estimulantes. En ausencia de
propósitos y objetivos, me siento absolutamente a merced del cam-
bio, de mis propios impulsos azarosos o de las acciones incontrola-
bles de los demás. Esta pasividad es incompatible con la experien-
cia de la autoestima.
Para vivir mi vida a un nivel de propósito consciente, tengo
que hacerme responsable de formular mis objetivos. ¿Qué deseo
conseguir en el ámbito del desarrollo personal? ¿Qué quiero con-
seguir profesionalmente? ¿Qué es lo que deseo obtener de mis re-

OL
laciones? Tengo que pensar en cómo llegar ahí desde aquí, es decir,
debo responder a la pregunta: ¿qué acciones tendré que empren-
der para llegar a donde yo quiero? En otras palabras, necesitaré un
plan de actuación. También necesitaré controlar mi conducta de
vez en cuando para asegurarme de que no me desvío del camino,
de que mis acciones siguen siendo coherentes respecto a mis obje-
tivos y mis planes de actuación. Finalmente, necesitaré prestar
atención a las consecuencias de mis acciones, para determinar si
realmente están produciendo los resultados que yo pretendía y
preveía. Estas normas de actuación tienen una gran utilidad para
construir la autoestima, porque generan un sentimiento de compe-
tencia ante los desafíos de la vida.
Estos son tres ejemplos de cómo se traduce la idea de actuar
con determinación en la práctica.
Durante una sesión de terapia, Mary me dijo: «Quiero ser es-
critora. Lo deseo desde que tenía doce años».
Le pregunté: «¿Ha escrito algo alguna vez?».
«No», contestó. «No desde que estuve en la universidad.»
«¿Ha asistido a algún curso de escritura o ha leído algún libro
sobre el tema?»
«No, en realidad no.»
«¿Lee usted mucho? ¿Intenta aprender qué es escribir bien?»
«No.»
«¿Tiene algún proyecto específico sobre lo que escribir?»
«No.»
Mary sólo fantaseaba con ser escritora. Esto no es vivir con de-
terminación y no lleva a ningún sitio, excepto a la frustración. Le
asigné una tarea para que la realizara en casa: «Quiero que escriba
una respuesta de varias páginas a esta pregunta: si quisiera conver-
tir mi deseo de ser escritora en un propósito consciente, ¿qué debe-
ría hacer?». Á consecuencia de este ejercicio, Mary se inscribió en
un curso de redacción de la Universidad de California.
Jean era directora de una pequeña empresa de informática. Te-
nía muchas ideas sobre cómo hacer que el negocio creciera y cómo
hacer que al mismo tiempo su carrera progresara. También tenía el

De
apoyo entusiasta de sus superiores. Pero siempre acababa desvián-
dose de sus objetivos debido a los problemas que le causaban las
personas a las que supervisaba. «Sé que no es mi trabajo resolver
sus problemas, ya que ésa es su responsabilidad. Pero acabé vién-
dome a mí misma como alguien que tiene que cuidar de los demás,
y me resulta realmente muy difícil decir que no a las personas. To-
do el mundo me necesita para algo. Suelo tener que trabajar hasta
muy tarde, cuando ya se han ido todos, para poder hacer mi propio
trabajo.»
«Si quisiera poner sus propios proyectos y objetivos en primer
lugar», le pregunté, «que es lo que su empresa espera de usted,
¿qué diferente comportamiento debería tener con sus empleados?»
«Tendría que volver a pasarles los problemas que en realidad
ellos tienen que resolver. Necesitaría un nivel más alto de responsa-
bilidad por parte de ellos.»
«¿Y cuál sería el obstáculo para conseguir eso?»
«Bueno... quizá si me hiciera valer... ¿dejaría de gustarles?»
«Así que si usted necesitara que ellos fueran más autorrespon-
sables, lo cual es una manera de potenciarlos, ¿ellos se sentirían re-
sentidos hacia usted?»
«En realidad, no lo creo, pero esa no es la cuestión, ¿verdad?»
«Exactamente. La cuestión es que vivir con determinación no
sólo requiere disciplina, sino también coraje, el coraje de respetar
los propios valores y objetivos, con o sin el apoyo entusiasta de los
demás.»
Cuando Jean aprendió a superar sus temores y a actuar con
más determinación y concentración en su trabajo, ocurrió lo inevi-
table: la productividad de su departamento ascendió, al igual que
su autoestima y su capacidad para disfrutar de la vida.
Si las personas comprenden plenamente la idea de actuar con
determinación, tienen más probabilidades de aplicarla en el lugar
de trabajo. Tienen menos posibilidades de comprender su aplica-
ción en el ámbito de lo íntimo y personal. Los ejemplos anteriores
estaban relacionados con el trabajo; he aquí un ejemplo relaciona-
do con el amor.

y)
«Me gustaría ser mejor compañera para Max», dijo Caroline,
que se sentía dividida entre su vida amorosa, sus muchas amigas y
su trabajo como propietaria de un negocio de venta de flores con
mucho éxito. «Realmente me preocupo por él. Se queja de que no
le dedico mucho tiempo. Siempre voy con prisas o estoy hablando
por teléfono.»
«¿Qué le gustaría que fuese diferente?», pregunté.
Parecía que la pregunta le resultaba difícil de contestar. «Me
gustaría que ambos fuésemos más felices, en el sentido amoroso.»
«¿Qué cree que podría hacer para que ambos fuesen más fe-
lices?»
«Podría intentar establecer una mejor relación», dijo, un poco
a la tentativa.
«Bien. Si ése es su propósito, ¿qué actuación debería empren-
der para conseguir crear una mejor relación?»
Evidentemente, esta línea de razonamiento no se le había ocu-
rrido. «Me resulta embarazoso admitir que no lo sé. Sé que mi pro-
pósito en el trabajo es aumentar las ventas en un veinte por ciento
este año, por lo que es mejor que crea que ¡tengo un plan de actua-
ción! Pero supongo que no tengo realmente un propósito claro
respecto a esta relación, sino solamente un deseo.»
Caroline se embarcó en lo que ella llamó un «experimento in-
teresante»: descubrir qué pasaría si ella aportase tanta concentra-
ción y tanta determinación a mejorar su relación con Max como en
sus actividades empresariales. Esto suponía, entre otras cosas, ges-
tionar mejor su tiempo, de manera que su relación con Max no su-
friera desnutrición. Ahora tiene éxito en ambos ámbitos de su vida.
Una de las maneras más efectivas para crecer en autoestima y,
en consecuencia, obtener más satisfacción, es convertir los deseos
en propósitos. De nuevo, he aquí cómo hacerlo:

— Pregúntese qué acciones tendría que emprender si su pro-


pósito fuese alcanzar sus objetivos en la vida real (no sólo
en sus sueños).
— Diseñe un plan de actuación y empiece a implementarlo.

34
— Controle su progreso y preste atención a las consecuencias
de sus acciones. Ajuste sus planes y su conducta cuando sea
necesario.
— No se desvíe del camino, avance hacia el cumplimiento de
su propósito. Y vea cómo crece su poder personal.

Y ahora un ejercicio de completar frases para desarrollar aún


más la práctica de vivir con determinación:

Si actuase con un cinco por ciento más de determinación...


Sí aportase un cinco por ciento más de determinación a mi
trabajo...
Si aportase un cinco por ciento más de determinación a las
relaciones importantes de 1721 vida...
Si aportase un cinco por ciento más de determinación para
mantener una buena salud...
Si deseo traducir estas ideas a la práctica, necesttaré...
Me estoy dando cuenta de que...

35
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8

Integridad

¿Alguna vez ha ido a comer con un viejo amor, después de ha-


berle dicho a su marido que «estaba con sus amigas»? ¿O ha trai-
cionado la confianza de una amiga porque no podía resistir la ten-
tación de chismorrear? ¿O ha falsificado su cuenta de gastos? ¿O
se ha apropiado de una idea que no era suya? ¿O ha impedido el
ascenso de un subordinado porque se sentía amenazada por él? ¿O
ha permanecido callada y sin protestar delante de una mala perso-
na a la que usted sabía que debería enfrentarse?
Desgraciadamente, hoy en día puede leer muchos libros sobre
la autoestima y no aprender que conductas como éstas son puro
veneno para su sentido del yo, ya que todas representan fallos en la
integridad personal. La autoestima requiere más de usted que sim-
plemente mirarse al espejo y afirmar: «Soy perfecta así como soy».
Desgraciadamente, las mujeres (al igual que los hombres) tie-
nen muchas nociones erróneas sobre lo que nutre nuestra autoesti-
ma. Cuando sus estrategias no funcionan, suelen culparse a sí mis-
mas pero raras veces cuestionan sus creencias subyacentes. Si al
menos dijese mis afirmaciones todos los días...; si al menos hiciese
suficientes trabajos para la comunidad...; si al menos encontrase un
grupo de amigas que me apoyasen con su aprobación...; si al menos
consiguiese el ascenso...; si al menos encontrase a mi hombre ideal...
podría tener autoestima.
Lo cierto es que algunos de estos logros pueden hacernos más
felices (aunque no necesariamente), pero ninguno genera autoesti-

Y
ma. La autoestima es un reflejo de cómo vivimos, cómo nos enfren-
tamos a los desafíos de la vida, no de lo que tenemos, de cuál es
nuestro aspecto exterior o de lo populares que somos. Una de las
fuentes más importantes de autoestima es la ¿ntegridad que aporta-
mos a nuestras actividades diarias, la congruencia entre nuestras
palabras y nuestras acciones.
Cuando mantenemos nuestras promesas, respetamos nuestros
compromisos, tratamos a los demás con sinceridad, honesta y di-
rectamente, cuando nos comportamos de formas que nos parecen
respetables, producimos un resultado mucho más importante que
la aprobación de los demás. Nos aprobamos a nosotros mismos. Nos
sentimos así: soy una persona en la que se puede confiar; estoy or-
gullosa de mis decisiones éticas; me gusta y admiro la clase de per-
sona que he hecho de mí misma. Esto es tener autoestima.
Pero si, por el contrario, establecemos nuestras promesas y
compromisos según la conveniencia de cada momento, sin una in-
tención seria de mantenerlos, si tratamos a los demás con falsedad,
manipulándoles y aprovechándonos de ellos; si nos comportamos
de formas que no pueden admirarse, nos queda un resultado mu-
cho más abrumador que la desaprobación de los demás. Nos desa-
probamos a nosotros mismos. Y el sufrimiento de esta desaproba-
ción no puede superarse con un ejercicio de clase o en la cama con
un nuevo amante.
Janice, que trabajaba como ayudante de una ejecutiva de cuen-
tas en una agencia de corredores de Bolsa, quería gustar a todo el
mundo. Siempre prometía hacer cosas para los demás, hacía más
promesas de las que realmente podía cumplir. Lo hacía en el trabajo
y también con sus amigos. Cuando no podía cumplir sus promesas,
conseguía que algunas personas se enfadaran, y ella pensaba que su
ira era la única razón por la que ella se sentía tan triste. Para ella, cap-
tar que el origen profundo de su preocupación era su impulsividad
nerviosa al hacer promesas y su imprudencia al romperlas supuso un
difícil y lento acto de coraje dentro del proceso de su terapia.
Le asigné un ejercicio para que lo realizara en casa todos los dí-
as durante dos semanas. Tendría que escribir de seis a diez finales

38
para la siguiente frase incompleta: «Si aporto un mayor nivel de in-
tegridad a mis actividades cotidianas...».
Entre sus finales figuraban: «no haría tantas promesas; man-
tendría mi palabra; no mentiría para conseguir gustar a la gente;
haría menos promesas». Después de experimentar con esos princi-
pios en la práctica durante un mes aproximadamente, dijo: «Lo
que estoy viendo claramente es que, si para mí es importante man-
tener mis promesas y mis compromisos, tengo que ser realmente
cuidadosa con las cosas a las que accedo. No puedo estar diciendo
siempre sí a todo y a todos».
Al principio, no le resultó fácil mantener este comportamiento
con firmeza. Pero a medida que la terapia progresaba y disminuía
su necesidad de aprobación por parte de los demás y crecía su au-
toaprobación, se volvió natural para ella decir sí cuando quería de-
cir sí y no cuando quería decir no.
«La mayoría de las veces que me he traicionado a mí misma a
lo largo de mi vida», reflexionó con tristeza, «fue debido a mi te-
mor a que alguien me desaprobara. Ahora es mi propia aprobación
lo que me preocupa, no la de los demás.»
Beth se sentía perturbada por la dureza con que su marido,
Tom, educaba a sus dos hijos pequeños. No aprobaba los castigos
físicos, pero temía que si desafiaba a Tom cuando los practicaba
podía poner en peligro su matrimonio. Su preocupación llegó a ser
tan grave que durante la terapia me preguntó: «Siento que estoy
traicionando mis convicciones y a mis propios hijos, pero mi ma-
dre me enseñó que el primer deber de una mujer es estar de acuer-
do con su marido. Sin embargo, ¿qué ocurre con el respeto hacia
uno mismo?».
Le pregunté: «¿Le diría a su hija que no diese importancia a su
integridad personal para no hacer tambalear el barco de su matri-
monlo?7».
«¡Por supuesto que no!», contestó indignada.
Antes de una semana empezó a enfrentarse al comportamiento
de Tom. Poco después él estuvo de acuerdo en acompañarla a la
terapia.

ae,
Marla era médico y tenía una consulta en los suburbios, ade-
más de estar asociada a un pequeño hospital local. Si la suma de
días que pasaban sus pacientes en el hospital superaba un núme-
ro determinado, Marla y su marido recibían como compensación
un lujoso crucero. Cuando se percataba de que el seguro de sus
pacientes era el adecuado, solía recomendarles una estancia más
larga de lo estrictamente necesario. Vino a mi consulta de terapia
debido a unos misteriosos ataques de ansiedad y depresión. «Ten-
go un marido maravilloso, que además es un dentista de mucho
éxito; tengo una gran casa y una vida formidable. No sé qué me
pasa.»
Cuando conocí su acuerdo con el hospital, le pregunté cuáles
eran sus sentimientos a ese respecto e inmediatamente se puso a la
defensiva. Canceló nuestras dos siguientes citas. Cuando regresó a
mi consulta, se quejó de un nuevo problema: el insomnio. Cuando
retomé la cuestión de sus tratos con el hospital, dijo enfadada:
«Bien, supongo que me siento un poco culpable, pero es una ton-
tería. Quiero decir, ¿a quién estoy perjudicando realmente?».
Aunque síntomas como los que ella padecía podían tener di-
versas causas posibles, sospeché que el origen de su ansiedad, su
depresión y su insomnio estaban relacionados con ese tema. Ella
estaba violando su sentido más profundo de lo que está bien y lo
que está mal, y ninguna racionalización podía proteger su autoesti-
ma. Las siguientes sesiones de terapia no fueron fáciles. Llegó un
momento en que se preguntó en voz alta si lo mejor sería dejarlo y
atacar el problema con tranquilizantes y antidepresivos.
El cambio se produjo cuando le propuse un experimento.
«¿Estaría usted dispuesta a prescribir únicamente ingresos hospi-
talarios que esté convencida de que son médicamente necesarios
durante los dos próximos meses? Veamos después qué ocurre.»
Ella accedió.
Antes de diez días sus síntomas desaparecieron. Al final de la
terapia señaló: «Mirando hacia atrás en el tiempo, puedo darme
cuenta de que mi ansiedad y mi depresión eran mis “amigas”. Eran
las señales de que algo iba mal en mi modo de vida. Si me hubiese

60
medicado contra ellas en lugar de tomar conciencia, habría cavado
una sepultura más profunda aún para mi autoestima».
Los psicólogos no hablan demasiado acerca de la autoestima.
En el mundo de hoy en día, muchas personas creen que es una pa-
labra incongruente y pasada de moda. No les parece «científica».
Una vez asistí a una conferencia sobre los comportamientos de las
personas que perjudican a la autoestima. Fui el único asistente que
dio importancia al tema de la integridad y los abusos contra ella.
Nadie más parecía interesado en esa línea de pensamiento. Y aun
así, necesitamos principios que guíen nuestras vidas, y es preferible
que los principios que aceptamos sean razonables porque, si los
traicionamos, nuestra autoestima sufrirá. La integridad es uno de
los guardianes de la salud mental.
Este ejercicio de completar frases la ayudará a ir más allá en es-
te trabajo:

Si aporto un cinco por ciento más de integridad a mis activt-


dades cotidianas...
Si aporto un cinco por ciento más de integridad a mi trabajo...
Sí aporto un cinco por ciento más de integridad a mis rela-
ciones...
Cuando hago cosas de las que no me siento orgullosa...
Si quiero sentirme orgullosa de mis decisiones y mis acciones...
Empiezo a sospechar que...
Me estoy dando cuenta de que...

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SEGUNDA PARTE

CUESTIONES ESPECIALES
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9

El amor romántico

La autoestima es la base del amor romántico. En su ausencia,


nos convertimos en saboteadores de nuestra propia felicidad.
Si nos sentimos competentes y valiosos a nuestros propios ojos,
si nos sentimos dignos de ser amados, tenemos los recursos interio-
res (la «riqueza emocional») que hacen posible que amemos a otra
persona. No nos quedamos atrapados en sentimientos de deficien-
cia. Tenemos algo que ofrecer.
Y además, somos capaces de apreciar la bondad de los demás,
de verlos como un fin en sí mismos, no como simples instrumentos
para satisfacer nuestras necesidades. De este modo, somos capaces
de interactuar con ellos de la forma apropiada, sin ánimo de apro-
vecharnos y sin necesidades tóxicas.
Pero si, por el contrario, no nos sentimos competentes ni nos
valoramos, si no nos sentimos dignos de ser amados, nuestras res-
puestas a los demás estarán basadas en un sentimiento de pobre-
za, el sentimiento de una carencia. Buscamos personas que nos
«acepten», o que consigan hacernos creer que el mundo es bue-
no, que nos rescaten, o incluso que nos traten tan mal como cree-
mos que merecemos ser tratados. No buscaremos alguien a quien
admirar, con quien podamos compartir las alegrías y las emocio-
nes de la vida.
Si no nos sentimos dignos de ser amados, es muy difícil creer
que alguien nos ama. Si no puedo aceptarme a mí misma, ¿cómo
puedo aceptar, o creer, tu amor hacia mí? El amor que me profesas

65
es confuso, porque yo sé que no soy digna de ser amada. Tus senti-
mientos hacia mí no pueden ser verdaderos, fiables ni duraderos.
Es muy difícil dejar que el amor entre en mi vida.
Puedo intentar establecer una relación amorosa, pero mis ci-
mientos están socavados. Y en mi inseguridad corrompo el amor
exigiendo demasiadas garantías, dando rienda suelta a una actitud
irracionalmente posesiva, convirtiendo en una catástrofe cualquier
pequeño roce, buscando el control a través de la subordinación o
la dominación, inventando formas de rechazar a mi pareja antes de
que él me pueda rechazar a mí. Las posibilidades de sabotaje son
ilimitadas.
Como escribí en The Psychology of Romantic Love: «Actuamos
según nos vemos a nosotros mismos. Y nuestras acciones tienden a
producir resultados que afirman continuamente nuestro concepto
de nosotros mismos».
Cuando me siento digna de ser amada, te trato con confian-
za, benevolencia y amor. Cuando no me siento merecedora de
amor, te trato con miedo, con recelo y con hostilidad, y tú te
apartas de mí. El concepto que tengo de mí misma se convierte
en mi destino.
Toni era una excelente vendedora de automóviles, pero en
su vida personal solía acabar saboteándose a sí misma. Era ex-
cesivamente solícita con su esposo, como si de esta manera pi-
diese disculpas por su éxito en su trabajo. Le trataba con defe-
rencia cuando no había necesidad para ello, representando un
papel convencional de «femineidad» que a él le irritaba y le des-
concertaba. Atrapada en sus inseguridades, ella no sabía cómo
responder cuando él se preguntaba en voz alta qué había sido
de la mujer independiente de la que se había enamorado. Du-
rante la terapia, costó mucho trabajo ayudarle a comprender
que, al tomar demasiadas decisiones que les concernían a am-
bos si consultar primero con ella, estaba reforzando la conducta
de «sumisión» de Toni. Todavía resultó más costoso ayudarla a
ella a enfrentarse a la voz interiorizada de su madre que le decía
que a los hombres no les gustan las mujeres fuertes. Ella no se

66
sentía lo bastante segura para minimizar el mensaje de su madre
y relacionarse con su marido sin aquella excesiva y humillante
docilidad.
Su objetivo era interactuar con él como una persona adulta y
autorresponsable, como un igual independiente. Conseguirlo no
fue fácil. Me explicó que se sentía «desnuda» sin sus antiguas ar-
mas de defensa. Cuando su ansiedad empezó a provocar una res-
puesta de fantasías de abandono, aprendió a «convivir con ello», a
ser testigo de sus pensamientos sin sentirse manipulada por ellos y
a mantenerse fiel a su yo adulto en su manera de comportarse hasta
que, con el tiempo, se dio cuenta de que sus temores eran infunda-
dos. Durante el proceso, hizo dos cosas: trabajar en su autoestima
(aprendiendo a actuar con determinación y autenticidad) y prote-
ger su relación.
Milly, una decoradora de interiores, decidió conscientemente
tomar su matrimonio como una herramienta para trabajar en su
desarrollo personal. Se había sentido herida profundamente en
una larga relación anterior, y ahora le aterrorizaba ser vulnerable.
Deseaba sinceramente conseguir el amor de su marido, pero a pesar
de ello construyó barreras que lo impedían. Convirtió los peque-
ños roces en grandes conflictos. Se comportaba de manera inesta-
ble, de forma que a veces no expresaba sus deseos y otras los mani-
festaba con hostilidad. Él reaccionó sintiéndose herido, enfadado y
apartándose de ella, lo que previsiblemente exacerbó los temores
de Milly. Durante una consulta con ambos, les hablé de la famosa
caracterización de Masters y Johnson del matrimonio como «inter-
cambio de vulnerabilidades» y del coraje y la autoestima que se ne-
cesitan.
En una sesión a solas con Milly, hicimos una lista de los tipos
de conducta que serían señal de que estaba actuando con un mayor
nivel de autoestima en su relación. Milly escribió:

— Sería receptiva respecto a lo que mi marido me ofrece.


— No me perjudicaría a mí misma.
— No permitiría que la ansiedad me obligara a apartarme de él.

67
— Demostraría mi amor.
— Actuaría con benevolencia en nuestros encuentros.
— No sería sarcástica.
— No me detendría en pequeñeces.
— Expresaría mis necesidades y mis deseos con dignidad.
— No convertiría cualquier malentendido en una catástrofe.
— Escucharía más.
— Sería más generosa.
— No aceptaría comportamientos inaceptables.
— Permitiría la entrada a la felicidad en mi vida.

Yo le dije: «Me pregunto si puede llevar estas cosas a la prácti-


- ca ahora mismo, por decisión propia, sin esperar a que su autoestl-
ma esté completamente recuperada. Hágalo como si fuera un ex-
perimento. Descubramos qué pasaría si tratase a su pareja como
usted sabe que le trataría si su autoestima ya estuviese donde usted
quiere que esté».
Por supuesto, esto no resultó siempre fácil. AÁveces era una
verdadera lucha mantenerse abierta y cariñosa cuando una parte
asustada de sí misma quería cerrarse o salir corriendo. Á veces le
costó un gran esfuerzo no atacarle e insultarle cuando le comunica-
ba sus deseos y sus frustraciones. Á veces tropezaba y recaía en vie-
jos comportamientos contraproducentes. Pero no se rindió. A me-
dida que perseveraba y le resultaba más fácil, sintió que se volvía
más fuerte y más digna de amor, y se dio cuenta de que estaba recu-
perando muchas de las cosas que esperaba de su relación.
El que su marido asistiera también a la terapia resultó de mucha
ayuda. Pero tanto si trabajamos nuestros problemas de relación so-
los o en pareja, en definitiva en lo que debemos fijarnos es en nues-
tro control volitivo, aquello sobre lo que tenemos poder, es decir,
nuestras propias acciones. Muchas veces he tenido que trabajar con
personas cuyas parejas no asistían a la terapia, y la forma básica de
cómo romper un círculo vicioso de autosabotaje es la misma.
Emprendemos las acciones que sabemos que realizaríamos si
tuviésemos un mayor nivel de autoestima. Y al hacerlo, aumenta-

68
mos nuestro nivel de autoestima y creamos una vida mucho más sa-
tisfactoria.
¿Está el éxito garantizado? ¿Podrá salvarse siempre una rela-
ción problemática? Por supuesto que no. Pero es la mejor de las
posibilidades de que disponemos. Y de una o de otra forma, crece-
remos en el proceso.

69
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El miedo al egoísmo

«¿Quiere usted dectr que no está mal ser egoísta?» Me he tenido


que enfrentar a esta pregunta de una u otra forma a lo largo de to-
da mi vida profesional, en mis conferencias o en mi consulta de
psicoterapia.
Los que me preguntan no quieren decir lo siguiente: «¿Tengo
permiso para violar los derechos de los demás?», o «¿Es apropiado
ser indiferente al sufrimiento humano?», o «¿La amabilidad y la
generosidad no son virtudes?».
Lo que quieren decir es lo siguiente: «¿Tengo derecho a respe-
tar mis propias necesidades y mis propios deseos, a actuar según
mi buen juicio, a procurar mi propia felicidad?». Quieren decir:
«¿Está usted diciendo que no estoy en este mundo para vivir pen-
diente de las expectativas de los demás?».
Suelo oír preguntas parecidas a éstas cuando animo a mis pa-
cientes a tener más determinación en la defensa de sus propios valo-
res. Si las mujeres se sienten especialmente vulnerables a las acusa-
ciones de «egoísmo» puede ser debido a que socialmente se las ha
educado para atender a los demás y se les han dado instrucciones
más explícitas para que piensen en ellas mismas en último lugar.
Sin embargo, los hombres tienen su versión del mismo proble-
ma. Su carga es el mandato de trabajar, de tener éxito, sin tener en
cuenta el coste personal, y nunca, nunca, nunca deben quejarse.
Yo sostengo que el interés por uno mismo, si se lleva a cabo de
manera inteligente e informada, es necesario para disfrutar de una

vs
vida racional y satisfactoria, así como para la autoestima, y ésta es
una idea sobre la que existe mucha confusión.
La confusión que envuelve este tema no se limita ni mucho me-
nos al ámbito de las mujeres. Desde que éramos niños, escuchamos
que es fácil ser egoísta, pero que hace falta mucho valor para prac-
ticar el sacrificio personal. Como cualquier persona que practica la
psicoterapia sabe, hace falta mucho coraje para todo lo contrario:
cuidar nuestros propios deseos, formular valores independientes y
mantenerse fiel a ellos, luchar por nuestros objetivos tanto si la fa-
milia y los amigos los aprueban como si no. Abandonar lo que real-
mente deseamos resulta demasiado fácil para muchas personas.
Cuando me refiero al egoísmo como algo positivo, no estoy ha-
blando del egoísmo negativo que consiste en no reconocer los de-
seos de nadie excepto los nuestros, o en actuar como si los demás
sólo existieran para servirnos. Estoy hablando del egoísmo inteli-
gente de una persona con capacidad de pensar que respeta sus ne-
cesidades y sus valores y está dispuesta a defender sus intereses le-
gítimos.
Rachel era una ejecutiva que dirigía su propia imprenta rápida
y durante los últimos dieciocho meses había estado saliendo con
un cirujano desmesuradamente ególatra, que prestaba muy poca
atención a cualquier problema que no fuera el suyo. Hacía apasio-
nados discursos acerca del amor que sentía por ella, pero le moles-
taba que ella le interrumpiera para intercalar alguna frase. Amable
y cortés en público, solía estar de mal humor y comportarse de ma-
nera absorbente cuando estaba a solas con ella, debido, según él
me explicó, a dificultades con una esposa anterior, un hijo adoles-
cente problemático, un jefe incompetente y muchas otras personas
que parecían no estar dispuestas a cumplir sus expectativas.
El resultado fue que, con Rachel, la intimidad, física o emocio-
nal, le parecía «muy estresante». Raras veces hacían el amor y sólo
cuando la iniciativa era de ella. A él le gustaba hablar de romance,
pero en realidad no vivía una relación romántica.
Cuando Rachel intentó decirle lo difícil que le resultaba que
nunca se fijasen en sus preocupaciones, él la interrumpió para ex-

Ne
plicarle que ella no comprendía lo difícil que era la vida para él.
Por consiguiente, Rachel intentó con todas sus fuerzas ser más
considerada con el sufrimiento de su novio, ignorando el suyo
propio.
Tras un mes de terapia, hizo su primer y más determinante es-
fuerzo para comunicar las frustraciones de su relación a su pareja.
Su novio la interrumpió con brusquedad y la dejó sin habla cuando
le gritó: «¿Cómo puedes ser tan egoísta?».
Lo más relevante no es que él dijera aquello, sino que la acusa-
ción la paralizó, haciéndole perder toda perspectiva moral realista.
En su mente oía el eco de la voz de su madre que desde mucho
tiempo atrás le transmitía los siguientes pensamientos: Pon a los de-
más siempre en primer lugar. No digas o hagas nada que pueda inco-
modar a alguien. El egoísmo es un pecado. Cuando Rachel escuchó
la acusación de «egoísta» que le lanzaba su novio, no supo cómo
responder.
«¿Cree usted que estaba siendo egoísta?», me preguntó.
«Bien, usted estaba cansada de sacrificar siempre sus intereses
por los de él y quiso, por una vez, que se respetasen sus propios
sentimientos.»
«¿Pero es eso egoísmo?», Insistió.
«Claro que lo es», respondí. «Como también lo es respirar.»
La cuestión no es que no debamos ser amables o que a veces
no sea necesario tener deferencia con las necesidades de nuestra
pareja. La cuestión es que una relación en la que una persona se
entrega mientras la otra recolecta las ofrendas del sacrificio es in-
moral y destructiva. El propósito de una relación es la felicidad, no
la autoaniquilación.
Rachel aprendió a decirle, con calma y objetividad: «¿Me estás
pidiendo que dé más importancia a tus emociones que a las mías?».
Aprendió a decir: «¿Pretendes decirme que lo que tú quieres decir
en este preciso momento es digno de ser escuchado y que lo que yo
quiero decir no lo es?».
Cuando finalmente él le gritó: «¡La terapia está destruyendo tu
femineidad!», ella se dio cuenta de que tenía que abandonar la re-

13
lación y se preguntó por qué no se habría dado cuenta antes, lo
cual no quiere decir que fuera fácil hacerlo.
Cuando las mujeres aprenden a tener más determinación, es-
cuchan la acusación de «egoístas» con mucha más frecuencia. La
acusación suele utilizarse como herramienta de manipulación y
control. Desarmadas por la culpa, las personas suelen renunciar a
sus propios intereses, tal como les exige quien las acusa.
Cuando una paciente, Astrid, escultora, comunicó a sus padres
que había decidido no tener hijos y, en cambio, invertir todas sus
energías en su carrera, le preguntaron: «¿Cómo puedes ser tan
egoísta?».
Cuando Florence, una agente inmobiliaria, anunció sus pla-
nes de volver a casarse, su hijo de dieciocho años le reprochó:
«Ahora no tendrás mucho tiempo para mí. ¿Cómo puedes ser tan
egoísta?».
Cuando Maxine, una abogada procuradora que había ayudado
a su marido a acabar sus estudios, le pidió ayuda para financiar su
educación ahora que él se había establecido profesionalmente, él
respondió: «¿Por qué te has vuelto tan egoísta y tan exigente?».
Cuando Mallory, la copropietaria de una tienda de productos
para gourmets, explicó a su socia que su relación no funcionaba,
que se sentía abrumada y explotada porque ella no estaba asumien-
do su parte del trabajo, y que había decidido empezar un nuevo
negocio por su cuenta, su socia protestó: «¡Dios! ¡Te has vuelto
tan egoísta! Creía que éramos amigas».
En cuanto a los hombres y las mujeres que son egoístas en el
sentido más negativo de la palabra y a quienes no les interesan las
necesidades de nadie más que las suyas, mientras que esperan que
los demás les cuiden, lo que necesitan aprender no es sacrificio, si-
no justicia y objetividad. El problema con esas personas no es que
sean egoístas, sino que tienen una noción infantil y equivocada del
interés propio.
Sin embargo, las mujeres de hoy en día empiezan a despertar.
Imaginen la respuesta si un conferenciante dijese a un grupo de
mujeres modernas: «No piensen en sus propios deseos ni en sus

74
propias necesidades; piensen solamente en las necesidades y de-
seos de aquellos a quienes cuidan. El sacrificio es la mayor de vues-
tras virtudes». Pero los hombres también tienen que pensar en esta
cuestión. Afecta a todos.
Hasta que no entendamos que todo ser humano es un fin en sí
mismo o en sí misma, y que no existe en función de los demás, no
podremos tratarnos a nosotros mismos y a los demás con decencia.
Mientras no comprendamos que no somos propiedad de nadie, al
igual que nadie es de nuestra propiedad, y que debemos tratarnos
unos a otros como iguales independientes y autorresponsables, no
como objetos de sacrificio, sobre lo único que podremos discutir
es acerca de quién da y quién toma. Lo que no tendremos será au-
toestima.
No es una buena forma de vivir. Ni tampoco una buena forma
de relacionarse con los demás.

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11

Los celos

A menudo me preguntan si los celos son siempre indicativos


de una autoestima baja o si las personas con una autoestima alta
experimentan alguna vez esta emoción tan dolorosa.
La respuesta, breve, es que la mayoría de las veces los celos son
un reflejo de una autoestima inadecuada, pero no necesariamente ni
siempre. Existen circunstancias en las cuales hombres y mujeres re-
lativamente libres de incertidumbres también pueden sentir celos.
El amor apasionado, el amor romántico, conlleva un deseo de
exclusividad sexual. En consecuencia, la pérdida de dicha exclusivi-
dad viene seguida de cierto grado de sufrimiento, como en el caso
en que la pareja tiene un encuentro sexual con otra persona. Si se
quiere llamar celos a ese sufrimiento, yo diría que es normal y que
no existen diferentes grados de autoestima entre los que los sufren.
Sin embargo, si la persona que los sufre no sólo siente dolor, si-
no que ve destruido el sentido de su valor, yo diría que tiene un
problema de autoestima que ya existía con anterioridad a la infide-
lidad. «Si fue capaz de engañarme yéndose a la cama con esa otra
mujer», dijo Jan, propietaria de un establecimiento de productos
de limpieza, «¿qué valor tengo yo? Ha reducido mi autoestima a
cero.» El problema no era que Jan estuviera sufriendo, ya que, en
aquellas circunstancias, era algo normal. El problema residía en la
conclusión que extrajo sobre sí misma.
Nadie cuya autoestima sea sólida imagina, en primer lugar, que
otra persona, sobre cuyas acciones nadie tiene el control, pueda

TE
destruirla. Las únicas acciones de las que somos responsables son
las nuestras. Ningún comportamiento de otra persona puede ser
un reflejo de nuestra valía (si no sancionamos o sí apoyamos esa
conducta). Ésa era la lección que Jan tenía que aprender,
Generalmente, los celos implican ansiedad, sentimientos de in-
seguridad, sufrimiento, fantasías de rechazo o abandono y, a menu-
do, una reacción de ira en respuesta a la relación de nuestra pareja
con otra persona (sea real o imaginaria).
Algunas personas sienten celos porque no están seguras de sí
mismas y viven anticipándose constantemente al rechazo y el aban-
dono. Pero existen otras muchas situaciones (aparte de la infideli-
dad) que pueden provocar celos tanto en personas que confían en sí
mismas como en las que no. Los celos pueden surgir de una creencia
asimilada de que, de una u otra forma, el amor y la felicidad siempre
se acaban. Algunas personas experimentan los celos cuando ven a
alguien despertar el interés o la amabilidad que desean para sí mis-
mos. Algunos los sienten cuando ven flirtear a su pareja. Y los celos
pueden surgir en una relación nueva debido a experiencias doloro-
sas del pasado relacionadas con la infidelidad de una antigua pareja.
Obviamente, cuanta más confianza tengamos en nosotros mis-
mos y cuanto más confiemos en nuestra pareja y nos sintamos ama-
dos por ella, tendremos menos posibilidades de experimentar celos
en estas formas tan extremas. Podemos tener sentimientos ocasio-
nales de celos sin necesidad de ser «una persona celosa».
Si preguntamos: «El amor romántico, ¿conlleva inevitable-
mente sentimientos de sufrimiento o temores ante la posibilidad de
la pérdida, incluso entre los individuos que confían en sí mis-
mos?», la respuesta sería sí. Pero si preguntamos: «¿Es la ansiedad,
el sufrimiento y la agresividad ante posibles rivales una parte inevi-
table del amor para todo el mundo?», yo respondería que no.
Pero supongamos que nos sentimos inseguros y que tenemos
inclinación a los celos. ¿Qué podemos hacer para controlar estos
sentimientos a fin de no destruir nuestra relación?
Cuando nos sentimos celosos, solemos reaccionar deprimién-
donos y alejándonos, lo que hace que nuestra pareja se sienta incó-

78
moda y rechazada. Otra respuesta muy común es la ira, que tiende
a conseguir que nos pongamos a la defensiva y que actuemos con
hostilidad. Ambas reacciones exacerban cualquier situación ya di-
fícil y prácticamente imposibilitan la comunicación. De manera
que necesitamos aprender respuestas alternativas que nos resulten
más útiles.
Cuando Clara, secretaria de juzgados, vio a su marido coque-
teando con otra mujer en una fiesta, reaccionó inmediatamente
con hostilidad y amargura. Su marido lo negaba todo, y durante
varios días casi no se hablaron. En la terapia, ella aprendió a decirle,
cuando se dio cuenta de lo que le estaba ocurriendo: «Viéndote,
me sentí algo nerviosa y asustada. Empecé a imaginar que te ibas y me
abandonabas». Clara se hizo responsable de sus propios sentimien-
tos e hizo todo lo posible por crear un contexto en el que pudiera
tener lugar una conversación pacífica. No ignoró su ira, recono-
ciendo que, en aquellas circunstancias, era una emoción compren-
sible, pero se dio cuenta de que no le servía de nada hacer de la ira
su forma de comunicación. Al no sentirse atacado, su marido no
intentó defenderse. La escuchó. Reconoció que había estado flirte-
ando y que no había pretendido hacerle daño a ella. El problema
no se resolvió en ese momento, pero habían abierto el camino para
una exploración más profunda y significativa.
Tenemos que saber reconocer nuestros sentimientos, hacerlos
nuestros, hablar sobre ellos con sinceridad y no permitir que nos
conduzcan a comportamientos que saboteen nuestras relaciones.
Esto ocurre igualmente cuando nuestra respuesta inmediata es
apartarnos y escondernos en el sufrimiento del silencio. La única
esperanza de solución está en la comunicación auténtica y sin acu-
saciones, y en compartir sinceramente los sentimientos.
Lauren, una corredora de Bolsa, se quejaba porque se sentía
celosa por la atención que prestaban otras mujeres a su atractivo
marido. Insistía en que él debía estar invitando a ello mediante al-
guna señal de disponibilidad. Cuando le pregunté qué le gustaría
que su marido hiciese de forma diferente, no supo qué responder.
La animé para que hablara sobre sus ansiedades respecto a él en lu-

1
gar de retraerse en aquel silencio depresivo. En sus conversaciones
empezó a emerger lentamente el hecho de que él disfrutaba siendo
el centro de la atención femenina y que, aunque él no hacía nada
para provocarlo, tampoco hacía nada para impedirlo. Después de
algunas resistencias, accedió a ser más reservado. Ella accedió a
responsabilizarse de sus temores, controlarlos, hablar sobre ellos y
recordarse a sí misma que su marido no era el padre que había
abandonado a su familia por otra mujer cuando Lauren tenía doce
años.
Si nosotros somos la persona que flirtea y nuestra pareja siente
celos, nuestra principal responsabilidad es ser sinceros. Si ignora-
mos las percepciones de nuestra pareja, no hacemos más que agu-
dizar su ansiedad y confirmar su temor de que existe un motivo
por el que sentirse celoso.
«Cuando Bob me llamó la atención sobre mi manera de flir-
tear», dijo Linda, que trabajaba en una editorial, «mi primer im-
pulso fue decir que eran imaginaciones suyas. Tuve que aprender a
no sentirme controlada por mis miedos a recibir reproches, y esto
me obligó a negar lo que evidentemente era verdad. Nunca tuve
muchos novios cuando era joven, y a veces se me sube a la cabeza
el que los hombres me presten atención. Cuando admití esto ante
Bob, se sintió más relajado. Me dijo que podía entenderlo. Su com-
prensión me ayudó a manejar mejor mis sentimientos, a experi-
mentarlos sin dejarme llevar por ellos, a no actuar de manera ina-
propiada y a no hacer nada que le diera motivos para sentirse
incómodo.»
Los celos, sean justificados o no, son dolorosos y humillantes.
Hay que tratarlos con compasión, tanto si se dan en nosotros mis-
mos como en nuestra pareja. Cuando tenemos el coraje de explorar
el sufrimiento y el miedo que subyace bajo él, suelen disminuir, y la
autoestima tiende a crecer.

80
12

Expresar la ira

Para algunos de nosotros, el problema es que cuando estamos


enfadados, decimos cosas terribles que más tarde lamentamos. Pa-
ra otros, el problema es que no comunican sus sentimientos en ab-
soluto.
La ira suele ser una emoción problemática y desconcertante.
Desgraciadamente, cuando estamos creciendo, nadie nos dice có-
mo enfrentarnos a ella. A menudo, esto implicaba que si éramos
una buena persona nunca debíamos experimentarla, y mucho me-
nos expresarla.
Y aun así, todos tenemos momentos de ira. Sin importar cuán-
to les queramos, a veces nos enfadamos con nuestra pareja, con
nuestros hijos o con nuestros amigos.
El error más común que cometemos cuando estamos enfada-
dos es entrar en la dinámica de los ataques personales, la moraliza-
ción y la psicologización. «¡Sólo un neurótico despreciable se com-
porta así! ¡Eres igual que tu madre, la persona más retorcida que
he conocido nunca! ¡Eres muy desagradable!» Todos estos mensa-
jes están dirigidos a la autoestima del interlocutor, y lo que consi-
guen es que la otra persona se ponga a la defensiva y pase al contra-
ataque.
¿Desea que la mente de la otra persona se dedique a intentar
comprender su punto de vista o que intente defenderse? La difa-
mación simpre aleja la mente de esa persona del tema clave y la lle-
va hacia la autoprotección y la autojustificación. Si su principal in-

81
tención es infligir daño, la difamación es una buena manera de ha-
cerlo. Pero si su objetivo es la comprensión mutua y la resolución,
es contraproducente.
¿Cuál es, entonces, la manera adecuada de expresar la ira? Yo
sugiero los siguientes pasos:

— Describa, con hechos, la acción o el acontecimiento al que us-


ted está respondiendo de manera que su interlocutor sepa
exactamente qué causó su ira. Á veces, las personas gritan
durante diez minutos antes de decirle a la otra parte cuál es
la causa de su enfado.
— Diga algo como: «Siempre sueles hacer comentarios despre-
ciativos cuando no estoy de acuerdo con lo que tú dices...».
— Describa sus sentimientos. Diga algo como: «... y eso hace
que me sienta indignada y ofendida».
— Describa lo que quiere que se haga. Diga algo como: «Si
crees que estoy equivocada cuando no estoy de acuerdo
contigo, responde a mis argumentos. No te refugies en el
sarcasmo y los insultos personales».

Si puede estar calmada, mejor, pero no tiene ninguna obliga-


ción de hablar con un tono de voz sosegado. Tiene derecho a estar
enfadada. Lo que me preocupa aquí es lo satisfactorio que sea lo
que usted diga.
He aquí un ejemplo de cómo puede ser una comunicación efec-
tiva: «Me ha llevado mucho tiempo aprender a hablarte con sinceri-
dad sobre las cosas que me preocupan, y no me resulta siempre fácil,
ni siquiera ahora. Cuando hablo contigo, escuchas sin responder, y
no parece que tu comportamiento cambie en nada. Me siento frus-
trada, impotente, invisible y enfadada. Sería muy importante para mí
que, después de escuchar lo que te he dicho, compartieras conmigo
tus pensamientos y tus sentimientos acerca de ello».
Al interlocutor le resultará más fácil escuchar y responder
adecuadamente porque no existen acusaciones, ataques ni ame-
Nazas.

82
En situaciones extremas, no hay nada malo en decir: «Necesito
estar sola. Estoy demasiado enfadada. No me fío de lo que pueda
decir en este momento».
A diferencia de aquellos que expresan su ira de maneras des-
tructivas, hay quienes la sufren en silencio, pensando: «¿Quién soy
yo para quejarme? ¿Quién soy yo para salir a defenderme?».
Louise, casada, trabajaba como voluntaria en un hospital local.
Una vez se quejó: «Cada vez que mi suegra viene de visita, sólo ha-
bla con su hijo, y actúa como si yo no estuviera presente». Decía
que tenía miedo de transmitir la ira que le producía esto. Le pre-
gunté qué podría decir si no tuviera miedo. «Le diría...», avanzó a
tientas en busca de las palabras, impotente. «Le diría: eres muy
mala persona; eres realmente desconsiderada; eres una persona
realmente despreciable y lamentable...»
Le pedí que considerara cómo se sentiría si dijese, en cambio:
«Me gustaría poder recibirte con alegría. Pero cuando veo que só-
lo hablas con tu hijo y me ignoras como si no estuviera, me resulta
imposible disfrutar de tu presencia o alegrarme de que vengas a
vernos».
Louise respondió al instante: «¡Eso me daría mucho más
miedo!».
Cuando le recordé que no había gritado ni había dicho ningu-
na palabra abusiva, ella respondió: «Sí, pero en mi versión, con to-
dos esos insultos, ella es el centro de atención. No estoy hablando
sobre mí. Eso me hace sentirme más segura. Diciendo lo que usted
ha dicho, tendría que actuar como si mis sentimientos tuvieran im-
portancia».
Precisamente. Una de las formas en que se expresa la autoesti-
ma es respetando nuestros propios sentimientos, necesidades y
dignidad, tratándonos a nosotros mismos como alguien digno de
valorarse. Los que tienen poca autoestima pueden temer esta de-
terminación. Pero el miedo puede superarse.
Tenemos que aprender a practicar lo que el psicólogo infantil
Haim Ginott llamó «ira sin insultos». Esto no surge de manera na-
tural. Aprenderlo requiere disciplina. Para algunos de nosotros, co-

83
mo para Louise, la disciplina consistirá absolutamente en aprender
a hablar. Para otros, consistirá en aprender a transmitir una protes-
ta sin utilizar palabras con intención de infligir humillación y dolor.
En el aprendizaje del arte de la ira sin insultos, es útil pregun-
tarse a uno mismo: «¿Es mi propósito herir y humillar o inspirar
comprensión y provocar el cambio?», o «¿Es mi propósito tener
una catarsis o comunicarme de manera constructiva?».
Es importante tener la capacidad de hablar cuando sentimos
que nos maltratan o cuando alguien ataca nuestros valores. Lo que
necesitamos dominar no es la supresión de todos los sentimientos
de ira o protesta, sino el arte de la comunicación constructiva, es
decir, la comunicación que produce resultados deseables.
En realidad, habrá ocasiones en que decidamos que en ese mo-
mento no nos sirve de nada expresar la ira. Pero en los momentos
en que la expresemos, hagámoslo de una forma que nos dé la opor-
tunidad de ser escuchados y contestados apropiadamente. Algún
día, esta técnica básica se enseñará a los niños en la escuela.

84
15

Ponerse a la defensiva

Á veces intentamos proteger nuestra autoestima de modos que


la perjudican. Nuestra intención es cuidar de nosotros mismos, pe-
ro conseguimos lo contrario, y dejamos mal sabor en el alma. Uno
de los principales ejemplos de este tipo de conducta es ponerse a la
defensiva.
Alguien nos hace una pregunta, nos desafía de alguna manera
o critica algo que hemos hecho. Para evitar los sentimientos dolo-
rosos que surgen en nuestro interior, respondemos ofendiéndonos,
racionalizando, contraatacando o de cualquier otro modo que evi-
te el tema que haya surgido. Nos ponemos a la defensiva. En estos
casos, nuestra principal preocupación no es «¿Dónde está la ver-
dad en esta situación?», sino más bien «¿Cómo puedo ahorrarme
la incomodidad?».
Cuando respondemos de esta manera, la autoestima sufre, por-
que lo que en definitiva estamos evitando son los hechos de la rea-
lidad.
Existe una íntima relación entre la autoestima y el respeto
por los hechos. Las mujeres y los hombres que disfrutan de una
autoestima saludable no se ponen en contra de la verdad. En lu-
gar de ello, su fortaleza descansa en el conocimiento de que su
intención es siempre la de aliarse con lo que es, con la realidad,
habiendo hecho todo lo posible por comprenderla. Actúan cons-
cientemente, de manera responsable y auténtica. Este es el secre-
to de su poder.

85
Pero cuando nuestra autoestima es inestable, podemos llegar a
identificarla no con nuestra racionalidad, sino con nuestra capaci-
dad de disolver los hechos que nos desconciertan en una bruma
mental, es decir, gracias a nuestras tácticas defensivas.
De este modo, alimentamos el temor de que si nuestra conduc-
ta quedara expuesta a la luz del día, nuestra autoestima (o lo que
creemos que es autoestima) no podría sobrevivir. Interiorizamos
aún más la idea venenosa de que la realidad es el enemigo que hay
que mantener a distancia. Nadie podría darnos un puñetazo más
doloroso para nuestro sentido del yo que el que nos damos a noso-
tros mismos mediante esta actitud.
Gwen trabajaba para una empresa de equipamientos electróni-
cos. Vino a mi consulta enfadada, después de una discusión con su
directora, Nora. Me llevó largo tiempo descubrir que la discusión
se precipitó cuando Nora le hizo a Gwen esta pregunta: «¿Por qué
dijiste a nuestro cliente que le entregaríamos su pedido el viernes
cuando sabes que no podemos hacerlo antes del próximo miérco-
les?». Nora le hizo la pregunta en un tono normal, sin acusarla (tal
como Gwen reconoció más tarde). Como respuesta, Gwen voceó:
«¿Me harías esa pregunta si yo fuese un hombre?». Lo que quería
decir era que Nora habría tolerado que un hombre mintiera, pero
no una mujer, algo con lo que la supervisora no estaba de acuerdo,
así que respondió también muy acaloradamente.
«Dígame», pregunté a Gwen, «¿por qué mintió a su cliente?»
Después de algunas evasivas, finalmente respondió: «Porque tenía
miedo de que se enfadara si le decía la verdad».
Entonces pedí a Gwen que dijese tres veces en voz alta: «Men-
tí a nuestro cliente sobre la fecha de entrega porque tenía miedo de
que se enfadara». Mediante este simple ejercicio, yo quería que ella
entendiese y se diese cuenta plenamente de lo que me estaba di-
ciendo. Cuando acabó, le pregunté cómo se sentía, y con un pro-
fundo suspiro contestó: «Más limpia».
Le expliqué que la terapia podría ayudarla a superar ese miedo a
provocar enfado pero que, al mismo tiempo, era mejor que se en-
frentase a su temor que asumir las consecuencias de rendirse ante él.

86
Ella dijo: «Cuando el pedido no llegue, entonces sí que voy a enfa-
darme». Le pregunté qué le parecía contarle a Nora, su supervisora,
lo que había descubierto. Después de algunas divagaciones y evasi-
vas, Gwen respondió: «Me da miedo. Pero lo haré. Se lo debo».
Le pregunté qué sería lo que más sufrimiento le produciría al
decir a Nora la verdad, y ella contestó: «Tendría que enfrentarme a
lo embarazoso y humillante que me resulta mi temor a que los de-
más se enfaden». De manera que la autoprotección se convierte en
autosabotaje.
Charlene y Alex vinieron a mí para que actuase como su asesor
matrimonial. Ella era escritora free-lance y él trabajaba en el depar-
tamento de producción de una agencia de publicidad. Llevaban
diecisiete años casados y tenían dos hijos adolescentes. La mayoría
de sus peleas eran a causa de la educación de los chicos.
Ella se quejaba de que Alex no confiaba en su capacidad como
madre y no apreciaba la gran responsabilidad que acarreaba. «No
entiende por qué estoy siempre cansada e irritable», dijo enfadada.
«Le molesta que riña o grite a los niños, como si ellos no me provo-
caran a mí.»
Él se quejaba de que no importaba cuánto cuidado pusiera en
escoger sus palabras para no ofenderla o hacerla sufrir, porque ella
interpretaba cualquier sugerencia u observación suya como un ata-
que personal, a lo que ella respondió con indignación y contraata-
cándole.
«Nunca me opongo a su opinión o sus motivos», dijo Alex,
«Nunca la menosprecio. Pero si le sugiero que hablar a los niños
con más calma, con respeto y firmeza funciona mejor que los insul-
tos o que ponerlos en ridículo, se enfada y dice que no valoro lo
que hace y que siempre creo que mi opinión es mejor que la suya.»
Estaba claro que, fuesen cuales fuesen las razones, Charlene
pensaba que su marido no valoraba su aportación a la educación
de sus hijos y que no la veía como alguien igual a él intelectualmen-
te. «Porque soy una mujer», dijo con amargura. Estuve de acuerdo
en que algunos hombres son desdeñosos e irrespetuosos con sus
mujeres. Entonces pregunté cómo transmitía Alex los mensajes ne-

87
gativos que ella creía escuchar. Ella no pudo responderme. Le dije
que yo no veía que él tuviera esa actitud en nuestras reuniones en
mi consulta.
«Todos los hombres son así», replicó. «Dios sabe que mi padre
lo era.» Me habló sobre el desprecio con que su padre trataba a su
madre, y de la condescendencia sumisa de su madre. «Juro que
ningún hombre me tratará nunca así.»
Le pregunté si sería posible que, a partir de las experiencias de
su infancia, ella estuviese siempre esperando lo peor de Alex inclu-
so antes de que dijera una palabra. Me pregunté en voz alta si ésa
podría ser la causa de su agitación cuando él se oponía a cualquiera
de sus interacciones con los niños.
«Maldita sea, es verdad», dijo, después de meditar durante un
largo rato. «Siempre hablo así porque me pongo a la defensiva.»
«Cuando usted era joven», dije, «debió sufrir mucho... viendo
la actitud de su padre con su madre.»
«No sólo con mi madre», contestó con rabia. «También con-
migo. Con cualquier mujer.»
«Cuando hablo contigo», dijo Alex, «me gustaría que me vie-
ses y me escuchases a mí. A mi persona. No a alguna reencarnación
imaginaria de tu padre. Si no, me siento como el hombre invisible.
Las mujeres dicen que quieren ser consideradas personas, no este-
reotipos. También lo quieren los hombres.»
En principio, Charlene no tuvo dificultad para estar de acuer-
do con él, pero llevarlo a cabo en el día a día no le resultó fácil de
aprender. Ella se ponía a la defensiva como si esa actitud fuese una
estrategia de supervivencia, sin la cual se sentiría aniquilada.
Yo quería que Alex comprendiese esto, y le dije: «En el mar
embravecido, nadie desprecia un salvavidas».
A Charlene le dije: «Lo que espero que usted llegue a, com-
prender es que su vida no es un mar embravecido y que no le sirve
para nada ponerse a la defensiva, sino que eso la está hundiendo».
«¿Cuál es la salida?», preguntó ella.
«Bien, para empezar, cuando alguien le diga algo, sería útil que
su principal prioridad fuese escuchar y comprender lo que le están

88
diciendo. Parece sencillo, ¿verdad? Pero, como usted sabe, para
muchas personas es lo más difícil. Aprenderlo requiere mucha dis-
ciplina.»
A veces podemos ponernos a la defensiva cuando sabemos que
no hemos hecho nada incorrecto, y que las críticas, sugerencias O
enfrentamientos de la otra persona están basados en ideas equivo-
cadas. Tan pronto como escuchamos algo que, sea cierto o no, pue-
de utilizarse en contra de nuestro comportamiento, caemos en una
actitud de defensa y ataque, en otras palabras, caemos en la menta-
lidad de «esto es la guerra».
Esta actitud suelen expresarla las personas que estuvieron suje-
tas a una gran presión de críticas y castigos en su juventud, tanto por
parte de los padres como de otras figuras de autoridad. Se criaron
recibiendo tantas reprimendas que se volvieron hipersensibles a
cualquier atisbo, real o imaginario, de crítica. Puede ser extraordina-
riamente difícil tratar con este tipo de personas, aunque tengan mu-
chos rasgos atractivos y muchas virtudes. Con ellos, nos parece que
no puede establecerse una comunicación sincera de dar y recibir.
Lucille era una psicóloga investigadora cuya madre había sido
rectora de universidad y su padre un respetado cirujano. Ambos
eran personas brillantes, con una gran capacidad intelectual y ex-
tremadamente críticos. Lucille tenía la sensación de que cada vez
que se daba la vuelta, uno u otro encontraba algún motivo para re-
prenderla, a veces con un sarcasmo dolorosamente cruel. Ella re-
cordaba que su cuerpo se ponía tenso cada vez que volvía a casa
después de la escuela, anticipándose a un ataque. Para defenderse,
aprendió a mentir, a vivir su vida en el mayor de los secretos posi-
bles y, sobre todo, a echar la culpa a los demás.
En la universidad donde ella trabajaba se reproducía la misma
manera de actuar. Si alguien le hacía una pregunta acerca de algún
aspecto de su trabajo, inmediatamente entendía el comentario co-
mo un ataque y se ponía a la defensiva. Cuando la felicitaban por su
trabajo, como solía ocurrir, casi no escuchaba lo que le decían, no lo
registraba, no estaba «programada» para los elogios, sólo para las
críticas, que muchas veces escuchaba sin que nadie las hubiera dicho.

89
Si alguien le preguntaba o quizá criticaba algo que ella hu-
biera hecho, contestaba llevando la conversación hacia alguna di-
rección irrelevante, culpando a otra persona o enfrentándose al
conocimiento y las razones de su interlocutor. Esto no la hacía
precisamente popular entre sus colegas. Vino a mí con un ataque
de pánico porque temía que su reputación podría hacerle perder
su plaza.
En la terapia, después de investigar las raíces de su problema
en su infancia, nos centramos en romper la secuencia que empeza-
ba con el comentario de alguna persona y terminaba con su reac-
ción defensiva y, a menudo, su contraataque.
El primer eslabón de la cadena era escuchar algún comentario
que ella interpretaba como una crítica, aunque no fuera necesaria-
mente cierto. El siguiente, un microsegundo después, era el pensa-
miento: «Me están atacando». En el siguiente microsegundo sentía
ansiedad, el tercer eslabón. El cuarto era su esfuerzo por liberar su
ansiedad diciendo lo primero que le viniera a la cabeza, que solía
ser siempre algo inadecuado.
Nos dimos cuenta que a medida que continuaba la confronta-
ción, cada vez oía menos lo que le decía la otra persona, porque su
mente se llenaba con fantasías de lo que aquella persona quería de-
cir realmente (como que era estúpida o incompetente o una mala
persona).
Esta conducta es muy frecuente. Cuando las personas se ponen
a la defensiva, suelen distorsionar mucho sus percepciones. En con-
secuencia, sus respuestas no son adecuadas. Contestan lo que na-
die ha dicho, y no responden a lo que se ha dicho realmente.
Ayudando a Gwen, Charlene, Lucille y muchas otras personas
a superar su defensividad, me ha resultado fácil desarrollar algunos
pasos muy específicos. Cualquiera que padezca el problema que
estoy describiendo puede practicarlos.

— Esfuércese por concentrarse en escuchar literalmente lo


que se le dice. Espere un momento antes de contestar exac-
tamente lo que está pensando.

90
— Respire lenta, profunda y conscientemente, de manera que
no se sienta incontrolablemente tensa y que la ansiedad no
dicte sus respuestas.
— Responda a lo que se le ha dicho tan precisa y cuidadosa-
mente como le sea posible. Si necesita tiempo para pensar
o está confusa, dígalo. Pero aténgase a los hechos. No entre
en irrelevancias y, sobre todo, no contraataque.
— Cuando haya respondido a lo que se le ha dicho literalmen-
te y con sinceridad, si tiene la sensación de que necesita
ofrecer más información para que sus acciones sean más
comprensibles, transmítalo como una idea distinta y sepa-
rada de la anterior. No lo mezcle con su respuesta inicial.

Es cierto que, si lleva mucho tiempo poniéndose a la defensiva,


estos pasos provocarán inevitablemente alguna ansiedad en usted.
Tolere la ansiedad. Obsérvela, siga respirando lenta y profunda-
mente, y no permita que la man:pule. Para algunos de nosotros, és-
ta será una disciplina difícil de aprender, pero puede aprenderse y
las compensaciones son enormes.
La primera compensación son las comunicaciones más limpias
y más efectivas. La segunda es que usted se ganará una reputación
de sinceridad e integridad.

74
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14
La ansiedad por el éxito

La autoestima nos da energía para perseguir nuestros objeti-


vos. Nos permite sentir satisfacción y comodidad con nuestros éxi-
tos. Cuando nuestra autoestima es sólida, el éxito se convierte en
algo natural y adecuado para nosotros.
Sin embargo, cuando la autoestima es débil, el éxito puede
provocar ansiedad, y a su vez una conducta de autosabotaje. Hoy
en día, cuando cada vez más mujeres están accediendo al mundo
del trabajo, muchas de ellas creando sus propios negocios, me en-
cuentro con distintas versiones de este problema con una frecuen-
cia considerable.
Yo lo llamo «ansiedad por el éxito». Es el terror y la desorien-
tación que las personas con una autoestima inadecuada experi-
mentan cuando su carrera o su trabajo van bien, de forma que en-
tran en conflicto con su visión más profunda de quiénes son y qué
es apropiado para ellas.
«Siempre he sido activa y ambiciosa», dice Jan, propietaria de
una pequeña cadena de boutiques. «Cuando me casé con David,
técnico de equipos médicos, que tiene mucho menos empuje que
yo, me dije a mí misma que no me importarían las diferencias en-
tre nosotros porque era una persona cálida y sensible, y que eso
era lo importante. Pero cuando empecé a tener éxito con mi nego-
cio, empecé a sentirme culpable respecto a David, porque yo esta-
ba consiguiendo muchas más cosas que él. También me enfadaba
con él porque creo que no está motivado. Había una voz en mi in-

77
terior que me decía: las mujeres no tienen que hacerlo tan bien, no
deben superar a sus maridos. Me sentí tan llena de culpa y de ra-
bia que empecé a pelearme con clientes importantes, y el negocio
empezó air mal. Ahora, tres años y muchas pesadillas después, in-
tento reconstruir mi empresa. Pero tengo que saber qué falló y
por qué, para que cuando vuelva a tener éxito no repita los mis-
mos errores.»
«Cuanto más dinero gano», dijo Eleanor, abogada, «más difícil
me resulta dormir sin pastillas. No dejo de sentir que algo va mal,
que algo no encaja, que esto no debería estar ocurriendo.»
«Cada vez que consigo algo realmente importante», dice Toni,
que intenta ser actriz, «hago algo estúpido que lo echa todo a per-
der. Llego tarde. Olvido mi texto. Soy maleducada con la protago-
nista. Me peleo con el director. Sueño con llegar a ser alguien en mi
trabajo, y la posibilidad del éxito me aterroriza.»
«“¿De dónde has sacado la idea de que estás aquí para ser fe-
liz?” solía decirme mi madre», señaló Michelle, jefa de compras de
unos grandes almacenes. «Todavía puedo oírla atacándome: “Tú
no eres una intelectual ni una campeona mundial”. Estuve a punto
tres veces de conseguir un importante ascenso, y las tres veces hice
algo que lo impidió. Una vez pudo haber sido un accidente, pero,
¿tres veces? No. Es culpa mía. Si no lo hubiera hecho, mi miedo
me habría superado. La idea de tener éxito a pesar de las predic-
ciones de mamá y sin su bendición me asusta. Es como dejarse caer
en el vacío.»
A veces, el miedo al éxito es una forma disfrazada de lo que
realmente es un miedo al fracaso, el miedo a no ser capaces de so-
portar nuestros logros. Pero no necesariamente. Podemos experi-
mentar un auténtico miedo al éxito si nos sentimos indignos o in-
merecedores de él, o si lo asociamos con el abandono y la pérdida
de amor (de la madre, el padre, la pareja o cualquier otra persona).
Cuando padecemos ansiedad es lógico buscar formas de redu-
cirla. Podemos tomar una píldora, correr, comer demasiado, prac-
ticar el sexo, ir de compras, beber o buscar la manera de eliminar
la causa que originó la ansiedad. Si el éxito nos pone nerviosos, po-

94
demos intentar reducirlo a un nivel menor y más tolerable. Pode-
mos llegar a sabotear nuestros esfuerzos de conseguir nuestros ob-
jetivos deseados.
Este proceso normalmente no es consciente. Una mujer puede
insistir en que «¡Por supuesto que me gustaría tener éxito! ¡Fíjese
en lo mucho que trabajo!». En el nivel consciente, esta afirmación
puede ser sincera. Y aun así, a un nivel más profundo, cuando la
autoestima es débil, el éxito puede provocar aprehensión y deso-
rientación. Está implícito el sinsentido «mi vida no tenía que ser
así». Nos sentimos temporalmente fuera de la realidad. Y esto ne-
cesariamente nos asusta. Sentimos que «esto es un error. No puede
durar. Acabaré estando fuera de lugar o me delataré. O cualquier
otra cosa irá mal».
La autoestima es la experiencia de ser compentente para en-
frentarse a los desafíos básicos de la vida y de ser digno de felicidad
(lo cual incluye ser digno de éxito). Sentirse «merecedor de felici-
dad» es sentir que la autosatisfacción es lógica y adecuada, no una
aberración del orden natural que puede desvanecerse en cualquier
momento.
No todos quienes tienen un problema de autoestima llegan al
mismo extremo, y no todos los que sufren ansiedad por el éxito lo
hacen de la misma manera. Al igual que cualquier otro aspecto de
la psicología humana, es una cuestión de grado. Usted puede ser
consciente de que el éxito le produce malestar en cierta medida,
pero eso no tiene por qué llevarle al autosabotaje. Quizá no se in-
fravalora por completo, es posible que simplemente retarde su
propio progreso personal, manteniéndose a un nivel más bajo de
realización del posible, mientras se pregunta por la misteriosa ba-
rrera que parece que no puede salvar, sin ser consciente del hecho
de que el origen de su frustración se encuentra en su interior.
Lo cierto es que usted tiene derecho a cualquier clase de éxito
que pueda conseguir gracias a sus honestos esfuerzos. Pero puede
hacer falta mucho coraje para aceptar este hecho. Cuando vemos
que avanzamos hacia el éxito y nos ataca la ansiedad, debemos
aprender a no hacer nada, es decir, a apartarnos de nuestro propio

50
camino. Debemos a aprender a convivir con nuestros sentimientos,
a permitirlos, a observar nuestro propio proceso, a internarnos en
la profundidad de la experiencia siendo al mismo tiempo testigos
conscientes de ello, y no dejarnos manipular por la ansiedad actuan-
do de manera autodestructiva. Entonces, con el tiempo, podremos
construir una tolerancia hacia el éxito. Podremos aumentar nues-
tra capacidad de dominarlo sin que nos asuste.
Debemos aprender a reconocer la ansiedad cuando aparece.
Debemos aprender a identificar las formas en que tendemos a au-
tosabotearnos de manera que podamos hacer un esfuerzo consciente
para abstenernos de hacer esas cosas.
A fin de facilitar ese aprendizaje, a veces pido a mis pacientes
de psicoterapia que escriban de seis a diez finales todos los días du-
rante varias semanas para estas frases incompletas:

Cuando pienso en llegar a tener más éxito, yo...


Siento ansiedad en el trabajo cuando...
Una de las maneras en que me autosaboteo en el trabajo es...
Una de las formas en que obstruyo mi progreso en el traba-
J0€S...
Si pudiera permitirme tener éxito hoy...

Poco a poco, de esta manera, descubren que es posible ser de


otra manera. De forma gradual, pierden el miedo al éxito. Pero sin
coraje, el proceso no puede empezar. Sin perseverancia, no puede
completarse. La felicidad debe ser nuestro objetivo, pero no pode-
mos buscarla sin esfuerzo.

96
TERCERA PARTE

ESTRATEGIAS DE FORTALECIMIENTO
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15

Probar algo diferente

Uno de los placeres del psicoterapeuta es que a veces tienes la


posibilidad de experimentar soluciones levemente maliciosas con
las dificultades de los pacientes.
Nadine es madre y directora de oficina. Trabaja sus proble-
mas personales conmigo a través del teléfono. Mi consulta está en
Los Ángeles, y ella vive en Minneápolis. Esa tarde parecía deses-
perada.
«Dios, ¡desearía que usted fuese hoy una mujer!», fueron sus
primeras palabras. «No sé si un hombre será capaz de comprender
este problema.»
Me presentó el dilema siguiente. Su esposo era un investigador
científico que tenía su propio laboratorio. Ella dirigía su oficina
además de cuidar de su casa y educar a sus dos hijos adolescentes.
Solamente les pedía una cosa: cuando ella entrase en la cocina para
hacer la cena, quería encontrar vacío el cubo de la basura y todos
los platos sucios en el lavavajillas. Su marido y sus hijos accedieron
a hacer turnos para llevar a cabo estas obligaciones, pero muy po-
cas veces los respetaban. Antes de empezar a cocinar, casi siempre
tenía que limpiar la cocina, algo que la molestaba muchísimo. Los
hombres de su, familia estaban de acuerdo en que tenía toda la ra-
zÓn... pero esto no cambiaba nada.
«He razonado con ellos», dijo Nadine. «Les he suplicado, les
he gritado, les he rogado. Nada funciona. Me siento completamen-
te incapaz de convencerlos. ¿Qué puedo hacer?»

99
«¿Está usted absolutamente dispuesta a que cambien?», le pre-
gunté.
«Haría cualquier cosa», respondió.
«Muy bien. Creo que usted puede ayudar a esos caballeros a
mantener su promesa si hace exactamente lo que yo le diga.»
La tarde siguiente, cuando encontró la cocina sucia, salió al sa-
lón y se puso a leer un libro. Cuando su perpleja familia le pregun-
tó por la cena, respondió, sonriendo de placer: «Yo no cocino en
una cocina sucia». (Yo le había dicho: «Sin reproches ni explica-
ciones».) Los hombres intercambiaron miradas de extrañeza y se
fueron a la cocina. Unos minutos después, cuando le dijeron que
no quedaba ni rastro de suciedad, ella procedió —alegremente— a
preparar la cena.
La noche siguiente, la cocina ya estaba limpia cuando ella
llegó.
La siguiente, el cubo de basura volvía a estar lleno y había pla-
tos sucios en el fregadero. (Yo le había dicho que esto podía suceder.)
Sin decir una palabra, salió y reemprendió su lectura. Enseguida
les escuchó reprochándose unos a otros por no haber limpiado y
negociando quién tenía que ser el responsable. (Yo le había dicho
que cuando ocurriera esto, se mantuviera al margen. «No es su
problema. Lo único que usted debe saber es que no va a cocinar en
una cocina sucia.»)
Durante varias semanas, la cocina estuvo siempre limpia a la
hora de la cena. Yo la había avisado de que estuviera preparada pa-
ra una última «prueba» final. Pero cuando otra vez volvió a encon-
trar la cocina sin limpiar, estuvo tentada de no decirles nada por los
esfuerzos que habían demostrado hasta ese momento. Yo la había
precavido de que éste era exactamente el momento en que el expe-
rimento podía fallar, dependiendo de la coherencia de su respues-
ta. Así que hizo acopio de todo su valor y volvió a buscar su libro.
Este fue el fin del problema. Lo que no había conseguido con
palabras, lo consiguió con hechos.
Yo le dije: «Si algo no funciona, no continúe haciéndolo. Tiene
que cambiar su conducta a fin de provocar el cambio en la de ellos.

100
Usted les dio una poderosa razón para cooperar con usted y para
que hicieran lo que habían prometido. La moraleja de la historia
es: cuando tope contra un muro, emprenda acciones nuevas».
Della, periodista, era infeliz porque su novio tenía la costumbre
de hacer chistes despreciativos a su costa. Ella decía: «Lo extraño es
que Mel es un hombre amable y bueno la mayor parte del tiempo.
Pero aprendió ese sarcasmo de su padre, y le sale de manera natural
cuando está frustrado. Después se disculpa, pero es igual, duele. Na-
da de lo que le digalehace cambiar. No quiere acudir a terapia. No
sé qué hacer. ¿Tengo que aceptarlo sólo por sus otras virtudes?».
«Creo que podemos conseguir algo mejor que eso», le contesté.
Cuando él volvió a hacer un comentario sarcástico, ella fue a
buscar su bolso, sacó un bloc de notas, miró de reojo cómo él la
observaba y empezó a escribir.
«¿Qué estás haciendo?», preguntó él, desconcertado y un po-
co impaciente.
De acuerdo con mis instrucciones, ella sonrió cálidamente y
contestó: «Nuestra relación es muy importante para mí, y a veces
dices cosas realmente memorables. Quiero tenerlas anotadas».
(«Recuerde», le dije, «nada de reproches.»)
En otra ocasión, ella dijo amablemente: «¿Te importaría repe-
tir eso? Me gustaría anotar tus palabras exactas. Tus pensamientos
son muy importantes para mí».
Al principio él se disculpaba, se reía o decía: «Branden te ha
metido estas cosas en la cabeza, ¿verdad?». Pero, tal como yo le ha-
bía advertido, ella se negó a entrar en una discusión sobre lo que
estaba haciendo. No se enfadaba, no daba explicaciones y no dis-
cutía. (Esto costó algo más que un poco de entrenamiento.)
Durante la segunda semana, no hubo incidentes.
La tercera semana, él recayó dos veces en su desagradable con-
ducta y cuando ella empezó a escribir se enfadó un poco, pero ella
se negó amablemente a entrar en una discusión.
Durante la tercera y la cuarta semana, no hubo incidentes.
En la quinta semana, él empezó una vez a hacer un comentario
sarcástico, pero se detuvo antes de terminarlo y pidió disculpas.

101
«¿Qué he hecho exactamente?», me preguntó Della.
«La mayoría de las personas no harían comentarios desagrada-
bles si en ese momento fueran plenamente conscientes de lo que
están haciendo. Mel ha adquirido un pésimo hábito con el que tie-
ne que romper. Lo que usted está haciendo es únicamente alertar a
su conciencia en el momento de la acción.»
En la sexta semana, Mel me llamó por teléfono para hablar so-
bre la posibilidad de acudir a la terapia.

No existe una fórmula general que ofrezca respuestas para to-


das las situaciones. Yo tengo la esperanza de que estas historias
puedan inspirarle a usted sus propias respuestas creativas, cuando
la conversación racional no la lleva a ninguna parte. Si fracasa una
estrategia en particular, pruebe algo diferente. Recuerde la defini-
ción de locura que hizo Einstein: hacer lo mismo una y otra vez, es-
perando un resultado diferente.

102
16

Conocer nuestras limitaciones

Irene, corredora de Bolsa, vino a mi terapia porque se sentía


abrumada por la culpa que experimentaba tras el suicidio de su
mejor amiga. Le había rogado a su deprimida compañera que bus-
case ayuda profesional, pero su amiga se negó a hacerlo. Irene pasó
horas y horas intentando ayudarla a superar su sufrimiento, pero
no lo consiguió. «Si hubiera encontrado la manera de detenerla»,
decía llorando en mi consulta. «Si hubiera podido darle algún tipo
de esperanza...»
Trabajando este problema, nos dimos cuenta de que ella iden-
tificaba demasiado sus sentimientos de valoración propia con el
hecho de ser una «ayuda» para los demás. Insconscientemente, ella
imaginaba que era (o que debía ser) todopoderosa. Cuando su
amiga se tomó un frasco entero de pastillas para dormir, la autoes-
tima de Irene se colapsó o, mejor dicho, su ilusión de autoestima se
bloqueó, ya que la autoestima basada en fantasías y autoengaños
no es en absoluto real.
Irene siempre se había sentido orgullosa de su sentido de la
responsabilidad. Si ella u otra persona tenía un problema, ella se
encargaba de resolverlo. Le gustaba sentirse competente y le gusta-
ba que los demás lo apreciaran. Casi nunca había experimentado
desengaños y cuando le ocurrió, debido al suicidio de su amiga, se
sintió destrozada.
El sentido de la responsabilidad es una virtud. Pero para prac-
ticarlo de forma inteligente, debemos comprender que sólo pode-

103
mos hacernos responsables de las cuestiones que dependen de
nuestra propia decisión. Debemos saber qué entra dentro de nues-
tras posibilidades y también lo que no. De otro modo, un concepto
equivocado de «responsabilidad» puede ser calamitoso para noso-
tros mismos.
Lo cierto es que somos responsables de nuestras propias deci-
siones y acciones y no de las de los demás. Podemos tener la capa-
cidad de influir, pero no de controlar la mente de otra persona. No
podemos determinar lo que otros puedan pensar o hacer. Debe-
mos aprender dónde están nuestras limitaciones. Esto era lo que
Irene tenía que conseguir en su terapia.
Cuando era niña, había visto cómo su madre desempeñaba un
papel de entrega absoluta, no sólo con los familiares más cercanos,
sino también con otros parientes y amigos. Irene había visto que si
alguien tenía un problema, su madre se «fundía» inmediatamente
con esa persona y asumía la responsabilidad de encontrar una solu-
ción, sintiéndose infeliz cuando no lo conseguía. Durante la tera-
pia, Irene señaló: «Me crié pensando que ser una mujer s/gnificaba
no tener límites».
Florence era directora de departamento de una empresa de
cosméticos. Sus subordinados solían acudir a ella con problemas
que debían haber resuelto ellos mismos, ya que ésa era su tarea. Á
Florence le resultaba difícil decir no a nadie y pasaba largas horas
después de su horario laboral haciendo el trabajo de los demás.
Cuando le señalé que no estaba realizando las tareas para las que
había sido contratada —es decir, estimular a los demás para que
resolvieran sus propios problemas en lugar de darles soluciones
hechas— respondió: «Usted tiene razón, por supuesto, pero, ¿por
qué me resulta tan difícil negarme cuando alguien me pide ayuda?
Me aterroriza que los demás piensen que soy egoísta. Puedo oír la
voz del sacerdote de mi parroquia diciendo: “Mujer, vive para ofre-
cer, no para recibir”».
«¿Y qué le parecería ser una mujer que asumiera su propia car-
ga y pidiera a los demás que hiciesen lo mismo?», le pregunté.
«¿Cree usted que eso sería femenino?», me preguntó dubitativa.

104
En su proceso de socialización, se suele incitar a las mujeres a
que se sientan identificadas con el papel de entrega a los demás y
a que no reconozcan los límites entre ellas mismas y el resto de per-
sonas de su entorno. Desafiar esta concepción de la vida requiere
independencia y coraje. Puede ser necesario decir no a las voces in-
teriorizadas de las figuras de autoridad de nuestra infancia.
Encargué a Florence un ejercicio de completar frases esperan-
do que pudiera clarificar sus ideas a este respecto. Le ofrecí el si-
guiente principio de frase: «Si dijese no cuando quiero decir no y sí
cuando quiero decir sí...». Le pedí que repitiera el ejercicio varias
veces, añadiendo en cada una un final diferente.
«Si dijese no cuando quiero decir no y sí cuando quiero decir
sí... sería una persona diferente; es posible que no gustase a los de-
más; conseguiría trabajar más; podría cuidar mejor de mí misma;
tendría un mayor respeto por mí misma; mis subordinados tendrían
que crecer; dejaría de tratarles como a niños; aprendería a asumir
responsabilidades de manera inteligente y podría enseñarlo a las
personas que superviso.»
A veces, las personas asumen de forma inadecuada las responsa-
bilidades de los demás para no tener que asumir adecuadamente sus
propias responsabilidades. De manera inconsciente, desean evadirse
con los problemas de los demás. Cuando a las mujeres se les dice, en
efecto, que femineidad es igual a «abnegación», se las conduce por
ese camino. Si la independencia y la autorresponsabilidad represen-
tan un difícil desafío, esta doctrina puede ser muy seductora.
Sin embargo, las ideas erróneas sobre la responsabilidad no se
limitan al ámbito de las mujeres. A veces, los padres —tanto pa-
dres como madres— se sienten torturados porque, aunque lo han
hecho lo mejor posible y han puesto su corazón en ello, con plena
consciencia, sus hijos no se desarrollan como ellos hubieran desea-
do, y se sienten culpables por ello. Imaginan que poseen un poder
que ningún ser humano tiene: el poder de determinar las decisio-
nes que tomará otra persona. Los hijos tienen que entender dónde
termina su voluntad y empieza la de sus padres, pero sus padres
tienen que aprender la misma lección.

105
A veces, la esposa se desespera porque, pese a sus esfuerzos, no
puede conseguir que su marido deje de beber. Á veces, el esposo se
desespera porque, haga lo que haga, no puede conseguir que su
mujer supere la adicción a los tranquilizantes. «Si supiera qué decir
o qué hacer...», se lamentan. Como si ellos pudieran tener todo el
poder de intervenir en la situación. Pueden creer en su propia libre
voluntad, pero no creen en la de su pareja. No aceptan los límites
que separan a un ser humano de otro.
Uno de los propósitos de vivir de manera responsable es saber
de qué somos responsables y de qué no. Tenemos que saber qué es-
tá y qué no está sujeto a nuestra voluntad, para qué tenemos poder
y para qué no, qué depende de nosotros y qué no. Si no compren-
demos esto, no podemos practicar la autorresponsabilidad inteli-
gente, y no podemos protegernos a nosotros mismos de las exigencias
inapropiadas de los demás, o de las que nos hacemos a nosotros
mismos.

106
17

Construir una profesión

Recibí una llamada desde Boston, y tan pronto oí la voz de


Theodora supe que estaba enfadada. Aunque mi oficina está en
Los Angeles, tengo diversos pacientes en otras ciudades que, como
Theodora, me consultan por teléfono. «¡La vida es muy injusta!»,
fueron sus primeras palabras después de saludarme.
Theodora trabajaba para una empresa que manipulaba piezas
de ordenador y soñaba con alcanzar un buen puesto de trabajo en
la industria de la informática. Cuando le pregunté por qué estaba
alterada, me habló del caos que había en su oficina, del ineficaz sis-
tema de archivos, de la innecesaria duplicación de sus esfuerzos y
de un plan que había desarrollado hacía seis meses para reorgani-
zar completamente el sistema de trabajo que habría resultado ser
muy conveniente y eficaz. Su voz estaba alterada y cada vez habla-
ba con mayor agitación.
«¿Y cuál es el problema?», le pregunté.
El problema, según ella, era que una compañera había presen-
tado una idea similar a la suya, se había ganado el apoyo de varios
socios antes de presentarla a su jefe, había ganado la aprobación
para llevar a cabo el plan y ahora la recompensaban con un aumen-
to de sueldo y un ascenso. «¡Me ha ganado!», protestó Theodora.
«¡El ascenso tenía que haber sido para mí!»
Cuando le pregunté si quería decir que su compañera le había
robado su idea, Theodora respondió: «No. Nunca hablé con nadie
sobre ello. Pero era 22í idea. La vida es injusta».

107
«Theodora», le dije calmadamente, «todo el mundo tiene bue-
nas ideas de vez en cuando. Lo que diferencia a los ganadores es
que ellos hacen algo con sus ideas. Observe lo que hizo su compa-
ñera. Tuvo una idea valiosa, la discutió y conversó sobre ella con
los socios, ganó su apoyo, la presentó a su jefe y, como puedo supo-
ner, estaba con toda probabilidad preparada para responder cual.
quier pregunta u objeción que le plantease su superior. Por eso tu-
vo éxito. Ahí está la diferencia.»
Hubo un largo silencio.
Entonces ella dijo con voz triste y apagada: «Supongo que es
estúpido esperar que alguien te reconozca por una idea de la que
no has hablado con nadie».
A mí me intrigaba por qué había mantenido su plan en secreto
durante tanto tiempo, sin comunicarlo a nadie. Yo sabía que éste era
un problema generalizado. Las personas suelen tener ideas excelentes
que confinan a la impotencia de las fantasías, sin llevar a cabo nunca
ninguna acción en la realidad para verlas realizadas e implementadas.
Una mujer puede ser más inteligente que otra y tener ideas más
creativas, pero aun así tener mucho menos éxito porque la otra
mujer se toma sus propias ideas con más seriedad: las alimenta, las
desarrolla y lucha porque sean aceptadas en su lugar de trabajo. La
diferencia no estriba en el poder mental, sino en el empuje y la mo-
tivación, en el compromiso.
Theodora susurró: «Creo que una parte de mí pensó: si esta
idea es tan buena, ¿por qué no se le ha ocurrido a nadie más?».
Le pregunté si entendía el chiste de Groucho Marx de que
nunca pertenecería a un club que le admitiera como socio.
Otra larga pausa. Entonces dijo: «Quiere decir que, si la idea
se me había ocurrido a mí, ¿cómo iba a ser buena? ¿Esa clase de
actitud?».
«Bueno, ésa es una posibilidad. ¿Usted qué piensa?»
«Yo nunca espero que los demás me escuchen. Nunca espero
que me tomen en serio.»
«Da la impresión de que usted no se escucha a sí misma. Parece
como si usted no se tomase en serio a sí misma. Descarta sus propias

108
ideas porque son suyas. Después se siente herida y enfadada cuando
los demás no la tratan mejor de lo que se trata usted a sí misma.»
Cuando dudamos de nuestra capacidad mental, tendemos a
descartar sus productos. Si tememos la determinación intelectual,
podemos llegar a silenciar nuestra inteligencia y suprimir lo mejor
de nosotros mismos.
¿Cómo podemos contrarrestar la pasividad que genera la inse-
guridad? La mejor manera de progresar es estudiar el éxito, identi-
ficar las diferencias entre lo que hacen las personas triunfadoras y
las que no lo son, y después practicar esas conductas especiales. He
aquí algunos de los pasos básicos que enseñé a Theodora.
Anote sus ideas en cuanto se le ocurran, tan pronto como sea
posible. Una de las herramientas básicas de una persona ambiciosa
es un bloc de notas, y debe tenerse a mano en todo momento, in-
cluso junto a la cama por la noche. Si se le ocurre una idea que le
parece prometedora o interesante, anótela de inmediato, tan deta-
lladamente como le sea posible. Esto es muy importante, porque
muchas personas tienen grandes ideas que no apuntan y las olvidan
enseguida. Sospecho que todos hemos pasado alguna vez por esa
experiencia. Las personas triunfadoras se toman sus ideas en serio,
Las personas que aún no han tenido éxito pueden emular esta
práctica. No confíe en su memoria, por muy entusiasta que se sien-
ta en ese momento.
Evidentemente, se nos ocurren muchas ideas que, tras la refle-
xión, decidimos no llevar a cabo, quizá debido a que más tarde pa-
recen menos impresionantes, porque requieren más esfuerzo del
que estamos dispuestos a invertir o porque rebasan la esfera de
nuestros principales intereses. Pero algunas ideas pueden resultar-
nos útiles, y ésas son las que tenemos que cultivar.
Cuando tenemos una idea que creemos que puede ser útil para
la organización en la que trabajamos, en primer lugar debemos re-
flexionar sobre ella detalladamente. Y después:

— Identifique las posibles objeciones y prepare respuestas pa-


ra ellas.

109
— Encuentre a personas que estén de acuerdo con usted, bus-
que aliados. (A fin de protegerse de que alguien le robe sus
ideas, es inteligente escribir un memorándum al jefe sobre
este asunto, describiendo lo que estamos haciendo.)
— Identifique los puntos que su jefe querrá conocer a fin de
que reaccione con consideración a su propuesta.
— Infórmese sobre cómo preparar la propuesta con claridad,
de manera sucinta y convincente. Sepa cómo «vender» su
idea.

Además de los pasos descritos, necesitamos realizar una prácti-


ca por encima de todas las demás: la perseverancia. Quizá deba-
mos luchar muchas veces en la misma batalla, con diferentes perso-
nas de la organización, antes de ver implementada nuestra idea.
Aunque lo hagamos todo correctamente, quizá no tengamos
éxito necesariamente con nuestra primera idea. Puede que tenga-
mos que presentar muchas ideas antes de conseguir una primera
victoria. La capacidad de perseverar es característica de los gran-
des triunfadores.

110
18

Experimentos en la intimidad

Ellen y Paul estaban atravesando una crisis en su relación. Se


amaban el uno al otro pero parecían incapaces de comunicarse sin
que hubieran tensiones. Llevaban seis años casados. Ellen tenía
miedo de confesar sus temores cuando Paul parecía retraído y ale-
jado. Paul temía confesar lo mucho que la quería y la necesitaba,
por miedo a parecer demasiado «débil». No estaban dispuestos a
compartir su vulnerabilidad, y en cambio se ponían a la defensiva.
Cuando hablaba Ellen, su tono solía ser frágil y herido. Cuando
Paul contestaba, su tono solía ser distante e indiferente. Á veces se
decían cosas crueles el uno al otro.
Ahora habían llegado a un punto en que prácticamente no se
hablaban.
Les encargué un ejercicio al que llamé «un experimento en la
intimidad». Ya lo había utilizado muchas veces en mi terapia de
parejas. Esto es lo que les pedí que hicieran: tenían que pasar
juntos doce horas en la misma habitación, completamente solos.
Sin libros, televisión ni llamadas telefónicas. Ni siquiera debían
salir a dar un paseo. No debía existir distracción de ninguna cla-
se. Ni tampoco debían hacer la siesta a lo largo de esas doce ho-
ras. Tenían que buscar a alguien que se hiciese cargo de los niños
ese día.
Lo ideal sería, dije, que el experimento se llevara a cabo en una
habitación de hotel o de un motel que dispusiera de servicio de ha-
bitaciones, de manera que no habría que perder tiempo preparan-

111
do la comida. Tenían que permanecer juntos en todo momento, ex-
cepto cuando tuvieran que ir al baño.
Debían acceder a que, dijesen lo que dijesen, no abandonarían
la habitación, y no debía producirse ningún tipo de violencia física.
Podían sentarse durante varias horas en absoluto silencio si que-
rían, pero debían permanecer juntos.
Durante esas doce horas, serían libres para hablar sobre lo que
quisieran, siempre y cuando fuera personal. Podía ser sobre ellos
mismos o sobre su relación. Pero no debían hablar de trabajo, de la
escuela de sus hijos, de redecorar el salón ni de cualquier otro tema
similar. Debían centrarse en ellos mismos.
La premisa de este ejercicio es que, cuando se cierran todas las
vías de escape, las personas suelen experimentar verdaderos pro-
gresos en su comunicación. A medida que transcurren las horas,
profundizan cada vez más en ellos mismos.
Ellen se sentía muy emocionada por el ejercicio que les había
asignado, aunque Paul se mostraba algo nervioso al respecto.
«¿Doce horas?», preguntó, con un nudo en la garganta.
«¿Qué le ocurre?», reí. «Se casó con ella para toda la vida, ¿pe-
ro doce horas le parecen demasiadas para pasarlas a solas con
ella?»
Lo que ocurrió con Ellen y Paul era bastante típico. Por la ma-
ñana, fueron a un hotel y se comprometieron a realizar el experi-
mento desde las diez de la mañana hasta las diez de la noche, «sin
importar lo que ocurriera». Durante la primera hora, aproximada-
mente, se sintieron algo avergonzados e incómodos, hicieron bro-
mas, cuestionaron la estabilidad mental de su terapeuta y evitaron
el verdadero contacto personal. Después Ellen dijo algo que mo-
lestó a Paul, y después él hizo lo mismo, regañaron durante un rato
y después hicieron las paces. A la hora de comer se sentían mejor el
uno con el otro, y después hicieron el amor. Como no tenían nin-
guna prisa, su sesión amorosa duró mucho más de lo normal y am-
bos la disfrutaron excepcionalmente. Se sentían mucho más uni-
dos y estuvieron de acuerdo en que el experimento parecía ser una
buena idea, tanto, que Paul sugirió que quizá podían acortar la jor-

112
nada y salir al cine. Pero recordaron su compromiso de permane-
cer en la habitación durante doce horas. Ahora eran las dos y media
de la tarde. Quedaban siete horas y media por delante. Entonces
dio comienzo el verdadero experimento. Se habían peleado, ha-
bían comido, habían hecho el amor. Ahora sólo parecía restarles
una opción: hablar sobre sus sentimientos. Y hablaron de tal ma-
nera que olvidaron la «artificialidad» de la situación y avanzaron a
niveles más profundos de sinceridad e intimidad, porque no po-
dían ir a ningún otro sitio.
Ellen habló de que su ira era una máscara de su miedo, y Paul
habló de que su actitud distante era una manera de ocultar sus te-
mores. Hablaron de lo aterrorizados que estaban ante la posibili-
dad de perderse el uno al otro. Hablaron sobre cosas que habían
sucedido en su relación que les habían herido. Hablaron sobre có-
mo tomaban represalias. Hablaron sobre lo que habrían deseado
de su relación y no habían conseguido. Lloraron, se abrazaron y
volvieron a conectar con lo que les había unido al principio de su
relación. Después empezaron a pelearse y volvieron a separarse.
Miraron el reloj. Todavía les quedaban dos horas. «¿Vamos a sen-
tarnos y a mirarnos de reojo o vamos a solucionar esto?», preguntó
Paul. Empezaron a hablar sobre sentimientos que nunca antes ha-
bían compartido, algunos agradables, otros no, a medida que gana-
ban coraje para arriesgarse a descubrirse a sí mismos.
La semana siguiente, en mi consulta, Paul me anunció exube-
rante de felicidad: «Hemos decidido hacer este ejercicio una vez
cada seis meses hasta que nuestro matrimonio esté completamen-
te restaurado. ¡Es increíble lo que puede ocurrir cuando cierras
todas las salidas y sólo quedáis vosotros dos y doce horas por de-
lante!».
Raras veces, cuando propongo este experimento, ambas perso-
nas acogen la idea con entusiasmo. Siempre existe algo de ansie-
dad. Pero he visto parejas con todos los problemas de comunica-
ción imaginables consiguiendo algún tipo de progreso significativo
durante el curso de esta maratón. Á veces, no muy a menudo, el
primer intento acaba en debacle: existe más caos y confusión que

Mo
claridad y contacto. No se me ocurre ni un solo ejemplo, sin em-
bargo, en que la segunda maratón no haya roto esta barrera.
En los últimos veinte años, sólo he conocido tres parejas que
después de las doce horas decidieron que debían terminar su rela-
ción. Y si la sesión tenía un resultado tan claro, también era un éxito.
Una mujer se sintió tan impresionada por los resultados que
obtuvo con su marido que le propuso a su madre, con la que esta-
ba teniendo problemas, que pasaran juntas doce horas, siguiendo
las mismas reglas. El resultado fue un avance en su comprensión
mutua.
Al oír esta historia en una de mis terapias de grupo, otra mujer
decidió que el experimento no debía limitarse solamente a las rela-
ciones problemáticas, y le propuso a su mejor amiga que lo practi-
casen juntas. En el transcurso del ejercicio, se manifestaron su mu-
tuo aprecio como nunca lo habían hecho. «Debemos haber pasado
centenares de horas charlando en restaurantes, pero nunca había-
mos hablado de las cosas que dijimos durante esas doce horas», me
explicó. «Desconectadas del mundo, desconectadas de todo, todo
se vuelve posible. ¿No sería fantástico hacerlo con todas las perso-
nas que son importantes para t1?»
Lo que a mí me gusta de este experimento es que es muy senci-
llo. No hay que dar muchas instrucciones. Sólo hay que crear un
contexto en el que pueda surgir la intimidad.
¿Atemoriza esta idea a algunas personas? Por supuesto. Es una
Invitación a entrar en lo desconocido. Nadie puede predecir lo que
va a ocurrir. El error sería imaginar otra cosa. Pero hay pocas cosas
valiosas o importantes que no supongan un cierto riesgo.
Imagino a algunas lectoras diciendo: «El ejercicio despierta
mucho mi curiosidad pero, ¿doce horas? ¿No podríamos hacerlo
durante seis?». Deben ser doce horas, amigas, si realmente desean
descubrir lo que puede ofrecerles este experimento. Su relación lo
merece.

114
19

Elegir la felicidad

Hace algunos años, yo reflexionaba mucho acerca de la felici-


dad y no sólo sobre la mera idea de desearla, sino sobre cómo hacer
de su conquista mi propósito consciente. Esta idea me perseguía a
medida que se acercaba mi sesenta y un cumpleaños, y desearía
compartir con ustedes algunas de las cosas que aprendí.
Mi principal maestra en esta cuestión fue mi esposa, Devers, el
ser humano de felicidad más constante que he conocido nunca.
¿Cómo lo consigue? Eso es parte de la historia que deseo contarles.
La mayoría de personas tienen la tendencia de explicar sus senti-
mientos de felicidad o infelicidad exponiendo los eventos externos
de sus vidas. Explican la felicidad señalando lo positivo; explican la
infelicidad señalando lo negativo. Esto supone que los aconteci-
mientos determinan nuestra felicidad. Siempre he creído que nues-
tras propias actitudes tienen mucha más relación con lo felices que
somos que cualquier circunstancia externa. Hoy en día, las investiga-
ciones apoyan este punto de vista.
Imaginemos una mujer que tiene una tendencia natural a sen-
tirse feliz, es decir, que la felicidad es su estado natural y la mayoría
del tiempo se siente contenta, siendo infeliz una pequeña parte de
su vida. Imaginemos que le ocurre alguna desgracia —pierde el
trabajo, la pareja, o se ve aquejada con alguna discapacidad físi-
ca— y durante algún tiempo sufre. Pero veámosla unas semanas,
unos meses, o un año después (dependiendo de la gravedad del
problema): ella volverá a ser feliz de nuevo.

1
Por el contrario, imaginemos una mujer que siempre tiende a
sentirse desgraciada, que cree que la infelicidad es más natural que
la alegría, y que es infeliz la mayor parte del tiempo. Hagamos que
le ocurra algo maravilloso —que consiga un ascenso, que herede
una gran cantidad de dinero o que se enamore de un hombre estu-
pendo—, y durante algún tiempo será feliz. Pero si pudiéramos
verla algún tiempo después, muy probablemente nos daríamos
cuenta de que de nuevo es infeliz.
Las investigaciones también dicen que los mejores predictores
de la disposición de una persona a ser feliz son a) la autoestima y
b) la creencia de que somos nosotros mismos, y no las fuerzas ex-
ternas, los principales diseñadores de nuestro destino.
Siempre me he visto a mí mismo como a una persona feliz por
naturaleza y he hecho todo lo posible por ser feliz bajo cualquier
circunstancia desgraciada. Sin embargo, he conocido épocas de lu-
cha y sufrimiento, como todo el mundo, y a veces he tenido la sen-
sación de estar cometiendo algún error y de que no todo ese dolor
era necesario.
Empecé a reflexionar sobre la psicología de Dever. Cuando la
conocí, pensé que nunca me había encontrado con nadie cuya ale-
gría pareciera más «natural». Sin embargo, su vida no había sido
fácil. Viuda a los veinticuatro años, tuvo que criar a dos niños pe-
queños con muy poco dinero y sin nadie que la ayudara. Cuando
nos conocimos, llevaba casi dieciséis años sin pareja, había triunfa-
do en varios trabajos y nunca había hablado de su triste pasado ni
con un ápice de autocompadecimiento. La vi atravesar experien-
cias desgraciadas de vez en cuando, la vi triste o silenciosa durante
algunas horas (raras veces más de un día), y después la vi regresar a
su estado natural de alegría sin ninguna evidencia de rechazo o re-
presión. Su felicidad era auténtica y mucho mayor que cualquier
adversidad.
Cuando le preguntaba sobre su resistencia, me decía: «Tengo
el compromiso de ser feliz». Y añadía: «Eso requiere autodiscipli-
na». Casi nunca se iba a dormir sin antes haber hecho recuento de
todas las cosas buenas de su vida: ésos eran normalmente sus últi-

116
mos pensamientos del día. A mí me pareció que esto era algo im-
portante.
Entonces me di cuenta de algo sobre mí mismo. Y se trataba, co-
mo suelo decir medio en broma, de que, cada década, mi infancia se
vuelve más feliz. Si cuando tenía veinte y cuando tenía sesenta años
me hubieran pedido que describiera los primeros años de mi vida,
mi respuesta no habría estado muy alejada de los acontecimientos
claves, pero el énfasis habría sido diferente. A los veinte, los aspectos
negativos de mi infancia estaban muy claros en mi mente, y del mis-
mo modo me resultaba muy fácil hablar de ellos, mientras que los as-
pectos positivos quedaban en un segundo plano. A los sesenta, ocu-
rría todo lo contrario. A medida que maduraba, mi perspectiva y mi
sentido de lo importante en aquellos primeros años cambiaba.
Cuanto más estudiaba y reflexionaba acerca de otras personas
felices a las que conocía, se volvía más claro el hecho de que las
personas felices procesan sus experiencias de manera que, con la
mayor rapidez posible, los aspectos positivos se mantienen con más
claridad en el primer plano de la conciencia y los aspectos negati-
vos permanecen ocultos en un segundo plano. Esto es esencial pa-
ra comprender a ese tipo de personas.
Pero después me sorprendió este pensamiento: ninguna de es-
tas ideas era completamente nueva para mí. En cierto modo me re-
sultaban familiares. ¿Por qué no las había llevado a cabo mejor a lo
largo de mi vida? Cuando me hice esta pregunta, me di cuenta de
que ya conocía la respuesta. En cierto modo, mucho tiempo atrás
yo había decidido que si no dedicaba una cantidad importante de
tiempo a concentrarme en los aspectos negativos de mi vida, en las
decepciones y los contratiempos, estaba actuando de forma evasi-
va, siendo irresponsable con la realidad, y no comportándome de
forma seria con mi vida. Al expresar este sentimiento con palabras
por primera vez, me di cuenta de lo absurdo que era. Habría sido
razonable sólo si hubieran existido acciones correctivas que hubiera
podido llevar a cabo y yo las hubiese evitado. Pero si estaba llevando
a cabo todas las posibles acciones, concentrarme aún más en los as-
pectos negativos no tenía ningún mértto.

10
Si algo va mal, la pregunta que hay que hacerse es: ¿existe algu-
na acción que pueda llevar a cabo para mejorar o corregir esta sl-
tuación? Si existe, hay que realizarla. Si no, debo hacer todo lo po-
sible para no atormentarme a mí mismo sobre aquello que está más
allá de mi control. Admisiblemente, esto último no siempre resulta
fácil.
En los últimos años he conocido la mayor época de felicidad
estable de mi vida, aunque han sido tiempos de considerable estrés
externo. Creo que reacciono ante los problemas con más rapidez
que en el pasado, y me recupero antes de las desgracias.
Una de las mejores formas que conozco de implementar estas
ideas es empezar cada día con dos preguntas: ¿Qué cosas buenas
hay en mi vida?, y ¿Qué tengo que hacer? La primera pregunta nos
mantiene centrados en los aspectos positivos. La segunda nos re-
cuerda que nuestra vida y nuestro bienestar son de nuestra respon-
sabilidad.
El mundo raras veces ha tratado la felicidad como un estado
que merezca seriedad y respeto. Y aun así, si vemos a alguien que,
a pesar de las adversidades de la vida, es feliz la mayor parte del
tiempo, deberíamos reconocer que todos estamos buscando un lo-
gro espiritual, y que merecemos aspirar a ello.

118
Apéndice

¿Era Ayn Rand feminista?

Nota del autor: Es necesaria una nota explicativa respecto a la


inclusión de este ensayo en este libro. En 1991, el New York Ti-
mes publicó los resultados de una encuesta realizada por la Bi-
blioteca del Congreso en colaboración con el club Book-of-the-
Month. El objetivo era saber qué libros habían tenido un mayor
impacto en los lectores estadounidenses, en definitiva, cuáles habían
producido experiencias capaces de cambiar la vida de las perso-
nas. El número uno resultó ser la Biblia. La rebelión de Atlas, de
Ayn Rand, fue el número dos. La mayoría de los encuestados ase-
guró que esta novela les había influido mucho más profundamen-
te que cualquier otro libro, con la única excepción mencionada.
Debido a que se vendieron millones de ejemplares de la novela en
todo el mundo, y a que su heroína ha sido un modelo para innu-
merables mujeres, creo que la visión de Rand sobre las mujeres y
el feminismo es de especial interés en el contexto de este libro. La
segunda razón para incluirlo es que hacerlo me permite relacio-
nar el tema de la autoestima con ciertas tendencias del feminismo
contemporáneo.

Cuando me preguntan acerca de Ayn Rand y el feminismo,


suelo acabar pensando en dos episodios de Atlas Shrugged relacio-
nados con Dagny Taggart, la heroína de la novela de Rand.
Éste es el primero: «Tenía doce años cuando le dijo a Eddie
Willers que cuando fuese mayor correría por la vía del ferrocarril.

¿o
Tenía quince cuando se dio cuenta por primera vez de que las mu-
jeres no corren por las vías de los ferrocarriles y de que la gente po-
día poner objeciones a ello. “Al infierno”, pensó, y nunca volvió a
preocuparse por ello».'
En el segundo episodio, Dagny ya es adulta. «Lillian intentaba
aproximarse a ella, estudiándola con curiosidad... A él [ella] le pare-
cía extraño ver a Dagny Taggart vestida con un traje de noche. Era
un vestido negro con un corpiño que le caía como una capa sobre un
brazo y un hombro, dejando el otro al descubierto. El hombro des-
nudo era el único adorno del traje. Viéndola con aquel vestido, uno
nunca hubiera imaginado que se trataba del cuerpo de Dagny Tag-
gart. El vestido negro parecía revelar demasiado: era sorprendente
descubrir que las líneas de su hombro eran frágiles y hermosas, y que
la pulsera de diamantes sobre el puño de su brazo desnudo le daban
el más femenino de los aspectos: parecía estar encadenada.»?
En conjunto, estos dos pasajes ilustran la complejidad, y quizá
la ambigúedad, de la perspectiva de Ayn Rand sobre las mujeres.
Siempre le agradó que le dijeran que «pensaba como un hom-
bre». Y sin embargo, cuando le preguntaban si hubiera preferido
nacer hombre, respondía invariablemente: «¡Por Dios, no! ¡En ese
caso habría tenido que enamorarme de una mujer!».
Nunca me pareció divertido, y ella siempre insistió en que su
intención no era bromear. Pero si hablaba en serio, ¿qué significa-
ba lo que estaba diciendo? Si estaba menospreciando a las mujeres,
se menospreciaba a sí misma. Esta consecuencia era inevitable.
En más de una ocasión yo le señalé que, aunque existen varios
personajes heroicos masculinos en La rebelión de Atlas, solamente
aparece una mujer verdaderamente notable. «¿Por qué no apare-
cen otras variantes de mujeres heroicas en la historia?», le pregun-
té. Recuerdo que una vez rió entre dientes y me contestó: «Eso no
me interesa. Y, después de todo, ¡es mi fantasía!».

1. Ayn Rand, Atlas Shrugged, Nueva York, Random House, 1957, pág. 51 (trad.
cast.: La rebelión de Atlas, Barcelona, Noguer y Caralt, 1972).
2. Ibíd., pág. 136.

120
Ayn Rand era una intelectual feroz, una fuerza de energía inde-
pendiente, con una orgullosa determinación, que se describía a sí
misma como alguien que «veneraba a los hombres». A quien hu-
biese creído que esto suponía una contradicción, ella le hubiera di-
cho: «Revisa tus premisas».
Las heroínas de sus novelas son indiferentes a los convenciona-
lismos, tienen una gran confianza en sí mismas, el sexo no les produ-
ce ningún sentimiento de culpabilidad y, en el caso de Kira Argou-
nova en We the Living y de Dagny en La rebelión de Atlas, iguales a
cualquier hombre en energía y ambición. Ninguna de ellas es madre,
y no existe ningún aspecto perceptiblemente maternal en sus carac-
terizaciones. La maternidad (y la paternidad) es casi inexistente en el
universo de sus novelas. La misma Rand nunca consideró la posibili-
dad de tener hijos. (Ella me dijo que cuando era muy pequeña había
escrito un cuento sobre una mujer que tenía que elegir entre salvar la
vida de su marido o la de su hijo, y decidió salvar a su marido, con la
clara aprobación de Rand.) En sus novelas, la intensa femineidad de
sus heroínas se basa en su reverencia por el hombre. Su actitud es ca-
si primaria, a pesar de toda su intelectualidad, y sin ánimo de crítica
yo digo que éste es uno de los factores que hicieron tan interesantes
a las mujeres de Rand.
Rand solía hablar con entusiasmo sobre la leyenda de Brunil-
da, una mujer guerrera capaz de vencer a cualquier hombre en
combate, que juró que solamente se entregaría al hombre que pu-
diera prevalecer sobre ella, algo que únicamente Sigfrido, superan-
do todos los obstáculos, fue capaz de hacer. Kira, Dominique
Francon (The Fountainhead) y Dagny eran guerreras espirituales,
no les impresionaban la mayoría de los hombres a quienes conocí-
an, y sólo se entregaban a su Sigfrido, el único hombre lo bastante
fuerte para «conquistarlas». Aunque debemos destacar que su for-
taleza no estaba en sus músculos y en sus riquezas, sino en su inte-
lecto, su autoestima y su carácter. Y por «conquistar», Rand se re-
fería a que inspiraba en ellas una rendición sexual/romántica.
Una vez, cuando le preguntaron por qué utilizaba una palabra
como «rendición», Rand respondió que sólo hay que fijarse en la

121
anatomía humana y la naturaleza de las relaciones sexuales. Sin du-
da habría estado de acuerdo con la observación de Camille Paglia
de que el hombre está diseñado para la invasión, y la mujer para la
receptividad. La receptividad de buen grado, e incluso la agresiva,
es una experiencia muy diferente de lo que siente el hombre en
la penetración. En el contexto en que Rand utilizó esta palabra, la
«rendición» no era en absoluto un concepto negativo, sino todo lo
contrario. Estaba asociado con la admiración y la confianza.
En lo que se refiere a su visión de las mujeres y de los derechos
humanos, la obra de Rand es completamente compatible con la
tendencia dominante en el feminismo del siglo XIX. Históricamen-
te, el feminismo nació, no como una demanda de derechos especia-
les conseguidos a través de la coerción política, sino para la igual-
dad ante la ley de hombres y mujeres. Estas feministas no veían a
los hombres como el enemigo, ni tampoco al capitalismo, sino al
gobierno. Su lucha era contra el Estado y la idea religiosa tradicio-
nal de la subordinación de la mujer al hombre. Estas mujeres eran
individualistas que luchaban por ser tratadas como tales, es decir,
como personas. La filosofía de Rand, el objetivismo, sostiene que el
sexismo, al igual que el racismo, es una forma de colectivismo bio-
lógico, y por lo tanto el objetivismo habría apoyado totalmente las
reivindicaciones de las feministas del siglo xIx de la igualdad de
derechos ante la ley, tales como el derecho a voto, a poseer propie-
dades a su nombre o a tener un acceso sin impedimentos legales al
mercado.? Además, históricamente, a las mujeres se les ha enseña-
do que el autosacrificio es su deber más noble. El objetivismo se
opone a toda noción de sacrificio humano, tanto si es de uno hacia
los demás como al contrario. Insiste que los seres humanos deben
ser tratados como fines en sí mismos, no como medios para que los
demás consigan sus fines. Manteniendo una ética de autointerés ra-

3. Rand no habló de «sexismo» de forma explícita, pero su opinión está implícita


lógicamente en su discurso sobre el racismo en The Virtue of Selfishness, Nueva York,
New American Library, 1964, págs. 172-185. «Racism» fue publicado originalmente en
el número de septiembre de 1963 de «The Objectivist Newsletter», que ella y yo coedita-
mos y copublicamos.

ELA
cional o visionario, el objetivismo defiende el derecho de la mujer a
vivir como una entidad libre e independiente. Finalmente, las no-
velas de Rand ofrecen grandes modelos de féminas autónomas, se-
guras de sí mismas y con determinación que han servido de fuente
de inspiración para innumerables mujeres. Desde la perspectiva
del feminismo individualista del siglo XIX, en el discurso de Rand
hay muchos aspectos con los que se puede estar de acuerdo y que
provocan entusiasmo.
Además, vale la pena recordar que en casi todos los lugares del
mundo y a través de todos los siglos que nos preceden, a las muje-
res se las ha visto, y se les ha enseñado a que se vean a ellas mismas,
como seres inferiores a los hombres. Algunas versiones de la mu-
jer como ser inferior pertenecen al «inconsciente cultural» de todas
las sociedades que conocemos, y también al «consciente cultural».
El estatus de segunda clase de las mujeres es un aspecto destacado
de todas las ramas de los fundamentalismos religiosos, sea éste ju-
dío, cristiano, islámico o hindú. Encuentra su mayor grado de viru-
lencia en sociedades dominadas por el fundamentalismo religioso,
como el Irán actual. Los escritos de Rand no podrían ser más
opuestos a esta perspectiva en todos los aspectos posibles. No es
accidental que los ataques más enfervorizados a sus libros hayan
venido de grupos religiosos. El rechazo de la visión religiosa de la
vida está presente en cada página, implícita o explícitamente. Sus
libros son un canto a la vida en la tierra y a las posibles glorias de
los seres humanos en este mundo. Y sus mujeres no son menos in-
convencionales que sus hombres, en su manera de pensar, su auto-
ridad personal y su autoestima. Parafraseando un párrafo de The
Fountainbead, sus libros son una negativa desafiante a la cara de
muchas de nuestras tradiciones. De manera que aquí, también, po-
demos ver de qué forma su obra habría apoyado las aspiraciones
del feminismo individualista.
Sin embargo, cuando consideramos algunas de las tendencias
del «feminismo» que han surgido en las dos últimas décadas, la his-
toria es completamente diferente. Rand era una campeona de la ra-
zón, el individualismo, la autorresponsabilidad, la idependencia y

123
el capitalismo. El ala izquierda o el feminismo «radical» de los no-
venta considera la razón, la lógica y la ciencia como una «conspira-
ción masculina» para oprimir a las mujeres. De hecho, sus expo-
nentes más extremos han declarado la guerra a la civilización
occidental, que ellas consideran un producto de «hombres blancos
muertos». Todas las premisas básicas del feminismo «radical» se
basan en el colectivismo y el estatismo. Ven al hombre —y al capi-
talismo— como el enemigo, y al gobierno como su agente, aliado y
protector (cuando los funcionarios apoyan sus políticas sociales; en
caso contrario, sólo son otro grupo de hombres ciegos u opresl-
vos). No buscan la libertad, sino escapar de ella, en diferentes con-
textos: esto es evidente en el hecho de que suelen utilizar la coer-
ción política para conseguir avanzar en sus pretensiones, tanto a
través de la acción afirmativa, de los centros de asistencia social pa-
gados por el Estado, o de cualquier clase de regulación de la activi-
dad económica imaginable, incluyendo la regulación de la libertad
de expresión. Básicamente retratan a la mujer como víctima, no co-
mo una persona fuerte y autorresponsable. Su retrato básico del
hombre es el del hombre como opresor. El acto sexual, aunque sea
entre personas que están casadas y enamoradas, suelen describirlo
como violación (véase, por ejemplo, Andrea Dworkin). Cada vez
más jovenes universitarias están siendo adoctrinadas con ideas co-
mo éstas.*
Sea como fuere, obviamente este tipo de feminismo nunca ha
representado más que a una pequeña minoría. Existen variedades
más moderadas de feminismo que no se sitúan en contra del hom-
bre o de la civilización occidental. Sin embargo, incluso entre las
feministas más destacadas de hoy en día, hay una fuerte tendencia
a ver al Estado como el salvador de las mujeres, lo que implica que
las mujeres no pueden florecer en condiciones de libertad, sino
que son niños indefensos que requieren una protección especial. Y,

4. Véase, por ejemplo, Christina Hoff Sommers, Who Stole Feminism?, Nueva
York, Simon é Schuster, 1994, y Richard Bernstein, Dictatorship of Virtue, Nueva York,
Alfred A. Knopf, 1994.

124
desgraciadamente, ésta es una versión más extremista en contra del
hombre, del capitalismo, de la civilización occidental, de la lógica,
la razón y la ciencia que ha adquirido relevancia en nuestros cen-
tros educativos y en los medios de comunicación.
Esta postura aparece claramente detallada en el magnífico es-
tudio de Christina Hoff Sommers Who Stole Feminism?? La nueva
forma de lucha de clases marxista es la lucha de sexos: ésta es la
contribución social del feminismo «radical».
No hay nada en la filosofía de este feminismo que Rand no hu-
biese despreciado. Es la antítesis del feminismo individualista del
siglo XIX. En el ala extrema de estas feministas modernas, no es ex-
traño oírlas declarar que «Ayn Rand no era una mujer» o, en cual-
quier caso, «una traidora de su sexo», por citar la acusación de Su-
san Brownmiller en Against Our Will: Men, Women and Rape.*

Quiero volver a dos temas que he mencionado anteriormente y


relacionarlos con la visión de las mujeres que tenía Ayn Rand: su
descripción de sí misma como «alguien que veneraba a los hom-
bres» y su párrafo de La rebelión de Atlas sobre «... el más femeni-
no de los aspectos: parecía estar encadenada.»
Para empezar, ella utilizaba la expresión «veneradora de los
hombres» con dos sentidos. El primero se explica en su introduc-
ción a la edición del veinticinco aniversario de The Fountainbead,
donde habla sobre la veneración hacia el hombre como una reveren-
cia al ser humano en su más alto potencial.” Aquí se refiere claramen-
te al «hombre» en el sentido genérico, que incluye a las mujeres.
Sin embargo, en otros contextos está claro que identifica la fe-
mineidad con la veneración hacia los hombres, entendida como ve-
neración heroica del hombre, asumiendo que el hombre en parti-
cular lo merece. Es fácil que existan malentendidos en este punto

5. Ibíd.
6. Susan Brownmiller, Against Our Will: Men, Women and Rape, Nueva York, Si-
mon éz Schuster, 1976, pág. 315.
7. Ayn Rand, The Fountainbead, Indianápolis, Nueva York, Bobbs-Merrill, 1968,
pág. xil.

125
porque ella nunca explicó detalladamente lo que quería decir y por-
que en sus novelas sus héroes tratan a las mujeres que aman con un
respeto sin reservas, admiración, adoración y «veneración». No
existe un ápice de desigualdad en su visión de unos y otros, ningu-
na sugerencia de que el hombre «tenga que agachar la cabeza». Su
concepto de amor romántico está basado en una admiración 7724-
tua apasionada como centro de la relación. Es difícil pensar en otro
novelista cuya obra haya reflejado esta visión con tanta fuerza.
Recuerdo una conversación que tuve con ella al principio de
nuestra relación, cuando ella estaba exponiendo su idea de la vene-
ración femenina hacia el héroe. En aquella época yo tenía veinti-
tantos años. Le pregunté: «¿No veneran los hombres a las mujeres,
es decir, a las mujeres que aman?».
«Oh, supongo que sí, pero no estoy pensando en eso precisa-
mente. Por “veneración” me refiero a nuestra más grande capaci-
dad de admiración y reverencia. Yo creo que el hombre es superior
a la mujer y...»
«¡Pero Ayn!», protesté. «No es verdad. ¡Estás bromeando!»
«No estoy bromeando», respondió con seriedad.
«¿Superior en qué? ¿En inteligencia? ¿En creatividad? ¿En va-
lor moral?»
«No, por supuesto que no. En cuestiones espirituales o intelec-
tuales ambos sexos son iguales. Pero el hombre es más grande, más
fuerte, más rápido y mejor capacitado para enfrentarse a la natura-
leza.»
«¿Te refieres a un puro nivel físico?»
«Lo físico no es irrelevante.» Más adelante, solí escucharla re-
petir este punto.
Volví a discutir con ella sobre este asunto más de una vez, por-
que no me sentía completamente cómodo con su punto de vista.
No me gustaban las descripciones de «inferior» y «superior» apli-
cadas de ningún modo a hombres y mujeres como tales. Pero me
intrigaba descubrir, y me parecía algo importante, que muchas de
las mujeres más independientes y fuertes intelectualmente que yo
conocía compartían la perspectiva de Ayn.

126
Ayn sonreía sin malicia ante mi evidente desconcierto con este
tema. Por supuesto, yo comprendí que ella no hablaba de los hom-
bres en general, sino del hombre en su más alto nivel, el hombre
como abstracción, el principio de lo masculino. Una vez me dijo, co-
mo queriendo aclarar el tema de una vez por todas: «¿No com-
prendes que una mujer verdaderamente fuerte desea ver al hombre
como alguien más fuerte? En concreto su hombre». Cuando le pre-
gunté por qué, respondió: «Por el placer de la rendición».
Yo insistí, aunque sentí que se me estaba haciendo un nudo en
la garganta: «Entonces, de alguna manera, ¿la cuestión es sexual?».
«Por supuesto.» Entonces añadió: «Y además de esto, el placer
de estar indefensa a veces, de liberarse de la obligación de ser fuer-
te. En cierto modo, esto también es sexual. Una mujer no puede
hacer esto con un hombre al que no admira. Sea sincero. Me com-
prende perfectamente. Así es exactamente como usted espera que
una mujer se sienta hacia usted».
«Quizá», accedí a regañadientes, «pero yo no intentaría defen-
der ese punto de vista filosóficamente.»
«Yo sí», dijo alegremente.
Lo que estaba realmente claro era que, al menos en el contexto
romántico, a Ayn le gustaba la idea del hombre —su hombre— co-
mo alguien «superior», al menos en un sentido abstracto.
Una vez le pregunté si podía imaginar que Galt, Francisco o
Rearden, los tres hombres que estaban enamorados de Dagny, la
hubiesen visto alguna vez como alguien «inferior». «Por supuesto
que no», respondió Ayn inmediatamente. «No sería apropiado en
un hombre pensar de tal forma.» Pero esto no alteró su punto de
vista básico.
Tanto en su faceta de conferenciante como en la de escritora, a
Ayn Rand le encantaba provocar, y no tengo ninguna duda de que
en cierto modo ésa era su motivación cuando escribió el párrafo
sobre «el más femenino de los aspectos». Como metáfora, como
poesía, disfrutaba de la idea de la mujer «violada», no por cual-
quier hombre, ciertamente, sino por un héroe. Á través de My Se-
cret Garden, de Nancy Friday, sabemos que existen millones de

127
mujeres a quienes les excitan las fantasías en que son «violadas» o
«reducidas» por una figura masculina dominante. Lo sabemos
también por las novelas románticas que resultan ser best-sellers, el
género con más éxito comercial en la historia de las publicaciones.
Es psicológicamente ingenuo considerar patologías esas fantasías,
como hacen tan estridentemente tantas feministas modernas. (Aña-
diré que feministas individualistas contemporáneas como Joan
Kennedy Taylor o Wendy McElroy no consideran patologías esas
fantasías.) La fantasía es transcultural. Sería absurdo afirmar que
no nos dicen nada sobre la psique femenina. No estoy hablando
simplemente de violación, un crimen despreciable que también
desdeñan los hombres y mujeres éticos de todo el mundo.* Estoy
hablando del deseo de rendición, o de ser reducida por un hombre
fuerte dentro de una experiencia del contexto romántico. No todas
las mujeres comparten este sentimiento, pero sabemos que muchas
sí lo hacen, Ayn Rand entre ellas. Ni Ayn Rand ni Brunilda eran dé-
biles, dependientes o mujeres que no son capaces de separarse de
sus hombres. ¿Hubiera querido Sigfrido una mujer débil, depen-
diente o incapaz de separarse de él? La fortaleza busca el desafío
de la fortaleza.
Al describir el primer encuentro sexual entre Dagny y Hank
Rearden en La rebelión de Atlas, Rand escribe: <... ella sabía ... que
su desafío era la sumisión, que el propósito de toda su fuerza vio-
lenta sólo conseguiría que la victoria de él fuese más grande...».?
Ninguna mujer fuerte puede tener una experiencia plena —en el
sentido romántico— con un hombre al que considera más débil
que ella. Ningún hombre fuerte puede tener una experiencia plena
—-<n el sentido romántico— con una mujer a quien considera poco
independiente, sin autoridad personal ni determinación. Si Aristó-

8. Una vez oí que Rand le decía a alguien en una conferencia: «Si usted cree que la
“escena de la violación” de The Fountaínhead es una escena de violación real, le sugiero
que vuelva a leer el pasaje. Si es una violación, lleva implícita una invitación. Ninguno de
mis héroes se hubiera permitido una auténtica violación, algo que a usted le hubiese sa-
tisfecho».
9. Ibíd, pág. 251.

128
teles estaba en lo cierto al afirmar que un amigo es otro yo, cuán
aplicable es esta idea al amor romántico, a la relación entre un
honubre y una mujer. Por esto es imposible encontrar una aventura
amorosa apasionada entre una persona con una gran autoestima y
otra con una baja autoestima. Una diferencia así no tiene carga eró-
tica. La imagen de la mujer «encadenada» en el pasaje citado es
una metáfora que pretende aislar a la mujer únicamente en su as-
pecto sexual, y su deseo de ser «poseída» por el hombre al que
ama. Interpretar esta escena literalmente es demostrar una gran ig-
- norancia de las relaciones entre hombre y mujer y de la psicología
de sus interacciones íntimas.
¿Dónde se situaba Ayn Rand con respecto al feminismo (térmi-
no que nunca le gustó)? Un feminismo que viera lo mejor de la mu-
jer como figura heroica hubiera encontrado apoyo y validación en
los escritos de Rand. Un feminismo que definiera a la mujer como
víctima y al hombre como su perverso opresor habría encontrado
en Rand una enemiga, porque ella no ve a la mujer como un ser dé-
bil, sino fuerte, y porque Rand considera el amor romántico entre
hombre y mujer como una expresión y una celebración de su esti-
ma del otro, así como de su estima por sí mismos.

129
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Bibliografía

Branden, N., The Psychology of Romantic Love, Nueva York, Ban-


tam Books, 1981.
Branden, N., How to Ratse Your Self-Esteem, Nueva York, Bantam
Books, 1988 (trad. cast.: Cómo mejorar su autoestima, Barcelo-
na, Paidós, 1988).
Branden, N., The Six Pillars of Self-Esteem, Nueva York, Bantam
Books, 1994 (trad. cast.: Los ses pilares de la autoestima, Bar-
celona, Paidós, 1995).
Branden, N., The Art of Living Consciously: The Power of Aware-
ness to Transform Everyday Life, Nueva York, Simon é Schus-
ter, 1997 (trad. cast.: El arte de vivir conscientemente, Barcelo-
na, Paidós, 1997).
Branden, N., Taking Responsibility: Self-Reliance and the Accounta-
ble Life, Nueva York, Fireside, 1997 (trad. cast.: Cómo llegar a
ser autorresponsable, Barcelona, Paidós, 1997).
Branden, N., Self-Esteem at Work: How Confident People Make Po-
werful Compantes, San Francisco, Jossey-Bass, 1998 (trad.
cast.: La autoestima en el trabajo, Barcelona, Paidós, 1999).

151
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Nota del autor

Para las lectoras que deseen trabajar en su autoestima y conti-


nuar su estudio sobre el tema, recomiendo estos tres libros de mi
autoría:

— Los seis pilares de la autoestima.


— Cómo llegar a ser autorrespon sable.
— El arte de vivir conscientemente.

Los tres contienen diversos ejercicios destinados a nutrir y for-


talecer la autoestima.

135
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Indice analítico y de nombres

Abandono: sentirse merecedor de, 65-66


ansiedad por el, 66-67 Véase también Relaciones; Ro-
celos y, 78 mance
y ansiedad por el éxito, 94 Ansiedad:
Acción(es): por el abandono, 67
autoaceptación de la, 31 por el éxito, 93-96
fantasía versus, 52, 108 y ponerse a la defensiva, 90-91
intentar diferentes, 99-102 Ansiedad por el éxito, 93-96
traducir las ideas a la, 107-110 autosabotaje y, 93-96
y felicidad, 118 ejercicio de completar frases pa-
Acción afirmativa, 124 ra, 96
Aceptación. Véase AÁutoaceptación inconsciente, 95
Admiración de los demás, autoes- reconocer, 95-96
tima versus, 20-21 Aristóteles, 128-129
Against Our Will: Men, Women and Aspiración, 19
Rape (Brownmiller), 125 Autoaceptación, 21, 29-33
Aislamiento: de las fuerzas positivas, 35-39
como expresión de ira, 83 de los pensamientos no desea-
como respuesta a los celos, 78, dost051
19 de los sentimientos no deseados,
Amor: 29-30
autoestima y, 65-69 de nuestro pasado no deseado,
hacer promesas poco realistas A
por, 58-59 ejercicio de completar frases pa-
miedo a perder el, 45, 94 ra la, 33

135
Autoafirmación, 22, 45-49 vivir con determinación para la,
ejercicio de completar frases pa- ZU
ra la, 48-49 vivir conscientemente para la,
formas de, 46 21, 25-28
juicio en la, 47 y amor romántico, 65-69
versus conducta hostil, 45, 46-48 y felicidad, 95, 115-118
Autoconcepto, como destino, 65- Autoexpresión, 19
66 Autointerés, 71-72, 122-123
Autoeficacia, definición, 17-18 Autoprotección, ponerse a la de-
Autoestima: fensiva como, 83-91
alta versus baja, 18 Autorrechazo:
ansiedad por el éxito y, 93-96 consecuencias del, 32, 37
asumir las fuerzas para la, 35-39 socialización para el, 32
autoaceptación para la, 22, 29- Autorrespeto, definición, 18
SEDA) Autorresponsabilidad, 22, 41-44
autoafirmación para la, 22, 45- ejercicio de completar frases pa-
49 ra, 44
autorresponsabilidad para la, evitar, 105
22, 41-44 versus asumir la responsabilidad
celos y, 77-80 de los demás, 43-44, 103-106
como experiencia íntima, 21,41, Véase también Responsabilidad
78 Autosabotaje:
componentes de la, 17-18 ansiedad por el éxito y, 93-96
construir una profesión y, 107- de las relaciones, 66, 67-68, 79
110 identificar el, 96
definición, 17 Autosacrificio, y miedo al egoís-
estrategias que potencian la, 99- mo, 71-75
118 Autosuficiencia, 41
importancia de la, 17-23
integridad y, 22, 57-61 Bloc de notas, para anotar las ideas,
ira y, 81-84 109
limitaciones y, 103 Branden, N., 21, 29,36, 66
miedo al egoísmo y, 71-75 Brownmiller, S., 125
nociones erróneas sobre, 57 Brunilda, 121, 128
ponerse a la defensiva y, 85-91
prácticas clave para la, 21-22 Cambio de conducta, 99-102
valor de supervivencia de la, 18 Celos, 77-80

136
causas de los, 77-78 Desafío, 18-19, 47-48
respuestas adecuadas a los, 78- Desaprobación, miedo a la, 58-59
80 Difamación, 81
respuestas de alta autoestima ver- Diferente, intentar algo, 99-102
sus baja autoestima ante los, 77 Dominique Francon, 121
y autoestima, 77 Dworkin, Á., 124
Centros de asistencia social, 124
Cómo mejorar su autoestima (Bran- Egoísmo:
den), 29,36 acusación de, como medio de
Comodidad, autoestima versus, 21 manipulación y control, 74
Compromiso: miedo al, 71-75, 105
con las ideas, 107-110 versus el autointerés inteligente,
de felicidad, 116 Eo
Comunicación: versus justicia y objetividad, 74
autoestima alta versus baja y, 19- Einstein, Á., 102
20 Ejercicios. Véase Experimento en
de la ira, 81-84 la intimidad; Ejercicios de
ejercicio para experimentar en la completar frases
intimidad para, 111-114 Ejercicios de completar frases, 28
ponerse a la defensiva y, 85-91, para asumir las fuerzas, 39
(Al para decir no en lugar de decir
sobre los celos, 77-80 SiWL0S
Conciencia. Véase Vivir conscien- para la autoaceptación, 33
temente para la autoafirmación, 47-49
Conspiración masculina, 123-125 para la autorresponsabilidad, 43,
Contratiempos, 18 44
Control, sentido interior versus ex- para la integridad, 58-59, 61
terior de, 51 para superar la ansiedad por el
Cotaje 001699), 26 éxito, 96
Críticas: para vivir con determinación,
ponerse a la defensiva por, 85-91 Da
sarcasmos, conseguir que el ma- para vivir conscientemente, 28
rido deje de hacerlas, 101 Evadirse, cerrarse, en la comunica-
ción ALIAS LA
Daegny Taggart, 119, 120;121 Exclusividad sexual, y celos, 77
Depresión, como respuesta a los Éxito, y actuar a favor de nuestras
celos, 78 ideas, 107-110

15
Experiencias de la infancia, y po- Fuerzas:
nerse a la defensiva, 88, 89, 90 asumir las propias, 35-39
Experimento en la intimidad, 111- ejercicio de completar frases pa-
114 ra asumir las propias, 39
para la comunicación con una no ser consciente de las propias,
amiga, 114 razones para, 36-37, 46
para la comunicación con la ma- Fundamentalismo religioso, 123
dre, 114
para la comunicación de la pare- Ganadores, 107
AS Ginott, H., 83

Fantasía: Hombres:
sexual femenina, 127-128 actitudes de los, hacia la autoes-
versus acción hacia los objetivos, tima en las mujeres, 20-21
55) como opresores, 124-125
versus acción sobre las ideas, como superiores a las mujeres,
108 122, 126-128
Felicidad: socialización de los, para conse-
apoyarse en las circunstancias guir, 71
externas para, 115
disposición para la, 115-117 Ideas:
escoger la, 115-118 actuar según las, 107-110
sentirse merecedor de, 95 pasos para tomarlas en serio,
versus centrarse en los aspectos 109
negativos, 117 Infidelidad:
Feminismo: respuestas adecuadas a la, 79-80
Ayn Rand y, 119-129 respuestas de alta autoestima
individualista, 122-123, 124, versus baja autoestima, 77
128 y celos, 77-80
radical, 124-125, 128 Integridad:
Flirtear: consecuencias del fracaso de, 57
celos y, 78-80 ejercicio de completar frases pa-
sinceridad acerca de, 80 taról
Fountaínbead, The (Rand), 121, relación de, con la autoestima,
12 ZO 37-58
Fracaso, miedo al, 94 relación de, con la salud mental,
Friday, N., 127 61

138
vivir con, 22-23,57-61 de poder por parte de las, 37,
y superar ponerse a la defensiva, 41
AL socialización contra la autoesti-
Intimidad, experimentos en la, maleni23
111-114 My Secret Garden (Friday), 127
Ira:
como respuesta a los celos, 78- New York Times, 119
a No, incapacidad de decir, 59, 105
expresar, 81-84 Novelas románticas, 128
expresión destructiva de la, 81,
82 Objetivismo, 122-123
expresión silenciosa de, 83-84 «Objectivist Newsletter, The»,
miedo a la de los otros, 87 1227
pasos hacia una expresión ade- Objetivos, asumir la responsabili-
cuada de, 82 dad por, 51-55

Kira Argounova, 121 Padres, asumir responsabilidades


inadecuadas de, 105
Límites, 103-106 Paglia, C., 122
Los seis pilares de la autoestima Papel entrena LOS
(Branden), 21 Pasividad, 41,51, 109
Perseverancia, 96, 110
Marx, G., 108 Pertenencia, deseo de, y no ser
Masters y Johnson, 67 consciente de las propias fuer-
McElroy, W., 128 zas, 36
Mujeres: Ponerse a la defensiva:
inferiores a los hombres, 121- como estrategia de autoprotec-
1224126129 ción, 83-91
la indispensabilidad de la auto- pasos para superar, 90-91
estima para las, 18 Principio de masculinidad, 127
la visión de Ayn Rand de las, Proactividad, 51-55
119-129 Profesión y lugar de trabajo:
miedo al egoísmo en las, 71-75 ansiedad por el éxito y, 93, 94
socialización a favor del papel construir una, 107-110
de entrega a los demás de las, la autoestima en, 107-110
72,104 la integridad en, 60
socialización contra la asunción ponerse a la defensiva y, 86-87

199
vivir con determinación, 51-53 integridad y, 59
vivir conscientemente y, 27-28 limitaciones en, 103-106
Promesas y compromisos: miedo al egoísmo en las, 73-74
hacer, poco realistas a fin de gus- ponerse a la defensiva y, 87-88
tar a los demás, 59 sabotaje de las, 66, 67-68, 79
integridad en las, 58-59 vivir con determinación y, 53-54
Propósitos, 51 vulnerabilidad y, 67-68
convertir los deseos en, 54-55 Véase también Amor; Romance
Psychology of Romantic Love, The, Rendición, de las mujeres a los
66 hombres, 121-122, 127, 128
Resistencia, 18, 19
«Racismo» (Rand), 122n Responsabilidad:
Rand, Ayn, 119-129 inadecuada hacia los demás, 42-
feminismo de, 119-129 44, 103-106
heroínas en las novelas de, 121, limitaciones y, 103-106
125 no asumir la propia fortaleza pa-
visión de la maternidad, 121 ra evitar la, 36
visión de las mujeres, 120, 121, para asumir la fortaleza, 37
125-128 para formular objetivos, 51-52
Realidad, respeto por la, 85 Véase también Autorresponsabi-
Rebelión de Atlas, La (Rand): lidad
influencia de, 119 Romance:
la visión de las mujeres en, 120, autoestima y, 65-69
A ZO 2 LZS celos y, 77-80
personajes heroicos en, 120 conciencia y, 26
Regeneración, 18, 19 visión de Ayn Rand sobre, 121-
Regulación gubernamental, 124 122 125-125
Relaciones: Véase también Amor; Relaciones
ansiedad por el éxito y, 93-94
autoafirmación y, 46 Sabotaje. Véase Autosabotaje
autoestima y, 20, 65-69 Sentimientos de culpa:
autorresponsabilidad y, 42 y aceptación de los pensamien-
celos y, 77-80 tos no deseados, 30
crecimiento personal y, 38, 68- y límites, 103
69,73 y miedo a ser egoísta, 74
ejercicio para experimentar en la Sentimientos:
intimidad, 111-114 aceptación de los indeseados, 29

140
respetar los de uno mismo, 83 «Veneradora de hombres», 125-126
Ser consciente de: Vida consciente. Véase Vivir cons-
de las partes indeseables de uno cientemente
mismo, 29-33 Violación, 127-128, 125n
fuerza, 35-39, 46 Violaciones éticas, integridad y, 60
Sexismo, la visión del objetivismo Virtue of Selfishness, The (Rand),
sobre el, 122-123, 122n 122n
Sexo, visión de Ayn Rand sobre el, Vivir con:
121122125: 12/4125 la ansiedad, 67, 91, 95-96
Véase también Relaciones; Ro- los sentimientos indeseables, 30
mance Vivir con determinación, 22, 51-55
Sigfrido, 121, 128 ejemplos de, 52-55
Socialización: ejercicio de completar frases pa-
contra la autoestima de las muje- cañon
12) pasos hacia, 54-55
en el papel de cuidar de los de- Vivir conscientemente, 22, 25-28
más, /1, 105 autoafirmación y, 46
para el autorrechazo, 32 ejercicio de completar frases pa-
para la pasividad, 41 ra. 29
Soledad y alienación, poseer fuer- ponerse a la defensiva y, 85-91
zay,36 profesión y, 27-28
Sommets, E. HL, 125 romance y, 26
Vulnerabilidad, 67-69
Tareas domésticas, conseguir que
el marido y los hijos partici- We the Living (Rand), 121
pen, 99-100 Who Stole Fenminism? (Sommers),
Taylor,J.K., 128 125

141
También publicado por Paidós

LA AUTOESTIMA EN EL TRABAJO
NATHANIEL BRANDEN

Como catalizadora de la creatividad, la confianza e incluso la felici-


dad, la autoestima viene desempeñando un importante papel en
nuestras vidas desde que la humanidad empezó a desarrollar su
capacidad para el pensamiento abstracto. Y ahora, con el adveni-
miento de una nueva era de la economía, su aportación resulta im-
prescindible también en el mundo de los negocios. En otras pala-
bras, el mercado del mañana pertenecera a las compañías cuyos
lideres y empleados sean capaces de exhibir un nivel de autoestima
mas alto.
En el presente libro, el famoso psicólogo y consultor Nathaniel
Branden realiza un fascinante recorrido por este nuevo fenómeno
laboral. Además de explicar como puede influir la autoestima en el
éxito de una organización, describe el modo en que los individuos
desarrollan sus carreras según pautas de este tipo: del liderazgo al
management, pasando por la negociación y las competencias inter-
els practicamente no hay ningún aspecto de la creatividad
empresarial que escape a la influencia de la autoestima. Caracterls-
tica, en fin, que convierte a esta Obra en una valiosísima guía para el
delle de aquellas herramientas que nos permitirán triunfar en la
era de la información.
Nathaniel Branden es doctor en Psicología. También es autor de
libros como £l respeto hacia uno mismo, Cómo mejorar su autoestima, Los
sens pilares de la autoestana, Cómo llegar a ser autorresponsable, El poder de la
autoestima y El arte de vmir conscientemente, todos ellos igualmente pu-
blicados por Paidos.
Esta obra se terminó de imprimir y
encuadernar en septiembre de 2002
en los talleres de
Programas Educativos, S. A. de C. V.,
calzada Chabacano no. 65, local A,
col. Asturias, 06850, México, D. F.
(empresa certificada por el
Instituto Mexicano de Normalización y Certificación,
A. C. bajo las normas
1SO-9002: 1994/NMX-CC-004: 1995
con cl no. de registro RSC-048
ec 1SO 14000: 1996 NMX-SSA-001:
1998 IMNC/ con el no. de
registro RSAA-003).
Visitenos en la red

wWww.paldos.com
La autoestima consiste en estar dispuestos a vernos a nOSOtros
mismos como seres capaces de enfrentarnos a los desafíos básicos
de la vida y como personas merecedoras de felicidad. En este
libro, el psicoterapeuta Nathaniel Branden explica historias
personales y revelaciones íntimas de mujeres que, tras luchar por
su autoestima, se han transformado y han construido vidas fuertes,
llenas de energía y motivación. Pero La autoestima de la mujer es
también una guía que ayuda a poner en práctica seis virtudes
esenciales: la autoconciencia, la autoaceptación, la
autorresponsabilidad, la autoafirmación, la determinación y la
integridad personal. Además, revela el modo en que las mujeres
pueden cultivar esas virtudes básicas para alcanzar su pleno
potencial y adoptar estrategias efectivas que ayuden a resolver
problemas muy comunes pero también frustrantes, desde convencer
a los miembros de la familia para que colaboren en las tareas
domésticas hasta poner fin a los comentarios sarcásticos de un
compañero sentimental, pasando por superar la indecisión o
hablar sobre nuestras vulnerabilidades con las personas más
cercanas a nosotras.
En La autoestima de la mujer, Branden ofrece un examen revelador
de las cuestiones que afectan especialmente a las mujeres, desmitifica
las creencias clásicas sobre el amor romántico o el concepto de
éxito y nos recuerda que la autoestima no es un don que nos
venga dado por los demás, sino una actitud que consiste en
romper con los malos hábitos y realizar los pasos necesarios para
crearnos una vida más satisfactoria.
Nathaniel Branden es doctor en Psicología. También es autor de
libros como £l respeto hacia uno mismo, Cómo mejorar su autoestima,
Los seis pilares de la autoestima, La autoestima en el trabajo o Cómo
llegar a ser autorresponsable, todos ellos igualmente publicados
por Paidós.

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