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­PSICOLOGÍA CRÍTICA

Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

Raúl Cárdenas Navarro


Rector

Pedro Mata Vázquez


Secretario General

Orépani García Rodríguez


Secretario Académico

Silvia Hernández Capi


Secretaria Administrativa

Juan Carlos Gómez Revuelta


Secretario Auxiliar

Héctor Pérez Pintor


Secretario de Difusión Cultural

Rodrigo Gómez Monge


Tesorero General

Marco Antonio Landavazo Arias


Coordinador de la Investigación Científica
PSICOLOGÍA CRÍTICA
Definición, antecedentes,
historia y actualidad

David Pavón-Cuéllar

Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo

Editorial Itaca
Psicología crítica. Definición, antecedentes,
historia y actualidad,
David Pavón-Cuéllar

Diseño de la cubierta: Efraín Herrera

Revisión técnica: María Concepción Lizeth Capulín Arellano

D.R. © 2019 David Pavón-Cuéllar

D.R. © 2019 Universidad Michoacana


de San Nicolás de Hidalgo
isbn: 978-607-542-086-8

D.R. © 2019 David Moreno Soto


Editorial Itaca
Piraña 16, Colonia del Mar
C.P. 13270, Ciudad de México
tel. (55) 5840 5452
[email protected]
[email protected]
editorialitaca.com.mx
isbn: 978-607-8651-09-2

Impreso y hecho en México / Printed and made in Mexico


ÍNDICE

Introducción. Explorando la psicología crítica 7


Definición mínima. Una relación crítica
de la psicología consigo misma 11
Definición ampliada. Un posicionamiento político
ante lo que se manifiesta en la psicología 13
Antecedentes filosóficos.
La crítica trascendente de la psicología
desde Aristóteles hasta Canguilhem 15
Antecedentes políticos.
La crítica inmanente de la psicología
desde las defensas de indios hasta el marxismo,
el decolonialismo y el feminismo 21
La intervención vygotskiana. Contra la generalización,
el idealismo, el empirismo y el eclecticismo 27
La intervención politzeriana. Contra la abstracción,
el formalismo, la desparticularización,
el realismo y la mitología 31
Del freudomarxismo a la psicología radical
pasando por la Escuela de Fráncfort. La crítica
de lo psicológico por su carácter idealista, regresivo,
enajenante, manipulador, unidimensional, represivo,
adaptativo, controlador, mercantilizador 35
Althusser y el althusserianismo. Alianzas del marxismo
con el psicoanálisis en la crítica de la psicología
por su carácter ideológico y pseudocientífico 41
De Michel Foucault a Nikolas Rose. Crítica
de las funciones de la psicología en la disciplina,
la regulación y la producción del individuo 45
Psicología crítica de Klaus Holzkamp.
Falta de mundo y restricción de la capacidad
de acción del sujeto en las corrientes psicológicas
hegemónicas y convencionales 49
Paradigma posmoderno de la psicología social crítica.
Socioconstruccionismo, posiciones relativistas
y corrientes discursivas 51
La crisis del paradigma posmoderno. Retorno
a la realidad y a la radicalidad 57
La trinchera latinoamericana. Psicología social
comunitaria y psicología de la liberación 63
La psicología crítica de Ian Parker.
Discursiva, marxista y lacaniana 67
Actualidad. Radicales, holzkampianos, posmodernos,
liberacionistas y los demás 71
Radicalismo.
La radicalidad a cambio de la estabilidad 72
Kritische Psychologie.
La psicología en detrimento de la crítica 74
Posmodernismo tardío.
Lo corporal-afectivo sin lo mundano-estructural 76
Comunitarios y liberacionistas.
De lo contemplativo a lo comprometido 79
A partir de Parker. La confrontación política
en lugar de la discusión apolítica 81
Posiciones críticas anticapitalistas. Marxismo,
esquizoanálisis, liberacionismo 85
Posiciones críticas antirracistas
y anticoloniales. Psicologías negra,
africana, poscolonial y decolonial 89
Posiciones críticas anti-patriarcales
y anti-normativas. Feminismo, lgbttti, queer 93
Conclusión. El sistema psicologizado 99
Bibliografía 103
Introducción. Explorando la psicología crítica

En el presente libro se efectúa una veloz exploración de lo que


se conoce actualmente como psicología crítica. Se trata de ofre-
cer un texto que sirva simultáneamente como estudio introduc-
torio, esbozo analítico, recorrido histórico, visión panorámica
y mapa orientador para los interesados en el tema. Lo que se
busca es dar una imagen global y asequible con la que pueda
aprehenderse algo tan difuso y evasivo como lo es la psicología
crítica. Traicionando así en cierto modo lo que se representa, se
ha favorecido la claridad y la simplicidad a costa de la exactitud
y la exhaustividad. Es mucho lo que falta y lo que se expone
quizás de manera demasiado expeditiva, esquemática, simpli-
ficadora y superficial.
Aunque limitada, la visión que se ofrece pretende incluir a
los más influyentes exponentes y las más importantes corrien-
tes de la psicología crítica. Asimismo se intenta englobar en-
foques ubicados en sus márgenes así como sus antecedentes,
orígenes y primeros desarrollos, algunos de ellos ya olvidados
hoy en día. Si hay cabida para todo esto es porque la psicología
crítica se entiende aquí en un sentido bastante amplio, como
cualquier cuestionamiento de la disciplina que parte de ella
misma, y no en los diferentes sentidos estrictos que adquiere
al identificarse ya con su nombre hacia la segunda mitad del
siglo xx.
Incluso cuando se le da un sentido menos amplio que el que
aquí tiene, la psicología crítica ocupa un territorio demasiado
extenso, diverso, denso y accidentado que no es fácil visitar sin
descaminarse ni extraviarse. Para mantener el rumbo, se ha
recurrido a cuatro métodos en anteriores introducciones y pre-
sentaciones globales. Uno de tipo enciclopédico intenta mapear
fielmente y escudriñar minuciosamente la topografía del terri-
torio con sus múltiples temas, enfoques, autores y regiones, lo
que da lugar a voluminosos textos colectivos caracterizados por
la pluralidad y la exhaustividad pero también por la falta de

7
8 psicología crítica

unidad (v. g., Dafermos et al., 2013; Teo, 2014; Parker, 2015a).
El segundo, de tipo sistemático, es el que ordena lo visitado se-
gún la trama lógica de lo que se argumenta, lo que se acomoda
mejor con textos de un solo autor (v. g., Tuffin, 2004; Parker,
2007). El tercer método, mixto, combina los dos anteriores, por
lo general empezando por el primero, el más expositivo, para
terminar por el segundo, el más argumentativo (v. g., Parker,
1999a; Hepburn, 2003; Gough, McFadden y McDonald, 2013;
Teo, 2015). La última forma de proceder, la menos ambiciosa y
la más común en obras colectivas, es la muestral o selectiva, la
que sólo incluye algunas corrientes o temáticas, las toma como
una selección o como una muestra más o menos representativa
y hace abstracción de todo lo demás (v. g., Fox y Prilleltensky,
1997; Romero y Álvaro, 2006; Ovejero y Ramos, 2011; Rodrí-
guez, 2016).
Los cuatro métodos que se han empleado tienen sin duda
ciertas deficiencias, pero son los más viables y los menos proble-
máticos. No es por casualidad que hayan sido los elegidos hasta
ahora. Si aquí no se procederá de la misma forma será simple-
mente porque no se desea repetir lo que ya se ha hecho de ma-
nera inmejorable y porque se tiene la convicción de que hay que
aventurarse por otros caminos. Es tan sólo por esto por lo que se
optará por una ruta histórico-narrativa que no tiene preceden-
tes, quizás con la excepción de un texto clásico de Thomas Teo
(2005), el cual, sin embargo, está más centrado en la crítica de la
psicología que en la psicología crítica propiamente dicha.
El camino que aquí se tomará, bastante arriesgado aunque
sin duda prometedor, explora los grandes momentos y las gran-
des tradiciones, orientaciones y posiciones de la psicología críti-
ca. Explorarlas exigirá examinarlas por separado pero también
compararlas y mostrar sus parentescos y relaciones recíprocas.
Un problema es que tales tradiciones, orientaciones y posicio-
nes se emparentan y relacionan de maneras demasiado com-
plejas. Otro problema es que sus discursos parecen a veces
incomparables y hasta inconmensurables entre sí. Un tercer
problema es que la existencia distinta de algunas de ellas re-
sulta discutible. El cuarto problema es que dejan mucho en su
exterior. Y hay otros problemas, desde luego, pero ninguno tan
grave como para comprometer el valor de lo que aquí se ofrece.
introducción 9
¿Qué se ofrece exactamente en las siguientes páginas? Des-
pués de reflexionarse acerca de lo que es la psicología crítica, se
reconstruye una historia de sus antecedentes en los dos campos
de la especulación filosófica y de la discusión política. Se pre-
sentan seguidamente algunos de los principales aportes de Lev
Vygotsky y Georges Politzer, a quienes aquí se considera los
fundadores de la psicología crítica, y de sus continuadores, en-
tre los años veinte y los ochenta del siglo xx, en el movimiento
freudomarxista, en la herencia de la Escuela de Fráncfort y en
la corriente psicológica radical. Tras examinarse la huella del
althusserianismo en críticos de la psicología como michel Pê-
cheux, Didier Deleule, Carlos Sastre y Néstor Braunstein y sus
colaboradores, se abordan tres grandes paradigmas de la psico-
logía crítica y de la crítica de la psicología en el último cuarto
del siglo xx: el foucaultiano de Richard Rose y otros autores,
mayoritariamente británicos; el de la escuela de Holzkamp, en
el ámbito alemán, y el posmoderno social-crítico socioconstruc-
cionista, relativista y discursivo o colectivo, de Kenneth Gergen
y otros psicólogos sociales situados mayoritariamente en países
de habla inglesa y en Cataluña y México.
El recorrido histórico termina con una valoración de la crisis
del posmodernismo, crisis patente entre finales del siglo xx y
principios del siglo xxi, y con una consideración de las dos alter-
nativas realistas críticas juzgadas más importantes para el si-
glo xxi: por un lado, en una trinchera latinoamericana, la psico-
logía de la liberación y la psicología social comunitaria; por otro
lado, en el ámbito británico, la psicología crítica de Ian Parker.
En seguida, en un balance de la actualidad, se consideran las
grandes orientaciones teóricas actuales en las que desembocan
las tradiciones revisadas en el recorrido histórico. Por último,
para mostrar la vigencia de la politización de la psicología crí-
tica, se revisan brevemente algunas de sus principales posicio-
nes antisistémicas: las anticapitalistas, las antirracistas, las
anticoloniales, las antipatriarcales y las antinormativas.
El presente libro se ha elaborado a partir de notas persona-
les que el autor ha utilizado entre 2012 y 2018 para conferen-
cias y cursos en diversas instituciones universitarias en México
y en otros países, y especialmente para la impartición regular
de la clase de “Psicología social crítica” en la Facultad de Psico-
10 psicología crítica

logía de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.


El recorrido histórico detalla y desarrolla lo que se publicará
sintetizado como un solo capítulo, con el título de “Psicología
crítica”, en la obra colectiva Campos de aplicación de la psico-
logía, coordinado por Jorge Mario Flores Osorio. Algunos de los
capítulos finales, dedicados al análisis de la actualidad, recogen
y profundizan la conferencia magistral “Objetos y dilemas de la
psicología social crítica” dictada por el autor en el Encuentro
Nacional de Estudiantes de Psicología Social, el 9 de noviembre
de 2018 en la Universidad Autónoma de Querétaro.
Definición mínima. Una relación crítica de la psicología
consigo misma

Empecemos por aclarar que la psicología crítica no es ni una


parte ni una rama de la disciplina psicológica. No es, como la
epistemología o la metodología, un componente necesario de la
disciplina. Tampoco es, como la psicología social o la educati-
va, una especialidad académica y profesional. No es ni siquiera
una orientación teórica particular como lo son el conductismo o
el humanismo.
A diferencia de psicólogos como los humanistas, los críticos
no comparten una teoría y una terminología que les permitan
unirse y discrepar de sus colegas al concebir y describir el psi-
quismo de un cierto modo y no de otro. Los psicólogos críticos
no tienen tampoco un objeto bien definido ni ocupan un cam-
po de conocimiento bien delimitado en el que puedan hacer un
trabajo colaborativo como el realizado por especialistas como
los psicólogos educativos. Los psicólogos críticos también se dis-
tinguen de otros colegas, como los metodólogos, al no cumplir
funciones esenciales en la disciplina psicológica, la cual, admi-
támoslo con sinceridad, podría funcionar perfectamente sin los
psicólogos críticos. Sin ellos, de hecho, la disciplina funcionaría
mejor. Es como si ellos no estuvieran ahí sino para estorbar y
para molestar, para importunar al inconformarse con todo, al
cuestionarlo y discutirlo todo.
Eso que hacen los psicólogos críticos, ese cuestionar y discu-
tir, nos puede ayudar en la elucidación de lo que es la psicología
crítica. Digamos que es lo que se hace al cuestionar y discutir
lo psicológico, al evaluarlo y problematizarlo, al interpelarlo e
interrogarlo, al hacerle preguntas incómodas, al plantearle ob-
jeciones y exigirle que se explique. Todo esto es la psicología
crítica. Se trata de una actitud crítica ante la psicología, una
simple actitud y no, insistamos, una especialidad ni una orien-
tación teórica ni un componente necesario de la disciplina.

11
12 psicología crítica

La psicología crítica, en otras palabras, no es un campo de la


psicología, sino una posición ante ella, una forma crítica de re-
lacionarse con ella, una relación con lo que ella es. Ahora bien,
considerando que la psicología crítica no deja de ser ella mis-
ma psicología, ¿por qué no definirla como una relación crítica
de la psicología consigo misma? Esta definición mínima es co-
rrecta y puede ser aceptada, pero no en un sentido absoluto y
definitivo, pues al relacionarse críticamente con la disciplina
la psicología crítica puede y suele llegar a distinguirse de ella,
romper con ella, desertar.
El ámbito psicológico tiende a ser desbordado y abandonado
por la psicología crítica. Es lo que sucede, por ejemplo, cuando
un psicólogo crítico marxista cuestiona la psicología en térmi-
nos puramente sociales por su carácter de clase en la sociedad
capitalista. En este caso lo que tenemos es algo así como un
cuestionamiento sociológico de la disciplina, un cuestionamien-
to en el que puede ya no haber nada psicológico salvo lo cuestio-
nado. Si este cuestionamiento sigue formando parte de la psi-
cología crítica, no es porque sea psicológico en sí mismo, pues
no lo es de ningún modo, sino simplemente porque brota en la
psicología tan sólo para salir de ella, sacudirse de todo lo que es
ella y así cuestionarla mejor.
Definición ampliada. Un posicionamiento político
ante lo que se manifiesta en la psicología

Si la psicología crítica no es una parte o rama de la disciplina


psicológica, es también por su propensión a desprenderse de ella
y situarse así en su exterior al relacionarse críticamente con su
interior. Esta relación crítica, en realidad, no es tan sólo con el
interior de la disciplina, sino con su exterior, con su contexto,
con aquello en lo que se inserta y de lo que forma parte. No
hay aquí ni siquiera una separación clara entre el exterior y el
interior de la psicología. Tal separación está entre lo más cues-
tionado por los psicólogos críticos, los cuales, al abordar crítica-
mente la psicología, tienden a resituarla en todo aquello de lo
que pretende apartarse y que la constituye por dentro, como la
cultura, la historia, la economía, la sociedad y la política. Todo
esto es también la disciplina psicológica.
No es tan sólo que la psicología esté en el mundo cultural, his-
tórico, económico, social y político, sino que este mundo está en la
psicología, constituye todo lo que hay en ella y es lo que se mani-
fiesta en lo que es ella, incluso en su pretendida separación con
respecto a él. Podemos decir, por ejemplo, que es la misma socie-
dad individualista la que se retrae y se abstrae de sí misma en el
individualismo por el que se ve dominada la psicología moderna.
Este individualismo es el de la sociedad burguesa. Criticarlo en
la psicología nos exige criticarlo en el mundo social en el que se
origina. Es por esto que la crítica del mundo resulta indisociable
de la crítica de la disciplina psicológica (Jovanović, 2010).
Los psicólogos críticos no conciben la psicología como algo
diferente del mundo cultural, histórico, económico, social y po-
lítico, sino como su manifestación: como algo en lo que se ma-
nifiestan el orden patriarcal, las clases sociales, la civilización
occidental grecorromana y judeocristiana, el colonialismo y el
neocolonialismo, la época moderna, el sistema capitalista, la so-
ciedad burguesa individualista, la organización disciplinaria, la
ideología liberal y neoliberal. Todo esto constituye la psicología

13
14 psicología crítica

y debe criticarse al criticar la psicología. No podría ser de otro


modo, pues lo criticado tiene que ser también lo que hace que lo
psicológico sea lo que es, lo cual, por cierto, se puede olfatear ya
en las incómodas preguntas que los psicólogos críticos plantean
a la psicología: ¿cuáles son los presupuestos ideológicos laten-
tes de ciertos conceptos y teorías?, ¿cómo le sirve un psicólogo
a los grupos dominantes?, ¿cuáles son los intereses y efectos
sociales y económicos de cierta interpretación del psiquismo?,
¿cuáles son las implicaciones políticas de la opción por una in-
terpretación y no por otra igualmente admisible?, ¿por qué y
para qué pretenden generalizarse representaciones culturales
e históricas específicas del ser humano, de su experiencia y del
sentido que atribuye a su experiencia?
Como se comprueba en las preguntas recién formuladas, la
psicología crítica no sólo se relaciona críticamente con la disci-
plina psicológica, sino con todo aquello que la constituye y que
se manifiesta en ella: lo cultural e histórico, lo social y econó-
mico, es decir el patriarcado, las clases sociales, el occidente, el
colonialismo, el capitalismo y todo lo demás a lo que nos hemos
referido. Esto explica en parte la politización de los psicólogos
críticos, los cuales, al abordar críticamente la psicología, sue-
len posicionarse también de modo crítico ante la totalidad que
se manifiesta en ella (Parker, 2009a). Tal posicionamiento no
puede no ser político aun cuando lo sea tan sólo de manera
latente, discreta, moderada o indirecta. Sea como sea que se
manifieste, la politización está generalmente ahí. Es algo que
puede apreciarse en toda la historia de la psicología crítica, ya
desde algunos de sus antecedentes, aunque no en todos, como
lo veremos enseguida.
Antecedentes filosóficos. La crítica trascendente
de la psicología desde Aristóteles hasta Canguilhem

Puede uno retroceder varios siglos al rastrear los antecedentes


más remotos de la psicología crítica en la civilización europea.
Estos antecedentes parecen encontrarse en los clásicos griegos
y en sus intentos de refutación de las concepciones del alma con
las que no comulgaban. El caso más conocido es el de Aristóteles,
quien en el primer libro del tratado Acerca del alma critica las
doctrinas psicológicas de filósofos como Demócrito, Anaxágoras,
Heráclito y principalmente Platón.
La gran divergencia entre Platón y Aristóteles en el terreno
de la psicología es la que se da entre el dualismo del primero,
con su tajante separación entre el cuerpo y el alma, y el monis-
mo del segundo por el que lo corporal y lo anímico, entendidos
como la materia y la forma de lo humano, resultan inseparables
entre sí. Como lo explica el propio Aristóteles al discrepar de
Platón, la psique “es algo del cuerpo” y “no existe sin el cuerpo”
(Aristóteles, -350: 81-82). Lo corporal y lo anímico son aquí dos
aspectos de lo mismo. Esta perspectiva monista, que reaparece-
rá en Spinoza y en Marx, excluye la abstracción constitutiva de
la psicología, aquella por la que el psiquismo se abstrae de todo
lo demás, de lo físico y de lo somático, del mundo y del cuerpo,
como si fuera un objeto diferente por el que se justifica la exis-
tencia de una ciencia de tal objeto.
El rechazo aristotélico del dualismo sigue siendo vigente
hoy en día, como se comprueba en los diversos intentos, tanto
dentro como fuera de la psicología crítica, de reabsorber lo psí-
quico en lo fisiológico-neurológico o en lo ideológico-socioeconó-
mico. Se aprecia la misma vigencia en otros planteamientos de
Aristóteles que derivan de su perspectiva monista. Por ejemplo,
al cuestionar actualmente la creciente psicologización del ser
humano podríamos reutilizar la importante puntualización de
que no es el alma la que se indigna, se compadece, piensa o

15
16 psicología crítica

aprende, sino que “es el hombre el que hace todo esto por medio
de su alma” (Aristóteles, -350: 47).
El cuestionamiento aristotélico de la psicología platónica es-
tuvo en el centro de las discusiones en torno a la concepción del
alma durante más de mil años, desde la Antigüedad hasta la
Edad Moderna, pasando por la Edad Media. Estas discusiones
tan sólo tomaron direcciones totalmente nuevas después del
Renacimiento, en los siglos xvii y xviii. Tenemos entonces el mo-
mento de auge de una crítica filosófica moderna de la psicología
en la que se rompía con los cánones de las polémicas medieva-
les y en la que sobresalieron grandes pensadores como Spinoza,
Locke, Leibniz y especialmente Kant. Revisemos brevemente
sus principales posiciones.
Spinoza y Locke desarrollaron sus respectivos análisis de
las condiciones del pensamiento psicológico al tomar sus dis-
tancias con respecto a la filosofía dualista e innatista propuesta
por Descartes. Primero, en una interesante reactualización y
reformulación de la divergencia entre las perspectivas platóni-
ca y aristotélica, el dualismo cartesiano por el que se distinguía
tajantemente la sustancia corporal “extensa” y la sustancia
anímica “pensante” (Descartes, 1641: 77-79) fue desafiado por
el monismo spinozista, en el que se aceptaba una sola sustancia
y en el que “la mente” era una “idea” o expresión del “cuerpo”
y “nada más”, volatilizándose así la sustancialidad propia del
objeto de la psicología (Spinoza, 1677: 83-84).1 En seguida, el
innatismo cartesiano, la creencia en las ideas innatas en el psi-
quismo, fue duramente impugnado en el empirismo de Locke,
para quien todas las ideas provenían de la experiencia y no
había nada que el alma “trajera al mundo con ella”, lo que hacía
que el psiquismo se vaciara de un contenido propio como el que
suele tener actualmente para muchos psicólogos (Locke, 1689:
23-37). Este empirismo fue a su vez rebatido por Leibniz, quien
empleó argumentos que resuenan hoy en día con el psicoaná-
lisis y que siguen siendo válidos para cuestionar la psicología
empírica dominante en la actualidad, como aquellos con los que

1
David Pavón Cuéllar ha traducido al español todas las citas literales pro-
venientes de fuentes consultadas y referenciadas en otras lenguas.
antecedentes filosóficos 17
intenta demostrarse que la percepción presupone siempre una
estructura, que lo “imperceptible” constituye lo “perceptible” y
que el pensamiento puede pasar desapercibido al transcurrir
“sin que tengamos conciencia de él” (Leibniz, 1704: 121-129).
Tanto Leibniz como Locke y Spinoza ofrecieron objeciones
que aún deberían preocupar a los psicólogos pues les mues-
tran que el objeto de sus teorías y de sus prácticas podría ca-
recer de sustancia (Spinoza), estar vacío de sí mismo (Locke)
o ser completamente diferente de lo que se piensa (Leibniz).
Tales posibilidades arrojan serias dudas acerca del psiquismo
y de su pretendido estudio psicológico. Nuestra psicología se
encuentra en aprietos aun peores al contacto de la crítica mi-
nuciosa y sistemática de Kant, la cual, en el último cuarto del
siglo xviii, impugnó las dos formas de saber psicológico de su
época tal como habían sido identificadas por Christian Wolff,
la filosófica racional y la científica empírica, en las que descu-
brimos operaciones fundamentales que todavía subyacen a las
reflexiones e investigaciones de los psicólogos.
La psicología racional, según Kant, incurriría en “paralogis-
mos”, razonamientos “falsos en su forma”, por los que el “su-
jeto trascendental” del pensamiento, que no puede objetivarse
de ningún modo, caería en la ilusión de verse como un “alma”
o como un psiquismo, es decir como un “objeto” caracterizado
como objetivamente sustancial, simple, personal e ideal (Kant,
1781: 278-320). Esta ilusoria objetivación de lo inobjetivable
continúa dándole su objeto a la psicología y sigue permitiendo a
los psicólogos atribuirle al sujeto características objetivas como
la hiperactividad, la inteligencia, la asertividad, la extrover-
sión o la impulsividad.
El único fundamento de la ilusión de objetividad suele ha-
llarse actualmente en las investigaciones de la segunda psi-
cología criticada por Kant, la empírica, la cual, si no está en
condiciones de fundamentar nada es por lo mismo por lo que
no puede ser una “ciencia del alma” y ni siquiera una “teoría
psicológica experimental”: porque sus observaciones no pueden
separarse y “conservarse separadas”, porque “no es posible so-
meter a otro sujeto pensante a experimentos que convengan a
mis fines” y porque “la observación misma altera y desfigura ya
el objeto observado” (Kant, 1786: 12-13). Sobra decir que tales
18 psicología crítica

deficiencias de la psicología empírica no han sido superadas hoy


en día. Siguen siendo evidentes en muchas de las más impor-
tantes investigaciones observacionales y experimentales que
pautan la historia de la disciplina psicológica. Estas investiga-
ciones, en efecto, contaminan y distorsionan lo que estudian,
incurren en el error de creer poder controlar totalmente lo que
está en juego en el comportamiento de los sujetos y resultan
inseparables de una totalidad situacional y no generalizables a
otras situaciones.
Paralelamente a su crítica demoledora de los saberes psico-
lógicos empírico y racional, Kant desarrolló una suerte de psi-
cología de facultades como la sensibilidad, el entendimiento y
la razón. Esta psicología, que estaba en el fundamento mismo
de la filosofía kantiana, fue criticada por Georg Wilhelm Frie-
drich Hegel y Johann Friedrich Herbart, quienes ofrecieron
valiosas aproximaciones críticas a la psicología que hoy sue-
len olvidarse a pesar de su asombrosa vigencia. La de Hegel se
dirige a la problemática escisión del pensamiento psicológico
entre una parte subjetiva y una objetiva, entre una “conciencia
observadora” y una “operante”, es decir entre la psicología y su
objeto: un objeto en el que falta precisamente lo más propio de
la conciencia, lo que la piensa, lo acaparado por el psicólogo, el
sujeto mismo, la parte subjetiva u “observadora” que habrá de
separarse de la otra parte de la conciencia para pensarla como
objeto (Hegel, 1807: 181-182). El objeto de la psicología se ve
reducido a no ser más que un “saco” de “cosas diversas contin-
gentes y heterogéneas” en las que sólo falta lo más importante,
a saber, un sujeto que ciertamente no puede objetivarse pero
que tiene una “libertad” que le permite desafiar todo lo objetivo
pensado por la psicología (ibíd.: 182-184).
Al igual que Hegel, Herbart se percata de que la “auto-ob-
servación” constitutiva de la psicología “mutila” su objeto, “los
hechos de la conciencia, por el acto mismo de aprehenderlos”
(Herbart, 1816: 3). Además, para Herbart, el psicólogo no ha
sabido estudiar los “hechos mentales” sin “arrancarlos de sus
combinaciones naturales y entregarlos a un incansable pro-
ceso de abstracción” que termina subsumiéndolos en amplias
categorías aisladas, como las de los actuales procesos básicos,
y luego explicándolos por “teorías de las facultades mentales”
antecedentes filosóficos 19
comparables a las nuevas teorías psicológicas en las que ve-
mos cómo “la psicología se torna una mitología” (Herbart, 1901:
3-4). Esta mitología no sólo traiciona el “material” del que se
nutre, un saber psicológico social bien difundido entre la gen-
te común, sino que no tiene absolutamente nada que ver con
su objeto, el cual, “inestable e indefinido”, aparece como un
“agregado de contradicciones” que se encuentra en “constan-
te cambio” y siempre “en combinación con el cuerpo” (Herbart,
1901: 1-6). Incluso la separación de lo mental con respecto a lo
corporal, que le provee su objeto al conocimiento psicológico,
resulta cuestionable para Herbart, quien propondrá, empero,
una aproximación diferente a la psicología que trata de aproxi-
marse a las ciencias naturales, que recurre a las matemáticas y
que tendrá importantes seguidores como Theodor Waitz y Mo-
ritz Wilhelm Drobisch, quienes continuarán, además, el trabajo
crítico de su maestro (Teo, 2005).
Después de Hegel y Herbart, en la segunda mitad del siglo
xix, la crítica de la psicología se bifurcó en dos caminos diver-
gentes que tomaron finalmente direcciones opuestas. El cami-
no científico-natural, en el que destacó Federico Alberto Lange
(1866) con su famoso anhelo de una “psicología sin alma”, llevó a
rechazar el empleo psicológico de la introspección, la auto-obser-
vación, la especulación, la representación a priori de lo psíquico
y las nociones de lo anímico y de las facultades mentales. En el
otro camino, el hermenéutico-histórico dominado por Wilhelm
Dilthey (1883), el ataque se dirigió contra la concepción de la
psicología como una ciencia natural en la que sólo se buscaba
explicar, se dejaba de comprender el contenido y la significación
de los hechos psíquicos y se hacía abstracción de la historia, de
la cultura y de la sociedad.
Ya en el campo de la psicología, durante el siglo xx, la orien-
tación defendida por Dilthey dará lugar al posicionamien-
to contra la psicología positivista y cientificista en psicólogos
como Eduard Spranger, mientras que la de Lange reaparecerá
en la crítica behaviorista del introspeccionismo, el subjetivismo
y el mentalismo en John Broadus Watson, Burrhus Frederic
Skinner y otros (Teo, 2005). Entretanto, en el campo de la fi-
losofía, seguirá cuestionándose la psicología y se reflexionará
largamente sobre todo lo que desconoce al pretender conocer
20 psicología crítica

el psiquismo, el alma, el yo, la subjetividad, la conciencia y la


experiencia humana (v. g., Husserl, 1931).
El desconocimiento inherente a la psicología será tan grande
que le hará desconocerse a sí misma y fundar su trabajo en este
mismo desconocimiento. Es lo que nos muestra magistralmente
Georges Canguilhem al reflexionar sobre la manera en que el
psicólogo, al “no poder responder exactamente sobre lo que es”
y “lo que hace”, terminará “buscando en una eficacia siempre
discutible la justificación para su importancia” (Canguilhem,
1956: 77). El resultado es un rotundo éxito, sin duda, pero deja
la impresión de no radicar sino en “una mezcla de filosofía sin
rigor con una ética sin exigencia y una medicina sin control”
en la que ni siquiera parece haber una mínima “unidad” que
justifique el nombre común de aquello de lo que se habla (ibíd.:
77-79).
Tras descartar cualquier unidad en la psicología y distinguir
sus tres concepciones divergentes como ciencia natural, ciencia
de la subjetividad y ciencia de las reacciones del comportamien-
to, Canguilhem asocia la tercera concepción a la psicología del
siglo xx, la cual, a diferencia de las anteriores, parece obedecer
a razones de índole no sólo científica, sino económica y política,
entre ellas la necesidad que tiene la sociedad industrial igua-
litaria de evaluar “competencias” y desenmascarar “simulacio-
nes” (Canguilhem, 1956: 87). La elucidación de tales funciones
y de otras más cumplidas por la psicología nos conduce a su
crítica inmanente, que no fue realizada por Canguilhem, aun
cuando la bosquejó al situar al psicólogo en la encrucijada en
la que debería decidir, al salir de la Sorbona, entre “ir hacia
arriba, al Panteón que es el conservatorio de algunos grandes
hombres, o ir hacia abajo, a la prefectura de policía” (ibíd.: 91).
Antecedentes políticos. La crítica inmanente
de la psicología desde las defensas de indios hasta
el marxismo, el decolonialismo y el feminismo

Las críticas filosóficas revisadas hasta ahora, desde Aristóteles


hasta Canguilhem, se caracterizan por su aparente apoliticidad.
No se interesan en las relaciones de poder o en las configuracio-
nes de la historia que se manifiestan psicológicamente en cada
contexto, sino que aspiran a cuestionar su manifestación en los
planos lógico, ontológico y epistemológico independientemen-
te de cualquier especificidad contextual. Pueden ser descritas
como “trascendentes” porque están situadas en un alto nivel de
abstracción y de generalidad en el que pretenden trascender las
circunstancias concretas y particulares en las que se realiza la
psicología.
En una situación completamente diferente de la anterior,
cuando no hay ninguna pretensión filosófica de trascendencia,
las críticas adoptan una forma “inmanente” como aquella por la
que se define la actual psicología crítica. Lo psicológico deja de
generalizarse y de abstraerse de las circunstancias concretas y
particulares que lo determinan y lo moldean. Estas circunstan-
cias pasan a ser parte del problema. Ellas también son critica-
das al criticar la psicología en la que se manifiestan. Al igual
que en la actual psicología crítica, lo que aquí se critica es la
manifestación psicológica de cierto mundo cultural, histórico,
económico, social y político. Esto hace, como ya lo vimos antes,
que la crítica deba politizarse al no poder evitar posicionarse
políticamente ante lo que se manifiesta en lo psicológico.
Las críticas inmanentes de la psicología que fueron el ante-
cedente inmediato de la psicología crítica se desarrollaron prin-
cipalmente en la tradición marxista, entre la segunda mitad del
siglo xix y todo el siglo xx (Pavón-Cuéllar, 2017a). Sin embargo,
varios siglos antes, las vemos ya operar en el contexto de la con-
quista y la colonización de América (Pavón-Cuéllar, 2013). En

21
22 psicología crítica

este contexto, ante la representación psicológica discriminatoria


de los indígenas americanos como seres “tardíos y perezosos de
entendimiento” que serían “por naturaleza siervos” (Ginés de
Sepúlveda, 1550: 81-87), los obispos Vasco de Quiroga, Julián
Garcés y Bartolomé de Las Casas denunciaron la forma en que
la psicología estaba empleándose para justificar la violencia de
la conquista y los abusos de la dominación colonial: para “servir-
se” de los indígenas “como bestias” era preciso negar sus facul-
tades intelectuales al “no tenerlos por hombres sino por bestias”
(Quiroga, 1535: 87); había que atribuirles “incapacidad” así
como “imbecilidad y flaqueza” para justificar el propio “descui-
do” y la “verdadera pereza” de los conquistadores (Garcés, 1537:
8-9); para “dar crédito” a los españoles y “justificarlos” en sus
“latrocinios y robos” se describía psicológicamente a los indíge-
nas como seres con “rudeza de ingenio y brutal inclinación” (De
las Casas, 1551: 46-48, 114).
Lo que De las Casas, Garcés y Quiroga denuncian es un me-
dio psicológico justificativo de la dominación colonial. Este medio
le sirve al colonialismo pero también lo delata, lo exhibe, nos
deja ver cómo es y cómo funciona. Impugnar la psicología es asi-
mismo una manera de enfrentarse políticamente al mundo colo-
nial que se exterioriza en ella y del que forma parte. La denuncia
de este mundo incluye la de sus manifestaciones psicológicas. De
igual modo, siglos después, en el marxismo la crítica de la socie-
dad de clases en general y del sistema capitalista en particular
comprende una crítica inmanente de la forma en que tal socie-
dad y tal sistema se manifiestan en lo psicológico.
La crítica marxista de la psicología parte de una visión mo-
nista como la que ya encontramos en las críticas aristotélica y
spinozista. Como Aristóteles y Spinoza, Marx, Engels y varios
de sus seguidores descartarán la visión dualista por la que el
psiquismo se distingue de todo lo demás para dotarse de sustan-
cialidad y constituirse como objeto de conocimiento psicológico.
El joven Marx ya rechaza en el siglo xix la “psicología” que ha
terminado por imponerse en los siglos xx y xxi, la que “orgullo-
samente hace abstracción” del mundo material y así mantiene
“cerrado” el “libro abierto de las fuerzas humanas esenciales” en
el que se despliega la verdadera “psicología humana”, la “abierta
a los sentidos” (Marx, 1844: 151).
antecedentes políticos 23
Lo psíquico no es para el marxismo sino un hecho y un as-
pecto de la materialidad exterior. La existencia material es la
que siente, piensa y se torna consciente. En los términos de los
propios Marx y Engels, “la conciencia no puede ser nunca otra
cosa que el ser consciente”, es decir, el “proceso de vida real”
(Marx y Engels, 1846: 21). Esta idea contradice diametralmen-
te la propensión psicológica, todavía más evidente hoy en día
que hace doscientos años, a separar la conciencia de la existen-
cia, la vida mental de la vida real, el pensamiento del ser, lo
psíquico de lo físico. Esta separación dualista será el principal
blanco de la crítica marxista de la psicología.
Marx y Engels explican el dualismo psico-físico por la divi-
sión de clases que se traduce a su vez en una separación entre
la actividad psíquica o intelectual, acaparada por la clase domi-
nante, y la actividad física o manual, a la que se ve condenada
la clase dominada. Gracias a esta división del trabajo “puede ya
la conciencia imaginarse realmente que es algo más y algo dis-
tinto que la conciencia de la práctica existente” (Marx y Engels,
1846: 26). Es así como lo psíquico se disocia de lo físico y apa-
rece ideológicamente como una entidad autónoma por la que se
justifica la existencia de una especialidad psicológica indepen-
diente. Podríamos decir, por lo tanto, que la psicología es una
manifestación de la sociedad de clases. Criticar esta sociedad,
como se hace en el marxismo, exige criticar su manifestación
psicológica.
La psicología, tal como es críticamente concebida en Marx y
Engels, se vincula de manera esencial con la sociedad de clases
y con su versión moderna burguesa y capitalista. Esta vincu-
lación permeará la mayor parte de las críticas de la psicología
entre los grandes pensadores clásicos del marxismo. Recorde-
mos al menos a tres de ellos: Gueorgui Plejánov, quien pensaba
que el “factor psicológico” tan sólo podía ser decisivo al explicar
el comportamiento de quienes pertenecían a la clase dominante
(Plejánov, 1907: 98-99); León Trotsky, quien llegó a describir la
psicología como “criada del capitalismo” (Trotsky, 1925: 129); y
Antonio Gramsci, quien denunció la manera en que la psicología
servía como una “púdica hoja de parra” para encubrir las expre-
siones políticas de la “fractura de la unidad social” en la sociedad
de clases (Gramsci, 1932: 78).
24 psicología crítica

La denuncia de Gramsci torna explícita una de las más hon-


das motivaciones de las críticas inmanentes de la psicología:
ante la disimulación de la política y la simulación de apolitici-
dad, el cuestionamiento político busca desgarrar lo simulado y
descubrir lo disimulado. Lo que se intenta en la crítica inma-
nente de la psicología, en otras palabras, es repolitizar lo que
se ve despolitizado al ser psicologizado. Es principalmente con
este propósito que la cuestión del psiquismo se replantea en el
terreno de la política, de la sociedad de clases, de la ideología y
de la dominación, del colonialismo y del capitalismo.
Lo cultural histórico y socioeconómico psicologizado, psicoló-
gicamente disimulado y despolitizado, es lo que se desentraña
y se reconstituye a través de la crítica inmanente de la psi-
cología. La crítica marxista, por ejemplo, busca generalmente
revertir el proceso de psicologización y así redescubrir el siste-
ma capitalista y la ideología burguesa en donde la psicología
sólo quiere ver lo psíquico. Es así como ya procedía Valentin
Voloshinov al revelar en el psiquismo una “serie continua de
fenómenos ideológicos y, por ende, también sociológicos” (Vo-
loshinov, 1927: 72), al describir la vida mental y el comporta-
miento como una “ideología conductual” y al considerar que la
dinámica freudiana de la psique y de sus conflictos expresaba y
encubría “luchas de tendencias ideológicas” fundamentalmente
sociales, económicas e históricas (ibíd.: 154-162). Es el mismo
procedimiento empleado por Jorge Veraza en la actualidad:
por un lado, examinando cómo una psique “subsumida” bajo
el capital y “sometida” a la sociedad burguesa permite ocultar
la explotación y reproducir diversas variantes del fetichismo
(Veraza, 2017: 5-14); por otro lado, mostrando cómo la teoría
psicológica social de Serge Moscovici ignora la “estructuración
básica” de las representaciones sociales en el nivel del capita-
lismo y de la mercancía (ibíd.: 4-5).
Como vemos, tanto en la reflexión de Veraza como en la
de Voloshinov, el capital y sus diversas manifestaciones rea-
parecen en donde la psicología sólo reconocía la existencia de
algo psíquico depurado totalmente de su contenido económico
e ideológico. Lo psicológico deja ver así lo no-psicológico subya-
cente a lo psicológico. Sucede lo mismo en Marx y Engels así
como en diversos pensadores marxistas, y vuelve a ocurrir lo
antecedentes políticos 25
mismo en el decolonialismo y en el feminismo. Recordemos aquí
dos casos clásicos y emblemáticos: el de Franz Fanon, pionero
del pensamiento decolonial y poscolonial, y el de las feministas
marxistas Selma James y Mariarosa Dalla Costa. El primero
dirigió su cuestionamiento a la psicología de la colonización de
Octave Mannoni por la manera en que psicologizaba el fenóme-
no colonial entendiéndolo en función de “complejos” e ignoran-
do el papel determinante de la “estructura económica y social”
(Fanon, 1952: 69-79). De modo análogo, James y Dalla Costa
se concentraron en la explotación de la mujer en la producción
capitalista y se opusieron frontalmente a la psicología por la
manera en que hacía olvidar tal explotación y constituía un
“arma de manipulación, de control social”, que tan sólo servía
para convencer a las mujeres de que sus problemas eran “preo-
cupaciones personales” y de que debían “adaptarse a un mundo
lunático” (Dalla Costa y James, 1972: 48).
En la argumentación de James y Dalla Costa, lo mismo que
en las de Fanon y los marxistas mencionados anteriormente, lo
psicológico es impugnado por encubrir y soslayar la estructura,
el capitalismo y el colonialismo, la explotación de las mujeres y
de las clases dominadas. El propósito de la crítica inmanente es
redescubrir en la psicología, en su fondo y en su fundamento, lo
que ella misma encubre, aquello a lo que sirve y por lo que exis-
te. Es así como se consigue que lo psicológico deje ver lo no-psi-
cológico de lo que se parte. Lo mismo James y Dalla Costa que
Fanon o que Veraza y Voloshinov, en efecto, parten del exterior
de la psicología, es decir de la economía, de la sociedad o de la
ideología, en las que luego resitúan lo estudiado por la psicolo-
gía. Este punto de partida, uniéndolos a los demás pensadores
de los que nos hemos ocupado en el presente capítulo, es el que
los distingue de aquellos a los que abordaremos a continuación.
La intervención vygotskiana. Contra la generalización,
el idealismo, el empirismo y el eclecticismo

En la misma época en que Trotsky, Voloshinov y Gramsci par-


tían de su marxismo para criticar la psicología por sus vínculos
esenciales con el capitalismo, las clases y la ideología, hubo otros
dos marxistas, Lev Vygotsky en la Unión Soviética y Georges
Politzer en Francia, que prefirieron partir de la misma especiali-
dad psicológica para volverse críticamente hacia ella. Su manera
de proceder correspondía, pues, a la psicología crítica tal como la
definimos en un principio. De hecho, además de arrancar de
la psicología moderna entendida como especialidad científica y
profesional, Politzer y Vygotsky emplearon sus términos, la cues-
tionaron desde su interior y discutieron puntualmente sus diver-
sas teorizaciones y conceptualizaciones, pero sin dejar de romper
con ella y con lo que representaba en el plano político. Todo esto
hizo que sus cuestionamientos, distinguiéndose de los inmanen-
tes y trascendentes ya revisados, puedan considerarse hoy en
día, retrospectivamente, como fundadores de la psicología crítica.
La propuesta vygotskiana se encuentra principalmente con-
tenida en su obra El significado histórico de la crisis en la psi-
cología (Vygotsky, 1927). Se trata de un balance de la situación
en la que se hallaba la psicología en el primer cuarto del siglo
xx. Este balance incluye una discusión pormenorizada y demo-
ledora de las corrientes psicológicas más importantes de la épo-
ca: el psicoanálisis, la reflexología, el behaviorismo, la teoría de
la Gestalt, el personalismo y la psicología marxista.
Según el propio Vygotsky, su acercamiento a la psicología
no es exactamente el de la crítica entendida en un sentido tras-
cendente y puramente negativo, “gnoseológico” y “lógico formal”
como el de Kant, sino el de un trabajo “positivo” de tipo dialéctico
por el que puede construirse una “ciencia general” psicológica a
partir del análisis de los saberes particulares (Vygotsky, 1927:
289-291). Vemos entonces que el método analítico-dialéctico vy-
gotskiano, que se inspira en Marx y en su estudio económico

27
28 psicología crítica

a través del “microscopio” de la abstracción, tiene un propósi-


to fundamentalmente constructivo: el de la “tarea histórica” de
construir una “psicología general” que todavía no existe y que
deberá ser marxista para ser “verdadera y científica” (ibíd.: 371-
403). Adoptando ya el punto de vista de esta psicología, Vygots-
ky denuncia la manera en que su puesto de ciencia general ha
sido usurpado por el psicoanálisis, la reflexología, la teoría de la
Gestalt y el personalismo, teorías que sin duda se basan en ha-
llazgos efectivos, en “hechos científicos”, pero que han terminado
generalizándose y así degenerando en “formas ideológicas y filo-
sóficas” en las que se revela su “verdadero rostro” como hechos
sociales que responden a intereses de clase (ibíd.: 270-272). Es
lo que ocurre, por ejemplo, cuando los personalistas le atribuyen
personalidad a todo lo que existe, cuando los reflexólogos lo ex-
plican todo por los reflejos, cuando los gestálticos describen cada
cosa en términos de formas totales o cuando los freudianos en-
cuentran la sexualidad en los más diversos fenómenos culturales.
Tras desaprobar la generalización abusiva de teorías particu-
lares, Vygotsky ofrece un minucioso cuestionamiento de los dos
mayores vicios que encuentra en la psicología de su época. Uno es
el eclecticismo, por el que se incurre en “monstruosas combinacio-
nes” al intentar “conjugar elementos heterogéneos” como el mar-
xismo y el psicoanálisis, y el otro es el empirismo, caracterizado
por su carácter “limitado”, por su “esterilidad”, por sus “premisas
idealistas” y por la “ilusión” de unidad que produce al hacernos
imaginar que sólo hay una psicología que se ocupa empíricamen-
te de una misma realidad psíquica (Vygotsky, 1927: 292-293,
313-354). Estos vicios tienen a menudo su origen en los discursos
inadecuados con los que trabaja la psicología, los cuales, tal como
son críticamente descritos por Vygotsky, mezclan tres diferentes
registros: uno de conceptos pseudocientíficos en los que predo-
mina el sentido “figurado”, otro de términos filosóficos “extrema-
damente abstractos” y otro más de palabras del lenguaje vulgar
como las preferidas por el behaviorismo, “polisemánticas” y ade-
más “vagas” y “confusas”, favorecedoras del eclecticismo y del
empirismo, ideológicamente impregnadas por el “sentido común”
y afines a la “forma pequeñoburguesa de opinar” (ibíd.: 323-331).
Por más diversos que sean los problemas recién menciona-
dos, todos ellos parecen explicarse de un modo u otro por la ten-
la intervención vygotskiana 29
dencia irremediablemente idealista de las diversas corrientes
psicológicas evaluadas por el análisis vygotskiano. Este idealis-
mo subyace a todo lo que Vygotsky rechaza en la psicología de
su tiempo, desde sus discursos figurados, abstractos o ideológi-
cos, hasta sus abusivas generalizaciones ideológico-filosóficas,
pasando por sus versiones eclécticas y empiristas, invariable-
mente contaminadas por nociones o premisas idealistas. Contra
el idealismo que termina manifestándose de manera depurada
en el postulado fenomenológico husserliano de una identidad en
la psicología entre lo existente y lo fenoménico, entre lo psíqui-
co y lo subjetivo, entre la idea como tal y la idea sobre la idea,
Vygotsky defiende un “materialismo psicológico” de inspiración
feuerbachiana en el que aún es posible distinguir lo objetivo
y lo subjetivo, es decir, el “pensamiento” como tal y el “pensa-
miento del pensamiento” (Vygotsky, 1927: 378-380).
El materialismo psicológico es consecuente con el marxismo
vygotskiano y no puede reconciliarse de ningún modo con el
idealismo aún imperante hoy en día en la psicología. Tampoco
hay lugar para una “tercera vía”, ni materialista ni idealista,
como la explorada por teorías psicológicas gestálticas, persona-
listas y marxistas descartadas por Vygotsky (1927: 362-367).
Para él, “psicologías, hablando con precisión, existen dos”, la
materialista y la idealista, que resultan “irreconciliables” entre
sí, que “luchan” incesantemente una con otra y que “subyacen
y actúan en todas las corrientes en litigio” (ibíd.: 348-354). Esta
lucha entre materialismo e idealismo, como siempre se ha sabido
en el marxismo y como Vygotsky nos lo recuerda oportunamen-
te, constituye una expresión de lucha de clases y nos permite
discernir a “las dos principales clases que luchan” (ibíd.: 271).
En cuanto a la psicología materialista, que es la opción vygots-
kiana para convertirse en ciencia general, está condicionada
por el advenimiento del socialismo, ya que no será ni más ni
menos que la “ciencia del hombre nuevo” engendrado por la
“nueva sociedad” (ibíd.: 405). Como vemos, la radicalidad críti-
ca y política de la perspectiva de Vygotsky está fuera de cual-
quier duda, por más que la olviden sus actuales seguidores.
La intervención politzeriana.
Contra la abstracción, el formalismo,
la desparticularización, el realismo y la mitología

La radicalidad vygotskiana es comparable a la que Politzer


despliega el mismo año de 1927 en su Crítica de los fundamen-
tos de la psicología. Esta obra coincide con la de Vygotsky en
varios aspectos, algunos ya mencionados, como su inspiración
marxista y su trascendencia como fundadora de la psicología
crítica, pero también otros, como su ambicioso propósito de ha-
cer un balance global de las principales corrientes de la psico-
logía del primer cuarto del siglo xx. Sin embargo, mientras que
la empresa de Vygotsky está concluida y es más exhaustiva, la
de Politzer permanece inconclusa y únicamente consigue abar-
car el psicoanálisis y la psicología tradicional introspectiva, sin
contar algunos comentarios aislados acerca del conductismo es-
tadounidense, la reflexología soviética y la teoría de la Gestalt.
Esto no significa de ningún modo que el alcance de la interven-
ción politzeriana sea menor ya que su análisis crítico revela
cómo los errores de la psicología clásica se transmiten a toda
la disciplina y se repiten incluso en corrientes que intentan su-
perarlos, entre ellas el psicoanálisis, pero también en diversas
perspectivas psicológicas aparecidas posteriormente.
Los errores que Politzer identifica son “procedimientos fun-
damentales” por los que la psicología se ha convertido en lo que
es (Politzer, 1927: 202). Nos referiremos aquí a cinco de ellos: la
abstracción, el formalismo, la desparticularización, el realismo
y la mitología. Tal vez el error más importante, del que derivan
todos los demás, sea el de la abstracción, el procedimiento por
el que se ignora el único hecho psicológico real y concreto, la
“acción del sujeto” relatada “en primera persona”, y se lo re-
emplaza por entes mentales abstractos descritos “en tercera
persona” como serían hoy en día la cognición, la inteligencia, el

31
32 psicología crítica

pensamiento, la emoción o los rasgos de personalidad (ibíd.: 13,


42-43, 66, 118).
La abstracción provoca una ilusión en la que pareciera que
las entidades psicológicas hacen lo que realmente hace el suje-
to. Al final, en lugar del comportamiento subjetivo narrado por
el propio actor, lo que se estudia es el funcionamiento objeti-
vo de los elementos psíquicos denotados por los conceptos de la
psicología. Lo conceptual, puramente formal, suplanta lo real.
Es lo que Politzer llama formalismo: la sustitución del “drama
personal” por una fórmula impersonal en la que los “elementos”
formales son los únicos actores (Politzer, 1927: 148).
La acción puede transferirse a las entidades psicológicas
porque se le ha retirado al sujeto. La abstracción, en efecto, ha
“separado” al yo de sus actos, los cuales, entonces, pierden su
contenido, la “significación concreta” que tienen para el sujeto,
sus “intenciones significativas”, aquello por lo que se realizan
en una “teleología”, en una lógica “finalista”, según su “función
práctica y social” (Politzer, 1927: 49, 78-79). En lugar de com-
prender la intencionalidad evidente que tienen los actos para el
sujeto, el psicólogo los explica por las causas objetivas postula-
das por su teoría general. Esta generalidad abstracta y formal,
como vemos, no sólo encubre el contenido concreto del hecho
psicológico sino también su particularidad.
Todo aquello por lo que se particulariza el hecho psicológico
desaparece a los ojos del psicólogo. En la terminología politze-
riana, el hecho es “desparticularizado” al concebirse como una
simple expresión de una teoría general, una misma teoría para
cualquier sujeto y en cualquier trance, por la que el psicólogo se
ve condenado a la ceguera ante la novedad, a la “tautología”, a
la “repetición” incesante de lo mismo ante los más diversos he-
chos (Politzer, 1927: 68). Esta desparticularización es asimismo
un error común de la psicología. Es el supuesto de que todas las
conciencias tienen “el mismo contenido en significación” (ibíd.:
89). Es la sustitución de la “dialéctica individual”, que da su
particular significación a los actos individuales, por una “dialéc-
tica convencional” acorde con la teoría general profesada por el
psicólogo (ibíd.: 92, 169).
La dialéctica marcada por la generalidad teórica es actuada
ya no por un sujeto particular en la realidad exterior en la que
la intervención politzeriana 33
vive, sino por las entidades objetivas generales que usurpan
su lugar en la realidad psíquica interior cavada y organizada
según las estructuras teóricas de la psicología. La creencia irre-
flexiva en la naturaleza real de esta interioridad es otro error de
los psicólogos, el del realismo por el que suponen la existencia
de una realidad “sui generis” que se encontraría en el “interior”,
que tendría carácter “espiritual”, que resultaría “perceptible”
a través de la introspección y en la que podría “proyectarse”
la “significación convencional” de las teorías psicológicas y así
olvidar el “único dato inmediato de la psicología” que es la “sig-
nificación dramática” de lo relatado por cada sujeto (Politzer,
1927: 78, 148-205). El realismo hace que el drama personal del
individuo concreto ceda su lugar al drama impersonal, exclu-
sivamente “nocional”, de las “criaturas mitológicas” en las que
se convierten las categorías abstractas de la psicología una vez
que se apoderan de los actos de los sujetos (ibíd.: 53).
Lo dramático se transmuta en lo mitológico. Esta mitología
es otro error más de la psicología, el de la falsa concretización
de sus abstracciones. Lo abstracto sólo puede concretizarse mi-
tológicamente a través de la personificación de los conceptos
impersonales. Es así como llegamos a una “mitología del alma”
como aquella en la que se ha convertido la ciencia de la psique,
una ciencia “radicalmente falsa”, como las “ciencias ocultas”, una
pseudociencia cuya vida interior es la “mística de la ideología de
la burguesía” y cuya fuerza religiosa es la del “culto del alma”
(Politzer, 1927: 21-23).
Además de los grandes errores ya mencionados, Politzer de-
tecta en la psicología otros aspectos erróneos en los que insiste
menos, entre ellos el “disfraz” de ciencia, el “alimento” de es-
peranzas e ilusiones, la “necesidad de la ignorancia” (Politzer,
1927: 20, 34-37), la primacía de la “representación sobre el ser”
(ibíd.: 163), el apriorismo, la falta de objetividad y de “origi-
nalidad”, la “oscilación desesperante” entre la introspección y
la objetividad, la incapacidad para sintetizar lo subjetivo y lo
objetivo y para escapar de la “alternativa” entre interior y ex-
terior (ibíd.: 205-208). Todos estos errores y los demás en los
que incurren los psicólogos tan sólo podrían superarse, para
Politzer, a través de una psicología concreta sin vida interior y
sin procedimientos para transformar el drama en vida interior,
34 psicología crítica

pero con métodos no sólo para “percibir”, sino para “compren-


der” el drama como tal, es decir, como un “gesto explicado por
el relato” en “primera persona” de un “sujeto particular” (ibíd.:
209-212).
La psicología concreta no existiría todavía, pero habría sido
anunciada por el psicoanálisis, el behaviorismo y la teoría Ges-
talt. Para Politzer, estas corrientes representarían la “disolu-
ción de la psicología clásica abstracta y el anuncio de la nueva
psicología concreta” (Politzer, 1927: 25). En el caso preciso del
psicoanálisis, el único en el que se detiene Politzer, tendríamos
ni más ni menos que un “instrumento para la crítica de la psi-
cología abstracta” e incluso ya “una psicología crítica” (ibíd.:
202 y 194). Sin embargo, en el seno mismo de la doctrina freu-
diana, tal como se la representa Politzer, habría también una
contradicción entre la concreción de la base y la abstracción
de la “superestructura teórica”, entre los “descubrimientos fe-
cundos” y los “esquemas estériles”, entre los “procedimientos
verdaderos de la práctica” y los “principios falsos de la teoría”
(ibíd.: 100-133). De ahí la crítica politzeriana del psicoanálisis,
que lo “juzga en el nombre de la misma psicología concreta que
inaugura” (ibíd.: 100). Como psicología crítica, el psicoanálisis
puede volverse así críticamente hacia lo que él mismo es y no
sólo hacia lo que son otras corrientes psicológicas.
Del freudomarxismo a la psicología radical pasando por la
Escuela de F ráncfort. L a crítica de lo psicológico por su
carácter idealista, regresivo, enajenante, manipulador,
unidimensional, represivo, adaptativo, controlador,
mercantilizador

El potencial crítico y autocrítico del psicoanálisis ha sido aprecia-


do y realizado por varios autores que lo han sumado al del mar-
xismo para examinar críticamente el saber psicológico del siglo
xx (para un análisis detallado, Pavón-Cuéllar, 2017a). Algunos
de estos autores parten de la psicología para criticarla y pue-
den ser por ello reconocidos como psicólogos críticos. Tal es el
caso de los freudomarxistas austriacos o alemanes de la etapa
de entreguerras, entre los que destaca Wilhelm Reich, quien
valora positivamente el psicoanálisis por ofrecer una perspecti-
va psicológica materialista desde la cual se podría criticar una
“psicología predominantemente idealista” (Reich, 1934: 15) que
es “a priori y en sí misma un sistema metafísico” (Reich, 1933:
25-26). Esta psicología, que aparece como toda la psicología de
los tiempos de Reich, tan sólo podría superarse a través de la
vía psicoanalítica, la cual, empero, tendería de igual modo a
degenerar en visiones metafísicas e idealistas, además de bur-
guesas e individualistas. Para evitar semejante degeneración,
el psicoanálisis necesitaría del marxismo.
Hubo otros autores que también se nutrieron de la herencia
marxista y freudiana, pero que no eran generalmente psicólo-
gos críticos ya que solían impugnar la psicología desde su exte-
rior, aunque de un modo inmanente que merece toda nuestra
atención. Los más conocidos fueron los filósofos adscritos a la
Escuela de Fráncfort, entre ellos Max Horkheimer y Theodor
Adorno, quienes llegaron a describir la psicología moderna, in-
cluyendo la freudiana, como una suerte de zoología que sólo
serviría para estudiar a seres humanos “en regresión y des-
truidos”, animalizándolos al atribuirles una vida, como la de

35
36 psicología crítica

los animales, ya no guiada por sus facultades racionales sino


por “movimientos psíquicos” (Horkheimer y Adorno, 1947: 291-
292). Es así como el nuevo saber psicológico promovería una vi-
sión animal de los seres humanos tal como el del siglo xvi al que
nos referimos anteriormente, el criticado por Garcés, Quiroga y
De las Casas, se había dedicado a difundir una representación
también animal únicamente de los indígenas americanos.
Tal como es vista en la tradición de la Escuela de Fránc-
fort, la psicología, además de animalizarnos en sus concepcio-
nes teóricas, puede contribuir en sus aplicaciones prácticas a
nuestra sujeción y dominación. Esto fue muy bien explicado
por Erich Fromm y Herbert Marcuse. Después de romper con
los demás francfurtianos y mientras desarrollaba una psicolo-
gía humanista que adquirió a veces un tono altamente crítico,
Erich Fromm caracterizó a los psicólogos como “especialistas de
la manipulación”, como profesionales dedicados a “aceitar a las
personas”, como “portavoces de la personalidad enajenada” y
como “sacerdotes de la nueva religión de la diversión, del consu-
mo y de la despersonalización” (Fromm, 1955: 142-144). En un
sentido próximo, aunque situándose fuera del terreno psicológi-
co y manteniéndose fiel al espíritu de la Escuela de Fráncfort,
Herbert Marcuse no sólo interpretó el carácter “satisfactorio” de
la psicología en general, su éxito en las sociedades avanzadas,
como “una prueba de la ambivalente racionalidad del progreso,
que es satisfactorio en su poder represivo y represivo en sus
satisfacciones” (Marcuse, 1964: 137), sino que dirigió su cues-
tionamiento a corrientes psicológicas particulares, en especial
el conductismo, en el que descubrió una estrategia para olvi-
dar la subversiva trascendencia del sujeto y someter su com-
portamiento al funcionamiento “unidimensional” y puramente
“cuantitativo” del sistema (ibíd.: 50).
Marcuse fue una de las figuras intelectuales más influyen-
tes en el movimiento social, cultural y político radical identifi-
cado generalmente con la efervescencia del año crucial de 1968.
Este movimiento amplio, diverso y complejo, que en realidad
se desenvolvió desde finales de los sesenta hasta principios de
los ochenta del siglo xx, atravesó también el ámbito de la psi-
cología, en el que no sólo se nutrió de la reflexión de Marcuse
y de otros francfurtianos, sino del freudomarxismo de Reich,
del freudomarxismo a la psicología radical... 37
de las ideas anticoloniales de Franz Fanon, del pensamiento
feminista marxista y radical, del movimiento de liberación ho-
mosexual, de la psiquiatría democrática de Franco Basaglia y
de la antipsiquiatría de Ronald Laing, David Cooper y Thomas
Szasz. Tenemos aquí un coctel explosivo de recursos críticos
inflamables, altamente politizados y subversivos, que se com-
binan de las más diversas maneras en aquello que suele desig-
narse con la etiqueta, bastante vaga, de “psicología radical”.
Uno de los trabajos programáticos de la psicología radical
será la obra colectiva Radical Psychology dirigida por Phil
Brown y publicada en 1973. Este libro, tan voluminoso como
variopinto, acoge varias de las mencionadas perspectivas crí-
ticas radicales, entre ellas las de la antipsiquiatría y la libe-
ración gay o lésbica, y presenta la psicología radical no como
una corriente psicológica académica basada en la teorización
y la investigación del pasado, sino como una práctica enfocada
a la transformación revolucionaria de la vida cotidiana en el
presente y en el futuro. El fundamento crítico de esta práctica
es aclarado ya desde el principio de la obra, cuando Phil Brown
denuncia las funciones de las diversas especialidades psicológi-
cas: “adaptativa” en la clínica, pacificadora o “acomodadora” en
la industrial o laboral, manipuladora en la publicitaria, disci-
plinaria en la educativa o escolar y “desculpabilizadora” en la
militar (Brown, 1973: xv). En todos los casos, tenemos un mis-
mo propósito de control social y una misma subordinación a los
intereses de unos grupos dominantes entendidos en términos
de clase, raza y género. Es con todo esto con lo que buscan aca-
bar los psicólogos radicales no sólo a través de la crítica teórica
en la psicología, sino también, y especialmente, en el plano de
la práctica transformadora en la sociedad.
La opción de la corriente radical por la práctica y no sólo por
la crítica teórica es muy clara en la intervención de la psicóloga
mexicana Dulce Pascual (1980) en uno de los Encuentros In-
ternacionales de Alternativas a la Psiquiatría organizados por
Sylvia Marcos en México, los cuales, con participantes como
Basaglia, Cooper, el antipsiquiatra Mony Elkaïm y el fundador
del esquizoanálisis, Félix Guattari, fueron decisivos para la pe-
netración y la difusión de la antipsiquiatría y de otros recursos
críticos de la psicología radical en Latinoamérica. Nutriéndose
38 psicología crítica

de estos recursos y de la herencia marxista, Pascual va más allá


de la simple teorización y propone una práctica de lucha políti-
ca revolucionaria como alternativa radical a la psiquiatría, la
psicología y otras ciencias y profesiones semejantes. De modo
más preciso, en el “campo de la salud mental”, rompiéndose
con los “pilares ideológicos” burgueses del “individualismo” y de
la “separación y compartimentación del conocimiento de la lla-
mada realidad”, se requiere “luchar”, tanto en las instituciones
como en la clínica privada, por la “toma de conciencia” de “las
masas” concebidas como “protagonistas en la interpretación de
la realidad y en su transformación” (Pascual, 1980: 246-248).
Mientras Pascual desea convertir la psicología en una prác-
tica de concientización revolucionaria, otro exponente mexica-
no del radicalismo psicológico, Francisco Gómezjara, recons-
truye minuciosamente la historia de lo que identifica ya como
“psicología crítica” o como “la otra psicología”, considerándola
compuesta de “elementos subversivos, cuestionadores, inquie-
tantes”, y describiéndola como una “praxis diferente” basada en
una “reinterpretación radical y global” de las corrientes “oficia-
les” o “académicas y públicas” (Gómezjara, 1982: 20-22). Esta
psicología crítica, tal como se la representa Gómezjara, se origi-
naría en Politzer y Reich para continuar con Fromm, Marcuse y
Fanon, y ramificarse en autores tan diversos como Laing, Coo-
per, Szasz, Basaglia, el antipsiquiatra y psicoterapeuta radical
Joseph Berke, el filósofo e historiador francés Michel Foucault,
los sociólogos Robert Castel y Erving Goffman, y los psicoana-
listas Jacques Lacan, Marie Langer, Enrique Pichon-Rivière,
José Bleger y Armando Bauleo. Semejante abanico de autores
y tendencias, cuyo único denominador común es la radicalidad
crítica, recuerda y acentúa la heterogeneidad que ya encontrá-
bamos en el texto programático de Brown.
Diez años después del texto de Brown, se publica otra obra
emblemática de la corriente radical, Critical Social Psychology,
de Philip Wexler (1983). Este libro, nutriéndose principalmente
de la herencia de la Escuela de Fráncfort, se concentra en la
psicología social, cuestiona su orientación positivista, univer-
salista e individualista y examina críticamente su historia y
su posición en el contexto cultural contemporáneo. Wexler dis-
tingue tres fases por las que habría pasado la psicología social
del freudomarxismo a la psicología radical... 39
en el último siglo: primero, entre los siglos xix y xx, emana del
contexto liberal, tiene una forma funcionalista, promueve el au-
tocontrol y sirve para legitimar las relaciones capitalistas y sus
resultantes formas de subjetivación; luego, en los tiempos de
las guerras mundiales, adquiere una tonalidad administrativa
y se pone al servicio de los militares y de la gran industria; por
último, en la posguerra, tiende a especializarse en la contención
ideológica, en el ocultamiento individualista de las relaciones
sociales y en la enajenación del sujeto. Deteniéndose en la últi-
ma etapa, Wexler muestra cómo la psicología social responde a
los intereses del capitalismo al permitir la mercantilización de
la intimidad y de las relaciones íntimas interpersonales.
El espíritu de la psicología radical se mantendrá vivo en
las siguientes décadas. Su vitalidad se comprobará, como ve-
remos en otros capítulos, en la elaboración de un importante
manual de psicología crítica (Fox y Prilleltensky, 1997), en la
creación de una amplia red de psicólogos radicales (RadPsyNet)
y en el valioso trabajo de algunos de sus exponentes, como Tod
Sloan en los Estados Unidos y Carlos Pérez Soto en Chile. Sin
embargo, como también habremos de constatarlo, estos signos
de vitalidad estarán generalmente dispersos y no conseguirán
articularse ni estabilizarse.
Althusser y el althusserianismo. Alianzas del marxismo
con el psicoanálisis en la crítica de la psicología
por su carácter ideológico y pseudocientífico

En el contexto francés, paralelamente a las tradiciones franc-


furtiana y radical, encontramos otra forma de articulación entre
el marxismo y el psicoanálisis que fue inaugurada por el filósofo
Louis Althusser y que también sirvió repetidamente para criti-
car la psicología tanto desde su interior como desde su exterior
(para un análisis detallado, Pavón-Cuéllar, 2017b). El propio
Althusser describió la teoría psicológica en general, subordi-
nándola siempre a la ideología, de cuatro maneras diferentes:
en primer lugar, como el dispositivo que se encarga de asegurar
que el sujeto pasivo y dominado caiga en la ilusión ideológica
de ser “activo” y estar en “el origen de sus propias acciones”; en
segundo lugar, como “fundamento en espejo” que aporta una
justificación pretendidamente individual y natural a un orden
ideológico social; en tercer lugar, como “patología normativa”
que demuestra indirectamente la supuesta verdad de la ideolo-
gía mediante la patologización de aquello que la contradice; en
cuarto lugar, como “subproducto” de una psicoterapia en la que
se manifiesta un proceso ideológico “tecnocrático” (Althusser,
1964: 107-115; 1965: 172).
Demarcándose abiertamente de Politzer, Althusser conside-
ra que el problema principal de la psicología no es que sea abs-
tracta sino que sea pura ideología sin rastro de ciencia, por lo
cual propone sustituir sus “conceptos abstractos no-científicos”
por “conceptos abstractos científicos” y no por “conceptos con-
cretos” (Althusser, 1963: 39). Esto es lo que habría empezado
a hacer el psicoanálisis gracias a la ruptura epistemológica por
la que se aparta definitivamente de la psicología: una pseudo-
ciencia intrínsecamente “burguesa” e impregnada por “las peo-
res confusiones y perversiones ideológicas de nuestro tiempo”,
entre ellas la ficción de la “unidad” del “sujeto autoconsciente”
(Althusser, 1966: 58; 1978: 228-240).
41
42 psicología crítica

El agudo enfoque de Althusser inspiró las propuestas de


psicología crítica de varios autores dentro y fuera de Francia
entre los que destacaron los franceses Michel Pêcheux y Di-
dier Deleule, así como los argentinos Carlos Sastre y Néstor
Braunstein con sus colaboradores. Todos estos autores coinci-
dieron en su rechazo contundente a la psicología. Quizás con
la única excepción de Deleule, todos ellos fueron fervientes se-
guidores de Althusser y retomaron fielmente sus conceptos al
criticar lo psicológico en el plano de la ideología. Es justo ha-
blar, pues, de una corriente althusseriana de psicología crítica,
pero a condición de tener presente su carácter profundamente
anti-psicológico.
Firmando con el pseudónimo de “Thomas Herbert”, Pêcheux
se representó de entrada la psicología como un “objeto ideológico”
del que debería ocuparse críticamente una “teoría de la ideolo-
gía” en la que se articularían el psicoanálisis y el materialismo
histórico marxista (Herbert, 1966: 164-165). Un primer esbozo
de esta propuesta crítico-teórica le permite a Pêcheux describir
la psicología como “un discurso descuartizado que tiene la cohe-
rencia de una neurosis y que sostiene una función determinante
en el todo complejo” (ibíd.: 163-164). Tal función es la “adecua-
ción” del sujeto a la realidad, la “adaptación o readaptación de
las relaciones sociales a la práctica social global” y la resultante
“realización de lo real”, es decir la reproducción de la realidad en-
tendida como “invariante del sistema” (ibíd.: 155-157). Es enton-
ces para que nada cambie para lo que se necesita de los psicólo-
gos. La psicología es la que es y conserva cierta unidad, a pesar
de sus contradicciones internas, en vista del cumplimiento de su
función ideológica reproductiva. Esta función es el denominador
común de todas las teorías y prácticas psicológicas.
La función reproductiva de la psicología será igualmente
su función ideológica fundamental en la crítica elaborada por
Deleule. En esta crítica, desarrollada escrupulosamente en el
extraordinario libro Psicología, mito científico, la pseudocien-
cia psicológica, en sus diversas especialidades, busca siempre
asegurar la reproducción del sistema capitalista al prevenir
o resolver conflictos que puedan afectar su funcionamiento, al
“eliminar aristas”, al “atenuar la antítesis capital-trabajo”,
al “escamotear el conflicto social”, al establecer normas a las
althusser y el althusserianismo 43
que hay que adaptarse, al cambiar a los sujetos que están “en
conflicto con el medio” en lugar de cambiar el medio “insatis-
factorio para el individuo” (Deleule, 1969: 79-81, 102, 149). El
desempeño de todos estos encargos hace que la psicología no
sea de ningún modo una práctica científica sino un “mito científico”:
el de una simple “técnica” ideológica en la que se busca en vano
cientificidad (ibíd.: 48-62). No pudiendo alcanzar un carácter
verdaderamente científico, la técnica psicológica lo aparenta, lo
afecta, en una simulación a la que dedica todos sus esfuerzos.
En la misma tradición althusseriana, la simulación de cienti-
ficidad fue también criticada por Carlos Sastre, quien describió
la psicología como un “campo ideológico pseudocientífico” for-
mado únicamente por “una colección de discursos que se contra-
dicen” y desprovisto de “instrumental teórico y técnico unitario
que delimite un objeto propio” (Sastre, 1974: 87). Esta crítica
de Sastre coincide con la de Pêcheux al subrayar el carácter
internamente contradictorio y fragmentario, “despedazado” y
“disperso”, de una psicología cuya unidad, concebida según la
teoría de lo especular del psicoanalista francés Jacques Lacan,
sería tan sólo “imaginaria” y no estribaría sino en un efecto
de “reconocimiento” proyectado en la superficie del “espejo” de
los psicólogos (ibíd.: 87, 126). A través de la imagen superficial
unitaria, lo psicológico se desplegaría como una “red o malla”
de consistencia puramente “ideológica” e “imaginaria” consti-
tuida por el “entrecruzamiento de discursos” y abierta a la “com-
binación con diversas formas ideológicas, filosóficas, políticas,
profesionales” y otras (ibíd.: 88). La heterogeneidad, la apertura
y la tolerancia de la psicología serían aquí efectos e indicios de
su precariedad, inseguridad e insustancialidad.
La crítica althusseriana de lo psicológico alcanzó la mayor
elaboración y penetración en el libro Psicología: ideología y cien-
cia de Néstor Braunstein, Marcelo Pasternac, Gloria Benedito
y Frida Saal, argentinos exiliados en México. Estos autores, al
igual que Althusser, Deleule y Sastre, insistieron en el carác-
ter ideológico y pseudocientífico de la psicología, cuya pretensión
de cientificidad adquiere aquí un propósito muy preciso: que los
problemas políticos sean resueltos por el inofensivo trabajo de
técnicos y especialistas y no por la peligrosa “práctica política
de los pueblos” (Braunstein et al., 1975: 356). En lugar de las
44 psicología crítica

grandes revoluciones populares con las que se transforma la


estructura socioeconómica, los psicólogos dedican sus esfuerzos
a realizar “los cambios necesarios en el hombre para que nada
cambie, para que no cambie lo esencial, la estructura” (ibíd.:
412). De lo que se trata, formulándolo con mayor precisión, es
de cambiar a los sujetos para “integrarlos” y “adaptarlos” a sus
“lugares asignados en la estructura”, lo que permite la “repro-
ducción de las relaciones de producción” propias del sistema
capitalista (ibíd.: 409). Esta reproducción es favorecida por los
cambios subjetivos a los que se dedican los psicólogos clínicos,
pero también por las demás tareas que realizan los profesionales
de la psicología en las distintas instancias del sistema que les co-
rresponden: en la instancia económica-laboral, el encubrimiento
del “clima de explotación” o la “creación de necesidades” para
incitar el consumo; en la instancia política, la “canalización del
descontento” o el “ocultamiento de la lucha de clases”; en la ins-
tancia ideológica, la resolución de conflictos o la promoción de “la
aceptación de los lugares que les están asignados” a los sujetos
(ibíd.: 357-358). En todos los casos, los psicólogos hacen lo que
deben hacer para que nada cambie, para que todo siga igual,
para que el capitalismo se perpetúe.
De Michel Foucault a Nikolas Rose.
Crítica de las funciones de la psicología en la disciplina,
la regulación y la producción del individuo

Paralelamente a Althusser y a la difusión del althusserianismo


en Francia y en América Latina, en la misma tradición de pen-
samiento estructuralista y post-estructuralista francés, Michel
Foucault inaugura una importante orientación de psicología
crítica y de crítica de la psicología cuyo último desarrollo será
particularmente influyente en el ámbito británico a partir de
la década de los setenta del siglo xx. Su punto de partida es
marxista y consiste en un cuestionamiento dirigido al “psico-
logismo” de los psicólogos que los hace explicar la enfermedad
mental únicamente por factores psicológicos y soslayar sus cau-
sas en la “alienación social” y en las “contradicciones de la so-
ciedad” (Foucault, 1954: 102-110). Tales contradicciones y otras
que “el hombre encuentra en su práctica”, sistemáticamente
ignoradas por los psicólogos, no sólo constituirían “lo más hu-
mano del hombre, es decir, su historia”, sino que serían aquello
mismo que “hace nacer” la psicología (Foucault, 1957: 165).
Ignorar las contradicciones que desgarran la experiencia
humana, contradicciones sociales, históricas y culturales, no
sería ni más ni menos que ignorar la razón de ser del cono-
cimiento científico psicológico de la enfermedad mental y de
otras expresiones de las contradicciones. Y, sin embargo, esta
ignorancia terminaría siendo constitutiva de la psicología. En
una ulterior profundización y radicalización del mismo plan-
teamiento crítico, Foucault se representó la psicología como la
sistematización científica de la ignorancia, del “olvido” y de la
“enajenación” de todo lo que se revela en el “desgarramiento
trágico” de la locura, particularmente la “experiencia negativa”
humana de las contradicciones históricas y culturales patentes
en la “competencia, la explotación, la rivalidad de grupos o las
luchas de clases” (Foucault, 1963: 90-104).

45
46 psicología crítica

Como Foucault lo muestra posteriormente, ya distanciado


con respecto al marxismo, si la psicología olvida y enajena los
efectos experienciales de la historia y de la cultura, es porque
se basa en un “modelo biológico” de hombre con “funciones”, con
un “medio” al que hay que “adaptarse” y con “normas medias
de ajuste” a ese medio (Foucault, 1966: 368-369). Esta concep-
ción biológica-psicológica del ser humano se relaciona estrecha-
mente con la biopolítica, la forma de ejercicio de poder sobre la
vida, que será estudiada por Foucault en los años setenta del
siglo veinte. En la última reflexión foucaultiana, centrada en la
biopolítica, la psicología se vincula directamente con la “disci-
plina” y específicamente con el “examen”, la “normalización” y
la “producción” del individuo, su “objetivación” y “subjetivación”
para su “control” y su “dominación” (Foucault, 1975: 217-227).
La última reflexión de Foucault influyó de manera decisi-
va en el surgimiento de una importante escuela británica de
psicología crítica y de crítica de la psicología. Brotando en un
terreno ya bien abonado en los años setenta del siglo xx por los
movimientos sociales de izquierda, por el feminismo y por la
crítica radical de la opresión y la deshumanización en el cien-
tificismo y el empirismo de los psicólogos, esta escuela empezó
a desarrollarse en la revista Ideology & Consciousness publi-
cada entre 1977 y 1979, contó con un texto programático en el
clásico libro colectivo Changing the Subject, Psychology, Social
Regulation and Subjectivity (Henriques et al., 1984) y tuvo a
su primer gran exponente en el sociólogo Nikolas Rose (1985,
1989, 1996). El denominador común fue aquí la idea marcada-
mente foucaultiana de que la psicología, más que una técnica
opresiva y deshumanizadora implementada sobre un individuo
al que haya que liberar, constituye una expresión de las mis-
mas formas de poder, pensamiento, discurso y práctica social
que estructuran y constituyen la individualidad (v. g., Adlam et
al., 1977). Esta idea y la perspectiva de Foucault se aliaron con
la inspiración de Jacques Lacan en el libro Changing the Sub-
ject, en el cual, tras criticarse el “dualismo” individuo/sociedad
y “sus efectos en las teorías y prácticas psicológicas”, se denun-
cia cómo la psicología forma parte de “prácticas de regulación y
administración social” cuyos discursos “producen” al individuo
de michel foucault a nikolas rose 47
y permiten “perpetuar el orden establecido” (Henriques et al.,
1984: 1-2, 13-14, 116-118).
Muy próximo a la sensibilidad plasmada en Changing the
Subject, Nikolas Rose partirá de la concepción foucaultiana de
la disciplina para elaborar su crítica de una psicología entendida
como dispositivo técnico destinado a la producción, clasificación,
distribución y organización de individuos aptos para su explo-
tación. El dispositivo técnico psicológico, tal como Rose nos lo
muestra en un análisis histórico de su aparición en Inglaterra
entre 1869 y 1939, toma la forma de

un complejo de discursos, prácticas, agentes y técnicas, un com-


plejo desplegado en escuelas, en clínicas, en procesos judiciales
y penales, en fábricas y en la armada [...] [en el que] se piensa
científicamente sobre los atributos y capacidades mentales de los
individuos humanos, se entiende su conducta en estos términos,
se comprenden sus problemas y potencialidades a través de sus
capacidades psicológicas, y se construyen técnicas de regulación
y de reformación referidas al dominio psicológico (Rose, 1985: 9).

Este “complejo-psi”, como se le conocerá en lo sucesivo, no es


tan sólo un asunto de psicólogos, sino que involucra la partici-
pación de psiquiatras, trabajadores sociales, pedagogos y otros
profesionales que aprehenden su objeto a través de un conoci-
miento psicológico.
El conocimiento psicológico empezaría por “hacer visible”
su objeto, la persona como un individuo, al “normalizarlo”, es
decir, al “pensarlo en los términos de sus coincidencias y dife-
rencias con respecto a valores juzgados normales” (Rose, 1989:
136). Esta normalización, realizada en función de lo adecuado
y necesario para cierto sistema productivo, sería la primera ta-
rea que debería ser cumplida por los participantes en el com-
plejo-psi. El complejo pondría en evidencia la función esencial
normalizadora de la ciencia psicológica. Sin embargo, además
de normalizar, la psicología cumpliría con otros cometidos tales
como:

disciplinar la diferencia humana, individualizar a los seres huma-


nos al clasificarlos, calibrar sus capacidades y conductas, inscribir
48 psicología crítica

y registrar sus atributos y deficiencias, manipular y utilizar su in-


dividualidad y variabilidad […] [o, en otras palabras] manejar con-
ceptualmente su variabilidad y gobernarla prácticamente (Rose,
1996: 105 y 135).

Rose concibe la faena de “gobernar” la subjetividad como


el fin último de medios normalizadores como escalas, medi-
das, pruebas y todo el arsenal de la psicometría en el que en-
cuentran un firme asidero las “aspiraciones administrativas y
reformadoras” de los psicólogos (Rose, 1989: 137-154). Estas
aspiraciones constituyen en Rose el rasgo distintivo de la psi-
cología moderna y contemporánea, es decir aquello por lo que
se distingue de los discursos y saberes psicológicos del pasado,
los criticados por filósofos como Aristóteles, Kant, Hegel y Her-
bart. A diferencia de las anteriores psicologías, la de los siglos
xix, xx y xxi se caracteriza principalmente no sólo por los fines
“coercitivos” de “controlar y reprimir la subjetividad” sino por
la intención de “gobernarla” y “regularla”, y sobre todo por el
propósito positivo de “producir sujetos de cierta forma, configu-
rar, moldear y organizar el psiquismo, fabricar individuos con
ciertos deseos y aspiraciones” (Rose, 1996: 113-114). El énfasis
en este propósito positivo hará que la crítica de la psicología se
dirija especialmente al mecanismo psicológico de subjetivación
y al tipo de subjetividad que produce.
Psicología crítica de Klaus Holzkamp. Falta de mundo
y restricción de la capacidad de acción del sujeto
en las corrientes psicológicas hegemónicas
y convencionales

En Alemania, de modo relativamente independiente con respecto


a las tradiciones francesas althusseriana y foucaultiana y a su
desarrollo en los contextos latinoamericano y británico, vemos
emerger un programa explícito de psicología crítica impulsado
por Klaus Holzkamp y por sus discípulos y seguidores. Basán-
dose principalmente en el pensamiento de Marx y del psicólogo
marxista Aleksei Leontiev, Holzkamp se dedica durante más de
treinta años, entre los sesenta y su muerte en 1995, a la crítica
de los más diversos problemas, vicios y errores de la psicología:
el carácter falso e improcedente de su empirismo inductivo, la
arbitrariedad en la interpretación de sus experimentos, la insig-
nificancia de sus descubrimientos, la estagnación de sus sabe-
res, sus objetos subordinados a los métodos, su fragmentación
teórica, su verificación circular de presuposiciones conceptuales
indemostrables, su representación burguesa de un individuo al
que abstrae de sus contextos histórico-sociales, su carencia de un
sentido emancipatorio y su utilidad únicamente para quienes tie-
nen el poder (Teo, 1998, 2000; Dreier, 2016).
Hay dos conceptos fundamentales de Holzkamp que ilus-
tran bien su perspectiva de psicología crítica. El primero de
ellos es la “alternativa restrictiva de la capacidad de acción”
(Holzkamp, 1985: 299). Este concepto denuncia la tendencia de
las corrientes psicológicas hegemónicas y convencionales a res-
tringir la capacidad de acción de los sujetos “en reconocimiento
de los límites establecidos y en complicidad con las relaciones do-
minantes o en un accionar acorde con ellas”, como una forma de
asegurar al menos un mínimo “espacio de libertad” en el orden
establecido, lo que implica, de hecho, “negar de cierto modo ese
mismo espacio de libertad, pues se trata de un espacio concedi-

49
50 psicología crítica

do, y como tal, las instancias de dominación pueden revocar su


concesión en cualquier momento” (ibíd.: 295-298).
En otras palabras, al presuponer el poder como una variable
independiente y al sólo dar al sujeto el margen de maniobra per-
mitido por el poder, los psicólogos comprometen lo mismo que
dan al sujeto ya que subordinan su ya de por sí estrecho margen
de maniobra a lo permitido por un poder que puede en cualquier
momento dejar de permitirlo. Aceptar el sistema dominante y
operar en su interior, como lo hacen los psicólogos, es una ma-
nera de poner a los sujetos a merced del sistema y de su domi-
nación. Es el sistema, pues, el que tiene la última palabra sobre
lo que debe y puede la psicología. Cuando Holzkamp critica esta
psicología está criticando su total subordinación al sistema.
Otro concepto fundamental característico del enfoque holz-
kampiano es el de la “falta de mundo” (Holzkamp, 1996: 245).
Este concepto designa la forma en que la psicología “irrealiza”
o “abstrae” el “mundo real” y “cotidiano”, con sus “hechos” y con
sus “estructuras sociales”, al “explicar siempre lo psíquico por
lo psíquico” (ibíd.: 244-264). Es así como el mundo interno psi-
cológico remplaza el mundo externo de la realidad. En lugar de
lo que el sujeto se encuentra en la exterioridad, los psicólogos
prefieren hablar de “estímulos”, de “input” y de otras categorías
que no corresponden al mundo sino a una psicologización del
mundo por la que el sujeto se ve rodeado y aislado.
El sujeto de la psicología criticada por Holzkamp se relaciona
con las categorías psicológicas y no con la realidad. No hay en la
perspectiva de la psicología nada verdaderamente real. Todo lo
real tiende a desaparecer para unos psicólogos para los que no hay

seres humanos actuando “en” su mundo real, [...] [sino] individuos


“psicológicos” enjaulados en su mundo psíquico meramente priva-
do, individuos que, por razones conceptuales, son incapaces de sa-
lir hacia el mundo exterior estructurado y significativo, el mundo
tal como existe, siempre de manera diferente para cada uno de
nosotros (Holzkamp, 1996: 251).

Este mundo se esfuma en una psicología cuya falta de mun-


do tratará de ser subsanada en la propuesta psicológica alter-
nativa de Holzkamp.
Paradigma posmoderno de la psicología social crítica.
Socioconstruccionismo, posiciones relativistas
y corrientes discursivas

Tanto la tradición foucaultiana como las corrientes marxistas


holzkampiana y althusseriana se caracterizan por un posicio-
namiento político radical, por un afán denunciatorio y por una
preocupación ante el poder que tienden a difuminarse y disi-
parse en perspectivas de psicología social crítica más próximas
a la sensibilidad posmoderna que fueron especialmente influ-
yentes en los contextos estadounidense, británico, mexicano y
catalán durante el último cuarto del siglo xx. Si quisiéramos in-
dicar un origen preciso para estas perspectivas, lo situaríamos
en dos trabajos clave que se publicaron prácticamente al mismo
tiempo, entre 1972 y 1973: The Explanation of Social Behavior,
de Rom Harré y Paul Secord, y Social Psychology as History, de
Kenneth Gergen. El primero se inspiraba en la obra de Ludwig
Wittgenstein al cuestionar la psicología por sus explicaciones
causales anticuadas, por su método experimental ingenuo y por
su ignorancia de las relaciones interpersonales y de algunos de
sus factores determinantes como su intencionalidad, su signifi-
cación social y sus sistemas de reglas rectoras (Harré y Secord,
1972). El segundo, el de Gergen (1973), criticaba el carácter
descontextualizado y pretendidamente ahistórico de las teorías
psicológico-sociales clásicas, las cuales, en realidad, reflejarían
el contexto histórico en el que se realizan, estudiarían objetos
históricamente variables y a su vez modificarían lo mismo que
describen.
En el artículo recién mencionado, Gergen distinguía dos ti-
pos de mensajes en la psicología, los que “desapasionadamente
describen lo que parece ser” y los que “sutilmente prescriben
lo que es deseable” (Gergen, 1973: 311), y reconocía que los se-
gundos mensajes implicaban “compromisos con ciertos valores”
que resultaban ciertamente “inevitables”, pero que no debían
“disimularse como reflejos objetivos de la verdad” (ibíd.: 311-
51
52 psicología crítica

312). Esta disimulación objetivista y típicamente positivista fue


cuestionada y explicada por Gergen en otro artículo clásico de
1978, “Toward Generative Theory”, en el que se impugnan las
grandes pretensiones del positivismo en psicología: el énfasis
en los hechos y en su objetividad, la exigencia de verificación
de los postulados teóricos y el desapasionamiento en una cien-
cia concebida como conocimiento neutral. Contra las teorías que
pretenden ser puramente descriptivas, objetivas, neutrales y
verificables, Gergen propone una teoría generativa en la que el
científico

se quita la máscara de neutralidad, [...] [reconoce] las implicaciones


valorativas de su trabajo, [...] [se vuelve] plenamente participante
en la cultura [y] fundamentalmente comprometido en la lucha por
valores contendientes [...] [y así asume la] capacidad generativa
[de sus teorías, es decir su] capacidad para desafiar las asunciones
rectoras de la cultura, plantear cuestiones fundamentales sobre la
vida social contemporánea, reconsiderar lo que se da por supues-
to y aportar nuevas alternativas a la acción social (Gergen, 1978:
1346, 1355-1356).

El proyecto de una teoría generativa se realiza en cierto


modo, entre los años ochenta y noventa del siglo xx, a través
del modelo teórico socioconstruccionista para la psicología social
en el que trabaja intensivamente Gergen (1985, 1992, 1994a,
1994b). El modelo descansa en cuatro principios: el rechazo
de todo saber pretendidamente objetivo y “dado por sentado”,
el reconocimiento de la “especificidad social e histórica” de la
comprensión del mundo, el postulado básico de la construcción
del conocimiento a través de interacciones sociales y la tesis
de la inseparabilidad entre “el conocimiento y la acción social”
(Burr, 2006: 2-5). Adoptando tales principios, el socioconstruc-
cionismo discrepa de las psicologías tradicionales, empiristas
y positivistas, en que es “anti-esencialista”, descarta cualquier
generalización ahistórica, se deshace de la confianza realista en
el conocimiento de la realidad con independencia de cualquier
determinación social, se centra en interacciones externas en lu-
gar de en “entidades internas” y entiende el lenguaje como “ac-
paradigma posmoderno de la psicología social... 53
ción social” y como “precondición” y no reflejo del pensamiento
individual (ibíd.: 5-9).
Cada uno de los principios del modelo socioconstruccionista
contradecía uno o más de los supuestos básicos de la psicología
dominante en el siglo xx. Esta contradicción hizo que el modelo
sólo pudiera operar como un modelo psicológico al mostrarse
intrínsecamente crítico. Además de su componente crítico in-
trínseco, la psicología socioconstruccionista de Gergen viene
frecuentemente acompañada por diversos cuestionamientos a
las corrientes psicológicas dominantes a las que se les repro-
cha, por ejemplo, un discurso deficitario por el que ven el mun-
do en términos de problemas, objetivan el déficit, reproducen
la negatividad y suprimen posibilidades positivas; un ciclo de
la enfermedad progresiva por el que una multiplicación y ma-
yor difusión de categorías psicopatológicas provoca una mayor
auto-representación de los sujetos en esos términos que a su
vez motiva una mayor consulta a profesionales que se traduce
en una expansión de la industria de la salud mental y en una
multiplicación y mayor difusión de categorías psicopatológicas
(Gergen, 1994a); unos supuestos modernos de racionalidad in-
dividual, ordenamiento racional del universo y concepción del
lenguaje como instrumento que refleja el universo en los que se
ignoran las relaciones interpersonales, la construcción social
del universo y la operación del lenguaje como acción en sí mis-
ma (1994b).
Contra los supuestos modernos, Gergen defendió una
“transformación posmoderna” de la psicología en la que no sólo
se adoptan nuevos supuestos como la “racionalidad comunal” y
no individual, el “universo construido” y no dado y el “lenguaje
como acción” y no como espejo de la realidad (Gergen, 1994b:
109-111), sino en la que hay apertura a “psicologías no-occiden-
tales”, se abandona la “distinción entre actividad psicológica y
cultura” y se redefine lo psicológico en términos relacionales,
narrativos, conversacionales y discursivos (ibíd.: 112-113). Esta
perspectiva posmoderna, desarrollada por numerosos psicólo-
gos y no sólo por Gergen, fue ciertamente difusa, pero esto no
le impidió convertirse en el paradigma de la psicología social
crítica en los años ochenta y noventa del siglo xx (Kvale, 1992).
Tal conversión puede explicarse, al menos en parte, por la con-
54 psicología crítica

tradicción diametral entre el espíritu de la posmodernidad y


la actitud esencialmente moderna de la psicología dominante
(Kvale, 1990).
Al mismo tiempo que se manifestaba en el socioconstruc-
cionismo de Gergen (1985, 1994a), el posmodernismo de la
psicología social crítica tuvo algunas de sus principales mani-
festaciones en corrientes discursivas que se aproximaron críti-
camente a diversos objetos psicológicos, impugnaron su reali-
dad objetiva y los recondujeron al discurso en el que se habrían
generado (Billig, 1987; Potter y Wetherell, 1987; Edwards y
Potter, 1992; Harré y Gillet, 1994). El mismo espíritu posmo-
derno de la psicología social crítica se desplegó igualmente a
través de la crítica del individualismo en Rom Harré (1982) y
el correlativo renacimiento de una psicología colectiva en Pablo
Fernández-Christlieb (1991, 1994, 2000). Esta psicología colec-
tiva, entendida como una “disciplina desdisciplinarizada” que
es “tan posmoderna como su objeto” al estar situada en una
posmodernidad en la que “las no-entidades se vuelven también
entidades” y “lo no-real también es real”, no concibe al mundo
como “dividido en individuo y sociedad, mente y materia, teo-
ría y práctica”, sino como una “entidad psíquica completa, que
piensa y siente con relaciones, estén hechas éstas de personas,
cosas o ideas” (Fernández, 2000: 154-166). Semejante concep-
ción del psiquismo implica un rechazo de las corrientes psico-
lógicas tradicionales que ni siquiera son capaces de estudiar
“trozos de la realidad” pues tan sólo se ocupan de “trozos del
pensamiento del psicólogo” (ibíd.: 156).
En el ámbito hispanohablante, junto con Fernández Christ-
lieb en la Ciudad de México, los más influyentes exponentes de
la psicología social crítica en su momento posmoderno tuvieron
su principal centro en Barcelona y gravitaron en torno a Tomás
Ibáñez, quien, además de teórico anarquista y militante liber-
tario, ha sido un prolífico psicólogo social con aportes originales
en los que vuelve su atención hacia el poder en una perspectiva
foucaultiana (Ibáñez, 1982) y delinea una original propuesta
construccionista y deconstruccionista (1994), relativista y pos-
moderna (1996), disidente y emancipatoria (2001). Esta pro-
puesta se ve animada por un vigoroso impulso reflexivo y sub-
versivo por el que la psicología social, más allá de aspirar a ser
paradigma posmoderno de la psicología social... 55
una psicología social crítica, termina entendiéndose ella misma
como crítica, es decir acaba identificándose con la crítica y asi-
milándose totalmente a ella. La comprensión de la “psicología
social como crítica” le hace una serie de prescripciones precisas
al psicólogo social: “cuestionar que la realidad exista con inde-
pendencia de nuestro modo de acceso a la misma” (Domènech e
Ibáñez, 1998: 14), descartar “una visión de la ciencia en la que
se pasan por alto las diferentes prácticas sociales y culturales
que tienen que ver con la producción del conocimiento” (ibíd.:
16), adoptar un “relativismo” en el que los “criterios de verdad”
son “relativos a nuestras cambiantes prácticas”, considerar la
“dimensión política” de la psicología, ir “más allá del individuo
como unidad fundamental de análisis” y adoptar una perspecti-
va “transdisciplinar” (ibíd.: 17-21).
La crisis del paradigma posmoderno.
Retorno a la realidad y a la radicalidad

Tomás Ibáñez y Lupicinio Íñiguez publicaron en 1997 un libro


colectivo, Critical Social Psychology, que difundió los trabajos
presentados en un coloquio realizado en 1993 y que se convir-
tió en uno de los clásicos del paradigma posmoderno discursi-
vo, construccionista y relativista en la psicología social crítica
(Ibáñez e Íñiguez, 1997). Lo interesante de este libro es que des-
pliega ya la crisis del mismo paradigma posmoderno del que re-
presenta un punto culminante. Lo hace al no dar voz únicamente
a quienes lo defienden, como Jonathan Potter (1997) o Wendy y
Rex Stainton Rogers (1997), sino también a quienes lo desafían,
entre ellos Michael (1997) y Reicher (1997), quienes le repro-
chan su ignorancia de lo biológico, su negación de lo natural y
su priorización de lo social, e Ian Parker (1997a) quien, desde
una posición realista crítica inspirada en Roy Bhaskar (1986,
1989), dedica varios trabajos en los años noventa del siglo xx a
cuestionar el posmodernismo relativista de la psicología social
crítica por su desrealización de lo real, su abstracción de las
condiciones sociales e históricas y su falta de posicionamiento
político (Parker, 1996, 1998, 1999b).
La crisis del paradigma posmoderno se difunde y se gene-
raliza en la psicología crítica de los últimos años del siglo xx y
los primeros del xxi. Ya en el mismo año en el que Ibáñez e Íñi-
guez publican la obra que acabamos de comentar, vemos apa-
recer otro libro colectivo general sobre psicología crítica, esta
vez coordinado por Dennis Fox y por Isaac Prilleltensky (1997),
en el que se aprecia claramente un retorno de la práctica, de
la radicalidad política y del interés en la realidad cultural y
socioeconómica olvidada por los posmodernos. Hay que decir
que Fox y Prilleltensky son los principales promotores, desde
1993, de una Red de Psicología Radical (RadPsyNet) en la que
se busca preservar cierto radicalismo psicológico, primero en el
seno de la Asociación Psicológica Americana y luego también

57
58 psicología crítica

en otros países. Asimismo conviene recordar que Fox, al igual


que Ibáñez, es un militante anarquista y su activismo contra el
orden injusto y contra la complicidad de la psicología con esta
injusticia permea el libro que dirige con Prilleltensky.
Los capítulos del libro de Fox y Prilleltensky (1997) tienen
un denominador común que los emparenta con la tradición de
la psicología radical de las décadas anteriores y que lógicamen-
te contrasta con las inquietudes posmodernas: la preocupación
práctica-política por “buscar la justicia social, promover el bien-
estar de las comunidades en general y de los grupos oprimi-
dos en particular, y alterar el statu quo de la sociedad y de la
psicología”, todo lo cual, por cierto, no quiere limitarse única-
mente a “buenas intenciones” sino que exige una valoración de
las “consecuencias” del trabajo psicológico en la realidad (Fox y
Prilleltensky, 1997: 4-7). La psicología se resitúa en el mundo
real, en su “estructura social” y en el marco de las “barreras
institucionales” y de las “prácticas opresivas”, y todo esto es
críticamente abordado en función de “valores” compartidos por
los psicólogos críticos tales como “justicia social, autodetermi-
nación y participación, cuidado y compasión, salud y diversi-
dad humana” (ibíd.: 8). Los autores de capítulos muestran su
radicalidad política y su preocupación por la realidad cultural
y socioeconómica al repolitizar la historia de la psicología y
exhibir cómo se desacreditan las alternativas a las corrientes
dominantes (Harris, 1997), al recuperar una tradición radical
en métodos cualitativos que optan por dialogar con los sujetos
en lugar de manipularlos (Kidder y Fine, 1997), al denunciar
propuestas feministas que se dejan cooptar por el orden esta-
blecido (Wilkinson, 1997), al abordar enfoques gay-lésbicos en
los que se lucha contra la discriminación y la patologización
(Kitzinger, 1997) y al criticar la psicología de la personalidad
por su objetivo de control y no de emancipación (Sloan, 1997),
los diagnósticos de anormalidad por su normatividad blanca
masculina estadounidense y por su contribución a la injusticia
social (Hare-Mustin y Marecek, 1997), las pruebas de inteligen-
cia por sus efectos de estigmatización y por otros daños causa-
dos en los sujetos (Cernovsky, 1997) y las teorías del desarrollo
por su carácter normativo y naturalizador (Burman, 1997).
la crisis del paradigma posmoderno 59
Tras manifestarse en las obras colectivas recién abordadas,
la crisis del paradigma posmoderno relativista y construccionis-
ta en la psicología crítica se volverá evidente para todos, incluso
para algunos de quienes lo sustentaron, quienes, a veces, ten-
drán el valor de volverse críticamente hacia él. Tal es el caso
de los propios Ibáñez e Íñiguez. El primero hace un balance del
socioconstruccionismo en el que admite su “excesivo laxismo”,
la “erosión de su potencialidad crítica”, su “olvido de las condi-
ciones materiales de existencia” y su “descuido de la dimensión
política” (Ibáñez, 2003: 158-160). Por su parte, Íñiguez, des-
pués de reconocer un “talante conformista y acomodaticio” co-
rrelativo de la “acrítica acomodación a la paulatina institucio-
nalización del construccionismo social”, considera la necesidad
de “refundación” de la psicología social crítica en un “paisaje
post-construccionista” a partir de herramientas como la reflexi-
vidad y la epistemología feminista (Íñiguez, 2005: 3-6).
Tanto Íñiguez como Ibáñez vislumbraron lo que podemos
describir como una recuperación del paradigma posmoderno
relativista y construccionista por la perspectiva acrítica de la
psicología dominante, convencional e institucionalizada. En los
mismos años, Carl Ratner (2005, 2006) fue aún más lejos y con-
sideró que el socioconstruccionismo, esencialmente “acrítico”,
excluía el “pensamiento crítico” al interpretarlo como una for-
ma de “intolerancia”, como una falta de respeto por la “verdad
local” de los otros, como una “imposición” del propio criterio de
verdad (Ratner, 2005: párr. 4-7). No habría lugar aquí para la
crítica porque se la juzgaría “tiránica”, porque no habría ni “es-
tándar” ni “pretensión de verdad” para ella, porque las opinio-
nes serían de cualquier modo “arbitrarias” por necesidad (Rat-
ner, 2006: párr. 6). Defendiéndose contra este cuestionamiento,
Gergen acusó a Ratner de “no haber leído lo suficiente” y de
no ser verdaderamente, como lo pretendía, un realista crítico,
sino de “extender los argumentos del positivismo de los años
treinta” (Gergen y Cisneros, 2008: 65). Sin embargo, al mismo
tiempo, al preguntársele si pensaba que “se estaba volviendo
blando”, Gergen pareció concederlo de algún modo al reconocer
que valoraba las “contribuciones útiles” de la “tradición positi-
vista-empirista”, que sus propias ideas eran una “construcción”
60 psicología crítica

y no una “verdad” y que prefería el “diálogo productivo” a la


“crítica pura” de las “instituciones dominantes” (ibíd.: 72).
El supuesto ablandamiento de los posmodernos, su hipotéti-
ca vocación acrítica y su posible recuperación por la psicología
dominante no impidieron que su paradigma conservara sus as-
piraciones críticas durante varios años. Es lo que se aprecia, por
ejemplo, en un interesante libro colectivo coordinado por Anas-
tasio Ovejero y Júpiter Ramos (2011) en el que sigue promovién-
dose una “psicología posmoderna y construccionista” (Ovejero y
Ramos, 2011: 21), pero ahora con repetidas referencias a Marx,
con una invitación a la crítica de la ideología neoliberal y con
una concepción althusseriana de la psicología como “aparato
ideológico del Estado” (ibíd.: 11-16). Es aquí, en este desconcer-
tante espacio tan moderno como posmoderno, en donde vemos
reencontrarse a varios de los antiguos exponentes del posmo-
dernismo en la psicología social crítica, entre ellos Gergen, Po-
tter, Íñiguez, Ibáñez y Fernández Christlieb, quienes, como lo
veremos ahora, continúan adoptando aproximadamente las
mismas posiciones en las que ya se ubicaban en los años noven-
ta del siglo veinte.
Con un rejuvenecido ímpetu noventero, cada uno de los au-
tores que colaboran en el libro de Ovejero y Ramos (2011) in-
tenta mantener vivo a su manera el paradigma posmoderno.
Íñiguez, Martínez y Flores lo hacen explícitamente al insistir
en que la “perspectiva construccionista no está clausurada” y
“no es un cuerpo cerrado y concluido” (Íñiguez et al., 2011: 104).
Fernández Christlieb prefiere limitarse modestamente a man-
tener su línea de años anteriores y defender la particularidad
irreductible de “lo psicosocial” (Fernández, 2011: 53-54). Esta
actitud contrasta con la beligerancia de Gergen y Gergen, quie-
nes colonizan de modo imperialista cualquier posición alterna-
tiva, exterior al socioconstruccionismo, al deplorar que muchos
psicólogos críticos sean socioconstruccionistas sin percatarse de
ello e incluso estando “en desacuerdo con su orientación hacia
el construccionismo” y con la naturaleza de “sus propias posi-
ciones como constructos” (Gergen y Gergen, 2011: 61). El mis-
mo imperialismo puede apreciarse en Potter y Hepburn cuan-
do reafirman su concepto de la reabsorción de la realidad en
el discurso al concebir “la diferencia entre lo que es subjetivo
la crisis del paradigma posmoderno 61
(psicológico) y objetivo (real en el mundo)” como “un constructo
recurrido y adaptado en el discurso” (Potter y Hepburn, 2011:
116). Por último, defendiendo con argumentos políticos el re-
lativismo posmoderno de la psicología social crítica, Ibáñez lo
opondrá al absolutismo de las “iglesias” y reivindicará que la
existencia de la realidad “es de tipo relacional” y que “no hay
valores que sean intrínsecamente mejores que otros” (Ibáñez,
2011: 272-274). Estas ideas nos descubren las más diversas
actitudes, algunas repolitizadas y radicalizadas, otras obstina-
das e impacientes, otras más bien rituales y reflejas: actitudes
enigmáticas en las que ya no sólo se pone en evidencia la crisis
del paradigma posmoderno sino algo más, algo que podría ser
tanto su muerte como su renacimiento bajo una forma quizás
muy diferente de la original.
La trinchera latinoamericana. Psicología social
comunitaria y psicología de la liberación

El desarrollo del paradigma psicológico posmoderno coinci-


de temporalmente con el de otro enfoque paradigmático de la
psicología crítica: el social comunitario y de la liberación en el
contexto latinoamericano. Los dos paradigmas contemporáneos
coinciden ciertamente en su interés por lo social, en sus diver-
gencias con respecto a las corrientes positivistas dominantes
y en su carácter crítico, reflexivo y alternativo. Sin embargo,
en otros aspectos, vemos cómo los mismos paradigmas tienden
a distanciarse y discrepar. Las discrepancias entre el posmo-
dernismo y la corriente social comunitaria y liberacionista no
son de hecho sino diferencias de acentos y prioridades entre la
discusión teórica y la proyección práctica, entre las preocupa-
ciones de los académicos y las de pueblos y comunidades, entre
el afán de relativización y el de transformación social, entre los
convincentes argumentos del socioconstruccionismo y la reali-
dad implacable del capitalismo, entre el punto de vista posmo-
derno de los centros y la perspectiva premoderna-moderna-hi-
permoderna de las periferias.
Es en el ámbito periférico latinoamericano en donde apare-
cieron, aproximadamente al mismo tiempo, entre los años se-
tenta y ochenta del siglo xx, las perspectivas críticas de la psico-
logía social comunitaria y de la psicología de la liberación. Las
dos perspectivas, estrechamente relacionadas entre sí, no sólo
comparten algunos de sus principales referentes en la teoría
y en la metodología como la pedagogía crítica de Paulo Freire
(1968) y la investigación-acción participativa de Orlando Fals
Borda (1985), sino que han confluido y a menudo se han entre-
mezclado en una misma gran corriente crítica de la psicología
latinoamericana. Sin embargo, mientras que la psicología de la
liberación fundada por Ignacio Martín-Baró aparece más bien
como una propuesta general afín a las propuestas liberacionis-
tas en teología y en filosofía, la social comunitaria, principal-

63
64 psicología crítica

mente impulsada en sus orígenes por Maritza Montero, no deja


de ser una línea de especialización psicológica emparentada
con la psicología comunitaria estadounidense, de la cual, empe-
ro, se distingue claramente.
La opción comunitaria latinoamericana, tal como la concibe
la propia Maritza Montero, se distingue de la estadouniden-
se no sólo por su propósito de “cambio social” en el contexto
de subdesarrollo y dependencia en América Latina (Montero,
1984), sino precisamente por su “condición crítica”, por la que
también coincide con la psicología de la liberación, pues una y
otra perspectiva, liberacionista y social comunitaria latinoame-
ricana, siendo “modos alternativos de acción política, corren el
mismo peligro del cual tratan de proteger a los grupos socia-
les con los cuales trabajan: la ideologización y la alienación”
(Montero, 2004: 26). Para no ideologizarse ni alienarse, la psi-
cología social comunitaria necesita “encuadrarse” ella misma
en una psicología social crítica, según la expresión de Bernardo
Jiménez Domínguez (2004: 137), al realizar constantemente su
“autocrítica” y cuestionar su “rol” como “una de las estructuras
sociales de poder” en la sociedad, tal como se pone de manifiesto
en varios ejemplos analizados por Maritza Montero (2010: 189).
El combate contra las estructuras sociales de poder, el es-
fuerzo para cambiarlas o liberarse de ellas en la esfera de la
teoría psicológica y no sólo de la vida psíquica, es un sentido
fundamental de la crítica en la psicología de la liberación y so-
cial comunitaria. Este sentido, confirmando el vínculo directo
entre el propósito crítico y el transformador y emancipatorio,
puede apreciarse de manera clara en varios de los vicios que
Martín-Baró aborda críticamente en la psicología dominante en
América Latina: su “dependencia servil” hacia lo concebido en
Europa o en Estados Unidos y su desconexión con respecto a
“los grandes movimientos e inquietudes de los pueblos latinoa-
mericanos” (Martín-Baró 1986: 284), su “mimetismo cientista”
que la hace constituirse como una imitación de la psicología
estadounidense que a su vez imita las ciencias naturales (ibíd.:
287-289), su positivismo que la confina a lo existente y le impi-
de considerar lo “históricamente posible” (ibíd.: 289-290), su in-
dividualismo por el que se “refuerzan las estructuras sociales”
al ignorar su realidad (ibíd.: 291), su “ahistoricismo” por el que
la trinchera latinoamericana 65
no ve las diferencias entre los sujetos en los que se basan las
teorías o metodologías y aquellos a los que se aplican, su “visión
homeostática” por la que rechaza la ruptura y el conflicto (ibíd.:
291-292) y sus “posturas dogmáticas, más propias de un espíri-
tu de dependencia provinciana que de un compromiso científico
por encontrar y sobre todo hacer la verdad de nuestros pueblos
latinoamericanos” (ibíd.: 294-295).
El cuestionamiento de los recién mencionados vicios y de
otros más constituye por sí mismo un elaborado programa de
psicología crítica en el que se funda la propuesta liberacionista
de Martín-Baró. Si alguien como el ya mencionado Lupicinio
Íñiguez prefiere ver aquí planteamientos radicales y no verda-
deramente críticos, no es tan sólo porque tiende a monopoli-
zar y acaparar lo crítico al reducirlo al modo tan particular en
el que se lo concibe en la tradición posmoderna, sino también
porque se niega obstinadamente a reconocer la forma en que
Martín-Baró cumple con el “continuo cuestionamiento de las
prácticas de producción de conocimiento” (Íñiguez, 2003: 234).
Mejor será conceder, como lo hace Fernando González-Rey, que
la psicología de la liberación es ella misma “una forma de psi-
cología crítica” diferente de las demás por su mayor énfasis ra-
dical en la “praxis comprometida” con “los oprimidos” (Gonzá-
lez-Rey, 2008: 31), es decir, por su marcada “orientación hacia
una práctica liberadora” (González-Rey, 2008: 52). Para soste-
ner esta orientación y “contribuir a la liberación de nuestros
pueblos” es necesario que la psicología se libere, que “rompa
con su propia esclavitud”, lo cual, a su vez, requiere del trabajo
crítico realizado por los psicólogos al “replantearse su bagaje
teórico y práctico” desde el punto de vista de sus “pueblos” con
sus “sufrimientos, sus aspiraciones y sus luchas” (Martín-Baró,
1986: 295).
Es en la existencia real de las masas populares oprimidas
en la que radica la justificación de la necesidad de la psicología
crítica en su versión liberacionista. Es claro para Martín-Baró
que esta psicología crítica no puede estar basada en el construc-
cionismo ni en ninguna otra forma de “idealismo metodológico”,
sino en un “realismo crítico” en el que “no sean los conceptos los
que convoquen la realidad, sino la realidad la que busque los
conceptos”, los problemas los que “elijan su propia teorización”,
66 psicología crítica

lo que sólo será posible a través de un “baño de realidad” por


el que los psicólogos “se embeban en la angustiosa realidad co-
tidiana” en la que viven las mayorías populares (Martín-Baró,
1989: 314). La perspectiva realista de la crítica debe ser entonces
la de abajo, la del pueblo oprimido, y no la de los opresores, no
la de los “sectores dominantes” y las “minorías pudientes, llá-
mense burguesía o sectores medios”, por la que suele regirse la
psicología dominante (ibíd.: 311, 323). Esta perspectiva desde
abajo no hace recaer a la psicología crítica en el relativismo
sino que simplemente la define como situada en la realidad y
posicionada en relación con los diferentes aspectos y sectores
de la sociedad.
La psicología crítica de Ian Parker. Discursiva, marxista
y lacaniana

Hay una profunda consonancia entre el realismo crítico latinoa-


mericano y el que Ian Parker adoptó para cuestionar el relati-
vismo posmoderno reinante en la psicología social crítica anglo-
sajona del último cuarto del siglo xx. Este cuestionamiento, ya
resumido anteriormente, puso en evidencia la distancia que se
abría entre el posmodernismo y la más elaborada e influyente
propuesta de psicología crítica en la actualidad, la que Parker
viene desarrollando con perseverancia desde finales de los años
ochenta del siglo veinte (para un análisis detallado, Pavón-Cué-
llar, 2011). La misma distancia volvió a evidenciarse en otras
intervenciones de Parker, especialmente en un texto medular
en el que define su perspectiva marxista en contraposición a la
psicología social crítica posmoderna, en la que vislumbra una
“misteriosamente estrecha concordancia” con “los requerimien-
tos del capitalismo contemporáneo” (Parker, 2009b: 551). Por
ejemplo, coincidiendo con la óptica y con los intereses del sis-
tema capitalista en su forma globalizada neoliberal, acentua-
damente volátil y pretendidamente apolítica, Potter enfatiza
la interacción a costa de la “fijación en lo cognitivo” e intenta
ceñirse a descripciones puramente formales y sin contenido que
evitan “cuestiones políticas” y que son “el vehículo perfecto para
la globalización”, mientras que Gergen “elimina la división en-
tre lo individual y lo social”, prefiere “dejar de insistir en los
problemas” al “replantear nuestras vidas más positivamente”
y reduce las “posibles posiciones divergentes” a simples “juegos
de lenguaje” (Parker, 2009b: 548-552). Las tesis de la psicolo-
gía social crítica posmoderna se nos revelan aquí, en definitiva,
como una suerte de justificaciones y elaboraciones ideológicas
del capitalismo neoliberal globalizado.
Aunque impugne severamente la psicología social críti-
ca posmoderna, Parker no deja de compartir algunas de sus

67
68 psicología crítica

tendencias definitorias, particularmente su orientación hacia


lo discursivo y su preferencia por el análisis de discurso como
opción teórico-metodológica. Sin embargo, en el caso de Par-
ker, esta orientación tiene siempre una marcada tonalidad ra-
dical y altamente politizada. Lo que aquí se propone desde un
principio, en efecto, es una versión “crítica”, “realista” y “ma-
terialista” de análisis de discurso con la que se busca “decons-
truir poder e ideología”, con la que también se consideran las
“estructuras sociales” concebidas como “base” y “precondición”
de los materiales discursivos y con la que se fundamenta un
cuestionamiento de los discursos psicológicos y de su “aparato
de regulación” identificado con el ya mencionado “complejo-psi”
(Parker, 1992: xi, 23-41).
La crítica de la psicología que propone Parker se dirige igual-
mente a la perspectiva psicológica discursiva en la que se cae en
los tres vicios del “idealismo” que hace abstraer “la materiali-
dad del poder”, el “empirismo” que reduce el análisis de discurso
a una “tecnología sin valores” y el “relativismo” que proscribe
cualquier “orientación política motivada y comprometida” (Par-
ker y Burman, 1993: 158-167). Más adelante se recentrará el
cuestionamiento en una de las principales expresiones del pa-
radigma social crítico posmoderno, la psicología discursiva de
Potter, Edwards y otros, a la que se le reprocha su falta de
atención a la teoría, la “coerción” y el “conflicto” (Parker, 2000a:
85-106), así como su desatención del “mundo real” y su falta
de “análisis histórico” (Parker, 2007: 135-138). Estas críticas,
al igual que otras más que se dirigen a las diversas corrientes
de la psicología, ponen de manifiesto la perspectiva marxista de
Parker, la cual, desde sus primeros trabajos, le sirve para disi-
par las “ilusiones dominantes” en el campo psicológico (Parker
y Shotter, 1990: 7) y lo hace coincidir con Holzkamp al compren-
der cómo “la psicología puede cambiar a medida que el capitalis-
mo cambia y podrá volverse diferente una vez que el capitalismo
deje de existir” (Parker, 1997b: 136). Posteriormente, en una
esclarecedora síntesis de lo que significa su marxismo, Parker
insistirá en la necesidad de una psicología crítica marxista en
la que se aseguren ciertas especificaciones del papel y el lugar
del investigador: “posicionamiento, localización reflexiva, con-
ciencia de clase, espacio institucional y revolución social” para
la psicología crítica de ian parker 69
“hacer frente” a los valores fundamentales de las corrientes
psicológicas dominantes: “neutralidad, racionalismo, ilustra-
ción individual, conocimiento científico, adaptación y mejora”
(Parker, 2009b: 555).
Además del marxismo, Parker se nutre de otras corrientes
críticas, entre ellas la foucaultiana, la derridiana y especial-
mente la psicoanalítica en su versión lacaniana. El psicoanáli-
sis de Lacan, valorado por su aspecto profundamente anti-psi-
cológico, le es útil primeramente a Parker para deconstruir
la psicología y perturbar sus fantasías de conocimiento, gene-
ralización, predicción y control (Parker, 1991), así como para
mantener la crítica “al exterior de la psicología”, evitando su
“recuperación” por la misma psicología (Parker, 1992: 11). El
dispositivo psicoanalítico le servirá ulteriormente a Parker
para criticar aspectos puntuales de la psicología como su objeti-
vación y unificación del sujeto dividido e inobjetivable (2000b),
su individualismo, su concepción de una interioridad mental,
su abstracción de lo simbólico (2003), su carácter ideológico y
esencialista (2004), su idea simplista del bien como ideal, su
incesante cálculo de costos y beneficios (2005), su oposición
dualista entre el interior y el exterior (Dunker y Parker, 2009),
su condición como “parte de la realidad imaginaria del capita-
lismo”, su contribución a la reproducción de la “falsa conciencia
de la vida” en el sistema capitalista (Parker, 2011: 105) y su
énfasis en “la contención y el orden” (Parker, 2015b: 99).
Actualidad. Radicales, holzkampianos, posmodernos,
liberacionistas y los demás

El enfoque de Ian Parker parece haber llegado a ser el más des-


tacado en el actual paisaje de la psicología crítica. Es al menos,
en este paisaje, el que mejor se conoce y el que más influye en
un plano global. Sin embargo, por más conocido e influyente
que sea, no sería justo considerarlo ni el único ni el definitivo,
pues hay otros enfoques diferentes y relativamente indepen-
dientes de él en los que desembocan las demás tradiciones que
aquí hemos revisado.
Podemos distinguir cinco grandes orientaciones que se repar-
ten actualmente la psicología crítica en el mundo y que dominan
en diferentes espacios culturales y geográficos. La primera, la
de psicología radical, está especialmente implantada y organi-
zada en Estados Unidos; la segunda, la que sigue a Holzkamp,
ejerce una gran influencia en Alemania y Dinamarca; la terce-
ra, la posmoderna, mantiene su hegemonía en algunos ámbitos
académicos angloparlantes y de Cataluña y América Latina; la
cuarta, comunitaria y liberacionista, sigue reinando en el con-
texto latinoamericano; la quinta, la inaugurada por la propuesta
de Ian Parker, se ha difundido a tal punto que resultaría difícil
asociarla con cierto contexto.
Además de situarse en diferentes contextos y tradiciones,
las cinco orientaciones tienden a diferenciarse por sus prece-
dentes, por sus recientes historias divergentes, por sus actuales
referentes dentro y fuera de la psicología, por sus principales
inquietudes y por lo que aquí más habrá de interesarnos: los
dilemas que plantean o a los que se enfrentan. Veamos breve-
mente cómo se manifiestan estos dilemas y los demás aspectos
en cada caso.

71
72 psicología crítica

Radicalismo. La radicalidad a cambio de la estabilidad

Desde los textos programáticos publicados por Phil Brown en


1973 y por Phillip Wexler en 1983, la psicología radical pro-
longa la crítica política marxista de la psicología y preserva el
espíritu que le fue legado por el freudomarxismo, la Escuela
de Fráncfort, el feminismo radical, la antipsiquiatría y las de-
más corrientes que lo nutrieron en su origen y que tuvieron
su apogeo en el radicalismo de los años sesenta y setenta del
siglo xx. Este radicalismo altamente politizado, abiertamente
izquierdista y comprometido con propósitos emancipatorios en
la sociedad y en la cultura se ha mantenido vivo en casi medio
siglo de historia de la psicología radical, pero ha dejado atrás la
retórica revolucionaria y se ha recentrado en tareas como la de
construir una sociedad más justa.
Los principales promotores de la psicología radical en los
años noventa, Isaac Prilleltensky y especialmente el militante
anarquista Dennis Fox, organizan una reunión en Toronto en
1993, durante una convención de la Asociación Psicológica Ame-
ricana (apa), en la que invitan a discutir estrategias para que los
psicólogos “radicales”, políticamente situados “en la izquierda”,
se visibilicen, tengan mayor influencia en la apa, eviten que sus
críticas sean “ignoradas o marginadas” y puedan así “trabajar
de modo más efectivo para un cambio social fundamental” y por
una “sociedad que satisfaga las necesidades humanas y la justi-
cia social” (Fox y Prilleltensky, 1993: párr. 6-20, 30-39). En esta
reunión se decidió fundar la Red de Psicología Radical, Radical
Psychology Network, mejor conocida por su forma abreviada
RadPsyNet. En los años que siguieron su formación, la red al-
canzó más de 500 miembros en 34 países, realizó reuniones en
el seno de las convenciones de la apa y publicó más de una dece-
na de números de la revista Radical Psychology.
Una de las mejores expresiones de este resurgimiento de la
psicología radical se encuentra en la obra colectiva Critical Psy-
chology, que ya comentamos anteriormente y que los mismos
Fox y Prilleltensky publicaron en 1997 y reeditaron en 2009
(Fox, Prilleltensky y Austin, 2009). Además de Fox y Prillel-
tensky, hay otros psicólogos críticos importantes vinculados
actualidad 73
con la Red de Psicología Radical. Debemos referirnos al menos
a los ya mencionados Carl Ratner, psicólogo cultural marxista
y vygotskiano, defensor del realismo contra el relativismo de
Gergen, y Tod Sloan, interesado en la pobreza y el tercer mun-
do, próximo a la psicología de la liberación y autor de uno de
los mejores libros colectivos de psicología crítica, Critical Psy-
chology: Voices for Change, en el que se aprecia la huella de la
perspectiva radical (Sloan, 2001).
El radicalismo psicológico ha seguido cultivándose y desa-
rrollándose también fuera de la RadPsyNet y de Estados Uni-
dos. Algunos de sus exponentes en otros países ni siquiera se
presentan a sí mismos como psicólogos radicales, desconocen el
trabajo que hacen los estadounidenses y trabajan de modo rela-
tivamente aislado. Un caso digno de mención es el del marxista
chileno Carlos Pérez Soto, quien además de interesarse en la
antipsiquiatría, nos ofrece un original acercamiento crítico a
la psicología en el que encontramos todos los ingredientes del
radicalismo psicológico: la radicalidad, la politización, el ideal
emancipatorio, el propósito de transformación social, el vínculo
estrecho con la antipsiquiatría y las referencias a pensadores
como Freud y Marx o Reich y Marcuse. Pérez Soto describe la
psicología como “resabio y nostalgia del pasado” y como defen-
sa reactiva de la individualidad, la conciencia y la autonomía
que se verían anuladas por el Estado y el mercado en la “crisis
de la subjetividad moderna” (Pérez, 2009: 151-157). En lugar de
la especialidad psicológica dominante, necesariamente defen-
siva e irremediablemente individualista, Pérez Soto propone
una “psicología crítica” en la que se explore lo femenino, lo co-
munitario y lo transindividual, y en la que se produzca una
“subjetividad colectiva, vinculante, solidaria, dentro de la cual
la autonomía pueda tener sentido” (ibíd.: 162). Estos plantea-
mientos de Pérez Soto han sido altamente influyentes en las
siguientes generaciones de psicólogos en Chile y han inspira-
do el movimiento estudiantil chileno de contrapsicología (v. g.
Cea-Madrid y López-Pismante, 2014).
Ni los contrapsicólogos de Chile ni la RadPsyNet de los Es-
tados Unidos han logrado consolidarse con el tiempo. De hecho,
aunque algunos psicólogos radicales continúen realizando un
trabajo valioso y a veces respetado en el mundo académico, no
74 psicología crítica

dejan de ser pocos y bastante marginales. Además tienden a


estar poco organizados y relativamente desvinculados. Y por si
fuera poco, recientemente se observa una cierta dispersión del in-
cipiente movimiento estadounidense, un desvanecimiento de su
red y un abandono de sus publicaciones periódicas. Es casi como
si la psicología radical se fuera esfumando sin dejar casi ningún
rastro.
El estado actual de la psicología radical nos muestra de
modo retrospectivo su evidente falta de estabilización e ins-
titucionalización académica, pero también hace que nos pre-
guntemos si la radicalidad resulta compatible con la estabili-
dad y la institucionalidad. En otras palabras, ¿una psicología
verdaderamente radical está en condiciones de estabilizarse e
institucionalizarse, consolidarse y solidificarse, organizarse y
fijarse en formas definitivas o al menos relativamente dura-
bles? ¿No será más bien que su estabilización y su institucio-
nalización amenazan con templar su radicalidad, moderarla,
debilitarla, entibiarla y finalmente apagarla? ¿Cómo conciliar
el radicalismo de la psicología, que implica libertad en su mo-
vimiento crítico y reflexivo, con una estabilización e institu-
cionalización en la que tal movimiento se canaliza y tiende a
planificarse, regularse y finalmente refrenarse? Pareciera que
hay aquí dos opciones inconciliables. De ser así, la psicología
crítica estaría ante un primer dilema: o correr el riesgo de la
radicalidad o asegurarse al conjurarlo a través de una institu-
cionalidad estabilizadora.

Kritische Psychologie.
La psicología en detrimento de la crítica

Un buen ejemplo de psicología crítica bien estabilizada e ins-


titucionalizada se encuentra en la herencia de Holzkamp, la
cual, además, ha dado lugar a una escuela cuyo carácter unita-
rio y cohesionado podría excitar la envidia entre los psicólogos
radicales. Estos últimos, como hemos visto, profesan las más
diversas teorías y tan sólo convergen por su tendencia política
de izquierda y por su inquietud ante los efectos de la psico-
actualidad 75
logía en la sociedad. En contraste con ellos, los seguidores de
Holzkamp se muestran aparentemente menos radicales y menos
inclinados a la politización de sus posiciones críticas, pero esto
es, al menos en parte, porque no requieren de la política para co-
hesionarse ya que están profundamente unidos y hermanados
por la herencia de su fundador. Los vemos, en efecto, compar-
tir los conceptos de Holzkamp, concordar en torno a sus ideas,
retomar sus desarrollos teóricos, proseguirlos y esforzarse en
concretar su proyecto de una psicología que se elabora desde el
punto de vista del sujeto y que se ocupa fundamentalmente de
la capacidad de acción y de conducción de la vida por el mismo
sujeto. Éstas son las tareas en las que se concentran, y muchas
de ellas, por cierto, las llevan a cabo en alemán y en danés.
Conviene recordar que Holzkamp escribió prácticamente la
totalidad de su obra en alemán. Aunque haya textos suyos pu-
blicados en otros idiomas (v. g., Holzkamp, 1992, 2013, 2015,
2016) y aunque algunas de las mejores introducciones a sus
ideas estén escritas en inglés (Tolman, 1994; Teo, 1998), no hay
traducción disponible de una gran parte de sus trabajos, inclu-
yendo su opera magna, los Grundlegung der Psychologie, Los
fundamentos de la psicología (1983). Esto puede haber contri-
buido a que Holzkamp tenga relativamente poca influencia en
el mundo y a que sus seguidores continúen confinados en Ale-
mania y Dinamarca. Otra posible causa del aislamiento de los
holzkampianos y de la falta de influencia de su maestro podría
ser lo mismo que asegura el consenso y el carácter unitario del
movimiento, a saber, la propensión a convertir la psicología crí-
tica en un modelo cerrado, sistemático, rígido y pretendidamen-
te general que sufre de falta de apertura y flexibilidad, olvida
su particularidad cultural e histórica, pretende trascenderla y
así —como parece haberlo sugerido Teo (1998)— difícilmente
puede adaptarse a otros contextos y cobrar sentido en ellos.
Con todo, a pesar de su insuficiente difusión, el enfoque holz-
kampiano ha mostrado su gran fecundidad en el ámbito en el
que se lo conoce. Lo vemos aquí enriquecer trabajos tan radica-
les y originales como los de la célebre marxista feminista Frigga
Haug (1992, 2016) sobre el papel de la memoria en la esperanza
y en el empoderamiento político de las mujeres. Holzkamp ha
inspirado asimismo un intenso trabajo en el que la psicología
76 psicología crítica

crítica va más allá del cuestionamiento y aplica positivamente


sus propios conceptos alternativos, como el de la conducción de
la vida cotidiana, al reconsiderar y reexaminar temas como la
psicoterapia (Dreier, 2008), la personalidad (Dreier, 2011), la
infancia (v. g., Dreier, 2009; Chimirri, 2013), el aprendizaje (v.
g., Dreier, 2003; Højholt, 2016) y la tecnología (Schraube, 2009),
entre muchos otros.
Las elaboradas investigaciones acerca de los temas recién
mencionados han sido posibles gracias a la conversión de la pro-
puesta crítica en un modelo teórico y metodológico alternativo.
La nueva teoría y el nuevo método conservan y ponen en obra
un elemento crítico, desde luego, pero también parecen desarro-
llarse a expensas de él, subordinarlo a su propósito de investiga-
ción y así utilizarlo para sus propios fines. El cuestionamiento
global de la psicología cede su lugar al cuestionamiento puntual
de cierta psicología diferente de la que se propone. Lo negativo
y deconstructivo pierde terreno ante lo positivo y reconstructivo.
Esto plantea otro dilema para la psicología crítica: o la negación
o la afirmación, o la deconstrucción o la reconstrucción, o la crí-
tica o la psicología.

Posmodernismo tardío.
Lo corporal-afectivo sin lo mundano-estructural

El avance de lo psicológico a costa de lo crítico se observa igual-


mente de modo palmario en los desarrollos actuales de la co-
rriente posmoderna. La psicología es aquí social crítica, en una
resignificación de los términos, más por su carácter innovador y
alternativo que por su capacidad para cuestionar lo psicológico y
volverse críticamente sobre sí misma como psicología social. Ni
siquiera se mantiene ya un trabajo sostenido y consistente de
impugnación de las ideas psicológicas tradicionales aún domi-
nantes. Hay más bien una propensión a ignorarlas y a concen-
trarse en la generación de nuevas ideas.
La opción por lo generativo podría provenir de Kenneth Ger-
gen, quien sigue siendo actualmente, como lo ha sido ya duran-
te casi medio siglo, el referente principal del posmodernismo en
actualidad 77
psicología social. Es también principalmente de Gergen, aunque
no sólo de él, de quien proceden el relativismo y el construccio-
nismo que siguen reinando entre los psicólogos sociales críticos
posmodernos de la actualidad. Lo interesante ahora es que es-
tos psicólogos tienden a ser construccionistas y relativistas de
un modo espontáneo, automático y un tanto maquinal, tal vez
a veces inconsciente, seguramente más latente que manifiesto,
quizás porque han asimilado lo que ya no requiere proclamarse,
defenderse y argumentarse como en el siglo xx.
Para los psicólogos sociales críticos posmodernos del siglo
xxi, el construccionismo y el relativismo se han convertido ya
en un sobreentendido metodológico más que teórico. Son una
especie de buen sentido y de sentido común, lo que no impide
volverse reflexivamente sobre ellos, reconocer algunas de sus
limitaciones y reformarlos al conservarlos bajo una forma su-
perior en la que se incorporan perspectivas teóricas tales como
la teoría de la complejidad con la que se corrige la fragmenta-
ción relativista posmoderna (Munné, 1999, 2001), la teoría del
actor-red que permite cuestionar el esencialismo social del en-
foque socioconstruccionista (Íñiguez, 2005) o la teoría de género
que pone en evidencia los presupuestos heteronormativos del
mismo enfoque (Hegarty, 2007). Sin embargo, aunque revisa-
dos y profundizados, el construccionismo y el relativismo no son
verdaderamente superados. Lo que sí parece haber pasado por
cierta superación en el posmodernismo del siglo xxi es el otro
componente fundamental del giro posmoderno del siglo xx, el
que aportan Potter, Edwards y otros: el componente discursivo.
El énfasis en el discurso es criticado entre los nuevos pos-
modernos porque soslaya el sentimiento, la emoción, el afecto
y el cuerpo. La reacción es la de un giro afectivo que parece
dejar atrás el giro discursivo en las ciencias sociales en general
(Clough y Halley, 2007) y en la psicología en particular, espe-
cialmente en sus corrientes críticas y sociales críticas, tanto
en el ámbito angloparlante (v. g., Cromby, 2007) como en el
hispanohablante (v. g., Lara y Enciso, 2013). Después de asi-
milarse todo al discurso, a las palabras, de pronto se recuerda
que hay igualmente cuerpos y afectos (Cromby y Nightingale,
1999). Los psicólogos sociales críticos piensan entonces en lo
corporal y lo afectivo, como habremos de verlo más adelante,
78 psicología crítica

mediante las categorías audazmente antiesencialistas de lo


real de Jacques Lacan (v. g., Hook, 2004, 2012) o de lo queer y
lo performativo de Judith Butler (v. g., Íñiguez, 2005; Downing
y Gillet, 2011; Liu, 2017), pero también a través del registro
científico de las neurociencias, la cibernética y las demás tec-
no-ciencias (Lara y Enciso, 2014), lo que sirve a veces para
pensar en la telepatía o la escucha de voces y de paso justificar
acercamientos a corporalidades inmateriales y no individuali-
zables (Blackman, 2012).
En todos los casos mencionados y en muchos otros más, el
cuerpo y el afecto en la psicología social crítica posmoderna del
siglo xxi, al igual que el discurso y las palabras en la misma
psicología del siglo xx, tienden a concebirse de tal modo que se
abstraen sistemas y fenómenos como la explotación económica,
la marginación social y la dominación macropolítica. Es paten-
te que estos aspectos duros de la realidad, sean lo que sean, tan
sólo se consideran indirectamente, de modo mediado y digeri-
do, relativista y potencialmente psicologizado-biologizado, en
su relación con la experiencia corporal-afectiva, pero no en sí
mismos, como lo que son independientemente de la psicología
del afecto y de la biología del cuerpo.
La existencia exterior e independiente de lo real económico y
macropolítico sigue siendo sistemáticamente evitada en el pos-
modernismo. Tal evitación muestra que la actual psicología crí-
tica debe aún enfrentarse a la vieja encrucijada epistemológica
en la que tiene que decidirse entre la consideración realista o
la abstracción relativista de los aspectos económicos y macro-
políticos de la realidad. La encrucijada reaparece ahora en un
dilema en el que hay que elegir: o el mundo con sus estructuras
o el cuerpo con sus afectos, o el realismo crítico de siempre o
un relativismo corporal-afectivo posmoderno que tiende a ser
acrítico y que es tan reduccionista e imperialista como el dis-
cursivo, pero que además, como hemos visto, implica un riesgo
de biologización y psicologización.
actualidad 79

Comunitarios y liberacionistas.
De lo contemplativo a lo comprometido

La opción por el mundo con sus estructuras continúa siendo la


elegida por quienes cultivan actualmente la psicología social
comunitaria y la psicología de la liberación en el contexto lati-
noamericano. Estas dos psicologías, de hecho, continúan sien-
do indisociables del realismo crítico tal como fue definido por
Martín-Baró en su momento: como subordinación de cualquier
discurso teórico a los objetivos inmediatos de conocimiento y
cuestionamiento ante la realidad tal como es experimentada
y sufrida por la sociedad y especialmente por las masas popu-
lares. El realismo crítico así entendido, como un marco episte-
mológico diametralmente opuesto al del relativismo discursi-
vo-afectivo posmoderno, es uno de los principales fundamentos
actuales de la psicología crítica.
La vigencia del realismo crítico es confirmada una y otra
vez por los psicólogos sociales comunitarios y de la liberación
que suelen adoptarlo de modo implícito en sus reflexiones e
investigaciones. Esto les permite recentrar su atención en te-
mas tan reales, tan concretos y tan implacables en su realidad
como el poder al que se enfrenta cualquier proyecto de cambio
social (Serrano-García y López-Sánchez, 1990), las condiciones
de pobreza e indigencia en las que se realizan algunas inter-
venciones comunitarias (Rozas, 1994), las necesidades y las
acciones colectivas que determinan la cohesión o disensión en
las comunidades (Wiesenfeld, 1996), el contexto globalizado en
el que se inserta la transformación social (Quintal de Freitas,
2005), la violencia y la guerra psicológica en un escenario de
conflicto armado (Barrero Cuellar, 2006), la represión políti-
ca en la memoria histórica y colectiva (Gaborit, 2008; Dobles
Oropeza, 2009a), los marcos de exclusión y pauperización en
los que debe desarrollarse el trabajo educativo en poblaciones
indígenas (Flores Osorio, 2014), el capitalismo subdesarrolla-
do con sus efectos de corrupción y desigualdad (González-Rey,
2017) o la violencia institucional y estructural en comunidades
urbanas y suburbanas (León Cedeño, Montenegro y Kazuyoshi
Fuji, 2017).
80 psicología crítica

Los aspectos recién mencionados son tan sólo algunos de


aquellos por los que se caracteriza una realidad tan compleja
como despiadada que ni deja de sufrirse en Latinoamérica ni
deja de conocerse y cuestionarse en una psicología crítica lati-
noamericana decididamente realista y a menudo políticamente
comprometida, la cual, gracias a su desarrollo y a su consoli-
dación, ha dado ya lugar a encuentros académicos (entre ellos
una docena de congresos internacionales de psicología social
de la liberación), obras colectivas (v. g., Jiménez-Domínguez,
1990, 2008; Flores Osorio, 2007, 2014a, 2014b; Pavón-Cuéllar,
2017c) y números monográficos de revistas (v. g., Lacerda y
Dobles, 2015; Flores Osorio, 2018). Mientras que todo esto con-
firma tácitamente la vigencia y la importancia del realismo crí-
tico en el contexto latinoamericano, Amalio Blanco, Luis de la
Corte y José Manuel Sabucedo defienden abiertamente su per-
tinencia para cimentar la psicología social crítica. La convicción
de estos autores españoles es que la perspectiva realista crítica
es la mejor alternativa en lugar de una postura socioconstruc-
cionista juzgada inadecuada y contrastada con la actitud de
Martín-Baró, quien “jamás desconfió epistemológicamente de
la realidad, sino de su condición fatalista, injusta, opresora, es
decir, de su condición victimaria” (Blanco et al., 2018: 16). La
realidad no es aquí, en efecto, algo de lo que se desconfíe en el
plano del conocimiento, sino algo que se denuncia y contra lo
que se lucha en el plano de las relaciones económicas, sociales
y políticas.
En las perspectivas liberacionistas y social-comunitarias la-
tinoamericanas, la crítica es en la realidad y no de la realidad.
No es una especulación teórica supuestamente exterior a la
realidad como en la crítica trascendente filosófica de la psicolo-
gía, sino que es una actividad práctica interior, implicada en lo
real, como aquella en la que desemboca la crítica marxista: una
actividad que tan sólo puede negar la realidad al enfrentarse a
ella y luchar en ella para transformarla. Esta posibilidad sigue
planteando un dilema crucial para la psicología crítica en la
actualidad: aquel por el que debe decidir entre la crítica sólo
teórica y la crítica también práctica, entre la reflexión contem-
plativa y la acción comprometida, entre la observación de la so-
ciedad y la participación en ella, entre el puro cuestionamiento
actualidad 81
de la psicología y la transformación de la realidad y de la psico-
logía como parte de la realidad.

A partir de Parker. La confrontación política


en lugar de la discusión apolítica

El dilema entre la crítica teórica y la crítica práctica puede


quedar abierto, en suspenso, tal como sucede en la orientación
de psicología crítica inaugurada por el psicólogo británico Ian
Parker. El mismo Parker, al igual que muchos de los que se
inspiran de su trabajo, ha mantenido una postura indefinida,
irresoluta, entre su impulso militante y su elevado teoricismo.
Se observa la misma indefinición de Parker y de quienes se
vinculan con él ante los otros dilemas que aquí hemos plan-
teado: entre la radicalidad y la estabilidad-institucionalidad,
entre la deconstrucción y la reconstrucción, e incluso entre el
realismo y el relativismo.
La irresolución realista-relativista puede resultar descon-
certante cuando recordamos que Parker fue el mayor defensor
del realismo crítico ante el relativismo posmoderno a finales
de los años noventa del siglo xx. Sin embargo, con el paso del
tiempo, él mismo se retractó de su rechazo del relativismo con-
siderando que “estaba equivocado” y que los argumentos rela-
tivistas eran los mejores para “desmantelar las pretensiones
de verdad y las ambiciones directivas de la psicología” (Parker,
2015c: 4). Ahora bien, si el relativismo es útil para impugnar
el conocimiento psicológico universalista y objetivista, esto no
quiere decir que lo sea para cuestionar las funciones represi-
vas, ideológicas y disciplinarias de la psicología en el sistema
capitalista. Para esto último, desde luego, se necesita de una
óptica realista. De ahí que Parker llegue a sostener que el rea-
lismo es la “posición más radical” ante la psicología como “prác-
tica” y que el construccionismo relativista es la “posición más
radical” ante la misma psicología como “experiencia vivida” en
diferentes contextos culturales e históricos (Parker, 2015d: 100-
101). Esto no impide, claro está, que Parker siga en la trinchera
“política radical” para oponerse al “relativismo liberal” posmo-
82 psicología crítica

derno, acrítico y apolítico, de “mucho trabajo construccionista


en psicología” (ibíd.: 100).
La forma en que vemos complicarse el dilema realista-re-
lativista es ilustrativa de la manera en que se complican los
demás dilemas en el trabajo de Parker y en la tradición que
inaugura. Esta complicación es la que explica la ya mencionada
indefinición ante los dilemas que hemos planteado, la cual, en
realidad, más que indefinición, revela, por un lado, un esfuerzo
por ir más allá de los términos clásicos en los que se debate la
psicología crítica y social crítica, pero también, por otro lado, un
reconocimiento de la verdad y de la razón de ser de cada una
de las diferentes orientaciones en las que se divide el mismo
trabajo crítico en el campo psicológico. Tal reconocimiento se
ha traducido en una gran diversidad de espacios de reflexión,
discusión y difusión que se han ido abriendo por iniciativa de
Parker y de sus discípulos y colegas: innumerables eventos aca-
démicos y políticos, plataformas como la Discourse Unit y el
Critical Institute, revistas como la Annual Review of Critical
Psychology o Teoría y Crítica de la Psicología, y varios libros
colectivos, entre ellos un excelente manual (Parker, 2015a) en
el que encontramos un abanico de variantes de la psicología crí-
tica, incluyendo la heredera de Holzkamp (Motzkau y Schrau-
be, 2015) y la de la liberación (Burton y Gómez Ordóñez, 2015),
pero también muchas más, como la humanista (Tudor, 2015), la
marxista (Elhammoumi, 2015), la feminista (Mattos, 2015), la
queer (Roselló y Cabruja, 2015), la indígena (Paredes-Canilao
et al., 2015), la poscolonial (Painter, 2015), una de inspiración
psicoanalítica (Malone y Friedman, 2015) y otra orientada por
el esquizoanálisis (Skott-Myhre, 2015a).
Las recién mencionadas expresiones de psicología crítica pa-
recen tener un único denominador común: un solo rasgo de iden-
tidad por el que podemos hablar de una orientación inaugurada
por Ian Parker. Este rasgo es un cierto ingrediente político, el
cual, aunque a menudo sea mínimo y difícilmente perceptible,
permea todos los trabajos a los que nos hemos referido, hace
que muestren sensibilidad hacia el poder y la dominación y nos
permite situarlos en una larga historia de psicología crítica y
de crítica de la psicología que viene desde Marx y el marxismo y
que pasa posteriormente por Vygotsky, Politzer, los freudomar-
actualidad 83
xistas, la Escuela de Fráncfort, las corrientes althusseriana y
foucaultiana, la vieja y la nueva psicología radical, la trinchera
latinoamericana comunitaria y liberacionista, en cierta medida
la psicología crítica holzkampiana y sólo algunas expresiones
de la psicología posmoderna socioconstruccionista, discursiva
o afectiva.
En todos los casos, en esa larga línea que va desde Marx
hasta la orientación que Parker inaugura, los acercamientos
críticos a la psicología son al menos parcialmente políticos.
Podemos afirmar asimismo que son inmanentes y no trascen-
dentes con respecto a la realidad cultural, social e histórica, es
decir, no son tan sólo epistemológicos, teóricos y conceptuales,
como lo han sido a menudo en el posmodernismo y por lo gene-
ral en la milenaria crítica filosófica de la psicología que va de
Aristóteles a Canguilhem.
Llegamos así a un último dilema al que se enfrentan des-
de un principio los psicólogos críticos y por el que deben optar
entre, por un lado, la elucubración apolítica sobre las formas
psicológicas de conocimiento, saber o discurso, y, por otro lado,
la confrontación política en torno a la psicología como parte de
una realidad histórica, social y cultural, siempre atravesada
por estructuras y relaciones de poder y dominación. En caso de
que opten por la confrontación política, los psicólogos críticos
no podrán cuestionar lo psicológico sin cuestionar aquello de lo
que forma parte, como es, en el nivel global, el sistema capita-
lista patriarcal y normativo, racista, primero colonial y ahora
neocolonial y neoliberal.
Posiciones críticas anticapitalistas. Marxismo,
esquizoanálisis, liberacionismo

La opción decidida por la crítica política suele imprimirle un


acento antisistémico a la actual psicología crítica. Ya sea que
este acento sea predominantemente anticapitalista o antipa-
triarcal o anticolonial o anti-lo-que-sea, la regla será que apun-
te al sistema en el que se inserta la psicología, que la constitu-
ye y que se expresa en ella. El problema fundamental no será
tanto el dispositivo psicológico sino más bien aquello de lo que
forma parte y por lo que opera como lo hace.
Como lo vimos en un principio, cuando nos percatamos de que
el problema fundamental no es la psicología sino el sistema
que se manifiesta en ella, nos encontramos en una situación
comprometedora en la que ya no podemos criticar lo psicológi-
co sin posicionarnos políticamente ante el sistema. Esto es así
porque el sistema tiene siempre un carácter político para quien
lo piensa y porque uno siempre ocupa una posición políticamen-
te determinada con respecto a él. De ahí que la crítica no pueda
evitar ser política, estar políticamente posicionada, cuando se
atreve a profundizar en la cuestión de la psicología y remontar-
se así hasta la cuestión del sistema que subyace a ella.
Lo común en la actual psicología crítica es que el sistema no
sea confrontado en bloque y como totalidad sino en sus distin-
tos aspectos, los cuales, al confrontarse, pueden considerarse
como tales, como aspectos del sistema, o bien como sistemas
independientes. En cualquier caso las distintas entidades sisté-
micas han dado lugar a diferentes propuestas anti-sistémicas.
Nos referiremos ahora, para terminar, a las más importantes
de estas propuestas en la actual psicología crítica: las anticapi-
talistas, las antirracistas, las anti-coloniales, las anti-patriar-
cales y las anti-normativas.
Las propuestas que se oponen al capitalismo son las más difí-
ciles de aprehender por causa de su profusión y dispersión. Una

85
86 psicología crítica

gran parte de la psicología crítica tiene un carácter anticapita-


lista más o menos explícito que se acentúa especialmente en sus
perspectivas marxistas, en las cuales a menudo la psicología es
criticada por los servicios que rinde al capitalismo y de modo
específico, desde hace algunos años, al capitalismo neoliberal:
servicios de tipo fundamentalmente ideológico, encubridor y
mistificador, pero también persuasivo, mediador, apaciguador,
sedante, adaptativo, disciplinario, enajenante o individualiza-
dor y disolvente de lo colectivo y lo comunitario. A veces estos
servicios propiamente psicológicos pasan a un segundo plano
en una crítica más amplia que se dirige a lo que el capitalismo
le hace al psiquismo humano con o sin la mediación de la psi-
cología. En uno u otro caso, el sistema capitalista es el objeto
último de crítica.
Ya hemos visto cómo los medios psicológicos y los efectos
psíquicos del capitalismo han sido criticados en los propios
Marx y Engels, así como en Trotsky, Voloshinov, James y Dalla
Costa, Braunstein y sus colaboradores, Deleule, Wexler, Ve-
raza, González-Rey y especialmente Parker. En la actualidad,
junto con los aportes de los tres últimos autores, hay que refe-
rirse asimismo al trabajo crítico abiertamente anticapitalista
realizado en al menos tres corrientes paralelas: una marxista
o afín al marxismo, con autores como Grahame Hayes (2001,
2004, 2016), Fred Newman y Lois Holzman (2003, Holzman,
2013), Athanasios Marvakis (2011, 2015), Michael Arfken
(2015, 2018) y David Pavón-Cuéllar (2012, 2016), quienes aso-
cian el capital a cuestiones de ideología, explotación, mercan-
tilización, enajenación y luchas de clases; otra esquizoanalíti-
ca, representada por deleuzianos como Domenico Hur (2013) y
Hans Skott-Myhre (2015a, 2015b), quienes prefieren plantear
el problema del capitalismo en términos de agenciamientos
psico-políticos, deterritorialización y máquinas o procesos de-
seantes; otra más heredera de la psicología de la liberación,
con latinoamericanos como Raquel Guzzo y Fernando Lacer-
da (2007), Ignacio Dobles Oropeza (2009b), Jorge Mario Flores
Osorio (2011, 2017) y Edgar Barrero Cuellar (2014), quienes
acentúan las manifestaciones coloniales e imperialistas del
sistema capitalista. Varios de estos autores y otros más han
posiciones críticas anticapitalistas 87
coincidido en monográficos de revistas (Parker, 1999c; Arfken,
2011; Painter, Pavón-Cuéllar y Moncada, 2015) y en libros co-
lectivos (Parker y Spears, 1996; Hur y Lacerda, 2016; Parker y
Pavón-Cuéllar, 2017; Pavón-Cuéllar, 2017c) dedicados al mar-
xismo y a otras perspectivas representativas del anticapitalis-
mo en psicología crítica.
Posiciones críticas antirracistas
y anticoloniales. Psicologías negra, africana,
poscolonial y decolonial

Un detalle crucial que suele pasarse por alto entre los psicólo-
gos críticos anticapitalistas, con la notable excepción de quienes
adhieren a la psicología de la liberación, es que el sistema capi-
talista y sus medios psicológicos, aunque se hayan generalizado
y globalizado, no son en su origen y en su historia ni cultural ni
racialmente neutros. El capitalismo y su psicología, en efecto,
han sido originariamente blancos y euroamericanos, occidenta-
les y septentrionales, y su desarrollo y expansión resultan in-
disociables de una larga historia de racismo y colonialismo. De
ahí la pertinencia y la relevancia de los enfoques antirracistas
y anti-colonialistas en la psicología crítica.
Los psicólogos críticos antirracistas se asignarán faenas
como las de cuestionar la normalización de la blancura en la
sociedad y en la psicología, problematizar teorías psicológicas
en las que se mantiene la significación de la raza y considerar
posibilidades psicosociales para perturbar expresiones racistas
(Howarth y Hook, 2005). El antecedente de esta opción críti-
ca es la investigación psicológica del racismo, la cual, después
de más de medio siglo de avances en la psicología tradicional,
tuvo algunas de sus mejores expresiones en el campo discursivo
de la psicología social crítica (v. g., Wetherell y Potter, 1992).
Tanto la perspectiva discursiva como la socioconstruccionista
pasaron después a ocuparse críticamente de la psicología y se
mostraron efectivas al impugnar visiones positivistas que re-
producen el ocultamiento de la construcción social de la raza (v.
g., Ahmed, 2008).
Además de que no proporciona un respaldo real para un posi-
cionamiento como el antirracista, el posmodernismo discursivo
y socioconstruccionista no deja de resultar limitado en el alcan-
ce de su consideración de la realidad. Sus límites serán explíci-
tamente criticados y tentativamente superados en al menos dos
89
90 psicología crítica

incursiones de la psicología crítica en el tema del racismo. Una


será la marxista defendida por Don Foster (1999), la cual, apar-
te de posibilitar un análisis de lo histórico y estructural que sub-
yace a las manifestaciones racistas, ofrece una fundamentación
y justificación para el posicionamiento antirracista del psicólogo
crítico. La segunda perspectiva de psicología crítica del racismo
es la psicoanalítica desarrollada por Derek Hook (2004, 2012)
en la que se enfatizarán aspectos subjetivos extra-discursivos,
corporales y viscerales, afectivos y disruptivos, irracionales e hi-
persexualizados que tampoco son captados por la investigación
discursiva y socioconstruccionista del racismo.
Foster y Hook buscan la mejor manera de estudiar el racismo
en la sociedad, pero tienden a dejar de lado la tarea distintiva
de la psicología crítica antirracista: la de oponerse críticamente
al racismo en el seno mismo de la psicología. Dicha tarea será
mantenida por los psicólogos críticos afiliados a los proyectos
de psicología negra en Estados Unidos y de psicología africana
en Sudáfrica. La primera, tal como la presenta Garth Stevens
(2015), realiza un cuestionamiento de la psicología blanca y de
su caracterización racista de la experiencia negra como abe-
rrante, desviante y deficitaria, y muestra la incompatibilidad
entre la estrecha visión psicológica euroamericana, predomi-
nantemente individualista y liberal-humanista, y la óptica
negra basada en supuestos cosmológicos africanos como la in-
terdependencia entre naturaleza y humanidad, la conectividad
grupal, el funcionamiento colectivo simbiótico y la temporali-
dad cíclica. Por su parte, la psicología africana, en la versión de
Nhlanhla Mkhize (2004), denuncia la manera en que la ciencia
psicológica occidental margina e invisibiliza concepciones psi-
cosociales indígenas que presuponen la relación orgánica entre
los individuos, la identidad relacional de la persona y la comu-
nidad como forma de vida. Tenemos aquí, en las concepciones
de la psicología africana, conocimientos que son completamente
diferentes de la ciencia y que nos exigen, según las brasileñas
Simone Nogueira y Raquel Guzzo (2016), adoptar un pluralis-
mo epistemológico y romper con el paradigma eurocéntrico, ra-
cista y blanco-céntrico aún dominante en la psicología.
Tanto Mkhize como Nogueira y Guzzo asignan objetivos
abiertamente descolonizadores a sus propuestas antirracistas
posiciones críticas antirracistas y anticoloniales 91
de psicología crítica africana. Estos objetivos entroncan ya con
una opción anticolonial, poscolonial y decolonial, que tiene sus
antecedentes en los clásicos del decolonialismo y del poscolo-
nialismo (v. g., Fanon, 1952; Said, 1978; Spivak, 1990). En el
terreno psicológico, la opción anticolonial se origina, por un
lado, en las psicologías indígenas que buscan escapar al univer-
salismo colonial psicológico y recobrar las formas particulares
en que los diferentes pueblos dan sentido a su existencia (Kim
y Berry, 1993; Paredes-Canilao et al., 2015), y, por otro lado, en
proyectos liberacionistas como el de Ignacio Martín-Baró (1986,
1989), ya expuesto con anterioridad, y el del somalí Hussein
Abdilahi Bulhan (1985) quien puede ser considerado el funda-
dor del anticolonialismo psicológico. La opción anticolonial ya
es evidente en un trabajo clásico en el que Bulhan (1985) se
basa en Frantz Fanon para impugnar la psicología euroameri-
cana y para proponer en su lugar una psicología de la liberación
que tendría una clara tonalidad decolonial y tres orientaciones
liberatorias: del individualismo al bienestar colectivo, de los
instintos a las necesidades humanas y del ajuste al empodera-
miento. Agregando posteriormente dos otras orientaciones, del
victimismo pasivo a la auto-determinación activa y de la visión
desde arriba a la visión desde abajo, Bulhan (2015) reflexiona
sobre la forma en que la colonización opera no sólo como una
ocupación de la tierra con sus recursos materiales sino como
una ocupación del ser con sus recursos psicológicos, la cual, des-
pués de profundizarse en los tiempos neocoloniales, alcanzaría
la mayor profundidad en el actual “metacolonialismo” que se
disimularía en la globalización.
La ocupación colonial del ser utiliza los más diversos me-
dios, entre ellos la propia psicología científica, académica y
profesional. Esta psicología es criticada en las perspectivas an-
ti-coloniales por su objetivación de los sujetos indígenas, por su
individualismo y sus propósitos asimilacionistas (Sonn, 2004),
así como por su construcción de representaciones orientalistas
de los colonizados, marcadas por el prejuicio y por el exotismo, y
por su éxito al hacer que los psicólogos locales interioricen esas
representaciones en lugar de explorar y desarrollar psicologías
indígenas (Bhatia, 2002). La misma psicología será cuestiona-
da igualmente por su eurocentrismo, por su universalización y
92 psicología crítica

naturalización, por su movimiento unidireccional de exporta-


ción del primer al tercer mundo, por su producción en el prime-
ro y su consumo en el tercero, y por su distorsión y destrucción
de los sistemas de conocimiento psicológico de los colonizados
como precondición para el establecimiento de su pretendida su-
perioridad epistémica (Staeuble, 2006). El cuestionamiento se
dirige incluso a la psicología crítica porque es adoptada en la
periferia sin que medie una reflexión poscolonial (Macleod y
Wilbraham, 2006).
Así como la psicología crítica fue criticada por autores posco-
loniales, el poscolonialismo, como variante de la opción anti-colo-
nial, fue discutido en el campo de la psicología crítica. El mismo
Ian Parker (2006) le reprocha su lado posmoderno, moralizador
y academicista. Desmond Painter (2015) se pregunta si lo pos-
colonial puede ser verdaderamente crítico y se preocupa por su
afición a la psicología en lugar de la verdadera confrontación con
el capitalismo y con la opresión colonial. En el mismo sentido,
ateniéndose al contexto sudafricano, Malose Makhubela (2016)
deplora que las perspectivas psicológicas anticoloniales, tanto
poscoloniales como decoloniales, han tendido a reducir la deco-
lonización a una simple africanización en la que se delataría un
estrecho localismo, un esencialismo típicamente eurocéntrico,
un derrotismo complementario de la dominación y un particu-
larismo tan peligroso como el universalismo pues ignoraría el
carácter universal de lo africano y su contribución a un conoci-
miento occidental que no sería monolítico.
En lugar de reclamar su lugar en el mundo y enfrentarse
críticamente a sus tendencias universalistas y excluyentes, al-
gunos psicólogos decoloniales y poscoloniales adoptarían una
actitud más bien acrítica en la que evitarían el conflicto y se
replegarían en su particularidad. Es así como nos demostra-
rían que no basta que una propuesta psicológica sea anticolo-
nial para que sea indiscutiblemente crítica. Su carácter crítico,
en efecto, podría estar condicionado por un marco universal o al
menos pluriversal compartido con lo criticado.
Posiciones críticas anti-patriarcales y anti-normativas
Feminismo, lgbttti, queer

Así como una psicología no es crítica tan sólo por ser decolonial
o poscolonial, así también requiere de algo más que una sensi-
bilidad femenina o feminista para que su carácter crítico esté
fuera de cualquier discusión. De ahí que podamos discutir que
obras ya clásicas de psicología de la mujer como las de Jean
Baker Miller (1976) y Carol Gilligan (1982) sean descritas como
trabajos de psicología crítica. Esta descripción es discutible
porque no hay en ellas un cuestionamiento ni de la psicología
como tal ni tan siquiera de sus presupuestos epistemológicos
empiristas y positivistas.
Las mencionadas aproximaciones convencionalmente psico-
lógicas a la feminidad y al feminismo deberían ser más bien
objeto de cuestionamiento por parte de la psicología crítica. Es
lo que han sido para Erica Burman (1998) quien las cuestiona
porque se alían con la ciencia psicológica y con sus tendencias
instrumentalistas, controladoras, manipuladoras, ahistóricas,
esencialistas y aislantes de la cuestión femenina. Tales tenden-
cias justifican sobradamente que Burman, lo mismo que Sue
Wilkinson (1991) y que Celia Kitzinger y Rachel Perkins (1993),
observe una profunda incompatibilidad entre el feminismo y
una psicología que se ha desarrollado en estrecha complicidad
con el sistema patriarcal. Es precisamente en el espacio de esta
incompatibilidad en donde habrá de situarse la acción antipa-
triarcal de la psicología crítica feminista (Wilkinson, 1997).
Las psicólogas críticas feministas nos descubren diversos vi-
cios, errores y sesgos de la psicología en los que alcanzamos a
barruntar la huella del patriarcado. Wilkinson (1991) denuncia
que el saber científico psicológico excluye a las mujeres, distor-
siona su experiencia, juzga esta experiencia de acuerdo a nor-
mas y pautas masculinas, comprende a la mujer sólo como ca-
tegoría unitaria y en comparación con el hombre y confunde lo
masculino con lo neutral y objetivo. Kitzinger y Perkins (1993)

93
94 psicología crítica

le reprochan principalmente a la psicología el confinamiento


de lo político a lo privado a través de la individualización y la
patologización de la experiencia femenina. Este proceso de in-
dividualización y patologización interesa también a Wilkinson
(1997), quien denuncia el daño que la psicología inflige a las
mujeres al patologizarlas como individuos y al responsabilizar-
las así individualmente de lo que tiene su causa en la socie-
dad opresiva. Erica Burman (1998) observa la forma en que
procede la misma patologización en el discurso psicológico, no
sólo de manera franca y directa, sino indirecta y sutil: patolo-
gizando y devaluando cualidades culturalmente asociadas con
lo femenino.
Todas las psicólogas críticas recién mencionadas reconocen
de un modo u otro que las mujeres no pueden sino ser incom-
prendidas y desvalorizadas por una psicología en la que domina
la perspectiva de la masculinidad, el patriarcado y el androcen-
trismo. Teresa Cabruja Ubach (2008) pone de relieve el aspecto
androcéntrico de esta perspectiva dominante de la psicología
y muestra la forma en que se encubre y se reproduce a través
de la opción decidida por lo científico y lo objetivo, la cual, ba-
sada en los dualismos ciencia/política y objetividad/subjetivi-
dad, tiende a prescindir totalmente de un feminismo relegado
al campo de lo político y lo subjetivo. En el mismo sentido, en
un trabajo sintético de Amana Mattos (2015), la psicología es
criticada por lo que ocultan y mantienen sus pretensiones de
neutralidad y universalidad: su concepción del sujeto autónomo
y desarrollado como alguien con atributos asociados a la mas-
culinidad, su concepto de identidad que excluye rasgos femeni-
nos y sus discretos procesos a través de los cuales refuerza la
heterosexualidad y perpetúa la heteronormatividad.
La denuncia feminista de la orientación heteronormativa de
la psicología nos conduce a otro frente de la psicología crítica,
el anti-normativo, que tiene sus orígenes en la psicología gay
afirmativa desarrollada contra la patologización de la homose-
xualidad (para un balance, ver Kitzinger, 1997) y en ulteriores
elaboraciones psicológicas de las afirmaciones anti-heteronor-
mativas de la diversidad sexual en sus variadas formas: lés-
bica, gay, bisexual, transexual, transgénero, trasvesti e inter-
sexual, que fueron sucesivamente sintetizadas en las etiquetas
posiciones críticas anti-patriarcales... 95
lgbt, lgbti y lgbttti, y finalmente subsumidas y trascendidas
con la expresión inglesa queer, traducida por extraño o raro,
que a veces terminó añadiéndose a las siglas anteriores bajo
las formas lgbtq, lgbtiq o lgbtttiq (Clarke et al., 2010). La psi-
cología queer es la que expresa mejor, de manera más conse-
cuente y contundente, la opción anti-normativa de la psicología
crítica, llevándola hasta sus últimas consecuencias al rechazar
cualquier normalización, cualquier naturalización, regulación,
predeterminación y esencialización de la sexualidad y de otras
esferas de la experiencia humana en la psicología, tanto de tipo
heteronormativo como también homonormativo, lo cual, por
cierto, provoca un retorno crítico sobre los estudios lgbt y sus
desarrollos psicológicos (v. g., Downing y Gillet, 2011; Alldred
y Fox, 2015).
Una idea fundamental de la opción queer es que la sexuali-
dad, al igual que las demás dimensiones humanas constitutivas
del saber psicológico, no tiene un meollo duro esencial y prede-
terminado heterosexual u homosexual que no pueda modificar-
se, como frecuentemente lo pretende la psicología convencional
heteronormativa, pero asimismo la homonormativa. No hay
un sustrato inmodificable de la experiencia humana sino que
todo en ella es modificable porque todo tiene un carácter perfor-
mativo. Todo se hace a cada momento y es por esto que puede
transformarse ilimitadamente y dejar de ser lo que es cuando el
sujeto se lo reapropia en el ejercicio de la performatividad. Esta
noción de “lo performativo”, tal como es formulada por Judith
Butler (1990), es un concepto clave de la teoría queer.
El frente anti-normativo y queer de la psicología crítica se
ha desarrollado en vecindad y en estrecha relación y hasta in-
terpenetración con el feminista anti-patriarcal, aunque tam-
bién a menudo en conflicto con él, tendiendo a suplantarlo y
pretendiendo superarlo (Santana Borges, 2014). El concepto de
performatividad y la idea misma de lo queer, en efecto, supera-
rían ciertas interpretaciones de la feminidad y de la diferencia
sexual en las que reposan concepciones compartidas por am-
plios sectores del feminismo. Sin embargo, si hay esta preten-
dida superación en el ámbito académico, ha sido igualmente
gracias a una corriente feminista particular que se verá bien
96 psicología crítica

representada en la psicología social crítica por el relativismo


posmoderno discursivo y socioconstruccionista.
En las propuestas críticas de feminismo relativista, la psi-
cología es cuestionada principalmente por su esencialización y
normalización de las diferencias sexuales (Hare-Mustin y Ma-
recek, 1994), por su construcción de la mujer como una categoría
fija y por sus oposiciones binarias que organizan construcciones
estereotipadas de género (Hepburn, 1999, 2000). El problema
obvio es que tales críticas típicamente anti-normativas pueden
también dirigirse, con justicia y ecuanimidad, a cierto feminis-
mo que las merece tanto como la psicología. Es lo que sucede
en Margot Pujal i Llombart (1998), quien ofrece una propuesta
postfeminista anti-normativa de psicología social crítica en la
que el feminismo es recriminado por la dimensión tiránica de
la identidad en la que se funda, por su marginación y acalla-
miento de cualquier desidentificación, por sus dicotomías que
esclerotizan la dinámica social y por su concepción esencialista
y objetivista de la historia de lucha de las mujeres.
Las profundas afinidades entre la psicología social crítica
posmoderna y el frente antisistémico anti-normativo se ponen
de manifiesto en un extraño texto programático de la opción
queer en psicología crítica. Sus autores, Lisa Downing y Robert
Gillet (2011), no son psicólogos académicos ni profesionales.
Esto les permite ofrecer una visión externa inédita y original,
aunque también a veces francamente delirante, sobre el ámbito
psicológico. Empiezan reduciendo toda la psicología crítica a su
versión posmoderna, como si no hubiera ninguna otra corrien-
te de las que aquí hemos analizado, y terminan equiparando
su historia y su discusión de la psicología convencional con el
desarrollo de la teoría queer y su controversia con los estudios
lgbt. Una vez que se ha configurado así el espacio argumenta-
tivo, descubren interesantes coincidencias entre la psicología
crítica y la teoría queer: ambas presupondrían sujetos discur-
sivamente construidos, ambas tendrían conciencia del carác-
ter ficticio de la verdad, ambas desafiarían la ciencia normal
consensuada, ambas estarían implicadas en un desplazamiento
del positivismo a la pluralidad y fragmentación posmodernas y
ambas resistirían contra las ambiciones imperialistas de la mo-
dernidad manifestadas en la psicología y en los estudios lgbt.
posiciones críticas anti-patriarcales... 97
Las recién mencionadas coincidencias entre la teoría queer
y cierta psicología crítica podrían sumarse a otras detectadas
por Miguel Roselló Peñaloza y Teresa Cabruja Ubach (2015).
Estos autores también asimilan toda la psicología crítica a su
corriente posmoderna relativista, discursiva y construccionista,
y es asimismo tal reduccionismo el que les permite verla coin-
cidir con la teoría queer en aspectos como el reconocimiento de
la construcción social de los fenómenos humanos, la disolución
de las fronteras disciplinarias, el empleo de métodos como el
deconstructivo derridiano y el genealógico foucaultiano y la opo-
sición a cualquier forma de positivismo, humanismo, individua-
lismo o universalismo. A pesar de tales coincidencias, Roselló
Peñaloza y Cabruja Ubach consideran el peligro de que la psi-
cología crítica se vea desarticulada por la radical anti-norma-
tividad propia de la teoría queer, por su descentramiento con
respecto a cualquier norma y por sus efectos desestabilizadores.
Vemos pues que la opción anti-normativa podría llegar a re-
presentar un riesgo para el conjunto de la psicología crítica.
En efecto, ¿cómo continuar abordando críticamente el sistema
y su dispositivo psicológico si nos oponemos a cualquier tipo de
criterio normativo en el que se funde nuestra crítica? Esta cues-
tión, que debería ser igualmente un reto para los psicólogos crí-
ticos, resuena con las inquietudes por las que la psicología social
crítica posmoderna entró en crisis, mereció fuertes cuestiona-
mientos desde posiciones realistas y terminó perdiendo terreno
ante las otras orientaciones actuales de la psicología crítica.
Conclusión. El sistema psicologizado

Quizás las ideas posmodernas sean tan corrosivas que amena-


cen con desgastar y degradar el filo político radical de la psico-
logía crítica, pero esto no excluye que ellas mismas puedan po-
sicionarse políticamente y adoptar una radicalidad como la que
exhiben en sus posiciones anti-normativas. Estas posiciones,
junto con las demás revisadas en los últimos capítulos, vienen a
confirmar que el elemento antisistémico resulta inseparable de
la psicología crítica incluso en sus expresiones aparentemente
menos politizadas. Tal vez podamos permitirnos entonces ase-
verar algo muy discutible: que la psicología crítica en todas sus
expresiones implica necesariamente un posicionamiento políti-
co radical, dado en potencia o ya realizado en acto, contra el
sistema capitalista, racista y colonial o neocolonial, patriarcal
y normativo. Aquí la necesidad ha de entenderse en un sentido
prescriptivo y no sólo descriptivo: lo antisistémico no sólo se
comprueba prácticamente siempre sino que deberá comprobar-
se para que algo merezca ser aceptado como psicología crítica.
El interés político de la psicología crítica en el sistema no
sólo se explica por la evidente inserción de lo psicológico en lo
sistémico, sino por el cada vez más importante fenómeno de
psicologización, especialmente estudiado por Jan De Vos (2012,
2013). Este fenómeno hace que la psicología desborde su propia
esfera, se difunda en la sociedad e impregne extensas porciones
del sistema (Parker, 2009a). Lo sistémico se ve ampliamente
psicologizado. La psicologización, que es también una despoli-
tización, puede incluso afectar a lo antisistémico y de igual ma-
nera, desde luego, a la misma psicología crítica. Es un peligro
que acecha y que preocupa (Gordo López, 2002).
En el caso de la psicología crítica, la psicologización parece
relativamente inevitable. Como se recordará, si la psicología
crítica se distingue de sus antecedentes filosóficos y políticos de
crítica de la psicología, es por sus términos psicológicos y por-
que parte de la psicología para volverse críticamente hacia ella.

99
100 psicología crítica

Es verdad que puede y suele ocurrir que la psicología crítica


termine rompiendo con la psicología. Sin embargo, aunque sea
finalmente crítica, no deja de ser originariamente psicología.
Quizás incluso deba concederse que no deja de psicologizar y
así despolitizar, en mayor o menor grado, a pesar de su afán de
repolitizar al despsicologizar. De ahí su debilidad pero asimis-
mo su potencial fuerza en la actualidad.
¿Por qué privarse de usar estratégicamente, de modo tan
prudente como inteligente, la fuerza que ha cobrado lo psico-
lógico en las últimas décadas? ¿Por qué no tratar de retornar
esta fuerza contra un sistema tan psicologizado como aquel al
que nos enfrentamos? Lo preocupante aquí no es nuestro uso
estratégico de la psicología sino su empleo cada vez más ge-
neralizado y cada vez más efectivo en el sistema, siguiendo su
lógica, para sus propósitos y en su beneficio. Lo que preocupa,
en efecto, es la forma en que la tonalidad psicológica tiende a
colorear las más diversas manifestaciones del capitalismo, el
neoliberalismo, el neocolonialismo y las demás entidades sisté-
micas dominantes.
Uno ya no puede ser anticapitalista o antipatriarcal sin
tener que lidiar con la psicología que ha venido a reforzar y
disimular múltiples recursos ideológicos del capitalismo o del
patriarcado. La psicologización despolitizadora se ha converti-
do en algo con lo que tropezamos una y otra vez en el terreno
político. Tal vez convenga recordar ejemplos de esta psicologi-
zación que todos conocemos y en los que se aprecian claramente
los efectos despolitizadores del fenómeno.
Los problemas socioeconómicos de la población terminan
disociándose de lo político al ser individualizados, reinterpre-
tados en los términos de la psicología y así confinados al inte-
rior de los sujetos. Características psicológicas de candidatos
a gobernantes, como su perfil de personalidad o su control de
las emociones, llegan a ser más decisivas para la votación que
la clase que representan, sus tendencias políticas o sus pro-
gramas económicos. La desigualdad se explica por la diferente
actitud, capacidad y motivación de ricos y pobres, olvidando la
explotación de los primeros y los privilegios de los segundos. El
cambio que se necesita ya no es de carácter estructural y socioe-
conómico sino personal, motivacional, emocional o actitudinal;
conclusión 101
es un cambio que está en uno mismo; está en la manera de ver
el mundo y no en el mundo. Aquello con lo que debe acabarse no
es el hambre y la miseria sino los ojos con los que estos hechos
se miran y el ánimo pesimista con el que se juzgan. ¿Y la violen-
cia? Puede solucionarse al producir emociones en los violentos, al
atemorizar a los criminales y no al incidir en las circunstancias
de injusticia, pobreza, exclusión o discriminación racial. Ya no es
necesario luchar contra el imperialismo ni con las estructuras
planetarias que reproducen relaciones coloniales de explota-
ción y dependencia entre los países, sino que basta un cambio
de mentalidad en las naciones pobres, desarrollando las capa-
cidades individuales de sus ciudadanos, estimulando su inte-
ligencia y fomentando la resiliencia, el emprendedurismo y el
espíritu competitivo.
Los recién mencionados ejemplos de psicologización pueden
ser discutidos tanto dentro como fuera de los ámbitos académi-
cos y profesionales de la psicología con muchas de las estrate-
gias argumentativas con las que nos hemos ido encontrando; por
ejemplo, mostrando que lo psicologizado, como nos lo enseñó el
socioconstruccionismo, es una construcción social y no algo real
independiente de la sociedad, o bien reconduciendo lo mismo
psicologizado a lo que disimula y es realmente, a su realidad
socioeconómica, siguiendo la enseñanza radical, realista críti-
ca, marxista o liberacionista. Estas estrategias resultan útiles,
entonces, lo mismo para psicólogos que para activistas, estu-
diosos de la sociedad y todos los demás que deban lidiar con lo
psicologizado.
Como vemos, la creciente psicologización de lo no-psicoló-
gico hace que la psicología crítica y la crítica de la psicología
dejen de ser relevantes únicamente para los psicólogos. Ya no
son solamente ellos los que deben lidiar con la psicología, con
sus errores, vicios y abusos. Lo psicológico se ha difundido y ha
proliferado a tal punto que nadie puede ignorarlo.
Así como los psicólogos críticos entendieron muy pronto que
no había manera de abordar críticamente la psicología sin con-
frontar el sistema que se manifiesta en ella, así ahora los di-
versos enemigos del sistema deben entender que no pueden ya
continuar su combate antisistémico sin afrontar una psicología
que impregna todas las manifestaciones del sistema y que se ha
102 psicología crítica

convertido en una de sus más eficaces armas de mistificación y


dominación. Afortunadamente se cuenta con esa larga y rica
experiencia de la psicología crítica y de la crítica de la psicolo-
gía que hemos explorado en el presente libro y que ahora puede
resultar provechosa para desmontar las variadas e intrincadas
maniobras psicológicas del sistema. Todo proyecto combativo
antisistémico requiere hoy de recursos argumentativos como
los que aquí hemos revisado.
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Psicología crítica. Definición,
antecedentes, historia y actualidad,
de David Pavón-Cuéllar,
se terminó de imprimir en agosto de 2019.
Se tiraron 1 000 ejemplares.
La edición estuvo al cuidado
de David Moreno Soto
y Maribel Rodríguez Olivares.
Formación de originales: Caricia Izaguirre.

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