Luxuria Ria - La Socia
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Ría
Libro I: La Socia
La familia Ward es una de las más prominentes de San Francisco. Con una
amplia trayectoria de más de cincuenta años, son las pioneras en el ámbito del
desarrollo inmobiliario de la ciudad y del país. Pero la burbuja inmobiliaria que
explotó en el 2008 ha hecho que el negocio vaya en declive, por lo tanto, los tres
socios de la empresa Ward Walls deciden vender el 21% de las acciones para
financiar la conclusión de un increíble proyecto de construcción de un centro
comercial que se convertirá en el más grande de toda la ciudad.
PRÓLOGO
Revisó una vez más el pasaje en primera clase y sonrió, había pensado
adquirir un vuelo a San Francisco en clase ejecutiva, pero no fue posible, tendría
que esperar casi cinco días para poder tomarlo y ya no quería estar allí más tiempo,
su única opción fue comprar el vuelo a Los Ángeles en primera clase, hacer escala
en Londres y una vez en el Estado de California, pedir un pasaje para su ciudad.
La voz suave de una mujer inició el llamado para abordar, por suerte para
él, al ser de primera clase, iba a entrar de primero y sin tanto problema; se
encaminó por la sala de espera exclusiva y solitaria. Una guapísima aeromoza de
cabello negro y ojos verdes le guiñó coquetamente al recibirle su boleto; se
desplazó por el pasillo que daba al puente de abordaje que compartía con el resto
de los pasajeros, pero al tener un boleto exclusivo, tuvo acceso prioritario. Entró en
la cabina correspondiente después de que la aeromoza le indicó la puerta y le dio
la bienvenida. Se sorprendió al darse cuenta que aparte de él, ya estaba ocupada
una de las ocho cabinas de lujo del lugar; lo que le hizo preguntarse si había
entrado por la entrada convencional, porque en la VIP no había nadie más.
«Pues al menos tengo una muy linda vecina» caviló con una sonrisa seductora
en los labios.
Al igual que con él, una azafata se acercó para ofrecerle una copa de
champaña, que ella aceptó con un ademan elegante y un amable agradecimiento
en perfecto español. En ningún momento lo miró, de hecho, cuando pasó por su
lado siquiera se fijó si había alguien más dentro del área de primera clase.
La hermosa mujer solo se sentó, sacó del bolso de mano que tenía una
laptop, y se dispuso a concentrarse en su trabajo.
Gregory reflexionó que tal vez debía hacer lo mismo, pero su cerebro
extenuado no daba más; decidió acomodarse en su asiento, encendió su pantalla
personal para ver una película y esperó con mucha paciencia a que el avión
terminara de cargar pasajeros para despegar. La misma aeromoza anterior le
preguntó si deseaba un aperitivo para ver su película, declinó con cortesía y se
encasquetó los audífonos para aislarse del mundo.
La diferencia era que cuando encontraba una mujer así, bastaba un revolcón
en el baño del club, o una buena noche apasionada en alguna habitación de hotel.
Sin embargo, con esa dama, sentía que era incomparable, le daba la
sensación de ser fuego contenido debajo de una gélida capa de hielo.
Tal vez así él podría sugerirle cenar juntos, compartir un par de horas de
conversación y quizás, antes de llegar a Los Ángeles, invitarla a almorzar y quizá a
algo más... íntimo.
―¿Te quieres divertir? ―preguntó una voz sensual, con un timbre que
prometía grandiosos placeres. Fue un susurro en su oído, dejando que el tibio
aliento acariciara el pabellón de su oído.
Él estaba deseoso de probar más, así que se elevó sobre ella, sacó su propia
camisa y luego, con celeridad, sacó la de ella, pasándola sobre su cabeza.
Decir que atacó sus pechos es lo más apropiado, los senos eran dos
montañas carnosas que él se dedicó a conquistar, mordisqueó los pezones,
despacio, después de succionar cada pedacito de piel como si se tratara de un
dulce. Cuando su boca se afanaba en uno su mano se encargaba de estimular el
otro, y entre más se retorcía ella debajo de su cuerpo, buscando restregar su sexo
desnudo y caliente contra su pelvis, más la torturaba él, prolongando el deseo.
Volvió a su boca, sus lenguas se enfrascaron en una danza violenta, por más
que intentaban mantener los sonidos al mínimo, las respiraciones los delataban.
A él lo estaba enloqueciendo saber que la tenía desnuda debajo de él, así que
retiró su mano de la boca y volvió a los labios, a los besos desenfrenados, a
chuparle las tetas, sosteniéndose con sus rodillas y brazos para que la mujer no
dejara de masturbarlo. Incluso bajó su mano hasta la entrepierna, esa que parecía
un caldero hirviendo cuando se frotó contra él. En su paseo encontró el clítoris
hinchado, sobresaliendo entre los labios vaginales. Con la exigua luz pudo verla
cerrar los ojos y suspirar, arqueando la espalda al sentir el placer que sus dedos le
estaban otorgando.
Greg introdujo dos dedos en su interior, solícita ella abrió las piernas para
que llegara más adentro, movía las caderas al son que marcaba su mano, cediendo
ante las caricias que él le daba, su boca alrededor de los pechos, los dedos abajo,
presionando su interior, castigando el clítoris; la sintió estremecerse y ahogar un
jadeo, la vagina se contrajo en su interior y casi estuvo a punto de correrse por la
forma en que le apretó la verga cuando tuvo su orgasmo.
Él había hecho cosas muy locas, pero en ese momento nada lo superaba.
Cuando se enderezó para sacarse el resto de su ropa, dispuesto a clavarse en su
vientre y demostrarle lo buen amante que era, ella se elevó un poco, deslizó sus
piernas debajo de él, para colocarse a gatas y sin permitirle entender muy bien lo
que iba a hacer, sintió cómo se lo metía en la boca, hasta lo más profundo de su
garganta.
Y lo hizo.
Ella se estremeció, contrajo los músculos de la vagina y eso casi hizo que él
se corriera; perdió el poco control que había recuperado, aún y cuando tenía el
peso masculino sobre su cuerpo, elevó lo que pudo su propio cuerpo para que él
llegara más adentro, y cuando sintió que el orgasmo la envolvía, surgiendo desde
el centro de su entrepierna, mordió la almohada para no gemir.
Sin aviso se inclinó sobre él, colocando sus manos a cada lado de la cabeza
masculina, dejando al alcance de sus labios los erectos pezones; sus pechos eran lo
suficientemente grandes lo que le permitía hacer algo que le encantaba, así que con
ambas manos recogió las dos mamas y las apretó una contra otra para poder
meterse ambos pezones en la boca.
Succionó, mordió y chupó los dos al tiempo; ella jadeó de forma ahogada y
con aquellos estímulos sus caderas empezaron a moverse de una manera
descomedida. Calambres de placer la estremecieron, el dolorcito detonó el
siguiente orgasmo de una forma brutal. Greg sintió sus contracciones, al vaivén
brusco y arrítmico, que buscaba que su pene llegara mucho más profundo. Verla
en pleno paroxismo orgásmico, rompió el dique y sin soltar los pezones de su boca,
la aferró de las caderas para que no dejara de moverse, para que siguiera
clavándose contra su verga, que en cuestión de segundos explotó.
El orgasmo fue como un maremoto, una enorme ola que barrió con todo,
soltó los pechos y jadeó como una bestia, pero ella se apresuró a taparle la boca con
ambas manos. A la par que no cejaba en sus movimientos castigadores, dándose
placer con la carne palpitante en su interior.
Despertó porque alguien le tocaba el hombro, abrió los ojos ante la claridad
de la cabina, una azafata con las mejillas enrojecidas y los ojos brillantes lo estaba
llamando.
Una vez que les dijeron que podían bajar, ella pasó por su lado sin siquiera
mirarlo, esa actitud fue tan chocante que lo descolocó por completo.
―No quise cenar contigo anoche ¿Qué té hace creer que eso ha cambiado?
―le preguntó―. Yo obtuve lo que quise, una experiencia placentera. Tú te
divertiste, y ya… no necesito la caballerosidad del día siguiente ni la galantería del
cortejo.
El Clan Ward, como era conocido el grupo familiar ―término acuñado por
la prensa californiana y que ellos se apropiaron con gusto―, no tenía en su
generación actual ni una sola mujer, exceptuando tal vez las esposas de los
gemelos Ward, hombres ya mayores que iban más allá del medio siglo. Aunque
como empresa consolidada solo tenían cincuenta años, era bien conocido que antes
de llamarse Ward Walls, la compañía tuvo otros nombres, lo que significaba que el
prestigio y la trayectoria rondaba casi el siglo; pero fue el padre de los gemelos,
William y Wallace, quien consolidó e institucionalizó el nombre, poco después de
que nacieran sus dos hijos.
Cada uno de ellos tenía su linaje, William había sido el más prolijo a la hora
de procrear, contando con tres hijos más uno adoptivo, hijo de su esposa Holly
durante una época en la que estuvieron separados.
Fred no se engañaba, su padre era un viejo mal humorado, que solo sonreía
cuando su madre estaba cerca.
Después de despachar a casi todo el personal que había ido a trabajar esa
mañana, se entretuvo en su oficina, repasando las cotizaciones de materiales para
la siguiente construcción; el nuevo centro comercial que pensaban construir era
literalmente un monstruo en cuanto a ingeniería, arquitectura y envergadura se
refería. Incluso, empezaba a ser conocido en California como la Pequeña Ciudad,
porque este proyecto pretendía crear un enorme mall que albergaría en su interior,
hoteles, empresas, teatros, entretenimiento, parques, cines e incluso, un par de
piscinas techadas y climatizadas para semejar una linda estancia en el Caribe.
Tal y como decía el Vikingo en broma, era tan gigante su proyecto, que
tendría su propio código postal y su área de discado telefónico.
Frederick Ward era, ante todo, una persona gentil. Con su cabello oscuro y
ojos grises, el aspecto cuidado de un joven empresario en sus treintas, de cuerpo
atlético más no musculoso, era atractivo; también era blanco de los cortejos
continuos de mujeres que no sabían que se encontraba enfrascado en una relación
intermitente con una de las chicas más hermosas y conocidas de San Francisco.
Lo suyo fue algo así como amor a primera vista, solo que ambos eran
demasiado jóvenes al momento de conocerse; él apenas culminaba su maestría en
la universidad y ella estaba dejando atrás el certamen de belleza Miss U.S.A y
aspiraba a convertirse en una notable ―pero sobretodo respetable― presentadora
de televisión.
Y aunque desde que se conocieron habían pasado casi ocho años, Frederick
consideraba que Geraldine Baker era la mujer de su vida, con la que eventualmente
se iba a casar y a tener hijos; era una persona digna, inteligente, comprometida y
dedicada. Cuando consiguiera sus metas él le propondría matrimonio sin dudarlo;
mientras tanto, él mismo se dedicaba a su trabajo y al legado familiar.
―No tienes por qué ―respondió él, soportando su anatomía un poco más
de la cuenta, disfrutando del cálido contacto de su cuerpo curvilíneo―. Debes
tener cuidado.
―¡Mierda! Se rompió mi tacón ―exclamó ella con evidente fastidio.
Frederick miró hacia sus pies, y en efecto, la delicada zapatilla había quedado sin
tacón, este se enganchó con una grieta en el pavimento, lo que ocasionó que la
joven perdiera el equilibrio―. Genial, ahora voy a ir como una tonta por ahí…
pediré un taxi para irme a mi hotel ―rezongó con resignación, no obstante, al
momento de afincar el pie, dejó escapar un quejido de dolor.
―Te has lastimado ―señaló él, poniéndose de rodillas para examinar mejor
el tobillo, comenzaba a notarse una leve inflamación―. Creo que antes de caminar
así, deberías esperar, para que no te hagas más daño.
―¿Ves? ―le increpó con una sonrisa triunfal―. No está tan hinchado, no
creo que esté luxado ni nada similar, tal vez si te sientas un rato puedas afincarlo y
no pase a mayores ―explicó con aire entendido, irguiéndose―. ¿A qué piso ibas?
Tal vez puedas descansar allí.
―Bueno, eso está un poco difícil, pues es sábado en la tarde y solo estamos
trabajando los trabajólicos[1] ―se mofó él―. ¿Qué tal si vienes a mi piso? Arriba
tenemos un botiquín de primeros auxilios, puede que haya alguna bolsa de hielo o
compresa fría que te ayude con ese golpe.
―Creo que no tengo más alternativas ―cedió con media sonrisa―, porque
no veo ni un solo asiento en este vestíbulo vacío.
Ella dio dos pasos y se quejó, deteniéndose en medio del vestíbulo para
descansar el pie sin apoyarlo. Hizo una mueca de dolor, mirándolo con aprensión.
Anduvo a paso rápido hasta el elevador, sin darle tiempo a que ella
rechistara o se quejara por su osadía. Con el codo accionó el botón del aparato y las
puertas se abrieron de inmediato. Entró a la cabina y con una risita divertida le
pidió que presionara el botón con el número treinta y ocho.
―Sí, por lo menos no está roto, como mi zapato ―se burló ella con pesar,
tomando la zapatilla sin tacón y mirándola con tristeza―. Son mis favoritos, los
perfectos zapatos negros que combinan con todo ―suspiró. Frederick sonrió
divertido ante su mohín adorable, manteniendo el pie sobre su rodilla.
―Agua está bien ―dijo al detenerse―, tal vez después pueda tomar un
café, o más agua… todo es posible.
―Antonio, puedes traerle a Jessica un vaso con agua, por favor ―pidió con
amabilidad.
―Me voy a ver ridícula cuando salga de aquí ―dijo tras un rato―.
Andando con un zapato sí y otro no ―se rio―. Una entrada triunfal a San
Francisco.
―Señor Rick ―llamó ella por fin, él se giró a mirarla, Jessica le sonrió con
amplitud y un gesto de agrado―. Gracias por ayudarme y lamento todas las
molestias.
―¿Te gustaría un café? ―preguntó solo para romper el silencio. Ella asintió.
―No hay problema, Rick ―aseguró con una sonrisa cómplice―, vuelvo a
las cotizaciones.
―Sí, está bien ―asintió con la cabeza, viéndolo marcharse―. Aquí tienes tu
café.
―Tenías razón ―concedió ella mirando el suelo―, solo debía esperar a que
pasara el golpe, no duele tanto.
Frederick agradeció que no era fácil de sonrojarse, así que se enfocó en abrir
la caja donde reposaban unas zapatillas de color negro tipo bailarina, envueltas en
un delicado papel de seda.
Tomó cada una y la calzó en su respectivo pie, sus pies delgados encajaron
perfectamente en la horma y ella se levantó para comprobar que no le quedaran
demasiado grandes o apretados.
―Dudo que algo te quede mal ―acotó él, mirándola desde el suelo, con una
rodilla apoyada en la madera.
―Gracias una vez más ―insistió ella.
Jessica los miró, descansaban uno al lado del otro en el suelo. Se veían
graciosos en ese plan dispar. Asintió.
Ella sonrió ampliamente, ahora sin tacones él pudo notar que cuando
mucho alcanzaba el metro setenta de estatura.
―Has sido todo un caballero, Rick ―susurró con voz suave―, me alegra
haberte conocido, gracias por ayudarme.
―No tienes por qué ―respondió él, mirándola a los ojos, en el mismo tono
susurrado.
Jessica se inclinó sobre la punta de sus pies y rozó sus labios de forma leve.
Ese toque ligero le hizo estremecer de pies a cabeza. Nunca antes había hecho algo
similar, llevar a una perfecta extraña hasta su oficina, menos una mujer que
despertara esas sensaciones un tanto olvidadas: la curiosidad, el deseo de
descubrir sus secretos, la atracción incontenible, la emoción de su cercanía, la
expectativa de su contacto.
―Espero verte pronto, Rick ―susurró ella en voz mucho más baja, luego
salió de la oficina, dejándolo solo, medio aturdido, tocándose los labios con la
punta de los dedos, preguntándose si en verdad lo había besado.
Durante veinte años vivió con el credo de que esa gente no existía sobre la
faz de la tierra, al fin y al cabo, ellos ni siquiera sabían que ella existía tampoco.
Tenía quince años usándolos como escondida motivación, con la finalidad de
probarse a sí misma que podía ser mejor que ellos: más poderosa, más inteligente,
más exitosa… No planeaba encontrarse con ellos, menos adquirir sus acciones en
la bolsa. Jessica se movía en el nicho tecnológico y Joaquín en la parte de salud,
juntos amasaron una notoria fortuna en el área de innovaciones desde que
entraron en la universidad, no se metían en el mercado inmobiliario.
Para Joaquín Medina no era secreto lo que ella sentía, y como era muy
inteligente, aprovechó el arrastre avasallador de su prima con la finalidad de ser
alguien en la vida. Juntos aprendieron inglés, también francés y portugués porque
su principal meta era vivir en Europa. Se motivaron mutuamente para sacar las
mejores calificaciones y movieron cielo y tierra con la finalidad de irse de su país
de origen para formarse en prestigiosas universidades de negocios. Primero fue
Londres, en la universidad de Cambridge, luego Norteamérica; se convirtieron en
jóvenes emprendedores estando en Reino Unido, aprovechando el boom de las
criptomonedas siendo algunos de los primeros que vieron el valor real de la
innovación de la moneda digital y las divisas alternativas, lo que se tradujo en un
más que atractivo capital para hacer inversiones que demostraron a todos los
estirados de Cambridge que esos dos chicos latinos tenían madera para patear
traseros en el mundo financiero.
Lo que era un logro más que notorio, tomando en cuenta que ellos eran
latinos, de piel trigueña y de Venezuela.
Jessica había mantenido un perfil bajo todo el tiempo, de hecho, no era una
persona muy conocida en cuanto a la farándula del mercado. En cierto modo se
valía de la premisa que para ser respetada en un mundo dominado
mayoritariamente por hombres debía, sí o sí, comportarse de forma correcta.
Joaquín sabía que había algo más de fondo, y era que no quería que su nombre
resonara en la prensa, reduciendo así la posibilidad de encontrarse con los Ward.
Entonces él se convirtió en el rostro de su sociedad de inversiones.
Tanto era el rechazo de Jessica Medina a esa familia, que ni siquiera sabía
cómo se veían; inclusive, la vieja foto de William Ward se encontraba guardada al
fondo de su álbum familiar; en la misma estaba Carla Medina ―su madre― y
quien se convertiría ante el mundo en su padre: Alonso Jiménez. Sabía que el Clan
tenía en línea a cuatro herederos directos, porque a veces la vencía la curiosidad de
saber quiénes eran y empezaba a leer sobre ellos en la prensa de negocios, pero
antes de sentirse más molesta consigo misma por su debilidad, abandonaba
cualquier búsqueda en la red y continuaba con su vida; esa, llena de triunfos
donde la nefasta familia no existía.
Así que Jessica Medina no sabía cómo lucían los hijos Ward.
―Los Ward son una buena inversión ―dijo como si nada, mientras se
despedían en el aeropuerto de Madrid―. Los inmuebles son un buen mercado, un
mercado sólido, así que deja de joder.
Su abogado les había dicho que era buena idea que viajaran a California
para conocer a sus nuevos socios, sin embargo, Joaquín debía ir primero a visitar a
otro socio, y a Jessica se le complicó abandonar España, y en medio de su mal
humor, decidió desfogar todo el estrés que sentía con el desconocido rubio del
avión, que pretendió invitarla a cenar para verse caballeroso y galante, cuando en
realidad ella sabía que lo único que deseaba era montarla por un rato, y estaba bien
así, dejarlo como una tórrida aventura de altura.
Cuando se bajó del avión que la llevó de L.A a San Francisco, corrió al hotel
para dejar su maleta y se marchó a conocer la sede de WW, a pesar del cansancio
que representaban más de quince horas de vuelo. Le había comentado a su
abogado que iba a ir y que le gustaría que la acompañara a conocer el lugar, pero
su avión se retrasó por inconvenientes mecánicos, lo que hizo que pisara la ciudad
después del mediodía, sin batería en su teléfono y sin la posibilidad de avisarle a
Tom que iba a llegar más que tarde.
Y para culminar su mal día, iba y rompía sus zapatos favoritos, se lastimaba
un tobillo y Joaquín le anunciaba que una de sus inversiones se había desplomado,
haciendo que se tambaleara uno de los negocios más prometedores que estaban
desarrollando.
―Sé sincera conmigo, Jessi ―pidió él con voz calmada―. ¿Qué planes
tienes en realidad?
―Por lo menos tienes eso en claro ―le sonrió con orgullo fraternal.
―Con respecto a lo otro, no sé… ―continuó ella―. No es algo sencillo de
afrontar, menos cuando has pasado veinticinco años de tu vida debatiéndote entre
la tristeza, el odio, el rencor y el rechazo.
―Bueno, tal vez sea momento de dejar eso atrás ―comentó Joaquín
yéndose a sentar a su lado. Pasó un brazo protector sobre su hombro, Jessica apoyó
la cabeza en él. Era la única persona en el mundo que la conocía de verdad, que
sabía cuándo ella necesitaba un abrazo o un tirón de orejas―. Sé que fue un
impulso estúpido, esto de comprar esas acciones, pero puede que sea el destino, tú
no lo buscabas, solo pasó, quizás una parte de ti quiere resolver esto para
continuar con tu vida sin esta carga emocional que llevas encima y puedas ser feliz.
Justo antes de quedarse dormida, creyó haber tomado una decisión, pero al
despertar el domingo, se percató de que cualquier resolución tomada tras
conversar con su primo se había esfumado durante el sueño.
Solo que todos los que se acercaban a ellos llegaban a la conclusión que la
atractiva trigueña de ojos grises era tan dura como el color acero de sus ojos, fría
como un iceberg y reaccionaria como un volcán en erupción.
Tras unos analgésicos y descanso, su pie no dolía tanto, así que caminar por
la ciudad no fue el suplicio que esperaba. Apenas pudo se montó en el tranvía para
recorrer San Francisco y conocer las empinadas calles de Nob Hill; sin embargo, a
pesar de que el paseo le sirvió para calmar su mente de tantas elucubraciones, al
final no sirvió para ayudarla a decidir qué hacer al respecto de la familia Ward.
La fuerza que la había movido a llegar hasta ese lugar se iba desvaneciendo
a medida que se acercaba a la casa, dejando solo una sensación de inminente
desastre. Checó su ropa, su cabello y su rostro, quería verse perfecta, en control, y a
pesar de llevar unos botines de tacón bajo para no presionar demasiado su tobillo,
había optado por un atuendo bastante chic y sobrio, que la hacía verse bien.
Ella no sabía qué decir, pero haciendo acopió de toda su fuerza, habló:
―Buenas tardes, estoy buscando al señor William Ward ―informó con voz
firme― ¿Se encuentra?
Treinta años de su vida se iban a reducir a unos pocos minutos en esa casa.
―Yo… necesito hablar con él ―fue todo lo que pudo decir, apretando los
puños dentro de los bolsillos de su chaqueta.
Jessica ya se imaginaba que ese joven era el hijo del señor Ward, apretó los
labios en una fina línea y trago saliva.
En la sala estaban sentados tres hombres más y una mujer. Uno de ellos era
idéntico a aquel quien le había abierto la puerta. Jessi sentía que las piernas se
debilitaban a cada paso que daba, ante la vista de lo que parecía ser la perfecta
familia feliz.
William Ward era un hombre de más o menos su estatura, tal vez un poco
más bajo, de cabello oscuro y tupido con algunas hebras plateadas en las sienes,
delgado y de expresión un tanto dura en sus facciones, que se suavizaba solo un
poco por la sonrisa que tenía en sus labios en ese momento. A su lado se
encontraba su esposa, Holly, una mujer hermosa de aspecto amable, de cabello
corto, rubio oscuro, y lindos ojos azules; en la esquina contraria del sofá estaba
Bruce, el hijo mayor, una copia de su padre, solo que con quince centímetros más
de estatura, una barba recortada, sin arrugas ni canas; en el suelo, sentado sobre un
esponjoso cojín, estaba el clon de quien le había abierto la puerta, solo que este
tenía el cabello un poco más largo, cayéndole de forma desordenada sobre la frente
y las orejas.
Jessica miró a todos de hito en hito, estaba casi segura de que el color había
abandonado su rostro y una palidez espectral se adueñó de ella, todos la miraban
expectantes, incluso el joven que le había abierto la puerta, estaba allí observándola
con curiosidad, esperando que ella abriera la boca.
Sabía todos sus nombres, aunque no estaba segura de quién era quien, en
cuanto a los gemelos; pero los conocía bien, al menos de nombre y posición en el
árbol genealógico.
Se negó a sí misma ver las fotos de todos ellos para que no le doliera, sin
embargo conocía sus edades, porque a ratos se enfurecía con todos los Wards y era
débil, tenía que saber.
Su ceño se frunció, los años de angustia y rabia le dieron el coraje para
continuar. Ella había pasado años preguntándose por qué, y allí estaba su
respuesta. En esas cuatro personas que rodeaban a William Ward.
Irguió la espalda, ella no tenía por qué sentir miedo o vergüenza. Y con voz
firme, soltó la bomba:
―Señor Ward, soy Jessica Medina, hija de Carla Medina. ―La expresión de
sorpresa y reconocimiento en el rostro del hombre mayor fue un alivio para ella,
sabía de quién hablaba, no podría negar su pasado, esto le dio más fuerza para
continuar―. Hace treinta y un años usted y mi madre tuvieron una relación… ―El
horror deformó el rostro de Will, Holly fue la primera en caer en cuenta de lo que
estaba a punto de pasar, abriendo los ojos con sorpresa y estupefacción. En cambio,
los otros tres hombres solo fruncieron sus ceños―. Yo soy hija de Carla… y usted
es mi padre.
CAPÍTULO 3
Ese lunes habían llegado todos a las oficinas de WW y los viejos gemelos
Ward se encerraron en la oficina de William junto a sus esposas. Ellos no podían
ver nada desde donde estaban; las oficinas de la compañía tenían un estilo clásico,
las paredes llegaban hasta la mitad, con revestimientos de madera oscura, y
amplias ventanas que dejaban ver en ambas direcciones, solo había que liberar las
persianas para disfrutar de privacidad, y eso fue justo lo que Emily, la madre de
Fred, hizo apenas entró, evitando que todos ellos pudieran percibir lo que sucedía
dentro desde su posición estratégica en la sala de reuniones.
―No, parece que ella tiene treinta o treinta y uno ―aclaró el hijo mayor de
William―, no estoy seguro.
Bruce asintió.
―¿Y qué dicen los gemelos? ―preguntó Fred.
―Están felices de tener una hermana, dicen que es genial que haya alguien
por ahí que sea novedad, para variar, y no ellos ―respondió Bruce con
frustración―. Lo cierto fue que en el momento en que esa mujer soltó la bomba, mi
papá y yo nos levantamos de la silla como fieras… mamá reaccionó de forma más
calmada y le preguntó si quería tomar algo.
―Mi tía es genial ―se rio Fred―. ¿En serio hizo eso?
―Mamá es buena sacando cuentas, ¿no? Por algo es contable ―les recordó
Greg―. Lo cierto es que seguro hizo los cálculos y supo que esta chica nació
cuando ellos dos estaban separados.
―Yo me acabo de bajar del avión ―le recordó él―, estaba visitando a Einar
durante el fin de semana.
―¿Y qué más saben de ella? ―preguntó Fred, estaba interesado en saber los
detalles, lo cierto es que según la historia familiar, hacía más de cuatro
generaciones que no nacía una mujer Ward. Bruce suspiró.
―Nos dijo su nombre, y que tiene el mismo color de ojos que nosotros, del
resto no hay gran cosa ―contó este―. Papá quiere hacer averiguaciones porque,
aunque asume que sí tuvo una relación amorosa con su madre durante los dos
años que estuvo en Venezuela, lo último que supo de ella fue que se había casado
con otra persona.
―Lo que no entiendo es por qué no apareció antes ―expresó el mayor con
desagrado y confusión―. Por qué esperó hasta ahora, es… inverosímil.
Bruce lo miró con el ceño aún más fruncido, pero segundos después lo
suavizó y se echó a reír.
―Oh, vamos, no es tan malo ―intervino Fred―, no es como que sea una
enfermedad venérea, o incluso una mujer que te trae de cabeza, todo se
solucionará.
―Sí, Fred aquí tiene razón, hermano ―Greg apretó su hombro con
firmeza―. No es como la accidentada cenicienta de él.
―Touché ―puntualizó el rubio―. Las jodidas mujeres nos van a volver loco.
¿Creen que los gays lo tengan menos complicado?
―No, para nada ―respondió Stan entrando en la sala―. Los dramas son los
dramas y no están exentos de ellos. ¿Acaso no has visto las reinas del drama que
pueden llegar a ser?
Los gemelos se sentaron uno al lado del otro, frente a ellos. Traían en sus
manos unos portaplanos y otros documentos que depositaron en la mesa.
Stan era arquitecto, y junto a su equipo se encargaba del diseño del nuevo
centro comercial. Era el gemelo de cabello largo y ondulado. Sean era el ingeniero
de la familia, y manejaba el departamento de ingeniería, tenía su oficina oficial en
el Embarcadero, donde monitoreaba todo los procesos de entrada y salida de
maquinaria y materiales; no obstante, a primera hora de la mañana recibieron el
mensaje de que el nuevo socio J.M iba a ir a conocer las oficinas a las diez, así que
todos los Ward debían presentarse junto a la plana mayor para estar al tanto de la
nueva adición al equipo; que todos esperaban fuese solo inversionista y no que
deseara ser parte activa de la empresa.
Así que, de una forma u otra, los Ward tenían que reunirse todos ese lunes,
en la sede principal.
Pero la noticia de que había una hija bastarda por ahí, que recién aparecía,
justo en un momento crucial, los traía a casi todos con los nervios de punta.
―La verdad es que después de mencionar que era hija de nuestro padre
―contó Bruce― y tomarse un vaso con agua que le ofreció mamá, simplemente
dijo que quería conocer al hombre que le dio la vida y abandonó a su madre a su
suerte. Luego agradeció por el agua a mamá y se marchó.
―Que él nunca supo nada, que cuando dejó Venezuela la tal Carla no le dijo
que estaba embarazada y después de eso nunca volvió a saber de ella, salvo que se
había casado con un hombre que era amigo de ambos y que tenía una hija, más no
qué edad tenía esta ―resumió Stan con bastante celeridad―. Todo es posible,
quiero decir, tiene el mismo color de ojos que nosotros.
―Sí, pero todos sabemos que los ojos grises no son hereditarios ―le recordó
Fred―, no está en nuestra genética o algo así, es un fenómeno llamado Rayleigh [2]
o alguna falta de melanina, nadie sabe… pero no es herencia.
―Bueno, pero es lógico que, si nuestros padres sufren de este fenómeno, los
hijos también puedan sufrirlo ¿no? ―inquirió Gregory―. Todos ustedes tienen los
ojos grises, seguro que yo de ser hijo biológico de papá, también los tendría grises.
Todos asintieron.
―Eso es cierto ―se sumó Fred―. Hoy sí vamos a conocer al nuevo socio, lo
ideal es enfocarnos en un problema en la vez.
Todos rieron ante esa respuesta. Frederick era considerado el Ward más
amable y gentil, pero no significaba que fuese tonto. Había crecido con otros cuatro
Ward, porque a pesar de que Gregory no era hijo biológico de William, su vida y
crianza fue con ellos, nadie dudaba que Will amaba a Greg como su hijo.
―¿No que los vikingos eran los que conquistaban? ―preguntó con una
risita su hermano Sean―. Y no me refiero a tu pito, hermano.
Desde que esa mujer latina se perdió entre el mar de cabezas y gente del
aeropuerto, él se sintió descolocado y desconsolado. Nunca antes una fémina le
había dado esquinazo como esa, mucho menos, fue objeto de un rechazo tan
rotundo como el sufrido. Sí, no mentía cuando aceptaba que estaba
irremediablemente flechado por esa extraña y misteriosa mujer. Lo único que le
quedaba era contratar a un hacker que pirateara los archivos de la aerolínea para
que le diera el nombre de su compañera de vuelo, o ver si alguno de sus conocidos
y contactos tenía el modo de descubrir quién era la dama en cuestión, porque tenía
acciones en British Airways. Y no era una exageración, estaba barajando varios
nombres, antiguos amigos de la universidad que pudiesen ayudarle.
―¿Y qué contigo? ―increpó Bruce a Frederick―. ¿Tienes ahora una nueva
princesa en tu vida? ¿Qué es eso de la cenicienta?
―No que Geraldine era la mujer de tus sueños y todo eso ―le recordó Sean
con una mueca burlona.
Todos se rieron, Frederick negó con su cabeza, sin dar crédito a lo que
escuchaba.
―Te oigo, hermano. ―Sean elevó el puño para chocarlo con su gemelo―. El
único aquí que tiene todo claro es Bruce.
Bruce les mostró el dedo del medio, haciendo que las carcajadas fuesen más
sonoras. Aparentemente necesitaban eso, sentirse ligeros ante lo que se avecinaba.
Estuvieron en silencio por varios minutos, cada uno enfrascado en su cabeza y
pensamiento.
―¿Y cómo se llama la nueva hermanita? ―preguntó Greg con una sonrisa
burlona. En cierta forma era incómodo estar en silencios tan largos―. ¿Tendré que
llamarla hermanita?
―En realidad la noticia nos dejó tan atónitos que en lo que menos nos
fijamos fue en su nombre, solo lo dijo una vez y se marchó ―contestó Sean con
más tranquilidad―. Todo fue rápido, unos diez minutos tal vez, incluso la pobre
se veía trastornada, como si no quisiese estar allí.
―Supongo que deberíamos buscarla ―sugirió Bruce con algo de
preocupación tras meditarlo un poco―. Quiero decir, si de verdad esa chica es
nuestra hermana, debe estar pasando también por un montón de cosas… no debe
ser fácil estar en esta ciudad en busca de un padre perdido que te dejó
abandonada.
―Señores, que bueno es verlos ―dijo con voz afable y entusiasta―. Quiero
presentarles a Joaquín y Jessica Medina, ellos compraron las acciones de Ward
Walls.
Gregory sintió que el mundo había dejado de existir bajo sus pies, la exótica
latina del avión estaba allí, frente a él. Vistiendo un impecable traje de dos piezas
de color negro, hecho a la medida.
Fue William quien, con voz contenida, puso voz a todas las mentes que
observaban la escena.
―Yo compré las acciones en la bolsa, soy la nueva socia de Ward Walls.
La sorpresa pudo más que todo lo demás, luego sonrió con una mueca de
burla, e inquirió sin poder contenerse:
De Princesa a Bruja
Gregory se giró hacia su primo Fred con el espanto pintado en el rostro. Tan
consternado se encontraba que no fue capaz de percibir el pasmo en el semblante
de este; que se volteó también en su dirección buscando un ancla a la realidad,
porque su primo era su mejor amigo, la persona que solía darle claridad cuando
andaba confundido, a pesar de hacer pésimos chistes sobre la vida sexual y
amorosa de Frederick.
El intercambió se dio en voces muy bajas, tanto que más parecía que se leían
los labios. Los gemelos y Bruce miraban a la recién llegada con sorpresa. Fue Sean
que se volvió hacia Stan y le dijo:
―¿A qué se refiere el señor Ward, Jessica? ―preguntó el abogado con voz
templada.
―Frederick Ward, CEO de Finanzas ―se presentó con voz firme―. Hijo de
Wallace Ward.
―Y yo soy Sean, hola de nuevo. ―Como estaba más cerca de ellos, se estiró
para estrecharles la mano. Jessica correspondió de forma natural, con un apretón
firme.
―Bien, gracias por responder ―acotó Joaquín con una sonrisa afable, que el
gemelo correspondió ampliando la suya.
―¿Y qué edad tienes, Jessica? ―preguntó Wallace con malevolencia, ella lo
encaró y entornando un poco los ojos, respondió con el mismo tono.
Los gemelos abrieron los ojos sorprendidos, la mujer buscaba mantener las
distancias personales con todos ellos sin dar cabida a ningún tipo de contacto que
no fuese de índole comercial.
―Gracias ―dijo ella con una sonrisa maliciosa y mirada gélida―. Entonces,
si no hay más que acotar aquí, creo que podremos tomar posesión de la misma y
en el transcurso de la semana ponernos al día sobre los proyectos de construcción
de la compañía. Desde que adquirí las acciones investigué lo que han hecho y están
en pleno desarrollo de un enorme, diría que gigantesco, centro comercial acá en
San Francisco. También sé de la torre residencial en Ontario que están a punto de
entregar la próxima semana.
―Pero, señor Ward ―increpó ella con voz melosa―, yo soy su socia, ahora
también soy parte de Ward Walls.
―En las carpetas que tienen delante de ustedes en la mesa, encontrarán los
detalles de los proyectos en curso ―explicó Bruce, señaló las mismas,
rectangulares, negras, de cuero, con el emblema de la empresa en bajo relieve.
―Si nos indican dónde está la oficina, nosotros nos retiramos allí para
empezar a analizar todo ―indicó Jessica poniéndose de pie mientras tomaba los
documentos, de inmediato, su primo y el abogado la imitaron.
―Bueno ―se aclaró Frederick―, su oficina está contigua a la mía, así que
puedo llevarlos.
―Supongo que una secretaria podría hacer lo mismo ―señaló Jessica con
una sonrisa fría y condescendiente―, asumimos que la familia Ward querrá hablar
sobre lo que acaba de suceder ―puntualizó sin un gramo de duda.
De forma digna dio media vuelta y se marchó, seguida por los dos
caballeros que la escoltaban.
Solo que el destino era una maldita perra y le aventaba a la cara que el
galante caballero con complejo de príncipe de cuentos infantiles era, nada más y
nada menos, que el hijo de Wallace Ward, su primo.
Joaquín abrió los ojos y apretó la boca para no dejar salir la exclamación de
asombro ante esa afirmación. Tom frunció el ceño, pero decidió callarse, no era la
primera vez que esos dos terminaban enredados en negocios extrañamente
complicados, pero los años le habían dado la confianza de que siempre salían
ganando cuantiosas sumas de dinero.
―Mucho mejor, Antonio, gracias ―le dijo con una sonrisa afable. Jessica
miró por sobre su hombro y entornó los ojos en una amenaza velada―. Soy la
nueva accionista de la empresa y me destinaron una oficina al lado de la del señor
Frederick Ward.
―¿Qué fue eso? ―preguntó Tom con evidente molestia―. ¿Por qué mierda
me ocultaste que William Ward es tu padre?
―Es una historia muy larga, Tom ―intercedió Joaquín, colocando una
mano fraternal sobre su hombro―. En realidad, se suponía que ella no iba a
decirles nada, pero ayer fue a su casa y le contó la verdad.
―Para nada, yo no juego con el dinero de ese modo ―repitió, solo que esta
vez de forma seria―. Gracias por venir Tom, lamento todo esto.
―Les cobraré el doble ―amenazó con fingida seriedad―. ¿Si sabes que
tengo problemas de corazón? ―Se llevó una mano al pecho―. Una noticia de esas
podría matarme.
Al saber que estaba en un entorno más íntimo, Jessica soltó el suspiro que la
estaba asfixiando. Su primo se sentó a su lado y apoyó el hombro contra ella.
Ella asintió ante sus palabras, se puso en pie y anduvo de un lado a otro.
―¿Y él es primo o algo así? ―inquirió. Jessica negó―. El único que hizo la
aclaratoria de que era hijo de Wallace fue Frederick, el de cabello negro, entonces…
entonces… ―la comprensión vino rauda a él―. ¿Te acostaste con tu hermano?
Jessica hizo una mueca de disgusto y Joaquín supo que de haber tenido algo
entre sus manos se lo habría lanzado.
―Al menos es atractivo y tuviste buen sexo ―le dijo en momento en que
pudo respirar―. Que cosas, al final sí jodiste a uno de los Ward.
La mujer lo miró con la boca abierta en una mueca de estupefacción, toda la
situación era tan inverosímil que le ganó la risa tonta y se echó a reír, casi de forma
histérica.
Cuando por fin se calmaron tras unos minutos de intensas carcajadas, ella se
apoyó contra uno de los escritorios y cruzó un brazo frente al pecho, sobre la que
apoyó el codo, y comenzó a pellizcarse el labio de forma un tanto compulsiva.
Joaquín sintió pena por ella, su prima había pasado años enteros lidiando
con emociones extremas relacionadas con esa familia. Se levantó para confortarla,
asegurarle que todo iba a estar bien, que comprendía que esas palabras tan oscuras
solo eran producto de su propia ansiedad y desagrado; pero cuando iba a mitad de
camino, tres golpes furiosos sonaron en la puerta.
CAPÍTULO 5
―No soy tu hermano ―dijo con la voz firme, más alta de lo que
pretendía―. William no es mi padre biológico.
―Creo que es buena idea que pase, señor Ward ―dijo Joaquín con
seriedad―. No creo que usted quiera tocar ningún tema de índole personal desde
el pasillo, donde todos podrían enterarse ―puntualizó él.
Dio un paso dentro de la oficina, miró a Joaquín que estaba de pie frente al
sofá lateral, donde se detuvo debido a su intromisión tan poco educada.
―Lo lamento, yo… ―se detuvo, pasándose la mano por la nuca, como si
buscara aliviar un gran peso.
Joaquín sintió pena por el pobre hombre, si no era hijo de William como
decía, entonces él estaba en el medio de una disputa en la que no tenía cabida, ni
culpas.
―Voy a volver al hotel ―le anunció a su prima, acercándose hasta ella para
dejarle un beso en la mejilla―. Regreso con nuestras cosas en un rato, sé que no
quieres que esté presente ante la avalancha que se te viene encima. ―Ella asintió
ante su afirmación susurrada al oído―. Nos vemos luego, señor Ward. ―Estrechó
su mano con firmeza, luego se marchó, cerrando la puerta tras de sí.
Golpe al plexo solar y patada en los testículos, esa era la mejor comparación.
Sabía que debía irse de allí, porque solo se estaba humillando a sí mismo,
pero algo impedía que se moviera; no sabía si era su ego el que lo mantenía
clavado en el sitio, sin embargo, sentía que debía decirle algo a esa mujer
descarada que tenía en frente.
―¿En serio no te acuerdas de mí? ―la increpó con voz más lastimera de la
que quería utilizar―. ¿No recuerdas cómo me asaltaste en el avión?
Ella levantó la vista, solo la vista porque ni siquiera movió la cabeza, soltó
una risita maliciosa.
―Claro que me acuerdo ―respondió dejando el bolígrafo sobre los
documentos―. Me divertí mucho de hecho, y no recuerdo que dijeras que no en
ningún momento… así que la palabra “asalto” está mal implementada aquí.
―¿En serio no te disgustó ni sentiste nada por la idea de que tal vez fuese tu
hermano? ―le preguntó, apoyando ambas manos en el escritorio, inclinándose
sobre ella con toda su estatura, para intimidarla.
―Morbo ―respondió Jessica con una sonrisa de medio lado, sin un rastro
de vergüenza o temor.
―Sentí morbo ―aclaró ella―. La verdad fue que no sabía que William
Ward tenía otro hijo, en cierta medida no es como que siguiera su vida por todos
lados, así que sentí morbo… me acosté con mi sexy y caliente hermano mayor.
El tono fue por demás lascivo, aunque sus ojos grises permanecían
impasibles ante el intenso escrutinio.
Gregory quería decirse a sí mismo que era una enferma por pensar eso, pero
ahora que la tenía en frente se mentiría de forma descarada si no admitiera
―aunque solo fuese para sus adentros― que también le parecía morbosamente
sexy la idea.
Se miraron a los ojos por un rato, sin decirse nada, cada uno midiendo la
reacción del otro. Jessica se sentía aliviada, lo cierto era que, a pesar de lo mucho
que pudiese detestar a esa familia, tenía en claro que los hijos de William, es decir,
sus hermanos, no tenían la culpa de su situación; por lo tanto no veía necesidad de
ser ruin o fría con ellos. No esperaba que se hicieran amigos, mucho menos algún
trato fraternal por parte de ellos, más cuando había llegado del modo en que lo
hizo, haciendo tambalear su mundo.
Pero si la trataban mal, o sin el mínimo de respeto que se merecía, entonces
sí se iba a volver una arpía cruel y fría.
Ella borró la leve sonrisa de sus labios y se puso en pie; Greg se enderezó al
ver su actitud decidida, derrotado porque ella no se intimidó, ni siquiera un leve
rubor en sus mejillas.
―La verdad es que no me interesa nada que no tenga que ver con los
negocios ―explicó ella, metiendo sus manos en los bolsillos, adoptando una
actitud desinteresada―. Si eres o no hijo de William, si eres o no mi hermano, ni
siquiera si eres o no casado… y si no tienes nada que decirme que esté relacionado
con la compañía, esta conversación finalizó, porque apuesto que habrá un desfile
de machos dolidos en mi oficina antes de que se acaba la jornada.
Tal vez lo peor de todo fue la confesión del Vikingo, saber que la mujer que
lo había flechado con su fogosidad e indiferencia fue anticlimático, porque aunque
su divertida cenicienta se veía simpática, él mismo podía intuir que de verdad era
fuego en su estado más puro y Fred deseaba derretirse en ella.
¡Había deseado!
Seguía varado en la misma hoja, leyendo la misma línea una y otra vez,
enfocado solo en si Jessica Medina se había burlado de él aquel sábado, creyendo
que incluso lo del tacón roto era una estratagema para espiar a sus nuevos socios.
―Tenemos que hablar ―soltó con hostilidad su primo, así que decidió ir a
buscar un café, para ver si se calmaba un poco.
Bruce contrajo la frente incluso peor que ella, como si no diera crédito a lo
que Jessica le decía.
Dijo todo eso con la voz calmada, sin inflexiones especiales que delataran
nerviosismo; Jessica comprendía la ventaja de bailar alrededor de la verdad en vez
de lanzarse a una mentira que flaqueara en cualquier momento y la dejara en
evidencia.
―La verdad es que no entiendo por qué ―dijo Bruce bajando la voz y
sentándose frente a ella. La latina lo miró como si no lo comprendiera―. ¿Por qué
fuiste a contarnos que él era tu padre?
Jessica hacia un esfuerzo para mantener las cosas por separado, los hijos de
William Ward no tenían la culpa de lo que había pasado, su madre se lo repitió
una y otra vez, ni siquiera la mujer que era su esposa tenía la culpa porque ella no
lo buscó, fue él quien se marchó una mañana, sin decir nada, al mejor estilo de una
mala película de Hollywood.
Así que decidió ignorar, porque lo único que se repetía en su cabeza en ese
momento era: «No voy a caer, no voy a caer», cuando en realidad lo que le provocaba
era gritarle que se marchara de allí si no quería terminar con la carpeta en la
cabeza.
Y cuando miró su reloj de pulsera, se dio cuenta que era la una de la tarde;
pensando en llamar a su primo para ir a almorzar y continuar estudiando todo
desde un bonito café o una terraza del hotel Hyatt, volvieron a tocar la puerta, esta
vez de forma amable y pausada.
―Pero yo le dije que tal vez nos ibas a rechazar ―acotó Stan mirándola con
calidez―. Así que se nos ocurrió no dejarte escapatoria y traer la comida hasta
aquí. ―Levantó las manos donde varias bolsas de un restaurante de la zona
dejaban escapar un delicioso aroma a cangrejo―. ¿No dejarás a tus hermanitos
parados en la puerta?
Jessica los miró a ambos con perplejidad, aunque se hubiesen mostrado más
amables y receptivos que el resto de los Ward, no sentía mucha confianza.
Los dos entraron casi dando saltos, cerraron la puerta detrás de sí y por un
instante Jessica se quiso reír de su actitud tan desenfadada; sin embargo, no iba a
bajar la guardia, porque no sería la primera vez que podía ser subestimada por
algún hombre.
Sin importar que hubiesen pasado dos décadas del nuevo y moderno siglo
XXI, los prejuicios continuaban arraigados en las personas, que al verla no
pensaban que era una inteligente inversionista que se labró a sí misma, sino que su
percepción era la de una caliente y atractiva latina que probablemente era una
chica interesada o una esposa trofeo.
Recogió los folios leídos, colocando las hojas al contrario para tener una
marca de dónde había quedado, cerró la carpeta y tomando el resto de hojas que
había sacado de la gaveta de su escritorio, las guardó en el mismo sitio, dejando
despejado el espacio para poder comer.
Stan sacó uno a uno los envases, mientras Sean ponía vasos de plástico de
otra bolsa y servía jugo de manzana.
―Sean tiene mala bebida ―explicó Stan cuando Jessica levantó una ceja
suspicaz ante la botella―. Una cerveza y se pone en exceso cariñoso.
Jessica notó que él, de los gemelos, era el que parecía más tranquilo y
centrado. Sean le recordaba un poco al humor de Joaquín, con sus chistes
inapropiados y su aura divertida. Ella asintió, mientras tomaba un sorbo del jugo y
hacía una mueca.
―Pero al final compraste las acciones de nuestra empresa ―le hizo notar
Stan.
―Podría decirse.
Jessica los miró a los dos, casi se los imaginó de niños, llenos de rizos
sedosos y oscuros, con piel clara y ojos grises; era seguro que habían roto más de
un corazón en la escuela, también que con su dulzura consiguieron salirse con la
suya en más de una ocasión.
Ella volvió a sus papeles y análisis, era preocupante que apenas la empresa
se hubiese mantenido a flote, tras la debacle inmobiliaria de 2008. Iba por la mitad
de los folios cuando la puerta se abrió una vez más y la persona que estaba
esperando desde el principio de todas aquellas visitas se apareció finalmente.
William Ward.
Choque de titanes
Solo que Jessica en vez de ponerse a farfullar nerviosa ante la solicitud, solo
se echó a reír.
―No.
William Ward fue quien sonrió ahora, con malicia y satisfacción; pensó
―tras haberse sentido confundido por la reacción de la latina con su carcajada―
que la había agarrado en la mentira.
―¿Tienes miedo de que las pruebas demuestren que eres una mentirosa?
―Para nada ―respondió con tono relajado―. Usted saque las cuentas, pero
la verdad no me importa demostrar que soy su hija, porque no quiero su apellido,
no le estoy pidiendo reconocimiento, no quiero nada de ti, ¿comprendes?
―finalizó tuteándolo.
―Pensé que eras más inteligente ―se burló ella de forma despiadada―. No
pareces ver las dimensiones más grandes del panorama… Yo, compré tus acciones.
Fui yo ―puntualizó― quien te dio dinero. Yo no necesito ser parte de los
herederos… ¿acaso no lo ves? Cuando ustedes repartan las acciones, tus hijos serán
los accionistas minoritarios, Frederick Ward será el mayoritario, y yo tendré más
poder que tus cuatro hijos juntos… y no tuve que heredarte, solo me tomó una
llamada telefónica, una firma y una transferencia de mi abultada cuenta bancaria,
ganada por mí misma, para salvar tu estúpida compañía.
»¿De verdad piensa, señor Ward, que deseo ser nadie después de todo lo
que he conseguido?
―No creo que sea de importancia ahora ―respondió ella, volviendo a los
papeles―. Tampoco que le interese saberlo.
―Lo siento ―respondió con sinceridad. Tomó asiento frente a ella―. ¿Qué
edad tenías?
Como nada los ataba en realidad, se marchó sin decir palabra, no le avisó de
su vuelo de regreso y como no deseaba que nada empañara los esfuerzos por
recuperar a su ex, decidió no dejar ningún tipo de contacto. Fue lo más ruin que
había hecho en su vida, le pesó por un tiempo haber jugado con esa mujer de ese
modo, pero se excusaba del recuerdo de todas las veces que le recalcó que lo suyo
tenía fecha de caducidad y esa era cuando la construcción del edificio se terminara.
―Sin importar qué ―le dijo en más de una ocasión―, yo volveré a San
Francisco.
Nunca pensó que su pasado iba a volver de ese modo, convertido en una
hija con una belleza exótica, madura e inteligente, fría como un tempano de hielo,
que lo estaba mirando con indiferencia.
―Envió cartas ―contó ella con un deje de tristeza―. Lo único que teníamos
era una dirección aquí en San Francisco. Te pasó unas cuatro o cinco, incluso te
escribí unas cuantas, me empeñé en aprender a escribir muy pequeña para
escribirte yo misma.
―Da igual, ya lo superé ―mintió ella. Aunque fuese cierto que él nunca
supo de su existencia, eso no cambiaba el hecho de que la dejó, escabulléndose de
la vida de su madre, como un cobarde.
Nada más.
Holly le pidió que no fuese a hablar con ella ese día, no con su ofuscación y
furia irracional. Quizás lo que más lo desequilibraba era la actitud tan relajada de
su esposa, más cuando algo de su pasado los alcanzaba de ese modo. Por lo menos
esperaba una increpación, algún grito por parte de la mujer con la que compartía
su vida, pero no, no solo fue comprensiva con él, sino que le imploró que fuera
tolerante con aquella chica que seguro había ido a dar hasta allí solo para cerrar un
ciclo de su vida.
Will quiso decirle que él no tenía poder para pedirle a su hermano nada,
mucho menos que fuese hasta allí a hostigarla para saber hasta el más ínfimo
detalle al respecto de su historia. Wallace y él tenían su propia rencilla, una que su
hermano no había superado a pesar de los años pasados. Los gemelos mayores
habían sido rivales en su juventud y uno de ellos parecía vivir todavía en el
pasado. No obstante, le sorprendió ver cómo ella se adelantaba a lo que podía
suceder, demostrando que estaba más que preparada para enfrentarse a lo que
fuese.
Jessica se quedó sola en la oficina, cerró los ojos con fuerza del mismo modo
que sus puños, que descansaban sobre el escritorio, y procuró calmarse. Le había
costado muchísimo mantenerse tranquila, demostrar que lo que podía sentir no la
dominaba.
Como la mierda…
Joaquín deseaba ayudarla, pero a ella le gustaba enfrentar sus cosas sola,
porque él siempre buscaba suavizar la situación, poner en perspectiva, y en ese
instante no necesitaba eso.
No…
La guerra de Vietnam.
O su existencia.
Revisó su reloj y pensó que no faltaba tanto, decidió que era mejor llevarse
ese trabajo a su habitación de hotel para terminarlo allá, porque comenzaba a
oscurecer fuera de su ventana.
―Adelante… ―invitó.
Fred contrajo las cejas con confusión, Jessica había hecho la pregunta con
tono tan serio que era inverosímil.
―¿Esto es una broma para ti? ―la atacó con rabia― ¿Sabías quién era yo, el
sábado?
Su primo abrió los ojos con sorpresa, más por el cosquilleo que sintió en la
boca del estómago al oírla decir aquello.
Conociendo el Valhala
«Está demente» pensó Gregory. «No iré, ¿acaso cree que no tengo dignidad?»
Verla marcharse por el pasillo fue una experiencia reveladora. Con las
persianas arriba, su oficina quedaba al descubierto y él podía mirar a todos los que
se acercaban. Primero fue Bruce, saliendo de aquella oficina como si hubiese
encontrado la horma de su zapato, la mueca de enfado de su cara era directamente
proporcional a las señales de confusión que denotaba. Luego fueron los gemelos,
como cabía esperarse, ellos llegaron en plan más fraternal, Jessica Medina era la
novedad. De un modo que nadie más alcanzaba comprender ―ni siquiera él―
veían en la latina a una hermana sin lugar a dudas, lo cual parecía despertar un
instinto protector hacia ella. Él creía que simplemente era que su hermano mayor
era un calco al carbón del padre, y sus hermanos menores eran una copia fiel de su
madre.
Pensó que tenía que levantarse a cerrar las persianas, pero en el fondo
quería verla. Era masoquista, sí… desde allí hasta la maldita luna y de vuelta. Sin
embargo, imaginar que no iba verla al marcharse lo exasperaba mucho más que la
que mostraba la cara de Bruce al salir de la oficina de aquella mujer.
En ese momento estaba jodido, de entre todas las hermosas mujeres del
mundo él tuvo que terminar flechado con la media hermana de sus medios
hermanos ¿Acaso su vida era dictada por algún escritor macabro o director de cine
infernal? Porque cosas así no pasaban en la vida real ¿cierto?
Sí lo hizo su hijo.
Esa no era una mujer, era una bruja, un demonio, porque nunca antes había
sentido eso por nadie.
«No voy a ir» se repitió en tono reprobatorio. «No pienso rebajarme, no soy un
pito con patas, soy un hombre responsable y esa bruja no va a dominarme.»
◆◆◆
Se tomó media botella de vino desde el momento en que se sacó los zapatos
al entrar a su cuarto, hasta que terminó de leer el tedioso informe y se metió a
disfrutar de un baño de tina. Al menos ahora sabía por dónde podía sugerir
cambios para incrementar el valor accionario de Ward Walls. Saboreando la copa
de cabernet dentro del agua tibia de la bañera, Joaquín le escribió para ir a cenar, y
pensó que el hijito del medio de William Ward era demasiado orgulloso como para
ir a revolcarse con ella esa noche, así que lo mejor era ir por algo de comer con su
primo y luego volver a su cuarto a darse placer ella misma.
Y allí estaba él: Alto, rubio, con la mirada oscura y turbulenta, como si estar
allí fuese una tortura a la par que un placer.
Tenía una sonrisita maliciosa en los labios, que denotaba una única
intensión.
Lo estaba retando.
Fue algo tácito, o al menos así lo sintieron ambos, ella dio un par de pasos
ligeros hacía él, Greg salió a su encuentro, sacándose la chaqueta en el proceso, que
dejó abandonada sobre una silla, inclinándose un poco para recibirla y alzarla en el
aire.
Jessica rodeó la cintura masculina con sus piernas, mientras Greg la aferraba
de las nalgas, apretándolas con fuerza a la par que se fundían en un beso intenso.
Fue como si sus bocas supieran el camino correcto para encontrarse. Los labios de
la latina sabían a vino, exactamente como la última vez; eran carnosos, juguetones,
pecaminosos. Al igual que cada curva que se restregaba contra su torso.
Greg decidió que esa vez no iba a ser como la del avión, esa noche ella iba a
ser la conquistada, sería Jessica quien quedaría desmadejada sobre ese lecho,
aturdida por el aroma de su cuerpo, satisfecha de toda su hombría.
Afianzó sus rodillas sobre el colchón, se elevó sobre ella, sacando su camisa
que arrojó por el borde de la cama sin percatarse dónde caía. Y sin pensarlo
mucho, también la desnudó, acariciando cada trozo de piel a su alcance cuando le
sacaba la ropa, dejándola completamente disponible para él. Ella le había ofrecido
el desquite y Dios sabía que la razón por la cual a él lo llamaban El Vikingo no era
solo por su fenotipo; él siempre ganaba, él siempre conquistaba y Jessica Medina
no iba a ser la excepción.
Pero algo le decía, en el fondo de su ser, que con esa mujer no iba a ser así
de simple.
Jessica se arqueó ante la intromisión de sus dedos, abriendo las piernas para
dejarle entrar más profundo, gimiendo cuando la ola alcanzó su garganta. El placer
fue tórrido y asfixiante, tanto que solo deseaba sentir más y más, pero cuando
empezaba a mover sus caderas para que aquellos dedos rozaran su sexo, el rubio
se separó de ella, deslizándose hasta los pies de la cama, donde se sacó el resto de
la ropa interior, dejando al descubierto una polla dura y enhiesta, que empezaba a
rezumar su propio jugo alrededor del glande.
―Así, oh sí, así ―apremiaba él con voz ronca, sin detener sus embates,
haciendo un esfuerzo inhumano por no correrse con cada palpitación apretada de
su vagina alrededor de su verga.
Ella había anclado sus pies debajo de las férreas nalgas de él, una de sus
manos se enredó entre el cabello mientras la otra se afincaba en la cadera
masculina para recibirlo sin contenerse. Gregory parecía un vendaval azotando un
volcán, se movía como un caballo salvaje desbocado y ella lo recibía gustosa,
saliendo a su encuentro. Sus caricias alternaban entre la rudeza y la suavidad, sus
labios a ratos abandonaban su boca solo para bajar hasta su pecho, sin perder ese
ritmo desquiciante de sus caderas.
Poco a poco ralentizó sus movimientos, haciéndolos cada vez más lentos,
sacando su miembro casi por completo solo para deslizarse de forma
desquiciantemente lenta hasta el interior de nuevo.
Los jadeos de ambos se hicieron cada vez más audibles, a pesar de que
Gregory quería prolongarlo, no iba a poder de continuar así; pero estar dentro de
ella era increíble, cuando sus pieles se tocaban él sentía electricidad pura yendo de
uno a otro, cada aspiración que hacía solo conseguía que él se embriagara con el
perfume de su piel y era como estar envuelto en una nube de suavidad y tersura; y
los labios, sus besos eran un hechizo, porque sin importar cuánto la besara,
siempre quería volver, enredar su lengua con la de ella, dejar que mordisqueara su
labio inferior y que sus uñas se arrastraran por su espalda hasta clavarse en sus
nalgas, solo para que se moviera más rápido y llegara más adentro.
Y así lo hizo, desesperado por volver a besarla, por beberse sus gemidos,
volvió a estar sobre ella, con ese ritmo desaforado y castigador, deseando que se
corriera de nuevo, una y mil veces más, que sintiera por él la mitad de la necesidad
que Gregory estaba sintiendo por esa mujer desde que lo dejó en medio del
aeropuerto de Los Ángeles.
―Ven, ponte encima de mí ―le pidió con voz ronca―. Quiero verte
montarme.
Sentía que se iba a correr en cualquier momento, pero antes quería que ella
tuviese un orgasmo más.
Jessica se inclinó hacia atrás, abriendo sus piernas para apoyar los pies en la
cama, sus brazos soportaron su peso sobre los muslos de Gregory y ella solo
empezó un vaivén lento, en el que dejaba a la vista todo su sexo, incluso el clítoris
que comenzaba a hincharse de nuevo, sobresaliendo de los labios externos. Y ese
botón rosado lo estaba llamando con locura, así que deslizó sus dedos por allí,
mientras ella iba y venía sobre su verga, jadeando por el estímulo que sus yemas
provocaban sobre el nudito de carne cada vez más hinchado.
Los gemidos de ella la delataron, sentirlo grande dentro de su ser, junto a
las suaves caricias de los dedos sobre su clítoris, despertaron todas sus
terminaciones nerviosas; comenzó a moverse más rápido, persiguiendo el orgasmo
que se iba concentrando allí, una explosión de energía caliente y electrizante.
―Así… así… justo así ―susurró ronco contra sus labios carnosos―, córrete
para mí…
Gregory abrió los ojos y se encontró con la fría plata, por un instante se
sintió desnudo más allá de su cuerpo. Ella se elevaba sobre él, como si viniese
desde el más allá para recoger su alma en un campo de batalla y llevarlo al
Valhala.
Sonrío de forma perversa, Jessica entrecerró los ojos un poco, con suspicacia.
Coleccionista de hombres
―Las siete de la mañana ―contestó él, admirando lo dulce que parecía con
ese gesto relajado del sueño cuando volvió a cerrar los ojos―. ¿Te vas a levantar?
Ese simple gesto cambió todas las sensaciones dentro del cuerpo del
Vikingo, la sensualidad y picardía lo abandonaron para dejar solo un increíble
sentimiento de ternura. Él se acostó sobre ella, manteniendo la sábana en su sitio y
le dio un beso cortito en la boca con la tela de por medio.
―A pesar de lo que pueda parecer ―le susurró en los labios, mirándola
directo a los ojos―, soy un hombre muy responsable y un caballero ―explicó, solo
para bajar hasta el montículo derecho de su pecho y mordisquear el pezón debajo
de la tela, que se endureció de inmediato, inflamando su pasión una vez más―. Y
como un buen caballero, debo dejar que mi Valkiria descanse… ¿O es que acaso no
te duele un poco allá abajo?
―Sí, por suerte no lo soy ―aceptó ella con un brillo de diversión en los ojos.
―Es en serio… ―insistió Greg―. ¿Estás bien allá abajo? ―preguntó con
preocupación porque a él le dolía el pubis y sentía ardor en su pene.
Nada más esperaba que mantuviera las distancias una vez volviesen a sus
rutinas normales.
¡Oh-sor-pre-sa!
El rubio demostró no solo resistencia, sino una capacidad de recuperación
bastante rápida.
Decir que tuvieron sexo por todos lados de esa habitación era exagerado, les
faltaron algunas partes; sin embargo, lo ventajoso fue que cada vez que intentaron,
ella llegó a buen puerto unas tres o cuatro veces más; mientras él consiguió dos
orgasmos adicionales, uno de ellos ―el último para ser exactos― logrado con la
boca de la latina.
Ella también estaba agotada, presa del glorioso dolor físico que sobrevenía
cada vez que se desaforaba teniendo relaciones sexuales.
Y tras media hora sentada en la tina, después de vaciar casi la mitad de sus
productos para baños relajantes o desinflamantes que solía hacerse cuando pasaba
jornadas muy largas de trabajo, esperó lo que inevitablemente sucedería cuando se
volviesen a encontrar en la oficina: el incómodo momento de realización de
Gregory Einarson-Ward al percatarse de que ella no era una tímida mujercita y se
equiparaba a él en cuanto a apetito sexual se refería.
No sería la primera vez que un hombre, tras alejarse del fulgor orgásmico,
se intimidara ante ella por considerarla “agresiva”.
―Joaquín ―lo llamó ella con una sonrisita cínica―, ni siquiera toleramos
estar más de dos meses en el mismo lugar.
―Dices eso como si fuese algo malo ―se quejó Joaquín con un deje de
burla.
―Es aburrido ―contraatacó Jessica.
―Gracias, señor Ward ―le dijo ella con fría amabilidad―. Estaremos allí
Jessica entrecerró los ojos cuando Fred la miró más de la cuenta con una
mueca difícil de interpretar, Joaquín observó al hombre procurando mantener un
semblante impasible, pero era más que obvio que estaba contrariado.
―Sí, está bien ―acotó tras unos largos minutos que se tornaron incómodos
y se marchó.
―Yo diría más bien, revelador, prima ―contradijo el latino. Ella chasqueó
la lengua.
―No creo en cuentos de hadas, Quín ―le espetó ella al salir de la oficina.
―Pues creo que te hace falta una buena historia de amor ―replicó él―,
toda romántica y rosa, bien empalagosa… Tal vez como Love Actually o Made of
Honor.
―Pues yo creo que, más bien, a ti te hace falta una buena revolcada ―se
mofó Jessica con crueldad―, al mejor estilo porno. Traseros ardientes número
cinco, tal vez.
―Bien ―dijo Wallace Ward desde su silla―, solo falta El Vikingo y estamos
completos.
―Puedo hacer chistes, señores ―aclaró ella tomando asiento en uno de los
extremos de la mesa, justo frente a su padre―. Me gusta reírme cuando las
circunstancias son adecuadas.
―¿Qué hay de nuevo, jefe? ―preguntó con confianza―. ¿Por qué nos
sacaron de la Baticueva?
―Están aquí para que conozcan a la nueva socia de Ward Walls ―dijo,
señalando con su mano en dirección a la latina―. La señorita Jessica Medina.
―Yo fui a su conferencia en Harvard hace dos años ―confesó la mujer con
emoción en su voz―. Usted es un ícono para cualquier joven emprendedora que
desee innovar en el mundo tecnológico.
―Bueno, es la primera vez que estoy tan cerca, pero cuando hice mi
maestría estudié a las personas que habían aprovechado el boom de las
criptomonedas y los nombres de Jessica y Joaquín Medina son conocidos
―explicó―. Hicieron una fortuna con eso y después de tener capital, se dedicaron
a invertir en todo tipo de innovaciones: farmacia, software, redes sociales… De
verdad es un honor conocerlos.
―Sí, es que… quien sepa de ustedes, sabe que son como siameses, donde
está uno aparece el otro ―se rio―. Pero bueno, con su historia… en serio, los dos
son una inspiración para muchas personas.
Los Wards se quedaron en silencio ante aquellas palabras, los hijos de Will
miraron a su supuesta hermana con otros ojos, incluso Bruce no pudo evitar sentir
admiración por lo que Linda decía. Frederick, por otro lado, había suavizado su
expresión adusta, esbozó una sonrisa cordial en dirección a ella.
―Muy bien, gracias por preguntar, señor Ward ―contestó Jessica con
amabilidad.
―¿Eso es un eufemismo para decir que fuiste tras una mujer? ―inquirió
Stan. Jessica depositó la cafetera en su sitio tras rellenar el segundo pocillo y se
dispuso a marcharse.
―No cualquier mujer, sino la que conocí en el cielo ―explicó con un toque
poético―. Toda una Valkiria para este Vikingo ―terminó en voz alta para que ella
lo escuchara al salir.
―Señorita Medina ―llamó con su voz rasposa y grave. Ella se volvió hacia
ese ser que irradiaba masculinidad en cada poro de su cuerpo.
―Por favor, llámame Leon ―pidió con galantería―. No creo que te lleve
muchos años, si me dices señor sentiré que soy tu padre, o algo así.
En ese instante Allen dio un paso audaz hacia ella, recortando las distancias,
aunque manteniéndose lo suficientemente lejos para que no pareciera un acosador.
Jessica miró a su espalda, porque sentía el peso de unos ojos que escrutaban la
escena; Gregory observaba en esa dirección, entornando los párpados y frunciendo
el ceño.
―Por favor, llámame Jessica ―pidió la latina con una sonrisa afable.
―Sé que te acostaste con mi primo Greg ―espetó sin amilanarse ante los
feroces ojos de ella―. Él me lo confesó todo ayer en la mañana cuando te vio entrar
en la sala de juntas. El sábado en la tarde estabas coqueteando conmigo y anoche
estuviste otra vez con Greg… ahora te vas con Allen… parece que te gusta
coleccionar hombres.
La sonrisa de Jessica se hizo más profusa, una que parecía fría y cruel.
―Ya había advertido que podía jugar con las personas ―le recordó con un
tono hostil, mascullando entre dientes para que nadie los escuchara―. Pero el
destino es una perra y mira tú, resulta que estaba coqueteando con mi primo, me
acosté con un desconocido que resultó el hijo adoptivo de mi padre biológico y
ahora tú pretendes darme lecciones de moral simplemente porque acepté almorzar
con uno de mis socios…
»¿Acaso crees que me voy a subir la falda en medio del restaurante para que
ese hombre me folle encima de la mesa mientras todos los demás miran?
Optó por el silencio; era mejor no decir nada a la par que esperaban las
entradas para empezar a comer; degustando una copa de merlot rose.
Se quedaron en silencio una vez más, midiéndose el uno al otro. Ella estaba
acostumbrada a lidiar con todo tipo de hombres, en el mundo de Jessica las
relaciones interpersonales se llevaban de dos formas: o eras parte de los negocios, o
eras alguien con quien revolcarte de vez en cuando. No había matices ni los
necesitaba. Tenía pocos amigos, casi todos ellos eran de forma indirecta porque en
realidad estaban más relacionados con Joaquín que con ella, pues era el que tenía
más carácter para lidiar con el aspecto social; sin embargo, no era porque la latina
no pudiese ser accesible, que lo era cuando lo deseaba en verdad, como había
sucedido con su primo Fred, solo que carecía de tiempo para cultivar cualquier
clase de amistad profunda o relación amorosa que requiriese un compromiso más
serio o formal.
Leon, en cambio, veía a la latina como un boleto para tener la mayoría de las
acciones de WW en un momento no demasiado lejos en el futuro. Simplemente
tenía que saber jugar sus cartas porque él conocía el género femenino como la
palma de su mano; cada una de las mujeres que pasó por su vida tuvieron un
precio ―o una debilidad― y él estaba seguro de que los asuntos sin resolver de
Jessica Medina con su padre, eran la puerta de entrada para controlarla o seducirla.
O ambas cosas.
Jessica estaba allí para vengarse de su padre, podía sentirlo con cada fibra
de su ser, y aunque él era parte de la junta directiva de una compañía con una
amplia trayectoria, era evidente que no llevaba el apellido Ward, así que de un
modo u otro, siempre fue considerado el intruso en medio de la empresa familiar,
una que se vio obligada a vender acciones y dejar que otros entraran para no
perder el legado Ward.
Detestaba la arrogancia del clan, a pesar de que no podía negar que eran
personas correctas. Él no quería despojar a los Ward de su poder ―o tal vez un
poco sí―. Sin embargo, sí quería tener más de la mitad de la empresa para poder
controlar el futuro de la compañía que parecía destinada a estancarse en el pasado
por la obstinación y la estupidez de los viejos gemelos Ward.
El mesero llegó y depositó los platos frente a cada uno, Leon intentó
halagarla, hablando de su belleza, preguntándole sobre su vida, sus logros.
―Hablando de logros ―interrumpió ella con delicadeza―. Espero que esta
comida no se alargue demasiado. Debo salir a las tres de la tarde a Silicon Valley,
tengo una reunión de negocios.
―Oh, es una pena, de verdad esperaba que nos llegáramos a conocer ―se
lamentó él, ampliando su sonrisa de comercial de dentífrico―, aunque puede ser
mejor idea hacerlo en otro entorno, uno más relajado, tal vez una cena el viernes y
luego un par de copas en algún bar. Conozco sitios espectaculares que me gustaría
mostrarte, antes de que partas de San Francisco.
―Espero que tengan buen provecho, caballeros ―despidió a los Ward con
un gesto displicente.
Aquello era inaudito, porque él había salido incontables veces con Leon, tal
vez no era su amigo, pero sí se divertían juntos, en buen plan.
Otra cosa que lo estaba sacando de sus cabales era saber que se iba a
marchar en pocas semanas, era como una burla del destino, mostrarle a su mujer
ideal, a la Valkiria que lo conquistaba y lo llevaba al paraíso, solo para verla
marcharse.
Jessica declinó el postre y contestó el móvil cuando sonó. Sonrío con cortesía
y se levantó de la silla, estirando la mano para despedirse de Leon. Los labios de
Greg se estiraron levemente en un guiño malicioso, su exótica latina de ojos grises
ponía distancia profesional entre ambos.
«En tu jodida cara, Allen» se burló. Sin embargo, una bestia enfurecida rugió
cuando el maldito idiota se llevó la mano a los labios y besó el dorso de forma
galante.
Ella abandonó el salón con paso firme, no sin antes pasar por la mesa donde
ellos estaban.
―Consideraré esto como un gesto lindo por parte de mis hermanos para
protegerme ―aseveró la mujer en voz baja con voz grave, entrecerrando los ojos de
forma ligera, como para dar énfasis en lo que iba a decir―; no obstante, les voy a
recordar que soy una mujer autosuficiente, que lidia con hombres que hacen
parecer a Leon Allen un cachorrito de labrador.
Gregory apretaba los dientes y miraba a los ojos de Jessica, esperando que
ella se fijara en él. Se despidió de forma cortés, no sin antes asegurarle a los
gemelos que irían a beber algo el viernes en la noche para conocerse mejor.
―Creo que necesitamos hablar ―dijo él, tomándola por el codo. Ella
observó su mano con una ceja elevada en un gesto suspicaz.
―Si es sobre Leon Allen o sobre cualquier escena de celos que pretendas
montarme, ahórratelo ―expresó Jessica con un deje de burla―. Nos divertimos
mucho anoche, pero eso no significa nada… tú tienes tu pseudo novia, yo vivo mi
vida de forma plena, allá tú con tus dramas. ―Se soltó de su agarre con un gesto
suave―. Solo espero que estés sano, porque no hemos usado protección y aunque
tengo garantías de no quedar embarazada, contigo no he guardado las
precauciones necesarias.
Jessica Medina volvía su mundo de cabeza de tal forma que la regla tácita
de ‘sin condón no hay diversión’ se había borrado de su cabeza.
―¿No crees que es complicar más las cosas sin necesidad? ―inquirió él.
Jessica negó.
―Quín, mi padre murió, junto con mi madre y tus padres ―le recordó ella
con algo de frialdad―. William Ward no me importa, entiéndelo, menos ahora que
ya lo conocí. Haberle dicho quién soy y ver su cara de asombro ante lo que soy es
la mejor retribución que pude recibir.
Jessica se calzó las únicas zapatillas bajitas que podía ponerse con esa falda,
puesto que se había despojado de los tacones y no pensaba montarse en esos
aparatos de tortura una vez más.
Irónicamente, las bailarinas que usaba eran esas que él le había obsequiado
cuando lo conoció como Rick, porque del resto, en su guardarropa solo quedaban
dos pares de zapatos deportivos con los que solía ir al gimnasio de los hoteles para
hacer algo de ejercicio ―al menos dos o tres días a la semana―. Durante el
descenso se preguntó los motivos para que Frederick Ward hubiese llegado hasta
su hotel, más a una hora tan tardía; barajó diversas razones pero ninguna le
parecía ideal… o correcta, menos cuando su última conversación, esa misma
mañana, había sido tan desagradable.
―Buenas noches, señor Ward ―saludó ella con fría cortesía, manteniendo
las distancias, colocándose frente a él, con la mesilla de vidrio de por medio.
Se giró al asiento que estaba a su lado y tomó un ramo de rosas rojas, que le
tendió con una sonrisa tímida.
―¿En serio? ―inquirió él―. No creo que sea eso posible, una mujer como
tú debe recibir flores todo el tiempo ―soltó con honestidad. Jessica tragó saliva,
desconcertada por las sensaciones que ese pequeño gesto generaba en su cabeza y
su cuerpo. Negó.
Hablaron de todo un poco, él seguía sin creer que nunca hubiese recibido
flores.
Frederick asintió.
―Creo que lo más difícil es pensar que puedan continuar con lo que tienen
―acotó, llevándose el vaso a la boca y tomándose el resto de su bebida.
―Eso es lindo ―soltó una risita―. Te creo, al fin y al cabo, eres todo un
Príncipe Encantador.
―Algo así como mi ex ―respondió con algo de vergüenza. Ella enarcó una
ceja de forma perspicaz―. Es un poco complicado, rompemos y volvemos cada
cierto tiempo. Sucede en especial cuando Geraldine está en plan profesional, tiene
metas que quiere conseguir y cuando siente que la relación la está cohibiendo de
poder obtenerlo, terminamos.
―La amas mucho, eso es lindo ―sentenció la mujer, con la vista baja―.
Solo no dejes que ella domine todo, es loable de tu parte aceptar sus metas
profesionales, incluso motivarla a conseguirlas, pero no a costa de esa inestabilidad
emocional… ¿Acaso no puede lograr lo mismo estando contigo?
―Pues es una mierda ―aseguró ella de forma rotunda―. Está bien que
quiera crecer, pero si eso absorbe la mayor parte de su vida, es injusto tenerte como
una especie de comodín para usar cuando quiera, por eso estoy sola, me divierto
con quien quiero, sin implicar emociones, es injusto enamorar a alguien cuando no
tengo tiempo para una relación de esa índole.
―Eso significa que haber salido conmigo, habría sido una aventura de una
noche también ―acotó él con algo de tristeza.
―Pensé que jugabas con las personas ―se mofó él, sonriendo de medio
lado.
―Es posible, pero no me gusta lastimarlas, así que siempre saben que estoy
jugando.
Ambos soltaron risitas tras un par de segundos sin decir nada. El mesero se
acercó para preguntar si deseaban otro trago, pero los dos negaron, Fred se
dispuso a sacar su billetera para pagar, sin embargo, Jessica lo detuvo.
―Esta corre por mi cuenta. ―Él asintió y agradeció.
Salieron del bar, hasta la entrada del hotel, iban en silencio, rozando sus
brazos de vez en cuando. Se detuvieron en la puerta, Fred se giró hacia ella y la
observó con una mirada indescifrable. Jessica sentía una ligera aprensión en el
estómago, nervios y expectativa ante el dulce caballero que tenía al frente.
―Lo otro que lamento es que jamás nadie te haya regalado flores ―dijo
acortando la distancia de forma peligrosa, se inclinó hacia su oído y susurró―. Sin
embargo, me encanta la idea de haber sido el primero que lo hizo.
―Jessica ―llamó él, ella se giró al escucharlo―. Todas las mujeres merecen
flores… y bombones… y que les recuerden que son geniales…
Rick
Leon levantó la vista del monitor y frunció el ceño. Negó con vehemencia.
Más bien era él quien siempre tenía que romper corazones y desinflar
esperanzas de relaciones que no se iban a concretar.
«Mierda.»
El resto del día fue amargo, durante la noche tuvo que resistir la tentación
de ir a buscar a Jessica a su hotel y armarle una escena digna de una de esas
novelas latinas que veían su mamá y su tía todas las tardes. No supo cuántas veces
encendió el celular y abrió el WhatsApp para escribirle, sin saber si ella había
agendado el número de él en su propio móvil. No iba a soportar pasarle un
mensaje y que la morena no lo reconociera.
―¿Tu qué? ―inquirió Fred frunciendo el ceño―. Vamos, Vikingo, ¿en serio
estás así por una mujer que solo te ha usado para divertirse? ―inquirió con
seriedad.
―¡Hey! No tienes que ser tan cruel ―se quejó dolido―. La verdad es que
me gusta en serio… y… y… necesito saber quién es mi competencia ―confesó al
fin con derrota―. Tengo una segunda oportunidad, la primera vez en el
aeropuerto la perdí, no esta vez. La voy a conquistar, será toda para mí.
Gregory regresó más cabreado que cuando entró por primera vez; se lanzó
en el sofá y tomó uno de los cojines que había allí, colocándoselo en la cara,
mientras soltaba un bufido de frustración. Fred hizo un enorme esfuerzo para
contener la risa ante la rabieta infantil que el rubio de un metro noventa estaba
haciendo.
―Un rayo de sol, para ti ―recitó con voz apagada―. Es la cosa más
jodidamente cursi y acertada para decirle, y se lo dijo un tal Rick… ¡¡Mierda!!
¿Quién es ese tal Rick hijo de puta y qué quiere con mi Valkiria?
«Tal vez un poco como yo» pensó con amargura, sintiendo cómo el retortijón
se convertía en un nudo cerrado en su estómago.
Fred se percató que faltaba alguien allí, se giró a buscar a Joaquín Medina
por el pasillo, el primo que parecía un poco el mellizo de Jessica porque siempre
andaban juntos. Incluso más de lo que Sean y Stan estaban.
Gregory también lo notó, lo que le hizo sentir algo raro, porque no quería
ver a esa mujer como un miembro de su familia. Por más que ella fuese hermana
de sus hermanos, entre ellos no había lazos consanguíneos que impidieran la
futura relación que él pretendía plantearle.
―¡¡A ninguno de los dos les gusta la manzana!! ―se burlaron de ambos
entre risas.
―Hay muchas personas a las que no les gustan las manzanas ―replicó
Bruce. Jessica asintió.
Todos se echaron a reír de nuevo, esta vez con más fuerza. Ella contrajo el
ceño. Fue Fred quien le explicó:
―Los melocotones son la fruta favorita de Bruce.
―¿Estás bien? ―Sean se giró a ver al Vikingo, que tenía una expresión agria
en la cara―. Estás pálido.
El día siguiente, Jessica solicitó una reunión con todos los accionistas; fue
pautada para después el almuerzo. La noche anterior, el Vikingo y Frederick se
fueron juntos a un bar a beber sus penas en alcohol; como buen hombre
despechado, Greg terminó bastante bebido en casa de Elsie, tratando de sacarse la
horrible espina que se le clavaba en el corazón.
Quiso decirle algo que le subiera el ánimo, pero no pudo. Nada le salía.
―Fingí que llegaba y luego me di media vuelta para dormirme ―dijo él,
sorbiendo su café cargado―. Nunca pensé en mí mismo como una basura, pero
anoche eso fue lo que fui.
―Han pasado más de diez años desde que explotó la burbuja inmobiliaria
―explicó la latina, mirándolos desde las alturas―, ustedes a duras penas han
mantenido a flote la empresa. Lo cierto es que están apuntando a proyectos que
son seguros y dejan pocas ganancias; ahora están en un mega proyecto de
construcción de un centro comercial, sin embargo, las fechas de lanzamiento e
inauguración son demasiado largas.
»El centro comercial es buena idea ―aceptó ella―. Sin embargo, es una
inversión a muy largo plazo. Incluso la residencia en Madrid es a muy largo plazo,
al momento de recibir el retorno de la inversión esta se habrá devaluado en el
mercado.
»Pensé que había quedado claro, pero veo que no. Permítanme repetirlo:
Vine a hacer negocios, a ganar dinero.
―Ella tiene razón ―reflexionó Sean una vez entraron a la oficina de Stan, se
encontraba jugando con la pelota anti estrés de su gemelo. Allí se habían
congregado todos los Wards más jóvenes tras la cruda reunión.
Pero ninguno negaba que fue impresionante ver a Jessica decirles en la cara
lo que todos ellos pensaban.
―No entiendo por qué el tío Wallace sigue buscando disminuir sus logros
―planteó Stan, mirando uno de los archivos donde se amontonaban los
portaplanos. Allí se encontraba almacenado el proyecto aludido por su hermana.
Ward Walls era una constructora más dentro de las miles de empresas de
construcción que habían por todo el país.
Suspiró con pesadumbre. Era innegable que esa mujer compartía genes con
él; aunque no le gustaban las continuas burlas de sus hermanos menores, fue
impresionante comprobar lo similares que podían llegar a ser. No obstante, su
presencia despertó en él viejos rencores contra su padre que creyó superados.
Sacudió la cabeza para sacar esos pensamientos, no eran importantes, lo que
apremiaba ahora era que Jessica les había mostrado la realidad, WW iba a ir a la
quiebra si no tomaban cartas en el asunto, y tal como decía, todos ellos terminarían
heredando una empresa moribunda cuando sus padres se retiraran.
No quería eso.
Pero en cierto modo, que fuese la latina que les diera el golpe de realidad le
desagradaba.
Aunque tuviera razón al cien por ciento.
―¿Y dónde está ella? ―preguntó Fred―. ¿Sigue en su oficina? Tal vez
podamos hablar con ella, ampliar la información, estudiar mejor la propuesta.
―No tanto como eso, pero es preocupante ―respondió―. Ocho años es…
desalentador. ¿Qué haremos todos cuando tengamos que hacer hasta lo inhumano
para levantar la compañía con más de cuarenta años? ¿Qué le dejaremos a nuestros
hijos en ese momento? Bruce está a punto de casarse, seguro que antes de los
cuarenta tiene descendencia.
Fred hizo un gesto ambiguo que compuso de inmediato, solo Greg lo notó y
sonrió de medio lado, de forma burlona.
―No vale la pena ―aseguró él, sintiéndose un poco incómodo con esa
conversación―. No es momento para pensar en esas cosas, no cuando Jessica nos
acaba de soltar semejante bomba.
―En eso tienes razón ―se sumó Bruce, que se despegó de la ventana y se
giró a mirarlos―. Deberíamos ir a hablar con ella, ahora.
―Pues si lo vamos a hacer, creo que debe ser ya ―anunció Sean, viendo
hacia el vestíbulo del piso―, porque me parece que va de salida y la acaba de
detener Leon Allen.
―Por supuesto, está agendado desde la primera vez que hablamos ―le
dijo―. Solo pásame un WhatsApp con la dirección del lugar, allí estaré.
Se quedaron los seis hombres frente a las puertas metálicas del ascensor, los
Ward miraban a Leon como si fuesen una jauría de perros salvajes; este en vez de
sentirse intimidado, sonrió.
―No tenemos ni una sola duda de que Jessica es una Ward ―respondió
Bruce de forma templada―. Y aunque no me caiga bien, o desconfíe de ella, sigue
siendo mi hermana. Si le haces algo ―acotó mientras se acomodaba los puños de
su camisa y la solapa de su saco―, me sabrá a mierda que seas uno de los socios de
la empresa… ―Lo miró con intensidad, ante los ojos atónitos de todos ellos―. Te
partiré las malditas pelotas.
El resto de los Ward lo siguieron, todos con una sonrisa de orgullo, burla o
sorpresa en la boca. Era el mayor de todos ellos, el más ecuánime, quien
reaccionaba siempre de forma pausada, sin aspavientos; así que si este amenazaba
a alguien de esa forma, era mejor cuidarse, porque hablaba en serio.
―Yo diría que es más bien un tiburón, tío ―corrigió Greg, con un leve tono
de mofa―. Sabe de negocios, mucho más que nosotros, de hecho… y a la gente que
sabe de negocios y ha hecho la fortuna que ella hizo se les llama tiburones, no
pájaros carroñeros.
―Eso no cambia el hecho de que nos quiere asustar ―replicó este ante el
rubio―. Quiere meternos miedo para controlar la empresa a su antojo.
»Luego está el hecho de que, sin importar por dónde lo miren, al final de
toda la historia, el socio mayoritario pasará a ser Fred, porque la parte tuya será
dividida entre nosotros, tus cuatro hijos ―le recordó―. Aun cuando nuestro primo
decida hacer un conglomerado y unificar todas las acciones Ward en un solo
bloque donde las decisiones se tomen por votación, de todos modos ella tendrá voz,
porque tiene una porción considerable de la compañía.
»Ha sido clara, papá, es una inversionista, quiere ganancias, quiere dinero,
pero no porque sea tuyo, sino porque es a lo que se dedica.
―Creo que lo correcto en este caso es verificar lo que ella ha dicho, tenemos
hasta el lunes para hacerlo, son tres días completos para comprobar los números
―habló Fred―. No quiero pensar que he pasado una década de mi vida, y pasaré
casi otra, trabajando en una empresa que va a irse a la mierda por no haber estado
a la vanguardia, solo porque mi padre y mi tío actuaron como machistas y no
escucharon a una socia que les puso en bandeja de plata la solución para volver a
llevar a Ward Walls a la palestra de este estado una vez más.
»Es obvio que es nuestra hermana, sin lugar a dudas, la sangre llama
―explicó él con un leve tono de desagrado―. No quiero culparla de nada, al fin y
al cabo, si soy objetivo, ella es una víctima tuya, padre.
Sus padres nunca se detuvieron a pensar si él estaba muy afectado por esa
situación o no, al fin que se separaron cuando era muy pequeño y pensaban que no
tenía recuerdos de esa época; pero sí… los tenía. Cuatro años no es ser demasiado
mayor, pero tampoco demasiado pequeño, en especial, cuando su mamá tuvo otro
bebé de un hombre diferente, uno que lo trató con mucho cariño y que lo consideró
su hijo en esos momentos. Luego esa relación se acabó, algo que le pegó mucho,
porque Einar hizo lo que su propio padre no ―pero las cosas con su madre no
funcionaron― y cuando pensó que solo iban a ser ellos tres contra el mundo,
William Ward regresó, dispuesto a reconquistar a su exesposa y continuar con sus
vidas.
Hasta poco tiempo después del nacimiento de los gemelos no confió en él,
era un desconocido y siempre pensó que se volvería a marchar, solo que en ese
momento iba a dejar a su mamá con cuatro niños. Durante años se sintió ansioso
cada vez que él viajaba y pasaba más de una semana sin verlo, se volvió huraño,
callado, sobreprotector con sus hermanos, con su madre. Le costó muchos años
comprender y aceptar que su padre había regresado para quedarse; no obstante,
había dejado atrás a una niña, que seguro pasó muchos años preguntándose por
qué él no se quedó con ella. Haciéndose las mismas preguntas que él se hizo de
niño, incluso peor.
―Heeeey, hermanote ―llamó Stan desde la puerta―. ¿Todo bien? ¿Sí sabes
que estás bebiendo en la oscuridad de tu oficina? ―le preguntó―. Eso es
espeluznante.
―Sabes, algún día tendrás que contarnos lo que sucede ―le dijo él en tono
fraternal―. Tal vez no hoy, pero sí pronto, porque desde que llegó Jessica has
vuelto a ser hostil con papá, y ahora la incluyes a ella… y lamento decirte esto,
hermanote, pero ella no tiene la culpa… ¡Aunque fue genial lo que hiciste en el
pasillo con Allen!
―Lo pensaré.
―¿Tienes que hacer algo esta noche? ―inquirió Jessica con un rastro de
cinismo en su voz.
―Yo no soy una Ward ―espetó la mujer, mirándolo de medio lado, con
ojos asesinos.
―Quedamos a las diez ―le informó su medio hermano― ¿Quieres que pase
por ti a las nueve?
Después de colgar ―tras varios intentos del gemelo de que aceptara que la
fuese a buscar― hizo un par de llamadas más, mientras estuvo revisando qué
atuendo podría favorecerle más. Por otro lado, Joaquín continuaba comentándole
sobre los avances de sus otras inversiones.
Él no le dijo qué iba a hacer, tampoco le preguntó, no era la primera vez que
Jessica cenaría sola en su vida.
Ella solicitó el servicio de Uber Black para la hora pautada, era el que solían
usar la mayoría del tiempo cuando estaban en San Francisco, inclusive requerían a
los mismos dos conductores, por cuestiones de confianza. Jessica y Joaquín tenían
su equipo en Boston, con sus asistentes personales y una pequeña oficina
administrativa, sin embargo, estaban acostumbrados a viajar solos, a menos de que
fuese estrictamente necesario llevar a algún miembro adicional, como un abogado,
secretaria, o ambos; por esa razón se consideraban bastante autosuficientes.
―Te ves bien, Jessi ―elogió su primo, tomándola de la mano para hacerla
girar―. Aunque yo te desabotonaría al menos dos más ―le indicó, mientras
soltaba los botones mencionados―. Muestra la mercancía, prima ―sonrió―, para
que tengas suerte esta noche… tal vez te rapte un Vikingo o te rescate un Príncipe
Encantador.
―Tú tampoco te ves nada mal, Quín ―razonó ella, mirándolo de pies a
cabeza. La barba recortada, el cabello engominado, y vestido con un pantalón de
jean oscuro y un suéter de marca de un tono crema fuerte, se veía bastante
atractivo―. ¿Jugaremos el juego de siempre? ―preguntó al salir.
El trayecto desde el hotel hasta el club fue bastante rápido, estuvieron cinco
minutos antes de las diez y le aseguraron al chofer ―un hombre llamado Isaac―,
que le avisarían si requerirían de su servicio después de la media noche.
―Bueno, la fila para entrar no está tan larga ―anunció Fred―, si nos
ponemos en nuestros lugares, entraremos en media hora.
Su lugar estaba reservado en el segundo piso, en una zona alejada del borde
del pasillo que daba a la pista de baile; era un espacio tranquilo, donde podrían
conversar y disfrutar sin tanto bullicio y gente pululando a su alrededor.
Una de las conejitas ―con un body negro muy pegado, colita esponjosa
blanca y medias de red― se acercó hasta ellos, depositó una hielera sobre la mesa,
junto con un par de botellas de vodka y unas lindas botellas con jugos: naranja,
limón y arándanos.
―Vaya ―silbó Sean con una risita―, esto es lo se siente ser VIP.
―Algún provecho tengo que sacar del dinero, ¿no? ―se mofó con una
risita, recibiendo su trago de vodka.
Ella tomó la pajita y dio un sorbo, observando por sobre el vaso a Greg, que
había optado por sentarse en la silla de en frente. Por casualidad estaba vestido por
completo de negro, al igual que Jessica.
―Decidimos que después de lo de ayer, era buena idea que todos los Ward
jóvenes viniesen ―explicó Sean, con su atuendo de chico rudo, sentado a la
izquierda del latino, en una silla individual―. Espero que no te moleste. ―Jessica
negó.
―Para nada ―aseguró―, como espero que no les moleste que haya venido
con mi primo.
―No veo por qué nos molestaría ―dijo Bruce, acercándose a ellos.
―¡Hermanote! ―exclamó Stan, poniéndose de pie. Ella los imitó junto con
su primo y tendió la mano para estrecharla. Bruce la tomó con suavidad, aunque
con firmeza.
La charla se desvió hacia cosas triviales, fue Fred quien preguntó por Amy
―la prometida de Bruce― procurando no fijarse en las piernas de Jessica, que al
mantenerlas cruzadas sobre la rodilla, le permitía intuir que tenía una piel suave.
―Me recomendó que era mejor que viniera solo, al fin y al cabo, Geraldine
no viene tampoco ―contestó, recibiendo el vaso que Stan le tendía―. Dijo que era
buena idea que todos los Ward ‘intimáramos’ un poco, para conocernos mejor.
―Hizo una mueca con la boca―. No sirvió de nada que le dijera que el señor
Medina iba a estar aquí.
―Es una pena ―aseguró Fred, sonriendo con algo de resignación―. Creo
que Jessica y ella habrían congeniado de inmediato ―completó, mirándola a los
ojos. Jessica correspondió su sonrisa.
―Puede ser, pero soy una arpía sexy. ―Le guiñó un ojo.
―¿Por qué, si sabías que William era tu padre, no lo buscaste antes? ―le
preguntó, enfrentándola directamente.
Nadie dijo nada, cada uno meditaba en las palabras que ella acaba de decir.
―Mierda, bailan muy bien ―elogió Sean, mirando cómo las caderas de
ambos se contoneaban con la música rápida de la tonada.
―Sí, es por eso que muchos dicen que parecemos mellizos ―puntualizó el
latino―. A pesar de que soy un año mayor que ella.
―Eso sucede porque hemos pasado los últimos quince años de nuestras
vidas juntos ―recalcó Jessica, recibiendo el vaso que Sean la pasaba.
Joaquín se inclinó hacia el oído de ella y susurró algo, Jessi se volvió hacia
un lado, para ver más allá del Vikingo que pretendía llamar su atención mirándola
intensamente. Negó ante el comentario de su primo.
―No, no me gusta.
―¿Tu primo te pide permiso para ligarse a una mujer? ―preguntó burlón,
Jessica le sonrió con malicia.
Todos los Ward presentes se giraron a mirarla con los ojos abiertos por el
asombro.
Estaban muy anonadados como para decir algo, incluso Bruce observaba a
su media hermana con algo de estupor.
―No ―contestó Jessica―, es algo así como que me gusta la salchicha, pero
de vez en cuando disfruto de comer almejas.
El tono en que dijo las cosas fue tan cómico que todos largaron la risa.
―Pues… solo voy a decir una cosa ―intervino Greg―. Joaquín, eres muy
guapo, pero no me gustan los hombres.
Todos abuchearon a Greg por su comentario, que fue claro para todos que
pretendía ser gracioso. En cambio, Sean miró a su hermana y el primo de esta.
―¿No les da, no sé, algo de pena decirlo? ―curioseó―. ¿No les molesta lo
que puedan decirles o pensar los demás?
Ambos negaron.
―Lo que Quín quiere decir, señor Ward ―terció la latina―, es que nuestros
logros no dependen de con quién nos acostemos, después de cierto nivel de
mentalidad, te das cuenta que la opinión de los demás dejan de importarte, porque
sabes que no estás haciendo nada malo.
Gregory la miró a los ojos, ella le sostuvo la mirada sin amilanarse. Ninguno
les prestaba atención, conversaban sobre música, sobre bandas y si Joaquín tocaba
algún instrumento musical.
―Me traes loco con ese vestido ―le susurró al oído. Ella soltó una risita
coqueta.
―Te queda de infarto ―aseguró Greg, moviendo sus caderas a la par, para
que su pelvis se rozara contra ella y sintiera cómo lo tenía―. Tanto que tengo
ganas de raptarte y llevarte a mi departamento.
―¿Al mejor estilo vikingo? ―inquirió ella con voz cargada de lujuria.
―Al mejor estilo vikingo ―asintió él, acariciando con su aliento el pabellón
de su oreja.
It's true, la la la
It's true, la la la
Jessica se estremeció entre sus manos, ella no podía negar que ese maldito
vikingo había logrado el efecto deseado, estaba derretida aunque no fuese a
admitírselo; el roce de sus labios, mezclado con el aliento cálido con sabor a vodka
la estaba embriagando, no solo por el alcohol, sino por los toques sensuales que su
boca iba dejando a medida que resaltaba la letra con una ―sorpresiva― melodiosa
voz.
Ella no se quedó atrás, correspondió ese beso con la misma soltura, solo que
con un poco más de intensidad. Jessica pretendía arrastrarlo a la lujuria, pero Greg
se empeñaba en convertirlo en un gesto íntimo y cargado de necesidad, no
precisamente de índole sexual; a pesar de que ella podía sentir la dureza de su
bulto presionando contra su vientre.
―Ay, señorita ―replicó él con voz ronca en un más que aceptable español.
Jessica sonrió.
Y aunque se habían salvado de ser vistos por ellos, quien presenció todo fue
Fred, que sentado en la barra del piso inferior, presenció todo el baile y el beso
posterior. Repitiéndose una y otra vez que no podía molestarse, que no tenía
derecho.
Vio cuando ella se marchó dejando al rubio en la pista, pidió otro trago y
procuró mimetizarse entre las otras personas en la barra para que su primo no lo
viera. Se sentía fatal, lo cual era ridículo si analizaba bien las cosas.
Nada había pasado entre ellos dos como para que se sintiera herido o
traicionado; incluso ese gesto de las flores no eran precisamente un plan para
conquistarla, porque entre los dos no iba a pasar nada, no era correcto.
―¿Qué pasó? ―inquirió, mirando a Fred que seguía al borracho con los
ojos, alejándose de ellos.
Una vez que estuvieron en el segundo piso, fue Gregory quien explicó todo,
pues Fred todavía se hallaba bastante ofuscado. Joaquín se puso de pie y se acercó
a ella, tomándola con delicadeza del brazo le preguntó entre susurros al oído si
estaba bien, Jessica asintió.
―No me pasará nada, estoy con Joaquín ―respondió ella con cruda
franqueza―. Nunca me ha pasado nada con él, nunca me pasará ―dijo tajante.
Todos se quedaron en silencio; sin embargo, el tono de la latina fue tan duro
que no les quedó más remedio que aceptarlo.
Joaquín se acercó a Sean, que tenía cara de pocos amigos y le extendió una
tarjeta.
―Escríbeme en una media hora para avisarte que llegamos ―le dijo con
una sonrisita burlona―. Es lo que probablemente nos tome llegar al hotel. Allí
tienes mi número.
Los dos primos decidieron que era buena idea pasar por el bar del hotel,
ambos necesitaban un trago extra para calmar los ánimos exacerbados. En media
hora exacta sonaron ambos teléfonos. Joaquín sonrió de medio lado, tecleó una
respuesta y guardó el móvil de nuevo en su bolsillo.
―Creo que me tomaré otra copa ―le informó con una sonrisa enigmática en
los labios―. Espero que tengas una excelente noche… Valkiria.
CAPÍTULO 14
Luego tenía esos ojos azules, lo cierto fue que desde que se lo encontró en la
compañía pudo apreciar mejor su color, un tono oscuro e insondable que le
recordaba la profundidad del océano; su cabellera parecía hilos de oro, su
personalidad era divertida y un tanto arrogante, algo que siempre le había
parecido atrayente en un hombre, siempre que fuese un deje de arrogancia que no
tenía nada que ver con su aspecto, sino con su sagacidad.
Gregory demostró algo más, a pesar de sus intentos para no hacerlo; la nube
gris que se mostraba en el horizonte era que quizás él iba a querer tener una
relación, y ella no.
Tampoco deseaba romperle el corazón, Jessica les había dicho a los Ward
que podía jugar con las personas, sin embargo, eso no significaba que era una bruja
despiadada que coleccionaba hombres y corazones rotos.
Allí estaba él, seduciéndola con sus besos; mientras por otro lado le hacía
creer a la tal Elsie que tenían una especie de relación cuando no era cierto.
Jessica Medina no se rebajaba a eso, sin importar que fuese un maldito dios
en la cama o no se sintiera intimidado por ella a la mañana siguiente después del
sexo. Ella no tenía problema en compartir a un hombre de vez en cuando, en
especial cuando eran rollos de una noche o sexo ocasional con algún viejo amigo al
que veía una o dos veces al año mientras estaba de viaje; tenía varios así, con los
que se divertía cuando iba a Madrid, o allí mismo en California, donde vivía su
amigo Tom, un abogado de artistas que estaba casado y con el cual se reunía
esporádicamente solo para tener sexo.
―Me tienes loco, Valkiria ―gruñó contra su oído―, tanto que, si no abres la
puerta ahora mismo, no respondo de lo que te haré en este pasillo.
Jessica soltó una risita traviesa y retadora; oírlo implementar ese tono
también encendía una parte realmente maliciosa en su personalidad; quizás podía
estar dispuesta a que él la poseyera allí, en el medio del pasillo, no iba a ser tan
difícil, solo debía correr un poco su ropa interior y abrir la bragueta del pantalón
de Greg, que se notaba bastante abultada. No obstante, tuvo un rapto de cordura.
―Si me sueltas, puedo abrir la puerta ―le explicó, en voz baja y seductora.
―No necesitas que te baje. ―Volvió a mordisquear su cuello―. Solo saca la
maldita tarjeta y deslízala por la ranura ―le ordenó tajante.
Gregory volvió a la carga con los besos apenas ella terminó de retirar la
tarjeta, se adentró en la oscuridad de la habitación aferrándose a ella con fuerza,
deleitado con la sensación de aquellas piernas que lo apretaban de forma firme.
Devoró su boca, jadeando de deseo, mordisqueando sus labios, succionando con
avidez y desesperación.
―Joder, Greg ―bufó ella con una risita buscando recuperar el aliento―,
tómalo con calma ―pidió en un instante en que él se apartó para besar su cuello.
Jessica respiraba con pesadez, deslizándose sin freno a la pasión que el hombre
sobre su cuerpo estaba demostrando.
Levantó la falda del vestido una vez ella desabrochó el cinturón, Greg
deslizó la prenda sobre su cabeza, dejando a la vista la sexy ropa interior de encaje
a juego. Él sonrió de medio lado, sintiendo cómo su excitación iba en aumento.
Greg se estiró sobre Jessica, atrapándola contra el colchón; ella pudo sentir
el duro bulto que se apretaba entre el pantalón, y que se restregaba contra su sexo
bajo la delicada pieza de ropa interior, desencadenando una deliciosa electricidad
que subía por su vientre, arremolinándose en su abdomen. Los besos del Vikingo
eran castigadores, la dejaban sin aliento, mientras que a la par una de sus manos se
aventuraba sobre sus pechos, pellizcando el pezón erecto debajo del encaje del
sujetador. Ese estallido de dolor placentero la hizo gemir dentro de la boca de él,
quien ni corto ni perezoso aprovechó para introducir su lengua juguetona y
acariciar la de ella con toquecitos traviesos.
Jessica no aguantó más, era delirante lo que le hacía, pero necesitaba pasar a
algo más placentero; lo empujó con firmeza para que se elevara, luego lo hizo girar
dejándolo debajo de ella, donde se sentó a horcajadas sobre el abdomen. La latina
le sonrió con malicia, ella también sabía jugar el lujurioso juego de restregarse
hasta el punto de la demencia. Se alejó hacia su pelvis, besó el borde de su piel por
encima de la pretina del pantalón, mismo que fue desabotonando a medida que
sus labios obraban magia en torno a la piel desnuda, sin dejar de verlo en el
proceso.
Greg estaba hechizado por sus ojos, que lo observaban con malicia,
atrapando su mirada en un juego perverso.
Desabrochó el sostén para liberar sus pechos suaves y carnosos, ella se elevó
sobre su rostro para permitirle tomar uno con su boca. El Vikingo se deleitó con la
piel rugosa y endurecida, acarició con su lengua toda la circunferencia para
terminar aprisionando entre sus dientes la carne erecta. Era una enloquecedora
tortura; su pelvis se elevaba para rozarse contra el sexo de Jessica, los jugos de su
excitación habían traspasado su ropa interior y la de él mismo; ella jadea y
susurraba ―sí, oh sí― cada vez que Greg jugaba con su pezón, chupándolo un
poco más duro de lo usual. Luego repitió lo mismo con el otro pecho, chupó,
mordió, besó, hasta que Jessica tembló de placer y él se sintió al borde del frenesí.
Esa fue su señal, con su mano derecha liberó su polla húmeda y palpitante,
apenas deslizando la elástica sobre el tronco; después corrió el bikini de Jessica
hacia un lado, pasándolo por sobre su nalga derecha, y así, sin sacarse la ropa por
completo, sintiendo la humedad tibia bañando su verga, se clavó profundamente
en su interior, acompañándola en sus gemidos de placer.
―Este es el Valhala ―musitó contra con su boca. Ella abrió los ojos para
hundirse en ese universo azul, y empezó a moverse sobre él, arriba y abajo, una y
otra vez; sonriéndole de manera perversa.
Jessica tenía una mirada turbia, sus labios dejaban escapar los ecos más
lujuriosos que él hubiese escuchado jamás. Arreció sus movimientos de manera
repentina, mientras su garganta se resecaba de tanto gemir. Enredó los dedos de su
mano izquierda entre las ondas rubias, apretando con fuerza, obligándolo a elevar
la barbilla para ponerse al alcance de su boca. Greg también fue perdiendo el
control, dejándose arrastrar por la próxima erupción; como siempre que estaba con
esa mujer, su orgasmo se construyó rápido y se acercaba inexorable. No hubo
posibilidad de retardarlo más cuando la latina comenzó a besarlo con salvajismo, a
la par que gemía y se movía, aturdiéndolo con tantas sensaciones placenteras al
mismo tiempo.
Gregory sonrió victorioso cuando sintió una vez más cómo ella se corría con
su miembro adentro, deleitándose en la dulce succión de su interior.
―Te lo advertí ―le dijo él entre jadeos, con el pecho subiendo y bajando de
forma acelerada, con sus suaves embates―. Valkiria, serás mía…
―¿No me digas que eres de los que se pone celoso? ―inquirió ella con
cinismo. Le dio un toquecito en el pecho para que se detuviera y levantara su
anatomía de encima. Greg se quitó a regañadientes, sin embargo, antes de que
Jessica pudiese erguirse y salir de la cama, él la atrajo contra su cuerpo,
abrazándola, pegando su pecho contra la espalda de la latina, restregando su pene
entre las nalgas que aún tenían restos húmedos que evidenciaban su excitación.
―Ten presente que me voy pronto ―le recordó con un rastro de dureza en
su voz, consideró que era mejor ser directa y concisa―. Lo que está pasando aquí,
se queda aquí. ―Se puso de pie.
―¿Y por qué? ―indagó él, más lleno de curiosidad que de desencanto; no le
molestaba mucho su actitud, en realidad sabía que ella no estaba huyendo, solo era
pragmática en cuanto a la realidad―. ¿Por qué no puede seguir?
―Porque con todo y lo liberal que puedo ser ―le respondió ella girándose
para encararlo desde la puerta del baño―, y que creo en las relaciones a distancia,
lo cierto es que no me gusta compartir.
El rubio enarcó una ceja con una sonrisita de medio lado que lo hacía lucir
un poco como un cretino.
Greg hizo una mueca ante el tono agrio que percibió en el último enunciado
que le lanzó.
―No, es algo más simple que eso ―se rio con soltura, buscando suavizar el
ambiente―. Ven a una cita conmigo.
―¿Una cita? ―preguntó perpleja―. ¿Me estás diciendo que nunca has
tenido una cita? ¿En serio? ―Gregory asintió.
―Sí, pero es tu culpa ―le susurró de manera sexy contra los labios―. Antes
de ti era un tipo normal, un poco patán, es la verdad, pero normal… ―depositó un
beso sobre su boca.
―Lo soy ―aceptó él hablando el mismo idioma, sonriendo con todos sus
dientes―. No te pido nada complicado… solo… Déjame llevarte a una cita, ya
después de eso, veremos que nos depara el destino. ―Volvió a besarla.
Jessica lo pensó por unos segundos, en cierto modo tenía razón, salir en una
cita no era nada del otro mundo. Y tal como le había dicho su primo, necesitaba
algo de romance en su vida.
―Está bien, señor Ward ―aceptó sonriéndole―. Iré a una cita contigo.
Él la alzó en vilo y la hizo girar en el aire, los dos envueltos en risas, Greg de
júbilo, Jessi de diversión.
―¡¡Síííí!! ―exclamó él― ¡Dijo que sí! ¡Yuju! ―la puso en el suelo tras darle
otro beso, este más profundo que los anteriores, apretándola contra su hombría―.
Ahora, déjame usar el baño y no te duermas… porque vamos por el segundo asalto
―le advirtió.
Y luego, sin más, le dio una nalgadita juguetona y se dio media vuelta para
meterse a la ducha.
CAPÍTULO 15
No recordaba la última vez que había amanecido en una cama abrazada por
un hombre; los dos eran un enredo de piernas y brazos, Jessica estaba de costado y
Greg se encontraba justo detrás de ella, muy cerca, con su brazo por encima del
cuerpo curvilíneo, aferrándola como si temiera que se fuese a escapar mientras él
dormía.
Sonrió ante la situación, era lindo volver a sentirse querida. En cierto modo,
podía pasar su vida sin el cariño de una pareja como tal; sin embargo, era
innegable que el interés del rubio a su espalda despertaba en ella un poco de
añoranza de volver a tener una relación amorosa.
El detalle principal de eso era que ―exceptuando con su último novio―, era
complicado mantener una relación con Jessica Medina cuando ella solo pasaba en
su ciudad tres meses al año. Al principio, como con toda relación, decían que no
había problema con la distancia ni el tiempo reducido; sin embargo, cuando ella
volvía a Boston solo por una semana para luego marcharse de nuevo al otro lado
del mundo, todo perdía el encanto después de la tercera o cuarta vez.
―Te mataré si lo haces ―le advirtió la latina con voz ronca. Tomó la mano
que castigaba su pezón, obligando a Greg a bajarla hasta su entrepierna, donde
comenzaba a brotarse el clítoris gracias a la excitación.
El Vikingo sonrió con malicia, pasó su otro brazo por debajo del cuello de
Jessica y apretó un poco, exigiéndole volver la cabeza hacia él para besarla. No solo
jugó con el nudo de carne hinchado que sobresalía entre sus pliegues, sino que
deslizó sus dedos más abajo, recorriendo los labios de su sexo para colarse dentro
de la caliente cavidad y lubricase con los jugos de su intimidad, para volver a
acariciar de nuevo, esta vez con más ímpetus, el clítoris.
El dulce goce los alcanzó como una ola al reventar en la orilla, creció a
medida que se acercaba a ese borde ineludible donde solo quedaba estallar; el
rubio bufó ante la sensación cosquilleante, gruñó cuando Jessica contrajo sus
músculos pélvicos alrededor de su pene, aprisionándolo con firmeza; la latina
tampoco cejaba en su empeño, evitando que él retirara sus dedos, manteniéndolo
sujeto con su mano contra su sexo, a la par que gemía por las grandiosas
sensaciones que la estaban atravesando cada vez que Greg se metía más adentro de
su vagina.
―Si te quedas conmigo, te despertaré así todas las mañanas ―le propuso él.
Jessica soltó una risita.
―Una propuesta más que tentadora. ―Jessica volvió a mover su cadera,
haciendo que él se clavara más adentro. Greg jadeó―. ¿Quieres terminar lo que
empezaste?
―Ya van varias veces que dices algo así ―indagó ella, sintiéndose gelatina
entre sus brazos, el jodido rubio continuó su ir y venir lento pero profundo, incluso
la elevaba un poco cada vez que intentaba llegar más adentro―, pero no me parece
que te cueste excitarte ―susurró, respirando pesadamente por el movimiento. Tras
su reciente orgasmo estaba hinchada, así que podía sentirlo más grande y grueso
de lo que era.
Jessica soltó una carcajada cantarina que fue música para sus oídos.
Todo eso lo sentía por una completa desconocida, y podía ser realmente
aterrador, a la par que maravilloso.
Le daría esa cita que estaba pidiendo, luego de eso se marcharía a Boston y
procuraría no volver a verlo a menos de que fuese estrictamente necesario.
De hecho, una vez que se fuese de San Francisco no vería a ninguno de los
Ward si podía evitarlo.
Ambos se miraron a los ojos, Jessica contuvo la risa que pugnaba por salir
de su garganta; aquello era una jodida broma, pero el terror en los ojos de Sean,
que estaba congelado en el umbral, le advirtieron que era mejor no decir nada.
―No deseo decepcionar a nadie ―confesó en voz baja, era obvio que estaba
profundamente trastornado por todo eso―. Papá es un hombre duro, de la vieja
escuela… no sé cómo lo vaya a tomar… ¡Y Bruce! Bruce es…
―Tu hermano mayor y apuesto a que no dirá nada para hacerte daño
―completó ella con cierto fastidio―. Incluso William Ward lo tomará bien, tal vez
no al principio, pero se acostumbrará al hecho de que eres homosexual. Además no
parece el tipo de hombre que los haya despreciado alguna vez ―acotó Jessica con
algo de hosquedad.
―No me parece justo que te vayas ―confesó Sean con pena―. Apenas te
estamos conociendo, has pasado toda tu vida sola, ahora que has encontrado a tus
hermanos, no me parece correcto que tengas que continuar así, sin familia.
Ella se jactaba de ser directa y honesta, eso se debía a que no quería crear
falsas esperanzas ni expectativas en nadie; Jessica había crecido creyendo que un
día su padre volvería por ella, que la buscaría para conocerla y eso nunca pasó,
más de veinte años después la vida le demostró que sus esperanzas eran vanas,
que uno construía su propio camino, tal cual ella misma construyó el suyo hasta
ese punto.
―Tenemos que hablar ―sentenció con la misma voz que usaba cada vez
que iba a hacer negocios, fría y calculadora―. Esto de la cita es mala idea, señor
Ward, creo que es prudente que dejemos todo hasta aquí.
―Lo lamento tanto, cariño ―musitó con la cabeza entre las manos.
Apoyaba su peso en los codos, enfocando su vista en el mármol del mesón.
Holly se acercó con la botella de bourbon y rellenó el vaso vacío frente a él.
―No tienes que hacerlo, cielo ―repitió por enésima vez―. Nuestra historia
no ha sido fácil, Will. Y a pesar de ello, perduró y ahora es más fuerte y sólida.
Él se giró a verla, ella no era demasiado alta, así que sentado en el banquillo
del mesón, la atrajo hacia su cuerpo y la besó con facilidad porque quedaban a la
misma altura.
―Pues nuestro hijo tiene razón. ―Sobó su espalda de forma gentil―. Bruce
está sensible, cielo. La llegada de Jessica removió viejos sentimientos, heridas que
no han cerrado por completo.
―Para un niño de dos años, que te hubieses ido tres años es una eternidad
―aseguró ella―. A los cinco años ya hacen preguntas, como por qué su papá se
fue y lo dejó.
―Porque era un imbécil ―contestó Will con dureza, estaba molesto consigo
mismo. Holly, en cambio, rio.
―¿En serio tienes una hija de treinta años de la que no sabías nada? ―le
preguntó el hombre aguantando la risa―. ¿Y aparte es asquerosamente millonaria?
―Que debo estar feliz y dichoso, agradecido y que debo averiguar qué
pasó. Por qué nunca me enteré de su existencia.
―Tú y mi hermana están locos ―se carcajeó su cuñado―. Hechos el uno para el
otro. Pero bueno, sí… pasa mañana por mi oficina con mi hermana.
Y allí estaban, esperando por George que esa mañana, más temprano,
contactó a una investigadora privada.
―No lo sé, pero Jessica dice que al menos envío unas cuatro o cinco… No
puedo decir cuántas mandó Carla ―reveló.
Will se sentía cada vez más aprensivo con toda la conversación, pensar en
Carla después de tanto tiempo le pesaba en la consciencia; más al saber que había
quedado sola y embarazada. Holly, presintiendo su turbación, apretó su mano con
delicadeza, él levantó la vista del punto que miraba en el escritorio de George y se
percató de que su esposa le sonreía con dulzura.
Lo cierto era que no lograba sentir la misma emoción que los gemelos y su
propia esposa mostraban por la existencia de Jessica, tal vez porque se perdió
todos esos años donde se gestaban los vínculos afectivos con los niños; no obstante,
sabía que podía extender un puente y crear canales de comunicación. El problema
en sí se debía a su hijo mayor, la llegada de la latina solo había servido para
remover las quietas aguas que los rodeaban a los dos.
Tenía dos hijos adultos, un hombre y una mujer, a los que había
decepcionado.
Jessica le hizo recordar a Bruce la clase de hombre que fue durante su más
tierna infancia. William se la pasaba rememorando las pocas veces en que su
primogénito le permitió darle un abrazo o accedió a un gesto cariñoso por parte de
él. Holly hizo lo posible para sanar la relación de ambos, años de tensas situaciones
donde el saludo de bienvenida de Bruce tras irse de viaje de trabajo siempre era la
misma frase: “¡Ah! Sí volviste”, solo para subir a su habitación, tomando de la
mano al pequeño Gregory o a los gemelos que comenzaban a caminar y balbucear
algunas palabras coherentes.
Tenía miedo, porque por más que su esposa le dijera que estaban bien, él
sabía que la vida era un castillo de naipes, aunque creyeses que tenías bases sólidas
sobre las que construiste tu vida, esta podía venirse abajo ante un leve temblor.
Y mientras sostenía la silla para que su esposa se sentara a la mesa del sitio
que había escogido, se hizo una pregunta.
¿Qué clase de hombre era si no podía sentir simpatía por esa mujer que
decía ser su hija?
La familia es la familia
―¿A quién hay que matar? ―preguntó, subiéndose los lentes oscuros a la
cabeza para mirar a los ojos a su primo.
―Sí, sí… puedes reírte, ya sé… ―se quejó Greg, llevándose la botella a la
boca―. Jodido como la mierda… ¿Qué se supone que haces para impresionar a
una mujer que se puede bajar la luna y las estrellas por sí misma?
Greg hizo un gesto con los labios, una especie de mueca de boca de pescado
como si lo estuviese pensando con mucha intensidad y asintió.
―Lo sé, lo entiendo… solo que a veces es muy difícil no querer estar con
ella.
«No quiero saberlo» pensó Frederick con fuerza, y esperó que la expresión de
su rostro se viera como la de una persona que no deseaba tener detalles íntimos de
la vida sexual de su prima.
―¿Y qué hago que sea sencillo y a la vez divertido? ―inquirió el rubio con
seriedad.
Todos sabían a qué se debía el comentario. Pero como todas las abuelas,
Olive decidió preguntar abiertamente.
―Algo así ―gruñó de mal humor―, pero no es por ella que lo hago, no es
de acá de San Francisco, de hecho se fue ya ―mintió descaradamente―, solo vino
por negocios.
―¿Y qué va a hacer con unas zapatillas? ―inquirió Bruce con escepticismo.
―Yo también ―se sumó Holly con una enorme sonrisa―. Aunque lo
lamento un poco por Elsie, es una buena chica.
―Podrías llevarla a la boda, tal vez ―sugirió Bruce con una sonrisita
malvada en los labios.
―Apenas logré sacarle una cita ―confesó el Vikingo con voz algo
ahogada―. No te adelantes… tal vez termine con los trastes en la cabeza con esto,
no llames a la mala suerte.
―Oh, querido ―dijo su madre―. Seguro que no, eres muy guapo y todo un
caballero, eres el sueño de cualquier mujer, eso te lo garantizo.
―Bueno, mamá ―acotó Stan con toda la saña que pudo―. Si la chica no es
muy inteligente sí…
―¡Stan!
―No sabía que tu cenicienta se había ido ―comentó en voz baja y solidaria.
Fred se encogió de hombros.
―Pero, primo ―se quejó Greg con el ceño fruncido― ¿de dónde salió esa
actitud? Tú, de todos los trogloditas Ward eres el más optimista… ―le recordó con
una sonrisita―. Deberías llamarla, seguro vuelve a San Francisco, si vino por
negocios una vez, es probable que sea una viajera constante… ¿y quién sabe? Tal
vez es tu definitiva historia de amor
―Es una actitud muy sabia ―elogió el rubio―. Me gustaría ser tan maduro
como tú ―confesó con algo de tristeza―, eres el mejor hombre que conozco, mi
mejor amigo, siempre puedo confiar en ti… que mal que nunca cometiste locuras
conmigo… aunque no pierdo las esperanzas… ―mencionó jocoso―. Ahora si te
vas a quedar soltero, tenemos oportunidad de hacer lo que no hiciste por estar con
ella.
Pero su primo se merecía tener algo lindo que atesorar cuando Jessi se
marchara, a él mismo le hubiese gustado tener un par de momentos para su propio
recuerdo, aunque su cerebro insistiera que era inadecuado fomentar esas
emociones poco fraternales que se suelen sentir con los primos. No obstante, por
más que se esforzaba en buscar dentro de él alguna emoción de esa índole, lo único
que le llegaba a su cabeza eran los instantes en la oficina antes de saber que era su
prima.
Si era honesto consigo mismo, lo más sensato por hacer era ayudar a Greg,
al fin y al cabo, a pesar de todo lo que pudiera decir la familia si se enteraban del
amorío de ellos dos, no iba a ser nada en comparación con él. Ellos no eran
hermanos, ni de sangre ni de crianza…
―Creo que ya se me ocurrió la mejor idea para que tengas una cita
inolvidable… ―le dijo, dejando el trapo húmedo sobre el mesón y dándole un
puñetazo en el brazo, con más fuerza de la acostumbrada―. ¿Quieres sorprender a
Jessica? Esto es lo que tienes que hacer…
CAPÍTULO 18
Eso, y la tragedia que los había golpeado al mismo tiempo, los hicieron
invencibles contra el mundo, porque creyeron con todas sus fuerzas que solo se
tenían el uno al otro.
Era esa la causa que los había llevado a que ambos se comprendiesen de un
modo tan especial, por eso él sabía que no tenía que preguntarle el motivo de su
mal humor ese lunes cuando entraron a la oficina de Ward Walls; con el breve
intercambio durante la cena del sábado, quedó claro por dónde discurría el
pensamiento nefasto de Jessica.
―Le dije que no, pero dudo que me haga caso ―explicó Jessica, tomando
un sorbo de su copa.
―Yo también lo dudo ―se sumó él―. Pero está bien, al menos disfruta de
la atención.
Una sonrisa se deslizó en los labios de todos sus hijos, en cambio Jessica se
mantuvo impasible.
Jessica tuvo que contener la carcajada con mucho esfuerzo, más cuando
Sean se quedó pálido de manera repentina. En cambio, los demás ―excepto
Gregory― parecían anonadados por la afirmación.
Decir que todo había salido a pedir de boca era redundar, sin embargo,
cuando se dirigían a la oficina asignada para ellos, ambos primos estaban
sondeando en sus cabezas algunos pensamientos.
―¿Todo bien? ―indagó en español. Ella asintió―. Hacen falta las flores,
¿cierto? ―inquirió con malicia―. Te lo dije, prima… necesitas una historia de amor
con tu Príncipe Encantador ―se mofó.
―Al peor paso darle prisa, Quín ―le recordó ella, tomando asiento en su
silla―. Ya están buscando los pasajes para el sábado, así que prefiero salir de esto y
no volver a verlos en un par de meses… ―Se recostó en el espaldar―. Al menos
no en persona.
―Vengo tres veces al año como mínimo ―le contó la latina, miró con
perspicacia la expresión de los gemelos―. Alquilo una casa en Malibú por una
semana o dos en diciembre ―contó―. Del resto, paso solo uno o dos días cada vez
que vengo.
―Lo que hace un total de… ¿cuánto? ¿Una semana? ―inquirió Sean. Jessica
asintió.
Una vez que volvieron para el bloque de la tarde, fue abordada por
Frederick, estuvieron casi tres horas hablando de números.
―Ya que pronto te vas ―explicó él mientras tomaban un descanso con una
taza de café en el área de descanso―, es mejor aclarar lo más que pueda.
Si hubiese sido una película romántica, habrían quedado con los labios muy
cerca, no obstante, el rostro de Jessica resultó sobre el hombro de Fred, mientras su
otra mano se cerraba con un puño apretado en el saco que él portaba.
Ambos aspiraron la fragancia del otro, la de ella era suave y floral, la del
moreno olía a bosque.
―Sí, solo fue una torpeza de mi parte ―respondió en el mismo tono bajo.
Jessica reprimió el suspiro y la sonrisa que se pintó en sus labios al oírlo tan
cerca.
Ella no dijo nada, optó por el silencio porque empezaba a invadirla la culpa.
Al verlo supo que la mirada triste de ella, era solo el eco de la melancolía
que mostraban los ojos grises de él.
Por primera vez en su vida pensó que, después de todo, tenía un color de
ojos muy hermoso y peculiar. No lo pesó esa marca de los Ward.
Se desvió hasta el escritorio, tomó el bolígrafo y escribió algo sobre una hoja
de papel, la dobló en un solo pliegue dejándola sobre el buró, recogió su cartera y
salió de la oficina, sin mirarlo una vez más.
Fred sabía que esa nota escrita era para él, así que sin pensarlo dos veces,
salió de allí, entró de sopetón y tomó el papel.
Le sonrió.
―Gregory Einarson Ward, nunca has estado tan nervioso en toda tu vida
―le dijo a su reflejo en el espejo, mientras revisaba si el afeitado había quedado
bien y se pasaba la toalla húmeda para quitar el excedente de espuma de afeitar.
Así que ese jueves en la mañana, tras haber pasado todo el miércoles de
compras para la increíble ocasión, tomó su auto ―uno que no utilizaba mucho
porque siempre iba al trabajo con alguno de sus hermanos o con Fred― y lo cargó
con todo lo adquirido en días previos, para pasar una velada inolvidable con
Jessica.
Gregory repasó los detalles minuciosamente con Fred, solo que su primo no
sabía hasta que punto estuvo planeando por su propia cuenta. Según el Vikingo,
estarían de vuelta tras caer la noche, y como la idea era pasar más tiempo juntos
que solo un par de horas como dictaban las normas de las citas, también se
atrincheró con algunos implementos extra: películas, video juegos, champú y
acondicionador femenino, un par de cepillos de dientes, pasta dental.
―El mío es ese de allí ―señaló un velero que se encontraba a unos cuarenta
metros―. Es un Beneteau. Es mi bebé, mi mayor orgullo ―explicó con sinceridad.
Sonrió ante esa demostración de cariño para una mujer y se preguntó quién
podría ser la tal Olive.
―Fue genial, aunque tuvimos que acomodarnos bien porque solo hay tres
camarotes ―le contó―. Aunque en más de una ocasión terminamos durmiendo
bajo las estrellas, en especial Fred y yo.
―Si tuvieras el cabello más largo podrías parecer un vikingo de verdad ―se
burló ella desde su asiento, justo delante de él―. Aunque tendrías que quitarte la
camisa.
Pasaron debajo del puente, Jessica se alejó por un lateral del velero y se
adelantó hasta la proa para apreciar mejor el horizonte limpio del mar abierto.
Cuando Gregory enrumbó el bote en dirección sur, ella volvió a su lado.
―Mantendremos la costa siempre visible, para no alejarnos demasiado, así
disfrutarás las bellezas de California ―le contó Greg poniendo el piloto
automático―, serán como seis horas, entre ida y vuelta.
Ella volteó el rostro para mirarlo a los ojos, Gregory estaba a su derecha, con
la mano sobre su cintura. Allí, alejados de la ciudad, sin la presencia invisible de
los Ward, pudo fantasear con la posibilidad de que fuesen pareja. Más de diez días
habían pasado desde que se conocieron y la química entre los dos era innegable, si
alguno de los dos no estuviese emparentado con los Ward, Jessica le habría dado
una oportunidad a esa relación, al fin y al cabo, ya tuvo varias a distancia que
durante algunos meses funcionaron bien. Una vez que se consumía el entusiasmo
y la novedad, el romance se acababa, pero eso no significaba algo malo, la
experiencia siempre era buena y los recuerdos se atesoraban con gusto; la única
diferencia que veía con otros, era que al menos con Greg el ambiente se estaba
tornando tierno, tal y como dijo Joaquín: una romántica historia de amor
primaveral.
―Veo que no tomas mucho, ¿es porque estás comandando el velero? ―le
preguntó Jessica.
―En realidad bebo muy poco alcohol ―explicó con una sonrisa―. La resaca
es nefasta para mí al otro día.
―Entonces trajiste demasiado vino ―acusó la latina con una sonrisa de
medio lado―. No me beberé tantas botellas yo sola ¿o pretendes embriagarme?
―Para nada ―aclaró Gregory con tranquilidad―. Aunque este sea mi bote,
Bruce lo usa bastante seguido con Amy ―le contó, tomando el cuchillo y cortando
un trozo de melón que le tendió con los dedos para que ella mordiera un trozo, lo
que hizo con suavidad. Una gota de jugo corrió por su barbilla, Gregory sonrió y se
inclinó para limpiarla directamente con su boca, desplazando la punta de su
lengua con cuidado justo hasta el borde del labio femenino; luego, como si no
hubiese hecho la cosa más erótica del mundo, se alejó y llevó el resto del melón a
su propia boca para comérselo―, así que siempre lo mantenemos abastecido con
bebidas ―completó con una sonrisita.
Luego le tendió una servilleta a Jessica para que se limpiara, a pesar de que
no lo necesitaba en realidad.
La playa de la isla Santa Bárbara estaba desierta, así que disfrutaron de una
privacidad inesperada, aunque fuese un tanto difícil que los divisaran desde la
orilla. Nadaron a sus anchas y con tranquilidad. Jugaron en el agua a perseguirse,
Greg aprovechó todo lo que pudo para abrazarla, apretarla contra su cuerpo,
mirarla a los ojos y sonreírle. Quería demostrarle que no solo la buscaba por sexo,
que sentía algo más que mera atracción física.
Fue ella quien tomó la iniciativa, lo besó con suavidad, rodeando su cuello
con ambos brazos y sus muslos alrededor de la cintura de él. Greg también quería
abrazarla, sin embargo, era quien los mantenía a flote en el agua profunda; no
obstante, pasó su brazo izquierdo por debajo de sus piernas para afianzarla mejor
sobre su abdomen.
Sus labios sabían a sal y vino, eran tibios, delicados; Jessica lo besaba con
ternura, generando en el rubio una cálida sensación de pertenencia, un deseo
primordial de besar esa boca todos los días, al amanecer y al anochecer, antes de
dormir y al despertar en las mañanas, durante el día todos los días, cada beso
como si fueran momentos robados al tiempo, aderezados con el sabor de sus
labios.
―Te puedes duchar, si lo deseas ―le invitó él―, cuando estemos frente a
San Francisco lanzaré el ancla de nuevo y veremos el atardecer. También puedes
tomarte el tiempo que quieras, el espacio es pequeño pero tenemos agua más que
suficiente, y traje todo para que tengas un baño placentero.
Jessica le hizo caso, cuando entró en la ducha descubrió que había de todo
para quedar limpia. Se lavó el cabello a conciencia y al salir se envolvió en una
mullida toalla que olía al perfume de Gregory. Se aplicó crema humectante para
evitar sentir tirante su piel después del bronceado, aún sin ponerse la ropa y
envuelta en el paño, salió a la cubierta con el envase en la mano.
―En la espalda es más que suficiente ―se burló ella, dándose vuelta y
dejando al descubierto la zona que necesitaba.
Greg se sentía aturdido, trataba de comprender porqué ese gesto tan simple
lo ponía nervioso y emocionado al mismo tiempo; ya la había visto desnuda,
tuvieron sexo de muchas formas posibles en más de una ocasión, sin embargo,
verla a medio vestir lo inflamaba más que pensar que estaba desnuda. Se dedicó a
acariciar toda la extensión de piel, su cuerpo desprendía una fragancia a duraznos
bastante dulce; subió por el cuello, masajeó los hombros y procuró, con mucho
esfuerzo, no bajar más allá de la espalda.
Regresó pocos minutos después, vestida y peinada, con una copa de vino en
su mano y una botella de cerveza en la otra, que tras destaparla, le tendió a él para
que se refrescara.
―Te voy a confesar algo ―le dijo él mientras le llevaba la cucharilla con
helado a la boca, Jessica la recibía sin problemas―. Nunca había traído a una mujer
a navegar.
―Eso no puede ser tan complicado para ti ―se mofó él, acercándose un
poco más a ella. Jessica rio.
Gregory la besó, en contraste con el beso anterior esa vez sus labios sabían a
vino y chocolate; comenzó como algo suave, Jessica se veía sublime a la tenue luz
del sol, el velero se mecía con suavidad por el mar, acunándolos con dulzura,
mientras que el viento jugaba con la melena oscura.
―Valkiria… ―llamó con voz grave, mirándola a los ojos―. Si continúas así,
no podré detenerme…
―¿Y por qué quieres parar? ―indagó con un susurro ronco, el aliento tibio
de su boca acarició los labios del rubio, estremeciéndolo de pies a cabeza.
―Porque no quiero que pienses que todo esto va de sexo ―explicó con
franqueza―. Jessica, tú me gustas, tú… siento cosas por ti, no sé si es amor, nunca
antes lo he sentido, pero desde que te vi por primera vez, y me refiero al subir al
avión, quedé flechado por ti… ―Tomó su rostro con ambas manos, la miró a los
ojos con seriedad―. Quiero un romance contigo, quiero presentarte a mis amigos
como mi novia, quiero compartir contigo lo que no he compartido con nadie,
quiero seguir sintiendo esto que siento cada vez que te veo, es como música que
mueve mi corazón, aire que infla mis pulmones con olores que me recuerdan a ti,
quiero hacerte el amor, despacio y sin pretensiones, quiero reír contigo, quedarme
en cama un domingo viendo televisión, acurrucarme en la cubierta de este bote y
mirar las estrellas, y pedirle el mismo deseo a todas las estrellas fugaces que
veamos esta noche…
El deseo de un instante
Jessica nunca había recibido una declaración de amor tan hermosa en toda
su vida, y eso que estuvo saliendo con un músico.
Suspiró ante sus palabras, también por la forma en que su pulgar acariciaba
la mejilla. Gregory la miraba con una avidez llena de esperanza, una que de cierto
modo hacía eco en sus propios deseos; ella hubiese pedido eso a una estrella fugaz,
tener un instante más con él.
Sin embargo, la razón por la cual había accedido a salir con el Vikingo en
esa maravillosa cita se debía precisamente a que tomó una decisión definitiva;
pondría distancia entre ella y los Ward; no solo era el rubio de bellísimos ojos
azules que la miraba con tanta ternura, era también el moreno en tierra firme que
se encontraba confundido por culpa de ella, era el torbellino de emociones que
descomponían su estómago al ver a sus medio hermanos, era la duda que la
carcomía cada vez que se cruzaba con William.
En cierto modo también fue una prueba para sí misma, comprobar que no
quedaban vestigios de la niña triste o la adolescente amargada con complejos de
abandono.
Esa iba a ser su última noche juntos, así que le daría todos los besos que
pudiera, había una televisión en la cabina y le propondría ver una película
acurrucados en el sofá, convertiría esa noche de jueves en una de domingo, haría el
amor con él y se marcharía el sábado, sin darle la oportunidad de detenerla.
Jessica se inclinó sobre su boca con lentitud, lo besó despacio, sin prisas,
deleitándose con la carnosidad de sus labios; introdujo sus dedos entre las hebras
de su cabello rubio, apretujó su cuerpo contra él a medida que los brazos de Greg
la estrechaban. Fue ella quien lo empujó con gentileza para que se recostara, sin
dejar de besarlo con dulzura.
Suspiraba profusamente cada vez que las manos del Vikingo bajaban por su
espalda o acariciaban la piel de sus muslos; la latina descendió por la mandíbula, el
cuello; abrió la camisa con lentitud, botón a botón, dejando besos sobre sus
pectorales y abdomen.
Ella se recostó sobre su pecho, fusionando sus pieles en una sola, sus labios
se encontraron en el camino, sedientos el uno del otro, combinando sus alientos en
melodiosos suspiros de necesidad y deseo. Gregory tocó su espalda, enredó
mechones de su cabello entre los puños, besó cada trozo de piel al alcance de su
boca; su cuello fue el puente entre la dulzura de un momento al instante del placer
cuando atrapó entre sus labios el endurecido pezón y succionó.
Hicieron el amor, tal y como ambos querían; el Vikingo movía sus caderas
con suavidad, dejando que el vaivén del mar los acunara en medio del silencio y la
oscuridad; ella besaba su hombro, mordisqueaba su cuello, mientras él susurraba
su nombre al oído, se aferraba con fuerza a su cadera y la penetraba de manera
profunda y pausada.
―Jessica, Jessica, Jessica ―repitió con la voz cada vez más entrecortada.
―Te dije que me iba a enamorar de ti frente al mar ―musitó, besando sus
labios castamente.
―Puedo concederte eso ―le dijo, besando su frente―. Traje películas, cena
y pijamas.
―Dúchate primero ―ofreció él, dejando la ropa sobre la cama del camarote
principal, Jessica asintió entrando a la ducha. Cinco minutos después, cuando se
secó y salió del reducido espacio, encontró a Gregory entrando al camarote, con
una toalla anudada alrededor de su cadera―. Aproveché el otro baño ―le explicó.
Tomó su bolso y extrajo una camisa ancha para ella―. Te servirá de pijama.
―Sé que te vas a ir, Jessica ―dijo, mirando la carretera, la latina se giró a
mirarlo y asintió―. Sé que tienes una vida en Boston y en el resto del mundo, pero
eso no significa que no podamos tener una relación.
―Es más complicado que tener una relación, Greg ―le hizo ver ella con voz
seria, también enfocó su atención en la carretera―. Aunque quisiera, no puedo
obviar la relación parental que tenemos… tal vez no seamos hermanos ―se
adelantó al momento en que él abría la boca para replicar―, pero es innegable que
hay lazos que nos unen y que podríamos dañar de forma irremediable.
Siguieron en silencio el resto del trayecto, uno que continuó con sus dedos
entrelazados; cuando él se detuvo frente al hotel, ella se giró para despedirse, el
rubio soltó el cinturón de seguridad y la atrajo hasta su cuerpo para besarla; sin
importar lo que ella hubiese dicho, él iba a encontrar una solución, Jessica Medina
no iba a apartarlo solo porque sí, y la latina podía intentarlo, pero si su Valkiria era
testaruda, él lo iba a ser cien veces más.
―Podemos mantenerlo en estricto secreto por ahora ―le dijo, sin despegar
la frente de ella―. No será difícil con tantos kilómetros de distancia. Puedo viajar
hasta allá, tú vendrás de vez en cuando, lo mejor de todo es que podríamos
encontrarnos en algunos destinos diferentes… Madrid, por ejemplo ―le recordó
él―. Hay una parte romántica en mí que no sabía que existía, y aunque en este
momento esté embriagado de ti y vea el mundo y el futuro con otros ojos… sé que
lo que tenemos puede esfumarse tan rápido como inició.
»Pienso ir un paso a la vez, por ahora el primer paso es que cuando te vayas
no rechaces mis mensajes o llamadas, que aceptes darnos una oportunidad…
¿quién sabe? Es posible que dentro de tres meses ya todo se haya acabado y nadie
en la familia se entere de lo que sucedió.
―Sí ha sido la mejor cita de toda mi vida ―le susurró. Luego se bajó del
auto y se encaminó a la entrada del hotel.
El olvido en un cajón
William apretó los dientes, aquella respuesta fue cruda y cruel, pero a pesar
de que se lo merecía, lo consideró injusto.
―Pues debiste, así habrías sabido la razón por la cual no recibimos tus
cartas o las de tu madre, y tal vez habrías hecho gestiones mucho antes, quizá
cuando estabas en Reino Unido, estudiando ―explicó en el mismo tono―. Cuando
se incendió el edificio donde estaban las oficinas, nuestras instalaciones fueron
unas de las más afectadas, perdimos mucho allí y tuvimos que volver a situarnos
en el Embarcadero, apretujados en las diminutas oficinas que había en ese
entonces. Lo poco que se recuperó fue archivado, mucho de ello no se volvió a
revisar, porque la orden fue que aquello que no fuese estrictamente necesario, se
guardara en cajas que no estorbaran.
»Esas no son mías, son suyas. ―Las señaló con las manos―. Usted decide si
quiere comprender lo que sucedió o no, del resto, solo puedo decirle que, por mi
parte, me esforzaré para superar cualquier rencor, señor Ward.
Carla le explicaba que Jessica tenía seis meses de nacida, que era una bebé
muy linda y atenta, que observaba todo a su alrededor con curiosidad, que tenía el
mismo color de ojos que él. La mujer aceptaba que entre ellos no hubiese nada, le
confesaba que llevaba meses aprendiendo inglés para poder hablar con él porque
guardó la esperanza de que le pidiera irse con él.
“Solo deseo que la conozcas, que le des la oportunidad de crecer con los beneficios de
ser tu hija. No quiero ser tu esposa, porque sé que te fuiste persiguiendo la posibilidad de
volver con tu ex mujer… yo sé que me enamoré sola, que fuiste claro sobre lo que sentías,
pero no planeé quedar embarazada, y considero que eres un buen hombre, William, y no
abandonarás a tu hija.”
―Si le hubiese dicho que me marchaba… ―musitó él, sin levantar la vista
de la hoja―. Tal vez te hubiera conocido, ella me habría contado que estaba
embarazada.
―Yo… yo no… ―Dejó caer el papel sobre la mesa y sostuvo su cabeza con
ambas manos. William quería gritar, romper cosas, era presa de una enorme
frustración.
William no sabía qué decir, sentía algo de alivio porque ella no esperaba
demostraciones de afecto que no sentía en ese momento; no obstante, no estaba
seguro de si esa sensación se iba a prolongar por el resto de su vida, al fin y al
cabo, era su hija, la única que tenía, y tras conversarlo con Holly, sumado al
entusiasmo de los gemelos, una semilla de anhelo se había implantado en su
corazón.
Tenía razón, Jessica explicó muy bien las circunstancias, habían sido
víctimas del destino, todos ellos; él también se preguntaba qué habría pasado de
haberse enterado del embarazo de Carla, no podía responderse, no sin mentirse de
forma abierta; en esa época la persona que fue era muy diferente a la que era en la
actualidad. ¿Habría regresado? ¿Le habría contado a Holly sobre la niña? ¿Le
habría quitado a Carla a su hija para criarla como una Ward? O peor, lo que en su
fuero interno rondaba como una alimaña en la oscuridad: no habría hecho nada,
hubiese dejado abandonada a su hija y a la madre a su suerte.
―Que tengas buen día, William ―se despidió Jessica. Joaquín se puso de
pie, extendió la mano para estrechársela, gestó que el correspondió y luego fue ella
quien imitó la despedida; marchándose ambos, dejándole solo en el restaurante,
como si en ese momento todo hubiese sido una transacción comercial.
Mientras el aparato subía, dejando gente en los diversos pisos, ella revisó su
celular.
―Ya tenemos boleto para Boston, mañana a las cuatro de la tarde ―le
anunció a su primo.
―Yo no me voy, le dije a Leslie que solo viajabas tú, debo ampliar mi
estadía una semana más ―le informó el latino.
―¿Qué?, ¿por qué? ―inquirió con un tono de voz más alto de lo usual.
Ella elevó una ceja suspicaz, luego desanduvo sus pasos y abrió la puerta de
su habitación.
―Eso no importa ―respondió él, arrodillándose a sus pies para sacarle los
zapatos, ella se recostó y Quín la imitó, abrazándola por el frente―. Ya me probó y
todo lo bueno se hace esperar. Ahora, en este momento, tú me necesitas y aquí voy
a estar.
En esas dos semanas ignoró todos sus mensajes con invitaciones, alegando
compromisos previos que no podía dejar de lado; esquivó las insinuaciones que le
hizo las pocas veces que se cruzaron en los pasillos de Ward Walls. Leon estaba
demasiado pagado de sí mismo, creyendo que era tan irresistible que solo era
cuestión de tiempo para que Jessica cediera, pero ella lidiaba con tipos como él
todo el tiempo, hombres de negocios ―y mucho más astutos que él― que
continuaban menospreciándola por ser mujer, o latina, o ambas cosas. Así que
cuando las puertas del elevador se abrieron a la recepción, iba más que
predispuesta al encuentro con Allen.
Jessica entrecerró los ojos ligeramente, su instinto gritaba que ese hombre
era un peligro; sin embargo, no podía desairarlo de forma tan irresponsable y mal
educada.
―¿Y qué interés puedes tener en que yo lleve a cabo alguna venganza?
―indagó ella, mirándolo con suspicacia.
―Lo estoy, no obstante, pienso que no deberías tener consideración con los
Ward ―insistió él―. Yo puedo ayudarte, hacer que tus planes lleguen a buen
puerto ―hizo una inflexión especial cuando dijo la última palabra―. Si no quieres
destruir a William y la familia Ward, ¿entonces por qué te acuestas con su hijo
adoptivo?
Se alejó sin mirar atrás, caminando con la espalda erguida y los brazos
relajados. Jessica procuraba mantener toda la ira contenida, el problema no era que
el idiota de Leon Allen quisiera joder a los Ward, sino que amenazara su preciada
tranquilidad.
―Disculpa que te moleste, Tom ―fue lo primero que dijo ella―. ¿Tienes
algo sobre Leon Allen? ―preguntó, abriendo la puerta de su cuarto.
―Nada aún, solo tiene las acciones en Ward Walls ―contó. El sonido de fondo
se apagó―. Del resto cosas pequeñas y sin importancia.
―¿Qué te dijo? ―el tono de Tom cambió de inmediato, pasó de ser amistoso
a profesional.
―Por ahora no importa, pero insinuó que deseaba una alianza para hundir
a la familia Ward ―respondió la mujer, mirando por el ventanal de su
habitación―. Eso no me importaría si no fuera porque puede hacerme perder
mucho dinero, en especial ahora, que me negué a ser parte de sus juegos infantiles.
―¿Crees que puede sabotear los negocios actuales? ―el abogado se detuvo,
parecía que rebuscaba algo en un cajón―. ¿Boicotear las construcciones, crear
accidentes o muertes laborales que pesen en el nombre de la empresa?
―Creo que más bien puede afectar el valor accionario, me parece que desea
quitarle todo a los Ward, o al menos tener la mayor cantidad de acciones
―conjeturó Jessica―. Quizás deberías indagar por allí, tal vez el hecho de que la
empresa no se haya repuesto de la ruptura del mercado de 2008 puede ser por
causa de él.
CAPÍTULO 23
Como siempre que pasaba más de una semana en un lugar, terminaba con
más ropa y zapatos de los que había empacado. Tras seleccionar lo que se iba a
llevar, Jessica optó por donar lo que no cabía en su maleta, al fin y al cabo, adquirir
vestuario nuevo no era difícil, pero hacer feliz a alguna chica al obsequiarle una
buena blusa o un vestido, podía hacer la diferencia en su día, llenándolo de esa
vibra positiva que hacía que todo se viera de mejor color.
Ya lo había visto, como con la chica del hotel de París, que una vez que
regresó para una conferencia de economía. Ella estuvo esperando que volviera
alguna vez, cuando supo que estaba en la ciudad y en el mismo hotel ―los
humanos son animales de costumbres― le contó que con esa ropa había ido a una
entrevista de trabajo para un mejor puesto, y se sentía tan confiada y elegante, que
consiguió un empleo mucho mejor al que aspiraba en dicha entrevista.
―Lo siento, señorita Medina, pero el auto está averiado y el chofer de permiso.
Estando de servicio otro vehículo lo embistió de costado ―informó el asesor que recibió
su llamada.
―¡Oh, por Dios! ¿Jeremy está bien? ―preguntó más preocupada por el
chofer.
―Sí, solo debe usar un collarín por unos días ―le aseguró el hombre―. Creí que
Isaac la iba a llevar, lo tengo en el sistema como asignado a ustedes.
Una agradable risa masculina se escuchó desde el otro lado, solo pudo
pensar que Frederick Ward tenía un tono de voz ronco y seguro, una voz varonil
que podía derretir a cualquiera.
―Lo siento, demasiado tarde. ―Jessica escuchó el sonido de una alarma al ser
accionada―. Eres una damisela en apuros y yo un caballero que va a ayudarla, nos vemos
en menos de media hora.
Por suerte sus dotes histriónicas eran muy buenas, le sonrió mientras se
ponía el cinturón de seguridad y Frederick se ponía en marcha.
―Un feliz accidente, me alegra que haya pasado ―confesó él con total
honestidad―. Al menos te veré por unos instantes, quién sabe cuándo vaya
suceder de nuevo.
Porque por algún motivo irracional, a pesar de las pocas interacciones con
Fred, cada vez que hablaban ella se sentía un poco tonta. Con Greg sabía cómo
comportarse, en cierto modo estaban cortados con la misma tijera y patrón, eran
sexuales, directos y sin tantos aspavientos emocionales; después de lo sucedido en
la cubierta todo fue de perlas, no hubo palabras cursis, ni motes cariñosos. No
obstante, sentía que Fred era eso, cada una de esas cosas que no tenía con Greg:
flores, notas, apodos cariñosos, sorpresas románticas solo porque sí.
Y gracias al lavado mental de Joaquín sobre que necesitaba un romance así,
estar al lado de Fred le hacía anhelar eso… con él.
―Sí, solo que en unos días debe venir mi periodo ―explicó con
naturalidad―, suelo ponerme gruñona y desagradable, así que opto por no
hablarle a la gente.
―Gracias por todo, Fred ―dijo ella con algo de timidez, él le sonrió de
forma amplia.
―Espero que sea un hasta pronto ―musitó, rodeándola con sus brazos,
apretándola en un abrazo cariñoso―. Ten buen viaje, Jessi.
Ella contuvo la respiración, decir que estaba sorprendida era quedarse corto,
el corazón le latía desaforado y deseaba resistir el aroma de su perfume, pero sin
darse cuenta, ella también lo abrazó, un gesto natural e instintivo. Se estremeció
ante la idea fugaz que surcó su mente.
Se alejaron con algo de torpeza, los dos se dieron cuenta del desaforo del
otro; él se aclaró la garganta, ella se volvió hacia sus maletas con poca pericia y las
arrastró hasta la ventanilla de la mujer que se dedicaba a comprobar los pasajes.
En nada estaría en su sala VIP, sin tanta gente alrededor; solo entonces
podría respirar tranquila.
―¿Es una broma? ―preguntó con incredulidad―. Esto debe ser una jodida
broma.
―No es necesario, señorita ―respondió Fred por ella―. ¿A qué hora sale el
vuelo mañana?
―A las nueve de la mañana, señor.
Ella hizo una profunda inspiración y asintió, si ambos se mantenían con ese
pensamiento, todo iba a estar bien.
Fred creía en el amor a primera vista, le pasó con Geraldine; ahora sentía
que volvía a sucederle lo mismo con la mujer en el asiento del copiloto.
«Solo una noche, no pasará nada» se dijo a sí mismo mientras el chico pasaba
los productos por la maquina infrarroja. «No haré nada, no haremos nada, más que
hablar, solo soy un caballero, ofreciéndole alojamiento a su prima…» repitió de nuevo,
«sin contarle nada a tu mejor amigo que está enamorado de ella» se acusó con mucha
vergüenza.
Fred volvió con tres bolsas en la mano que dejó en el asiento trasero, se
subió frente al volante y por un instante miró el parabrisas sin apresurarse a
emprender la marcha.
―Imaginarte con mi mejor amigo y no sentir que me falta el aire cada vez
que pasa ―respondió, mirándola a los ojos.
Una vez en el departamento Fred se encargó de subir sus maletas, las llevó
hasta el cuarto de invitados y la incitó a que se pusiera cómoda. Luego se fue a la
sala y ordenó comida china para el almuerzo. Media hora después el delivery llegó
con la comida, Fred se dispuso a servir en los platos y llevarlos a la mesa del
comedor. Sacó dos cervezas frías de su heladera, tras dejarlas en la mesa, se dirigió
a la habitación de Jessica para avisarle que el almuerzo estaba servido; ella venía en
su dirección, sonriéndole de manera forzada, él se detuvo en el pasillo, esperando
que esa sensación eléctrica desapareciera pronto.
―Parecía un merengue ―se quejó a medio reír―. Con ese traje rosa de tela
satinada y muchos faralaos, fue vergonzoso.
―Tengo una pijama horrible ―confesó ella a media voz―. Es una camisa
cuatro tallas más grande que yo, de mi época de la universidad, la tela es casi
transparente de lo usada que está y creo que la he zurcido unas veinte veces, pero
no logro deshacerme de ella, es la prenda más cómoda que existe para dormir.
―Eso es…
―Dulce, diría yo… ―contradijo Jessica―. Debe ser lindo tener algo de tu
infancia que te recuerde lo feliz que fuiste y te dé seguridad.
Se miraron a los ojos, las luces de la calle y de otros balcones les permitían
apreciarse con claridad.
―¿Le darás una oportunidad? ―indagó Fred, esperando que el nudo que se
cerraba alrededor de su garganta no le cortara la respiración.
―Creo que deberíamos ir a dormir ―dijo al fin tras un largo silencio donde
ambos se examinaron con detenimiento―. Mañana debes tomar un vuelo.
―Ahora que recuerdo, me dijiste que la cita sería cuando me entregaras mis
zapatos ―replicó la mujer con el ceño fruncido y un tono de broma―. ¿Los
mandaste a reparar?
―Sí lo hice, Jessi ―contestó con confianza―. Fue difícil conseguir alguien
con referencias, pero lo hice, solo que no están listos… Ahora tienes un motivo
para volver a San Francisco, tienes que regresar por tus perfectos zapatos negros
que combinan con todos, porque no pienso enviártelos por correo.
Ella soltó una carcajada ante su aseveración, se dio media vuelta y entró en
el cuarto, esperando que no se le notara demasiado el rubor en las mejillas. Se
apoyó en la puerta por un rato, sintiendo un hormigueo nervioso en cada célula de
su cuerpo. Conocerlo mejor no lo hizo familiar.
Felicidad, porque los últimos momentos de Jessica Medina fueron con él.
Porque estando tan cerca el uno del otro, en sueños sí probó el sabor de sus
labios.
CAPÍTULO 24
Ella no supo si lo hizo o no, porque dejó de responder los mensajes y revisar
el buzón de voz cuando dejaba mensaje tras llamarla. Tampoco hablaba con Fred,
aunque eso fue un acuerdo mutuo, no pautado de forma consciente. Jessica se
limitaba a continuar con su vida y trataba el tema Ward como lo hacía con sus
otras inversiones: con distancia y profesionalismo.
―Quien te viera ―se mofó con toda la malicia del mundo. Le tendió el
paquete de compresas que ella le pidió que le comprara porque su sangrado se
adelantó dos días y solo tenía un par de emergencia en su bolso. Ella le lanzó una
almohada que impactó directamente en su cara.
―Es tu culpa, por meter ideas estúpidas en mi cabeza ―le recriminó Jessica.
Quín le anunció que iba a Silicon Valley para principios de junio, el aviso
llegó junto con la invitación de la fiesta de compromiso de Bruce Ward y Amy
Coogan. La mujer rusa que servía de ama de llaves para la latina, la entregó en sus
manos directamente, mientras Jessi estaba en video conferencia con un conocido
que le estaba haciendo una propuesta de negocios.
La latina deslizó los dedos por el borde del sobre, lo giró para ver la
estilizada caligrafía y sin atreverse a abrirlo, seleccionó el contacto de su primo en
la pantalla para iniciar una video llamada.
―De la invitación que enviaron los Ward. ―Le mostró el sobre―. Dice:
Joaquín y Jessica Medina.
―No me ha llegado nada ―aseguró él―, pero es normal, ¿no? Al fin que eres su
hermana.
―No has dejado de repetir eso una y otra vez desde que volvimos ―le
recriminó ella con un mohín malhumorado―. Si no te conociera pensaría que
quieres abandonarme con otra familia, como si fuera una mascota fastidiosa.
―A veces eres fastidiosa ―asintió él―. Pero no, prima, nada más alejado de la
verdad… Una tan cierta como que ellos son tus hermanos y quieren estrechar lazos contigo
―insistió Quín, que en ese momento desvió su atención a un camarero que le
dejaba una magdalena sobre la mesa―. Tal vez no quieras saber nada de William
Ward, pero ¿qué hay de Bruce y los gemelos?
―Lo pensaré ―accedió con un gesto de fastidio―. Pero solo porque eres tú y
porque te quiero. Ahora, déjame disfrutar de mi café y mi postre, antes de volver a la
oficina, que se supone que esta semana me toca a mí estar al frente.
―Leslie debe estar tan feliz ―se burló ella―. Eres una patada en las bolas, y
mira que yo no tengo bolas.
―Él y yo siempre chocamos, pero es porque ese hombre se estresa mucho ―meditó
el latino―. No sé por qué su madre le puso como el comediante, definitivamente Leslie no
me da risa como Leslie Nielsen, preocupación sí… y pena, también. ―Hizo un gesto con
su cabeza, elevando un solo hombro―. Aunque sí me da algo de risa ver cómo se brota
la vena de su cuello cuando se estresa.
―Que suele ser cuando tú estás presente ―se rio Jessica―. No lo estreses
demasiado, que si le da un ataque al corazón tú lo reemplazarás.
Colgaron la llamada. Jessica miró su reloj, en San Francisco apenas iba a ser
la una de la tarde. No obstante, no le apetecía llamar a Bruce ―ni a ninguno de
ellos― para aceptar o declinar la invitación.
Se recostó en su silla y cerró los ojos, de todos los Ward el único que supo
mantener las distancias fue Fred, que al igual que ella comprendió que era mejor
cortar de raíz el contacto, permitiendo que las emociones revolucionadas se
calmaran. Tal vez la próxima vez que se vieran ya no habría mariposas en su
estómago ni tristeza en su corazón.
En cambio, en San Francisco ambos hombres la pasaron fatal; Fred tuvo que
vivir su proceso en silencio, torturándose por sus propios pensamientos y
recriminaciones, al mismo tiempo que se convertía en el apoyo emocional de su
mejor amigo, que en un abrir y cerrar de ojos pasaba de la congoja a una ira casi
irracional.
La única llamada que le hizo en todo ese tiempo fue solo por cuestiones del
proyecto de la torre, lo hicieron por medio de video conferencia y ninguno de los
dos se prestó demasiada atención; aunque él no pudo evitar notar lo linda que se
veía bajo la luz crepuscular que entraba por la ventana de su oficina en Boston,
bañando su piel bronceada de un cálido color dorado y tenues rastros de rosado.
―¡¡Joder!! Qué vida de mierda. ―Gregory se dejó caer frente a él,
llevándose la botella a los labios; en su torpeza, parte del contenido se desbordó
por la comisura de la boca―. Pero me lo merezco ―recapacitó con tristeza tras
limpiarse la boca con el dorso del brazo―. Quiero decir, siempre he sido un tipo
egoísta, sin tomarme en serio nada, era apenas lógico que me pasara esto.
―Ya pasará, primo ―le aseguró él―. Tienes que hacer lo mismo que ella,
ocuparte.
Y lo hizo.
―La tal Valkiria le jugó sucio, ¿cierto? ―le preguntó Bruce a Fred en tono
confidencial―. ¿Debo preocuparme?
―Eso espero ―manifestó Bruce―. Con una hermana distante es más que
suficiente.
―Sabíamos que eso iba a suceder ―le recordó Frederick, Jessica Medina
había revuelto todo dentro de la familia―. No es como que ella no lo hubiese
dicho. Después de la conversación que tuvieron mi tío y Jessi, antes de que se
marchara, no me sorprende su comportamiento.
Fred asintió; Andrew Ward había estado furioso con Will cuando supo toda
la historia, vociferó que él no había criado cobardes que dejaban hijos
abandonados. Su padre salió en defensa de su hermano gemelo, haciendo ver al
hombre mayor que no abandonó a Jessica solo porque sí.
La única que leyó él fue una en la que Jessica, con nueve años, se despedía
de su padre alegando que nunca lo necesitó, que no merecía su respeto, mucho
menos su cariño y que un día iba a hacer valer su apellido de tal forma, que ser un
Ward iba a ser una deshonra.
Era terrible que con nueve años de edad una niña que debía estar pensando
en jugar con otros niños, se planteaba despreciar a su padre de ese modo,
planeando un futuro tan específico como el que se trazó.
Poco después se enteraron que había conversado con Jessica; Holly Ward
fue quien hizo un llamado a la cordura, una capitulación severa a todos sus hijos
―ignorante de lo sucedido entre Jessica y Gregory, creyó que el rubio solo estaba
de lado de sus hermanos― advirtiéndoles que no debían presionar a la latina,
porque, al fin y al cabo, era una mujer independiente, empresaria e inversionista,
que seguro tenía mucho que hacer. Bruce aclaró sus intenciones y alegó la verdad.
Fred también se enfocó en esos meses en definir, de una vez por toda, su
relación con Geraldine; por primera vez en todos los años que llevaban juntos en
su ir y venir particular, terminaron a los gritos.
Pasaron dos días sin hablarse tras esa pelea, fue él quien rechazó sus
llamadas y los intentos de comunicación por parte de ella. Al final del segundo día,
Geraldine se apareció en su apartamento, con los ojos terriblemente hinchados de
tanto llorar. El cabello rubio estaba deslucido y la nariz enrojecida delataba que no
era una actuación ni un intento de manipulación.
»Sé que te orillé a esto, pensé que iba a ser mejor si eras tú quien cortaba
toda relación conmigo; pero te amo mucho y estoy muerta de miedo ante la
posibilidad real de perderte.
No fue una reconciliación como cualquiera pensaría, en realidad, la
respuesta de él la dejó sin palabras.
―Ahora soy yo quien tiene que pensarlo, Geraldine. ―Se tomó la nuca con
fuerza, pero no bajó la vista―. Lo siento, necesito algo de tiempo para saber si de
verdad quiero seguir contigo.
Por otro lado, los gemelos Sean y Stan le proponían a su hermano mayor la
idea de atraer a Jessica jugando en contra de él ―de forma descarada― la carta de
la hermana errante y solitaria, despertando en Bruce el instinto protector. Cada día
iban haciendo más mella en él, en especial porque Amy se sumó al complot, junto
con la abuela que deseaba fervientemente conocer a la nieta.
Entre los cinco tendieron una trampa, que comenzó con el envío de la
invitación para la fiesta de compromiso. Al no recibir contestación inmediata sobre
su asistencia, Bruce volvió a contactarla con la excusa de una sugerencia adicional
de inversiones ―una verdad a medias, porque tras las conversaciones sobre el
futuro endeble de Ward Walls, él le pidió asesoría para garantizar el futuro
económico de su próxima familia―. Le insinuó sobre su presencia, preguntándole
si estaría de acuerdo que le asignaran una habitación en casa de alguno de ellos.
―Sean dice que tiene una habitación disponible para Joaquín y Stan una
para ti ―comentó él al monitor, la sonrisa de medio lado de su hermana le generó
suspicacia.
―Apuesto que sí ―canturreó Jessica con algo de sorna―. Sé que Joaquín estará
por allá en esas fechas, yo todavía no lo sé, tengo una agenda que cumplir y no creo que
pueda despejarla ―le explicó―. Lo lamento.
―No sabes la suerte que tuviste ―le explicó desde el umbral de la puerta de
la oficina de Boston. Su tono no era recriminatorio, pero el tinte de tristeza añeja se
percibía con mucha claridad―. Jessica, no todas las personas aceptan en sus vidas
a las medias hermanas aparecidas de la nada. Sin importar si fueron deslices de los
padres o no. En cambio, los Ward sienten interés, cariño, un instinto de
hermandad… ¿en serio quieres perdértelo?
―No los necesito, Joaquín ―replicó ella―. He vivido sin ellos toda mi vida,
eres más hermano para mí que todos ellos juntos. Si fuese que hay un vacío por
llenar… ―se calló, soltó una exhalación de cansancio―, pero no es así.
―No es cuestión de llenar vacíos, Jessi ―dijo con voz suave, cargada de
sabiduría―. Es de aceptar que tienes familia… Una que te quiere.
Ella lo meditó por varios días, tomaba la invitación y la releía una y otra
vez, andaba con el papel en las manos, caminando por todo su amplio pent house,
pensando si de verdad quería ir hasta San Francisco y participar de un momento
tan particular. Días atrás escogió un obsequio de disculpa, un detalle simple,
refinado, para el futuro hogar de los Ward-Coogan; sin embargo, el dos de junio
aún no estaba segura de si iba a ir.
―No, aún no le digo ―confesó con vergüenza―. Quiero agotar todas las
opciones antes de llamarla, en el aeropuerto me dijeron que no hay vuelos para
hoy… Jessica… necesito tu ayuda.
Luego sonrió con toda la inocencia de la que fue capaz. La latina lo miró con
fastidio.
―¿En serio vas a dejar que tu hermano mayor falte a su palabra de honor?
CAPÍTULO 25
Sin embargo, todos debían aprender una lección, en especial Bruce Ward, y
era que ella podía compartir parte de su material genético, pero no significaba que
iba a responder dócilmente solo porque el moreno frente a ella era su hermano
mayor.
Frente a él hizo un par de llamadas, más que nada contactando a sus amigos
y conocidos que le ayudaran a alquilar un jet privado de último minuto. Algo
imposible.
Abajo los esperaba una camioneta con chofer, se subieron al vehículo sin
decir nada. Este enrumbó hacia un helipuerto, un destino que Bruce desconocía.
Una vez allí, la nave los esperaba lista para despegar.
El vuelo comercial que usualmente duraba más de una hora, fue cubierto en
cuarenta y cinco minutos; no tuvieron que aterrizar en otro sitio, lo hicieron
directamente en el hangar privado desde donde partirían. Cuando se bajaron de la
nave, dos hombres de traje oscuro y corbata se apresuraron a tomar sus maletas.
Ya oscurecía en Nueva York y Bruce se sentía cada vez más nervioso; si sacaba las
cuentas, era probable que llegaran justo en la raya, y con todo y eso, necesitaba
ducharse, afeitarse y vestirse, para luego ir a casa de sus abuelos, donde se
realizaría la recepción.
―Muñeca, pensé que no tenías más familia que tu primo ―canturreó con
voz maliciosa.
El jet contaba con un pequeño baño con ducha, no demasiado grande, pero
sí lo suficientemente práctico para que Bruce se bañara. Luego paso por las manos
del barbero que lo afeitó y recortó su cabello, para terminar con el sastre que dio
las puntadas pertinentes del smoking para que le sentara como un guante.
El vuelo que usualmente duraba entre tres y cuatro horas, viajando en un jet
se redujo a poco más de la mitad del tiempo. Mientras su hermano quedaba listo
para llegar directo a la fiesta, ella se coló en la habitación para vestirse y
maquillarse. Cuando salió de allí, faltaba poco tiempo para aterrizar y aún
quedaba un trecho por recorrer, desde el hangar privado hasta la casa de los Ward.
―No hay de qué, Bruce ―aseguró ella, sonriéndole con algo de diversión.
―Me preocupa lo que tienes que hacer para pagar este favor ―comentó con
seriedad. Jessica soltó una risita.
―¿Y por qué no tienes tu propio avión privado? ―curioseó Bruce. La nave
ya había aterrizado y se deslizaba directo al hangar para repostar combustible y
volver a Manhattan. Él se puso de pie tras desabrocharse el cinturón y le tendió la
mano para ayudarla a levantarse.
Bajaron despacio por la escalera del avión, en ese momento una elegante
limosina negra se estacionaba en la entrada del hangar.
―Pero aun así, una limosina nos recoge ―se burló él.
Pero aun así, cuando la limosina se detuvo frente a la casa y ellos se bajaron,
el corazón empezaba a acelerarse dentro de su pecho ante la expectativa. Bruce la
ayudó a bajarse y una vez que el carro partió en dirección al hotel donde reservó
habitación y recibirían su maleta, le aseguró a Bruce que se tenía que adelantar
para ver a Amy.
Jessica reconoció a los ojos azules que la miraron con estupor y luego de
forma rencorosa. También sintió el peso de la mirada gris de cierto moreno que
desvió el rostro cuando ella se giró en su dirección. Miles de emociones se
mezclaron en su interior, de inmediato se arrepintió de haber cedido ante la
solicitud de Bruce.
Cuando una bellísima mujer de piel oscura la estrechó con fuerza, como si la
conociera de toda la vida, Jessica se envaró un poco. El gesto la tomó por sorpresa
y reaccionó con algo de torpeza.
―Tú debes ser Amy ―indicó la latina una vez que se separaron―. La
futura señora Ward.
―Seguro son los ojos ―dijo Holly desde su sillón favorito en la sala de su
casa―. Es el mismo color de los Ward, es un gris algo raro, quiero decir, a veces
parecen medio verdosos o medio azulados.
Jessica Ward era una versión de piel más tostada y ojos ligeramente más
rasgados que Olive Ward. El parecido era tal que ambas mujeres se miraron con
estupor. Jessi siempre le preguntó a su madre a quién se parecía porque sacó poco,
o casi nada, de los rasgos maternos. En ese instante, que dejó sin habla a todos
―incluso eclipsó la rabia de Greg―, la latina supo a quién se parecía en realidad.
Olive avanzó hasta ella y la abrazó con fuerza; la latina no reaccionó, miró a
William que la observaba a su vez con una palidez casi graciosa. Si hubiese sido su
piel más clara, del tono blanco caucásico de su padre biológico, habrían sido como
dos gotas de agua.
―Aún no, pero vamos en esa dirección ―respondió Olive tras una
carcajada―. Hubiese yo querido verme como tú a los treinta… no los aparentas,
hija.
―¡Oh, pobrecilla! ―aceptó Olive, sin soltarle las manos―. Es que estoy tan
emocionada, una nieta, ¡imagínate! ¿Me prometes que te sentarás en nuestra mesa
un rato para que me cuentes cosas de tu vida?
La latina dudó por unos segundos, luego se dio por vencida, sonrió con
suavidad y mirándola a los ojos le respondió:
Se dispersaron casi todos, solo Stan y Sean se quedaron con ella, habían
tomado asiento en una mesa alejada del bullicio; pocos minutos después Fred
regresó a su lado, le deslizó un vaso con un líquido ambarino, Jessica no preguntó,
tomó la delicada pieza de cristal y bebió el contenido de un solo trago.
El escozor producto del caliente whisky fue una bendición. Arrugó un poco
la cara por el golpe repentino del sabor, pero al menos había logrado su cometido:
despejar su cabeza.
―Creo que ya no hay dudas, ¿no? ―dijo Sean―. Con razón te nos hacías
tan familiar.
―¿En qué puedo ayudarle, señor Wallace? ―indagó ella con seriedad.
―Gracias ―aceptó, pasando por su lado. Tomó asiento en una de las sillas
del lugar, sacó el móvil de la pequeña cartera de mano que sostenía, dejándola al
lado de su muslo y se dispuso a marcar.
―Pensé que había quedado claro que no tengo agendas ocultas contra
ustedes ―respondió ella a la recriminación velada que existía tras esas palabras―.
En todo caso, de tener algún tipo de rencor, que no lo hay ―recalcó con
seguridad―, sería contra su hermano, nadie más.
Le sonrió con prepotencia, Jessica soltó una risita divertida, entornó un poco
los ojos y lo retó.
»Si su cabeza retorcida no le deja ver más allá de un palmo de sus narices,
no es mi problema… pero así como el dinero me permite impulsar nuevas
tecnologías. ―Dio un paso hacia él, acortando distancias, bajó el tonó de su voz, a
uno más amenazante―. Puede pagar otras cosas, como limpiar de mi camino cosas
que estorban, y tengo la cortesía de hacerle notar que lo que digo no es una
amenaza, sino una advertencia.
Jessica regresó a su asiento con toda confianza, tomó el móvil una vez más y
se concentró en el equipo, ignorando por completo a Wallace Ward. Cuando pulsó
el contacto de Joaquín, elevó la mirada, observando con hastío al hombre que la
examinaba con una expresión calculadora.
―Se puede retirar, señor Ward ―indicó Jessica―. Necesito hacer una
llamada.
―Prima, acabo de ver una mujer idéntica a ti, pero como cincuenta años más vieja.
―Fue el saludo de su primo, al otro lado de la línea―. ¿Existen los doppelgänger más
viejos?
―Estoy en la fiesta, pero en otra zona de la casa ―le dijo―. Se puede decir
que salí huyendo de todos… eso fue, intenso.
―Bueno, prima ―le recordó Joaquín―. Nada que un par de tragos no puedan
mejorar y que Jessica Medina no pueda manejar… Además, seguro que querrás quitarte el
estrés con cierto rubio de aire vikingo que anda por aquí, creo que te está buscando, tiene
esa expresión de que quiere pelea… ―su tono de voz fue sugestivo―. Y no solo me
refiero a discutir.
―No lo sé, Jessi ―dudó Quín―. Quiero decir, hay cosas de las que no se pueden
escapar, y me parece que este caballero rubio, es una de ellas.
―Tienes razón ―aceptó él―. No te lo niego, pero al mismo tiempo, no sabes qué
va a pasar… ya te diste una oportunidad a la idea de ser parte de la vida de tus hermanos,
tal vez debas darle una oportunidad a Greg… Quiero decir, lo peor que puede pasar es que
sus hermanos se sientan confundidos con el parentesco… no sabrán decir si son hermanos o
cuñados… ―se mofó con mucha malicia.
―Seguro hay una palabra en alemán para esta disyuntiva ―se rio ella. Iba
caminando de vuelta a la puerta.
―Podríamos averiguarlo por internet cuando te vea ―le propuso con su tono
más juguetón―. Soy el caliente latino junto a la barra de bebidas.
CAPÍTULO 27
Incontrolable
Gregory había vivido un infierno los últimos meses, de los cuales, se estaba
recuperando desde hacía apenas dos semanas atrás. Se debatía entre dos
personalidades: la deprimente autodestructiva y la irascible autodestructiva; fuese
cualquiera la que tomara el control en su ser, la autodestrucción estaba presente,
porque siempre terminaba culpándose a sí mismo de lo sucedido.
Durante esos días oscuros esquivó a Elsie, ella lo buscaba con preguntas que
él no podía responder y con solicitudes a las cuales no iba a decir que sí; sin
embargo, la pelirroja fue paciente, esperando el mejor momento para hablar con él.
Al final de una oscura noche de primavera, donde lo emboscó en la puerta de su
departamento después del trabajo, Greg decidió contarle algo de lo que sucedía,
bailando alrededor de la verdad.
―Elsie, yo… ―Quiso excusarse, pero ella se negó―. Conocí a una mujer en
Madrid, más concretamente en el vuelo de España a California y desde entonces,
estuvimos saliendo. Ella no es de aquí, solo vino por trabajo y pues… al principio
no pasó nada en sí, pero yo insistí y ella accedió… Lamento hacerte esto.
»Si quieres crecer como persona, lo tomas como es: una enseñanza.
Aprendes, y esperas el siguiente amor, ese que es apacible, que sana, que es
intenso pero de otro modo, que en vez de extinguirse, se transforma en algo mejor.
»Y puede ser que encuentres eso en mí… ―dijo con las mejillas
sonrojadas―. Al fin y al cabo, me conoces, sabes que puedes confiar en mí.
Greg la miró, no sabía qué decir. Solo un fugaz pensamiento pasó por su
cabeza, uno que se estrelló en la oscuridad, rompiéndose en miles de esquirlas que
se clavaron en su interior, desgarrando dolorosamente.
«Es que ella no me engañó, de hecho, fue muy honesta con todo lo que dijo.»
―Claro que ―expresó con una sonrisa amable―. Ahora lo que necesitas es
tiempo y una amiga, que te ayude a sanar, sin presiones ni pretensiones, así que…
podemos ser eso, puedo ser tu amiga… en este momento de tu vida, estando tan
vulnerable, sería injusto que me aprovechara de eso.
Días después se enteró de que Geraldine le rogó por volver, aunque Fred le
garantizó que tenía que pensarlo porque después de tantas dudas, e idas y vueltas,
no estaba tan seguro de querer continuar con eso.
A medida que pasaban los días, se fue sintiendo mejor. De hecho, se
sorprendió a sí mismo invitando a Elsie a almorzar. Luego, accedió a ir a ver un
partido en un bar, acompañando a los gemelos con un par de cervezas, esa noche
quedaron de ir juntos a la barbería para arreglarse para la ocasión, junto con su
primo; en el local se dieron cuenta de que Bruce no estaba y fue Stan quien ―con
una risita maliciosa― mencionó que su hermano iba a estar de vuelta a tiempo,
que tuvo que viajar de urgencia dos días atrás.
Ese cuatro de junio lo estaba pasando bien, abrazó y besó a su madre, tía y
abuela, incluso fue amable con su tío ―bueno, más de lo que solían ser el uno con
el otro―, abrazó a su padre y abuelo, bromeó con su cuñada, diciéndole que si
Bruce no se aparecía él se casaría con ella para resguardar su honor, rio con
entusiasmo, se encontró con los primos de su abuelo, interactuó con la familia de la
novia e incluso bailó un poco con Elsie.
Greg contuvo una mueca, a veces era difícil romper ciertas cadenas.
Todas las noches turbias volvieron a él, donde el recuerdo ínfimo de Jessica
despertaba su deseo y terminaba masturbándose en nombre de ella. Sus gemidos
resonaban en la memoria, pulsando en su verga dolorida porque luchaba hasta el
hastío para no ceder. No obstante, no era lo mismo entablar una batalla contra un
espejismo que se desvanecía que enfrentar a la persona real.
Jessica volvió a la fiesta, pasó tomada del brazo de su primo Joaquín; Amy,
al verla, la arrastró hasta la mesa de su familia, la latina sonrió con diplomacia,
dejándose llevar por la mujer de piel oscura, con quien parecía conversar de forma
tranquila. Pasaron por la mesa donde ellos estaban, la latina saludó a Elsie con
cortesía y la pelirroja le respondió con frialdad, un fugaz atisbo de desagrado
surgió en esos ojos grises cuando se posaron en él.
―Me alegra saber que ya formalizaron su relación ―dijo Jessica con la voz
como la seda, cargada de malicia.
Se alejó de vuelta a la mesa de los mayores, donde fue jalada por la abuela
Olive, obligándola a sentarse a su lado.
La noche avanzó, Elsie bailó con él, con los gemelos, incluso con Fred. Él
hizo lo propio con Geraldine en ese instante, desplazándose por la pista bajo la luz
de las estrellas. Miraba de reojo a la latina, se notaba a leguas que hacía un
esfuerzo enorme para mantenerse tranquila; la atención que las mujeres Ward
prodigaban podía ser abrumadora, por un instante sintió pena por ella.
Jessica lo miró a los ojos, luego afianzó su sonrisa y deslizó sus dedos sobre
la palma de la mano de él.
―Me alegra ver que estás bien ―contestó ella―. Es bueno saber que me
superaste rápido.
―Ya sabes lo que dicen ―soltó el rubio sin pensar―. Un clavo saca a otro
clavo.
―No pensé que fueras tan patán ―sentenció la latina con voz despectiva―.
Siempre creí que al menos eras un caballero… pobre chica… al menos me queda el
alivio de haber tomado la mejor decisión.
―Gracias por el baile, señor Ward ―dijo en voz alta, con una sonrisa falsa
en su boca. Luego se dio media vuelta y se marchó a la mesa donde había estado
sentada; solo que no se quedó allí, recibió algunas indicaciones, para después irse
directo al interior de la casa.
Vio a Jessica, estaba subiendo las escaleras a la segunda planta; Greg tuvo
un rapto de cordura y en vez de tomar las escaleras principales y subir tras la
latina de forma tan obvia, se desvió hasta la cocina y tomó las de servicio, haciendo
un rodeo mayor. Apuró el paso, cuando ya no se encontró en el apogeo de ese
recinto subió los escalones de dos en dos y corrió por los pasillos, rogando
encontrarla rápidamente.
La hizo girar sobre sus pies, la arrinconó contra una pared, apretando su
propio cuerpo sobre ella; la mano libre de Gregory la apretujó por la mandíbula,
evitando que la latina bajara el rostro y no lo mirara a los ojos; no obstante, Jessica
no estaba intimidada, por el contrario, la turbia mirada que le lanzó demostró que
al igual que él se encontraba dividida entre un montón de emociones.
Gregory Ward había sido un patán, pero era más fácil lidiar con él así que
de una forma derrotada.
Aturdida por la situación, embriagada por esa energía pasional que ambos
emanaban, ella lo empujó con potencia, pero en vez de ir en dirección a la escalera,
su huida fue en dirección contraria. Se percató de su error casi de inmediato, sin
embargo, el Vikingo aprovechó eso para bloquear el camino.
Jessica bufó exasperada, dio media vuelta y se marchó. Greg estiró la mano
para evitarlo, sus dedos se cerraron en el aire, pero eso no le detuvo, avanzó más
pasos, acortando distancias; ella lo sintió, la excitación del momento la tenía
desenfocada, necesitaba aclararse, enfriar su cuerpo y sus ideas.
―No llevas ropa interior ―susurró casi sin aliento―. Joder, Valkiria… no
llevas ropa interior.
Deslizó sus dedos entre las nalgas, yendo más abajo, palpando los pliegues
de su sexo húmedo. En el instante en que presionó el nudo carnoso que era su
clítoris los dos perdieron la razón. Jessica gimió y Gregory enloqueció.
―No, no, no me quiero correr ―pidió, pero aun así no se detuvo―. ¿Por
qué contigo es así? ¿Por qué no tengo control? ¿Por qué… aarrggghh…
Su verga resistió todo lo que pudo, pero el orgasmo fue inevitable. Jessica
gimió casi sin fuerzas, sosteniéndose a duras penas con sus manos sobre el tope,
mientras él se aferraba a su cuerpo, moviendo sus caderas con suavidad solo para
prolongar los espasmos de su miembro. Ella sintió cómo bajaban los fluidos por
sus muslos, una mezcla espesa y caliente que discurría entre los dos a pesar de que
Greg se resistía a despegarse de Jessica.
Ella siempre escuchaba a sus instintos y quedarse en San Francisco podía ser
una pésima idea.
CAPÍTULO 28
Indecible
Volver a la fiesta era una necesidad, sin embargo, no tenía fuerzas para
volver. Jessica salió del baño, y se encaminó de regreso a la escalera, pero en vez de
bajar, se sintió tentada a recorrer el lugar, de ese modo podría calmarse un poco,
regresar a su centro y retomar el control perdido gracias a ese condenado Vikingo.
―Vaya, ¿tan pronto? ―se sorprendió la latina, avanzaron por el pasillo con
lentitud, a diferencia del lugar donde había estado, aquel lado sí tenía
iluminación―. ¿Por qué este sí tiene luz y el otro lado no?
Fred abrió, salieron a una terraza que se encontraba al costado de la casa, las
notas musicales llegaban hasta allí, la luz era tenue, lo suficiente para ver las
estrellas sin estar en total oscuridad. Abajo se abría el jardín, Jessica reconoció el
espacio al que había accedido a través del solárium.
―Me alegra saber que resolviste las cosas con tu novia ―dijo Jessica con
total honestidad. Frederick hizo un gesto ambiguo, como si fuese algo más difícil
de lo que ella creía.
―Lo pasó bastante mal, sabes ―contó Frederick en voz baja―. Se sintió
herido y traicionado.
―No quise que se sintiera así ―se defendió ella―. Fui honesta desde el
principio.
―Lo sé, y él también ―le aclaró―; pero eso no significa que sea más fácil.
Él se giró para verla, era difícil ignorar el escrutinio al que estaba sometido.
Era bellísima, con esa energía intoxicante y los ojos más hermosos que
hubiese visto; era más la forma de mirar y de sonreír lo que le hacía saltarse un
latido. Maldijo su suerte, porque Jessica se había hecho un lugar dentro de él, de su
corazón, casi sin darse cuenta, sin notarlo. Comprendía a cabalidad la tribulación
de su primo, porque si a Fred le dolía el estar cerca sin poder hacer nada, para
Gregory, que éticamente no tenía ningún impedimento para estar con Jessica,
debía ser una tortura continua saber que era ella quien ponía la distancia.
―O aquel que no causa tanto daño ―sugirió él, insinuando más de lo que
pretendía.
―Esa parte sí la comprendo ―soltó Fred, con una mueca triste de burla.
―Jess ―llamó él, poniéndose de pie y estirando la mano ante ella―. ¿Te
gustaría bailar con Rick?
―Rick ―llamó ella en voz baja. Fred hizo un asentimiento para indicarle
que la escuchaba―. Yo te hubiera escogido a ti, si otras fueran las circunstancias.
―Yo te escogí a ti ―musitó él, girando sobre sus pies, alejándose para verla
a los ojos―. Solo que esto que siento es indecible, porque destrozaría a mi familia.
―Es por eso que me alejo ―dijo ella―. Porque, aunque la vida nos hubiese
puesto esta trampa tan horrible y cruel, también siento algo por Greg…
Dio un paso hacia atrás, poniendo distancia. Fred la dejó ir, como si fuese un
suspiro en su boca; levantó la mano para acariciar su mejilla, ella descansó su
propia palma sobre el dorso de él.
―Aún me muero por saber… ―le contó él, deslizando de manera breve el
pulgar por sus labios.
No huyas
Jessica se incorporó a la fiesta de nuevo, solo que esa vez se fue derecho a la
barra del salón y pidió un trago.
―No pensé que fueses a venir ―dijo él, colocándose a su lado―. Whisky,
por favor ―pidió al camarero.
La latina lo vio marcharse sin decir nada, ella bebió su vaso de bourbon y
pidió uno más. En ese momento Frederick bajaba las escaleras acompañado de su
abuela, que se prendía a su brazo con firmeza. Sonrió ante la imagen, Olive era una
dama de armas tomar, así que concluyó que lo mejor era despedirse, retirarse de la
fiesta e irse a su hotel a descansar. A la mañana siguiente tenía un vuelo que tomar.
Esperó a que siguieran rumbo al jardín, donde las mesas descansaban bajo
los toldos y la pista de baile a cielo abierto estaba desierta en ese momento. Jessica
vio que la comida estaba siendo servida, maldijo porque las probabilidades se
inclinaban a que la harían quedarse aunque no lo deseaba. Dicho y hecho, Olive la
embaucó para que probara el salmón, ella accedió y sumida en un mutismo
respetuoso, escuchó las diversas conversaciones mientras comía la cena de su
plato.
Varias veces giró la cabeza en dirección a la mesa de los chicos, Joaquín le
sonrió de forma pícara en una ocasión, Gregory la observó con el ceño fruncido en
otra, y Fred soltó un suspiro cuando sus miradas chocaron.
Luego se alejó hasta la mesa donde estaban sus medio hermanos. Aferraba
su cartera de mano con firmeza y su voz sonó segura al despedirse. Los gemelos se
quejaron de que casi no hablaron o interactuaron esa noche, pusieron el grito en el
cielo cuando ella informó que volvería en unas horas a Boston, así que no podrían
verse al día siguiente.
―Creo que es hora de irnos ―le informó a Elsie. Ella lo miró con tristeza y
asintió.
Casi todo el trayecto fue en silencio, uno denso y turbio. Gregory no estaba
seguro de querer preguntarle, pero era obvio que Elsie se había dado cuenta de su
reacción al ver a Jessica.
―No es nada mío ―le aclaró Gregory con crudeza―. Mi padre biológico es
Einar. De crianza es William… Jessica apenas conoció a Will, es su padre biológico
pero a duras penas comparten ese lazo… por donde lo mires, Elsie, no hacemos
nada malo.
―Si no fuese algo malo no lo mantendrían oculto ―le refutó con crueldad.
Elsie negó con incredulidad, se bajó del auto sin decir adiós y entró en su
casa. Gregory bufó de frustración, sacó el móvil para ver quién le había escrito. El
contacto era de Joaquín Medina:
No funcionó.
«¿Qué hago aquí? ¡No debería estar aquí!» pensó. «No debería estar aquí» se
repitió varias veces.
Toc-toc-toc
Sus palabras fueron interrumpidas por el rubio que se abalanzó contra sus
labios. La besó con desenfreno, sintiendo que si no lo hacía de una vez no podría
continuar viviendo. Jadeó ante la respuesta de la latina, a pesar de que repetía que
no era buena idea, siempre estaba receptiva a él, a sus besos y caricias, a recibirlo
dentro de su cuerpo.
Volvieron a besarse, esa vez ella rodeó su cuello con los brazos, Greg pateó
la puerta con la planta del pie para cerrarla y así tener privacidad.
La primera vez que estuvieron juntos esa noche fue una respuesta visceral,
la reacción de un hombre salvaje que volvía a encontrarse con su rival. Quiso
someterla, marcarla y dominarla. En ese momento, solo deseaba regodearse en sus
besos, aceptar dócilmente las caricias de sus manos, rogarle que le dejara estar con
ella, pedirle una oportunidad.
La alzó por las nalgas y ella encerró su cintura con ambas piernas, lo hizo
justo después de que Jessica le sacó la chaqueta, dejándola caer al suelo. Greg
podía sentir sus formas detrás de la tela de algodón de la bata que llevaba puesta,
las sinuosas curvas de su anatomía se amoldaban a sus grandes manos. Anduvo
hasta la cama, donde se dejó ir, llevándola consigo, sin despegar sus bocas, ni
siquiera para respirar.
Los besos eran lánguidos, las manos exploraban con tiento y ternura. La
camisa de él voló, los zapatos de Greg desaparecieron entre risas juguetonas, la
piel se fue descubriendo poco a poco, como si fuese un regalo delicado que se iba
desenvolviendo; allí donde aparecía un trozo desnudo unos labios se posaban para
admirarlo. Cuando se percataron, Gregory había sido derrotado, yacía boca arriba
en el colchón, solo con su bóxer puesto, que contenía a la bestia en pie de guerra.
Jessica estaba con su dulce desnudez expuesta, permitiendo que los labios
del Vikingo marcaran caminos húmedos por todo su cuerpo. No obstante, ella se
afanaba en su pecho, succionando sin pudor cada pedazo de piel que alcanzaba
con su boca; bajó despacio, permitiendo que toda su anatomía se restregara contra
él. Cuando llegó hasta el borde de la elástica besó toda esa zona, ignorando
deliberadamente su sexo dolorido.
―Esa es la intención ―soltó la mujer, colando sus dedos por los costados de
la prenda para bajarla. Él la ayudó elevando sus muslos, permitiendo que la tela
pasara más allá de su trasero. La mano de Jessica se cerró alrededor de la base de
su pene, mientras su boca se concentraba en el glande jugoso y brillante.
―Bueno, pues… tocará ―se arrastró hasta él, con la intención de subirse
sobre su sexo, no obstante, Greg tenía otros planes, la tomó de los brazos, haciendo
que subiera mucho más; Jessica comprendiendo lo que deseaba, se dejó llevar de
forma obediente, colocando al alcance de la boca del rubio su sexo.
Les tomó un rato recuperar el aliento, más a Jessica cuando el peso muerto
del rubio cayó sobre ella.
Lo hizo con cuidado y solo un poquito, aun así dejó su larga pierna sobre los
muslos de Jessica y el brazo sobre su pecho.
―¿Por qué?
―Porque no sé si eres real o no, no quiero que huyas y me dejes otra vez
―razonó él, abriendo los ojos y mirándola directamente.
―Sé cómo se siente ―se solidarizó la latina―, me pasó con mi ex. Aunque
la ruptura fue de mutuo acuerdo, dolió mucho porque pensé que él, mejor que
nadie, comprendería lo que era tener una carrera y una vida exitosa.
»Tal vez no lo ves porque esto es nuevo para ti, pero las cosas que arden con
demasiada intensidad, se consumen rápidamente.
»Es probable que en unos meses tu euforia se extinga y solo seamos dos
personas que vivieron un tórrido romance, una corta pero fulgurante historia…
habrás dejado a tu familia, roto el corazón de tu madre y abuela, para nada…
―¿Acaso no ves futuro para nosotros? ―su voz fue una súplica―. ¿Nada?
―¿Qué sientes por mí, Jessica?, ¿me quieres un poco?, ¿sientes, al menos, un
poquito de lo que yo siento por ti?
Ella lo miró por sobre el hombro, sus ojos azules se veían hermosos con ese
tinte triste y desvalido. Jessica suspiró, las cosas eran más complicadas de lo que el
rubio se imaginaba. Finalmente optó por ser honesta, por lo menos hasta donde
podía serlo con él, asintió.
―Sí siento algo por ti, Gregory ―le dijo, volviéndose un poco más―. Por
eso me alejé. Aquella noche frente al mar, yo también me enamoré un poquito…
pero enamorarse no es amar, eso lo aprendí también hace un tiempo…
―¿Y cómo sé si es amor? ―preguntó con un aire casi infantil. Ella le sonrió.
Se levantó y fue hasta el baño, Jessica abrió la ducha y puso el agua fresca.
Pocos minutos después escuchó la puerta abrirse, Greg apareció al borde de la
ducha, se introdujo en el habitáculo y la rodeó con sus brazos. El agua cayó sobre
ambos cuerpos, mojando la incertidumbre. El rubio soltó un amplio suspiro, sin
soltarla, empezó a hablar.
―No puedo ―contestó ella, dándole un corto beso en los labios―. Debo
regresar para poner algunas cosas al día. Últimamente Quín pasa demasiado
tiempo California.
«No me sorprendería encontrar agendadas las horas para ir al baño» pensó con
sorpresa y algo de desagrado, él no podría vivir una vida tan ajetreada.
En cierto modo no deseaba dejarle tiempo ni espacio para que pudiera estar
con otro hombre, sin embargo no iba a poder perseguirla hasta el otro lado del
mundo, por eso se afanó en hacerle de todo ese fin de semana, para que no le
quedaran ganas de estar con alguien más.
Todo fue escalando gradualmente: mensajes para desearse los buenos días o
las buenas noches, llamadas a las horas del almuerzo de él o en la cena de ella,
video en la intimidad de sus casas, donde las cosas se caldeaban rápido y de forma
exponencial; verla expuesta para él mientras se tocaba era dinamita pura, tanto que
se había vuelto parte de su arsenal los paquetes de toallitas húmedas, debía
tenerlas siempre a la mano para limpiar el estropicio que sus corridas podían dejar
en la pantalla de su portátil.
Jessica le mencionó que iba a estar en L.A en unos días, el mes de junio
moría aumentando el calor, y quedaron que Greg se escaparía a verla apenas
pudiera. La sorpresa sería que no se quedarían en un hotel.
―Debo confesarte algo ―le dijo él, sirviendo más vino en su copa. Estaban
sentados en la proa, sobre una manta, observando las estrellas, anclados cerca de la
isla―, me muero de celos ante la idea de que puedas estar con otros hombres.
Jessica soltó una risita divertida, dio un sorbo a su copa y luego recogió las
rodillas contra el pecho, observando el cielo.
―Por ahora no me interesa. En sí, aunque pueda ser una mujer muy sexual,
tampoco significa que soy promiscua ―respondió―. Lo que tampoco puedo
garantizar es fidelidad al cien por ciento.
―No en realidad ―contradijo ella―, sin embargo, a veces uno se cruza con
personas que te deslumbran en un momento y bueno… una cosa lleva a la otra…
―sonrió―. A veces no importa, porque estoy comprometida en una relación con
alguien y eso lo respeto… pero he aprendido, tal vez un poco a las malas, que la
gente no es de piedra y las cosas solo pasan…
―Bueno, a que a veces el sexo es sexo, y que sentir deseo sexual por alguien
no implica dejar de querer a otra persona ―explicó con serenidad―. Más cuando
pueden pasar meses sin verse… Es por eso que desde que rompimos Calvin y yo,
aprendí a ser menos complicada con eso… también es la causa por la cual no he
vuelto a tener relaciones amorosas demasiado serias.
―Pues debo decir que a mí me entran unos celos irracionales ante la idea de
que otro te toque ―confesó, pasando su mano por la mejilla bronceada, Jessica
agarraba un color hermoso, su piel parecía oro rosado. Ella sonrió, se inclinó hacia
adelante y después de darle un beso que lo dejó sin aliento, le preguntó con una
voz sensual que derritió todo dentro de él:
Se deshizo del diminuto traje de baño, la noche apenas había caído hacía
hora y media atrás y los dos no se habían enjuagado el agua de mar. A Jessica no le
tomó nada liberar su pene, al fin y al cabo, la idea que implantó en su imaginación
junto con su cuerpo desnudo lo hizo estar más listo que un niño explorador.
―¿Te gustaría ver cómo le doy placer a una chica? ―preguntó en plan
sensual―. ¿Quieres verme comiéndole el coño?
Su Valkiria estaba con otra mujer, besándose apasionadamente, sin casi ropa
y en plan muy sexual.
Jessica se tensó, de sus labios escaparon los sonidos más sexys y su rostro se
demudó en una expresión de tal placer que Gregory se derramó sin remedio,
haciendo un estropicio sobre su pantalón.
―Debo admitir que me excitó verte con otra mujer, lo del trío me llama la
atención ―le susurró al oído mientras permanecían acostados en la cama. Jessica
recostaba su cabeza sobre el hombro de Greg, pero le daba la espalda, restregando
su trasero contra la cadera de él de vez en cuando―. Pero cuando lo estábamos
haciendo y te imaginé con un hombre debajo de ti, uuuuuuuuff Valkiria, mi cabeza
se fue a otro mundo.
La latina soltó una carcajada, se puso boca abajo, elevó la cabeza y lo miró.
―La abuela no deja de preguntar por ti ―le informó él, halando su maleta
hasta la puerta de embarque de la aerolínea―, que desea verte y departir contigo.
―Hemos hablado un poco por teléfono, Joaquín ha insistido ―le contó ella,
deteniéndose justo en el punto en el que él no iba a poder avanzar más―. No me
siento muy cómoda con eso, ella actúa como si me conociera de toda la vida, sé que
por la edad puede tomarse esas atribuciones, pero es difícil para mí…
―Claro. ―Lo besó en los labios―. Lo más probable es que nos veamos en la
boda.
Fred se reunió con sus dos primos, le mostró las evidencias de los
movimientos bancarios realizados en Europa, pero que en contraparte no se
traducían en acciones. Greg se comunicó con la persona encargada del proyecto
estando frente a los dos morenos, Bruce fruncía el ceño de forma notoria ante lo
que el hombre en la línea les comentaba en un inglés un tanto tosco, pero
perfectamente entendible.
―Está todo bien, solo que los trámites no son tan expeditos como allá, señor Ward
―dijo el señor López―, la alcaldía aún no libera los permisos, las máquinas están allí,
pero si nos consiguen trabajando sin tener todo en regla nos echan una multa enorme.
―Ni así ―respondió el rubio con algo de fastidio―, tengo suficiente con
tenerlos a ustedes de hermanos, no quiero que me emparente con esa mujer
testaruda.
―No sabía que te cayera mal ―insinuó Sean―, por un momento pareció
que las cosas estaban bien entre ustedes.
―No me cae mal ―aclaró él, riéndose internamente por el cariz de aquella
conversación―. Recalco un hecho obvio.
Una vez en Madrid las cosas avanzaron con relativa rapidez, Sean se
entendió bastante bien con el ingeniero civil que era jefe de la plantilla, y Stan
explicó con claridad pertinente los aspectos de los tres planos para los diferentes
tipos de vivienda. No obstante, cuando ya estaban casi con un pie en el avión,
sucedió lo impensable. Parte de los materiales desaparecieron con ellos allí.
Lo que se suponía debían ser cuatro días se extendió por una semana
adicional, donde se tuvo que poner una denuncia, hablar al banco y hacer valer el
seguro que los protegía de esas contingencias.
―No sé cómo lo vayas a hacer, López ―le dijo Greg con voz amargada―,
pero no confiamos en estos empleados, los albañiles deben ser cambiados,
necesitamos nuevo personal, el material robado significó una pérdida de miles de
euros, y el seguro solo va a reconocer una parte, ¿estás consciente de todo el dinero
que se nos fue de las manos?
―¿Por cuánto tiempo vas a estar, Valkiria? ―preguntó con esperanzas, con
algo de suerte podría verla el fin de semana, en especial si Jessica no iba a ir a Las
Vegas por la despedida de soltera.
―Nos cruzaremos en el aire ―musitó él, hablando en español para que sus
hermanos no lo entendieran, al auricular del teléfono.
Por suerte para ellos, pareció que habían capeado el temporal en Europa, al
momento en que se bajaron en el aeropuerto de Los Ángeles recibieron la llamada
de López, avisándoles que les habían fiado el material necesario y que en solo dos
semanas sería entregado en el terreno, lo que significaba que en otoño comenzaría
la construcción.
Aquello era una buena noticia, que mejoró notoriamente cuando el lunes
siguiente recibieron la solicitud por parte de una empresa en Canadá que les
ofrecía asociarse de manera temporarl para la construcción de un centro
empresarial en Toronto. Greg pautó su viaje para estudiar la propuesta de negocio
semanas después de la boda de su hermano mayor. Luego Leon Allen les entregó
los permisos finales para empezar la construcción del mega centro comercial que,
con todo listo, podría iniciarse el diez de septiembre sin ningún problema.
Y aunque nadie lo dijo, cada uno de los Ward más jóvenes deseó que la
socia estuviera allí, celebrando con ellos.
CAPÍTULO 32
Despedida de soltera
―Es la primera vez que veo que una novia espera hasta último minuto por
un vestido ―dijo perpleja la latina.
―¡Qué genial, Jessica! ―exclamó Amy mientras firmaba unos papeles que
entregó a su secretaria. En Boston ya eran las ocho de la noche, pero en San
Francisco eran las cinco de la tarde, la jornada laboral apenas si empezaba a
acabarse―. He estado pensando en hacerla temática. ¿Qué opinas?
―Sí, ya me lo imagino ―se burló ella―. Si no fueses tan conocida diría que eres
una espía que quiere pasar desapercibida.
―Mi prima se está encargando de eso, pero igual debo hacerle ver lo que me gusta
―aclaró la morena―. No quiero un montón de hombres desnudos pululando por ahí.
―Tal vez para ti que estás soltera, pero yo no necesito ninguna polla que no sea la
de mi futuro marido ―aseguró Amy―. Es perfecta, me llena de un modo que no tienes
idea, me da placer y…
―Sabes, te detendré allí, porque en perspectiva, si lo piensas, estás
hablando del pene de mi hermano ―le recordó.
Así que el último viernes de agosto aterrizó en Las Vegas durante la noche,
los únicos que sabían de su llegada eran Amy y Joaquín y ellos llegarían durante
las primeras horas del sábado, junto a todos los demás. El día jueves estuvo
hablando con Greg, asegurándole que el siguiente fin de semana a la boda, ella
estaría completamente libre y disponible para él, que lamentaba muchísimo
haberse perdido ese evento especial, pero que si lo pensaba bien, no iban a poder
hacer gran cosa durante ninguna de esas dos fechas.
Se colocó el vestido plateado, era una pieza exquisita que llegaba justo sobre
la rodilla, los delicados tiros estaban llenos de brillantes diminutos, que
combinaban con los flecos resplandecientes de la tela. De su cuello pendían varios
collares de perlas del largo que solía usarse en los años de mil novecientos veinte,
junto con el tocado de su cabeza, que culminaba con una encantadora pluma
vistosa de color blanco brillante; para la ocasión había adquirido una peluca del
mismo color de su cabello con el corte típico de la época, que enmarcaba su rostro
y los profundos ojos grises.
―¿Jessica? ―preguntó Fred con escepticismo. Fue el primero en verla
acercarse, lo que generó una reacción en cadena, haciendo que todos los Ward se
acercaran a saludarla con entusiasmo.
Tuvo que sostenerse con fuerza de sus hombros cuando la alzó en el aire y
empezó a dar vueltas; las carcajadas brotaron de las gargantas de todos, incluidas
las amigas de Amy. Jessica reconoció a Geraldine, que se veía preciosa con su
vestido turquesa. Cuando se acercó a la parte donde estaban las mujeres, esta dejó
caer un comentario insidioso disfrazado de chiste.
Mientras tomaban una copa de champaña para brindar por los novios ―con
Stan colgado a su cintura, asegurando que ella iba a ser su cita de esa noche― los
organizadores los separaron y los llevaron a dar una vuelta por el Strip para ver
los espectáculos en la ciudad de las luces. Más champaña, risas y los carros de la
época. Acudieron a un local donde fueron recibidas con bombos y platillos, todo
estaba decorado igual que en la década de los veinte; a aquellas que fumaban les
ofrecieron cigarrillos con las largas y elegantes boquillas, cenaron allí, atendidas
por guapos camareros que iban ligeros de ropa y la que llevaban eran de colores
brillantes y chillones, como si fueran parte de una fantasía ostentosa. Un hombre
salió a cantar y le dedicó una canción a Amy, después de eso, los mismos meseros
atractivos hicieron una coreografía que puso eufóricas a las damas, solo para
culminar con los regalos que las amigas tenían para la novia.
―Todos los malditos Ward están que queman ―dijo Amy algo
achispada―. Recuerdo en la universidad cuando me babeaba por Fred.
―Lo es, pero hubo una época en que me gustaba mucho el desgraciado.
―Bebió otro sorbo de champaña―. Pero él estaba coladito por alguien más.
―Esa debe ser Geraldine ―aventuró Jessica, mirando a la rubia que sonreía
con suficiencia.
―Todos los Ward, en serio ―prosiguió la amiga―. Hasta los padres son
guapos. A ver, Jessica… si no fueras familia de ellos, ¿por cuál irías esta noche?
―Sin dudarlo, por Fred ―respondió de inmediato, con una risita
maliciosa―. Es que ya tú te pediste al Vikingo.
―No creo que Fred sea la clase de hombre que se deba usar de esa manera
―expuso Jessica―. Exceptuando un pequeño roce al principio de nuestra relación,
lo único que puedo decir es que, Frederick Ward, es todo un caballero, se merece
una mujer a su altura, que lo respete y respete sus sentimientos, alguien que pueda
retribuirle su dedicación… ―Miró a la amiga de Amy―, por eso no podría
enrollarme con él, aunque fuese mi primo; lo respeto muchísimo, y lo admiro más.
―Sí, Freddy se merece todo lo mejor ―aseguró Amy con ojos soñadores―.
¿Sabían que él fue quien ayudó a Bruce a proponerme matrimonio?
Apenas traspusieron las puertas los novios fueron apartados del grupo en el
que iban, Stan se prendó de Jessica de inmediato; más cuando el mejor amigo de
Bruce, un hombre llamado Steve, intentó ligársela.
―Así que tú eres la hermana menor de Bruce ―dijo con la voz algo pesada,
mirándola sin pudor, de una forma lasciva. Jessica compuso una mueca de
indiferencia.
―No tienes oportunidad, amigo ―fue todo lo que dijo, en voz fuerte y
clara, para que cada uno de los hombres las escucharan.
―Ya oíste, Steve ―lo amenazó Stan―, mantén tus sucias manos lejos de mi
hermana.
―Creo que dije algo que incomodó a tu novia ―le susurró al oído, Fred solo
se encogió de hombros y la hizo girar sobre sus pies.
―Solo espero que estés haciendo esto porque tú lo deseas, Rick ―musitó.
―Hay tanta gente ―le dijo―, que si te robo un beso nadie lo notará.
―Pues yo tengo una mejor idea ―sugirió Jessica con un tono divertido―.
¿Qué tal si esta noche Jessica desaparece con algún amigo y tú te lías con una
sensual y atractiva desconocida?
―¿Me estás proponiendo que me folle a otra? ―preguntó con voz grave,
desde que la había visto con su amiga en video, la idea de compartirse con otras
personas se había implantado en su cabeza.
―Bueno, la amiga de Amy te tiene ganas ―se rio con soltura―, y es muy
simpática… ―Le guiñó un ojo cuando se alejó de él, sosteniéndose por las
manos―. Aunque estamos en Las Vegas, Vikingo… podríamos hacer lo que sea.
―La verdad es que no quisiera compartirte con nadie ―le susurró al oído
sin soltarla, la canción se había acabado y esperaba que comenzara otra mientras
las personas aplaudían―. Además, no me has dicho cuándo te vas.
El segundo vestido de la noche era una pieza larga de color negro, con un
escote recto y sin mangas. Si hubiese sido de color rojo, habría sido demasiado
llamativo; además que no quería que la relacionaran con Jessica Rabbit.
Volver a la fiesta fue rápido, previamente pidió que apartaran una máscara
un poco ostentosa, con plumas negras y verde tornasoladas; cuando se la puso se
inspeccionó una vez más. Definitivamente no iban a saber que era ella, más si
tomaba las precauciones necesarias para mantenerse alejada de cualquiera que
pudiese reconocerla.
Tomó una copa de la bandeja de uno de los meseros, a pesar de que ya eran
casi las dos de la madrugada la fiesta se encontraba en todo su apogeo. Por suerte
no era una celebración privada, así que la multitud servía para cubrir su presencia.
Fred la miró por un segundo y frunció el ceño, ella le sonrió con cortesía,
pero no le prestó demasiada atención; Jessica incluso se cambió el labial, el que
había usado esa noche era de un suave tono rosado, no obstante, el que llevaba en
ese momento era uno rojo intenso, que hacía lucir sus labios más gruesos.
―Bien ―le dijo ella cuando se quedó solo―, Fred no me reconoció, así que
creo que podemos intentar divertirnos a plena vista.
―Por supuesto, galán. ―Le guiñó el ojo detrás de la máscara―. ¿Qué tal si
me invitas a bailar?
―Se queda en Las Vegas ―completó el rubio, apretándola por las nalgas.
―Con los ojos cerrados, Vikingo ―susurró ella contra sus labios.
Greg pensó que esas palabras eran una señal, exactamente las mismas que
su Valkiria había dicho minutos atrás.
―Vamos entonces ―dijo casi sin pensarlo. Greg sonrió con más profusión.
La puerta estaba sin seguro tal y como Jessica dijo, cuando entraron en la
habitación se encontraron con una elegante sala a media luz, la música sonaba
suave de fondo y sobre la mesa de centro reposaba una bandeja con la hielera, una
botella oscura y tres vasos.
Cuando la latina ingresó a la sala desde el arco que daba al cuarto, abrió los
ojos con sorpresa; por suerte sí llevaba la máscara, lo que hacía que sus expresiones
se disimularan bastante.
Sirvió tres vasos sin hielo, de la botella brotó un líquido ambarino con un
exquisito olor a madera; Jessica se acercó hasta ellos con una sonrisa en los labios,
tomó el vaso y bebió de un solo trago el contenido.
Cerró los ojos y suspiró cuando el licor quemó sus entrañas. Greg lo había
traído, no ella.
Se giró hasta el moreno, que imitándola había tomado su trago del mismo
modo, se impresionó cuando la mano enguantada se posó sobre su nuca y la
morena se inclinó hacia su oído:
―No me beses, por favor ―susurró en voz baja―. No en los labios.
La sangre se volvió hielo en las venas del moreno, su corazón dejó de latir y
tuvo que hacer un esfuerzo infernal para mantener su rostro plano y sin expresión
de reconocimiento.
Esa mujer no era Jessica y no estaba allí para tener sexo con la latina y su
primo.
Jessica se giró entre los brazos del rubio, empezó a besarlo con cadencia,
mientras la mano firme de este se colaba por la abertura del vestido, acariciando su
muslo y la nalga. Fred solo tuvo que pensarlo un segundo, un instante en que se
planteó una pregunta:
La mano del rubio se aventuró más abajo, deslizándose entre los pliegues de
sus labios verticales, donde la humedad comenzaba a ser notoria, llamándolo con
glotonería; quería beber de esa fuente que manaba de su interior, era el primer
paso para conocer el paraíso; y cuando quiso seguir más allá con su mano,
encontró que los dedos de Fred se colaban dentro de su vientre, haciéndola gemir
quedamente.
Greg se irguió ante ella, sus ojos azules turbados por el deseo y la excitación
no estaban atentos a otra cosa que no fuese la valkiria que tenía frente a él, se llevó
los dedos a la boca y chupó con deleite.
Ese simple gesto hizo que las rodillas de Fred flaquearan, Jessica llevó su
pene lo más adentro que pudo de su garganta, procuró succionar pero era bastante
grueso para su propia boca; el gemido del moreno le generó escalofríos, la forma
en que se aferró a su cabeza como si fuese el único lugar del mundo al que podía
sostenerse la hizo estremecer. Cuando apareció Greg en su campo de visión, con su
verga erecta sobre el pubis como un golem indestructible, se sacó el guante de su
mano derecha y con la piel al descubierto, comenzó a acariciarlo.
Jessica fue alternando entre cada uno de ellos, paladeando cada pedazo de
carne y disfrutando de las diferencias que cada uno representaba. Greg era más
largo y levemente más delgado, lo que permitía que pudiese alojarlo hasta el fondo
de su garganta cada vez que lo metía en su boca; el concierto iba in crescendo, a
medida que estimulaba cada polla con especial mimo.
―Oh, vamos ―ordenó Greg ya fuera de sí, necesitado de algo más que una
simple felación. Se sentó sobre el sofá más cercano, reclinando su cuerpo lo
suficiente para afianzar bien los pies sobre el suelo y las rodillas en ángulo recto.
La tomó de la cintura, posicionándola sobre su miembro erguido, que él procuraba
mantener firme para introducirlo dentro de ella―. No aguanto más, musitó con
voz ronca, necesito estar dentro de ti.
La latina se sentó despacio, jadeando ante la intromisión firme del pene del
Vikingo. Sus manos se aferraban a las caderas de Fred mientras se deslizaba hacia
abajo; el moreno se limitaba a observarla, deseoso y contrariado. Cuando estuvo
por completo dentro, comenzó un vaivén suave, acompasado, lo que le permitió
volver a estimular al moreno. Este no se contuvo solo con sus vibrantes caricias,
porque cada vez que lo metía a su boca y el rubio se impulsaba hacia arriba para
llegar más adentro, ella gemía sin sacarse la verga de la boca.
El moreno sintió que iba a morir allí, su verga explotó con potentes chorros
que impactaron en el cielo de la boca de la latina, que continuó su estimulación
como si necesitara sacarle todo lo que tenía por dentro.
Gregory se elevó del sofá donde estaban y rodeó la pequeña mesa donde
habían quedado olvidados los vasos y la botella. Fred lo vio venir con Jessica entre
sus brazos, sostenida con fuerza de la cintura. Su boca roja y con el carmín
ligeramente corrido, su cuerpo estaba cubierto por una ligera patina de sudor que
la hacía ver brillosa y el cabello desordenado, salvaje ―tal como dijera su primo
alguna vez― como una valkiria que hubiese estado cabalgando un corcel al viento.
El orgasmo hizo que gruñera, que enterrara sus dedos entre la carne de su
cintura hasta que se marcaron en su piel, sus caderas se elevaron un poco, solo lo
suficiente para que llegar lo más adentro que pudiese; fueron los embates de Greg
―que desbocado perseguía su propia culminación― los que prolongaron las
plácidas sensaciones entre los dos.
Por suerte o por desgracia para Fred, eso no sucedió; dejó el lugar en
silencio, ahogado en un mar de dudas, a la vez que se sentía pleno y feliz; al menos
habían compartido sus cuerpos, tuvieron la oportunidad de sentirse el uno al otro
en ese silencio cómplice de las miradas, aquella experiencia no solo sería una de las
locuras compartidas con su primo Greg, sino que la atesoraría de un modo muy
peculiar, sin importar que el rubio estuviese en ella.
Jessica decidió darle tiempo a todo, no solo al moreno para que se marchara,
sino a sí misma para poder comprender lo que sentía; todo había sido una locura,
se subió a una montaña rusa a sabiendas de lo que podía representar. Aturdida,
enajenada, confundida y con la realidad dislocada, optó por darse una ducha y
lavarse el aroma y las marcas de ambos hombres. Quince minutos después,
mientras ella permanecía bajo el chorro procurando no pensar en nada, anclada a
ese punto cero que era la baldosa del suelo, apareció Greg.
―Eso fue una locura ―sonrió, entrando a la ducha con ella, rodeándola con
sus brazos―. Nunca antes había hecho algo así… tan morboso…
La mañana llegó a los fiesteros demasiado tarde, media hora antes del
mediodía se encontraron en el vestíbulo, somnolientos, con resaca y el estómago
vacío porque no alcanzaron a llegar a la hora del desayuno.
Los Ward junto con sus respectivas parejas o invitados habían colonizado
varios de los sofás del hotel, dejándose caer en ellos como animales moribundos o
náufragos en una isla tras pasar varios días a la deriva en un profundo mar.
―¡¡Eeeeeh!! ―exclamó Stan con unas profundas ojeras debajo de sus ojos―.
El Vikingo conquistador se fue con una espectacular morena anoche y no volvió a
su habitación.
―Parece que el único Ward que no tuvo suerte anoche fui yo ―se quejó el
gemelo―. Hasta Jessica se fue temprano. Me pregunto quién será el hombre que la
llamó anoche que hizo que nos abandonara en mitad de la fiesta.
―Ese no es tu problema, Stan ―aseguró ella, irrumpiendo en medio de la
conversación. De todos los presentes la que se veía más fresca era Jessica, con un
vestido sin mangas y sobre las rodillas, de color azul cielo, ceñido debajo de su
busto con un cinturón blanco―. Esas cosas no se le preguntan a una dama.
―No puedo tener sexo con mi hermano menor, ¿cierto? ―le preguntó
entornando los ojos.
Todos los Ward se quedaron en silencio ante esa afirmación, Stan abrió los
ojos con sorpresa y poco a poco una sonrisa iluminó su rostro.
Stan se abalanzó sobre ella y regó besos sobre su mejilla, Sean lo imitó,
invadiendo su otro costado, todos reían ante la efusividad que mostraban; Jessica
trataba de apartarlos, pero fue imposible, ninguno de los presentes hizo nada por
detenerlos, y como si fuesen dos niños pequeños se mantuvieron a su lado el resto
del día.
No les quedó más que esperar la hora del almuerzo para comer, después de
ello se divirtieron un rato en el casino; algunos se adueñaron de una mesa para
jugar póquer, resultó que Fred y Amy eran muy buenos en ello y salieron de allí un
par de cientos de dólares más ricos.
―Te advierto que te están buscando ―le dijo el latino―. Y vienen para acá,
a despedirse de Jessica.
La latina abrió los ojos con sorpresa, ella no conocía esa información, pero la
del rayo verde sí porque en una ocasión lo vio con Calvin durante el atardecer en
una isla en Grecia.
―Pues dicen que si la ves, es una señal de que estás enamorado ―completó
ella sonriendo, mirando a Bruce―, eso dice la leyenda.
El ofrecimiento fue hecho con la mejor de las intenciones, sin embargo, una
vez que estuvo en la casa, ocupando la habitación principal en el segundo piso,
recordó que iba a compartir el espacio con su primo Quín y tenían que decidir
quién de los dos iba a hacer uso del derecho a invitar a la pareja, porque
inevitablemente la presencia de uno, excluiría al otro.
Cuando zaparon todos los Ward en plan de iniciar una tradición, lo hicieron
con la firme convicción de compartir como hermanos; tanto así que Jessica le pidió
a Greg que por esas horas se olvidara de ella y de lo que tenían, que los momentos
que iban a compartir todos juntos, eran en pro de la hermandad.
―Será muy difícil para mí, Valkiria ―le dijo con cierta tristeza―; pero por
ti haré lo que sea.
El viernes en el mar fue una experiencia memorable para todos, por unas
cuantas horas Jessica se sintió libre de presiones. Muchas emociones se removieron
en su interior, la melancolía propia de los recuerdos de su juventud donde se sintió
abandonada. En un momento en que ella estaba en la proa, observando la
inmensidad del mar que se extendía ante ellos por los cuatro costados, Bruce se
acercó y compartieron un momento de silencio.
Se miraron a los ojos, sonrieron del mismo modo, de medio lado, imitando
los gestos del otro sin saberlo. Una ráfaga de viento los azotó un poco, haciendo
que el cabello suelto de Jessica bailara en el vacío a merced de la brisa.
Ninguno respondió, pero Jessica percibió la mirada furtiva que Greg lanzó
en su dirección, llena de esperanza; y más allá de él, la de Fred, tristemente
resignada.
―Tal vez no solo cuando alguno vaya a casarse ―sugirió ella―, quizás,
podamos ir en su caza cuando alguno de nosotros necesite del otro.
―Tienes razón, Jess ―dijo Stan―. Somos un clan, eso te incluye, y como
clan siempre nos cuidamos.
Un Azar en la solapa
Ella se giró para verlo, sonrió con amabilidad ante su halago y miró la caída
de su vestido. Era una pieza sobria, de cuello cerrado y mangas hasta los codos,
con una falda amplia que cubría sus pies. Estaba hecho de encaje gris que dejaba
traslucir su piel, justo debajo llevaba un vestido de tubo ajustado, casi como una
segunda piel, que terminaba poco más abajo de sus nalgas. La tela del vestido era
tupida, se veía delicado y elegante, permitiéndole ese toque sutil de sensualidad
que el tejido le confería. El maquillaje discreto que resaltaba sus ojos y el moño
juvenil en la base de la nuca, hacían lucir a la latina radiante.
―Tú también estás muy guapo ―elogió Jessica―. Hoy optaste por ir todo
de negro.
―¿En serio buscaste un vestido del mismo color de tus ojos? ―indagó él,
tomándole la mano para hacerla girar sobre sus pies. Ella se encogió de hombros
tras dar la vuelta y se prendó de su brazo.
―Es el día de su boda, nadie opacará a Amy este día ―le comentó él,
riéndose―. Ni siquiera Geraldine podría opacarla, hiciera lo que hiciera.
Los guio al segundo piso, directo a una sala donde se escuchaban los
sonidos entusiasmados de un grupo de personas. Jessica se tensó al lado de
Joaquín, que se volvió a observarla con curiosidad, su expresión se suavizó al
verla, llevaba demasiado tiempo conociendo a esa mujer para adivinar lo que le
sucedía.
Apretó con ternura los dedos que se aferraban a su brazo, solo para
infundirle coraje, ella le sonrió con soltura, y antes de trasponer las puertas que los
separaban del resto de la familia se calzó la expresión insondable, esa que siempre
llevaba ante todos los Ward.
Jessica acabó hundida entre los brazos de Olive, que no dejaba de expresar
su júbilo por verla, elogiando su vestido, su peinado y lo hermosa que se veía.
Desde el otro lado de la mesa pudo sentir las miradas de Gregory que no dejaba de
sonreír ―casi estúpidamente― en su dirección, y las de Fred, que procuraba no
fijarse demasiado en ella para no delatarse.
―Voy a dar una vuelta por allí mientras todos se terminan de arreglar
―dijo, alejándose en dirección al jardín, desde donde tenía una hermosa vista de la
bahía.
Estuvo allí aproximadamente una hora, sentada en una de las mesas con un
vaso de agua al frente que un mesero le ofreció con mucha amabilidad.
―¿Has visto a Bruce? ―preguntó Fred asomándose por allí. Ella frunció un
poco el ceño.
Fred la miró por un rato más, como si intentara dilucidar lo que pasaba por
su cabeza. Negó con tristeza, amplió su sonrisa al volver a posar su mirada sobre
ella.
―Jessica, te ves… ―no pudo terminar su frase, no encontraba la palabra
adecuada para describirla.
Giró en una esquina de la casa, hacia una zona menos concurrida que daba
a una especie de jardín inferior privado. No había nada atractivo en ese lugar como
tal, sin embargo proveía de privacidad y tranquilidad. Jessica encontró a Bruce allí,
sentado en los escalones que daban hacia esa planta que no estaba decorada; se
aproximó a él despacio, anunciando su presencia con el sonido de sus pasos.
Jessica recogió las rodillas y se las abrazó, reposó su cabeza sobre ellas, con
cuidado, mirando el perfil congestionado del moreno.
Bruce soltó una risita triste, jugaba con una brizna y hierba entre los dedos.
―No, adoro a Amy, es la mujer más maravillosa del mundo ―contestó
Bruce―. Pero William amó a mi mamá con locura e igual se fue.
―Bueno, no puedo decirte nada sobre eso ―aceptó Jessica―, solo que, a
pesar de todo, volvió ¿cierto? Contigo y con tu madre, adoptó al hijo de otro
hombre, también tuvieron a los gemelos, se esforzó por ser un buen padre, por
construir una familia… ―enumeró con suavidad―. Te lo dice la hija abandonada,
es toda una ironía que sea yo quien señale sus puntos buenos.
Bruce rio, pero del mismo modo que brotó de su garganta, se desvaneció.
―Te prometo que si haces algo estúpido volaré desde donde sea que esté y
te patearé el trasero una y otra vez hasta que hagas las cosas bien ―sugirió la
latina.
―Es lo que hay, Bruce ―le dijo―. Aprendes a vivir con ello y a convertirlo
en algo bueno.
Bruce soltó una risita, cruzó su dedo pequeño con el de ella, como si fuesen
dos chiquillos haciéndose una promesa para la vida adulta.
―¿Amy te va a colocar un azar? ―preguntó ella al ver su solapa vacía.
―Un pequeñito arreglo floral o una flor, que se coloca en la solapa ―indicó
ella, sacándose la violeta del cabello, para prenderla justo donde decía con uno de
los ganchos oscuros que llevaba en el moño y que se disimularía contra le tela―.
Debe ser a juego con el ramo de la novia ―le explicó, dejando que la violeta se
ajustara en su sitio.
―Deberíamos volver, te están buscando para las fotos ―le recordó ella
poniéndose de pie. Bruce la imitó tras soltar un suspiro. Cuando se giraron,
encontraron a todos los hermanos observándolos en la cima de la escalera, les
sonreían con ternura, como si hubiesen presenciado una escena especialmente
conmovedora.
―Si alguno dice algo, les romperé las pelotas ―comentó, alejándose en
dirección al cuarto donde estaba la novia.
Prendió las flores con cuidado para no dañar la integridad del ramo, las
violetas parecían gotitas azules dentro del blanco de las rosas. Una vez que
terminó, accedió a beber una copa de champaña y brindar por la felicidad de los
novios.
Tras un rato donde los nuevos esposos fueron arrastrados a tomarse fotos
con todos los miembros de la familia ―Jessica se escabulló para que nadie la
notara y la obligaran a ir con ellos―, una voz los invitó a congregarse alrededor de
la pista para el primer baile de los esposos; aunque quiso evitar eso también,
Joaquín no tuvo piedad y sosteniéndola con firmeza de la espalda, la llevó hasta el
mismo borde de la pista.
―Será un honor.
La Cenicienta
―¿Y hay algún novio por allí? ―indagó Emily― Un don millonario, o tal
vez un exótico europeo.
―Nada serio, uno siempre tiene alguien con quien tontear ―comentó―,
aunque este es norteamericano, cien por ciento producto nacional.
―Jessica, querida ―llamó su atención Olive―, debes probar esto ―le dijo,
tendiéndole un canapé.
Desde su retorno de Las Vegas se debatía con sus emociones, con la culpa y
la frustración, con el deseo de volver a estar con ella, y en especial, lo asaltaban los
pensamientos temerarios que lo incitaban a cometer una locura.
Sí estaba dispuesto.
Ahora, allí estaba ella, radiante y hermosa, frente a él. Avivando todo en su
interior.
Jessica pasaba por algo similar. Dividida entre dos sentimientos que podían
ser similares y a la vez muy distintos. La morena creía de manera firme en que uno
podía tomar decisiones inteligentes, incluso cuando se trataba de temas del
corazón; por eso había escogido a Gregory, porque lo que sentía por él era real y
certero, y tenía la seguridad de que no lo estaba usando como un comodín o un
salvavidas para mantener lejos a Fred.
Ella quería ser leal a sí misma, a la persona que siempre había profesado ser:
honesta, cabal, directa. Su primer deber era consigo.
En la primera reunión les hizo ver que podía jugar con las personas, más no
con el dinero; lo que no aclaró fue que esos juegos se hacían con plena consciencia,
con las dos partes enteradas de lo que estaba pasando. Había momentos en los que
quería contarle todo al Vikingo, pero no parecía correcto; porque al final, si ellos
dos no quedaban en nada ―como parecía que iba a suceder―, al menos tendría a
su mejor amigo para salir delante de todo eso.
Eso decían sus miradas, expresaban las tribulaciones en los distintos tonos
de gris que sus iris podían reflejar. Una melodía triste comenzó a sonar, obligaba a
las parejas a bailar de forma lenta y romántica. Vieron a Greg acercarse a donde
ellos estaban, su sonrisa era contagiosa y la alegría en sus ojos azules iluminaba su
camino. Jessica sintió un profundo deseo de llorar, aquello no era justo para
ninguno de los tres, aunque el Vikingo no supiera que era parte de una mala
jugada de la vida.
―La verdad es que estoy un poco cansada, Greg ―respondió con una
sonrisa en los labios―. De hecho, si me disculpas, ahora iré al tocador, que bueno
que llegaste, así no se verá grosero dejar a Fred abandonado en la mesa.
Jessica también lo creía; solo que sabía que los dos iban a discrepar respecto
a lo que era correcto hacer.
El corazón le dolía, no iba a negarlo, por Fred, por Greg y por sí misma.
Cuando la relación con Calvin terminó jamás pensó que volvería a enamorarse de
alguien con la misma intensidad; no obstante, estaba allí, sentada en la terraza a
media luz en el otro extremo de la casa, mirando el follaje oscuro de las colinas,
pensando que cada amor se sentía diferente.
Pronto cumpliría treinta y un años, si recapitulaba su existencia no se
arrepentía de nada de lo que había vivido, incluso las malas experiencias la
ayudaron a convertirse en quien era, y esa persona le agradaba: no guardaba
rencores innecesarios, tenía una inteligencia emocional bastante saludable y era
capaz de tomar decisiones basadas en el bienestar personal y general; sin importar
que estas doliesen como la mierda.
―Jessica…
Soltó el aire con suavidad, se giró lento sobre su asiento para encararse con
la realidad.
―Tengo algo para ti ―le informó. Se adelantó un poco, con tiento, Jessica lo
miraba con algo de confusión; él terminó a sus pies, de rodillas.
Colocó la caja en el suelo, retiró la tapa con parsimonia solo para dejar ver
su contenido.
Jessica contuvo la risa, era el gesto más perfecto y más gracioso que había
recibido jamás.
―Te dije que las iba a mandar a reparar ―le aseguró él―, ¿Qué clase de
caballero sería si no cumplo mi palabra?
Estaban bastante cerca, pero todavía a una distancia segura como para no
cometer una locura. Él se apresuró a levantar su pie, retirando la falda de encaje
hasta el borde de su rodilla. Con delicadeza desató la primera sandalia,
deleitándose con los pequeños dedos de su pie, con las uñas pintadas al estilo
francés. Tomó la primera zapatilla y la calzó, su mano se demoró un poco más de
lo correcto sobre su tobillo; levantó la vista para encontrarse con los ojos grises de
ella, llenos de turbulencia como los de él.
Suspiró, procedió a hacer lo mismo con el otro pie, metió las sandalias
dentro de la caja y la alejó un poco. Él continuaba de rodillas a sus pies, mientras
ella miraba las zapatillas que tanto le gustaban.
―Que combinan con todo ―completó ella con una sonrisa divertida―. Lo
recuerdas.
―No podría olvidarlo ―le explicó, mientras bajaba la falda de nuevo, para
cubrirle los pies―. Aunque quisiera.
―Gracias, Rick ―agradeció ella. Tenía las manos apoyadas a cada lado de
sus rodillas, inclinada hacia adelante para mirar sus zapatos.
Jessica se inclinó un poco más, cerró los ojos y rozó los labios de Fred; fue
un gesto ligero, idéntico al que hizo el día en que lo conoció, cuando el moreno le
prometió que le devolvería los zapatos. Se alejó un poco, dispuesta a poner
distancia entre ellos para evitar una locura.
―Me estoy volviendo loco, Jessi ―comentó con voz un poco quebrada―.
Desde aquella noche, yo…
Al menos tenían suerte, cada vez que tomaban un riesgo como aquel lo
hacían en un espacio privado y discreto, pero al mismo tiempo accesible para
cualquiera, lo que hacía que ambos fuesen más sensatos. No obstante, los dos
comprendían que estaban en la cuerda floja, que las cosas podían desbocarse de un
segundo a otro.
Jessica sintió que su corazón estaba siendo estrujado. Tragó saliva con
dificultad, mientras una solitaria lágrima caía por mejilla.
―Sé cómo te sientes, Fred ―dijo la latina con voz firme mientras se secaba.
Estaba haciendo acopio de todo su temple para no romper en llanto―. Yo me
siento peor, pensando en si estoy dispuesta a convertirme en la clase de persona
que miente.
Fred comprendió lo que ella quería decir. Se sintió sucio y miserable. Dejó
caer su cabeza, derrotado.
Jessica pasó por su lado, sabiendo que si se quedaba allí todo podría ser
peor. No obstante, cuando había dejado atrás a un Frederick vencido, solo a un par
de pasos de separación de él, el moreno se giró, la sostuvo por un brazo haciendo
que ella virara hasta encararlo.
―Lo siento, Jessi… ―se disculpó con voz ronca―. Pero tengo que saber.
Sus labios eran suaves, sus besos sabían a todo lo bueno del mundo; era
firme, cálido, dócil y contenido. Él lo deseaba todo de ella, si ese iba a ser el único,
quería que valiera la pena, que se le fuera el alma y el corazón en eso para que lo
atesorara por siempre. Las manos de Jessica se aferraban a sus solapas, temerosa
de soltarse, de caer en ese abismo y perderse para siempre. La lengua de Fred la
tentaba, jugueteaba con la de ella; sus dientes rozaron el borde de su labio inferior,
estremeciendo su cuerpo de la cabeza a los pies. Se detuvieron solo un segundo
para recuperar el aliento, momento en que él la apretó más contra sí para no
dejarla ir, volvió a la carga, desesperado, ansioso, temiendo que todo lo que estaba
sintiendo solo fuese la fantasía de su mente rota producto de un corazón triste.
Se miraron a los ojos con miedo y anhelo, luego Jessica se dio media vuelta
y se marchó.
Sus dedos acariciaron sus labios, rememorando la textura que tenía la boca
que esa mujer. Suspiró, no era correcto, era una maldita injusticia, estaba
empezando a creer que Dios los odiaba, pues le encantaba complicarles el corazón
a los Ward.
Las voces se escuchaban airadas, pero la puerta era tan gruesa y la música
sonaba en todos lados que lograba amortiguarlos bastante bien.
Frases como “no puedes hacerme esto” o “es hora de madurar” sonaban por allí.
El Vikingo iba traduciendo lo poco que podía, la situación hacía que la ansiedad
escalara de forma acelerada.
―Deberíamos entrar ―sugirió Stan―. Siento que esos dos podrían terminar
matándose.
Gregory lo imitó, solo que con más profundidad. También había escuchado
su apellido, pero no entendía el contexto de aquella exclamación. ¿Por qué Jessica
los llamaría malditos Ward?
La puerta se abrió de repente y todos fueron pillados por una Jessica furiosa
que echaba chispas por los ojos. Su mirada se posó en cada uno de ellos; luego
como si ya no pudiera más, las lágrimas rodaron de manera irremediable. La latina
apretó el pañuelo entre su mano y se secó las mejillas con fuerza. Bufó exasperada
y atravesó la muralla del clan sin decir una palabra.
―Voy por ella ―dijeron Greg y Stan al mismo tiempo. Sean miraba la
marcha de su hermana con mucha tristeza.
Jessica salió más allá del portón de la propiedad, directo a la calle oscura
con rumbo a su casa; necesitaba sacarse la ropa y darse un baño de mar a ver si
lograba sacudirse esa sensación de irrealidad y derrota. Iba caminando con
rapidez, enjuagando sus lágrimas con el pañuelo de Fred cuando un auto se
detuvo.
Ella no estaba por la labor, no quería ver a ninguno de ellos, estaba seguro
que era alguno de sus hermanos, o peor, el Vikingo y en ese momento no tenía
fuerzas para enfrentarse a él.
Aquella solicitud fue como un balde de agua fría que terminó de congelarle
los huesos. No había dureza en sus palabras, solo una petición precisa. Quería
preguntarle a quién, pero no iba a ser capaz de formular las palabras, mucho
menos de escuchar la respuesta.
―Es por eso que me empeño en poner distancia ―respondió con voz
gélida―. Pero insisten…
―Señor Ward… ―lo llamó sin levantar la cabeza, mirando sus rodillas
porque no tenía fuerza para verlo―. Todo es más complicado de lo que parece,
mucho más de lo que usted pueda imaginarse… pero quiero que quede claro
algo…
Señales de peligro
―Lo lamento ―se disculpó―. La pelea con Joaquín me dejó de muy mal
talante.
―Mañana debo volver, surgió algo con uno de mis socios ―contó―. Una
vez que pise Boston viajaré casi de inmediato a Lisboa.
―Esperaba que pasáramos un poco más de tiempo juntos ―se quejó él.
―Lo siento, pero esto es así ―aclaró la morena―. Hoy puedo estar y luego
mañana tener que marcharme.
“Lo siento”
Sonrió como idiota, estaba enamorado, eso era más que claro, adoraba a esa
mujer, y si le preguntaban en ese instante lo que sentía por ella, ineludiblemente
respondería que la amaba.
―No me imaginé que supieras cocinar ―le dijo con una risita.
―Tal vez esté allá una semana ―le contó―, hay una licitación abierta, y
parece que fuimos recomendados por el proyecto del centro comercial en San
Francisco. Si ganamos ese proyecto también, será fantástico para la empresa.
―Sabes que puedes confiar en mí ―le dijo―, me gustaría aliviar tus penas.
Jessica frunció el ceño de forma leve, luego negó, como si se sacudiera esa
profunda tristeza y lo miró. Ella encontraba fascinantes ese tono de azul, acarició
con la yema de sus dedos el borde de su mandíbula y corrió más allá, dentro de los
mechones de cabello rubio.
―Te queda bien, te da un aire más… vikingo ―se burló. Greg soltó la
carcajada, la volvió a besar despacio.
―Yo pienso más bien que es práctico, te agarras mejor a él cuando estoy
entre tus piernas, comiéndote toda ―le recordó con voz ronca.
Una profunda carcajada brotó de ella, su risa fue música para sus oídos,
tranquilizándolo un poco. Jessica lo miró a los ojos con un gesto risueño, colocó
ambas manos alrededor de su rostro y lo escrutó con detenimiento.
Gregory se sentía como el mar, era la dicha del aire limpio que inflaba las
velas, la espuma que se estrellaba contra el casco del bote al navegar y que hacía
que se salpicaran de agua; el Vikingo la hacía sentirse libre y plena, contenta con la
vida, con deseos de lanzarse a la aventura.
Cuando se despegaron el rubio abrió los ojos aturdido, el beso había sido
intenso, cariñoso, apasionado.
Pero lo hizo, porque ella necesitaba espacio; se marchó no sin antes hacerle
prometer que no se desconectaría por completo. Cuando volvió al velero se
encontró a sus hermanos menores burlándose de él y preguntando la causa de que
se hubiese perdido por tantas horas. No dijo nada, aunque se moría de ganas por
contarle a todos que estaba derretido de amor por Jessica Medina.
Una vez que presentó todas las credenciales y habló de los proyectos de
construcción que estaban llevando a cabo, los representantes de la empresa que
quería hacer el centro comercial en Toronto comentaron que estaban muy
interesados en asociarse con ellos, en particular por su reciente disposición para
usar tecnología ecoamigable.
―Ward Walls pasó por un momento un tanto difícil hace unos años
―indicó el rubio―; no obstante, la construcción del centro comercial está cubierto
por nosotros mismos. ¿Crees que si estuviéramos en la cuerda floja nos
arriesgaríamos con una empresa de semejante proporciones? O más aún, ¿crees
que si estuviéramos mal, los primos Medina hubiesen invertido en nosotros?
―Pues, amigo ―le dijo―. Hay alguien que quiere joderlos. Los están
boicoteando, porque no es mentira lo que te digo. Nuestro abogado hizo
investigaciones discretas y según sus fuentes, la empresa en España está diciendo
que ustedes no han cumplido con el contrato.
―Te creo, Gregory ―expresó Lester―. Pero es bueno que sepan que
alguien quiere perjudicarlos y deben averiguar quién es.
CAPÍTULO 38
―Mañana debo tener esto listo ―le insistió al latino―. Para mostrarle todo
en la reunión a Jessica.
―Esto no cuadra ―refunfuñó tras una hora más de trabajo. Cerraba los ojos
y lo único que veía eran filas y más filas de números en columnas de Excel.
―Sí, tratando de hacer una indagación sobre lo que hablamos antes ―le
contestó―, pero dime qué necesitas.
―Lo sé, lo sé ―lo cortó el Vikingo―. Pero si salgo corriendo de aquí, será peor.
―¿Sabes que tengo una reunión con Jessica hoy en mañana? ―le
preguntó―. Debo darle el informe mensual.
―¡¿Qué?!
―Sí, hazlo ―insistió Gregory―. Jessica tiene más experiencia que tú y yo juntos
en lo referente a los negocios. Si nos está boicoteando alguna empresa de la competencia ella
podrá detectarlo, o decirnos quién puede ser… Ahora que lo pienso… ―se detuvo.
―Hace unos meses, cuando salieron las acciones al mercado y ella las compró yo
estaba en Madrid, terminando de cerrar ese negocio ―recordó el rubio―. Todo fue de
mal en peor hasta el momento en que las acciones fueron compradas, tuve mil y unas
complicaciones, como si alguien hubiese estado poniendo la zancadilla a cada cosa que
hacía… Ahora que otra vez estamos en proceso de adquirir la sociedad de un nuevo
proyecto, pasa lo mismo… no me parece una coincidencia, Fred.
―Claro, Rick ―aceptó el asistente, luego con una sonrisa que pretendía
trasmitirle tranquilidad, prosiguió―. Todo saldrá bien, ya lo verás.
El problema era que Frederick estaba nervioso por otro asunto que no tenía
que ver con el viaje. Él tenía más de diez años trabajando en esa empresa, Ward
Walls era toda su vida laboral, todos los veranos tomó un empleo allí desde que
cumplió los catorce, durante la universidad trabajó medio turno para empaparse
de los asuntos más importantes, esos que como asistente de su padre o de piso no
manejó por no tener experiencia o la edad apropiada. No, ese no era el problema,
Fred podía lidiar con lo que fuese que tuviese que hacer al respecto de solucionar
los problemas de la empresa; lo que lo carcomía por dentro era el hecho que en
menos de media hora tendría que llamar a Jessica para informarle de cómo iba
todo desde el último informe enviado treinta días atrás.
―Voy a remplazar a Bruce, esta vez ―le dijo, sonriéndole con algo de
debilidad―. Espero que no te moleste que solo seamos tú y yo.
―Para nada, Fred ―aseguró ella con cordialidad―. Sé que Bruce está en su
luna de miel, ayer hablé con Amy.
―Por lo que me contaron están disfrutando Sri Lanka muchísimo ―contestó ella
sonriéndole con diversión―. Pasaron fotos muy divertidas.
―La gente de Toronto está muy impresionada con este complejo comercial,
quieren hermanarlo con el suyo, es por eso que desean que Ward Walls se quede
con la licitación ―explicó.
―Es allí donde tenemos un problema ―respondió él. Jessica frunció el ceño.
―Nos vemos el jueves entonces ―le dijo ella―, no se preocupen por las
reservaciones de hotel.
Al menos tenía una cabina privada para pasar su cuita, Jessica le había
conseguido boleto en la clase ejecutiva y en verdad era muy cómoda. Mantuvo su
móvil activo solo por necesidad, Greg y él hablaban de forma continua sobre el
tema del saboteador; el rubio le aseguró que iba a estar bien y que era bueno que
Jessica estuviera acompañándolo durante el proceso.
Pero contigo y ella allí, el maldito bastardo que nos esté fastidiando no tendrá
oportunidad.
―La señorita Medina me dijo que tenía una hora para bañarse y arreglarse
―le comentó cuando se desplazaban por la ciudad, rumbo al hotel―. Lo va a
esperar en el restaurante del hotel para almorzar y luego ir a la constructora.
―Espero que tengas hambre ―fue el saludo que le dio; él sonrió un poco
forzado, pero asintió.
―Debo decir que estoy un poco ansioso, pero el estómago es el estómago
―confesó.
―Siempre tan clara ―aceptó él. Hizo una profunda inspiración―. Estoy
bien con lo que pasó, no tengo esperanzas vacías ni nada similar, Jessi ―explicó
con cierto peso en su corazón―. Sé que tienes algo con mi primo Greg y no pienso
sabotearlo ni interferir ―aclaró con vehemencia―. Lo que sucedió en Las Vegas, se
quedará allí. Lo que pasó en Malibú fue… ―se detuvo. «El mejor beso de toda mi
vida» pensó con tristeza, sin embargo sonrió―. Solo fue, nada más.
Comieron con serenidad, pero sin parsimonia; fue Fred quien insistió en
pagar lo consumido, entregándole su tarjeta de crédito al camarero, que volvió a
los pocos minutos con el recibo que debía firmar. El mismo chofer que lo recogió
en el aeropuerto los esperaba en la entrada para llevarlos al lugar de la
construcción; Fred respiraba de forma pausada, tratando de acostumbrarse a la
cercanía de la latina. Esta solo se limitaba a mirar por la ventana.
Jessica y él tomaron asiento, cuándo él intentó decirle algo, una sola mirada
hizo que se quedara callado. La latina escuchaba con atención lo que decía la
señorita al teléfono, asegurándole al tal López que no estaba el “señor rubio de la
otra vez” y que eran dos personas nuevas, un hombre y una mujer.
―¿Les puedo ofrecer un café? ―preguntó la mujer tras colgar; ella negó.
―Disculpa por hacerte callar, quería escuchar lo que decía ―le explicó
Jessica.
Fred asintió sin darle mayor importancia. Estaban sentados uno al lado del
otro y las sillas los obligaban a rozarse. El aroma florar del perfume de la latina
inundó sus fosas nasales, erizando su piel debajo de la ropa. Por suerte, la señorita
entró y lo distrajo, portaba una bandeja con una jarra de agua con cubitos de hielo
y vasos de vidrio recién lavados. Sirvió el agua en cada uno, tendiéndoselos
envueltos con una servilleta de papel.
Veinte minutos después entraba el tal López en la oficina, los saludó con
profusión, estrechando ambas manos. Los hizo pasar al reducido espacio privado,
disculpándose por lo pequeño.
―Seguro que hay un error, señor Ward ―se adelantó el hombre―. Puedo
hacerles llegar de nuevo toda la información, podría tenerle todo listo para mañana
en la mañana para que usted y su secretaria puedan revisarlo.
―En efecto ―asintió Fred―. Pero no nos parece que esta situación sea
orquestada desde adentro ―intervino él―. No obstante, sospechamos que alguien
de aquí está siendo utilizado para boicotear la construcción.
Él la siguió sin decir nada cuando salió del elevador, Jessica abrió la puerta
de su suite que era un poco más grande que la de él. Mientras Frederick se sentaba
en la esquina del sofá, la latina se acercó a la nevera ejecutiva del bar y sacó las
botellas, le tendió una mientras tomaba un puesto frente a él en la silla individual a
juego.
»Ahora, sucede lo mismo una vez más. Robos que obligan a la compañía a
invertir más dinero para cumplir con lo estipulado en el contrato. Información
difamatoria justo en el momento en que Ward Walls está licitando para una nueva
obra en Canadá, sobre todo una de gran magnitud. ¿A qué pueden echar mano los
socios de Ward Walls para cubrir esto y continuar a flote?
―Sospecho que sabes quién es la persona que está detrás de todo esto ―la
sondeó él, admirado por la manera en que estaba manejando las cosas. Ella asintió.
»Yo solo fui un obstáculo, era él quien esperaba abaratar lo más posible las
acciones de la compañía y comprarlas por medio de un tercero, me parece que
quiere obligarlos a vender más y más acciones, incluidas las de él, solo para
acumular la mayoría accionaria y de ese modo quedarse con la empresa de los
Ward.
―Si sabes todo eso, ¿por qué vamos a esperar hasta mañana? ―quiso saber
el moreno. Se habían acabado la segunda cerveza, Jessica hizo un gesto para que se
sirviera a gusto, cuando regresó con una tercera botella, al entregársela, rozó la
punta de sus dedos accidentalmente.
―Porque ahora hay que esperar a confirmar si López está limpio o no
―explicó Jessica―. Con la información que traiga mañana Roland, podremos
tomar una acción definitiva contra quien esté detrás de todo esto; sea quien sea.
Frederick cayó como muerto, a duras penas se sacó la ropa y durmió solo en
calzoncillos. Se despertó a las cinco de la mañana con ganas de hacer pipí, solo
para volver a la cama y seguir durmiendo.
A las nueve de la mañana estaba de pie frente al espejo del baño pensando
si quería afeitarse o no; tenía todo lo necesario para volver a lucir su rostro limpio
y suave, no obstante, sentía que la barba le confería carácter. Procuró recortársela
un poco, para que los pelillos no le fastidiaran en los labios y en la nariz, luego se
duchó, justo a tiempo para recibir el servicio a la habitación con el desayuno.
Cuando le tocó la puerta a Jessica quien abrió no fue ella, sino el tal Roland.
Lo saludó cordialmente y le preguntó si deseaba un café; Fred declinó con cortesía
y preguntó por Jessica.
―Aquí estoy ―se anunció, saliendo del cuarto. Estaba vestida con una falda
de tubo de color azul marino y una camisa de seda blanca. El moreno se percató de
sus pies, las zapatillas negras estaban allí.
Por un fugaz instante recordó la primera vez que la vio, iba vestida más o
menos igual.
―Mira esto. ―Le tendió una tableta. Una serie de fotografías aparecieron en
la pantalla, López había ido a hablar con un hombre casi de inmediato una vez que
abandonaron la construcción. El caballero de las fotos parecía un abogado.
―¿A quién representa? ―insistió Frederick. Jessica sonrió por el reflejo del
espejo, roció un poco de colonia sobre su camisa, solo un leve toque.
―Al señor Stuart Harrison, que a su vez representa al abogado Marcel Pietri
que a su vez representa al asesor de ventas Lee Fairchild ―enumeró―. Este último
trabaja en una agencia de inversiones en Nueva York que ofrece asesoramiento a
personas que desean hacer pequeñas inversiones; Leon es su cliente.
―Sí, señor Ward ―respondió Jessica―; pero antes de hacer cualquier cosa,
debes ir a enfrentarte con nuestros socios españoles.
―¿Qué vamos a hacer con Leon? ―preguntó el moreno con amargura. Iban
en el carro de regreso al hotel.
―Qué pena que no podré visitar un poco de la ciudad ―se lamentó él.
―Cuando lleguemos al hotel puedes hacerlo ―le dijo Jessica con una
sonrisita maliciosa―. Seguro que te ligas a unas cuantas españolas.
―Puedes venir en otra ocasión ―sugirió la latina―. Tal vez con tu novia, en
plan romántico. Por ahora, te invito un trago en el bar del hotel, para celebrar que
todo esto va a salir muy bien.
CAPÍTULO 39
Se pasó la mano por la barba con cuidado, tras la cuarta copa de vino Jessica
le mencionó que le gustaba ese aspecto y que le sentaba muy bien; con la última
―antes de retirarse―, le dijo que la forma en que se había conducido con la junta
de socios de la constructora había sido espectacular.
Que Jessica elogiara su aspecto físico era una cosa, pero que admirara la
forma en que se manejaba con el trabajo, eso lo hizo sentirse henchido de felicidad.
Se giró para encararlo; Fred permanecía detrás de ella, tan inmóvil como la
latina, respirando con pesadez. Jessica no se atrevía a ir más allá, aterrada de lo que
pudiese significar lo que estaba por ocurrir, sintió que toda la fuerza y el carácter le
fallaba.
Para ninguno quedó muy claro quién dio el primer paso, pero antes de que
algún pensamiento racional rompiera el encanto, los dedos de Fred empezaron a
soltar los botones de la camisa de ella uno a uno, con ambas manos arrastró la tela
sobre los hombros, dejando al descubierto la parte superior de la mujer, que
sostenía sus pechos con una delicada pieza de encaje de color blanco.
Él retiró los tiros del sostén, deslizándolo por sus brazos; se inclinó hacia
adelante, dejando un beso sobre su hombro cuando soltó los broches posteriores de
la prenda. El estremecimiento femenino cimbró su centro, mandando una oleada
de energía que erizó su piel.
Ella tragó saliva cuando lo hizo, la pieza pasó más allá de las nalgas
masculinas y cayó al suelo. Fred cerró los ojos, con el corazón latiéndole a millón se
mordió los labios.
No quedaba nada.
Tomó sus labios con suavidad, el gemido que escapó de Jessica cuando sus
bocas se reconocieron fue como combustible para su hoguera; el fuego ardió en su
interior, abrasando cualquier vestigio de cordura que quedara. La piel de la latina
se sentía sublime contra su piel con sus pechos restregandose contra el torso. La
tomó de la cintura y la alzó en el aire, Jessica lo rodeó con sus muslos, dejándole
sentir la cálida humedad de su centro sobre el abdomen. Anduvo con ella hasta la
cama, donde yacieron sin despegar sus labios ni un segundo.
Deslizó su blúmer con cuidado, descubriendo por fin ese espacio secreto
que tanto anhelaba reconocer. Se posicionó con delicadeza entre sus piernas, la
aprisionó con el peso de su cuerpo, volvió a apoderarse de sus labios, arrancando
suspiros de necesidad en sí mismo y de ella, solo para deslizarse despacio, con
deliberada lentitud, en su interior.
Jessica se tensó entre sus brazos, jadeó al sentir su grosor invadiendo su
sexo. La atrapó con su mirada, Fred la observaba con tanta atención, deseando
grabarse a fuego su rostro y sus reacciones en la memoria. Comenzaron a moverse
lento, suaves roces que incendiaban su interior. El moreno mordisqueó su cuello, la
latina deslizó las uñas por su espalda; él jadeó ante la estrechez de su cavidad, ella
gimió cuando alcanzó el fondo de su sexo en un movimiento profundo.
―Te amo ―susurró Fred contra su boca, sin dejar de moverse―, Te amo,
Jessica ―repitió casi sin aliento. Los ojos de ella se llenaron de lágrimas, pero él no
pudo detenerse―. Te amo ―dijo casi sin voz, sintiendo como una lágrima brotaba
de su propio ojo, bajaba por la nariz y se precipitaba sobre la mejilla de Jessica, en
un salto suicida hacia el abismo. Cuando tocó su piel trigueña bajó por el pómulo,
deslizándose hacia el costado, siguiendo el camino de su sien, donde una lágrima
de ella brotó, entremezclándose con la suya hasta convertirse en una sola―. Te
amo ―volvió a decirlo, sintiendo el cosquilleo que se aproximaba, respondiendo a
la tensión del cuerpo de aquella mujer, que por solo un momento, se convertía en
su mujer―. Te amo ―suspiró y la besó.
Jessica rodeó la cintura con sus piernas, elevando un poco sus caderas para
que llegara más adentró, cada declaración reverberaba en su cuerpo, impulsándola
a una cúspide de glorioso placer; cuando estaba en el borde, en ese maravilloso
instante en que la mente se preparaba para desconectarse del cuerpo y morir por
unos segundos, ella estuvo dispuesta a confesarlo también; sin embargo, Fred
volvió a besarla, y sin dejar de moverse, sin detener sus embestidas, casi sin voz, se
negó.
―No lo digas, por favor ―rogó―, no digas que me amas también, porque
si lo haces, Jessica, si me lo dices, cometeré una locura.
―Te amo ―farfulló entre dientes, con la última fuerza de sus caderas―. Te
amo, Jessica ―le susurró al oído, dejándose caer casi sin aliento, arrastrado por la
avasallante sensación de tenerla allí solo para sí mismo―. Y si me dices que me
amas, entonces tendré que ofrecerte fugarnos, marcharnos, olvidarnos de todo…
»Te amo ―se elevó sobre ella, besándola con dulzura―, y sé que tú
también, pero si lo dices… si lo dices… no habrá vuelta atrás.
CAPÍTULO 40
Cazando a un león
El viaje de regreso a Norteamérica fue largo y no solo porque les tomó casi
diecinueve horas de vuelo. Fred estaba sentado en su cabina privada de primera
clase, contemplando la televisión sin prestarle atención en realidad.
Jessica parpadeó una vez y las lágrimas rodaron, él estiró su mano para
limpiarlas, sin percatarse de que de sus propios ojos también manaban. La latina le
sonrió con tristeza, tras sorber por la nariz se elevó sobre sus brazos, lo besó con
tanta intensidad, que él no pudo evitar sollozar ante su toque.
Jessica apareció cinco minutos después, escondía sus ojos detrás de unas
gruesas gafas oscuras, pero del resto parecía una roca inamovible. Una vez que se
subió al auto y se puso en marcha, la tensión entre los dos se disparó a la
estratosfera. Él se moría por tocarla, ella porque le dijera algo; no obstante todo se
mantuvo en silencio.
Cuando el avión tocó tierra en Los Ángeles era de noche, el retraso en Reino
Unido alargó el tiempo juntos como una burla cruel a lo que estaban padeciendo;
aún faltaba el vuelo hacia San Francisco y apenas habían probado bocado, Jessica
estaba pálida y Frederick se preocupó por ella. La latina trastabilló un poco cuando
se puso de pie para estirar las piernas, él se levantó como un rayo y la sostuvo.
Cuando salieron a la noche, Joaquín estaba allí, con sus manos metidas en
los bolsillos de su pantalón; saludó con un gesto de cabeza al moreno, que
correspondió del mismo modo. Fred siguió sin mirar atrás, sin detenerse a ver si
Jessica lo seguía, sabía que no, tenía que enfocarse en salir de allí, porque afuera
estaba Antonio, esperándolo para llevarlo a su departamento. No obstante, la
tentación fue demasiada, y justo antes de poder alejarse lo suficiente, se giró a
mirarla una vez más.
A la mañana siguiente, cuando el sol entró raudo por la ventana, abrió los
ojos con lentitud. Hizo una profunda inspiración que despertó a Joaquín, quien la
miró con atención.
―Siempre.
Se levantó y arregló, tras una ducha de agua fría y vestirse para trabajar,
recuperó gran parte de su fuerza y determinación. Se obligó a desayunar porque
necesitaba energía; hizo un par de llamadas y contestó algunos correos
electrónicos, sentada en el banco de la isla de la cocina de Joaquín.
―Sí ―contestó escueta―. Gregory no pudo volver hoy, debe quedarse para
el anuncio de quien ganó la licitación.
Desde el momento en que se había confirmado que era Allen quien estaba
detrás de todo, Jessica se apresuró a hacer su jugada. Tom estaba esperándola en el
auto cuando ella bajó. Estando en España orquestaron un encuentro, haciéndole
creer a Fairchild que aún no sabía quién era su cliente pero que estaban sobre la
pista. Sabían que Leon y Stuart se iban a reunir ese lunes en la tarde, esperando
que Fairchild también apareciera por allí; Frederick iba a llegar a Ward Walls a
mencionarle a los socios sobre la situación y que estaban a un paso de descubrir a
la persona que quería joderlos.
En ese momento, todos los Ward estaban allí, incluido Bruce que había
regresado de su luna de miel el fin de semana, acortándola drásticamente.
―¿Quién creen que puede ser el que nos esté haciendo esto? ―preguntó
Wallace.
Frederick dejó escapar el aire, la treta era obvia y casi estúpida, pero Jessica
había insistido que funcionaría.
―Los Medina.
Ya está hecho.
Salió de allí tras confirmar con Antonio que Leon no había regresado de
comer. Se alejó un par de cuadras del edificio hasta encontrar el vehículo donde
Jessica lo esperaba. El viaje hasta la oficina del abogado a quien iban a ver fue tenso
para él, la latina parecía tranquila y sosegada, como si lo sucedido en las últimas
cuarenta y ocho horas no hubiese pasado. El auto se estacionó frente a un edifico;
no obstante, ninguno se bajó.
―No tiene nada de qué preocuparse señor Harrison ―respondió ella con
voz como el terciopelo―. Estamos aquí para hacer negocios con Leon Allen.
―Mi cliente tiene una propuesta para usted, señor Allen ―intervino Tom,
colocando su maletín sobre el escritorio, abriéndolo con parsimonia. Le tendió una
hoja doblada a Leon, que la recibió con el ceño fruncido―. Ese monto corresponde
al valor de las acciones, sus acciones de Ward Walls. Como verá, mi cliente está
siendo más que generosa, tomando en cuenta que tiene una segunda propuesta
que le garantizo ―sonrió con astucia― no le va a gustar.
―¡No! ―Le tiró la hoja de papel. Los otros dos hombres miraban la escena
sin dar crédito a lo que sucedía―. Eres una maldita hija de perra, Jessica…
―Te advertí, Leon ―le recordó ella casi con lujuria―. Puedo jugar con las
personas… pero no con el dinero.
Fred no tenía claro si había atacado a Leon por lo que le estaba haciendo a
su familia o por llamar a Jessica zorra; sin embargo, al ver su mano manchada de
rojo, se apartó lleno de furia. Su gesto se suavizó un poco cuando la latina lo miró
con preocupación, pero no podía detenerse por eso, aún quedaban cosas
pendientes por aclarar.
―La oferta de compra caduca apenas salga por esa puerta ―informó la
latina, señalando la puerta detrás de ellos con el pulgar.
Nadie dijo nada, Allen los miraba con odio, tan intenso como el que Fred
sentía por él en ese momento. Jessica suspiró fastidiada, se dio media vuelta y puso
la mano sobre el picaporte para salir.
Tom sacó los documentos de venta, solo necesitaban la firma de Leon para
proceder. Jessica firmó el cheque correspondiente y lo deslizó sobre el escritorio, en
dirección al hombre, que se apretaba la nariz para parar la hemorragia.
Salieron de allí en silencio; Tom tenía una risita de suficiencia en sus labios,
mientras Jessica iba tan seria como Fred. El abogado se despidió y se subió a su
auto. Ellos hicieron lo propio en la camioneta que los había llevado hasta allí.
El nuevo socio
Greg sabía que los ánimos estaban caldeados pero no pensó que fuesen a
estar tan densos como se sentían en ese momento. Jessica había llamado a la
reunión durante la noche anterior, justo cuando él estaba bajándose del avión. El
rubio le respondió que estaba bien y luego la invitó a quedarse en su apartamento.
Sabía que tenía razón, pero se moría por verla. Más desde que sentía que
toda esa situación de mierda estaba afectándola más de lo que ella dejaba entrever.
―El día de ayer Leon Allen me vendió sus acciones ―anunció la latina.
»Al momento de su retiro, señor Ward, dividirá el treinta y tres por ciento
de sus acciones entre sus cuatro hijos; de todos modos, llegada la hora, será el
señor Frederick Ward el socio mayoritario de la compañía.
―¿Qué significa esto? ―inquirió Sean, mirando los papeles sin prestarles
verdadera atención.
»Desde el primer día vine aquí con la finalidad de hacer negocios, y eso
hago.
Wallace y ella se miraron a los ojos, ambos vieron de reojo a Fred que fingía
leer los documentos con atención, procurando ocultar el leve temblor de su mano.
»Ya que no hay más que decir, me retiro… tengo demasiadas horas de vuelo
encima y mañana debo tomar uno más para irme a Boston.
Bruce se levantó con suavidad, salió de la sala de juntas sin decir nada y la
detuvo en el elevador, antes de que las puertas se abrieran.
Jessica soltó una risita triste, ¿cómo le contaba que se acostaba con Gregory
y que en España había tenido un desliz con Frederick? Negó.
―Me hiciste una promesa ―le recordó él, con un deje de acusación. Ella
asintió.
Bruce sonrió, luego estiró el brazo para tomarla y jalarla contra él. Se
abrazaron con fuerza, con cariño fraternal.
―Apenas tenga domicilio les dejo saber ―aceptó ella, sintiendo los brazos
de su hermano menor alrededor de ambos.
A pesar de que se hacían promesas los tres sabían que era posible que no se
cumplieran por completo; la única esperanza que les quedaba era que el lazo que
habían tejido con ella fuese lo suficientemente fuerte para soportar la distancia.
Este asintió con una leve esperanza en los ojos, ella le sonrió con tristeza.
La hora de la verdad
Dicen que las personas pueden presentir cuando algo malo va a pasar,
Gregory lo creyó al momento en que Jessica entró en su departamento.
―Has venido a terminar conmigo ―se adelantó Greg, cuando ella colocó de
nuevo el vaso en la mesa. La latina suspiró.
Se quedaron en silencio, Jessica sabía que se merecía más, que Greg no tenía
la culpa y que era mucho más víctima que ella misma. Era por eso que se tenía que
marchar, el honor la obligaba a cortar por lo sano todo aquello. Sin importar que
tanto hubiese buscado explicarle y hacerle ver lo peligroso de que tuvieran una
relación amorosa, ella misma cedió al jueguito sexual que empezaron durante el
inicio del verano.
―¿Es por ese tal Rick? ―indagó. Apretó las mandíbulas cuando ella abrió
los ojos por el asombro. Luego asintió―. ¿Te vas a ir con él?
―Jessica, por favor ―rogó con un hilo de voz, rodeó la mesa rápidamente y
se sentó a su lado, tomó ambas manos entre las suyas, estaban frías y temblorosas.
La miró, dividido entre la rabia, la decepción y la pena―. Si me escogiste a mí,
entonces no me apartes… por favor…
―Lo siento, Greg… es lo mejor ―insistió, soltándose de sus manos
poniéndose de pie―. Es una decisión difícil, y yo estoy acostumbrada a tomarlas.
―Yo perdí a mi familia, Greg ―le susurró sobre los labios―. Ahora
Joaquín, lo único que me quedaba, prefirió a un amor antes que a mí, eso me mató,
desgarró mi corazón, sentí que no le importaba a nadie que estaba sola…
―No quiero que vivas esto ―confesó―. No le pidas a una persona que no
tiene familia que te haga perder la tuya, no cuando he visto como se aman…
»Lo siento, Greg… Lo lamento tanto… espero que algún día puedas
comprenderlo y perdonarme.
«Me escogiste a mí, Jessica… me preferiste a mí… ¿entonces por qué no te quedas
conmigo? ¿Por qué eres tan terca y testaruda? ¿Por qué te empeñas en tomar decisiones
por mí?»
Al tomar el elevador varias personas subieron con él. Joaquín Medina vivía
en el piso treinta y uno, el aparato se fue llenando a medida que subían, algunos
bajaban en sus pisos para dejar espacio a nuevas personas que iban a otras plantas
donde disfrutaban de algunas de las bondades del lugar, como el gimnasio.
Cuando estaba por la planta veinticinco no pudo más, salió de allí rumbo a las
escaleras, las que subió de dos en dos hasta la puerta del latino, que tocó con
premura y sin detenerse.
―¡Estúpida mujer! ―exclamó―. ¿Por qué hace esto? ¿Por qué me hace
esto? ―se quejó.
―¿A mí y al tal Rick? ―indagó con sarcasmo. Quín soltó una risita y
asintió.
―A ti y a todos.
Todos los Ward miraron al moreno con los ojos abiertos como platos y
sonrisas orgullosas.
Greg se dio cuenta que sin importar lo que pensara, echaba de menos a
Jessica, el viernes en la noche colocó música suave, apagó las luces de su sala y se
sentó en el balcón con una botella y un vaso, dejando que la melancolía lo
invadiera.
Quería estar molesto ―que lo estaba―, pero predominaba el amor en él, sin
importar lo que dijera esa terca mujer, ella era suya, su Valkiria y definitivamente
no iba a permitirle que lo apartara de nuevo, no sin pelear.
Durante el almuerzo, mientras todos conversaban en voz baja con cierto aire
afligido, Gregory detalló a cada miembro de su familia.
Frente a sí estaban las distintas etapas del amor, los Ward siempre tenían
romances complicados pero cuando encontraban el amor, luchaban para que fuera
por el resto de sus vidas. Sin importar lo turbio o enredado que fuese al principio,
como la historia de los gemelos mayores Ward y Emily.
―Tengo algo que decirles, familia ―anunció él con voz firme, hizo una
profunda inspiración y miró su plato a medio comer, buscando entre los vegetales
salteados el coraje para continuar―. Yo… yo soy la causa de que Jessica se haya
ido.
―¿Te acostaste con ella sabiendo que era nuestra hermana? ―indagó Sean.
Él negó.
―¿Recuerdan la mujer del avión? ―los tres asintieron con sus ceños
fruncidos, nadie más participaba en la conversación; William parecía impactado y
su mamá lo observaba con tristeza―. Era Jessica… nosotros nos conocimos antes
de saber quiénes éramos los dos.
Sus tres hermanos empezaron a hablar al mismo tiempo, con voces cada vez
más altas. El resto de los Ward lo miraban, con una mezcla de tristeza y sonrisas
compasivas.
Fred apretó las mandíbulas con fuerza, decidió que lo mejor era terminar de
beberse el contenido de su vaso. Olive lo miró, estaba a su izquierda y deslizó su
mano discreta sobre el muslo para darle un toquecito tierno y consolador.
Greg la observó, su abuela sostenía una sonrisa cada vez más amplia, tenía
razón en lo que decía, no era su nieto de sangre, no llevaba el apellido Ward por
nacimiento sino por adopción, ellos eran su familia por vida y crianza, no
obstante… solo compartía medio lazo con sus hermanos.
Los amaba, a todos; adoraba a su papá, fue todo lo que Einar no pudo: fue
quien le dijo que estaba orgulloso cuando se graduó en la universidad, el que lo
llevó en brazos al hospital cuando se fracturó la pierna jugando futbol cuando
tenía doce años, quien le arropó en las noches y le enseñó que no existían los
monstruos debajo de la cama.
Todos largaron la carcajada, incluso Fred soltó una risita y miró a su padre a
los ojos, que lo observaba con atención.
―No lo sé, mamá ―se sinceró―. Jessica hizo algo que yo no quería hacer,
pero ahora que veo lo que implica contarle a todos lo que pasó, lo que sucedió…
―suspiró.
―Hasta ahora la que ha roto mi corazón es ella ―aclaró él―. Sé que tiene
buenas intenciones, que no quiere hacernos daño… pero joder, Bruce…
»Yo la amo.
CAPÍTULO 43
Después del almuerzo familiar en casa de los abuelos, pareció que nadie
estaba de humor para irse. Fred había escuchado a sus abuelos hablar sobre lo que
hizo Jessica de devolverle las acciones a sus hermanos y a Greg, lo veían como un
gesto de buena voluntad que cobraba sentido de un modo distinto tras la confesión
del Vikingo sobre su amor por la latina.
―¿Por qué preguntas eso, abuela? ―retrucó―. Fue duro para los chicos, no
para mí.
―Sí, ahora entiendo por qué me dijo que era más complicado de lo que yo
pensaba ―confesó él.
―Pero no fue así ―le aseguró él―. Papá, me pasó lo mismo que a Greg,
solo que… Mientras que con el Vikingo pensó que no iba a volver a verlo después
del avión, cuando la conocí yo, antes de saber que era hija del tío Will, habíamos
quedado en salir…
―Le confesé que la amo y que, si me lo pedía, podía dejar todo por ella
―explicó en voz baja. Wallace se colocó a su lado, mirando hacia el jardín privado
al que se accedía por el solárium.
―No dejé que lo hiciera ―contestó con un hilo de voz medio quebrada―.
No le permití decirme que también me amaba… Le pedí que no me retribuyera…
Wallace sintió pena por su hijo, el semblante de Fred estaba abatido, sus
ojos apagados. Lo vio tragar saliva con dificultad.
―Y entonces Jessica regresó para cortar los lazos con nosotros… ―musitó,
mirando el cielo neblinoso―. Dolor al cubo.
Wallace Ward no respondió, estaba afligido por su hijo, sentía pena por su
sobrino, pero sobre todo no podía evocar otra cosa que compasión por Jessica.
―Gracias, papá… pero no tengo hambre ―le dijo―. Necesito estar solo un
rato.
La noche cayó definitiva y Fred se adueñó de una de las sillas que estaban
alrededor de la mesa, a pesar del frío que empezaba a hacer, arrastró el mueble
hasta la esquina de la terraza y subió los pies sobre la baranda, mientras pensaba
en todo lo que estaba pasando.
No mintió cuando le dijo a su padre que esperaba que ellos dos fueran
felices, Jessica y Gregory se merecían la oportunidad de quererse libres de toda
culpa.
―¿Y meterme con la jauría de los Ward? ―Negó con una sonrisa
divertida―. No lo creo…
Ambos rieron por su comentario. El Vikingo fue por una silla también y se
colocó a su lado.
―Me derritió el corazón el enano ese ―se rio―. Bruce fue harina de otro
costal. Primero me gritó, luego me regañó, después me interrogó, otra vez se
molestó y finalmente me dijo que me largara a buscarla, que ya me estaba
tardando.
―El tal Rick… parece que está enamorada de él también… y eso me jode un
poco ―explicó―. Bueno, un poco no… mucho, me jode mucho… pero ella me
escogió, Fred… mi Valkiria me escogió, porque me quería a mí también… y eso
significa que me quiere a mí más que a él.
Fred suspiró ante sus palabras, sonrió con profunda tristeza, esperando que
la penumbra de la terraza cubriera su expresión.
―Greg… ¿En serio amas a Jessica? ―le preguntó con suavidad―. ¿Tanto
que sientes que si no la ves el aire está viciado y te contamina cuando lo respiras?
―La amo tanto, que estoy cabreado con ella y preocupado a la vez
―contestó―. Pensando si estará bien, si no está llorando, que está triste y no
puedo consolarla… la forma en que se fue, la manera en que me contó todo…
Quiero molestarme porque me confesó que quería a alguien más también, pero era
tal su desasosiego, su agonía… ―explicó―. Lo único que me dice mi corazón es
que ella me contó todo para que no la siguiera, para que me molestara y la
olvidara, pero sufría tanto en ese momento que no puedo parar de repetir que es
una idiota…
―Sí, Frederick… quiero asegurarle que todo estará bien, que mientras
estemos juntos, todo estará bien… que siga escogiéndome, todos los días, una y
otra vez…
Se miraron a los ojos, Greg con algo de vergüenza por exponerse de ese
modo, Fred con tristeza y alegría mezclada.
De ese modo se evitaba el fastidio de tener que hacer filas para abordar,
también podía relajarse en un espacio tranquilo antes de volar y subía de primera a
la nave, lo que le permitía encerrarse en su cabina hasta que aterrizaba en su
siguiente destino.
«Tiempo, solo necesito tiempo» pensó con melancolía. «Eso y una copa de vino.»
También había fotos con Fred, pero estas no reflejaban todo lo que sucedió
en esa fiesta, así que ese recuerdo latía doloroso dentro de su corazón cada vez que
pensaba en él. Suspiró, de verdad deseaba que el moreno encontrara la felicidad,
que se reconciliara con su ex novia o que el destino pusiese a la mujer indicada en
su vida.
―Eres una mujer terca, Jessica Medina ―refunfuñó una voz detrás de ella.
La latina abrió los ojos con miedo, no daba crédito a lo que acaba de
escuchar. No era posible que él estuviese allí. Se giró lentamente para ver al
hombre que se sentaba detrás de ella en el asiento contrario; el Vikingo le sonreía
de forma maliciosa.
―No, esto es ―negó con la cabeza y se apretó los ojos con ambas manos―.
Greg, tu familia…
Lo hizo con necesidad, con miedo, con deseo. También dejó ver toda la
ternura que le inspiraba, el anhelo de que se quedara con él. La besó de tal forma
que se quedaron sin aliento.
―Pues sí ―volvió a besarla―. Verás, tras una larga discusión en la que mis
pelotas quedaron comprometidas con nuestros hermanos, todos llegaron a la
conclusión que técnicamente no soy un Ward, ni tú tampoco, así que… ―Se
prendó de sus labios, esta vez con más ahínco―. Aceptan que vamos a estar juntos.
La latina lo miró a los ojos, Greg sonreía con tanta confianza que era
imposible no creer que lo que decía era cierto.
Una boda…
Greg no estaba seguro cómo había pasado eso, pero cuando tu mejor amigo
te llama para pedirte que seas su padrino de bodas, solo te queda decir que sí.
Volver con su Valkiria fue todo un proceso, ella continuaba ocupada con sus
negocios y él tenía que regresar a San Francisco a trabajar para ponerse las pilas
con los nuevos proyectos de construcción. ―¡Hay acciones que pagarle a la socia!
―le dijo una tarde mientras hablaban por teléfono; ella bajaba de un avión en ese
momento en Boston, anunciándole que iba a quedarse lo que restaba de año en el
país.
El Vikingo pensaba que su primo se veía feliz, aunque a veces le parecía que
había algo de tristeza en el fondo de sus ojos. Cuando todos los hombres Ward
fueron a celebrar el anuncio, Frederick les dijo que lo cierto era que Geraldine fue
su primer amor y que entre ellos no hubo engaños ni mentiras.
―El amor estaba allí, solo necesitaba sanar ―contó tras un par de cervezas.
Greg decidió que era el momento de cometer una locura, lo decidió cuando
bailaba con su abuela durante el primer baile de los novios donde se presentaban
oficialmente a los señores Frederick y Geraldine Ward.
Jessica sonrió a los dos hombres durante la ceremonia, Fred la miró por un
instante fugaz, Greg lo hizo durante todo el proceso; luego le lanzó un beso cuando
el ministro les anunció a los novios que podían besarse.
Mientras bailaba con el novio, ella con un traje de organza lila con corte de
sirena y él con su traje de pingüino, le preguntó si estaba feliz.
―Solo espero que seas muy feliz ―susurró a su oído―. De todo corazón.
―Luego besó su mejilla y tomó la mano del Vikingo que la haló gustoso para
abrazarla con fuerza.
La fiesta fue linda, la familia estaba contenta. Los gemelos hacían preguntas
insidiosas sobre el comportamiento de Gregory, pues para ese momento había
decidido mudarse a Boston pues podía trabajar en línea, al fin que su vida laboral
implicaba viajar seguido ―aunque no tanto como su Valkiria―, así que vivían
juntos desde hacía poco más de un mes.
―Al fin te encuentro, Valkiria ―le dijo Greg al verla, ella sonrió cuando él
la hizo ponerse de pie para abrazarla y besarla―. Ven, tomemos un poco de aire
sin tanto ruido y gente.
Salieron a la noche que estaba bastante despejada. Con la melodía que
llegaba desde más allá del seto la invitó a bailar, lo hicieron lento, acariciándose,
dándose besos tiernos de tanto en tanto.
Jessica soltó la risa, tomó el anillo y lo apreció con ojos brillosos, luego negó,
poniéndoselo en el dedo.
Greg dejó escapar una carcajada, la aferró por la cintura y se besaron con
pasión.
―¿Dijo que sí? ―inquirió una voz sobre sus cabezas. Jessica miró con
diversión a todos los que se asomaban por la terraza―. ¿Se van a casar? ―insistió
Bruce.
―No dijo que sí ―contestó Gregory levantándose con ella en brazos, Jessi
dejó escapar un gritito y luego la risa―; pero tampoco dijo que no.
―En ese caso, deberían ir a despedir a los recién casados ―anunció Holly
con una sonrisa divertida―. Emily y Wallace están con su hijo y su nuera que ya se
marchan.
La latina escuchó los aplausos una vez que salió tras analizar el daño de la
falda; primero apareció Fred en su campo de visión, lo observó con atención,
oculta de su vista, se veía genuinamente feliz. Él se giró en la dirección de la latina,
sintiendo el peso de su mirada y le sonrió.
Jessica besó la punta de sus dedos e hizo el gesto de que le enviaba ese beso
a través del aire; Fred lo atrapó, lo contuvo allí, en ese pequeñísimo instante que le
robaban al tiempo y a la vida, el moreno pronunció su sonrisa y se llevó la mano
que guardaba esa delicada muestra de amor al corazón.
«Sé feliz, Príncipe Encantador» pensó con toda la fuerza de su mente, miró el
anilló de compromiso en su dedo y se sintió inundada de una ola cálida de amor .
«Porque yo escogí serlo.»
La pasión por las letras estuvo siempre allí, su mejor escuela han sido los
clásicos y las novelas más contemporáneas. Oficialmente comenzó a escribir de
manera más formal en el 2013. Entre sus novelas se encuentran: lasayona.com
ganadora del primer lugar en narrativa del concurso Por una Venezuela Literaria
2014, de la fundación editorial Negro Sobre Blanco. Esta novela corta forma parte
de un seriado de novelas que se basan en las leyendas venezolanas, y han sido
publicadas bajo el seudónimo Joha Calzer.