Luxuria Ria - La Socia

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Se puede amar de manera inteligente,

tomar las mejores decisiones,

escoger a una persona todos los días

siempre que esté dispuesta a escogerte a ti también.

La vida está compuesta de elecciones,

haz las tuyas sabiamente.

Ría
Libro I: La Socia

La familia Ward es una de las más prominentes de San Francisco. Con una
amplia trayectoria de más de cincuenta años, son las pioneras en el ámbito del
desarrollo inmobiliario de la ciudad y del país. Pero la burbuja inmobiliaria que
explotó en el 2008 ha hecho que el negocio vaya en declive, por lo tanto, los tres
socios de la empresa Ward Walls deciden vender el 21% de las acciones para
financiar la conclusión de un increíble proyecto de construcción de un centro
comercial que se convertirá en el más grande de toda la ciudad.

Lo sorprendente es que una sola persona decide adquirir las acciones y


convertirse así en el socio minoritario de W.W. Amparado detrás de una firma de
abogados de California, este nuevo desconocido no solo adquiere las acciones sino
que también está dispuesto a inyectar el capital necesario para que los demás
proyectos de la compañía puedan finalizarse: uno en Canadá y el otro en España.

Pero cuando el día de la gran reunión sucede, donde se supone que


conocerán al famoso y misterioso J.M, descubren con gran estupor que quien les ha
salvado el trasero es una joven mujer de treinta años que deja caer una bomba en
medio de la familia.

Jessica Medina es la nueva socia, vino a hacer negocios y a poner el mundo


de los hombres del famoso Clan Ward de cabeza.

 
PRÓLOGO

Gregory Einarson-Ward estaba muy consciente de su atractivo; alto, rubio,


de porte atlético y de profundos ojos azules, hacía gala de su notable físico,
herencia del lado paterno de raíces nórdicas. Sus hermanos solían apodarlo “El
Vikingo”, no obstante y en realidad, no tenía el carácter de uno, de hecho, no era
muy amigo del frío, bebía poco y tenía un impecable corte y afeitado.

Esperaba pacientemente el llamado para abordar el vuelo de British Airways


que lo llevaría a Los Ángeles, California; días antes había decidido tomárselo con
mucha calma porque todos sus intentos de hacer cualquier cosa en la última
semana laboral culminaron insatisfactoriamente. Aunque logró finalizar las
negociaciones en Madrid para la construcción de una nueva urbanización de lujo,
no pudo descubrir quién había estado boicoteando sus estrategias de negocio; por
suerte, dos días atrás, su hermano mayor, Bruce, le mencionó que gracias a la
providencia alguien había adquirido las acciones de Ward Walls a la venta en el
mercado de valores, y de una forma sospechosa, casi de inmediato, todo lo que
estuvo haciendo se tradujo en la firma del contrato de manera exitosa.

Revisó una vez más el pasaje en primera clase y sonrió, había pensado
adquirir un vuelo a San Francisco en clase ejecutiva, pero no fue posible, tendría
que esperar casi cinco días para poder tomarlo y ya no quería estar allí más tiempo,
su única opción fue comprar el vuelo a Los Ángeles en primera clase, hacer escala
en Londres y una vez en el Estado de California, pedir un pasaje para su ciudad.

«Extraño mi cama» gimoteó en su cabeza con cierta aprensión.

Más de quince horas de vuelo se le presentaban por delante, al menos la


mayoría iba a ser durante la noche, lo que implicaba que como mínimo ocho horas
iban a ser durmiendo.

La voz suave de una mujer inició el llamado para abordar, por suerte para
él, al ser de primera clase, iba a entrar de primero y sin tanto problema; se
encaminó por la sala de espera exclusiva y solitaria. Una guapísima aeromoza de
cabello negro y ojos verdes le guiñó coquetamente al recibirle su boleto; se
desplazó por el pasillo que daba al puente de abordaje que compartía con el resto
de los pasajeros, pero al tener un boleto exclusivo, tuvo acceso prioritario. Entró en
la cabina correspondiente después de que la aeromoza le indicó la puerta y le dio
la bienvenida. Se sorprendió al darse cuenta que aparte de él, ya estaba ocupada
una de las ocho cabinas de lujo del lugar; lo que le hizo preguntarse si había
entrado por la entrada convencional, porque en la VIP no había nadie más.

Se dirigió al asiento que le correspondía y apenas tomó posesión de la


cómoda silla, una azafata se acercó con una copa de cristal ofreciéndole champaña.
Aunque no era fanático de la bebida, pensó que se merecía por lo menos un trago
de celebración después de la semana infernal. Tras el primer sorbo, depositó la
copa sobre el pequeño mesón lateral y sacó su móvil para pasar un mensaje al
grupo de WhatsApp de la familia, “El Clan Ward”, avisándoles que ya estaba en el
avión y que se verían al día siguiente, o tal vez no.

«Creo que debería aprovechar de visitar a mi papá» pensó con algo de


remordimiento. Si se quedaba un día en L.A no pasaría nada, pernoctaría en la
casa de Malibú del viejo Einar, cenarían una de sus famosas pizzas caseras,
tomarían un par de cervezas mientras él rasgaba su guitarra, entonando los viejos
éxitos de su antigua y disuelta banda de rock, luego se presentaría el lunes en la
oficina, fresco como una lechuga.

Una agradable fragancia asaltó sus fosas nasales llamando su atención, el


olor picante de un perfume inundó el lugar e hizo que él girara su cabeza en
dirección al origen; de forma instintiva había pensado en una mujer madura, pero
para su sorpresa, en ese instante, una joven de no más de treinta, vestida de forma
elegante y casual, con el cabello largo cayendo por su hombro en grandes ondas,
pasó por su lado y se posicionó en la cabina diagonal a la suya.

«Pues al menos tengo una muy linda vecina» caviló con una sonrisa seductora
en los labios.

Al igual que con él, una azafata se acercó para ofrecerle una copa de
champaña, que ella aceptó con un ademan elegante y un amable agradecimiento
en perfecto español. En ningún momento lo miró, de hecho, cuando pasó por su
lado siquiera se fijó si había alguien más dentro del área de primera clase.
La hermosa mujer solo se sentó, sacó del bolso de mano que tenía una
laptop, y se dispuso a concentrarse en su trabajo.

Gregory reflexionó que tal vez debía hacer lo mismo, pero su cerebro
extenuado no daba más; decidió acomodarse en su asiento, encendió su pantalla
personal para ver una película y esperó con mucha paciencia a que el avión
terminara de cargar pasajeros para despegar. La misma aeromoza anterior le
preguntó si deseaba un aperitivo para ver su película, declinó con cortesía y se
encasquetó los audífonos para aislarse del mundo.

O por lo menos eso intentó, porque la misteriosa dama de la cabina de al


lado lo tenía embriagado con el delicioso aroma de su perfume.

Mientras pretendía concentrarse en su pantalla, la imagen de la desconocida


lo distraía sin remedio, alcanzaba a verla de refilón, puesto que los asientos de
primera clase parecían cabinas individuales que otorgaban bastante privacidad a
sus ocupantes; pero desde aquella distancia podía observar un poco sus piernas
largas enfundadas en un pantalón bastante ceñido, que terminaban en dos pies
muy hermosos que lucían unas sandalias de marca con un altísimo tacón.

El anuncio de abrocharse el cinturón de seguridad para iniciar el despegue


lo sacó de su contemplación, se imaginó a sí mismo besando esos pies, chupando
cada uno de sus dedos, solo para oírla gemir de gusto.

La misma sobrecargo que les sirvió la champaña se acercó a ellos a mitad


del vuelo para ofrecerles un menú de cena, ambos negaron y aunque Greg no
escuchó lo que dijo la mujer, para él era preferible tomarlo después del despegue
de Londres. Aunque sí aceptó una copa de vino para relajarse plácidamente, la
tensión en sus hombros era evidencia más que palpable de que las negociaciones
en España habían ido como el culo, casi hasta el final.

En el trayecto Madrid-Londres, la joven dama se levantó para usar el


lavado, cuando pasó por su lado le obsequió una mirada de ojos grises y una
sonrisa de medio lado. Gregory sintió un estremecimiento ante su gesto, aquella
hermosa mujer tenía un no sé qué que lo estaba descolocando. No era la primera
vez que se encontraba féminas que desbordaban belleza, desde rasgos exóticos que
podían semejar felinos salvajes, hasta gloriosas amazonas o valkirias de pieles
níveas y largas cabelleras rubias o pelirrojas.

Pero ni una sola como ella. Eso sí.


Su cabello era una cascada castaña que caía sobre sus hombros en delicadas
ondas, tenía labios carnosos de un suave tono marrón que contrastaba contra la
piel trigueña; tenía las peligrosas curvas de una mujer latina, combinada con la
frialdad de las damas elegantes de alta sociedad. Altiva y distinguida, de
ademanes refinados, cuando regresó y pasó junto a él una vez más, su fragancia
embriagadora despertó sus bajos instintos.

La diferencia era que cuando encontraba una mujer así, bastaba un revolcón
en el baño del club, o una buena noche apasionada en alguna habitación de hotel.

Sin embargo, con esa dama, sentía que era incomparable, le daba la
sensación de ser fuego contenido debajo de una gélida capa de hielo.

La película en la pantalla pasó sin que él se percatara de la misma, al igual


que ni siquiera notó que estaban aterrizando en el aeropuerto de la ciudad de
Londres. Solo el movimiento del tercer pasajero de primera clase saliendo de la
cabina le hizo advertir que habían llegado, y en la nebulosa noche londinense tuvo
un solo deseo, algo irracional, y fue que se quedaran a solas en ese vuelo.

Tal vez así él podría sugerirle cenar juntos, compartir un par de horas de
conversación y quizás, antes de llegar a Los Ángeles, invitarla a almorzar y quizá a
algo más... íntimo.

Y como si una fuerza superior hubiese escuchado sus plegarias, cuando el


avión empezó el despegue estaban solo ellos dos en primera clase.

La aeromoza se acercó a ofrecerles el menú, Greg aprovechó el momento y


le pidió a la señorita que le diera el mensaje a la otra pasajera para comer juntos y
hacerse compañía; con el corazón acelerado por la espera, la mujer se asomó por el
lateral del asiento, lo miró con frialdad y una sonrisita condescendiente, se
enderezó y le dijo algo a la sobrecargo ―esta vez en un fluido inglés neutro―, que
compuso un gesto ecuánime al volver a su asiento.

―Dice que está agradecida, pero decidió declinar.

Gregory asintió con pesar, pero sonrió ante la amabilidad de la azafata,


pidió su cena, y después de comer, acomodó su asiento en posición horizontal para
dormir. Mientras veía un documental sobre pingüinos, las luces de la cabina se
apagaron, solo quedó el leve resplandor azul de unas lámparas disimuladas tras
los paneles decorativos; el brillo no era tan escandaloso como para no dejarlo
dormir, pero dejaba suficiente visibilidad para moverse por el lugar sin chocar con
los asientos en caso de una visita nocturna a los baños.

Tomó el kit de bienvenida y se encerró en uno de los dos cubículos de baño,


no eran la gran cosa en comparación a la cabina de primera clase, no obstante
estaban impecablemente limpios; tras cepillar sus dientes y ponerse el pijama de
cortesía, regresó a su silla, dispuesto a apoltronarse para ver cómo los pingüinos
recorrían grandes distancias para conseguir una estúpida piedra y comprometerse
con su pinguinesca alma gemela de por vida. Un movimiento frente a él lo hizo
fijarse en la silla de la otra pasajera, los ademanes de sus brazos le hicieron darse
cuenta de que se había sacado la camisa allí mismo, y se ponía el pijama de su kit;
sintió un morbo tremendo al imaginársela a medio vestir, aunque desde esa
distancia y con la poca luz, no iba a distinguir ni un centímetro de piel.

Acomodó la almohada y se concentró en la pantalla, tras una hora más de


documental se fijó que la cabina de la mujer estaba a oscuras; probablemente se
había tomado una pastilla para dormir y se deslizó en el sueño con facilidad. Ya
que lo que quedaba por delante eran varias horas de viaje, decidió apagar la
televisión y dormir.

Quince minutos después se percató que la suave fragancia del perfume de la


mujer perduraba en el ambiente, no era desagradable, de hecho, daba una
sensación de calidez peculiar. Un rumor de pantuflas se escuchó en el pasillo, por
un instante pensó que su compañera de viaje se dirigía al baño, pero para su
sorpresa, unos muslos suaves pasaron sobre su cuerpo y el peso de la anatomía
femenina se posicionó sobre él.

―¿Te quieres divertir? ―preguntó una voz sensual, con un timbre que
prometía grandiosos placeres. Fue un susurro en su oído, dejando que el tibio
aliento acariciara el pabellón de su oído.

No sabía qué responderle, porque sobre su torso descansaban los pechos de


aquella mujer, separados de su pectoral por las finas telas de las camisetas de
pijama que los dos usaban; la situación, el morbo, la sorpresa, despertaron sus
instintos, y aunque no pudo responderle con su voz, el cuerpo reaccionó del mejor
modo, así que la dura erección de su polla presionó el sexo de la mujer.

Greg se apresuró a posar sus manos en las caderas, descubriendo que


debajo solo había piel desnuda, es decir, la mujer no llevaba pantalón debajo de la
camisa, y cuando deslizó sus manos en una delicada caricia por los muslos,
subiendo hacia las nalgas, se encontró con que no tenía ropa interior.
La risita pícara de ella lo hizo estremecerse, la voz era sensual, su piel tersa
y tibia, pero lo mejor de todo, fueron sus labios cuando se posaron en su boca y
empezó a besarlo.

Para ese momento ya estaba perdido, y en un movimiento rápido, giraron


sobre sí mismos colocándose él encima de ella, retirando en el proceso la manta
con la que se había cubierto. En el afán de sus lenguas, las manos perversas de ella
se dedicaron a desabotonar el pijama, separando la prenda que obstaculizaba el
contacto. Greg bajó por su cuello, dejando besos y deleitándose en los suspiros
pesados que escapaban de ella, delatando que sus caricias le gustaban.

Él estaba deseoso de probar más, así que se elevó sobre ella, sacó su propia
camisa y luego, con celeridad, sacó la de ella, pasándola sobre su cabeza.

Decir que atacó sus pechos es lo más apropiado, los senos eran dos
montañas carnosas que él se dedicó a conquistar, mordisqueó los pezones,
despacio, después de succionar cada pedacito de piel como si se tratara de un
dulce. Cuando su boca se afanaba en uno su mano se encargaba de estimular el
otro, y entre más se retorcía ella debajo de su cuerpo, buscando restregar su sexo
desnudo y caliente contra su pelvis, más la torturaba él, prolongando el deseo.

Volvió a su boca, sus lenguas se enfrascaron en una danza violenta, por más
que intentaban mantener los sonidos al mínimo, las respiraciones los delataban.

La mano de ella se aventuró hacia al sur, se introdujo entre el elástico de la


ropa interior y se cerró alrededor del tronco duro que parecía acero. Greg gimió de
forma grave, ella puso su otra mano sobre la boca para callarlo, y comenzó un sube
y baja sobre la verga, mortalmente lento.

A él lo estaba enloqueciendo saber que la tenía desnuda debajo de él, así que
retiró su mano de la boca y volvió a los labios, a los besos desenfrenados, a
chuparle las tetas, sosteniéndose con sus rodillas y brazos para que la mujer no
dejara de masturbarlo. Incluso bajó su mano hasta la entrepierna, esa que parecía
un caldero hirviendo cuando se frotó contra él. En su paseo encontró el clítoris
hinchado, sobresaliendo entre los labios vaginales. Con la exigua luz pudo verla
cerrar los ojos y suspirar, arqueando la espalda al sentir el placer que sus dedos le
estaban otorgando.

Greg introdujo dos dedos en su interior, solícita ella abrió las piernas para
que llegara más adentro, movía las caderas al son que marcaba su mano, cediendo
ante las caricias que él le daba, su boca alrededor de los pechos, los dedos abajo,
presionando su interior, castigando el clítoris; la sintió estremecerse y ahogar un
jadeo, la vagina se contrajo en su interior y casi estuvo a punto de correrse por la
forma en que le apretó la verga cuando tuvo su orgasmo.

Él había hecho cosas muy locas, pero en ese momento nada lo superaba.
Cuando se enderezó para sacarse el resto de su ropa, dispuesto a clavarse en su
vientre y demostrarle lo buen amante que era, ella se elevó un poco, deslizó sus
piernas debajo de él, para colocarse a gatas y sin permitirle entender muy bien lo
que iba a hacer, sintió cómo se lo metía en la boca, hasta lo más profundo de su
garganta.

Siseó, la piel tirante de su polla recibió las caricias de la lengua caliente


como si fuesen descargas eléctricas, incluso esta dio un brinco, amenazando con
desbordarse dentro de ese pequeño paraíso caliente. Ella se aplicó con vehemencia,
deslizándose hasta la punta donde succionaba el glande con fuerza para luego
volver hasta la base, donde al cerrarse contra la pelvis hacía las veces de que estaba
tragando, generando sensaciones nuevas y cosquilleantes en esa zona. Estaba
sorprendido de su pericia, porque podía considerarse más que bien dotado en
cuanto a vergas se refería.

La detuvo por el cabello porque no deseaba correrse, la hizo erguirse, y de


rodillas los dos sobre la improvisada cama la pegó contra su cuerpo, deslizando su
mástil entre las piernas de ella, simulando suaves penetraciones que poco a poco se
iban acomodando a su entrada húmeda. A la par de eso, se comía su boca con
intensidad, Greg solo quería volverla loca, excitarla de nuevo hasta el punto de no
retorno, para que se corriera sobre su verga cuando la penetrara como un
desequilibrado.

Quería recostarla en la cama y deslizarse dentro de ella, conocer el estrecho


lugar secreto que escondía entre sus muslos, pero su amante tenía otra idea, así
que se acomodó de espaldas a él y puso el trasero en pompa, esperando que Greg
entendiera el mensaje.

Y lo hizo.

Le separó las piernas un poco y metió primero el glande, los labios


verticales abrazaron su carne y un leve movimiento de succión en aquel interior lo
hizo gruñir, llevándolo a perder el control.
Sus cuerpos chocaron, en el silencio de la cabina parecían aplausos, ella no
gemía, pero su respiración y los sonidos ahogados de su garganta delataban el
esfuerzo que implicaba tratar de ser discretos con la tripulación a cargo. Solo que a
Greg no le importaba, él estaba en el cielo ―literalmente―, ahogándose en las
profundidades acuosas y cálidas que era el sexo de aquella mujer.

La empujó contra el colchón, aprisionándola con su cuerpo, a medida que


sus caderas continuaban el vaivén salvaje, de ese modo era incluso más estrecha,
las nalgas estimulaban el tronco a la par que se lo metía, porque era tanta su
humedad que toda esa zona estaba mojada; el sonido acuoso era obvio, ese, junto
al choque de sus pieles, daban un concierto sexual en toda regla.

Ella se estremeció, contrajo los músculos de la vagina y eso casi hizo que él
se corriera; perdió el poco control que había recuperado, aún y cuando tenía el
peso masculino sobre su cuerpo, elevó lo que pudo su propio cuerpo para que él
llegara más adentro, y cuando sintió que el orgasmo la envolvía, surgiendo desde
el centro de su entrepierna, mordió la almohada para no gemir.

Gregory casi perdió la cabeza, estaba teniendo la mejor experiencia de su


vida y quería maximizarla, así que con un esfuerzo monumental se detuvo, para
dejar que ella disfrutara de su orgasmo.

Mientras regaba besos en su nuca y hombros, se movía solo un poco,


torturándose a sí mismo en el proceso. Ella recuperó el ritmo de la respiración, se
removió para elevarse sobre sus codos; Greg se bajó de su espalda, colocándose a
su lado.

En medio de la oscuridad se sonrieron, por la tenue luz azul parecía que de


ese color eran sus ojos. Ella se elevó sobre sus rodillas, pasó sobre el cuerpo de él,
colocando las piernas a cada lado. Gregory comprendió lo que buscaba, así que se
estiró cual largo era debajo de sus piernas abiertas, esperando a que la hermosa
mujer tomara el control.

Su nueva amiga sujetó su miembro duro con una mano, posicionándolo en


su entrada, donde se dejó caer despacio; él no parpadeó, vio cómo su polla se iba
introduciendo en ese dulce lugar, desapareciendo centímetro a centímetro hasta
que estuvo por completo dentro de ella. La mujer suspiró, apoyó ambas manos
sobre su pecho, para empezar un sube y baja lento y enloquecedor.

No duró demasiado, porque cuando ella bajaba él elevaba las caderas,


asegurando clavarse muy adentro, cada estocada se traducía en muecas de placer;
ella se mordía los labios para no gemir, mientras Greg se dedicaba a observar a la
divina aparición que tenía sobre él. Pocos minutos después las cosas se
descontrolaron, ella había decidido cabalgarlo sin contemplaciones, erguida y
hermosa, se tomaba los pechos y apretaba los pezones, su cabeza era una maraña
salvaje de cabello oscuro que caía a su alrededor, de su boca abierta escapaban
jadeos apagados, mientras botaba y botaba sobre su verga.

Sin aviso se inclinó sobre él, colocando sus manos a cada lado de la cabeza
masculina, dejando al alcance de sus labios los erectos pezones; sus pechos eran lo
suficientemente grandes lo que le permitía hacer algo que le encantaba, así que con
ambas manos recogió las dos mamas y las apretó una contra otra para poder
meterse ambos pezones en la boca.

Succionó, mordió y chupó los dos al tiempo; ella jadeó de forma ahogada y
con aquellos estímulos sus caderas empezaron a moverse de una manera
descomedida. Calambres de placer la estremecieron, el dolorcito detonó el
siguiente orgasmo de una forma brutal. Greg sintió sus contracciones, al vaivén
brusco y arrítmico, que buscaba que su pene llegara mucho más profundo. Verla
en pleno paroxismo orgásmico, rompió el dique y sin soltar los pezones de su boca,
la aferró de las caderas para que no dejara de moverse, para que siguiera
clavándose contra su verga, que en cuestión de segundos explotó.

El orgasmo fue como un maremoto, una enorme ola que barrió con todo,
soltó los pechos y jadeó como una bestia, pero ella se apresuró a taparle la boca con
ambas manos. A la par que no cejaba en sus movimientos castigadores, dándose
placer con la carne palpitante en su interior.

Cuando se detuvo, Gregory se encontraba amodorrado y aturdido. El sexo


había sido salvaje, satisfactorio y agotador.

Despertó porque alguien le tocaba el hombro, abrió los ojos ante la claridad
de la cabina, una azafata con las mejillas enrojecidas y los ojos brillantes lo estaba
llamando.

―Señor ―repitió―, faltan dos horas para aterrizar. ―Procuraba no mirarlo,


se notaba la vergüenza que sentía, lo que hizo que Greg frunciera el ceño―. Por
favor, debe vestirse, pronto serviremos el desayuno.

Gregory se puso pálido, comprendió de súbito por qué la aeromoza se


encontraba apenada y sonrojada, él estaba completamente desnudo, con el pene
endurecido como siempre le ocurría en las mañanas, en medio de una cabina de
avión.

Se cubrió de inmediato con la sabana.

―¡Mierda! ―exclamó― ¡Qué vergüenza! Lo lamento tanto, en serio, ¡Dios


mío!

―No se preocupe, señor ―dijo ella restándole importancia, pero sin


mirarlo―. Le daré privacidad para que se vista.

Gregory se envolvió en la sábana y se fue hasta el baño, donde con cierta


incomodidad, logró acicalarse. Dentro de aquellas cuatro paredes se sintió
desorientado, él se había ido a dormir vestido y despertó desnudo; recordó el
intenso encuentro sexual con su compañera de viaje, sonrió con vanidad ante su
reflejo en el espejo, sintiéndose un campeón.

Cuando salió la azafata lo esperaba con el desayuno, una segunda


sobrecargo servía a su nueva amiga; esperaba que todas se fueran para acercarse a
ella y preguntarle su nombre, tal vez intercambiar teléfonos para volver a verse de
nuevo. ¡No iba a dejar escapar a esa amazona latina!

Pero entre una cosa y otra ―mensajes de sus hermanos y padres en su


móvil que revisó aprovechando el WiFi del avión―, no pudo acercarse a ella, así
que cuando el aviso de que iban a aterrizar sonó, esperó con algo de impaciencia a
que se detuviera el aparato para abordarla a la salida.

Una vez que les dijeron que podían bajar, ella pasó por su lado sin siquiera
mirarlo, esa actitud fue tan chocante que lo descolocó por completo.

Ni siquiera una mirada coqueta, o una sonrisita cómplice.

Confundido y cabreado, salió detrás de la mujer para enfrentarla,


extrañamente se sentía usado y al menos quería saber el nombre de la chica con la
que se había revolcado a miles de pies de altura.

La encontró en la sala VIP de la aerolínea, corrió para no perderla entre el


gentío que estaba más allá de la barrera del lujo, una vez que traspasara la puerta,
sería absorbida por la marea de viajeros que a las diez de la mañana estaban
buscando sus puertas de embarque.
Tomó su codo y la hizo volverse, ella se giró con el ceño fruncido para
encararse con la persona que tenía la osadía de detenerla.

―Espera ―le dijo―, no sé tu nombre.

―No es necesario ―contestó ella con suavidad. Greg volvió a sentirse


embriagado por su perfume y allí, a plena luz del día, sus ojos se le hicieron
familiares, tuvo un déjà vu―. No volveremos a vernos, aunque me divertí bastante,
¿tú no?

―Ese no es el punto ―aclaró, sacudiéndose esa extraña sensación―. La


verdad es que me gustaría saber tu nombre, quizás invitarte a cenar alguna vez.

La mujer de piel bronceada le sonrió con compasión.

―No quise cenar contigo anoche ¿Qué té hace creer que eso ha cambiado?
―le preguntó―. Yo obtuve lo que quise, una experiencia placentera. Tú te
divertiste, y ya… no necesito la caballerosidad del día siguiente ni la galantería del
cortejo.

Y sin dejarle decir otra palabra, traspuso la puerta y desapareció entre la


gente, dejándolo sin palabras, aturdido, ¿y por qué no? Un poquito enamorado.
CAPÍTULO 1

Casi como una cenicienta…

Las oficinas de la legendaria constructora Ward Walls se encontraban en el


centro de San Francisco. Más específicamente en el Distrito Financiero, en una torre
cercana al Embarcadero, donde poseían un galpón en el que guardaban toda su
maquinaria de construcción. La empresa familiar era una autoridad en la ciudad,
placas conmemorativas se encontraban por todo San Francisco ―incluso el resto
de California― donde se establecía que algún edificio icónico de los últimos
cincuenta años fue construido por la sólida compañía.

El Clan Ward, como era conocido el grupo familiar ―término acuñado por
la prensa californiana y que ellos se apropiaron con gusto―, no tenía en su
generación actual ni una sola mujer, exceptuando tal vez las esposas de los
gemelos Ward, hombres ya mayores que iban más allá del medio siglo. Aunque
como empresa consolidada solo tenían cincuenta años, era bien conocido que antes
de llamarse Ward Walls, la compañía tuvo otros nombres, lo que significaba que el
prestigio y la trayectoria rondaba casi el siglo; pero fue el padre de los gemelos,
William y Wallace, quien consolidó e institucionalizó el nombre, poco después de
que nacieran sus dos hijos.

Cada uno de ellos tenía su linaje, William había sido el más prolijo a la hora
de procrear, contando con tres hijos más uno adoptivo, hijo de su esposa Holly
durante una época en la que estuvieron separados.

Sí, el romance dentro de la familia era complicado, los hombres Ward


amaban con locura pero no tenían el mejor carácter. No obstante, lo importante era
que el apellido tenía cuatro líneas más para perdurar a futuro y continuar con el
legado.

Ese sábado de abril, en plena primavera, el día se presentaba fresco y


debido a la supuesta visita del nuevo socio, un tal J.M, habían trabajado durante
las horas de la mañana. Frederick no quiso decir nada ante las maldiciones que
soltaba su padre, Wallace, que se quejaba de estar allí un día que bien pudo
disfrutar con Emily, su esposa. Lo cierto era que todo lo de la visita solo fue un
rumor, en ningún momento recibieron confirmación de la misma y debido a los
nervios por conocer a la persona que les había salvado el pellejo, todos parecían
estar sufriendo distintos niveles ansiedad.

Por suerte, su primo Greg no estaba allí, porque con su acostumbrado


humor oscuro hubiese cabreado más a su padre. Incluso agradeció que los gemelos
llegaran de Ontario en la tarde, porque estos habrían suplido de buena gana la
ausencia del Vikingo, imitando a su hermano mayor con los malos chistes,
azuzando al tío Wall, solo para reírse a costillas de sus malas pulgas.

Fred no se engañaba, su padre era un viejo mal humorado, que solo sonreía
cuando su madre estaba cerca.

Después de despachar a casi todo el personal que había ido a trabajar esa
mañana, se entretuvo en su oficina, repasando las cotizaciones de materiales para
la siguiente construcción; el nuevo centro comercial que pensaban construir era
literalmente un monstruo en cuanto a ingeniería, arquitectura y envergadura se
refería. Incluso, empezaba a ser conocido en California como la Pequeña Ciudad,
porque este proyecto pretendía crear un enorme mall que albergaría en su interior,
hoteles, empresas, teatros, entretenimiento, parques, cines e incluso, un par de
piscinas techadas y climatizadas para semejar una linda estancia en el Caribe.

Tal y como decía el Vikingo en broma, era tan gigante su proyecto, que
tendría su propio código postal y su área de discado telefónico.

Un mensaje sonó en su móvil, su madre lo invitaba a unirse al almuerzo con


ellos en uno de los restaurantes favoritos de los dos; sabiendo el mal humor que
cargaba su padre, declinó alegando que tenía mucho trabajo, así que iba a
aprovechar la tarde para adelantar lo más posible, en especial ahora, que
esperaban la llegada del tal J.M.

Cerca de las tres de la tarde decidió bajar a buscar algo de comer; su


asistente, Antonio, se había ido a almorzar una hora antes, con la promesa de
volver para continuar con lo que estaban haciendo. Por supuesto que estaba
agradecido con su presencia, en especial porque a dos manos podrían terminar de
revisar esos informes y seleccionar los mejores proveedores de todo el país para los
materiales. Con algo de suerte, incluso existía la posibilidad de concluir todo antes
de que el nuevo socio apareciera en algún momento de la semana siguiente.
No se alejó demasiado del rascacielos, al fin que tampoco buscaba nada
sustancioso o elegante; terminó en el restaurante habitual, donde comía con sus
cuatro primos casi a diario, y el cocinero le proveyó lo tradicional ―su sándwich
de pollo teriyaki con queso mozzarella― con bastante premura. Cuarenta minutos
después volvía a pie, con mejor ánimo solo porque tenía el estómago lleno.

Frederick Ward era, ante todo, una persona gentil. Con su cabello oscuro y
ojos grises, el aspecto cuidado de un joven empresario en sus treintas, de cuerpo
atlético más no musculoso, era atractivo; también era blanco de los cortejos
continuos de mujeres que no sabían que se encontraba enfrascado en una relación
intermitente con una de las chicas más hermosas y conocidas de San Francisco.

Lo suyo fue algo así como amor a primera vista, solo que ambos eran
demasiado jóvenes al momento de conocerse; él apenas culminaba su maestría en
la universidad y ella estaba dejando atrás el certamen de belleza Miss U.S.A y
aspiraba a convertirse en una notable ―pero sobretodo respetable― presentadora
de televisión.

Y aunque desde que se conocieron habían pasado casi ocho años, Frederick
consideraba que Geraldine Baker era la mujer de su vida, con la que eventualmente
se iba a casar y a tener hijos; era una persona digna, inteligente, comprometida y
dedicada. Cuando consiguiera sus metas él le propondría matrimonio sin dudarlo;
mientras tanto, él mismo se dedicaba a su trabajo y al legado familiar.

Justo cuando estaba por ingresar al edificio donde se encontraba Ward


Walls, una joven mujer de ascendencia latina, ataviada como una ejecutiva, sufría
un accidente. Su instinto de caballerosidad reaccionó con la misma celeridad que
su cuerpo, y justo antes de que ella se diera de bruces contra el suelo, la sostuvo
con firmeza por la cintura.

―Oh, gracias ―asintió ella con efusividad sosteniéndose de él. Tenía un


tono de voz agradable, se sentía como una caricia de terciopelo que, aunado al
aroma de su perfume, dejaba una más que notoria primera impresión. Llevaba el
cabello oscuro recogido en una cola de caballo, con un perfecto e impecable
alisado.

―No tienes por qué ―respondió él, soportando su anatomía un poco más
de la cuenta, disfrutando del cálido contacto de su cuerpo curvilíneo―. Debes
tener cuidado.
―¡Mierda! Se rompió mi tacón ―exclamó ella con evidente fastidio.
Frederick miró hacia sus pies, y en efecto, la delicada zapatilla había quedado sin
tacón, este se enganchó con una grieta en el pavimento, lo que ocasionó que la
joven perdiera el equilibrio―. Genial, ahora voy a ir como una tonta por ahí…
pediré un taxi para irme a mi hotel ―rezongó con resignación, no obstante, al
momento de afincar el pie, dejó escapar un quejido de dolor.

―Te has lastimado ―señaló él, poniéndose de rodillas para examinar mejor
el tobillo, comenzaba a notarse una leve inflamación―. Creo que antes de caminar
así, deberías esperar, para que no te hagas más daño.

―Gracias, no es necesario ―dijo la mujer, restándole importancia. Frederick


levantó la cabeza para encontrarse con ella y fue entonces cuando se miraron a los
ojos.

Ambos se observaron con sorpresa, no es que el color gris de ojos fuese un


tono muy común pero ya antes se había encontrado con personas que tenían el
mismo color de iris que él, sin embargo, lo usual era que tuvieran tintes verdosos o
azulados, como los de ella. Aunque para él, lo más sorprendente fue la dama en sí,
con su piel tostada de un lindo color bronce que le recordaba el sabor de los cocos
y el olor del mal; los rasgos finos, coronados con unas tupidas pestañas y carnosos
labios, sumado a ese aire exótico que la envolvía, reforzado por el aroma de su
perfume. Llevaba un lindo tono de labial, era de color rosa pálido, y lo mejor de
todo tal vez era la escasez de maquillaje que le daba un aire muy natural.

Un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza, cuando en un audaz movimiento,


presionó levemente el tobillo de ella, con la yema de sus dedos; lo que le permitió
comprobar que su piel era muy suave.

―¡Aaayy! ―chilló ella con un gesto infantil y apoyó su mano sobre el


hombro de él.

―¿Ves? ―le increpó con una sonrisa triunfal―. No está tan hinchado, no
creo que esté luxado ni nada similar, tal vez si te sientas un rato puedas afincarlo y
no pase a mayores ―explicó con aire entendido, irguiéndose―. ¿A qué piso ibas?
Tal vez puedas descansar allí.

―Yo no… ―empezó la mujer y luego se detuvo, mirando hacia los


elevadores con una frustración muy obvia―. No lo sé, tenía una cita y la verdad es
que la perdí porque mi vuelo se retrasó y apenas tuve tiempo de ir al hotel a dejar
mis maletas. Aparte me he quedado sin batería, así que pensaba preguntar en
recepción a ver si me orientaban. Pensé que si tengo algo de suerte, aún seguirían
aquí.

―Bueno, eso está un poco difícil, pues es sábado en la tarde y solo estamos
trabajando los trabajólicos[1] ―se mofó él―. ¿Qué tal si vienes a mi piso? Arriba
tenemos un botiquín de primeros auxilios, puede que haya alguna bolsa de hielo o
compresa fría que te ayude con ese golpe.

La mujer lo miró de hito en hito, sosteniendo su cartera con fuerza y


mirando el tacón en la mano de él.

―Creo que no tengo más alternativas ―cedió con media sonrisa―, porque
no veo ni un solo asiento en este vestíbulo vacío.

Frederick le sonrió ampliamente, demasiado entusiasmado por la


expectativa de que esa guapa desconocida pasara más tiempo con él.

Aunque Geraldine y él rompían y volvían de forma constante, lo usual era


que durante ese tiempo cada uno viviera ciertos deslices y aventuras; nada
importante, ninguna mujer que representara ni un solo riesgo emocional. Ya era
usual que los Ward se consiguieran féminas fuertes y decididas, el mejor ejemplo
de ello era la relación de sus padres o la de sus tíos. Sin embargo, aquella mujer
con el mismo color de sus ojos, se le antojaba irresistible. En especial por el toque
verdoso de sus iris.

Ella dio dos pasos y se quejó, deteniéndose en medio del vestíbulo para
descansar el pie sin apoyarlo. Hizo una mueca de dolor, mirándolo con aprensión.

―Creo que no podré subir ―advirtió con un hilo de voz―. Me duele


mucho.

Frederick la miró con preocupación, el tobillo no se veía hinchado ni


enrojecido, pero era posible que el golpe estuviese tan reciente que era muy pronto
para moverse.

―Te pido disculpas ―dijo él tomando una decisión súbita y atrevida.

―¿Por qué? ―preguntó ella frunciendo el ceño.

―Por esto ―aludió Fred, acercándose a ella y alzándola en vilo.


Los ojos de la mujer se abrieron con asombro, él había deslizado sus manos
por debajo de las rodillas, justo al borde de la falda de tubo de color negro,
sosteniendo su peso por la parte baja de su espalda.

Anduvo a paso rápido hasta el elevador, sin darle tiempo a que ella
rechistara o se quejara por su osadía. Con el codo accionó el botón del aparato y las
puertas se abrieron de inmediato. Entró a la cabina y con una risita divertida le
pidió que presionara el botón con el número treinta y ocho.

Ella lo hizo, y luego, con toda confianza, pasó su brazo alrededor de su


cuello para sostenerse mejor pegando el pecho femenino contra el torso de Fred.

Él pudo contener el escalofrío, solo una persona había despertado


sensaciones similares en su cuerpo al estar tan cerca, solo que no habían sido tan
intensas como las que experimentaba en ese momento con cada respiración que le
llevaba el aroma de su perfume.

Frederick Ward, siempre tan comedido y recatado, se encontraba


visiblemente encendido al contacto de esa desconocida.

No es que tuviera segundas intenciones, lo cierto era que deseaba ayudar a


una dama en apuros porque él era así, fue la educación que su madre le inculcó.
Pero eso no impedía que su mente discurriera a través de fantasías un tanto
picantes como la fragancia de aquel cuerpo tibio.

Las puertas se abrieron a la planta de su empresa, y pasó derecho a su


oficina.

―¿Rick? ―llamó Antonio. De todos en la oficina o su grupo de amigos era


el único que lo conocía con ese diminutivo―. ¿Está todo bien? ―preguntó con
curiosidad al verlo portar a aquella mujer del modo en que lo hacía.

―La señorita tuvo un accidente entrando al edificio, se ha lastimado un


tobillo y por circunstancias atenuantes, no puede comunicarse con las personas con
quienes debía reunirse ―puntualizó de forma expedita, mientras se inclinaba
sobre el sofá, depositándola con delicadeza―. ¿Podrías revisar si en el botiquín
tenemos compresas frías o una bolsa para poner hielo?

―Claro, vuelvo enseguida ―dijo el hombre, dando media vuelta.

―Gracias ―se adelantó ella, a la par que se acomodaba mejor.


―No hay de qué ―aseguró él―, pero deberías levantar el pie ―recomendó
sentándose en el otro extremo del sofá. Se inclinó para tomar el tobillo, y retiró el
zapato con cuidado ante el siseo de dolor de la mujer―. Sigue sin estar tan
hinchado o con la piel caliente ―comentó, fijándose en la delicada pedicura que
llevaba, tenía un pie muy bonito, delgado y cuidado, con las uñas pintadas de un
rosa suave y el borde francés en color blanco puro―. Señal de que no está
fracturado.

―Sí, por lo menos no está roto, como mi zapato ―se burló ella con pesar,
tomando la zapatilla sin tacón y mirándola con tristeza―. Son mis favoritos, los
perfectos zapatos negros que combinan con todo ―suspiró. Frederick sonrió
divertido ante su mohín adorable, manteniendo el pie sobre su rodilla.

―Aquí tiene, jefe ―anunció Antonio al entrar, tendiéndole una bolsa de


hielo con estampado de ovejitas―. La rellené ya, con hielo de la cocina.

―Gracias, Antonio ―dijo recibiéndola. Procuró colocarla con mucho


cuidado sobre la zona, ella reaccionó instintivamente y quiso retirar el pie, pero él
continuaba sosteniéndola por el talón―. No lo muevas, te lastimarás más… ¿Te
gustaría tomar algo…. ―se detuvo, le sonrió más pronunciadamente―. No sé tu
nombre…

―Jessica ―respondió ella con una expresión de alivio.

―Bueno, Jessica ―notificó Frederick―, por lo menos los próximos treinta


minutos eres mi invitada, así que te puedo ofrecer algo de tomar. Tenemos una
variada selección de agua, café ―enumeró―, más agua y más café, y no se me
olvide mencionar, más agua y más café. Así qué… ¿Qué puedo ofrecerte?

La mujer soltó una corta carcajada divertida, a él le pareció el sonido más


encantador que hubiese escuchado jamás.

―Agua está bien ―dijo al detenerse―, tal vez después pueda tomar un
café, o más agua… todo es posible.

Sonrió ante la reacción a su chiste.

―Antonio, puedes traerle a Jessica un vaso con agua, por favor ―pidió con
amabilidad.

Al asistente le tomó solo unos minutos cumplir con la solicitud, luego


recogió las carpetas que estaba cotejando, junto con su laptop y se despidió de
ellos, anunciando que iba a su escritorio.

―¿Siempre traes desconocidas a tu oficina? ―preguntó ella cuando se hubo


marchado. Frederick no se había movido de su sitio, sostenía la bolsa contra el
tobillo, evitando que esta se deslizara, luchando contra el deseo de deslizar sus
dedos alrededor de la zona y acariciar su piel.

―No, no siempre ―respondió con una risita―. A veces traigo cachorros o


gatitos abandonados ―contestó fingiendo seriedad.

―Entonces tienes ínfulas de héroe ―repuso Jessica con algo de malicia. Él le


sostuvo la mirada, no podía evitarlo, como tampoco lograba borrar la sonrisa boba
de sus labios.

―No diría eso, solo me gusta a ayudar a damiselas en apuros y doncellas en


peligro ―replicó con galantería.

―Me imagino el surtido de damiselas en apuros ―soltó la latina con un


deje divertido―. ¿Cuántas con el tacón de su zapatilla roto?

―Eres la primera ―respondió él―. Lamento lo de tu zapato, pero conozco


un buen lugar donde pueden repararlo, sería una lástima perder los perfectos
zapatos negros que combinan con todo ―la citó, mirándola de forma suspicaz.

Jessica soltó una carcajada cantarina.

―Me voy a ver ridícula cuando salga de aquí ―dijo tras un rato―.
Andando con un zapato sí y otro no ―se rio―. Una entrada triunfal a San
Francisco.

―Creo que eso podemos solventarlo ―consoló él―. Antonio ―llamó en


voz alta―. Ven un momento, por favor.

―Sí, Rick ¿qué necesitas? ―preguntó el asistente, asomándose a la puerta.

―¿Podrías conseguir unas zapatillas para la señorita? ―preguntó. Ella


intentó detenerlo, alegando que no era necesario, pero él la ignoró
intencionalmente―. Creo que a un par de cuadras hay una zapatería, puedes
buscar allí, algo que no tenga tacón para que pueda caminar sin lastimarse.
―¡Claro, no hay problema! ―respondió el hombre―. ¿De qué talla?

―Del nueve ―indicó la latina.

―Bien, en media hora estoy de vuelta.

Se quedaron solos de nuevo, Jessica miraba con insistencia a Frederick pero


este no se daba por aludido. Era obvio que ella quería preguntarle la razón de
tantas molestias por una desconocida, sin embargo, ni él estaba seguro de esa
respuesta, lo único que sentía era que quería ayudarla, demostrarle que era un
caballero y tal vez, invitarla a cenar.

―Señor Rick ―llamó ella por fin, él se giró a mirarla, Jessica le sonrió con
amplitud y un gesto de agrado―. Gracias por ayudarme y lamento todas las
molestias.

Una calidez inusual lo invadió, devolvió la sonrisa con entusiasmo. No


podía negarse que encontraba a esa mujer bastante atractiva, con ese aire de
seguridad y rasgos exóticos, sentía una atracción un poco incontrolable. Había
tenido semejante osadía ―cosa que hacía por primera vez en su vida―, solo para
poder pasar un rato más con ella y conseguir el valor para pedirle su número
telefónico. Fue una decisión inconsciente, tomada solo por la posibilidad de no
volver a verla, a pesar de saber que podrían encontrarse allí mismo en el edificio en
cualquier momento.

―¿Te gustaría un café? ―preguntó solo para romper el silencio. Ella asintió.

Se levantó con cuidado, se percató de que la mujer no reaccionó con dolor a


la manipulación del pie, lo que le causó alivió y algo de decepción al mismo
tiempo. Se alejó a la zona de la cafetería, donde sirvió dos tazas de café, que
depositó en una bandeja junto a un platito con galletitas. Cuando estaba
regresando con la infusión, Antonio entraba a la oficina, cargando una bolsa con
una caja de zapatos.

―Gracias, Antonio ―agradeció a sus espaldas, antes de que el asistente


pudiera decir algo.

―No hay problema, Rick ―aseguró con una sonrisa cómplice―, vuelvo a
las cotizaciones.

―Sí, está bien ―asintió con la cabeza, viéndolo marcharse―. Aquí tienes tu
café.

―Gracias ―respondió Jessica, tomando la taza. Sorbió un poco y sonrió―.


No está mal.

―Por supuesto que no, lo hice yo ―replicó él con orgullo―. Modestia


aparte sé hacer un buen café. También cocino, no muy bien ―se burló―, pero me
defiendo, hago un excelente sándwich de jamón.

Ella volvió a soltar una carcajada ante su comentario.

―Todo un partido ―se burló la latina.

―Tú lo dijiste ―le correspondió la risa.

Después de tomarse el café, Frederick se arrodilló a sus pies, Jessica había


apoyado ambos en el suelo de madera, comprobando que podía afincar el tobillo
sin problema.

―Tenías razón ―concedió ella mirando el suelo―, solo debía esperar a que
pasara el golpe, no duele tanto.

―Es bueno saberlo ―asintió él, sosteniendo la caja de zapatos―. ¿Me


permites? ―preguntó con un leve tono de galantería, señalándola con la intención
de que le dejara colocarle los zapatos.

―Creo que sería tonto negarme en este momento ―soltó divertida―,


después de cargarme hasta aquí, es cortés de tu parte estar a mis pies.

Frederick agradeció que no era fácil de sonrojarse, así que se enfocó en abrir
la caja donde reposaban unas zapatillas de color negro tipo bailarina, envueltas en
un delicado papel de seda.

Tomó cada una y la calzó en su respectivo pie, sus pies delgados encajaron
perfectamente en la horma y ella se levantó para comprobar que no le quedaran
demasiado grandes o apretados.

―Me quedan perfectos ―anunció Jessica.

―Dudo que algo te quede mal ―acotó él, mirándola desde el suelo, con una
rodilla apoyada en la madera.
―Gracias una vez más ―insistió ella.

―No tienes por qué ―aseguró Fred, poniéndose de pie―. Es en serio lo de


los zapatos, si me los dejas, puedo hacer que los reparen.

Jessica los miró, descansaban uno al lado del otro en el suelo. Se veían
graciosos en ese plan dispar. Asintió.

―Está bien ―aceptó―, solo porque de verdad me gustan esos zapatos y no


conozco esta ciudad.

―Entonces, tal vez cuando te los entregue ―dijo, viendo su oportunidad―,


me dejarías invitarte a salir y enseñarte la ciudad.

Ella sonrió ampliamente, ahora sin tacones él pudo notar que cuando
mucho alcanzaba el metro setenta de estatura.

―Acepto ―expresó la latina―. Te dejaré mi número ―agregó, acercándose


al escritorio para tomar una pluma. También agarró una libreta y la abrió en la
última hoja, donde garabateó su nombre y su número del móvil―. Me llamas
cuando lo tengas listos.

―Claro, no hay problema ―dijo él sin poder evitar que se le notara el


entusiasmo.

Ella le sonrió de nuevo, se acercó bastante a su cuerpo acortando las


distancias sin un ápice de vergüenza.

―Has sido todo un caballero, Rick ―susurró con voz suave―, me alegra
haberte conocido, gracias por ayudarme.

―No tienes por qué ―respondió él, mirándola a los ojos, en el mismo tono
susurrado.

Estaban demasiado cerca, podría considerar incómodamente cerca si no


fuese porque le encantaba el olor de su perfume y el tono verdoso de sus ojos
grises.

―¿Puedo darle un premio a mi caballero de verde armadura? ―preguntó


ella con voz seductora, colocando una mano delicada sobre el centro de su pecho.
Fred solo atinó a asentir, sintiendo cómo su corazón latía a mil por hora y que
posiblemente ella iba a notarlo. Sonriendo como un bobalicón porque justamente
ese día iba vestido de verde oscuro.

Jessica se inclinó sobre la punta de sus pies y rozó sus labios de forma leve.
Ese toque ligero le hizo estremecer de pies a cabeza. Nunca antes había hecho algo
similar, llevar a una perfecta extraña hasta su oficina, menos una mujer que
despertara esas sensaciones un tanto olvidadas: la curiosidad, el deseo de
descubrir sus secretos, la atracción incontenible, la emoción de su cercanía, la
expectativa de su contacto.

―Espero verte pronto, Rick ―susurró ella en voz mucho más baja, luego
salió de la oficina, dejándolo solo, medio aturdido, tocándose los labios con la
punta de los dedos, preguntándose si en verdad lo había besado.

Sacudió la cabeza para liberarse de esa sensación de ensoñación, recogió los


finos zapatos del suelo y los puso en la caja vacía de los nuevos. Los observó por
largo rato, pensando en su siguiente paso. Luego sacó su móvil y le marcó a la
única persona que podía ayudarle en ese momento.

―Vikingo ―saludó con exaltación―, necesito tu ayuda. Verás, tengo una


casi cenicienta y cuando vuelva a verla debo entregarle sus zapatillas.
CAPÍTULO 2

El resultado de seguir los instintos

En el hotel, Jessica se estiró en la cama mientras su primo Joaquín le


ayudaba apilando cojines para que mantuviera el pie alzado. La expresión severa
del hombre era tan notoria que a ella le provocaba reírse, al fin que él le advirtió
que no fuera, pero su prima se moría de curiosidad por ir a conocer la empresa
Ward Walls y, de una vez por todas, encontrarse con el Clan.

Al principio no comprendió el impulso que le llevó a decirle a Joaquín que


adquiriese las acciones de esa compañía, la verdad era que a la edad de diez años
dejó de importarle el lazo que la unía a esa familia. Pero, aunque pudiese engañar
al resto del mundo diciendo que todos sus logros se debían al afán de superación,
y por demostrar que el mundo de los negocios no era un campo dominado solo
por hombres, su secreto era que le guardaba un profundo rencor a los Ward.

Durante veinte años vivió con el credo de que esa gente no existía sobre la
faz de la tierra, al fin y al cabo, ellos ni siquiera sabían que ella existía tampoco.
Tenía quince años usándolos como escondida motivación, con la finalidad de
probarse a sí misma que podía ser mejor que ellos: más poderosa, más inteligente,
más exitosa… No planeaba encontrarse con ellos, menos adquirir sus acciones en
la bolsa. Jessica se movía en el nicho tecnológico y Joaquín en la parte de salud,
juntos amasaron una notoria fortuna en el área de innovaciones desde que
entraron en la universidad, no se metían en el mercado inmobiliario.

No hasta ese momento.

Para Joaquín Medina no era secreto lo que ella sentía, y como era muy
inteligente, aprovechó el arrastre avasallador de su prima con la finalidad de ser
alguien en la vida. Juntos aprendieron inglés, también francés y portugués porque
su principal meta era vivir en Europa. Se motivaron mutuamente para sacar las
mejores calificaciones y movieron cielo y tierra con la finalidad de irse de su país
de origen para formarse en prestigiosas universidades de negocios. Primero fue
Londres, en la universidad de Cambridge, luego Norteamérica; se convirtieron en
jóvenes emprendedores estando en Reino Unido, aprovechando el boom de las
criptomonedas siendo algunos de los primeros que vieron el valor real de la
innovación de la moneda digital y las divisas alternativas, lo que se tradujo en un
más que atractivo capital para hacer inversiones que demostraron a todos los
estirados de Cambridge que esos dos chicos latinos tenían madera para patear
traseros en el mundo financiero.

A los veinticinco años ―después de haberse graduado con honores en


Londres cursando sus carreras en el menor tiempo posible― ambos abandonaban
la escuela de negocios de Harvard donde fueron a estudiar una maestría, con una
ostensible fortuna a su nombre y la fama de estar en el top de la lista de los jóvenes
empresarios menores de treinta de todo el mundo.

Lo que era un logro más que notorio, tomando en cuenta que ellos eran
latinos, de piel trigueña y de Venezuela.

Jessica había mantenido un perfil bajo todo el tiempo, de hecho, no era una
persona muy conocida en cuanto a la farándula del mercado. En cierto modo se
valía de la premisa que para ser respetada en un mundo dominado
mayoritariamente por hombres debía, sí o sí, comportarse de forma correcta.
Joaquín sabía que había algo más de fondo, y era que no quería que su nombre
resonara en la prensa, reduciendo así la posibilidad de encontrarse con los Ward.
Entonces él se convirtió en el rostro de su sociedad de inversiones.

Tanto era el rechazo de Jessica Medina a esa familia, que ni siquiera sabía
cómo se veían; inclusive, la vieja foto de William Ward se encontraba guardada al
fondo de su álbum familiar; en la misma estaba Carla Medina ―su madre― y
quien se convertiría ante el mundo en su padre: Alonso Jiménez. Sabía que el Clan
tenía en línea a cuatro herederos directos, porque a veces la vencía la curiosidad de
saber quiénes eran y empezaba a leer sobre ellos en la prensa de negocios, pero
antes de sentirse más molesta consigo misma por su debilidad, abandonaba
cualquier búsqueda en la red y continuaba con su vida; esa, llena de triunfos
donde la nefasta familia no existía.

Así que Jessica Medina no sabía cómo lucían los hijos Ward.

Tampoco sabía dónde quedaban sus oficinas.

Porque en un rapto de estupidez tomó la decisión de comprar unas acciones


que no quería, solo por el gusto de sentir un poco de poder en sus manos.

Se arrepintió al segundo siguiente de hacer la compra, e increpó a Joaquín


por no impedirle cometer esa locura.

―Los Ward son una buena inversión ―dijo como si nada, mientras se
despedían en el aeropuerto de Madrid―. Los inmuebles son un buen mercado, un
mercado sólido, así que deja de joder.

Su abogado les había dicho que era buena idea que viajaran a California
para conocer a sus nuevos socios, sin embargo, Joaquín debía ir primero a visitar a
otro socio, y a Jessica se le complicó abandonar España, y en medio de su mal
humor, decidió desfogar todo el estrés que sentía con el desconocido rubio del
avión, que pretendió invitarla a cenar para verse caballeroso y galante, cuando en
realidad ella sabía que lo único que deseaba era montarla por un rato, y estaba bien
así, dejarlo como una tórrida aventura de altura.

No es como si pretendiese volver a verlo.

Cuando se bajó del avión que la llevó de L.A a San Francisco, corrió al hotel
para dejar su maleta y se marchó a conocer la sede de WW, a pesar del cansancio
que representaban más de quince horas de vuelo. Le había comentado a su
abogado que iba a ir y que le gustaría que la acompañara a conocer el lugar, pero
su avión se retrasó por inconvenientes mecánicos, lo que hizo que pisara la ciudad
después del mediodía, sin batería en su teléfono y sin la posibilidad de avisarle a
Tom que iba a llegar más que tarde.

Y para culminar su mal día, iba y rompía sus zapatos favoritos, se lastimaba
un tobillo y Joaquín le anunciaba que una de sus inversiones se había desplomado,
haciendo que se tambaleara uno de los negocios más prometedores que estaban
desarrollando.

―Linda noticia que me traes de Portugal ―refunfuñó ella al ver la tableta.

Su primo entró por la puerta de su habitación cinco segundos después de


que ella atravesara el umbral cojeando de forma notoria. Tenían habitaciones
contiguas en el hotel, así que se encontraba atento a su llegada, porque él tenía
también pocas horas de haberse bajado de un avión que viajó desde Lisboa hasta
San Francisco en línea directa.

―¿Fuiste a ver a los Ward? ―preguntó ignorando sus palabras. Se acercó a


ella con un vaso de whisky en la mano, que le tendió para que bebiera y se relajara.

Ella asintió y chasqueó la lengua, abandonando el dispositivo a su lado en la


enorme cama para tomar el vaso al que le dio un largo trago. Se centró en la vista
de la ciudad, por lo menos la habitación era cómoda y elegante, lo cual le recordó
que debía agradecerle a Tom Habott las reservaciones en el Hyatt Regency.

―¿Cuánto tiempo nos vamos a quedar? ―preguntó Joaquín sentándose en


la silla a juego con el mini centro de negocios de la habitación. Jessica se encogió de
hombros.

―No lo sé ―respondió en voz baja. Horas antes le habría indicado que se


marcharían justo después de reunirse con sus nuevos socios e indicar que podían
inyectar más capital a cambio de mayores acciones; desplegar a la despiadada
mujer de negocios que yacía en su interior para que vieran que no estaba jugando,
y luego subirse al primer avión para volver a Boston a su departamento, el cual no
pisaba desde navidad. Sin embargo, haber conocido a Rick le cambiaba un poco la
perspectiva, tal vez podría quedarse un par de semanas a divertirse con el
caballeroso hombre, conocer la ciudad y vivir una divertida, tórrida y avasallante
historia romántica―. Supongo que esperaremos a ver cómo va el proyecto y en
base a eso definir. Espero que no sea más que unas dos o tres semanas. Extraño
Boston, extraño mi casa, mi cama y mi tranquilidad.

Joaquín asintió, él también miraba por el amplio ventanal, observando cómo


declinaba la tarde y la luz del sol iba desapareciendo de forma paulatina.

―Sé sincera conmigo, Jessi ―pidió él con voz calmada―. ¿Qué planes
tienes en realidad?

Ella removió el licor de su vaso, concentrada en las manchas luminosas que


capturaba el cristal. Era una pregunta justa, también sabía que su primo no se
refería a la parte de los negocios, así que no iba a insultar su inteligencia evadiendo
una respuesta, fingiendo que nada estaba pasando.

―No tengo idea ―contestó con sinceridad―. Por ahora, asegurarme de no


perder nuestro dinero ―continuó tras darle un trago al licor―. No es poco,
además de que tienes razón, los bienes inmuebles son inversiones sólidas, después
de la caída de Basurto & Co., es buena idea afianzar esta inversión.

―Por lo menos tienes eso en claro ―le sonrió con orgullo fraternal.
―Con respecto a lo otro, no sé… ―continuó ella―. No es algo sencillo de
afrontar, menos cuando has pasado veinticinco años de tu vida debatiéndote entre
la tristeza, el odio, el rencor y el rechazo.

―Bueno, tal vez sea momento de dejar eso atrás ―comentó Joaquín
yéndose a sentar a su lado. Pasó un brazo protector sobre su hombro, Jessica apoyó
la cabeza en él. Era la única persona en el mundo que la conocía de verdad, que
sabía cuándo ella necesitaba un abrazo o un tirón de orejas―. Sé que fue un
impulso estúpido, esto de comprar esas acciones, pero puede que sea el destino, tú
no lo buscabas, solo pasó, quizás una parte de ti quiere resolver esto para
continuar con tu vida sin esta carga emocional que llevas encima y puedas ser feliz.

Meditó en las palabras de su primo, desde la muerte de los padres de ambos


a los catorce años, la vida se había tornado en ellos dos juntos contra el mundo.

Jessica decidió cambiar el rumbo de esa conversación.

―Conocí a un caballero hoy, se llama Rick y es muy atractivo ―soltó con


una risita.

Cinco segundos después Joaquín la bombardeaba a preguntas, se rio por su


accidente, se sorprendió por la osadía de aquel hombre y luego le preguntó qué tan
atractivo era.

Después de pedir servicio a la habitación y contarle también lo sucedido en


el vuelo de Madrid-Los Ángeles, momento en que él la llamó zorra, echándose a
reír con una sonora carcajada, y decirle que era demasiado malvada por haber
dejado al dios rubio usado y posiblemente con el corazón roto, se despidieron para
descansar. Él se fue a su cuarto, dejándola sola allí, pensando en todo lo que no
quiso pensar durante los últimos cinco días.

Justo antes de quedarse dormida, creyó haber tomado una decisión, pero al
despertar el domingo, se percató de que cualquier resolución tomada tras
conversar con su primo se había esfumado durante el sueño.

Después de almorzar con Joaquín, este decidió despedirse e ir un rato al


gimnasio, ella asintió en silencio, regresó a su habitación y se cambió para salir de
allí un rato y respirar el aire primaveral san franciscano, a ver si de ese modo
oxigenaba su cerebro y sus ideas, lo que podría servir para que tomara decisiones
definitivas.
Jessica Medina era una mujer impulsiva, a ratos de mal carácter; se
esforzaba mucho por no ser reactiva y permitía que su lado racional controlara su
vida. Joaquín decía que estaba bien hacer eso, pero que no dejara de seguir a sus
instintos, porque ellos habían demostrado que la guiaban por el camino correcto
hasta ese momento de sus vidas, seguir sus instintos los llevaron al lugar donde
estaban.

Solo que todos los que se acercaban a ellos llegaban a la conclusión que la
atractiva trigueña de ojos grises era tan dura como el color acero de sus ojos, fría
como un iceberg y reaccionaria como un volcán en erupción.

Tras unos analgésicos y descanso, su pie no dolía tanto, así que caminar por
la ciudad no fue el suplicio que esperaba. Apenas pudo se montó en el tranvía para
recorrer San Francisco y conocer las empinadas calles de Nob Hill; sin embargo, a
pesar de que el paseo le sirvió para calmar su mente de tantas elucubraciones, al
final no sirvió para ayudarla a decidir qué hacer al respecto de la familia Ward.

«Sigue tu instinto» susurró la voz de Joaquín en su cabeza.

Y dejándole a la providencia lo que pudiese suceder, escuchó lo que sus


instintos le indicaban hacer.

Buscó la aplicación de Uber para pedir un servicio Black, mandó su


geolocación y esperó a que su siguiente acción rindiera frutos. Al igual que se
enteró de las acciones a la venta, de forma casi milagrosa le llegó el mensaje de la
dirección de la casa de William Ward en San Francisco County en la Avenida
Claredon.

La fuerza que la había movido a llegar hasta ese lugar se iba desvaneciendo
a medida que se acercaba a la casa, dejando solo una sensación de inminente
desastre. Checó su ropa, su cabello y su rostro, quería verse perfecta, en control, y a
pesar de llevar unos botines de tacón bajo para no presionar demasiado su tobillo,
había optado por un atuendo bastante chic y sobrio, que la hacía verse bien.

Al menos a nivel físico se veía impecable, sus emociones vueltas un ciclón


en medio del pacífico, eran otra cosa.

Cuando se apeó del auto recibió un mensaje de su primo preguntándole


donde estaba, faltaba poco para que comenzara a oscurecer y quería cenar en un
restaurante que le recomendaron en el hotel.
Estoy siguiendo mis instintos…

Tecleó conteniendo el temblor de sus manos.

¿Dónde mierda estás, Jessica?

Decidió ignorar la pregunta y colocó el teléfono en vibración, guardándolo


en el mismo bolsillo donde llevaba su billetera.

Respiró profundo al ver la hermosa casa de dos plantas, el corazón le


martilleaba en el pecho a medida que daba los pasos que la conducían a la puerta
principal; había bloqueado cualquier increpación que pudiese hacerse a sí misma,
si iba a hacer negocios con esa gente, lo mejor era enfrentarse a lo inevitable. Su
madre solía decirle que al mal paso había que darle prisa. Y el mal paso a dar era
confrontar las emociones fuera de una sala de juntas, separar los negocios de los
sentimientos.

Tocó la puerta de madera conteniendo la respiración, unas risas masculinas


delataron a la persona que iba a abrir la puerta, un hombre de piel blanca, ojos
grises y cabello corto oscuro, abrió y la observó con curiosidad, sonriéndole.

―¿Sí? ―preguntó con amabilidad― ¿Puedo ayudarte en algo?

Ella no sabía qué decir, pero haciendo acopió de toda su fuerza, habló:

―Buenas tardes, estoy buscando al señor William Ward ―informó con voz
firme― ¿Se encuentra?

―Sí, claro ―respondió él haciéndose a un lado―. Pasa adelante, se


encuentra en la sala ―indicó, dejándole el campo libre para que entrara.

Jessica dio un paso dentro de la casa con la garganta cerrándosele con un


fuerte nudo y los dedos de sus manos congelándose rápidamente. Quiso
arrepentirse de lo que estaba a punto de hacer. Era una idiota sentimentaloide que
estaba cometiendo una locura.

Treinta años de su vida se iban a reducir a unos pocos minutos en esa casa.

―¿Para qué lo buscas? ―inquirió el joven interrumpiendo sus


pensamientos nefastos, avanzando por el amplio pasillo. Entraron a una estancia
bien iluminada con grandes ventanales que dejaban ver el puente de San Francisco
y el mar, con el sol declinando en el horizonte.

―Yo… necesito hablar con él ―fue todo lo que pudo decir, apretando los
puños dentro de los bolsillos de su chaqueta.

―Papá, te buscan ―anunció el hombre.

Jessica ya se imaginaba que ese joven era el hijo del señor Ward, apretó los
labios en una fina línea y trago saliva.

En la sala estaban sentados tres hombres más y una mujer. Uno de ellos era
idéntico a aquel quien le había abierto la puerta. Jessi sentía que las piernas se
debilitaban a cada paso que daba, ante la vista de lo que parecía ser la perfecta
familia feliz.

William Ward era un hombre de más o menos su estatura, tal vez un poco
más bajo, de cabello oscuro y tupido con algunas hebras plateadas en las sienes,
delgado y de expresión un tanto dura en sus facciones, que se suavizaba solo un
poco por la sonrisa que tenía en sus labios en ese momento. A su lado se
encontraba su esposa, Holly, una mujer hermosa de aspecto amable, de cabello
corto, rubio oscuro, y lindos ojos azules; en la esquina contraria del sofá estaba
Bruce, el hijo mayor, una copia de su padre, solo que con quince centímetros más
de estatura, una barba recortada, sin arrugas ni canas; en el suelo, sentado sobre un
esponjoso cojín, estaba el clon de quien le había abierto la puerta, solo que este
tenía el cabello un poco más largo, cayéndole de forma desordenada sobre la frente
y las orejas.

Jessica miró a todos de hito en hito, estaba casi segura de que el color había
abandonado su rostro y una palidez espectral se adueñó de ella, todos la miraban
expectantes, incluso el joven que le había abierto la puerta, estaba allí observándola
con curiosidad, esperando que ella abriera la boca.

Sabía todos sus nombres, aunque no estaba segura de quién era quien, en
cuanto a los gemelos; pero los conocía bien, al menos de nombre y posición en el
árbol genealógico.

Bruce era el primogénito de la familia, le llevaba cuatro años de diferencia.

Se negó a sí misma ver las fotos de todos ellos para que no le doliera, sin
embargo conocía sus edades, porque a ratos se enfurecía con todos los Wards y era
débil, tenía que saber.
Su ceño se frunció, los años de angustia y rabia le dieron el coraje para
continuar. Ella había pasado años preguntándose por qué, y allí estaba su
respuesta. En esas cuatro personas que rodeaban a William Ward.

Irguió la espalda, ella no tenía por qué sentir miedo o vergüenza. Y con voz
firme, soltó la bomba:

―Señor Ward, soy Jessica Medina, hija de Carla Medina. ―La expresión de
sorpresa y reconocimiento en el rostro del hombre mayor fue un alivio para ella,
sabía de quién hablaba, no podría negar su pasado, esto le dio más fuerza para
continuar―. Hace treinta y un años usted y mi madre tuvieron una relación… ―El
horror deformó el rostro de Will, Holly fue la primera en caer en cuenta de lo que
estaba a punto de pasar, abriendo los ojos con sorpresa y estupefacción. En cambio,
los otros tres hombres solo fruncieron sus ceños―. Yo soy hija de Carla… y usted
es mi padre.
CAPÍTULO 3

El Clan Ward y la Nueva Socia

―¿Me estás jodiendo? ―pregunto Gregory mientras se servía una taza de


café.

Su hermano mayor, Bruce, y su primo Fred, estaban allí. Frederick estaba


tan impresionado como él, escuchando la noticia bomba de la supuesta hija
extramatrimonial de William Ward.

―Quisiera… ―aseguró Bruce apretándose el puente de la nariz, apoyando


todo su peso sobre el espaldar de la silla.

Ese lunes habían llegado todos a las oficinas de WW y los viejos gemelos
Ward se encerraron en la oficina de William junto a sus esposas. Ellos no podían
ver nada desde donde estaban; las oficinas de la compañía tenían un estilo clásico,
las paredes llegaban hasta la mitad, con revestimientos de madera oscura, y
amplias ventanas que dejaban ver en ambas direcciones, solo había que liberar las
persianas para disfrutar de privacidad, y eso fue justo lo que Emily, la madre de
Fred, hizo apenas entró, evitando que todos ellos pudieran percibir lo que sucedía
dentro desde su posición estratégica en la sala de reuniones.

―¿Entonces el tío Will engañó a la tía Holly? ―preguntó el hijo de Wallace


con algo de pena. Bruce negó.

―No, parece que ella tiene treinta o treinta y uno ―aclaró el hijo mayor de
William―, no estoy seguro.

―Nació en la época en que nuestros padres se divorciaron ―dijo Greg,


sentándose de nuevo, entre Bruce y Fred―. Mamá andaba con Einar y papá tuvo
su aventura con alguien.

Bruce asintió.
―¿Y qué dicen los gemelos? ―preguntó Fred.

―Están felices de tener una hermana, dicen que es genial que haya alguien
por ahí que sea novedad, para variar, y no ellos ―respondió Bruce con
frustración―. Lo cierto fue que en el momento en que esa mujer soltó la bomba, mi
papá y yo nos levantamos de la silla como fieras… mamá reaccionó de forma más
calmada y le preguntó si quería tomar algo.

―Mi tía es genial ―se rio Fred―. ¿En serio hizo eso?

―Mamá es buena sacando cuentas, ¿no? Por algo es contable ―les recordó
Greg―. Lo cierto es que seguro hizo los cálculos y supo que esta chica nació
cuando ellos dos estaban separados.

Se quedaron en silencio, Fred lamentó ver el estado de su primo Bruce, se


notaba que no había descansado, las ojeras empezaban a marcarse bajo sus ojos.

―¿Y qué más pasó? ―preguntó Gregory.

―Pensé que tú sabías ―lo increpó Frederick.

―Yo me acabo de bajar del avión ―le recordó él―, estaba visitando a Einar
durante el fin de semana.

―¿Y qué más saben de ella? ―preguntó Fred, estaba interesado en saber los
detalles, lo cierto es que según la historia familiar, hacía más de cuatro
generaciones que no nacía una mujer Ward. Bruce suspiró.

―Nos dijo su nombre, y que tiene el mismo color de ojos que nosotros, del
resto no hay gran cosa ―contó este―. Papá quiere hacer averiguaciones porque,
aunque asume que sí tuvo una relación amorosa con su madre durante los dos
años que estuvo en Venezuela, lo último que supo de ella fue que se había casado
con otra persona.

―Qué complicado ―soltó Fred, terminándose su taza de café.

―Lo que no entiendo es por qué no apareció antes ―expresó el mayor con
desagrado y confusión―. Por qué esperó hasta ahora, es… inverosímil.

―Bueno, hermano ―intervino el rubio―; hace treinta años no eran tan


expeditas las comunicaciones. Llamar entre países no era tan sencillo y seguro que
papá no le dijo: hey, mujer, toma mi teléfono, me llamas si quedas embarazada
―se rio.

―¿Crees que esto es gracioso? ―se quejó Bruce con severidad.

―Es malditamente hilarante ―respondió su hermano con tranquilidad―.


No has caído en cuenta, pero tanto mamá como papá fueron unos aventureros.
Mamá me tuvo a mí con Einard, un guitarrista de una banda punk que recorría el
país en una caravana y papá tuvo a su hija mestiza, seguramente con una caliente
mujer latina… solo para volver a reunirse, hace veintinueve años, darse cuenta que
seguían enamorados y volver a casarse: la prueba está en las dos patadas en el culo
que son Sean y Stan.

Bruce lo miró con el ceño aún más fruncido, pero segundos después lo
suavizó y se echó a reír.

―Joder, es probable que tenga una hermana ―musitó pasándose ambas


manos por el cabello―. ¿Por qué las parejas de esta familia son tan complicadas?

―Oh, vamos, no es tan malo ―intervino Fred―, no es como que sea una
enfermedad venérea, o incluso una mujer que te trae de cabeza, todo se
solucionará.

―Sí, Fred aquí tiene razón, hermano ―Greg apretó su hombro con
firmeza―. No es como la accidentada cenicienta de él.

―O la misteriosa amazona del avión ―atacó Frederick ante el tono burlón.

―Touché ―puntualizó el rubio―. Las jodidas mujeres nos van a volver loco.
¿Creen que los gays lo tengan menos complicado?

―No, para nada ―respondió Stan entrando en la sala―. Los dramas son los
dramas y no están exentos de ellos. ¿Acaso no has visto las reinas del drama que
pueden llegar a ser?

Los gemelos se sentaron uno al lado del otro, frente a ellos. Traían en sus
manos unos portaplanos y otros documentos que depositaron en la mesa.

Stan era arquitecto, y junto a su equipo se encargaba del diseño del nuevo
centro comercial. Era el gemelo de cabello largo y ondulado. Sean era el ingeniero
de la familia, y manejaba el departamento de ingeniería, tenía su oficina oficial en
el Embarcadero, donde monitoreaba todo los procesos de entrada y salida de
maquinaria y materiales; no obstante, a primera hora de la mañana recibieron el
mensaje de que el nuevo socio J.M iba a ir a conocer las oficinas a las diez, así que
todos los Ward debían presentarse junto a la plana mayor para estar al tanto de la
nueva adición al equipo; que todos esperaban fuese solo inversionista y no que
deseara ser parte activa de la empresa.

Así que, de una forma u otra, los Ward tenían que reunirse todos ese lunes,
en la sede principal.

Pero la noticia de que había una hija bastarda por ahí, que recién aparecía,
justo en un momento crucial, los traía a casi todos con los nervios de punta.

―¿Crees que quiera dinero? ―preguntó Gregory tras unos minutos de


silencio y cavilaciones.

―Ella dijo que no ―respondió Sean, jugando con el colgante de su collar. Él


se valía de la excusa de que como era ingeniero sus atuendos no requerían trajes ni
corbatas, así que iba con pantalón de mezclilla y un suéter ceñido al cuerpo.

―¿Y le creen? ―inquirió de nuevo el rubio, con escepticismo.

―Bueno, en realidad, no parecía estar necesitada ―comentó Stan,


levantándose para servirse un café―. Se veía bien vestida, elegante… no como una
recién llegada asustada.

―La verdad es que después de mencionar que era hija de nuestro padre
―contó Bruce― y tomarse un vaso con agua que le ofreció mamá, simplemente
dijo que quería conocer al hombre que le dio la vida y abandonó a su madre a su
suerte. Luego agradeció por el agua a mamá y se marchó.

―¿Qué dijo mi tío a esa acusación? ―preguntó Fred.

―Que él nunca supo nada, que cuando dejó Venezuela la tal Carla no le dijo
que estaba embarazada y después de eso nunca volvió a saber de ella, salvo que se
había casado con un hombre que era amigo de ambos y que tenía una hija, más no
qué edad tenía esta ―resumió Stan con bastante celeridad―. Todo es posible,
quiero decir, tiene el mismo color de ojos que nosotros.

―Sí, pero todos sabemos que los ojos grises no son hereditarios ―le recordó
Fred―, no está en nuestra genética o algo así, es un fenómeno llamado Rayleigh [2]
o alguna falta de melanina, nadie sabe… pero no es herencia.

―Bueno, pero es lógico que, si nuestros padres sufren de este fenómeno, los
hijos también puedan sufrirlo ¿no? ―inquirió Gregory―. Todos ustedes tienen los
ojos grises, seguro que yo de ser hijo biológico de papá, también los tendría grises.

Todos asintieron.

―Bueno, no sabemos qué va a pasar con esa mujer ―recalcó Bruce―,


tampoco sabemos más de ella, no tenemos un teléfono o email o dirección. Ni
siquiera sabemos si está en San Francisco de paso, así que lo mejor es dejar el tema
por ahora, hay cosas más importantes en las que concentrarse.

―Eso es cierto ―se sumó Fred―. Hoy sí vamos a conocer al nuevo socio, lo
ideal es enfocarnos en un problema en la vez.

―Bueno, entonces mejor hablemos de la cenicienta ―propuso el rubio con


una sonrisa maliciosa.

―¡Claro! ―aceptó él enarcando una ceja al mirarlo―. Justo después de que


hables de la castaña que te usó de juguete sexual en el avión y ni siquiera te dijo su
nombre.

Todos rieron ante esa respuesta. Frederick era considerado el Ward más
amable y gentil, pero no significaba que fuese tonto. Había crecido con otros cuatro
Ward, porque a pesar de que Gregory no era hijo biológico de William, su vida y
crianza fue con ellos, nadie dudaba que Will amaba a Greg como su hijo.

―Pues esa mujer me ha dejado trastornado ―confesó sin un ápice de


vergüenza―. Se subió a ese avión y desde que la miré y olí su perfume supe que
estaba perdido.

―Te enamoraste ―se burló Stan.

―Irremediablemente ―asumió el rubio en tono teatral―. Pero está bien,


porque dudo mucho que pueda volver a verla, es decir, no sé ni su nombre, si vive
en Los Ángeles, o solo estaba de paso… no creo que sea del mundo de la
farándula.

―Joder, debió ser muy buena cama ―se mofó Bruce.


―Hermano, me usó como quiso ―asintió el rubio con una sonrisa de
nostalgia―. Me dejó inconsciente en ese avión hasta que la azafata me despertó,
desnudo y empalmado… al menos tengo la dignidad de que quedaré como una
leyenda en esa aerolínea, porque el gran Vikingo de entre mis piernas estaba bien
erguido en todo su glorioso esplendor.

―¿No que los vikingos eran los que conquistaban? ―preguntó con una
risita su hermano Sean―. Y no me refiero a tu pito, hermano.

―Pues sí, pero ya ves… Mi pito y yo encontramos una tierra inconquistable


―suspiró con pesar.

Desde que esa mujer latina se perdió entre el mar de cabezas y gente del
aeropuerto, él se sintió descolocado y desconsolado. Nunca antes una fémina le
había dado esquinazo como esa, mucho menos, fue objeto de un rechazo tan
rotundo como el sufrido. Sí, no mentía cuando aceptaba que estaba
irremediablemente flechado por esa extraña y misteriosa mujer. Lo único que le
quedaba era contratar a un hacker que pirateara los archivos de la aerolínea para
que le diera el nombre de su compañera de vuelo, o ver si alguno de sus conocidos
y contactos tenía el modo de descubrir quién era la dama en cuestión, porque tenía
acciones en British Airways. Y no era una exageración, estaba barajando varios
nombres, antiguos amigos de la universidad que pudiesen ayudarle.

―¿Y qué contigo? ―increpó Bruce a Frederick―. ¿Tienes ahora una nueva
princesa en tu vida? ¿Qué es eso de la cenicienta?

―No que Geraldine era la mujer de tus sueños y todo eso ―le recordó Sean
con una mueca burlona.

―Pues me alegro de que mi primo se busque otra ―agregó Greg en tono


solemne―, de verdad que es un desperdicio dedicarse a una sola mujer, sin por lo
menos haber probado las mieles de algunas otras… muchas de preferencia.

―Algunos tenemos suerte de encontrar al amor de su vida a la primera,


Vikingo ―le amonestó Frederick con una sonrisa―. Pero esta dama se ve
interesante. Quién sabe, la verdad es que no espero casarme con ella, y ya que
Geraldine y yo estamos en una de nuestras separaciones técnicas, pues… puedo
divertirme sin remordimiento… además, me parece que está de paso en la ciudad.

―Aaaaah ―exclamó el rubio―. Entonces lo que tú quieres es un romance


de primavera ―se mofó de su romanticismo―. Bueno, está bien, somos jóvenes,
hay que divertirnos, yo lo que quiero es el desquite con la mujer del avión, una
buena follada donde sea ella quien quede agotada en la cama y recuperaré el
honor.

Todos se rieron, Frederick negó con su cabeza, sin dar crédito a lo que
escuchaba.

―Pues me alegro de no tener esos problemas ―suspiró Stan―, por ahora


no lo necesito.

―Te oigo, hermano. ―Sean elevó el puño para chocarlo con su gemelo―. El
único aquí que tiene todo claro es Bruce.

―El maravilloso… ―dijo con voz pomposa Greg.

―…El portentoso… ―agregó Stan.

―…El incomparable… ―se sumó Sean.

―… Y futuro esposo ―entonó Fred.

―Hermano mayor ―corearon todos, soltando la risa.

Bruce les mostró el dedo del medio, haciendo que las carcajadas fuesen más
sonoras. Aparentemente necesitaban eso, sentirse ligeros ante lo que se avecinaba.
Estuvieron en silencio por varios minutos, cada uno enfrascado en su cabeza y
pensamiento.

―¿Y cómo se llama la nueva hermanita? ―preguntó Greg con una sonrisa
burlona. En cierta forma era incómodo estar en silencios tan largos―. ¿Tendré que
llamarla hermanita?

―Jazmín o Josephine ―respondió Bruce―. No recuerdo bien.

―Janeth ―dijo Stan.

―En realidad la noticia nos dejó tan atónitos que en lo que menos nos
fijamos fue en su nombre, solo lo dijo una vez y se marchó ―contestó Sean con
más tranquilidad―. Todo fue rápido, unos diez minutos tal vez, incluso la pobre
se veía trastornada, como si no quisiese estar allí.
―Supongo que deberíamos buscarla ―sugirió Bruce con algo de
preocupación tras meditarlo un poco―. Quiero decir, si de verdad esa chica es
nuestra hermana, debe estar pasando también por un montón de cosas… no debe
ser fácil estar en esta ciudad en busca de un padre perdido que te dejó
abandonada.

―¡¡Y allí está el amor fraternal!! ―exclamó Greg riéndose―. En el fondo


eres un sentimental, hermano mayor. ―Le palmeó la espalda con cariño.

―Aparecerá en cualquier momento ―aseguró Stan―, lo presiento, porque


es verdad, nadie solo aparece para decir: Hola, soy la hija que dejaste abandonada
hace treinta años, ahora me marcho de nuevo… La vamos a ver más temprano que
tarde, ya verán.

Cinco minutos después entraban los viejos Ward, sus esposas


permanecieron en la oficina de Will porque ellas no eran parte de la mesa directiva
de WW. Wallace, a diferencia de William, era un poco más fornido que su gemelo,
también llevaba el cabello cortado de manera distinta, así que no era difícil
identificarlos. en especial porque Wall siempre cargaba una expresión hosca. Solo
que, en ese instante, ambos tenían la misma cara, con la ligera diferencia del brillo
burlón en los ojos del padre de Fred.

Era obvio que estaba disfrutando de lo lindo de la metida de pata de su


gemelo.

Casi de inmediato llegó Leon Allen, el otro socio de la empresa, un hombre


que contaba con treinta y siete años; su atractivo era proporcional a sus conquistas,
lo que significaba que era un mujeriego reconocido. Sin embargo, era un excelente
negociante y había heredado sus acciones del socio minoritario de WW, que era tío
por parte de madre.

La secretaria ingresó entregando a cada miembro una carpeta con los


documentos de la reunión, con los puntos a tratar por cada uno. A petición del
señor Habott, se habían adicionado tres sillas para las personas que se unían. Bruce
había sugerido que posiblemente se debía a que aparte del socio y el abogado,
seguro incluían a un asistente. Esperaron de forma paciente, conversando sobre el
resto de los proyectos que pronto estarían culminados, Allen confirmó la
información que los gemelos enviaron por correo el fin de semana, el edificio en
Ontario estaría listo para ser entregado en apenas quince días.
Un revuelo en el pasillo les anunció que J.M había llegado. Al igual que las
oficinas de los ejecutivos principales, la sala de reuniones era una estancia con
paredes hasta un metro veinte de alto y del resto paneles de vidrio para dar la
sensación de amplitud.

Todos se volvieron en dirección a las tres personas que se acercaban; dos


hombres: uno de ellos era el abogado y el otro alguien de marcados rasgos latinos;
avanzaban conversando de forma animada. Detrás de ellos, una mujer que no se
alcanzaba a ver por completo, caminaba con paso firme, atenta a lo que veía. La
puerta de la sala se abrió para darles paso, los dos hombres entraron y Tom Habott
hizo las presentaciones pertinentes.

―Señores, que bueno es verlos ―dijo con voz afable y entusiasta―. Quiero
presentarles a Joaquín y Jessica Medina, ellos compraron las acciones de Ward
Walls.

Expresiones atónitas se fijaban en la mujer, que tras un barrido general


mantuvo la expresión fría e impasible.

Wallace se adelantó junto con Allen a darles la bienvenida, sin percatarse


que detrás de ellos quedaban el resto de los Ward, sin poder moverse.

Gregory sintió que el mundo había dejado de existir bajo sus pies, la exótica
latina del avión estaba allí, frente a él. Vistiendo un impecable traje de dos piezas
de color negro, hecho a la medida.

Frederick se puso nervioso, le tomó por sorpresa descubrir que la sexy


trigueña del sábado se encontraba plantada en esa sala, con una expresión tan
impersonal en su rostro, esa vez no con la melena recogida sino con una cascada de
cabello castaño oscuro enmarcando su rostro de finos rasgos.

Bruce y los gemelos hacían un esfuerzo por mantener sus mandíbulas en su


sitio.

Fue William quien, con voz contenida, puso voz a todas las mentes que
observaban la escena.

―¡¿Qué significa esto?! ―casi bramó.

Ella giró su cabeza en dirección al hombre que le había gritado. Entornó


ligeramente los ojos y con una frialdad glacial que los hizo estremecer a todos,
respondió.

―Yo compré las acciones en la bolsa, soy la nueva socia de Ward Walls.

Wallace miró a su hermano y luego a la joven mujer, repitió la operación un


par de veces y al detallarla con más cuidado, notó sus ojos.

La sorpresa pudo más que todo lo demás, luego sonrió con una mueca de
burla, e inquirió sin poder contenerse:

―¿Eres tú la joven que dice que es hija de mi hermano?


CAPÍTULO 4

De Princesa a Bruja

Gregory se giró hacia su primo Fred con el espanto pintado en el rostro. Tan
consternado se encontraba que no fue capaz de percibir el pasmo en el semblante
de este; que se volteó también en su dirección buscando un ancla a la realidad,
porque su primo era su mejor amigo, la persona que solía darle claridad cuando
andaba confundido, a pesar de hacer pésimos chistes sobre la vida sexual y
amorosa de Frederick.

Sin embargo, antes de poder articular palabra para comunicarle al Vikingo


que esa mujer era su cenicienta, este abrió la boca y soltó su sentencia en un susurro
aterrador:

―La mujer del avión.

Fred abrió los ojos espantado.

―¿Qué? ―preguntó con un hilo de voz.

―Ella es la mujer del avión ―repitió el otro de nuevo, lleno de nerviosismo.

El intercambió se dio en voces muy bajas, tanto que más parecía que se leían
los labios. Los gemelos y Bruce miraban a la recién llegada con sorpresa. Fue Sean
que se volvió hacia Stan y le dijo:

―Ahora di que nos vamos a ganar diez millones de dólares.

―¿Qué? ―replicó el otro confundido. Todos se habían vuelto a mirarlos, sin


comprender a lo que se referían.

―Bueno, dijiste que presentías que pronto íbamos a volver a verla, y


¡demonios, hermano! Tuviste toda la maldita razón ―se burló Sean―. Ahora
quiero diez millones de dólares… ¡¡Vamos!! ―lo azuzó―. ¡Dilo!

La situación inverosímil superaba cualquier telenovela latina. Tom miraba a


Jessica con el ceño fruncido, Leon estaba confundido de forma muy visible y la
mueca burlona de Wallace se acentuó mucho más.

―¿A qué se refiere el señor Ward, Jessica? ―preguntó el abogado con voz
templada.

―A que William Ward es el padre biológico de mi prima ―se adelantó


Joaquín.

―Pero eso no es ningún impedimento ―recalcó ella con voz de acero―, no


estoy aquí para reclamarle nada. Solo vine a hacer negocios.

―Esto es… ―Leon Allen se aclaró la garganta―… Inusual. Creo que me


perdí de algo aquí.

―No se ha perdido de nada, señor Allen ―aseguró Jessica, dirigiéndose a


una de las sillas que estaba desocupada, apoyó las manos en el espaldar y se
enfocó en todos por unos breves segundos. El reconocimiento la impactó, no solo
al descubrir que el encantador caballero del sábado estaba allí, sino que el rubio
sexy del avión se encontraba a su lado; por suerte, los años que tenía en ese mundo
le habían servido para controlar cualquier reacción delatora―. Estos asuntos
personales son insignificantes, el señor William Ward no me conoce, no tiene
responsabilidad legal conmigo, y lo cierto es que invertí una cuantiosa suma de
dinero en sus acciones. ―Su comisura se estiró un poco, una breve sonrisa se pintó
en su boca de color cereza―. Me ha costado ganarme cada centavo, no pienso
cambiar mis estrategias de negocio ahora.

Joaquín procuró contener la risa ante el efecto dramático que se estaba


generando. El único que, en apariencia, parecía disfrutar con toda la situación, era
Wallace. El latino palmeó el hombro de Tom y le hizo un gesto para que avanzara,
los tres tomaron asiento para comenzar la reunión, mientras los otros no
alcanzaban a salir de su asombro.

―Creo que es prudente que nos presentemos, ¿cierto? ―propuso Gregory


tras unos segundos procurando reponerse de la consternación, sentía la garganta
reseca, y la temperatura de su cuerpo había descendido al mismo nivel de frialdad
de Jessica―. Mi nombre es Gregory Einarson-Ward ―dijo con un poco más de
confianza―. Soy representante de ventas en el extranjero, en los desarrollos
inmobiliarios fuera del país.

Jessica apenas hizo un asentimiento mirándolo a los ojos como si no lo


reconociera. Fred la observó de hito en hito, sin poderse creer lo que su primo le
había dicho. También se aclaró la garganta y prosiguió:

―Frederick Ward, CEO de Finanzas ―se presentó con voz firme―. Hijo de
Wallace Ward.

―Bruce Ward, CEO general

―Yo soy Stan Ward, arquitecto. Co jefe del departamento de Ingeniería y


Desarrollo ―se introdujo con más tranquilidad, sonriéndole de forma amable.

―Y yo soy Sean, hola de nuevo. ―Como estaba más cerca de ellos, se estiró
para estrecharles la mano. Jessica correspondió de forma natural, con un apretón
firme.

―¿Cuál es tu área, Sean? ―preguntó Joaquín con evidente interés.

―Ingeniería ―contestó―. Stan trabaja aquí y yo en la sede operativa en el


Embarcadero.

―Bien, gracias por responder ―acotó Joaquín con una sonrisa afable, que el
gemelo correspondió ampliando la suya.

―Bueno, los socios principales actualmente son el señor Wallace ―enumeró


Tom Habott ignorando el ambiente tenso y las miradas en su dirección―, el señor
William y el señor Leon Allen. Las acciones se reparten entre ellos tres y ahora
ustedes.

―Oh, no… creo que no entienden ―aclaró Joaquín―. Yo no compré


acciones de Ward Walls, estoy aquí en calidad de asesor de inversiones de mi
prima Jessica, ella es la dueña completa del veintiún porciento de las acciones que
sacaron al mercado.

Todas las miradas de los Ward se enfocaron en ella, que se mantuvo


impasible ante el escrutinio.

―Jessica y yo sí tenemos un fondo común de inversión, J.M, como se conoce


en el mercado, pero lo cierto es que cada uno de nosotros maneja inversiones
individuales, pero como pueden notar, tanto ella como yo tenemos las mismas
iniciales, de allí la confusión ―explicó con amabilidad―. Dependiendo de los
estudios que llevemos a cabo respecto a la compañía en las siguientes semanas,
decidiremos si el fondo de inversiones asume el diez punto cinco porciento de las
mismas, es decir, la mitad. Por ahora, su única socia es ella.

Sorpresa, asombro, extrañeza, maravilla; cada rostro expresaba una emoción


distinta. A Jessica le chocaba en especial la de Wallace Ward, que parecía
encantado con toda la revelación y no dejaba de verla de forma maliciosa.

El silencio se fue prolongando, Joaquín mantenía la sonrisa tranquila, al fin


que estaba consciente del profundo impacto causado por la noticia. Jessica, aunque
perfectamente controlada en el exterior, por dentro se sentía como un terremoto de
diez en la escala de Richter en plena sacudida tectónica.

―¿Alguna vez han hecho inversiones inmobiliarias? ―preguntó Leon Allen


tras un rato, viendo que nadie más decía nada.

―No, nos enfocamos en el nicho tecnológico y de salud ―respondió Jessica.

―Estamos ampliando a mercados un poco más sólidos ―complementó


Joaquín.

―¿Y qué edad tienes, Jessica? ―preguntó Wallace con malevolencia, ella lo
encaró y entornando un poco los ojos, respondió con el mismo tono.

―Los suficientes como para saber hacer negocios, y preferiría que se


dirigiera a mí como señorita Medina, si es tan amable, señor Ward ―contestó―.
Aún no tenemos el nivel de confianza para tutearnos y por el bien de los negocios
deberíamos evitar cualquier roce personal.

Los gemelos abrieron los ojos sorprendidos, la mujer buscaba mantener las
distancias personales con todos ellos sin dar cabida a ningún tipo de contacto que
no fuese de índole comercial.

Frederick lo sintió como un golpe en la boca del estómago, estaba en pleno


debate interno por sus emociones, la divertida y dulce mujer del fin de semana
había desaparecido, dejando en su lugar a esta fría empresaria que los miraba a
todos con un deje de desprecio.

―Creo que deberíamos enfocarnos solo en lo referente a los negocios


―propuso el abogado terciando entre los ánimos que empezaban a caldearse―, en
realidad, sabemos que una sola reunión no informará por completo a la señorita
Medina sobre los proyectos de la constructora, por ahora el interés era que se
conocieran y ella tuviera una mejor perspectiva del negocio.

―Dependiendo de lo que veamos, consideraremos reducir o extender


nuestra estadía en la ciudad ―mencionó Jessica, manteniendo la compostura―.
Por ahora hemos estipulado quince días para estar aquí. ¿Habilitaron la oficina que
solicitamos?

―Sí ―contestó Frederick todavía con turbación―. Pensamos que iba a


venir el sábado, señorita Medina ―dijo con algo de antipatía.

―Gracias ―dijo ella con una sonrisa maliciosa y mirada gélida―. Entonces,
si no hay más que acotar aquí, creo que podremos tomar posesión de la misma y
en el transcurso de la semana ponernos al día sobre los proyectos de construcción
de la compañía. Desde que adquirí las acciones investigué lo que han hecho y están
en pleno desarrollo de un enorme, diría que gigantesco, centro comercial acá en
San Francisco. También sé de la torre residencial en Ontario que están a punto de
entregar la próxima semana.

―¿Y el conjunto residencial en Madrid? ―preguntó Gregory en perfecto


español, con un ligero acento americano.

―No, señor… ¿Ward? ―contestó ella también es español―, en Madrid


estaba en una conferencia sobre desarrollo tecnológico ―informó―. ¿Tenemos un
próximo desarrollo en Europa? ―preguntó en inglés.

―No… ―intervino William que la miraba con reprobación―. No tenemos,


Ward Walls, los Ward tenemos ―hizo énfasis― un nuevo proyecto en Europa
―soltó con desagrado. Casi todos se removieron en sus asientos por el tono usado.
Jessica sonrió con evidente deleite, como si esperara esa misma reacción.

―Pero, señor Ward ―increpó ella con voz melosa―, yo soy su socia, ahora
también soy parte de Ward Walls.

Aquellas palabras fueron como un baldazo de agua fría, incluso Joaquín


sintió un escalofrío en su cuerpo. William y Jessica se miraban a los ojos de forma
retadora, entre ellos dos se estaba desarrollando una batalla campal. Joaquín no
conocía el carácter de William, sin embargo, comprendía muy a cabalidad lo que
podía llegar a hacer Jessica con tal de tener la razón.
Bruce también estaba al tanto de lo explosivo que era su padre, más en una
situación de tensión como aquella. Esa reunión había sido todo un proceso de
silencios incómodos, revelaciones desconcertantes y aclaraciones de garganta; así
que hizo lo propio, fingió una tos para romper la tensión y que todos se fijaran en
él.

―En las carpetas que tienen delante de ustedes en la mesa, encontrarán los
detalles de los proyectos en curso ―explicó Bruce, señaló las mismas,
rectangulares, negras, de cuero, con el emblema de la empresa en bajo relieve.

―Si nos indican dónde está la oficina, nosotros nos retiramos allí para
empezar a analizar todo ―indicó Jessica poniéndose de pie mientras tomaba los
documentos, de inmediato, su primo y el abogado la imitaron.

Gregory y Fred hicieron lo mismo, mirando con especial avidez a la mujer.

―Yo puedo guiarlos ―dijeron a la vez. Todos se volvieron a verlos con


curiosidad.

―Bueno ―se aclaró Frederick―, su oficina está contigua a la mía, así que
puedo llevarlos.

―Claro, iba a decir lo mismo, mi oficina está justo en frente a la de ellos


―exteriorizó el rubio.

―Supongo que una secretaria podría hacer lo mismo ―señaló Jessica con
una sonrisa fría y condescendiente―, asumimos que la familia Ward querrá hablar
sobre lo que acaba de suceder ―puntualizó sin un gramo de duda.

Iban rumbo a la puerta, Tom Habott estaba poniendo la mano en el


picaporte cuando Wallace decidió hacer una última pregunta.

―¿Por qué? ―Los tres se detuvieron y giraron en dirección a su


interlocutor―. ¿Para qué compraste las acciones de la compañía?

―Eso es obvio ―respondió ella, sonriendo de forma retorcida―. Quería


saber qué se siente hacer negocios con los Ward, ser parte de… la familia…
―Todos se removieron ante esa sentencia―. No obstante, reitero lo que dije hace
rato: Solo vine a hacer negocios. Me ha costado mucho hacerme de un nombre
respetable dentro del mundo de los negocios, uno que tenga peso y valor, lo que
menos deseo es cambiarlo y tener su apellido.
―¿Quieres destruirnos? ―continuó él con insistencia― ¿Vengarte?

Jessica frunció el ceño como si no diera crédito a lo que le estaban


preguntando. Soltó un leve chasquido con la lengua, algo apenas audible y negó.

―Yo no sé ustedes, pero no juego con el dinero ―aclaró con suavidad,


inclinó un poco la cabeza y miró a los más jóvenes, que la observaban, cada uno
con una expresión diferente en el rostro―. A veces puedo jugar con las personas
―sonrió, haciendo que un estremecimiento generalizado los recorriera―, pero no
con el dinero, o los negocios.

De forma digna dio media vuelta y se marchó, seguida por los dos
caballeros que la escoltaban.

Jessica tenía un debate interno, y agradeció que Joaquín se mantuviera en


silencio mientras se alejaban en busca de algún asistente que les indicara cuál iba a
ser su oficina. Miles de sensaciones la recorrían de pies a cabeza, la adrenalina
hacía que le martilleara el pecho y sintiera heladas las manos. Tenía un suspiro
atragantado en la garganta, pero no iba a dejarlo salir hasta que no estuviera sola o
con su primo. Ella los iba guiando de forma inconsciente, de por sí, cuando se
abrieron las puertas del elevador y reconoció el piso en donde estaban, se le fue el
alma a los pies.

Ella en realidad sí tenía entusiasmo por conocer a Rick, y por un instante


pensó que posiblemente era un empleado de allí, por lo cual, mantuvo la
esperanza de tener con quien divertirse mientras estuviera en esa ciudad, alguien
tierno y entretenido, que la llevara a vivir un romance en San Francisco, con cenas,
paseos y todo eso… nada más para salir de la rutina.

Solo que el destino era una maldita perra y le aventaba a la cara que el
galante caballero con complejo de príncipe de cuentos infantiles era, nada más y
nada menos, que el hijo de Wallace Ward, su primo.

Y ella estaba pasando de ser la damisela en apuros, de ser la princesa, a una


horrible bruja.

―¡Señorita! ―exclamó Antonio al verla, con una sonrisa deslumbrante―.


Qué sorpresa volver a verla, ¿cómo sigue su tobillo? ―preguntó de forma cordial.

Joaquín abrió los ojos y apretó la boca para no dejar salir la exclamación de
asombro ante esa afirmación. Tom frunció el ceño, pero decidió callarse, no era la
primera vez que esos dos terminaban enredados en negocios extrañamente
complicados, pero los años le habían dado la confianza de que siempre salían
ganando cuantiosas sumas de dinero.

―Mucho mejor, Antonio, gracias ―le dijo con una sonrisa afable. Jessica
miró por sobre su hombro y entornó los ojos en una amenaza velada―. Soy la
nueva accionista de la empresa y me destinaron una oficina al lado de la del señor
Frederick Ward.

El asistente abrió los ojos de forma más graciosa que Joaquín.

―¡Qué casualidad! ―soltó una risa divertida―. Permítame indicarle dónde


está.

Al minuto siguiente se despedían del joven, en la oficina se encontraban dos


escritorios bastante amplios, con sus respectivas sillas presidenciales, en una de las
paredes divisorias entre las dos oficinas ―una que intuían era la de Fred― se
encontraba un sofá de color negro, similar al que el Ward tenía en su propio
despacho. La decoración era casi nula, y los estantes estaban vacíos, pero eso era lo
menos importante. Tom y Joaquín se apresuraron a bajar las persianas para tener
privacidad, cerraron la puerta y se volvieron en dirección a Jessica que se dejaba
caer en el sofá como si la arrastraran una tonelada de preocupaciones.

―¿Qué fue eso? ―preguntó Tom con evidente molestia―. ¿Por qué mierda
me ocultaste que William Ward es tu padre?

―Es una historia muy larga, Tom ―intercedió Joaquín, colocando una
mano fraternal sobre su hombro―. En realidad, se suponía que ella no iba a
decirles nada, pero ayer fue a su casa y le contó la verdad.

―¿Pretendes destruir la empresa o algo así? ―inquirió el abogado. Jessica


negó.

―Para nada, yo no juego con el dinero de ese modo ―repitió, solo que esta
vez de forma seria―. Gracias por venir Tom, lamento todo esto.

―Les cobraré el doble ―amenazó con fingida seriedad―. ¿Si sabes que
tengo problemas de corazón? ―Se llevó una mano al pecho―. Una noticia de esas
podría matarme.

―Entonces te equivocaste de carrera ―se burló Joaquín.


Tom se acercó hasta ella y le dio un beso en la mejilla, su relación no era solo
de índole laboral, ellos eran amigos desde la escuela de negocios de Harvard;
luego estrechó la mano de Joaquín y salió de allí.

Al saber que estaba en un entorno más íntimo, Jessica soltó el suspiro que la
estaba asfixiando. Su primo se sentó a su lado y apoyó el hombro contra ella.

―¿Entendí todo bien? ―inquirió tras un rato―. Frederick Ward es el tierno


caballero del sábado con complejos de príncipe encantador.

―Maldición ―exclamó bajito ella, afianzando los pies en el suelo,


descansando los codos sobre las rodillas y tomándose la cabeza con las manos―.
Maldición-maldición-maldición…

―Bueno, Jessi ―intentó consolarla―, no es para tanto. ―Se puso a su


altura―. Al menos es solo tu primo y no se conocen, y en especial, no pasó a
mayores.

Ella asintió ante sus palabras, se puso en pie y anduvo de un lado a otro.

―No lo entiendes, ese no es el problema ―farfulló con desesperación


haciendo un gesto con las manos como si eso fuese insignificante―. El hombre del
avión estaba allí ―le dijo con la cara desencajada―, el rubio, Gregory… dijo que es
de apellido Ward ¿recuerdas? Y fue con quien me acosté durante el vuelo.

Una expresión de pasmo se formó en la cara de Joaquín.

―¿Y él es primo o algo así? ―inquirió. Jessica negó―. El único que hizo la
aclaratoria de que era hijo de Wallace fue Frederick, el de cabello negro, entonces…
entonces… ―la comprensión vino rauda a él―. ¿Te acostaste con tu hermano?

Jessica hizo una mueca de disgusto y Joaquín supo que de haber tenido algo
entre sus manos se lo habría lanzado.

Comenzó a reír de forma hilarante ante la atónita mirada de su prima,


quería decirle que no se preocupara, que nadie podía culparla porque no sabía
quién era, y no quedaba más que reírse de la jodida nefasta coincidencia.

―Al menos es atractivo y tuviste buen sexo ―le dijo en momento en que
pudo respirar―. Que cosas, al final sí jodiste a uno de los Ward.
La mujer lo miró con la boca abierta en una mueca de estupefacción, toda la
situación era tan inverosímil que le ganó la risa tonta y se echó a reír, casi de forma
histérica.

Cuando por fin se calmaron tras unos minutos de intensas carcajadas, ella se
apoyó contra uno de los escritorios y cruzó un brazo frente al pecho, sobre la que
apoyó el codo, y comenzó a pellizcarse el labio de forma un tanto compulsiva.

―Pues me follé a mi hermano… ―sentenció un tanto sombría―. La cagué


en grande, pero al menos el condenado está sexy y caliente… valió la pena.

Joaquín sintió pena por ella, su prima había pasado años enteros lidiando
con emociones extremas relacionadas con esa familia. Se levantó para confortarla,
asegurarle que todo iba a estar bien, que comprendía que esas palabras tan oscuras
solo eran producto de su propia ansiedad y desagrado; pero cuando iba a mitad de
camino, tres golpes furiosos sonaron en la puerta.
CAPÍTULO 5

Los Hermanos Ward

La puerta se abrió sin esperar a que ellos dieran la voz de entrada. En el


umbral se encontraba Gregory que, con el rostro pálido y una mueca de amargura,
observaba en dirección a Jessica, que a su vez se enfrentaba a la puerta desde su
posición circunspecta en el escritorio.

Cualquier rastro de desolación, duda o estupor por parte de la mujer


despareció de inmediato, dejando una máscara de frialdad detrás. Ofuscado, Greg
la miró directo a los ojos, y sin percatarse de si había alguien más en la oficina,
entró.

―No soy tu hermano ―dijo con la voz firme, más alta de lo que
pretendía―. William no es mi padre biológico.

La inexpresividad de Jessica ante su afirmación le ponía los nervios de


punta. El sonido de una garganta aclarándose, hizo que se girara a ver al hombre
latino que la acompañaba, y que desde la puerta no había visto.

―Creo que es buena idea que pase, señor Ward ―dijo Joaquín con
seriedad―. No creo que usted quiera tocar ningún tema de índole personal desde
el pasillo, donde todos podrían enterarse ―puntualizó él.

El Vikingo quiso patearse a sí mismo, la ofuscación nubló su juicio, nervioso


por las circunstancias del atolladero donde se había metido. ¿Qué iban a decir sus
hermanos si se enteraban que él estuvo follando con la hermana de ellos a miles de
pies de altura? Le causaba escalofríos solo de pensarlo.

Dio un paso dentro de la oficina, miró a Joaquín que estaba de pie frente al
sofá lateral, donde se detuvo debido a su intromisión tan poco educada.

―Lo lamento, yo… ―se detuvo, pasándose la mano por la nuca, como si
buscara aliviar un gran peso.

Joaquín sintió pena por el pobre hombre, si no era hijo de William como
decía, entonces él estaba en el medio de una disputa en la que no tenía cabida, ni
culpas.

―Voy a volver al hotel ―le anunció a su prima, acercándose hasta ella para
dejarle un beso en la mejilla―. Regreso con nuestras cosas en un rato, sé que no
quieres que esté presente ante la avalancha que se te viene encima. ―Ella asintió
ante su afirmación susurrada al oído―. Nos vemos luego, señor Ward. ―Estrechó
su mano con firmeza, luego se marchó, cerrando la puerta tras de sí.

―No soy tu hermano ―repitió el rubio apenas salió Joaquín.

―Te oí la primera vez ―contestó ella con frialdad. Rodeó el escritorio y


tomó asiento, abriendo la carpeta con los documentos de la empresa que tenía que
estudiar―. Eso debería importarme porque… ―acotó con indiferencia, enfocando
su atención en el primer párrafo de la hoja.

Gregory abrió los ojos sorprendido ante su actitud. ¿Acaso no lo recordaba


del avión? Si antes se había sentido agobiado por descubrir que la mujer que lo
traía loco todo el fin de semana, que incluso estuvo tentado a cometer un delito
cibernético, era hija de su padre adoptivo, el que no lo recordara era incluso peor.

Golpe al plexo solar y patada en los testículos, esa era la mejor comparación.

No deseaba continuar dando un espectáculo lastimero, pero ella ni siquiera


levantaba la vista de la hoja, de hecho, estiró su brazo sobre el escritorio para coger
un bolígrafo de la lapicera que habían dejado allí ―personalizado con la imagen
de la compañía como las carpetas― e hizo unas anotaciones al margen del folio.

Sabía que debía irse de allí, porque solo se estaba humillando a sí mismo,
pero algo impedía que se moviera; no sabía si era su ego el que lo mantenía
clavado en el sitio, sin embargo, sentía que debía decirle algo a esa mujer
descarada que tenía en frente.

―¿En serio no te acuerdas de mí? ―la increpó con voz más lastimera de la
que quería utilizar―. ¿No recuerdas cómo me asaltaste en el avión?

Ella levantó la vista, solo la vista porque ni siquiera movió la cabeza, soltó
una risita maliciosa.
―Claro que me acuerdo ―respondió dejando el bolígrafo sobre los
documentos―. Me divertí mucho de hecho, y no recuerdo que dijeras que no en
ningún momento… así que la palabra “asalto” está mal implementada aquí.

―¿Y por qué actuaste como si no me conocieras? ―preguntó furioso por la


desfachatez de Jessica.

―Porque no te conocía ―le hizo notar con total tranquilidad―. Que yo


recuerde, te dije claramente que no deseaba conocer tu nombre, ¿o me equivoco?

«Touché» pensó Gregory.

―¿En serio no te disgustó ni sentiste nada por la idea de que tal vez fuese tu
hermano? ―le preguntó, apoyando ambas manos en el escritorio, inclinándose
sobre ella con toda su estatura, para intimidarla.

―Morbo ―respondió Jessica con una sonrisa de medio lado, sin un rastro
de vergüenza o temor.

―¿Qué? ―inquirió él, confundido.

―Sentí morbo ―aclaró ella―. La verdad fue que no sabía que William
Ward tenía otro hijo, en cierta medida no es como que siguiera su vida por todos
lados, así que sentí morbo… me acosté con mi sexy y caliente hermano mayor.

El tono fue por demás lascivo, aunque sus ojos grises permanecían
impasibles ante el intenso escrutinio.

Gregory quería decirse a sí mismo que era una enferma por pensar eso, pero
ahora que la tenía en frente se mentiría de forma descarada si no admitiera
―aunque solo fuese para sus adentros― que también le parecía morbosamente
sexy la idea.

Se miraron a los ojos por un rato, sin decirse nada, cada uno midiendo la
reacción del otro. Jessica se sentía aliviada, lo cierto era que, a pesar de lo mucho
que pudiese detestar a esa familia, tenía en claro que los hijos de William, es decir,
sus hermanos, no tenían la culpa de su situación; por lo tanto no veía necesidad de
ser ruin o fría con ellos. No esperaba que se hicieran amigos, mucho menos algún
trato fraternal por parte de ellos, más cuando había llegado del modo en que lo
hizo, haciendo tambalear su mundo.
Pero si la trataban mal, o sin el mínimo de respeto que se merecía, entonces
sí se iba a volver una arpía cruel y fría.

Ella borró la leve sonrisa de sus labios y se puso en pie; Greg se enderezó al
ver su actitud decidida, derrotado porque ella no se intimidó, ni siquiera un leve
rubor en sus mejillas.

―La verdad es que no me interesa nada que no tenga que ver con los
negocios ―explicó ella, metiendo sus manos en los bolsillos, adoptando una
actitud desinteresada―. Si eres o no hijo de William, si eres o no mi hermano, ni
siquiera si eres o no casado… y si no tienes nada que decirme que esté relacionado
con la compañía, esta conversación finalizó, porque apuesto que habrá un desfile
de machos dolidos en mi oficina antes de que se acaba la jornada.

Anonadado y atónito, Gregory decidió recoger los pedazos de su dignidad


destrozada y retirarse, rumiando su amargura en el camino a su propia oficina, que
para su maldición estaba justo al frente de la de ella, eso implicaba que cada vez
que entrara, saliera o tuviera las persianas arriba, iba a verla.

Cuando salió de allí ―azotando la puerta como era de esperarse― se


adentró en su despacho. Destilaba furia y frustración por todos lados, así que bajó
las persianas para que nadie interrumpiera su estado de amargura. Además de que
no deseaba que sus hermanos notaran cómo estaba, porque no tenía fuerza para
explicarles lo sucedido con ella. Debía llevarse a la tumba lo ocurrido con la
“señorita Medina”; al menos le quedaba el consuelo de que podría desahogarse
con su primo.

Frederick creyó que el azote de esa puerta se escuchó en todo el piso. Él


mismo respingó cuando el golpe retumbó en las ventanas de la pared que
compartía con la oficina de al lado. Pensó en ir a tocarle la puerta y hacerle un
montón de preguntas, en especial porque se sentía burlado y quería saber si en
verdad ella no lo engañó diciéndole que no sabía a qué piso iba.

Tal vez lo peor de todo fue la confesión del Vikingo, saber que la mujer que
lo había flechado con su fogosidad e indiferencia fue anticlimático, porque aunque
su divertida cenicienta se veía simpática, él mismo podía intuir que de verdad era
fuego en su estado más puro y Fred deseaba derretirse en ella.

¡Había deseado!

Había deseado derretirse en ella.


Cuando no tenía conocimiento del lazo que los unía.

Seguía varado en la misma hoja, leyendo la misma línea una y otra vez,
enfocado solo en si Jessica Medina se había burlado de él aquel sábado, creyendo
que incluso lo del tacón roto era una estratagema para espiar a sus nuevos socios.

«Pero parecía verdaderamente perdida» pensó con frustración.

Se levantó para ir a la oficina de Medina, para encararla y sacarse de encima


esa sensación desagradable de desengaño, no obstante, al momento en que salía,
Bruce Ward entraba en la oficina contigua, tras haber dado un toque seco sobre la
puerta.

―Tenemos que hablar ―soltó con hostilidad su primo, así que decidió ir a
buscar un café, para ver si se calmaba un poco.

Jessica levantó la vista del cuarto folio de la carpeta al escuchar el golpe y


con el ceño fruncido vio cómo Bruce Ward ingresaba a la oficina sin esperar
autorización.

―Sí, claro, pasa adelante ―comentó con cinismo.

―¿Cuáles son tus intenciones con la empresa? ―preguntó alzando la voz.

―Hacer dinero ―respondió sin inmutarse―. O al menos eso intento, pero


primero necesito terminar de leer esto ―señaló los papeles frente a ella.

Bruce contrajo la frente incluso peor que ella, como si no diera crédito a lo
que Jessica le decía.

―Esta es la vida de mi papá y mi tío ―advirtió él con tono acusador―, no


permitiré que destruyas lo que con tanto esfuerzo mi familia construyó.

―¿Estuviste en la reunión de hace unos minutos dónde dije que yo no juego


con el dinero? ―preguntó la mujer con evidente fastidio―. Me ha costado sangre,
sudor y lágrimas llegar a dónde estoy, no vengo persiguiendo ninguna venganza
retorcida, lo cierto es que Ward Walls es una inversión sólida y vale la pena. Vi mi
oportunidad y la tomé, pensé con cabeza fría hacer esta inversión, incluso y a pesar
de que mi opinión sobre William Ward no es la mejor.

Dijo todo eso con la voz calmada, sin inflexiones especiales que delataran
nerviosismo; Jessica comprendía la ventaja de bailar alrededor de la verdad en vez
de lanzarse a una mentira que flaqueara en cualquier momento y la dejara en
evidencia.

―La verdad es que no entiendo por qué ―dijo Bruce bajando la voz y
sentándose frente a ella. La latina lo miró como si no lo comprendiera―. ¿Por qué
fuiste a contarnos que él era tu padre?

―Porque si no lo soltaba iba a terminar siendo un lastre en mis negocios


―contestó sin un gramo de duda en su voz. Jessica se recostó del espaldar de la
silla―. Verlo y hablar con él, que me tratara con amabilidad cuando yo sabía que
era mi padre, que dejó a mi madre embarazada y se negó a responder ni una sola
de las misivas que le envío… iba a ser una agonía.

»Eventualmente la incomodidad se va a ir, podremos terminar los negocios


y quizás ni siquiera tendremos que volver a vernos, Tom puede encargarse de
representarnos aquí en California, lo hace con las inversiones de Silicon Valley.

Bruce Ward y Jessica Medina se enfrascaron en un duelo de miradas donde


ninguno de los dos dio su brazo a torcer, si en verdad no era hija de William Ward
y no tenían parentesco, iba a ser una ironía que se parecieran tanto en el carácter.

Al menos parecía sincera en cuanto a que no le interesaba destruirlo, y


mientras esperaban el informe de la investigación de quién era esa mujer, que
solicitaron a su secretaria esa misma mañana, minutos después de acabada la
reunión; no le quedaba más opción que creerle cuando hablaba.

Jessica hacia un esfuerzo para mantener las cosas por separado, los hijos de
William Ward no tenían la culpa de lo que había pasado, su madre se lo repitió
una y otra vez, ni siquiera la mujer que era su esposa tenía la culpa porque ella no
lo buscó, fue él quien se marchó una mañana, sin decir nada, al mejor estilo de una
mala película de Hollywood.

Pero la mala actitud de los hombres Ward no se lo ponía fácil.

Así que decidió ignorar, porque lo único que se repetía en su cabeza en ese
momento era: «No voy a caer, no voy a caer», cuando en realidad lo que le provocaba
era gritarle que se marchara de allí si no quería terminar con la carpeta en la
cabeza.

Volvió su atención al informe que estaba leyendo, tomando notas y


constatando que la información fuese correcta. En eso estuvo diez minutos antes
de que Bruce suspirara sonoramente exasperado y se retirara de la oficina.

«¿Quién vendrá ahora?» se preguntó con un suspiro de cansancio.

Y cuando miró su reloj de pulsera, se dio cuenta que era la una de la tarde;
pensando en llamar a su primo para ir a almorzar y continuar estudiando todo
desde un bonito café o una terraza del hotel Hyatt, volvieron a tocar la puerta, esta
vez de forma amable y pausada.

―Adelante ―anunció en voz alta, la puerta se abrió y dos cabezas se


asomaron por el umbral, sonriéndole con picardía.

―Pensábamos invitarte a comer ―dijo Sean, mirando con interés al otro


escritorio vacío.

―Pero yo le dije que tal vez nos ibas a rechazar ―acotó Stan mirándola con
calidez―. Así que se nos ocurrió no dejarte escapatoria y traer la comida hasta
aquí. ―Levantó las manos donde varias bolsas de un restaurante de la zona
dejaban escapar un delicioso aroma a cangrejo―. ¿No dejarás a tus hermanitos
parados en la puerta?

Jessica los miró a ambos con perplejidad, aunque se hubiesen mostrado más
amables y receptivos que el resto de los Ward, no sentía mucha confianza.

―Pasen adelante ―pidió de manera educada―, gracias por sus


consideraciones.

Los dos entraron casi dando saltos, cerraron la puerta detrás de sí y por un
instante Jessica se quiso reír de su actitud tan desenfadada; sin embargo, no iba a
bajar la guardia, porque no sería la primera vez que podía ser subestimada por
algún hombre.

Sin importar que hubiesen pasado dos décadas del nuevo y moderno siglo
XXI, los prejuicios continuaban arraigados en las personas, que al verla no
pensaban que era una inteligente inversionista que se labró a sí misma, sino que su
percepción era la de una caliente y atractiva latina que probablemente era una
chica interesada o una esposa trofeo.

Aunque ellos no lo creyeran, solo cuando decía su nombre, la gente


cambiaba de actitud. Jessica Medina era un nombre respetado dentro del mercado
de las innovaciones tecnológicas; en cambio, en ese sitio, ella no tenía ese aval, para
los Ward literalmente era nadie.

Recogió los folios leídos, colocando las hojas al contrario para tener una
marca de dónde había quedado, cerró la carpeta y tomando el resto de hojas que
había sacado de la gaveta de su escritorio, las guardó en el mismo sitio, dejando
despejado el espacio para poder comer.

Stan sacó uno a uno los envases, mientras Sean ponía vasos de plástico de
otra bolsa y servía jugo de manzana.

―Sean tiene mala bebida ―explicó Stan cuando Jessica levantó una ceja
suspicaz ante la botella―. Una cerveza y se pone en exceso cariñoso.

―Eso no es verdad ―desmintió el gemelo de cabello recortado―.


Simplemente no me gusta beber en la oficina.

―Está bien, no me disgusta el jugo de manzana ―dijo ella―, no es mi


favorito, pero lo puedo tomar.

―¿Quién lo diría? ―replicó Sean en un tonito irónico.

―¿Qué cosa? ―objetó Jessica a las risitas de ambos hombres.

―Que serías idéntica a nuestro padre y hermano mayor ―puntualizó


Stan―. Tampoco les gusta el jugo de manzana.

―Eso no significa nada ―aclaró la latina, recibiendo el envase con su sopa


de cangrejo―. A muchas personas no les gusta el jugo de manzana.

Comieron sus primeros bocados en silencio, Jessica disfrutó el notorio


cambio, tanto como lo hizo con la deliciosa sopa.

―¿Ya habías venido antes a San Francisco? ―inquirió Stan.

Jessica notó que él, de los gemelos, era el que parecía más tranquilo y
centrado. Sean le recordaba un poco al humor de Joaquín, con sus chistes
inapropiados y su aura divertida. Ella asintió, mientras tomaba un sorbo del jugo y
hacía una mueca.

―Como dije, tengo inversiones en Silicon Valley, he venido a algunas de las


empresas donde tengo acciones o a visitar los proyectos que he financiado
―explicó.

―Cool ―dijo Sean―. ¿Por qué no nos buscaste antes?

―Sean ―musitó su gemelo con amonestación.

―¿Qué? ―preguntó el otro―. Quiero saber.

En su voz no había rencor, sino genuina curiosidad.

―La verdad es que no tuve necesidad ―respondió con su tono más


plano―. Yo no fui importante para William Ward ¿por qué iba serlo él para mí?

―Pero al final compraste las acciones de nuestra empresa ―le hizo notar
Stan.

―Sí, lo sé ―asumió Jessica―. Sin embargo, por muy contradictorio que


pueda sonar, no era la primera vez que me ofrecían acciones de compañías
inmobiliarias, solo nunca me habían interesado, y justo cuando les mencioné a mis
corredores que estaba pensando en invertir en ese mercado, me ofrecieron las de
WW.

―Y las compraste ―terminó Sean. Ella asintió.

―Pensaste que era el destino ―asintió Stan. Jessica inclinó la cabeza un


poco, como si dudara de esa afirmación, pero al final asintió.

―Podría decirse.

―Pues me molesta que, si sabías de nosotros, no nos hubieses buscado


antes ―rezongó Sean―. Habríamos hecho cosas geniales juntos, divertido juntos,
estudiado juntos…

―Probablemente, con lo linda que eres, habríamos tenido que golpear a


más de uno ―agregó Stan.

Ella soltó una carcajada.

―Sabía que William no me iba a aceptar ―espetó Jessica―. Por un tiempo


no me importó que yo no le importase… ―explicó con una leve nostalgia en su
voz.

Ambos hombres miraron a la mujer que se concentraba en su sopa, tal vez


extraviada en sus propias memorias.

―Bueno, nunca es tarde ―interrumpió Sean―. Podemos empezar, incluso


pareces menor que nosotros.

―Tengo treinta ―aclaró la latina.

―Y nosotros veintiocho, no hay gran diferencia ―insistió él.

―No presiones, Sean ―amonestó Stan―. Aunque sí sería genial que


pudiéramos salir por ahí, si no te sientes cómoda haciéndolo como nuestra
hermana, tal vez como nuestra socia. ―Sonrió con amabilidad.

Jessica los miró a los dos, casi se los imaginó de niños, llenos de rizos
sedosos y oscuros, con piel clara y ojos grises; era seguro que habían roto más de
un corazón en la escuela, también que con su dulzura consiguieron salirse con la
suya en más de una ocasión.

Si de verdad quería demostrar que no tenía problemas con los Ward y


quería llevar la fiesta en paz, era buena idea limar asperezas al menos con ellos.
Asintió.

―Claro, podemos salir cualquiera de estas noches ―aceptó con voz


suave―. No hay problema, no conozco mucho la ciudad, usualmente mis visitas
duran máximo dos días, todos ellos trabajando.

―¡¡Genial!! ―se expresaron ambos al tiempo.

El almuerzo terminó en conversaciones menos comprometedoras


emocionalmente, Jessica se enteró de que Stan hablaba francés, y entre bufidos de
aburrimiento de Sean, sostuvieron una corta charla en ese idioma. Sean era
fanático del ejercicio, se podía ver por sus dimensiones, aunque ella notó que sus
hermanos tenían buena genética, no eran muy fornidos, exceptuando tal vez
Gregory que tenía un cuerpo atractivo. Todos eran delgados y bastante altos.

Tras obsequiarle a Jessica un postre de chocolate, que Sean fue a buscar a la


sala de descanso del piso, donde tenían un refrigerador, Stan se encargó de recoger
las cosas con ayuda de ella y luego se retiraron con la promesa de que, a más
tardar el jueves, irían a un bar a tomarse unas cervezas.

Ella volvió a sus papeles y análisis, era preocupante que apenas la empresa
se hubiese mantenido a flote, tras la debacle inmobiliaria de 2008. Iba por la mitad
de los folios cuando la puerta se abrió una vez más y la persona que estaba
esperando desde el principio de todas aquellas visitas se apareció finalmente.

William Ward.

Ingresó en la oficina con aire digno, ni siquiera se anunció tocando la


puerta. Se plantó frente a ella y la observó de forma altiva.

Al fin el encuentro entre padre e hija se iba a dar.


CAPÍTULO 6

Choque de titanes

Jessica no supo cuántos minutos pasaron en silencio, ella sentía que el


corazón le martilleaba en el pecho tan fuerte que casi aseguraba que él podría
escucharlo. Se medían el uno al otro con la mirada fría; la latina procurando
mantenerse impasible y él con el ceño fruncido, delatando su ofuscación.

―Tú no eres mi hija ―soltó después de que el mutismo de ambos se hizo


insoportable.

―En realidad no me importa si me cree o no, señor Ward ―contestó ella a


la acusación.

―Quiero una prueba de paternidad ―exigió el hombre. No se sentó, se


mantuvo en medio de la oficina, con una mano dentro del bolsillo y una pose altiva
que buscaba imponerse sobre ella.

Solo que Jessica en vez de ponerse a farfullar nerviosa ante la solicitud, solo
se echó a reír.

Cada vez más alto.

Y así como empezó se detuvo, mirándolo de frente con expresión


mortalmente seria. Respondió:

―No.

William Ward fue quien sonrió ahora, con malicia y satisfacción; pensó
―tras haberse sentido confundido por la reacción de la latina con su carcajada―
que la había agarrado en la mentira.

―¿Tienes miedo de que las pruebas demuestren que eres una mentirosa?
―Para nada ―respondió con tono relajado―. Usted saque las cuentas, pero
la verdad no me importa demostrar que soy su hija, porque no quiero su apellido,
no le estoy pidiendo reconocimiento, no quiero nada de ti, ¿comprendes?
―finalizó tuteándolo.

El hombre frunció el ceño.

―No te creo ―espetó tras un rato―. Nadie se aparece de repente si no tiene


ningún interés… Pero no tendrás parte de la herencia, no te daré dinero.

―Pensé que eras más inteligente ―se burló ella de forma despiadada―. No
pareces ver las dimensiones más grandes del panorama… Yo, compré tus acciones.
Fui yo ―puntualizó― quien te dio dinero. Yo no necesito ser parte de los
herederos… ¿acaso no lo ves? Cuando ustedes repartan las acciones, tus hijos serán
los accionistas minoritarios, Frederick Ward será el mayoritario, y yo tendré más
poder que tus cuatro hijos juntos… y no tuve que heredarte, solo me tomó una
llamada telefónica, una firma y una transferencia de mi abultada cuenta bancaria,
ganada por mí misma, para salvar tu estúpida compañía.

»Después de darte cuenta de esto ¿crees que me interesa que aceptes o no


que eres mi padre?

La pregunta fue soltada con desapego y frialdad. Jessica no mentía en ese


sentido, con los años aprendió muchas cosas respecto a sus emociones, una de ellas
fue que no le interesaba la aprobación ―mucho menos los motivos― de William
Ward.

―Jessica Medina es alguien ―soltó la latina recostándose en su silla,


destilando confianza―. Jessica Medina es una mujer inversionista, que estuvo
varios años en los primeros treinta puestos de mujeres menores de treinta que
habían amasado una fortuna en los negocios. Jessica Medina tiene una historia de
éxito que contar, una de superación, cuando ya no tuve a nadie, yo misma labré mi
destino… sin embargo, Jessica Ward no-es-absolutamente-nadie…

»¿De verdad piensa, señor Ward, que deseo ser nadie después de todo lo
que he conseguido?

Sonaba arrogante, pero Jessica consideraba que se merecía ese triunfo; no


estaba llegando a los Ward como una bastarda necesitada, no, estaba apareciendo
como una maldita diosa destructora de cadenas que no se sentía intimidada por
ellos ni su apellido.
―Si no tiene más que decir, señor Ward, le pido que se retire, por favor
―pidió con gélida cordialidad―. Tengo que confirmar si hice la inversión correcta,
porque son once años de mantenerse a flote apenas, y yo no boto mi dinero de esa
forma.

William no sabía qué decir, furioso y sorprendido, no solo fue la realidad


golpeándolo con todo lo que dijo al respecto de la empresa. Sí cabía una enorme
posibilidad de que fuese su hija, la primera señal eran los ojos grises; no obstante,
el rencor que acompañaban sus palabras se notaba en especial cuando mencionaba
que había estado sola.

―¿Qué le pasó a tu madre? ―preguntó de forma más suave.

―No creo que sea de importancia ahora ―respondió ella, volviendo a los
papeles―. Tampoco que le interese saberlo.

―Si lo pregunto es por algo ―insistió, tratando de mantener el mismo tono,


aunque por dentro quería decirle que dejara la malcriadez.

―Murió en un accidente automovilístico, con mi padre adoptivo, Alonso


―respondió tras soltar un suspiro, su voz sonó plana, sin inflexiones―. Iba con su
hermano, el papá de Joaquín y la esposa de este, junto a su hija pequeña…
Derraparon en una carretera y cayeron por un precipicio cuando volvían de un día
de playa ―explicó con más suavidad―. Mi primo y yo no fuimos con ellos,
habíamos sido invitados a participar en un evento escolar.

―Lo siento ―respondió con sinceridad. Tomó asiento frente a ella―. ¿Qué
edad tenías?

―Catorce ―dijo, enfocándose en el documento que continuaba


estudiando―. Mi primo tenía quince.

―¿Con quién viviste entonces? ―preguntó él con curiosidad.

―Con nadie ―contestó ella―. Éramos huérfanos. Los Jiménez no eran mi


familia de sangre, Alonso y mamá se casaron cuando yo tenía unos cinco años,
creo… no estoy segura; el punto es que en sí, no tenían obligación moral conmigo,
aunque él hizo arreglos para que yo fuese la heredera de todo el dinero que
poseía… Mi primo tenía a la familia por parte de madre, pero no quiso dejarme
sola, y los Medina no teníamos más familia, nuestros abuelos murieron jóvenes.
El hombre no supo qué decir, las fechas cuadraban y era innegable que él
salió huyendo de Venezuela cuando supo que Holly se había separado de Einar,
decidiendo que estaba enamorado de su exesposa y que todo lo sucedido entre
ellos era producto de la inmadurez propia de la edad. Para ese entonces tenía ya
un año viviendo con Carla, una hermosa secretaria de la empresa con la que estaba
asociado para la construcción de un edificio empresarial. Solo fue un flechazo, no
buscaba una relación seria, pero cuando se dio cuenta, él vivía con la dulce morena
en su pequeña casa en el centro de la ciudad.

Como nada los ataba en realidad, se marchó sin decir palabra, no le avisó de
su vuelo de regreso y como no deseaba que nada empañara los esfuerzos por
recuperar a su ex, decidió no dejar ningún tipo de contacto. Fue lo más ruin que
había hecho en su vida, le pesó por un tiempo haber jugado con esa mujer de ese
modo, pero se excusaba del recuerdo de todas las veces que le recalcó que lo suyo
tenía fecha de caducidad y esa era cuando la construcción del edificio se terminara.

―Sin importar qué ―le dijo en más de una ocasión―, yo volveré a San
Francisco.

Nunca pensó que su pasado iba a volver de ese modo, convertido en una
hija con una belleza exótica, madura e inteligente, fría como un tempano de hielo,
que lo estaba mirando con indiferencia.

―Jamás supe… ―empezó.

―Envió cartas ―contó ella con un deje de tristeza―. Lo único que teníamos
era una dirección aquí en San Francisco. Te pasó unas cuatro o cinco, incluso te
escribí unas cuantas, me empeñé en aprender a escribir muy pequeña para
escribirte yo misma.

―Nunca me llegaron las cartas ―insistió Will―. No me enteré de nada… lo


único que supe fue que se casó, me lo contó uno de los amigos que tuvimos en
común, que encontré varios años después de visita en la ciudad, tampoco me
dijeron que tú eras mi hija, solo que tenían una hija y asumí que era hija de Alonso.

―Da igual, ya lo superé ―mintió ella. Aunque fuese cierto que él nunca
supo de su existencia, eso no cambiaba el hecho de que la dejó, escabulléndose de
la vida de su madre, como un cobarde.

William no tenía palabras, lo usual era esperar una tétrica y encarnizada


pelea para demostrar que sí tenían parentesco, pero aquella mujer había llegado
allí para solo para decirle que era su hija y que era mejor que él.

Nada más.

Holly le pidió que no fuese a hablar con ella ese día, no con su ofuscación y
furia irracional. Quizás lo que más lo desequilibraba era la actitud tan relajada de
su esposa, más cuando algo de su pasado los alcanzaba de ese modo. Por lo menos
esperaba una increpación, algún grito por parte de la mujer con la que compartía
su vida, pero no, no solo fue comprensiva con él, sino que le imploró que fuera
tolerante con aquella chica que seguro había ido a dar hasta allí solo para cerrar un
ciclo de su vida.

Dónde él era emociones efervescentes que chocaban contra las paredes de


su cuerpo y mente, que arremetían con todo, incluso su hermano gemelo; su
esposa era un jardín zen: toda paz y tranquilidad.

Podía ser exasperante a veces.

Pero usualmente la vida y las circunstancias le terminaban dando la razón


de las cosas, y esa vez no fue la excepción.

Soltó un largo suspiro, en serio largo, se pasó la mano por la cabeza y la


nuca, un gesto que Jessica había visto ese mismo día con Greg.

No había nada más que decir, o si lo había, ya no era el momento apropiado


para agregar algo adicional. Will se levantó de la silla, miró a la mujer que decía
ser su hija, concentrada en leer los papeles, tomando anotaciones precisas sobre lo
que había allí, ignorándolo con tanta eficacia que empezaba a sentirse dolido. Se
levantó dispuesto a marcharse, en busca de un espacio para pensar, posiblemente
junto a una botella de bourbon.

Cuando puso la mano en el picaporte y giró, ella lo detuvo.

―Señor Ward, por favor, dígale a su hermano que me gustaría terminar de


leer esto hoy ―puntualizó Jessica Medina―. Ya no hay más citas para
conversaciones incómodas, si no viene a hablar estrictamente de negocios, no me
interesa.

Will quiso decirle que él no tenía poder para pedirle a su hermano nada,
mucho menos que fuese hasta allí a hostigarla para saber hasta el más ínfimo
detalle al respecto de su historia. Wallace y él tenían su propia rencilla, una que su
hermano no había superado a pesar de los años pasados. Los gemelos mayores
habían sido rivales en su juventud y uno de ellos parecía vivir todavía en el
pasado. No obstante, le sorprendió ver cómo ella se adelantaba a lo que podía
suceder, demostrando que estaba más que preparada para enfrentarse a lo que
fuese.

―Sí, no hay problema ―dijo antes de marcharse.

Jessica se quedó sola en la oficina, cerró los ojos con fuerza del mismo modo
que sus puños, que descansaban sobre el escritorio, y procuró calmarse. Le había
costado muchísimo mantenerse tranquila, demostrar que lo que podía sentir no la
dominaba.

Pensó en su madre, en lo mucho que Carla le hizo ver que lo sucedido no


era culpa de nadie; no era lo mismo tener un padre viviendo en el mismo país a
finales de los ochenta que siendo de otro país, mucho más, uno tan grande como lo
era Estados Unidos. Que lo habían intentado todo por contactarlo, pero no fue
posible, porque Dios no había querido que así fuera.

Ese fue el día en que empezó a dudar de la existencia de un ser superior; se


concretó en una completa falta de fe cuando un policía les anunció, a ella y a su
primo, que sus padres habían muerto.

Un mensaje de Joaquín preguntándole cómo estaba la exasperó más, pero


no iba a descargar con él algo que no se merecía.

Como la mierda…

¿Quieres que vaya?

Joaquín deseaba ayudarla, pero a ella le gustaba enfrentar sus cosas sola,
porque él siempre buscaba suavizar la situación, poner en perspectiva, y en ese
instante no necesitaba eso.

No…

Consideró buscar un café, en ese momento se percató de que necesitaba una


asistente para que se encargara de filtrar a cualquier Ward indeseado que se
acercara en pie de guerra y que a su vez evitara que la propia Jessica se aventurara
en la inhóspita selva de la compañía, poblada de hombres salvajes que deseaban
emboscarla para culparla de algo.
La debacle económica del 2008.

La elección de Trump como presidente.

La guerra de Vietnam.

O su existencia.

Revisó su reloj y pensó que no faltaba tanto, decidió que era mejor llevarse
ese trabajo a su habitación de hotel para terminarlo allá, porque comenzaba a
oscurecer fuera de su ventana.

Con la salida de su padre, ella se quedó contemplando la nada, pensando en


todo lo sucedido, en eso se le fue una hora o tal vez dos, lo cual era un desperdicio
de su valiosísimo tiempo. Se levantó dispuesta a llamar al Uber para que la llevara
hasta su hotel, meterse en la tina con una copa de vino y allí, en la comodidad de
un espacio neutral, terminar con el trabajo. Incluso pediría servicio a la habitación
y compartiría la cena con Joaquín.

Mientras acomodaba los papeles dentro de la carpeta de WW, un toquecito


en su puerta le hizo apretar las mandíbulas. Cerró la tapa y se puso de pie, al
menos, si la veían dispuesta a marcharse, tal vez no se tardaría tanto.

―Adelante… ―invitó.

La puerta se abrió y en el umbral apareció Frederick Ward. Jessica sintió un


encogimiento en el estómago, ese sí era un golpe bajo de la vida.

―Gracias ―respondió con frialdad, entrando en la oficina y cerrando la


puerta.

―¿En qué lo puedo ayudar, señor Ward? ―Preguntó, Jessica, con


indiferencia.

―No lo sé, en realidad ―dijo él con cansancio―. Tengo preguntas,


particularmente una que me carcome desde que entraste por la puerta de la sala de
conferencias.

―Yo solo tengo una ―increpó ella―. ¿Pudiste reparar mi zapato?

Fred contrajo las cejas con confusión, Jessica había hecho la pregunta con
tono tan serio que era inverosímil.

―¿Esto es una broma para ti? ―la atacó con rabia― ¿Sabías quién era yo, el
sábado?

―No ―contestó― y no… ―Tomó la carpeta del escritorio y la sostuvo con


fuerza―. De hecho, es un error que pienso enmendar, la compañía no tiene
identificación en el elevador ni al entrar ―dijo con desdeño―. Si hubiese sabido
que eras un Ward, no habría aceptado tu ayuda.

El moreno la miró perplejo.

―¿Por qué? ―inquirió él en voz baja. La oscuridad se iba apoderando de la


oficina a medida que el sol se escondía en la ciudad.

―Porque no me interesa fraternizar de ningún modo con los Ward


―explicó ella―. Solo vine a hacer negocios.

―Entiendo ―asintió él con frialdad―. Es bueno saberlo.

Frederick se levantó, dispuesto a marcharse, en el umbral de la puerta,


Jessica dijo algo que lo hizo detenerse.

―Lamento que esto haya sucedido ―confesó en voz baja; él se giró a


mirarla, la latina lo observaba directo a los ojos, con un deje de pena―. De verdad
deseaba conocer la ciudad en compañía de Rick.

Su primo abrió los ojos con sorpresa, más por el cosquilleo que sintió en la
boca del estómago al oírla decir aquello.

―Yo también lo siento ―reveló él a su vez, manteniendo el tono bajo―.


Tenía planes que incluían cachorritos y gatitos en apuros.

Salió de la oficina sin cerrar la puerta, Jessica suspiró de cansancio y anheló


una distracción más agradable que solo la tina; sentía una euforia ansiosa por todo
su cuerpo, producto de la mezcla de emociones experimentadas a lo largo de ese
maldito día.

Frente a ella, las persianas de la oficina del rubio se encontraban subidas,


Gregory estaba sentado en la silla de su escritorio, revisando unos documentos a la
luz de la lámpara del mismo; rodeado de la tenue iluminación del crepúsculo que
volvía todo de un tono cada vez más morado. Él levantó la vista, encontrándose
con el escrutinio de Jessica.

La latina tomó la carpeta, salió de su oficina con paso firme, atravesó el


pasillo y abrió sin decir nada. Gregory mantuvo un semblante impasible ante lo
que ella estaba llevando a cabo, la puerta se abrió y desde el umbral, sosteniendo la
misma con una mano, introduciendo solo la mitad de su cuerpo dentro de la
oficina, Jessica le preguntó:

―¿Quieres desquitarte? Hotel Hyatt Regency, habitación 1010


CAPÍTULO 7

Conociendo el Valhala

«Está demente» pensó Gregory. «No iré, ¿acaso cree que no tengo dignidad?»

Verla marcharse por el pasillo fue una experiencia reveladora. Con las
persianas arriba, su oficina quedaba al descubierto y él podía mirar a todos los que
se acercaban. Primero fue Bruce, saliendo de aquella oficina como si hubiese
encontrado la horma de su zapato, la mueca de enfado de su cara era directamente
proporcional a las señales de confusión que denotaba. Luego fueron los gemelos,
como cabía esperarse, ellos llegaron en plan más fraternal, Jessica Medina era la
novedad. De un modo que nadie más alcanzaba comprender ―ni siquiera él―
veían en la latina a una hermana sin lugar a dudas, lo cual parecía despertar un
instinto protector hacia ella. Él creía que simplemente era que su hermano mayor
era un calco al carbón del padre, y sus hermanos menores eran una copia fiel de su
madre.

Y la actitud respecto a la supuesta hija de su papá adoptivo era solo el


reflejo de lo que esos dos personajes harían ante la vista de esa mujer.

Pensó que tenía que levantarse a cerrar las persianas, pero en el fondo
quería verla. Era masoquista, sí… desde allí hasta la maldita luna y de vuelta. Sin
embargo, imaginar que no iba verla al marcharse lo exasperaba mucho más que la
que mostraba la cara de Bruce al salir de la oficina de aquella mujer.

En ese momento estaba jodido, de entre todas las hermosas mujeres del
mundo él tuvo que terminar flechado con la media hermana de sus medios
hermanos ¿Acaso su vida era dictada por algún escritor macabro o director de cine
infernal? Porque cosas así no pasaban en la vida real ¿cierto?

Luego llegó su padre. William Ward entró como un bólido dispuesto a


derribar a su oponente de un solo golpe; no obstante, eso no sucedió. Will salió de
esa oficina con un rictus de vergüenza y tal vez, dolor.
¡Ese sí fue todo un descubrimiento!

Y entonces le tomó más miedo a Jessica Medina.

Pero a la par de que su mente racional le decía que aquella aparición


infernal no acarrearía más que dolor y rabia a su núcleo familiar; otra parte solo
anhelaba volver a perderse en su piel, verificar si su cuerpo olía igual a como lo
hizo la noche del avión, comprobar si la sedosidad de toda su anatomía era la
misma y que esa boca de cereza sabía a frutilla, porque era lo que le recordaba
cada vez que veía ese tono de labial en sus labios.

Se quedó esperando a que apareciera el tío Wallace, era la última persona, la


guinda del pastel. Al viejo Wall le gustaba hacer leña del árbol caído, y aunque se
toleraban y respetaban, el hermano de su papá no lo tenía en la mejor estima
precisamente ―un sentimiento recíproco―. Sin embargo, el gemelo de Will no
apareció.

Sí lo hizo su hijo.

Cuando salió de la oficina la expresión entristecida lo dejó pensando, ¿qué


se habrían dicho esos dos para que su primo saliera derrotado?

Pretendiendo que no estaba atento a nada de lo que sucedía fuera de su


oficina, fingió leer unos documentos; creyendo que la puerta de la oficina del frente
se cerraba de nuevo para volver a obsequiarle esa fría privacidad que se estaba
empeñando en mantener, se aventuró a levantar los ojos de los folios y se encontró
mirando a aquella exótica mujer de melena salvaje, que se aproximaba con paso
firme y sin dudar a la oficina de él.

Lanzó su invitación y se marchó.

Su voz fue como un vaso de bourbon con el estómago vacío: la embriaguez


fue inmediata, el aturdimiento le llegó a la cabeza y sintió el cuerpo caliente.

Esa no era una mujer, era una bruja, un demonio, porque nunca antes había
sentido eso por nadie.

Ni siquiera por Elsie.

Ahora se encontraba en el bar con sus congéneres, picando patas de


cangrejo y bebiendo cerveza. Stan parloteaba sobre el estudio topográfico que
hacía falta, Bruce pedía otra ronda de cervezas, Sean insistía en que ese año los
Gigantes de San Francisco tenían oportunidad de ganar la temporada y Frederick
procuraba poner buena cara a lo que decían, pero él sabía que todos estaban
bastante trastornados por la presencia de la nueva hermana.

Y Greg… Bueno, él solo podía pensar en ella.

En Jessica Medina, en su cuerpo desnudo retorciéndose de placer debajo de


él tal como sucedió en medio del Atlántico a miles de pies de altura entre las
nubes.

También, que el Regency no estaba tan lejos de ese bar.

«No voy a ir» se repitió en tono reprobatorio. «No pienso rebajarme, no soy un
pito con patas, soy un hombre responsable y esa bruja no va a dominarme.»

◆◆◆

Se tomó media botella de vino desde el momento en que se sacó los zapatos
al entrar a su cuarto, hasta que terminó de leer el tedioso informe y se metió a
disfrutar de un baño de tina. Al menos ahora sabía por dónde podía sugerir
cambios para incrementar el valor accionario de Ward Walls. Saboreando la copa
de cabernet dentro del agua tibia de la bañera, Joaquín le escribió para ir a cenar, y
pensó que el hijito del medio de William Ward era demasiado orgulloso como para
ir a revolcarse con ella esa noche, así que lo mejor era ir por algo de comer con su
primo y luego volver a su cuarto a darse placer ella misma.

No sería la primera vez.

Le advirtió a Joaquín que estaba disfrutando de la tina, pero si le daba un


rato para relajarse del día de mierda que había tenido, bajaría para acompañarlo a
cenar.

Quince minutos después, revisaba su armario, solo llevaba su ropa interior


y una camisa de seda de color negro sobre el cuerpo, ni siquiera la había
abotonado esperando encontrar el jean perfecto para vestirse; en algún lugar había
refundido uno de los pantalones de mezclilla que empacó, era de color negro y
tenía unas tachuelas plateadas a lo largo de la costura externa de la bota de tubo,
que llegaban hasta la altura de las rodillas y combinaban a la perfección con los
botines de gamuza que compró el viernes en el aeropuerto mientras esperaba el
vuelo que salía de Los Ángeles a San Francisco.
Sonaron unos nudillos en la puerta, un par de toques discretos, pensó que
era su primo que le metía prisa y se tomaba la sutileza de no interrumpirla en su
autocomplacencia. Se rio.

―Pasa ―gritó en español. Cuando escuchó la puerta abrirse, continuó


registrando las perchas en el closet, sin volverse a verlo―. No consigo el pantalón
que quiero y no sé qué más ponerme ―explicó en la lengua materna de ambos.

―¿Qué tal si no te pones nada? ―respondió una voz masculina, con un


perfecto español y un ligero acento.

Jessica se quedó paralizada frente a la puerta del armario, abrigando un


estremecimiento agradable de anticipación. Sintiéndose poderosa, hermosa e
indetenible, se giró con una sonrisa en los labios.

Y allí estaba él: Alto, rubio, con la mirada oscura y turbulenta, como si estar
allí fuese una tortura a la par que un placer.

Gregory la observó a medio vestir, con esas piernas torneadas de color


bronce debajo de la camisa de seda abierta, que dejaba ver un conjunto de sostén
de encaje de color rojo oscuro y un bikini negro. Aquella mujer lo miraba del
mismo modo que él: como si fuese un trozo de carne para devorar.

Tenía una sonrisita maliciosa en los labios, que denotaba una única
intensión.

Lo estaba retando.

Fue algo tácito, o al menos así lo sintieron ambos, ella dio un par de pasos
ligeros hacía él, Greg salió a su encuentro, sacándose la chaqueta en el proceso, que
dejó abandonada sobre una silla, inclinándose un poco para recibirla y alzarla en el
aire.

Jessica rodeó la cintura masculina con sus piernas, mientras Greg la aferraba
de las nalgas, apretándolas con fuerza a la par que se fundían en un beso intenso.
Fue como si sus bocas supieran el camino correcto para encontrarse. Los labios de
la latina sabían a vino, exactamente como la última vez; eran carnosos, juguetones,
pecaminosos. Al igual que cada curva que se restregaba contra su torso.

Acabaron en la cama, besándose desaforadamente, ella aprisionaba su


pelvis contra su sexo, asiéndose a sus nalgas con sus pies. Greg sostenía su peso
con ambos brazos, permitiendo que los dedos diestros de Jessica desabotonaran la
camisa con celeridad; todo eso sin dejar de besarse, permitiendo que sus lenguas se
exploraran y se retaran la una a la otra.

Cuando la camisa se abrió dejando al descubierto el torso y abdomen


desnudo, la latina se elevó un poco para besar la curva del cuello de Gregory. Fue
dejando pequeños besos y mordiscos a lo largo de sus clavículas, pectorales, e
incluso lamió con pericia las tetillas masculinas, haciéndolo estremecer; introdujo
las manos entre la camisa para deslizar sus uñas largas en la espalda, muy
despacio, generando un escalofrío que lo recorrió de pies a cabeza.

Greg decidió que esa vez no iba a ser como la del avión, esa noche ella iba a
ser la conquistada, sería Jessica quien quedaría desmadejada sobre ese lecho,
aturdida por el aroma de su cuerpo, satisfecha de toda su hombría.

Afianzó sus rodillas sobre el colchón, se elevó sobre ella, sacando su camisa
que arrojó por el borde de la cama sin percatarse dónde caía. Y sin pensarlo
mucho, también la desnudó, acariciando cada trozo de piel a su alcance cuando le
sacaba la ropa, dejándola completamente disponible para él. Ella le había ofrecido
el desquite y Dios sabía que la razón por la cual a él lo llamaban El Vikingo no era
solo por su fenotipo; él siempre ganaba, él siempre conquistaba y Jessica Medina
no iba a ser la excepción.

Pero algo le decía, en el fondo de su ser, que con esa mujer no iba a ser así
de simple.

La trigueña gimió cuando la lengua rasposa y tibia acarició toda su aureola,


endureciendo el pezón. Repitió la operación con el otro pecho, solo que en vez de
volver al anterior, se adueñó de la carne dura y mordisqueó con fuerza, justo hasta
ese umbral donde el placer podía saltar al dolor; Jessica se retorció con fuerza,
jadeando en busca de aire al sentir miles de pequeños filamentos de electricidad
estática recorriendo su cuerpo, partiendo de ese punto sensible que estaba siendo
torturado. Tras la dura caricia inicial, llegó una amorosa, una suave y delicada
succión que la estaba enloqueciendo, obligándola a mover su cadera con cadencia,
esperando que el roce del bulto duro que se marcaba en ese pantalón, acariciara su
centro para darse más placer.

Y él sonrió para sus adentros, creyéndose victorioso ante sus respuestas.


Deslizó su mano por el abdomen carnoso en una caricia electrizante, hasta llegar a
los labios verticales que se escondían entre sus piernas y que en ese instante
empezaban a sentirse húmedos; ese descubrimiento en vez de hacerlo sentir
poderoso, solo lo hizo perder el control, porque quería comprobar que ese calor de
su cuerpo era tan denso dentro de ella como lo era por fuera. Su mano bajó más
lejos, mimando el clítoris con el pulgar, aprisionándolo un poco como si fuese un
dulce botón que detonaría el placer de Jessica, a la par que introducía el índice y el
corazón dentro de su vagina.

Gregory descubrió que la entrada al infierno y al paraíso, estaban en el


mismo lugar.

Jessica se arqueó ante la intromisión de sus dedos, abriendo las piernas para
dejarle entrar más profundo, gimiendo cuando la ola alcanzó su garganta. El placer
fue tórrido y asfixiante, tanto que solo deseaba sentir más y más, pero cuando
empezaba a mover sus caderas para que aquellos dedos rozaran su sexo, el rubio
se separó de ella, deslizándose hasta los pies de la cama, donde se sacó el resto de
la ropa interior, dejando al descubierto una polla dura y enhiesta, que empezaba a
rezumar su propio jugo alrededor del glande.

Se relamió de gusto, esperaba poder llevársela a la boca para degustarla con


deleite, aunque en ese momento deseaba tenerla dentro de ella, bombeando su
placer cada vez más adentro. Recordó la sensación de llenura, el roce turgente en
su interior, el vaivén de sus empellones en ese avión y volvió a excitarse como
aquella vez, cuando se sintió traviesa, escabulléndose en el oscuro pasillo, para
tener sexo con él. Pero cuando el rubio se montó de nuevo en la cama y se
posicionó entre sus piernas, no metió su verga entre sus pliegues, sino su lengua.

Su maldita, rasposa y cálida lengua.

La recorrió de arriba abajo, rodeando el clítoris con la punta, para luego


apresarlo con suavidad entre sus dientes. De la garganta de Jessica brotaba un
concierto de jadeos y gemidos, que bajaban y subían de intensidad a medida que
Gregory introducía la lengua lo más que podía dentro de su cavidad, incluso la
levantaba del trasero para poder llegar más adentro, saboreando el salobre gusto
de sus jugos, sintiendo el calor que manaba de su interior y dónde él quería
derretirse una y otra vez.  Cuando se enfrascaba en el dulce botón de carne,
hinchado y brotado por la estimulación, sus dedos se afanaban en rellenarla, con la
intención de que ella no parara de sentir placer.

Jessica se iba a correr, lo sabía, lo presentía con cada célula de su ser y


parecía que era eso lo que él buscaba con ahínco y sin darle un respiro compasivo.
Y en perfecta sincronía con los dedos y lengua de aquel divino hombre vino
la ola. Ella sintió el estallido repentino, a la par que Gregory mordisqueaba su
clítoris, lo que solo detonó las sensaciones que se estaban acumulando en su bajo
vientre. Su cuerpo se estremeció, los músculos de su pelvis se contrajeron y fue
entonces en que él decidió hacerlo.

En pleno orgasmo él se acomodó entre sus piernas, embistió con fuerza


llegando muy adentro; comenzó el vaivén violento de sus caderas, gruñendo ante
los gemidos excitados de Jessica, que acompañaba sus movimientos de manera
desaforada, disfrutando de la dulce agonía de prolongar su orgasmo con el choque
de sus cuerpos.

―Así, oh sí, así ―apremiaba él con voz ronca, sin detener sus embates,
haciendo un esfuerzo inhumano por no correrse con cada palpitación apretada de
su vagina alrededor de su verga.

Estar dentro de ella era glorioso, estrecho, caliente… perfecto.

Antes de que las sensaciones intensas del orgasmo desparecieran de ella, él


aferró uno de sus pechos con una mano pellizcando el pezón de forma cariñosa,
también se adueñó de su boca, sintiéndose sumamente excitado ante la forma en
que Jessica se aferró a sus labios y no se cortó por besarlo, saboreando sus propios
jugos, que impregnaban las mejillas y barbilla de Gregory.

Eso fue sumamente morboso y excitante.

Ella había anclado sus pies debajo de las férreas nalgas de él, una de sus
manos se enredó entre el cabello mientras la otra se afincaba en la cadera
masculina para recibirlo sin contenerse. Gregory parecía un vendaval azotando un
volcán, se movía como un caballo salvaje desbocado y ella lo recibía gustosa,
saliendo a su encuentro. Sus caricias alternaban entre la rudeza y la suavidad, sus
labios a ratos abandonaban su boca solo para bajar hasta su pecho, sin perder ese
ritmo desquiciante de sus caderas.

Poco a poco ralentizó sus movimientos, haciéndolos cada vez más lentos,
sacando su miembro casi por completo solo para deslizarse de forma
desquiciantemente lenta hasta el interior de nuevo.

―¿Te gustó? ―le preguntó él, en un susurro ronco, al oído.

―Yo no finjo los orgasmos ―sentenció ella con malicia, obsequiándole un


beso caliente―. Me importa un comino el ego masculino ―soltó una risita―, pero
sí… no te hubiese ofrecido un desquite, si no fueses un buen polvo.

Jessica apretó sus caderas, haciendo un movimiento de succión con los


músculos de su sexo, haciendo que él gimiera por las sensaciones que
experimentaba alrededor de su polla.

―Me alegra ―dijo Gregory, sosteniendo su cuerpo sobre ella, disfrutando


de su mirada de plata oscura―. Porque esta noche voy con todo.

Ella elevó una ceja con suspicacia y ampliando la sonrisita perversa, lo


preguntó:

―¿Esto es sexo de venganza?

―Podría decirse que sí ―respondió sonriéndole con picardía.

Abrió sus rodillas, posicionándolas alrededor de los muslos de Jessica


cuando le elevó las piernas para meterse más adentro de su dulce interior. Irguió
su torso para disfrutar de la vista de su chica exótica, verla le recordaba un poco a
las amazonas, salvaje y de piel broncínea; así que, al tenerla abierta de piernas
como la tenía, aferró los muslos, elevando más las piernas sobre sí misma,
exponiendo la entrada de su sexo, un lugar que deseaba conocer de nuevo esa
noche y era posible que la noche siguiente, y la consecutiva a esa. Así que acercó su
cuerpo, manteniendo sus muslos lo suficientemente separados para poder
penetrarla en esa posición: él de rodillas en la cama, ella boca arriba, exponiendo
todo su esplendor sensual.

Cuando su pene se deslizó dentro de ella, la cara de Jessica se relajó de un


modo sorprendente, su boca se abrió, dejando escapar el aliento, a la par que sus
manos se aferraban a los pechos, masajeándose con suavidad. Gregory sostuvo
cada muslo con una mano, embestía de forma rítmica y acompasada, sintiendo
cómo las nalgas de ella chocaban contra la cara interna de sus propios muslos.

Los jadeos de ambos se hicieron cada vez más audibles, a pesar de que
Gregory quería prolongarlo, no iba a poder de continuar así; pero estar dentro de
ella era increíble, cuando sus pieles se tocaban él sentía electricidad pura yendo de
uno a otro, cada aspiración que hacía solo conseguía que él se embriagara con el
perfume de su piel y era como estar envuelto en una nube de suavidad y tersura; y
los labios, sus besos eran un hechizo, porque sin importar cuánto la besara,
siempre quería volver, enredar su lengua con la de ella, dejar que mordisqueara su
labio inferior y que sus uñas se arrastraran por su espalda hasta clavarse en sus
nalgas, solo para que se moviera más rápido y llegara más adentro.

Quería todo de esa mujer.

Y así lo hizo, desesperado por volver a besarla, por beberse sus gemidos,
volvió a estar sobre ella, con ese ritmo desaforado y castigador, deseando que se
corriera de nuevo, una y mil veces más, que sintiera por él la mitad de la necesidad
que Gregory estaba sintiendo por esa mujer desde que lo dejó en medio del
aeropuerto de Los Ángeles.

―Ven, ponte encima de mí ―le pidió con voz ronca―. Quiero verte
montarme.

Ella sonrió con sensualidad, sin salirse de su cuerpo, giraron sobre sí


mismos en la gigantesca cama, y apenas él se acomodó contra su espalda, Jessica
comenzó a botar sobre él de forma rítmica y acompasada.

Gregory la aferró de la cintura, disfrutando del roce de sus paredes internas,


sintiéndose consumido por el calor y la humedad de su sexo. Se inclinó un poco
hacia arriba, para capturar entre sus dientes uno de los pezones que saltaba más
cerca de forma hipnótica, disfrutando de los jadeos placenteros que brotaban de
Jessica.

A ratos ella se enderezaba, dejándolo apreciarla en toda su gloria; el cabello


enredado, los labios enrojecidos por sus besos, los pezones duros por las
mordidas… una diosa sexual que él pintó centímetro a centímetro con su boca, su
lengua y su polla. Nada le parecía más morboso y sensual que ver cómo su
miembro desaparecía dentro del cuerpo femenino, adoraba el esfuerzo que hacía
Jessica para sentirlo muy adentro, lo más profundo que podía.

Sentía que se iba a correr en cualquier momento, pero antes quería que ella
tuviese un orgasmo más.

Jessica se inclinó hacia atrás, abriendo sus piernas para apoyar los pies en la
cama, sus brazos soportaron su peso sobre los muslos de Gregory y ella solo
empezó un vaivén lento, en el que dejaba a la vista todo su sexo, incluso el clítoris
que comenzaba a hincharse de nuevo, sobresaliendo de los labios externos. Y ese
botón rosado lo estaba llamando con locura, así que deslizó sus dedos por allí,
mientras ella iba y venía sobre su verga, jadeando por el estímulo que sus yemas
provocaban sobre el nudito de carne cada vez más hinchado.
Los gemidos de ella la delataron, sentirlo grande dentro de su ser, junto a
las suaves caricias de los dedos sobre su clítoris, despertaron todas sus
terminaciones nerviosas; comenzó a moverse más rápido, persiguiendo el orgasmo
que se iba concentrando allí, una explosión de energía caliente y electrizante.

Y cuando estaba a punto, justo al borde de esa grandiosa liberación, él se


sentó en la cama, atrayéndola hacía él, envolviéndola en un abrazo apretado, a la
par que sus caderas se movían desaforadas, dispuesto a alcanzar con ella ese
precipicio y lanzarse de cabeza.

En aquel apretado abrazo, donde las piernas de esa mujer rodearon su


cintura, moviéndose arriba y abajo, restregando sus duros pezones contra el torso
de él, mientras Greg la aferraba con una mano de la cintura y la otra la tomaba
desde atrás del cuello; degustando aquella lengua carnosa y juguetona,
entremezclando sus respiraciones, ella aferrada con ambos brazos alrededor de él,
jadeando a la par, corriendo a la par, saltando a la par, estallando al mismo tiempo.

―Así… así… justo así ―susurró ronco contra sus labios carnosos―, córrete
para mí…

Ciclón explotando en espuma blanca.

Volcán haciendo erupción contra la tormenta.

Volvieron de aquel paroxismo lentamente, meciendo sus cuerpos uno


contra el otro con suavidad, como si el vaivén del mar en calma los estuviese
arrullando. Besándose despacio.

Gregory abrió los ojos y se encontró con la fría plata, por un instante se
sintió desnudo más allá de su cuerpo. Ella se elevaba sobre él, como si viniese
desde el más allá para recoger su alma en un campo de batalla y llevarlo al
Valhala.

Una oscura Valkiria que lo trasladaba al paraíso.

Sonrío de forma perversa, Jessica entrecerró los ojos un poco, con suspicacia.

―Valkiria ―susurró el Vikingo sobre su boca, de forma grave y


masculina―, tú serás mi Valkiria… Dime, Valkiria… ¿Cuántos orgasmos has
tenido en una noche?
CAPÍTULO 8

Coleccionista de hombres

Jessica se sentó en la tina de agua fresca y soltó un sonido extraño ―mezcla


de risa y siseo― debido al contraste del agua tibia contra sus partes íntimas que
palpitaban inflamadas por la actividad física.

Apenas amanecía cuando Gregory abandonó la habitación, mientras se


alistaba sonrió al darse cuenta cómo ella se había estirado como un gatito perezoso
al abrir los ojos y verlo vestirse. El desquite fue glorioso, aunque a él le entraba la
duda de si había sido un conquistador o habían quedado en tablas; no deseaba
darle voz a ese pensamiento que le decía que de hecho estaba peor que al bajarse
del avión.

―¿Qué hora es? ―preguntó la latina con voz adormilada.

―Las siete de la mañana ―contestó él, admirando lo dulce que parecía con
ese gesto relajado del sueño cuando volvió a cerrar los ojos―. ¿Te vas a levantar?

Ella abrió un solo ojo y lo miró con picardía.

―Depende… ―lo retó― ¿pretendes continuar con lo de anoche?

Gregory enarcó una ceja, un ligero estremecimiento interno lo sacudió, por


fin había conseguido una mujer que pudiera seguirle el ritmo. Sonrió con malicia y
se inclinó sobre ella, Jessica de inmediato se tapó la boca con la sábana.

―Sin besos ―amonestó la latina―. No me he cepillado los dientes.

Ese simple gesto cambió todas las sensaciones dentro del cuerpo del
Vikingo, la sensualidad y picardía lo abandonaron para dejar solo un increíble
sentimiento de ternura. Él se acostó sobre ella, manteniendo la sábana en su sitio y
le dio un beso cortito en la boca con la tela de por medio.
―A pesar de lo que pueda parecer ―le susurró en los labios, mirándola
directo a los ojos―, soy un hombre muy responsable y un caballero ―explicó, solo
para bajar hasta el montículo derecho de su pecho y mordisquear el pezón debajo
de la tela, que se endureció de inmediato, inflamando su pasión una vez más―. Y
como un buen caballero, debo dejar que mi Valkiria descanse… ¿O es que acaso no
te duele un poco allá abajo?

Ella soltó una carcajada cantarina de burla.

―Bueno, es que cuando te llamé hermanito te pusiste más… efusivo ―le


recordó.

―Digamos que el morbo me pudo ―confesó con algo de vergüenza―. Pero


por suerte, no eres mi hermana.

―Sí, por suerte no lo soy ―aceptó ella con un brillo de diversión en los ojos.

―Es en serio… ―insistió Greg―. ¿Estás bien allá abajo? ―preguntó con
preocupación porque a él le dolía el pubis y sentía ardor en su pene.

Ella sonrió ante su inquietud y asintió.

―Nada que un baño de asiento no pueda aliviar ―le dijo.

Aunque a Jessica no le importaba mucho cómo se fuese de la habitación su


compañero de cama de turno, al menos se alegraba de que este no fuese incómodo;
era un tanto extraño que estuviese tan cariñoso, pero no era lo peor que había
vivido en sus aventuras.

Nada más esperaba que mantuviera las distancias una vez volviesen a sus
rutinas normales.

Cuando Jessica se sentó en la tina ―donde previamente había vaciado


media taza de sal, bicarbonato y un poco de aceite de lavanda― se rio al recordar
lo sucedido en la noche. Tras soltar su pregunta sobre cuántos orgasmos había
tenido en una noche, él le prometió que nunca nadie superaría la marca que
impusiera esa noche; al principio le pareció un fanfarrón, pero como estaba
satisfecha decidió seguirle el juego.

¡Oh-sor-pre-sa!
El rubio demostró no solo resistencia, sino una capacidad de recuperación
bastante rápida.

Decir que tuvieron sexo por todos lados de esa habitación era exagerado, les
faltaron algunas partes; sin embargo, lo ventajoso fue que cada vez que intentaron,
ella llegó a buen puerto unas tres o cuatro veces más; mientras él consiguió dos
orgasmos adicionales, uno de ellos ―el último para ser exactos― logrado con la
boca de la latina.

―Haré que mi lindo hermanito me llegue en la boquita ―sentenció con


franca depravación, mientras se arrodillaba en el suelo y se metía la polla de Greg
hasta la garganta.

Y así como él se engrandeció cuando Jessica le comentó que se llevó el


premio a la mejor noche de sexo de toda su vida, Gregory le confesó que nunca
antes se había corrido por el sexo oral, haciéndola sentir toda una diosa sexual.

―Eres la primera, Valkiria ―le susurró al oído, con voz amodorrada.

Ella también estaba agotada, presa del glorioso dolor físico que sobrevenía
cada vez que se desaforaba teniendo relaciones sexuales.

Y tras media hora sentada en la tina, después de vaciar casi la mitad de sus
productos para baños relajantes o desinflamantes que solía hacerse cuando pasaba
jornadas muy largas de trabajo, esperó lo que inevitablemente sucedería cuando se
volviesen a encontrar en la oficina: el incómodo momento de realización de
Gregory Einarson-Ward al percatarse de que ella no era una tímida mujercita y se
equiparaba a él en cuanto a apetito sexual se refería.

No sería la primera vez que un hombre, tras alejarse del fulgor orgásmico,
se intimidara ante ella por considerarla “agresiva”.

El baño fue un alivio muy grande, pero a pesar de usar un cachetero de


algodón de color verde botella y ponerse una falda tipo campana que llegaba sobre
las rodillas, aún podía percibir el ardor de la piel hipersensibilizada.

―¿Te divertiste anoche? ―le preguntó Joaquín cuando entraban en el


ascensor. Ambos iban vestidos impecablemente, portando los maletines
acostumbrados que llevaban cuando se trataba de trabajar.

―Bastante, sí ―respondió ella con seriedad―. Lamento no haberte avisado.


―Sí, seguro que sí ―ironizó su primo con una sonrisita petulante.

De vuelta en WW, la oficina parecía llevar su ritmo normal. Saludaron a


todos como lo que eran: unos recién conocidos con los cuales no habían estrechado
lazos de ninguna índole. Antonio se mostró más cordial que todos los demás y fue
a él quien le pidieron que por favor le anunciara a la gente de recursos humanos
que necesitaban un asistente.

―No importa si es hombre o mujer ―especificó Joaquín―, pero es


importante que sea una persona proactiva e innovadora ―recalcó él―. A Jessica le
gustan las personas activas y a las que no tenga que explicarles mucho las cosas,
que resuelva ante las circunstancias.

―Sí, señor ―asintió Antonio y se retiró de la oficina.

El latino se apresuró a subir todas las persianas, su primo le recordó que


ninguno de ellos dos toleraba mucho el encierro ni los espacios reducidos cuando
Jessica le increpó por “ponerse al descubierto”.

―Joaquín ―lo llamó ella con una sonrisita cínica―, ni siquiera toleramos
estar más de dos meses en el mismo lugar.

Él soltó una carcajada, justo en ese momento estaba subiendo la persiana


que daba a la oficina de Frederick; por puro instinto levantó la mano para
saludarlo, era un gesto cordial carente de doble sentido y se alegró de que el joven
Ward tuviera la amabilidad de corresponder, aunque no sonriese en ese momento.

Jessica le estaba explicando las posibilidades de crecimiento accionario, el


edificio en Ontario estaba vendido en un ochenta y cinco porciento, si parte de esas
ganancias se destinaban a inversiones más pequeñas pero seguras, podrían
duplicar el capital invertido y reducir las tasas de financiamiento.

―Eso le daría liquidez a la compañía ―reflexionó él con gesto pensativo―.


Creo que nuestra sociedad de inversiones podría quedarse con la mitad de tus
acciones si deseas hacerlo al final.

―Ya veremos ―respondió ella con tono enigmático―. Tú tiendes a ser


demasiado buena persona.

―Dices eso como si fuese algo malo ―se quejó Joaquín con un deje de
burla.
―Es aburrido ―contraatacó Jessica.

Tocaron la puerta de la oficina y ambos levantaron la vista de las notas que


estudiaban desde el escritorio de ella. Frederick se encontraba en el pasillo,
mirando hacia adentro con expresión plana e indiferente. Joaquín se alejó hasta la
entrada y abrió para dejarlo pasar, solo que él no lo hizo.

―Buenos días ―saludó con cortesía―, tenemos una reunión en quince


minutos, nada formal, solo queremos que conozca a los supervisores de otros
departamentos, señorita Medina.

―Gracias, señor Ward ―le dijo ella con fría amabilidad―. Estaremos allí

Jessica entrecerró los ojos cuando Fred la miró más de la cuenta con una
mueca difícil de interpretar, Joaquín observó al hombre procurando mantener un
semblante impasible, pero era más que obvio que estaba contrariado.

―Sí, está bien ―acotó tras unos largos minutos que se tornaron incómodos
y se marchó.

―Eso fue… ―empezó a decir Joaquín.

―Raro… ―completó Jessica, frunciendo el ceño.

―Yo diría más bien, revelador, prima ―contradijo el latino. Ella chasqueó
la lengua.

Conversaron unos minutos más, mientras Jessi explicaba los posibles


campos de inversión para proponer, él le lanzaba indirectas para llevarla otro tipo
de conversación. Joaquín quería saber qué iba a ser con el Príncipe Encantador, ella
quería evadirse de esa conversación porque en ese momento, el más que
caballeroso Rick que conoció el sábado en la tarde se había convertido en el enano
gruñón de Blancanieves.

―No creo en cuentos de hadas, Quín ―le espetó ella al salir de la oficina.

―Pues creo que te hace falta una buena historia de amor ―replicó él―,
toda romántica y rosa, bien empalagosa… Tal vez como Love Actually o Made of
Honor.

―Pues yo creo que, más bien, a ti te hace falta una buena revolcada ―se
mofó Jessica con crueldad―, al mejor estilo porno. Traseros ardientes número
cinco, tal vez.

―La tres es mejor ―aseguró él en un susurro discreto en su oído que la hizo


reír―. Y tienes razón, me hace falta ―aceptó Joaquín―, al igual que yo tengo
razón... necesitas rosas, bombones, banda sonora y toda la cosa.

Entraron a la sala de reuniones, las conversaciones se detuvieron al verlos.

―Bien ―dijo Wallace Ward desde su silla―, solo falta El Vikingo y estamos
completos.

―¿El Vikingo? ―preguntó Jessica un poco confundida.

―Así le decimos a Gregory ―respondió Bruce―. Ya sabes, rubio, alto, ojos


azules…

―Sí, comprendo ―respondió ella―. Supongo que el que lleve el apellido


Einarson no tiene nada que ver ―ironizó.

Los gemelos soltaron una risita de burla, algunos la miraron perplejos.

―Puedo hacer chistes, señores ―aclaró ella tomando asiento en uno de los
extremos de la mesa, justo frente a su padre―. Me gusta reírme cuando las
circunstancias son adecuadas.

Jessica y Joaquín se dedicaron a examinar a las personas que estaban en la


sala, eran aproximadamente una decena, con predominancia masculina. Una joven
mujer de complexión delgada y atlética entró, se dirigió a todos con un ‘buen día’ y
fue a sentarse al lado de Sean dejando un puesto vacío al lado de la latina.

―¿Qué hay de nuevo, jefe? ―preguntó con confianza―. ¿Por qué nos
sacaron de la Baticueva?

―Conocerán a la nueva socia ―respondió él, señalando a Jessica.

―Aaaah ―contestó la mujer de cabellos rojizos, elevando las cejas con un


poco de asombro―. Mucho gusto. ―Extendió la mano en dirección a la latina que,
sin dudarlo, la estrechó con firmeza―. Elsie Monds. Ingeniero.

―Jessica Medina ―se presentó ella―. Inversionista. Mi primo y socio,


Joaquín Medina.

―Un placer ―respondió él, sosteniendo su mano.

Pocos minutos después ingresaron a la sala Gregory ―luciendo fresco como


una lechuga― junto a Leon Allen, el otro socio. Cuando el rubio tomó asiento, lo
hizo en la única silla disponible, justo la que se encontraba entre Jessica y Elsie.

―Hola, bebé ―saludó la ingeniera con demasiada confianza―.  ¿Cuándo


volviste y por qué no me avisaste? Pude ir a buscarte al aeropuerto.

―Regresé ayer en la mañana ―respondió el rubio con naturalidad―. Me


puse al día con el trabajo y en la noche fui por unas cervezas con mis hermanos.

―Genial ―correspondió Elsie con una sonrisa dulce―. Supongo que


estabas muy cansado, porque si no hubieses venido a mi departamento anoche.
―El tono que usaba era divertido y bastante bajo para que no se escuchara más
allá de ella y de Sean, que estaba al otro lado de la pelirroja.

―Estuve ocupado ―comentó con cierta incomodidad.

―Que descortés de su parte, señor Ward ―intervino Jessica de forma


maliciosa―. Mantener preocupada a su novia de esa manera. ―Lo miró de medio
lado.

―¡Oh, no! Nosotros no… ―masculló Elsie en voz baja en su dirección―. No


somos novios…

―Solo nos divertimos de vez en cuando ―completó Gregory mirando en su


dirección, con una sonrisa ladina.

Mientras ellos tenían esa breve conversación Wallace se puso de pie y


agradeció al personal que llegaran tan rápido y con tan corta notificación.

―Están aquí para que conozcan a la nueva socia de Ward Walls ―dijo,
señalando con su mano en dirección a la latina―. La señorita Jessica Medina.

Asentimientos corteses y miradas curiosas poblaron la sala, todas posadas


en la impasible mujer de ojos grises y rasgos exóticos que parecía psicopáticamente
tranquila ante semejante escrutinio.
―¿Es usted Jessica Medina, “La Jessica Medina”? ―preguntó una mujer
como de unos veintitantos, era de piel oscura y curvas prominentes.

―Supongo que sí ―respondió ella conteniendo las ganas de reírse.

―Yo fui a su conferencia en Harvard hace dos años ―confesó la mujer con
emoción en su voz―. Usted es un ícono para cualquier joven emprendedora que
desee innovar en el mundo tecnológico.

―¿La conoces? ―inquirió Stan con evidente satisfacción.

―Bueno, es la primera vez que estoy tan cerca, pero cuando hice mi
maestría estudié a las personas que habían aprovechado el boom de las
criptomonedas y los nombres de Jessica y Joaquín Medina son conocidos
―explicó―. Hicieron una fortuna con eso y después de tener capital, se dedicaron
a invertir en todo tipo de innovaciones: farmacia, software, redes sociales… De
verdad es un honor conocerlos.

―Bueno, me siento halagado de que me reconocieras ―dijo Joaquín ante la


inclusión dentro de la disquisición de la chica.

―Sí, es que… quien sepa de ustedes, sabe que son como siameses, donde
está uno aparece el otro ―se rio―. Pero bueno, con su historia… en serio, los dos
son una inspiración para muchas personas.

Los Wards se quedaron en silencio ante aquellas palabras, los hijos de Will
miraron a su supuesta hermana con otros ojos, incluso Bruce no pudo evitar sentir
admiración por lo que Linda decía. Frederick, por otro lado, había suavizado su
expresión adusta, esbozó una sonrisa cordial en dirección a ella.

Diez minutos después las presentaciones estaban realizadas y ya que todos


se encontraban allí, Jessica decidió solicitar la colaboración de Linda durante las
dos semanas que estuvieran en la ciudad, para que fuera su asistente personal. La
mujer estaba entusiasmada y Sean estuvo de acuerdo en que podían prescindir de
ella por los próximos ocho o diez días. Quedaron de que se presentaría al día
siguiente en la mañana y le habilitarían un escritorio para que pudiese trabajar.

Cuando dieron por terminada la reunión Jessica y Joaquín se levantaron de


sus asientos, dispuestos a seguir con su plan de inversión a nombre de WW. Ella le
indicó que iba a buscar un par de tazas de café, se desvió en dirección a la salita de
descanso donde tenían un espacio de cocina y rebuscó entre los armarios dos
pocillos de café, que lavó con bastante meticulosidad.

―Inversionista, inspiradora, chistosa y también lava su propia taza ―se


mofó Sean―, me siento tan orgulloso de mi hermana.

―Se te olvidó decir que soy hermosa, elegante y…

―Humilde ―interrumpió Stan, acercándose a ella, dejándole un beso en la


mejilla―. En especial eso último.

El gesto le pareció dulce, pero no se acostumbraba a la idea de que los


gemelos la aceptaran sin más; de hecho, le costaba mucho más lidiar con eso que
con el rechazo y la hostilidad de los otros Ward.

Gregory entró también en la pequeña sala y se posicionó al lado de ella, que


servía café en la primera taza.

―¿Cómo estás, Valkiria? ―preguntó en un tono apenas audible.

―Muy bien, gracias por preguntar, señor Ward ―contestó Jessica con
amabilidad.

―¿A dónde te fuiste anoche, Vikingo? ―lo increpó Sean.

―A conquistar el Valhala ―respondió con dramatismo.

―¿Eso es un eufemismo para decir que fuiste tras una mujer? ―inquirió
Stan. Jessica depositó la cafetera en su sitio tras rellenar el segundo pocillo y se
dispuso a marcharse.

―No cualquier mujer, sino la que conocí en el cielo ―explicó con un toque
poético―. Toda una Valkiria para este Vikingo ―terminó en voz alta para que ella
lo escuchara al salir.

No era tonta, la verdad es que no esperaba que un hombre como Gregory


fuese soltero o completamente libre; sin contar que tampoco esperaba una historia
de amor, a esa clase de hombres se les usaba de forma proporcional a como ellos
solían usar a las mujeres. Rumbo a su oficina, fue interceptada por el tal Leon
Allen, un hombre de cabello oscuro y corto, barba recortada a la perfección, un
traje casual que le sentaba como un guante y un arete en su oreja que le confería un
aspecto un tanto rebelde, como si quisiera dejar constancia que los trajes no eran lo
suyo y que su verdadera naturaleza terminaba dominándolo.

―Señorita Medina ―llamó con su voz rasposa y grave. Ella se volvió hacia
ese ser que irradiaba masculinidad en cada poro de su cuerpo.

―¿En que lo puedo ayudar, señor Allen? ―preguntó con cortesía.

―Por favor, llámame Leon ―pidió con galantería―. No creo que te lleve
muchos años, si me dices señor sentiré que soy tu padre, o algo así.

Jessica sonrió ante su comentario desatinado, aunque pudiese parecer


inofensivo aquel individuo encendió todas sus alarmas.

―Lo intentaré ―accedió, fingiendo la medida justa de recato―. ¿En qué te


puedo ayudar?

―De hecho, señorita Medina. ―Leon amplió su sonrisa seductora―. Me


encantaría que aceptase mi invitación a almorzar. Estoy intrigado por usted, lo
cierto es que quisiera preguntarle tantas cosas de su historia, es digna de
admiración ―lisonjeó él―. Tal vez, al final de la comida, usted acepte llamarme
Leon definitivamente y me deje llamarla Jessica.

En ese instante Allen dio un paso audaz hacia ella, recortando las distancias,
aunque manteniéndose lo suficientemente lejos para que no pareciera un acosador.
Jessica miró a su espalda, porque sentía el peso de unos ojos que escrutaban la
escena; Gregory observaba en esa dirección, entornando los párpados y frunciendo
el ceño.

―Suena encantador ―respondió ella fingiendo un interés que no sentía en


realidad. No es que no hubiese ido a almorzar con ese hombre, la verdad, sabía
que se aproximaban una serie de comidas incómodas hasta que se marchasen de
allí; sin embargo, no tenía intenciones de complicarse más la vida, con un rubio
calenturiento y mujeriego era suficiente―. Puedes pasar por mí a la oficina a la una
y media.

―Excelente, me parece maravilloso ―aseguró él con voz seductora―. Nos


vemos pronto, señorita Medina.

―Por favor, llámame Jessica ―pidió la latina con una sonrisa afable.

―Mucho mejor, Jessica. ―Asintió y se marchó.


Ella cerró los ojos por unos instantes, deseaba echarse a reír a grandes
carcajadas, pero eso habría sido inapropiado. Volvió a girar la cabeza en dirección
a Gregory que apretaba las mandíbulas al verla, Jessica le hizo un gesto con la
cabeza encogiendo un poco los hombros, indicándole que eso era lo había y no se
podía hacer nada más. Cuando retomó su camino, se encontró con que Frederick
estaba de pie en el umbral de la puerta de su oficina, observándola con seriedad,
con las manos guardadas dentro de los bolsillos de su pantalón.

Cualquier rastro de amabilidad o buen humor se esfumó de ambos, ella


siguió de largo sin decir nada, dispuesto a dejarlo así, pero Fred no pudo
contenerse, y soltó sus palabras con cruel frialdad.

―Pareciera que te gusta coleccionar hombres.

Ella se detuvo en seco y se giró en su dirección, él había hecho lo mismo,


devolviéndole una mirada severa de ceño fruncido.

―¿Cómo dices? ―preguntó Jessica fingiendo no haberlo escuchado bien,


pero por dentro estaba llena de furia hirviente a punto de estallar.

―Sé que te acostaste con mi primo Greg ―espetó sin amilanarse ante los
feroces ojos de ella―. Él me lo confesó todo ayer en la mañana cuando te vio entrar
en la sala de juntas. El sábado en la tarde estabas coqueteando conmigo y anoche
estuviste otra vez con Greg… ahora te vas con Allen… parece que te gusta
coleccionar hombres.

La sonrisa de Jessica se hizo más profusa, una que parecía fría y cruel.

―Ya había advertido que podía jugar con las personas ―le recordó con un
tono hostil, mascullando entre dientes para que nadie los escuchara―. Pero el
destino es una perra y mira tú, resulta que estaba coqueteando con mi primo, me
acosté con un desconocido que resultó el hijo adoptivo de mi padre biológico y
ahora tú pretendes darme lecciones de moral simplemente porque acepté almorzar
con uno de mis socios…

»¿Acaso crees que me voy a subir la falda en medio del restaurante para que
ese hombre me folle encima de la mesa mientras todos los demás miran?

»¡¡Ya sé!! Almuerzo con espectáculo incluido.

»Púdrete, Frederick Ward, eres un maldito imbécil…


»Además, entre tú y yo no pasó más que un fugaz beso de agradecimiento,
pero ya veo que eres un machista de mierda que cree que las mujeres son unas
zorras por tener una vida sexual activa.

»Apuesto lo que quieras, incluso mis acciones de Ward Walls a que te


revolvías de amargura y celos mientras yo me revolcaba con el Vikingo…
―ridiculizó a Fred, que iba abriendo sus ojos y su boca en una mueca de sorpresa
inesperada. Ella dio un paso en su dirección, bajando aún más la voz―. Espero que
tu mal humor no haya durado lo mismo que duró el sexo con Gregory, porque
entonces significa que no dormiste en toda la noche ―sentenció con malicia.

Dio media vuelta y se marchó, dejándolo aturdido, confundido y


avergonzado.
CAPÍTULO 9

Celos, malditos celos…

―Así que inversiones. ―Leon abrió la conversación con una sonrisa de


admiración sincera, mientras se llevaba la copa de vino a los labios y mantenía sus
ojos encima de Jessica, mirándola con intensidad―. Debo decir que es
impresionante.

Jessi hizo un gesto simple, como si estuviera restándole importancia. ―Una


chica tiene que ganarse la vida ―sentenció con naturalidad.

Leon fue puntual, apareció en la oficina de ella a la hora acordada y la llevó


a un agradable restaurante que estaba a mitad de camino entre un ambiente
elegante/ejecutivo y uno romántico. La latina pensó que era seguro que, durante la
noche, con las luces de baja intensidad, velas y música suave, todo cambiaba,
dándole un aire más íntimo. Sonrió para sus adentros, conocía muy bien la clase de
intención detrás su interés y galantería.

Optó por el silencio; era mejor no decir nada a la par que esperaban las
entradas para empezar a comer; degustando una copa de merlot rose.

―Definitivamente lo llevas en la sangre ―insistió el hombre, que interpretó


su mutismo como modesta coquetería―. Los Ward se han caracterizado por ser
exitosos.

―Pero yo no soy una Ward ―corrigió ella de forma implacable,


sosteniendo la mirada de Leon y la sonrisa ligera, distendida.

Se quedaron en silencio una vez más, midiéndose el uno al otro. Ella estaba
acostumbrada a lidiar con todo tipo de hombres, en el mundo de Jessica las
relaciones interpersonales se llevaban de dos formas: o eras parte de los negocios, o
eras alguien con quien revolcarte de vez en cuando. No había matices ni los
necesitaba. Tenía pocos amigos, casi todos ellos eran de forma indirecta porque en
realidad estaban más relacionados con Joaquín que con ella, pues era el que tenía
más carácter para lidiar con el aspecto social; sin embargo, no era porque la latina
no pudiese ser accesible, que lo era cuando lo deseaba en verdad, como había
sucedido con su primo Fred, solo que carecía de tiempo para cultivar cualquier
clase de amistad profunda o relación amorosa que requiriese un compromiso más
serio o formal.

Leon, en cambio, veía a la latina como un boleto para tener la mayoría de las
acciones de WW en un momento no demasiado lejos en el futuro. Simplemente
tenía que saber jugar sus cartas porque él conocía el género femenino como la
palma de su mano; cada una de las mujeres que pasó por su vida tuvieron un
precio ―o una debilidad― y él estaba seguro de que los asuntos sin resolver de
Jessica Medina con su padre, eran la puerta de entrada para controlarla o seducirla.

O ambas cosas.

Jessica estaba allí para vengarse de su padre, podía sentirlo con cada fibra
de su ser, y aunque él era parte de la junta directiva de una compañía con una
amplia trayectoria, era evidente que no llevaba el apellido Ward, así que de un
modo u otro, siempre fue considerado el intruso en medio de la empresa familiar,
una que se vio obligada a vender acciones y dejar que otros entraran para no
perder el legado Ward.

Detestaba la arrogancia del clan, a pesar de que no podía negar que eran
personas correctas. Él no quería despojar a los Ward de su poder ―o tal vez un
poco sí―. Sin embargo, sí quería tener más de la mitad de la empresa para poder
controlar el futuro de la compañía que parecía destinada a estancarse en el pasado
por la obstinación y la estupidez de los viejos gemelos Ward.

Si Leon hubiese tenido el dinero, o al menos el tiempo para conseguirlo,


habría comprado las acciones, pero no tuvo la suficiente velocidad ni la suerte para
poder adquirirlas con otra fachada, porque los gemelos Ward podían no llevarse
muy bien, pero una cosa sí tenían en claro esos dos: no iban a dejarle a un foráneo
la posibilidad de tener la mayoría accionaria. Los Ward siempre tendrían más
acciones sobre la compañía; y él sabía que en el primer momento que tuviesen la
posibilidad, recomprarían las acciones a Jessica, porque ella tenía razón, tal vez era
hija biológica de William, pero no era una Ward.

El mesero llegó y depositó los platos frente a cada uno, Leon intentó
halagarla, hablando de su belleza, preguntándole sobre su vida, sus logros.
―Hablando de logros ―interrumpió ella con delicadeza―. Espero que esta
comida no se alargue demasiado. Debo salir a las tres de la tarde a Silicon Valley,
tengo una reunión de negocios.

―Oh, es una pena, de verdad esperaba que nos llegáramos a conocer ―se
lamentó él, ampliando su sonrisa de comercial de dentífrico―, aunque puede ser
mejor idea hacerlo en otro entorno, uno más relajado, tal vez una cena el viernes y
luego un par de copas en algún bar. Conozco sitios espectaculares que me gustaría
mostrarte, antes de que partas de San Francisco.

Jessica sonrió de manera diplomática, no veía esa cena en su futuro ni el


viernes ni ningún otro día; podía oler conflictos en cualquier tipo de relación que
tuviese con ese hombre y no estaba interesada.

―Pero mira qué casualidad ―exclamó Sean Ward interrumpiéndola


cuando abría la boca para rechazarlo, acercándose a la mesa con su sonrisa más
inocente―. No sabía que estaban comiendo aquí. ¿Les molesta si los
acompañamos?

―¿Acompañamos? ―indagó Leon con una expresión tirante en el rostro,


procurando mantener el aspecto apacible.

―Hola, ¡qué coincidencia! ―soltó Stan apareciendo detrás de su


hermano―. Salimos a comer con Greg y nos sugirió este lugar…

―Sí, que coincidencia ―musitó Jessica con expresión seria―. Pero la


verdad, estoy teniendo un almuerzo con uno de mis socios, lamentablemente no
nos pueden acompañar, aunque tal vez cuando yo me vaya pueden hacerle
compañía.

―¿Cuándo te vayas? ―preguntó Sean confundido.

―En efecto ―asintió Jessica, abandonando los cubiertos sobre el plato―. A


las tres deben pasar por mí aquí, para ir a una reunión de negocios. Pueden pedir
una mesa para cuatro, para que Leon se una a ustedes cuando acabemos de comer,
tal vez compartir el postre.

A la morena le costó muchísimo contener la carcajada de satisfacción, su


sonrisa fue demasiado evidente ante la cara de consternación de los tres hombres
que se miraban entre sí y luego a ella sin saber qué decir. El mesero llegó junto con
Gregory, que iba a abrir la boca para mencionar que era una casualidad increíble el
encontrarse allí, pero Jessica se adelantó y le indicó al mesero que necesitaban una
mesa para cuatro, porque el señor Leon Allen los acompañaría una vez que ella se
marchara.

―Espero que tengan buen provecho, caballeros ―despidió a los Ward con
un gesto displicente.

El Vikingo estaba que echaba chispas, se sentó mirando en dirección a la


mesa donde su Valkiria comía con un Allen demasiado interesado para su gusto.
Ella le sonreía con bastante profusión, pero estaba claro que no se sentía cómoda,
porque sus ojos no participaban de lo que mostraba su boca.

La comida le estaba cayendo terriblemente mal, el filete parecía hecho de


cuchillas de afeitar que desgarraban su esófago de camino a su estómago.
Apretaba con demasiada fuerza los cubiertos mientras hacía todo lo que su
humanidad le permitía para disimular frente a los gemelos. Leon se inclinaba hacia
adelante, procurando recortar las distancias entre ellos dos; cuando Jessica elevó la
copa para servirse vino, él se adelantó y sosteniendo su mano junto con la copa,
rellenó del líquido rosado y luego soltó la mano de la mujer acariciándola con
lentitud.

Soltó un profundo suspiro cuando vio eso y deseó ir a partirle la cara a


Allen.

Aquello era inaudito, porque él había salido incontables veces con Leon, tal
vez no era su amigo, pero sí se divertían juntos, en buen plan.

No se reconocía a sí mismo, jamás en su vida había sentido ese nivel de


celos con ninguna mujer, ni siquiera con Elsie que podía considerar que era la chica
con la que mantuvo una especie de relación por más tiempo. Jessica Medina era
todo lo que él quería de una mujer, aunque en su momento no supiese que lo
quería. Al ver reunidas las cualidades que le gustaban en distintas mujeres en una
única persona, le removió el piso de un modo que no lograba comprender.

Mascullaba maldiciones en su cabeza, procurando disimular que miraba de


mala manera a Leon, como si deseara arrancarle la cabeza ―que era lo que de
verdad deseaba―. Se le retorcían las tripas al ver a Jessica actuando con tanta
comodidad en torno a ese imbécil, pero no quedaba más que aguantarse, porque a
pesar del corto tiempo que tenía ella en sus vidas, los gemelos estaban
especialmente encantados con la idea de una hermana y era de lo único que
hablaban desde el día domingo; no podía revelarles que la mujer del avión era ella,
que su Valkiria era Jessica.

¿Cómo podía la vida tornarse de cabeza de ese modo?

Otra cosa que lo estaba sacando de sus cabales era saber que se iba a
marchar en pocas semanas, era como una burla del destino, mostrarle a su mujer
ideal, a la Valkiria que lo conquistaba y lo llevaba al paraíso, solo para verla
marcharse.

Comía sin darse cuenta de lo que se llevaba a la boca, respondía con


monosílabos a las preguntas de sus hermanos y la conversación que ellos
mantenían, saltando de tema en tema como si no pudiesen quedarse en un solo
tópico.

Jessica declinó el postre y contestó el móvil cuando sonó. Sonrío con cortesía
y se levantó de la silla, estirando la mano para despedirse de Leon. Los labios de
Greg se estiraron levemente en un guiño malicioso, su exótica latina de ojos grises
ponía distancia profesional entre ambos.

«En tu jodida cara, Allen» se burló. Sin embargo, una bestia enfurecida rugió
cuando el maldito idiota se llevó la mano a los labios y besó el dorso de forma
galante.

Ella abandonó el salón con paso firme, no sin antes pasar por la mesa donde
ellos estaban.

―Consideraré esto como un gesto lindo por parte de mis hermanos para
protegerme ―aseveró la mujer en voz baja con voz grave, entrecerrando los ojos de
forma ligera, como para dar énfasis en lo que iba a decir―; no obstante, les voy a
recordar que soy una mujer autosuficiente, que lidia con hombres que hacen
parecer a Leon Allen un cachorrito de labrador.

»No soy ingenua, señores.

―No te molestes, Jessica ―pidió Stan con suavidad―. Simplemente son


precauciones, nos preocupamos de lo que Leon pueda hacer.

―Es un mujeriego ―intervino Gregory en un tono más fuerte del que


pretendía usar―. Usa a las mujeres y luego las deja botadas y humilladas.
―Por eso siempre me adelanto y soy yo quien se divierte primero, los usa y
luego los abandona ―aseguró Jessica sonriendo con vanidad―. No he prosperado
en el mundo de los negocios por ser ingenua… ¿acaso creen que no sé qué busca el
señor Allen? Inclusive puedo decir que sé, mucho mejor que ustedes, lo que él
desea ―concluyó con tono enigmático.

Gregory apretaba los dientes y miraba a los ojos de Jessica, esperando que
ella se fijara en él. Se despidió de forma cortés, no sin antes asegurarle a los
gemelos que irían a beber algo el viernes en la noche para conocerse mejor.

No pudo evitarlo, se levantó de la mesa y la siguió fuera del restaurante;


necesitaba decirle un par de cosas; en particular, que no estaba dispuesto a
compartirla.

Jessica estaba en la acera, mirando la carretera por donde desfilaban los


vehículos.

―Creo que necesitamos hablar ―dijo él, tomándola por el codo. Ella
observó su mano con una ceja elevada en un gesto suspicaz.

―Si es sobre Leon Allen o sobre cualquier escena de celos que pretendas
montarme, ahórratelo ―expresó Jessica con un deje de burla―. Nos divertimos
mucho anoche, pero eso no significa nada… tú tienes tu pseudo novia, yo vivo mi
vida de forma plena, allá tú con tus dramas. ―Se soltó de su agarre con un gesto
suave―. Solo espero que estés sano, porque no hemos usado protección y aunque
tengo garantías de no quedar embarazada, contigo no he guardado las
precauciones necesarias.

Gregory sintió una terrible aprensión en su abdomen, no solo por la forma


impersonal con la que hablaba al respecto de lo vivido con él; que tenía razón al
decir que era solo sexo, sin embargo, el Vikingo estaba dispuesto a que fuese
mucho más que eso, sin dudarlo; sino también, que no había caído en cuenta de ese
detalle particular: no habían usado protección.

Jessica Medina volvía su mundo de cabeza de tal forma que la regla tácita
de ‘sin condón no hay diversión’ se había borrado de su cabeza.

Un auto elegante se detuvo frente a ellos y la puerta posterior se abrió,


descubriendo a Joaquín Medina que, tras apearse, se acercó hasta los dos.

―¿Todo bien aquí? ―inquirió mirando al rubio con suspicacia.


―De maravilla ―respondió Jessica adelantándose―. El señor Ward y yo
solo conversábamos de la no exclusividad en los negocios y en otras cosas.

Su primo asintió ante su aseveración y la siguió hasta el auto, donde se


montaron y marcharon a Silicon Valley, dejando al Vikingo con una profunda
expresión de angustia. Entre conversaciones sobre reportes de ganancias y
proyecciones semestrales, él le preguntó sobre Gregory.

―Solo es una diversión ―explicó ella, pasando la página de su Tablet.

―¿No crees que es complicar más las cosas sin necesidad? ―inquirió él.
Jessica negó.

―Si él no abre la boca, que no lo hará ―aseguró―, todo permanecerá bien.


Verificaré que la inversión con los Ward tenga retorno y luego me marcharé como
era el plan original.

―¿No piensas limar asperezas con tu padre? ―insistió Joaquín.

―Quín, mi padre murió, junto con mi madre y tus padres ―le recordó ella
con algo de frialdad―. William Ward no me importa, entiéndelo, menos ahora que
ya lo conocí. Haberle dicho quién soy y ver su cara de asombro ante lo que soy es
la mejor retribución que pude recibir.

»William Ward no tiene nada que ofrecerme ―aseveró Jessica.

La reunión en la empresa donde poseían acciones se extendió más allá de la


hora acordada. Decidieron cenar en la sala de juntas y pasaron un rato agradable
con sus socios. El retorno lo hicieron entre risas y comentarios sobre los números
de la empresa en Portugal, ella apoyaba la cabeza sobre el hombre de Joaquín, en
un gesto fraternal que solían hacer cuando estaban solos. Cuando Jessica entró en
su habitación de hotel tras despedirse al salir del elevador, rememoró la noche
apasionada que había vivido con el Vikingo, se le erizó la piel al recordar la forma
en que la llamaba Valkiria, susurrándoselo al oído mientras la embestía con
suavidad y movimientos profundos.

Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza, despertando instintos que iban a


buscar ser saciados; sin embargo, no quería llamar a Gregory y complicar más las
cosas; aunque no iba admitírselo a nadie, el haber visto el comportamiento con
Elsie y la actitud de este para con la pelirroja no le gustó. Podía generarse un
triángulo amoroso, uno que solo iba a quitarle tiempo.
Sin contar que a Jessica tampoco le gustaba compartir como le pasaba al
Vikingo, por eso siempre se metía con hombres como ella, ocupados, que iban
directo al grano y que no buscaban ataduras de ningún tipo. Por un instante creyó
que el rubio era de ese tipo, alguien con quien pasar un más que excelente rato sin
ataduras emocionales; pero se equivocaba, su instinto le decía que, de continuar en
ese plan, iban a complicarse las cosas de forma irreversible.

Por algo se había mantenido alejada de los Ward.

El teléfono de la habitación sonó y ella se aproximó para tomar el auricular.

―Buenas noches, señorita Medina ―anunció la voz del recepcionista―. Acá


abajo hay un caballero que la busca. Se llama Frederick Ward, ¿desea que suba a su
habitación?
CAPÍTULO 10

Todas las mujeres merecen flores y bombones

Jessica se calzó las únicas zapatillas bajitas que podía ponerse con esa falda,
puesto que se había despojado de los tacones y no pensaba montarse en esos
aparatos de tortura una vez más.

Irónicamente, las bailarinas que usaba eran esas que él le había obsequiado
cuando lo conoció como Rick, porque del resto, en su guardarropa solo quedaban
dos pares de zapatos deportivos con los que solía ir al gimnasio de los hoteles para
hacer algo de ejercicio ―al menos dos o tres días a la semana―. Durante el
descenso se preguntó los motivos para que Frederick Ward hubiese llegado hasta
su hotel, más a una hora tan tardía; barajó diversas razones pero ninguna le
parecía ideal… o correcta, menos cuando su última conversación, esa misma
mañana, había sido tan desagradable.

Las puertas se abrieron al vestíbulo y se acercó al mostrador de recepción


donde el empleado del hotel le indicó la sala de espera a un par de metros. Jessica
se dirigió en esa dirección y descubrió a Fred, sentado en un sofá, con los brazos
apoyados sobre las rodillas, y los dedos entrelazados, pendiendo en el aire. Se
detuvo un instante a contemplarlo, era jodidamente atractivo, con sus rasgos
varoniles suavizados por la sonrisa amable que pintaba sus labios; sin embargo, en
ese instante, parecía preocupado y contrariado.

―Buenas noches, señor Ward ―saludó ella con fría cortesía, manteniendo
las distancias, colocándose frente a él, con la mesilla de vidrio de por medio.

―Buenas noches, Jessica ―respondió él, poniéndose de pie―. Disculpa la


hora, yo… la verdad, no podía esperar.

―Está bien, señor Ward ―aseguró Jessica, restándole importancia, sin


tomar asiento―. ¿En qué puedo ayudarle?
―Por favor ―pidió con un ruego, los ojos tristes sorprendieron a Jessica―.
Vine a disculparme ―explicó―, lo que te dije hoy, fue lo más atroz por mi parte e
incorrecto, no te lo merecías, simplemente yo… aún estoy digiriendo lo que
sucedió.

La latina soltó un suspiro corto, comprensivo; sonrió.

―Está bien, señor Ward ―asintió.

―Frederick, o Fred ―corrigió―. Creo que es injusto que no nos podamos


hablar de forma directa ―pidió él―. En serio lo lamento, y vengo a pedirte que,
por favor, empecemos de nuevo.

Se giró al asiento que estaba a su lado y tomó un ramo de rosas rojas, que le
tendió con una sonrisa tímida.

Jessica lo miró perpleja, primero a él con su sonrisa encantadora y luego a


los botones de rosas de un rojo fuerte, envueltos en un delicado papel de color
champaña.

―Esto… ―Jessica se aclaró la garganta―. ¿Qué es? ―inquirió perpleja.

―Rosas ―respondió él, sin dejar de sostenerlas en su dirección―. Para


pedirte unas sinceras disculpas.

Ella tomó el ramo y lo apretó contra su cuerpo, aspiró la fragancia sutil, le


sonrió con algo de confusión.

―Gracias ―dijo, mirándolo a los ojos―. Es la primera vez que me regalan


flores.

Fred frunció el ceño, observándola con escepticismo.

―¿En serio? ―inquirió él―. No creo que sea eso posible, una mujer como
tú debe recibir flores todo el tiempo ―soltó con honestidad. Jessica tragó saliva,
desconcertada por las sensaciones que ese pequeño gesto generaba en su cabeza y
su cuerpo. Negó.

―No, no es así ―respondió―. La verdad es que nunca nadie me ha


regalado flores, supongo que no parezco la clase de mujer que podría recibirlas…
son hermosas, gracias.
Frederick miró a Jessica, sonrió con dulzura ante el leve rubor en las mejillas
de ella, sintiendo una extraña emoción en su interior.

―Lamento lo que pasó ―repitió el moreno―. La verdad es que todo lo que


ha sucedido desde el sábado ha sido como una montaña rusa, no termino de
aceptar una cosa cuando algo nuevo aparece… ―explicó él, metiendo las manos en
los bolsillos de su pantalón―. Debo decir que… primero descubrir que eras hija de
mi tío y al segundo siguiente que habías estado con el Vikingo… eso me
desconcertó, porque en verdad me gustas… ¡quiero decir, me gustaste! ―se
corrigió de inmediato.

Jessica sonrió con indulgencia.

―A mí también me sorprendió mucho descubrirlo todo ―confesó ella―. La


idea de salir con Rick… bueno, me pareció muy dulce, y no suelo salir con
hombres como él… me entusiasmó mucho pensar en conocer San Francisco
contigo.

Mariposas, Frederick no recordaba la última vez que había sentido


mariposas.

Ella soltó un largo suspiro, miró alrededor y tomó una decisión.

―¿Quieres ir a beber una copa en el bar? ―preguntó―. Para terminar de


limar asperezas y empezar desde cero.

Él asintió, pero previamente Jessica se acercó a la recepción y dejó el ramo,


con la orden de que por favor las pusieran en un jarrón en su habitación.

El Hyatt Regency era un hotel elegante, con acabados en colores cálidos,


dorados, madera y muebles grises oscuros; la combinación daba una sensación de
distinción e intimidad. Llegaron al bar, tomaron asiento en una de las mesas junto
a la ventana con vista a la bahía y el puente iluminado contra el horizonte
nocturno. El primer trago fue un tanto incómodo, pero tras hacer efecto, la
situación se tornó menos difícil.

Hablaron de todo un poco, él seguía sin creer que nunca hubiese recibido
flores.

―Debo confesar ―susurró, mirándola a los ojos de forma un tanto


soñadora, el alcohol había borrado ciertas inhibiciones y sentía que tenía que
explicarse, sacarse todo lo que estaba sintiendo y que nublaba su juicio― que me
morí de celos cuando Greg me dijo que tú eras la chica del avión… a ratos me
cuesta no ir a regañarlo por lo que hizo contigo, porque sé que en sí, no son
familia… como… bueno, cómo tú y yo.

Jessica correspondió con una sonrisa llena de tristeza.

―Eso sí fue un coñazo ―aceptó ella respondiendo en inglés y en español―.


Nunca me imaginé encontrármelo en la compañía.

Frederick asintió.

―Creo que lo más difícil es pensar que puedan continuar con lo que tienen
―acotó, llevándose el vaso a la boca y tomándose el resto de su bebida.

―No tenemos nada ―aseguró Jessica, jugueteando con su copa, mientras la


miraba dar vueltas sobre su base―. Tener sexo con alguien no significa que sea
algo emocional.

―Para mí sí lo es ―susurró el moreno, atrapando su atención con sus ojos


grises, que titilaban al brillo de la exigua llama de la vela en el centro de la mesa―.
Nunca me he acostado con ninguna mujer por la cual no sintiera algo, así fuese
cariño.

―Eso es lindo ―soltó una risita―. Te creo, al fin y al cabo, eres todo un
Príncipe Encantador.

―Que salva cachorritos y gatitos indefensos ―continuó acompañándola


con una risita.

Se miraron a los ojos por largo rato, en un silencio cómplice y agradable.

―En el fondo, creo que soy enamoradizo ―dijo él repentinamente―,


Geraldine dice eso.

―¿Quién es Geraldine? ―preguntó la latina con interés.

―Algo así como mi ex ―respondió con algo de vergüenza. Ella enarcó una
ceja de forma perspicaz―. Es un poco complicado, rompemos y volvemos cada
cierto tiempo. Sucede en especial cuando Geraldine está en plan profesional, tiene
metas que quiere conseguir y cuando siente que la relación la está cohibiendo de
poder obtenerlo, terminamos.

―¿Ahorita están en uno de esas etapas de rompimiento? ―indagó Jessica


con un toque de compasión. Él asintió.

―No es que sea un santurrón ―se vio en la necesidad de explicar―.


Cuando estamos así, yo salgo, me divierto, tengo alguna relación romántica, sin
embargo ninguna funciona.

―La amas mucho, eso es lindo ―sentenció la mujer, con la vista baja―.
Solo no dejes que ella domine todo, es loable de tu parte aceptar sus metas
profesionales, incluso motivarla a conseguirlas, pero no a costa de esa inestabilidad
emocional… ¿Acaso no puede lograr lo mismo estando contigo?

Él se encogió de hombros con pesadumbre.

―No lo sé ―contestó―. Creo que es así como siempre ha sido.

―Pues es una mierda ―aseguró ella de forma rotunda―. Está bien que
quiera crecer, pero si eso absorbe la mayor parte de su vida, es injusto tenerte como
una especie de comodín para usar cuando quiera, por eso estoy sola, me divierto
con quien quiero, sin implicar emociones, es injusto enamorar a alguien cuando no
tengo tiempo para una relación de esa índole.

―Eso significa que haber salido conmigo, habría sido una aventura de una
noche también ―acotó él con algo de tristeza.

―Tal vez no de una noche, pero sí habría tenido fecha de caducidad


―explicó Jessica, mirándolo a los ojos―. Nunca te hubiera hecho promesas que no
fuese a cumplir, no es justo.

―Pensé que jugabas con las personas ―se mofó él, sonriendo de medio
lado.

―Es posible, pero no me gusta lastimarlas, así que siempre saben que estoy
jugando.

Ambos soltaron risitas tras un par de segundos sin decir nada. El mesero se
acercó para preguntar si deseaban otro trago, pero los dos negaron, Fred se
dispuso a sacar su billetera para pagar, sin embargo, Jessica lo detuvo.
―Esta corre por mi cuenta. ―Él asintió y agradeció.

Salieron del bar, hasta la entrada del hotel, iban en silencio, rozando sus
brazos de vez en cuando. Se detuvieron en la puerta, Fred se giró hacia ella y la
observó con una mirada indescifrable. Jessica sentía una ligera aprensión en el
estómago, nervios y expectativa ante el dulce caballero que tenía al frente.

―Sabes, Jessica, he lamentado muchas cosas desde que vine a hablar


contigo ―confesó muy cerca de ella, escasos centímetros los separaban y era
notable la diferencia de estatura entre ambos―. Hay dos cosas más que lamento,
primero que seas mi prima…

―Sí ―aceptó ella, pasando un mechón de cabello detrás de su oído―, eso


es algo que yo también lamento mucho.

―Lo otro que lamento es que jamás nadie te haya regalado flores ―dijo
acortando la distancia de forma peligrosa, se inclinó hacia su oído y susurró―. Sin
embargo, me encanta la idea de haber sido el primero que lo hizo.

Se enderezó, tomó la barbilla con su mano y de forma delicada la atrajo


hacia él, posando sus labios contra la frente de ella, dejando un beso tierno.

―Descansa, Jessica ―dijo, dando un paso hacia atrás, evitando la tentación,


ella asintió―. Gracias por la bebida.

―Un gusto, Fred ―respondió soltando un suspiro callado―. Nos vemos


mañana.

Él traspuso la salida del hotel con la intención de ir a buscar su auto; Jessica


lo vio marcharse y decidió ir a dormir, pues había sido un día muy intenso y
faltaban pocos minutos para la medianoche.

―Jessica ―llamó él, ella se giró al escucharlo―. Todas las mujeres merecen
flores… y bombones… y que les recuerden que son geniales…

La latina soltó una carcajada divertida, levantó la mano para despedirse y se


encaminó al elevador; al entrar a su habitación se encontró con el hermoso ramo
dejado sobre la mesilla de noche que inundaba la estancia con su dulce fragancia.
Durmió con una sonrisa en los labios, sintiéndose un poquito más especial.

A la mañana siguiente, cuando Joaquín y ella entraban a Ward Walls, su


primo se desvió hacia el salón de descanso por un par de tazas de café, mientras
Jessica se encaminó a la oficina. Cuando entró, no pudo evitar sonreír, sobre su
escritorio, había un enorme ramo de rosas rojas, blancas y rosadas dentro de un
bonito florero de vidrio de color blanco; se acercó hasta las flores, se inclinó para
olerlas y cuando se enderezó, descubrió la tarjeta que venía prendida a un tallo.
Era rectangular, pequeña y de color rosa pálido.

También me haces sentir mariposas.

Rick

Ella levantó la mirada y se giró en dirección a la oficina de Fred, él estaba


allí, de pie, sonriéndole desde el otro lado de la pared. Jessica le retribuyó el gesto,
articuló con sus labios un ‘gracias’ y tuvo que aceptar en su interior, que esos
gestos también le hacían sentir mariposas.
CAPÍTULO 11

El Clan Ward es celoso con sus mujeres

La noticia sobre el obsequio de las flores de Jessica se volvió un chisme que


recorrió la oficina bastante rápido; Stan aseguraba a todos los Wards ―incluidos
su papá y tío―, que esas rosas habían sido enviadas por Allen, porque durante el
almuerzo en el que se aparecieron, el otro socio se mostraba “demasiado
interesado” en ella. Y el tono empleado por el hermano pequeño estaba cargado de
reprobación evidente.

Fred se mantenía en silencio, no iba a decirle a ninguno de ellos que de


hecho fue él quien hizo el mentado regalo, en especial, cuando veía la expresión
adusta de su primo, que parecía realmente cabreado por eso.

El resto de ese día Jessica, Joaquín y Linda estuvieron encerrados en su


oficina, armando una propuesta para la mesa directiva; lo que redujo a cero la
interacción de los inversionistas latinos dentro de la compañía. Dicha situación fue
aprovechada por Greg para indagar ―lo más discreto que pudo― si en verdad
Leon fue el autor del ramo de rosas.

―Hey, hombre ―saludó el rubio asomándose al despacho de Allen,


fingiendo simpatía cuando en realidad sentía miles de serpientes venenosas
retorciéndose en su estómago―. ¿Fuiste tú quien le envió flores a Medina?

Leon levantó la vista del monitor y frunció el ceño. Negó con vehemencia.

―No, y ni idea de quién fue ―contestó con seriedad―. No tiene ni una


semana aquí y ya está enamorando hombres ―sonrió de forma taimada―.
Aunque no me sorprende; esa mujer es… ―Hizo un gesto ambiguo; Greg no sabía
si estaba insinuando que era hermosa o ardiente―. ¿Vamos al muelle el domingo?
―preguntó, cambiando de tema.

―No lo sé, te aviso ―evadió la invitación a navegar―. No estoy seguro de


si tendré planes el sábado… tú me entiendes.

Leon sonrió de manera cómplice y le guiñó un ojo.

Salió de allí de regreso a su escritorio, tenía trabajo que hacer y no podía


devanarse los sesos tratando de averiguar quién podía tener un interés romántico
por su Valkiria; básicamente podía ser cualquiera en esa ciudad, porque estaban
descartados los Ward. Incluido él.

Sin embargo, desde su oficina lograba ver el maldito ramo y la sonrisa


discreta que se pintaba en los labios femeninos cada vez que miraba las rosas. Eso
lo traía de cabeza, distraído y de mal humor. Puesto que nunca antes se había
sentido del mismo modo por una mujer, jamás tuvo la necesidad de obsequiar
flores solo para ver sonreír a una dama, como tampoco se enfrentó al hecho de ser
rechazado ni una sola vez por alguna fémina.

Más bien era él quien siempre tenía que romper corazones y desinflar
esperanzas de relaciones que no se iban a concretar.

«Mierda.»

Estaba jodido, muy jodido.

El resto del día fue amargo, durante la noche tuvo que resistir la tentación
de ir a buscar a Jessica a su hotel y armarle una escena digna de una de esas
novelas latinas que veían su mamá y su tía todas las tardes. No supo cuántas veces
encendió el celular y abrió el WhatsApp para escribirle, sin saber si ella había
agendado el número de él en su propio móvil. No iba a soportar pasarle un
mensaje y que la morena no lo reconociera.

Golpe bajo a la poca dignidad que le quedaba.

El miércoles en la mañana, cuando entró en su oficina, alcanzó a vislumbrar


un enorme girasol en el escritorio de Jessica, casi estuvo tentado a entrar y
desaparecerlo, tipo película de matón adolescente de preparatoria. Sin evidencia
no había crimen; no obstante, se decantó mejor por ir a hablar con Fred, necesitaba
cordura, más que cualquier otra cosa, y quién mejor que su primo para meterle
sensatez en la dura sesera.

―¿Sabes quién le trajo flores a Jessica? ―preguntó mientras se sentaba en el


sofá, con cara de pocos amigos.
―Buenos días para ti también, primo ―saludó Frederick, sonriendo ante su
amargura―. No lo sé, lo recibió Linda de un repartidor ―mintió con desparpajo.

Gregory se levantó del sofá y se asomó por el panel divisorio, apretó la


cabeza contra el vidrio, exactamente igual que un niño pequeño, mirando el
maldito girasol como si fuese caca de perro. Entonces se fijó en que tenía una
tarjeta.

―Vamos a averiguar quién le manda flores a mi Valkiria ―dijo


repentinamente, en un tono medio enloquecido.

―¿Tu qué? ―inquirió Fred frunciendo el ceño―. Vamos, Vikingo, ¿en serio
estás así por una mujer que solo te ha usado para divertirse? ―inquirió con
seriedad.

―¡Hey! No tienes que ser tan cruel ―se quejó dolido―. La verdad es que
me gusta en serio… y… y… necesito saber quién es mi competencia ―confesó al
fin con derrota―. Tengo una segunda oportunidad, la primera vez en el
aeropuerto la perdí, no esta vez. La voy a conquistar, será toda para mí.

Salió de la oficina y sin importarle si había alguien observándole, se adentró


en la sala contigua, echando vistazos poco discretos en dirección a los escritorios
de los asistentes, atento a que no lo fueran a descubrir husmeando. Fred no se
levantó de su silla, continuó atento a la pantalla de su monitor donde estaba
verificando las ventas realizadas de los nuevos condominios. Solo había una
persona que lo llamaba Rick en esa oficina, y lo hacía únicamente cuando estaban
solos, del resto se refería a él como señor Ward, así que no se sentía demasiado
nervioso de que leyera la nota.

Gregory regresó más cabreado que cuando entró por primera vez; se lanzó
en el sofá y tomó uno de los cojines que había allí, colocándoselo en la cara,
mientras soltaba un bufido de frustración. Fred hizo un enorme esfuerzo para
contener la risa ante la rabieta infantil que el rubio de un metro noventa estaba
haciendo.

―¿Qué pasó? ―preguntó el moreno, levantándose de su silla y sentándose


en el otro sofá individual. El Vikingo se quitó el almohadón de la cabeza,
mirándolo con ojos tristes.

―Un rayo de sol, para ti ―recitó con voz apagada―. Es la cosa más
jodidamente cursi y acertada para decirle, y se lo dijo un tal Rick… ¡¡Mierda!!
¿Quién es ese tal Rick hijo de puta y qué quiere con mi Valkiria?

Frederick enarcó una ceja.

―¿Qué eso de tu Valkiria? ―indagó, una sensación de retortijones


estomacales lo invadió, esa forma posesiva para referirse a Jessica le caía mal―. No
pareces tú.

―¿Crees que no lo sé? ―replicó Greg―. No me reconozco. Primo, esa mujer


me hechizó desde ese maldito avión, yo estaba dispuesto a mover cielo y tierra
para buscarla, imagina mi cara cuando la vi aquí, en la sala de juntas ¡y todos
diciendo que era la media hermana de mis medio hermanos! ―Se sentó,
tomándose la cabeza con ambas manos, apoyando los codos en las rodillas―. Vine
yo de imbécil y caí en su juego el lunes... y lo que se suponía iba a ser un
desquite… … … ¡¡Mierda, Fred!! Estoy jodido, me tiene de las pelotas y a ella ni
siquiera le importa.

»Literalmente encontré el paraíso con ella, encontré mi Valhala, ella es mi


Valkiria ¿comprendes?

―¿En serio te gusta mucho? ―inquirió en voz baja, sintiéndose un poco


culpable por andar enviándole flores a Jessica. Por más que fuese un simple detalle
caballeroso, no quería interponerse en nada que pudiese terminar con alguien
herido. Menos si era su mejor amigo.

No sabía qué tan interesada podía estar ella en el rubio, en honor de la


verdad, su conversación previa solo había rondado en torno a ellos mismos, entre
otras cosas, como el hecho de que la mujer latina tenía poco tiempo para dedicarse
a tener relaciones amorosas serias.

―¿Qué me está pasando? ―preguntó el Vikingo en voz baja, más para sí


mismo―. Esto no me había pasado jamás, siento que esa mujer me quitó la
cordura, pasé horas anoche hirviendo de celos por culpa de Allen y de el imbécil
que le envió rosas.

»Muerto de celos y desesperación.

Fred abrió los ojos con franca sorpresa.

―Estás enamorado, primo ―expresó con estupor―. Y lo digo en serio, no


hablo del flechazo de la mujer del avión, hablo de que te enamoraste a primera
vista de Jessica.

«Tal vez un poco como yo» pensó con amargura, sintiendo cómo el retortijón
se convertía en un nudo cerrado en su estómago.

―Ya lo sé ―aceptó el otro con una clara derrota pintada en el rostro―. La


cuestión es: ¿qué hago ahora? Dudo mucho que mi Valkiria sienta lo mismo que
yo. Más ahora que hay un tal Rick de por medio.

―¿Y quién es tu Valkiria? ―interrumpió la voz de Bruce desde el umbral de


la puerta que Greg había dejado abierta al entrar.

―Nadie ―respondieron los dos hombres al tiempo. El mayor de los Ward


los observó con suspicacia.

―Nada sospechoso ―se burló de ellos―. Vamos por un café y a desayunar,


Sean nos está invitando.

Ambos se pusieron de pie, asintiendo ante la invitación. Fred y Gregory


miraron a la oficina de al lado, en ese momento Jessica levantaba la flor y sonreía
de forma divertida; leyó la nota con la misma expresión ―mezclada con un poco
de ternura― que le iluminaba los ojos. Ella guardó la tarjeta en el bolsillo de su
pantalón de vestir e introdujo el girasol entre el ramo de rosas que descansaban en
el florero.

Salieron de la oficina; sin embargo, Bruce Ward no se desvió a la salida, sino


que siguió a la oficina de la mujer, tocó la puerta y asomó la cabeza para hablar.

Fred se percató que faltaba alguien allí, se giró a buscar a Joaquín Medina
por el pasillo, el primo que parecía un poco el mellizo de Jessica porque siempre
andaban juntos. Incluso más de lo que Sean y Stan estaban.

En menos tiempo del pensado, Jessica salió de la oficina, acompañada de


Bruce.

―Buenos días, señores ―saludó con una sonrisa tranquila.

―Buenos días, señorita Medina ―respondieron al unísono.

―Gracias por la invitación ―anunció ella en voz alta―. Supongo que es


buena idea estrechar lazos con mis socios.
―Y con tu familia ―replicó Fred casi de inmediato.

Casi quiso reírse cuando Bruce y Jessica compusieron la misma expresión; a


pesar de las diferencias del tono de la piel, en ese momento, con el mismo color de
ojos, la forma en que contrajeron las cejas y entornaron los párpados, nadie podía
negarles que eran familia.

Gregory también lo notó, lo que le hizo sentir algo raro, porque no quería
ver a esa mujer como un miembro de su familia. Por más que ella fuese hermana
de sus hermanos, entre ellos no había lazos consanguíneos que impidieran la
futura relación que él pretendía plantearle.

De que la iba a conquistar, lo iba a lograr.

Bajaron al restaurante cercano donde solían desayunar por tradición,


conversando sobre construcciones, proyecciones de ventas y futuros planes
inmobiliarios. Sean y Stan se mostraron jubilosos al verla, se abalanzaron sobre
ella, depositando sendos besos en las mejillas y abrazándola un poco más de la
cuenta con bastante fuerza; Jessica reaccionó algo envarada, como si no reconociese
por completo que los gemelos estuvieran tan contentos con su presencia y la
aceptasen como su hermana sin ningún tipo de complejo o duda.

Desayunaron con cierta tranquilidad, la latina parecía construida en acero y


no se daba por aludida al respecto de la incomodidad que aquella situación
pudiese representar; en especial, por la forma en que los demás se burlaban de las
maneras casi idénticas que Bruce y ella compartían a la hora de llevarse el vaso a la
boca, o cómo fruncieron la nariz ante la mención del pie de manzana que les
ofrecieron.

―¡¡A ninguno de los dos les gusta la manzana!! ―se burlaron de ambos
entre risas.

―Hay muchas personas a las que no les gustan las manzanas ―replicó
Bruce. Jessica asintió.

―Por ejemplo, a mí me gustan los melocotones ―explicó la latina, tomando


un pedazo de la ensalada de frutas ―sin manzana― que pidió.

Todos se echaron a reír de nuevo, esta vez con más fuerza. Ella contrajo el
ceño. Fue Fred quien le explicó:
―Los melocotones son la fruta favorita de Bruce.

El mencionado suspiró como si aquello no fuese gracioso, Jessica hizo lo


mismo, no le concedió importancia; sin embargo, tomó algunos trozos de fruta y
los puso en un platito aparte, deslizándolo frente al mayor de los Ward, que
susurró un escueto gracias, aunque no se llevó la fruta picada a la boca.

―¿Y el señor Medina? ―inquirió Sean con interés disimulado, llevándose la


taza a la boca―. Es raro no verlo junto a ti.

―Joaquín está en Silicon Valley ―explicó ella―. Estará yendo durante


algunos días, tenemos una nueva inversión allí.

―¿Viajan mucho? ―preguntó Bruce, que discretamente pinchó un trozo de


melocotón con su tenedor.

―Bastante, en realidad ―contestó Jessica―. Aunque ya la semana que


viene me marcho a Boston.

―¿Tan pronto? ―Fred no logró ocultar su decepción.

―Soy inversionista ―dijo la mujer―, posiblemente nos veamos en un par


de meses, hasta que pueda manejar todo vía video conferencia. ―Se encogió de
hombros―. Cuando se tienen tantos frentes, te dedicas al nuevo un par de meses
hasta que empieza a producir los resultados que quieres… A veces se tiene suerte,
uno solo da el dinero y en poco tiempo hay retorno de inversión, sin necesidad de
que estemos presentes.

―¿Estás bien? ―Sean se giró a ver al Vikingo, que tenía una expresión agria
en la cara―. Estás pálido.

―Creo que me cayó mal algo de la comida ―respondió entre dientes,


mirando su plato a medio comer.

Salieron de allí de vuelta a la oficina. El resto del día estuvieron cumpliendo


sus funciones de manera normal; Greg pensó que podía invitarla a almorzar, de
ese modo hablar sobre ellos, aclarar las cosas y saber si tenía oportunidad con ella;
pero luego recordó que en poco tiempo ya no estaría allí, se iba a ir, a retomar su
vida en Boston. Eso lo hizo sentir devastado. ¿Qué podía hacer en diez días? En
especial, el hombre menos romántico que existía en todo San Francisco.
Fred estuvo igual, pensando si sería buena idea invitarla a comer, pero el
recordatorio de su partida lo ponía desagradablemente triste, también saber que,
del otro lado del pasillo, justo frente a ellos, estaba su primo, su mejor amigo,
padeciendo el mal de amores de forma cruda y cruel.

El día siguiente, Jessica solicitó una reunión con todos los accionistas; fue
pautada para después el almuerzo. La noche anterior, el Vikingo y Frederick se
fueron juntos a un bar a beber sus penas en alcohol; como buen hombre
despechado, Greg terminó bastante bebido en casa de Elsie, tratando de sacarse la
horrible espina que se le clavaba en el corazón.

Durante el café reparador de la mañana, este lo confesó a Fred que nunca se


había sentido tan miserable como esa noche, cuando estuvo teniendo sexo con la
pelirroja, pensando en su Valkiria. Eso sin contar la cruda que llevaba porque no
estaba acostumbrado a beber del modo que lo hizo.

Quiso decirle algo que le subiera el ánimo, pero no pudo. Nada le salía.

―Fingí que llegaba y luego me di media vuelta para dormirme ―dijo él,
sorbiendo su café cargado―. Nunca pensé en mí mismo como una basura, pero
anoche eso fue lo que fui.

Fred tampoco se sentía muy contento consigo mismo, porque él terminó


llamando a Geraldine y estuvieron conversando largo y tendido sobre su relación.
Por primera vez desde que estaba con ella, dudó sobre el hecho de si estaban
destinados el uno al otro. Ciertamente, su prima tenía razón al decir que ella podría
lograr todas sus metas profesionales estando con él, porque jamás se interpondría
en sus sueños.

Suspiró con pesar, giró la cabeza a la derecha, donde pudo percibir la


melena oscura de la latina.

Jessica se veía muy ocupada, Linda entraba y salía de la oficina, leyendo


documentos, contestando llamadas, debatiendo detrás los paneles de vidrio que las
mantenían separadas del resto del ajetreo de la empresa. Cuando llegó la hora de
la reunión, todos entraron de manera puntual a la sala; Jessica fue la última en
entrar junto con Linda que acarreaba las carpetas que fue dejando frente a cada
uno de los presentes.

―Gracias, Linda ―dijo Jessica―. Puedes retirarte.


Todos observaron la carpeta que tenían frente a sus puestos. Ella mantuvo
el silencio hasta el punto más álgido. Fue Wallace Ward quien preguntó qué era lo
que tenían allí, ojeando página por página.

―Es la proyección de la empresa ―respondió Jessica con seriedad. No se


había sentado, continuaba de pie frente a todos los hombres, que iban frunciendo
el ceño más y más―. Con el modelo de negocios actual quebrará en un plazo de
ocho años.

Los Wards y Allen posaron su vista en ella, que ni se inmutó en su


escrutinio pesado y acusador.

―Han pasado más de diez años desde que explotó la burbuja inmobiliaria
―explicó la latina, mirándolos desde las alturas―, ustedes a duras penas han
mantenido a flote la empresa. Lo cierto es que están apuntando a proyectos que
son seguros y dejan pocas ganancias; ahora están en un mega proyecto de
construcción de un centro comercial, sin embargo, las fechas de lanzamiento e
inauguración son demasiado largas.

―¿Y qué propones? ―preguntó Wallace, frunciendo el ceño mucho más


pronunciadamente ante la hoja que estaba leyendo.

―Arriesgarnos ―respondió ella―. Mi propuesta no es para ustedes, es para


los herederos, para la gente joven, con visión de futuro.

»Vi que rechazaron el proyecto de Sean y Stan de construir un edificio


autosustentable, pero esa es la mejor opción.

―Es muy caro ―interrumpió Will―. Generará pérdidas.

―Es porque estás pensando vendérselo a los clientes inadecuados


―aseguró ella―. Si vas a hacer departamentos de quince millones de dólares se los
ofreces a las personas que pueden pagarlos.

»J.M tiene acciones en empresas que se dedican a las innovaciones


tecnológicas: material anti sismos, paneles solares inteligentes, etcétera. Con esas
nuevas tecnologías, se puede reducir el tiempo de construcción hasta un cincuenta
porciento.

»Millonarios, nuevos ricos, billonarios, cualquiera con dinero suficiente que


tenga complejo de culpa por el medio ambiente y que busque reducir su huella de
carbono… ofrecer prestigio, elegancia y algo ecológico es lo ideal.

―Requerirá una inversión muy grande ―insistió Wallace―. Esto podría


llevarnos a la quiebra en pocos meses.

―O podría ponerlos en la palestra en cinco años ―rebatió ella.

―Requiere más que palabra, necesitamos un buen terreno, en una zona


prestigiosa, en una ciudad adecuada; clientes que compren los primeros
apartamentos, incluso antes de que se hagan… ―enumeró Will. Jessica sacó dos
hojas de su carpeta y las extendió sobre el escritorio.

―Los tenemos ―aseguró con arrogancia―. El terreno es de mi propiedad,


puedo vendérselo a Ward Walls ―informó―. Si el proyecto comienza, puedo
garantizar al menos cinco apartamentos en venta antes de su construcción,
pagados de contado; con un buen estudio de costos, podemos recaudar al menos
setenta y cinco millones de dólares solo para empezar. ―Las hojas fueron pasando
de mano en mano―. Con ese aval cualquier banco nos hará un préstamo. Solo
tienen que escoger: Nueva York, Boston, Los Ángeles.

―Niña ―empezó Wallace―, esto no es un juego de bolsa, ni una


criptomoneda… estamos hablando de hacer negocios serios, esto es…

―Negocios, señor Ward ―respondió con arrogancia la mujer―. No soy una


niña ―aclaró con firmeza―. A diferencia de ustedes hice mi fortuna por cuenta
propia, corriendo riesgos, actuando de manera inteligente, estando a la vanguardia
―recalcó con desdén―. No recibí una herencia de mis padres o mis abuelos, por lo
tanto, no tuve la cómoda posición que todos ustedes tienen. Hice en diez años lo
que los Ward construyeron en ¿qué? ¿cinco décadas?

»El centro comercial es buena idea ―aceptó ella―. Sin embargo, es una
inversión a muy largo plazo. Incluso la residencia en Madrid es a muy largo plazo,
al momento de recibir el retorno de la inversión esta se habrá devaluado en el
mercado.

»Esta propuesta no es para ustedes ―aclaró Jessica mirando a los gemelos


mayores―. Ni siquiera para el señor Allen ―dijo observándolo con seriedad―. Es
para ellos. ―Levantó la mano y señaló a los cinco hombres jóvenes que estaban al
lado izquierdo de la mesa―. Los que van a recibir una empresa arcaica dentro de
diez años, a la cual será más difícil poner a la vanguardia, porque nadie confiará en
ella.
»Yo no soy ellos, señores Ward, yo no les debo respeto parental, estos son
negocios y ya lo dije antes: Yo no juego con el dinero.

»Pensé que había quedado claro, pero veo que no. Permítanme repetirlo:
Vine a hacer negocios, a ganar dinero.

»¿Qué hay de ustedes?


CAPÍTULO 12

Cuando la sangre llama

―Ella tiene razón ―reflexionó Sean una vez entraron a la oficina de Stan, se
encontraba jugando con la pelota anti estrés de su gemelo. Allí se habían
congregado todos los Wards más jóvenes tras la cruda reunión.

―Ese no es el punto ―replicó Bruce, quien observaba la calle por la


ventana.

El despacho de Stan quedaba dentro de un amplio salón donde trabajaba


con su equipo de diseño civil, este constaba de varias mesas de dibujo, una
pantalla plana de enormes dimensiones, un plotter para planos y los escritorios de
los empleados ubicados estratégicamente para aprovechar la luz natural.

Desde su oficina personal, él podía supervisar el trabajo con facilidad,


aunque era un espacio que siempre se mantenía abierto porque consideraba que lo
mejor era crear una relación lineal con sus subordinados. En realidad, ese espacio
se usaba para almacenar papelería y recibir a los jefes mayores cuando se pasaban
por allí. En ese instante, les funcionó como guarida para aislarse del resto de la
oficina y analizar la situación.

Tras la aseveración del hermano mayor todos se mantuvieron callados. No


era la primera vez que hablaban de la terca resistencia al cambio de sus padres,
solo que siempre fue entre cervezas en su bar de costumbre o tras alguna acalorada
discusión cuando ellos se pasaban de cabeza dura ante las ideas que ellos deseaban
implementar.

Pero ninguno negaba que fue impresionante ver a Jessica decirles en la cara
lo que todos ellos pensaban.

―No entiendo por qué el tío Wallace sigue buscando disminuir sus logros
―planteó Stan, mirando uno de los archivos donde se amontonaban los
portaplanos. Allí se encontraba almacenado el proyecto aludido por su hermana.

―Porque tiene miedo ―respondió el hijo del mencionado―. Ya saben la


competencia que mi papá y tío Will se traen, para él, la aparición de una hija
perdida es como un error que quiere restregarle en la cara a mi tío…

―Es ridículo ―soltó Greg.

―Completamente de acuerdo ―se sumó Sean―. Jessica es cojonuda, la


forma en que le calló la boca… creo que hasta papá se sintió orgulloso de lo que le
dijo.

Bruce continuaba callado, enfocado en la ventana, admirando cómo poco a


poco la luz del día declinaba, pensando en todo lo dicho en la reunión.

Jessica les mostró la lista de cinco personas que estarían dispuestas a


adquirir un departamento de ese proyecto sin siquiera empezar. Una propiedad
valuada en veinte o veinticinco millones de dólares, que podrían adquirir a solo
quince era una ganga. Se sorprendió muchísimo cuando al lado de los sí seguros,
había una columna de nombres bajo el título de “posibles, siempre que los
anteriores compren”, y nada más en esa había quince nombres y un valor de venta
pautado en diecinueve millones. Sin embargo, si lo analizaba con detenimiento, no
estaban corriendo ese riesgo por la fama de Ward Walls, sino por el aval de Jessica
Medina. Su nombre y su prestigio era lo que les hacía confiar.

Ward Walls era una constructora más dentro de las miles de empresas de
construcción que habían por todo el país.

Suspiró con pesadumbre. Era innegable que esa mujer compartía genes con
él; aunque no le gustaban las continuas burlas de sus hermanos menores, fue
impresionante comprobar lo similares que podían llegar a ser. No obstante, su
presencia despertó en él viejos rencores contra su padre que creyó superados.
Sacudió la cabeza para sacar esos pensamientos, no eran importantes, lo que
apremiaba ahora era que Jessica les había mostrado la realidad, WW iba a ir a la
quiebra si no tomaban cartas en el asunto, y tal como decía, todos ellos terminarían
heredando una empresa moribunda cuando sus padres se retiraran.

No quería eso.

Pero en cierto modo, que fuese la latina que les diera el golpe de realidad le
desagradaba.
Aunque tuviera razón al cien por ciento.

―¿Y dónde está ella? ―preguntó Fred―. ¿Sigue en su oficina? Tal vez
podamos hablar con ella, ampliar la información, estudiar mejor la propuesta.

―¿Pretendes tirarle un golpe de estado a los Wards viejos? ―preguntó Sean


con una risita, lanzándole la pelota, el moreno la atajó de inmediato y la pasó de
una mano a otra, pensativo.

―No tanto como eso, pero es preocupante ―respondió―. Ocho años es…
desalentador. ¿Qué haremos todos cuando tengamos que hacer hasta lo inhumano
para levantar la compañía con más de cuarenta años? ¿Qué le dejaremos a nuestros
hijos en ese momento? Bruce está a punto de casarse, seguro que antes de los
cuarenta tiene descendencia.

―Y tú tienes a Geraldine ―recalcó Sean―. En cualquier momento se casan


y también tendrán hijos.

Fred hizo un gesto ambiguo que compuso de inmediato, solo Greg lo notó y
sonrió de medio lado, de forma burlona.

―O tal vez con su cenicienta urbana ―acotó de manera enigmática―. A la


que está reparándole unas zapatillas para luego llevarla al baile.

―¡¡Cierto!! ―exclamó Stan, acomodándose en su silla, con una sonrisita


pícara―. ¿Cuándo conoceremos a tu cenicienta?

―Nunca ―respondió con seguridad, manteniendo un semblante


inexpresivo―. Eso no sucederá, seguro ya se compró un par de zapatos nuevos y
se olvidó de mí.

―Deberías llamarla ―insistió Greg.

―No vale la pena ―aseguró él, sintiéndose un poco incómodo con esa
conversación―. No es momento para pensar en esas cosas, no cuando Jessica nos
acaba de soltar semejante bomba.

―En eso tienes razón ―se sumó Bruce, que se despegó de la ventana y se
giró a mirarlos―. Deberíamos ir a hablar con ella, ahora.

―Pues si lo vamos a hacer, creo que debe ser ya ―anunció Sean, viendo
hacia el vestíbulo del piso―, porque me parece que va de salida y la acaba de
detener Leon Allen.

Salieron en tropel de la oficina de Stan y se dirigieron al elevador. Jessica


mantenía una distancia prudente entre ella y Allen, sin embargo, la postura de
Leon era demasiado obvia, buscaba verse atractivo y a la par, dejar claras sus
intenciones.

―…deberíamos ir por un trago, tal vez a cenar, para que me expliques


mejor tu idea de proyecto, me parece novedosa y de verdad creo que tienes razón
―expresó con voz gruesa y cadente.

«Bastardo» pensaron todos a la par; cada uno de ellos experimentando


emociones diversas.

―Que bueno que Jessica trajo ideas novedosas ―interrumpió Bruce,


colocando una mano protectora sobre el hombro de ella. La mujer no se inmutó,
inclusive dio un ligero paso hacia atrás en dirección a su hermano mayor,
sintiendo cómo era rodeada por todo el clan―. A ver si así, tú y nuestros padres
deciden pensar en proyectos más avanzados y que no nos lleven a la quiebra
―soltó con un leve tono de rencor.

Leon frunció el ceño un poco confundido.

―Te equivocas en eso, Bruce ―respondió él ante la acusación―. He


intentado convencer a los gemelos de hacer cosas un poco más arriesgadas, pero al
final del día, ellos son los accionistas mayoritarios y mi voto no hace peso para
cambiar el rumbo de sus decisiones.

―Indistintamente ―intervino Jessica, apretando el botón del elevador―.


Tienen todos hasta el día lunes para pensarlo y volver a reunirnos. Por ahora, me
retiro ―anunció mirando por sobre el hombro a Bruce, este entendió la indirecta y
quitó la mano―. Mañana no vendré, así que si tienen preguntas, pueden
pasárselas a Linda, mantendré el contacto con ella.

―¿Por qué no vienes mañana? ―inquirió Greg contrariado, demostrando


una actitud un tanto sospechosa.

―Porque no es necesario, yo no trabajo aquí ―contestó ella, entrando al


elevador. Apretó el botón de bajada y las puertas se cerraron; sin embargo, antes
de que estas pudiesen cerrarse por completo una mano lo detuvo.
―¿Sigue el plan para mañana? ―Sean asomó la cabeza por el borde,
sonriéndole con un gesto travieso. Jessica suavizó su expresión, elevando un poco
sus labios.

―Por supuesto, está agendado desde la primera vez que hablamos ―le
dijo―. Solo pásame un WhatsApp con la dirección del lugar, allí estaré.

Se quedaron los seis hombres frente a las puertas metálicas del ascensor, los
Ward miraban a Leon como si fuesen una jauría de perros salvajes; este en vez de
sentirse intimidado, sonrió.

―Leon, te lo pido con todo respeto ―empezó Stan, en tono cordial.

―Mantente alejado de nuestra hermana ―terminó Sean, de forma menos


amable.

―¡Por Dios! ―exclamó el aludido con mucha diversión―. No me van a


decir que sienten cariño por una recién llegada, que ni siquiera están seguros de
que sea su familia.

―No tenemos ni una sola duda de que Jessica es una Ward ―respondió
Bruce de forma templada―. Y aunque no me caiga bien, o desconfíe de ella, sigue
siendo mi hermana. Si le haces algo ―acotó mientras se acomodaba los puños de
su camisa y la solapa de su saco―, me sabrá a mierda que seas uno de los socios de
la empresa… ―Lo miró con intensidad, ante los ojos atónitos de todos ellos―. Te
partiré las malditas pelotas.

Se dio media vuelta y se marchó en dirección a la oficina de su padre.

El resto de los Ward lo siguieron, todos con una sonrisa de orgullo, burla o
sorpresa en la boca. Era el mayor de todos ellos, el más ecuánime, quien
reaccionaba siempre de forma pausada, sin aspavientos; así que si este amenazaba
a alguien de esa forma, era mejor cuidarse, porque hablaba en serio.

La siguiente parada fue en la oficina de William Ward, previa orden de


Bruce para que Frederick llamara a su padre. Cuando los dos entraron a la oficina
se encontraron con un cuadro bastante fuera de lo común; para variar, Will parecía
un tanto… asustado, de la actitud tan fría y distante de su hijo mayor, que en ese
momento se encontraba rodeado de sus hermanos menores.

―¿Qué sucede? ―demandó Wallace, sentándose en la silla desocupada que


se encontraba frente al escritorio de su hermano. Anticipadamente la giró sobre su
eje, para encarar a todos los chicos.

―Vamos a hablar de la propuesta de Medina ―respondió Bruce,


enderezándose en el sofá donde estaba sentado.

―No te dejes engañar, Bruce ―descartó su tío con socarronería―. Esa


mujer es una arpía, inteligente, pero arpía al fin.

―Yo diría que es más bien un tiburón, tío ―corrigió Greg, con un leve tono
de mofa―. Sabe de negocios, mucho más que nosotros, de hecho… y a la gente que
sabe de negocios y ha hecho la fortuna que ella hizo se les llama tiburones, no
pájaros carroñeros.

―Eso no cambia el hecho de que nos quiere asustar ―replicó este ante el
rubio―. Quiere meternos miedo para controlar la empresa a su antojo.

―A mí no me parece ―rebatió Bruce, mirando con intensidad al calco de su


padre―. Tomando en cuenta que toda la información que nos dio puede
verificarse, y que nos dio el tiempo para hacerlo, dudo mucho que Jessica se haya
sacado ese número debajo de la manga como si fuese la carta de un prestidigitador.

Todos miraron a Bruce, su tono fue acusador y contundente.

―Más allá de la desconfianza que podamos tenerle de forma natural…


―empezó de nuevo.

―Yo no le tengo desconfianza ―aclaró Stan, interrumpiendo a su hermano.

―Más allá de la desconfianza que algunos de nosotros ―recalcó mirando


severamente al gemelo menor― podamos tenerle de forma natural, es obvio que
tiene razón. Y es momento de que apuntemos a otro tipo de mercados y proyectos,
tomando en cuenta que tiene los medios y contactos para llevarlos a cabo.

―Hijo, no creo que sea correcto… ―cortó Will de manera conciliadora―.


No sabemos si ella de verdad es mi hija…

―¿Todavía te quedan dudas? ―inquirió el otro con evidente insolencia―.


Al parecer, la arrogancia los hace ciegos a los hechos tangibles, y los hechos
tangibles son que esa mujer, Jessica Medina, acaba de comprar más del veinte por
ciento de las acciones de esta compañía. Dudo mucho que puedas pensar que ella
viene a pedirte dinero o a reclamar parte de la herencia, puesto que ella misma la
compró con su propio dinero.

»Luego está el hecho de que, sin importar por dónde lo miren, al final de
toda la historia, el socio mayoritario pasará a ser Fred, porque la parte tuya será
dividida entre nosotros, tus cuatro hijos ―le recordó―. Aun cuando nuestro primo
decida hacer un conglomerado y unificar todas las acciones Ward en un solo
bloque donde las decisiones se tomen por votación, de todos modos ella tendrá voz,
porque tiene una porción considerable de la compañía.

»Ha sido clara, papá, es una inversionista, quiere ganancias, quiere dinero,
pero no porque sea tuyo, sino porque es a lo que se dedica.

Todos se quedaron en silencio meditando sus palabras, Bruce se mantuvo


serio y firme tras su disertación, mirando con desaprobación a su padre.

―Creo que lo correcto en este caso es verificar lo que ella ha dicho, tenemos
hasta el lunes para hacerlo, son tres días completos para comprobar los números
―habló Fred―. No quiero pensar que he pasado una década de mi vida, y pasaré
casi otra, trabajando en una empresa que va a irse a la mierda por no haber estado
a la vanguardia, solo porque mi padre y mi tío actuaron como machistas y no
escucharon a una socia que les puso en bandeja de plata la solución para volver a
llevar a Ward Walls a la palestra de este estado una vez más.

Bruce y Frederick se pusieron de pie, los otros los imitaron.

―Creo que a estas alturas no deberías ponerte a investigar de dónde salió


Jessica Medina ―aseguró Bruce―, no es como que sea una desconocida, solo mete
su nombre en Google y te aparecerá información de ella.

»Es obvio que es nuestra hermana, sin lugar a dudas, la sangre llama
―explicó él con un leve tono de desagrado―. No quiero culparla de nada, al fin y
al cabo, si soy objetivo, ella es una víctima tuya, padre.

»Sin embargo, deberías enfocar tus esfuerzos, no en verificar si es tu hija,


una prueba de sangre consigue eso; más bien busca descubrir por qué jamás
supiste de ella… Hablaste de que te mencionó que envió cartas, me interesaría más
saber por qué nunca llegaron, qué pasó con ellas. ―Se metió la mano derecha
dentro del bolsillo de su pantalón, un gesto que Fred notó que ella también hacía.
Sonrió en su mente, porque su primo acaba de decir una gran verdad, la sangre
llamaba―. Claro ―acotó con sarcasmo―, si yo fuera tú, pero por suerte, no lo soy.
Salieron de allí tras las duras palabras de Bruce, los jóvenes Ward
marcharon ensimismados en sus pensamientos. Aquella última frase fue dura,
pero no era desconocido que el mayor de todos ellos siempre había llevado una
relación más bien de tensa calma con su papá.

Cada uno se fue a su respectiva oficina, excepto Sean que se metió en la de


su gemelo; Bruce procuró concentrarse en los documentos que tenía que revisar,
pero antes de que se diese cuenta, la noche cayó sobre San Francisco y él
continuaba leyendo la misma frase una y otra vez.

Soltó un suspiro agotado, se levantó de su silla y se encaminó al mueble


donde guardaba alguna de sus cosas; en el fondo, oculto detrás de una chaqueta de
vestir de respaldo, se encontraba una botella de ginebra, que se llevó de vuelta al
escritorio, junto con su respectivo vaso de vidrio.

El licor le quemó la garganta, tomándolo a temperatura ambiente su sabor


era mucho más acuciante. Estaba visiblemente frustrado, todas las viejas
emociones que sintió de niño afloraron de nuevo. ¿Qué habría pasado si su padre
se hubiese enterado de esta hija? ¿Habría regresado a Venezuela dejándolo una vez
más?

Sus padres nunca se detuvieron a pensar si él estaba muy afectado por esa
situación o no, al fin que se separaron cuando era muy pequeño y pensaban que no
tenía recuerdos de esa época; pero sí… los tenía. Cuatro años no es ser demasiado
mayor, pero tampoco demasiado pequeño, en especial, cuando su mamá tuvo otro
bebé de un hombre diferente, uno que lo trató con mucho cariño y que lo consideró
su hijo en esos momentos. Luego esa relación se acabó, algo que le pegó mucho,
porque Einar hizo lo que su propio padre no ―pero las cosas con su madre no
funcionaron― y cuando pensó que solo iban a ser ellos tres contra el mundo,
William Ward regresó, dispuesto a reconquistar a su exesposa y continuar con sus
vidas.

Hasta poco tiempo después del nacimiento de los gemelos no confió en él,
era un desconocido y siempre pensó que se volvería a marchar, solo que en ese
momento iba a dejar a su mamá con cuatro niños. Durante años se sintió ansioso
cada vez que él viajaba y pasaba más de una semana sin verlo, se volvió huraño,
callado, sobreprotector con sus hermanos, con su madre. Le costó muchos años
comprender y aceptar que su padre había regresado para quedarse; no obstante,
había dejado atrás a una niña, que seguro pasó muchos años preguntándose por
qué él no se quedó con ella. Haciéndose las mismas preguntas que él se hizo de
niño, incluso peor.

―Heeeey, hermanote ―llamó Stan desde la puerta―. ¿Todo bien? ¿Sí sabes
que estás bebiendo en la oscuridad de tu oficina? ―le preguntó―. Eso es
espeluznante.

―Pensando ―respondió―. ¿Qué haces aún aquí?

―Revisaba el proyecto que mencionó nuestra hermana ―contestó,


apoyándose contra el escritorio―. Quiero verificar si todo lo que dijo es plausible.

Bruce soltó un gruñido en respuesta.

―Sabes, algún día tendrás que contarnos lo que sucede ―le dijo él en tono
fraternal―. Tal vez no hoy, pero sí pronto, porque desde que llegó Jessica has
vuelto a ser hostil con papá, y ahora la incluyes a ella… y lamento decirte esto,
hermanote, pero ella no tiene la culpa… ¡Aunque fue genial lo que hiciste en el
pasillo con Allen!

―Lo sé ―bufó, vaciando el resto del gin en su boca.

―Tal vez deberías venir mañana con nosotros, conocerla en un ambiente


menos laboral ―le ofreció―. Ir a un bar, beber unas copas, quizás conocer la
historia de Jessica.

―Lo pensaré.

―Está bien, hermanote ―accedió Stan, le dio un puñetazo suave en el


hombro y se marchó―. Dale un abrazo a mi cuñada de mi parte.
CAPÍTULO 13

Me encanta cuando me llamas Valkiria

El viernes sucedió en un parpadeo, cada uno de los Ward en su propio


mundo, rumeando sus propios pensamientos.

En cambio, Jessica dedicó el viernes a consentirse; junto a Joaquín, se fueron


a un spa para que les hicieran masajes. Su primo se burló de ella todo el tiempo,
porque la tensión de sus hombros y cuello la mantuvieron adolorida desde el
miércoles en la noche, así que sus gruñidos mientras la mujer masajeaba sus
músculos parecían los de un animal molesto.

―Entonces vas a ir a un club con tus hermanos ―dijo él cuando estaban en


la zona de pedicura, recibiendo un arreglo de pies a manos de dos rubias
despampanantes.

―Vamos a ir ―corrigió ella― los dos. Tú irás conmigo ―le explicó.

―No puedes hacer planes sin consultarme ―le amonestó Joaquín―. No


sabes si tengo algo que hacer esta noche.

―¿Tienes que hacer algo esta noche? ―inquirió Jessica con un rastro de
cinismo en su voz.

―Ese no es el punto ―evadió él con una sonrisita―. La cuestión es que, tal


vez, no quiera ir a meterme en medio de todos los Ward.

―Yo no soy una Ward ―espetó la mujer, mirándolo de medio lado, con
ojos asesinos.

―Ajá, como tú digas, prima.

Luego de eso se fueron a almorzar y pasearon por algunas tiendas, pues


Joaquín le hizo notar que no tenía ropa adecuada para ir a un bar o un club
nocturno; exceptuando tal vez unos vaqueros que podía combinar con alguna de
sus camisas, que eran un tanto formales para ir en plan de divertirse. Estando en
una boutique, donde ella revisaba un vestido sin mangas con un delicado cinturón,
recibió una llamada de Stan, informándole que habían pensado en ir a Origin, un
club bastante popular que se ubicaba en la Calle Filmore.

―Quedamos a las diez ―le informó su medio hermano― ¿Quieres que pase
por ti a las nueve?

―No es necesario ―le dijo―. Si te parece bien, nos encontramos en la


entrada.

Después de colgar ―tras varios intentos del gemelo de que aceptara que la
fuese a buscar― hizo un par de llamadas más, mientras estuvo revisando qué
atuendo podría favorecerle más. Por otro lado, Joaquín continuaba comentándole
sobre los avances de sus otras inversiones.

Se despidieron cuando la cita de Jessica para la peluquería fue confirmada;


aunque solo iba por un lavado, corte y secado, su primo se negó de plano a
quedarse con ella. Pautaron de verse en el hotel a la hora de salir.

Él no le dijo qué iba a hacer, tampoco le preguntó, no era la primera vez que
Jessica cenaría sola en su vida.

Ella solicitó el servicio de Uber Black para la hora pautada, era el que solían
usar la mayoría del tiempo cuando estaban en San Francisco, inclusive requerían a
los mismos dos conductores, por cuestiones de confianza. Jessica y Joaquín tenían
su equipo en Boston, con sus asistentes personales y una pequeña oficina
administrativa, sin embargo, estaban acostumbrados a viajar solos, a menos de que
fuese estrictamente necesario llevar a algún miembro adicional, como un abogado,
secretaria, o ambos; por esa razón se consideraban bastante autosuficientes.

Eso no significaba que no disfrutaran de los beneficios que el dinero pudiese


comprar, como por ejemplo, garantizar que iban a tener un espacio tranquilo y
exclusivo dentro del club que Stan había mencionado.

Una vez llegada la hora de partida, Joaquín tocó a su puerta al momento en


que ella se colocaba perfume. Había optado por un vestido negro de tela suave,
parecía una camisa de corte vaquero, pero sin mangas, con cuello en dobladillo,
botones a todo lo largo del mismo ―que podían soltarse por completo si lo
deseaba― en la parte frontal, que le llegaba a la altura de las rodillas y con unas
trabillas en la cintura para ceñir un cinturón. Jessica decidió que podría usar uno
de color plateado, no muy grueso porque lo que deseaba era ajustarlo solo un
poco. Combinó todo con unos botines negros de tacón grueso y una cartera a juego
con la correa.

―Te ves bien, Jessi ―elogió su primo, tomándola de la mano para hacerla
girar―. Aunque yo te desabotonaría al menos dos más ―le indicó, mientras
soltaba los botones mencionados―. Muestra la mercancía, prima ―sonrió―, para
que tengas suerte esta noche… tal vez te rapte un Vikingo o te rescate un Príncipe
Encantador.

Ella soltó la carcajada ante la ocurrencia del hombre.

―Tú tampoco te ves nada mal, Quín ―razonó ella, mirándolo de pies a
cabeza. La barba recortada, el cabello engominado, y vestido con un pantalón de
jean oscuro y un suéter de marca de un tono crema fuerte, se veía bastante
atractivo―. ¿Jugaremos el juego de siempre? ―preguntó al salir.

―¿No tienes miedo de espantar a tus hermanos? ―inquirió el latino,


observándola de medio lado.

―Me viene sin cuidado ―aseguró la mujer.

El trayecto desde el hotel hasta el club fue bastante rápido, estuvieron cinco
minutos antes de las diez y le aseguraron al chofer ―un hombre llamado Isaac―,
que le avisarían si requerirían de su servicio después de la media noche.

Todos los Ward excepto Bruce estaban allí en la puerta. Compusieron


expresiones un tanto forzadas al verlos. Jessica pensó que era por haberse
aparecido con Joaquín, y este porque ella se veía atractiva, llamando la atención de
varios hombres en la fila.

―Buenas noches, señores ―saludó ella con voz jovial.

―Buenas noches ―imitó Joaquín.

Todos devolvieron el saludo, estrechando la mano del latino; los gemelos


depositaron sendos besos en la mejilla de la mujer.

―Bueno, la fila para entrar no está tan larga ―anunció Fred―, si nos
ponemos en nuestros lugares, entraremos en media hora.

―No es necesario ―dijo ella, dirigiéndose a la entrada―. Hice un par de


llamadas y ya tenemos una mesa reservada ―explicó, dirigiéndose a la entrada,
donde un guardia de seguridad les abrió la puerta.

El sitio era bastante atractivo, un ambiente sensual, con muebles eclécticos,


lámparas que colgaban del techo culminando en globos de luz amarilla, barras
para servir a los comensales que deseaban obtener bebidas rápido ―una en cada
piso―, atendidas por atractivas mujeres vestidas de conejitas.

Su lugar estaba reservado en el segundo piso, en una zona alejada del borde
del pasillo que daba a la pista de baile; era un espacio tranquilo, donde podrían
conversar y disfrutar sin tanto bullicio y gente pululando a su alrededor.

Una de las conejitas ―con un body negro muy pegado, colita esponjosa
blanca y medias de red― se acercó hasta ellos, depositó una hielera sobre la mesa,
junto con un par de botellas de vodka y unas lindas botellas con jugos: naranja,
limón y arándanos.

―Vaya ―silbó Sean con una risita―, esto es lo se siente ser VIP.

―A Jessica no le gusta mucho la aglomeración de personas ―explicó


Joaquín, inclinándose sobre la hielera para preparar dos vasos―. Entre menos fila
tenga que hacer, mejor para ella.

―Algún provecho tengo que sacar del dinero, ¿no? ―se mofó con una
risita, recibiendo su trago de vodka.

Ella tomó la pajita y dio un sorbo, observando por sobre el vaso a Greg, que
había optado por sentarse en la silla de en frente. Por casualidad estaba vestido por
completo de negro, al igual que Jessica.

―Diría que no me sorprende ―comentó, depositando el vaso en la mesita


pequeña―, pero pensé que solo íbamos a estar nosotros. ―Se giró hacia Stan, que
estaba sentado a su derecha, mientras que Joaquín ocupada el puesto de la
izquierda.

―Decidimos que después de lo de ayer, era buena idea que todos los Ward
jóvenes viniesen ―explicó Sean, con su atuendo de chico rudo, sentado a la
izquierda del latino, en una silla individual―. Espero que no te moleste. ―Jessica
negó.

―Para nada ―aseguró―, como espero que no les moleste que haya venido
con mi primo.

―No veo por qué nos molestaría ―dijo Bruce, acercándose a ellos.

―¡Hermanote! ―exclamó Stan, poniéndose de pie. Ella los imitó junto con
su primo y tendió la mano para estrecharla. Bruce la tomó con suavidad, aunque
con firmeza.

La charla se desvió hacia cosas triviales, fue Fred quien preguntó por Amy
―la prometida de Bruce― procurando no fijarse en las piernas de Jessica, que al
mantenerlas cruzadas sobre la rodilla, le permitía intuir que tenía una piel suave.

―Me recomendó que era mejor que viniera solo, al fin y al cabo, Geraldine
no viene tampoco ―contestó, recibiendo el vaso que Stan le tendía―. Dijo que era
buena idea que todos los Ward ‘intimáramos’ un poco, para conocernos mejor.
―Hizo una mueca con la boca―. No sirvió de nada que le dijera que el señor
Medina iba a estar aquí.

―Es una pena ―aseguró Fred, sonriendo con algo de resignación―. Creo
que Jessica y ella habrían congeniado de inmediato ―completó, mirándola a los
ojos. Jessica correspondió su sonrisa.

―¿En serio?, ¿por qué lo dices? ―preguntó ella.

―Yo también quiero saber ―intervino Joaquín―. ¿Acaso es una arpía


insensible?

―No soy insensible ―corrigió ella, con un leve tono de amonestación.

―Aunque sí eres una arpía ―insistió Joaquín aguantándose las ganas de


reírse.

―Puede ser, pero soy una arpía sexy. ―Le guiñó un ojo.

Lo inverosímil de la conversación hizo que todos soltaran una pequeña


carcajada que distensionó un poco el ambiente.

―Eso es innegable ―aclaró Gregory―, eres jodidamente sexy. ―Le dedicó


una sonrisa maliciosa, mirándola a los ojos.

―¡¡Hey!! ―Sean le lanzó un puñetazo al brazo―. Estás hablando de mi


hermana, ¿ok? ―le recordó―. Eso es incesto…

―¡Si no es mi hermana! ―exclamó el rubio riéndose―. No hay lazos de


sangre que nos unan, así que no es incesto.

―¡Claro que es tu hermana! ―contradijo Stan―. Es algo así como tu


hermana honoraria.

Fred la observaba con ganas de reírse, en especial por la mirada maliciosa


en los ojos de ella, quien se enfocaba en Gregory que se encontraba contrariado por
toda la conversación.

Tras un par de aseveraciones sobre sí era o no hermana del Vikingo, fue


Bruce quien desvió la atención de todos.

―¿Por qué, si sabías que William era tu padre, no lo buscaste antes? ―le
preguntó, enfrentándola directamente.

Jessica se giró a verlo, su semblante era tranquilo, apacible.

―Porque no quería llegar a su vida y que creyera que quería alguna


compensación monetaria por su parte ―contestó ante el silencio de todos ellos.
Observó el vaso en su mano con atención, removiendo el hielo dentro de la bebida
como si allí, entre los cubos, se encontraran las palabras adecuadas que ella quería
decir―. Hay cosas que uno puede hacer sin necesidad de tener un padre, el dinero
es una de ellas. No necesité su apellido, ni su aval, ni nada de él para ser exitosa…
supongo que quise hacerlo cuando no tuviese excusas para negar la verdad, al fin y
al cabo, no iba a pelear por nada material. ―Se encogió de hombros―. Cuando
alcancé ese punto de mi vida, más pronto de lo que hubiese creído posible, me
planteé si era necesario hacerlo, si de verdad era importante para mí que él supiera
quién era yo… la respuesta fue no.

―¿Entonces? ―presionó el mayor de los Ward―. ¿Por qué ahora?

―Porque sí ―dijo, mirándolo con desafío―, porque puedo, porque me dio


la gana, porque vi la oportunidad… ―Volvió a encogerse de hombros―. Porque
quería saber si William Ward era el maldito infeliz que yo creo que es… sin
embargo, crio a un hijo que no era suyo, solo por estar enamorado de su madre…
aunque nunca haya respondido las cartas de mi madre ni las mías… a veces no sé
si de verdad es un maldito o no… no me importa en realidad, en cierto modo,
verlo… ―frunció la frente, como si le costara decir esas palabras―. Verlo le quitó
poder.

Nadie dijo nada, cada uno meditaba en las palabras que ella acaba de decir.

―¿De verdad no vienes a destruir la empresa de la familia? ―inquirió Stan.


Jessica negó.

―Ese no es mi negocio ―respondió la latina―. Hacer dinero lo es, no


liquidar compañías.

Hubo un alivio generalizado en las caras de cada uno de los hombres,


incluido Joaquín.

―Bueno, creo que aclarado el punto ―dijo el latino, inclinándose de nuevo


sobre la mesa para rellenar los vasos vacíos―, al menos un poco más claro que
antes, podemos divertirnos ¿verdad? Creo que vinimos a eso esta noche.

Cerca de la medianoche los ánimos estaban un poco más calmados y todos


parecían a gusto, fue Joaquín quien tomó la mano de Jessica para bajar a la pista de
baile; todos se arremolinaron al borde del pasillo, con la finalidad de ver a la pareja
en acción. Al principio todo fue normal, quizás un poco muy cercano y sensual
para dos personas que se trataban como hermanos, sin embargo, la música se
prestaba para esos movimientos electrizantes. Tras varias piezas, la melodía se
volvió latina, un ritmo de merengue sonó en los altavoces y los dos latinos se
sumaron a la danza.

―Mierda, bailan muy bien ―elogió Sean, mirando cómo las caderas de
ambos se contoneaban con la música rápida de la tonada.

―Es perfecta ―musitó Gregory detrás de su vaso, solo Fred lo escuchó,


asintiendo en silencio.

Stan y Fred aceptaron la invitación a bailar de un par de chicas, Sean se alejó


de vuelta a sus asientos, para servirse un nuevo trago, Bruce y el Vikingo lo
imitaron.

Quince minutos después volvían todos excepto Fred.


Se sentaron en los puestos habituales, Jessica pidió a la conejita una botella
con agua y bebió la mitad de su contenido, pasándole el resto a su primo.

―Ustedes están muy sincronizados ―mencionó Gregory, observando la


dinámica.

―Sí, es por eso que muchos dicen que parecemos mellizos ―puntualizó el
latino―. A pesar de que soy un año mayor que ella.

―Eso sucede porque hemos pasado los últimos quince años de nuestras
vidas juntos ―recalcó Jessica, recibiendo el vaso que Sean la pasaba.

Joaquín se inclinó hacia el oído de ella y susurró algo, Jessi se volvió hacia
un lado, para ver más allá del Vikingo que pretendía llamar su atención mirándola
intensamente. Negó ante el comentario de su primo.

―No, no me gusta.

―¿Quién no te gusta? ―inquirió el rubio con suspicacia.

―La pelirroja de allá. ―Señaló con el dedo, sin cortarse―. No me gusta su


cara.

―¿Tu primo te pide permiso para ligarse a una mujer? ―preguntó burlón,
Jessica le sonrió con malicia.

―Estamos jugando ―explicó ella―. Escogemos un hombre o una mujer y


vemos quién es capaz de seducirle primero.

Todos los Ward presentes se giraron a mirarla con los ojos abiertos por el
asombro.

―¿Qué? ―indagó Stan.

―¿Qué parte no entendiste? ―acentuó su sonrisa perversa―. ¿La parte


donde es un juego o la que me acuesto con mujeres de vez en cuando?

―¿Solo escogen mujeres? ―preguntó Sean.

―A veces ―respondió Joaquín―. Pero veo pocos hombres atractivos esta


noche, y los que están se encuentran vetados de mi liga. ―Lo miró directo a los
ojos, con un gesto insondable en su boca.

Estaban muy anonadados como para decir algo, incluso Bruce observaba a
su media hermana con algo de estupor.

―Yo… ―empezó el mayor, se aclaró la garganta―. ¿Eres lesbiana?

―No ―contestó Jessica―, es algo así como que me gusta la salchicha, pero
de vez en cuando disfruto de comer almejas.

El tono en que dijo las cosas fue tan cómico que todos largaron la risa.

―Pues… solo voy a decir una cosa ―intervino Greg―. Joaquín, eres muy
guapo, pero no me gustan los hombres.

―No me gustan del tipo escandinavo ―comentó desdeñoso―. En realidad,


eres el que menos atractivo me pareces.

Todos abuchearon a Greg por su comentario, que fue claro para todos que
pretendía ser gracioso. En cambio, Sean miró a su hermana y el primo de esta.

―¿No les da, no sé, algo de pena decirlo? ―curioseó―. ¿No les molesta lo
que puedan decirles o pensar los demás?

Ambos negaron.

―Tengo suficiente dinero como para que la opinión de los demás no me


importe ―explicó Joaquín.

―Lo que Quín quiere decir, señor Ward ―terció la latina―, es que nuestros
logros no dependen de con quién nos acostemos, después de cierto nivel de
mentalidad, te das cuenta que la opinión de los demás dejan de importarte, porque
sabes que no estás haciendo nada malo.

»Con quien me divierto teniendo sexo no me hace menos o más persona.

»Ademas, me sorprende tu mentalidad, San Francisco es la cuna de los gays


y la diversidad sexual.

―Excepto que te revuelques con Calvin Matthews ―soltó Joaquín.


―Oh, vete a la mierda ―le dijo ella, soltándole un golpe en el pecho
mientras se reían.

―¿Quién es Calvin Matthews? ―preguntó Stan.

―El guitarrista y vocalista de los Ninety Eight Souls ―respondió Sean,


mirando a Jessica con los ojos entornados―. Es una de mis bandas favoritas.

―Pues tu hermanita aquí estuvo tres años de novia con él ―comentó


Joaquín―. Terminaron hace tres años. Fue su última relación formal.

Gregory la miró a los ojos, ella le sostuvo la mirada sin amilanarse. Ninguno
les prestaba atención, conversaban sobre música, sobre bandas y si Joaquín tocaba
algún instrumento musical.

―¿Qué tal si vamos a bailar? ―invitó el rubio poniéndose de pie,


extendiendo la mano para que Jessica la tomara. Ella deslizó sus dedos por la
palma, imitándolo.

―Sí, está bien ―accedió sonriéndole―. En realidad, no me gusta hablar de


mis ex parejas.

Se adentraron en la pista de baile, rodeados de cuerpos que se movían al son


de la electrónica; él la hizo girar sobre sus pies para terminar colocando ambas
manos en su cintura, mientras la acercaba mucho a él.

―Me traes loco con ese vestido ―le susurró al oído. Ella soltó una risita
coqueta.

―Si no tiene nada de especial ―replicó Jessica en tono juguetón.

―Te queda de infarto ―aseguró Greg, moviendo sus caderas a la par, para
que su pelvis se rozara contra ella y sintiera cómo lo tenía―. Tanto que tengo
ganas de raptarte y llevarte a mi departamento.

―¿Al mejor estilo vikingo? ―inquirió ella con voz cargada de lujuria.

―Al mejor estilo vikingo ―asintió él, acariciando con su aliento el pabellón
de su oreja.

En ese instante empezaron a sonar los acordes de Señorita y la voz de Camila


Cabello comenzó a cantar. Gregory la pegó mucho más a su cuerpo, moviéndose al
ritmo sensual de la música, rozando con su nariz contra la de ella, mientras una de
sus manos acariciaba la espalda, subiendo hasta la nuca, para aferrarla con fuerza.
Rozó sus labios contra los de Jessica, un ligero toque, para luego cantarle el
estribillo justo sobre la boca, sin dejar de moverse al suave son de la canción.

I love it when you call me señorita

I wish I could pretend I didn't need you

But every touch is ooh la la la

It's true, la la la

Ooh, I should be running

Ooh, you know I love it when you call me señorita

I wish it wasn't so damn hard to leave you

But every touch is ooh la la la

It's true, la la la

Ooh, I should be running

Ooh, you keep me coming for ya

Jessica se estremeció entre sus manos, ella no podía negar que ese maldito
vikingo había logrado el efecto deseado, estaba derretida aunque no fuese a
admitírselo; el roce de sus labios, mezclado con el aliento cálido con sabor a vodka
la estaba embriagando, no solo por el alcohol, sino por los toques sensuales que su
boca iba dejando a medida que resaltaba la letra con una ―sorpresiva― melodiosa
voz.

Eso sin contar que, a pesar de su estatura y su procedencia, Greg estaba


demostrando que sabía bailar bastante bien.

Y durante los últimos acordes de la canción, él hizo lo que ella estaba


esperando: la besó.
Pero no con la intensidad de la vez que estuvieron juntos, por el contrario,
esta vez lo hizo despacio, deleitándose en sus labios, dejando que su lengua la
explorara con cierta timidez, embebiéndose en el sabor de su saliva; a la par que
una mano la sostenía por la nuca y la otra por la cintura en un gesto posesivo que
le hizo erizar la piel.

Ella no se quedó atrás, correspondió ese beso con la misma soltura, solo que
con un poco más de intensidad. Jessica pretendía arrastrarlo a la lujuria, pero Greg
se empeñaba en convertirlo en un gesto íntimo y cargado de necesidad, no
precisamente de índole sexual; a pesar de que ella podía sentir la dureza de su
bulto presionando contra su vientre.

Cuando se separaron para tomar un respiro, él no se alejó, apretó la frente


contra la de ella y la miró directo a los ojos como si no existieran las decenas de
personas bailando alrededor de ellos.

―Ay, señorita ―replicó él con voz ronca en un más que aceptable español.
Jessica sonrió.

―Me encanta… ―dijo al borde de sus labios― cuando me llamas Valkiria.

Se alejó de Gregory, sonriéndole y dejándole en medio de la pista, quien la


observó con los ojos entornados y con los labios en una mueca de frustración y
necesidad.

Jessica se encaminó a los lavados, necesitaba refrescarse, bajarle la


temperatura a su cuerpo para no cometer una locura allí, al menos no una más
grande, porque no sabía si sus medio hermanos los habían visto besarse desde el
segundo piso.

Y aunque se habían salvado de ser vistos por ellos, quien presenció todo fue
Fred, que sentado en la barra del piso inferior, presenció todo el baile y el beso
posterior. Repitiéndose una y otra vez que no podía molestarse, que no tenía
derecho.

«Porque es mi prima, me guste o no, es mi prima.»

Vio cuando ella se marchó dejando al rubio en la pista, pidió otro trago y
procuró mimetizarse entre las otras personas en la barra para que su primo no lo
viera. Se sentía fatal, lo cual era ridículo si analizaba bien las cosas.
Nada había pasado entre ellos dos como para que se sintiera herido o
traicionado; incluso ese gesto de las flores no eran precisamente un plan para
conquistarla, porque entre los dos no iba a pasar nada, no era correcto.

Greg se acercó a la barra, con la intención de esperar a que ella volviera y


subir una vez más a donde estaban los otros, Fred decidió alejarse en dirección a
los baños, más por impulso que por otra cosa, porque no deseaba que el rubio
notara lo mal que se estaba sintiendo; de todos los miembros del clan era él la
única persona con quien contaba su primo, así que no iba a quitarle la opción de
acudir por ayuda cuando Jessica le rompiera el corazón, porque estaba cien por
ciento seguro de que eso iba a suceder.

Entonces lo vio, un hombre que intentaba abordarla sin delicadeza. Ella


parecía impasible ante los avances del individuo, y si no hubiese estado cegado por
la frustración y la furia, habría notado que el mismo estaba bastante ebrio y
tambaleante.

―¡Aléjate de ella! ―exclamó, tomando por el hombro al tipejo y lanzándolo


hacia atrás. La expresión de sorpresa de Jessica debió llamar su atención, no
obstante, la cólera no le dejaba pensar con claridad―. ¿Estás bien? ―indagó,
observándola de arriba a abajo; solo para girarse sin esperar respuesta y protegerla
con su cuerpo.

El borracho había trastabillado pero no cayó al suelo, se volvió tambaleante


y desorientado, miró a Fred, enfocando su vista en él con un gesto gracioso, y con
voz gangosa se disculpó.

―Lo siento-lo siento ―masculló―. No sabía-sabía que tenía novio


―terminó, dando media vuelta y marchándose de allí.

Justo en ese momento un preocupado Greg se acercó a ellos.

―¿Qué pasó? ―inquirió, mirando a Fred que seguía al borracho con los
ojos, alejándose de ellos.

―Alguien intentó propasarse con Jessica ―respondió entre dientes. La cara


del rubio se transfiguró en cuestión de segundos, pasó por sobre su primo y se
acercó a la latina de forma protectora.

―¿Estás bien? ―preguntó.


―Perfectamente ―aseguró con tranquilidad―. Ese hombre estaba
demasiado ebrio y Frederick lo alejó antes de que pudiera hacerme algo.

El Vikingo asintió comprensivo, aunque la ira bullía dentro de su torrente


sanguíneo.

―Creo que es buena idea si subimos a buscar a los chicos ―sugirió el


rubio―. Tal vez es mejor que nos vayamos.

―Sí, es buena idea ―aceptó Fred.

Una vez que estuvieron en el segundo piso, fue Gregory quien explicó todo,
pues Fred todavía se hallaba bastante ofuscado. Joaquín se puso de pie y se acercó
a ella, tomándola con delicadeza del brazo le preguntó entre susurros al oído si
estaba bien, Jessica asintió.

A regañadientes los Wards aceptaron que los Medina pagaran la cuenta,


salieron del local con algo de lentitud, zigzagueando entre las personas porque
todavía era un poco temprano como para terminar la fiesta. Fuera, en el
estacionamiento, empezaron las disputas sobre quién se iba con quién. Sean tenía
su camioneta y se estaba ofreciendo a llevar a Joaquín y Jessica a su hotel, ya que
Bruce había llevado su propio auto y podía darle el aventón a Stan; Fred y Greg
habían llegado juntos porque vivían en la misma vía, al moreno solo le costaba un
pequeño desvío para dejar al rubio en su apartamento.

―No es necesario ―dijo Jessica, zanjando la situación, porque


repentinamente todos querían asegurarse de que llegara a su hotel―. Nosotros
tenemos un auto con chofer ―les informó―. Nos vendrá a recoger a Joaquín y a
mí en unos minutos.

―No, yo te llevo ―aseguró Sean, con el ceño fruncido―. No me arriesgaré


a que te pase algo.

―No me pasará nada, estoy con Joaquín ―respondió ella con cruda
franqueza―. Nunca me ha pasado nada con él, nunca me pasará ―dijo tajante.

Todos se quedaron en silencio; sin embargo, el tono de la latina fue tan duro
que no les quedó más remedio que aceptarlo.

Fueron pasando en fila a despedirse de ella, depositando un beso en la


mejilla ―incluso Bruce, aunque su gesto fue muy fugaz―, Greg la besó en la
comisura de los labios, aprovechando que fue el último de los hijos de William en
hacerlo. Fred en cambio, no la besó, solo posó su mano en la mejilla contraria a la
que tocó el rubio, he hizo una leve caricia con su pulgar. Un gesto dulce, cargado
de una sensación extraña para ella. Jessica posó la mano sobre la de él, tratando de
trasmitirle de manera silenciosa su agradecimiento.

Joaquín se acercó a Sean, que tenía cara de pocos amigos y le extendió una
tarjeta.

―Escríbeme en una media hora para avisarte que llegamos ―le dijo con
una sonrisita burlona―. Es lo que probablemente nos tome llegar al hotel. Allí
tienes mi número.

Al minuto siguiente en que los Ward partieron llegó su coche, subieron a la


parte de atrás en silencio. No les tomó treinta minutos llegar al Hyatt Regency;
pasada la una de la mañana las calles de San Francisco no estaban tan concurridas
como lo estarían en Manhattan.

Los dos primos decidieron que era buena idea pasar por el bar del hotel,
ambos necesitaban un trago extra para calmar los ánimos exacerbados. En media
hora exacta sonaron ambos teléfonos. Joaquín sonrió de medio lado, tecleó una
respuesta y guardó el móvil de nuevo en su bolsillo.

Jessica observó el mensaje de WhatsApp que se mostraba en la pantalla.

“Estoy en la puerta de tu cuarto, Valkiria.

P.D.: A mí también me encanta llamarte así.”

Inhaló profundamente, pensando qué debía responderle.

Guardó el teléfono en la cartera, se bebió el resto de su copa de vino y se


levantó.

―Me voy a mi habitación ―anunció, mirando a su primo a los ojos.

―Creo que me tomaré otra copa ―le informó con una sonrisa enigmática en
los labios―. Espero que tengas una excelente noche… Valkiria.
CAPÍTULO 14

Solo una cita

Las puertas del elevador se abrieron a un pasillo tenuemente iluminado,


una pareja pasó por su lado cuando Jessica se encaminó rumbo a su habitación.
Recostado contra la puerta se encontraba Gregory, con las manos entre los bolsillos
del pantalón, la cabeza inclinada hacia abajo, mirando de forma distraída un punto
del suelo, como si en ese sitio se encontraran las respuestas de todos los problemas
de su existencia.

La latina se mordió el labio inferior admirando su estampa, era alto y


atractivo, eso ya lo había notado desde la primera vez que lo vio en el avión; le
gustaba que no fuese precisamente un hombre en extremo fornido, tenía un cuerpo
formado, más gracias a la genética que a otra cosa, más no demostraba ser un
fanático del fitness o los deportes, y eso estaba muy bien para ella, porque Jessica
apreciaba más la inteligencia que el físico.

Luego tenía esos ojos azules, lo cierto fue que desde que se lo encontró en la
compañía pudo apreciar mejor su color, un tono oscuro e insondable que le
recordaba la profundidad del océano; su cabellera parecía hilos de oro, su
personalidad era divertida y un tanto arrogante, algo que siempre le había
parecido atrayente en un hombre, siempre que fuese un deje de arrogancia que no
tenía nada que ver con su aspecto, sino con su sagacidad.

En el fondo de su cabeza lamentaba que fuese el hombre del avión, porque


esa experiencia había sido divertida, algo de una noche que se podía recordar tal y
como era: una anécdota picante para recrearse en las noches solitarias, pensando
en el caliente rubio que se folló en el cielo; no obstante, el destino se lo puso en el
camino, y cuando uno encontraba un buen polvo, terminaba repitiendo… y esa
segunda vez… bueno, esa vez no fue solo sexo, ella pudo notarlo.

Gregory demostró algo más, a pesar de sus intentos para no hacerlo; la nube
gris que se mostraba en el horizonte era que quizás él iba a querer tener una
relación, y ella no.

Tampoco deseaba romperle el corazón, Jessica les había dicho a los Ward
que podía jugar con las personas, sin embargo, eso no significaba que era una bruja
despiadada que coleccionaba hombres y corazones rotos.

Él se percató de su presencia y sonrió de manera sensual al mirarla. Esa


mujer lo tenía desequilibrado, caminando por los sinuosos caminos de la locura. La
verdad era que cuando no estaba en su presencia se sentía dividido entre la
necesidad de verla y la cordura que le decía que debía llevar sus emociones con
calma; vivía repitiéndose de manera permanente que no actuaba de forma sensata,
que lo que sentía era algo pasajero y que si continuaba alimentando sus
sentimientos hacia esa mujer iba a terminar más jodido de lo que estaba.

No obstante, apenas la tuvo a su alcance, el olor del perfume de ella, sus


labios carnosos, la melena oscura y salvaje, actuaron como un imán; antes de poder
registrar en su cabeza las acciones que estaba llevando a cabo y reprocharse por ser
tan débil, la tenía atrapada contra la pared, enfrascados en un tórrido beso que le
decía a ella mucho más que cualquier palabra que pudiese usar para explicarle
cómo se sentía.

La lengua de él se desplazó seductora y juguetona, acariciando su labio


inferior. Ella jadeó cuando la tuvo dentro, enroscándose alrededor de la suya, solo
para que Greg terminara su juego de seducción succionando un poco.

El beso fue fuego, consumiendo cualquier rastro de raciocinio en los dos.

A medida que los labios masculinos se cernían en la boca de la mujer, las


manos de Gregory bajaron por sus costados, sobando sus pechos con firmeza,
amasando su cintura con contención, aferrándose a sus caderas, para terminar
bajando despacio, muy lento, hasta las nalgas, con la única finalidad de alzarla en
vilo para que Jessica rodeara su cintura con esas largas piernas que lo estaban
volviendo loco desde que apareció en la entrada del Origin.

Se separaron para respirar aunque a él le habría dado igual morir


besándola; Jessi sentía el corazón golpeando contra su pecho, mientras él
continuaba demasiado cerca de su boca nublando su mente y sentido común. El
rubio la aferraba como si se le fuese a escapar, como si deseara meterla dentro de
su propio cuerpo, y esa actitud podía ser jodidamente erótica ―incluso
encantadora―. Podía notar con claridad cómo él se comportaba desde que se
habían encontrado, las señales de enamoramiento estaban allí. Las alarmas se
encendieron en su cabeza, a medida que el rubio bajaba por el borde de su
mandíbula, dejando besitos húmedos sobre su tez y mordisquitos que erizaban
cada poro de la piel hasta llegar al cuello, donde usó sus dientes un poco, logrando
que ella soltara un gemido lujurioso.

No se iba a negar a sí misma que le gustaba Greg, era ridículo tomando en


cuenta la situación en la que estaban; el problema era que ella no estaba interesada
en algo serio, no solo porque dentro de apenas una semana se iba a ir de San
Francisco, sino también porque conocía muy bien la clase de hombre que era
Gregory: un casanova.

Allí estaba él, seduciéndola con sus besos; mientras por otro lado le hacía
creer a la tal Elsie que tenían una especie de relación cuando no era cierto.

Jessica Medina no se rebajaba a eso, sin importar que fuese un maldito dios
en la cama o no se sintiera intimidado por ella a la mañana siguiente después del
sexo. Ella no tenía problema en compartir a un hombre de vez en cuando, en
especial cuando eran rollos de una noche o sexo ocasional con algún viejo amigo al
que veía una o dos veces al año mientras estaba de viaje; tenía varios así, con los
que se divertía cuando iba a Madrid, o allí mismo en California, donde vivía su
amigo Tom, un abogado de artistas que estaba casado y con el cual se reunía
esporádicamente solo para tener sexo.

Sin embargo, no estaba exenta de caer en los encantos de ese escandinavo


creído; en ese momento ella se estaba volviendo nada entre sus manos expertas,
derritiéndose con sus caricias, suspirando de delectación por la forma en que ese
condenado rubio asaltaba su boca…

Salvaje, sin reparos, como si se fuese a morir si no la besaba.

―Me tienes loco, Valkiria ―gruñó contra su oído―, tanto que, si no abres la
puerta ahora mismo, no respondo de lo que te haré en este pasillo.

Jessica soltó una risita traviesa y retadora; oírlo implementar ese tono
también encendía una parte realmente maliciosa en su personalidad; quizás podía
estar dispuesta a que él la poseyera allí, en el medio del pasillo, no iba a ser tan
difícil, solo debía correr un poco su ropa interior y abrir la bragueta del pantalón
de Greg, que se notaba bastante abultada. No obstante, tuvo un rapto de cordura.

―Si me sueltas, puedo abrir la puerta ―le explicó, en voz baja y seductora.
―No necesitas que te baje. ―Volvió a mordisquear su cuello―. Solo saca la
maldita tarjeta y deslízala por la ranura ―le ordenó tajante.

Ella se carcajeó por el tono demandante del Vikingo, extrajo la llave


magnética que guardaba dentro de la cartera, y girándose un poco para poder
maniobrar, logró quitarle el seguro a la puerta.

Gregory volvió a la carga con los besos apenas ella terminó de retirar la
tarjeta, se adentró en la oscuridad de la habitación aferrándose a ella con fuerza,
deleitado con la sensación de aquellas piernas que lo apretaban de forma firme.
Devoró su boca, jadeando de deseo, mordisqueando sus labios, succionando con
avidez y desesperación.

Terminaron en la cama entre un rumor de prendas, cobijas y jadeos.

―Joder, Greg ―bufó ella con una risita buscando recuperar el aliento―,
tómalo con calma ―pidió en un instante en que él se apartó para besar su cuello.
Jessica respiraba con pesadez, deslizándose sin freno a la pasión que el hombre
sobre su cuerpo estaba demostrando.

―No puedo, me desesperas ―confesó con un gruñido, mientras se ponía de


rodillas entre sus piernas, para sacarse la camisa y el cinturón. Aprovechó ese
momento para quitarles los botines a ella, también los calcetines tobilleros que
usaba. Al desnudarlos, comenzó a besar el empeine de un pie, bajando por la
pantorrilla, describiendo un camino sinuoso de ósculos hasta el muslo; solo para
repetir la operación de nuevo con la otra pierna―. No quiero soltarte, el mundo no
tiene sentido, me quitaste la razón, estoy loco por ti, Valkiria ―musitó entre beso y
beso, rumbo a su entrepierna.

Levantó la falda del vestido una vez ella desabrochó el cinturón, Greg
deslizó la prenda sobre su cabeza, dejando a la vista la sexy ropa interior de encaje
a juego. Él sonrió de medio lado, sintiendo cómo su excitación iba en aumento.

―Me estabas esperando. ―Deslizó la yema de sus dedos sobre el encaje de


la cadera y se inclinó a dejar un beso sobre el ombligo―. Te ves deliciosamente
sexy con ese conjunto.

―Solo esperaba tener suerte esta noche ―respondió Jessica de manera


perversa, buscando picarlo un poco―. Tal vez pescar a alguien con quien
divertirme hasta el amanecer, y me conseguí un Vikingo.
―Me dan celos solo de pensar que cualquier otro pudo haber terminado
aquí ―gruñó contra su boca. Sostenía su cuerpo sobre ella con ambas manos. La
besó con furia, mordisqueó su labio inferior―. Te voy a hacer el amor de tal forma,
Valkiria, que no querrás estar con nadie más ―sentenció posesivo.

Greg se estiró sobre Jessica, atrapándola contra el colchón; ella pudo sentir
el duro bulto que se apretaba entre el pantalón, y que se restregaba contra su sexo
bajo la delicada pieza de ropa interior, desencadenando una deliciosa electricidad
que subía por su vientre, arremolinándose en su abdomen. Los besos del Vikingo
eran castigadores, la dejaban sin aliento, mientras que a la par una de sus manos se
aventuraba sobre sus pechos, pellizcando el pezón erecto debajo del encaje del
sujetador. Ese estallido de dolor placentero la hizo gemir dentro de la boca de él,
quien ni corto ni perezoso aprovechó para introducir su lengua juguetona y
acariciar la de ella con toquecitos traviesos.

Jessica no aguantó más, era delirante lo que le hacía, pero necesitaba pasar a
algo más placentero; lo empujó con firmeza para que se elevara, luego lo hizo girar
dejándolo debajo de ella, donde se sentó a horcajadas sobre el abdomen. La latina
le sonrió con malicia, ella también sabía jugar el lujurioso juego de restregarse
hasta el punto de la demencia. Se alejó hacia su pelvis, besó el borde de su piel por
encima de la pretina del pantalón, mismo que fue desabotonando a medida que
sus labios obraban magia en torno a la piel desnuda, sin dejar de verlo en el
proceso.

Greg estaba hechizado por sus ojos, que lo observaban con malicia,
atrapando su mirada en un juego perverso.

Una tienda de campaña brotó de su pantalón, a medida que ella se lo iba


sacando por las piernas; una sonrisita pícara se escapó de su garganta al ver cómo
él mismo la estaba ayudándola a desnudarlo con manos expeditas. Cuando solo se
quedó con su calzoncillo, Jessica volvió sobre su cuerpo, besándolo con la misma
intensidad con la que él la estuvo castigando, meneando sus caderas sobre el
miembro duro, aprovechando de frotar su propio núcleo de placer contra la dura
carne que sentía entre las piernas.

El Vikingo estaba que se derretiría en cualquier momento, lo asaltaba una


necesidad visceral de sentirla sobre él, de introducirse en su intimidad y quedarse
allí para siempre. Había tenido razón, Jessica era fuego contenido, un volcán en
reposo que ante el más leve estímulo de su parte iba a desbordarse sobre su
humanidad, licuando sus neuronas en el proceso, dejándolo indefenso y marcado.
Adoraba su piel sedosa, sus besos le sabían a gloria y aquella sonrisa
traviesa desencadenaba escalofríos que le recorrían el cuerpo entero hasta los
huevos. No podía explicarlo, no quería hacerlo; a ratos comparaba sus experiencias
previas con otras mujeres buscando un indicio sobre sí mismo. ¿Cómo era posible
que no se hubiese sentido así antes? Desde la noche del vuelo, cuando ella se
montó desnuda sobre su cuerpo, estuvo perdido, esa fue la sentencia, no había
escapatoria, incluso si era ella quien se marchaba.

Él siempre se consideró un alma libre, el único de sus hermanos que iba a


vivir su vida en perpetua soltería, sin embargo, encontró a una mujer mucho más
fuerte y decidida de lo que Gregory jamás había sido.

Y el Vikingo estaba completamente conquistado por su Valkiria.

Desabrochó el sostén para liberar sus pechos suaves y carnosos, ella se elevó
sobre su rostro para permitirle tomar uno con su boca. El Vikingo se deleitó con la
piel rugosa y endurecida, acarició con su lengua toda la circunferencia para
terminar aprisionando entre sus dientes la carne erecta. Era una enloquecedora
tortura; su pelvis se elevaba para rozarse contra el sexo de Jessica, los jugos de su
excitación habían traspasado su ropa interior y la de él mismo; ella jadea y
susurraba ―sí, oh sí― cada vez que Greg jugaba con su pezón, chupándolo un
poco más duro de lo usual. Luego repitió lo mismo con el otro pecho, chupó,
mordió, besó, hasta que Jessica tembló de placer y él se sintió al borde del frenesí.

Esa fue su señal, con su mano derecha liberó su polla húmeda y palpitante,
apenas deslizando la elástica sobre el tronco; después corrió el bikini de Jessica
hacia un lado, pasándolo por sobre su nalga derecha, y así, sin sacarse la ropa por
completo, sintiendo la humedad tibia bañando su verga, se clavó profundamente
en su interior, acompañándola en sus gemidos de placer.

―Este es el Valhala ―musitó contra con su boca. Ella abrió los ojos para
hundirse en ese universo azul, y empezó a moverse sobre él, arriba y abajo, una y
otra vez; sonriéndole de manera perversa.

Greg se acompasó a sus caderas, bailó al ritmo que su valkiria la marcaba, la


aferró con ambas manos por los muslos, usándola como ancla para elevar su
propia pelvis un poco, cada vez que ella bajaba.

El roce de su interior era agonizante, lo sumergía en un placer acuoso en el


que estaba dispuesto a ahogarse, ella estaba tan húmeda y caliente que los sonidos
de sus fluidos inundaban la habitación.

Jessica tenía una mirada turbia, sus labios dejaban escapar los ecos más
lujuriosos que él hubiese escuchado jamás. Arreció sus movimientos de manera
repentina, mientras su garganta se resecaba de tanto gemir. Enredó los dedos de su
mano izquierda entre las ondas rubias, apretando con fuerza, obligándolo a elevar
la barbilla para ponerse al alcance de su boca. Greg también fue perdiendo el
control, dejándose arrastrar por la próxima erupción; como siempre que estaba con
esa mujer, su orgasmo se construyó rápido y se acercaba inexorable. No hubo
posibilidad de retardarlo más cuando la latina comenzó a besarlo con salvajismo, a
la par que gemía y se movía, aturdiéndolo con tantas sensaciones placenteras al
mismo tiempo.

―Valkiria ―jadeó―, voy a correrme, Jessica… oh, mierda… oh, mierda…


―el cosquilleó inminente se desplazó por sus pelotas hasta el tronco, el mar blanco
fue indetenible, haciéndole temblar las piernas.

―Sí-sí-sí ―canturreó ella con voz estrangulada, moviéndose de forma más


vertiginosa, sin importarle si él podía continuar o no, con la única meta de alcanzar
la cima de su orgasmo.

El Vikingo sintió justo el momento en que ella explotaba.

Fue la sensación más gloriosa jamás experimentada. Las paredes internas de


su sexo se contrajeron a su alrededor, lava ardiente manó de su centro envolviendo
su polla que se derramó dentro de su cuerpo. Su pene palpitaba mientras su
eyaculación se mezclaba con los cálidos jugos de ella. Jessica soltó un profundo
jadeo elevándose sobre él, soportando su peso contra el torso de Greg con ambas
manos, para disfrutar la inminente relajación post orgásmica; sin embargo, el rubio
se encontraba enceguecido y necesitado, como un bestia desatada y hambrienta los
hizo girar sobre sí mismos; sin salirse de su interior y aun sintiendo los estragos de
su reciente orgasmo, la aprisionó contra el colchón, sin dejarla retomar el aliento,
comenzó a moverse de nuevo, de forma salvaje.

Gregory se sentía desesperado y con bríos, a pesar de haber alcanzado su


propio clímax en tiempo record para él, necesitaba más, en especial, deseaba borrar
a cualquier hombre que hubiese besado su boca, a todos los tipos que estuvieron
antes que él; era el pensamiento más demente que pudiese concretar en un
momento como ese, lleno de celos sin sentido; pero no podía luchar contra eso, en
especial si ella continuaba recibiéndolo así, tan solícita y dócil, apretando sus
talones contra sus nalgas, reclamándole más.

―Dale-dale ―suplicó ella, afianzando después sus talones en el colchón y


elevando las caderas para que él tocara ese punto especial que iba hacerle llegar de
nuevo en tan corto tiempo―. Justo ahí, sí… justo… ¡Oooooh! ¡Aaaaah!

Gregory sonrió victorioso cuando sintió una vez más cómo ella se corría con
su miembro adentro, deleitándose en la dulce succión de su interior.

―Te lo advertí ―le dijo él entre jadeos, con el pecho subiendo y bajando de
forma acelerada, con sus suaves embates―. Valkiria, serás mía…

Jessica soltó una carcajada divertida.

―¿No me digas que eres de los que se pone celoso? ―inquirió ella con
cinismo. Le dio un toquecito en el pecho para que se detuviera y levantara su
anatomía de encima. Greg se quitó a regañadientes, sin embargo, antes de que
Jessica pudiese erguirse y salir de la cama, él la atrajo contra su cuerpo,
abrazándola, pegando su pecho contra la espalda de la latina, restregando su pene
entre las nalgas que aún tenían restos húmedos que evidenciaban su excitación.

―Solo contigo, Valkiria ―le susurró al oído―. Antes no me había sucedido


con nadie, es mi primera vez.

La latina no pudo evitar sentirse halagada y un poco emocionada por esas


palabras, una mujer siempre se iba a sentir complacida con un hombre que le
confesara esa clase de cosas; le sonrió con soltura y se desembarazó de sus brazos.

―Ten presente que me voy pronto ―le recordó con un rastro de dureza en
su voz, consideró que era mejor ser directa y concisa―. Lo que está pasando aquí,
se queda aquí. ―Se puso de pie.

―¿Y por qué? ―indagó él, más lleno de curiosidad que de desencanto; no le
molestaba mucho su actitud, en realidad sabía que ella no estaba huyendo, solo era
pragmática en cuanto a la realidad―. ¿Por qué no puede seguir?

―Porque con todo y lo liberal que puedo ser ―le respondió ella girándose
para encararlo desde la puerta del baño―, y que creo en las relaciones a distancia,
lo cierto es que no me gusta compartir.

El rubio enarcó una ceja con una sonrisita de medio lado que lo hacía lucir
un poco como un cretino.

―¿Te dan celos de que pueda estar con otra mujer?

―Por supuesto ―contestó Jessica con rotundidad―. Cuando tengo pareja


formal, soy más fiel que un perro, es cuestión de lealtad y confianza, y francamente
Vikingo ―hizo un énfasis burlón en su apodo― tú no me inspiras confianza…
―Ante la cara dolida que él compuso, ella sonrió con ironía―. Cuénteme, señor
Ward, ¿qué le dijo a Elsie que iba a hacer esta noche?

Sin esperar respuesta se adentró en el baño, se deshizo de su prenda


húmeda y la depositó en la bolsa de la lavandería. Entró rápido a la ducha, fue un
baño corto de apenas un par de minutos, cuando abrió la puerta envuelta en la
toalla esponjosa, Gregory estaba en el umbral, apoyando con ambos brazos contra
los costados del marco su cuerpo por completo desnudo, cortándole el paso.

―Elsie no es mi novia ―dijo de forma seria―, es alguien con quien salgo


más o menos de manera frecuente, nada más… ―Sonrió con inocencia―. Sin
exclusividad. Es más, sé que tú no lo entiendes, crees que soy un casanova que va
derrochando su encanto buscando conquistar cuanta mujer se atraviese en mi
camino… y tal vez, solo tal vez, es un poquito así. Sin embargo, hay algo en lo que
quiero que seas la primera ―pidió.

Jessica frunció el ceño en un gesto suspicaz.

―Si es presentarme a tu madre, ya la conozco ―le replicó―. Tampoco creo


que sea buena idea que quieras que ella se entere que te estás revolcando con la
hija bastarda de su marido.

Greg hizo una mueca ante el tono agrio que percibió en el último enunciado
que le lanzó.

―No, es algo más simple que eso ―se rio con soltura, buscando suavizar el
ambiente―. Ven a una cita conmigo.

―¿Una cita? ―preguntó perpleja―. ¿Me estás diciendo que nunca has
tenido una cita? ¿En serio? ―Gregory asintió.

―Nunca he ido a una cita romántica ―explicó él con un rastro de


timidez―, nunca he preparado una, de hecho, jamás sentí el deseo de hacerlo; pero
tú, Valkiria… mueves todo mi mundo… haces que quiera hacer cosas cursis, como
comprarte flores, ver el atardecer, sentarnos frente una chimenea a hacer el amor
durante toda la noche… ―Elevó las cejas de forma pícara―. Ven conmigo a una
cita ―rogó con su sonrisa más seductora.

Ella negó riéndose.

―Estás demente ―le espetó, empujándolo un poco para pasar, no obstante,


él la aferró con ambos brazos, acercándola más a su cuerpo, donde el contraste de
las temperaturas fue evidente. Ella estaba fresca por la ducha, mientras él exudaba
calor.

―Sí, pero es tu culpa ―le susurró de manera sexy contra los labios―. Antes
de ti era un tipo normal, un poco patán, es la verdad, pero normal… ―depositó un
beso sobre su boca.

Jessica sonrió ante su osadía.

―Ay Vikingo ―dijo en español―. Eres todo un caso…

―Lo soy ―aceptó él hablando el mismo idioma, sonriendo con todos sus
dientes―. No te pido nada complicado… solo… Déjame llevarte a una cita, ya
después de eso, veremos que nos depara el destino. ―Volvió a besarla.

Jessica lo pensó por unos segundos, en cierto modo tenía razón, salir en una
cita no era nada del otro mundo. Y tal como le había dicho su primo, necesitaba
algo de romance en su vida.

―Está bien, señor Ward ―aceptó sonriéndole―. Iré a una cita contigo.

Él la alzó en vilo y la hizo girar en el aire, los dos envueltos en risas, Greg de
júbilo, Jessi de diversión.

―¡¡Síííí!! ―exclamó él― ¡Dijo que sí! ¡Yuju! ―la puso en el suelo tras darle
otro beso, este más profundo que los anteriores, apretándola contra su hombría―.
Ahora, déjame usar el baño y no te duermas… porque vamos por el segundo asalto
―le advirtió.

Y luego, sin más, le dio una nalgadita juguetona y se dio media vuelta para
meterse a la ducha.
CAPÍTULO 15

No importa cuánto corras

No recordaba la última vez que había amanecido en una cama abrazada por
un hombre; los dos eran un enredo de piernas y brazos, Jessica estaba de costado y
Greg se encontraba justo detrás de ella, muy cerca, con su brazo por encima del
cuerpo curvilíneo, aferrándola como si temiera que se fuese a escapar mientras él
dormía.

Sonrió ante la situación, era lindo volver a sentirse querida. En cierto modo,
podía pasar su vida sin el cariño de una pareja como tal; sin embargo, era
innegable que el interés del rubio a su espalda despertaba en ella un poco de
añoranza de volver a tener una relación amorosa.

El detalle principal de eso era que ―exceptuando con su último novio―, era
complicado mantener una relación con Jessica Medina cuando ella solo pasaba en
su ciudad tres meses al año. Al principio, como con toda relación, decían que no
había problema con la distancia ni el tiempo reducido; sin embargo, cuando ella
volvía a Boston solo por una semana para luego marcharse de nuevo al otro lado
del mundo, todo perdía el encanto después de la tercera o cuarta vez.

No importaba si ella se redimía con increíbles regalos de cumpleaños o


aniversarios. No estaba presente en el momento en que se requería y eso siempre
pasaba factura a la relación.

A pesar de ello, su primo Joaquín tenía algo de razón, a veces uno


necesitaba una verdadera historia de amor para pintar el día a día de colores
brillantes; e intuía que así fuese por solo unos días, el romance entre los dos iba a
ser divertido.

Se removió un poco para salir de debajo de su brazo, solo que no pasó


desapercibido para Greg que la apretó contra su pecho.
―¿Para dónde vas? ―gruñó el Vikingo con la voz soñolienta.

―A levantarme ―explicó Jessica en tono risueño, procurando no largar la


carcajada.

―Es demasiado temprano. ―Ciñó más su brazo a su alrededor, ella pudo


sentir el miembro erecto de Greg rozando sus nalgas―. Quédate ―pidió con
cariño.

―Son las nueve ―refutó mimosa, frotándose lujuriosamente contra él,


esperando que eso lo avispara y ella pudiese escapar en dirección al baño.

―¿Y qué? ―replicó el rubio, siguiendo sus movimientos, mientras


empezaba a respirar de forma más pesada contra el cuello de la mujer. Los suaves
montículos del trasero de ella acariciaban su verga con lascivia, poniéndolo
cachondo de manera irremediable―. Nos dormimos a las cuatro o cinco de la
mañana ―le recordó, bajando su mano hasta el seno derecho, apretando con
suavidad el pezón que empezaba a endurecerse a raíz del toqueteo lujurioso, lo
que hizo que Jessica jadeara―. Además, me parece que tú no quieres salir de la
cama ―susurró contra el borde de su oído, acariciando la parte posterior de su
oreja con la nariz, removiendo entre la yema de sus dedos, como si fuese un botón,
la carne endurecida, mientras la pelvis del rubio subía y bajaba, alojando su verga
entre las nalgas de ella―. ¿Quieres que me detenga?

―Te mataré si lo haces ―le advirtió la latina con voz ronca. Tomó la mano
que castigaba su pezón, obligando a Greg a bajarla hasta su entrepierna, donde
comenzaba a brotarse el clítoris gracias a la excitación.

El Vikingo sonrió con malicia, pasó su otro brazo por debajo del cuello de
Jessica y apretó un poco, exigiéndole volver la cabeza hacia él para besarla. No solo
jugó con el nudo de carne hinchado que sobresalía entre sus pliegues, sino que
deslizó sus dedos más abajo, recorriendo los labios de su sexo para colarse dentro
de la caliente cavidad y lubricase con los jugos de su intimidad, para volver a
acariciar de nuevo, esta vez con más ímpetus, el clítoris.

Suspiró, esa mujer estaba hecha a su medida, dispuesta siempre para


recibirlo si él lo quería; los dos habían caído horas atrás exhaustos, llevando el
marcador empatado en cuanto a orgasmos, porque ella se desquitó de la primera
ronda apenas pudo. El ardor hirvió debajo de la piel de Gregory, el fresco y vívido
recuerdo de correrse dentro de la boca de la latina lo erizó, ella no tuvo reparo en
exprimirlo con sus labios, alojándolo muy profundo dentro de su garganta, sin
dejar de mirarlo a los ojos mientras recibía su corrida.

No pudo contenerse más, elevó la pierna de ella sobre su propio muslo y


deslizó su polla dura dentro de su vagina, deleitándose en la ardiente caricia de su
interior, que lo recibió gustosa.

Gimieron a la par, moviéndose en perfecta sincronía, bailando una lenta


danza de placer. Greg dejaba besos cálidos en su nuca, arrastraba sus dientes por el
borde de su hombro, conteniendo las ganas de marcarla con una mordida; ella
pasó su brazo hacia atrás para sostenerse de del costado del rubio y recibir sus
embates con más firmeza.

El dulce goce los alcanzó como una ola al reventar en la orilla, creció a
medida que se acercaba a ese borde ineludible donde solo quedaba estallar; el
rubio bufó ante la sensación cosquilleante, gruñó cuando Jessica contrajo sus
músculos pélvicos alrededor de su pene, aprisionándolo con firmeza; la latina
tampoco cejaba en su empeño, evitando que él retirara sus dedos, manteniéndolo
sujeto con su mano contra su sexo, a la par que gemía por las grandiosas
sensaciones que la estaban atravesando cada vez que Greg se metía más adentro de
su vagina.

Él pellizcó el nudo de carne y nervios que se hinchó de forma paulatina


entre sus dedos, sus caderas perdieron el control al momento que un aullido
estrangulado brotó de ella anunciando que había saltado más allá del precipicio;
Jessica tembló entre sus brazos, mientras su cuerpo se desbocó con el único fin de
prolongar la gloriosa agonía que suponía el orgasmo, meneando sus caderas de
forma furiosa, dividida entre la necesidad de que detuviese la enloquecida
estimulación de su centro o que continuara martilleando su intimidad hasta que él
se corriera dentro de ella.

―Mi-er-da ―jadeó la morena cuando las corrientes de deleite abandonaron


sus terminaciones nerviosas, dejándola aturdida y resollante. Greg sonrió ante el
tono en que lo dijo, como si hubiese sido conquistada de manera ineludible; ella se
removió un poco de forma instintiva, haciéndole gruñir, pues para él no había
terminado; su verga continuaba dura y pujante dentro de su cuerpo.

―Si te quedas conmigo, te despertaré así todas las mañanas ―le propuso él.
Jessica soltó una risita.
―Una propuesta más que tentadora. ―Jessica volvió a mover su cadera,
haciendo que él se clavara más adentro. Greg jadeó―. ¿Quieres terminar lo que
empezaste?

―No es necesario ―aseguró él con tranquilidad―. Aunque no lo creas,


disfruto mucho viendo cómo alcanzas tu orgasmo. ―Empezó de nuevo un suave
vaivén―. Me excita saber ―confesó entre suspiro y suspiro de placer― que una
vez que alcanzas el primero, quedas con ganas de más… y saber que te puedo
seguir el ritmo toda la noche, es fantástico para mí… ―Ella gimió cuando el
Vikingo afincó su pelvis, tocando un punto sensible dentro de su interior―. Es la
primera vez que siento que tener sexo con una mujer es más que esto ―explicó,
haciendo de nuevo una penetración profunda que los hizo gemir a ambos.

―Ya van varias veces que dices algo así ―indagó ella, sintiéndose gelatina
entre sus brazos, el jodido rubio continuó su ir y venir lento pero profundo, incluso
la elevaba un poco cada vez que intentaba llegar más adentro―, pero no me parece
que te cueste excitarte ―susurró, respirando pesadamente por el movimiento. Tras
su reciente orgasmo estaba hinchada, así que podía sentirlo más grande y grueso
de lo que era.

―No me cuesta ―aceptó Greg, susurrando roncamente en su oído―, pero


desde esa noche en el avión, descubrí que solo tú haces que me corra tan… oooh-
oh-oh…

Allí estaba su clímax, encontró tan jodidamente excitante su interior


apretado y ardoroso, a la par de contarle cómo ella hacía que él se saltara todas sus
limitaciones, que le encendía que fuese tan lujuriosa y desinhibida, que explotó
casi sin darse cuenta y sin poder detenerse.

―Valkiria… ¿qué me estás haciendo? ―le preguntó cuando su verga dejó


de sacudirse en aquel lugar cálido, apretándola con fuerza, abrazándola con ambos
brazos para evitar que la conexión de sus cuerpos se rompiera―. Suena ridículo, lo
sé… pero… ¡joder! Yo no me corro con tanta facilidad.

Jessica soltó una carcajada cantarina que fue música para sus oídos.

―Bueno, Vikingo ―dijo ella, zafándose de sus brazos con suavidad,


separando sus cuerpos irremediablemente―. Aunque es el mejor mañanero que he
tenido en mucho tiempo ―le explicó, saliendo de la cama, caminando con
seguridad rumbo al baño, exhibiendo su cuerpo desnudo sin ninguna vergüenza,
contoneando sus caderas como si lo estuviese provocado para continuar la fiesta en
la ducha―, tengo hambre y quiero ir a desayunar. Si quieres te quedas a dormir,
pediré que te suban comida a la habitación.

―¡Pide el servicio y te quedas conmigo entre la cama! ―le gritó jocoso,


esperando que aceptara su oferta, tratando de que su voz se oyera sobre el ruido
del agua de la ducha.

Como no hubo contestación, pensó con seriedad en su situación; aunque le


parecía deplorable comparar, no pudo evitarlo. Las veces que estuvo con Elsie
siempre quería salir de su departamento lo más rápido posible, incluso evitaba de
todas las formas posibles que ella pasara al suyo, cortando cualquier oportunidad
de que intentase anidar en él, orillándole a aceptar una relación amorosa que en
verdad no tenían.

En cambio, la pelirroja le había ofrecido una copia de la llave de su casa a


principios de ese año, casi un año atrás le dejó un cajón de ropa vacío para que él
guardara cosas allí, ropa para cambiarse las pocas veces que se quedó a pasar la
noche. Ahora, en ese instante, se planteaba la posibilidad de quedarse todo el día
con la latina, haciendo lo que ella quisiese hacer, aunque fuese ir a recorrer la
ciudad o quedarse entre la cama, comiendo, viendo televisión y haciendo el amor.

Todo eso lo sentía por una completa desconocida, y podía ser realmente
aterrador, a la par que maravilloso.

Sin embargo, deslizándose su mente entre esos pensamientos, la modorra


volvió a arroparlo, haciendo que dormitara sin darse cuenta. Jessica salió del baño
y vio al rubio dormido de costado, justo sobre la almohada que ella usó para
reposar su cabeza mientras descansaba; su respiración era pesada y Gregory se
encontraba durmiendo con una expresión relajada, abarcando todo el ancho de la
cama, lo cual era un logro porque esa era una cama Queen.

Se vistió con rapidez, todavía alcanzaba a llegar antes de la hora del


almuerzo y era posible que pudiese tocarle la puerta a Quín para que la
acompañase porque los días sábados él no salía temprano de su habitación; con
algo de suerte, podrían conversar sobre trabajo, tal vez establecer una fecha de
salida de San Francisco más pronta y decidir cuál era su próximo destino, a ella le
llamaba la atención una nueva compañía en Estocolmo, su instinto le decía que
podrían invertir allí con un retorno de inversión bastante alto.
«¿Por qué quieres huir del Vikingo?» le preguntó una voz muy parecida a la
suya dentro de su cabeza.

Jessica se detuvo un instante mientras se anudaba las agujetas de sus


zapatos deportivos. Meditó la respuesta con cuidado; en sí no estaba huyendo,
aunque decidiera que no era mala idea tener una relación con el hijo adoptivo de
su propio padre ―que mirase por donde lo mirase sí lo era, volvía todo más
complicado de lo que ya lo estaba― aún quedaba el hecho de que ella tenía una
vida movida, llena de aventuras, negocios, aviones y hoteles, misma vida que no
iba a cambiar por él.

Ya había estado enamorada, fue un amor bonito y basado en el respeto;


Jessica no arrastraba un terrible pasado amoroso, Calvin y ella incluso hablaron de
matrimonio, sin embargo las cosas no se dieron como creyeron que se iban a dar: él
quería una esposa que lo esperara en casa cuando volviese de gira; a Jessica no le
importaba encontrarse con él en cualquier parte del país o del mundo. Incluso, uno
de los mejores recuerdos de su relación fue el tour por Europa, ella se apareció en
cada país donde él tocó con la banda; ese fue el momento más romántico y
divertido de su relación, donde conocieron locaciones espectaculares, mini
encuentros de películas y tórridas noches de amor apasionado antes de que alguno
de los dos tuviese que partir.

Salió de la habitación sin echarle un último vistazo al cuerpo inerte de Greg;


la latina era brutalmente honesta consigo misma, y sabía que no estaba dispuesta a
dejar de ser quien era; tampoco le iba a pedir al rubio que cambiara sus sueños o
metas solo para amoldarse a ella y su vida. No era justo para ninguno de los dos.

Le daría esa cita que estaba pidiendo, luego de eso se marcharía a Boston y
procuraría no volver a verlo a menos de que fuese estrictamente necesario.

De hecho, una vez que se fuese de San Francisco no vería a ninguno de los
Ward si podía evitarlo.

Ensimismada en sus pensamientos llegó a la habitación de su primo que


estaba apenas al lado de la suya; levantó la mano para anunciarse, no obstante, la
puerta se abrió antes de que pudiese golpear, dejando al descubierto a un hombre
que no era su primo.

Ambos se miraron a los ojos, Jessica contuvo la risa que pugnaba por salir
de su garganta; aquello era una jodida broma, pero el terror en los ojos de Sean,
que estaba congelado en el umbral, le advirtieron que era mejor no decir nada.

―¿Quieres desayunar? ―preguntó empleando el tono más natural que


pudo―. Aún hay chance de llegar al restaurante y pedir panquecas [3].

Lo tomó por el brazo y jaló con delicadeza, obligándole a caminar. Sean


estaba mudo, cabizbajo y andaba por simple inercia, dejándose manejar como si no
tuviese voluntad. Cuando se sentaron a una mesa en el restaurante, ella se
apresuró a pedir café y ordenar por ambos; el camarero se retiró de inmediato para
suplir su orden, dejándolos solos.

―Pareciera que acabas de tener la caminata de la vergüenza ―comentó


Jessica con una risita contenida―. O que fuiste pillado in fraganti en un delito.

―Estoy buscando una explicación lógica que darte ―respondió el gemelo


con voz baja y tono derrotado, sin levantar la vista de su taza de café.

―No la necesito ―le aclaró la latina, bebiendo un sorbo de su infusión


paladeó con fruición el amargo del café y soltó un sonidito de satisfacción al
tragarlo―. Eres un adulto, él es un adulto, mientras haya sido consensuado, no
hay problema… no es mi problema, no me importa.

Sean Ward se animó un poco a levantar la vista, Jessica estaba tecleando en


el móvil un mensaje para Gregory, anunciándole que Sean estaba allí.

―Nadie lo sabe ―musitó él, con fracaso―. No sé cómo lo vayan a tomar


mis padres, la verdad es que papá siempre ha sido estricto.

―No debería importarte, Sean ―replicó Jessica. Se contuvo de continuar


porque el mesero volvía con sus platos y ella moría de hambre―. No estás faltando
a nadie, es tu vida, tus gustos y tú eres el único que tiene derecho a vivirla
―sentenció una vez que el hombre se retiró.

―No deseo decepcionar a nadie ―confesó en voz baja, era obvio que estaba
profundamente trastornado por todo eso―. Papá es un hombre duro, de la vieja
escuela… no sé cómo lo vaya a tomar… ¡Y Bruce! Bruce es…

―Tu hermano mayor y apuesto a que no dirá nada para hacerte daño
―completó ella con cierto fastidio―. Incluso William Ward lo tomará bien, tal vez
no al principio, pero se acostumbrará al hecho de que eres homosexual. Además no
parece el tipo de hombre que los haya despreciado alguna vez ―acotó Jessica con
algo de hosquedad.

Comieron en silencio, ella recibió respuesta a su mensaje con una pregunta


por parte del rubio.

“¿Qué hace aquí?”

Meditó la contestación por un rato, luego tecleó rápido:

“Vino a invitarme a desayunar.”

Cuando depositó el móvil en la mesa miró a su hermano pequeño y eso


despertó un sentimiento de ternura que antes no había sentido por nadie; Sean se
veía muy mal, como si estuviese enfrentándose al diagnóstico de una enfermedad
terminal. Extendió su mano por sobre el mantel y apretó la muñeca de él con
dulzura. El castaño levantó la vista ante aquel contacto, encontró que su media
hermana le sonreía con complicidad.

―Tranquilo, no diré nada ―aseguró ella―. Y también sé que Joaquín no


dirá nada.

El alivio fue palpable en el gemelo, sonrió en respuesta a sus palabras y la


tensión fue dejando su cuerpo poco a poco.

―Todo acabará pronto ―continuó Jessica buscando infundirle ánimos―. El


próximo fin de semana nos iremos a Boston, podrás estar tranquilo, no habrá
riesgos para ti.

La latina lo dijo con toda la mejor intención del mundo, no obstante, la


expresión de su hermano menor fue de mortal tristeza.

―No me parece justo que te vayas ―confesó Sean con pena―. Apenas te
estamos conociendo, has pasado toda tu vida sola, ahora que has encontrado a tus
hermanos, no me parece correcto que tengas que continuar así, sin familia.

―Quín es mi familia ―corrigió Jessica con delicadeza.

―Lo sé, pero no es tu hermano ―acotó el castaño―. Y con todo lo gruñón


que puede ser Bruce, te garantizo que ya te quiere, él tiene este instinto protector
con todos nosotros que seguro ya se extendió hacia ti… incluso Gregory, aunque
ustedes no sean hermanos de sangre, te garantizo que cuando menos te des cuenta,
te cuidará y protegerá como si fueses de su propia sangre.

Jessica se quiso reír ante esa afirmación, pero considerando las


circunstancias, era mejor callar. No le parecía buena idea decirle a su hermano
menor que el hermano mayor de él estaba desnudo en su cama, durmiendo tras una
noche maratónica de sexo.

«Si tú supieras, Sean» pensó ella mientras tomaba un sorbo de su vaso de


agua.

―¿En serio no has pensado en quedarte un poco más? ―insistió él con


esperanza―. Aunque solo sea para conocernos un poco más.

―Mentiría si te dijera que sí ―respondió la latina con su acostumbrada


sinceridad―. Indistintamente que no fuese por irme a Boston, igual estaría
viajando una vez más en poco tiempo, es posible que vaya a Estocolmo, estando en
Europa seguro nos detenemos en Portugal.

El gemelo asintió con pesadumbre, sin embargo, sonrió.

―Debo decir que en cierto modo es un peso menos el que tú lo sepas…


―manifestó con alivio―. Al menos tengo alguien con quien hablar sobre ello. ¿Al
menos podré escribirte? ¿Llamarte?

Ella asintió con seguridad.

―Ser gay no es malo, hermanito ―dijo Jessi, guiñándole un ojo―. Vivir


engañándote a ti mismo sí lo es. Por eso siempre digo la verdad, aunque pueda
sonar cruel… ―sentenció con seriedad―. Y claro que puedes escribirme, tal vez no
responda todo el tiempo, pero al menos podremos hablar de vez en cuando.

El desayuno acabó y ella lo acompañó hasta la entrada del hotel, se dieron


un largo abrazo, casi como si se estuviesen despidiendo para no volver a verse.
Sean la apretó con fuerza contra su pecho y depositó un beso en su coronilla.

―Gracias, Jessica ―musitó él―, por guardar mi secreto.

―No hay problema, repetido ―respondió la latina, dándole un puñetazo


juguetón en el brazo.

Cuando él se montó en su auto y se marchó, la latina se encaminó a su


habitación, pensando bien en las palabras que usaría con Greg; tras la conversación
con Sean se convenció de que no era buena idea continuar con ese jueguito que se
traía con él.

Ella se jactaba de ser directa y honesta, eso se debía a que no quería crear
falsas esperanzas ni expectativas en nadie; Jessica había crecido creyendo que un
día su padre volvería por ella, que la buscaría para conocerla y eso nunca pasó,
más de veinte años después la vida le demostró que sus esperanzas eran vanas,
que uno construía su propio camino, tal cual ella misma construyó el suyo hasta
ese punto.

Conoció a William Ward, le demostró que era una mujer fuerte, se


sobrepuso al monstruo que ella misma alimentó de niña, un espectro lleno de
miedo y tristeza. Toda esa situación debía ser examinada con objetividad, en
especial porque debía cumplir con sus propias promesas, y una de ellas era que no
iba a vengarse de los Ward de alguna manera trillada y telenovelesca, porque no
iba a cargar con un mal karma en su vida.

Sus pensamientos se vieron cortados abruptamente cuando abrió la puerta


de su habitación y encontró una maldita estampa caliente: Gregory Ward estaba
saliendo de la ducha, con la toalla anudada a la cadera, dejando que las gotitas de
agua que aún quedaban sobre su torso se evaporaran con el aire; secaba su cabello
de forma enérgica con una toalla de mano. Cuando la vio, le sonrió de forma
seductora.

―Hola, Valkiria ―saludó con una inflexión perversa y grave―. ¿Quieres


volver a la cama y continuar lo de esta mañana? ―invitó.

El tono empleado por el rubio le generó cosquillas por todo el cuerpo, no


obstante, Jessica había tomado una decisión y se iba a apegar a esa convicción sin
un ápice de duda:

―Tenemos que hablar ―sentenció con la misma voz que usaba cada vez
que iba a hacer negocios, fría y calculadora―. Esto de la cita es mala idea, señor
Ward, creo que es prudente que dejemos todo hasta aquí.

Greg, en vez de molestarse, se echó a reír. Se sacó la toalla que anudaba


alrededor de su cuerpo exponiendo su poderosa desnudez con desparpajo. Jessica
apretó ligeramente los dientes, aquella actitud comenzaba a sacarla de quicio, en
especial no quería distraerse con su anatomía de guerrero escandinavo; podía no
ser demasiado fornido, pero su abdomen estaba marcado, su pecho definido y sus
brazos tenían unas leves curvaturas que dejaban percibir sus músculos
demarcados con líneas elegantes.

―No importa lo que digas, Valkiria ―explicó él ante su silencio. Se puso el


pantalón sin ponerse los calzoncillos, siguió con los calcetines y los zapatos,
canturreando de forma bastante melodiosa la canción que habían bailado en el
Origin: “I love it when you call me señorita, I wish it wasn't so damn hard to leave you,
But every touch is ooh la la la, It's true, la la la, Ooh, I should be running, Ooh, you keep
me coming for ya…”. Se puso de pie y tomó su camisa, se encaminó directo a ella,
observándola de forma penetrante con sus ojos profundamente azules,
manteniendo su sonrisita pedante y ganadora―. Vamos a tener esa cita, Jessica
Medina, no importa cuánto corras, yo iré tras de ti. ―Le estampó un beso
profundo y caliente, en el que no escatimó en caricias y mordidas, tantas que
incluso ella no pudo resistirse. Cuando él se alejó, Jessica respiraba de manera
pesada, delatando el nivel de deseo que encendió en ella. Gregory se desvió rumbo
a la puerta y con la mano en el picaporte le anunció―. Prepararé la mejor cita del
mundo, será tan malditamente espectacular, Valkiria, que garantizo que te
enamorarás de mí.
CAPÍTULO 16

Cuando el pasado te alcanza

William Ward apretó la mano de su esposa mientras eran recibidos en la


oficina de su abogado ―y cuñado― George Combs. Holly y él habían tenido una
larga conversación antes de llegar a ese punto, el hijo mayor de ambos tenía razón,
no valía la pena tratar de verificar si Jessica Medina era su hija o no. A su esposa no
le importaba y no le reprochaba nada sobre eso; por el contrario, en cierto modo
estaba contenta porque Will siempre quiso tener más hijos ―dos niñas, de hecho―
para equilibrar la balanza de testosterona de los Ward; sin embargo, después de los
gemelos, no tuvieron suerte y no hubo más embarazos para ellos.

Casi habían discutido. Holly no hallaba el modo de hacerle entender que no


había rencores, que comprendía a cabalidad que él hubiese estado con otras
mujeres durante los años que estuvieron divorciados, puesto que ella misma tuvo
una pareja con quien procreó a Gregory; así que, no veía en la aparición de esa hija
ni una sola amenaza, mucho más cuando la mujer no llegó a pedir absolutamente
nada a su padre.

Por el contrario, Holly sintió pena por la chica, su instinto maternal se


encendió apenas se enteró de que era huérfana; pensó en todas las cosas que tuvo
que pasar a solas y la empatía afloró con facilidad, porque Holly tampoco tuvo a su
madre cerca demasiado tiempo.

La noche anterior, sentados en la mesa de la cocina, él se derrumbó


finalmente.

―Lo lamento tanto, cariño ―musitó con la cabeza entre las manos.
Apoyaba su peso en los codos, enfocando su vista en el mármol del mesón.

Holly se acercó con la botella de bourbon y rellenó el vaso vacío frente a él.

―No tienes que hacerlo, cielo ―repitió por enésima vez―. Nuestra historia
no ha sido fácil, Will. Y a pesar de ello, perduró y ahora es más fuerte y sólida.

Él se giró a verla, ella no era demasiado alta, así que sentado en el banquillo
del mesón, la atrajo hacia su cuerpo y la besó con facilidad porque quedaban a la
misma altura.

―Bruce está furioso ―explicó él, descansando su frente en el hombro de su


esposa―. Dice que no debería importarnos si ella es o no mi hija, sino que
debemos descubrir qué fue lo que sucedió hace veintinueve años, por qué no
llegaron las cartas.

―Pues nuestro hijo tiene razón. ―Sobó su espalda de forma gentil―. Bruce
está sensible, cielo. La llegada de Jessica removió viejos sentimientos, heridas que
no han cerrado por completo.

―Pensé que eso estaba superado ―murmuró en voz baja. Se aferraba a


Holly como si estuviese a la deriva y ella fuese una roca en medio del mar.

―Que no se hablen de las cosas no implica que estén superadas, William


―amonestó con cariño―. Nuestro hijo estuvo muy afectado por lo que pasó, fue
nuestra culpa y no podemos negarlo. Era pequeño, pero para él fue difícil asumir
que Einar no era su papá de verdad y que tú te fuiste por tantos años después del
divorcio.

―No fueron tantos, cariño ―se quejó él.

―Para un niño de dos años, que te hubieses ido tres años es una eternidad
―aseguró ella―. A los cinco años ya hacen preguntas, como por qué su papá se
fue y lo dejó.

―Porque era un imbécil ―contestó Will con dureza, estaba molesto consigo
mismo. Holly, en cambio, rio.

―Éramos muy jóvenes, cielo ―corrigió la mujer, apretando su abrazo


alrededor de él―. Y bueno, ¿por qué negarlo? Bastante inmaduros… ―Negó con
vehemencia―. No es momento de lamentarnos del pasado, todo sucedió de esa
manera porque tenía que ser así. Lo único que queda es que hables con Bruce,
resuelvan esto como dos adultos, sin olvidar que son padre e hijo, y hacerle caso a
nuestro chico… Contrata a un investigador o a alguien que averigüe qué fue lo que
pasó en ese momento que jamás llegaron las cartas de tu hija.
»Pero también, no te cierres a construir una relación con ella, Jessica es una
mujer fuerte y de carácter, deja de sentirte amenazado por su presencia, que si
hubiese querido joderte de algún modo, vengarse de ti, Will, lo hubiese hecho hace
muchos años.

Tras besar su frente se fue a la habitación, dejándolo solo con sus


pensamientos en esa cocina enorme. Cuatro vasos de bourbon después, medio
achispado por el alcohol le marcó a George y le explicó la situación. Su cuñado,
lejos de molestarse, se burló de él.

―¿En serio tienes una hija de treinta años de la que no sabías nada? ―le
preguntó el hombre aguantando la risa―. ¿Y aparte es asquerosamente millonaria?

―Sí, eso resume todo ―respondió mientras se llevaba el vaso vacío a la


boca, arrugó los labios y acercó la botella para servirse, solo para darse cuenta que
estaba vacía también.

―¿Y qué dice mi hermana al respecto? ―inquirió su interlocutor.

―Que debo estar feliz y dichoso, agradecido y que debo averiguar qué
pasó. Por qué nunca me enteré de su existencia.

―Tú y mi hermana están locos ―se carcajeó su cuñado―. Hechos el uno para el
otro. Pero bueno, sí… pasa mañana por mi oficina con mi hermana.

Y allí estaban, esperando por George que esa mañana, más temprano,
contactó a una investigadora privada.

La reunión fue bastante corta, él explicó lo sucedido con bastante claridad,


tras un par de preguntas sobre la situación de la empresa en ese entonces, la mujer
le dijo que comenzaría el día lunes.

―Ciertamente ―meditó George―. Hace treinta años, cuando volviste de


Venezuela, cambiaron de sede.

―No tanto así ―corrigió Will―, la sede siempre estuvo en el Embarcadero,


donde está la maquinaria y todos los equipos, cuando regresé de Venezuela, papá
ya había mudado la administración a otro sitio, de hecho, era la dirección que daba
en ese país para el envío de los documentos. Él pensó que era mejor movernos a un
rascacielos, darle un aspecto más corporativo a las oficinas administrativas donde
invitaríamos a los clientes, inversionistas y los banqueros. Pero no fue a nuestro
piso actual, de hecho, en ese entonces estuvimos en otro edificio, lo abandonamos
porque se incendió.

―¿Es posible que se hayan perdido las cartas durante el incendio?


―preguntó la investigadora.

―Puede ser, pero no podría asegurarlo ―contestó Will―. Volvimos al


Embarcadero por un tiempo, hasta que adquirimos el piso actual.

―Es probable que la correspondencia se haya quedado entre los envíos


muertos o algo así ―indicó la mujer―. Nunca se reclamaron y seguro no tenían la
dirección nueva. ¿Cuántas cartas dice que le enviaron?

―No lo sé, pero Jessica dice que al menos envío unas cuatro o cinco… No
puedo decir cuántas mandó Carla ―reveló.

Will se sentía cada vez más aprensivo con toda la conversación, pensar en
Carla después de tanto tiempo le pesaba en la consciencia; más al saber que había
quedado sola y embarazada. Holly, presintiendo su turbación, apretó su mano con
delicadeza, él levantó la vista del punto que miraba en el escritorio de George y se
percató de que su esposa le sonreía con dulzura.

Después de contar eso ya no hubo más que aclarar, la mujer se retiró de la


oficina y George empezó a hacer preguntas; para ese momento fue Holly quien
tomó las riendas de la conversación, de a ratos William Ward escuchaba retazos de
lo que hablaban. Que si Jessica Medina tenía los ojos grises al igual que todos los
Ward, que si la fiesta de compromiso de Bruce y Amy estaba muy próxima, que
era una pena que no tuviesen niñas pequeñas del lado de los Combs para que
sirvieran como la corte nupcial.

―Espero que Bruce extienda una invitación a su hermana ―explicó


Holly―. He hablado con Amy y está deseosa de conocerla. Yo no he querido
presionarla con mi presencia, pero espero poder invitarla a almorzar con Emily…
Tal vez quiera ser parte de las damas de honor.

Cuando salieron de la oficina, fue Holly quien le propuso ir a comer a un


restaurante, William accedió en silencio, presa de un fortísimo dolor de cabeza que
nada tenía que ver con el licor ingerido la noche anterior, pero sí con esa sensación
de culpa que estaba anidando en su estómago.

Lo cierto era que no lograba sentir la misma emoción que los gemelos y su
propia esposa mostraban por la existencia de Jessica, tal vez porque se perdió
todos esos años donde se gestaban los vínculos afectivos con los niños; no obstante,
sabía que podía extender un puente y crear canales de comunicación. El problema
en sí se debía a su hijo mayor, la llegada de la latina solo había servido para
remover las quietas aguas que los rodeaban a los dos.

Se sentía un fracasado, esa era la verdad.

Tenía dos hijos adultos, un hombre y una mujer, a los que había
decepcionado.

Jessica le hizo recordar a Bruce la clase de hombre que fue durante su más
tierna infancia. William se la pasaba rememorando las pocas veces en que su
primogénito le permitió darle un abrazo o accedió a un gesto cariñoso por parte de
él. Holly hizo lo posible para sanar la relación de ambos, años de tensas situaciones
donde el saludo de bienvenida de Bruce tras irse de viaje de trabajo siempre era la
misma frase: “¡Ah! Sí volviste”, solo para subir a su habitación, tomando de la
mano al pequeño Gregory o a los gemelos que comenzaban a caminar y balbucear
algunas palabras coherentes.

Estaba dolido porque, gracias a su inmadurez y falta de hombría, había


tenido dos hijos que se construyeron a sí mismos por la misma exacta razón: su
ausencia en sus primeros años de vida.

En las pocas ocasiones que observó a escondidas las interacciones de Bruce


y Jessica pudo notar las evidentes similitudes, incluso en la forma en que fruncían
el ceño o cómo se guardaban la mano derecha en el bolsillo del pantalón.

Sin embargo, no sentía deseos de conocer a Jessica, no había necesidad de


recuperar el tiempo perdido. Esa mujer era una desconocida que solo estaba allí
para recordarle que fue un hombre despreciable. Inclusive su actitud arrogante de
empoderamiento le caía pesada, aunque ella nunca dio pie para los comentarios
que él y su hermano gemelo soltaron, tratando de minimizarla de algún modo.

Tenía miedo, porque por más que su esposa le dijera que estaban bien, él
sabía que la vida era un castillo de naipes, aunque creyeses que tenías bases sólidas
sobre las que construiste tu vida, esta podía venirse abajo ante un leve temblor.

Eso sin contar que Wallace no perdía oportunidad de burlarse de él y su


situación, haciendo comentarios inapropiados en presencia de Emily, como si
ambos no hubiesen superado toda la situación de su juventud, como si
decepcionar a su cuñada representase algo de suma importancia en su vida;
cuando los sentimientos que tuvo por ella se desvanecieron más de dos décadas
atrás.

Y mientras sostenía la silla para que su esposa se sentara a la mesa del sitio
que había escogido, se hizo una pregunta.

¿Qué clase de hombre era si no podía sentir simpatía por esa mujer que
decía ser su hija?

¿Acaso a los padres no les nacía ese reconocimiento emocional cuando


llegaba un desconocido alegando que era parte de ellos?
CAPÍTULO 17

La familia es la familia

Frederick primero sintió el peso de la mano de Gregory en su hombro y


luego el impacto del pecho de su primo contra la espalda. Era la clase de juego
rudo que todos los Ward llevaban; los gestos de cariño no eran abrazos o apretones
de manos, sino que siempre contenían un poquito de rudeza. Eso no era lo nuevo,
lo que sí, fue la solicitud que hizo el rubio:

―Primo, necesito tu ayuda.

Tradicionalmente los Ward se reunían un domingo al mes para una comida


familiar, no había excusas, eso incluía a los abuelos Ward que vivían en una
mansión a las afueras de San Francisco y la futura señora Ward, Amy, la prometida
de Bruce.

En esa ocasión le tocó recibir al clan al gemelo Wallace y su esposa Emily.


La pintoresca vivienda tenía una grandiosa vista al puente y la bahía desde casi
todas sus ventanas. Ese domingo soleado decidieron hacer el almuerzo en la
terraza, donde se sentaron todos ellos en torno a una hermosa mesa de blanco
mantel para degustar el asado que Wallace y William llevaban a cabo, bajo la
supervisión de Andrew Ward, su padre, que era el único ser humano que,
aparentemente, podía ponerles orden a los gemelos mayores.

Sean y Bruce se encargaban de mantener abastecidos a todos con sus


bebidas refrescantes, las mujeres conversaban de forma animada al respecto de la
próxima boda, mientras que Stan se escurría hacia los costados de la terraza
aferrado a su móvil, manteniendo una conversación bastante acalorada
procurando modular su voz a un tono bajo para que nadie lo escuchara y así no
llamar la atención; algo que no conseguía por sus gestos y aspavientos que, sin la
respectiva voz que acompañase la escena, hacía que se viese muy gracioso.

Fred observaba el paisaje cuando recibió la intempestiva solicitud de ayuda,


tenía en su mano una cerveza helada y recién destapada que Bruce le dio minutos
antes, procurando no pensar en nada en particular, ni en nadie; aunque su cabeza
se alejara de allí meditando en Geraldine y en cierta mujer latina con la que
compartía lazos de sangre.

―¿A quién hay que matar? ―preguntó, subiéndose los lentes oscuros a la
cabeza para mirar a los ojos a su primo.

―Por ahora no va de eso, pero sí de conquista ―dijo el rubio, sentándose


sobre el muro, dándole la espalda al horizonte marino―. Necesito consejos para
tener una cita romántica e inolvidable.

El moreno hizo un esfuerzo enorme por mantenerse inexpresivo, sin


embargo la mueca de diversión y burla fue inevitable.

―Sí, sí… puedes reírte, ya sé… ―se quejó Greg, llevándose la botella a la
boca―. Jodido como la mierda… ¿Qué se supone que haces para impresionar a
una mujer que se puede bajar la luna y las estrellas por sí misma?

Frederick hizo una profunda inspiración y asintió, se llevó la cerveza a los


labios, dándole un largo sorbo. El sol calentaba, la frialdad del licor refrescó sus
pensamientos un poco para darle una respuesta honesta. A una mujer que se podía
dar grandes cosas por su propia cuenta, se le daban detalles pequeños, esos que
eran invaluables; aprendió eso de la relación de sus padres, fue así como él
concibió desde siempre el amor de pareja.

Se mantuvo en silencio, como si pensara una respuesta apropiada, o eso


esperaba que creyera su primo, puesto que él sabía que hablaba de Jessica Medina
y era un tema delicado para sí mismo. La llegada de la latina había movido los
cimientos de la familia, no obstante, a nivel personal removió en Frederick otras
cosas. Las cortas conversaciones mantenidas con ella le hicieron replantearse un
par de preceptos de la relación que mantenía con Geraldine.

Si hubiese sido él quien la invitara a salir, habría optado por ir a un parque;


algo simple como un picnic en medio de la vegetación servía para desconectarse de
la ajetreada vida de los negocios; vino tinto, algo para picar y un postre para
compartir. Lo importante allí se iba a notar en la conversación, hacerla reír y
sentirse tranquila, un momento de paz, de desconexión de todo… Fred apostaba
que a ella le gustaría algo así.

Pero Greg no era la clase de hombre que se mostrara especialmente


conversador, y aunque se le retorcía el intestino al pensar que esos dos se habían
pasado el fin de semana teniendo sexo, no podía decirle al Vikingo que se la llevara
a un hotel cinco estrellas y preparara una velada romántica. Sería algo demasiado
obvio.

―Opta por lo sencillo ―respondió al fin―. Un espacio con pocas personas,


tranquilo, donde puedan llegar a conocerse. Los lujos desmedidos no la van a
deslumbrar, pero si la tratas bien, es suficiente… te sorprendería saber que a las
mujeres, al menos las que no son interesadas, las conmueven mucho los detalles
pequeños…

Greg sonrió de medio lado.

―Si intento deslumbrarla con lujos es capaz de patearme el trasero


―comentó con una nota de orgullo.

Fred disimuló su propia sonrisa, pero estaba de acuerdo.

―Entonces sencillo y divertido ―acotó el moreno. Lo pensó por unos


segundos, dio un sorbo de su cerveza y soltó―. Y que no termine en sexo… Sé que
es ridículo que te lo diga, no voy ni a pensar cuántas veces lo han hecho, sin
embargo, si no termina en sexo demostrarás que tu interés es verdadero
¿entiendes?

Greg hizo un gesto con los labios, una especie de mueca de boca de pescado
como si lo estuviese pensando con mucha intensidad y asintió.

―Lo sé, lo entiendo… solo que a veces es muy difícil no querer estar con
ella.

«No quiero saberlo» pensó Frederick con fuerza, y esperó que la expresión de
su rostro se viera como la de una persona que no deseaba tener detalles íntimos de
la vida sexual de su prima.

―¿Y qué hago que sea sencillo y a la vez divertido? ―inquirió el rubio con
seriedad.

Su primo iba a responderle cuando fueron llamados por la abuela Olive


para comer. Greg se levantó con una sonrisa radiante y le plantó un beso sonoro en
la mejilla a la mujer mayor, que se carcajeó por la demostración de cariño de su
nieto.
Todos ocuparon sus puestos respectivos, la comida empezó y entre bocado
y bocado conversaban animadamente.

―¿Cuándo vamos a conocer a nuestra nieta? ―soltó Andrew de sopetón,


todos los cubiertos se detuvieron a mitad de camino a las bocas. Las expresiones
fueron variopintas, los gemelos menores tenían sonrisas pícaras, como si hubiesen
planeado una travesura especialmente divertida.

―Bueno, papá ―respondió William―, todo es un poco más complicado de


lo que parece, la situación con la señorita Medina es un tanto tens…

―¿Señorita Medina? ―indagó Olive―, no he visto a ningún padre dirigirse


a sus hijos de manera tan fría.

―Mamá, lo cierto es que… ―se dispuso a hablar, pero se detuvo al verse


observado por todos. Will sintió el apretón comprensivo de Holly en su muñeca y
suspiró―. Ella y yo no comenzamos con el mejor pie, y considerando las
circunstancias, tengo algunas dudas al respecto de mi paternidad, he seguido la
recomendación de Bruce y contraté un servicio de investigación para saber qué
sucedió con las cartas que Jessica asegura que enviaron, sin embargo… ―Bajo la
vista a su plato, repentinamente todo el deseo de comer se le esfumó, sentía que su
estómago estaba lleno de rocas que lo hacían pesado―. El color de sus ojos… tiene
el mismo tono que tienen todos los Ward de nacimiento.

Algo en el volumen de su voz pareció suavizar la expresión de todos,


incluido Wallace que se contuvo de hacer algún comentario mordaz.

―Espero conocerla pronto ―insistió Olive―, sería lindo verla.

―Es muy hermosa, abuela ―dijo Sean―. Sofisticada y elegante.

―Tiene un humor como la mierda ―soltó Stan―, se parece a Bruce…


―todos rieron―, demasiado.

―A mí no me parece que sea muy seria ―intervino Fred, sirviéndose


ensalada―. Simplemente adopta una actitud empresarial cuando está en la oficina.
Porque cuando estuvimos en el club estuvo relajada.

―¿Creen que la conoceremos antes de la boda? ―indagó la mujer mayor―.


Espero que sí.
―No la hemos invitado, abuela ―contestó Bruce con algo de incomodidad.

―¿Cuál es el motivo? ―preguntó el abuelo.

―No he pensado en ello, supongo ―respondió su nieto con honestidad―.


Digamos que Jessica nos ha puesto un ultimátum y nos hemos enfocado en los
negocios más que en otras cosas.

―Yo quiero conocerla ―intervino Amy, se acomodó el cabello oscuro y


espeso que llevaba rizado esa tarde―. Me gustaría preguntarle si quiere ser dama
de honor.

―¿En serio? ―inquirió Bruce con sorpresa. Su novia asintió.

―Claro, amor ―aseguró ella con cariño―. La verdad es que también


necesito a alguien que pueda suplir la ausencia de una de mis damas ―comentó,
observando a Fred―, en caso de emergencia, ya sabes…

Todos sabían a qué se debía el comentario. Pero como todas las abuelas,
Olive decidió preguntar abiertamente.

―¿Siguen separados Geraldine y tú, Freddy?

―Olive… ―llamó por lo bajo Emily.

―Tranquila, querida ―apaciguó la mujer a su nuera―. No pienso decir


nada en contra de ella. Quiero mucho a Geraldine, solo me preocupo por nuestro
Freddy…

―Nada nuevo, en realidad ―respondió con prontitud el aludido. Le sonrió


a su abuela con ternura, era la única que lo llamaba así―. Ella y yo estamos
conversando continuamente, la verdad es que creo que ya estoy muy mayor para
estos jueguitos.

»Geraldine puede perseguir sus metas profesionales conmigo a su lado,


tengo el mejor ejemplo de eso con mis padres, una pareja que te apoya te ayuda a
crecer… si ella no puede ver eso, entonces tal vez es mejor dejarlo todo como está,
no volver a estar juntos.

Los Ward volvieron a quedarse sorprendidos, Fred continuó como si no


hubiese dicho nada del otro mundo.
―¡Joder, Fred! ―exclamó Gregory―. Tu damisela en apuros te removió el
piso duro, ¿cierto?

―¿Damisela en apuros? ―indagó Bruce con una ceja levantada de forma


suspicaz. Fred le lanzó una mirada asesina al rubio.

―Sí, Bruce ―contestó Sean con una risita―. La Cenicienta, ¿recuerdas?

―¿Seguiste en contacto con ella? ―curioseó Stan.

―Algo así ―gruñó de mal humor―, pero no es por ella que lo hago, no es
de acá de San Francisco, de hecho se fue ya ―mintió descaradamente―, solo vino
por negocios.

―Al menos te quedan las zapatillas ―se mofó Greg.

―¿Y qué va a hacer con unas zapatillas? ―inquirió Bruce con escepticismo.

―Aaaah… pero tú no sabes en qué se inspira él para… ya sabes…


―comentó Stan, subiendo y bajando las cejas de forma pícara.

―¡Stan Douglas Ward! ―exclamó Holly con severidad―. Respeta a tus


abuelos.

―Pero si no he dicho nada malo ―respondió con fingida inocencia mientras


todos reían, incluido Fred.

―Solo espero que la Valkiria del Vikingo no desaparezca como la cenicienta


―agregó Sean desviando la atención a su hermano, que se atragantó con el
comentario―. ¡Esa sí le dio duro!

―¡Corazón! ―prorrumpió la abuela con una enorme sonrisa dirigiéndose a


Gregory― ¿Estás enamorado?

Greg no levantó la vista de su plato, todos lo miraban con avidez, excepto


Fred; la presión era cada vez más obvia, sentía cómo se le iban poniendo las orejas
calientes.

―¿Te estás… ―empezó Stan, inclinándose hacia su hermano mayor―. Tú


te estás… ¿Estás sonrojándote?
Una ola de risa corrió por toda la mesa, incluso él se sumó de forma
nerviosa.

―No sé si estoy enamorado, abuela ―contestó tras un rato―, pero al menos


sé que me gusta y mucho… no había sentido algo así por nadie antes.

―Bueno, también espero conocerla pronto ―sentenció la mujer.

―Yo también ―se sumó Holly con una enorme sonrisa―. Aunque lo
lamento un poco por Elsie, es una buena chica.

―Podrías llevarla a la boda, tal vez ―sugirió Bruce con una sonrisita
malvada en los labios.

―¿Se imaginan que el próximo en casarse sea Gregory? ―soltó Stan.

―Apenas logré sacarle una cita ―confesó el Vikingo con voz algo
ahogada―. No te adelantes… tal vez termine con los trastes en la cabeza con esto,
no llames a la mala suerte.

―Oh, querido ―dijo su madre―. Seguro que no, eres muy guapo y todo un
caballero, eres el sueño de cualquier mujer, eso te lo garantizo.

―Bueno, mamá ―acotó Stan con toda la saña que pudo―. Si la chica no es
muy inteligente sí…

―¡Stan!

Luego de esa conversación, pareció que todos volvieron a su buen ánimo.


Una vez terminada la comida, Amy ayudó a Emily a llevar los platos y todo lo
usado durante el almuerzo a la cocina, donde Greg y Fred se encargaban de lavar
los trastes. Una vez que se quedaron solos, Fred se quedó en silencio, uno que no
fue roto por su primo.

Por su parte, Gregory se sentía un poco mal, al fin y al cabo, le estaba


pidiendo consejos amorosos a su primo a pesar de su propia situación amorosa. La
historia entre Geraldine y Frederick siempre había sido accidentada, sin embargo,
los Ward tenían una maldición ―si así se quería llamar― que marcaba sus vidas
amorosas, haciendo complicados sus romances y el amor.

―No sabía que tu cenicienta se había ido ―comentó en voz baja y solidaria.
Fred se encogió de hombros.

―Igual no iba a funcionar ―aseguró él, recibiendo el plato que le tendía


para secarlo y ponerlo sobre el mesón―. No es de aquí, seguro no íbamos a vernos
mucho, ella tiene un trabajo absorbente y poco tiempo.

―Pero, primo ―se quejó Greg con el ceño fruncido― ¿de dónde salió esa
actitud? Tú, de todos los trogloditas Ward eres el más optimista… ―le recordó con
una sonrisita―. Deberías llamarla, seguro vuelve a San Francisco, si vino por
negocios una vez, es probable que sea una viajera constante… ¿y quién sabe? Tal
vez es tu definitiva historia de amor

―Sí, lo más seguro es que venga de nuevo ―asintió el moreno―; pero ya


tengo suficiente en mi vida como para enfrascarme en algo más. Creo que lo mejor
será definir las cosas con Geraldine, no es que no la quiera, es decir, tenemos una
historia muy bonita, solo quiero dejarle en claro que ya me está cansando y aunque
me duela, es mejor dejarlo todo como está antes de que nos hagamos daño… si no
me ve como el hombre que la apoye en su crecimiento laboral, ¿entonces para qué
continuar con una relación que no le conviene? Que no nos conviene a ambos
―sentenció, bajando la voz con un tono de pena evidente.

―Es una actitud muy sabia ―elogió el rubio―. Me gustaría ser tan maduro
como tú ―confesó con algo de tristeza―, eres el mejor hombre que conozco, mi
mejor amigo, siempre puedo confiar en ti… que mal que nunca cometiste locuras
conmigo… aunque no pierdo las esperanzas… ―mencionó jocoso―. Ahora si te
vas a quedar soltero, tenemos oportunidad de hacer lo que no hiciste por estar con
ella.

―¿Y qué pasará con Jessica? ―inquirió el moreno.

―Tú y yo sabemos que hay altas posibilidades que me quede solo y


despechado ―asumió el rubio con algo de resignación―. Entonces, nos iremos a
emborrachar juntos, para llorar por nuestros corazones rotos.

Ambos soltaron la risa, siguieron en la faena con tranquilidad, con menos


tensión en el ambiente.

Fred se quedó pensando en la situación, aunque Greg intentara suavizar lo


que sentía por Jessica era notable que estaba más que flechado por la latina.
Suspiró, su primo iba a sufrir, enamorarse por primera vez era algo genial, sin
embargo, todos comprendían que la personalidad de Jessica Medina era fuerte,
avasallante y determinada; él dudaba mucho que su primo estuviese a la altura de
la madurez que ―detestaba decirlo con todo su ser― su prima demostraba. La
experiencia de vida de ella era más amplia, no se andaba con rodeos, pero en
especial, le daba la sensación de que no era la clase de mujeres que jugaba con los
hombres, a pesar de haberles dicho que podía jugar con las personas.

Pero su primo se merecía tener algo lindo que atesorar cuando Jessi se
marchara, a él mismo le hubiese gustado tener un par de momentos para su propio
recuerdo, aunque su cerebro insistiera que era inadecuado fomentar esas
emociones poco fraternales que se suelen sentir con los primos. No obstante, por
más que se esforzaba en buscar dentro de él alguna emoción de esa índole, lo único
que le llegaba a su cabeza eran los instantes en la oficina antes de saber que era su
prima.

Si era honesto consigo mismo, lo más sensato por hacer era ayudar a Greg,
al fin y al cabo, a pesar de todo lo que pudiera decir la familia si se enteraban del
amorío de ellos dos, no iba a ser nada en comparación con él. Ellos no eran
hermanos, ni de sangre ni de crianza…

―Creo que ya se me ocurrió la mejor idea para que tengas una cita
inolvidable… ―le dijo, dejando el trapo húmedo sobre el mesón y dándole un
puñetazo en el brazo, con más fuerza de la acostumbrada―. ¿Quieres sorprender a
Jessica? Esto es lo que tienes que hacer…
CAPÍTULO 18

El sabor de tus labios

Jessica y Joaquín Medina no habían pasado los últimos quince años de su


vida juntos sin haber establecido profundos lazos de amistad, cariño y amor
incondicional; de hecho, la razón por la cual bromeaban sobre ser siameses se
debía a que todos sostenían que los dos mantenían un canal de comunicación
telepático, como si hubiesen compartido el mismo cerebro desde el mismo
momento de su concepción.

Nada más alejado de la realidad; no obstante, Jessi y Quín habían


compartido una profunda relación desde el principio de su vida, con apenas una
diferencia de un año de edad, y luego de que William abandonara a Carla en
estado, el padre de Joaquín decidió que su hermana menor viviera con ellos,
básicamente, los dos primos Medina crecieron como hermanos.

Eso, y la tragedia que los había golpeado al mismo tiempo, los hicieron
invencibles contra el mundo, porque creyeron con todas sus fuerzas que solo se
tenían el uno al otro.

Era esa la causa que los había llevado a que ambos se comprendiesen de un
modo tan especial, por eso él sabía que no tenía que preguntarle el motivo de su
mal humor ese lunes cuando entraron a la oficina de Ward Walls; con el breve
intercambio durante la cena del sábado, quedó claro por dónde discurría el
pensamiento nefasto de Jessica.

―¿Sean? ―le preguntó ella sin demasiada curiosidad, mientras cortaba un


trozo de su filete.

―Nada emocional ―contestó él―. Algo de una noche. ¿Gregory?

―Cita ―respondió cortante la latina.


―¿Cuándo? ―indagó Joaquín procurando no sonreír.

―Le dije que no, pero dudo que me haga caso ―explicó Jessica, tomando
un sorbo de su copa.

―Yo también lo dudo ―se sumó él―. Pero está bien, al menos disfruta de
la atención.

Solo obtuvo un gruñido como respuesta. Joaquín entendía los motivos


detrás de su reacción; si ese atractivo y sensual rubio al que apodaban Vikingo no
fuese un Ward ―así solo fuera por adopción― la historia sería distinta.

Cuando entraron en la sala de juntas de la empresa, quince minutos después


de dejar algunas cosas en su oficina, todos los Ward y Leon Allen estaban allí,
esperándola. Jessica destilaba frialdad, hizo un gesto leve de asentimiento con su
cabeza al saludo de los caballeros, y se quitó la chaqueta antes de sentarse en la
silla dispuesta para ella. Ese día tenía una camisa sin mangas de color negro, era de
una tela satinada y tenía un elegante, pero notable, escote que, junto con su
cabellera recogida en una alta cola de caballo, le confería una aspecto distinguido y
letal.

―¿Cuál fue la decisión a la que llegaron? ―inquirió ella, mirándolos a


todos con sus glaciales ojos grises.

―No es como que tuviésemos muchas opciones, señorita Medina


―contestó Wallace Ward―. Después de discutirlo pertinentemente, creo que
tienes razón. Los números que nos muestras son reales, así que voto porque
hagamos el edificio.

―Yo opino lo mismo ―se adelantó William procurando mantener un tono


profesional―. Tras las explicaciones de Stan al respecto de la sustentabilidad y el
impacto que tendría también sobre las finanzas, debemos tomar el riesgo.

Una sonrisa se deslizó en los labios de todos sus hijos, en cambio Jessica se
mantuvo impasible.

―¿Su voto, señor Allen? ―indagó ella con su voz aterciopelada.

―No tengo más opción que sumarme a la mayoría, ¿cierto? ―sonrió de


medio lado, y le dedicó un guiño coqueto―. Aunque quiero acotar que no estoy de
acuerdo.
Todos se giraron a verlo con muecas de incredulidad. Él no pareció
resentirse por el escrutinio.

―Estamos destinando fondos y esfuerzos para una mega construcción aquí


en San Francisco, también millones de euros para una urbanización en Madrid
―enumeró Leon―. Considero que es una excelente oportunidad la que nos da
Jessica, sin embargo, tenemos ya dos deudas en puerta, solo me pregunto si
podremos con todo esto.

Aunque sus argumentos sonaban sensatos, Fred pudo notar un ligero


fruncimiento en el ceño de la latina, era casi imperceptible, como si a ella le hubiese
sorprendido más su aclaratoria que a ninguno de ellos.

―Comprendo, Leon ―respondió Jessica―. Pero en los negocios, quienes no


arriesgan no ganan.

Un denso silencio se instaló en la sala, el comentario aciago de Allen minó el


entusiasmo general, sembrando una duda razonable en todos ellos.

―Pues, si esto funciona de algún modo ―intervino Joaquín, mirando de


uno en uno a los congregados―. Yo me sumo a la compra de uno de los
departamentos. ―Sacó el móvil del bolsillo de su pantalón y empezó a teclear, a
los pocos segundos lo depositó sobre la mesa―. Ya di la orden de girar el monto
completo del valor de un departamento en el momento en que salga al mercado el
anuncio de la construcción. Lo único que espero a cambio es que me asignen uno
con una hermosa vista, no hay nada más placentero que hacer el amor con una
vista del horizonte al atardecer.

Jessica tuvo que contener la carcajada con mucho esfuerzo, más cuando
Sean se quedó pálido de manera repentina. En cambio, los demás ―excepto
Gregory― parecían anonadados por la afirmación.

―Como ven, aún no sale al mercado esta solución inmobiliaria y ya hemos


vendido un departamento ―comentó ella con displicencia―. Puedo garantizar
cinco más, y un tal vez de otros cinco… solo deben escoger la ciudad. Ya tienen la
lista de los terrenos de mi propiedad y su valor en el mercado, uno que se
retribuirá una vez se garantice la sustentabilidad del proyecto. ―Se levantó sin
avisar, tomó la chaqueta que descansaba en el respaldo de su silla, se la puso con
agilidad y mientras se abrochaba los botones continuó―. Quiero hacer notar que
estoy aportando mucho más de lo estrictamente necesario en este proyecto, lo
normal es que solo me preocupe que una inversión funcione o no. ―Terminó de
acomodarse la chaqueta y se volvió hacia todos―. Ya que no hay más que discutir,
nos retiramos. Feliz día.

Decir que todo había salido a pedir de boca era redundar, sin embargo,
cuando se dirigían a la oficina asignada para ellos, ambos primos estaban
sondeando en sus cabezas algunos pensamientos.

Los dos habían llegado a la misma apreciación sobre la reunión.

Apenas cerraron la puerta, Joaquín tomó la iniciativa. Sacó su teléfono y


realizó una llamada.

―Tom, buen día ―saludó cuando respondieron―. Necesito que


investigues a Leon Allen. Gracias.

Tras colgar, se giró para mirar a su prima, esta observaba el escritorio, de


pie delante del mismo, como si faltara algo.

―¿Todo bien? ―indagó en español. Ella asintió―. Hacen falta las flores,
¿cierto? ―inquirió con malicia―. Te lo dije, prima… necesitas una historia de amor
con tu Príncipe Encantador ―se mofó.

―¿Estás consciente que me estás recomendando salir con mi primo?


―retrucó Jessica con amargura―. Es como decirme que podría salir contigo…

Se alejó del escritorio y se sentó en el sofá, él la imitó, pasando su brazo


sobre los hombros de ella, para atraerla hasta su cuerpo.

―Podríamos… ―le susurró seductor―. Si no te recordara como la niñita de


cuatro años, come mocos, y con trenzas ―terminó él, burlándose maliciosamente.
Ella soltó la carcajada.

―Tú me retaste, y no te olvides de lo que comiste a cambio, porque si a eso


vamos…

―Fuimos unos niños imprudentes, ¿verdad? ―se rio Joaquín también,


evitando que Jessica culminara la frase.

―Como la vez que te lanzaste en patines de línea por la pendiente de la


casa de tu abuela ―recordó ella―. ¿Fue esa vez que te fracturaste el brazo?
Joaquín no pudo responder, unos toquecitos sonaron en la puerta, los dos se
pusieron de pie para ver quién era. A ninguno le sorprendió ver allí a Bruce. Se
saludaron de manera cordial, como si no se hubiesen visto media hora antes. La
conversación fue breve, como CEO general el hermano de Jessica tenía dudas en
referencia al proyecto; las respuestas de ambos primos a todas ellas fueron
precisas, cuarenta minutos después, este salía de la oficina, rumbo a su propio
espacio de trabajo.

―Sabes, Jessi ―dijo Joaquín―. Empezará el desfile de Wards, haciendo


preguntas y todo eso… ¿segura que te quieres quedar? Podrías alegar que tienes
otros compromisos, que no es mentira. ―Hizo un gesto con la cabeza―. Yo estoy
aprovechando de suplirte con nuestros otros socios e inversiones, no obstante,
puedes hacer esto otro día.

―Al peor paso darle prisa, Quín ―le recordó ella, tomando asiento en su
silla―. Ya están buscando los pasajes para el sábado, así que prefiero salir de esto y
no volver a verlos en un par de meses… ―Se recostó en el espaldar―. Al menos
no en persona.

Joaquín miró su reloj.

―Siendo así, prima ―anunció―. Es mejor que me marche… Divide y


vencerás. ¿Nos vemos para la cena?

―Si no te desvías en el camino ―respondió la latina mientras asentía.

No pasó demasiado tiempo de la partida de Joaquín, cuando cayeron por


allí los gemelos. El procedimiento fue similar que con su hermano mayor, cuando
Sean preguntó por los informes topográficos de los terrenos disponibles, ella llamó
a su asistente que, en un parpadeo, les entregó todo.

―Hey, la ubicación de L.A es buenísima ―recalcó Stan―. Y si hacemos el


edificio en California, entonces garantizamos que vengas más seguido. ―Le guiñó
un ojo a Jessica, ella le sonrió.

―Vengo tres veces al año como mínimo ―le contó la latina, miró con
perspicacia la expresión de los gemelos―. Alquilo una casa en Malibú por una
semana o dos en diciembre ―contó―. Del resto, paso solo uno o dos días cada vez
que vengo.

―Lo que hace un total de… ¿cuánto? ¿Una semana? ―inquirió Sean. Jessica
asintió.

―Pues ahora debes venir más, o comprar tú también un departamento en el


próximo edificio que construirán tus guapos hermanos ―declaró Stan.

Jessica sonrió ante su entusiasmo, por unos segundos se permitió fantasear


sobre cómo pudo haber sido la vida de todos ellos de haberse conocido de jóvenes.
Se imaginó a sí misma corriendo por alguna playa californiana de la mano de los
gemelos, bajo la adusta mirada de Bruce.

«Tal vez vería a Gregory como mi hermano.»

Sacudió esos pensamientos de su cabeza y cuando terminaron la reunión,


fue arrastrada a almorzar con ellos.

Una vez que volvieron para el bloque de la tarde, fue abordada por
Frederick, estuvieron casi tres horas hablando de números.

―Ya que pronto te vas ―explicó él mientras tomaban un descanso con una
taza de café en el área de descanso―, es mejor aclarar lo más que pueda.

―Siempre puedes contactarme por video llamada ―le recordó ella.

―Nunca será como estar en persona ―manifestó con un toque de


melancolía en la voz―. Aunque pueda llegar a ser una tortura ―murmuró entre
dientes en voz baja.

Jessica fingió no haberlo escuchado, aquel último comentario la llenó de


culpa, más porque disfrutaba mucho la compañía de Fred. En serio no quería
generarle conflictos; no tanto porque lo viese como su primo, en realidad no
conseguía generar algún sentimiento fraternal hacía él; el moreno le hacía sentir
cosas bonitas, casi como si fuese una adolescente que se perdió mucho del romance
propio de esa edad ―lo cual sucedió, pues Jessica estaba enfocada en otras cosas
en esa época―. Al menos estaba consciente que una vez que se pusiera distancia
entre ellos, todo lo que podía sentir por él iba a mermar con el tiempo, más con la
ventaja de que entre los dos no hubiese sucedido nada comprometedor.

Metida en esos pensamientos no notó el pliegue levantado de la alfombra.


Al salir del área de descanso su tacón chocó con el borde, lo que la hizo trastabillar.
Instintivamente alargó el brazo para sostenerse de lo que tuviera más a mano, sin
embargo, no había nada cercano que le sirviera de apoyo; fue el brazo de Fred
quien la aferró, y en un rapto de fuerza la haló para pegarla contra su cuerpo,
haciendo que ella girase sobre sí misma, quedando muy cerca de él.

Si hubiese sido una película romántica, habrían quedado con los labios muy
cerca, no obstante, el rostro de Jessica resultó sobre el hombro de Fred, mientras su
otra mano se cerraba con un puño apretado en el saco que él portaba.

Ambos aspiraron la fragancia del otro, la de ella era suave y floral, la del
moreno olía a bosque.

La latina esperaba que los latidos desbocados de su corazón se debieran al


susto y no al hecho de su cercanía.

―¿Estás bien? ―preguntó él sin soltarla ni alejarse, el susurro fue ronco y


algo tembloroso, revelando que Fred estaba tan nervioso como ella.

―Sí, solo fue una torpeza de mi parte ―respondió en el mismo tono bajo.

―¿Tu tobillo? ¿Te lo lastimaste? ―inquirió el moreno, aflojando el agarre


sobre su brazo, aunque no quitó la mano de su cintura.

―Creo que está bien, no siento dolor ―contestó, soltando la solapa.

―Sé que debería soltarte ―susurró Fred, giró levemente el rostro en su


dirección, para verla de reojo―, solo que no dejo de preguntarme a qué saben tus
besos… y siento que eso es malo y a la vez no. Siento que es peor no saberlo…

Él se alejó de ella, poniendo una distancia prudencial, estaban solos en ese


lugar, pero no había garantía de que no entrara alguien en cualquier momento e
interpretara toda la situación del modo correcto, porque era inevitable que se
notara la tensión entre ambos.

Cuando volvieron a la oficina de Jessica, continuaron como si nada;


hablaban de proyecciones, presupuestos y prospectos bancarios para un
financiamiento. Los dos supieron fingir bien, actuar como si nada hubiese
sucedido; así que cuando él se levantó para marcharse, la despedida fue más
formal de lo que a ambos le hubiese gustado.

Una vez sola, Jessica se acercó al ventanal de su oficina para observar el


horizonte, el cielo empezaba a oscurecerse de forma ligera, y a pesar de ser lunes,
estaba agotada, con deseos de tomar una botella de whisky y meterse en un baño
tibio de burbujas.

Ensimismada en sus pensamientos no escuchó la puerta, aunque Gregory


no fue discreto ni sigiloso, se acercó por detrás de ella y la aferró por la cintura,
pegándola contra su pecho.

―Hola, Valkiria ―le susurró al oído.

Jessica reprimió el suspiro y la sonrisa que se pintó en sus labios al oírlo tan
cerca.

―Hola, Vikingo ―musitó ella sin dejar de mirar la ciudad.

―Sabes, solo pasé a saludarte ―le explicó en voz baja, le gustaba la


cercanía, casi como si fuesen una pareja afianzada―. Te cuento que he pasado todo
el día pensando en tus labios y que me moría por darte un beso.

Ella no dijo nada, optó por el silencio porque empezaba a invadirla la culpa.

―De todos modos, no soy un hombre imprudente y no haré nada en la


oficina ―le dijo, pensando que su mutismo se debía a que temía un acto
indecoroso allí―. Pero, sí quiero decirte que el jueves en la tarde eres toda mía…
no permitiré que olvides nuestra cita.

Depositó un beso en la mejilla de Jessica y se dispuso a salir, la latina dejó


escapar un suspiro profundo y contra todas las fibras rebeldes de su cuerpo,
mostró un signo de debilidad. Se tomó el rostro con ambas manos y aferró con
fuerza su cabeza; dos lágrimas rodaron por sus mejillas, no obstante, el quejido que
pugnaba en su garganta no salió.

Aquello no era justo, se recriminaba a sí misma todo lo que estaba sintiendo,


su instinto siempre la empujó hacia el lado contrario de los Ward, pero ella quiso
comprobar que era capaz de sobreponerse al rechazo de su padre, que podría salir
airosa y más, victoriosa, de esa nefasta familia que construyó en su imaginación.
En ese instante, comprendía lo injusta que podía llegar a ser la vida, en especial el
destino. No era la primera vez que le gustaban dos personas al tiempo, porque
cada quien tenía características que le parecían atractivas, sin embargo, sí era la
primera vez en que le pesaba severamente la posibilidad de lastimar a alguien.

Frederick le gustaba, las pocas interacciones con él eran dulces y amables,


eso sin contar aquella primera pelea que terminó con un ramo de rosas en su hotel;
incluso pelear con él era así. Su única relación seria y de larga duración no fue de
esa manera, su ex nunca le regaló flores, no fue como que no tuvo gestos
románticos, los hubo pero no de ese tipo, no cargados con esa dulzura que
destilaba Fred cuando estaban juntos. Y algo le decía, más allá de las cosas que
pudiera esgrimir Gregory ―que no mentía cuando le contó que era la primera vez
que se sentía así con una mujer―, el rubio sexy con quien estaba teniendo una
aventura continuaba involucrando sentimientos de forma abierta, sentimientos que
en otras circunstancias ella habría alimentado y hasta correspondido.

Iban a terminar con el corazón roto si no se iba. No solo ellos dos.

Ya no era una cuestión de vivir un corto pero arrebatador romance como


decía Joaquín.

Es que no quería lastimar a ninguno, y su instinto le decía que si se quedaba


más tiempo, que si se relacionaba más con Gregory y Fred, todo iba a salir mal.

Cuando se enderezó y procuró limpiarse los ojos y la nariz con el borde de


su chaqueta para que no quedara evidencia de su debilidad, se volvió para salir de
allí.

Y como si el destino quisiera demostrarle que tenía razón, se encontró con


Frederick mirando en su dirección, a través del panel de vidrio que dividía sus
oficinas.

Al verlo supo que la mirada triste de ella, era solo el eco de la melancolía
que mostraban los ojos grises de él.

Por primera vez en su vida pensó que, después de todo, tenía un color de
ojos muy hermoso y peculiar. No lo pesó esa marca de los Ward.

Se desvió hasta el escritorio, tomó el bolígrafo y escribió algo sobre una hoja
de papel, la dobló en un solo pliegue dejándola sobre el buró, recogió su cartera y
salió de la oficina, sin mirarlo una vez más.

Fred sabía que esa nota escrita era para él, así que sin pensarlo dos veces,
salió de allí, entró de sopetón y tomó el papel.

Yo también hubiese querido conocer el sabor de tus labios.

Suspiró al ver las palabras, dobló de nuevo el papel y lo guardó en su


bolsillo, era la declaración más sublime que ella hubiese podido darle. Se asomó a
la puerta para verla frente al elevador esperando a que arribara, Jessica giró el
rostro en su dirección.

Le sonrió.

Luego se subió al ascensor y lo dejó allí, sintiendo que el mundo se pintaba


de colores, aunque estos fuesen tristes.
CAPÍTULO 19

Algún día me preguntarán cómo te conocí y yo responderé que fue en el cielo

―Gregory Einarson Ward, nunca has estado tan nervioso en toda tu vida
―le dijo a su reflejo en el espejo, mientras revisaba si el afeitado había quedado
bien y se pasaba la toalla húmeda para quitar el excedente de espuma de afeitar.

Esa mañana de jueves le informó por teléfono a su secretaria que no iba a


estar para nadie, y si alguien preguntaba, así fuera de su familia, debía decir que
no sabía nada sobre dónde estaba; lo cual era verdad, puesto que no le dijo hacia
dónde se dirigía ni con quién. Después de las recomendaciones de su primo, Greg
se abocó en cuerpo y alma para esa cita desde el mismo domingo, la idea de Fred
había sido más que magnifica, y tan simple que casi quiso patearse a sí mismo por
no habérsele ocurrido a él en primer lugar.

Al fin y al cabo, ese era su elemento natural.

Así que ese jueves en la mañana, tras haber pasado todo el miércoles de
compras para la increíble ocasión, tomó su auto ―uno que no utilizaba mucho
porque siempre iba al trabajo con alguno de sus hermanos o con Fred― y lo cargó
con todo lo adquirido en días previos, para pasar una velada inolvidable con
Jessica.

Varias botellas de vino, mucha agua mineral, algunos botellines de cerveza,


un mini mercado para cubrir cena y desayuno en caso de que Jessica se quedara
―él iba a ofrecerse a llevarla de vuelta a su hotel, por su honor lo iba a hacer, pero
esperaba que ella accediera a quedarse y pasar la noche―, y justo antes de ir
recogerla en el Hyatt para partir hacia su destino, se detendrían por la orden de
comida que había encargado especialmente para el almuerzo.

Gregory repasó los detalles minuciosamente con Fred, solo que su primo no
sabía hasta que punto estuvo planeando por su propia cuenta. Según el Vikingo,
estarían de vuelta tras caer la noche, y como la idea era pasar más tiempo juntos
que solo un par de horas como dictaban las normas de las citas, también se
atrincheró con algunos implementos extra: películas, video juegos, champú y
acondicionador femenino, un par de cepillos de dientes, pasta dental.

El Vikingo le había enviado un mensaje temprano a su Valkiria, indicándole


que iban a pasar el día en la bahía; esperaba que no lo dejara colgado, pues estuvo
muy esquiva durante el martes y miércoles; no obstante, la noche anterior le
confirmó que lo vería en la entrada del hotel a la hora pautada. Sonrió como idiota
al verla en la puerta, tenía un atuendo sencillo y elegante, una bermuda de color
caqui, una camisa de algodón azul oscuro con líneas horizontales blancas, una
gorra deportiva blanca sin marcas, lentes de sol y zapatillas blancas de tela.

A pesar de comprender a cabalidad que Jessica Medina no era una mujer


despilfarradora, no dejaba de sorprenderle el enfrentarse a ella con atuendos de ese
tipo; su ropa era sencilla, la hacía ver bien y no ostentaba marcas reconocidas por
ningún lado. Tal vez lo único que podía ser llamativo era el bolso que colgaba de
su hombro, y con todo y eso no era precisamente una marca costosa. En cambio, las
mujeres que había conocido hasta entonces les encantaba gastar en prendas y
accesorios de diseñador; por ejemplo, su cuñada Amy tenía un fetiche por las
carteras de Gucci y Dior.

―Buenos días, Valkiria ―la saludó con un beso en la mejilla, después de


bajarse para abrirle la puerta del coche―. Te ves hermosa.

―Gracias, Vikingo ―respondió Jessica con una amplia sonrisa. Greg se


asustó por las sensaciones que esa sola demostración por parte de ella causaba en
su sistema. El vacío en su estómago como si cayera de grandes alturas, el corazón
acelerándose de emoción al saberse el causante de esa sonrisa.

Enfilaron a su destino, la latina no hizo preguntas para saber hacia dónde


iban, simplemente se dedicó a apreciar la ciudad y continuar la conversación que él
le estaba sacando. Gregory se enfocaba en conocerla, evitando los temas de trabajo
apropósito.

La sorpresa en ella fue evidente cuando entraron a la marina Emeryville,


Jessica amplió su sonrisa al caminar por los muelles, valorando los yates y veleros
que se alineaban sobre el mar. La vista era maravillosa, en especial por la manera
en que el sol hacía apreciar los hermosos colores del agua en contraste con el cielo
despejado.
Jessica tomó un par de bolsas del maletero, aun cuando Gregory le indicó
que no era necesario y él podía llevarlas todas ―sin importar que se quedara sin
dedos por la falta de flujo sanguíneo―. Anduvieron despacio, permitiendo que
ella disfrutara de la vista; él conocía el camino de memoria.

―Imagino que debes tener un par de yates ―soltó él de forma repentina,


fue un pensamiento fugaz que casi lo paralizó por el miedo de haber escogido mal.
Jessica nadaba en dinero, seguro ir en un velero no era nada del otro mundo.

―No, no tengo ―respondió ella―. Nunca me llamaron la atención los


barcos. Joaquín dice que deberíamos comprar uno y que sea nuestro bunker del día
del juicio final ―se rio―. Ha visto 2012 demasiadas veces.

Greg soltó una carcajada ante su comentario.

―El mío es ese de allí ―señaló un velero que se encontraba a unos cuarenta
metros―. Es un Beneteau. Es mi bebé, mi mayor orgullo ―explicó con sinceridad.

―No sé nada de barcos, pero es precioso, Greg ―elogió ella.

Y lo era, de color blanco con franjas oscuras a los costados; el logo de la


marca ―un caballo de mar―, estaba pintado en un tono plomizo cerca de la proa
del velero. Jessica notó el nombre del bote: Olive.

Sonrió ante esa demostración de cariño para una mujer y se preguntó quién
podría ser la tal Olive.

Subieron por el puente de abordaje, el velero era una belleza, Jessica se


desplazó por los laterales, observando con avidez el mástil desnudo y los pisos de
madera. Gregory empezó a explicarle algunas cosas, como que esa nave era un
Oceanic Yacht 54, que tenía una eslora total de diecisiete metros y otros datos que
ella no entendía, pero a los cuales asentía con entusiasmo.

―Lo siento, te estoy fastidiando ―se disculpó mientras bajaban a la cabina


para dejar las compras.

―No te disculpes, siempre es genial escuchar a las personas hablar de sus


pasiones ―le dijo Jessica, depositando las bolsas sobre la mesa principal, viendo
cómo Greg empezaba a guardar todo―. La verdad es que es una belleza,
realmente hermoso.
―Gracias ―aceptó el rubio con una enorme sonrisa―. Cuando los gemelos
se graduaron de la universidad, decidimos tomarnos unos meses todos los Ward
para viajar. ―Se detuvo un momento y enderezó su espalda para mirarla porque
estaba guardando el agua y otras bebidas en la nevera―. Bueno, los más jóvenes
―aclaró―. Recorrimos toda la costa del Pacífico hasta llegar a Argentina.

―Vaya, eso es genial ―asintió Jessica―. Se ve grande, no dudo que


hubiesen cabido los cinco aquí.

―Fue genial, aunque tuvimos que acomodarnos bien porque solo hay tres
camarotes ―le contó―. Aunque en más de una ocasión terminamos durmiendo
bajo las estrellas, en especial Fred y yo.

―¿Son muy unidos? ―preguntó la latina con un puñado de culpa pesando


en su estómago, recibiendo la copa de vino que él le estaba tendiendo.

―Es mi mejor amigo, aparte de mi primo… no se lo digas a nadie, en


especial a él, pero de todos nosotros, Fred es el mejor ―contestó con una sonrisa
enorme, tan grande como el velero―. Entonces, señorita Medina, ¿está lista para la
mejor cita de toda su vida? Porque vamos a salir de la bahía y nos vamos a
altamar. Regresaremos en la noche.

Jessica abrió los ojos con sorpresa ante aquella declaración.

―¿No esperaremos a la tripulación? ―inquirió con curiosidad y algo de


miedo.

―Tú y yo somos toda la tripulación, Valkiria ―respondió él, acercándose


peligrosamente a ella. Se concentró en sus labios, se veían apetecibles con ese ligero
rubor tinto en la parte interna, producto de la bebida―. Puedo manejar el velero
sin problema; de hecho, no lo sabes, pero he ganado varias competencias de
regatas y otros deportes acuáticos… estás en buenas manos.

Ese último comentario tuvo un tinte denso, cargado de promesas perversas.


Jessica se estremeció ante eso, pero logró controlarse para que él no lo notara. Le
sonrió del mismo modo que Greg lo hacía, y cuando le tendió la mano para que lo
acompañara a cubierta para zarpar, no dudó ni un minuto en hacerlo.

Jessica estaba admirada por la forma en que Gregory maniobraba el barco,


salieron antes del mediodía y se desplazaron por las suaves aguas de la bahía
rumbo al mar. Fantaseó un poco con la imagen, el rubio se veía muy atractivo
aferrado al timón del velero mientras el viento soplaba haciendo que su camisa
blanca se hinchara un poco.

―Si tuvieras el cabello más largo podrías parecer un vikingo de verdad ―se
burló ella desde su asiento, justo delante de él―. Aunque tendrías que quitarte la
camisa.

―Podría quitarme la camisa, si lo que deseas es admirar mi cuerpo ―le


guiñó un ojo y ella soltó una carcajada―. Lo que sí no va es lo del pelo, no me
gusta el cabello largo ―se explicó con una sonrisa, oteando el horizonte―. En un
rato pasaremos por debajo del puente, seguro te encantará.

―Ya me está encantando ―dijo Jessica―. Si me hubieses dicho a dónde


veníamos, habría traído un traje de baño para tomar el sol. ―Se sacó la gorra y
soltó su cabello para que este se moviera libre con el viento. A Greg le pareció la
escena más encantadora que había visto―. Aunque si no hay nadie alrededor,
podría desnudarme y tomar sol, ¿cierto?

Gregory la miró fijamente, procurando que la imagen de ella tendida sobre


la tumbona en la cubierta no se adueñara de toda su concentración. Se relamió los
labios de solo pensarlo, sus suaves curvas expuestas frente a él, dejando que el sol
de la tarde dorara su piel trigueña. Inspiró profundo y pausado, siempre bajo la
vigilante mirada gris.

―Tentador, muy tentador ―aceptó sin poder evitarlo―. Sin embargo,


previendo esto, te traje dos regalos para que puedas disfrutar del sol y del mar,
están en el camarote, puedes escoger el que más te guste… porque si te paseas
desnuda por la cubierta, yo no podrá concentrarme, solo pensaré en los modos en
los cuales podría hacerte el amor en cada centímetro de esta cubierta.

―¿Cómo supiste mi talla de traje de baño? ―inquirió Jessica con algo de


suspicacia.

―Créeme que conozco tu cuerpo, lo he recorrido muy bien como para


poder adivinar tu talla ―soltó con un tonito pícaro―. Mira, allí está el Golden
Gate.

Pasaron debajo del puente, Jessica se alejó por un lateral del velero y se
adelantó hasta la proa para apreciar mejor el horizonte limpio del mar abierto.
Cuando Gregory enrumbó el bote en dirección sur, ella volvió a su lado.
―Mantendremos la costa siempre visible, para no alejarnos demasiado, así
disfrutarás las bellezas de California ―le contó Greg poniendo el piloto
automático―, serán como seis horas, entre ida y vuelta.

―Es un panorama hermoso ―musitó Jessica mirando el mar y la costa.

―Mi vista es cien veces más hermosa ―susurró él colocándose a su lado.

Ella volteó el rostro para mirarlo a los ojos, Gregory estaba a su derecha, con
la mano sobre su cintura. Allí, alejados de la ciudad, sin la presencia invisible de
los Ward, pudo fantasear con la posibilidad de que fuesen pareja. Más de diez días
habían pasado desde que se conocieron y la química entre los dos era innegable, si
alguno de los dos no estuviese emparentado con los Ward, Jessica le habría dado
una oportunidad a esa relación, al fin y al cabo, ya tuvo varias a distancia que
durante algunos meses funcionaron bien. Una vez que se consumía el entusiasmo
y la novedad, el romance se acababa, pero eso no significaba algo malo, la
experiencia siempre era buena y los recuerdos se atesoraban con gusto; la única
diferencia que veía con otros, era que al menos con Greg el ambiente se estaba
tornando tierno, tal y como dijo Joaquín: una romántica historia de amor
primaveral.

Apoyó su cabeza contra el hombro de él, el Vikingo aprovechó de


estrecharla más cerca, el avance del velero era preciso y podían disfrutar de una
velada exquisita.

―¿Quieres otra copa de vino? ―le preguntó él. Jessica asintió.

Mientras navegaban, Gregory la fue colmando de atenciones, una bandeja


de quesos y embutidos para picar, otra de fruta fresca y la botella de vino blanco
que sacó una vez que la primera de tinto se terminó. Estaban sentados en la bañera
de la cubierta, donde la vela les proporcionaba sombra y desde donde él podía
moverse con celeridad si le tocaba maniobrar el barco.

El rubio se esmeraba a lo grande, y cuando ella le propuso rellenar su copa


de vino, declinó.

―Veo que no tomas mucho, ¿es porque estás comandando el velero? ―le
preguntó Jessica.

―En realidad bebo muy poco alcohol ―explicó con una sonrisa―. La resaca
es nefasta para mí al otro día.
―Entonces trajiste demasiado vino ―acusó la latina con una sonrisa de
medio lado―. No me beberé tantas botellas yo sola ¿o pretendes embriagarme?

―Para nada ―aclaró Gregory con tranquilidad―. Aunque este sea mi bote,
Bruce lo usa bastante seguido con Amy ―le contó, tomando el cuchillo y cortando
un trozo de melón que le tendió con los dedos para que ella mordiera un trozo, lo
que hizo con suavidad. Una gota de jugo corrió por su barbilla, Gregory sonrió y se
inclinó para limpiarla directamente con su boca, desplazando la punta de su
lengua con cuidado justo hasta el borde del labio femenino; luego, como si no
hubiese hecho la cosa más erótica del mundo, se alejó y llevó el resto del melón a
su propia boca para comérselo―, así que siempre lo mantenemos abastecido con
bebidas ―completó con una sonrisita.

Luego le tendió una servilleta a Jessica para que se limpiara, a pesar de que
no lo necesitaba en realidad.

Cuando él le anunció que habían llegado al punto de retorno, lanzaron el


ancla y disfrutaron un rato del mar. Jessica revisó la bolsa con los trajes de baño,
eran dos: uno de cuerpo entero de color blanco y el otro de dos piezas de color
verde agua. Optó por el segundo y casi se largó a reír cuando vio que él usaba un
bañador del mismo tono.

―¿Combinados? ―preguntó ella, conteniendo las ganas de reírse, al mismo


tiempo que admiraba los muslos torneados y, de forma más discreta, el bulto que
se marcaba entre las piernas.

―Eeemm… no fue apropósito ―respondió él, tendiéndole la mano para


ayudarla a subir por la escalera que daba a cubierta―. Me gusta ese color.

La playa de la isla Santa Bárbara estaba desierta, así que disfrutaron de una
privacidad inesperada, aunque fuese un tanto difícil que los divisaran desde la
orilla. Nadaron a sus anchas y con tranquilidad. Jugaron en el agua a perseguirse,
Greg aprovechó todo lo que pudo para abrazarla, apretarla contra su cuerpo,
mirarla a los ojos y sonreírle. Quería demostrarle que no solo la buscaba por sexo,
que sentía algo más que mera atracción física.

―Estoy pasando la mejor tarde de toda mi vida ―le susurró cerca de la


boca. Jessica le sonrió con dulzura.

Fue ella quien tomó la iniciativa, lo besó con suavidad, rodeando su cuello
con ambos brazos y sus muslos alrededor de la cintura de él. Greg también quería
abrazarla, sin embargo, era quien los mantenía a flote en el agua profunda; no
obstante, pasó su brazo izquierdo por debajo de sus piernas para afianzarla mejor
sobre su abdomen.

Sus labios sabían a sal y vino, eran tibios, delicados; Jessica lo besaba con
ternura, generando en el rubio una cálida sensación de pertenencia, un deseo
primordial de besar esa boca todos los días, al amanecer y al anochecer, antes de
dormir y al despertar en las mañanas, durante el día todos los días, cada beso
como si fueran momentos robados al tiempo, aderezados con el sabor de sus
labios.

Cuando volvieron al velero él se apresuró a servir el almuerzo, comieron


algo ligero, preparado en el restaurante favorito de Greg. Se besaron de nuevo, y él
no solo se quedó en eso, sino que estrechó sus dedos, haciendo que se sentara muy
cerca de él; incluso se acurrucaron un rato en una de las tumbonas bajo el mástil
para reposar la comida, el Vikingo la recostó sobre su pecho, deslizó sus dedos
sobre el brazo, prestó atención mientras conversaban sobre los libros que ella había
leído y él no, y entre caricia y caricia, besos en la nariz y en la frente, Jessica se fue
quedando dormida bajo los mimos que Gregory le hacía en el cabello.

No quería levantarse de su lado, su cuerpo tibio era el mejor sitio del


mundo para descansar, deseaba cerrar los ojos y sostenerla allí, arropado por las
ondas oscuras de su cabello y la fragancia natural de su cuerpo; pero debían
emprender la marcha de vuelta a San Francisco, así que se retiró con mucho
cuidado y procuró cubrirla con una manta para que el sol no la insolara.

Aprovechó de ducharse para sacarse el agua de mar a pesar de que no


quería perder el perfume de su valkiria; cuando estuvo de vuelta en el timón,
encontró con que Jessica estaba tendida en la otra tumbona, donde pegaba
mayormente el sol y estaba de espaldas, bronceándose.

―¿Descansaste? ―le preguntó, mientras accionaba la vela para que se


desplegara.

―Maravillosamente ―respondió―. Gracias. Tuve la mejor almohada. Greg


sintió una emoción indescriptible en la boca del estómago y le sonrió de forma
bobalicona, tanto que incluso se dio cuenta y agradeció que la latina no lo estuviese
viendo en una acción tan vergonzosa.

El retorno fue tan plácido como la ida, Jessica se levantó de la tumbona


media hora después y se sentó en la silla frente a él, con una botella de agua en las
manos, de la cual tomaba pequeños sorbos.

―Te puedes duchar, si lo deseas ―le invitó él―, cuando estemos frente a
San Francisco lanzaré el ancla de nuevo y veremos el atardecer. También puedes
tomarte el tiempo que quieras, el espacio es pequeño pero tenemos agua más que
suficiente, y traje todo para que tengas un baño placentero.

Jessica le hizo caso, cuando entró en la ducha descubrió que había de todo
para quedar limpia. Se lavó el cabello a conciencia y al salir se envolvió en una
mullida toalla que olía al perfume de Gregory. Se aplicó crema humectante para
evitar sentir tirante su piel después del bronceado, aún sin ponerse la ropa y
envuelta en el paño, salió a la cubierta con el envase en la mano.

―¿Te molestaría ponerme un poco en la espalda? ―pidió con una sonrisa


divertida en los labios.

―Te la pondría en todo el cuerpo si me lo pides ―respondió él con voz un


poco ronca, mirándola de pies a cabeza.

―En la espalda es más que suficiente ―se burló ella, dándose vuelta y
dejando al descubierto la zona que necesitaba.

Greg se sentía aturdido, trataba de comprender porqué ese gesto tan simple
lo ponía nervioso y emocionado al mismo tiempo; ya la había visto desnuda,
tuvieron sexo de muchas formas posibles en más de una ocasión, sin embargo,
verla a medio vestir lo inflamaba más que pensar que estaba desnuda. Se dedicó a
acariciar toda la extensión de piel, su cuerpo desprendía una fragancia a duraznos
bastante dulce; subió por el cuello, masajeó los hombros y procuró, con mucho
esfuerzo, no bajar más allá de la espalda.

―Listo ―anunció con voz grave, tendiéndole de vuelta la botella de crema.

―Gracias ―susurró la latina.

Regresó pocos minutos después, vestida y peinada, con una copa de vino en
su mano y una botella de cerveza en la otra, que tras destaparla, le tendió a él para
que se refrescara.

Llegaron a San Francisco cuando apenas comenzaba a teñirse de naranja el


horizonte. Tal y como le había anunciado, dejó caer el ancla y recogió la vela. Greg
bajó hasta la cabina y volvió a los pocos minutos con una manta gruesa y un
envase de helado de chocolate; extendió la manta sobre la proa y la invitó a hacerse
con él allí para ver el atardecer.

―Te voy a confesar algo ―le dijo él mientras le llevaba la cucharilla con
helado a la boca, Jessica la recibía sin problemas―. Nunca había traído a una mujer
a navegar.

Ella abrió los ojos con mucha sorpresa. Él continuó:

―Es en serio ―aseguró Gregory―. Navegar es algo mío, el momento en


que me desconecto de todo, en que disfruto de plena libertad. Cuando los gemelos
se graduaron y todos nos fuimos de viaje, fue una experiencia única… mi sueño es
recorrer el mundo en barco.

―Es increíble ―respondió Jessica―. Una aventura por completo


maravillosa ―le aseguró―. Imagina todos los atardeceres que verías en el océano,
y las estrellas…

―¿Cuál es tu sueño, Valkiria? ―le preguntó el Vikingo. Ella lo pensó por un


rato, observando con atención la transformación de los colores frente a ellos, un
caleidoscopio de naranjas, rosas y violetas que poco a poco se tornaban en negro.

―Si te refieres a aquellos que pueden volverse realidad ―respondió al


fin―, creo que sería tener mi propia isla ―soltó una risita―. A ratos me gustaría
tener un sitio donde nadie pueda encontrarme con facilidad y desconectarme de
todo, tal como tú lo haces aquí.

―Eso no puede ser tan complicado para ti ―se mofó él, acercándose un
poco más a ella. Jessica rio.

―Digamos que el problema no es el dinero para comprar una isla,


ciertamente… el verdadero problema es conseguir la isla adecuada ―se burló de sí
misma, luego se puso seria, contempló el mar y los destellos del sol que se
ocultaba―. Si es un sueño de esos… imposibles ―continuó ella―. Sería volver a
abrazar a mi mamá ―confesó con un poco de nostalgia en su voz.

―Lamento mucho lo que te sucedió, Jessica ―musitó Greg, recogiendo un


mechón de sedoso cabello oscuro y colocándolo detrás de su oreja.

―Gracias, pero esa es la vida ―aseguró la latina con tranquilidad―. He


aprendido a vivir con eso.

Gregory la besó, en contraste con el beso anterior esa vez sus labios sabían a
vino y chocolate; comenzó como algo suave, Jessica se veía sublime a la tenue luz
del sol, el velero se mecía con suavidad por el mar, acunándolos con dulzura,
mientras que el viento jugaba con la melena oscura.

El beso fue subiendo de intensidad de manera paulatina, en un parpadeo


ella se encontraba sobre su regazo mientras las manos del rubio se colaban por
debajo de la camisa, acariciando la piel de su espalda. Su Valkiria olía a frutas, mar
y vino, la presencia de su anatomía era tibia y suave, colmándole con una felicidad
que nunca antes había sentido. Si hubiese estado en sus manos jamás habría dejado
de besarla, congelaría ese instante del tiempo para vivir en él para siempre.

Los labios suaves se tornaron desesperados, las respiraciones pesadas y las


manos de Jessica se apresuraron a desabotonar la camisa de Greg. Él hizo su mayor
esfuerzo por detenerla a pesar de que sentía la misma necesidad que ella, así que la
apartó con delicadeza.

―Valkiria… ―llamó con voz grave, mirándola a los ojos―. Si continúas así,
no podré detenerme…

―¿Y por qué quieres parar? ―indagó con un susurro ronco, el aliento tibio
de su boca acarició los labios del rubio, estremeciéndolo de pies a cabeza.

―Porque no quiero que pienses que todo esto va de sexo ―explicó con
franqueza―. Jessica, tú me gustas, tú… siento cosas por ti, no sé si es amor, nunca
antes lo he sentido, pero desde que te vi por primera vez, y me refiero al subir al
avión, quedé flechado por ti… ―Tomó su rostro con ambas manos, la miró a los
ojos con seriedad―. Quiero un romance contigo, quiero presentarte a mis amigos
como mi novia, quiero compartir contigo lo que no he compartido con nadie,
quiero seguir sintiendo esto que siento cada vez que te veo, es como música que
mueve mi corazón, aire que infla mis pulmones con olores que me recuerdan a ti,
quiero hacerte el amor, despacio y sin pretensiones, quiero reír contigo, quedarme
en cama un domingo viendo televisión, acurrucarme en la cubierta de este bote y
mirar las estrellas, y pedirle el mismo deseo a todas las estrellas fugaces que
veamos esta noche…

Jessica lo observaba con detenimiento, una leve sonrisa se pintaba en su


boca; ella aferró las muñecas de Greg con delicadeza.
―¿Y cuál es ese deseo? ―inquirió en voz baja.

―Que cuando me pregunten cómo te conocí, porque algún día me


preguntarán cómo te conocí, yo responderé que fue en el cielo ―confesó con una
amplia sonrisa―. Y que me enamoré de ti, frente al mar…
CAPÍTULO 20

El deseo de un instante

Jessica nunca había recibido una declaración de amor tan hermosa en toda
su vida, y eso que estuvo saliendo con un músico.

Suspiró ante sus palabras, también por la forma en que su pulgar acariciaba
la mejilla. Gregory la miraba con una avidez llena de esperanza, una que de cierto
modo hacía eco en sus propios deseos; ella hubiese pedido eso a una estrella fugaz,
tener un instante más con él.

Sin embargo, la razón por la cual había accedido a salir con el Vikingo en
esa maravillosa cita se debía precisamente a que tomó una decisión definitiva;
pondría distancia entre ella y los Ward; no solo era el rubio de bellísimos ojos
azules que la miraba con tanta ternura, era también el moreno en tierra firme que
se encontraba confundido por culpa de ella, era el torbellino de emociones que
descomponían su estómago al ver a sus medio hermanos, era la duda que la
carcomía cada vez que se cruzaba con William.

No era cuestión de orgullo, no temía enamorarse de ningún hombre ―o


mujer, si se diera el caso―, todo se debía a la simple razón de que no quería
lastimar a nadie. Jessica Medina no había llegado a los Ward con alguna venganza
elaborada para hacerlos sufrir, solo deseó que su padre supiese de su existencia y
demostrarle que no lo necesitaba.

En cierto modo también fue una prueba para sí misma, comprobar que no
quedaban vestigios de la niña triste o la adolescente amargada con complejos de
abandono.

Esa iba a ser su última noche juntos, así que le daría todos los besos que
pudiera, había una televisión en la cabina y le propondría ver una película
acurrucados en el sofá, convertiría esa noche de jueves en una de domingo, haría el
amor con él y se marcharía el sábado, sin darle la oportunidad de detenerla.
Jessica se inclinó sobre su boca con lentitud, lo besó despacio, sin prisas,
deleitándose con la carnosidad de sus labios; introdujo sus dedos entre las hebras
de su cabello rubio, apretujó su cuerpo contra él a medida que los brazos de Greg
la estrechaban. Fue ella quien lo empujó con gentileza para que se recostara, sin
dejar de besarlo con dulzura.

Suspiraba profusamente cada vez que las manos del Vikingo bajaban por su
espalda o acariciaban la piel de sus muslos; la latina descendió por la mandíbula, el
cuello; abrió la camisa con lentitud, botón a botón, dejando besos sobre sus
pectorales y abdomen.

Gregory fue paciente, nunca antes había disfrutado de la placentera tortura


que era ser desvestido con tanta delicadeza; cada roce de los labios de Jessica sobre
su piel era como una marca de fuego que estremecía cada poro. Cuando ella se
deshizo de su camisa y su sujetador, él no se regodeó en su desnudez sino que la
miró a los ojos, contempló el brillo del sol en sus pupilas junto al contraste del cielo
oscureciendo sobre su cabeza; Jessica parecía más que nunca una valkiria, con el
cabello ondeando por el suave viento del océano.

Ella se recostó sobre su pecho, fusionando sus pieles en una sola, sus labios
se encontraron en el camino, sedientos el uno del otro, combinando sus alientos en
melodiosos suspiros de necesidad y deseo. Gregory tocó su espalda, enredó
mechones de su cabello entre los puños, besó cada trozo de piel al alcance de su
boca; su cuello fue el puente entre la dulzura de un momento al instante del placer
cuando atrapó entre sus labios el endurecido pezón y succionó.

El gemido ahogado de la latina pulsó directo sobre su miembro, inflamando


más su pasión. Giró sobre sí mismo para colocarse encima de ella, adoraba ver su
pelo extendido alrededor de su rostro; volvió a besarla en los labios, se estremeció
cuando las uñas de ella bajaron por su espalda, gimió sobre su boca, despertando
un poco más la necesidad contenida en ambos. Gregory se desplazó hacia abajo,
besando su ombligo, sacando el bermuda y la ropa interior, descubriendo la
gloriosa desnudez de su cuerpo.

Su lengua se aventuró a sus parajes interiores, Jessica se retorció con un


jadeo y arqueó su espalda al sentir la intromisión fría de la lengua de Greg en un
lugar tan cálido. Él no se contuvo, su sabor era más exquisito que cualquier licor,
sus gemidos eran la mejor música para sus oídos; cada una de sus reacciones era la
más excelsa demostración de entrega para cada una de sus caricias. Enclaustrado
entre sus piernas levantó la vista para imprimir en su mente los delicados
contornos de su cuerpo, esos que iban desvaneciéndose en la oscuridad porque del
sol quedaba casi nada.

Greg se sacó el resto de su ropa, dejando al descubierto su hombría erecta y


necesitada. Se colocó sobre el cuerpo femenino, sosteniendo su peso con ambos
brazos, Jessica tomó su rostro con las dos manos, atrayéndolo hasta la boca, y a
medida que ella lo besaba con dulzura, con una suavidad inusitada, Gregory se
introdujo entre sus pliegues, desencadenando miles de filamentos de placer que se
irradiaron entre ambos cuerpos, culminando en sus bocas, que gimieron al
unísono, sin dejar de besarse.

Hicieron el amor, tal y como ambos querían; el Vikingo movía sus caderas
con suavidad, dejando que el vaivén del mar los acunara en medio del silencio y la
oscuridad; ella besaba su hombro, mordisqueaba su cuello, mientras él susurraba
su nombre al oído, se aferraba con fuerza a su cadera y la penetraba de manera
profunda y pausada.

El frío de la noche erizó sus pieles, pero el calor inminente de su danza


derritió cualquier vestigio. Los minutos pasaban despacio, como granos de arena
cayendo en un reloj, el cielo se fue despertando, las estrellas contemplaron su acto,
testigos silenciosos de una despedida. El placer fue creciendo como la espuma de
mar, indetenible e inesperado.

―Oh, Gregory ―murmuró ella, contrayéndose alrededor de su miembro, el


rubio gimió y sin poder detenerlo, se derramó en su interior al mismo tiempo.

―Jessica, Jessica, Jessica ―repitió con la voz cada vez más entrecortada.

El orgasmo fue intenso y arrebatador, él se dejó caer sobre su cuerpo,


disfrutando de los espasmos de su miembro en el interior del paraíso; escondió su
cabeza rubia entre el hueco del hombro y el cuello de Jessica, dejando pequeños
besos en la curva de la mandíbula. La latina acarició su cabello y su espalda,
suspiró de dicha ante las miles de sensaciones que se irradiaban en todas
direcciones en su cuerpo, giró su rostro para mirarlo, sonrió ante el escrutinio
soñador de Greg.

―Te dije que me iba a enamorar de ti frente al mar ―musitó, besando sus
labios castamente.

Estuvieron acurrucados un rato, Greg se colocó a su costado, envolvió sus


cuerpos con la manta para protegerse del frío y la abrazo con fuerza. Miraron por
un rato la noche, entre susurros él le fue indicando las constelaciones y las historias
detrás de ellas. Había magia en torno de ellos, como si el deseo de un instante
sublime se hubiese hecho realidad.

―Debemos regresar a tierra firme ―murmuró en su oído―. No quisiera,


pero entre más tarde se haga…

―¿Y si nos quedamos aquí hasta la mañana? ―preguntó Jessica, girando


sobre su costado, para acurrucarse contra él―. Veamos una película, durmamos
aquí, mañana volvemos a la realidad.

Gregory sonrió ante su solicitud, la apretó entre sus brazos y asintió.

―Puedo concederte eso ―le dijo, besando su frente―. Traje películas, cena
y pijamas.

―¿Tenías todo planeado! ―Jessica le dio un golpecito en el pectoral―.


Astuto vikingo.

―No todo ―confesó él―. De hecho, no había planeado hacer el amor


contigo, en serio quería que comprendieras que esto no es solo sexo.

Ella dejó escapar una risita, se levantó de su lado, descubriendo su


desnudez contra la noche. Recogió su ropa y le tendió la mano para ayudarlo a
pararse; él la tomó aunque no la necesitara, solo para estrecharla contra su cuerpo
y volver a besarla al ponerse de pie. Anduvieron con cuidado en la cubierta, y solo
cuando Jessica estuvo dentro de la cabina, encendió las luces.

―Dúchate primero ―ofreció él, dejando la ropa sobre la cama del camarote
principal, Jessica asintió entrando a la ducha. Cinco minutos después, cuando se
secó y salió del reducido espacio, encontró a Gregory entrando al camarote, con
una toalla anudada alrededor de su cadera―. Aproveché el otro baño ―le explicó.
Tomó su bolso y extrajo una camisa ancha para ella―. Te servirá de pijama.

Él se colocó un pantalón de dormir de color azul marino mientras ella se


enfundaba en la camiseta que le quedaba como una bata, luego se fueron a la
cabina principal, Gregory se dedicó a preparar la cena mientras ella lo acompañaba
con otra copa de vino. La televisión se escuchaba como un murmullo, la latina le
preguntaba sobre el bote, cosas técnicas, sobre sus viajes, las competencias
ganadas; él aprovechó para indagar sobre su vida en Boston.
Cenaron, vieron televisión acurrucados en el sillón, ella dormitó sobre su
hombro y él la llevó en brazos hasta la cama, se acostó a su lado, cayendo dormido
en un instante, sintiéndose el hombre más feliz sobre toda la faz de la tierra y el
ancho mar.

La mañana llegó mucho antes de lo que él hubiera querido, pero salió de la


cama primero que ella y se dedicó a preparar el desayuno de forma sigilosa;
cuando el café estuvo listo se asomó por la puerta del camarote solo para
encontrarse a Jessica acurrucada en posición fetal envuelta entre las mantas; sonrió
ante la estampa, se veía relajada y tranquila, decidió dejarla dormir y emprender el
retorno después de terminarse el café. Subió con su taza a la cubierta, disfrutó del
apacible vaivén del mar, se quedó embobado viendo el lugar donde hicieron el
amor, y cuando pudo romper el hechizo de la memoria, terminó su café y desplegó
las velas.

Jessica despertó media hora después, un poco aturdida y desorientada, se


apresuró a cepillarse los dientes y se coló a la cocina por una botella de agua; se
asomó por la escalera de la cabina, desde allí apreció al Vikingo, sin camisa, con el
sol de la mañana acariciando su piel bronceada, y aferrado al timón con expresión
concentrada.

Se vistió rápidamente, confirmó que la comida en las ollas era el desayuno


de ambos y se apresuró a servirlo en dos platos, que llevó hasta la cubierta para
sorpresa de Greg. Él le sonrió al verla, Jessica dejó que la besara en los labios,
desayunaron en silencio, ella le daba la comida en la boca mientras él maniobraba
para virar hacia la bahía.

Desembarcaron en el muelle cerca de las once de la mañana, Jessica


encendió su móvil para ver qué había pasado en el mundo en esas últimas
veinticuatro horas; el rubio la imitó y ambos dejaron los celulares sobre la mesilla,
mientras recogían sus cosas para marcharse, el concierto de notificaciones fue
desconcertante, sin embargo, ninguno de los dos miró su respectiva pantalla, sino
hasta que estuvieron listos para desembarcar.

El camino hasta el auto lo hicieron tomados de la mano, Greg le abrió la


puerta del auto de forma galante y cuando él se acomodó frente a la dirección,
volvió a estrechar sus dedos, haciendo todo el retorno así, sin deseos de soltarla.
Mientras pasaban sobre el puente, decidió ser honesto, jugar todas sus cartas.

―Sé que te vas a ir, Jessica ―dijo, mirando la carretera, la latina se giró a
mirarlo y asintió―. Sé que tienes una vida en Boston y en el resto del mundo, pero
eso no significa que no podamos tener una relación.

―Es más complicado que tener una relación, Greg ―le hizo ver ella con voz
seria, también enfocó su atención en la carretera―. Aunque quisiera, no puedo
obviar la relación parental que tenemos… tal vez no seamos hermanos ―se
adelantó al momento en que él abría la boca para replicar―, pero es innegable que
hay lazos que nos unen y que podríamos dañar de forma irremediable.

»Yo no tengo la misma confianza con tus medio hermanos, Gregory, no


obstante, eso no significa que no comprenda que también son mis medio
hermanos, y así solo seas hijo adoptivo de William Ward, él te quiere como si
fueras de su propia sangre… no vine aquí a romper esta familia, Greg… ¿entiendes
eso? ¿Entiendes que lo que puedes sentir por mí, y lo que yo puedo llegar a sentir
por ti, puede romper a tu familia? Sea que perdure o no… ¿cómo crees que verán
el hecho de que tú y yo estamos juntos?

»No es una cuestión de moral, tú y yo no tenemos parentesco de sangre,


tampoco de crianza como con todos los demás… algo en mí se activa un poco
cuando veo a Bruce, Stan y Sean; sin embargo, no pasa lo mismo con los demás…
no veo a William como mi padre, ni a Wallace como mi tío o a Fred como mi
primo, ¿comprendes? Pero la parte racional de mí, sabe que hay un lazo allí, uno
biológico, que en este momento no puedes entender cuánto detesto.

Gregory se mantuvo callado ante su discurso, quiso rebatirle todo pero no


tenía argumentos para hacerlo.

Siguieron en silencio el resto del trayecto, uno que continuó con sus dedos
entrelazados; cuando él se detuvo frente al hotel, ella se giró para despedirse, el
rubio soltó el cinturón de seguridad y la atrajo hasta su cuerpo para besarla; sin
importar lo que ella hubiese dicho, él iba a encontrar una solución, Jessica Medina
no iba a apartarlo solo porque sí, y la latina podía intentarlo, pero si su Valkiria era
testaruda, él lo iba a ser cien veces más.

―Podemos mantenerlo en estricto secreto por ahora ―le dijo, sin despegar
la frente de ella―. No será difícil con tantos kilómetros de distancia. Puedo viajar
hasta allá, tú vendrás de vez en cuando, lo mejor de todo es que podríamos
encontrarnos en algunos destinos diferentes… Madrid, por ejemplo ―le recordó
él―. Hay una parte romántica en mí que no sabía que existía, y aunque en este
momento esté embriagado de ti y vea el mundo y el futuro con otros ojos… sé que
lo que tenemos puede esfumarse tan rápido como inició.

»Pienso ir un paso a la vez, por ahora el primer paso es que cuando te vayas
no rechaces mis mensajes o llamadas, que aceptes darnos una oportunidad…
¿quién sabe? Es posible que dentro de tres meses ya todo se haya acabado y nadie
en la familia se entere de lo que sucedió.

Jessica lo contempló en silencio, debatiéndose entre darle un beso o un


golpe; suspiró en cambio, se inclinó para darle un beso corto y fugaz en los labios.

―Sí ha sido la mejor cita de toda mi vida ―le susurró. Luego se bajó del
auto y se encaminó a la entrada del hotel.

Mientras caminaba por el vestíbulo su teléfono sonó, contestó la llamada sin


percatarse de quién era.

―¿Dónde mierda estás, Jessica? ―preguntó en español la voz de Joaquín. Se


escuchaba contenida, como si buscara disimular el nerviosismo.

―Rumbo al elevador, para subir a mi habitación ―respondió, presionando


el botón de llamada―. ¿Por qué?

―Porque tu padre está aquí ―avisó su primo―, en el restaurante del hotel,


esperando por ti desde hace dos horas.
CAPÍTULO 21

El olvido en un cajón

Joaquín y William se pusieron de pie cuando Jessica entró al restaurante del


hotel y se encaminó en dirección a la mesa. La latina frunció el ceño al ver a su
padre biológico, este la observó con una mezcla de tristeza y confusión en los ojos,
como si al encontrarse con ella, las emociones que había tratado de contener se
desbordaran.

―Estás bronceada ―fue el saludo de Will. Jessica hizo más notoria su


expresión.

―Ayer viajé a la playa, a casa de unos amigos ―respondió con frialdad―.


Acabo de regresar de Santa Mónica.

Joaquín tomó el espaldar de una silla, y la sostuvo para ella, conteniendo la


risa por la obvia mentira que soltó; él sabía con quién había estado y gracias a sus
habilidades de persuasión consiguió que Frederick le dijera en dónde. Jessica se
sentó frente a William Ward, manteniendo el rostro inexpresivo y una clara
distancia emocional; cuando su primo tomó asiento a su lado, la latina habló.

―¿Qué necesita, señor Ward?

Will sacó del bolsillo interno de su chaqueta una serie de sobres


amarillentos que depositó en la mesa. Joaquín abrió los ojos con sorpresa, en
cambio ella apretó las mandíbulas.

―El sábado pasado contraté una investigadora privada ―contó con


suavidad, su expresión era adusta, pero el tono de su voz distaba de ser áspero―.
¿Sabías que hace unos treinta años Ward Walls sufrió un incendio en sus oficinas
comerciales?

La mujer no respondió, miraba con bastante intensidad el pequeño paquete


sobre la mesa. Miles de recuerdos se despertaron en su interior en ese momento,
hizo una mueca con los labios, como si estuviera mascullando una maldición a
boca cerrada y luego volvió a verlo a los ojos.

―No, no lo sabía ―contestó con frialdad―. Después de aceptar que mi


padre biológico no estaba interesado en saber si hizo algún daño con su paso por
Venezuela, yo decidí que no tenía que investigar sobre él, no más de lo necesario.

William apretó los dientes, aquella respuesta fue cruda y cruel, pero a pesar
de que se lo merecía, lo consideró injusto.

―Pues debiste, así habrías sabido la razón por la cual no recibimos tus
cartas o las de tu madre, y tal vez habrías hecho gestiones mucho antes, quizá
cuando estabas en Reino Unido, estudiando ―explicó en el mismo tono―. Cuando
se incendió el edificio donde estaban las oficinas, nuestras instalaciones fueron
unas de las más afectadas, perdimos mucho allí y tuvimos que volver a situarnos
en el Embarcadero, apretujados en las diminutas oficinas que había en ese
entonces. Lo poco que se recuperó fue archivado, mucho de ello no se volvió a
revisar, porque la orden fue que aquello que no fuese estrictamente necesario, se
guardara en cajas que no estorbaran.

»Habilitamos archivadores donde se almacenó toda la papelería rescatada:


documentos, contratos, archivos, facturas…

―Las cartas ―completó ella. Él asintió.

―Cuando volvimos a recuperarnos económicamente y nos quedamos con


las oficinas del edificio donde estamos, se creó una oficina de archivos muertos,
nada que no fuera importante se quedó allí, para el momento en que las cosas se
calmaron no revisamos más ese lugar, solo buscando documentos específicos
―contó en voz baja―. No hubo malas intenciones por parte de nadie, no se
escondieron apropósito, solo fue…

―Mala suerte… ―dijo Jessica en voz baja.

Joaquín apretó el hombro de su prima buscando confortarla, todo había sido


una mala pasada, una confabulación de la vida y la suerte. Él mismo se sentía triste
y decepcionado, dolido. Ella posó su propia mano sobre la suya, haciéndole saber
que estaba consciente del apoyo que le brindaba.

―Toda la correspondencia que llegó a la dirección del incendio, fue


clasificada por las secretarias o archiveros de ese momento ―continuó Will―,
como ninguna tenía membrete de la empresa venezolana con la que trabajamos,
simplemente se archivó, nunca llegaron a mis manos, la mujer que manejaba todo
eso ya falleció, era la secretaria de mi abuelo, pero dudo mucho que tuviera malas
intenciones, solo fue mala suerte, tal como dijiste.

Jessica observó la pila; presa de muchas emociones contradictorias desvió su


atención al hombre que la miraba con extremada precaución, pensó un rato lo que
iba a decir, dejando que todas las sensaciones pulsantes se calmaran y asentaran
dentro de su ser.

―Señor Ward ―lo llamó con un tono tranquilo―, comprendo lo que


sucedió, en realidad ya no importa. Como dije desde el principio, nunca vine a
cobrar alguna venganza retorcida o complicada. No le mentiré, deseaba que me
conociera y viera que sin usted yo pude surgir, pensé que había ignorado mi
presencia de manera deliberada, pero ahora sé que no es así... ―Soltó un hondo
suspiro―. Yo sé lo que dicen esas cartas, estoy consciente de ellas, porque incluso
mi madre me contó lo que puso en cada una de las que le envió; no son todas, pero
supongo que las primeras que le envió se perdieron en el incendio, esas donde le
contó que estaba embarazada.

»Esas no son mías, son suyas. ―Las señaló con las manos―. Usted decide si
quiere comprender lo que sucedió o no, del resto, solo puedo decirle que, por mi
parte, me esforzaré para superar cualquier rencor, señor Ward.

William no lograba comprender de forma exacta lo que sentía, Holly le


había pedido que abriera las cartas pero él se negó, necesitaba que Jessica viera el
estado en que habían sido encontradas. Tomó una profunda inspiración y revisó
las fechas, rasgó el sobre, sacando con cuidado el pliego de papel doblado de
forma meticulosa. Su español estaba muy oxidado, no obstante, su sorpresa fue
mucho más grande al descubrir que la misiva estaba redactada en un inglés
bastante formal, con sus respectivos errores de conjugación.

Carla le explicaba que Jessica tenía seis meses de nacida, que era una bebé
muy linda y atenta, que observaba todo a su alrededor con curiosidad, que tenía el
mismo color de ojos que él. La mujer aceptaba que entre ellos no hubiese nada, le
confesaba que llevaba meses aprendiendo inglés para poder hablar con él porque
guardó la esperanza de que le pidiera irse con él.

“Solo deseo que la conozcas, que le des la oportunidad de crecer con los beneficios de
ser tu hija. No quiero ser tu esposa, porque sé que te fuiste persiguiendo la posibilidad de
volver con tu ex mujer… yo sé que me enamoré sola, que fuiste claro sobre lo que sentías,
pero no planeé quedar embarazada, y considero que eres un buen hombre, William, y no
abandonarás a tu hija.”

Se le estrujó el corazón al leer ese párrafo, definitivamente no se sentía un


buen hombre en ese instante.

―Si le hubiese dicho que me marchaba… ―musitó él, sin levantar la vista
de la hoja―. Tal vez te hubiera conocido, ella me habría contado que estaba
embarazada.

―No lo supo en ese momento, de hecho lo confirmó un mes después de que


te fuiste ―le explicó Jessica―. Lo sospechó, pero no se hizo las pruebas, tuvo
miedo de que la rechazaras, de que me rechazaras…

―Yo… yo no… ―Dejó caer el papel sobre la mesa y sostuvo su cabeza con
ambas manos. William quería gritar, romper cosas, era presa de una enorme
frustración.

―No importa ―interrumpió Jessica―. Lamentablemente es momento de


que usted se enfrente con su pasado, así como yo me enfrenté con el mío al
buscarle… No espero que nos convirtamos en padre e hija, que seamos amigos,
que nos llevemos bien ―explicó con tranquilidad―. Solo quiero que hagamos
negocios en paz, eso es todo.

―¿Segura que no quieres las cartas de tu madre, Jessica? ―preguntó


William mientras ella se ponía de pie. Negó con seguridad.

―No, señor Ward ―respondió―. Los recuerdos que necesito de mi madre,


ya los tengo… esas cartas fueron escritas para usted, como le digo, es el pasado que
usted debe enfrentar… por mi parte, yo me marcho mañana a Boston y es posible
que no nos volvamos a ver, o que sean tan escasos los momentos en que lo
hagamos que no sirva para crear lazos… ―Jessica suspiró―. William, yo… ―se
detuvo, lo miró con dureza y luego hizo un esfuerzo para suavizar su expresión―.
He aprendido que hay cosas que simplemente van mal, sin explicación aparente,
uno pensaría que hay una mente superior que impide que las cosas sucedan del
modo que uno quiere o necesita, pero es solo el batir de las alas de una mariposa al
otro lado del mundo lo que causa la tormenta aquí ¿comprendes?

»Acepto que las cartas no llegaron por el incendio, estabas haciendo


negocios, levantando la empresa de tu familia y no te preocupabas por lo que
habías dejado atrás porque fuiste claro con mi mamá, duele… ―suspiró―, dolió…
―corrigió―. Sin embargo, no hubo ignorancia deliberada de tu parte.

»Tampoco puedo vivir en el pasado pensando en qué habrías hecho de


haber recibido las cartas, armando escenarios en mi cabeza en los que veo a tus
hijos y los siento como mis hermanos… ninguno de ellos ha sido cruel o grosero,
digamos que hay cierto llamado de la sangre pero no está en mí, ni en ellos, esa
necesidad inherente de hermandad. Por lo tanto, no duele alejarse.

»Tengo familia ―Jessica colocó la mano sobre el hombro de Joaquín―, ha


sido mi hermano y mi amigo. Lo que necesito de ustedes, de los Ward, es el
compromiso para hacer negocios, nada más.

»Por ahora, ya mañana no estaré aquí, no sé cuándo vuelva, seguro me


verás, tal vez, un par de veces más y después ya no nos cruzaremos. No estorbaré
en tu vida, ni tú en la mía, no necesito llamadas de cumpleaños, ni llamarte papá,
no quiero regalos de navidad, ni cenas de Acción de Gracias… Reitero, lo único
que necesito de ti, de todos ustedes, es que sean profesionales a la hora de velar
por nuestros negocios.

William no sabía qué decir, sentía algo de alivio porque ella no esperaba
demostraciones de afecto que no sentía en ese momento; no obstante, no estaba
seguro de si esa sensación se iba a prolongar por el resto de su vida, al fin y al
cabo, era su hija, la única que tenía, y tras conversarlo con Holly, sumado al
entusiasmo de los gemelos, una semilla de anhelo se había implantado en su
corazón.

Tenía razón, Jessica explicó muy bien las circunstancias, habían sido
víctimas del destino, todos ellos; él también se preguntaba qué habría pasado de
haberse enterado del embarazo de Carla, no podía responderse, no sin mentirse de
forma abierta; en esa época la persona que fue era muy diferente a la que era en la
actualidad. ¿Habría regresado? ¿Le habría contado a Holly sobre la niña? ¿Le
habría quitado a Carla a su hija para criarla como una Ward? O peor, lo que en su
fuero interno rondaba como una alimaña en la oscuridad: no habría hecho nada,
hubiese dejado abandonada a su hija y a la madre a su suerte.

Todo habría salido exactamente igual que en ese momento.

―Que tengas buen día, William ―se despidió Jessica. Joaquín se puso de
pie, extendió la mano para estrechársela, gestó que el correspondió y luego fue ella
quien imitó la despedida; marchándose ambos, dejándole solo en el restaurante,
como si en ese momento todo hubiese sido una transacción comercial.

Jessica hizo una profunda inspiración para contener las lágrimas, no


recordaba la última vez que había llorado en serio, a lágrima viva; pero estando
allí, rodeada de los Ward, había estado al borde del llanto en varias ocasiones en
menos de una semana.

Mientras el aparato subía, dejando gente en los diversos pisos, ella revisó su
celular.

―Ya tenemos boleto para Boston, mañana a las cuatro de la tarde ―le
anunció a su primo.

―Yo no me voy, le dije a Leslie que solo viajabas tú, debo ampliar mi
estadía una semana más ―le informó el latino.

―¿Qué?, ¿por qué? ―inquirió con un tono de voz más alto de lo usual.

―Negocios, Jessica ―explicó Joaquín―. Aunque el martes y miércoles


fuiste a reunirte con algunos de nuestros socios, mientras estuviste ocupada con
Ward Walls yo hice negocios ―le sonrió, salieron al vestíbulo del piso―. Como
estás asociada a los Ward, creí conveniente hacer mis propias inversiones con
empresas dedicadas a tecnologías de construcción. Después de aquí iré a Texas y
luego sí regresaré a Boston.

La latina soltó un amplio suspiro, detestaba sentirse así, tan desconectada y


desbalanceada. Asintió con pesadumbre, procurando mantenerse entera, iba a
seguir de largo la puerta de su habitación, rumbo a la de su primo cuando este la
detuvo.

―¿A dónde vas? ―preguntó él.

―A tu cuarto, no quiero estar sola ―explicó ella en voz baja.

―Prima, te amo con todo mi corazón ―le dijo Joaquín― y me quedaré


contigo el tiempo que necesites, pero no será en mi cuarto, tengo una visita y no
quiero que cambie de humor con tu presencia, ¿entiendes?

Ella elevó una ceja suspicaz, luego desanduvo sus pasos y abrió la puerta de
su habitación.

―¿No perderá su humor si te quedas aquí? ―inquirió con sorna―. Al fin


que ya estuviste dos horas con William. ―Se sentó al borde de la cama.

―Eso no importa ―respondió él, arrodillándose a sus pies para sacarle los
zapatos, ella se recostó y Quín la imitó, abrazándola por el frente―. Ya me probó y
todo lo bueno se hace esperar. Ahora, en este momento, tú me necesitas y aquí voy
a estar.

Jessica asintió y se abrazó más a él, el contacto fue cálido y confortable,


Joaquín empezó a cantar en voz baja, como cuando eran adolescentes, encerrados
en el cuarto de ella en la casa que solía estar habitada por sus padres; en esos años
pasados Jessi lloraba en silencio, procurando no mostrar demasiada debilidad; en
ese instante, rememorando el pasado, se alegró de que algunas cosas no
cambiaran.

Y mientras se iba quedando dormida, comprendió por qué estaba tan


sensible y se sintió aliviada, solo eran las hormonas, en unos días tendría su
menstruación. Después de eso, volvería a ser quien era, la fría, templada y
despiadada mujer de negocios que era.

Lejos de San Francisco.

Lejos de los Ward.


CAPÍTULO 22

Una propuesta de venganza

El viernes en la noche continuaron las visitas inesperadas. Jessica recibió un


mensaje de texto, seguido por una llamada desde la recepción de su hotel,
informándole de un caballero que la estaba buscando. Le anunció al recepcionista
que bajaría en unos minutos, Leon Allen estaba abajo y si pensaba que lo iba a
invitar a subir era más estúpido de lo que ella se había imaginado.

No bajó de inmediato, revisó su atuendo para comprobar que este no daba


una idea errada. Satisfecha con lo que vio, lo único que tuvo que hacer fue
cambiarse la camisa por algo más formal, una que gritaba negocios por todos
lados; ponerse unos zapatos de tacón y algo de labial, de un tono pálido. Durante
todo el trayecto en el ascensor se preguntó qué querría ese hombre, ella había
dejado muy en claro que no tenía ningún interés más allá del profesional.

En esas dos semanas ignoró todos sus mensajes con invitaciones, alegando
compromisos previos que no podía dejar de lado; esquivó las insinuaciones que le
hizo las pocas veces que se cruzaron en los pasillos de Ward Walls. Leon estaba
demasiado pagado de sí mismo, creyendo que era tan irresistible que solo era
cuestión de tiempo para que Jessica cediera, pero ella lidiaba con tipos como él
todo el tiempo, hombres de negocios ―y mucho más astutos que él― que
continuaban menospreciándola por ser mujer, o latina, o ambas cosas. Así que
cuando las puertas del elevador se abrieron a la recepción, iba más que
predispuesta al encuentro con Allen.

―Buenas noches, señor Allen ―saludó al caballero. Este se puso de pie al


verla, ampliando su sonrisa de forma seductora.

―Pensé que habíamos quedado en tutearnos ―le respondió él. Jessica


mantuvo una distancia prudente, evitando que Leon se inclinara para algún
contacto de carácter cariñoso, como un beso en la mejilla―. No me siento cómodo
cuando me llamas ‘señor’. No soy tan mayor y tú no eres una niña…
―Es la costumbre, Leon ―explicó Jessica sin dejarse apabullar por su
zalamería―. Siempre trato con mucho respeto a mis socios de negocios.

―Comprendo ―aceptó el moreno―, tal vez mi socia de negocios acepte mi


invitación a cenar.

―Gracias, pero ya cené ―respondió con cortesía―. Sin embargo, puedo


acompañarle mientras come.

―Eso no tendría gracia ―comentó él, fingiendo pesar―. La idea es


compartir de manera un poco más informal.

Jessica entrecerró los ojos ligeramente, su instinto gritaba que ese hombre
era un peligro; sin embargo, no podía desairarlo de forma tan irresponsable y mal
educada.

―Entonces pasemos al bar del hotel ―sugirió ella―, permíteme invitarte


una copa, al menos.

―Me encantaría, gracias ―aceptó Leon con una sonrisa de triunfo.

Apenas tomaron asiento en una de las mesas centrales ―ella se cuidó de


evitar las ventanas con sus vistas panorámicas para no dar una idea errada de
romanticismo― una camarera se acercó para tomar su orden, Jessica optó por un
martini y él por un escocés, que fueron entregados de manera expedita. Los
primeros sorbos se dieron entre sonrisas forzadas, ambos se medían, preparándose
para dar los siguientes pasos.

―Sabes, Jessica ―dijo Leon al fin―, si deseas vengarte de los Ward, yo


podría ayudarte.

―¿Y qué interés puedes tener en que yo lleve a cabo alguna venganza?
―indagó ella, mirándolo con suspicacia.

―¿Puedo hablar con franqueza? ―preguntó, dándole un sorbo a su bebida.

―Adelante, yo nunca me ando por las ramas ―aseguró la latina.

―Los Ward son personas egoístas, totalitarias y definitivamente


excluyentes ―explicó él―. Son un clan cerrado que no admite sociedades, casi
parece una monarquía a la cual solo te puedes unir por matrimonio ―soltó una
sonrisita despectiva―. Cuando heredé las acciones de mi tío, me dejó en claro que
lo más adecuado sería vendérselas a los Ward, de ese modo me ahorraría
problemas, y por un momento lo pensé, sin embargo… no es así como se deben
hacer los negocios ¿cierto?, y yo creí, de forma muy ingenua, que podría traer una
visión fresca, renovada, a la empresa… pero ellos boicotearon todas mis ideas y
propuestas.

―¿Del mismo modo que tú quisiste frenar la mía? ―inquirió Jessica.


Apenas había tocado su bebida, no deseaba ingerir alcohol.

―En realidad, no deseaba hacerlo ―manifestó el hombre con sinceridad―.


Simplemente considero que las circunstancias no son las mejores.

―Comprendo tus miedos, Leon ―dijo ella en plan conciliador―, pero te


garantizo que hago negocios para ganar, nunca para perder, puedes estar
tranquilo.

―Lo estoy, no obstante, pienso que no deberías tener consideración con los
Ward ―insistió él―. Yo puedo ayudarte, hacer que tus planes lleguen a buen
puerto ―hizo una inflexión especial cuando dijo la última palabra―. Si no quieres
destruir a William y la familia Ward, ¿entonces por qué te acuestas con su hijo
adoptivo?

Jessica sonrió, se adelantó en la mesa, disfrutando del ceño fruncido de


Leon, que denotaba confusión por su reacción.

―Aunque no es de tu incumbencia ―contestó la latina con voz


aterciopelada―, cuando empecé a divertirme con Gregory, no sabía que era un
Ward, lo conocí en España, una cuestión de una noche divertida… ―amplió su
sonrisa de forma libidinosa―. Sin embargo, lo que tu retorcida cabeza no vio, es
que, si quisiera destruir a la familia con algo así, no me hubiese metido con el señor
Einarson-Ward, habría ido directo con Bruce o alguno de los gemelos, con tal de
cobrar venganza y acabar con esa familia, solo debía ir y cometer incesto con
cualquiera de ellos. ―La expresión de Leon se tornó agria de inmediato, el brillo
amable pasó a ser turbio―. Si tienes algún plan de venganza oscuro y macabro
contra los Ward, no es mi problema. ―Se enderezó en el asiento―. Si me haces
perder dinero, sí. ―Silencio, solo la intensa mirada gris de ella, retándolo a que le
dijera algo―. A mí no me importan los Ward.

Leon suspiró como si ella hubiese arruinado una sorpresa de navidad.


―Es una pena oírte decir esto ―expresó con decepción―, de verdad
esperaba que pudiésemos trabajar juntos.

―Leon, estoy severamente ocupada para ocuparme de tonterías como estas


venganzas de telenovelas ―espetó Jessica con aburrimiento―. Mañana me marcho
de aquí, después de esto, si los veré por video conferencia será mucho, tal vez
vuelva cuando empiece la construcción de la nueva torre residencial, y después, lo
probable es que nos veamos una vez al año, cuando mucho ―habló con total
honestidad―. Incluso dudo que vuelva a tener sexo con Greg, las posibilidades de
volvernos a cruzar de forma tan casual son casi nulas. ―Jessica se puso de pie―. Si
deseas contarle a los Ward que me acosté con su chico Vikingo, está bien, me da
igual, cuando todo explote yo estaré lejos, así que disfrutarás el espectáculo tú solo.
Tengo cosas más importantes de las cuales ocuparme.

»El trago corre por mi cuenta, gracias por venir.

Se alejó sin mirar atrás, caminando con la espalda erguida y los brazos
relajados. Jessica procuraba mantener toda la ira contenida, el problema no era que
el idiota de Leon Allen quisiera joder a los Ward, sino que amenazara su preciada
tranquilidad.

En el elevador le marcó a Tom, este respondió de inmediato; en el fondo se


escuchaba música suave y risas femeninas.

―Disculpa que te moleste, Tom ―fue lo primero que dijo ella―. ¿Tienes
algo sobre Leon Allen? ―preguntó, abriendo la puerta de su cuarto.

―Sigo investigando ―respondió el abogado―, ciertamente no hay nada en


especial en su expediente. Algunas locuras, como todo hombre maduro y soltero, pero nada
turbio.

―¿Y en cuanto a los negocios? ―insistió la latina.

―Nada aún, solo tiene las acciones en Ward Walls ―contó. El sonido de fondo
se apagó―. Del resto cosas pequeñas y sin importancia.

―Sigue investigando, por favor ―solicitó Jessica―. Acaba de amenazarme


y sabes que no me gusta que me subestimen.

―¿Qué te dijo? ―el tono de Tom cambió de inmediato, pasó de ser amistoso
a profesional.
―Por ahora no importa, pero insinuó que deseaba una alianza para hundir
a la familia Ward ―respondió la mujer, mirando por el ventanal de su
habitación―. Eso no me importaría si no fuera porque puede hacerme perder
mucho dinero, en especial ahora, que me negué a ser parte de sus juegos infantiles.

―¿Crees que puede sabotear los negocios actuales? ―el abogado se detuvo,
parecía que rebuscaba algo en un cajón―. ¿Boicotear las construcciones, crear
accidentes o muertes laborales que pesen en el nombre de la empresa?

―Creo que más bien puede afectar el valor accionario, me parece que desea
quitarle todo a los Ward, o al menos tener la mayor cantidad de acciones
―conjeturó Jessica―. Quizás deberías indagar por allí, tal vez el hecho de que la
empresa no se haya repuesto de la ruptura del mercado de 2008 puede ser por
causa de él.
CAPÍTULO 23

Bailando al borde de la tentación

Como siempre que pasaba más de una semana en un lugar, terminaba con
más ropa y zapatos de los que había empacado. Tras seleccionar lo que se iba a
llevar, Jessica optó por donar lo que no cabía en su maleta, al fin y al cabo, adquirir
vestuario nuevo no era difícil, pero hacer feliz a alguna chica al obsequiarle una
buena blusa o un vestido, podía hacer la diferencia en su día, llenándolo de esa
vibra positiva que hacía que todo se viera de mejor color.

Ya lo había visto, como con la chica del hotel de París, que una vez que
regresó para una conferencia de economía. Ella estuvo esperando que volviera
alguna vez, cuando supo que estaba en la ciudad y en el mismo hotel ―los
humanos son animales de costumbres― le contó que con esa ropa había ido a una
entrevista de trabajo para un mejor puesto, y se sentía tan confiada y elegante, que
consiguió un empleo mucho mejor al que aspiraba en dicha entrevista.

Su vuelo salía al mediodía, atareada como estaba junto a la mucama ―que


sonreía y agradecía por la ropa en un español con marcado acento
centroamericano―, no se percató que su Uber no había llegado.

―Lo siento, señorita Medina, pero el auto está averiado y el chofer de permiso.
Estando de servicio otro vehículo lo embistió de costado ―informó el asesor que recibió
su llamada.

―¡Oh, por Dios! ¿Jeremy está bien? ―preguntó más preocupada por el
chofer.

―Sí, solo debe usar un collarín por unos días ―le aseguró el hombre―. Creí que
Isaac la iba a llevar, lo tengo en el sistema como asignado a ustedes.

―Seguro se fue con Joaquín, tenía un brunch en Silicon Valley ―explicó


Jessica―. ¿Tienes a alguien disponible?
―Lo siento, señorita, según el sistema todos están en servicio, el próximo estará
desocupado en dos horas.

Jessica colgó la llamada tras despedirse, no es que no pudiese tomar un taxi,


ya antes lo había hecho, no obstante, solo aceptaba esa opción cuando no tenía que
cargar maletas. Pensó en llamar al servicio del transporte de la aerolínea, al fin y al
cabo tenía millones de millas y por algo era miembro VIP del club de viajero
frecuente.

Deslizaba el dedo por la pantalla cuando tocaron la puerta, apretó el


contacto sin darse cuenta si era el correcto; tampoco esperó que la otra persona
saludara. Mientras dejaba pasar al botones para que bajara las dos maletas que
debía, dijo:

―Necesito un vehículo para ir al aeropuerto, mi Uber no está disponible y


mi vuelo sale en tres horas, ¿creen que puedan enviarme un transporte?

―Hola, Jessica ―saludó la voz de Fred―, no es necesario que te mande un auto,


puedo llevarte yo mismo, en media hora estoy allí.

―¿Qué?, ¿con quién hablo? ―Separó el teléfono de su oído y masculló una


maldición―. Discúlpame, pensé que había llamado a la aerolínea.

Una agradable risa masculina se escuchó desde el otro lado, solo pudo
pensar que Frederick Ward tenía un tono de voz ronco y seguro, una voz varonil
que podía derretir a cualquiera.

―Igual puedo ir por ti, no es necesario que llames a la aerolínea.

―No, Fred, no quiero molestarte ―insistió, Jessica. Se sentó en la esquina


de la cama y miró por la ventana, tenía un nudo en la garganta y el estómago algo
revuelto por los nervios, de forma deliberada se habían mantenido lejos el uno del
otro, sin embargo, por su descuido, metió la pata―. Solo pediré que me vengan a
buscar, gracias de todos modos.

―Lo siento, demasiado tarde. ―Jessica escuchó el sonido de una alarma al ser
accionada―. Eres una damisela en apuros y yo un caballero que va a ayudarla, nos vemos
en menos de media hora.

Soltó el aire de forma ahogada, desde la noche anterior había ignorado a


Gregory y sus intentos de llamarla, agradeció a todos los dioses que recordaba
porque el cabeza dura del Vikingo no hubiese caído en el hotel, para ella la mejor
despedida de todas había sido la cita en el mar, con toda su hermosa declaración
de amor; si era honesta, Jessica también se enamoró un poquito esa noche.

Pero no se engañaba, tras la nota que le dejó a Fred, confesándole que le


hubiese gustado besarlo también, se sintió como una adolescente que se ha
declarado al chico que le gusta. Negó con la cabeza llena de vergüenza; en
definitiva, detestaba el síndrome premenstrual.

Tal y como prometió, Fred se detuvo en frente de la entrada del hotel, se


apresuró a bajarse del coche para subir las maletas de la latina y luego le abrió la
puerta de forma galante para dejarla entrar. Mientras daba la vuelta Jessica se
apresuró a respirar profundamente dos veces, luego se arrepintió, porque el
moreno no solo se había aparecido con un atuendo informal que le sentaba de
maravilla, sino que olía de ese modo irresistible que solo un hombre con colonia
podía oler y ella aspiró su perfume, quedando embriagada y más nerviosa que
antes.

Por suerte sus dotes histriónicas eran muy buenas, le sonrió mientras se
ponía el cinturón de seguridad y Frederick se ponía en marcha.

―Fue un accidente, lamento haber arruinado tu mañana de sábado ―le dijo


mientras avanzaban en el tráfico.

―Un feliz accidente, me alegra que haya pasado ―confesó él con total
honestidad―. Al menos te veré por unos instantes, quién sabe cuándo vaya
suceder de nuevo.

Jessica sonrió un poco forzada, no iba a decirle que posiblemente no la vería


en un buen tiempo; la cordura le gritaba que lo correcto era poner tiempo y
distancia entre ella y los Ward, de ese modo, esos sentimientos que estaba
desarrollando por el rubio y el hombre al volante, se desvanecerían.

Porque por algún motivo irracional, a pesar de las pocas interacciones con
Fred, cada vez que hablaban ella se sentía un poco tonta. Con Greg sabía cómo
comportarse, en cierto modo estaban cortados con la misma tijera y patrón, eran
sexuales, directos y sin tantos aspavientos emocionales; después de lo sucedido en
la cubierta todo fue de perlas, no hubo palabras cursis, ni motes cariñosos. No
obstante, sentía que Fred era eso, cada una de esas cosas que no tenía con Greg:
flores, notas, apodos cariñosos, sorpresas románticas solo porque sí.
Y gracias al lavado mental de Joaquín sobre que necesitaba un romance así,
estar al lado de Fred le hacía anhelar eso… con él.

―¿Estás bien? ―preguntó él con preocupación.

―Sí, solo que en unos días debe venir mi periodo ―explicó con
naturalidad―, suelo ponerme gruñona y desagradable, así que opto por no
hablarle a la gente.

―Eso explica por qué no saludaste cuando respondí el teléfono ―dijo


Frederick con un tonito divertido.

―Sí, básicamente ―sonrió a modo de disculpa―. Lo siento en verdad.

―No tienes por qué, ya te lo dije.

Se estacionaron en la zona designada y Fred se bajó para abrirle la puerta,


Jessica esperó a que sacara su equipaje del maletero, cuando extendió la mano para
tomar el asa de la maleta él negó y se encargó de transportar ambas hasta la zona
de confirmación de los vuelos.

―Gracias por todo, Fred ―dijo ella con algo de timidez, él le sonrió de
forma amplia.

―Fue un gusto, Jessica ―respondió―. Igual que conocerte, a pesar de todo.

La latina asintió, comprendía a cabalidad lo que él quería decir con las


palabras no pronunciadas. Era una situación un tanto incómoda, los minutos
pasaban y ninguno se movía.

―Bueno, adiós ―expresó finalmente la latina, le extendió la mano para


estrechársela, buscando minimizar el contacto entre ambos. Frederick miró su
palma, el anillo que llevaba en el dedo índice, las uñas perfectamente pintadas de
un color coral, y negó.

―Espero que sea un hasta pronto ―musitó, rodeándola con sus brazos,
apretándola en un abrazo cariñoso―. Ten buen viaje, Jessi.

Ella contuvo la respiración, decir que estaba sorprendida era quedarse corto,
el corazón le latía desaforado y deseaba resistir el aroma de su perfume, pero sin
darse cuenta, ella también lo abrazó, un gesto natural e instintivo. Se estremeció
ante la idea fugaz que surcó su mente.

Encajaba de forma muy armónica entre sus brazos.

Se alejaron con algo de torpeza, los dos se dieron cuenta del desaforo del
otro; él se aclaró la garganta, ella se volvió hacia sus maletas con poca pericia y las
arrastró hasta la ventanilla de la mujer que se dedicaba a comprobar los pasajes.

En nada estaría en su sala VIP, sin tanta gente alrededor; solo entonces
podría respirar tranquila.

Jessica estaba segura de que él seguía de pie en medio de esa sala,


observándola; podía sentir el peso de sus ojos sobre el cuerpo. Tuvo que
espabilarse porque no escuchó lo que la empleada de la aerolínea le decía.

―¿Disculpa? ―preguntó poniendo atención.

―Lo lamento, señorita Medina ―repitió con expresión avergonzada―. El


avión presentó una falla, hemos derivado a los pasajeros a otros vuelos, tengo un
asiento disponible para usted en el vuelo de mañana, porque los asientos
disponibles para hoy fueron asignados a pasajeros que llegaron más temprano.

―¿Es una broma? ―preguntó con incredulidad―. Esto debe ser una jodida
broma.

―Lo siento en verdad, señorita Medina ―insistió la empleada con una


sonrisa de disculpa―. ¿Necesita que le haga una reservación en un hotel para que
pase la noche? Corre por cuenta de la aerolínea.

―¿Qué sucede, Jessica? ―intervino Fred que se había acercado de forma


sigilosa. Ella se volvió, aturdida y descolocada por toda la situación.

―El avión está averiado y me cambiaron el pasaje para mañana ―contestó


en modo automático. Quería llorar, así que estaba haciendo acopio de todas sus
fuerzas para mantenerse serena. Una parte lógica de su cabeza la decía que esas
cosas pasaban y que no era necesario perder la cordura por eso. Sin embargo, la
otra parte chillaba y se quejaba de que ese día no le salía nada bien.

―No es necesario, señorita ―respondió Fred por ella―. ¿A qué hora sale el
vuelo mañana?
―A las nueve de la mañana, señor.

―Excelente, aquí estaremos ―aseguró el moreno.

―¿Qué haces? ―le preguntó entre dientes, algo molesta―. Necesito un


hotel para pasar la noche.

―No es necesario, tengo una habitación de invitados en mi departamento


―le explicó él, tomando las maletas―. Te quedas en mi casa, mañana temprano te
traigo, te garantizo que todo saldrá bien.

Jessica se quedó sin palabras, la seguridad con la que Fred se expresó la


desarmó por completo.

―No sé si eso sea buena idea ―murmuró a su lado. Caminaban de regreso


al vehículo. Fred se detuvo un segundo, en medio de la salida del aeropuerto, se
giró para mirarla directo a los ojos, su expresión dulce y serena la calmó.

―Tranquila, Jessica ―dijo con suavidad―. Solo estoy ayudando a… ―se


detuvo, un relámpago de tristeza destelló en sus ojos grises, pero así como vino se
desvaneció―. A mi prima…

Ella hizo una profunda inspiración y asintió, si ambos se mantenían con ese
pensamiento, todo iba a estar bien.

Fred no estaba mucho mejor, había hablado sin pensar, ofreciéndole


alojamiento a la latina sin detenerse a analizar la prudencia de esa decisión. Solo
que, sin importar qué, no se iba a retractar. Literalmente le estaba robando unas
horas a la vida, momentos al tiempo que jamás podrían compartir con libertad. No
iba a trasgredir ningún límite, sería un caballero, no se propasaría con ella, en
particular porque tenía palabra y jamás haría nada para lastimar a su primo.

Greg no le había dado detalles de la cita ―lo que agradeció mentalmente―,


pero sí le dijo que había salido mejor de lo que esperaba y fue directo con ella,
confesando que estaba enamorado. Jessica lo rechazó, o al menos eso le pareció a
Fred cuando el rubio le contó lo que le dijo en el carro cuando volvían de la
marina; no obstante, el Vikingo estaba esperanzado y esperaba darle un poco de
tiempo para que se calmaran las aguas y que Jessica se acostumbrara a la idea.

En cambio, él… pues Frederick se sentía entre la espada y la pared. Jessica


era todo lo que el moreno encontraba atractivo en una mujer: sofisticada,
independiente, exitosa, con sentido del humor y una enorme seguridad. Eso sin
contar lo hermosa que era con esa combinación de rasgos latinos y
norteamericanos.

Fred creía en el amor a primera vista, le pasó con Geraldine; ahora sentía
que volvía a sucederle lo mismo con la mujer en el asiento del copiloto.

Se detuvo en un mini mercado y le pidió que esperara. Necesitaba un par de


minutos para pensar bien lo que estaba haciendo, en especial lejos de ella, donde el
perfume de flores que llevaba no nublara su juicio. Tomó una cesta, después fue
desplazándose entre los pasillos en busca de un par de cosas que pensó podría
necesitar. Introdujo entre las compras un chocolate instantáneo para ofrecerle una
bebida caliente, también una caja de bombones surtidos y un cartón de leche
líquida porque sabía que no le quedaba más en su nevera.

«Solo una noche, no pasará nada» se dijo a sí mismo mientras el chico pasaba
los productos por la maquina infrarroja. «No haré nada, no haremos nada, más que
hablar, solo soy un caballero, ofreciéndole alojamiento a su prima…» repitió de nuevo,
«sin contarle nada a tu mejor amigo que está enamorado de ella» se acusó con mucha
vergüenza.

Mientras tanto Jessica miraba su móvil de forma lastimera, había leído el


mensaje de despedida de Gregory ―el cual ignoró con mucha culpa, pero seguía
zanjada en sus treces, lo mejor era cortar todo eso antes de que esa bola de nieve
creciera convirtiéndose en una avalancha―; en ese momento se cuestionaba si le
avisaba a Quín que viajaría al otro día. Él le iba a preguntar si estaba de vuelta en
el hotel, cuando ella le explicara que no y que no pudo resistirse a aceptar la
invitación de Frederick Ward, Joaquín le iba a decir que estaba completamente
demente.

―Que estoy bailando al borde de la tentación ―susurró a la nada del


habitáculo del auto.

Fred volvió con tres bolsas en la mano que dejó en el asiento trasero, se
subió frente al volante y por un instante miró el parabrisas sin apresurarse a
emprender la marcha.

―Jessica ―la llamó con delicadeza―. No pasará nada de lo que podamos


arrepentirnos, te lo aseguro ―dijo él con solemnidad―. ¿Recuerdas que Rick le
prometió a Jessi mostrarle la ciudad? ―Ella asintió―. Pues eso es algo así como
una cita, entonces te propongo una cita de interiores.

―¿Una qué? ―preguntó ella conteniendo la risa.

―Sí, una cita de interiores ―insistió él―. Comamos pizzas, veamos


películas, juguemos videojuegos, ¿juegas videojuegos? Yo tengo varios. Luego
veamos el atardecer en la terraza, contémonos cosas, de esas embarazosas que nos
hagan vernos como personas torpes y ridículas, para que nos volvamos más
normales y nos acostumbremos el uno al otro.

―Eso suena bien ―se carcajeó Jessica.

―Claro que sí ―dijo Frederick poniendo el auto en marcha―. Al final yo


seré tu primo torpe, y tú mi prima presumida. Nos acostumbraremos al otro, lo
haremos más fácil.

―¿Qué cosa haremos más fácil? ―indagó ella con curiosidad.

―Imaginarte con mi mejor amigo y no sentir que me falta el aire cada vez
que pasa ―respondió, mirándola a los ojos.

El trayecto al departamento de Frederick fue una mezcla de tristeza, temor e


incomodidad. Sin embargo, Jessica pensó que lo mejor era sobreponerse a eso, él
tenía razón, debían quitarle el peso invisible a la presencia del otro, porque en el
futuro se verían ―no demasiado, pero lo harían― y necesitaban poder hacer
negocios sin los nervios o la expectativa.

Una vez en el departamento Fred se encargó de subir sus maletas, las llevó
hasta el cuarto de invitados y la incitó a que se pusiera cómoda. Luego se fue a la
sala y ordenó comida china para el almuerzo. Media hora después el delivery llegó
con la comida, Fred se dispuso a servir en los platos y llevarlos a la mesa del
comedor. Sacó dos cervezas frías de su heladera, tras dejarlas en la mesa, se dirigió
a la habitación de Jessica para avisarle que el almuerzo estaba servido; ella venía en
su dirección, sonriéndole de manera forzada, él se detuvo en el pasillo, esperando
que esa sensación eléctrica desapareciera pronto.

Se estaba arrepintiendo de su decisión, no podría soportar mucho tiempo


estar con ella y actuar como si nada estuviese pasando; más cuando en lo único
que pensaba era en arrastrarla hasta el sillón de la sala, echarse sobre él con ella
entre sus brazos y pasar la tarde allí, besándose con delicadeza, haciéndose mimos,
empapándose de su calor.
Almorzaron en silencio, sonriéndose de medio lado, concentrados en los
camarones de su arroz.

―Esto no se vuelve más cómodo ―dijo Jessica al acabarse su cerveza.

―No, no lo hace ―aceptó Fred, riéndose.

―Cuéntame la anécdota más embarazosa ―pidió Jessica―. A cambio, te


contaré una mía.

―¿De qué época? ―preguntó él.

―De la que sea.

Fred le contó de su actuación en una obra de teatro en la escuela, Jessica se


rio hasta que se le saltaron las lágrimas. Ella le habló de su fiesta de quince años,
una que no quiso pero que los tíos maternos de Joaquín insistieron en hacer para
que no perdiera ese “evento tan importante de la vida de una adolescente”.

―Parecía un merengue ―se quejó a medio reír―. Con ese traje rosa de tela
satinada y muchos faralaos, fue vergonzoso.

Pasaron el resto de la tarde en eso, conociéndose de una forma diferente.


Comieron los bombones de chocolate mientras él le enseñaba a jugar con el Xbox,
pidieron pizzas y jugaron juegos de mesas en el suelo de la sala con la televisión
encendida, sintonizando una vieja película de Travolta ―por suerte no fue
Vaselina―. Luego se sentaron en el balcón con la luz apagada, mirando las estrellas
en el firmamento, conversando en voz baja mientras disfrutaban de una noche
despejada y sin niebla.

Algo sí había cambiado, la incomodidad se desvaneció dando paso a la


plácida compañía.

―Tengo una pijama horrible ―confesó ella a media voz―. Es una camisa
cuatro tallas más grande que yo, de mi época de la universidad, la tela es casi
transparente de lo usada que está y creo que la he zurcido unas veinte veces, pero
no logro deshacerme de ella, es la prenda más cómoda que existe para dormir.

―Tengo guardado mi peluche de la infancia, es un panda que le falta un ojo


―musitó él con un deje de vergüenza―. Es más beige que blanco y el pelaje está
áspero, pero no me gustan las tormentas con rayos y truenos, me dan miedo, así
que duermo con él cuando hay mal tiempo.

―Eso es…

―¿Terriblemente embarazoso? ―terminó Fred por ella.

―Dulce, diría yo… ―contradijo Jessica―. Debe ser lindo tener algo de tu
infancia que te recuerde lo feliz que fuiste y te dé seguridad.

Se miraron a los ojos, las luces de la calle y de otros balcones les permitían
apreciarse con claridad.

―¿Sientes algo por Gregory? ―preguntó él sin poder contenerse.

―Es un buen hombre ―contestó la latina―. En otras circunstancias, me


permitiría enamorarme de él, porque al verlo, siento que puedo sonreír,
divertirme, ser petulante y un poco malcriada y el Vikingo podrá lidiar con eso.

―¿Le darás una oportunidad? ―indagó Fred, esperando que el nudo que se
cerraba alrededor de su garganta no le cortara la respiración.

―Si las circunstancias fuesen otras… ―repitió ella―. No obstante, no


quiero hacerle daño… a ninguno de ustedes.

Frederick asintió, cada fibra de su ser comprendía y aceptaba lo que acababa


de decir, creía en su sinceridad sin un ápice de duda.

―Creo que deberíamos ir a dormir ―dijo al fin tras un largo silencio donde
ambos se examinaron con detenimiento―. Mañana debes tomar un vuelo.

―Sí, es una buena idea ―aceptó la mujer, poniéndose de pie.

Anduvieron hasta las habitaciones, prolongando el mutismo, en el que cada


uno meditó sobre las últimas confesiones. Una vez que estuvieron frente a sus
respectivas puertas, se observaron con nerviosismo.

―Espera un segundo ―pidió, entrando en su habitación. Jessica tuvo un


breve atisbo del cuarto, una estancia con una enorme cama, decorada en tonos
cremas y madera. Fred volvió con una camisa doblada en la mano, tendiéndosela
con cortesía―. No es tu pijama viejo, pero creo que te servirá. Es una camisa de mi
universidad, si la usas no tendrás que deshacer tu maleta demasiado.
―Gracias ―aceptó con una sonrisa.

―Hay toallas en el cuarto de baño por si quieres ducharte.

―Está bien, gracias por eso también.

―Entonces… ―Fred titubeó―. Buenas noches.

―Igualmente ―respondió ella.

El moreno giró sobre sus pies para introducirse en su cuarto, el corazón le


palpitaba a mil por hora.

―Fred ―llamó Jessica con voz suave.

―¿Sí? ―se volvió un poco desde el umbral.

―Ahora que recuerdo, me dijiste que la cita sería cuando me entregaras mis
zapatos ―replicó la mujer con el ceño fruncido y un tono de broma―. ¿Los
mandaste a reparar?

Fred sonrió profusamente.

―Sí lo hice, Jessi ―contestó con confianza―. Fue difícil conseguir alguien
con referencias, pero lo hice, solo que no están listos… Ahora tienes un motivo
para volver a San Francisco, tienes que regresar por tus perfectos zapatos negros
que combinan con todos, porque no pienso enviártelos por correo.

Ella soltó una carcajada ante su aseveración, se dio media vuelta y entró en
el cuarto, esperando que no se le notara demasiado el rubor en las mejillas. Se
apoyó en la puerta por un rato, sintiendo un hormigueo nervioso en cada célula de
su cuerpo. Conocerlo mejor no lo hizo familiar.

En su cama, tendido cuan largo era, Fred se recriminaba a sí mismo su


estupidez, enterrando su cabeza en una almohada buscando asfixiarse lo suficiente
para alegar que la falta de oxígeno era la causa de su idiotez.

Cada uno en su habitación pensó lo mismo. Si no hubiese lazos sanguíneos


entre ellos la historia sería diferente, también rogaron que ese deseo que pulsaba
dentro de cada uno se extinguiera en la mañana, porque a pesar de conocerse
mejor, de todos los esfuerzos de verse como familia, no rindió los frutos que
esperaban.

Y si no fuese porque ambos eran personas de honor, hubiesen cedido a la


tentación de al menos un beso.

A la mañana siguiente, después de un café con leche y unas tostadas, Fred


se apresuró a llevarla al aeropuerto, y cuando esa vez sí subió al avión, sintió dos
cosas:

Felicidad, porque los últimos momentos de Jessica Medina fueron con él.

Culpa, porque sin haber pasado nada de lo que pudiese arrepentirse,


incluso tras la confesión de la latina de que no iba a darle esperanzas a su primo;
Fred creía que había cometido una especie de traición.

Porque estando tan cerca el uno del otro, en sueños sí probó el sabor de sus
labios.
CAPÍTULO 24

Una trampa al final de la primavera

Casi tres meses pasaron desde la partida de Jessica.

Después de llegar a Boston se quedó tres semanas allí antes de viajar a


Japón. Dos de esas tres semanas las compartió con Joaquín, que tal y como dijo,
regresó siete días después, dándole todas las noticias relacionadas a Gregory
Ward; unas que no necesitaba, porque el Vikingo insistía en llamarla. En una de las
tantas llamadas que ella no respondía, pero en las que él dejaba largos mensajes en
el buzón de voz, amenazó con ir a su ciudad un fin de semana, alegando que
estando frente a ella no podría ignorarlo.

Ella no supo si lo hizo o no, porque dejó de responder los mensajes y revisar
el buzón de voz cuando dejaba mensaje tras llamarla. Tampoco hablaba con Fred,
aunque eso fue un acuerdo mutuo, no pautado de forma consciente. Jessica se
limitaba a continuar con su vida y trataba el tema Ward como lo hacía con sus
otras inversiones: con distancia y profesionalismo.

Su vida continuó, conferencias en Ámsterdam, Suiza y Polonia con una


semana de diferencia cada una. También visitó Lisboa para verificar la inversión en
productos farmacéuticos compartida con Joaquín, Basurto & Co. estaba
remontando la ola después del desplome, lo cual era fantástico. Se encontró con su
primo allí, celebraron con los accionistas la recuperación y retornaron juntos a
Boston, después de una de sus salidas en búsqueda de una conquista, que terminó
ganando el latino.

Aunque no le importó, lo cierto era que después de Gregory el resto de la


fauna masculina le parecía insípida y aburrida.

La primavera iba pasando de forma natural y casi sin notarse; Jessica


hablaba de vez en cuando con sus hermanos, en especial con los gemelos que
insistían en llamarla al menos dos veces a la semana; Bruce también hacía el
intento, aunque con menos sentimentalismo; la mayoría de sus conversaciones
giraban en torno al proyecto, y en una ocasión le pidió consejos sobre una
inversión pensada para su retiro.

A mediados de mayo Gregory desistió de llamarla y pasarle mensajes, fue


un alivio a la par que una decepción. Jessica se había pillado a sí misma pensando
en él, fantaseando con las posibilidades que juntos tendrían de no estar
emparentados con los Ward como lo estaban. Una posible relación con él no era
cosa sencilla, algo que parecía no querer notar el rubio. A veces se tomaban
riesgos, ella podía aceptar eso, pero no se iba por la vida arriesgando todo por un
capricho o un simple enamoramiento.

Estar enamorado y deslumbrado no era lo mismo que amar a alguien.


Jessica Medina sabía que el Vikingo no la amaba; y uno de los dos debía actuar con
sensatez para evitar las desgracias.

Siempre le pasaba lo mismo cuando estaba cercana a su ciclo menstrual;


saltaba entre lo divertido que habría sido estar con Gregory o lo agridulce que fue
la noche con Frederick, aguantándose las ganas de llorar cuando los calambres la
atacaban. Joaquín incluso tuvo el tupé de burlarse de ella estando en Suiza, cuando
se encerró por veinticuatro horas en su hotel con un montón de chocolates y se
puso a ver películas románticas.

―Quien te viera ―se mofó con toda la malicia del mundo. Le tendió el
paquete de compresas que ella le pidió que le comprara porque su sangrado se
adelantó dos días y solo tenía un par de emergencia en su bolso. Ella le lanzó una
almohada que impactó directamente en su cara.

―Es tu culpa, por meter ideas estúpidas en mi cabeza ―le recriminó Jessica.

―Bueno, debo decir que es un cambio para mejor ―acotó el latino,


sacándose los zapatos, la corbata y la camisa, metiéndose en la cama con ella; le
arrebató la bolsa de almendras recubiertas de chocolate que estaba devorando y se
quedó viendo la televisión junto a Jessica―. Esta versión menos visceral y más
sentimentaloide es más agradable.

Quín le anunció que iba a Silicon Valley para principios de junio, el aviso
llegó junto con la invitación de la fiesta de compromiso de Bruce Ward y Amy
Coogan. La mujer rusa que servía de ama de llaves para la latina, la entregó en sus
manos directamente, mientras Jessi estaba en video conferencia con un conocido
que le estaba haciendo una propuesta de negocios.

Agradeció a Petra por entregarle la correspondencia y continuó hablando


con el hombre que le explicaba los riesgos de tomar la inversión más adelante,
comparándolos con los beneficios de hacerla de forma inmediata.

―Estuve en la conferencia de Ámsterdam, me interesa tu propuesta ―le


dijo ella con seguridad, sus ojos se desviaron al elegante sobre y lo recogió para
revisarlo con más cuidado―. Sin embargo, hablaré con mi socio, porque debo
volver a Japón, la última vez que fui estaban desarrollando una nueva
criptomoneda que me llamó la atención, y estoy pensando invertir allí. ¿Te parece
bien si hablamos la semana que viene, Ryan?

―Claro que sí, Jessica ―le respondió el hombre en el monitor―. Estaremos en


contacto. Solo no te olvides que si esperamos unos meses las acciones subirán y el retorno
será más largo. Pasa buen día. ―La imagen desapareció.

La latina deslizó los dedos por el borde del sobre, lo giró para ver la
estilizada caligrafía y sin atreverse a abrirlo, seleccionó el contacto de su primo en
la pantalla para iniciar una video llamada.

―Estaba por llamarte ―le dijo Joaquín apenas apareció en la pantalla―. Me


acaban de informar que debo viajar a California.

―¿Vas al compromiso de Bruce y su novia? ―preguntó Jessica,


visiblemente confundida.

―¿De qué hablas? ―inquirió él, tomando un sorbo de su taza, al fondo se


veía una pared conocida, su primo se encontraba en su café favorito en la Calle
Franklin―. Voy a Silicon Valley.

―De la invitación que enviaron los Ward. ―Le mostró el sobre―. Dice:
Joaquín y Jessica Medina.

―No me ha llegado nada ―aseguró él―, pero es normal, ¿no? Al fin que eres su
hermana.

―No has dejado de repetir eso una y otra vez desde que volvimos ―le
recriminó ella con un mohín malhumorado―. Si no te conociera pensaría que
quieres abandonarme con otra familia, como si fuera una mascota fastidiosa.
―A veces eres fastidiosa ―asintió él―. Pero no, prima, nada más alejado de la
verdad… Una tan cierta como que ellos son tus hermanos y quieren estrechar lazos contigo
―insistió Quín, que en ese momento desvió su atención a un camarero que le
dejaba una magdalena sobre la mesa―. Tal vez no quieras saber nada de William
Ward, pero ¿qué hay de Bruce y los gemelos?

Al menos esa vez no le sacó a Gregory o Frederick. Volvió a mirar la


invitación, sacó el elegante abrecartas de plata que tenía en la gaveta y destapó el
sobre.

―Mira, quizás puedas ir ―se mofó ella―. Es el cuatro de junio. Podrías


aprovechar de revolcarte un par de veces con Sean.

―¡Oh, ouch! ―Fingió dolor su primo, llevándose la mano al corazón―. La


cosa es, Jessi… que tú eres la socia, no yo… Y sería muy jodidamente grosero que
rechazaras una invitación de tu socio, que resulta ser también tu hermano.

―No ayudas, Quín ―lo regañó―. Igual puedes ir en mi representación, al


fin que para esa fecha estarás en Silicon Valley.

―Lo pensaré ―accedió con un gesto de fastidio―. Pero solo porque eres tú y
porque te quiero. Ahora, déjame disfrutar de mi café y mi postre, antes de volver a la
oficina, que se supone que esta semana me toca a mí estar al frente.

―Leslie debe estar tan feliz ―se burló ella―. Eres una patada en las bolas, y
mira que yo no tengo bolas.

―Él y yo siempre chocamos, pero es porque ese hombre se estresa mucho ―meditó
el latino―. No sé por qué su madre le puso como el comediante, definitivamente Leslie no
me da risa como Leslie Nielsen, preocupación sí… y pena, también. ―Hizo un gesto con
su cabeza, elevando un solo hombro―. Aunque sí me da algo de risa ver cómo se brota
la vena de su cuello cuando se estresa.

―Que suele ser cuando tú estás presente ―se rio Jessica―. No lo estreses
demasiado, que si le da un ataque al corazón tú lo reemplazarás.

Colgaron la llamada. Jessica miró su reloj, en San Francisco apenas iba a ser
la una de la tarde. No obstante, no le apetecía llamar a Bruce ―ni a ninguno de
ellos― para aceptar o declinar la invitación.

Se recostó en su silla y cerró los ojos, de todos los Ward el único que supo
mantener las distancias fue Fred, que al igual que ella comprendió que era mejor
cortar de raíz el contacto, permitiendo que las emociones revolucionadas se
calmaran. Tal vez la próxima vez que se vieran ya no habría mariposas en su
estómago ni tristeza en su corazón.

Porque, aunque pensaba en el Vikingo y en el Príncipe Encantador, cada día


que pasaba pesaba menos.

Con Greg su cuerpo reaccionaba con rebeldía, se le erizaba la piel y


empezaba a correrle fuego por las venas. Existía un deseo carnal inmensurable,
mezclado con cariño; una buena mezcla para empezar una relación.

Si tan solo no fuera un Ward… si alguno de los dos no lo fuera…

En cambio, en San Francisco ambos hombres la pasaron fatal; Fred tuvo que
vivir su proceso en silencio, torturándose por sus propios pensamientos y
recriminaciones, al mismo tiempo que se convertía en el apoyo emocional de su
mejor amigo, que en un abrir y cerrar de ojos pasaba de la congoja a una ira casi
irracional.

―¡Mujer terca, testaruda, cabeza dura, arrogante y creída! ―vociferó Greg


yendo de un lado a otro en el velero anclado al muelle, una noche neblinosa de
abril, justo después de que Jessica bloqueara su número y él, por puro instinto,
aventara el teléfono al mar. El moreno sostenía su botella de cerveza con ambas
manos, sentado en una de las sillas de la bañera, mientras el otro bufaba de
indignación, más ebrio de lo que parecía―. ¡Y yo soy un pendejo! Tenía que
enamorarme de ella, no podía ser solo sexo, ¡no! Como un idiota fui y caí redondo
y sin resistirme.

»Maldita arpía sin corazón.

Fred solo escuchaba, elucubrando dentro de su mente, masticando su


propia melancolía, sin saber si sentirse miserable o afortunado porque entre Jessica
y él no sucediera nada que lo llevase por la misma espiral de locura.

La única llamada que le hizo en todo ese tiempo fue solo por cuestiones del
proyecto de la torre, lo hicieron por medio de video conferencia y ninguno de los
dos se prestó demasiada atención; aunque él no pudo evitar notar lo linda que se
veía bajo la luz crepuscular que entraba por la ventana de su oficina en Boston,
bañando su piel bronceada de un cálido color dorado y tenues rastros de rosado.
―¡¡Joder!! Qué vida de mierda. ―Gregory se dejó caer frente a él,
llevándose la botella a los labios; en su torpeza, parte del contenido se desbordó
por la comisura de la boca―. Pero me lo merezco ―recapacitó con tristeza tras
limpiarse la boca con el dorso del brazo―. Quiero decir, siempre he sido un tipo
egoísta, sin tomarme en serio nada, era apenas lógico que me pasara esto.

»Me siento un puto adolescente con el corazón roto.

Fred sonrió con tristeza.

―Ya pasará, primo ―le aseguró él―. Tienes que hacer lo mismo que ella,
ocuparte.

Y lo hizo.

Por lo menos durante un tiempo se desquitó del recuerdo de Jessica


revolcándose con cualquier mujer que se le atravesara por el medio; al menos
durante un mes fue tan evidente que sus hermanos se preocuparon seriamente.

―La tal Valkiria le jugó sucio, ¿cierto? ―le preguntó Bruce a Fred en tono
confidencial―. ¿Debo preocuparme?

―Dale tiempo ―fue todo lo que dijo el moreno―. Ya pasará.

―Eso espero ―manifestó Bruce―. Con una hermana distante es más que
suficiente.

―Sabíamos que eso iba a suceder ―le recordó Frederick, Jessica Medina
había revuelto todo dentro de la familia―. No es como que ella no lo hubiese
dicho. Después de la conversación que tuvieron mi tío y Jessi, antes de que se
marchara, no me sorprende su comportamiento.

―Lo sé ―asintió el mayor de los hermanos Ward―. Pero eso no significa


que deja de ser mi hermana… y es como un instinto natural ¿sabes?, los Ward
siempre hemos sido unidos. Solo mira a nuestros padres, dicen que se detestan y
que no se soportan; sin embargo, quien defendió a mi papá cuando se lo contó
todo a nuestro abuelo fue tu papá.

Fred asintió; Andrew Ward había estado furioso con Will cuando supo toda
la historia, vociferó que él no había criado cobardes que dejaban hijos
abandonados. Su padre salió en defensa de su hermano gemelo, haciendo ver al
hombre mayor que no abandonó a Jessica solo porque sí.

―Hubo un incendio, papá ―le recordó―. Si estás tan furioso, entonces


desquítate con la secretaria de nuestro abuelo… ¡Ah, cierto! ―se burló con
cinismo―. Tiene veinte años muerta.

Una vez pasada la ola de cólera, se sintieron interesados en conocer a esta


exitosa nieta desconocida. Pero no dio tiempo, tal y como expresó desde el inicio la
latina, ella iba a estar allí por tiempo limitado. La abuela Olive se sintió muy
decepcionada porque no pudo verla y las palabras de Jessica sobre no querer ser
parte de la familia calaron muy hondo dentro de la mujer que esperaba brindarle
todo el amor del que había carecido.

Las cartas que pudieron recuperarse contaban una historia de tristeza,


melancolía y miedos infantiles. Inseguridades que se tornaron en rencor y
desprecio. Fred tuvo oportunidad de leer una de las misivas, que fueron pasando
de mano en mano durante uno de los almuerzos. Olive lloró, incluso su madre y su
tía derramaron lágrimas antes las duras palabras que ella había escrito en un inglés
bastante bueno y cargado de emociones que lograron traspasar la barrera del
tiempo y el espacio.

La única que leyó él fue una en la que Jessica, con nueve años, se despedía
de su padre alegando que nunca lo necesitó, que no merecía su respeto, mucho
menos su cariño y que un día iba a hacer valer su apellido de tal forma, que ser un
Ward iba a ser una deshonra.

Era terrible que con nueve años de edad una niña que debía estar pensando
en jugar con otros niños, se planteaba despreciar a su padre de ese modo,
planeando un futuro tan específico como el que se trazó.

Los gemelos comprendieron la situación, era evidente que hablaba desde el


desconocimiento y que si el incendio no hubiese pasado la historia sería diferente;
sin embargo, Bruce pasó varios días hosco, de muy mal humor, actuando con
frialdad ante la presencia de su padre.

Poco después se enteraron que había conversado con Jessica; Holly Ward
fue quien hizo un llamado a la cordura, una capitulación severa a todos sus hijos
―ignorante de lo sucedido entre Jessica y Gregory, creyó que el rubio solo estaba
de lado de sus hermanos― advirtiéndoles que no debían presionar a la latina,
porque, al fin y al cabo, era una mujer independiente, empresaria e inversionista,
que seguro tenía mucho que hacer. Bruce aclaró sus intenciones y alegó la verdad.

No obstante, tozudo al fin, el rubio no hizo caso ante la recomendación de


no presionar a Jessica. Se perdió un fin de semana sin avisar a dónde iba, aunque
cuando le preguntaron por su ausencia y buscó evadir la respuesta, el moreno
supo de inmediato que se había marchado a Boston. A su regreso, lo único que le
dijo a Frederick fue:

―Sí está de viaje en Japón.

Aparentemente eso logró apaciguar a la bestia herida; las palabras de la


madre del rubio resultaron ciertas. Ella no los ignoraba solo porque sí, era una
mujer ocupada, independiente, con una vida diametralmente opuesta a ellos;
acostumbrados a estar cerca del núcleo familiar.

Fred también se enfocó en esos meses en definir, de una vez por toda, su
relación con Geraldine; por primera vez en todos los años que llevaban juntos en
su ir y venir particular, terminaron a los gritos.

―¡Estoy cansado, Geraldine! ―exclamó él, ante la atónita mirada de su


ex―. Tengo más de treinta años, ya no quiero seguir con estos jueguitos, no soy un
estúpido púber que se babea por ti y no piensa en nada más. Si tu carrera es más
importante, ¡está bien! Pero siento que me tienes como una especie de comodín en
caso de que no te vaya tan bien como esperas…

»Sea como sea, al final el único usado soy yo.

Pasaron dos días sin hablarse tras esa pelea, fue él quien rechazó sus
llamadas y los intentos de comunicación por parte de ella. Al final del segundo día,
Geraldine se apareció en su apartamento, con los ojos terriblemente hinchados de
tanto llorar. El cabello rubio estaba deslucido y la nariz enrojecida delataba que no
era una actuación ni un intento de manipulación.

―Tengo miedo, Fred ―fue todo lo que esgrimió―. Tú quieres la casa, la


esposa y los hijos… no sé si soy la adecuada para eso, tengo sueños y ambiciones…
a ratos pienso que no es justo…

»Sé que te orillé a esto, pensé que iba a ser mejor si eras tú quien cortaba
toda relación conmigo; pero te amo mucho y estoy muerta de miedo ante la
posibilidad real de perderte.
No fue una reconciliación como cualquiera pensaría, en realidad, la
respuesta de él la dejó sin palabras.

―Ahora soy yo quien tiene que pensarlo, Geraldine. ―Se tomó la nuca con
fuerza, pero no bajó la vista―. Lo siento, necesito algo de tiempo para saber si de
verdad quiero seguir contigo.

Y así como él estuvo para el Vikingo, Greg se apareció en su departamento


con cervezas, vieron un partido de baloncesto en la televisión y hablaron de lo
estúpido que era todo eso del amor.

Por otro lado, los gemelos Sean y Stan le proponían a su hermano mayor la
idea de atraer a Jessica jugando en contra de él ―de forma descarada― la carta de
la hermana errante y solitaria, despertando en Bruce el instinto protector. Cada día
iban haciendo más mella en él, en especial porque Amy se sumó al complot, junto
con la abuela que deseaba fervientemente conocer a la nieta.

Entre los cinco tendieron una trampa, que comenzó con el envío de la
invitación para la fiesta de compromiso. Al no recibir contestación inmediata sobre
su asistencia, Bruce volvió a contactarla con la excusa de una sugerencia adicional
de inversiones ―una verdad a medias, porque tras las conversaciones sobre el
futuro endeble de Ward Walls, él le pidió asesoría para garantizar el futuro
económico de su próxima familia―. Le insinuó sobre su presencia, preguntándole
si estaría de acuerdo que le asignaran una habitación en casa de alguno de ellos.

―Sean dice que tiene una habitación disponible para Joaquín y Stan una
para ti ―comentó él al monitor, la sonrisa de medio lado de su hermana le generó
suspicacia.

―Apuesto que sí ―canturreó Jessica con algo de sorna―. Sé que Joaquín estará
por allá en esas fechas, yo todavía no lo sé, tengo una agenda que cumplir y no creo que
pueda despejarla ―le explicó―. Lo lamento.

―Me lo figuré ―aceptó Bruce―. De todos modos, espero que lo tomes en


serio, en especial porque la propuesta es de mi prometida… quiero verla feliz, ella
desea conocerte.

Jessica asintió en silencio. Tras unos segundos incómodos, retomaron la


conversación inicial relacionada con el proyecto de la torre a construir en Los
Ángeles.
Faltando una semana para el dichoso evento, Quín le dio un beso en la
frente y se marchó, no sin antes recordarle ―por tercera vez en menos de dos
días― que una cosa era William Ward y otra sus medios hermanos.

―No sabes la suerte que tuviste ―le explicó desde el umbral de la puerta de
la oficina de Boston. Su tono no era recriminatorio, pero el tinte de tristeza añeja se
percibía con mucha claridad―. Jessica, no todas las personas aceptan en sus vidas
a las medias hermanas aparecidas de la nada. Sin importar si fueron deslices de los
padres o no. En cambio, los Ward sienten interés, cariño, un instinto de
hermandad… ¿en serio quieres perdértelo?

―No los necesito, Joaquín ―replicó ella―. He vivido sin ellos toda mi vida,
eres más hermano para mí que todos ellos juntos. Si fuese que hay un vacío por
llenar… ―se calló, soltó una exhalación de cansancio―, pero no es así.

―No es cuestión de llenar vacíos, Jessi ―dijo con voz suave, cargada de
sabiduría―. Es de aceptar que tienes familia… Una que te quiere.

Ella lo meditó por varios días, tomaba la invitación y la releía una y otra
vez, andaba con el papel en las manos, caminando por todo su amplio pent house,
pensando si de verdad quería ir hasta San Francisco y participar de un momento
tan particular. Días atrás escogió un obsequio de disculpa, un detalle simple,
refinado, para el futuro hogar de los Ward-Coogan; sin embargo, el dos de junio
aún no estaba segura de si iba a ir.

El día cuatro, por la mañana, mientras tomaba el almuerzo, tocaron la


puerta de su hogar, Petra abrió como de costumbre, pensando que era alguna de
las entregas a domicilio de víveres. No obstante, quien la siguió hasta el comedor
fue nada más y nada menos que Bruce.

―Hola, Jessica ―saludó con seriedad.

―Bruce ―lo reconoció, poniéndose de pie―. ¿Qué haces aquí? Deberías


estar en San Francisco, esta noche es tu fiesta de compromiso.

―Sí, debería… ―aceptó él componiendo una expresión de frustración


bastante convincente; se sentó en la silla que le señalaba Jessica, Petra depositó una
taza de café frente al moreno―. No quería molestarte, vine a Boston hace dos días,
por algunos de los negocios que me recomendaste. La cuestión es que hubo una
confusión en la aerolínea, el pasaje que me vendieron para hoy a las diez no
corresponde, es para mañana en la mañana, de hecho.
―Eso no es bueno ―dijo la latina, con una expresión de sorpresa―.
¿Hablaste a tu casa? ¿Le contaste a tu novia?

―No, aún no le digo ―confesó con vergüenza―. Quiero agotar todas las
opciones antes de llamarla, en el aeropuerto me dijeron que no hay vuelos para
hoy… Jessica… necesito tu ayuda.

Se quedaron en silencio por un rato, ella estaba sopesando la situación. Soltó


un resoplido cuando las piezas encajaron.

―¿La idea fue de Joaquín? ―preguntó un tanto molesta. Bruce hizo un


gesto ambiguo con la cabeza.

―No en realidad, pero se prestó con bastante entusiasmo ―contestó él,


sabiéndose pillado en la mentira.

―¿En serio estás arriesgándote a faltar a tu fiesta de compromiso?


―inquirió Jessica con incredulidad―. Si yo fuese tu prometida, mínimo te dejaría
por esto.

―Por suerte Amy participa de todo ―sonrió con suficiencia―. Está


esperando que llegue tarde.

―Das por sentado que aceptaré ir ―lo contradijo ella.

―Espero convencerte mientras me ayudas a conseguir un vuelo ―dijo él―.


Y entre más rápido mejor. No quisiera perderme mi fiesta de compromiso… no te
lo he dicho, porque no hemos hablado, pero estoy loco por mi futura esposa y
deseo cumplirle de todo corazón.

Luego sonrió con toda la inocencia de la que fue capaz. La latina lo miró con
fastidio.

―¿Y si digo que no? ―lo retó.

Bruce la observó con su seriedad característica, y sin hacer ni una sola


inflexión que delatara lo mucho que le estaba divirtiendo poner en jaque a Jessica,
le soltó:

―¿En serio vas a dejar que tu hermano mayor falte a su palabra de honor?
CAPÍTULO 25

Lo que el dinero sí puede comprar

Como a Jessica Medina no le gustaba ser manipulada, le dio largas al asunto


del retorno el mismo día de la fiesta de compromiso de su hermano a San
Francisco. No lo iba a negar, se había sentido lindo ver a Bruce confabulando con
los demás para obligarla a estar presente. Joaquín tenía razón: una cosa era
William Ward y otra sus hijos… es decir, sus hermanos.

Sin embargo, todos debían aprender una lección, en especial Bruce Ward, y
era que ella podía compartir parte de su material genético, pero no significaba que
iba a responder dócilmente solo porque el moreno frente a ella era su hermano
mayor.

Frente a él hizo un par de llamadas, más que nada contactando a sus amigos
y conocidos que le ayudaran a alquilar un jet privado de último minuto. Algo
imposible.

A medida que veía la desesperación creciendo en los ojos grises de Bruce,


más se divertía Jessica. En cierta medida su renuencia a llamar a la persona que
podía ayudarla sí o sí, era porque el precio por la ayuda era una cita, y la latina
había esquivado esa bala durante años; así como a los solteros los codiciaban, a las
mujeres con dinero las consideraban trofeos de caza.

Con discreción le pidió a Petra que le consiguiera a Bruce un smoking, con


zapatos incluidos. Bruce y Joaquín eran de contextura similar, así que le indicó que
llamara al sastre de su primo y le pidiera con urgencia uno de los trajes pre cosidos
que siempre tenía a la mano. También preparó su propio atuendo y una maleta con
una muda de ropa. Ellos iban a llegar a la fiesta, lo único que no sabía su hermano
era que no iban a salir desde Boston hasta San Francisco.

―Vámonos ―le dijo, mientras se cruzaba un bolso pequeño sobre la


espalda. Esa vez no iba de ejecutiva, lo que contrastaba mucho con la imagen que
él tenía en su mente―. Me vas a deber una grande, Ward.

―¿Conseguiste vuelo? ―inquirió él con esperanza en su voz, lo había


llevado al borde, si no salían de inmediato, llegarían bastante tarde. Ella asintió.

Abajo los esperaba una camioneta con chofer, se subieron al vehículo sin
decir nada. Este enrumbó hacia un helipuerto, un destino que Bruce desconocía.
Una vez allí, la nave los esperaba lista para despegar.

―¿Vamos a ir a San Francisco en eso? ―preguntó su hermano con un


asomo de duda en su expresión.

―No, en eso vamos a Nueva York ―respondió Jessica, sosteniendo su


cabello para que el viento producido por las hélices no le pegara en el rostro. Una
vez que estuvieron dentro de la cabina y despegaron, ella continuó―. Desde
Manhattan tomaremos un jet privado que nos llevará a San Francisco.

―¿Jet privado? ―Bruce estaba visiblemente impresionado―. Toda una vida


de lujos.

―No es mío ―aseguró la latina―. Es de un amigo.

El vuelo comercial que usualmente duraba más de una hora, fue cubierto en
cuarenta y cinco minutos; no tuvieron que aterrizar en otro sitio, lo hicieron
directamente en el hangar privado desde donde partirían. Cuando se bajaron de la
nave, dos hombres de traje oscuro y corbata se apresuraron a tomar sus maletas.
Ya oscurecía en Nueva York y Bruce se sentía cada vez más nervioso; si sacaba las
cuentas, era probable que llegaran justo en la raya, y con todo y eso, necesitaba
ducharse, afeitarse y vestirse, para luego ir a casa de sus abuelos, donde se
realizaría la recepción.

En la entrada del jet estaba esperándolos un hombre como de unos cuarenta


años, tenía una abundante cabellera rubia y le sonrió con malicia a Jessica cuando
se aproximaron.

―¡Muñeca! ―la saludó, atrayéndola a su cuerpo para depositar un beso en


su mejilla, muy cerca de su boca―. Cuando vuelvas, deberás cumplir tu palabra.

―Sabes que lo haré ―dijo ella con frialdad―. ¿Cuándo he faltado a un


compromiso?
―Jamás, por eso me gusta hacer negocios contigo. ―Le guiñó un ojo. Se
giró hacia Bruce y lo miró de la cabeza a los pies, extendió una mano, que fue
estrechada por el moreno con más firmeza de la necesaria―. Clark Irons.

―Bruce Ward ―se presentó con seriedad―. El hermano mayor de Jessica.

El tal Clark abrió los ojos con sorpresa.

―Muñeca, pensé que no tenías más familia que tu primo ―canturreó con
voz maliciosa.

―No sabes todo de mí, Clark ―replicó Jessica con indiferencia.

―Solo lo que me interesa ―aceptó con voz cargada de deseo―. Esperaré tu


regreso.

―Te llamaré ―asintió la latina.

Subieron a la nave y Bruce tuvo que hacer un esfuerzo monumental para


evitar que la mandíbula se le cayera a los pies. Aquello era un mundo aparte, lleno
de lujos y confort. La amplia cabina no tenía más que cuatro asientos, del resto
había una barra, un televisor pantalla plana y un increíble sofá.

Se pusieron en marcha rápidamente, y para sorpresa de Bruce, dos hombres


se sumaron a la tripulación alegando que habían sido contratados para preparar al
señor Ward para su compromiso. Jessica contuvo la risa cuando el sastre y el
barbero lo rodearon y comenzaron a ayudarle.

El jet contaba con un pequeño baño con ducha, no demasiado grande, pero
sí lo suficientemente práctico para que Bruce se bañara. Luego paso por las manos
del barbero que lo afeitó y recortó su cabello, para terminar con el sastre que dio
las puntadas pertinentes del smoking para que le sentara como un guante.

El vuelo que usualmente duraba entre tres y cuatro horas, viajando en un jet
se redujo a poco más de la mitad del tiempo. Mientras su hermano quedaba listo
para llegar directo a la fiesta, ella se coló en la habitación para vestirse y
maquillarse. Cuando salió de allí, faltaba poco tiempo para aterrizar y aún
quedaba un trecho por recorrer, desde el hangar privado hasta la casa de los Ward.

Bruce se sorprendió de ver a Jessica, su hermana se veía sencilla, pero


destilaba elegancia y sofisticación. Cuando les anunciaron que debían tomar
asiento y abrocharse los cinturones, él lo hizo a su lado.

―Gracias ―dijo con la voz un poco turbia. Su hermana había hecho


milagros―. De veras, muchas gracias. Por evitar que llegue tan tarde y por venir.

―No hay de qué, Bruce ―aseguró ella, sonriéndole con algo de diversión.

―Me preocupa lo que tienes que hacer para pagar este favor ―comentó con
seriedad. Jessica soltó una risita.

―Nada que no haya hecho antes ―explicó―. Clark y yo salimos de vez en


cuando, es lo que llaman un soltero de oro, y desde que nos conocimos decretó
que, si se llegaba a casar alguna vez, sería conmigo… ―contó con burla―.
Tonterías por parte de él, porque no caí rendida a sus pies. Busca siempre alguna
oportunidad para recordarme que juntos nos convertiríamos en una poderosa y
glamorosa pareja del mundo de los negocios.

―Igual, no me gusta ―zanjó él.

―A mí tampoco, pero tiene un jet y a veces me lo presta ―dijo la latina.

―¿Y por qué no tienes tu propio avión privado? ―curioseó Bruce. La nave
ya había aterrizado y se deslizaba directo al hangar para repostar combustible y
volver a Manhattan. Él se puso de pie tras desabrocharse el cinturón y le tendió la
mano para ayudarla a levantarse.

―Porque no lo necesito ―respondió Jessica―. Como tampoco necesito


tener una limosina propia. Tener dinero no significa vivir despilfarrando.

Bajaron despacio por la escalera del avión, en ese momento una elegante
limosina negra se estacionaba en la entrada del hangar.

―Pero aun así, una limosina nos recoge ―se burló él.

―Claro, no piensas llegar a la noche más especial de tu prometida en taxi,


¿verdad?

Mientras se alejaban en dirección al vehículo, varias personas se


apresuraron a cargar el equipaje dentro del maletero. Bruce se sentía un poco
embriagado por la opulencia de todo. El chofer se adelantó a abrirles la puerta, él
ayudó a su hermana a subir y la acompañó rápidamente dentro del habitáculo.
Cinco minutos después partían a la mansión Ward.

Jessica suspiró, viendo a través de la ventana del auto en movimiento se


percató de que había llegado el momento de la verdad. No había querido ver a
Gregory y Fred en tan corto tiempo, deseaba al menos que hubiesen pasado otros
tres meses, dar más tiempo para que las emociones se calmaran. Lo único que le
daba consuelo era que todos sabían que iba y el rubio no iba a ser tomado por
sorpresa.

Pero aun así, cuando la limosina se detuvo frente a la casa y ellos se bajaron,
el corazón empezaba a acelerarse dentro de su pecho ante la expectativa. Bruce la
ayudó a bajarse y una vez que el carro partió en dirección al hotel donde reservó
habitación y recibirían su maleta, le aseguró a Bruce que se tenía que adelantar
para ver a Amy.

―Puedo entrar yo sola.

Y cuando traspuso la entrada al salón donde se desenvolvía la velada y se


escuchaban los aplausos por el recibimiento de Bruce, fueron pocas las miradas
que se giraron a verla.

Jessica reconoció a los ojos azules que la miraron con estupor y luego de
forma rencorosa. También sintió el peso de la mirada gris de cierto moreno que
desvió el rostro cuando ella se giró en su dirección. Miles de emociones se
mezclaron en su interior, de inmediato se arrepintió de haber cedido ante la
solicitud de Bruce.

Estuvo a punto de dar media vuelta y marcharse, pero no pudo.

―¡Hermanita! ―exclamaron los gemelos al unísono, se movieron con


velocidad hasta ella y la abrazaron con entusiasmo.

Varias cabezas se voltearon a mirarlos. Jessica hizo su mejor esfuerzo por no


reírse.

Al menos el recibimiento de sus hermanos mitigó bastante todo lo demás.

Se recordó a sí misma que ella no podía hacerse responsable por las


fantasías e ilusiones que Greg se hubiera construido en su mente. Jessica fue clara,
precisa, jamás le dio esperanzas ni hizo promesas que no pudiese cumplir.
Sin embargo, no pudo seguir pensando en nada más, porque por más
sorprendido que estuvieran algunos Ward de verla. La verdadera sorpresa la
tuvieron todos cuando Olive Ward por fin conoció a Jessica Medina.
CAPÍTULO 26

Un aire familiar indefinido

La reacción de los gemelos despertó la suspicacia de muchos de los


presentes, sin embargo esto no pasó de mera curiosidad para la mayoría. Jessica
enderezó su espalda y compuso su mejor cara de mujer poderosa, elegante y altiva,
destilando un aura de total confianza.

Pocos minutos después se vio rodeada de un nutrido grupo de personas, de


las cuales no conocía la mitad y a las que no podía prestar atención porque, de un
modo incomprensible, los gemelos parecían dos chiquillos que han recibido el
mejor regalo de navidad, y no dos adultos que estaban más cerca de los treinta de
lo que parecía.

Los gemelos mayores se sumaron a la jauría Ward ―así le pareció a la latina


por un instante―, eso incluyó a sus dos mujeres, Holly la rubia y Emily la castaña
rojiza. Estas la saludaron con bastante cariño, elogiando su hermoso vestido.
Wallace y Will mantuvieron las distancias, aunque era más una cuestión de
prudencia.

Cuando una bellísima mujer de piel oscura la estrechó con fuerza, como si la
conociera de toda la vida, Jessica se envaró un poco. El gesto la tomó por sorpresa
y reaccionó con algo de torpeza.

―¡Al fin te conozco! ―exclamó con una amplia sonrisa.

―Tú debes ser Amy ―indicó la latina una vez que se separaron―. La
futura señora Ward.

―Coogan-Ward ―corrigió con un tono de complicidad―. Mantendré mi


apellido.

―Pues… ―Jessica no sabía qué decir en realidad―. Es un gusto conocerte.


Frederick fue el primero en sumarse al extenso círculo, considerando que
iba a ser muy sospechoso que el resto de la familia la saludara y él no estuviera
cerca. Gregory hizo lo mismo, avanzando desde el extremo contrario al moreno,
con la mente en un único pensamiento, no hacer un desaire y que todos se
preguntaran qué sucedía entre ellos dos.

Y aunque Jessica fue consciente de la presencia de ambos hombres cuando


se posicionaron cerca de sus respectivas madres, toda su atención fue absorbida
por la mujer mayor que descubrió frente a ella una vez que Amy se apartó.

A veces, la novedad y lo inesperado hace que las personas no se fijen en los


detalles; cuando William increpó a sus hijos menores sobre por qué estaban tan
seguros de que Jessica Medina ―una total desconocida― era su hermana, fue Stan
quien respondió:

―Tiene un algo indefinido que se me hace familiar.

―Seguro son los ojos ―dijo Holly desde su sillón favorito en la sala de su
casa―. Es el mismo color de los Ward, es un gris algo raro, quiero decir, a veces
parecen medio verdosos o medio azulados.

―Puede ser, mamá. ―Stan se encogió de hombros―. No sabría decirte,


pero tiene algo que me dice que es innegable que esa mujer es de nuestra familia.

La respuesta estaba ante sus propias narices en ese momento.

Jessica Ward era una versión de piel más tostada y ojos ligeramente más
rasgados que Olive Ward. El parecido era tal que ambas mujeres se miraron con
estupor. Jessi siempre le preguntó a su madre a quién se parecía porque sacó poco,
o casi nada, de los rasgos maternos. En ese instante, que dejó sin habla a todos
―incluso eclipsó la rabia de Greg―, la latina supo a quién se parecía en realidad.

Su abuela tenía la piel bastante tersa, posiblemente a los productos de


belleza que usaba y tal vez alguno que otro estiramiento facial; y su cabello estaba
pintado de un tono chocolate, ocultando las canas. Se veía muy joven y bien
conservada. Cualquiera que la viera pensaría que cuando mucho alcanzaba los
sesenta años apenas y no los casi ochenta.

―Oh, querida ―dijo la mujer mayor―. Eres tan hermosa.

Olive avanzó hasta ella y la abrazó con fuerza; la latina no reaccionó, miró a
William que la observaba a su vez con una palidez casi graciosa. Si hubiese sido su
piel más clara, del tono blanco caucásico de su padre biológico, habrían sido como
dos gotas de agua.

―Soy Olive Ward ―continuó la mujer tras soltarla. De inmediato sostuvo


sus manos con dulzura―, tu abuela. Él es Andrew, tu abuelo.

―Es un gusto conocerte al fin, querida ―dijo el hombre que reposaba un


brazo sobre los hombros de su esposa.

―Yo… ―Jessica no sabía qué decir, aquello había mandado su sagacidad y


pericia al otro lado de la vía láctea. Cerró los ojos e hizo una profunda
inspiración―. Es un placer conocerlos, señor y señora Ward ―sonrió de manera
forzada.

―¡No, querida! Nada de señor y señora Ward ―demandó Olive―. Si no te


gusta la opción de llamarnos abuelos, porque aún no te acostumbras a la idea,
como mínimo puedes llamarme Olive, o Livy si lo prefieres.

―A mí me puedes decir Andrew, querida ―le sonrió con profusión―. Es


impresionante el parecido, fue como ver a tu abuela con cincuenta años menos.

―¿Tienen ochenta años? ―preguntó ella con estupor.

―Aún no, pero vamos en esa dirección ―respondió Olive tras una
carcajada―. Hubiese yo querido verme como tú a los treinta… no los aparentas,
hija.

Fred fue quien salió a su rescate, Jessica estaba visiblemente nerviosa y


abrumada. Había dejado de sonreír, miraba en derredor buscando una ruta de
escape para escurrirse de todos ellos y dejar de ser el centro de atención.

―Familia ―llamó a todos―. Creo que debemos dejarle un poco de espacio


para respirar, además, no creo que la señorita Medina quiera robarles la atención a
los protagonistas de la noche.

―¡Oh, pobrecilla! ―aceptó Olive, sin soltarle las manos―. Es que estoy tan
emocionada, una nieta, ¡imagínate! ¿Me prometes que te sentarás en nuestra mesa
un rato para que me cuentes cosas de tu vida?

La latina dudó por unos segundos, luego se dio por vencida, sonrió con
suavidad y mirándola a los ojos le respondió:

―Será un placer, Olive.

Se dispersaron casi todos, solo Stan y Sean se quedaron con ella, habían
tomado asiento en una mesa alejada del bullicio; pocos minutos después Fred
regresó a su lado, le deslizó un vaso con un líquido ambarino, Jessica no preguntó,
tomó la delicada pieza de cristal y bebió el contenido de un solo trago.

El escozor producto del caliente whisky fue una bendición. Arrugó un poco
la cara por el golpe repentino del sabor, pero al menos había logrado su cometido:
despejar su cabeza.

―Creo que ya no hay dudas, ¿no? ―dijo Sean―. Con razón te nos hacías
tan familiar.

―No quiero hablar de eso ―comentó Jessica de forma cortante―. Si me


disculpan, necesito hacer una llamada.

Se alejó de la mesa sin un rumbo definido; quería poner distancia y solo se


guío por la ausencia de sonido para encontrar un espacio tranquilo donde pudiera
volver a su centro y calmar el golpeteo de su corazón. Abrió una puerta que dio a
un solárium, Jessica no se detuvo allí, sino que, guiándose por la claridad de las
luces del jardín, que se filtraba por las paredes transparente, encontró la puerta que
daba al exterior.

El frío fue un aliciente, calmó su agitación. Anduvo de un lado a otro, al


amparo de los altos setos que rodeaban ese pequeño espacio privado.

―Eso fue impresionante ―dijo una voz masculina a su espalda. Jessica se


giró para encararlo. Le tomó un par de segundos reconocerlo.

―¿En qué puedo ayudarle, señor Wallace? ―indagó ella con seriedad.

―¿Cómo sabes que soy yo? ―curioseó él.

―Por la forma en que me mira ―contestó Jessica―. Siempre tiene una


sonrisa maliciosa, como si le causara mucha gracia que sea hija de William.

―Eres muy perspicaz.


―Hay que serlo en los negocios.

Se quedaron en silencio, mirándose directo a los ojos. Una ráfaga de aire


golpeó el cuerpo femenino, haciéndola temblar de frío. Wallace suavizó su
expresión.

―Entra, muchacha ―se hizo a un lado para dejarla pasar de vuelta al


solárium―. Tampoco queremos que te resfríes, ¿cierto?

Cada célula de su cuerpo deseaba negarse a aquella petición, sin embargo,


tenía razón. Adicionalmente, Jessica se había apartado para llamar a Joaquín y
verificar dónde estaba, no se sentía capaz de afrontar el resto de la noche por sí
sola.

―Gracias ―aceptó, pasando por su lado. Tomó asiento en una de las sillas
del lugar, sacó el móvil de la pequeña cartera de mano que sostenía, dejándola al
lado de su muslo y se dispuso a marcar.

―Me acabas de preguntar en qué me puedes ayudar. ―Interrumpió


Wallace su búsqueda del contacto de Quín―. No quiero tu ayuda, sin embargo, sí
deseo pedirte que no le hagas daño a mis padres.

―Pensé que había quedado claro que no tengo agendas ocultas contra
ustedes ―respondió ella a la recriminación velada que existía tras esas palabras―.
En todo caso, de tener algún tipo de rencor, que no lo hay ―recalcó con
seguridad―, sería contra su hermano, nadie más.

»Pero como dije ―suspiró con cansancio―, no lo hay. Es una pérdida de


tiempo y esfuerzo, dos elementos que tomo muy en cuenta en mi persona, porque
cuesta dinero.

―¿Estás muy interesada en ganar dinero? ―indagó Wallace, sentándose


frente a ella. Se soltó el botón de la chaqueta de su smoking y cruzo la pierna sobre
la rodilla.

―No, señor Ward. ―Jessica dejó el celular junto a su cartera, centrando su


atención en él―. Yo estoy interesada en hacer negocios, en aprender, en impulsar
nuevas tecnologías y cambiar el mundo. El dinero es un agregado beneficioso, un
motor y una gracia.

Ella se enderezó en el asiento, adoptando una posición de dominio y fuerza,


para demostrarle que no la estaba intimidando.

―Me parece bien ―concluyó Wall, levantándose―. Solo espero que


mantengas tu palabra de que no has venido a lastimar a mi familia, a mis padres o
sobrinos… o si no…

Le sonrió con prepotencia, Jessica soltó una risita divertida, entornó un poco
los ojos y lo retó.

―O si no ¿qué, Señor Ward?

Tras el mutismo de Wallace, ella se puso de pie; gracias a los tacones


quedaba un poco más alta que él.

―Te haré una recomendación, Wallace ―empezó ella, tuteándolo con


confianza―. No lances amenazas en vano y deja tu paranoia de lado, si quisiera
romperles las pelotas y joderlos lo hubiese hecho hace diez años atrás, cuando hice
mi primer millón de euros… o tal vez nueva años atrás, cuando logré que ese
millón se convirtió en cincuenta. En ese instante, con su empresa hecha mierda
habría llevado a cabo la mejor venganza de toda la maldita existencia, y no lo
hice…

»Si su cabeza retorcida no le deja ver más allá de un palmo de sus narices,
no es mi problema… pero así como el dinero me permite impulsar nuevas
tecnologías. ―Dio un paso hacia él, acortando distancias, bajó el tonó de su voz, a
uno más amenazante―. Puede pagar otras cosas, como limpiar de mi camino cosas
que estorban, y tengo la cortesía de hacerle notar que lo que digo no es una
amenaza, sino una advertencia.

Jessica regresó a su asiento con toda confianza, tomó el móvil una vez más y
se concentró en el equipo, ignorando por completo a Wallace Ward. Cuando pulsó
el contacto de Joaquín, elevó la mirada, observando con hastío al hombre que la
examinaba con una expresión calculadora.

―Se puede retirar, señor Ward ―indicó Jessica―. Necesito hacer una
llamada.

―Tienes cojones, Jessica ―aceptó él; sonrió de manera profusa―. Eso me


gusta, por primera vez en su vida mi hermano hizo algo bien ―la elogió con
sinceridad―, no estorbar tu vida. Puedes llamarme Wallace, o Wall… creo que al
final nos llevaremos bien, muchacha…
El hombre abandonó el lugar y la dejó sola, Jessica sonrió, ese choque de
caracteres solo había sido una prueba pendeja por parte de él. No lo culpaba, podía
comprender su actitud protectora hacia su familia; en su posición ella haría lo
mismo si sintiera la más mínima amenaza contra su primo Joaquín.

―Prima, acabo de ver una mujer idéntica a ti, pero como cincuenta años más vieja.
―Fue el saludo de su primo, al otro lado de la línea―. ¿Existen los doppelgänger más
viejos?

―Es mi abuela… ―respondió―. Quiero decir ―se corrigió―, es la madre


de William.

―Eso explica el parecido ―soltó una risita el latino―. ¿Estás en la fiesta o


saliste huyendo al verla?

―Estoy en la fiesta, pero en otra zona de la casa ―le dijo―. Se puede decir
que salí huyendo de todos… eso fue, intenso.

―Bueno, prima ―le recordó Joaquín―. Nada que un par de tragos no puedan
mejorar y que Jessica Medina no pueda manejar… Además, seguro que querrás quitarte el
estrés con cierto rubio de aire vikingo que anda por aquí, creo que te está buscando, tiene
esa expresión de que quiere pelea… ―su tono de voz fue sugestivo―. Y no solo me
refiero a discutir.

―Sí, bueno… la mirada que me lanzó al verme llegar me lo dijo todo


―aceptó la latina―. Creo que no debí venir, demasiado pronto para todo esto.

―No lo sé, Jessi ―dudó Quín―. Quiero decir, hay cosas de las que no se pueden
escapar, y me parece que este caballero rubio, es una de ellas.

―No es cuestión de escapar o dejarse atrapar, Joaquín ―indicó, poniéndose


de pie―. Va más de no destruir a una persona y que sus acciones destruyan a una
familia.

―Tienes razón ―aceptó él―. No te lo niego, pero al mismo tiempo, no sabes qué
va a pasar… ya te diste una oportunidad a la idea de ser parte de la vida de tus hermanos,
tal vez debas darle una oportunidad a Greg… Quiero decir, lo peor que puede pasar es que
sus hermanos se sientan confundidos con el parentesco… no sabrán decir si son hermanos o
cuñados… ―se mofó con mucha malicia.

―Seguro hay una palabra en alemán para esta disyuntiva ―se rio ella. Iba
caminando de vuelta a la puerta.

―Podríamos averiguarlo por internet cuando te vea ―le propuso con su tono
más juguetón―. Soy el caliente latino junto a la barra de bebidas.
CAPÍTULO 27

Incontrolable

Gregory había vivido un infierno los últimos meses, de los cuales, se estaba
recuperando desde hacía apenas dos semanas atrás. Se debatía entre dos
personalidades: la deprimente autodestructiva y la irascible autodestructiva; fuese
cualquiera la que tomara el control en su ser, la autodestrucción estaba presente,
porque siempre terminaba culpándose a sí mismo de lo sucedido.

Estaba inmerso en su espiral de locura, bebió el alcohol que nunca consumió


en toda su vida. Lloró como un miserable, oculto en el camarote de su bote; vio
amaneceres neblinosos desde la ventana de su cuarto, sumido en horrorosos
dolores de cabeza por las largas noches de insomnio… en fin, vivió un crudo
despecho que lo secó por dentro.

Durante esos días oscuros esquivó a Elsie, ella lo buscaba con preguntas que
él no podía responder y con solicitudes a las cuales no iba a decir que sí; sin
embargo, la pelirroja fue paciente, esperando el mejor momento para hablar con él.
Al final de una oscura noche de primavera, donde lo emboscó en la puerta de su
departamento después del trabajo, Greg decidió contarle algo de lo que sucedía,
bailando alrededor de la verdad.

―Entonces ―dijo la mujer tras escucharlo en silencio por unos cuarenta


minutos, su voz se quebró, pero ella hizo un esfuerzo muy valiente y se contuvo.
Sonrió, lo miró a los ojos con tristeza―. Te enamoraste de otra mujer.

―Elsie, yo… ―Quiso excusarse, pero ella se negó―. Conocí a una mujer en
Madrid, más concretamente en el vuelo de España a California y desde entonces,
estuvimos saliendo. Ella no es de aquí, solo vino por trabajo y pues… al principio
no pasó nada en sí, pero yo insistí y ella accedió… Lamento hacerte esto.

―Está bien ―aceptó la pelirroja en voz baja―. Es algo bueno, si lo miras en


perspectiva.
―¿Qué quieres decir?

―Pues, Greg… durante todos estos años yo me esforcé en conquistarte,


esperando que lo que teníamos se convirtiera en algo más ―explicó, mirándolo a
los ojos; los de ella se veían vidriosos por las lágrimas contenidas―. Pero no
pasaba. ―Se encogió de hombros con levedad―. Empezaba a creer que eras un
cretino insensible, incapaz de sentir algo por alguien que no fueses tú mismo y, sin
embargo, aquí estás… Te enamoraste, te rompieron el corazón y aunque no lo
parezca, ahora tienes dos opciones: volver a ser un cretino mucho peor, o…

―¿O? ―insistió el Vikingo cuando ella se detuvo.

―O asumir que esto sirve para que madures emocionalmente ―respondió


con una sonrisa compasiva―. A veces hay que golpearse duro, casi hasta el borde
de la muerte, para comprender lo que se tiene… El primer amor es siempre así,
intenso y apasionado, embriagador…

»Si quieres crecer como persona, lo tomas como es: una enseñanza.
Aprendes, y esperas el siguiente amor, ese que es apacible, que sana, que es
intenso pero de otro modo, que en vez de extinguirse, se transforma en algo mejor.

»Y puede ser que encuentres eso en mí… ―dijo con las mejillas
sonrojadas―. Al fin y al cabo, me conoces, sabes que puedes confiar en mí.

»Yo no te voy a engañar, tal vez como esa mujer lo hizo…

Greg la miró, no sabía qué decir. Solo un fugaz pensamiento pasó por su
cabeza, uno que se estrelló en la oscuridad, rompiéndose en miles de esquirlas que
se clavaron en su interior, desgarrando dolorosamente.

«Es que ella no me engañó, de hecho, fue muy honesta con todo lo que dijo.»

Ante su silencio, Elsie se puso un poco nerviosa.

―Claro que ―expresó con una sonrisa amable―. Ahora lo que necesitas es
tiempo y una amiga, que te ayude a sanar, sin presiones ni pretensiones, así que…
podemos ser eso, puedo ser tu amiga… en este momento de tu vida, estando tan
vulnerable, sería injusto que me aprovechara de eso.

Después de esa conversación, ambos pactaron ir despacio; en cierta medida


Elsie tenía razón, había estado allí siempre con él, esperando paciente cualquier
indicio de una esperanza. Greg no terminaba de dejarla porque en retrospectiva,
era una buena mujer, alguien a quien no le avergonzaría presentar a sus padres.
Solo que no había chispa, sí se divertían y era inteligente, pero faltaba esa emoción
que Jessica despertó en él con tan solo mirarlo de reojo en una cabina de avión.

Elsie tuvo la empatía de marcharse sin que él se lo pidiera, también pasaron


varios días sin que lo llamara, lo cual fue un alivio. El Vikingo pensó mucho en sus
palabras, quedaba en él aprender de esa situación y si era lo suficientemente
maduro, sacar una verdadera enseñanza. En el fondo, el rubio sabía que no odiaba
a Jessica, apenas lograba sentir rabia por su actitud, pero como le hizo notar la
pelirroja sin saberlo, su Valkiria no lo había engañado.

Gracias al aislamiento autoimpuesto no se enteró de los planes de sus


hermanos ―ellos también supieron darle su espacio―. Y cuando le recordaron que
la fiesta de compromiso iba a ser la primera semana de junio, decidió invitar a Elsie
en plan de amigos. Ella aceptó gustosa, sin embargo, Gregory sintió la necesidad
de aclarárselo: todo iba en plan de amigos.

―Comprendo perfecto ―le dijo la pelirroja al verlo en la sede del


Embarcadero.

En cierta forma, la intervención de Elsie le ayudó a notar que el mundo no


dejaba de girar aunque él se detuviera, así pudo ser un sostén para Fred después
de la tormentosa pelea que tuvo con Geraldine. Al final fueron dos tipos
despechados, bebiendo cervezas en el balcón del departamento del moreno.

Llegaron a la conclusión de que enamorarse era un asco.

―Y eso que no llegaste a decirle que la amabas ―soltó Frederick, apoyando


ambos brazos sobre la barrera. Balanceaba la botella entre los dedos, contemplando
la posibilidad ridícula de dejarla caer al vacío.

―No me dio tiempo ―respondió el Vikingo, sentado en la tumbona, sin


saber que era la misma donde Jessica se sentó―. Aunque supongo que eso fue
bueno, es decir… no llegué a amarla.

―Sea como sea ―terció su primo―. Es una mierda.

Días después se enteró de que Geraldine le rogó por volver, aunque Fred le
garantizó que tenía que pensarlo porque después de tantas dudas, e idas y vueltas,
no estaba tan seguro de querer continuar con eso.
A medida que pasaban los días, se fue sintiendo mejor. De hecho, se
sorprendió a sí mismo invitando a Elsie a almorzar. Luego, accedió a ir a ver un
partido en un bar, acompañando a los gemelos con un par de cervezas, esa noche
quedaron de ir juntos a la barbería para arreglarse para la ocasión, junto con su
primo; en el local se dieron cuenta de que Bruce no estaba y fue Stan quien ―con
una risita maliciosa― mencionó que su hermano iba a estar de vuelta a tiempo,
que tuvo que viajar de urgencia dos días atrás.

No le prestó atención, el rubio volvía a ser él mismo de forma paulatina, así


que en ningún momento pensó que ese viaje iba a traer semejante sorpresa.

Ese cuatro de junio lo estaba pasando bien, abrazó y besó a su madre, tía y
abuela, incluso fue amable con su tío ―bueno, más de lo que solían ser el uno con
el otro―, abrazó a su padre y abuelo, bromeó con su cuñada, diciéndole que si
Bruce no se aparecía él se casaría con ella para resguardar su honor, rio con
entusiasmo, se encontró con los primos de su abuelo, interactuó con la familia de la
novia e incluso bailó un poco con Elsie.

La fiesta se desarrollaba entre el salón y el jardín, así que cuando todos se


fueron congregando al interior de la casa por la llegada de Bruce, tomó la mano de
Elsie y siguieron a los invitados para ver la entrada avergonzada su hermano
mayor. Él mismo aplaudió con entusiasmo cuando un Bruce visiblemente apenado
abrazó a su prometida, silbó sin vergüenza cuando la besó, acompañando los
abucheos de Sean y las risas de Frederick al otro extremo del salón ―que le hizo
señas para acercarse a Bruce a saludarlo―; al lado del moreno estaba Geraldine,
que aplaudía con bastante alegría ante la efusividad que ambos novios se
mostraban.

Greg contuvo una mueca, a veces era difícil romper ciertas cadenas.

No pudo dar ni dos pasos, Jessica irrumpió en el salón con su deslumbrante


vestido de dos colores, una mezcla perfecta entre sofisticación y sensualidad.
Gregory la detalló con intensidad. Estaba dividido en dos partes, como si la falda y
el top fuesen dos prendas diferentes, unidas por el frente, dejando dos triángulos
de piel en sus costados, donde se podía adivinar la sedosidad de su cintura. El top
plateado tenía un escote en ve, no demasiado pronunciado, con mangas largas que
cubrían sus brazos haciéndola ver más estilizada; en cambio la falda de color gris
oscuro, se extendía más larga atrás que adelante, pero alcanzaba a cubrirle las
rodillas y entubarse alrededor de sus caderas y piernas, reforzando una figura de
sirena.
Los sentimientos contradictorios empezaron una batalla dentro de su ser, el
deseo se inflamó al contemplarla, el cabello sedoso y peinado en grandes ondas
trajo recuerdos de su última noche juntos. Los ojos rasgados se fijaron en el rubio
por un momento, lo que representó en Greg una descarga de electricidad que hizo
que se le engarruñaran los dedos de los pies. Sintió tanta rabia consigo mismo por
todo lo que abrigaba, el corazón se desbocó en una carrera loca que lo impulsaba a
ir hacia adelante, con la única finalidad de alzarla en brazos y besarla.

Todas las noches turbias volvieron a él, donde el recuerdo ínfimo de Jessica
despertaba su deseo y terminaba masturbándose en nombre de ella. Sus gemidos
resonaban en la memoria, pulsando en su verga dolorida porque luchaba hasta el
hastío para no ceder. No obstante, no era lo mismo entablar una batalla contra un
espejismo que se desvanecía que enfrentar a la persona real.

Detestó las reacciones de su cuerpo, que su piel hormigueara con


desesperación solo por tocarla, que sus labios ardieran por las ganas de besarla,
que el Vikingo salvaje dentro de él deseara contra todo pronóstico abrazarla con
tanta fuerza que se metiera dentro de su pecho y no pudiese salir jamás.

Todo lo que sentía era incontrolable.

Ni siquiera se percató de la forma en que Elsie lo miraba, no le importó que


alguien indebido notara su tribulación; se alejó en dirección a la familia,
procurando calmar su respiración y apaciguar el maremoto. Fue un choque mucho
mayor ver el increíble parecido entre Jessica y Olive, todos se quedaron
anonadados, incluida la latina, al enfrentarse a la abuela Ward.

Y en esa fracción de segundo, viendo la reacción de la familia, comprendió


lo que ella le había querido decir al irse.

Soltó un suspiro, se alejó procurando no bajar la cabeza, tomó un vaso de


whisky de la bandeja de un camarero y se alejó hasta el jardín, de regreso a la mesa
que compartía con sus hermanos y primos. Por casi cuarenta minutos no la vio,
también le contestó con monosílabos a Elsie, que se esforzaba por hacerle sentir
bien, sacándole conversación circunstancial. El Vikingo se sintió miserable, era el
hombre más ruin del mundo.

Jessica volvió a la fiesta, pasó tomada del brazo de su primo Joaquín; Amy,
al verla, la arrastró hasta la mesa de su familia, la latina sonrió con diplomacia,
dejándose llevar por la mujer de piel oscura, con quien parecía conversar de forma
tranquila. Pasaron por la mesa donde ellos estaban, la latina saludó a Elsie con
cortesía y la pelirroja le respondió con frialdad, un fugaz atisbo de desagrado
surgió en esos ojos grises cuando se posaron en él.

―Me alegra saber que ya formalizaron su relación ―dijo Jessica con la voz
como la seda, cargada de malicia.

Se alejó de vuelta a la mesa de los mayores, donde fue jalada por la abuela
Olive, obligándola a sentarse a su lado.

«Acaso… ¿Eso eran celos?»

Miró a Fred, que presenció el comentario y la situación. Greg le lanzó una


pregunta muda que su primo ignoró. Era obvio que no podían conversar sobre eso,
no cuando los gemelos y ambas mujeres estaban allí.

La noche avanzó, Elsie bailó con él, con los gemelos, incluso con Fred. Él
hizo lo propio con Geraldine en ese instante, desplazándose por la pista bajo la luz
de las estrellas. Miraba de reojo a la latina, se notaba a leguas que hacía un
esfuerzo enorme para mantenerse tranquila; la atención que las mujeres Ward
prodigaban podía ser abrumadora, por un instante sintió pena por ella.

Cuando la pieza musical se detuvo, Joaquín le dio la excusa perfecta, pues


invitó a Geraldine a bailar. Se desembarazó de la rubia, encaminándose
directamente a la mesa donde se encontraba Jessica.

―Señorita Medina, vengo a rescatarla del asedio de estas mujeres ―soltó


jocoso, incluso se sorprendió de sí mismo y la forma en que fingió risa y
tranquilidad―. Bailemos. ―Extendió la palma de su mano.

Jessica lo miró a los ojos, luego afianzó su sonrisa y deslizó sus dedos sobre
la palma de la mano de él.

―Con permiso ―pidió, dejándose escoltar hasta la pista de baile.

El Vikingo la atrajo hasta su cuerpo, quizás un poco de manera brusca,


haciendo que ambos chocaran con algo de fuerza. La parte de atrás del vestido de
Jessica tenía un escote pronunciado; desde la mitad de la espalda hasta al borde
mismo de las nalgas, solo había piel desnuda. Greg colocó su mano justo sobre el
borde inferior del top, dejando que solo sus dedos anular y meñique rozaran la
piel.
―Diría que es bueno verte ―susurró él a su oído―. Pero la verdad no sé
qué sentir.

―Me alegra ver que estás bien ―contestó ella―. Es bueno saber que me
superaste rápido.

«Definitivamente está celosa.» Y ese solo pensamiento aligeró su miseria.

―Ya sabes lo que dicen ―soltó el rubio sin pensar―. Un clavo saca a otro
clavo.

―No pensé que fueras tan patán ―sentenció la latina con voz despectiva―.
Siempre creí que al menos eras un caballero… pobre chica… al menos me queda el
alivio de haber tomado la mejor decisión.

La canción se acabó, Jessica se soltó de inmediato y él no tuvo más remedio


que dejarla ir.

―Gracias por el baile, señor Ward ―dijo en voz alta, con una sonrisa falsa
en su boca. Luego se dio media vuelta y se marchó a la mesa donde había estado
sentada; solo que no se quedó allí, recibió algunas indicaciones, para después irse
directo al interior de la casa.

No pudo contenerse, se encaminó también a la casa y no le importó que se


percataran de que iba tras ella.

Vio a Jessica, estaba subiendo las escaleras a la segunda planta; Greg tuvo
un rapto de cordura y en vez de tomar las escaleras principales y subir tras la
latina de forma tan obvia, se desvió hasta la cocina y tomó las de servicio, haciendo
un rodeo mayor. Apuró el paso, cuando ya no se encontró en el apogeo de ese
recinto subió los escalones de dos en dos y corrió por los pasillos, rogando
encontrarla rápidamente.

La mansión de los Ward tenía la edad de los gemelos, sus abuelos la


adquirieron y remodelaron para que toda la familia tuviera una habitación, así que
de norte a sur la casa disponía de más de una docena de cuartos, más la de los
empleados en la planta baja y un par de espacios extra para las visitas; así que
necesitaba algo de suerte para poder encontrarla antes de que se metiera en alguno
de las tantas habitaciones.

Doblando por un pasillo la vio, ella trasponía una puerta, abandonando un


recinto; la latina se volvió en su dirección, abrió los ojos por la sorpresa, luego negó
de forma tajante dándole la espalda para retomar el camino de regreso a la fiesta.

Greg no pensaba, hacía unos minutos cualquier rastro de cordura fue


borrado de su cabeza. Necesidad, deseo, cólera; todo se mezclaba dentro de él y
bullía como un caldo elemental incontrolable. La alcanzó en pocas zancadas,
evitando que Jessica llegara al final de ese pasillo, donde los amparaba la
oscuridad.

La hizo girar sobre sus pies, la arrinconó contra una pared, apretando su
propio cuerpo sobre ella; la mano libre de Gregory la apretujó por la mandíbula,
evitando que la latina bajara el rostro y no lo mirara a los ojos; no obstante, Jessica
no estaba intimidada, por el contrario, la turbia mirada que le lanzó demostró que
al igual que él se encontraba dividida entre un montón de emociones.

Sus alientos se rozaron, Greg respiraba con profusión a causa de la carrera,


de sus sentimientos y de ese incontrolable deseo de besarla.

―¿Con cuántos hombres te revolcaste desde que me dejaste, Valkiria? ―le


preguntó con voz ronca. Ella entornó un poco los ojos, se le notaba el cabreo
fulgurante.

―Eso no es de tu puta incumbencia ―escupió con arrogancia.

La forma en que le respondió, el que hubiese sido incluso grosera, fue la


llama que encendió todo.

Gregory gruñó, frustrado, la besó con violencia, introduciendo su lengua


dentro de su boca sin pedir permiso, derramando cada emoción añejada en el
dolor y la frustración en que estuvo desde su partida, en ese acto brutal y pasional.

Jessica se aferraba a las solapas de su smoking, los puños se cerraban sobre


la tela, usándolo como punto de apoyo para contener la avalancha. Su lengua fue
un castigo, sus labios duros; pero los recibió sin atisbo de miedo, respondió al beso
con la misma intensidad.

Gregory Ward había sido un patán, pero era más fácil lidiar con él así que
de una forma derrotada.

Se apartaron ligeramente, ella no tenía a donde escapar; no obstante, sabía


que aquello no estaba bien, que no podían caer en esa espiral. Primero estaban en
casa de los abuelos de él, segundo en medio de un pasillo por el que cualquiera
podía llegar sin previo aviso y, por último, no podía caer, no debía ceder.

Aturdida por la situación, embriagada por esa energía pasional que ambos
emanaban, ella lo empujó con potencia, pero en vez de ir en dirección a la escalera,
su huida fue en dirección contraria. Se percató de su error casi de inmediato, sin
embargo, el Vikingo aprovechó eso para bloquear el camino.

La latina soltó un suspiro de frustración, eso parecía el juego de


adolescentes calenturientos incapaces de controlar sus impulsos.

―Déjame pasar ―demandó ella con voz firme.

―No ―contestó Greg, dando un paso en su dirección.

―Eres un insensato ―le recriminó sin moverse de su sitio―. Alguien puede


venir.

―Me sabe a mierda ―siseó entre dientes―. He estado al borde de la locura,


apenas pienso que estoy recobrando la razón y apareces para demostrarme que
estoy jodido ―rugió, dio un paso más hacia ella, pero esa vez Jessica sí reculó.

―Mantén la distancia ―le advirtió ella.

―¿Por qué? ―indagó con sorna―. ¿Acaso no puedes contenerte tú


tampoco? ―Dio un paso extra―. ¿Acaso te sientes igual que yo? ¿Cabreada,
jodida, perdida?

Jessica bufó exasperada, dio media vuelta y se marchó. Greg estiró la mano
para evitarlo, sus dedos se cerraron en el aire, pero eso no le detuvo, avanzó más
pasos, acortando distancias; ella lo sintió, la excitación del momento la tenía
desenfocada, necesitaba aclararse, enfriar su cuerpo y sus ideas.

Entró de nuevo al baño y dio un portazo, sin embargo, la puerta no llegó al


marco, Gregory no respetó la intimidad de ese lugar y se aventuró dentro de la
estancia. Jessica bufó exasperada, lo vio por el amplio espejo del tocador. Abrió la
llave del agua para mojarse las manos con el líquido frío, estiró el brazo para
agarrar la pequeña toalla de mano y mojarla un poco, con la intención de pasarla
por su piel desnuda, pero él la detuvo, sosteniendo su muñeca, apretando su
cuerpo contra ella, donde una notoria erección se encajó entre las nalgas.
La otra mano de él fue directo a su rostro, obligándola a volverse de forma
casi dolorosa para su cuello; apresó su boca, mordisqueó sus labios, la misma
energía básica y carnal, casi animalesca, pasó de uno a otro. Fue inevitable que sus
manos se fueran a sus pechos, que los sonidos desesperados de necesidad brotaran
de sus gargantas cuando Greg apretó los suaves pezones que se erizaban bajo sus
dedos y que ella respondiera ante el estímulo.

El cuerpo masculino rugía de necesidad, cada centímetro de su piel


recordaba el contacto de aquella mujer, lo anhelaba a muerte; su miembro pulsaba,
restregándose contra las carnosas montañas que coronaban sus muslos, la sedosa
tela del vestido exacerbaba su excitación, que iba quemando cada neurona de su
cerebro.

De forma brusca dejó de besarla, la obligó a mirar al frente, haciéndole bajar


la cabeza para exponer su nuca; hizo a un lado la melena oscura, regó besos por el
cuello, mientras sus manos bajaban a las caderas, empezando a recoger la falda
lentamente, esperando de forma casi dolorosa a que sus dedos rozaran la piel
oculta debajo.

Jessica jadeaba y gemía. Gregory mordisqueaba despacio, lamía el borde de


su oreja, chupeteaba el cuello con brusquedad. Gimió al contacto de la piel tibia,
aspiró su aroma y elevó el resto de la falda hasta acumularla sobre la cintura. Ella
se sostenía del tope, dejándose hacer, rendida ante el deseo. No quería decírselo,
pero desde que había abandonado San Francisco no estuvo con ningún hombre, se
consolaba sola con el recuerdo del cuerpo del rubio y sus juguetes sexuales.
Cuando él amasó sus nalgas y gimió de desesperación, ella sonrió.

―No llevas ropa interior ―susurró casi sin aliento―. Joder, Valkiria…  no
llevas ropa interior.

Deslizó sus dedos entre las nalgas, yendo más abajo, palpando los pliegues
de su sexo húmedo. En el instante en que presionó el nudo carnoso que era su
clítoris los dos perdieron la razón. Jessica gimió y Gregory enloqueció.

Se sacó su miembro, apenas si tuvo la suficiente pericia para zafarse el


pantalón que cayó hasta la mitad de sus muslos. Él recogió la pierna femenina,
tomándola por el hueco posterior de la rodilla izquierda, obligándola a subirla
sobre el tope, permitiéndole así una entrada libre a su verga. El rubio se coló sin
pedir permiso, casi sollozó al sentir el calor que derretía su piel. Acuoso y caliente,
había vuelto a un lugar donde encajaba a la perfección; Jessica jadeaba de gusto
por la intromisión, sintiéndose plena con su miembro penetrándola de esa manera,
con esa fuerza primordial que los mantenía en pie. Gregory la atrajo contra su
pecho, sus manos aferraron las tetas sin sacarlas del vestido; el tacto de la tela era
tan excitante como el acto en sí.

―Voy a borrar a todos los hombres de tu piel ―susurró ronco contra su


oído―. Solo quedará mi rastro, solo seré yo ―gimió, el placer llegaba raudo e
indetenible; él bajó la mano hasta su entrepierna, castigando el clítoris expuesto,
logrando que de la garganta de la latina brotara un concierto de gemidos y jadeos
contenidos―. Estás tan caliente y tan apretada, mejor de lo que recordaba
―completó casi en un resuello.

Jessica explotó, la forma casi cruel en que estimulaba su núcleo y las


profundas embestidas que él hacía la hicieron alcanzar el orgasmo de forma
inesperada. Contuvo el chillido final, su cuerpo se tensó, los músculos de su vagina
se contrajeron apretando más la gruesa polla del rubio, que arreció con sus
embestidas, susurrando un ruego muy salvaje.

―No, no, no me quiero correr ―pidió, pero aun así no se detuvo―. ¿Por
qué contigo es así? ¿Por qué no tengo control? ¿Por qué… aarrggghh…

Su verga resistió todo lo que pudo, pero el orgasmo fue inevitable. Jessica
gimió casi sin fuerzas, sosteniéndose a duras penas con sus manos sobre el tope,
mientras él se aferraba a su cuerpo, moviendo sus caderas con suavidad solo para
prolongar los espasmos de su miembro. Ella sintió cómo bajaban los fluidos por
sus muslos, una mezcla espesa y caliente que discurría entre los dos a pesar de que
Greg se resistía a despegarse de Jessica.

―Estoy perdido ―musitó derrotado, con el rostro oculto contra su nuca―.


Completamente jodido… me has dañado, Valkiria.

Jessica miró el reflejo de ambos en el espejo. La furia inicial del Vikingo se


quemó durante los minutos que duró el acto, ninguno de los dos pudo contenerse
y era esa la razón por la cual no quería volver.

Suspiró. La estampa era triste y agridulce, en ese momento no sabía quién


sostenía a quién.

―Debemos… ―dijo ella, se detuvo, porque el reflejo azul y turbado de


Greg la arrobó por un instante―. Debemos volver, tu cita debe estar esperándote.
Él la miró, observó los ojos grises, los labios hinchados y el cabello revuelto.
Sonrió con malicia, una marca roja empezaba a surgir justo en el costado de su
cuello.

―Tienes razón ―aceptó él, enderezándose y saliéndose de su interior. Se


guardó el pene dentro del bóxer sin preocuparse por limpiarse, guardaría su olor y
la sensación de Jessica todo el tiempo que pudiera. Acomodó su ropa y se marchó,
sin decirle nada, sin besarla otra vez.

Jessica se limpió a consciencia, incluso recogió el estropicio del suelo;


reacomodó su vestido, limpió cualquier rastro de maquillaje corrido y se acomodó
el cabello de forma tal que ocultara la marca en su cuello. Salió de allí dispuesta a
marcharse.

Ella siempre escuchaba a sus instintos y quedarse en San Francisco podía ser
una pésima idea.
CAPÍTULO 28

Indecible

Volver a la fiesta era una necesidad, sin embargo, no tenía fuerzas para
volver. Jessica salió del baño, y se encaminó de regreso a la escalera, pero en vez de
bajar, se sintió tentada a recorrer el lugar, de ese modo podría calmarse un poco,
regresar a su centro y retomar el control perdido gracias a ese condenado Vikingo.

En perspectiva, todo lo que se consumaba con esa intensidad se hacía en un


corto tiempo y tenía la seguridad de que no había pasado más que media hora, lo
cual no era descortés, tomando en cuenta que podía alegar que estuvo hablando
con algunos invitados o recorriendo la hermosa mansión.

No le importaba dónde estaba Greg en ese momento, a fuerza de voluntad,


sus emociones respecto a él estaban cerradas a cal y canto, hasta que estuviera en la
intimidad de su habitación de hotel.

Suspiró, deteniéndose a mirar un hermoso cuadro de cinco niños, cuatro de


cabellos oscuros y uno rubio.

―Nos fue difícil mantenernos quietos el tiempo suficiente para tomar la


foto que se convirtió en ese cuadro ―comentó Fred con suavidad. Llevaba en sus
manos dos copas y le sonreía con tristeza―. Acabo de ver a Gregory, supuse que
necesitarías esto. ―Le tendió la bebida.

―Gracias ―asintió mientras la recibía. Volvió a ver el cuadro, al fondo se


veía la bahía de San Francisco―. Es una linda pintura.

―Si quieres te muestro la casa ―se ofreció.

―¿Tu cita no se molestará? ―preguntó ella con malicia, sonriéndole de


forma pícara.
―Naaah ―aseguró él―. Están las chicas hablando de la boda. Se va a
celebrar los primeros días de septiembre.

―Vaya, ¿tan pronto? ―se sorprendió la latina, avanzaron por el pasillo con
lentitud, a diferencia del lugar donde había estado, aquel lado sí tenía
iluminación―. ¿Por qué este sí tiene luz y el otro lado no?

―Porque de este lado está la habitación de mis abuelos, y como mi abuela


tiene problemas con la vista, siempre dejamos sus espacios habituales con buena
iluminación ―contestó con tranquilidad. Señaló otro cuadro, en él, Olive y
Andrew, más jóvenes, sostenían a dos niños pequeños―. Tío Will y mi papá
―explicó Fred. Ella asintió―. La boda se está organizando desde hace un año, solo
que Bruce y Amy decidieron hacerlo oficial cuando todo estuviera listo.

―Inteligente ―elogió Jessica―. De ese modo lo hicieron sin presiones

―Sí ―aceptó él―. ¿Cómo has estado?

―Con mucho trabajo ―sonrió ella con algo de cansancio―. ¿Sabías lo de la


emboscada de Bruce? ―Frederick negó.

―No, para nada ―aseguró―. Pero la verdad me alegra, es bueno verte.

Jessica sonrió ante la forma en que lo dijo.

Anduvieron por otras zonas, Fred la invitó a entrar en una biblioteca y le


mostró algunas fotos familiares; pequeñas cabezas morenas que corrían entre
espuma de mar. Jessica sonrió con algo de tristeza y el moreno captó de inmediato
su estado de ánimo.

―Ven ―le dijo, estirando la mano al ponerse de pie―. Te mostraré algo.

La latina miró la palma extendida, luego al rostro sonriente, sin rastro de


malicia o miedo; ella soltó una profunda respiración y la tomó. Su tacto fue suave y
firme, sólido, generaba seguridad y sosiego. Sin soltarse de las manos, apenas
asidos por los dedos, él la condujo hacia el final de ese mismo pasillo, donde
llegaron a un rellano, unas puertas de vidrio recubiertas con largas cortinas de
seda blanca se exponían ante ellos, dejando adivinar una de las vistas del puente
colgante, son sus luces amarillas.

Fred abrió, salieron a una terraza que se encontraba al costado de la casa, las
notas musicales llegaban hasta allí, la luz era tenue, lo suficiente para ver las
estrellas sin estar en total oscuridad. Abajo se abría el jardín, Jessica reconoció el
espacio al que había accedido a través del solárium.

La brisa nocturna y fría sirvió para apaciguar su cabeza, soltó a Fred y se


apoyó en la baranda, aspirando el aroma floral. Cerró los ojos, permitiéndose ese
minuto de debilidad, donde sus músculos se aflojaron y la tensión se disipó un
poco.

Se giró para encararlo, sonriendo con más ecuanimidad, Fred la observaba


extasiado, tenía una cualidad casi iridiscente. Le sonrió a su vez, maldiciéndose
mentalmente por la forma en que su corazón se aceleraba solo con verla.

―Me alegra saber que resolviste las cosas con tu novia ―dijo Jessica con
total honestidad. Frederick hizo un gesto ambiguo, como si fuese algo más difícil
de lo que ella creía.

―Bueno, es un poco complicado ―explicó, colocándose a su lado, poniendo


la distancia justa entre ellos para no tocarse, pero lo suficientemente cerca para que
pudiera aspirar su perfume―. Después de nuestra conversación sobre las
relaciones, le hice ver que ya no quiero eso… deseo que sea feliz, y si no es
conmigo… bueno, lo acepto. Si no es feliz y solo lo será con su profesión y carrera,
entonces está bien, pero no puedo ser su premio de consolación.

―Eso me parece excelente ―dijo ella, golpeándolo de forma juguetón con el


hombro, volviendo a su posición original―. Es mejor no engañarse, ni engañarla.

―Sí, en especial que no es obligatorio que queramos lo mismo, ¿cierto?


―preguntó el moreno―. A veces puedes querer a una persona, pero no tener las
mismas metas, y si no se puede hacer una concesión, entonces lo mejor es que cada
quien vaya por su lado, sin hacer sacrificios que mellen la relación.

―Palabras muy sabias ―indicó Jessica―. Las comparto por completo.

Se quedaron en silencio, mirando el pasillo iluminado y las cortinas que


bailaban de forma discordante debido al viento.

―Lo pasó bastante mal, sabes ―contó Frederick en voz baja―. Se sintió
herido y traicionado.

―No quise que se sintiera así ―se defendió ella―. Fui honesta desde el
principio.

―Lo sé, y él también ―le aclaró―; pero eso no significa que sea más fácil.

―No lo es ―asintió la morena―. Sin embargo, ya te lo dije… y a él… si las


circunstancias fuesen otras. ―Se volvió a mirarlo, Fred tenía un perfil atractivo,
masculino y juvenil, con una dulzura innata.

Él se giró para verla, era difícil ignorar el escrutinio al que estaba sometido.

Por unos minutos el silencio no pesó, la música acompañó sus presencias


como una confidente amable; ella le sonrió, Fred correspondió al gesto, tomó un
mechón de su cabello que se había deslizado por su mejilla, poniéndolo de nuevo
en su lugar.

Era bellísima, con esa energía intoxicante y los ojos más hermosos que
hubiese visto; era más la forma de mirar y de sonreír lo que le hacía saltarse un
latido. Maldijo su suerte, porque Jessica se había hecho un lugar dentro de él, de su
corazón, casi sin darse cuenta, sin notarlo. Comprendía a cabalidad la tribulación
de su primo, porque si a Fred le dolía el estar cerca sin poder hacer nada, para
Gregory, que éticamente no tenía ningún impedimento para estar con Jessica,
debía ser una tortura continua saber que era ella quien ponía la distancia.

―¿Has querido a dos personas a la vez? ―preguntó en un susurro,


temiendo la respuesta que la latina pudiese darle.

―Sí ―contestó en un murmullo―. No es fácil, te sientes raro, dudas de ti


mismo y de la clase de persona que eres. Pero… ¿qué pasa si cada uno tiene
cualidades atractivas que despiertan en ti estas sensaciones que parecen cariño?

»A veces una persona te da la adrenalina y la emoción que una parte de ti


necesita, y otra te da paz, tranquilidad, como un espacio seguro donde puedes
sentirte vulnerable ―explicó. Dejó de mirarlo a los ojos―. Te preguntas si esa otra
persona podrá darte todo lo que deseas, entonces escoges una, a veces por puro
azar y lo cargas con expectativas que ni siquiera sabe que tienes… hay
posibilidades de que funcione, la gente crece, cambia, las relaciones también, es
probable que en algún punto cubra todas tus necesidades… solo que a veces puede
ser demasiado tarde, cuando ya no vale la pena.

―Eso es… triste. ―Jessica asintió.


―Lo es ―aseguró―. Escoges a aquel que crees tiene más compatibilidad y
que en ese momento de tu vida aporta un plus.

―O aquel que no causa tanto daño ―sugirió él, insinuando más de lo que
pretendía.

―A veces no escoges a ninguno de los dos, porque duele ―confesó


Jessica―. Sin embargo, la vida se empeña en probarte, aunque te resistas.

―Esa parte sí la comprendo ―soltó Fred, con una mueca triste de burla.

La música cambió, una balada suave y melancólica que se ajustaba mucho a


lo que ellos estaban experimentando. Solo habría una oportunidad, un momento
para dejarse ir y tal vez, cometer una locura.

―Jess ―llamó él, poniéndose de pie y estirando la mano ante ella―. ¿Te
gustaría bailar con Rick?

Ella lo observó con perplejidad, en sí no esperó esa solicitud, pero viéndolo


bien, en ese sitio no había nadie, así que no estarían bajo el escrutinio de miradas
acusadoras. Jessica deslizó su mano, se enderezó también y colocó su otra mano
sobre el hombro. Fred acarició la piel de su espalda, se regodeó un poco en la
tibieza del cuerpo femenino. Se acercaron como en aquella ocasión en la oficina,
manteniendo un contacto inocente, evitando las tentaciones de labios cercanos.

Moviéndose al compás de la melodía disfrutaron del momento, de la


presencia cálida del otro.

―Rick ―llamó ella en voz baja. Fred hizo un asentimiento para indicarle
que la escuchaba―. Yo te hubiera escogido a ti, si otras fueran las circunstancias.

Fred sintió cómo su corazón se aceleraba de la emoción, aquella confesión a


media voz significaba más de lo que podía procesar.

―Yo te escogí a ti ―musitó él, girando sobre sus pies, alejándose para verla
a los ojos―. Solo que esto que siento es indecible, porque destrozaría a mi familia.

―Es por eso que me alejo ―dijo ella―. Porque, aunque la vida nos hubiese
puesto esta trampa tan horrible y cruel, también siento algo por Greg…

»Tú la dulce calma, él el viento bajo mis alas… así se siente.


De nuevo el silencio, el movimiento al suave compás, la calidez de los
cuerpos y la frialdad de la noche. El tiempo pasaba, haciendo su ausencia más
sospechosa; Jessica lo sabía, temía que el cabeza dura de Greg se apareciera por
allí, buscándola de nuevo. No quería arruinar esa amistad, ni tampoco a esa
familia.

Dio un paso hacia atrás, poniendo distancia. Fred la dejó ir, como si fuese un
suspiro en su boca; levantó la mano para acariciar su mejilla, ella descansó su
propia palma sobre el dorso de él.

―Aún me muero por saber… ―le contó él, deslizando de manera breve el
pulgar por sus labios.

―Yo igual ―se sumó Jessi.

Se alejó de allí andando despacio, cabizbaja. Frederick se volvió hacia el


puente, mirando en otra dirección para no ir tras sus pasos. Dolía, de forma sorda e
inconmensurable. Todo lo que sentía por Jessica no había mermado con la
distancia, ¿cómo podía suceder eso? ¿Cómo podía enamorarse de una mujer que a
duras penas había visto y con la que había hablado?

Si no hubiesen estado sumidos en sus profundos debates, si alguno de los


dos hubiese prestado más atención, habrían notado al testigo oculto, que presenció
la triste escena.
CAPÍTULO 29

No huyas

Jessica se incorporó a la fiesta de nuevo, solo que esa vez se fue derecho a la
barra del salón y pidió un trago.

―Jessica Medina ―la llamo una voz masculina.

―Leon Allen ―reconoció, girándose a verlo.

―No pensé que fueses a venir ―dijo él, colocándose a su lado―. Whisky,
por favor ―pidió al camarero.

―Mi primo me convenció de hacerlo, no es bueno hacerles un desaire a los


socios ―explicó con tranquilidad.

―Mucha razón ―aceptó el hombre maduro con frialdad. Recibió su trago y


se alejó―. Hasta luego.

La latina lo vio marcharse sin decir nada, ella bebió su vaso de bourbon y
pidió uno más. En ese momento Frederick bajaba las escaleras acompañado de su
abuela, que se prendía a su brazo con firmeza. Sonrió ante la imagen, Olive era una
dama de armas tomar, así que concluyó que lo mejor era despedirse, retirarse de la
fiesta e irse a su hotel a descansar. A la mañana siguiente tenía un vuelo que tomar.

Esperó a que siguieran rumbo al jardín, donde las mesas descansaban bajo
los toldos y la pista de baile a cielo abierto estaba desierta en ese momento. Jessica
vio que la comida estaba siendo servida, maldijo porque las probabilidades se
inclinaban a que la harían quedarse aunque no lo deseaba. Dicho y hecho, Olive la
embaucó para que probara el salmón, ella accedió y sumida en un mutismo
respetuoso, escuchó las diversas conversaciones mientras comía la cena de su
plato.
Varias veces giró la cabeza en dirección a la mesa de los chicos, Joaquín le
sonrió de forma pícara en una ocasión, Gregory la observó con el ceño fruncido en
otra, y Fred soltó un suspiro cuando sus miradas chocaron.

Una vez terminada la cena, ella se excusó. Olive y Andrew le hicieron


prometer que volvería a visitarlos, a pasar un fin de semana con ellos en esa
enorme mansión. Will se mantuvo respetuoso, distante; agradeció su presencia y se
despidió con un apretón de manos. La despedida con la pareja comprometida fue
más larga, casi igual que con los abuelos, su cuñada le hizo prometer que iría a su
despedida de soltera en Las Vegas, que se celebraría la última semana de agosto,
porque la boda sería el dos de septiembre en una hermosa playa de Malibú.

Luego se alejó hasta la mesa donde estaban sus medio hermanos. Aferraba
su cartera de mano con firmeza y su voz sonó segura al despedirse. Los gemelos se
quejaron de que casi no hablaron o interactuaron esa noche, pusieron el grito en el
cielo cuando ella informó que volvería en unas horas a Boston, así que no podrían
verse al día siguiente.

―¿Quieres que te lleve? ―preguntó Stan. Ella negó.

―Mi limosina está en camino ―le respondió―. Le pedí que viniera a


recogerme mientras comíamos.

Joaquín no dijo nada, se limitó a levantarse, colocar la mano en su espalda y


ofrecerse a escoltarla hasta la salida.

―Ya vuelvo ―informó―. La noche es joven y he visto algo que me gustaría


conquistar esta noche.

Todos rieron, Sean lo hizo de forma un poco nerviosa. Geraldine se despidió


con algo de indiferencia, Elsie en cambio, lo hizo con voz glacial.

Cinco minutos después el latino regresaba. Fred se afanaba por conversar


con Geraldine mientras degustaban el suave postre de chocolate. Gregory, por otra
parte, parecía derrotado, como si toda su fuerza se hubiese desvanecido en la nada.

―Creo que es hora de irnos ―le informó a Elsie. Ella lo miró con tristeza y
asintió.

Se despidieron de los comensales de su mesa y de la familia directa. La


pelirroja se envolvió en su abrigo y salieron por la puerta principal rumbo a la calle
donde estaba el auto de Gregory. Ni siquiera le permitió que el rubio le abriese la
puerta, cuando él desactivó los seguros, ella misma abrió y se subió; esperó con el
corazón a un latido de romperse a que este diera el rodeo para ponerse al volante,
en esos pocos segundos pensó que se asfixiaría con sus propias lágrimas.

Casi todo el trayecto fue en silencio, uno denso y turbio. Gregory no estaba
seguro de querer preguntarle, pero era obvio que Elsie se había dado cuenta de su
reacción al ver a Jessica.

―¿Por qué me mentiste? ―preguntó la mujer en voz baja―. Dijiste que la


habías conocido en España.

―Es la verdad, nos conocimos en el vuelo de Madrid a Los Ángeles


―respondió sin dejar de ver la carretera―. Nos enredamos en el avión, cuando la
vi en la empresa me sorprendí, no esperaba conseguirla allí. No sabíamos quiénes
éramos.

―Es enfermo ―se quejó la pelirroja con asco―. Ella es…

―No es nada mío ―le aclaró Gregory con crudeza―. Mi padre biológico es
Einar. De crianza es William… Jessica apenas conoció a Will, es su padre biológico
pero a duras penas comparten ese lazo… por donde lo mires, Elsie, no hacemos
nada malo.

―Si no fuese algo malo no lo mantendrían oculto ―le refutó con crueldad.

―Yo no quiero mantenerlo oculto ―le aseguró él con dureza, poniendo la


luz de cruce para desviarse hasta la calle de la casa de ella―. Sin embargo, Jessica
Medina insiste en que es innecesario hacerlo, porque no piensa tener nada serio
conmigo.

―Te está usando ―le dijo. Él negó.

―Si me estuviese usando, me pediría cosas, no obstante, ni siquiera


responde mis llamadas ―le especificó el rubio de forma cansada―. Solo te pido
que no se lo cuentes a nadie. ―Su móvil sonó con un mensaje―. La razón por la
cual ella no quiso nada conmigo es para no hacerle daño a mi familia, a mi
madre…

»Jessica ha sido sensata, algo que yo no, hoy me di cuenta de eso… Tú me


hiciste darme cuenta de eso y te doy las gracias, porque me dejé llevar por las
emociones tan intensas que estuve sintiendo, sin embargo, verla hoy… verla con
mi abuela… caí en cuenta de que yo tampoco podría lastimar a mi familia, es
increíble que siendo ella una perfecta extraña haya sido más considerada que yo al
respecto…

Elsie negó con incredulidad, se bajó del auto sin decir adiós y entró en su
casa. Gregory bufó de frustración, sacó el móvil para ver quién le había escrito. El
contacto era de Joaquín Medina:

“Hotel Four Season. Habitación 1411”

«¿Es una broma?» pensó con amargura. Un segundo mensaje llegó.

“Me va a matar, pero espero que valga la pena.”

Gregory luchó contra todo lo que sentía, la necesidad de salir corriendo a su


encuentro, el deseo de preguntarle mil cosas; quería saber si lo había extrañado, si
al menos sintió su ausencia tanto como él. Sin embargo, no partió al hotel, fue
hasta su departamento dispuesto a no perder el control de la misma forma que lo
hizo en la fiesta.

Sacarse el smoking fue sentirse liberado, la idea de una ducha caliente se


implantó en su mente y no pudo desecharla. Abrió el agua y la graduó hasta el
punto soportable de calor, introdujo su cuerpo y su cabeza bajo el chorro,
esperando que se le derritieran las malas ideas que se estaban formando.

No funcionó.

Maldijo en español, francés e islandés, y también en un idioma nuevo que


había inventado en esos últimos meses, compuesto principalmente de bufidos,
gruñidos y rechinidos de dientes. Se vistió de nuevo, tomó las llaves del vehículo y
se fue hasta el Market Street, donde se encontraba el hotel.

Cuando entró al mismo se fue directo al ascensor, su sonrisa de siempre y la


confianza que destilaba hizo que nadie lo detuviera a esas horas de la noche.
Apenas había pasado la medianoche, todavía quedaban personas entrando y
saliendo del vestíbulo. Pulsó el piso catorce sintiéndose nervioso, estiró la chaqueta
de cuero por las solapas, se pasó la mano por el cabello, frotó su mandíbula con
fuerza.

«¿Qué hago aquí? ¡No debería estar aquí!» pensó. «No debería estar aquí» se
repitió varias veces.

Las puertas se abrieron y una fuerza superior a él le impelió a salir de allí y


andar hasta la habitación de Jessica. «Seguro está durmiendo, seguro está durmiendo»
seguía la voz en su cabeza, hizo una profunda inspiración buscando coraje para
tocar, algo le decía que no debía estar en ese sitio, que su corazón no aguantaría
más rechazo.

Se hundió en la desesperación, a pesar de que la latina podía tener la razón


en todo lo que esgrimió para no estar juntos, no podía aceptarlo, se negaba a que
no le dieran una oportunidad, así fuese minúscula.

Toc-toc-toc

Sus nudillos fueron certeros y resonaron secos en la madera.

La puerta se abrió despacio.

―Pensé que te quedarías en casa de Se… ―Jessica de detuvo al verlo en la


puerta―. Mataré a Joaquín ―concluyó con voz agria―. ¿Qué haces aquí, Greg?

―Tienes razón, en todo ―aceptó en voz baja―. Soy un insensato, que no


piensa en otra cosa que no sea en ti… en que quiero estar contigo, en que necesito
estarlo…

―Greg… ―negó Jessica―. No es…

Sus palabras fueron interrumpidas por el rubio que se abalanzó contra sus
labios. La besó con desenfreno, sintiendo que si no lo hacía de una vez no podría
continuar viviendo. Jadeó ante la respuesta de la latina, a pesar de que repetía que
no era buena idea, siempre estaba receptiva a él, a sus besos y caricias, a recibirlo
dentro de su cuerpo.

―Shhiiisss ―pidió el Vikingo, despegándose de su boca, pero no así de su


cuerpo―. No huyas, Valkiria…

Volvieron a besarse, esa vez ella rodeó su cuello con los brazos, Greg pateó
la puerta con la planta del pie para cerrarla y así tener privacidad.

La primera vez que estuvieron juntos esa noche fue una respuesta visceral,
la reacción de un hombre salvaje que volvía a encontrarse con su rival. Quiso
someterla, marcarla y dominarla. En ese momento, solo deseaba regodearse en sus
besos, aceptar dócilmente las caricias de sus manos, rogarle que le dejara estar con
ella, pedirle una oportunidad.

La alzó por las nalgas y ella encerró su cintura con ambas piernas, lo hizo
justo después de que Jessica le sacó la chaqueta, dejándola caer al suelo. Greg
podía sentir sus formas detrás de la tela de algodón de la bata que llevaba puesta,
las sinuosas curvas de su anatomía se amoldaban a sus grandes manos. Anduvo
hasta la cama, donde se dejó ir, llevándola consigo, sin despegar sus bocas, ni
siquiera para respirar.

Los besos eran lánguidos, las manos exploraban con tiento y ternura. La
camisa de él voló, los zapatos de Greg desaparecieron entre risas juguetonas, la
piel se fue descubriendo poco a poco, como si fuese un regalo delicado que se iba
desenvolviendo; allí donde aparecía un trozo desnudo unos labios se posaban para
admirarlo. Cuando se percataron, Gregory había sido derrotado, yacía boca arriba
en el colchón, solo con su bóxer puesto, que contenía a la bestia en pie de guerra.

Jessica estaba con su dulce desnudez expuesta, permitiendo que los labios
del Vikingo marcaran caminos húmedos por todo su cuerpo. No obstante, ella se
afanaba en su pecho, succionando sin pudor cada pedazo de piel que alcanzaba
con su boca; bajó despacio, permitiendo que toda su anatomía se restregara contra
él. Cuando llegó hasta el borde de la elástica besó toda esa zona, ignorando
deliberadamente su sexo dolorido.

―Jessica ―suplicó él. La latina elevó la cabeza, mirándolo a los ojos se


sonrió con malicia―. Me torturas.

―Esa es la intención ―soltó la mujer, colando sus dedos por los costados de
la prenda para bajarla. Él la ayudó elevando sus muslos, permitiendo que la tela
pasara más allá de su trasero. La mano de Jessica se cerró alrededor de la base de
su pene, mientras su boca se concentraba en el glande jugoso y brillante.

Gregory gimió cuando la boca lo engulló, la latina se concentraba en la


punta a la par que le hacía una suave paja con la mano. Su lentitud era
desquiciante y a él le costaba mantenerse controlado para no tomar su cabeza y
obligarla a bajar. Poco a poco su pedazo de carne fue desapareciendo dentro de sus
labios, centímetro a centímetro la lengua rasposa acarició el pene y las venas que se
marcaban. El rubio gruñó cuando la boca alcanzó su pelvis y la mano que lo
masturbaba bajó hasta sus pelotas, apretándolas con mimo.
Con la misma lentitud que se lo introdujo lo fue sacando; Jessica hizo un
esfuerzo por contener la arcada debido a la profundidad alcanzada por su
miembro, pero los jadeos y gruñidos habían valido la pena. Con su verga lubricada
por la saliva, la latina se afanó en meterlo hasta donde podía, succionando con
entusiasmo, mordisqueando la piel del glande, rodeándolo con su lengua como si
fuese una espiral, solo para culminar separando la piel que recubría el canal de su
uretra y pasar la punta por allí.

Estuvieron largo rato en eso, hasta que Jessica se detuvo.

―Oye… esto es agotador, ¿no piensas correrte? ―le preguntó. Gregory le


sonrió con malicia.

―¿Acaso olvidaste el aguante que tengo? ―inquirió él―. Necesitarás más


que eso, Valkiria.

Ella soltó una carcajada, asintió.

―Bueno, pues… tocará ―se arrastró hasta él, con la intención de subirse
sobre su sexo, no obstante, Greg tenía otros planes, la tomó de los brazos, haciendo
que subiera mucho más; Jessica comprendiendo lo que deseaba, se dejó llevar de
forma obediente, colocando al alcance de la boca del rubio su sexo.

El Vikingo empezó a lamer con desesperación, con sus manos la sostenía de


las caderas, marcándole un ritmo: cuando quería comerle el clítoris la hacía bajar, o
la elevaba cuando dejaba que su lengua recorriera el largo camino entre su sexo y
el borde de su ano. Cada gemido o jadeo de ella hacía que su verga saltase de
necesidad; deseaba clavarse dentro de su cuerpo firme y carnoso, pero un
pensamiento obsesivo se había incrustado en su cabeza, necesitaba que Jessica se
corriera en su boca, que se derritiera sobre su lengua, solo entonces, cuando su
orgasmo estuviese en pleno apogeo, él se lo metería lo más dentro que pudiera.

―Oh… oh… mier… oh, joder… ooooooohhh ―exclamó la latina sintiendo


sus piernas debilitarse cuando el clímax anunció su llegada. Greg se dedicó a
castigar el botón de piel que se brotaba entre los labios de su sexo. Ese fue el aviso
para él, que sin dejarle respirar, la tomó por la cintura y se clavó sin ningún
cuidado dentro de su vientre.

Los gemidos de Jessica parecían ahogos; con su orgasmo estaba más


apretada y caliente, apenas se sostenía sobre sus brazos mientras Greg la mantenía
inmóvil por las caderas, llevando él un ritmo desquiciante y casi enfermo. El
Vikingo gruñía de desesperación, besaba su barbilla, mordía el cuello, se prendía
de sus labios que respondían con la misma pasión desenfrenada, gimiendo y
jadeando, dejando que él se descontrolara de ese modo.

No le faltaba mucho, el roce de su interior caliente era un deleite que


reptaba por su miembro, acumulándose en sus testículos y pelvis como un
desquiciante cosquilleo. Su orgasmo se convirtió en una especie de carrera cuesta
arriba, tomando lo último de sus fuerzas la penetró de forma profunda y violenta,
corriéndose copiosamente, apretando las mandíbulas. Cuando su simiente se
derramó, Jessica jadeó, soltándose de sus manos, solo para moverse como posesa,
de arriba hasta abajo, botando sobre su verga sensible; y a pesar del doloroso
placer que lo estaba llevando al borde de la locura, la sujetó con fuerza, giró sobre
su cuerpo, acostándose sobre ella y siguió el vaivén demente solo para que ella se
corriera de nuevo.

No le tomó mucho conseguirlo, y cuando su sexo palpitó por el orgasmo,


inundando su interior con su flujo hirviente, Greg se desplomó sobre Jessica,
exhausto, sudoroso y por completo ido.

Les tomó un rato recuperar el aliento, más a Jessica cuando el peso muerto
del rubio cayó sobre ella.

―Greg ―lo llamó, él compuso algo así como un mugido―, me asfixias,


muévete un poco ―se rio.

Lo hizo con cuidado y solo un poquito, aun así dejó su larga pierna sobre los
muslos de Jessica y el brazo sobre su pecho.

―Joder, Vikingo ―se quejó―. Es en serio, suéltame, no puedo respirar.

―No quiero ―dijo medio adormecido.

―¿Por qué?

―Porque no sé si eres real o no, no quiero que huyas y me dejes otra vez
―razonó él, abriendo los ojos y mirándola directamente.

Jessica se enterneció, era imposible escuchar eso y no derretirse un poco, le


sonrió con suavidad, él se giró sobre sí mismo para quedar boca arriba, luego la
atrajo hasta su cuerpo; la latina se dejó llevar, estaban desnudos sobre el lecho,
apoyó la cabeza sobre su hombro, él la rodeó con ese mismo brazo, y con su mano
libre, entrelazó los dedos con la mano de ella que reposaba sobre su pecho.

―Cuando vi el parecido con la abuela Olive casi me da algo ―confesó en


voz baja―. Entendí de golpe lo que querías decirme, de un modo que no logro
comprender, no aceptaba que de verdad eras hijas de mi papá…

―Gregory… ―empezó ella, pero la detuvo.

―Déjame terminar ―pidió―. No te pareces a ninguno de ellos, excepto por


los ojos. A veces cuando estás con Bruce se alcanza a ver un aire familiar, pero es
más que nada en los gestos ―explicó―, la forma en que miran las cosas o arrugan
la nariz… ―su voz sonaba profunda, como si estuviera liberando sus más
profundos pensamientos―. Pero aun así, no lograba sentirlo, no veía en ti nada de
los Ward.

»Por eso me enfurecía tu rechazo, no lograba entender por qué te


preocupabas tanto por lo que dirían… esta noche lo hice y eso… eso me enfureció
mucho más.

»Cuando bailamos, mi cordura desapareció, la idea de que hubieses hecho


lo que yo hice por despecho… mierda, Valkiria ―apretó sus dedos―, sentí que me
desquiciaba.

»Contigo todo es incontrolable, el deseo, la necesidad, el anhelo…

―No estuve con otros hombres ―contó Jessica en un susurro. La yema de


su pulgar describía círculos encima de la mano de él―, no me parecieron
interesantes.

―Yo me sentía peor después de hacerlo ―confesó Greg―, fue realmente


una experiencia deprimente.

―Sé cómo se siente ―se solidarizó la latina―, me pasó con mi ex. Aunque
la ruptura fue de mutuo acuerdo, dolió mucho porque pensé que él, mejor que
nadie, comprendería lo que era tener una carrera y una vida exitosa.

―¿El músico? ―indagó el rubio, controlando un poco su tono celoso.

―Sí ―contestó ella.

Se quedaron en silencio, el ambiente empezaba a ser sofocante, pero


ninguno se alejó, era como si prefiriesen ahogarse en el calor del otro que alejarse
de forma irremediable.

―¿Qué vamos a hacer, Valkiria? ―inquirió Gregory, su voz denotaba


miedo y frustración.

―Greg, no puedo ofrecerte algo que nos va a destruir a ambos ―insistió


Jessica―. No voy a lanzarme al vacío por ti, no dejaré que rompas los lazos con tu
familia por mí, menos con algo que es tan reciente…

»Tal vez no lo ves porque esto es nuevo para ti, pero las cosas que arden con
demasiada intensidad, se consumen rápidamente.

»Es probable que en unos meses tu euforia se extinga y solo seamos dos
personas que vivieron un tórrido romance, una corta pero fulgurante historia…
habrás dejado a tu familia, roto el corazón de tu madre y abuela, para nada…

―¿Acaso no ves futuro para nosotros? ―su voz fue una súplica―. ¿Nada?

―No lo sé ―contestó ella, sentándose en la cama, cuando se alejó para


ponerse de pie, él la detuvo por la mano, se sentó también y la observó con
intensidad.

―¿Qué sientes por mí, Jessica?, ¿me quieres un poco?, ¿sientes, al menos, un
poquito de lo que yo siento por ti?

Ella lo miró por sobre el hombro, sus ojos azules se veían hermosos con ese
tinte triste y desvalido. Jessica suspiró, las cosas eran más complicadas de lo que el
rubio se imaginaba. Finalmente optó por ser honesta, por lo menos hasta donde
podía serlo con él, asintió.

―Sí siento algo por ti, Gregory ―le dijo, volviéndose un poco más―. Por
eso me alejé. Aquella noche frente al mar, yo también me enamoré un poquito…
pero enamorarse no es amar, eso lo aprendí también hace un tiempo…

―¿Y cómo sé si es amor? ―preguntó con un aire casi infantil. Ella le sonrió.

―Es muy pronto para que lo determines ―contestó―. Solo el tiempo lo


aclara…

Se levantó y fue hasta el baño, Jessica abrió la ducha y puso el agua fresca.
Pocos minutos después escuchó la puerta abrirse, Greg apareció al borde de la
ducha, se introdujo en el habitáculo y la rodeó con sus brazos. El agua cayó sobre
ambos cuerpos, mojando la incertidumbre. El rubio soltó un amplio suspiro, sin
soltarla, empezó a hablar.

―Entonces dame tiempo ―pidió―. No huyas de nuevo, no me dejes


atrás… tomaré lo que puedas darme, pero al menos dame la oportunidad.

»Si esto se consumirá rápido, entonces ardamos con ganas ―besó su


mejilla―, si esto ha de acabar en unos meses, vivámoslo hasta que no quede nada
más que buenos recuerdos que tú y yo compartiremos en silencio.

»Tienes razón, no sé si te amo, no sé si esto que siento es amor, no tengo


cómo compararlo ―explicó con voz ronca―, pero al menos dame la oportunidad
para descubrirlo.
CAPÍTULO 30

Una amistad sexual con derecho a quererse

La mañana del cinco de junio Greg acompañó a Jessica al aeropuerto.


Después de su súplica bajo la ducha, ella accedió a intentarlo, con la condición de
que no iban a atarse el uno al otro debido a la distancia y la situación familiar.

Al principio el rubio refunfuñó al respecto, la idea de que su Valkiria


tuviera el camino libre para estar con otros hombres no le gustaba ni un poco, pero
aceptó porque en resumen acordaron ser amigos sexuales con posibilidades a algo
más.

Un tórrido beso en la puerta de abordaje fue la despedida, Jessica le


comentó medio en broma que de haber sabido que la iban a pasar tan bien habría
hecho una reservación hasta el domingo.

―Entonces, quédate ―le sugirió el Vikingo al oído. Acariciando el pabellón


de la oreja con su nariz.

―No puedo ―contestó ella, dándole un corto beso en los labios―. Debo
regresar para poner algunas cosas al día. Últimamente Quín pasa demasiado
tiempo California.

El lunes a primera hora intercambiaron agendas, Greg casi escupió el café al


ver todas las actividades que realizaba Jessica.

«No me sorprendería encontrar agendadas las horas para ir al baño» pensó con
sorpresa y algo de desagrado, él no podría vivir una vida tan ajetreada.

Comprendió por qué Jessica no podía ir a Las Vegas a la despedida de


soltera y la boda, según su agenda iba a estar en Manchester a finales de agosto y
de allí iría a Roma la primera semana de septiembre.
Usualmente los viernes por la mañana la latina ya quedaba libre hasta el
lunes, solo dos fines de semana aparecían marcados con eventos a los que iba a
asistir. Se sonrió al verlos, uno era en una casa de acogida para niños con
capacidades limitadas a la que iría para recaudar fondos.

Greg no pudo esperarse, el fin de semana siguiente se escapó a Boston


alegando que el fin de semana posterior a ese Jessica no iba a estar ni siquiera en el
mismo continente. Ella se carcajeó al verlo, pero no lo rechazó lo cual fue un alivio,
así que pasaron parte del viernes paseando en la ciudad y haciendo el amor cada
vez que pudieron.

El Vikingo experimentó una felicidad indescriptible el despertar con Jessica


a su lado, a diferencia de las veces anteriores, esa vez lo hizo con una posibilidad
en el pecho, con la esperanza de que más amaneceres fuesen así, con ella a su
costado y que solo tuviese que extender su mano para sentir el calor de su cuerpo.

En cierto modo no deseaba dejarle tiempo ni espacio para que pudiera estar
con otro hombre, sin embargo no iba a poder perseguirla hasta el otro lado del
mundo, por eso se afanó en hacerle de todo ese fin de semana, para que no le
quedaran ganas de estar con alguien más.

Jessica lo acompañó hasta el aeropuerto, Gregory se sentía en una nube de


dicha, la latina fue cariñosa, amable, fogosa… si ella creía que la convivencia y el
tiempo iban a hacer que lo que sentía se desvaneciera, él comenzaba a sospechar
que se equivocaba.

Todo fue escalando gradualmente: mensajes para desearse los buenos días o
las buenas noches, llamadas a las horas del almuerzo de él o en la cena de ella,
video en la intimidad de sus casas, donde las cosas se caldeaban rápido y de forma
exponencial; verla expuesta para él mientras se tocaba era dinamita pura, tanto que
se había vuelto parte de su arsenal los paquetes de toallitas húmedas, debía
tenerlas siempre a la mano para limpiar el estropicio que sus corridas podían dejar
en la pantalla de su portátil.

Jessica le mencionó que iba a estar en L.A en unos días, el mes de junio
moría aumentando el calor, y quedaron que Greg se escaparía a verla apenas
pudiera. La sorpresa sería que no se quedarían en un hotel.

Cuando Jessica vio el velero se emocionó mucho, pasar al menos un día y su


noche en él, adentrados en el mar, era una idea maravillosa, una que les permitía
una intimidad especial. Gregory empezó a enseñarle lo básico de la navegación,
dieron una vuelta por la misma isla que la última vez, solo que ese fin de semana sí
había bañistas en las costas de la isla de Santa Bárbara.

―Debo confesarte algo ―le dijo él, sirviendo más vino en su copa. Estaban
sentados en la proa, sobre una manta, observando las estrellas, anclados cerca de la
isla―, me muero de celos ante la idea de que puedas estar con otros hombres.

Jessica soltó una risita divertida, dio un sorbo a su copa y luego recogió las
rodillas contra el pecho, observando el cielo.

―Por ahora no me interesa. En sí, aunque pueda ser una mujer muy sexual,
tampoco significa que soy promiscua ―respondió―. Lo que tampoco puedo
garantizar es fidelidad al cien por ciento.

―Sí, entiendo ―aseguró él con tristeza―. La semana que viene no vas a


estar en Estados Unidos, casi hasta la mitad de agosto, solo para volver a irte de
nuevo el veintisiete. Es mucho tiempo separados.

―No en realidad ―contradijo ella―, sin embargo, a veces uno se cruza con
personas que te deslumbran en un momento y bueno… una cosa lleva a la otra…
―sonrió―. A veces no importa, porque estoy comprometida en una relación con
alguien y eso lo respeto… pero he aprendido, tal vez un poco a las malas, que la
gente no es de piedra y las cosas solo pasan…

―¿Qué quieres decir? ―le preguntó el rubio, acostándose sobre su espalda.


La jaló por un brazo, invitándola con gestos a que se sentara sobre él. Ella lo hizo.

―Bueno, a que a veces el sexo es sexo, y que sentir deseo sexual por alguien
no implica dejar de querer a otra persona ―explicó con serenidad―. Más cuando
pueden pasar meses sin verse… Es por eso que desde que rompimos Calvin y yo,
aprendí a ser menos complicada con eso… también es la causa por la cual no he
vuelto a tener relaciones amorosas demasiado serias.

Se mantuvieron en silencio, viéndose a los ojos. Gregory suavizó su


expresión, de alguna manera ella tenía razón, sus razones; y aunque él no lograba
compartirlas, era más porque no tenía esa experiencia de vida y relaciones, a que
pensara que estaba equivocada.

―Pues debo decir que a mí me entran unos celos irracionales ante la idea de
que otro te toque ―confesó, pasando su mano por la mejilla bronceada, Jessica
agarraba un color hermoso, su piel parecía oro rosado. Ella sonrió, se inclinó hacia
adelante y después de darle un beso que lo dejó sin aliento, le preguntó con una
voz sensual que derritió todo dentro de él:

―¿Ni siquiera si tú estás en la misma habitación?

―Mierda, Valkiria ―dijo el rubio en un susurro ronco―. ¿Te refieres a yo


viendo o…?

―Como a ti te guste, Vikingo ―respondió ella con voz sugerente.

Se deshizo del diminuto traje de baño, la noche apenas había caído hacía
hora y media atrás y los dos no se habían enjuagado el agua de mar. A Jessica no le
tomó nada liberar su pene, al fin y al cabo, la idea que implantó en su imaginación
junto con su cuerpo desnudo lo hizo estar más listo que un niño explorador.

―Imagínalo, Vikingo ―le pidió entre gemidos, mientras subía y bajaba


sobre su verga. Se pegó a su pecho, besándolo con desesperación, moviendo sus
caderas y nalgas de forma acompasada a la par que él posaba sus manos a cada
lado―. Un hombre detrás de mí, moviéndose despacio mientras tú estás dentro de
mí.

Para él la escena fue muy caliente también, en su mente se imaginó toda la


situación y por poco no se corrió en ese momento.

―¿Y qué tal con una mujer? ―murmuró tras un jadeo.

―¿Te gustaría ver cómo le doy placer a una chica? ―preguntó en plan
sensual―. ¿Quieres verme comiéndole el coño?

Gregory sintió un corrientazo en sus testículos, la conversación estaba


sacándolo de sus casillas, más cuando vio en su cabeza a Jessica metida entre las
piernas de otra mujer.

Ella se detuvo y él gruñó, se levantó, dejándole apreciar toda su figura


desnuda, Jessica le guiñó un ojo sobre su hombro, solo para alejarse sobre la
baranda y lanzarse al mar.

―¡Mierda, Jessica! ―exclamó ante su osadía. No solo lo había dejado con su


orgasmo a punto de ebullición, sino que se puso fuera del alcance de su mano.
Sin pensarlo la siguió al agua, sin medir las consecuencias y más caliente
que una hoguera; no le costó mucho alcanzarla, de hecho, sostenidos de la cadena
del ancla, la tomó con firmeza, ella abrazándose a su torso, moviendo las caderas
con desesperación.

Después de eso, Gregory descubrió un nuevo nivel de perversión entre


ambos, en especial una tarde en que él estaba en la oficina y Jessica lo llamó desde
el otro lado del mundo. Cuando la imagen del video se abrió, casi pegó un grito, se
apresuró a cerrar las persianas de su oficina, poner seguro en la puerta y calarse los
audífonos en los oídos.

Su Valkiria estaba con otra mujer, besándose apasionadamente, sin casi ropa
y en plan muy sexual.

Ambas féminas saludaron a la cámara, sonreían lascivas mientras las manos


tocaban sin pudor los pechos, o las bocas succionaban pezones. Gregory se
encendió, su pene estaba duro debajo de la ropa interior, así que empezó un suave
toqueteo sobre la ropa. Cuando Jessica apareció desnuda, arrodillándose de
espaldas a la lente, solo para meter su cabeza entre las piernas de la otra morena
que yacía en la cama, no pudo aguantarlo más. Abrió su bragueta, sacó su polla y
empezó un masaje vigoroso, deleitándose con el trasero en pompa y el sexo
expuesto de su Valkiria, que no paraba de tocarse, dándose placer.

Los gemidos escandalosos de la amiga de Jessica lo desquiciaron, se notaba


que disfrutaba la tortura que la lengua de la latina le estaba prodigando. Un
chillido fuerte reveló lo obvio, el orgasmo le hizo temblar las piernas y Jessica no
cejó hasta que la dama no se detuvo de jadear.

Cuando el cambio de posiciones se hizo, la mujer se colocó boca arriba en la


cama, su Valkiria lo hizo sobre el rostro de esta, de frente a la cámara, dejándole
ver cómo sus movimientos se acompasaban a las lamidas y estímulos de su
compañera, tocando y pellizcando sus pezones, que en ese maldito instante deseó
tener entre sus dientes, o meterle la polla muy profundo en la garganta.

Jessica se tensó, de sus labios escaparon los sonidos más sexys y su rostro se
demudó en una expresión de tal placer que Gregory se derramó sin remedio,
haciendo un estropicio sobre su pantalón.

¿Volverlo loco? No, lo que seguía tres casillas después.

La escena continuó, con los juguetes sexuales incluidos. Al final Jessica se


despidió con un guiño y lo dejó más caliente y desastroso que nunca; sin embargo,
esa escena sirvió para crear fantasías en su cabeza.

La idea de un trío con su Valkiria no parecía tan mala. Fantaseó mucho


durante las siguientes noches, luego, cuando ella lo sorprendió en su
departamento, el sexo que tuvieron fue jodidamente caliente, en especial porque él
jugó a castigarla por haberle hecho eso. Jessica se desvió de su itinerario de viaje,
así que antes de llegar a Boston terminó allí, en la cama de Greg, sodomizada con
fuerza mientras él le preguntaba si le gustaba su castigo.

Después de esa sesión desbordada, hicieron el amor, también fue


apasionado e intenso, solo que esa segunda vez, él no se despegó de sus labios a
medida que se derretían en el cuerpo del otro.

―Debo admitir que me excitó verte con otra mujer, lo del trío me llama la
atención ―le susurró al oído mientras permanecían acostados en la cama. Jessica
recostaba su cabeza sobre el hombro de Greg, pero le daba la espalda, restregando
su trasero contra la cadera de él de vez en cuando―. Pero cuando lo estábamos
haciendo y te imaginé con un hombre debajo de ti, uuuuuuuuff Valkiria, mi cabeza
se fue a otro mundo.

La latina soltó una carcajada, se puso boca abajo, elevó la cabeza y lo miró.

―Perverso ―lo acusó con burla maliciosa.

―A veces ―aceptó él, jalándola para besarla―. El sexo es divertido, mucho


más si tu compañera de juego es tan caliente y juguetona como tú.

A la mañana siguiente Jessica se marchó, no sin antes decirle que aún no


sabía si podría ir a Las Vegas para la despedida de soltera, no obstante, estaba por
confirmar la asistencia a la boda de Bruce y Amy.

―La abuela no deja de preguntar por ti ―le informó él, halando su maleta
hasta la puerta de embarque de la aerolínea―, que desea verte y departir contigo.

―Hemos hablado un poco por teléfono, Joaquín ha insistido ―le contó ella,
deteniéndose justo en el punto en el que él no iba a poder avanzar más―. No me
siento muy cómoda con eso, ella actúa como si me conociera de toda la vida, sé que
por la edad puede tomarse esas atribuciones, pero es difícil para mí…

―Comprendo, Valkiria. ―Recogió un mechón de cabello de ella y lo puso


detrás del oído. Greg luego se inclinó, dejando un beso sobre su frente―. Me
avisas cuando llegues a Boston.

―Claro. ―Lo besó en los labios―. Lo más probable es que nos veamos en la
boda.

―Buscaré que tengamos habitaciones conjuntas, para escabullirme mejor en


las noches ―aseguró el rubio.

―Buena idea ―aceptó la latina. Tras un último beso, tomó su maleta y


abordó el avión―. O mejor deja que confirme a ver si consigo una casa para mí
sola.

Y a él eso le pareció mucho mejor idea.


CAPÍTULO 31

Cuando todo parece ir mal

A pesar de que el panorama de Ward Walls se pintaba razonablemente


bueno, una tormenta se empeñaba en formarse. Era obvio que la Torre Medina
―como al final terminaron llamando al nuevo proyecto― iba viento en popa, en
especial con las confirmaciones de los estudios topográficos y también los permisos
de construcción. Tener el aval de ciertos nombres detrás de ellos funcionaba; aún
no se acostumbraban al hecho de que Jessica tuviese tantos contactos.

No obstante, del otro lado del mundo, comenzaban a presentarse los


inconvenientes. La urbanización en Madrid que desde el principio pareció buena
idea, continuaba saltando frente a ellos con un nuevo problema. Al principio eran
cosas sencillas, pero tras cinco meses de procesos y haber inyectado capital, ni
siquiera habían comenzado a remover la tierra donde se iba a construir la casa
modelo.

Fred se reunió con sus dos primos, le mostró las evidencias de los
movimientos bancarios realizados en Europa, pero que en contraparte no se
traducían en acciones. Greg se comunicó con la persona encargada del proyecto
estando frente a los dos morenos, Bruce fruncía el ceño de forma notoria ante lo
que el hombre en la línea les comentaba en un inglés un tanto tosco, pero
perfectamente entendible.

―Está todo bien, solo que los trámites no son tan expeditos como allá, señor Ward
―dijo el señor López―, la alcaldía aún no libera los permisos, las máquinas están allí,
pero si nos consiguen trabajando sin tener todo en regla nos echan una multa enorme.

―¿Cuándo deben entregar esos permisos? ―inquirió Bruce con voz


fastidiada.

―Debieron entregarlos hace dos semanas ―contestó el hombre―. Seguro los


retiene el inspector para que le soltemos algunos euros para agilizarlo.
Greg tuvo que viajar a resolver ese detalle, le avisó a Jessica que iba a estar
unos días en Madrid para ver si se encontraban; sin embargo, la latina se
encontraba en Japón, lo que lo hizo imposible.

Cuando el Vikingo estuvo de vuelta los ánimos parecían más calmados, a su


regreso el permiso estaba en manos de la constructora contratada y esperaban a
Sean y a Stan en menos de cinco días para revisar los planos finales. Eso lo obligó a
viajar de nuevo, porque ninguno de los gemelos hablaba español.

―¿Creen que debamos decirle a nuestra hermana lo que está sucediendo en


Madrid? ―preguntó Stan en el largo vuelo que los llevaría directo a España.

―Jessica no es mi hermana ―les recordó Gregory. Se había recostado en su


asiento de clase ejecutiva, colocándose un antifaz en los ojos para que no lo
fastidiara el brillo de la pantalla de Sean, que era quien estaba a su lado.

―Es algo así como tu hermana honoraria ―se mofó Stan.

―Ni así ―respondió el rubio con algo de fastidio―, tengo suficiente con
tenerlos a ustedes de hermanos, no quiero que me emparente con esa mujer
testaruda.

―No sabía que te cayera mal ―insinuó Sean―, por un momento pareció
que las cosas estaban bien entre ustedes.

―No me cae mal ―aclaró él, riéndose internamente por el cariz de aquella
conversación―. Recalco un hecho obvio.

―Bueno, cabeza dura sí es ―concedió Stan―, también es terca.

―Me recuerda a Bruce todo el tiempo ―se mofó el otro gemelo―. Si no


fuese porque de verdad es imposible, pensaría que ellos dos son gemelos.

Una vez en Madrid las cosas avanzaron con relativa rapidez, Sean se
entendió bastante bien con el ingeniero civil que era jefe de la plantilla, y Stan
explicó con claridad pertinente los aspectos de los tres planos para los diferentes
tipos de vivienda. No obstante, cuando ya estaban casi con un pie en el avión,
sucedió lo impensable. Parte de los materiales desaparecieron con ellos allí.

Lo que se suponía debían ser cuatro días se extendió por una semana
adicional, donde se tuvo que poner una denuncia, hablar al banco y hacer valer el
seguro que los protegía de esas contingencias.

―No sé cómo lo vayas a hacer, López ―le dijo Greg con voz amargada―,
pero no confiamos en estos empleados, los albañiles deben ser cambiados,
necesitamos nuevo personal, el material robado significó una pérdida de miles de
euros, y el seguro solo va a reconocer una parte, ¿estás consciente de todo el dinero
que se nos fue de las manos?

Sean y Stan no parecían estar de mejor humor, la pérdida del material


retrasó la construcción de forma notoria; mientras se conseguía de nuevo el dinero
―fuese que el seguro lo diese o que las dos empresas tuvieran que ponerlo―, la
fecha de inicio se iba a correr un tiempo más porque necesitaban surtir de nuevo
sus existencias.

Cuando las cosas comenzaron a tomar el rumbo previsto, era veinte de


agosto.

Greg le comunicó a su Valkiria que saldrían al día siguiente de regreso a


Estados Unidos, ella le contó que estaba en Silicon Valley con Joaquín en una
conferencia de tecnología eco amigable y era una pena que ninguno de los gemelos
hubiese estado allí.

―¿Por cuánto tiempo vas a estar, Valkiria? ―preguntó con esperanzas, con
algo de suerte podría verla el fin de semana, en especial si Jessica no iba a ir a Las
Vegas por la despedida de soltera.

―Mañana en la noche, viajo a Lisboa ―informó la latina con algo de tristeza.

―Nos cruzaremos en el aire ―musitó él, hablando en español para que sus
hermanos no lo entendieran, al auricular del teléfono.

―Es probable ―aceptó Jessica.

Por suerte para ellos, pareció que habían capeado el temporal en Europa, al
momento en que se bajaron en el aeropuerto de Los Ángeles recibieron la llamada
de López, avisándoles que les habían fiado el material necesario y que en solo dos
semanas sería entregado en el terreno, lo que significaba que en otoño comenzaría
la construcción.

Aquello era una buena noticia, que mejoró notoriamente cuando el lunes
siguiente recibieron la solicitud por parte de una empresa en Canadá que les
ofrecía asociarse de manera temporarl para la construcción de un centro
empresarial en Toronto. Greg pautó su viaje para estudiar la propuesta de negocio
semanas después de la boda de su hermano mayor. Luego Leon Allen les entregó
los permisos finales para empezar la construcción del mega centro comercial que,
con todo listo, podría iniciarse el diez de septiembre sin ningún problema.

Todos los Ward y Allen se reunieron en la sala de juntas para celebrar,


descorcharon una botella de un whisky de selección especial y brindaron por el
diáfano futuro que se abría ante ellos, donde la empresa Ward Walls se veía
exitosa, firme y redituable.

Y aunque nadie lo dijo, cada uno de los Ward más jóvenes deseó que la
socia estuviera allí, celebrando con ellos.
CAPÍTULO 32

Despedida de soltera

Jessica Medina no le había contado a Gregory sobre la agradable amistad


que se estaba desarrollando entre Amy Coogan y ella, también le había pedido a su
cuñada que fuese discreta al respecto, pues no quería presiones adicionales por
parte de sus hermanos, en especial los gemelos, que continuaban con sus constante
llamadas y videollamadas semanales.

Después de la fiesta de compromiso, la hermosa mujer afroamericana la


contactó, primero para verificar si había llegado bien y segundo para preguntarle si
podría acompañarla a comprar el vestido de novia a Manhattan.

―Es la primera vez que veo que una novia espera hasta último minuto por
un vestido ―dijo perpleja la latina.

―Fue completamente intencional ―contestó Amy desde su despacho en el


bufete de abogados donde era socia―. La verdad es que le dije a Bruce que quiero
tener un hermoso vestido de temporada, de diseñador y que sea divino… ese es el
único capricho que me quiero dar.

―Conozco varias tiendas en Manhattan, puedo ponerte en contacto con


ellos para que te asesoren y consigas el mejor vestido de novia que puedas desear
―aseguró Jessica―. Solo podré acompañarte si te dan una fecha en la que yo esté
en Boston.

―Comprendo, mujer ocupada ―sonrió la morena―. Deja reviso mi agenda


y te aviso.

Extrañamente, ese fue el inicio de conversaciones más seguidas y por ende


más relajadas. El vestido de novia estaba presente, sin embargo, comenzaron a
contarse otro tipo de cosas relacionadas más con el trabajo y el estrés laboral.
Jessica tenía amigas como Amy, mujeres ocupadas que se reunían a como
diera lugar un fin de semana cada seis meses en plan de diversión; la última vez
que lo hizo terminó teniendo sexo con una de sus amigas frente a la cámara web
mientras hacía video llamada con Greg.

Evidentemente no iba a incluir a Amy en ese grupo de amistades, pues no


tenía intenciones de seducir a su futura cuñada; no obstante, poco a poco le
garantizó a su nueva amiga que estaba despejando su agenda para ir a Las Vegas a
su despedida de soltera y después de allí al matrimonio.

―¡Qué genial, Jessica! ―exclamó Amy mientras firmaba unos papeles que
entregó a su secretaria. En Boston ya eran las ocho de la noche, pero en San
Francisco eran las cinco de la tarde, la jornada laboral apenas si empezaba a
acabarse―. He estado pensando en hacerla temática. ¿Qué opinas?

―Que mientras no digas que voy a ir está bien ―respondió, recibiendo el


vaso de whisky que Petra le tendió―. Quiero que sea una sorpresa.

―Sí, ya me lo imagino ―se burló ella―. Si no fueses tan conocida diría que eres
una espía que quiere pasar desapercibida.

―Es más que no quiero a Sean y Stan preguntándome si voy a quedarme


más de un fin de semana ―le explicó ella―. En cambio, si llego a Las Vegas y
después de allí a California, todo será más sencillo de manejar. De hecho, inclusive
mi primo ya está allá, me dijo que se iba a encargar de asegurar nuestra estadía en
Malibú.

―Excelente ―aceptó Amy―. Ahora, hablemos de mi despedida de soltera.

―Pensé que tu despedida la organizaba tu dama de honor. ―Jessica se sacó


las zapatillas de tacón y subió los pies sobre el escritorio, adoptando una posición
más cómoda―. ¿No es tradición que sea así?

―Mi prima se está encargando de eso, pero igual debo hacerle ver lo que me gusta
―aclaró la morena―. No quiero un montón de hombres desnudos pululando por ahí.

―Aburrida ―se mofó la latina.

―Tal vez para ti que estás soltera, pero yo no necesito ninguna polla que no sea la
de mi futuro marido ―aseguró Amy―. Es perfecta, me llena de un modo que no tienes
idea, me da placer y…
―Sabes, te detendré allí, porque en perspectiva, si lo piensas, estás
hablando del pene de mi hermano ―le recordó.

Tras las respectivas carcajadas, continuaron la conversación sobre otros


temas. Antes de colgar, Jessica le había sugerido la temática del Gran Gatsby, todo
un derroche de glamour y elegancia. A la mujer le gustó la propuesta y le
garantizó que le avisaría para que se preparase para la ocasión.

Dos días después recibía la confirmación, incluso el hotel donde tenían


reservaciones todas las personas involucradas. Jessica le pidió a su asistente que le
consiguiera una habitación en el mismo sitio, y para garantizar cierta privacidad
para el Vikingo y ella, le especificó que solicitara una de las de lujo. También
mandó a confeccionar dos trajes, uno plateado con el que todo el mundo la vería
como Jessica, y uno que nadie más conocía, de ese modo, podría aventurarse con el
rubio a estar en público y seducirlo frente a todos, sin ningún riesgo.

Así que el último viernes de agosto aterrizó en Las Vegas durante la noche,
los únicos que sabían de su llegada eran Amy y Joaquín y ellos llegarían durante
las primeras horas del sábado, junto a todos los demás. El día jueves estuvo
hablando con Greg, asegurándole que el siguiente fin de semana a la boda, ella
estaría completamente libre y disponible para él, que lamentaba muchísimo
haberse perdido ese evento especial, pero que si lo pensaba bien, no iban a poder
hacer gran cosa durante ninguna de esas dos fechas.

Para cuando llegó la hora de bajar a los salones donde se realizaría la


primera parte de la despedida de solteros de los novios, Jessica se apareció en el
vestíbulo donde todos estaban reunidos para dirigirse a sus respectivas
actividades. Se suponía que después de la medianoche podrían encontrarse
hombres y mujeres para culminar la noche de fiesta, no obstante, previamente
habían pautado actividades especiales para cada grupo y el punto de partida era el
vestíbulo del hotel.

Se colocó el vestido plateado, era una pieza exquisita que llegaba justo sobre
la rodilla, los delicados tiros estaban llenos de brillantes diminutos, que
combinaban con los flecos resplandecientes de la tela. De su cuello pendían varios
collares de perlas del largo que solía usarse en los años de mil novecientos veinte,
junto con el tocado de su cabeza, que culminaba con una encantadora pluma
vistosa de color blanco brillante; para la ocasión había adquirido una peluca del
mismo color de su cabello con el corte típico de la época, que enmarcaba su rostro
y los profundos ojos grises.
―¿Jessica? ―preguntó Fred con escepticismo. Fue el primero en verla
acercarse, lo que generó una reacción en cadena, haciendo que todos los Ward se
acercaran a saludarla con entusiasmo.

―¡Sorpresa! ―exclamó ante los abrazos de todos. La latina se sintió


contenta por haber logrado ir; aunque fuese poco a poco, estaba afianzando la
relación con sus medio hermanos, lo cual era divertido al ver cómo Stan
reaccionaba al verla.

Tuvo que sostenerse con fuerza de sus hombros cuando la alzó en el aire y
empezó a dar vueltas; las carcajadas brotaron de las gargantas de todos, incluidas
las amigas de Amy. Jessica reconoció a Geraldine, que se veía preciosa con su
vestido turquesa. Cuando se acercó a la parte donde estaban las mujeres, esta dejó
caer un comentario insidioso disfrazado de chiste.

―Espero que en la boda no le robes protagonismo a la novia.

―Bueno, no se lo robé ―le aseguró la latina manteniendo el buen humor―.


De hecho, a ella le pareció divertido darles la sorpresa a mis hermanos.

Se sorprendió a sí misma ante aquella afirmación, no obstante, no tuvo


tiempo de detenerse a pensar en eso.

―Parece que todos te saludaron menos yo ―se quejó Gregory procurando


controlarse, estaba emocionado y lo único que le provoca era hacer lo mismo que
Stan, solo que mientras la alzaba deseaba devorar sus labios―. Que grata sorpresa
―dijo; se inclinó para abrazarla con cordialidad para susurrarle al oído―. Y que
bien te sienta ese vestido.

―Muchas gracias, Vikingo ―aceptó ella alejándose. Lo miró de pies a


cabeza con ojos apreciativos y soltó―. Apuesto que esta noche tendrás muchas
conquistas.

―Yo no me molestaría si me conquista a mí ―dijo de forma sugerente una


hermosa morena con un vestido de color mostaza.

Todas rieron, incluida Jessica.

Mientras tomaban una copa de champaña para brindar por los novios ―con
Stan colgado a su cintura, asegurando que ella iba a ser su cita de esa noche― los
organizadores los separaron y los llevaron a dar una vuelta por el Strip para ver
los espectáculos en la ciudad de las luces. Más champaña, risas y los carros de la
época. Acudieron a un local donde fueron recibidas con bombos y platillos, todo
estaba decorado igual que en la década de los veinte; a aquellas que fumaban les
ofrecieron cigarrillos con las largas y elegantes boquillas, cenaron allí, atendidas
por guapos camareros que iban ligeros de ropa y la que llevaban eran de colores
brillantes y chillones, como si fueran parte de una fantasía ostentosa. Un hombre
salió a cantar y le dedicó una canción a Amy, después de eso, los mismos meseros
atractivos hicieron una coreografía que puso eufóricas a las damas, solo para
culminar con los regalos que las amigas tenían para la novia.

―¡Maldición! Esta noche debo ligarme a alguien ―exclamó la amiga de


Amy vestida de mostaza―. En serio tengo unas ganas de cogerme al Vikingo… sin
ofender, Jessica ―se rio.

―Para nada, Gregory no es mi hermano ―aseguró ella sonriendo―. Y


cómo te digo que no, si el bastardo está más bueno que el pollo frito.

―¡Verdad que sí, chica! ―chilló la otra emocionada.

―Todos los malditos Ward están que queman ―dijo Amy algo
achispada―. Recuerdo en la universidad cuando me babeaba por Fred.

Jessica abrió los ojos con sorpresa.

―Pensé que él era tu mejor amigo ―acotó la latina. Su cuñada asintió.

―Lo es, pero hubo una época en que me gustaba mucho el desgraciado.
―Bebió otro sorbo de champaña―. Pero él estaba coladito por alguien más.

―Esa debe ser Geraldine ―aventuró Jessica, mirando a la rubia que sonreía
con suficiencia.

―Exacto ―aceptó la agasajada―. Aunque lo mío fue solo un crush, conozco


a Fred desde siempre, básicamente desde que recuerdo estar en la escuela. A Bruce
solo lo veía en algunas ocasiones, cuando Frederick estaba de cumpleaños, pero en
la universidad todo cambió.

―Tampoco te culpo, Fred es todo un caballero ―comentó Jessica.

―Todos los Ward, en serio ―prosiguió la amiga―. Hasta los padres son
guapos. A ver, Jessica… si no fueras familia de ellos, ¿por cuál irías esta noche?
―Sin dudarlo, por Fred ―respondió de inmediato, con una risita
maliciosa―. Es que ya tú te pediste al Vikingo.

Todas estallaron en carcajadas, todas excepto Geraldine que entrecerró los


ojos ante ese comentario tan obvio. Sonrió forzadamente cuando Jessica la miró, y
se sintió molesta por la forma en que lo hizo, como si quisiera retarla de algún
modo.

―Por suerte es tu familia ―intervino ella, procurando mantener un tono


jocoso.

―Pues ni tanto, entre primos también se puede ―insistió la amiga de Amy.


Las carcajadas continuaban, no obstante, Jessica no participó de ellas, estaba
enzarzada en un duelo de miradas con la rubia.

―No creo que Fred sea la clase de hombre que se deba usar de esa manera
―expuso Jessica―. Exceptuando un pequeño roce al principio de nuestra relación,
lo único que puedo decir es que, Frederick Ward, es todo un caballero, se merece
una mujer a su altura, que lo respete y respete sus sentimientos, alguien que pueda
retribuirle su dedicación… ―Miró a la amiga de Amy―, por eso no podría
enrollarme con él, aunque fuese mi primo; lo respeto muchísimo, y lo admiro más.

―Sí, Freddy se merece todo lo mejor ―aseguró Amy con ojos soñadores―.
¿Sabían que él fue quien ayudó a Bruce a proponerme matrimonio?

Por suerte la conversación derivó en otros derroteros, aunque de tanto en


tanto las miradas de Jessica y Geraldine se encontraban en el aire. La rubia no era
estúpida, en sus ojos podía ver que la estaba midiendo, tratando de dilucidar algún
tipo de emoción delatora; sin embargo la latina disfrutaba del momento, contenta
de haber aceptado participar de la celebración. Que la lengua se le hubiese ido de
más no iba a ser impedimento para pasarla bien.

Media hora antes de la medianoche se levantaron de las sillas y volvieron a


los autos, ingresaron al hotel donde les entregaron unas máscaras con decoraciones
recargadas antes de hacerles pasar al salón, donde una fiesta al estilo del Gran
Gatsby se estaba llevando a cabo.

Apenas traspusieron las puertas los novios fueron apartados del grupo en el
que iban, Stan se prendó de Jessica de inmediato; más cuando el mejor amigo de
Bruce, un hombre llamado Steve, intentó ligársela.
―Así que tú eres la hermana menor de Bruce ―dijo con la voz algo pesada,
mirándola sin pudor, de una forma lasciva. Jessica compuso una mueca de
indiferencia.

―No tienes oportunidad, amigo ―fue todo lo que dijo, en voz fuerte y
clara, para que cada uno de los hombres las escucharan.

―Ya oíste, Steve ―lo amenazó Stan―, mantén tus sucias manos lejos de mi
hermana.

Pero el rechazo no surtió efecto, por el contrario, tras la presentación de la


pareja al público ―no eran los únicos en la fiesta, el lugar estaba a reventar― y sus
correspondientes aplausos, la celebración continuó. Al igual que los intentos del
hombre por conquistarla.

El lugar estaba lleno de todo, Jessica en serio se sentía transportada a otra


época. Bailó con Joaquín, con sus hermanos, incluso se dejó llevar por Fred un rato,
bajo la atenta mirada de Geraldine, que en ese momento estaba en las manos de
Bruce.

―Creo que dije algo que incomodó a tu novia ―le susurró al oído, Fred solo
se encogió de hombros y la hizo girar sobre sus pies.

―No es como que sea mi novia ―respondió―. Estamos reencontrando


nuestro camino a eso, pero nada es seguro.

―Solo espero que estés haciendo esto porque tú lo deseas, Rick ―musitó.

Se miraron fugazmente a los ojos, sin embargo, el ambiente no estaba como


para caer en sentimientos fatalistas o melancólicos. Greg volvió a invitarla a bailar
después de una ronda de tragos, llevaban casi una hora completa allí, embriagados
por los colores, la bebida y los sonidos; él le susurró que deseaba besarla, pasando
muy cerca de sus labios.

―Hay tanta gente ―le dijo―, que si te robo un beso nadie lo notará.

―Pues yo tengo una mejor idea ―sugirió Jessica con un tono divertido―.
¿Qué tal si esta noche Jessica desaparece con algún amigo y tú te lías con una
sensual y atractiva desconocida?

―¿Me estás proponiendo que me folle a otra? ―preguntó con voz grave,
desde que la había visto con su amiga en video, la idea de compartirse con otras
personas se había implantado en su cabeza.

―Bueno, la amiga de Amy te tiene ganas ―se rio con soltura―, y es muy
simpática… ―Le guiñó un ojo cuando se alejó de él, sosteniéndose por las
manos―. Aunque estamos en Las Vegas, Vikingo… podríamos hacer lo que sea.

―La verdad es que no quisiera compartirte con nadie ―le susurró al oído
sin soltarla, la canción se había acabado y esperaba que comenzara otra mientras
las personas aplaudían―. Además, no me has dicho cuándo te vas.

―Después de la boda, Greg ―respondió con sinceridad―. Me tendrás en


cualquier momento de la semana para ti solo, pero estamos en esta ciudad… ―le
recordó―. Aquí podríamos dar rienda suelta a las fantasías… a cualquiera de tus
fantasías.

La mirada sugestiva de la latina lo hizo estremecer. Ella le guiñó un ojo y


cuando la canción se terminó, lo abandonó en la pista sin decir nada. Greg se alejó
hacia donde estaban sus hermanos, miraban la marea de gente buscando alguna
mujer dispuesta a divertirse esa noche.

Jessica levantó la falda de su vestido, dejando ver una liga alrededor de su


muslo que le servía para sujetar móvil. Ella lo sacó ante la vista de todos, que
estaban muy atentos a sus movimientos. Sonrió al ver la pantalla, luego se inclinó
al oído de Amy a susurrarle algo, la morena rio, hizo un comentario y todas las
amigas empezaron a silbar y a aplaudirle. La latina se giró en dirección a ellos,
levantó el brazo para despedirse, solo para dirigirse a la salida del salón.

Estaba a punto de seguirla cuando un mensaje vibró en su móvil, lo sacó


para ver quién le escribía y encontró un mensaje de su Valkiria diciéndole que le
diera solo media hora.
CAPÍTULO 33

Lo que sucede en Las Vegas,

se queda en Las Vegas…

El segundo vestido de la noche era una pieza larga de color negro, con un
escote recto y sin mangas. Si hubiese sido de color rojo, habría sido demasiado
llamativo; además que no quería que la relacionaran con Jessica Rabbit.

Se retiró la peluca con cuidado y soltó su melena oscura y esponjosa,


peinándola con atención para que las ondas gruesas se vieran ordenadas. Revisó
una vez más su atuendo, desde la abertura del vestido que iba del tobillo al muslo
de manera muy sensual, hasta los guantes de color crema que llegaban hasta los
antebrazos, su indumentaria era diametralmente opuesta a la que todos habían
visto. Su intención era pasar desapercibida, solo para subir la adrenalina del
Vikingo y ella, para hacer su encuentro más divertido.

Volver a la fiesta fue rápido, previamente pidió que apartaran una máscara
un poco ostentosa, con plumas negras y verde tornasoladas; cuando se la puso se
inspeccionó una vez más. Definitivamente no iban a saber que era ella, más si
tomaba las precauciones necesarias para mantenerse alejada de cualquiera que
pudiese reconocerla.

Tomó una copa de la bandeja de uno de los meseros, a pesar de que ya eran
casi las dos de la madrugada la fiesta se encontraba en todo su apogeo. Por suerte
no era una celebración privada, así que la multitud servía para cubrir su presencia.

Descubrió a Greg apoyado en un pilar cerca de la pista, lo detalló por un


rato, el esmoquin blanco con pantalón negro le sentaba de maravilla; y no solo a él,
sino también a cada uno de los Ward que lo usaban puesto esa noche. La prueba
de fuego estaba por llevarse a cabo, si se acercaba lo suficiente a donde estaba él
conversando con Frederick y no la reconocían, su plan iba a ser un éxito. Se detuvo
a su lado, casi rozándolo, observando con atención a las parejas que bailaban.
Varias personas, en su mayoría hombres, la observaron atentamente; Jessica
era una mujer con curvas, así que el vestido se ceñía a su cuerpo mostrando una
bonita figura de reloj de arena.

Fred la miró por un segundo y frunció el ceño, ella le sonrió con cortesía,
pero no le prestó demasiada atención; Jessica incluso se cambió el labial, el que
había usado esa noche era de un suave tono rosado, no obstante, el que llevaba en
ese momento era uno rojo intenso, que hacía lucir sus labios más gruesos.

Geraldine se acercó a donde estaban, se puso un poco mimosa con el


moreno, que intentó ser amable con ella sin caer por completo en sus intentos de
seducción. Terminaron en la pista de baile, moviéndose al ritmo de la música.

―Bien ―le dijo ella cuando se quedó solo―, Fred no me reconoció, así que
creo que podemos intentar divertirnos a plena vista.

―¿Jessica? ―inquirió él en voz baja, comiéndosela con los ojos.

―Por supuesto, galán. ―Le guiñó el ojo detrás de la máscara―. ¿Qué tal si
me invitas a bailar?

Él no perdió el tiempo, la estrechó entre sus brazos y se zambulleron entre el


mar de parejas que bailaban. Algunos se giraron a mirarlos con curiosidad,
preguntándose quién era la mujer con la cual estaba bailando.

Dos canciones después Greg se arriesgó a besarla, hacerlo en público, frente


a sus hermanos, aceleró su ritmo cardiaco; aunque ellos no supieran que era
Jessica, era excitante y peligroso ese juego.

―Valkiria, con ese vestido inspiras pensamientos nada respetuosos ―le


susurró con voz cargada de deseo. Ella soltó una risita.

―Esa era la intención, Vikingo ―dijo Jessica, apretujándose contra él―.


Estamos en Las Vegas, ya sabes lo que dicen… ―le recordó―. Lo que pasa en Las
Vegas…

―Se queda en Las Vegas ―completó el rubio, apretándola por las nalgas.

Greg se había quedado pensando en lo que ella le dijo antes de irse a


cambiar; miles de ideas podían ocurrírsele estando allí. Si esa noche se les permitía
dar rienda suelta a sus pasiones y fantasías, entonces no había razón para
contenerse. No obstante, la fantasía que se implantó en su cabeza era bastante
sucia, tras observar a la amiga de Amy que le lanzaba miradas llenas de promesas
salpicadas con sonrisas complacientes, encontró que no le causaba tanta emoción
estar con otra mujer y su Valkiria; sin embargo, cuando pensó en otro caballero, la
situación se tornó diferente, solo que no tenía la confianza de invitar a ninguno de
ellos a unirse a su fiesta privada, porque el único hombre en quien podía confiar
con los ojos cerrados, era nada más y nada menos que Frederick Ward.

«Todo lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas.»

Recordó aquella primera noche en San Francisco que, en medio de la locura


del desquite, Jessica le susurró cosas bastante calientes e impúdicas; de hecho, solo
de rememorar la forma en que lo llamó “hermanito” para después meterse su verga
dentro de la boca hasta el fondo de su garganta, fue… casi se volvió a correr de
solo pensarlo.

Fred era su mejor amigo, y en todas sus conversaciones le dio a entender


que le costaba ver a Jessica con ojos de familia pues el lazo entre ellos no era igual
que los que surgían entre hermanos. La pregunta era si estarían dispuestos a
traspasar esa área gris que tenían delante.

―¿Confías en mí, Valkiria? ―le preguntó él tras darle un beso profundo


que los dejó sin aliento.

―Con los ojos cerrados, Vikingo ―susurró ella contra sus labios.

―Entonces espérame en tu habitación.

Jessica le sonrió con lujuria.

―Dejaré la puerta sin seguro ―le dijo, y se marchó del salón.

Gregory se aproximó al moreno, estaba en la barra del salón bebiéndose un


trago. Sonreía a Sean que en ese momento le señalaba a su hermano gemelo que
estaba liado con una de las damas de Amy. El rubio tenía esa sensación de
irrealidad propia de esos momentos donde la adrenalina controlaba todo y te
dejabas llevar por la locura.

Posó su mano sobre el hombro con un poco más de fuerza de la necesaria,


con el corazón palpitando casi de forma ensordecedora. Cuando Fred se volvió
para encararlo, la sonrisa de su rostro mermó un poco y lo observó con precaución.
Esperó a que él pidiera su bebida, un vaso de bourbon con hielo.

―¿Pasa algo, Greg?

Suspiró y sonrió, en serio estaba a punto de proponerle a su mejor amigo


cometer la mayor de las locuras.

―Fred, eres un tipo soltero, estamos en Las Vegas y nunca cometimos


locuras juntos ―le dijo de forma errática―. ¿Confías en mí?

El moreno frunció un poco el ceño sin dejar de sonreír. Había visto a su


primo bailando con la pelinegra en la pista, comiéndose a besos de forma casi
desvergonzada. Por un momento se molestó con él, aunque en el fondo no podía
hacerlo por liarse de esa manera con una desconocida, porque por lo poco que
habían tocado el tema, Jessica y Gregory no estaban juntos en sí, así que su mejor
amigo tenía derecho a divertirse.

―Sí, Vikingo ―respondió él―. Con los ojos cerrados, hombre.

Greg pensó que esas palabras eran una señal, exactamente las mismas que
su Valkiria había dicho minutos atrás.

―Entonces cometamos una locura, Frederick Ward ―lo invitó de forma


enigmática―. Vivamos la mejor noche de nuestras vidas… sin preguntas, sin
increpaciones…

Fred no supo que responder; de hecho, estaba pasándolo bien, incluso


después de ver a Jessica y su espectacular presencia. Geraldine había estado
especialmente amable y cariñosa desde que subieron al avión, sin embargo, él no
esperaba una reconciliación en ese momento, pero sí al menos un reencuentro
entre los dos.

No obstante, la idea de alocarse con su primo se le antojaba divertida y


excitante, vivir una locura con su mejor amigo era una de las cosas que se perdió
por andar en la peculiar relación de pareja que mantenía con la rubia.

―Vamos entonces ―dijo casi sin pensarlo. Greg sonrió con más profusión.

―Entonces sígueme ―le ordenó. Ambos se escabulleron de la fiesta y se


alejaron rumbo al ascensor.
Greg estaba nervioso, le envió un texto a Jessica indicándole que iban
subiendo, ella respondió con el número de su suite. El camino de subida se hizo
interminable, pero cuando las puertas se abrieron al pasillo, los dos hombres se
encaminaron con paso firme en la dirección que el rubio indicó.

La puerta estaba sin seguro tal y como Jessica dijo, cuando entraron en la
habitación se encontraron con una elegante sala a media luz, la música sonaba
suave de fondo y sobre la mesa de centro reposaba una bandeja con la hielera, una
botella oscura y tres vasos.

Al Vikingo se le olvidó decirle a Jessica que se dejara la máscara, y esperaba


que ella lo hubiese hecho porque no quería que todo se tornara extraño, la idea era
que ese pequeño detalle quedara entre su Valkiria y él, esperando que entre el
alcohol y la noción de que Jessica lo había dejado en la pista de baile para
marcharse, Fred no asociara que era ella.

Cuando la latina ingresó a la sala desde el arco que daba al cuarto, abrió los
ojos con sorpresa; por suerte sí llevaba la máscara, lo que hacía que sus expresiones
se disimularan bastante.

―Él es mi primo ―explicó Greg, como si se tratara de una desconocida,


Jessica solo asintió en silencio; no quería hablar y delatarse con Fred, que en
apariencia no la había reconocido―. ¿Qué tal si nos tomamos un trago para entrar
en ambiente? ―sugirió el rubio tras ver la tensión―. La idea es divertirnos, ¡Vegas,
bebé!

Sirvió tres vasos sin hielo, de la botella brotó un líquido ambarino con un
exquisito olor a madera; Jessica se acercó hasta ellos con una sonrisa en los labios,
tomó el vaso y bebió de un solo trago el contenido.

La vida era una hija de puta, puso en su camino a Fred, volviéndolo


prohibido de un modo peculiar; no obstante, en ese instante, lejos de San Francisco,
a varios pisos sobre la cabeza de los Ward, estaba a su alcance de un modo que
nunca había osado imaginar.

Cerró los ojos y suspiró cuando el licor quemó sus entrañas. Greg lo había
traído, no ella.

Se giró hasta el moreno, que imitándola había tomado su trago del mismo
modo, se impresionó cuando la mano enguantada se posó sobre su nuca y la
morena se inclinó hacia su oído:
―No me beses, por favor ―susurró en voz baja―. No en los labios.

La sangre se volvió hielo en las venas del moreno, su corazón dejó de latir y
tuvo que hacer un esfuerzo infernal para mantener su rostro plano y sin expresión
de reconocimiento.

Aquello no podía ser cierto.

Eso no estaba pasando.

Esa mujer no era Jessica y no estaba allí para tener sexo con la latina y su
primo.

Jessica se giró entre los brazos del rubio, empezó a besarlo con cadencia,
mientras la mano firme de este se colaba por la abertura del vestido, acariciando su
muslo y la nalga. Fred solo tuvo que pensarlo un segundo, un instante en que se
planteó una pregunta:

«¿Está será nuestra única oportunidad?»

Se deshizo de su saco, dejándolo de cualquier manera sobre una silla, lo


mismo hizo con la corbata de moño y la camisa blanca que llevaba esa noche. Con
el corazón bombeando calor dentro de sus venas, derritiendo la sangre para que
fluyera de manera salvaje, retiró la melena oscura de su espalda, dejando al
descubierto el hombro de la mujer. Depositó sus labios sobre la tibia piel del cuello,
sus manos se aferraron a la cintura estrecha y su boca viajó hacia el omoplato;
Jessica jadeó con el contacto de los labios de Fred, se estremeció entre sus brazos
sin poder evitarlo. No había marcha atrás, el moreno iba a tomar lo poco que la
vida le dejaba.

Deslizó el cierre del vestido en su espalda, exponiendo la curvatura de su


columna, desplazándose con lentitud rumbo a sus zonas más bajas; la tela se
deslizó sobre el cuerpo con una rauda caricia que se arremolinó a sus pies, dejando
expuesta su desnudez y la tez cremosa. Jessica solo portaba la máscara, los guantes
y los tacones, con esa estampa que tenía, era el sexo encarnado frente a los ojos de
ambos.

Fred la aprisionó contra su pecho desnudo, mientras seguía besando su


cuello, hombros y parte de su espalda. Sus pieles se fundieron de un modo
sublime, y su hombría se elevó entre sus pantalones, presionando los montículos
de sus nalgas.
Greg mientras tanto se apersonaba de sus pechos, al quedar estos expuestos
se inclinó a chuparlos y morderlos con deleite, ni siquiera se había deshecho de su
ropa, solo se esmeraba en darle placer para oír los gemidos que brotaban de la
garganta de Jessica.

La experiencia estaba nublando sus sentidos, cualquier rastro de cordura se


evaporó cuando el vestido cayó al suelo. Para él, Jessica y su persona estaban
experimentando, utilizando a conciencia a Fred que desconocía quién era la mujer
que se erguía entre sus cuerpos.

La mano del rubio se aventuró más abajo, deslizándose entre los pliegues de
sus labios verticales, donde la humedad comenzaba a ser notoria, llamándolo con
glotonería; quería beber de esa fuente que manaba de su interior, era el primer
paso para conocer el paraíso; y cuando quiso seguir más allá con su mano,
encontró que los dedos de Fred se colaban dentro de su vientre, haciéndola gemir
quedamente.

Aquello era morbo y lujuria, deseo y necesidad; Jessica no podía consigo


misma en ese momento, Fred y Greg introducían sus dedos de forma alternada,
uno frente a ella mientras se comía sus pechos con fruición; el otro por detrás, a la
par que respiraba pesadamente en su oído. El orgasmo surgió de la nada, como un
estallido pirotécnico que le hizo temblar las piernas; el gemido escapó de su boca
más sonoro de lo que esperaba, su mente se desconectó por un instante solo para
volver a reconectarse llenándola de colores más vivos y brillantes; se aferró a la
nuca del moreno con fuerza, lanzando su brazo hacia atrás, a la vez que su otra
mano se enredaba entre las hebras rubias del Vikingo; y así, sostenida por ambos
hombres, se dejó ir a la deriva, permitiendo que los espasmos de su éxtasis la
llevaran a donde quisiera.

―Te prometo que no te besaré ―le susurró Fred en un murmullo casi


inaudible―. Si lo hago, estaré perdido para siempre.

Greg se irguió ante ella, sus ojos azules turbados por el deseo y la excitación
no estaban atentos a otra cosa que no fuese la valkiria que tenía frente a él, se llevó
los dedos a la boca y chupó con deleite.

―Oh, Jes…. ―La mano enguantada de la latina tapó su boca, sonrió


lánguidamente y negó. En ese instante reaccionó a la metida de pata que estuvo a
punto de hacer. Si decía su nombre todo podía irse a la mierda, el secreto era entre
ella y él.
Jessica se dejó caer al suelo con suavidad, de rodillas; mientras Greg se
deshacía de su ropa ella se apersonó a desabrochar el cinturón de Fred. Este la
miraba con ojos cargados de deseo, deslizó sus dedos entre las hebras de cabello
oscuro en un gesto tierno y amoroso que alcanzó a pasar desapercibido para el
Vikingo. La prenda de ropa se resbaló hasta el suelo, exponiendo las piernas
torneadas del moreno; solo entonces ella se dio un momento para contemplarlo, su
cuerpo modelado y atlético sin rayar en lo excesivo, no era una mole de músculos,
pero se notaba que cuidaba su figura; los pectorales, el abdomen, todo se marcaba
con líneas definidas que la latina deseó recorrer con su lengua, no obstante, no
podía abandonarse a sus deseos, tenía que ser astuta, tanto él como ella sabían que
aquella era una oportunidad única.

Un engaño que no lo era.

Los dedos cubiertos de tela se aferraron a la elástica de su ropa interior, su


miembro saltó en el aire cuando quedó libre de la prisión, su pene era mediano, de
buen espesor, con venas que se marcaban por todo su tronco. Del glande hinchado
manaba un hilillo de líquido transparente, Jessica deslizó la punta de su lengua
recogiendo el néctar con deliberada lentitud, solo para culminar introduciendo la
punta dentro de su boca.

Ese simple gesto hizo que las rodillas de Fred flaquearan, Jessica llevó su
pene lo más adentro que pudo de su garganta, procuró succionar pero era bastante
grueso para su propia boca; el gemido del moreno le generó escalofríos, la forma
en que se aferró a su cabeza como si fuese el único lugar del mundo al que podía
sostenerse la hizo estremecer. Cuando apareció Greg en su campo de visión, con su
verga erecta sobre el pubis como un golem indestructible, se sacó el guante de su
mano derecha y con la piel al descubierto, comenzó a acariciarlo.

Jessica fue alternando entre cada uno de ellos, paladeando cada pedazo de
carne y disfrutando de las diferencias que cada uno representaba. Greg era más
largo y levemente más delgado, lo que permitía que pudiese alojarlo hasta el fondo
de su garganta cada vez que lo metía en su boca; el concierto iba in crescendo, a
medida que estimulaba cada polla con especial mimo.

―Oh, vamos ―ordenó Greg ya fuera de sí, necesitado de algo más que una
simple felación. Se sentó sobre el sofá más cercano, reclinando su cuerpo lo
suficiente para afianzar bien los pies sobre el suelo y las rodillas en ángulo recto.
La tomó de la cintura, posicionándola sobre su miembro erguido, que él procuraba
mantener firme para introducirlo dentro de ella―. No aguanto más, musitó con
voz ronca, necesito estar dentro de ti.

La latina se sentó despacio, jadeando ante la intromisión firme del pene del
Vikingo. Sus manos se aferraban a las caderas de Fred mientras se deslizaba hacia
abajo; el moreno se limitaba a observarla, deseoso y contrariado. Cuando estuvo
por completo dentro, comenzó un vaivén suave, acompasado, lo que le permitió
volver a estimular al moreno. Este no se contuvo solo con sus vibrantes caricias,
porque cada vez que lo metía a su boca y el rubio se impulsaba hacia arriba para
llegar más adentro, ella gemía sin sacarse la verga de la boca.

―Me voy a correr ―anunció Fred, presa de un placer espumante y


efervescente que no pudo contener. Su voz desfallecía a la par que su cuerpo se
tensaba; Jessica lo escuchó, y en vez de apartarse de él lo sostuvo con firmeza,
llevándolo todo lo que podía dentro de su boca.

El moreno sintió que iba a morir allí, su verga explotó con potentes chorros
que impactaron en el cielo de la boca de la latina, que continuó su estimulación
como si necesitara sacarle todo lo que tenía por dentro.

Fred se tambaleó un poco hacia atrás y terminó sentado en el sofá frente a


ellos, libre de su presencia, Jessica se dejó ir entre las manos de Greg que la atrajo
hasta su pecho, recostándola sobre él. La latina mantenía las piernas tensas sobre el
piso, alcanzándolo con cierta facilidad gracias a los tacones; la escena era hermosa
y sensual, el contraste de ambas pieles, los sonidos que salían de ellos, la
coordinación con la que se movían; Fred no podía sentir más que deseo de unirse a
los dos, de participar en aquel ir y venir de aquellos cuerpos.

Un jadeo melodioso y continuado escapó de Jessica, su cuerpo parecía una


cuerda de chelo entre las manos diestras de un músico que se afanaba por sacar de
ella las más hermosas tonadas. La latina estaba siendo torturada placenteramente,
llevando su orgasmo a un nivel cada vez más alto.

El Vikingo decidió detenerse, eufórico y desenfrenado, necesitaba verla y


besarla, contemplar cómo su Valkiria alcanzaba las estrellas entre sus brazos. Al
mismo tiempo una parte perversa deseaba fundirse con ella en aquella fantasía,
observarla mientras se retorcía entre los brazos de los dos.

―¿Quieres tenernos a los dos? ―preguntó Gregory con voz ronca,


meneando su cadera un poco.

―Aaah, aahh… sí ―respondió con un hilo de voz. Era su segundo orgasmo,


su interior estaba hinchado y caliente, el roce suave de la verga del rubio era un
delicioso suplicio―. Sí, a los dos…

―Mujer ―gruñó ante la contracción de su vagina alrededor de su


miembro―. Me vas a volver loco…

―Entonces, enloquezcamos los tres ―susurró ella roncamente, mirando a


los ojos de Fred.

Gregory se elevó del sofá donde estaban y rodeó la pequeña mesa donde
habían quedado olvidados los vasos y la botella. Fred lo vio venir con Jessica entre
sus brazos, sostenida con fuerza de la cintura. Su boca roja y con el carmín
ligeramente corrido, su cuerpo estaba cubierto por una ligera patina de sudor que
la hacía ver brillosa y el cabello desordenado, salvaje ―tal como dijera su primo
alguna vez― como una valkiria que hubiese estado cabalgando un corcel al viento.

El rubio la dejó en el regazo de Frederick, que la recibió sobre su cuerpo


dispuesto. Ambos hicieron un esfuerzo por no besarse, por no dejarse arrastrar a la
demencia que los labios del otro significaban. Por el contrario, el moreno se recostó
un poco en el mueble, dejando que los muslos carnosos de la latina reposaran a
cada lado de sus caderas; ella comenzó a frotarse contra su verga dura, dejando
que su grosor se empapara con sus jugos calientes, jugueteando con él un poco,
provocándole para hacerle perder el control.

La sostuvo con firmeza de las caderas, se clavó en su vientre sin


contemplaciones; él mismo mordió su boca por dentro para no gemir, su interior
era caliente y estrecho, abrasaba su verga derritiendo su piel; la abrazó por la
cintura, inmovilizando su torso contra el pecho, donde los senos se apretujaban
como cojines esponjosos. Jessica gemía, dejando que el moreno marcara el ritmo,
descansando su cabeza sobre el hombro de él.

Un relámpago frío erizó su piel, Gregory desplazaba un cubito de hielo


entre sus nalgas, alrededor del apretado anillo de su recto; jadeó y se estremeció,
presa entre los brazos de Fred y a merced de las actividades maliciosas que la
mente perversa del Vikingo pudiese concebir.

Primero un dedo, delicado y lento, fue horadando despacio el canal; ella se


removió inquieta, nerviosa y a la expectativa, derretida por las sensaciones que su
sexo disfrutaba con el suave vaivén de Fred. No quería analizar sus emociones,
cómo se sentía vulnerable y protegida al mismo tiempo entre esos cuatro brazos. El
moreno lo hacía despacio, prolongando el contacto, deleitándose tanto como ella
misma en lo que les había tocado; Greg en cambio se desvivía por estimularla y
complacerla, por correr en esa carrera a la par, liberar el lado perverso de ambos
donde se complementaban tan bien.

Pronto un solo dedo se convirtió en dos y después en tres. Jessica gimoteaba


sumida entre el placer y el dulce dolor de sentirse abierta. Greg dejó caer saliva
sobre la zona, de una forma delicada y sutil, solo para ayudar un poco a la futura
intromisión. Se posicionó sobre el sofá, apoyando la rodilla en el espacio vacío
entre las piernas de Fred y apuntó su polla dura en dirección a su trasero.

Frederick se detuvo al sentir cómo Jessica se tensaba, el rubio fue despacio,


entrando y saliendo lentamente, mordiéndose el labio inferior para contenerse; no
deseaba hacerle daño, no quería que aquello terminara mal; así que lo hizo con
ternura, acariciando su espalda con la mano libre, besando su nuca cuando se
inclinaba sobre ella, susurrándole lo hermosa que era mientras se abría camino en
su interior.

Ambos hombres estaban atentos a ella, a sus gestos, sonidos y movimientos;


pero a la par estaban conscientes de la presencia del otro, del roce suave de ambos
miembros, separados por una delgada membrana de piel; aquello era ―por
mucho― la experiencia más caliente que habían vivido, y lo mejor de todo era que
el cuerpo tibio y suave que los separaba, era una mujer que los volvía locos a los
dos, aunque el otro no supiera nada.

La danza empezó suave, esperando que el cuerpo de Jessica se


acostumbrara a ambos y su intromisión. Poco a poco fue ella quien marcó la pauta,
deslizándose de arriba hacia abajo cada vez más rápido, jadeando y gimiendo de
forma cada vez más sonora. Fred la dejó hacer, sintiéndose poseído por ella;
cuando Jessica se irguió sobre su pecho, afianzando su propio peso sobre las
manos que apoyaba en el reposabrazos del sofá, los pechos quedaron al alcance de
la boca del moreno. Él se apropió de uno, la latina siseó de gusto cuando sus
dientes mordisquearon la sensible piel; un sonido como un latigazo rompió el
silencio, una nalgada se estrelló contra el montículo de carne, y luego los brazos
del rubio la detuvieron un rato, solo para embestirla con más rudeza y velocidad.

―Ooooh… aaahhh… mierda… oh, mierda, aaaaaaaaaaaaaaarrggg ―Jessica


explotó con un tercer orgasmo. El roce de los dos penes dentro de su cuerpo, las
manos que la sostenían, los dientes del moreno y la intensidad del rubio, todo se
condensó dentro de sí, bullendo fuera de su cuerpo.
Fred estaba muy cerca, sus labios casi se rozaban, los separaban escasos
milímetros para besarse, una distancia enorme e insalvable entre los dos; el
moreno se embebió de sus gemidos, se zambulló de lleno en el placer que
desbordaba aquel cuerpo suave y tibio, las contracciones de su vientre lo apretaron
con firmeza, y allí, sin casi moverse, entregándose por completo a ella, aferrado
ambos a los ojos del otro, se corrió.

El orgasmo hizo que gruñera, que enterrara sus dedos entre la carne de su
cintura hasta que se marcaron en su piel, sus caderas se elevaron un poco, solo lo
suficiente para que llegar lo más adentro que pudiese; fueron los embates de Greg
―que desbocado perseguía su propia culminación― los que prolongaron las
plácidas sensaciones entre los dos.

Un rugido como el de un animal, un par de embestidas firmes y profundas,


y el Vikingo se derramó dentro de ella, descansando su cabeza sobre la espalda de
Jessica, depositando delicados besos sobre su piel caliente.

Los tres respiraban con pesadez, el cansancio propio de la liberación los


invadió, mezclándose con todas las emociones vividas durante el día. Jessica
deseaba dejarse ir, descansar sobre el cuerpo de Fred y que Greg le sirviera de
cobija, pero ese anhelo solo duró un segundo, cuando la realidad de lo que podría
pasar la golpeó de forma rotunda.

Se desembarazó de ambos con la mayor de las delicadezas, Greg se dejó


caer en el extremo opuesto del mueble, cansado y somnoliento; Fred se enderezó
un poco para ver a la latina inclinarse a recoger su vestido, que tras tenerlo entre
las manos y cubrir un poco su desnudez con él, se alejó rumbo al baño.

El moreno se sentía dividido y saturado. Acababa de tener sexo con Jessica y


su primo, una locura que solo en una circunstancia como esa podría suceder. Greg
tenía razón, lo que pasaba en Las Vegas se quedaba allí; no obstante, tal como le
pasa a aquellos que se juegan la vida en un solo movimiento de los dados, sabía
que, si continuaba en aquella habitación, iba a ser peor.

Se levantó de inmediato, se vistió de manera automática, sin decir nada; el


Vikingo continuaba con los ojos cerrados y respirando cada vez más acompasado.
Frederick había usado su suerte en esa sola jugada, si se quedaba un minuto más,
si permanecía otro segundo dentro de ese cuarto, no iba poder mantener la
promesa que le había hecho en un principio.
Salió de allí sin decirle nada a su primo, rogándole a Dios que ella no saliera
del baño antes de que él se marchara, porque si lo hacía, si ella llegaba a aparecer
antes de que abandonara la habitación, no se iba a contener.

Por suerte o por desgracia para Fred, eso no sucedió; dejó el lugar en
silencio, ahogado en un mar de dudas, a la vez que se sentía pleno y feliz; al menos
habían compartido sus cuerpos, tuvieron la oportunidad de sentirse el uno al otro
en ese silencio cómplice de las miradas, aquella experiencia no solo sería una de las
locuras compartidas con su primo Greg, sino que la atesoraría de un modo muy
peculiar, sin importar que el rubio estuviese en ella.

Jessica decidió darle tiempo a todo, no solo al moreno para que se marchara,
sino a sí misma para poder comprender lo que sentía; todo había sido una locura,
se subió a una montaña rusa a sabiendas de lo que podía representar. Aturdida,
enajenada, confundida y con la realidad dislocada, optó por darse una ducha y
lavarse el aroma y las marcas de ambos hombres. Quince minutos después,
mientras ella permanecía bajo el chorro procurando no pensar en nada, anclada a
ese punto cero que era la baldosa del suelo, apareció Greg.

―Eso fue una locura ―sonrió, entrando a la ducha con ella, rodeándola con
sus brazos―. Nunca antes había hecho algo así… tan morboso…

―Yo tampoco ―confesó Jessica, enterrando su rostro entre el tórax de


Greg―, fue excitante, lujurioso y muy sucio.

―Lo sé ―ronroneó él en su oído―. Pero no le digamos nada a Fred, porque


le daría un infarto.

Jessica estuvo de acuerdo, aunque la agobiara un poco la culpa solo le


quedaba aferrarse a eso. Lo que sucedía con Gregory Ward se había salido de
control aunque él no percibiera, y ella supo que, más pronto que tarde, tendría que
ponerle fin a todo eso.

Le dolió profundamente, en esos meses en los que acordó que no huiría de


él descubrió lo que le gustaba del Vikingo, lo que hacía que viera en el rubio una
posibilidad de relación. Le gustaba su risa, la forma en que enfrentaba el mundo, el
deseo de aventurarse, la facilidad con la que podía ponerse a su nivel y
complementar su libido. Juntos eran dinamita.

El problema era que la dinamita estallaba, dejando solo destrucción detrás.


CAPÍTULO 34

Una nueva tradición familiar

La mañana llegó a los fiesteros demasiado tarde, media hora antes del
mediodía se encontraron en el vestíbulo, somnolientos, con resaca y el estómago
vacío porque no alcanzaron a llegar a la hora del desayuno.

Los Ward junto con sus respectivas parejas o invitados habían colonizado
varios de los sofás del hotel, dejándose caer en ellos como animales moribundos o
náufragos en una isla tras pasar varios días a la deriva en un profundo mar.

Greg llegó primero que Jessica, después de la ducha se fueron a dormir y


cayeron profundamente en los brazos de Morfeo. La tibieza de la piel desnuda de
Jessica lo despertó alrededor de las ocho de la mañana; sin embargo, el manjar de
su Valkiria dormida entre sus brazos abrió su apetito y la necesidad de sentirla
solo suya fue el motor para comenzar la mañana de la forma más placentera.

Jessica reaccionó mimosa a sus caricias y besos, entre suspiros y jadeos


terminaron haciendo el amor de manera lenta y pausada; se regodearon el uno en
el otro, alcanzaron las cumbres del cielo a la vez, y luego volvieron a la tierra en su
pequeña isla forrada en sabanas de hilo de algodón egipcio.

―¡¡Eeeeeh!! ―exclamó Stan con unas profundas ojeras debajo de sus ojos―.
El Vikingo conquistador se fue con una espectacular morena anoche y no volvió a
su habitación.

Aplausos y abucheos lo acompañaron hasta que se sentó al lado de Sean,


Fred lo saludó con un movimiento de cabeza, procurando mantener la
incomodidad al mínimo.

―Parece que el único Ward que no tuvo suerte anoche fui yo ―se quejó el
gemelo―. Hasta Jessica se fue temprano. Me pregunto quién será el hombre que la
llamó anoche que hizo que nos abandonara en mitad de la fiesta.
―Ese no es tu problema, Stan ―aseguró ella, irrumpiendo en medio de la
conversación. De todos los presentes la que se veía más fresca era Jessica, con un
vestido sin mangas y sobre las rodillas, de color azul cielo, ceñido debajo de su
busto con un cinturón blanco―. Esas cosas no se le preguntan a una dama.

―Ven, siéntate a mi lado ―pidió Stan con un puchero―. Eres la peor


hermana del mundo, te dije que tú ibas a ser mi cita.

―No puedo tener sexo con mi hermano menor, ¿cierto? ―le preguntó
entornando los ojos.

Todos los Ward se quedaron en silencio ante esa afirmación, Stan abrió los
ojos con sorpresa y poco a poco una sonrisa iluminó su rostro.

―Es la primera vez que te refieres a alguno de nosotros como hermano


―soltó con emoción.

―Eso no es verdad ―negó la latina―, el que ustedes no lo escuchen no


significa que no digan que somos hermanos.

Stan se abalanzó sobre ella y regó besos sobre su mejilla, Sean lo imitó,
invadiendo su otro costado, todos reían ante la efusividad que mostraban; Jessica
trataba de apartarlos, pero fue imposible, ninguno de los presentes hizo nada por
detenerlos, y como si fuesen dos niños pequeños se mantuvieron a su lado el resto
del día.

No les quedó más que esperar la hora del almuerzo para comer, después de
ello se divirtieron un rato en el casino; algunos se adueñaron de una mesa para
jugar póquer, resultó que Fred y Amy eran muy buenos en ello y salieron de allí un
par de cientos de dólares más ricos.

El rubio aprovechaba cualquier momento robado para besarla con


discreción, ocultos detrás de algún pilar o al cobijo de una multitud alrededor de
alguna mesa de juego, rozaba sus dedos accidentalmente y le guiñaba un ojo cada
vez que podía.

Se fueron a dormir temprano esa noche, el vuelo de vuelta a San Francisco


para iniciar la cuenta regresiva de la boda salía bastante temprano; Greg se marchó
a su cuarto junto a sus hermanos solteros como si nada, pero cerca de la
medianoche se apareció en la habitación de Jessica para dormir con ella.
Joaquín fue quien tocó la puerta temprano en la mañana y entró como perro
por su casa, los hizo levantarse sin sentirse ni un poco cohibido de encontrar al
Vikingo en calzoncillos. Greg estaba al tanto de que la relación entre los Medina
era profunda y llena de confianza, no obstante a veces le costaba asimilarlo.

―Te advierto que te están buscando ―le dijo el latino―. Y vienen para acá,
a despedirse de Jessica.

La notificación fue recibida con premura y un agradecimiento; por suerte,


mientras él bajaba en uno de los elevadores, los tres hermanos salían del aparato
paralelo.

―¿Estás despierta? ―inquirió Stan asomando la cabeza en la habitación,


ella se estaba colocando los zapatos sentada en la cama, le sonrió con diversión al
verlo.

―Sí, y lista para irme a Malibú ―respondió.

―Qué bueno, queremos invitarte a desayunar, todos los hermanos Ward


antes del apoteósico momento ―comentó Sean, dejándose caer en la cama―. Solo
nos falta el Vikingo.

―Quieren implementar una especie de nueva tradición ―explicó Bruce con


resignación―, así que estos dos desean hacer un consenso de lo que se podría
hacer.

―Incluiremos a Frederick porque no tiene hermanos ―acotó Stan.

―Entonces no me necesitan ―comentó Joaquín, levantándose.

―Lo siento, hombre ―dijo Stan, estrechando su mano―, nada personal.

―Lo sé, no te preocupes ―le aseguró, depositando un beso en la cabeza de


Jessica―. ¿Nos vemos en la casa de Malibú? ―Ella asintió y su primo se marchó.

―¿Están seguros que me quieren allí? ―preguntó con algo de


incomodidad―. Soy una recién llegada y no soy una Ward ―les recordó
poniéndose de pie para terminar de recoger sus cosas. Los vestidos que usó la
noche de sábado ya estaban guardados en el fondo de su maleta.

―Eres nuestra hermana ―recalcó Bruce―, no importa que te apellides


Medina, eres parte de nosotros y si vamos a implantar una nueva tradición, tienes
que estar presente.

Media hora después todos se encontraban en el restaurante desayunando,


Jessica fue colonizada de nuevo por los gemelos, y se incorporó a la conversación
de Fred y Bruce sobre las proyecciones de la torre.

―Toronto también está deseoso de empezar pronto con el centro


empresarial ―comentó Greg, tras beber un sorbo de zumo de naranja―. No
obstante, hay suficiente competencia como para que nos preocupemos. Lo bueno
es que la noticia de la construcción de la Torre Medina y la reciente entrega del
edificio de Ontario, nos ha dado buena reputación.

―Si lo de Madrid sigue sin complicaciones, entonces estaremos en cuatro


desarrollos inmobiliarios ―mencionó Bruce―, este año podría cerrar con
excelentes números.

―Se suponía que no íbamos a hablar de trabajo ―se quejó Stan―. La


verdad, es que nos gustaría pensar en algo que se vuelva tradición. No lo han
notado, pero desde nuestro bisabuelo, esta generación es la que tiene más de dos
Ward herederos.

―¿En serio? ―preguntó Jessica con curiosidad. Fred asintió.

―Andrew tuvo un hermano que murió en Vietnam ―comentó él―. Y


nuestro bisabuelo fue el único sobreviviente de sus hermanos pequeños que
fallecieron por tuberculosis.

―Triste ―se lamentó la latina.

―Pues qué les parece si la nueva tradición es navegar en el bote y ver el


amanecer a mar abierto ―sugirió Greg―. Pasaremos la noche juntos, todos los
hermanos y nos desvelaremos hasta ver la luz del sol.

―¿Perseguiremos el destello verde? ―preguntó Jessica con una sonrisa en


los labios.

―¿Qué es eso? ―preguntaron todos.

―Es un fenómeno óptico, ocurre por un par de segundos durante el


amanecer o el atardecer ―explicó ella―, se conoce como la dispersión de Rayleigh.
Todos rieron ante eso, cuando Jessica los increpó sobre la razón de su risa,
fue Sean quien lo explicó.

―Los ojos grises, Jess. ―Señaló sus propios ojos―. No se ha determinado


exactamente cuál es la causa de que existan.

―La dispersión de Rayleigh es una de las explicaciones ―terminó Fred.

La latina abrió los ojos con sorpresa, ella no conocía esa información, pero la
del rayo verde sí porque en una ocasión lo vio con Calvin durante el atardecer en
una isla en Grecia.

―Pues dicen que si la ves, es una señal de que estás enamorado ―completó
ella sonriendo, mirando a Bruce―, eso dice la leyenda.

―¡Entonces salgamos a perseguir el rayo verde! ―exclamó Stan―. Iremos


por la confirmación celestial y esotérica de que nuestro hermanote sí está loquito
por Amy.

Al medio día todos partieron, Greg se coló en la habitación de ella antes de


marcharse y le robó un beso. Mientras todos ellos se iban para San Francisco para
encontrarse de nuevo en Malibú, ella llegó a Los Ángeles y de allí tomó un auto
para la casa donde iban a quedarse los Medina, era de un gran amigo que vivía en
Manhattan y que se las dejó con gusto durante los días que se fuesen a quedar allá.

El jueves tres de septiembre la familia fue llegando a sus respectivas


estancias. Los novios habían reservado por toda una semana la famosa casa de
Pacific Oasis Ville; los padres de la novia, sus abuelos, al igual que los del novio se
alojarían allí.

El resto de los invitados tenía alojamiento reservado en algunos hoteles,


Greg les aseguró a sus padres que él, los gemelos o Fred podían quedarse en el
velero y embarcarse por unos días en Marina del Rey.

Jessica les comentó que la casa de su amigo se encontraba en Pacific Coast


Hwy, con vista a una de las pocas playas vírgenes que aún quedaban en Malibú;
mencionó que, si tenían los permisos necesarios, podrían anclar frente a la casa en
medio del océano pacífico y pernoctar allí si lo deseaban.

El ofrecimiento fue hecho con la mejor de las intenciones, sin embargo, una
vez que estuvo en la casa, ocupando la habitación principal en el segundo piso,
recordó que iba a compartir el espacio con su primo Quín y tenían que decidir
quién de los dos iba a hacer uso del derecho a invitar a la pareja, porque
inevitablemente la presencia de uno, excluiría al otro.

Aunque Joaquín se empeñara en evadir la pregunta que ella venía


formulándole desde hacía unas semanas atrás: ¿Qué tan serias se estaban tornando
las cosas con Sean? Ella sabía que lo que había comenzado como un rollo de una
noche se fue tornando en algo más emocional de lo que Joaquín estaba dispuesto a
admitir.

Lo que no previeron fue la poca disponibilidad que tendrían en realidad, la


boda se realizaría el sábado en la tarde, con el atardecer de fondo; así que solo el
jueves estaba disponible para todos ellos. Sean no pudo zafarse de su gemelo, así
que graciosamente Quín se sumó a la idea de irse de fiesta mientras ella declinó el
ofrecimiento, dejándoles el camino libre para una noche de chicos; que según el
propio Greg cuando se apareció en la casa cerca de la medianoche, terminó en la
marina con todos ellos bebiendo en el velero, incluidos Fred y Bruce.

El viernes a primera hora de la mañana llegaron ellos dos, arengando a la


tripulación para partir en busca del rayo de verde del hermano mayor; Quín se
burló de los amanecidos y bebidos sobre su destruida humanidad en medio del
mar, haciendo ostentación de la cómoda cama que lo esperaba en su casa.

Cuando zaparon todos los Ward en plan de iniciar una tradición, lo hicieron
con la firme convicción de compartir como hermanos; tanto así que Jessica le pidió
a Greg que por esas horas se olvidara de ella y de lo que tenían, que los momentos
que iban a compartir todos juntos, eran en pro de la hermandad.

―Será muy difícil para mí, Valkiria ―le dijo con cierta tristeza―; pero por
ti haré lo que sea.

El viernes en el mar fue una experiencia memorable para todos, por unas
cuantas horas Jessica se sintió libre de presiones. Muchas emociones se removieron
en su interior, la melancolía propia de los recuerdos de su juventud donde se sintió
abandonada. En un momento en que ella estaba en la proa, observando la
inmensidad del mar que se extendía ante ellos por los cuatro costados, Bruce se
acercó y compartieron un momento de silencio.

Se miraron a los ojos, sonrieron del mismo modo, de medio lado, imitando
los gestos del otro sin saberlo. Una ráfaga de viento los azotó un poco, haciendo
que el cabello suelto de Jessica bailara en el vacío a merced de la brisa.

Luego, cuando el sol empezó a ocultarse en el firmamento, y tras haber


posicionado el barco de cierta manera, uno a uno se fueron sentando a estribor,
contemplando el moribundo dorado sobre las suaves ondas del mar.

Ninguno dijo nada, esperando paciente a que el cielo despejado se tornase


oscuro; el borde del sol fue engullido por el horizonte, desplazándose a otras
latitudes. El velero se mecía despacio, y todos ellos permanecían con los pies
colgando más allá del borde del bote, esperando ese mágico instante que se
convertiría en tradición.

Y cuando el último resquicio del sol se hundió en el firmamento, un reflejo


del más hermoso verde apareció. Como decía la historia solo duró unos segundos,
casi se lo pierden, pero todos los Ward lo vieron y soltaron exclamaciones de júbilo
ante el logro.

―¿Si todos lo vimos ―empezó Stan― significa que todos estamos


enamorados? ―preguntó con voz melancólica.

Ninguno respondió, pero Jessica percibió la mirada furtiva que Greg lanzó
en su dirección, llena de esperanza; y más allá de él, la de Fred, tristemente
resignada.

―No lo sé ―respondió ella―; pero en esta ocasión lo dejamos como un


buen augurio… ―Miró a Bruce que sonreía―. Siempre es bueno dejar algo en
manos de lo inconmensurable. ¿No lo creen?

―Pues ya sabemos ―se sumó Sean, que descansaba su barbilla sobre la


baranda―, cuando el siguiente de nosotros se case, vendremos a buscar el rayo
verde.

―Tal vez no solo cuando alguno vaya a casarse ―sugirió ella―, quizás,
podamos ir en su caza cuando alguno de nosotros necesite del otro.

―Tienes razón, Jess ―dijo Stan―. Somos un clan, eso te incluye, y como
clan siempre nos cuidamos.

―Cierto ―apoyó Bruce―, aunque tu apellido no sea Ward.

―Y en el momento en que tengamos hijos ―se sumó Fred―, les contaremos


sobre esto, los traeremos al mar a ver el atardecer, y entonces ellos buscarán el rayo
verde, aunque no tengan los ojos grises. ―Palmeó la espalda de Greg.

Una tradición había nacido.


CAPÍTULO 35

Un Azar en la solapa

y un baile bajo las estrellas

Jessica miraba por la ventana de su habitación, el mar azul y calmado contra


el cielo despejado le generaba una sensación de paz que en ese momento estaba
necesitando. Durante el regreso en el velero, todos estaban silenciosos y
contemplativos; quería pensar que se debía a la solemnidad del momento vivido,
que de un modo peculiar los había unido a todos de una manera en que ella no
creyó posible.

Para la latina toda la situación era abrumadora, más allá de lo que


representaba para ella la relación que se iba formando con el Vikingo, el lazo con
sus hermanos se tejía con lentitud y solidez; sentía respeto por Bruce y un increíble
cariño por los gemelos.

Cuando pensaba en todos, una sensación de traición se instalaba en Jessica,


no quería causarle daño a nadie, no obstante, parecía que iba a ser inevitable,
tomase la decisión que tomase, alguien saldría lastimado.

No veía correcto poner a Gregory a escoger entre su familia y ella, porque


ese era el inevitable final de toda esa historia que estaban viviendo; no iban a poder
tenerlo todo, los hermanos y la relación, era imposible, aunque el rubio no pudiese
verlo.

―Te ves hermosa, prima ―dijo Joaquín en español―. Deslumbrante.

Ella se giró para verlo, sonrió con amabilidad ante su halago y miró la caída
de su vestido. Era una pieza sobria, de cuello cerrado y mangas hasta los codos,
con una falda amplia que cubría sus pies. Estaba hecho de encaje gris que dejaba
traslucir su piel, justo debajo llevaba un vestido de tubo ajustado, casi como una
segunda piel, que terminaba poco más abajo de sus nalgas. La tela del vestido era
tupida, se veía delicado y elegante, permitiéndole ese toque sutil de sensualidad
que el tejido le confería. El maquillaje discreto que resaltaba sus ojos y el moño
juvenil en la base de la nuca, hacían lucir a la latina radiante.

―Tú también estás muy guapo ―elogió Jessica―. Hoy optaste por ir todo
de negro.

En efecto, el traje a medida de su primo le sentaba de maravilla, con camisa


y corbata de un tono más oscuro de negro que la chaqueta y el pantalón. Había
salido con los Ward a la barbería, así que tenía un perfecto afeitado en su barba de
pocos días y el cabello cortado y peinado en un estilo serio y varonil.

―¿En serio buscaste un vestido del mismo color de tus ojos? ―indagó él,
tomándole la mano para hacerla girar sobre sus pies. Ella se encogió de hombros
tras dar la vuelta y se prendó de su brazo.

―Pensé que un vestido gris no opacaría a la novia ―respondió.

―Es el día de su boda, nadie opacará a Amy este día ―le comentó él,
riéndose―. Ni siquiera Geraldine podría opacarla, hiciera lo que hiciera.

Salieron rumbo a la casa donde se realizaría la ceremonia y recepción.


Habían sido invitados para un almuerzo familiar que se celebraría a las dos de la
tarde, después de allí, empezarían a llegar el resto de los asistentes para comenzar
la ceremonia. Apenas traspusieron el umbral se mezclaron con el ajetreo, montones
de personas iban por todos lados cargando arreglos florares, mesas, sillas y
armando las carpas correspondientes por toda la propiedad.

―Usted debe ser la hermana del novio ―señaló el organizador de la fiesta,


tenía en su mano una tableta donde verificaba la información―. Jessica Medida y
su primo, el señor Joaquín Medina, ¿correcto? ―Ambos asintieron―. Síganme por
aquí, por favor.

Los guio al segundo piso, directo a una sala donde se escuchaban los
sonidos entusiasmados de un grupo de personas. Jessica se tensó al lado de
Joaquín, que se volvió a observarla con curiosidad, su expresión se suavizó al
verla, llevaba demasiado tiempo conociendo a esa mujer para adivinar lo que le
sucedía.

Apretó con ternura los dedos que se aferraban a su brazo, solo para
infundirle coraje, ella le sonrió con soltura, y antes de trasponer las puertas que los
separaban del resto de la familia se calzó la expresión insondable, esa que siempre
llevaba ante todos los Ward.

Fueron recibidos con mucho cariño, incluso William y Wallace se mostraron


contentos de verlos, los gemelos menores casi arrastraron a Joaquín al otro extremo
del salón para dejar que su prima terminara rodeada de las mujeres Ward.

Jessica acabó hundida entre los brazos de Olive, que no dejaba de expresar
su júbilo por verla, elogiando su vestido, su peinado y lo hermosa que se veía.
Desde el otro lado de la mesa pudo sentir las miradas de Gregory que no dejaba de
sonreír ―casi estúpidamente― en su dirección, y las de Fred, que procuraba no
fijarse demasiado en ella para no delatarse.

Después de la comida, quedaban muchas cosas por hacer, Amy y varias de


las mujeres fueron sacadas de allí casi que en brazos para terminar su preparación.
La novia le preguntó si necesitaba algún retoque, ofreciéndole que el estilista la
atendiera a ella, pero Jessica declinó.

―Voy a dar una vuelta por allí mientras todos se terminan de arreglar
―dijo, alejándose en dirección al jardín, desde donde tenía una hermosa vista de la
bahía.

Estuvo allí aproximadamente una hora, sentada en una de las mesas con un
vaso de agua al frente que un mesero le ofreció con mucha amabilidad.

―¿Has visto a Bruce? ―preguntó Fred asomándose por allí. Ella frunció un
poco el ceño.

―No, no ha pasado por aquí ―contestó―. ¿Sucedió algo?

―Despareció hace como quince minutos, el fotógrafo lo está buscando para


las tomas con los hombres de la familia ―explicó―. ¿Estás bien? ―indagó con
preocupación.

―Perfectamente, gracias ―aseguró con una sonrisa―. Por acá no ha


pasado, pero si lo veo, le diré que lo estás buscando.

Fred la miró por un rato más, como si intentara dilucidar lo que pasaba por
su cabeza. Negó con tristeza, amplió su sonrisa al volver a posar su mirada sobre
ella.
―Jessica, te ves… ―no pudo terminar su frase, no encontraba la palabra
adecuada para describirla.

―Gracias ―aceptó, sonriéndole de la misma manera.

El moreno se dio media vuelta y se marchó, ella se quedó allí, esperando


nada en particular. Terminó su agua y se levantó, siguió recorriendo un poco la
propiedad, admirando la estructura y también el decorado. Se percató de que una
de las flores de un arreglo sobresalía del montón, como si no encajara bien en todo
el conjunto, así que la retiró antes de que se saliera del ramo y quedara en la mesa.
Era una bonita y delicada flor azul, que decidió prender de su moño solo por no
dejarla por allí.

Giró en una esquina de la casa, hacia una zona menos concurrida que daba
a una especie de jardín inferior privado. No había nada atractivo en ese lugar como
tal, sin embargo proveía de privacidad y tranquilidad. Jessica encontró a Bruce allí,
sentado en los escalones que daban hacia esa planta que no estaba decorada; se
aproximó a él despacio, anunciando su presencia con el sonido de sus pasos.

Él ni siquiera se volteó para ver quién era, estaba pensativo, angustiado,


preguntándose mil cosas. La latina no dijo nada, solo se sentó a su lado,
contemplando el mismo punto que Bruce veía.

―Yo… ―comenzó él y se detuvo de inmediato. La garganta se le cerró con


un apretado nudo, parecía que su corbata francesa se apretaba alrededor de su
tráquea impidiéndole hablar―. ¿Y si soy como él? ―terminó preguntando en voz
muy baja.

Jessica recogió las rodillas y se las abrazó, reposó su cabeza sobre ellas, con
cuidado, mirando el perfil congestionado del moreno.

―No eres como él, Bruce ―respondió la latina.

―Eso no lo sabes, a veces me miro en el espejo y siento que soy demasiado


parecido a él ―insistió.

―Pero solo en el físico ―aceptó ella―. ¿Acaso no amas a Amy? ¿Quieres


salir huyendo a algún país de Latinoamérica a embarazar a una mujer para luego
abandonarla sin decir nada?

Bruce soltó una risita triste, jugaba con una brizna y hierba entre los dedos.
―No, adoro a Amy, es la mujer más maravillosa del mundo ―contestó
Bruce―. Pero William amó a mi mamá con locura e igual se fue.

―Bueno, no puedo decirte nada sobre eso ―aceptó Jessica―, solo que, a
pesar de todo, volvió ¿cierto? Contigo y con tu madre, adoptó al hijo de otro
hombre, también tuvieron a los gemelos, se esforzó por ser un buen padre, por
construir una familia… ―enumeró con suavidad―. Te lo dice la hija abandonada,
es toda una ironía que sea yo quien señale sus puntos buenos.

Bruce rio, pero del mismo modo que brotó de su garganta, se desvaneció.

―No quiero hacerle daño, no quiero que la genética me gane la partida


―confesó―. Los Ward tenemos esta característica de complicar el amor de forma
casi ridícula…

Jessica sintió un vacío en el estómago, tragó saliva ante aquella afirmación y


suspiró.

―Te prometo que si haces algo estúpido volaré desde donde sea que esté y
te patearé el trasero una y otra vez hasta que hagas las cosas bien ―sugirió la
latina.

Bruce la miró, no de forma intensa, tampoco como si pensara que se burlara


de él.

―Lamento tanto todo lo que pasó, Jessica. ―Ella se encogió de hombros.

―Es lo que hay, Bruce ―le dijo―. Aprendes a vivir con ello y a convertirlo
en algo bueno.

―¿Prometes que lo harás? ―suplicó con un hilo de voz―. ¿Si me equivoco


vendrás a decirme en mi cara lo que seguro nadie me va a decir?

Jessica sonrió con ternura.

―Te lo prometo, Bruce Ward ―aseguró, tendiéndole la mano derecha con


el meñique extendido.

Bruce soltó una risita, cruzó su dedo pequeño con el de ella, como si fuesen
dos chiquillos haciéndose una promesa para la vida adulta.
―¿Amy te va a colocar un azar? ―preguntó ella al ver su solapa vacía.

―¿Qué es un azar? ―inquirió él, confundido.

―Un pequeñito arreglo floral o una flor, que se coloca en la solapa ―indicó
ella, sacándose la violeta del cabello, para prenderla justo donde decía con uno de
los ganchos oscuros que llevaba en el moño y que se disimularía contra le tela―.
Debe ser a juego con el ramo de la novia ―le explicó, dejando que la violeta se
ajustara en su sitio.

―No lo sé ―contestó él, mirando la diminuta flor azulada.

―Deberíamos volver, te están buscando para las fotos ―le recordó ella
poniéndose de pie. Bruce la imitó tras soltar un suspiro. Cuando se giraron,
encontraron a todos los hermanos observándolos en la cima de la escalera, les
sonreían con ternura, como si hubiesen presenciado una escena especialmente
conmovedora.

Jessica compuso una expresión seria, fue subiendo delante de su hermano


mayor, lanzando miradas frías que no mermaban las sonrisas.

―Si alguno dice algo, les romperé las pelotas ―comentó, alejándose en
dirección al cuarto donde estaba la novia.

En el camino recogió un par de violetas más, retirándolas de los arreglos de


aquellos lugares donde casi no se notaba su ausencia. Luego siguió hasta la suite
de la novia, tocó la puerta con delicadeza, esperando un segundo para que le
abrieran. La prima de Amy apareció en el umbral, su cuñada se veía bellísima con
su vestido y tocado. Las damas de honor estaban a su alrededor, brindando con
champaña.

―¡Jessica! ―exclamó al verla, todas las saludaron con mayor o menor


efusividad, incluida Gerladine―. Pensé que no ibas a venir.

―Solo vine a hacer una pequeña modificación en tu ramo ―explicó


mostrándole las pequeñas flores―. Lo comprenderás después ―dijo, al ver la cara
de Amy.

Prendió las flores con cuidado para no dañar la integridad del ramo, las
violetas parecían gotitas azules dentro del blanco de las rosas. Una vez que
terminó, accedió a beber una copa de champaña y brindar por la felicidad de los
novios.

―Estamos listos ―anunció el organizador de bodas―. Llegó el momento,


vamos a sorprender al novio.

Mientras el hombre le indicaba a Amy dónde estaba esperándola Bruce para


grabar la primera reacción de él al verla, los camareros les fueron indicando a los
invitados donde debían ponerse para empezar la ceremonia. Jessica se colocó al
lado de Joaquín, sentados en las filas del medio a petición de ella misma. Estar con
los Ward era sentirse abrumada, además, sin importar cuan cercana se estaba
tornando la relación con sus medio hermanos, aún no estaba preparada para la
atención que el resto de la familia quería darle.

La ceremonia fue hermosa, Amy no pudo contener las lágrimas cuando


Bruce leyó los votos. El mejor amigo de su hermano le tendió los anillos, una vez
que el ministro indicó que podía besar a la novia, la multitud prorrumpió en
aplausos sonoros.

Todos se dispersaron en dirección a los toldos donde comenzaría la fiesta.


La noche ya había caído y en el horizonte solo quedaba un leve rastro de color
violeta que indicaba el final del atardecer.

Tras un rato donde los nuevos esposos fueron arrastrados a tomarse fotos
con todos los miembros de la familia ―Jessica se escabulló para que nadie la
notara y la obligaran a ir con ellos―, una voz los invitó a congregarse alrededor de
la pista para el primer baile de los esposos; aunque quiso evitar eso también,
Joaquín no tuvo piedad y sosteniéndola con firmeza de la espalda, la llevó hasta el
mismo borde de la pista.

La música sonó, Bruce y Amy se veían felices y radiantes. Greg miró a


Jessica al otro lado de la pista, sonrió sin poder evitarlo, si en ese momento le
hubiesen retado a cometer una locura habría ido a pedirle matrimonio. La canción
cesó y comenzó una nueva, los novios fueron separados por sus padres para bailar
la siguiente pieza. Poco a poco la morena fue bailando con su suegro, sus cuñados
y mejor amigo. La escena era adorable, porque posteriormente, los Ward fueron
sacando a bailar a las damas de honor también, para que las personas se fueran
sumando a la pista. Sin embargo, cuando Jessica pensó que se había salvado,
Andrew Ward apareció frente a ella.

―¿Será que mi nieta me concede un baile? ―preguntó con solemnidad.


La latina se quedó paralizada por la sorpresa, fue el toquecito leve de su
primo quien la sacó de su asombro. Soltó un suspiro, compuso una sonrisa y tomó
la mano de Andrew.

―Será un honor.

Se desplazaron por la pista de baile, danzando con lentitud a medida que


solo quedaban Bruce y Amy una vez más. Tras un par de vueltas donde pudo
notar que todos miraban en su dirección con sonrisas brillantes y divertidas,
Andrew interrumpió a la pareja de esposos e intercambió con Bruce. Este sujetó a
su hermana con firmeza, moviéndose con suavidad por la pista de baile, sin decirse
nada, como si con ese simple gesto, estuvieran sellando, como adultos, la promesa
que ella le hizo, una hora atrás.
CAPÍTULO 36

La Cenicienta

La fiesta se desarrollaba con alegría, la gente bailaba, comía y bebía con


mucho entusiasmo. Jessica se posicionó en la mesa que le correspondía, sentada
junto a Joaquín y algunos amigos del novio.

Greg la invitó a bailar en un punto donde la música se hizo más movida,


ella aceptó y en medio de la pista se sumaron todos los demás; en un momento la
latina se retiró a tomar un poco de aire y una bebida, cuando fue interceptada por
Holly y Emily que la llevaron a la mesa de los abuelos.

Por suerte la conversación discurrió alrededor de la boda, del hermoso


lugar, de la belleza de la noche y de lo felices que se veían Bruce y Amy.

―Los chicos me contaron sobre el viaje en velero ―comentó Olive―. Qué


bueno que fuiste con ellos, me alegra tanto saber que al menos aceptas a tus
hermanos.

Jessica soltó un suspiro.

―No es como que me dejen mucha alternativa ―comentó con un deje de


fastidio.

Las mujeres rieron, continuaron comentando cosas, preguntándole a Jessica


sobre su vida, cómo llevaba el tener que viajar tanto y tan seguido.

―¿Y hay algún novio por allí? ―indagó Emily― Un don millonario, o tal
vez un exótico europeo.

Ella soltó una carcajada, negó.

―Nada serio, uno siempre tiene alguien con quien tontear ―comentó―,
aunque este es norteamericano, cien por ciento producto nacional.

Poco a poco se fueron sumando el resto, los Ward mayores se posicionaron


al lado de sus respectivas parejas; casi de inmediato se sentó Fred, que se
sorprendió de verla allí.

―Pensé que estabas bailando con alguno de tus hermanos ―comentó al


verla.

―Me emboscaron otros Ward ―le explicó la latina.

Compartieron las miradas unos segundos más de lo necesario. Luego se


acercó un camarero a dejarles algunos aperitivos en la mesa y a rellenar sus copas.

―Jessica, querida ―llamó su atención Olive―, debes probar esto ―le dijo,
tendiéndole un canapé.

Extrañamente la situación no era incómoda, en parte porque los gemelos


Ward no parecían prestarle demasiada atención. Andrew decidió invitar a su
esposa a bailar, poco después lo imitaron sus hijos.

―Cariño, invita a Jessica a bailar ―pidió Emily a Fred antes de irse.

Los dos se miraron, los separaba el diámetro completo de la mesa, se


contemplaron en silencio, nerviosos; Fred quería decirle miles de cosas, pero temía
arruinarlo todo, no era el momento de ellos, tampoco deseaba alejar a Jessica y que
le quitara el gusto culposo de, al menos, compartir esa mesa por un ratito.

Desde su retorno de Las Vegas se debatía con sus emociones, con la culpa y
la frustración, con el deseo de volver a estar con ella, y en especial, lo asaltaban los
pensamientos temerarios que lo incitaban a cometer una locura.

¿Qué importaba el mundo si los dos se querían? ¿De verdad estaba


dispuesto a dejar todo atrás solo para ir detrás de Jessica?

La respuesta era aterradora, porque todo se encontraba al borde de un sí.

Sí estaba dispuesto.

Sí dejaría todo atrás.


Sí se olvidaría de todo y todos con tal de estar con ella.

Y a diferencia de Gregory, él no estaba frente al primer amor de su vida,


deslumbrado por todas las emociones nuevas que podría sentir.

Frederick reconocía esa emoción vibrante, la adrenalina que aceleraba su


corazón con solo verla; no obstante, había otras emociones allí, unas que no
ventilaba demasiado, esperando que fallecieran por asfixia.

La contemplación melancólica cuando un recuerdo fugaz de su rostro


pasaba por su mente.

La sonrisa furtiva que surcaba su boca cuando alguien mencionaba su


nombre.

La emoción tímida que lo embargaba antes de cada videoconferencia que


tenían una vez al mes, aunque estuviese presente Bruce.

Sin importar las distancias y su empeño de no cultivar ningún tipo de


sentimiento hacia la latina, estos crecieron solos y en silencio, sin demasiados
estímulos por parte de ellos dos. Cada confesión a media voz fue más una
puñalada al corazón para que se ahogara en tristeza que un alivio.

Ahora, allí estaba ella, radiante y hermosa, frente a él. Avivando todo en su
interior.

Jessica pasaba por algo similar. Dividida entre dos sentimientos que podían
ser similares y a la vez muy distintos. La morena creía de manera firme en que uno
podía tomar decisiones inteligentes, incluso cuando se trataba de temas del
corazón; por eso había escogido a Gregory, porque lo que sentía por él era real y
certero, y tenía la seguridad de que no lo estaba usando como un comodín o un
salvavidas para mantener lejos a Fred.

No obstante, después de lo sucedido en Las Vegas, las dudas la asaltaban.

Ella quería ser leal a sí misma, a la persona que siempre había profesado ser:
honesta, cabal, directa. Su primer deber era consigo.

En la primera reunión les hizo ver que podía jugar con las personas, más no
con el dinero; lo que no aclaró fue que esos juegos se hacían con plena consciencia,
con las dos partes enteradas de lo que estaba pasando. Había momentos en los que
quería contarle todo al Vikingo, pero no parecía correcto; porque al final, si ellos
dos no quedaban en nada ―como parecía que iba a suceder―, al menos tendría a
su mejor amigo para salir delante de todo eso.

Eso decían sus miradas, expresaban las tribulaciones en los distintos tonos
de gris que sus iris podían reflejar. Una melodía triste comenzó a sonar, obligaba a
las parejas a bailar de forma lenta y romántica. Vieron a Greg acercarse a donde
ellos estaban, su sonrisa era contagiosa y la alegría en sus ojos azules iluminaba su
camino. Jessica sintió un profundo deseo de llorar, aquello no era justo para
ninguno de los tres, aunque el Vikingo no supiera que era parte de una mala
jugada de la vida.

―¿Quieres bailar, Valkiria? ―le preguntó al oído tras inclinarse.

―La verdad es que estoy un poco cansada, Greg ―respondió con una
sonrisa en los labios―. De hecho, si me disculpas, ahora iré al tocador, que bueno
que llegaste, así no se verá grosero dejar a Fred abandonado en la mesa.

No le dio oportunidad de que dijera nada, tomó su pequeño bolso de mano


y se alejó en dirección a la enorme casa. Previamente, durante el retorno en velero,
le había pedido a Gregory que mantuvieran una distancia respetuosa, que después
de la boda y cuando todos estuvieran descansando el domingo los dos se
escaparían en el bote todo un día y recuperarían el tiempo perdido. Estuvo de
acuerdo, aunque no sin refunfuñar, insinuando que tal vez era momento de
conversar con seriedad al respecto de su relación.

Jessica también lo creía; solo que sabía que los dos iban a discrepar respecto
a lo que era correcto hacer.

Después de recomponerse un poco en el tocador de uno de los cuartos, fue


honesta consigo misma y supo que no podía volver de nuevo a la celebración, al
menos no de inmediato. Buscó un espacio tranquilo donde pudiese volver a su
centro; detestaba la forma en que esos dos hombres la hacían tambalearse,
alterando el equilibrio de su universo.

El corazón le dolía, no iba a negarlo, por Fred, por Greg y por sí misma.
Cuando la relación con Calvin terminó jamás pensó que volvería a enamorarse de
alguien con la misma intensidad; no obstante, estaba allí, sentada en la terraza a
media luz en el otro extremo de la casa, mirando el follaje oscuro de las colinas,
pensando que cada amor se sentía diferente.
Pronto cumpliría treinta y un años, si recapitulaba su existencia no se
arrepentía de nada de lo que había vivido, incluso las malas experiencias la
ayudaron a convertirse en quien era, y esa persona le agradaba: no guardaba
rencores innecesarios, tenía una inteligencia emocional bastante saludable y era
capaz de tomar decisiones basadas en el bienestar personal y general; sin importar
que estas doliesen como la mierda.

Extrañaba a su madre, más de lo que podría imaginarse después de tanto


tiempo, le sorprendió encontrarse con ese vacío que el espacio que su progenitora
ocupaba; añoró un abrazo suave, reposar su cabeza sobre las rodillas maternas,
incluso pedirle consejo sobre su situación, aun cuando supiera cuál era el proceder
correcto.

Le dolía muchísimo lastimar a Frederick, y la sola idea de que Greg


terminara igual le cortaba la respiración.

―Jessica…

Contuvo el aliento al escuchar su voz, incluso se quedó inmóvil por un


segundo, rogando de que no estuviera allí, que todo fuese una alucinación del
momento, por la intensidad de sus emociones.

Soltó el aire con suavidad, se giró lento sobre su asiento para encararse con
la realidad.

Frederick estaba allí, en la entrada de la terraza, mirándola con un gesto


dulce y triste al mismo tiempo; sostenía entre sus manos una caja de color negro.

―Tengo algo para ti ―le informó. Se adelantó un poco, con tiento, Jessica lo
miraba con algo de confusión; él terminó a sus pies, de rodillas.

Colocó la caja en el suelo, retiró la tapa con parsimonia solo para dejar ver
su contenido.

―Ta-daaaaa ―canturreó, mostrándole sus zapatillas negras.

Jessica contuvo la risa, era el gesto más perfecto y más gracioso que había
recibido jamás.

―Como mencionaste que ibas a quedarte para la boda, cuando regresé a


San Francisco, las guardé en mi maleta ―le contó―, fue lo primero que metí.
―Fred… ―lo llamó. Él negó.

―Te dije que las iba a mandar a reparar ―le aseguró él―, ¿Qué clase de
caballero sería si no cumplo mi palabra?

―No dejarías de ser un Príncipe Encantador ―susurró Jessica, un tanto


embriagada por su cercanía.

―Y tú siempre serás mi Cenicienta ―musitó Fred, mirándola a los ojos.

Estaban bastante cerca, pero todavía a una distancia segura como para no
cometer una locura. Él se apresuró a levantar su pie, retirando la falda de encaje
hasta el borde de su rodilla. Con delicadeza desató la primera sandalia,
deleitándose con los pequeños dedos de su pie, con las uñas pintadas al estilo
francés. Tomó la primera zapatilla y la calzó, su mano se demoró un poco más de
lo correcto sobre su tobillo; levantó la vista para encontrarse con los ojos grises de
ella, llenos de turbulencia como los de él.

Suspiró, procedió a hacer lo mismo con el otro pie, metió las sandalias
dentro de la caja y la alejó un poco. Él continuaba de rodillas a sus pies, mientras
ella miraba las zapatillas que tanto le gustaban.

―Tenía que devolvértelas ―confesó―, son los perfectos zapatos negros…

―Que combinan con todo ―completó ella con una sonrisa divertida―. Lo
recuerdas.

―No podría olvidarlo ―le explicó, mientras bajaba la falda de nuevo, para
cubrirle los pies―. Aunque quisiera.

―Gracias, Rick ―agradeció ella. Tenía las manos apoyadas a cada lado de
sus rodillas, inclinada hacia adelante para mirar sus zapatos.

―No tienes por qué, Jessi ―correspondió él en un susurro.

Ahora sí estaban demasiado cerca, a escasos centímetros el uno del otro.


Ambos corazones latían desaforados, los dos creían que sonaban tan duro que el
otro iba a ser capaz de escucharlo.

Jessica se inclinó un poco más, cerró los ojos y rozó los labios de Fred; fue
un gesto ligero, idéntico al que hizo el día en que lo conoció, cuando el moreno le
prometió que le devolvería los zapatos. Se alejó un poco, dispuesta a poner
distancia entre ellos para evitar una locura.

Frederick la detuvo, con los ojos cerrados y la respiración entrecortada, sus


manos se lanzaron raudas al cuello de Jessica para evitar que se alejara. Ese simple
gesto mandó electricidad a todo su cuerpo, despertando la necesidad desesperada
que él había mantenido bajo control.

Apoyó su frente contra la de ella, procurando que la bestia rugiente se


apaciguara con su cercanía. Haciendo gala de un autocontrol impresionante, miró
sus labios. No iba a besarla, no cometería ese error, pero la necesitaba así, un poco
cerca, un poco de él.

La dejó ir y se separaron. Jessica se puso de pie, alejándose un par de metros


de él. Frederick la imitó, yéndose en dirección contraria. La latina apoyó las manos
sobre la baranda, esperando que su corazón recobrara un ritmo más acompasado.
Él se recostó de la pared, levantando la cabeza para mirar el cielo, procurando
poner en orden sus pensamientos.

―Me estoy volviendo loco, Jessi ―comentó con voz un poco quebrada―.
Desde aquella noche, yo…

―Rick, no… por favor ―rogó ella, girándose para encararlo.

Al menos tenían suerte, cada vez que tomaban un riesgo como aquel lo
hacían en un espacio privado y discreto, pero al mismo tiempo accesible para
cualquiera, lo que hacía que ambos fuesen más sensatos. No obstante, los dos
comprendían que estaban en la cuerda floja, que las cosas podían desbocarse de un
segundo a otro.

―Eso fue… ―Negó. Fred se apretó al frente con su mano izquierda―. Yo


nunca antes había hecho algo así, no sabía que él…

―Está bien, no tenemos que hablar de eso ―le insistió la latina.

―¡Pero necesito hablar de eso! ―exclamó él entre dientes, procurando no


alzar la voz―. No dejo de pensar en ti, en eso… en cuánto hubiese querido que él
no hubiera estado allí―. Suspiró enderezándose―. En lo mucho que me arrepiento
de no haberte besado, que no puedo quitarme el olor de tu cuerpo de encima.
Sueño contigo, fantaseo contigo…
»Te necesito tanto que duele…

»Te anhelo de tal forma que me corta el aire…

»Y no puedo hacer nada, Jessi… ―culminó él derrotado.

Jessica sintió que su corazón estaba siendo estrujado. Tragó saliva con
dificultad, mientras una solitaria lágrima caía por mejilla.

―No, Jessica. ―se adelantó él un par de pasos, sacó un pañuelo de su


bolsillo y se lo tendió, procurando mantener la distancia segura. Ella se aproximó
para recibirlo―. No quería hacerte llorar.

―Sé cómo te sientes, Fred ―dijo la latina con voz firme mientras se secaba.
Estaba haciendo acopio de todo su temple para no romper en llanto―. Yo me
siento peor, pensando en si estoy dispuesta a convertirme en la clase de persona
que miente.

Fred comprendió lo que ella quería decir. Se sintió sucio y miserable. Dejó
caer su cabeza, derrotado.

Jessica pasó por su lado, sabiendo que si se quedaba allí todo podría ser
peor. No obstante, cuando había dejado atrás a un Frederick vencido, solo a un par
de pasos de separación de él, el moreno se giró, la sostuvo por un brazo haciendo
que ella virara hasta encararlo.

―Lo siento, Jessi… ―se disculpó con voz ronca―. Pero tengo que saber.

De un solo movimiento la atrajo hacia él, la recibió entre sus brazos y la


sostuvo con firmeza; inclinó la cabeza solo un poco, pegó su boca a la de ella que
estaba dispuesta a recibirlo con la misma desesperación que Fred sentía.

Sus labios eran suaves, sus besos sabían a todo lo bueno del mundo; era
firme, cálido, dócil y contenido. Él lo deseaba todo de ella, si ese iba a ser el único,
quería que valiera la pena, que se le fuera el alma y el corazón en eso para que lo
atesorara por siempre. Las manos de Jessica se aferraban a sus solapas, temerosa
de soltarse, de caer en ese abismo y perderse para siempre. La lengua de Fred la
tentaba, jugueteaba con la de ella; sus dientes rozaron el borde de su labio inferior,
estremeciendo su cuerpo de la cabeza a los pies. Se detuvieron solo un segundo
para recuperar el aliento, momento en que él la apretó más contra sí para no
dejarla ir, volvió a la carga, desesperado, ansioso, temiendo que todo lo que estaba
sintiendo solo fuese la fantasía de su mente rota producto de un corazón triste.

Jessica correspondió de la misma manera, con la misma efusividad y


apetito. Había pasión contenida en ambos, el deseo y la necesidad que enterraban
sus garras en ellos. No era justo, no era correcto; pero se sentía tan bien…

Se separaron rápidamente, como si ambos hubiesen caído en cuenta de que


si no se detenían en ese instante todo iba a escalar veloz y violentamente para los
dos. Si en ese momento él le proponía a la latina salir de allí, ella iba a aceptarlo,
dispuesta a luchar contra las consecuencias después; no obstante, la realidad era
diferente, las personas cuerdas y sensatas volvieron a ellos.

Se miraron a los ojos con miedo y anhelo, luego Jessica se dio media vuelta
y se marchó.

―¡Maldición! ―exclamó Fred con frustración y rabia. Se dejó caer en la


misma silla que ella había estado ocupando cuando llegó con las zapatillas. Su pie
golpeó la caja, así que se inclinó a recogerla para colocarla en su regazo.

Sus dedos acariciaron sus labios, rememorando la textura que tenía la boca
que esa mujer. Suspiró, no era correcto, era una maldita injusticia, estaba
empezando a creer que Dios los odiaba, pues le encantaba complicarles el corazón
a los Ward.

Se escabulló hasta su auto donde escondió la caja de nuevo. Aquello era


hilarante y triste a la vez, definitivamente era su Cenicienta, dejando tras de sí los
zapatos que él guardaría por ella. Luego regresó a la fiesta por la puerta principal;
se encontró con que todos sus primos estaban congregados frente a la puerta de
una habitación, mirando en su dirección con profunda preocupación.

―¿Qué sucede? ―indagó, palmeando a Bruce en el hombro.

―¿Dónde andabas, hombre? ―preguntó Stan―. Geraldine estaba


preguntando por ti.

―Sí, anda un poco intensa y me escabullí hasta mi auto para esconderme un


rato ―mintió―. Pero, ¿qué pasa?

―Bueno, Joaquín y Jessica se encerraron en ese cuarto ―comentó Stan―.


Jessi estaba en una de las carpas, bebiéndose un trago, se veía un poco molesta,
pero bueno, nada anormal, pensé que alguien había intentado un avance con ella y
tuvo que ponerlo en su sitio.

―¿Y entonces? ―insistió Fred, temiendo lo peor.

―Pues, Joaquín estaba hablando conmigo ―respondió el rubio―, mencionó


algo sobre tener una conversación con Jessica, que no existía el momento ideal y se
acercó a ella, la tomó por el brazo y vinieron para acá.

Las voces se escuchaban airadas, pero la puerta era tan gruesa y la música
sonaba en todos lados que lograba amortiguarlos bastante bien.

―Parece que discuten en español ―mencionó Bruce. Greg agudizó el oído.

Frases como “no puedes hacerme esto” o “es hora de madurar” sonaban por allí.
El Vikingo iba traduciendo lo poco que podía, la situación hacía que la ansiedad
escalara de forma acelerada.

―Deberíamos entrar ―sugirió Stan―. Siento que esos dos podrían terminar
matándose.

―¿Qué dijo de los Ward? ―preguntó Fred, frunciendo el ceño.

Gregory lo imitó, solo que con más profundidad. También había escuchado
su apellido, pero no entendía el contexto de aquella exclamación. ¿Por qué Jessica
los llamaría malditos Ward?

La puerta se abrió de repente y todos fueron pillados por una Jessica furiosa
que echaba chispas por los ojos. Su mirada se posó en cada uno de ellos; luego
como si ya no pudiera más, las lágrimas rodaron de manera irremediable. La latina
apretó el pañuelo entre su mano y se secó las mejillas con fuerza. Bufó exasperada
y atravesó la muralla del clan sin decir una palabra.

―¡Jessica, espera! ―pidió Joaquín, siguiéndola. Pero ella no escuchó,


caminó con paso firme en dirección a la puerta principal y luego más allá.

―Voy por ella ―dijeron Greg y Stan al mismo tiempo. Sean miraba la
marcha de su hermana con mucha tristeza.

―No, déjenla ―indicó el latino.

―¿Cómo vamos a dejarla así? ―preguntó Bruce, preocupado.


―Si van a ahora, ella los va a masticar, deglutir y vomitar en cinco
segundos ―explicó este―. Está furiosa por lo que le dije, dolida y en ese estado no
se va a fijar en lo que dice, ¿comprenden? Necesita estar sola, necesita enfriarse.

―Pero ¿a dónde irá a pie? ―insistió Fred.

―Saldrá a la calle y cuando esté en sus cabales en unos minutos, pedirá un


taxi y se irá a casa ―aseguró su primo―. Jessica es una persona sensata, chicos. No
va a cometer una locura.

Aunque ninguno estaba convencido de eso, decidieron hacerle caso. Greg


probó llamarla, pero tras dos repiques la llamada era desviada al buzón de voz.

Jessica salió más allá del portón de la propiedad, directo a la calle oscura
con rumbo a su casa; necesitaba sacarse la ropa y darse un baño de mar a ver si
lograba sacudirse esa sensación de irrealidad y derrota. Iba caminando con
rapidez, enjuagando sus lágrimas con el pañuelo de Fred cuando un auto se
detuvo.

Ella no estaba por la labor, no quería ver a ninguno de ellos, estaba seguro
que era alguno de sus hermanos, o peor, el Vikingo y en ese momento no tenía
fuerzas para enfrentarse a él.

―Vamos, muchacha ―dijo la voz de Wallace―. Súbete… yo te llevo a tu


casa.

La latina se detuvo y lo miró con el ceño fruncido. Suspiró con cansancio,


estaba agotada, no podía más.

Se subió al auto, no dijo nada y agradeció que Wall no hiciera comentarios


insidiosos.

Aguantó el viaje pacientemente, cuando estaba a punto de bajarse una vez


que Wallace Ward se estacionó frente a la vivienda donde se estaba alojando, este
la detuvo.

―Jessica ―llamó―. No lo lastimes…

Aquella solicitud fue como un balde de agua fría que terminó de congelarle
los huesos. No había dureza en sus palabras, solo una petición precisa. Quería
preguntarle a quién, pero no iba a ser capaz de formular las palabras, mucho
menos de escuchar la respuesta.

―Es por eso que me empeño en poner distancia ―respondió con voz
gélida―. Pero insisten…

―Lo sé… ―aceptó― pero a pesar de ello, es mi hijo… ―Ella soltó un


suspiro cansado―. Sé que no ha sucedido gran cosa entre ustedes, sin embargo, la
experiencia me dice que, por la forma en que te mira, a pesar de que cree que nadie
lo ve, él te ama… no entiendo por qué o cómo, pero lo hace…

―Por favor ―rogó ella en un susurro ahogado―, no…

―Y tú no eres tan indiferente ―terminó él, viendo su reacción.

―Señor Ward… ―lo llamó sin levantar la cabeza, mirando sus rodillas
porque no tenía fuerza para verlo―. Todo es más complicado de lo que parece,
mucho más de lo que usted pueda imaginarse… pero quiero que quede claro
algo…

»No deseo hacerle daño a Fred… ni a nadie.


CAPÍTULO 37

Señales de peligro

Gregory quiso comunicarse con Jessica al día siguiente, no obstante, fue


imposible porque la latina permanecía con el teléfono apagado. Estaba nervioso y
desesperado por saber de ella, preocupado de que lo sucedido entre los primos
hubiese sido por causa de él.

Ya el domingo en la noche no se aguantó más. Los planes que habían


armado se habían ido al demonio, pero eso no le importaba tanto como saber lo
que pasaba. Tomó un taxi para ir a la casa y en el camino intentó hablar con ella, le
pasó mensaje pidiéndole que por favor atendiera la llamada.

La situación se tornó extrema cuando se negó, así que en la puerta de la casa


empezó a golpear con desesperación. Jessica apareció en la entrada, mirándolo con
cara de pocos amigos.

―¿Qué quieres? ―preguntó, mientras se hacía a un lado para dejarlo pasar.

―¡Joder! Saber de ti, eso quiero ―respondió molesto―. He estado muy


preocupado.

La latina se restregó el rostro, luego se dejó caer sobre el sofá, con un


suspiro cansado.

―Lo lamento ―se disculpó―. La pelea con Joaquín me dejó de muy mal
talante.

―¿Quieres hablar de ello? ―inquirió el rubio, sentándose a su lado. Pasó el


brazo alrededor de sus hombros y la atrajo hacia él. Ella negó.

―Hay cosas que competen a Quín y no puedo exponer su vida privada


―explicó―. La verdad es que estoy cansada, no me sentía con fuerza para lidiar
con alguien.

―¿Ni siquiera te motiva la idea de navegar conmigo hasta San Francisco?


―ofreció el Vikingo―.Tú y yo solos, lejos de todo.

Jessica negó; en realidad, aunque se sintió un poco mejor al verlo, tras lo


sucedido con Fred no se sentía bien.

―Mañana debo volver, surgió algo con uno de mis socios ―contó―. Una
vez que pise Boston viajaré casi de inmediato a Lisboa.

―Esperaba que pasáramos un poco más de tiempo juntos ―se quejó él.

―Lo siento, pero esto es así ―aclaró la morena―. Hoy puedo estar y luego
mañana tener que marcharme.

―Lo sé ―aceptó Greg, con voz triste.

Se quedaron en silencio, la sala iba pintándose de suaves naranjas que


delataban la llegada de la noche. Jessica no se apartó de su lado, allí bajo su brazo
se estaba bien, tranquila. No supo en qué momento se quedó dormida, pero
cuando abrió los ojos era noche cerrada y el rubio dormía también, recostado en el
sofá, con ella sobre su pecho.

Contempló su perfil, Gregory era atractivo y dormido adquiría un


encantador aire de serenidad que le sentaba muy bien. Jessica suspiró, la sensación
cálida y confortable que la recorría cuando estaba con ese hombre era cien por
ciento real.

Se levantó con cuidado, teniendo precaución de no despertarlo; se fue a la


cocina donde encendió el móvil y mientras rebuscaba en la nevera algo que comer,
este empezó con su concierto de notificaciones. Era domingo, así que la mayoría de
los mensajes eran recordatorios de lo que tenía que hacer en la semana; textos de
sus hermanos, llamadas perdidas y un WhatsApp de Frederick.

“Lo siento”

Lo eliminó de inmediato, no quería pensar en eso.

Cuando Greg se despertó lo hizo por el gruñido de su estómago, el aroma


agradable de la comida le sacó una sonrisa, se estiró perezosamente, enderezó su
cuerpo sobre el sofá y miró en dirección a la cocina. Era fácil verla, las paredes de
vidrio le permitían contemplarla con tranquilidad. Jessica estaba removiendo una
sartén en la hornilla, mirándola con mucha concentración.

El rubio se tomó un minuto para dejar volar su imaginación, ubicándose con


ella en un futuro no tan lejano, donde ambos compartieran un hogar.

Sonrió como idiota, estaba enamorado, eso era más que claro, adoraba a esa
mujer, y si le preguntaban en ese instante lo que sentía por ella, ineludiblemente
respondería que la amaba.

Jessica lo vio desplazarse hasta donde ella se encontraba, levantó la cuchara


de madera para ofrecerle probar el contenido de la sartén y Greg compuso una
cara de sorpresa ante lo bien que sabía.

―No me imaginé que supieras cocinar ―le dijo con una risita.

―No siempre fue una mujer de negocios multimillonaria ―le explicó―.


Desde los dieciséis estoy sola, bueno… con Joaquín ―corrigió―. Me gradué con
honores de bachillerato y solicité una beca en Londres... así que debía valerme por
mi propia cuenta, eso significaba alimentarme a mí misma.

Sirvió los camarones salteados con repollo y pimentón. Jessica había


improvisado un chop suey rápido, que acompañó con pan. Comieron en silencio,
sonriéndose de vez en cuando, compartiendo un momento peculiar que marcaba
un hito en lo que tenían.

Mientras lavaban los implementos usados y acomodaban la cocina, Gregory


le informó que debía viajar a Toronto.

―Tal vez esté allá una semana ―le contó―, hay una licitación abierta, y
parece que fuimos recomendados por el proyecto del centro comercial en San
Francisco. Si ganamos ese proyecto también, será fantástico para la empresa.

―Me alegra mucho, Vikingo ―felicitó Jessica recibiendo el plato mojado―.


Una vez que empiecen la construcción en Madrid y la de la Torre Medina, podrán
calcular las fechas de entrega de esos proyectos y pensar en más posibilidades.

―¿Quieres que me quede esta noche? ―preguntó con suavidad, deseaba


estar con ella, pero al mismo tiempo quería darle el espacio que necesitaba. Jessica
lo pensó por un segundo, luego negó.
―Avísame cuando estés por acabar en Canadá ―le pidió―, tal vez
podamos tomarnos un fin de semana e irnos a Miami o Hawái o Bora Bora… ¿Qué
te parece? ―Le dio un golpecito con su costado―. Yo invito.

―Suena como un plan ―aceptó él.

La despedida fue extraña, el Vikingo le dio un profundo beso, amoroso,


necesitado; Jessica lo recibió solícita pero no sintió la misma respuesta. Se separó
de su boca sin alejarse, la mantuvo abrazada contra él mientras la miraba a los ojos.
Sus iris grises estaban apagados, una pátina de tristeza cubría toda su expresión.

―Sabes que puedes confiar en mí ―le dijo―, me gustaría aliviar tus penas.

Jessica frunció el ceño de forma leve, luego negó, como si se sacudiera esa
profunda tristeza y lo miró. Ella encontraba fascinantes ese tono de azul, acarició
con la yema de sus dedos el borde de su mandíbula y corrió más allá, dentro de los
mechones de cabello rubio.

―Tienes el cabello largo ―le acusó con diversión.

―Lo hago por ti, sé que te gusta ―le aclaró Greg.

―Te queda bien, te da un aire más… vikingo ―se burló. Greg soltó la
carcajada, la volvió a besar despacio.

―Yo pienso más bien que es práctico, te agarras mejor a él cuando estoy
entre tus piernas, comiéndote toda ―le recordó con voz ronca.

Una profunda carcajada brotó de ella, su risa fue música para sus oídos,
tranquilizándolo un poco. Jessica lo miró a los ojos con un gesto risueño, colocó
ambas manos alrededor de su rostro y lo escrutó con detenimiento.

No se mentía a sí misma cuando asumía que tenía sentimientos por ese


hombre, no obstante, comprendía a cabalidad el engaño en el que incurría al no
hablarle de manera clara sobre ellos. Acercó su boca a la de él y lo besó, pero no del
mismo modo que lo hacía normalmente, esa vez imprimió todas las emociones que
le generaba estar cerca de él.

Gregory se sentía como el mar, era la dicha del aire limpio que inflaba las
velas, la espuma que se estrellaba contra el casco del bote al navegar y que hacía
que se salpicaran de agua; el Vikingo la hacía sentirse libre y plena, contenta con la
vida, con deseos de lanzarse a la aventura.

Cuando se despegaron el rubio abrió los ojos aturdido, el beso había sido
intenso, cariñoso, apasionado.

―Después de esto no me quiero ir ―gimoteó él.

Pero lo hizo, porque ella necesitaba espacio; se marchó no sin antes hacerle
prometer que no se desconectaría por completo. Cuando volvió al velero se
encontró a sus hermanos menores burlándose de él y preguntando la causa de que
se hubiese perdido por tantas horas. No dijo nada, aunque se moría de ganas por
contarle a todos que estaba derretido de amor por Jessica Medina.

Volver a San Francisco fue agridulce, no obstante no tuvo tiempo de sentirse


mal o siquiera extrañarla ―aunque sí lo hacía, como si le hiciera falta un pedazo de
sí mismo―. El viaje a Canadá comenzó bien, pero en un parpadeo todo se tornó
turbio.

Una vez que presentó todas las credenciales y habló de los proyectos de
construcción que estaban llevando a cabo, los representantes de la empresa que
quería hacer el centro comercial en Toronto comentaron que estaban muy
interesados en asociarse con ellos, en particular por su reciente disposición para
usar tecnología ecoamigable.

Sin embargo, a medida que iba siendo eliminada la competencia,


comenzaron los problemas.

―Gregory ―llamó Lester―. ¿Podemos hablar un momento?

El Vikingo accedió, habían estado en una reunión reciente en la que


escucharon las propuestas de dos de empresas del país. Greg estaba impresionado
por la competitividad, pero tras escuchar cuáles eran las metas de los futuros
dueños, comprendió por qué deseaban trabajar con ellos.

―¿Qué sucede, Lester? ―preguntó, sentándose en la silla que le señalaba el


hombre.

―Verás, hemos estado investigando a los licitantes y sus negocios previos


―le comentó él, imitando su postura al sentarse―. Ward Walls está en uno de los
primeros puestos de la lista de favoritos por sus más recientes proyectos. El
edificio de Ontario es una obra de arte, tanto en ingeniería como en arquitectura, y
tras conocer que su siguiente edificio en Los Ángeles será construido con lo último
de la tecnología de autosustentación, nos hizo pensar seriamente en ofrecerles esta
oportunidad.

―Lester, ve directo al punto ―pidió Greg poniéndose nervioso―. Pareciera


que quieres terminar conmigo, pero no puedes ―se rio.

El hombre también rio, negó con vehemencia.

―Nada que ver, hombre ―aseguró―. Al contrario, solo quiero advertirte.


―Sacó su móvil y tecleó rápidamente. Luego se lo tendió para que viera.

―¿Quién envió esto? ―preguntó el rubio frunciendo el ceño.

―No lo sabemos, en realidad no solemos prestarle atención a este tipo de


cosas ―le comentó él―. Algunas empresas juegan sucio para que descalifiquemos
a sus competidores. El problema es que siempre buscamos confirmar algunas
cosas, y parte de la información fue corroborada.

―Ward Walls pasó por un momento un tanto difícil hace unos años
―indicó el rubio―; no obstante, la construcción del centro comercial está cubierto
por nosotros mismos. ¿Crees que si estuviéramos en la cuerda floja nos
arriesgaríamos con una empresa de semejante proporciones? O más aún, ¿crees
que si estuviéramos mal, los primos Medina hubiesen invertido en nosotros?

―¿Los primos Medina? ―inquirió Lester. Gregory asintió.

―Jessica Medina es socia de la empresa, posee poco menos de una cuarta


parte de las acciones ―comentó―. Ella es la principal patrocinadora del edificio de
L.A ―explicó con seguridad. El Vikingo sacó su propio móvil y le mostró la
información; Lester empezó a leer con más atención, ampliando su impresión de
asombro―. La Torre Medina será una de los edificios de mayor lujo en la zona, con
tecnología de punta y a la vanguardia de las disposiciones ecológicas actuales
―insistió él―. Tanto así, que Joaquín Medina, el primo de nuestra socia, que
también es su socio de negocios, adquirió uno de los primeros apartamentos a
pesar de que apenas estamos empezando a solicitar todos los permisos pertinentes.

Lester parecía visiblemente impresionado, a mitad del discurso le había


devuelto el teléfono al rubio y sacó el suyo propio para verificar la información.

―Esto es impresionante ―aceptó él―. Entonces, ¿ella es socia de Ward


Walls?

―Sí ―confirmó Gregory.

―Pues, amigo ―le dijo―. Hay alguien que quiere joderlos. Los están
boicoteando, porque no es mentira lo que te digo. Nuestro abogado hizo
investigaciones discretas y según sus fuentes, la empresa en España está diciendo
que ustedes no han cumplido con el contrato.

―No es correcto ―le aseguró el rubio con vehemencia―. Antes del


matrimonio de mi hermano estuve allí casi quince días, agilizando la permisología,
resolviendo problemas con los empleados… ―Respiró hondo y prosiguió―.
Cuando nos montamos en el avión, todo estaba en camino a resolverse por
completo.

―Te creo, Gregory ―expresó Lester―. Pero es bueno que sepan que
alguien quiere perjudicarlos y deben averiguar quién es.
CAPÍTULO 38

Juegos sucios en los negocios

El asistente de Frederick entró en su oficina con la documentación en la


mano y una enorme taza de café. Antonio llamó su atención con gentileza para
entregarle la humeante infusión. Desde la llegada de Malibú el moreno se
concentró casi con obstinación en el trabajo, es especial en esos números que no le
cuadran y que llegaron con el informe de Madrid.

Después de su primo Greg, la segunda persona que habla un español fluido


era Antonio, así que entre los dos habían ido cotejando paralelamente la
información contenida en ambos informes.

―Mañana debo tener esto listo ―le insistió al latino―. Para mostrarle todo
en la reunión a Jessica.

Fred se empeñaba en no pensar en ella, de hecho, su compulsión por el


trabajo en esa semana se debió a eso; llegaba tan agotado a su casa que caía directo
a la cama hasta el otro día. No deseaba pensar en su nombre, ni en su cara, ni es ese
beso que se dieron en la boda de Bruce.

Y motivos para estar concentrado le sobraban. El día anterior se había


comunicado con Greg y este le contó lo sucedido; sus sospechas se hicieron más
acuciantes después de eso, lo que hizo que se quedara con Antonio hasta altas
horas de la noche.

―Esto no cuadra ―refunfuñó tras una hora más de trabajo. Cerraba los ojos
y lo único que veía eran filas y más filas de números en columnas de Excel.

―No, no lo hace ―confirmó Antonio―. Algo está pasando en Madrid,


Gregory debe ir para allá.

Frederick tomó el auricular después de soltar una exhalación, le dolía la


cabeza y estaba al borde de un colapso por agotamiento; no obstante, no podía
decirle a nadie el motivo de su estado anímico, así que hacía su mejor esfuerzo
para que no se le notara el desasosiego; una tarea difícil ante la inminente reunión
que debía tener la mañana siguiente. Mientras Bruce estuviese de luna de miel, él
debía cubrirlo con Jessica Medina en su conferencia mensual; los dos solos en una
video llamada.

―Vikingo, ¿estás ocupado? ―preguntó cuando escuchó a su primo al otro


lado de la línea.

―Sí, tratando de hacer una indagación sobre lo que hablamos antes ―le
contestó―, pero dime qué necesitas.

―Es más que evidente que hay malversación de fondos en el proyecto


Madrid ―soltó de una―. Tienes que viajar lo más pronto posible.

―¿Qué tan pronto? ―cuestionó el rubio―. Primo, la verdad es que acá en


Toronto estoy haciendo control de daños y resarciendo las consecuencias de esa información
―explicó―. No podría ir a Madrid sino hasta la próxima semana, estamos hablando de
unos diez días.

―Greg, no creo que debamos esperar tanto ―insistió Fred―. Deberíamos


estar saliendo para allá mañana mismo a resolver esto. ―Se apretó el puente de la
nariz, le hizo un gesto a Antonio para que archivara los documentos que estaban
sobre el escritorio―. Entre más tiempo pase…

―Lo sé, lo sé ―lo cortó el Vikingo―. Pero si salgo corriendo de aquí, será peor.

―Necesitamos saber quién está haciendo esto ―dijo el moreno.

―Es la principal prioridad ―aceptó Gregory. El silencio se instaló en la línea


telefónica―. Deberás ir tú, Fred, no hay otra opción.

―Mierda, Greg ―se quejó―. Yo no hablo español, ¿recuerdas?

―Llévate a Antonio ―le sugirió―. Lo importante es que alguien esté allí y


sabemos que los gemelos no podrán con eso y no vamos a molestar a Bruce con esto.

―Tendremos que decirles a nuestros padres ―comentó el moreno con


fastidio―, a Leon.
―No se lo diremos a nadie todavía, Fred ―lo disuadió―. Primero averiguaremos
lo que está pasando, cuando tengamos más claridad en el asunto iremos con los viejos con
una solución en la mano, no antes.

―¿Sabes que tengo una reunión con Jessica hoy en mañana? ―le
preguntó―. Debo darle el informe mensual.

―¿Y entonces? ―indagó el rubio con fastidio―. Cuéntale todo.

―¡¿Qué?!

―Sí, hazlo ―insistió Gregory―. Jessica tiene más experiencia que tú y yo juntos
en lo referente a los negocios. Si nos está boicoteando alguna empresa de la competencia ella
podrá detectarlo, o decirnos quién puede ser… Ahora que lo pienso… ―se detuvo.

―¡Greg, hijo de…! ―se calló―. ¡Habla de una vez!

―Hace unos meses, cuando salieron las acciones al mercado y ella las compró yo
estaba en Madrid, terminando de cerrar ese negocio ―recordó el rubio―. Todo fue de
mal en peor hasta el momento en que las acciones fueron compradas, tuve mil y unas
complicaciones, como si alguien hubiese estado poniendo la zancadilla a cada cosa que
hacía… Ahora que otra vez estamos en proceso de adquirir la sociedad de un nuevo
proyecto, pasa lo mismo… no me parece una coincidencia, Fred.

Después de esa conversación, Frederick le pidió a Antonio que comprara


dos boletos para Madrid lo más pronto posible.

―Debes ser muy discreto, ¿comprendes? ―le indicó―. Si alguien te


pregunta, les dirás que vamos a cubrir a Gregory en España por unos días, y nada
más.

―Claro, Rick ―aceptó el asistente, luego con una sonrisa que pretendía
trasmitirle tranquilidad, prosiguió―. Todo saldrá bien, ya lo verás.

El problema era que Frederick estaba nervioso por otro asunto que no tenía
que ver con el viaje. Él tenía más de diez años trabajando en esa empresa, Ward
Walls era toda su vida laboral, todos los veranos tomó un empleo allí desde que
cumplió los catorce, durante la universidad trabajó medio turno para empaparse
de los asuntos más importantes, esos que como asistente de su padre o de piso no
manejó por no tener experiencia o la edad apropiada. No, ese no era el problema,
Fred podía lidiar con lo que fuese que tuviese que hacer al respecto de solucionar
los problemas de la empresa; lo que lo carcomía por dentro era el hecho que en
menos de media hora tendría que llamar a Jessica para informarle de cómo iba
todo desde el último informe enviado treinta días atrás.

Después de cerrar las persianas e indicarle a Antonio que no iba a estar


disponible hasta que él mismo le avisara. Destapó la botella de agua mineral y
bebió un sorbo, se sacó la corbata porque se sentía asfixiado; confirmó una vez más
que la puerta tuviese seguro. Solo para volver a sentarse en su silla, frente al
monitor de la computadora.

―Solo hablaremos de negocios, solo hablaremos de negocios ―se repitió


una y otra vez al momento en que presionó el botón de llamada―. Hola, Jessica.

―Buen día, Frederick ―devolvió el saludo.

Estaba radiante, con el sol del atardecer iluminando su rostro. Por la


ventana de su habitación de hotel podía ver el panorama.

―Voy a remplazar a Bruce, esta vez ―le dijo, sonriéndole con algo de
debilidad―.  Espero que no te moleste que solo seamos tú y yo.

―Para nada, Fred ―aseguró ella con cordialidad―. Sé que Bruce está en su
luna de miel, ayer hablé con Amy.

―¿Sí? ―Se relajó un poco en su silla, esperaba que la situación se tornara


tensa, pero por el contrario, la latina lo trataba con normalidad―. ¿Cómo les está
yendo? No he querido llamar a Bruce porque inmediatamente quiere hablar de
trabajo.

―Por lo que me contaron están disfrutando Sri Lanka muchísimo ―contestó ella
sonriéndole con diversión―. Pasaron fotos muy divertidas.

―No lo dudo ―Asintió él. Se miraron por un rato en silencio, como si no


supieran cómo continuar desde allí―. Bueno ―suspiró―, ¿te parece si empezamos
de una vez? ―Jessica afirmó.

El moreno se dedicó a explicarle los avances generales, los permisos del


condado donde se iba a realizar la Torre Medina estaban en proceso y el panorama
pintaba bien. ―Es posible que terminemos el año comenzando la construcción― le
dijo en determinado punto. Luego pasó a contarle sobre el centro comercial, ya
todo el terreno estaba listo, las terrazas establecidas y pronto empezarían con la
construcción como tal.

―La gente de Toronto está muy impresionada con este complejo comercial,
quieren hermanarlo con el suyo, es por eso que desean que Ward Walls se quede
con la licitación ―explicó.

―Está bien, es un excelente avance ―contestó ella―. ¿Qué hay de Madrid?

―Es allí donde tenemos un problema ―respondió él. Jessica frunció el ceño.

Procedió a explicarle la situación, haciendo mención de lo que Gregory le


había comentado sobre los mismos problemas que habían tenido justo antes de que
ella comprara las acciones. La latina estaba tomando nota mientras él hablaba.

―¿Cuándo viajas a Madrid? ―le interrumpió justo al momento de informarle


que iba para allá, ya que el Vikingo no iba a poder.

―Espero que más tardar mañana ―respondió―, encargué a Antonio que


buscara dos boletos para viajar lo más rápido posible. ―Frunció el ceño ante lo que
estaba haciendo Jessica. Estaba tecleando en su móvil frenéticamente sin mirarlo―.
Greg y yo estamos de acuerdo en que debemos proceder con cautela pero con
celeridad, primero vamos a identificar quién es el causante de los problemas y solo
entonces informaremos a los socios de lo que está sucediendo. Te lo estoy
comentando a ti, porque el Vikingo piensa que puedes darnos una mejor
perspectiva sobre cómo proceder en este caso.

―Está bien, Frederick ―aceptó ella con un tono indiferente―. Ya mi asistente


consiguió vuelo para ti y tu asistente ―le indicó, dejando el móvil de nuevo en la
mesa―. Escala en Los Ángeles y en Londres.

―No era necesario ―balbuceó él―. Gracias.

―Nos vemos el jueves entonces ―le dijo ella―, no se preocupen por las
reservaciones de hotel.

―¿Qué? ―preguntó anonadado―. ¿Vas a ir para Madrid? ―Ella asintió.

Se despidieron casi de inmediato, Frederick a punto de sufrir un colapso


nervioso; la conversación había ido de maravilla, de hecho, después del impacto
inicial consiguió sentirse calmado y todo fluyó como la seda; no obstante, no
esperaba que Jessica se incluyera en la reunión de España.
El resto del día lo pasó ansioso, le informó a su padre y tío sobre el viaje sin
dar demasiadas explicaciones; a última hora de la tarde Antonio le notificó que no
podría viajar por motivos familiares y le preguntó si no deseaba comunicarle a
alguno de sus hermanos sobre ello para que lo acompañaran. Fred negó, si Jessica
iba a estar presente no necesitaría un traductor porque la latina podría ayudarle
con eso.

Eso sí, Antonio se encargó de ir por él a su departamento para llevarlo al


aeropuerto. El vuelo a Los Ángeles fue rápido y ciertamente fue como un
parpadeo. Miles de cosas pasaban por su mente en ese instante, tantas que no
lograba procesarlas de forma correcta; cuando se subió al vuelo rumbo a Londres,
no pudo soportarlo más, se puso a beber casi de forma compulsiva y terminó
durmiendo la borrachera mientras atravesaba el océano atlántico. Era mejor beber
que ceder ante los coqueteos de la sobrecargo que le guiñó el ojo en más de una
ocasión y acarició un poco más de lo conveniente su mano cuando le rellenaba el
trago.

Al menos tenía una cabina privada para pasar su cuita, Jessica le había
conseguido boleto en la clase ejecutiva y en verdad era muy cómoda. Mantuvo su
móvil activo solo por necesidad, Greg y él hablaban de forma continua sobre el
tema del saboteador; el rubio le aseguró que iba a estar bien y que era bueno que
Jessica estuviera acompañándolo durante el proceso.

Si sabes que no necesito niñera, ¿verdad?

Lo sé, Fred… eres el mejor en lo que haces.

Pero contigo y ella allí, el maldito bastardo que nos esté fastidiando no tendrá
oportunidad.

Él esperaba que fuese cierto.

Una azafata diferente lo despertó cuando faltaba poco para aterrizar,


Frederick le agradeció y decidió acicalarse para luego desayunar; cuando se miró
en el espejo del baño, decidió que no se iba a afeitar, entre el dolor de cabeza y los
nervios producto de la expectativa por ver a Jessica, no tenía pulso suficiente como
para que la afeitadora eléctrica hiciera bien su trabajo.

«Me afeitaré en el hotel» pensó con resignación.

El jueves al medio día llegó a Madrid. Jessica le había pasado un mensaje


diciéndole que alguien iría por él al aeropuerto; cuando salió a la zona de descarga,
encontró a un hombre de traje con un cartelito con su nombre y apellido, al
momento en que se presentó, el caballero tomó su maleta y lo guio hasta la salida,
donde una cómoda camioneta de color azul marino los esperaba.

―La señorita Medina me dijo que tenía una hora para bañarse y arreglarse
―le comentó cuando se desplazaban por la ciudad, rumbo al hotel―. Lo va a
esperar en el restaurante del hotel para almorzar y luego ir a la constructora.

―Muchas gracias ―respondió él, aliviado de que el chofer hablara un


impecable inglés.

La habitación que le había reservado la latina era amplia, cómoda y


confortable. Su maleta no era pesada, de hecho solo empacó para estar allí no más
de una semana, máximo dos si hacía uso de la lavandería del hotel. El agua
caliente de la ducha le ayudó a despejarse y suavizar parte de la descompensación
horaria.

Frente al espejo del baño, con la toalla enrollada alrededor de su cadera,


miró su barba. Paso la palma de su mano sobre ella, sopesando si debía afeitarse o
no; optó por hacerse un pequeño repaso para que no se viera tan desordenada, no
obstante, no estaba acostumbrado a ella.

Vistió como si fuese a su oficina: saco, corbata y todo lo demás. Peinó su


cabello con cuidado, mirándose al espejo. Al menos no tenía ojeras debajo de sus
ojos y tras un par de aspirinas y un café cargado que pidió apenas llegó, se veía
bastante bien.

Suspiró profundamente, no podía dilatar más el encuentro; cuando solicitó


indicaciones a un botones sobre la ubicación del restaurante, se subió al ascensor y
se dirigió allí. Le explicó al maître que lo estaban esperando, al decir su nombre este
lo condujo hasta la mesa donde ya Jessica se encontraba sentada.

Ella llevaba un atuendo similar a él, solo que no tenía corbata y


definitivamente la chaqueta le sentaba mucho mejor. Le sonrió al notar que se
acercaba, en realidad sí estaba contenta de verlo; sin importar lo que hubiese
sucedido la última vez que estuvieron juntos, la latina no albergaba ningún
sentimiento de repudio por Fred.

―Espero que tengas hambre ―fue el saludo que le dio; él sonrió un poco
forzado, pero asintió.
―Debo decir que estoy un poco ansioso, pero el estómago es el estómago
―confesó.

―Tranquilo ―lo calmó Jessica―. Resolveremos esto más pronto de lo que


crees.

―Me da la sensación de que tienes información que yo no poseo ―sondeó


Fred con un leve tono de sospecha.

―Es posible ―aceptó la latina―. ¿Qué deseas ordenar? ―preguntó


abriendo la carta.

―Estoy en tus manos, ordena por mí ―pidió él.

La frase había sonado un poco más de doble sentido de lo que esperaba,


Jessica lo observó por sobre el menú por una fracción de segundo con una sonrisa
de medio lado.

La latina pidió la comida y las bebidas, mientras esperaban, ella lo escrutó


con atención.

―¿Tendremos que hablar de lo que pasó en la boda o podremos trabajar sin


problema? ―preguntó de manera directa.

Frederick se quedó paralizado. Sonrió.

―Siempre tan clara ―aceptó él. Hizo una profunda inspiración―. Estoy
bien con lo que pasó, no tengo esperanzas vacías ni nada similar, Jessi ―explicó
con cierto peso en su corazón―. Sé que tienes algo con mi primo Greg y no pienso
sabotearlo ni interferir ―aclaró con vehemencia―. Lo que sucedió en Las Vegas, se
quedará allí. Lo que pasó en Malibú fue… ―se detuvo. «El mejor beso de toda mi
vida» pensó con tristeza, sin embargo sonrió―. Solo fue, nada más.

Jessica confirmó despacio, sopesando sus palabras, terminó asintiendo con


calma y sonrió a su vez.

Comieron con serenidad, pero sin parsimonia; fue Fred quien insistió en
pagar lo consumido, entregándole su tarjeta de crédito al camarero, que volvió a
los pocos minutos con el recibo que debía firmar. El mismo chofer que lo recogió
en el aeropuerto los esperaba en la entrada para llevarlos al lugar de la
construcción; Fred respiraba de forma pausada, tratando de acostumbrarse a la
cercanía de la latina. Esta solo se limitaba a mirar por la ventana.

El auto se detuvo frente a un portalón, el terreno donde se llevaba a cabo la


urbanización estaba cercado con una malla de alfajol y láminas metálicas
amarradas a esta. Un hombre rechoncho se acercó a la ventanilla del piloto para
preguntarle qué deseaba, el chofer le explicó quiénes eran y le apremió a que
abriera el portón para poder ingresar.

Llegaron al tráiler que funcionaba de oficina, fueron recibidos con bastante


cordialidad, no obstante, ambos notaron cierto nerviosismo.

―El señor López no se encuentra ―farfulló la secretaria en un inglés tosco.

―Pues anúnciele que estamos esperándolo ―indicó Frederick con


semblante serio―. Que no nos iremos hasta que hablemos con él.

―Sí, sí señor ―aceptó ella y comenzó a realizar llamadas.

Jessica y él tomaron asiento, cuándo él intentó decirle algo, una sola mirada
hizo que se quedara callado. La latina escuchaba con atención lo que decía la
señorita al teléfono, asegurándole al tal López que no estaba el “señor rubio de la
otra vez” y que eran dos personas nuevas, un hombre y una mujer.

―¿Les puedo ofrecer un café? ―preguntó la mujer tras colgar; ella negó.

―Agua, por favor ―pidió Jessica.

―Para mí también ―se sumó Frederick.

―En seguida ―dijo la secretaria y salió de la oficina donde estaban.

―Disculpa por hacerte callar, quería escuchar lo que decía ―le explicó
Jessica.

Fred asintió sin darle mayor importancia. Estaban sentados uno al lado del
otro y las sillas los obligaban a rozarse. El aroma florar del perfume de la latina
inundó sus fosas nasales, erizando su piel debajo de la ropa. Por suerte, la señorita
entró y lo distrajo, portaba una bandeja con una jarra de agua con cubitos de hielo
y vasos de vidrio recién lavados. Sirvió el agua en cada uno, tendiéndoselos
envueltos con una servilleta de papel.
Veinte minutos después entraba el tal López en la oficina, los saludó con
profusión, estrechando ambas manos. Los hizo pasar al reducido espacio privado,
disculpándose por lo pequeño.

―Cuando estoy en la construcción es así, algo pequeño y práctico ―dijo


como en broma―. De haber sabido que venían los hubiera citado en la oficina
central.

―En realidad deseábamos ver el lugar de la construcción ―explicó


Frederick―. También queremos saber por qué hay irregularidades en los informes.
La relación de gastos que nos envió no se corresponde con la relación de
materiales, sueldos y salarios y todos los deberes correspondientes.

―Seguro que hay un error, señor Ward ―se adelantó el hombre―. Puedo
hacerles llegar de nuevo toda la información, podría tenerle todo listo para mañana
en la mañana para que usted y su secretaria puedan revisarlo.

Jessica amplió su sonrisa al oírlo; Fred estaba a punto de corregirlo cuando


un gesto de la mano de la latina lo detuvo.

―Eso es muy amable de su parte, señor López ―aceptó ella―. Lo


pasaremos buscando muy temprano en la mañana, el chofer vendrá por eso. No
obstante, nos interesa hablar de otras cosas.

―¿Qué cosas? ―indagó este.

La latina lo miró con intensidad, sopesando la manera en que iba a hacer la


pregunta. No le había dicho nada a Fred por cuestión de tiempo, no obstante,
esperaba que este no demostrara ninguna reacción adversa frente al imbécil que
tenían en frente.

―Contratamos un investigador que confirmó que el robo que se perpetró


aquí hace unos meses, fue orquestado por el propio personal ―contó con
parsimonia; el moreno a su lado solo apretó la mano derecha en un puño, pero no
dijo nada―. Lo interesante de esto, porque sé que no es algo nuevo ni novedoso lo
que estoy contando, es que el material jamás salió de este terreno y fue revendido a
la empresa una vez más, cuando el seguro cubrió parte de la pérdida.

―Eso que dice es una terrible acusación ―comentó López con


preocupación―. Nosotros despedimos al personal pertinente y lo reemplazamos;
con lo que usted está diciendo, señorita, da a entender de que no se corrió a la
persona, o personas, indicadas.

―En efecto ―asintió Fred―. Pero no nos parece que esta situación sea
orquestada desde adentro ―intervino él―. No obstante, sospechamos que alguien
de aquí está siendo utilizado para boicotear la construcción.

―¿Alguien de afuera? ―preguntó confundido―. ¿Por qué?

―Eso es lo que deseamos saber ―asintió Jessica.

López se veía seriamente afectado, como si no diera crédito a lo que


acababan de decirle. Frederick se puso de pie al mismo tiempo que lo hizo la
latina, se despidieron con un apretón firme y salieron de allí en silencio. Ni
siquiera dentro del auto hablaron, el moreno estaba casi tan aturdido como el
hombre de la constructora. Jessica, sin embargo, se veía serena y segura de sí
misma. Cuando se bajaron en la entrada del hotel, se despidió del chofer.

―Recuerda bien lo que tienes que hacer ―le dijo.

―Sí, señora ―aceptó el hombre y se marchó.

Cuando iban en el ascensor, ella fue quien rompió el silencio.

―Seguro tienes muchas preguntas ―apuntó con voz cansada―. ¿Qué te


parece si tomamos unas cervezas y te explico todo?

―Eso sería fantástico, porque de verdad necesito muchas explicaciones


―accedió el moreno.

Él la siguió sin decir nada cuando salió del elevador, Jessica abrió la puerta
de su suite que era un poco más grande que la de él. Mientras Frederick se sentaba
en la esquina del sofá, la latina se acercó a la nevera ejecutiva del bar y sacó las
botellas, le tendió una mientras tomaba un puesto frente a él en la silla individual a
juego.

―Te lo explico directo ―soltó Jessica tras darle un trago a su bebida. Se


inclinó hacia adelante, a medida que hablaba se fue sacando la chaqueta―.
Sospecho que alguien desea bajar el valor accionario de Ward Walls boicoteando
los proyectos en su fase de construcción, quieren obligar a los socios a vender sus
acciones a un bajo costo.
―Pero… ¿quién? ―preguntó él aflojándose la corbata―. ¿Quién se
beneficia con esa acción?

―La misma persona que fue boicoteando la negociación acá en Madrid


cuando yo compré las acciones, y que también lo hizo en Ontario ―respondió
ella―. Esa fue la razón por la cual Ward Walls sacó acciones en venta, para cubrir
las pérdidas que estaba teniendo el edificio en Canadá y para poder inyectar
capital aquí.

―Solo que tú compraste las acciones y promoviste un nuevo proyecto


―terció él―. Eso debió alterar los planes de quien está detrás de esto. ―La latina
asintió.

―Fue pura casualidad que yo comprara las acciones de W.W ―aclaró―.


Pero según lo que me comentó Gregory, durante el poco tiempo que estuvieron
disponibles, todo el negocio se hizo complicado, y solo cuando estas fueron
compradas la negociación se finalizó.

»Ahora, sucede lo mismo una vez más. Robos que obligan a la compañía a
invertir más dinero para cumplir con lo estipulado en el contrato. Información
difamatoria justo en el momento en que Ward Walls está licitando para una nueva
obra en Canadá, sobre todo una de gran magnitud. ¿A qué pueden echar mano los
socios de Ward Walls para cubrir esto y continuar a flote?

»Vender más acciones. Porque Ward Walls no tiene pasivos a su nombre. A


menos claro que decidan vender algunas de las propiedades personales. Sé que
con cada proyecto habitacional William y Wallace se enfocaron en dejarles una
propiedad a cada uno de ustedes para que hicieran lo más conveniente. ―Fred
asintió, pensativo.

―Solo puedo pensar en una persona que podría beneficiarse de esto y no


me cuadra del todo ―acotó él, dejando la botella vacía en la mesita entre ambos―.
Tú.

―Lo sé ―respondió ella, levantándose de nuevo para ir por más cerveza―.


La cuestión es que, como dije antes, yo compré ese lote de acciones de manera
fortuita y por un impulso ―le recordó, volviendo con una segunda ronda―. Sin
embargo, a medida que fuimos indagando en las finanzas y proyectos de la
empresa, desde el 2008 Ward Walls a duras penas se mantiene. En sí, los Ward son
solo empleados de su compañía, no tienen la capacidad de dejar la empresa en
manos de otras personas y vivir de las ganancias que esta les genere.

―Sospecho que sabes quién es la persona que está detrás de todo esto ―la
sondeó él, admirado por la manera en que estaba manejando las cosas. Ella asintió.

―Cuando Gregory me mencionó lo sucedido en Toronto agilicé la


investigación ―contó ella adoptando una posición más relajada en su silla―. Leon
Allen me hizo una insinuación hace algún tiempo ―sonrió ante la cara de sorpresa
de Fred―, y no solo de índole sexual. A la gente le encanta pensar que las mujeres
somos medio estúpidas, más si somos lindas; entre menos arreglada se vea como
que se le toma más en serio en cuanto inteligencia, una creencia sexista en mi
opinión, las mujeres de negocios hermosas no solo hacen dinero con su aspecto
―comentó con sorna―. Pero, como sea… ―suspiró―. La cuestión es que Allen
esperaba que yo tuviese un plan de venganza tipo telenovela latina en contra de la
familia Ward, algo estúpido y sin sentido si me lo preguntas; tras su propuesta le
pedí a mi abogado que investigara, pero el hombre es bastante astuto y ha sabido
solapar sus acciones detrás de diversas personas.

»Yo solo fui un obstáculo, era él quien esperaba abaratar lo más posible las
acciones de la compañía y comprarlas por medio de un tercero, me parece que
quiere obligarlos a vender más y más acciones, incluidas las de él, solo para
acumular la mayoría accionaria y de ese modo quedarse con la empresa de los
Ward.

Frederick escuchaba atento a cada palabra, la explicación tenía sentido, y no


era un secreto que Leon Allen era un tipo ambicioso y con ciertos rencores contra
William y Wallace.

En más de una oportunidad, mientras iba con Bruce, Greg y él a practicar


canotaje o a navegar en alguna competición amistosa, soltó algún comentario al
respecto de cómo serían las cosas dentro de la compañía una vez que los gemelos
se retiraran. Todos se quejaban de lo mismo ―más o menos―, porque su tío y
padre eran renuentes a ser más osados y actualizarse con respecto a los negocios.

No les gustaba la idea de tomar riesgos.

―Si sabes todo eso, ¿por qué vamos a esperar hasta mañana? ―quiso saber
el moreno. Se habían acabado la segunda cerveza, Jessica hizo un gesto para que se
sirviera a gusto, cuando regresó con una tercera botella, al entregársela, rozó la
punta de sus dedos accidentalmente.
―Porque ahora hay que esperar a confirmar si López está limpio o no
―explicó Jessica―. Con la información que traiga mañana Roland, podremos
tomar una acción definitiva contra quien esté detrás de todo esto; sea quien sea.

Aturdido y cansado se despidió de Jessica para dormir, ella apoyó su idea,


alegando que también estaba hecha trizas.

―Diez horas de viaje encima ―le dijo después de bostezar―. Yo no dormí


como tú ―se mofó un poco.

Frederick cayó como muerto, a duras penas se sacó la ropa y durmió solo en
calzoncillos. Se despertó a las cinco de la mañana con ganas de hacer pipí, solo
para volver a la cama y seguir durmiendo.

A las nueve de la mañana estaba de pie frente al espejo del baño pensando
si quería afeitarse o no; tenía todo lo necesario para volver a lucir su rostro limpio
y suave, no obstante, sentía que la barba le confería carácter. Procuró recortársela
un poco, para que los pelillos no le fastidiaran en los labios y en la nariz, luego se
duchó, justo a tiempo para recibir el servicio a la habitación con el desayuno.

Cuando le tocó la puerta a Jessica quien abrió no fue ella, sino el tal Roland.
Lo saludó cordialmente y le preguntó si deseaba un café; Fred declinó con cortesía
y preguntó por Jessica.

―Aquí estoy ―se anunció, saliendo del cuarto. Estaba vestida con una falda
de tubo de color azul marino y una camisa de seda blanca. El moreno se percató de
sus pies, las zapatillas negras estaban allí.

Por un fugaz instante recordó la primera vez que la vio, iba vestida más o
menos igual.

La despedida de Roland lo sacó de su remembranza, Jessica le dijo que


volvería por ellos justo después del almuerzo.

―Mira esto. ―Le tendió una tableta. Una serie de fotografías aparecieron en
la pantalla, López había ido a hablar con un hombre casi de inmediato una vez que
abandonaron la construcción. El caballero de las fotos parecía un abogado.

―¿Quién es? ―preguntó, devolviéndole la tableta.

―Enrico Villamizar ―contestó ella, inclinándose frente al espejo de pared


donde comenzó a aplicar rubor sobre sus pómulos. Fred sonrió al verla
maquillarse, Jessica se movía con bastante seguridad en torno a su rostro, no
llevaba colores fuertes ni tantos polvos, lo único que destacaba en ese momento
eran sus labios pintados de un tono chocolate―. Corredor de bolsa.

―¿A quién representa? ―insistió Frederick. Jessica sonrió por el reflejo del
espejo, roció un poco de colonia sobre su camisa, solo un leve toque.

―Al señor Stuart Harrison, que a su vez representa al abogado Marcel Pietri
que a su vez representa al asesor de ventas Lee Fairchild ―enumeró―. Este último
trabaja en una agencia de inversiones en Nueva York que ofrece asesoramiento a
personas que desean hacer pequeñas inversiones; Leon es su cliente.

―Es decir que… ¿lo tenemos? ―inquirió furioso. La latina asintió.

―Sí, señor Ward ―respondió Jessica―; pero antes de hacer cualquier cosa,
debes ir a enfrentarte con nuestros socios españoles.

Después del almuerzo y tras revisar los números en compañía de Jessica,


Frederick se presentó en la sede de la constructora asociada con la que trabajaban
en Madrid. Esa vez, la latina se quedó en segundo plano, sorprendida por el modo
en que el moreno se manejó en esa situación. Fred le demostró una vez más que
tras la máscara de hombre dulce y amable, existía un hombre fuerte y correcto,
capaz de intimidar a otros para hacerse escuchar en un despiadado debate de
negocios.

Comprendió, mientras salían de allí, que él era la persona indicada para


llevar las finanzas de Ward Walls, lo que en cierto modo le daba tranquilidad.

―¿Qué vamos a hacer con Leon? ―preguntó el moreno con amargura. Iban
en el carro de regreso al hotel.

―Vamos a resolverlo de raíz ―le aseguró ella―. Viajaremos el sábado en la


noche a San Francisco; ya tenemos boletos reservados.

―Qué pena que no podré visitar un poco de la ciudad ―se lamentó él.

―Cuando lleguemos al hotel puedes hacerlo ―le dijo Jessica con una
sonrisita maliciosa―. Seguro que te ligas a unas cuantas españolas.

―No me interesan los ligues de una noche ―comentó demasiado rápido―.


Aunque me hubiese gustado conocer la ciudad.

―Puedes venir en otra ocasión ―sugirió la latina―. Tal vez con tu novia, en
plan romántico. Por ahora, te invito un trago en el bar del hotel, para celebrar que
todo esto va a salir muy bien.
CAPÍTULO 39

No me digas que me amas

Fred estaba en su habitación, sentado en el sofá de la salita de la suite,


leyendo un libro. Después de tomarse una botella de vino con Jessica en el bar,
decidieron que lo más conveniente era descansar. Todo se había aclarado
demasiado rápido, tanto que ni siquiera le iba a dar tiempo a él de ajustar su reloj
interno para dormir bien.

Quince minutos antes había colgado la videollamada con Greg, la expresión


agria de su rostro le dejó saber que ya estaba al tanto de la situación y que
probablemente estuvo hablando con Jessica antes que con él.

La conversación fue corta, en sí confirmó lo que seguro la latina le dijo: que


viajarían el sábado en la noche y que el domingo estarían en San Francisco. El
Vikingo le garantizó que también estaría de regreso ese día para enfrentar juntos a
Leon Allen.

―Vamos a resolver esto y sacar al maldito imbécil de la empresa de nuestros padres.

El moreno asintió ante su vehemencia, luego se despidió, alegando que


intentaría dormir. No obstante, no pudo hacerlo, su cabeza no dejaba de dar
vueltas y la inquietud le estaba ganando la partida, así que echó mano de una
novela que tenía guardada en la maleta.

Se pasó la mano por la barba con cuidado, tras la cuarta copa de vino Jessica
le mencionó que le gustaba ese aspecto y que le sentaba muy bien; con la última
―antes de retirarse―, le dijo que la forma en que se había conducido con la junta
de socios de la constructora había sido espectacular.

―Digna de admiración ―expresó, elevando su copa ante él en un brindis.

Que Jessica elogiara su aspecto físico era una cosa, pero que admirara la
forma en que se manejaba con el trabajo, eso lo hizo sentirse henchido de felicidad.

La despedida fue un poco embarazosa, ella le garantizó que si se levantaban


temprano lo invitaría a dar una vuelta para que conociera algunos monumentos. A
Fred le encantó la idea, así que iba con la esperanza de dormir temprano gracias a
la bebida; pero no fue así.

El sueño no venía a él. Ni siquiera se había sacado la ropa por completo


para meterse en la cama, andaba solo con su pantalón puesto.

Un ligero toquecito en la puerta lo hizo abandonar el libro y acercarse al


umbral caminando con duda, no estaba seguro de haberlo escuchado en verdad.
Cuando creyó que había sido una equivocación por su parte y se alejó en dirección
al sofá, pensando en leer un capítulo más, lo volvió a oír.

Abrió la puerta con cuidado esperando encontrarse con un desconocido que


se equivocaba de habitación, no obstante, todo el calor abandonó su cuerpo y su
corazón comenzó a latir más rápido cuando descubrió a Jessi en el pasillo. Ella lo
miró a los ojos con angustia, como si no diera crédito a que él hubiese abierto la
puerta.

―Deberías estar durmiendo ―musitó la latina con voz ahogada.

―Tú también ―susurró Fred, de pie en el umbral.

Jessica lo observó con detenimiento, iba descalzo, con el torso desnudo y


solo el pantalón. Recordó su cuerpo sin ropa en la habitación de Las Vegas y su
respiración se aceleró. Allí estaba a la distancia de un brazo, sin un tercero que
irrumpiera entre los dos.

Fred también contenía el aliento, la latina estaba con el cabello suelto, la


camisa fuera de la falda y con una expresión atribulada en el rostro. Deseaba
aliviarla de su pena, decirle que era mejor para ambos que se marchara de regreso
a su habitación; pero al pensamiento que no le había querido dar voz y que
martilleaba dentro de su cabeza sin dejarle dormir era ese: estaban los dos solos al
otro lado del mundo.

Ella dio un paso tímido en su dirección, él se hizo a un lado para dejarle el


camino despejado; Jessica debía tomar la decisión por sí misma. Fred se estaba
controlando, manteniendo toda su mierda interna junta para que no afectara más
de la cuenta; no obstante, si la latina estaba allí por voluntad propia, ¿por qué
debía ser él quien se contuviera?

Cuando estuvo dentro de la habitación él trancó la puerta. Jessica cerró los


ojos y se estremeció cuando el pestillo chasqueó al ser colocado. Allá afuera existía
un mundo que continuaba corriendo en persecución de un mañana, ellos estaban
allí robándole unos pocos minutos al tiempo y al destino que les había jugado de
forma tan sucia.

Se giró para encararlo; Fred permanecía detrás de ella, tan inmóvil como la
latina, respirando con pesadez. Jessica no se atrevía a ir más allá, aterrada de lo que
pudiese significar lo que estaba por ocurrir, sintió que toda la fuerza y el carácter le
fallaba.

Apreciarlo tan cerca, emanando ese intoxicante calor la aturdió, la distancia


que los separaba era abismal a la par que casi nula. ¿Qué tanto podía costar
extender su mano y acariciar su torso? ¿Cuánto podía pesarle a Fred estirar su
brazo y aferrarla contra su cuerpo?

Para ninguno quedó muy claro quién dio el primer paso, pero antes de que
algún pensamiento racional rompiera el encanto, los dedos de Fred empezaron a
soltar los botones de la camisa de ella uno a uno, con ambas manos arrastró la tela
sobre los hombros, dejando al descubierto la parte superior de la mujer, que
sostenía sus pechos con una delicada pieza de encaje de color blanco.

Jessica desabotonó el pantalón de él, mientras Fred hizo lo propio con el


cierre lateral de la falda. Ella se bajó de sus tacones dándole al moreno la ventaja de
la altura; cuando ambas piezas de tela cayeron al suelo, solo la ropa interior
quedaba. Se miraron a los ojos, el gris se notaba asustado, nervioso. Por alguna
razón ninguno se atrevía a decir nada, incluso el acto de desvestirse parecía un
ritual lento y cuidado.

Él retiró los tiros del sostén, deslizándolo por sus brazos; se inclinó hacia
adelante, dejando un beso sobre su hombro cuando soltó los broches posteriores de
la prenda. El estremecimiento femenino cimbró su centro, mandando una oleada
de energía que erizó su piel.

Cuando se enderezó de nuevo, los pechos de ella estaban libres, las


redondeces eran perfectas, coronadas con unos pezones erectos y de color marrón
clarito; Fred suspiró ante la vista, deseoso de besar cada centímetro de su cuerpo,
de sumergirse en su interior y yacer allí para siempre.
Jessica se inclinó un poco hacia él, posando sus manos a cada lado de sus
caderas, donde reposaba la elástica de la ropa interior. Fred hizo una profunda
inspiración al sentir el tacto de sus dedos, ella levantó la vista para mirarlo a los
ojos, estaban cada vez más cerca, a escasos milímetros para besarse; no obstante,
era como si viviesen un sueño, como si ambos creyeran que al momento de besarse
iban a escapar de esa imagen en la que estaban envueltos, únicamente para
despertar solos en sus respectivas habitaciones de hotel.

Ella tragó saliva cuando lo hizo, la pieza pasó más allá de las nalgas
masculinas y cayó al suelo. Fred cerró los ojos, con el corazón latiéndole a millón se
mordió los labios.

No quedaba nada.

Tenía que hacerlo, o si no iba a enloquecer.

Tomó sus labios con suavidad, el gemido que escapó de Jessica cuando sus
bocas se reconocieron fue como combustible para su hoguera; el fuego ardió en su
interior, abrasando cualquier vestigio de cordura que quedara. La piel de la latina
se sentía sublime contra su piel con sus pechos restregandose contra el torso. La
tomó de la cintura y la alzó en el aire, Jessica lo rodeó con sus muslos, dejándole
sentir la cálida humedad de su centro sobre el abdomen. Anduvo con ella hasta la
cama, donde yacieron sin despegar sus labios ni un segundo.

Besarla era vida, besarlo era como el amanecer, si se soltaban, si se


separaban, ambos iban a quedar a la deriva en medio del vacío.

Fred se separó un poco, para contemplarla un instante: los labios


entreabiertos e hinchados, el cabello largo y sedoso enmarcando su rostro, los ojos
turbios y deseosos; Jessica era todo con lo que había soñado sin darse cuenta. Se
apresuró a besar cada centímetro de su piel, no hubo un lugar que no besara de
ella, incluso prosiguió cuando los sonidos estrangulados de Jessi le indicaron que
estaba rallando la desesperación. Sin embargo, era importante para él saborearla,
solo poseían un instante, ese… tenía que hacer que valiera.

Deslizó su blúmer con cuidado, descubriendo por fin ese espacio secreto
que tanto anhelaba reconocer. Se posicionó con delicadeza entre sus piernas, la
aprisionó con el peso de su cuerpo, volvió a apoderarse de sus labios, arrancando
suspiros de necesidad en sí mismo y de ella, solo para deslizarse despacio, con
deliberada lentitud, en su interior.
Jessica se tensó entre sus brazos, jadeó al sentir su grosor invadiendo su
sexo. La atrapó con su mirada, Fred la observaba con tanta atención, deseando
grabarse a fuego su rostro y sus reacciones en la memoria. Comenzaron a moverse
lento, suaves roces que incendiaban su interior. El moreno mordisqueó su cuello, la
latina deslizó las uñas por su espalda; él jadeó ante la estrechez de su cavidad, ella
gimió cuando alcanzó el fondo de su sexo en un movimiento profundo.

―Te amo ―susurró Fred contra su boca, sin dejar de moverse―, Te amo,
Jessica ―repitió casi sin aliento. Los ojos de ella se llenaron de lágrimas, pero él no
pudo detenerse―. Te amo ―dijo casi sin voz, sintiendo como una lágrima brotaba
de su propio ojo, bajaba por la nariz y se precipitaba sobre la mejilla de Jessica, en
un salto suicida hacia el abismo. Cuando tocó su piel trigueña bajó por el pómulo,
deslizándose hacia el costado, siguiendo el camino de su sien, donde una lágrima
de ella brotó, entremezclándose con la suya hasta convertirse en una sola―. Te
amo ―volvió a decirlo, sintiendo el cosquilleo que se aproximaba, respondiendo a
la tensión del cuerpo de aquella mujer, que por solo un momento, se convertía en
su mujer―. Te amo ―suspiró y la besó.

Jessica rodeó la cintura con sus piernas, elevando un poco sus caderas para
que llegara más adentró, cada declaración reverberaba en su cuerpo, impulsándola
a una cúspide de glorioso placer; cuando estaba en el borde, en ese maravilloso
instante en que la mente se preparaba para desconectarse del cuerpo y morir por
unos segundos, ella estuvo dispuesta a confesarlo también; sin embargo, Fred
volvió a besarla, y sin dejar de moverse, sin detener sus embestidas, casi sin voz, se
negó.

―No lo digas, por favor ―rogó―, no digas que me amas también, porque
si lo haces, Jessica, si me lo dices, cometeré una locura.

―Fred… ―soltó ella, estallando sin remedio, apretando su hombría con


fuerza en su interior. Él jadeó, liberándose también dentro de su cuerpo, el
orgasmo se sintió como un salto al vacío, donde fue recogido por ángeles y mecido
por el viento.

―Te amo ―farfulló entre dientes, con la última fuerza de sus caderas―. Te
amo, Jessica ―le susurró al oído, dejándose caer casi sin aliento, arrastrado por la
avasallante sensación de tenerla allí solo para sí mismo―. Y si me dices que me
amas, entonces tendré que ofrecerte fugarnos, marcharnos, olvidarnos de todo…

»Te amo ―se elevó sobre ella, besándola con dulzura―, y sé que tú
también, pero si lo dices… si lo dices… no habrá vuelta atrás.
CAPÍTULO 40

Cazando a un león

El viaje de regreso a Norteamérica fue largo y no solo porque les tomó casi
diecinueve horas de vuelo. Fred estaba sentado en su cabina privada de primera
clase, contemplando la televisión sin prestarle atención en realidad.

Jessica estaba en la cabina de al lado, solo debía inclinarse hacia adelante y


podría verla sin problema, sentada en su silla.

Durante la escala en Londres no se hablaron, el trayecto fue en silencio y sin


reproches. Frederick no paraba de rememorar lo sucedido durante la noche; cada
vez que el impacto del recuerdo del cuerpo desnudo de ella lo golpeaba, él se
llenaba de júbilo y le faltaba el aire. Solo para recaer en la agónica tristeza que lo
embargaba.

Hicieron el amor una vez más, después de la declaración de amor que se


hicieron, incluso cuando él le prohibió retribuírsela, el fuego seguía vivo y los
cuerpos reaccionaron. El acto fue intenso, consumado con una necesidad visceral
de sentirse cerca el uno del otro. Jessica se colocó arriba de él, meciendo sus
caderas con deliberada lentitud; el moreno no soportó la idea de sentirla lejana, así
que se sentó en la cama y se abrazó a sus curvas, besando su boca con tanta sed
que terminaron con los labios doloridos.

Luego de eso, se quedaron en silencio, contemplándose el uno al otro, sin


decir palabra, permitiendo que el peso de lo sucedido cayera sobre los dos.

Jessica parpadeó una vez y las lágrimas rodaron, él estiró su mano para
limpiarlas, sin percatarse de que de sus propios ojos también manaban. La latina le
sonrió con tristeza, tras sorber por la nariz se elevó sobre sus brazos, lo besó con
tanta intensidad, que él no pudo evitar sollozar ante su toque.

La vio marcharse en medio de la noche, no pudo decirle nada más porque la


pena ahogaba su voz y cerraba su garganta con un apretado nudo que cortaba su
respiración. No pudo dormir, no pudo hacer nada. Buscaba la culpa dentro de él, el
arrepentimiento, pero no estaba. Cuando amaneció no encontró utilidad en
quedarse en la cama, se vistió con su ropa de hacer deporte y bajó hasta el
gimnasio del hotel, donde se adueñó de una máquina de correr donde volcó toda
su agonía.

Su desayuno fue una botella de agua y un café; permaneció un rato largo


debajo del chorro de la ducha pensando en lo que sucedería después. Una increíble
y desconocida frialdad se implantó en él; Jessica se había llevado todo.

Cuando tocaron la puerta de su cuarto, abrió sin mirar; estaba terminando


de vestirse y no importaba quién era, aunque en el fondo sabía que no era ella.
Roland le preguntó si podía llevarse su maleta y él asintió sin decir nada.

―Debemos partir en diez minutos ―le informó el chofer.

―Vamos de una vez ―contestó. Siguiéndolo hasta el auto.

Jessica apareció cinco minutos después, escondía sus ojos detrás de unas
gruesas gafas oscuras, pero del resto parecía una roca inamovible. Una vez que se
subió al auto y se puso en marcha, la tensión entre los dos se disparó a la
estratosfera. Él se moría por tocarla, ella porque le dijera algo; no obstante todo se
mantuvo en silencio.

Hicieron las veces de almorzar en el aeropuerto, se subieron al avión y se


separaron sin decirse nada.

Era lo mejor, aunque por dentro ambos estuviesen desangrándose.

Cuando el avión tocó tierra en Los Ángeles era de noche, el retraso en Reino
Unido alargó el tiempo juntos como una burla cruel a lo que estaban padeciendo;
aún faltaba el vuelo hacia San Francisco y apenas habían probado bocado, Jessica
estaba pálida y Frederick se preocupó por ella. La latina trastabilló un poco cuando
se puso de pie para estirar las piernas, él se levantó como un rayo y la sostuvo.

―¿Estás bien? ―preguntó con inquietud, aferrándola por el brazo. Jessica


asintió y lo miró a los ojos, a pesar del maquillaje, los signos de agotamiento
estaban allí.

―Sí, gracias ―contestó con suavidad, enderezándose con firmeza.


El aparato volvió al aire, y antes de que pudiesen registrar el resto del viaje,
aterrizaban en el aeropuerto de San Francisco.

Cuando salieron a la noche, Joaquín estaba allí, con sus manos metidas en
los bolsillos de su pantalón; saludó con un gesto de cabeza al moreno, que
correspondió del mismo modo. Fred siguió sin mirar atrás, sin detenerse a ver si
Jessica lo seguía, sabía que no, tenía que enfocarse en salir de allí, porque afuera
estaba Antonio, esperándolo para llevarlo a su departamento. No obstante, la
tentación fue demasiada, y justo antes de poder alejarse lo suficiente, se giró a
mirarla una vez más.

La morena estaba aferrada a su primo, convulsionándose entre sus brazos,


mientras este la abrazaba con tanta fuerza que pensó que la iba a romper.

Su corazón se quebró, estuvo a punto de correr hacia ella, de sostenerla y


asegurarle que todo iba a estar bien, pero era mentira, él lo sabía también.

Joaquín no tuvo que preguntarle qué sucedía. Jessica no le hablaba desde la


nefasta pelea en Malibú, de hecho, ni siquiera se vieron en la casa cuando él fue a
recoger sus cosas el domingo para marcharse a San Francisco; así que ese mensaje
de “Te necesito en el aeropuerto, llego a las diez de la noche” le indicó que lo que
sucedía era serio.

Ver a Frederick Ward y a Jessica Medina caminando hacia él con esa


expresión sin vida en sus rostros fue todo lo que necesitó. No podía negar que el
moreno era un caballero, porque al verlo, apretó el paso y se alejó para darle a la
latina la oportunidad de derrumbarse. Ella se detuvo delante de él, se miraron a los
ojos solo unos segundos.

―Lo lamento tanto, Jessica ―susurró.

―Yo también ―musitó con un hilo de voz.

Su primo no tuvo que conjeturar en demasía qué había pasado, solo la


abrazó y en ese momento ella se quebró. Quería chillar, gritar y gimotear como una
niña pequeña; a pesar de todo, se mantuvo callada, la única señal de la horrible
tormenta que padecía eran sus temblores casi descontrolados cuando Quín la
abrazó.

Él la llevó a su departamento, un increíble pent house con una vista


maravillosa de la ciudad. Jessica no pudo admirarla, ni siquiera se percató de que
había alguien más en el domicilio. Se dejó guiar por Joaquín, que incluso la ayudó
a desvestirse, le preparó una tina, lavó su cabello y se acostó a su lado, abrazándola
hasta que ambos se quedaron dormidos.

A la mañana siguiente, cuando el sol entró raudo por la ventana, abrió los
ojos con lentitud. Hizo una profunda inspiración que despertó a Joaquín, quien la
miró con atención.

―¿Estás lista? ―preguntó.

―Siempre.

Se levantó y arregló, tras una ducha de agua fría y vestirse para trabajar,
recuperó gran parte de su fuerza y determinación. Se obligó a desayunar porque
necesitaba energía; hizo un par de llamadas y contestó algunos correos
electrónicos, sentada en el banco de la isla de la cocina de Joaquín.

―¿Todo bien? ―indagó él, cuando ella soltó un resoplido.

―Sí ―contestó escueta―. Gregory no pudo volver hoy, debe quedarse para
el anuncio de quien ganó la licitación.

―¿Quieres que vaya contigo?

―No, estaré bien.

Desde el momento en que se había confirmado que era Allen quien estaba
detrás de todo, Jessica se apresuró a hacer su jugada. Tom estaba esperándola en el
auto cuando ella bajó. Estando en España orquestaron un encuentro, haciéndole
creer a Fairchild que aún no sabía quién era su cliente pero que estaban sobre la
pista. Sabían que Leon y Stuart se iban a reunir ese lunes en la tarde, esperando
que Fairchild también apareciera por allí; Frederick iba a llegar a Ward Walls a
mencionarle a los socios sobre la situación y que estaban a un paso de descubrir a
la persona que quería joderlos.

En ese momento, todos los Ward estaban allí, incluido Bruce que había
regresado de su luna de miel el fin de semana, acortándola drásticamente.

―¿Quién creen que puede ser el que nos esté haciendo esto? ―preguntó
Wallace.
Frederick dejó escapar el aire, la treta era obvia y casi estúpida, pero Jessica
había insistido que funcionaría.

―Los Medina.

Expresiones de extrañeza, incredulidad y a la postrer de ira brotaron de


todos ellos, solo faltaba Gregory, sin embargo él estaba al tanto. Supuso que su
propia cara ayudó a que se creyeran la mentira, porque el cansancio y sus
emociones contenidas estaban pasando factura dentro de él.

―Es increíble ―murmuró Stan, negando con vehemencia.

―No puede ser ―negó Sean.

Cuándo regresó a su oficina le pasó un mensaje a Jessica.

Ya está hecho.

Lleno de ansiedad esperó hasta la hora indicada, Fred le había ordenado a


Antonio que no le pasara llamadas ni visitas, que bloqueara a su familia del modo
que fuese necesario. En el instante en que Jessica le indicó que estaba abajo, se
calzó su chaqueta, acomodó su cabello y se pasó la mano por la mandíbula
afeitada.

«No puedo creer que extrañe la barba.»

Salió de allí tras confirmar con Antonio que Leon no había regresado de
comer. Se alejó un par de cuadras del edificio hasta encontrar el vehículo donde
Jessica lo esperaba. El viaje hasta la oficina del abogado a quien iban a ver fue tenso
para él, la latina parecía tranquila y sosegada, como si lo sucedido en las últimas
cuarenta y ocho horas no hubiese pasado. El auto se estacionó frente a un edifico;
no obstante, ninguno se bajó.

―¿Qué estamos esperando? ―preguntó él.

―El efecto dramático ―respondió ella.

Una notificación sonó quince minutos después, la mujer revisó su móvil y se


bajó. Frederick la siguió sin decir nada, entraron al edificio y subieron al elevador.
Jessica presionó el botón del piso seis, en menos de cinco minutos estaban frente a
la puerta de un pequeño bufete de abogados, donde Tom Habott esperaba por
ellos.

―Buenas tardes, señor Ward.

―Buenas tardes ―respondió.

―¿Están adentro? ―inquirió Jessica, acomodándose la chaqueta y


sacudiendo un poco el cabello.

―Sí, podemos entrar ya ―corroboró el abogado.

―Bien, cacemos un león.

Tom abrió la puerta y Jessica irrumpió en el lugar pisando firme. Todos se


giraron a verla, ella caminó directo a la oficina donde estaba Leon sentado con dos
hombres, que al verla se pusieron de pie, pues la latina entró con una sonrisita de
suficiencia en los labios y sin pedir permiso.

―Buenas tardes, caballeros ―saludó, mientras Frederick y Tom pasaban


detrás, posicionándose a cada lado de la mujer.

―Buenas tardes ―correspondió Stuart Harrison―. ¿En qué puedo


ayudarles? ¿A qué se debe esta intromisión?

―No tiene nada de qué preocuparse señor Harrison ―respondió ella con
voz como el terciopelo―. Estamos aquí para hacer negocios con Leon Allen.

―No entiendo qué pasa ―dijo el aludido. Miró al moreno―. ¿Frederick?


¿No me dijiste esta mañana que Jessica estaba boicoteando a Ward Walls para
quedarse con todas las acciones? ¿Qué haces con ella?

La sonrisa de latina se hizo más amplia y más perversa.

―En efecto ―expresó ella―. Vengo a quedarme con acciones de Ward


Walls… Tus acciones, Leon.

―¡¿Qué?! ―inquirieron Fred y Leon al tiempo, con una agria sorpresa.

―Mi cliente tiene una propuesta para usted, señor Allen ―intervino Tom,
colocando su maletín sobre el escritorio, abriéndolo con parsimonia. Le tendió una
hoja doblada a Leon, que la recibió con el ceño fruncido―. Ese monto corresponde
al valor de las acciones, sus acciones de Ward Walls. Como verá, mi cliente está
siendo más que generosa, tomando en cuenta que tiene una segunda propuesta
que le garantizo ―sonrió con astucia― no le va a gustar.

―¡Esto es una maldita broma! ―vociferó el otro―. Esto, esto…

―Es eso o vernos en la Corte, Allen ―concluyó Jessica con aburrimiento―.


Sea como sea, tú te quedas sin las acciones de W.W. Es tu decisión si lo haces por ir
a la cárcel o por la venta.

―¡No! ―Le tiró la hoja de papel. Los otros dos hombres miraban la escena
sin dar crédito a lo que sucedía―. Eres una maldita hija de perra, Jessica…

―Te advertí, Leon ―le recordó ella casi con lujuria―. Puedo jugar con las
personas… pero no con el dinero.

Frederick estaba confundido y furioso, había confiado ciegamente en Jessica


y estaba tomando ventaja; no obstante, la cólera que sentía era más hacia Allen.

―¡Maldito bastardo infeliz! ―exclamó con los dientes apretados―. ¿Cómo


te atreves a joder a nuestra empresa? ¡A mí familia!

―Son negocios, Ward ―escupió el aludido―. Madura de una maldita vez y


sal de tu burbuja, chico ―gruñó―. Al menos la zorra esta sabe hacerlo.

No hubo oportunidad de detenerlo porque realmente nadie lo esperó: el


puño de Fred impactó contra la nariz de Leon.

Las exclamaciones de Stuart y Pietri no se hicieron esperar, procedieron a


separarlos con rapidez porque el moreno se disponía a impactar su puño de nuevo
contra el rostro ensangrentado. Tom se colocó entre los hombres y Jessica,
protegiéndola con su cuerpo.

Fred no tenía claro si había atacado a Leon por lo que le estaba haciendo a
su familia o por llamar a Jessica zorra; sin embargo, al ver su mano manchada de
rojo, se apartó lleno de furia. Su gesto se suavizó un poco cuando la latina lo miró
con preocupación, pero no podía detenerse por eso, aún quedaban cosas
pendientes por aclarar.

―Hijo de puta ―farfulló Allen―. ¡Te mataré, Fred!


―Olvide las amenazas vacías, señor Allen ―lo descartó Tom con fastidio―.
Aunque lo denuncie por agresión, no pesará tanto como nosotros demandándole
por espionaje industrial, malversación de fondos, robo, fraude, y una larga lista de
cargos.

―La oferta de compra caduca apenas salga por esa puerta ―informó la
latina, señalando la puerta detrás de ellos con el pulgar.

Nadie dijo nada, Allen los miraba con odio, tan intenso como el que Fred
sentía por él en ese momento. Jessica suspiró fastidiada, se dio media vuelta y puso
la mano sobre el picaporte para salir.

―Está bien ―escupió Leon, resignado.

Tom sacó los documentos de venta, solo necesitaban la firma de Leon para
proceder. Jessica firmó el cheque correspondiente y lo deslizó sobre el escritorio, en
dirección al hombre, que se apretaba la nariz para parar la hemorragia.

―Fue un placer hacer negocios con usted, señor Allen.

Salieron de allí en silencio; Tom tenía una risita de suficiencia en sus labios,
mientras Jessica iba tan seria como Fred. El abogado se despidió y se subió a su
auto. Ellos hicieron lo propio en la camioneta que los había llevado hasta allí.

―Dale tu dirección al chofer ―le pidió ella.

―Jessica ―se quejó―. Tenemos que hablar.

―Lo sé, solo dale tu dirección, no puedes ir así a la oficina.

Mientras iban en camino se hizo un denso silencio. La latina buscaba las


palabras para hacerse entender pero sabía que no funcionarían. Suspiró, la mano
de Fred estaba sobre su muslo, con los nudillos hinchados. Ella rebuscó dentro de
su bolsa y sacó un paquetico de toallitas húmedas.

―Ten, límpiate ―le ordenó. Fred tomó el rectángulo de tela y comenzó a


pasarla sobre su mano y los dedos, apretando la mandíbula para aguantar el dolor.

Cuando se acercaban a la casa de él, la latina le explicó.

―Hablaremos mañana, en presencia de todos… ―Lo miró a los ojos,


Frederick frunció el ceño, confundido. Lo que vio en ellos lo dejó fuera de base―.
Confía en mí, solo un poco más.

»Todo va a salir bien.


CAPÍTULO 41

El nuevo socio

Greg sabía que los ánimos estaban caldeados pero no pensó que fuesen a
estar tan densos como se sentían en ese momento. Jessica había llamado a la
reunión durante la noche anterior, justo cuando él estaba bajándose del avión. El
rubio le respondió que estaba bien y luego la invitó a quedarse en su apartamento.

Es mejor que descanses, Vikingo. Mañana será un día pesado.

Sabía que tenía razón, pero se moría por verla. Más desde que sentía que
toda esa situación de mierda estaba afectándola más de lo que ella dejaba entrever.

Cuando se sentó en su silla de la sala de juntas las caras de sus hermanos y


el resto de la familia fue de funeral. Jessica entró acompañada de Tom Habott y
Joaquín, que parecían venir dispuestos a pelear una guerra. Tuvo un mal
presentimiento, una desazón que le hizo sentir vacío en el estómago. Fred no
respondió sus llamadas la noche anterior, así que no sabía muy bien qué iba a
suceder a continuación.

―Buenos días ―saludó Jessica, posicionándose en el extremo contrario a los


gemelos mayores.

―Buenos días ―musitaron todos. Bruce la observaba con especial


intensidad.

―El día de ayer Leon Allen me vendió sus acciones ―anunció la latina.

―Entonces es cierto ―dijo Bruce―. Solo buscabas ser la accionista


mayoritaria de la compañía.

Ella negó con una sonrisa triste en los labios.


―Permítanme terminar ―pidió con suavidad―. Ayer Leon Allen me
vendió sus acciones, después de no dejarle otra opción al descubrir que era él
quien buscaba abaratar el precio de las acciones de Ward Walls para comprarlas
por medio de terceros y quedarse con la mayoría de ellas.

»Nuestro abogado ―señaló  Tom―, se encargó de hacer la compra en


presencia de Fred, pero no fui yo quien firmó el documento de compra-venta. ―El
aludido frunció el ceño. Habott comenzó a distribuir las carpetas con toda la
información―. Yo no compré las acciones, lo hizo Joaquín, él es su nuevo socio,
con un veinticuatro porciento de las acciones de la empresa.

―¿Qué? ―preguntó William con ira contenida―. Es casi lo mismo.

―No, no lo es ―aseguró ella―. Yo le cedí a mi primo el uno porciento de


mis acciones y él velará por los intereses en común, pues estas serán absorbidas
por el fondo mutuo. El veinte porciento que queda en mi poder, serán vendidas en
cuatro partes iguales a cada uno de sus hijos, William.

Todos se quedaron paralizados por el anuncio. ¿En serio ella estaba


diciendo eso?

―No se las venderé a usted, señor Ward ―repitió Jessica mirando al


hombre que era su padre biológico―. Serán vendidas a Bruce, Gregory, Stan y
Sean. Pagarán el valor real del mercado en el momento en que se produzca la
transacción; no obstante, desde ya deben velar por ellas, como verán en el acuerdo
que redactó mi abogado, hemos hecho una especie de pre-venta, garantizando que
yo no me retractaré del acuerdo.

»Al momento de su retiro, señor Ward, dividirá el treinta y tres por ciento
de sus acciones entre sus cuatro hijos; de todos modos, llegada la hora, será el
señor Frederick Ward el socio mayoritario de la compañía.

―¿Qué significa esto? ―inquirió Sean, mirando los papeles sin prestarles
verdadera atención.

―Significa que ya no existirá una relación directa de negocios conmigo


―respondió―. Quín fijó residencia en San Francisco, es ridículo que yo me
encargue de este negocio, él puede hacerlo, representando los intereses mutuos. Yo
poseeré el doce porciento de las acciones, Joaquín el otro doce, pero a final de
cuentas, él será quien dirija todo.
―Pero… pero… ¿Por qué? ―pregunto Gregory sintiéndose miserable.

―Porque así son los negocios, señor Einarson ―contestó la latina―. El


retorno de inversión a nivel inmobiliario es lento, más sólido pero lento, yo estoy la
mayor parte del tiempo pendiente de mis otras inversiones, viajando por todo el
mundo; solo tomo la decisión inteligente.

»Desde el primer día vine aquí con la finalidad de hacer negocios, y eso
hago.

Wallace y ella se miraron a los ojos, ambos vieron de reojo a Fred que fingía
leer los documentos con atención, procurando ocultar el leve temblor de su mano.

Él asintió una sola vez.

―Ya no me verán por aquí ―completó ella―. Tampoco es necesario que me


den informes mensuales sobre el avance de las obras. Espero el pago del terreno en
Los Ángeles y el dinero de la compra de las acciones que sus hijos, William, van a
adquirir.

»Ya que no hay más que decir, me retiro… tengo demasiadas horas de vuelo
encima y mañana debo tomar uno más para irme a Boston.

Gregory estaba furioso, se sentía burlado. Jessica no le había dicho ni una


palabra ni contado algo. Sabía que no tenía derecho sobre las decisiones de negocio
que ella tomara, pero esa, en particular esa, que afectaba todo lo que eran, esperaba
que al menos lo hubiese tomado en cuenta.

A su lado, Fred no levantaba la cabeza, seguía pasando las páginas,


releyendo las líneas que se borraban repentinamente, procurando controlar su
respiración y el ritmo cardiaco. Había sido su culpa, él era el causante; en su
debilidad, Jessica optó por alejarse de todos.

Bruce se levantó con suavidad, salió de la sala de juntas sin decir nada y la
detuvo en el elevador, antes de que las puertas se abrieran.

―¿Podemos hablar? ―pidió con cortesía. Jessica lo miró, suavizó su


expresión y asintió.

―Por supuesto ―respondió, siguiéndolo a su oficina.


Los gemelos se sumaron de inmediato, se acomodaron en el sofá de la
oficina, cabizbajos como si estuviesen castigados.

―¿Por qué? ―le preguntó el mayor, ambos estaban enfrentados en medio


del despacho―. Y quiero la verdad.

Jessica soltó una risita triste, ¿cómo le contaba que se acostaba con Gregory
y que en España había tenido un desliz con Frederick? Negó.

―En Madrid me di cuenta que manejo más de veinte inversiones por mi


cuenta, sin contar las que llevo en conjunto con Joaquín ―le contó―. Es demasiado
y la verdad es que no paso tanto tiempo en Estados Unidos. ―Suspiró. Se alejó
hasta el borde del escritorio y se apoyó en él―. Ahora Joaquín está aquí, vive en la
ciudad para estar más cerca de Silicon Valley, hablando con él concordamos que es
mejor que se lleven mis inversiones americanas por medio de una sola persona, de
ese modo yo me concentro con las que están afuera.

»Pensamos que podría adquirir una casa en Londres o Lisboa, aún no


sabemos cuál es la mejor opción, de ese modo se hace menos agotador viajar a los
distintos países en Europa donde tengo inversiones.

»No es nada personal, Bruce.

―Me hiciste una promesa ―le recordó él, con un deje de acusación. Ella
asintió.

―Y pienso cumplirla, así me tomen veinte horas de vuelo llegar a ti para


patearte el trasero.

Bruce sonrió, luego estiró el brazo para tomarla y jalarla contra él. Se
abrazaron con fuerza, con cariño fraternal.

―Iremos a visitarte ―informó Sean.

―Apenas tenga domicilio les dejo saber ―aceptó ella, sintiendo los brazos
de su hermano menor alrededor de ambos.

―No te desharás de nosotros tan fácilmente, Medina ―amenazó Stan con


voz quebrada―. Siempre quise una hermana y no dejaré que me arrebates esto.

Ella soltó una carcajada, aceptando que él también se sumara al abrazo.


―No podría, aunque quisiera ―le dijo en son de mofa―. Apuesto que me
perseguirías hasta el infierno.

―Y de vuelta ―afirmó el gemelo―. No lo dudes.

A pesar de que se hacían promesas los tres sabían que era posible que no se
cumplieran por completo; la única esperanza que les quedaba era que el lazo que
habían tejido con ella fuese lo suficientemente fuerte para soportar la distancia.

Cuando Jessica abandonó la oficina, se encontró con Joaquín y Greg en el


pasillo.

―Jessica ―llamó el rubio, avanzando a grandes zancadas en su dirección.


Ella negó.

―No es el lugar, Vikingo ―le recordó subiéndose al elevador―. Nos vemos


en tu casa esta noche, ¿ok?

Este asintió con una leve esperanza en los ojos, ella le sonrió con tristeza.

Solo quedaba ese lazo y también iba a romperlo.


CAPÍTULO 42

La hora de la verdad

Dicen que las personas pueden presentir cuando algo malo va a pasar,
Gregory lo creyó al momento en que Jessica entró en su departamento.

Tenía montones de preguntas que hacerle pero el temor le atenazó las


entrañas; nervioso y algo errático le preguntó si deseaba beber un trago, y cuando
aceptó le sirvió un vaso de bourbon. Ella se sentó en el sofá de la sala, mirando el
cielo nocturno por la ventana. Suspiró sin causa aparente, sin embargo el rubio,
que no tenía mucha experiencia sobre emociones y amor, supo identificar la
tristeza en sus labios.

―Gracias ―sonrió Jessica, débilmente. Recogió el vaso de la mesita de


centro y sorbió.

―Has venido a terminar conmigo ―se adelantó Greg, cuando ella colocó de
nuevo el vaso en la mesa. La latina suspiró.

―Algo así ―aceptó―. Aunque en realidad…

―Sí, siempre hiciste hincapié en que no tuviéramos nada ―musitó él,


conteniendo su decepción.

Se quedaron en silencio, Jessica sabía que se merecía más, que Greg no tenía
la culpa y que era mucho más víctima que ella misma. Era por eso que se tenía que
marchar, el honor la obligaba a cortar por lo sano todo aquello. Sin importar que
tanto hubiese buscado explicarle y hacerle ver lo peligroso de que tuvieran una
relación amorosa, ella misma cedió al jueguito sexual que empezaron durante el
inicio del verano.

―¿Hay alguien más? ―indagó el Vikingo. Ella bajó la mirada, quería


explicarle la situación, solo que no deseaba dañar las cosas más de lo necesario.
―Sí y no ―respondió―. Tengo ciertos sentimientos por otra persona, pero
no termino esto por estar con él.

―¿Ah no? ―inquirió con cinismo. Jessica negó.

―No, de hecho no… he procurado mantenerme alejada de él, no cultivar


ningún tipo de conexión… ―Recogió de nuevo el vaso, bebió todo de un solo
sorbo e hizo una mueca―. Gregory, lo hago porque sin importar cuánto quiera que
esto funcione hay demasiado en juego. No estuve contigo porque fueses un premio
de consolación, la verdad es… ―Lo miró a los ojos con mucha tristeza―, La
verdad es que estuve contigo a consciencia, porque sentí por ti estas emociones
geniales, pero no voy a engañarme ni a mentirte… ―sonrió mientras las lágrimas
bajaban silenciosas por su mejilla, ella se las limpió con rapidez―. Te mereces lo
mejor, Greg…

El rubio la miró sintiendo que se partía en pedazos, Jessica procuraba


mantenerse firme y estoica, pero todo le estaba ganando la partida. Él tragó grueso,
tratando de poner en orden sus pensamientos. Se aclaró la garganta.

―¿Es por ese tal Rick? ―indagó. Apretó las mandíbulas cuando ella abrió
los ojos por el asombro. Luego asintió―. ¿Te vas a ir con él?

―No, no lo haré ―aseguró―. No me quedaré con ninguno, estaré sola,


enfocada en mis negocios. ―Volvió a limpiarse la mejilla. Greg se inclinó hacia
adelante, apoyó ambos brazos en sus rodillas y junto los dedos de las manos en un
puño.

―Entonces… ¿Por qué no me escoges a mí? ―le preguntó.

―Lo hice, Vikingo ―sonrió ella con ternura―. A consciencia… Te escogí a


ti, cultivé sentimientos por ti, que son reales y duelen… no es justo, Gregory, para
ti ni para mí… porque si continuamos, si sigo, voy a amarte con locura, yo lo sé,
pero eres un Ward… eres hermano de mis hermanos, tienes unos padres que te
aman, unos abuelos que te adoran… cuando sepan, cuando se enteren… No me
pidas que te aleje de tu familia, Vikingo… no me pidas que te separe de ellos, que
los rompa en pedazos, porque no quiero hacerte ese daño, ¿comprendes?

―Jessica, por favor ―rogó con un hilo de voz, rodeó la mesa rápidamente y
se sentó a su lado, tomó ambas manos entre las suyas, estaban frías y temblorosas.
La miró, dividido entre la rabia, la decepción y la pena―. Si me escogiste a mí,
entonces no me apartes… por favor…
―Lo siento, Greg… es lo mejor ―insistió, soltándose de sus manos
poniéndose de pie―. Es una decisión difícil, y yo estoy acostumbrada a tomarlas.

―Valkiria ―la aferró antes de que alcanzara la puerta, la abrazó por la


espalda―. No lo hagas, no me dejes, por favor, Jessica… me escogiste, lo acabas de
decir, me escogiste, ahora no me abandones.

La latina se volteó y lo besó, con rabia y necesidad, con desesperación,


emociones correspondidas por él. El rubio sentía que se asfixiaba, que era irreal la
situación, estaba muriendo por dentro, sabiendo que ese podía ser el último beso.

―Yo perdí a mi familia, Greg ―le susurró sobre los labios―. Ahora
Joaquín, lo único que me quedaba, prefirió a un amor antes que a mí, eso me mató,
desgarró mi corazón, sentí que no le importaba a nadie que estaba sola…

―Pero no lo estás, me tienes a mí. ―La apretó más contra su cuerpo.

―No quiero que vivas esto ―confesó―. No le pidas a una persona que no
tiene familia que te haga perder la tuya, no cuando he visto como se aman…

»Lo siento, Greg… Lo lamento tanto… espero que algún día puedas
comprenderlo y perdonarme.

Jessica salió del departamento sin darle tiempo a reaccionar. El Vikingo no


lograba sintonizar todas las sensaciones corporales de frío, taquicardias y el
incesante zumbido en sus oídos, con las emociones que bullían como un caldo
elemental de destrucción. Cuando pudo encontrar un atisbo de claridad entre todo
el caos, ya era demasiado tarde para él, la latina se había ido.

Tomó el móvil y comenzó a marcarle, pero tenía su equipo apagado. Salió a


la calle, llamó a Fred para pedirle su auto prestado, y como no respondía detuvo
un taxi y le dio la dirección de Quín, rogándole a todos los dioses que su Valkiria
estuviera con él.

«Me escogiste a mí, Jessica… me preferiste a mí… ¿entonces por qué no te quedas
conmigo? ¿Por qué eres tan terca y testaruda? ¿Por qué te empeñas en tomar decisiones
por mí?»

Al tomar el elevador varias personas subieron con él. Joaquín Medina vivía
en el piso treinta y uno, el aparato se fue llenando a medida que subían, algunos
bajaban en sus pisos para dejar espacio a nuevas personas que iban a otras plantas
donde disfrutaban de algunas de las bondades del lugar, como el gimnasio.
Cuando estaba por la planta veinticinco no pudo más, salió de allí rumbo a las
escaleras, las que subió de dos en dos hasta la puerta del latino, que tocó con
premura y sin detenerse.

Le faltaba el aliento, resollaba sin poder evitarlo; la puerta se abrió y el


primo de Jessica apareció en el umbral.

―Lo siento, no me dijo a dónde iba a quedarse ―habló antes de que el


Vikingo pudiera decir algo―. Alegó que si sabía te iba contar a ti.

―¡Maldición! ―masculló Greg, sentándose en el suelo del pasillo. Joaquín


se acuclilló frente a él.

―Lo lamento mucho, Vikingo.

―¡Estúpida mujer! ―exclamó―. ¿Por qué hace esto? ¿Por qué me hace
esto? ―se quejó.

―Porque no quiere hacerles daño, Gregory ―respondió.

―¿A mí y al tal Rick? ―indagó con sarcasmo. Quín soltó una risita y
asintió.

―A ti y a todos.

―¡Mierda! ―soltó― ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! ―fue escupiendo cada vez


con menos fuerza.

―Me aceptas un consejo ―sugirió el latino, él asintió―. Hoy, esta noche,


estás saturado de todo, de lo que pasó con Leon, el trabajo y ella. Tómate de un
tiempo, hombre… deja que la efervescencia baje, dale unos días para que ella
también se calme. Y cuando estés más frío que ahora, piensa en lo que te dijo,
analízalo bien… y toma una decisión. Una vez que la tomes, búscame.

«Una vez que la tomes…»

Escuchó el consejo del latino, a la mañana siguiente se reportó enfermo a la


empresa y se quedó en su cama padeciendo su dolor. Lloró, enterrando el rostro
contra la almohada, bufó, refunfuñó y se quejó de haberse enamorado de una
mujer como ella.
―Estúpida, estúpida, estúpida ―repitió como un mantra―. ¡Qué mujer tan
estúpida! ―culminaba en español.

El jueves se presentó en la oficina, se arrepintió casi de inmediato porque el


ambiente era denso y triste. A pesar de que Jessica no había vuelto desde su
partida inicial en primavera y solo se comunicaba por video llamada, su ausencia
definitiva se sintió de inmediato. Ni siquiera la posterior noticia de que habían
conseguido el contrato en Toronto logró que los ánimos mejoraran. Incluso
William, que aceptó que Jessica y él no lograrían tener una relación más allá de la
cordialidad propia de la sociedad, se veía triste y descompuesto.

―¿Qué te pasó en la mano? ―preguntó Bruce a Frederick cuando se


reunieron todos en la sala de juntas a beber café. Siempre iban allí cuando
necesitaban privacidad y querían huir de sus padres. Sean y Stan también estaban,
mirando con interés la mano vendada de su primo.

―Golpeé a Leon Allen en el rostro ―respondió con frialdad―. Le di


realmente duro, mi abogada está resolviendo las cosas, pues parece que le rompí la
nariz con un daño irreversible.

Todos los Ward miraron al moreno con los ojos abiertos como platos y
sonrisas orgullosas.

―¿Qué tú qué? ―inquirió Greg aguantando la risa―. ¡Joder, primo! Me


hubiese gustado ver eso.

―Pregúntale a Jessica, estuvo allí ―soltó él casi con indiferencia.

La sola mención de la latina volvió a apagar los ánimos.

Greg se dio cuenta que sin importar lo que pensara, echaba de menos a
Jessica, el viernes en la noche colocó música suave, apagó las luces de su sala y se
sentó en el balcón con una botella y un vaso, dejando que la melancolía lo
invadiera.

Quería estar molesto ―que lo estaba―, pero predominaba el amor en él, sin
importar lo que dijera esa terca mujer, ella era suya, su Valkiria y definitivamente
no iba a permitirle que lo apartara de nuevo, no sin pelear.

La resolución llegó, silenciosa y firme, entre el murmullo de las notas


musicales que en realidad no escuchaba. No se sentía como la vez anterior, no
estaba dolido y cegado por la euforia, en ese instante, era un hombre no con un
corazón un roto, sino con una decisión tomada.

El domingo era la reunión mensual de los Ward, Amy y Bruce estaban de


regreso así que la adelantaron para darles la bienvenida. Jessica tomó una
disposición por los dos, creyendo que era lo mejor, sin embargo no se detuvo a
pensar que él era un adulto, uno que cumpliría treinta y tres a finales de ese año y
que podía tomar sus propias decisiones. Todo lo hizo de manera unilateral,
faltándole al respeto, no por tener sentimientos por otro hombre, sino por no
dejarle el derecho de escoger si él quería estar con ella o no.

Durante el almuerzo, mientras todos conversaban en voz baja con cierto aire
afligido, Gregory detalló a cada miembro de su familia.

Su madre y padre se tomaban de las manos con delicadeza, su tío Wallace


con todo y su mal humor miraba a su esposa ―la tía Emily― con tal devoción que
le causaba escalofríos. Sus abuelos: Andrew le sonreía a Olive, se inclinaba hacia
ella cuando hablaba, mientras la anciana se empeñaba en hacerle comer más
zanahorias. Incluso Bruce y Amy, su cuñada acariciaba cariñosamente la nuca de
su hermano mayor y él, cada vez que volteaba a verla, se le iluminaban los ojos.

Frente a sí estaban las distintas etapas del amor, los Ward siempre tenían
romances complicados pero cuando encontraban el amor, luchaban para que fuera
por el resto de sus vidas. Sin importar lo turbio o enredado que fuese al principio,
como la historia de los gemelos mayores Ward y Emily.

―Tengo algo que decirles, familia ―anunció él con voz firme, hizo una
profunda inspiración y miró su plato a medio comer, buscando entre los vegetales
salteados el coraje para continuar―. Yo… yo soy la causa de que Jessica se haya
ido.

Todos lo miraron, todos excepto Fred, que se concentró en su bebida. Sabía


que a su primo no le sorprendía esa confesión, él era el que más conocía su
relación, aunque en los últimos meses solo hubiese contado muy pocas cosas. No
quiso abrumarlo con su entusiasmo porque la latina lo hubiera aceptado, no
cuando él estaba en pleno proceso de redescubrimiento con su exnovia.

―Estoy enamorado de ella ―soltó sin más―. Profundamente,


ineludiblemente, jodidamente enamorado de ella…

―¿Qué? ―preguntó Stan con el ceño fruncido.


―Sí, Jessica es mi Valkiria ―explicó. Sus hermanos lo miraron con sorpresa,
que de forma rápida se trasformó en rabia.

―¿Te acostaste con ella sabiendo que era nuestra hermana? ―indagó Sean.
Él negó.

―¿Recuerdan la mujer del avión? ―los tres asintieron con sus ceños
fruncidos, nadie más participaba en la conversación; William parecía impactado y
su mamá lo observaba con tristeza―. Era Jessica… nosotros nos conocimos antes
de saber quiénes éramos los dos.

Sus tres hermanos empezaron a hablar al mismo tiempo, con voces cada vez
más altas. El resto de los Ward lo miraban, con una mezcla de tristeza y sonrisas
compasivas.

―Silencio ―ordenó Andrew Ward con determinación, ni siquiera alzó la


voz. Todos se callaron―. ¿Ella te corresponde?

Fred apretó las mandíbulas con fuerza, decidió que lo mejor era terminar de
beberse el contenido de su vaso. Olive lo miró, estaba a su izquierda y deslizó su
mano discreta sobre el muslo para darle un toquecito tierno y consolador.

―Sí, ella me dijo que está enamorada de mí ―contestó―. Que se alejaba


para que yo no tuviera que escoger entre ustedes y ella. Jessica no quería que
ustedes me odiaran, que me rechazaran porque teníamos una relación…

Lo dijo con voz cargada de desdicha, ver la reacción de sus hermanos le


hizo comprender que ella tenía un punto sólido al respecto.

Todos se quedaron en silencio, sopesando lo que acababa de decir. Los


minutos pasaron, y a medida que sucedían, la realidad se hacía más evidente para
él. Ahora que había contado todo, que confesó lo que lo carcomía por dentro,
empezaba a dudar sobre lo hecho. Sabía que su familia no iba a reaccionar bien,
por lo menos no al principio, pero guardaba la esperanza de que al menos
comprendieran su predicamento.

―Cariño ―llamó Olive―, sabes que te quiero, eres mi nieto, mi pequeño


vikingo revoltoso… ―le sonrió―. Pero al mismo tiempo… no eres mi nieto.

Greg la observó, su abuela sostenía una sonrisa cada vez más amplia, tenía
razón en lo que decía, no era su nieto de sangre, no llevaba el apellido Ward por
nacimiento sino por adopción, ellos eran su familia por vida y crianza, no
obstante… solo compartía medio lazo con sus hermanos.

Los amaba, a todos; adoraba a su papá, fue todo lo que Einar no pudo: fue
quien le dijo que estaba orgulloso cuando se graduó en la universidad, el que lo
llevó en brazos al hospital cuando se fracturó la pierna jugando futbol cuando
tenía doce años, quien le arropó en las noches y le enseñó que no existían los
monstruos debajo de la cama.

―Es raro pensarlo… ―comentó Stan―. ¿Cómo se supone que debo


llamarte ahora? ¿Hermano o cuñado?

Todos largaron la carcajada, incluso Fred soltó una risita y miró a su padre a
los ojos, que lo observaba con atención.

―¿Entonces qué vas a hacer? ―preguntó Holly―. ¿Vas a ir por ella?

―No lo sé, mamá ―se sinceró―. Jessica hizo algo que yo no quería hacer,
pero ahora que veo lo que implica contarle a todos lo que pasó, lo que sucedió…
―suspiró.

―Solo tengo algo que decir ―interrumpió Bruce―. No se te ocurra hacerla


llorar, Vikingo… porque si me entero que lo hiciste…

―Hasta ahora la que ha roto mi corazón es ella ―aclaró él―.  Sé que tiene
buenas intenciones, que no quiere hacernos daño… pero joder, Bruce…

»Yo la amo.
CAPÍTULO 43

Los Ward siempre sufren por amor

Después del almuerzo familiar en casa de los abuelos, pareció que nadie
estaba de humor para irse. Fred había escuchado a sus abuelos hablar sobre lo que
hizo Jessica de devolverle las acciones a sus hermanos y a Greg, lo veían como un
gesto de buena voluntad que cobraba sentido de un modo distinto tras la confesión
del Vikingo sobre su amor por la latina.

Fue casi imposible disimular, de hecho no lo consiguió del todo porque su


abuela procuró consolarlo. Luego de que todos se dispersaran y los gemelos y
Bruce arrastraran a Greg hacia el jardín para hablar sobre su hermana; ella le pidió
que por favor la llevara a la terraza del piso superior.

―¿Estás bien, Freddy? ―indagó con cariño, prendida de su brazo. Olive


estaba sana, más allá del problema de su vista era fuerte como un roble―. Eso que
dijo Greg debió ser duro para ti.

Él compuso una mueca y negó.

―¿Por qué preguntas eso, abuela? ―retrucó―. Fue duro para los chicos, no
para mí.

―Pues no me pareció ―insistió ella, atravesando la puerta de la terraza,


donde se sentó bajó el parasol de la mesita donde solían desayunar de vez en
cuando―. De hecho, siempre pensé que el asunto complicado era entre tú y ella,
cuando los vi bailar aquí mismo, el día del compromiso de Bruce. ―Fred la miró
con horror―. Ustedes creen que estoy ciega, pero percibo las cosas mejor que
nadie.

―Eso parece, señora ―aceptó él, sonriendo con melancolía―. Es


complicado.
―Los Ward siempre sufrimos por amor, querido ―le aseguró ella con
cariño.

―Sí… ―asintió lentamente con su cabeza―. Y aquí hay tres Ward


implicados… dolor al cubo…

―Aparentemente solo para ti ―acotó su papá, entrando en la terraza―.


Madre, tu marido te está buscando, refunfuña porque no podrá tomar su siesta
sino estás con él en la cama.

―Ese anciano ―se quejó fingiendo molestia―. Ya voy.

Fred se enfrentó a su padre, quería parecer sorprendido porque lo supiera


pero estaba cansando de fingir. Soltó una exhalación, se subió sobre el borde de la
baranda y cruzó los brazos sobre los muslos.

―Para ella también ―contestó finalmente.

―Sí, ahora entiendo por qué me dijo que era más complicado de lo que yo
pensaba ―confesó él.

―¿Hablaste con ella? ―indagó el moreno. Su padre asintió.

―Durante la boda de Bruce ―contó―. Los vi en la terraza, tú arrodillado a


sus pies, luego cuando la besaste… ―enumeró; Fred se sorprendió―. Cuando
mamá me dijo que los había visto en esta terraza bailando, temí que sucediera algo
así, que Jessica estuviese jugando contigo.

―Pero no fue así ―le aseguró él―. Papá, me pasó lo mismo que a Greg,
solo que… Mientras que con el Vikingo pensó que no iba a volver a verlo después
del avión, cuando la conocí yo, antes de saber que era hija del tío Will, habíamos
quedado en salir…

―No le dijiste como te llamabas, ¿verdad? ―Fred negó.

―Antonio me llamó Rick, y ese fue el nombre con el que me conoció


―contó.

Se sentía bien poder contárselo a alguien, en especial que su papá se


mostrara tan receptivo.
―Algo pasó en España ―aventuró el gemelo. Su hijo asintió.

―Le confesé que la amo y que, si me lo pedía, podía dejar todo por ella
―explicó en voz baja. Wallace se colocó a su lado, mirando hacia el jardín privado
al que se accedía por el solárium.

―Y ella te dijo que no te amaba, que amaba a Greg… ―Frederick negó. Un


nudo se cerró alrededor de su garganta, cerró los ojos tratando de revivir una vez
más esa noche.

―No dejé que lo hiciera ―contestó con un hilo de voz medio quebrada―.
No le permití decirme que también me amaba… Le pedí que no me retribuyera…

Wallace sintió pena por su hijo, el semblante de Fred estaba abatido, sus
ojos apagados. Lo vio tragar saliva con dificultad.

―Y entonces Jessica regresó para cortar los lazos con nosotros… ―musitó,
mirando el cielo neblinoso―. Dolor al cubo.

Frederick afirmó, miraba el suelo, procurando anclarse a ese punto para no


sentir que estaba a la deriva.

―Lo intentamos, papá ―explicó―. Mantenernos lejos, no hablarnos, no


vernos, no acercarnos… ¿Cómo crece un sentimiento así? ¿Cómo es que esa mujer
desplazó a Geraldine y la borró de mi corazón con el simple hecho de aparecer de
repente y solo un par de veces?

Wallace Ward no respondió, estaba afligido por su hijo, sentía pena por su
sobrino, pero sobre todo no podía evocar otra cosa que compasión por Jessica.

―¿Qué va a pasar si el Vikingo se va a buscar a Jessica? ―le preguntó


repentinamente. Wall esperaba esa respuesta con el corazón en un puño.

Fred se enderezó, bajó de la barandilla de piedra y se giró para mirar el


jardín que su padre contemplaba de forma tan concentrada.

―Espero que la haga feliz, papá ―contestó con sinceridad―. Si el amor


entre Jessica y él es complicado, entre nosotros será imposible… y a diferencia del
Vikingo, yo no podría romperle el corazón a mi familia… no podría ser
completamente feliz con ella, sabiendo que ustedes sufren… ―se detuvo y soltó
una risita tras pensarlo un momento―. Pero si le hubiese dejado decirme que me
amaba en Madrid… en este instante no estaría aquí, papá… estaría con ella,
comiéndonos el mundo.

Ambos hombres se quedaron callados. Observaron el paso del tiempo


haciéndose compañía; Wall fue el consuelo que su hijo no podía tener en los
demás, menos en su mejor amigo y primo, que resultaba enamorado de la misma
mujer. Palmeó su espalda y cuando el cielo se fue oscureciendo, le ofreció ir por
budín de vainilla en la cocina como cuando era un niño y se escabullían para
comérselo a escondidas de Emily, sentados debajo del mesón del comedor, fuera
de la vista de la puerta.

―Gracias, papá… pero no tengo hambre ―le dijo―. Necesito estar solo un
rato.

La noche cayó definitiva y Fred se adueñó de una de las sillas que estaban
alrededor de la mesa, a pesar del frío que empezaba a hacer, arrastró el mueble
hasta la esquina de la terraza y subió los pies sobre la baranda, mientras pensaba
en todo lo que estaba pasando.

No mintió cuando le dijo a su padre que esperaba que ellos dos fueran
felices, Jessica y Gregory se merecían la oportunidad de quererse libres de toda
culpa.

―¡Al fin te encuentro! ―exclamó Gregory con alegría―. Necesitaba tu


apoyo allá abajo…

―¿Y meterme con la jauría de los Ward? ―Negó con una sonrisa
divertida―. No lo creo…

―¿Por qué no? ―inquirió el rubio con dramatismo―. Somos un clan y


conectas buenos derechazos.

Ambos rieron por su comentario. El Vikingo fue por una silla también y se
colocó a su lado.

―¿Cómo terminó todo? ―preguntó el moreno por puro compromiso.

―Pues… Stan me dijo que me castraría si la hacía sufrir ―empezó a


enumerar―. Sean que iba a tener una conversación seria con su hermana porque él
no era alcahueta y si me hacía sufrir a mí, entonces él iba a tener que ir a meterla en
cintura…
―Aaawww que tierno… ―se mofó Fred.

―Me derritió el corazón el enano ese ―se rio―. Bruce fue harina de otro
costal. Primero me gritó, luego me regañó, después me interrogó, otra vez se
molestó y finalmente me dijo que me largara a buscarla, que ya me estaba
tardando.

―¿Y qué vas a hacer? ―preguntó Frederick, sintiendo como si miles de


bloques de metal de una tonelada se asentaran en su estómago y lo hundieran en la
oscuridad.

―No lo sé, primo ―contestó con sinceridad―. Amo a Jessica, sin


embargo… hay otro hombre.

―¿Qué? ―indagó enderezándose en el asiento. Greg asintió.

―El tal Rick… parece que está enamorada de él también… y eso me jode un
poco ―explicó―. Bueno, un poco no… mucho, me jode mucho… pero ella me
escogió, Fred… mi Valkiria me escogió, porque me quería a mí también… y eso
significa que me quiere a mí más que a él.

Fred suspiró ante sus palabras, sonrió con profunda tristeza, esperando que
la penumbra de la terraza cubriera su expresión.

―Greg… ¿En serio amas a Jessica? ―le preguntó con suavidad―. ¿Tanto
que sientes que si no la ves el aire está viciado y te contamina cuando lo respiras?

―La amo tanto, que estoy cabreado con ella y preocupado a la vez
―contestó―. Pensando si estará bien, si no está llorando, que está triste y no
puedo consolarla… la forma en que se fue, la manera en que me contó todo…
Quiero molestarme porque me confesó que quería a alguien más también, pero era
tal su desasosiego, su agonía… ―explicó―. Lo único que me dice mi corazón es
que ella me contó todo para que no la siguiera, para que me molestara y la
olvidara, pero sufría tanto en ese momento que no puedo parar de repetir que es
una idiota…

―Quieres protegerla ―le dijo con una nota de orgullo.

―Sí, Frederick… quiero asegurarle que todo estará bien, que mientras
estemos juntos, todo estará bien… que siga escogiéndome, todos los días, una y
otra vez…
Se miraron a los ojos, Greg con algo de vergüenza por exponerse de ese
modo, Fred con tristeza y alegría mezclada.

De eso se trataba, de amar a Jessica hasta el punto de que estuviera con


quien la hiciera realmente feliz.

―Entonces ve por ella, Vikingo pendejo ―concluyó―. Tráela de vuelta a


casa, ve por tu Valkiria y conquisten el Valhala.
EPÍLOGO I

Te seguiré hasta el fin del mundo

Jessica entró en el aeropuerto de Japón y se dirigió sin dilación a la sala de


espera de la aerolínea. Joaquín le había llamado la atención al respecto de su
reciente tendencia al despilfarro cuando los últimos vuelos que adquirió los hizo
todos en primera clase. No obstante, tras tres semanas de haber dejado San
Francisco, pasar un periodo menstrual especialmente doloroso ―tanto física como
emocionalmente― y sufrir tres días de jaquecas consecutivas mientras estuvo en
Lisboa, le valía mierda si a Quín le parecía ostentoso y desagradable que gastara su
dinero viajando en primera clase.

De ese modo se evitaba el fastidio de tener que hacer filas para abordar,
también podía relajarse en un espacio tranquilo antes de volar y subía de primera a
la nave, lo que le permitía encerrarse en su cabina hasta que aterrizaba en su
siguiente destino.

Estaba haciendo un increíble esfuerzo para ignorar llamadas y mensajes de


los Ward. Terminó bloqueándolos un par de veces, pero ellos insistían de todos
modos por otros canales. Joaquín se reía cuando ella se quejaba.

―Comprendo tu posición, no me gusta, pero la comprendo ―le dijo cuando


hablaron por video llamada días atrás―, no obstante, prima… deberías escuchar lo que
tienen que decirte.

Jessica no necesitaba más presión de sus medio hermanos, menos quería


saber de Gregory o de Fred, porque cada vez que pensaba en alguno de ellos se le
estrujaba el corazón.

«Tiempo, solo necesito tiempo» pensó con melancolía. «Eso y una copa de vino.»

Su móvil empezó a sonar, era un número desconocido y por eso lo envió al


buzón de voz, en menos de media hora iba a tomar un vuelo y no se iba a enfrascar
en ninguna conversación nadie.

Se entretuvo revisando las fotos de la boda de Bruce, había muchas


imágenes de todos ellos, incluida ella misma que los fotógrafos captaron sin que se
diera cuenta. El baile con Bruce, la conversación en la escalera, Stan sosteniéndola
de la cintura mientras le daba un beso en la mejilla, una foto donde Gregory la
observaba con especial fijación cuando Jessica no lo notaba.

También había fotos con Fred, pero estas no reflejaban todo lo que sucedió
en esa fiesta, así que ese recuerdo latía doloroso dentro de su corazón cada vez que
pensaba en él. Suspiró, de verdad deseaba que el moreno encontrara la felicidad,
que se reconciliara con su ex novia o que el destino pusiese a la mujer indicada en
su vida.

El móvil sonó de nuevo con el número desconocido, frunció el ceño al verlo


y volvió a mandarlo a buzón.

―Eres una mujer terca, Jessica Medina ―refunfuñó una voz detrás de ella.

La latina abrió los ojos con miedo, no daba crédito a lo que acaba de
escuchar. No era posible que él estuviese allí. Se giró lentamente para ver al
hombre que se sentaba detrás de ella en el asiento contrario; el Vikingo le sonreía
de forma maliciosa.

―Terca, tonta, testaruda ―enumeró―. ¿Sabes cuánto tiempo llevó tratando


de encontrarte?

―¿Qué? ―preguntó con incredulidad.

―Me perdí en esta ciudad de locos ―le informó―. No pude conseguir el


hotel donde dijiste que te ibas a quedar ―le reprochó―. No te imaginas todo lo
que le dije a tu primo por darme una información equivocada.

―¿Qué haces aquí, Greg? ―logró formular la pregunta. Se puso de pie,


poniendo distancia de él porque estaban demasiado cerca.

―Buscarte, eso hago ―respondió con rotundidad. La imitó, rodeó los


asientos para encararla―. No te voy a dejar escapar, no puedes huir más. Te
seguiré hasta el fin del mundo, Jessica… porque te amo y quiero estar contigo.

―No, esto es ―negó con la cabeza y se apretó los ojos con ambas manos―.
Greg, tu familia…

―Ellos ya saben ―avisó con tranquilidad, dando un paso en su dirección―.


Todos lo saben…

―¿Qué? ¿Cómo? ―inquirió confundida.

―Sí, ya saben ―asintió―. Lo saben todo, todos…

―¿Y qué dijeron? ―preguntó con miedo.

Gregory sonrió radiante, la tomó entre sus brazos y la besó.

Lo hizo con necesidad, con miedo, con deseo. También dejó ver toda la
ternura que le inspiraba, el anhelo de que se quedara con él. La besó de tal forma
que se quedaron sin aliento.

―Dijeron que te llevara a casa ―susurró contra su boca.

―No lo puedo creer ―musitó con escepticismo.

―Pues sí ―volvió a besarla―. Verás, tras una larga discusión en la que mis
pelotas quedaron comprometidas con nuestros hermanos, todos llegaron a la
conclusión que técnicamente no soy un Ward, ni tú tampoco, así que… ―Se
prendó de sus labios, esta vez con más ahínco―. Aceptan que vamos a estar juntos.

―¿Me estás jodiendo? ―preguntó escéptica. Gregory negó.

―Si me escoges, Valkiria ―le susurró al oído―, si me escoges todos los


días, entonces yo te seguiré hasta el fin del mundo.

La latina lo miró a los ojos, Greg sonreía con tanta confianza que era
imposible no creer que lo que decía era cierto.

―¿Y ahora? ―insistió ella, pasando sus brazos alrededor de su cuello,


sonriendo con timidez y expectativa―. ¿Qué va a pasar ahora?

―Pues te besaré ―le anunció, haciéndolo de inmediato. Devoró su boca


hasta que se quedaron sin aliento, sin importarles si daban un espectáculo en la
sala de espera―. Luego de esto, tomaremos un avión a tu próximo destino y
seguiré el consejo que me dio mi mejor amigo.
―¿Qué te dijo Fred? ―preguntó ella, con un leve deje de tristeza.

―Que recuperara a mi Valkiria y conquistara el Valhala ―le respondió―. Y


pienso hacerlo, en el cielo…

»Como lo hicimos por primera vez…


EPÍLOGO II

Una boda…

Ocho meses después.

Greg no estaba seguro cómo había pasado eso, pero cuando tu mejor amigo
te llama para pedirte que seas su padrino de bodas, solo te queda decir que sí.

Volver con su Valkiria fue todo un proceso, ella continuaba ocupada con sus
negocios y él tenía que regresar a San Francisco a trabajar para ponerse las pilas
con los nuevos proyectos de construcción. ―¡Hay acciones que pagarle a la socia!
―le dijo una tarde mientras hablaban por teléfono; ella bajaba de un avión en ese
momento en Boston, anunciándole que iba a quedarse lo que restaba de año en el
país.

Celebraron sus cumpleaños, los dos solos en el bote, navegando en el


Pacífico. Flotando en su nube de felicidad se comportó como el peor primo del
mundo, y mucho más terrible mejor amigo porque no se dio por enterado de todas
las tretas que Geraldine hizo para reconquistar al moreno. Así que a principios de
año después de pasar la navidad con los abuelos ―tras enormes ruegos por parte
de él para que accediera y viera que no mentía sobre el hecho de que estaban de
acuerdo con su relación― y el Año Nuevo en Boston, Frederick y su novia
anunciaron que se iban a casar.

El Vikingo pensaba que su primo se veía feliz, aunque a veces le parecía que
había algo de tristeza en el fondo de sus ojos. Cuando todos los hombres Ward
fueron a celebrar el anuncio, Frederick les dijo que lo cierto era que Geraldine fue
su primer amor y que entre ellos no hubo engaños ni mentiras.

―El amor estaba allí, solo necesitaba sanar ―contó tras un par de cervezas.

―Los Ward y sus romances complicados ―se quejó Stan.


La boda fue sencilla, no requirió de tanta planeación y la hicieron en la casa
de los abuelos. A petición de los novios solo fue la familia y los amigos cercanos;
por lo tanto se presentaron casi trescientas personas, en su mayoría por parte de
Geraldine, que al fin y al cabo era presentadora de televisión, con una fama
bastante grande.

Greg decidió que era el momento de cometer una locura, lo decidió cuando
bailaba con su abuela durante el primer baile de los novios donde se presentaban
oficialmente a los señores Frederick y Geraldine Ward.

Jessica sonrió a los dos hombres durante la ceremonia, Fred la miró por un
instante fugaz, Greg lo hizo durante todo el proceso; luego le lanzó un beso cuando
el ministro les anunció a los novios que podían besarse.

Mientras bailaba con el novio, ella con un traje de organza lila con corte de
sirena y él con su traje de pingüino, le preguntó si estaba feliz.

―Todo lo que puedo estar, Jessica ―le respondió con seguridad.

―Solo espero que seas muy feliz ―susurró a su oído―. De todo corazón.
―Luego besó su mejilla y tomó la mano del Vikingo que la haló gustoso para
abrazarla con fuerza.

La fiesta fue linda, la familia estaba contenta. Los gemelos hacían preguntas
insidiosas sobre el comportamiento de Gregory, pues para ese momento había
decidido mudarse a Boston pues podía trabajar en línea, al fin que su vida laboral
implicaba viajar seguido ―aunque no tanto como su Valkiria―, así que vivían
juntos desde hacía poco más de un mes.

Jessica se escabulló al momento en que la novia decidió lanzar el ramo, se


sentó en el solárium solitario, como la primera vez que estuvo en esa casa; solo que
en ese momento buscaba un instante para dejar pasar esa agradable melancolía
que padecía por ver a Fred con su nueva esposa. Supuso que siempre sería así, de
verdad deseaba que fuese feliz, necesitaba que fuese pleno, pero eso no quitaba
que no doliera un poquito porque no podía ser por ella. Tal vez de eso se trataba el
amor de verdad, de que sin importar que doliera, ella quería que él fuese completa
y rotundamente feliz.

―Al fin te encuentro, Valkiria ―le dijo Greg al verla, ella sonrió cuando él
la hizo ponerse de pie para abrazarla y besarla―. Ven, tomemos un poco de aire
sin tanto ruido y gente.
Salieron a la noche que estaba bastante despejada. Con la melodía que
llegaba desde más allá del seto la invitó a bailar, lo hicieron lento, acariciándose,
dándose besos tiernos de tanto en tanto.

―Te amo, Jessica ―le susurró al oído.

―Yo también te amo, Gregory ―le respondió rozando su mejilla. El rubio


se detuvo un momento, entrelazó manos con los de ella y depositó un beso en la
yema de sus dedos.

―¿Me escoges, Valkiria? ―preguntó con solemnidad. La latina frunció el


ceño, confundida.

―Todos los días, Vikingo.

Gregory sonrió con mucha felicidad, entonces se arrodilló y sacó la pequeña


cajita que escondía en su bolsillo.

―Entonces, escógeme de nuevo ―pidió―. Cásate conmigo.

Jessica soltó la risa, tomó el anillo y lo apreció con ojos brillosos, luego negó,
poniéndoselo en el dedo.

―No, no me casaré contigo ―respondió.

―¿Qué? ―preguntó confundido― ¿Por qué no?

Jessica lo empujó un poquito para que se sentara sobre sus pantorrillas,


luego ella se sentó sobre sus muslos, abrazándolo por el cuello, mientras le daba un
beso cargado de amor.

―No todavía ―respondió―; pero me quedaré con el anillo ―soltó una


risita―. Cuando esté lista, entonces yo te pediré matrimonio.

Greg dejó escapar una carcajada, la aferró por la cintura y se besaron con
pasión.

―¿Dijo que sí? ―inquirió una voz sobre sus cabezas. Jessica miró con
diversión a todos los que se asomaban por la terraza―. ¿Se van a casar? ―insistió
Bruce.
―No dijo que sí ―contestó Gregory levantándose con ella en brazos, Jessi
dejó escapar un gritito y luego la risa―; pero tampoco dijo que no.

―¿Así que es un tal vez? ―inquirió Andrew.

―Algo así ―respondió la latina, mientras Greg la dejaba en el piso.

―En ese caso, deberían ir a despedir a los recién casados ―anunció Holly
con una sonrisa divertida―. Emily y Wallace están con su hijo y su nuera que ya se
marchan.

―Me deben cien dólares ―dijo Amy, apuntando a su esposo y los


gemelos―. Cada uno.

Entraron, Jessica se enredó con la falda y el saliente de un mueble, le pidió a


Gregory que se adelantara porque era el padrino, tenía que decirle adiós a su mejor
amigo.

La latina escuchó los aplausos una vez que salió tras analizar el daño de la
falda; primero apareció Fred en su campo de visión, lo observó con atención,
oculta de su vista, se veía genuinamente feliz. Él se giró en la dirección de la latina,
sintiendo el peso de su mirada y le sonrió.

Jessica besó la punta de sus dedos e hizo el gesto de que le enviaba ese beso
a través del aire; Fred lo atrapó, lo contuvo allí, en ese pequeñísimo instante que le
robaban al tiempo y a la vida, el moreno pronunció su sonrisa y se llevó la mano
que guardaba esa delicada muestra de amor al corazón.

Geraldine apareció y él agarró su mano; volvió a echarle un último vistazo a


la latina y se marcharon, seguidos por los silbidos y aplausos de los invitados.

«Sé feliz, Príncipe Encantador» pensó con toda la fuerza de su mente, miró el
anilló de compromiso en su dedo y se sintió inundada de una ola cálida de amor .
«Porque yo escogí serlo.»

La latina volvió a la fiesta, caminando con soltura.

Todavía le debía un baile a alguien.


SOBRE LA AUTORA

Ría Luxuria es el seudónimo de la escritora Johana Calderon con el cual


presenta sus novelas de corte erótico o romántico-erótico. Venezolana, diseñadora
gráfica editorial y emprendedora en línea desde el año 2015.

La pasión por las letras estuvo siempre allí, su mejor escuela han sido los
clásicos y las novelas más contemporáneas. Oficialmente comenzó a escribir de
manera más formal en el 2013. Entre sus novelas se encuentran: lasayona.com
ganadora del primer lugar en narrativa del concurso Por una Venezuela Literaria
2014, de la fundación editorial Negro Sobre Blanco. Esta novela corta forma parte
de un seriado de novelas que se basan en las leyendas venezolanas, y han sido
publicadas bajo el seudónimo Joha Calzer.

Lectora ávida del género gótico, la fantasía oscura y la ciencia ficción,


fanática de los vampiros de la vieja escuela y de Stephen King, le gustan los
helados, los tatuajes y desde los veintiocho años está dedicada de lleno a trabajar
en pro de su sueño que es escribir.

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